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Isla de las brujas (Alfredo Repetto)

En mi adolescencia me crié en una isla a la que llaman “Isla de las brujas”, cuyo
pueblo de origen azoriano adonde creen en criaturas de otro mundo, en brujas y en luces
mágicas. La mayoría de los jóvenes de esa isla crece con las tradiciones y la misma fantasía
sobre duendes y brujos. La música, la literatura y los más viejos cuentan esas leyendas.
En aquel tiempo yo estaba dispuesto a escuchar historias de los más viejos, y muy
predispuesto a creérmelas. Quería participar de una cultura que no era la mía, a la cual no
es fácil acceder, porque los azorianos son un pueblo muy cerrado y apegado a sus
costumbres.
La pesca artesanal es una de las formas de subsistencia del pueblo nativo además de
la renda, los almacenes y butecos. En los butecos, que no son más que pequeños bares en
que los nativos se juntan a tomar cachaza, es que se escuchan muchos comentarios sobre
episodios que están al margen de lo real.
Cuando fui a vivir a Costa da Lagoa fue que estuve más próximo a la cultura del
pueblo azoriano. Yo había leído sobre sus creencias y tradiciones pero había que verlo. Me
sentaba en la playa a mirar cómo los pescadores hacían la manutención de sus barcos, las
“balleneras”, y de sus redes que se llaman “tarrafas”. Mientras, las señoras hacían renda,
que es una especie de croché pero sobre una almohada con unos palitos, que son los
“bilrros”.
Para aquel entonces yo vivía con un vasco llamado Daniel. Cuando me quedé sin
trabajo me recibió en su casa. Pasaban los días y ya casi ni salía de la villa de pescadores, a
la cual sólo se accedía en barco. Me entretenía haciendo artesanías con cañas, las cuales
pretendía comerciar hasta conseguir un empleo fijo. En ese tiempo escuché muchos relatos
de luces mágicas que aparecían en los morros y brujas. Pero fue cuando me empecé a
quedar más tiempo solo que percibí movimientos extraños, cada vez que tenía la sensación
de no estar solo me acercaba a la puerta y veía pasar un pescador que descendía a la playa
por el pequeño corredor que pasaba delante a mi casa. Todos hacían un corto saludo “ops,
ova”, y seguían como sombras hasta que los perdía de vista. En más de una ocasión tuve la
sensación de estar rodeado y vigilado.
La cuestión no se hizo esperar. Un día, mientras hacia mis artesanías en el piso de
arriba, sentí un murmullo en la planta baja. Era indescifrable. Bajé a investigar y seguí
oyendo aquellas voces, parecía como si una criatura invisible estuviera hablando en un
idioma que yo no comprendía. Aunque la voz provenía de adentro de la casa me fijé por
puertas y ventanas y no pude ver a nadie. El murmullo continuaba.
Ya estaba empezando a salirme de mis cabales, no encontraba nada, aunque seguían
las voces de aquella especie de encantamiento, como si se tratara de un hechizo. Resolví
salir de casa e ir a esperar a Daniel, que seguramente vendría en la barca de las 7. Cuando
apareció le conté lo sucedido, a lo que me respondió que estaba loco.
Hice unas consultas con gente de mi confianza que me había comentado entender
del asunto y me garantizaron que me estaban embrujando, que el espíritu de una bruja había
podido meterse en la casa y buscaba destruirme, quizás por envidia o en busca de algo que
yo tuviera.
Me sentía muy mal y abandoné Costa da Lagoa. Me traté con curanderos y con la
medicina convencional. Los curanderos me habían enseñado algunos trucos: poner un vaso
de agua en la cabecera de la cama con un libro arriba, y para luchar contra el
embrujamiento debía mantener un pedazo de metal oxidado en las manos que servía para
que no me pudieran quitar espíritu. El mejor truco me lo enseñó una señora que se decía
mística: consistía en poner semillas de sésamo debajo de la almohada para quitarse los
malos espíritus. También había leído que debía desparramar semillas de mostaza por el piso
para impedir que la bruja volviera a entrar.
Sentía que me habían hecho un trabajo y que me querían destruir a través de la
brujería. Estuve al borde de perder la cordura y pasé muchos momentos difíciles en los
cuales no tuve en quien apoyarme. Hoy en día es difícil saber bien lo que pasó aquella tarde
y todo lo que ocurrió no es más que una anécdota, sin embargo en raras ocasiones hablo del
asunto. A veces me causa una sonrisa irónica cuando alguien dice “yo no creo en brujas
pero que las hay las hay.”

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