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Charles Taylor
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Paidós Básica

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61. R. Koselleck Futuro pasado


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62. A. Gehlen - Amropologfa (tlosó{ica .


63. R. Rorty- Objetividad, relativismo y verdad
64. R. Rorty- Ensayos sobre Heidegger y otros pensadores contemporáneos
Fuentes del yo
65. D. Gilmore- Hacerse hombre
66. C. Geertz - Conocimiento local La construcción de la identidad moderna
67. A. Schütz- La constrncción significativa del mundo social
68. G. E. Lenski- Poder y privilegio
69. M. Hammersley y P. Atkinson- Etnogra{fa. Métodos de investigación
70. C. Solfs - Razones e intereses
7.1. H. T. Engelhardt - Los fundamentos de la bioética
72. E. Rabossi y otros - Filoso{fa de la mente y ciencia cognitiva
73. J. Derrida- Dar (el) tiempo l. La moneda falsa
74. R. Nozick- La naturaleza de la racionalidad
75. B. Monis -Introducción al estudio antropológico de la religión
76. D. Dennett- La conciencia explicada. Una teoria interdisciplinar
77. J. L. Nancy -La experiencia de la libertad
78. C. Geertz - Tras los hechos
79. R. R. Aramayo, J. Murguerza y A. Valdecantos- El individuo y la histpria
80. M. Augé -El sentido de los otros
81. C. Taylor -Argumentos filosóficos
82. T. Luckmann - Teoría de la acción social
83. H. Jonas - Técnica, medicina y ética
84. K. J. Gergen- Realidades y relaciones
85. J. S. Searle · La construcción de la realidad social
86. M. Cruz (comp.) -1iempo de subjetividad
87. C. Taylor- Fuentes del yo
88. T. Nagel- Igualdad y parcialidad
89. U. Beck- La sociedad del riesgo
90. O. Nudler (comp.)- La racionalidad: su poder y sus límites
91. K. R. Popper- El mito del marco común
92. M. Leenhardt - Do kamo
93. M. Godelier- El enigma del don
94. T. Eagleton- Ideolog(a
95. M. Platts -Realidades morales
~6. C. Salís -Alta tensión: filosofia, sociolog(a e historia de la ciencia
97. J. Bestard ~f>arentesco y modernidad ··
98. J. Habermas"- La inclusión del otro
99. J. Goody- Represe11taciones y contradicciones
100. M. Foucault - Entre filosofía y literatura. Obras esenciales, vol. 1
101. M. Foucault- Estrategias de poder. Obras esenciales, vol. 2
102. M. Foucault- Estética, ética y hennenéutica. Obras esenciales, vol. 3
103. K. R. Popper -El mundo de Pannénides
104. R. Rorty- Verdad y progreso
105. C. Geertz- Negara
106. H. Blumenberg- La legibilidad del mundo
107. J. Derrida- Dar la muerte
108. P. Feyerabend- La CO!tquista de la abundancia
109. B. Moore- Pureza moral y persecución en la historia
110, H. Arendt- La vida del esp(ritu
111, A. Maclntyre -Animales racionales y dependientes
112. A. Kuper- Cultura
113. J. Rawls ·Lecciones sobre la historia de la filosofta moral
114, T. S. Kuhn- El camino desde la «estructura»
115. W. V. O. Quine- Desde un pullto de vista lógico
116. H. Blumenberg - Trabajo sobre el mito
117, J. Elster-Alquimiasdelamente
Título original: Sources of the self. The making of the modern identity
Publicado en inglés por Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts

Traducción de Ana Lizón

Revisión técnica de Ramón Alfonso Díez

Cubierta de Mario Eskenazi

Esta obra se publica con la ayuda del Conseil des Arts de Canadá y del
Ministerio de Asuntos Exteriores y de Comercio Internacional de Canadá.
A Milou

Quedan ribrurosamente prohibidas, sin la autorizudón t\St~rila dr.los titulan'.ll tlrl ~Co}Jyright,.,
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© 1989 by Charles Taylor


© 1996 de todas las ediciones en castellano,
Ediciones Paidós Ibérica, S.A.,
Mariano Cuhí, 92 - 08021 Barcelona
y Editorial Paidós, SAICF,
Defensa, 599- Buenos Aires
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ISBN: 84-493-0279-X
Depósito legal: B-5.489/2003

Impreso en Hurope, S. L.,


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Impreso en España - Printed in S¡Jain


SUMARIO

PRóLOGO • . • • • • . • • • . • • • • • . • • . • • . • • • • • . • • • • • • • • . . . • . • 11

Primera parte
LA IDENTIDAD Y EL BIEN

l. Marcos referenciales ineludibles . . . .. . .. .... . . ..... .. .. 17


2. El yo en el espacio moral . . . . . . . . .. . .. .... . . ..... .. .. 41
3. La ética de la inarticulación . . . . . . .. . .. .... . . ..... .. .. 69
4. Las fuentes morales . . . . . . . . . . . . .. . .. .... . . ..... .. .. 107

Segunda parte
INTERIORIDAD

S. Topografía moral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127


6. El autodominio de Platón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131
7. «In interiore homine» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
8. Descartes: la razón desvinculada . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . 159
9. Locke: el yo puntual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175
10. Análisis de «l'humaine condition» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193·
11. La naturaleza interior . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201
12. Una digresión sobre la explicación histórica . . . . . . . . . . . . . . 215

Tercera parte
LA AFIRMACIÓN DE LA VIDA CORRIENTE

13. «Dios gusta de los adverbios» ... . .. ... . .... . . ..... .... 227
14. El cristianismo racionalizado ... . .. ... . .... . . ..... .... 251
15. Los sentimientos morales . . . ... . .. ... . .... . . ..... .... 265
16. El orden providencial . . . . . . ... . .. ... . .... . . ..... ... . . 283
17. La cultura de la modernidad ... . .. ... . .... . . ..... .... 303
10 FUENTES DEL YO

Cuarta parte
LA VOZ DE LA NATURALEZA

18. Horizontes fracturados . . . ..... ..... . .... .... . ...... 325


19. La Ilustración radical . . . . . ..... ..... . .... .... . ...... 341
20. La naturaleza como fuente . ..... ..... . .... .... . ...... 375
21. El giro expresivista . . . . . . . ..... ..... . .... .... . ...... 389 PRÓLOGO

Quinta parte
LENGUAJES MÁS SUTILES Me resultó muy difícil escribir este libro. Tardé muchos años en escri-
birlo y en varias ocasiones cambié de parecer sobre aquello que debía exa-
22. Nuestros contemporáneos victorianos . . . . . . . . . . . . . . . . . . 415 minar. Ello se debió en parte a la razón tan común de que por largo tiempo
23. Visiones de la edad posromántica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 441 no supe con certeza qué era lo que quería decir. En parte fue debido a la muy
24. Las epifanías del modernismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 479 ambiciosa naturaleza de la empresa que implica articular y escribir una
historia de la identidad moderna. Con este término quiero designar el con-
25. Conclusión: los conflictos de la modernidad . . . . . . . . . . . . . . 517 junto de comprensiones (casi siempre inarticuladas) de lo que significa ser
un agente humano: los sentidos de interioridad, de libertad, de individuali-
~OTAS • • • . . . . . • . • • • • • • . • • • • • . • • . • . • • . . . . • . . . . . . . . . . 545 dad y de estar encamado en la naturaleza, que encuentran cabida en el
lNDICE ANALíTICO . . . . • • • • • • • • • • • . . • . . . . . . . . . • . . . • • • • • . • 603 Occidente moderno.
Pero también quería mostrar cómo los ideales y las proscripciones de
dicha identidad -lo que ésta pone de relieve y lo que sitúa en segundo pla-
no- configuran nuestro pensamiento filosófico, nuestra epistemología y
nuestra filosofía del lenguaje, por regla general sin que nos percatemos de
ello. Doctrinas supuestamente derivadas del sobrio examen de algún ám-
bito en el cual no se impone, ni podría imponerse, el yo, reflejan en rea-
lidad, mucho más de lo que nos damos cuenta, los ideales que contribuye-
ron a constituir dicha identidad. Pienso que esto es eminentemente cierto
respecto a la epistemología representacional que va desde Descartes hasta
Quine.
Además, este retrato de nuestra identidad tiene como objetivo servir
como punto de partida para una renovada comprensión de la modernidad.
Esta cuestión, es decir, lograr comprender las impresionantes transforma-
ciones de nuestra cultura y sociedad en el decurso de los tres últimos siglos
y, en cierto modo, centrarlos, continúa preocupándonos. Las obras de gran-
des pensadores modernos como Foucault, Habermas y Maclntyre se centran
en ello. Otros, aunque no se ocupen de ello expresamente, presuponen, en
la actitud de adoptan, una cierta imagen de lo sucedido, aun cuando sea de
rechazo, hacia el pensamiento y la cultura del pasado. La mía no es una ob-
sesión gratuita. No es posible entendernos a nosotros mismos si no abor-
damos esa historia.
Pero no me satisfacen los enfoques actuales sobre este tema. Algunos son
optimistas y nos perciben como si hubiésemos ascendido a un plateau su-
perior; otros presentan una imagen de decadencia, de pérdida, de olvido.
Ninguno de los dos me parece acertado: los dós ignoran completamente
algunos de los más importantes rasgos de nuestra situación. Aún está por
entender la insólita combinación de grandeza y peligro, de grandeur et
PRÓLOGO 13
12 FUENTES DEL YO

misere, que caracteriza la Edad Moderna. Percibir plenamente la compleji- En breve, que dicha identidad es mucho más rica en fuentes morales que lo
dad y la riqueza de la Edad Moderna es percibir, primero, en qué medida es- que están dispuestos a admitir sus detractor~s, per~ 9-ue su nqueza ~esulta
tamos inmersos en ella, pese a todos los intentos de rechazarla; y, segundo, invisible por el empobrecimiento del lenguaJe filosofico de sus más ~neoJ?-­
cuán superficiales, parciales y sesgados son los juicios que sobre ella inter- dicionales defensores -situación ésta quizá sin precedentes en !a h_'s~ona
cambiamos. de la cultura-. Entender la modernidad correctamente es un eJerciCIO de
No obstante, no creo que sea posible abarcar tal riqueza y complejidad recuperación. En mi conclusión trato. de explicar l~s razones por las que
si no entendemos la manera en que se ha desarrollado la concepción mo- creo que este ejercicio es importante, _mcluso apremiante.
derna del yo, partiendo de imágenes precedentes sobre la identidad huma-
na. Este libro trata de definir la identidad moderna describiendo su génesis. La preparación de este libro me ha llevado mucho tiempo y durante este
Me concentro en tres importantes facetas de dicha identidad: primero, en período me he beneficiado enormemente de los diálogos mantenidos con
la interioridad humana, en el sentido que de nosotros mismos tenemos como Jos colegas del Al! Souls College, por regla gene~al en Oxford, Y en McGIII,
seres con profundidad interior, y en la noción, relacionada con ello, de que Berkeley Francfort y Jerusalén, en los que partiCiparon James Tul!y, Hubert
somos «YOS»; segundo, en la afirmación de la vida corriente que se desarro- Dreyfus,' Alexander Nehamas, Jane Rubin, Jürgen Haberm~s, Axel Hon-
lló en el primer periodo moderno; y tercero, en la noción expresivista de la neth, Micha Brumlik, Martin Low-Beer, Hauke Brunkhor~t, Sn~~ne Cham-
naturaleza como fuente moral interior. La primera intento trazarla desde bers, Paul Rosenberg, David Hartmail y Guy Stroumsa. La mVItaCI~n de Law-
Agustín, continuando con Descartes y Montaigne, hasta llegar a nuestra épo- rence Freeman y el Benedictine Priory de Montreal para Impa:;rr las John
ca; para la segunda parto de la Reforma, siguiéndola a través de la ilustra- Main Memorial Lectures me proporcionó una inestirnabl~ ocas10n par~ ,de-
ción, hasta sus formas contemporáneas; y a la tercera la describo desde su sarrollar Ja imagen·de la modernidad que intentaba configurar, y los diálo-
origen, a finales del siglo XVIII, a través de las transformaciones del siglo XIX, gos porteriores·me fueron de gran ayuda. . _
hasta sus manifestaciones en la literatura del siglo xx. Pero no hubiera sido posible completar el proyecto sm contar con el ano
El cuerpo principal del libro, que abarca desde la segunda parte a la ue asé en el Institute for Advanced Study en Princeto";'. Quedo sumamen-
quinta, se ocupa de esbozar esta imagen del desarrollo de la identidad mo- i"e a:adecido a Clifford Geertz, Albert Hirschman y Michae: Walzer, tanto
derna. En el tratamiento se combina lo analítico con lo cronológico. Pero, ¡ año de investigación de que disfruté como por las valiosas discusiO-
puesto que mi modo de proceder implica trazar las conexiones que existen ~~~ ~ue mantuvimos durante aquell?s días eJ?- el inigualabl~ entorno de,!
entre los sentidos del yo y las visiones morales, entre la identidad y el bien, Instituto. Deseo también expresar mi agradecimiento al N.atwnal Endo;'-
pensé que no podía lanzarme a este estudio sin una cierta argumentación ment for the Humanities, el cual proporcionó las subvenciOnes que hiCie-
preliminar acerca de dichos vinculas. Parecía absolutamente necesario ha- ron posible aquel año. ¡¡ h b
cerlo así, dado que las filosofías morales dominantes en la actualidad tien- Quedo también en deuda de gratitud con el Cana'!'; C?unc por a e~e
den a oscurecer esas conexiones. Para verlas es necesario apreciar el lugar t d la Isaak KiJlam Fellowship, que me permitiD disfrutar de otro ano
en el que se sitiía el bien, en más de un sentido, dentro de nuestra perspec- ~eo~~~e~encia. Éste resultó crucial. Gracias también a la U~~versidad d~
tiva moral y en nuestra vida. Pero eso es precisamente lo que, al parecer, a McGill por el año sabático, y al Social Sciences an.d Humamlles Researc
las filosofías morales contemporáneas les cuesta más reconocer. El libro, Council of Canada por la Sabbatical Leave Fellowship que me permitiÓ com-
pues, comienza con una sección que intenta plantear muy sucintamente el pletar mi trabajo. · 'd d d M G''i
asunto en cuestión, para con ello hacerse una idea de la relación que existe También debo expresar mi agradecimiento a 1~ Universl a e e :1
entre el yo y la moral, noción que luego irá reapareciendo a lo largo del res- por una subvención para la investigación que sirviÓ para reelaborar el tra-
to del libro. A quienes aburra profundamente la filosofía moderna, posible- bajo y preparar el índice. . b ¡ ,
mente, preferirán saltarse la primera parte. A quienes les aburre la historia, Estoy muy agradecido a Mette Hjort por sus c~mentanos so ~e e n1J-
si por un azar se encontraran con este libro entre sus manos, no deberían nuscrito. Me complace dar las gracias a Alba y Minam po~ sus valiosas su-
leer nada más. gerencias, a Karen y a Bisia por ponerme en contact~ con dimensiOnes poco
El estudio, como ya he indicado, es un preludio al hecho de ser capaces familiares de la existencia y a Beata por su pragmatismo refrescante. Tam-
de abordar los fenómenos de la modernidad de un modo más provechoso y bién doy las gracias a Gretta Taylor y a Melissa Steele por su ~yu~a en la
menos sesgado que el habitual. No hay espacio en este libro, ya de por sí preparación de la última versión del manuscrito para la J?ubhcación, Y a
suficientemente extenso, para esbozar los trazos de una alternativa a estos Wanda Taylor porque corrigió las pruebas y preparó el índice.
fenómenos en gran escala. He de dejarlo, como también el análisis que vin-
cula la identidad moderna con la epistemología y la filosofía del lenguaje, Estoy muy agradecido a la Macmillan Publishing C?mpany a ~· J
Watt Ltd. en representación de Michael B. Yeats y Macmillan Lolnhil?ndr t .,
J'
para otros trabajos venideros. No obstante, en el último capítulo intento ex-
' · · · d W B "eats «Among Schoo e en»,
poner lo que fluye de esta versión del surgimiento de la identidad moderna. porsuautonzaciónparacitarversos e · ·~ 1
'
14 FUENTES DEL YO

reimpreso de The Poems of W. B. Yeats: A New Edition, edición a cargo de


Richard J. Finneran, © 1928 by Macmillan Publishing Company, © renova-
do en 1956 by Georgie Yeats; a New Directions Publishing Corporation por PRIMERA PARTE
su autorización para citar «In a Station of the Metro», de Ezra Pound, to-
mado de Personae: Co/lected Poems of Ezra Pound, © 1926 by Ezra Pound y
reimpreso por New Directions (1949); a Faber and Faber Ltd. and Random LA IDENTIDAD Y EL BIEN
House, Inc., por su autorización para citar nna estrofa de la primera versión
de «September L 1939», © 1940 byW. H. Audenyreimpreso de TheEnglish
Auden: Poems, Essays, and Dramatic Writings, 1927-1939, de W. H. Auden,
edición a cargo de Edward Mendelson; y a Random House, Inc., por su au-
torización para citar la traducción de Stephen Mitchell del poema <<Panther>>,
de R. M. Rilke, ©·1982 by Stephen Mitchell y reproducido de The Selec-
ted Poetry of Rainer Maria Rilke. Los poemas de Paul Celan, «Wegge-
beizt», «Kein Halbholz» y «Fadensonnen)), se reproducen de Gesammelte
Werke, II (1983) con la autorización de Suhrkarnp Verlag; las traducciones
inglesas de estos poemas son © 1972, 1980, 1988 by Michael Hamburger y
se reproducen de Poems of Paul Celan con autorización de Persea Books
and Anvil Press Poetry Ltd. Las citas de Charles Baudelaire, The Flowers of
Evil, © 1955, 1962 by New Directions Publishing Corporation se reprodu-
cen con permiso de New Directions. Los extractos de «In the Middle of
Life» de Tadeusz Rózewicz y «The Stone>> de Zbigniew Herbert se toman de
Postwar Polish Poetry, edición y traducción a cargo de Czeslaw Milosz,
© 1965 by Czeslaw Milosz, reimpreso por Doubleday, a division of Bantam,
Doubleday, Dell Publishing Group, Inc.
CAPITULO 1

MARCOS REFERENCIALES INELUDIBLES

1.1

En este trabajo me propongo explorar varias facetas de lo que denomina-


ré la «identidad moderna». Una primera aproximación a lo que significa sería
decir que implica rastrear nuestra noción moderna de lo que es ser un agen-
te humano, una persona o un yo. No obstante, muy pronto en esta investiga-
ción se hace evidente que es imposible esclarecerla sin antes ahondar en la
comprensión cómo se han desarrollado nuestras ideas del bien. La identi-
dad personal (selfhood) y el bien o, dicho de otra manera, la individualidad y
la moral, son temas que van inextricablemente entretejidos.
En esta primera parte quiero referirme a esa conexión, antes de profun-
dizar, en las partes segunda a quinta, en la historia y el análisis de la iden- ,
tidad moderna. No obstante, en esta parte preliminar ya se presenta otro ·
·obstáculo. Gran parte de la filosofía moral contemporánea, en particular; pero
no únicamente, en· el mundo angloparlante, se ha centrado tan restrictiva-
mente en la moral, que los planteamientos de algunas de las conexiones
clave que quiero trazar aquí resultan incomprensibles. Esta filosofía moral
ha tendido a centrarse en lo que es correcto hacer en vez de en lo que es
bueno ser, en definir el contenido de la obligación en vez de la naturaleza
de la vida buena; y no deja un margen conceptual para la noción del bien
como objeto de nuestro amor o fidelidad o, como Iris Murdoch ha refleja-
do en su obra, como el enfoque privilegiado de la atención y la voluntad.'
Esa filosofía ha atribuido una visión exigua y truncada a la moral en un
sentido estrecho y también a todo el abanico de las cuestiones incluidas en
el intento de vivir la mejor de las vidas posibles. Y esto no sólo entre los filó-
sofos profesionales, sino también entre un público más extenso.
En gran medida, lo que me propongo hacer en esta primera parte va di-
rigido al intento de ampliar el ámbito de las legítimas descripciones mora-
les con que contamos, y en algunos casos recuperar ciertos modos de pen-
samiento y descripción que, desafortunadamente, se han presentado como
problemáticos. Lo que específicamente me propongo plantear y examinar
aquí es la riqueza de los lenguajes del trasfondo que utilizamos para sentar
las bases de las obligaciones morales que reconocemos. En términos más am-
plios, quiero explorar el trasfondo que respalda algunas de las intuiciones
morales y espirituales de nuestros coetáneos en lo concerniente a nues-
tra naturaleza y situación espiritual. Al hacerlo procuraré dilucidar lo que
significa dicho trasfondo y qué papel desempeña en nuestras vidas. Es aquí
MARCOS REFERENCIALES INELUDIBLES
!9
18 LA IDENTIDAD Y EL BIEN

otras reacciones morales que parecen, en gran medida, la ~onsecuencia de ~a


donde se introdu~e un importante elemento de recuperación porque gran forma concreta de crianza y educación. Parece que existe la ~ompun_c;-ón
parte de la filosofía contemporánea ha omitido esa dimensión de nuestras natural e innata al infligir la muerte o lesiones a otra persona, la mclmacwn a
creencias ~ conciencia morales, y hasta diríamos que la ha desestimado por socorrer a los heridos o a quJenes se encuentren en peligro. La cultura Yla crian-
confusa e Irrelevante. Espero demostrar, contra esa actitud cuán esencial za pueden ayudar a definir las lindes de los «OtrOS» relevantes, J?ero no pa-
es dicha dimensión. ' rece que en sí mismas generen la reacción básica. Eso era precisame~te lo
. En el párrafo anterior me he referido a las intuiciones «morales y espi- que creían ]os pensadores del siglo xvm, especialmente Roussea;': la eXIsten-
ntuales». De hecho me propongo considerar toda una gama de puntos de cia de una disposición natural para compadecerse de los demas.
vista más ampliamente que lo que, por regla general, se suele describir Las raíces del respeto a la vida y a la integridad parecen adentrarse h~­
~o~o. <<moral». Además de nuestras nociones y reacciones a temas como la
ta ahí y quizá conecten con la casi universal tendencia, presente e~ otros aro-
JU~!Jc¡a Y el respeto. a la vida ajena, el bienestar y la dignidad, quJero exa- males, de no llegar a matar a su misma especie. Per~ como muchas_otras co-
mma; nuestro senl!do de lo que subyace en nuestra propia dignidad o las sas en la vida humana, ese «instinto» asume vanas formas variables en
cu~stwnes q:Ue grrru: en tomo a lo que hace que nuestras vidas sean signifi-
]a cultura, como ya hemos visto. Y esas formas son insep~ble~_de la.con-
ca!Jvas Y sa!J~factonas. En una definición amplia todo ello caería bajo el ró- sideración de ]o que suscita el respeto. Parece que la cons1deracw~ articula
la intuición. Por ejemplo, se nos dice que los seres humanos son cn~turas de
tulo de cuestiOnes morales, pero algunas de ellas conciernen muy estrecha-
mente a lo relativo al yo o están demasiado cerca de la materia con ]a que Dios, hechas a su imagen; o que son almas inmortales;_o emanac10nes del
se hacen nuestros ideales para poder clasificarlas como temas morales en el fuego divino; o que los seres humanos son agentes. racwnales y, por en~e,
léxico ~~ la mayoría de la gente. Más bien atañen a lo que hace que valga ]a poseedores de una dignidad que trasciende cualqmer otr? ser; o cualqmer
pena VIVIr. otra caracterización, y que, por lo tanto, les debemos un Cierto respeto. Las
Lo que éstas tienen en común con las cuestiones morales y lo que las hace diferentes culturas que restringen dicho respeto lo hacen negan~o la des-
merecedora~ del vago término de •espirituales», es el hecho de que en todas
cripción esencial de ]os que han quedado al margen y del os ~e se piensa c¡ue
ellas se 1mphca lo que en otro lugar he llamado una «fuerte valoración» 2 es carecen de alma, o que no son del todo racionales, o que qmzás hayan sido
decir, implican las discriminaciones de lo correcto o lo errado, de lo m~jor
destinados por Dios a un nivel más bajo, o cosas por el estilo; . .
o lo peor; de lo más alto o lo más bajo, que no reciben su validez de nuestros Así, diríamos que nuestras reacciones morales en este amblto tienen
?eseos, i~clinaciones u opciones, sino que, por el contrario, se mantienen dos facetas. Por un lado, son casi como los instintos, compara~les a nues-
m~ependientes de ellos y ofrecen los criterios por los que juzgarlos. Así que,
tro gusto por la dulzura o a nuestra repugnancia por las susta~ci~ nausea-
d~ Igual m.anera que no ~e pu~de juzgar como lapso moral el hecho de que yo bundas, o a nuestro miedo a caer; por otro lado, parece que 1m~hcan una
VIva una VIda anodina e Insatisfactoria, describirme en esos términos es, sin
pretensión, implícita o explícita, sobre la naturale.z_a y la condición de lo.s
embargo, condenarme en nombre de un parámetro que debo reconocer: in- seres humanos. Desde esta segunda faceta la reaccion moral es el consenti-
dependientemente de mis apetencias y deseos. '
miento a algo, la afirmación de algo, una ontología dada de lo humano ..
Quizás el más intenso y apremiante conjunto de mandatos que recono-
cemos como moral sea el respeto a la vida, la integridad y el bienestar in-
Una importante corriente de la conciencia ~a~alista moder;na ?a m-
tentado desestimar ese segundo aspecto cons1derandolo prescmd1ble o
cluso la prosperidad, de los demás. Ésos son los mandatos que infringi~os irrelevante para la moral. Sus motivos son múltiples: en parte ~ay que tene_r
~ando matamos o_dañamos a los demás, cuando nos apoderamos de su pro-
en cuenta ]a desconfianza que prima sobre todas las explicacwnes ontolo-
piedad, _le~ atemonzamos y ro?ai?os la paz o, incluso, cuando les negamos gicas debido al uso que se ha hecho de algunas de ella~: por ejemplo, la jus-
ayuda SI tienen problemas. Practlcamente todo el mundo percibe esos mis-
tificación de las restricciones o exclusiones de los hereJes o de supuestos _se-
mos mandatos que son y han sido siempre reconocidos en todas las socie- res inferiores. Y esa desconfianza se ve fortalecida allí donde reina el sentido
dades humanas. Naturalmente que el abanico de ]os mandatos varía noto- primitivista de que la naturaleza humapa que no ha sido dañada r~speta ~­
namente: las soci~d~d~s antiguas, y algunas de las actuales, restringen ]a tintivamente ]a vida. Pero, por otra parte, también responde a la mflue~c¡a
clase d~e sus beneficiarlO~ a los miembros de su tribu o raza, excluyendo a
ejercida por el enorme nubarrón epistemológico que. c~bija esas ~~phca­
los fora~eos, que se conVIerten en víctimas de vejaciones e incluso en reos ciones sobre quienes han seguido las teorías del conocimiento empinstas o
del castigo de la definitiva pérdida de estatus. Pero todo; piensan que esos
racionalistas, inspiradas en el éxito de la ciencia natural moderna.
mandatos les ~on impuestos por una clase de personas y para la mayoria de Es una gran tentación conformarse con el hecho de que los seres huma-
nu~stros coetaneos esa clase es coextensiva con la raza humana (y para
nos experimentamos dichas reacciones y considerar como mera espuma, o
qmenes creen en !os derechos de los.anii_nales aún va más lejos). tonterías propias de una época ya pasada, la ontología ~ue les apo.rta. una
De lo que aqm se trata es de esas mtuiciones morales que son particular- articulación racional. Esa postura iría paralela a la explicación socwbwló-
mente profundas, intensas y universales. De hecho, son tan profundas que es- gica de que, posiblemente, tenemos las reacciones que conllevan una obVIa
tamos tentados a pensar que están enraizadas en el instinto, en contraste con
20
LA IDENTIDAD Y EL BIEN
MARCOS REFERENCIALES INELUDIBLES 21
utilidad evolutiva y que, por supuesto, existen analogías entre otras espe-
cies, como se ha dicho antes. que creemos que estaría muy mal y que no tendría ningún sentido estre-
Pero esa escisión tan nítida no lleva muy lejos. Las explicaciones onto- char el cerco alrededor de la raza humana. • •
lógicas se nos ofrecen como apropiadas articulaciones de nuestras «visce- Si alguien propusiera tal cosa, inmediatamente preguntar1amos que es
rales» reacciones de respeto. En ese sentido, esas reacciones se consideran ¡0 u e distingue a quienes quedan dentro de los que quedan fuera. Y. nos
como si fueran diferentes de otras respuestas <<viscerales», como podría ser valdnamos de esa característica distintiva para demostrar que ello no tiene
nuestro gusto por lo dulce o nuestra náusea ante ciertos olores y objetos. nada ue ver con el hecho de suscitar respeto. Es lo que hacemos con los ra-
Ahí no reconocemos que haya algo que articular, como hacemos en el Caso cistasqEl color de la piel o los rasgos físicos no tienen nada que ve~ con lo
de la moral. ¿Es legítima esa distinción? ¿Es un invento metafísico? Parece ue en virtud de lo humano, suscita nuestrQ respeto. De hecho, nmguna
que, a fin de cuentas, se reduce a esto: en ambos casos respondemos a un Úcación ontológica concede esto. Los racistas han de pretender ~u.e
ixci~rtas
objeto que posee una cierta propiedad. Pero, en un caso, la propiedad mar- de ]as propiedades morales clave de los seres hum_anos están gene?-
ca al objeto como merecedor de dicha reacción; en el otro, la conexión entre camente determinadas: que unas raza~ so~ menos mtehgentes; que es~an
los dos es un hecho bruto. De esa manera argumentamos y razonamos so- menos ca acitadas para una alta conc1enc¡a ~I_~Oral, y cosas as1. La lóg¡ca
bre qué y quién es objeto digno de respeto moral, mientras que una cosa así del ar r!nto ]es obliga a formular su pretensión en el terr~no en 9-ue son
no parecería ni siquiera posible en lo que respecta a una reacción como la ~amente más débiles. Las diferencias del color de la p1el son mnega-
náusea. Desde luego que podríamos razonar que sería útil y conveniente al- ~f.:~. Pero a ]a luz de ]a historia humana cualquier pr;t<;nsión r:specto a las
terar las lindes de lo que nos produce náusea, y podríamos conseguirlo en- diferencias culturales innatas es insostemble. La log1c~ d~- d1~h~ deb:.te
trenándonos en ello. Pero lo que parece carecer de sentido es la suposición toma en serio la descripción intrínseca, es de~ir, .la descr;p~on ~· os o ~~
de articular una descripción de lo nauseabundo en términos de sus propie- tos de nuestras respuestas morales cuyos cntenos son m epen 1entes
dades intrinsecas y luego argumentar que ciertas cosas a las que efectiva- las reacciones defacto. ·d d d h ·
mente reaccionamos de esa manera, realmente, no son objetos dignos de ·Podría ser de otra manera? Todos sentimos la ne~eSl a eco ruren~Ia
ello. Parece que no existe otro criterio para el concepto de lo nauseabundo en 1~ ue respecta a nuestras reacciones morales. E mcluso ~sos óso os
que no sea el hecho de que reaccionamos con náusea ante las cosas que con- qoponen hacer caso omiso de las explicaciones ontológicas, no obs-
llevan el concepto. Contra la primera clase de respuesta, concerniente a lo =~rexaminan a fondo y critican nuestras intuicione~ morales para con~-
que es el objeto idóneo, ésta se podría denominar una reacción bruta. tatar 'su co h erenc1a
· o falta de coherencia · Pero la. cuestión· dedla coherencia
ti ·
Asimilar las reacciones morales a esas reacciones viscerales sería consi- supone una descripción intrínseca. ¿Cómo acusar a algu¡e':.J e senderse ~n:
derar que todo lo que digamos acerca de los objetos dignos de respuesta coherentemente nauseado? Siempre se podría encon~ar guna scnp
moral es completamente ilusorio. Creer que discriminamos las propiedades ción ue incluyera todos Jos objetos que le hacen reacciOnar de esa manera,
reales con,criterios independientes de nuestras reacciones de {acto sería in- pero ~ólo habrá una razón relativa por ]a que todos esos objetos¡rfducen
fundado. Ese es el peso que arrastra la así llamada «teoria del error>> de los u ancia La cuestión de la coherencia sólo se plantea cuan o a reac-
valores morales suscrita por John Mackie,' que se combinaría fácilmente ~~ó~~a ~lacio~ada con alguna propiedad indepe11;diente del obj:t~~~~:~~
con una postura sociobiológica que reconociera que ciertas reacciones mo- · La manera en que pensamos, razonamos, arguunos Y no~ cu s
rales tuvieron (y tienen) un evidente valor para la supervivencia y que, in- sobre la moral presupone que nuestras reacciones morale~ tienen estas ~?s
cluso, seria posible proponer sintonizar y alterar nuestras reacciones de tal condiciones· que no son sólo sentimientos «viscerales» smo que. tamb1en
manera que incrementasen dicho valor, de igual manera que antes imagi- implican el ~econocimiento de las pre~ensiones respect~ a sus objetos. Las
namos poder alterar lo que produce la náusea. Pero eso no tendría nada que diferentes argumentaGiones ontológicas procuran artJcllar e:~:~~~~e~~
ver con la opinión de que ciertas cosas, y no otras, son objetos dignos de siones. La tentación de negar este hech~, que emana. ó e : ep s d lo~e
respeto simplemente en virtud de su naturaleza.
Pero ese punto de vista sociobiológico o externo es totalmente diferente
moderna, se ve fortalecida por la generalizada a~eptac~ n ~ u:i
m,~. e ex-
razonamiento práctico profundamen.te e~óneo, basa o en a eg¡ 1ma
de la manera en que, de hecho, argumentamos, razonamos y deliberamos tra olación del razonamiento de la cwnc1a natural.. .
en nuestras vidas morales. Ahora todos somos universalistas en lo que con- PLas diferentes argumentaciones ontológicas atnbuyen predicad~stfuo~
1
cierne al respeto a la v:ida y la integridad. Pero eso no sólo quiere decir que seres humanos -bien sea como criaturas de Dw~, o _emanaci.ones ~ ,e
tengamos esas reacciones o que a la luz de la situación actual de la raza hu- go div:ino 0 agentes de elección racional- que mas b1en semJan an ogias
mana hayamos decidido que sería útil reaccionar de tal manera (aunque al- de Jos predicados teóricos de la ciencia natural e? ~uanto: a) su :..~~o'::l~
gunos lo argumenten así, alegando, por ejemplo, que en un mundo en el alejados de las descripciones que hac.emos co~ra.:;.~~=~~c~n referencia a
que cada día se ac?rtan las distancias, por nuestro propio interés debería- gente que nos rodea, o de nosotros mismos, y. PI D hecho si
mos tener en cuenta la pobreza del Tercer Mundo). Eso más bien significa nuestro concepto del universo y al lugar que en é ocupamos. e or eje;,.-
nos remontamos al período precedente al moderno y tomamos, p
23
MARCOS REFERENCIALES INELUDIBLES
22 LA IDENTIDAD Y EL BIEN

plo, el pensruniento de Platón, resulta claro que la argumentación ontológi- turaleza de esas respuestas y lo explic~r ~;'e~~~ :;~~~~e'rcf~~:·s~':t~c~~
ca subyacente en la moral de un trato justo era idéntica a su teoría «cientí- nosotros mismos como de nues~a Sltua~I~n :e recurri~os ante cualquier
fica» del universo. Eh ambas subyace la teoría de las Ideas. la aquí .~s lad imat~~tpea::::IJ.:O:u~l est~os obligados a explicar cuan-
Parece natural suponer que tendríamos que establecer dichos predica- pretenswn e rec ' mo correctas
dos ontológicos de maneras análogas a las que utilizrunos para sostener las do tenemos que de~~nder ~uestr""f¡'es~~~~~~~ y controvertida. y no digo
explicaciones físicas: comenzando por los hechos identificados indepen- Dicha artic~acwr: pue e resu n:estros coetáneos no estén siempre de
dientemente de nuestras reacciones, intentaríamos mostrar que una de las esto en el obviO senn~ de fue ntología moral. Eso ya lo sabemos: mu~ha
explicaciones subyacentes era mejor que las otras. Pero una vez hecho esto acuerdo en lo qu:a~fe~eel e~eo~iv~de sus reacciones de respeto a la vida, .cita-
perderírunos de vista lo que estábrunos argumentando. Las argumentaciones gente, al pregun . . 1 .d a teísta a la que ya me he refendo Y
ontológicas poseen el estatus de articulaciones de nuestros instintos mora- das anteriormente, rec~an am~ ~e criaturas de Dios; otros rechazarán
les. Articulan las pretensiones implícitas en nuestras reacciOnes y no podemos apelarán a nuestra con . Cl ?- co ente laica quizás apelarán a la dig-
seguir formulándolas una vez que hayamos asumido una postura neutral e eso en aras d~ una ~xplallca~IÓn PW:ru~llá de tod¿'esto, el simple intento de
intentemos descubrir los hechos independientemente de esas reacciones, nidad de la VIda rac10n · ero, mas ertido El agen-
como venimos haciendo con la ciencia natural desde el siglo XVII. Es cierto articular el trasfondo de una pers?na puete ser _Ya co~~;,d al :Uenos no
te no es, por sí mismo/a, necesanamente a meJOr au o '
que existe una cosa que se llama objetividad moral. Ahondar en la idea de
de PCt!d:; el caso, sobre todo P?rque la ontol?~a mo~~a;~:~~~~:as~:~
la moral suele requerir neutralizar algunas de nuestras reacciones. Pero eso
se hace para poder identificar a los demás, libres de las contaminaciones de
envidias mezquinas, egoísmo u otros sentimientos igualmente miserables. opinion~s de una perso~ ~a c:~~s~~~b~~~~~~~~i~~arse. ·Por ejemplo, la
Nunca se trata de prescindir por completo de nuestras reacciones. le ser asi, a n? ser que g~ r ar mucho sobre las bases del respeto
La argumentación y la exploración morales sólo se dan en un mundo
configurado por nuestras respuestas morales más profundas, como son es- ~:~~~:al~~::~~eq~~ e~ef:~~:u~~~~d casdi todtroasel :'::'~~~~~~: h~~~~
L des transgresores se es con en , fri *
::~t;:s ~:fegatos. Incluso los regíme~e~:~ist: ~~~~c:lh~~;~~: e:~n
tás de las que vengo hablando; de la misma manera que la ciencia natural
supone que nos centremos en un mundo en el que todas nuestras respues-
tas han quedado neutralizadas. Si se quiere discernir más sutilmente qué es presentan sus prjamas :~~~~f!~:a~:ando ;., encarcela a los disidentes
lo que tienen los seres humanos que los hace valedores de respeto, hay que desarrollo separa O, pero d' )"¡ Ose )OS hospitaliza como «enfer-
recordar lo que es sentir la llamada del sufrimiento humano, o lo que re- soviéticos, acusados de tremefd~~ci~~ ~~que las masas eligen al régimen.
~~ss~:~:~~~o~et:s:~ ~~~c~s raramente se manibfiestan, salvo en c1ertas
1
sulta repugnante acerca de la injusticia, o la reverencia que se siente ante la
vida humana. Ningún argumento puede mover a alguien desde una postu- . ·al como es el caso del a orto.
ra neutral hacia el mundo, se haya adoptado ésta por exigencias de la «cien- contr~verslaS:~~s~:~~ s~~le permanecer inexplorado en grandes áreas.
cia» o sea consecuencia de una patología, hasta la razón de la ontología mo-
ral. Pero de esto no se desprende que la ontología moral sea pura ficción,
Am:"~~u~~ede haber resistencias a dicha exploración. y eso ~e!debe a d\s~
' . . afirmar que frecuentemente exls e, una
como suponen los naturalistas. En vez de ello deberíamos tratar nuestros es posible qu; e~s~~! l~u~=~~e cree oficial y conscientemente, e incluso se
instintos morales más profundos y nuestro indeleble sentido de respeto por crepancm en re o 1d 1 e necesita entender sobre algunas
la vida humana como medida de acceso al mundo en el que las pretensio- enorgullece .de creer, p~r un a ~y ~i'¿~a discrepancia ya afloró en el plan-
nes ontológicas son discernibles y susceptibles de formularse y exruninarse de sus reacclOne~ mor , es, P?rao at~ferirme a ciertos naturalistas que pro-
meticulosamente. teamie~t::a:a~~:~~:-:~as morales como cuentos ir:elev~ntdes sin va-
ponen . . ue ellos mismos siguen dlscutlen o, como
lidez alguna, al mismo ~empo,( on los objetos dignos y cuáles las reac-
1.2 hacemos los .demás, so recua e~ s ente sucede en esos casos es que la pro-
ciones apropmdas. Lo que gener m . ex licación sociobioló-
Al principio me referí al «trasfondo» que respalda nuestras intuiciones pia explicación reduccio~:listti; frecuentcl~=~~ ':~me~! papel de ontología
morales y espirituales. Ahora podría parafrasear lo dicho afirmando que mi gica que supu~stame?te JUSt car:sa e~ base ~ara la discriminación sobre
objetivo es examinar la ontología moral que articula dichas intuiciones. moral. Es decir, comienza por o ~cer ~·das Lo que en el capítulo 1 co-
·¿Qué imagen de nuestra naturaleza y actitud espiritual da sentido a nues- las objetos idóneos o las respues as v 1 .
tras respuestas? «Dar sentido» significa aquí la articulación que hace que T ara esta traducción, data de
dichas respuestas sean apropiadas: identificar qué es lo que hace que un ob- * La primera edición de este libro, que es la que se utttza p
jeto sea digno de respeto; formular correlativa y más completamente la na- 1989. [N. de la t.]
MARCOS REFERENCIALES INELUDIBLES
25
24 LA IDENTIDAD y EL BIEN
entonces todo está permitido». Pero ese nivel de argumentación, respecto a
teoría moral del error en la eunonaln~osa teoría Científica que justifica la
mienza presentándose como . . ". lo que en realidad vienen a ser nuestros compromisos, es aún más difícil
"ti . • e USion se convierte en base d que el anterior, en el que se intenta demostrar, frente a la supresión natura-
e ca «Científica» 0 «evolutiva» s Ante 1 d e una nueva
cluir que en ello reina una ilusión . es ~ no.que a ~ás remedio que con- lista, lo que ya son. Probablemente más adelante no podré aventurar mu-
turaleza de la ontología moral d 1' mdu~Ida ¡deológ¡camente, sobre la na- cho en este terreno, razón por la que sería suficiente y muy importante for-
Aquí se presenta un trabajo de ~i:'J~ci¿"nden los aludid?s pensadores. mular algo sobre los compromisos provisionales, dudosos y borrosos de
¡mportante, y que se ha de realizar n muy controvertido, pero muy los que verdaderamente dependemos. El mapa de nuestro mundo moral,
el que se puede mostrar hasta q , aun¡uf lb pese a.quienes concierna, en aunque esté lleno de grietas, borrones y desperfectos es, no obstante, muy
pios j';licios m?rales diverge de l~eq~~eoa~m:e ~P_I~tual real de sus pro- interesante.
MI pretensión aquí será la de afinnar . o Cl mer;te.
tan tajantemente omitida entre nue t que SJ]a ontologra moral ha sido
al hecho de que la naturaleza plural·r~s ~oltemp?ráneos, se debe en parte 1.3
vivir de esa manera· pero or otra !S a e a ~oc¡edad moderna facilita el
temología moderna'(com~ ~ucede c~"'te, tambl~'!- se debe al peso de la epis- El mundo moral de los modernos es significativamente diferente del
tras ello, a la perspectiva es iritual n os natur .Jstas an.tes mencionados) y, existente en civilizaciones anteriores. Esto queda claro, entre otras cosas, al
Así, hasta cierto punto la tirea en que va aso~ada a d!cha epistemología. observar el sentido en el que los seres humanos resultan merecedores de
gran medida como un en d que m~ em arco se podría calificar en respeto. En alguna forma éste parece un sentimiento humano universal, es
habré de luchar por gana!.afe~e~ recupera.cJón de la ontología moral. Sé que decir, que en todas las sociedades parece estar presente ese sentimiento. Es
Pero además de nuestros o y que ciertamente no convenceré a todos. posible que en culturas precedentes a la nuestra fuera posible acotar, de un
esta articulación de la ontolo desacu~dos y de la tentación de suprimirla modo eXcesivamente estrecho, el cerco alrededor de los seres dignos de res-
tercera razón· la naturaleza pfoa.":'o al ~es~tará
muy difícil debido a un~ peto, pero esa clase existe siempre, y en las que consideramos civilizaciones
de nuestras c~eencias morales v~JO~ ' ~Cierta y de búsqueda de muchas más avanzadas abarca siempre al conjunto de la especie humana.
tiempo que no se sienten atraidosuc os ~ nuestros coetáneos, al mismo Lo que es peculiar en el Occidente moderno, al que podemos contar en-
completo la ontología y reconocen ~~; ~¡;~t':t~ naturalista de negar por tre las civilizaciones más avanzadas, es que su formulación privilegiada
para dicho principio de respeto se haya dado en forma de derechos. Esto es
rales evidencian su comprom· ' . n ano, que sus reacciones mo-
l . . ISO con c¡ertas bases adecu d central en nuestros sistemas legales, y de esa manera se ha extendido a tra-
perp eJOS e mciertos cuando llega el mom t d r a as, se muestran
bases. En nuestro ejemplo ant . °
en e exp Icar cuáles son esas vés del mundo entero. Pero, además de ésta, existe otra analogía que se ha
a!'rontar las dos, la ontología teí::;:or,¡.:J~i:as personas, cuando tienen que convertido en punto clave de nuestro pensamiento moral.
h ' como fund~entos de sus reac-
La noción de derecho, también denominado .derecho subjetivo», tal
clones de respeto no están dispue ;
ciden en que a t~vés de sus creen~i: a a~r una elección de~nitiva. Coin- como se ha desarrollado en la tradición legal de Occidente, es la noción de
to en la naturaleza humana o en la .t mo; es reconocen algun fundamen- un privilegio legal que se percibe como si fuera una cuasiposesión del agen-
humanos objetos dignos de respeto SI uación ~umana que hace de los seres te al que se le atribuye. En un principio esos derechos fueron poseídos
te convencidas como para aceptar ;J:ro:o~ ~s~. no esta: completamen-
ningrma de las que se les ofrece Al ~ a. e .melón particular, al menos
distintamente: algunas personas tenían el derecho a participar en ciertas
asambleas, o a dar consejo, o a cobrar peaje en un río particular, y así su-
ellos respecto a la cuestión de . , g~ Slmll~ se les plantea a muchos de cesivamente. La revolución que se llevó a cabo en el siglo xvn respecto a la
rezcaservivida o qué es lo que¿~~;:reos(u~fi acJ que la ~da hum.ana me-
teoría del derecho natural consistió en parte en la utilización del lenguaje
del derecho para expresar las normas morales universales. Entonces co-
La mayoría de nosotros aún estarna . gm ca o a sus vidas particulares.
nas respuestaS a] respecto. Ésta es S en e! rro~~SO de bu.scar a tientas algu-
menzamos a denominar derechos «naturales» a cosas como la vida y la li-
COIDO procuraré argumentar más adunla sti uaci n esencialmente moderna, bertad, que supuestamente todos disfrutamos.
N b 1 e an e. En cierta manera, hablar del derecho natural y universal a la vida no
o o stante, e asunto de la articulació d d parece una gran innovación. Parece que el cambio se da en lo que atañe
no se trata sólo de formular lo n pue e a optar otra forma. Aquí
problemáticamente; ni tampo¿~~[~~~~nt~ reconoce implíc,ita, aunque no a la forma. Lo que se dijo antes era que existía una ley natural contraria a
acabar con una vida inocente. Las dos formulaciones parecen prohibir las
negativas ideológicas de la gente L e emostrar de que dependen las
puede abordar mostrando que d. h o ~ue ¡me propongo hacer aquí sólo se mismas cosas, pero la diferencia radica no en lo que se prohíbe, sino en el
cuada para nuestras res ue ' e ec o,. a ontología es la única base acle- lugar en que se coloca al sujeto. La ley es eso que tengo que obedecer. Es
conozcamos o no. Ésta ~s J!t:~d~~r~les, md~pendientemente de que la re- posible que me confiera ciertos beneficios, puesto que también se ha de
que analiza Leszek Kolakowski e la ~esJs a la que apela Dostoievski y respetar la inmunidad de mi vida; pero, fundamentalmente, yo estoy bajo
en un reciente trabajo:6 «Si Dios no existe
'
27
MARCOS REFERENCIALES INELUDIBLES
26 LA IDENTIDAD Y EL BIEN
. . ~ conflicto entre sí. Una vez más un gene-
la ley. Por contraste, un derecho subjetivo es algo cuyo poseedor puede y esas diferentes oprmonales esttalnl enn controversia al llegar al nivel de la ex-
debe realizar para que tenga efecto. Concederte la inmunidad, que antes ralizado consenso mor es a a e
te daba la ley natural, en la forma de un derecho natural es darte un papel plicación filosófica. t sia pero tampoco creo que en la fase
para que lo desempeñes en el establecimiento y la certificación de esa in- Yo no soy neutral en esta con :o~f: a ;na con algo positivo. En este mo-
munidad. Ahora se hace necesario el consentimiento del sujeto y los nive- en que se encuentra p~e~atconttnbredondear la imagen que tenemos de la
.~
les de libertad son correspondientemente mayores. Llevado al extremo, el ment o me"'gustaría
d masd In1 en art trayendo a colaciOn otros dos rasgos re-
sujeto,podrfa incluso renunciar a ese derecho, anulando así la inmunidad. comprenswn m o ema e respe o,
Por esa razón Locke, para poder rematar el caso de los tres derechos fun- lacionados con ella. . d al hecho de evitar el sufri-
damentales, tuvo que introducir la noción de «inalienabilidad)), Nada de El primero es ~a i~péort;:~:e ~~~lus~oJe las civilizaciones más avan-
eso era necesario en la formulación previa del derecho natural, puesto miento. Este rasgo am 1 n .~ iertamente hoy somos mucho más
que aquel lenguaje excluía, dada su propia naturaleza, el poder del re- zadas. Con respecto a est~ puntuaciO~, chace apen~ unos siglos, como po-
nunciante. sensibles que nuestros "':'~epas~d~sb..:'baros castigos que en ellos se infli-
Hablar de derechos universales, naturales o humanos es vincular el res- demos constatar al consi erar o . as ro orcionan una venta-
peto hacia la vida y la integridad humanas con la noción de autonomía. Es gían. Una vez más ~1 códi1o le~~\r ~~s~~~~!~ent~s de la cultura. Sólo hay
1
considerar a las personas cooperantes activos en el establecimiento e im- na para observar mas amp Iam . . ó de la tortura y ejecución del hom-
plementación del respeto que les es debido. Y ello expresa un rasgo esencial que recordar la horroro~a descn;~~a~cia de mediados del siglo XVJII, con
de la perspectiva moral occidental moderna. Ese cambio de forma, natural- bre que intentó un r:;¡cidlO. en 1 Surveiller et punir-' Eso no quiere de-
mente, va paralelo a otro de contenido, el del concepto de lo que significa res- la que Michel Fouca t comi~nza su se den horrores comparables. Sin
petar a alguien. Ahora se hace crucial la autonomía y, por tanto, en la trini- cir que en el Occidente del SI~lo XX .n~es vergonzosas que hay que ocultar.
dad lockeana de los derechos naturales se incluye el derecho a la libertad. Y embargo, ahora se ven col?o a .erraclO all' d nde la pena de muerte
para nosotros el hecho de respetar la personalidad implica, esencialmente, Incluso las «a~épticas» e{fcuciOnes ~eg:~e;Übli~o osino en las profundida-
respetar la autonomía moral de la persona. Con el desarrollo de la noción pos- aún sigue en VIgor, no s~ evan a ~a naos estremec~ saber que los padres so-
romántica de la diferencia individual esto se ha extendido a la demanda de des amuralladas de las carce~es. H y . tales acontecimientos cuando
otorgar a las personas la libertad para desarrollar su personalidad a su gus- lían llevar a sus hijos peq;te~os a. l,Fsen~~~ somos mucho más sensibles
to, por muy repugnante que ese gusto pueda parecer a nuestro sentido mo- se ofrecían como espectacu o pu Ico. odríamos más bien interpretar
ral, tesis ésta que tan convincentemente desarrolla J. S. Mili. ante el sufrimiento, lo que des~e lueJ:r~lacionado con el sufrimiento, en
Desde luego que no todo el mundo está de acuerdo con el principio de Mili como el deseo den~ enteran:o~ . e na n el deseo de tomar alguna acción
y que la fuerza de su impacto en la legislación occidental es muy reciente. vez de relaci¡nar di~t s;:;'sib::t'!:~ecYa noción de que debemos reducir el
Pero todos en nuestra civilización sentimos la fuerza de ese llamamiento a con~re~ que o r~n;e e. o o inte ~al de lo que hoy significa para noso-
conceder a las personas la libertad para desarrollarse a su manera. El desa- sufrinuento al mimmo esdparte d b1e que ello resulte para una elocuente
cuerdo se centra en la relación que tienen ciertos asuntos como la por- tros el respeto, por más esagra a . h
nografía, o diferentes aspectos de una conducta sexual perinisiva o de re- minoría y muy IÍ.o~ablemente par; N~:~ces~~ cambio es negativa. Si esto lo
presentaciones de violencia, con el desarrollo legítimo. ¿Peligra el segundo Parte de la razon ~ara que se ec verdu os de Damiens* en el siglo XVJII,
ante la prohibición de los primeros? Nadie pone en duda que, si lo hiciera, comparáramo~, por eJe~plo, con. los un; intentar reparar ritualmente un
ello mismo constituiría un~ razón, aunque quizá no sea una razón final y no nos pare~ena que tuviera_ se~tld~~nte terrible. La noción de un orden
decisiva, para relajar los coiitroles sociales. crimen temble con un castigo 1 ~ 1 d e aración se ha difumi-
De modo que la autonomía se coloca en un lugar central en nuestra moral cósmico que otorgab~ ~entld';,l' e: ~1:~fri~i!to ha crecido a la par
comprensión del respeto. Hasta llegar a este punto generalmente hay acuer- nado para nosotros. La pres~on sor ~~ d le Lo que tiene importancia mo-
do. Al traspasarlo, hallamos imágenes más ricas tanto de la naturaleza hu- que la decadencia de creencmd e¡s.a m : d~ percibir a ios seres hUmanos
mana como de nuestra situación que 'aportan las razones para dicha ral es lo que permanece cuan o eJ:t~ orden cósmico o en la historia di-
demanda. Entre ellas está, por ejemplo, la noción que tenemos de nosotros desempeñando un papel den,¡ro del v f del utilitarismo de la ilustración,
mismos como seres desvinculados, emancipados de la cómoda, pero iluso- vina. Esto era parte del ~mpfriso. ne~a ~:.ecesario y carente de sentido que
ria, sensación de estar inmersos en la naturaleza y capaces de objetivar el que protestaba contra e su mie~ o d esos inmensos órdenes o dramas.
mundo que nos rodea; o la imagen kantiana que tenemos de nosotros mis- se infligía a los humanos en no m re e
*Nombre del rebelde francés (1715-1757) que asestó u~a xuñalada a Luis XV
mos como puros agentes racionales; o la imagen romántica de la que ha-
blaba antes, por la que nos entendemos en forma de metáforas orgánicas y
de Francia, hiriéndole levemente. Fue ejecutado y descuartiza o.
del concepto de expresión propia. Como es bien sabido, los partidarios de
MARCOS REFERENCIALES INELUDIBLES
29
28 LA IDENTIDAD Y EL BIEN
morales es sólo paralelo a uno de los ejes de nuestra vida moral. Sin em-
~~ro, naturalmente, ese énfasis en el bienestar humano más inmediato bargo, existen otros para los que también son relevantes las nociones mo-
tam 1én procede de fuentes religiosas. Emana del Nuevo Testamento y es rales que he estado planteando.
uno de los temas centrales. de la espiritualidad cristiana. El utilitarismo La {<moral», naturalmente, puede definirse, y suele definirse, puramen-
moderno es una de sus vanant:s.secularizadasy, como ~al, conecta direc- te en forma de respeto hacia los demás. Se piensa que la categoría de lomo-
~am:nte con u~ rasgo de la espintualidad cristiana que empieza a recibir ral sólo abarca ]as obligaciones que tenemos para con los demás. Pero si
na 1mportanc¡a nueva Y sin precedentes en los albores de la Edad Moder- adoptamos esa definición también tendremos que admitir la existencia de
~a Y te tamb1én se ha convertido en clave de la cultura moderna. Yo lo otras cuestiones que sobrepasan lo moral y que, no obstante, ·son suma-
escn ~é como la a?rmac1ón de la vida corriente. Este último es un térmi- mente importantes para nosotros y que ponen en juego una fuerte valora-
~of~lla.que se designa de un modo aproximativo la vida de producción y ción. Existen cuestiones acerca de cómo voy a vivir mi vida que rozan el pro-
blema de qué clase de vida merece ser vivida, o qué clase de vida satisfará
Según la ética aristotélica tradicional esto tiene una importan · mejor la promesa implícita en mis particulares talentos, o las demandas que
mente infraestrue.t ural · La "d ' cia mera-
«Vl a» era importante como necesario trasfondo alguien pudiera hacer con respecto a mis cualidades, o qué es lo que cons-
Ysoporte de «la v1da .buena» de la contemplación y de la acción como ciu- tituye una vida rica y significativa a diferencia de una vida dedicada a cues-
d~dano. La _Reforma mtroduce un sentido moderno, inspirado en el cristia- tiones secundarias o a trivialidades. Todas ellas constituyen problemas de
nismo, s~gun el cual .. por el contrario, la vida corriente se convierte en el fuerte valoración, porque la gente que plantea esas formulaciones no duda
~entro mismo de la VIda buena. La cuestión clave era cómo vivirla, si pia- de la posibilidad de que, por satisfacer los deseos y anhelos más inmediatos,
. os~mente Y co~ tem~r de Dios, o no. Pero la vida del temeroso de Dios se pueda tomarse un camino equivocado que conduzca al fracaso del intento
hm~taba ~matnm?~·uo Y a la vocación; las anteriores formas de vida «SU- de vivir una vida plena. Para comprender nuestro mundo moral no hemos de
penares» eron, dinamos, destronadas, y esto, con frecuencia, sirvió ara- observar solamente cuáles son las ideas e imágenes que subyacen en nues-
lehlamdente para atacar, o~ulta o manifiestamente, a las élites que habí,! he- tro sentido del respeto hacia los demás, sino también esas otras que apun-
e o .e esas formas de V1da su ámbito exclusivo. . talan la noción que tenemos de lo que es una vida plena. Y como veremos,
. P1enso que la afirmación de la vida comente, aunque puesta en entre- éstas no configuran dos órdenes separados de ideas. De hecho, existe entre
diCho Y frecue?-tement_e presentada en forma secularizada, se ha convertido ellas un sustancial solapamiento o, mejor dicho, una relación compleja, en la
en una de las 1deas ~as potentes de la civilización moderna. Esa idea sub- que algunas de las nociones básicas reaparecen· de una manera diferente.
yace ~n nuestra pohtica «burguesa» contemporánea tan preocu ada Esto sucede particularmente en lo que antes he denominado la afirmación
cuest~ones relativ~s al bienestar y, al mismo tiempo, i~pulsa la ide~logf¡'r~~ de la vida comente.
voluc10nana más Influyente de ~uestro siglo, el marxismo, con su apoteosis En términos generales se podria intentar la elección de tres ejes de lo
d~~ ':;':rbre c;omo productor. DICho sentido de importancia de la cotidia- que podríamos llamar, en un amplio sentido, el pensamiento moral. Ade-
m ~ . e la v1da humana, a la par que su corolario sobre la importancia del más de los dos ya mencionados: nuestro sentido de respeto y obligación ha-
sufrimiento: colo~ea nuestra comprensión de lo que en verdad significa el cia los demás, y lo que entendemos que hace que una vida sea plena, exis-
redet~ hacJa la Vl~a Y la integridad humanas. Junto al lugar central otor- te también un abanico de nociones pertinentes a la dignidad. Con esto
ga o. a a autonomta, esa noción define una versión de esta demanda ue es último me refiero a las características por las que nos pensamos a nosotros
prop1a de nuestra civilización, el Occidente moderno. q mismos como seres merecedores (o no merecedores) del respeto de quienes
nos rodean. El término «respeto>> conlleva aquí un significado un tanto di-
ferente del que le he dado antes. Aquí no hablo del respeto a los derechos,
1.4 en el sentido de la no infracción, que podríamos denominar respeto «acti-
VO», sino más bien delpensar bien de alguien, incluso admirar a alguien,
H.a~:a ahora. he explorado sólo una veta de nuestras intuiciones mora- que es lo que implicamos cuando en el lenguaje comente decimos que ese
1es, SI Ien es cterto que es una veta extremadamente importante puesto alguien tiene nuestro respeto. (Vamos a llamar respeto «actitudinal» a esta.
que ~n ella se agrupan las creencias morales alrededor del sentido de que es clase de respeto.)
precclio resp~tar la vida humana y de que las prohibiciones y obligaciones Nuestra «dignidad», en el sentido particular con que utilizo aquí el tér-
:_e . ~nos Impone ~e cuentan entre las más serias y de más peso en nues- mino, se refiere al sentido que de nosotros mismos tenemos como personas
lo 8 VI .as.J:Ie sostemdo que existe un peculiar sentido moderno acerca de merecedoras de respeto (actitudinal). El problema de en qué consiste la
y ;¡ue lmphca el respeto, que coloca en un lugar preeminente a la libertad dignidad propia no es más eludible que los problemas de por qué hemos de
to autocontrol.. ~torga u!la alta prioridad al hecho de evitar el sufrimien- respetar los derechos ajenos o qué es lo que hace que una vida sea plena.
d Y toma la act!Vldad productiva y la vida familiar como hechos centrales Sin embargo, buena parte de la filosofia naturalista podría engañosamente
e nuestro bienestar. No obstante, dicho agrupamiento de las intuiciones
31
MARCOS REFERENCIALES INELUDIBLES
30 LA IDENTIDAD y EL BIEN
de principios generales, y mucho menos como una ética basada en la razón,
rece a U~ amblto d¡ferente de
n_evamos a pensar que esta cuestión perte ' . . frente a una ética fundada en prohibiciones religiosas que no tolera ningu-
Slmp]es reacciones «visceraleS» simila
cuando intentan establece .' res a as reaccwnes de los mandriles na posible
Una de discusión.
hería ser más obvia, pues{os~J=~~u~. ~n es~e ;¡aso, su inevitabilidad de-
las más importantes maneras en que nuestra era se diferencia de
]as que la preceden atañe al segundo eje. Un haz de cuestiones le han dado la
entretejida con nuestro comportami: t a Ngni a está muy estrechamente
nos, gesticular y hablar está confi U:,:J~ d u~tra ma':era de andar, mover-
vuelta al significado de la vida y han adquirido un sentido para nosotros
conciencia que tenemos de ue g es e un pnmer momento por la que habría sido imposible entender en épocas anteriores. Puede que los mo-
contramos en el espado pú6Ii oap~ecemos ante los. demás, de que nos en- dernos pongan en duda ansiosamente si ]a vida tiene sentido y que se pre-
espacio del respeto o del desp~eclo, ~du:r~~s~':;'lO es potencialmente el gunten cuál es ese sentido. Y pese a que los filósofos tiendan a atacar esas
e 1~ v~rguenza. Nuestra
formulaciones como vagas y confusas, no obstante, el hecho es que todos
manera de movernos expresa cómo no . .
cernas del respeto, si hacemos méritos ~!e~b:os, ~ disfrutamos o care-
poseemos un sentido inmediato de cuál es la preocupación que se articula
e! intento.- Algunos cruzan velozment el a Is. t~ . e él o fracasamos en en esas palabras.
Quizá podríamos abordar estas cuestiones de la siguiente manera: las
evitarlo; otros lo atraviesan confiand e espa_cw pubhco como si quisieran
recen en él transitándolo con o .en esqm~~ el problema de cómo apa- cuestiones agrupadas en tomo al segundo eje se pueden plantear para la gen-
vés de él con gran seguridad m':[ senoJ proposll?s; otros deambulan a tra- te de cualquier cultura. Alguien en una sociedad guerrera podría preguntar-
existen otros que se pavone~~amorean ~cada mmuto de la travesía; y aún se si su lista de acciones valientes satisface la promesa de su linaje o las exi-
sólo hay que recordar por un mo uy ~o~ ados en el éxito de su presencia: gencias de su puesto. La gente de una cultura religiosa frecuentemente se
su coche después de habemos p:~n o a manera en que un policía baja de pregunta si es suficiente lo que requiere la piedad convencional o si, por el
na hacia nosotros, acercándose lent~or exceso de velocidad y cómo cami- contrario, no estarán llamados a una vocación más pura, más dedicada. Fi-
mente nos aborda exigiendo q 1 ente, pavoneándose, hasta que final- guras de esta indo!e, por ejemplo,- han fundado la mayoria de las grandes
G n que creemos que consiste n~estra di ? cam~ eco~ ~cn:s
·E ~ ue e mostremos nuestro td d · órdenes religiosas que existen en la cristiandad. Pero en cada uno de esos
.
nuestro poder o en nuestro sentido del d . . J~Idad. Po~n~ consist¡r en casos permanece algún marco referencial no cuestionado que les ayuda a
tra invulnerabilidad ante el d . omnuo e espaciO publico; o en nues- definir los requisitos por los que juzgan sus vidas y miden, por así decirlo,
nuestra vida tenga su propiopc~n~~~ en nu~tra autosuficiencia, o en que su plenitud o vacuidad: el espacio de la fama en la memoria y en los cantos
o que ellos nos admiran o que som~soei~:a er que gus~~os a los demás, '
de la tribu, o la llamada de Dios, iluminada por la revelación, o, por poner
cuentemente, el sentido de la d' 'd d &::;o de atencwn. Pero, muy fre- otro ejemplo, el orden jerárquico del ser en el universo.
opiniones morales que he menci~: da se da e? algunas de las mismas Se ha convertido ya en tópico del mundo moderno que éste ha hecho
p~e.da tener de mí mismo como p:'o oi ~t~s. ~or eJeml'l?, el sentido que yo que dichos marcos referenciales sean problemáticos. En el plano de las doc-
trinas filosóficas o teológicas explícitas eso resulta espectacularmente evi-
milm, poseedor de un em leo s , p e ano e una vmenda, padre de fa-
puede ~er la base de mi ~enti~i~~~~nd~e Jlu~~~dd~m~ dependen, todo ello
dente. Algunos marcos de referencia tradicionales han sido desacreditados
ausencia podría ser catastrófica hacerl g -. ' e I~al manera que su
o degradados al estatus de simple predilección personal, como el espacio de
que tengo de mi propio valor. AqJ; el ~;n~o; al.mi~ar el sentimiento la fama. Otros han dejado de ser verosímiles en su forma original, como es la
con la noción moderna de la importanS~~ d ~ e. a dign~dad va entretejido noción platónica del orden del ser. Las formas de religión revelada conti-
ce otra vez en su eJe. e e a VIda comente, que reapare- núan muy vivas, pero al mismo tiempo muy puestas en tela de juicio. Nin-
guna de ellas configura el horizonte de ]a sociedad en su conjunto en el
Probablemente en todas las cultu .
ejes. Pero también existen grande di~ ras ~xista tlgo análogo a estos tres Occidente moderno.
ciben, se relacionan entre sí y en l~ tr:rc~as en o re~erente a cómo se con- Es este término, <<horizonte», el que se suele utilizar para destacar este
la ética del guerrero y el honor re a va Importancia que conllevan. Para punto. Lo que Weber denominó «desencanto», la disipación del sentido del
ses dominantes de la antigua qu~ parece haber prevalecido entre las da-
G cosmos como orden significativo, supuestamente ha destruido los horizon-
tercer eje, al parecer, fue prodo~~~~tcuy~s acciones celebra Homero, este tes en los que antes la gente vivía sus vidas espirituales. Nietzsche utilizó el
por completo el segundo eje El a th e e m~~so parece haber incorporado término en su célebre paSaje ((Dios ha muerto»: <<¿Cómo bebemos 10 el mar?
y mucho de esto pervive en ~! eJ~doos ~s. e ombre de dignidad y poder.' ¿Quién nos dará la esponja con la cual borrar el horizonte?». Quizás esta
ética del poder y la vanaglori~ e ~~':~· para el cual Platón trazó una manera de decirlo ·resulte atractiva para los intelectuales, que dan tanta im-
como Calicles y Trasímaco p amo n I ades pnmordiales en figuras portancia a las doctrinas explícitas que suscribe la gente y quienes, en cual-
obvio que el primer eje se~ et:án~sotros eso es casi inconcebible. Parece quier caso, suelen serágnósticos. Pero la pérdida de horizonte que describe
segu~do por el segundo. Probable~~;ortantel en el r~go de supremacía, la necedad de Nietzsche, indudablemente, corresponde a algo ampliamen-
Grecia hubiera sido incomprensible caneen e p~~a los habitantes de la antigua
rr e pnmer eJe como una ética
te sentido en nuestra cultura.
32 LA IDENTIDAD Y EL BIEN
MARCOS REFERENCIALES INELUDIBLES 33
Esto es lo que antes he intentado describir con la frase de que los mar-
cos referen.ciales actualmente son problemáticos. Ese término vago apunta otras formas de expresión. Cada vez más, los modernos alc~zamos el sig-
a una relativamente abierta disyuntiva de actitudes. Lo que éstas tienen en nificado en el primer sentido, cuando lo alcanzamos, a traves de crearlo en
común es que ningún '."arco referencial les es afín a todas, que no se puede el segundo. bl d 1
dar por supuesto que mnguno sea el marco referencial a secas ni se puede di- Por consiguiente, en nuestro orden del día se incluye el pro e_ma e.
· nificado de la vida, por mucho que concordemos con esta locución, as1
!~~en signific~o,
solver en el estatus fenomenológico de un hecho no cuestionado. Este en-
tendimiento básico refracta diferentemente en las actitudes que adopta la la forma de una amenaza de pérdida de o porque el.ob-
gente .. Para algunos ~s~o significaría asumir un punto de vista definitivo y jeto de nuestra búsqueda sea el intento de enc~nu;ar sen!ido a nuestra v1da.
tradicwnalmente defimdo, con la incómoda sensación de situarse en contra y aquellos cuya agenda espiritual se define prmc1palmente de esa manera,
d~ la mayoría de sus .conciudadanos. Otros podrian asumir ese punto de se hallan en una actitud existencial fundamentalmente difen;nte de la c¡ue
VIsta, pero con el sentido pluralista de que dicho punto de vista es uno en- dominó la mayor parte de las culturas preceden~es y .que aun hoy define
tre muchos, suficiente para nosotros, pero no vinculante para nadie más. Y 1 vidas de otras gentes. Esa alternativa es una SituaCIÓn exJstenc~al en la
"!gunos otros se identificarían con el punto de vista, pero en la manera con- :~e un marco referencial incontrovertible hace imperiosas deill:andas que
dicional y semiprovisional que ya describí en la sección 1.2. Es el que les pa- tememos no ser capaces de satisfacer. Afrontamos la persp7ct1va de una
rece más acertado para formular aquello que creen, o para describir lo que condena o un exilio irremisibles, de quedar marcados para Siempre por el
para ellos puede ser la fuente espiritual a la que vincular sus vidas; no obs- oprobio, de ser lanzados a la condenaci~n irrevocable o releg~dos a un or-
tante, son conscientes de sus Propias incertidumbres, de cuán lejos están de den inferior a través de innumerables v1das futuras. La pres1ón es pote':'--
ser capaces de reconocer una formulación definitiva con auténtica confian- cialmente inmensa e ineludible y es posible que nos desmoronemos bajo
za. Siempre hay algo provisional en su adhesión y pueden verse como si en su peso. La modalidad del peligro que aquí se presenta es totahne!'te .dife-
un cierto sentido estuvieran buscando algo. Están en <{búsqueda», como rente de la que amenaza al buscador moderno, que se asemeJa mas. ~Ien a
acertadamente ha dicho Alasdair Maclntyre. 11 su polo opuesto: el mundo pierde por completo su contorn? espmtual,
Esos buscadores, naturalmente, nos llevan más allá de la gama de los nada merece ser hecho, se produce el miedo a un terrible vac10, a una es-
marcos referenciales que tradicionalmente hemos tenido a nuestra disposi- pecie de vértigo o, incluso, a la fractura de nuestro mundo Y nuestro espa-
ción. No sólo porque abrazan esas tradiciones de un modo provisional, sino cio corporal. .
tamb1én porque suelen desarrollar sus propias versiones o combinaciones Para observar este contraste pensemos en Lutero, en su ~te~.a angus-
idiosinc7ásicas o préstamos de las semiinvenciones que c~bijan. Y todo esto tia y zozobra antes de alcanzar el m~mento.libe_rador de la mtu_JClÓn de l.a
proporciOna el contexto en el que ocupa un lugar importante la cuestión del salvación a través de la fe; su percepción de meVItable ~ondenac1ón, maldi-
significado. ciéndose irremediablemente a sí mismo mediante los mstrum.en~os de sal-
En la medida en que uno Pt;rciba como objeto de la búsqueda el hallaz- vación, los sacramentos. Como quiera que se intente ~escn?Ir, ;sano ~e
go de un marco referencia] creíble, en esa medida se hace inteligible que una crisis de significado. Este término no habría te.mdo mngu':'- sentido
puecla fracasar dicha investigación. El fracaso se podria deber a la ineptitud para Lutero, en la acepción moderna que estoy des.cnbJendo aqm. !'-1 «Sig-
personal, pero también al hecho de que, en última instancia, no exista un nificado>> de la vida era tan ab~olutar¡¡ente mdiscut¡ble para el monJe agus-
marco ~~ferencial creíble. ¿Por qué hablar de esto en términos de pérdida tino como lo era para toda su epoca. . .
de s¡gmficado? En parte porque un marco referencial es aquello en virtud de La situación existencial en la que uno puede tet:?er la condenac~ón es
lo cual encontramos el sentido espiritual de nuestras vidas. Carecer de un muy diferente de aquella en la que uno teme, por enc1ma de todo, el smse~;
marco referencial es sumirse en una vida sin sentido espiritual. Por eso la tido. La preeminencia de esta última es quizá lo que define nuestra era.
búsqueda es siempre una búsqueda de sentido. Pero incluso así, la primera sigue vigente para muchos y el contraste podría
Pero la invocación de significado también viene dada por la conciencia ayudar a comprender las diferentes posturas morales que se encu~~tran en
de lo mucho que supone dicha articulación. Encontramos el sentido de la nuestra sociedad: el contraste entre la mayoría moral de los evangehcos na-
vida al articularia. Y los modernos son plenamente conscientes de que mu- cidos de nuevo en las sociedades de los actuales Estados del qeste Ydel sur
cho del sentido que está ahí para nosotros depende de nuestro poder de ex- de los Estados Unidos, por un lado, y sus compatriotas urbanos de clase
presión. Descubrir, aquí, depende de la invención y está entretejido con ella. media en la costa este, por otro. .
Encontrar tin sentido para la vida depende del enmarque que demos a las En una manera en que aún no llegamos a ~omp~enderl~ debi~amente,
expresiones significativas adecuadas. Ésa es la razón por la que se da algo se podria comparar el cambio entre esas dos s1tuac¡~nes eXIstenciales co~
part¡c~lar~ente apropi.ado a nuestra condición en la polisemia de la pala- un reciente giro en los patrones dominantes de la ps!Copatología. Los psi-
bra ~sigmficado»: las vidas tienen o carecen de significado cuando tienen coanalistas han comentado frecuentemente que la época e.n que la ~an
o dejan de tener sentido; pero significado también se aplica al lenguaje o a masa de su clientela se componía de pacientes afectados de h1stenas, fobias
y fijaciones -época que comenzó ya en el período clásiCo de Freud-, re-
34 LA IDENTIDAD Y EL BIEN MARCOS REFERENCIALES INELUDIBLES 35
cientemente ha dado paso a un movimiento en el que las dolencias princi- la misma escala utilizada para los desiderata de bienes y fines corrientes.
pales se centran alrededor de la «pérdida del ego» o en un sentimiento de No es sólo que sean más deseables, en igual sentido aunque en mayor gra-
vaciedad, insulsez
14
y futilidad, de falta de propósito en la vida y de pérdida do que los bienes corrientes. Es que, debido a su estatus especial, merecen
de autoestima. No está nada claro cuál es la relación entre esos dos esti- nuestra. reverencia, respeto y admiración. .
los de patología Ylas situaciones no patológicas paralelas a ellas. Para com- y aquí es donde la incomparabilidad conecta_con lo_ que ve".'go deno"::I-
prender esto, si nos limitamos a un inténto serio, tendríamos que ahondar nando una «fuerte valoración»: el hecho de que dichos fines y bienes son m-
en 1~ compre~sión de las estructuras del yo, algo que procuraré hacer en las dependientes de nuestros deseos, inclinaciones y opci~nes, y co~stituyen
páginas q':'e siguen. No obstante, a priori parece abrumadoramente plausi- los criterios por los que se juzgan dichos deseos y opc10nes. ObVIamente,
ble_ que eXJsta alguna relación y que el comparativamente reciente giro en el éstas son dos facetas vinculadas del mismo sentido de valor supenor. Los
estilo de las patologías refleje la generalización y popularización en nuestra bienes que merecen nuestra reverencia también funcionan en algún senti-
cul~u_ra de la <(pérdid~ de horizonte)), que algunos espíritus aventajados ya do como parámetros. . .
vatlcmaron hace ahora un siglo o más.
Observar algunos ejemplos comunes de dichos marcos referenciales
nos ayudará a centrar el análisis. Uno de los primeros en nu.estra civi!i~a­
ción, que aún sigue vigente para algunas personas, es ~l asocmdo a la etica
1.5 del honor. La vida del ciudadano, del guerrero o del cmdadano-soldado se
tiene en más alta estima que la existencia simplemente privada, dedicada al
De he_cho, el mismo talante naturalista que he mencionado antes, al que arte de la paz y al bienestar económico. La vida mejor va marcada por una
le gustana, d~sprendersepor completo de toda pretensión ontológica para aureola de fama y gloria que presta, o al menos señala, a quienes triunfan
centrarse umca Y exclusivamente en las reacciones morales desconfía de en ella con brillantez. Estar en la vida pública o ser un guerrero es ser, por
~sta. argumentac~ón s?,bre significado y marcos referenciale~. A quienes se lo menos, candidato a la fama. Estar dispuesto a poner en peligro la tranqui-
mclman en esa drrecc10n les gustaría afirmar que el problema del significa- lidad, la riqueza, incluso la propia vida, en aras de la gloria es la marca de
do es w:; pseudoproblema y califican los distintos marcos referenciales en un verdadero hombre; y a quienes no se atreven a ello se les juzga despec-
los q:Ue este se encuentra co~o resp~esta a invenciones gratuitas. Algunos tivamente como «afeminados>> (este punto de vista parece inherentemente
consideran tentadora la cuestión debido a razones epistemológicas: les pa- sexista).
ree~ que el desmontar la ontología que excluye esos marcos referenciales Contra esto tenemos la célebre e influyente contraposición que formu-
esta más de acuerdo con un punto de vista científico. No obstante, también lara Platón. Aquí la virtud ya no ha de encontrarse en la vida pública o en
~ay razones arrru?adas en una cierta perspectiva moral común de nuestro sobresalir en el agon guerrero. La vida mejor es la que está regida por la ra-
tie,mpo que empuja~ la ~ente en esa dirección. Confío en explicar esto con zón y la razón se define en términos de una visión del orden, en el cosmos
mas claridad en las siguientes páginas.
y en el alma. La vida mejor es aquella en que la razón -la pureza, el orden,
. Pero al igual que sucede con las ya mencionadas pretensiones ontoló- el límite y lo constante- gobierna los deseos y su tendencia al exceso, a la
gicas subyacento;s en ~uestro respeto a la vida, tampoco aquí se puede ha- insaciabilidad, la veleidad y el conflicto.
cer una reducc10n radical. Ver el porqué de esto es entender algo muy im- En esta inversión de valores ya se altera algo más que el contenido de la
p.ortante sobre el lugar que esos marcos referenciales ocupan en nuestras vida buena, aun cuando ya éste sea un cambio de gran alcance. La é~ca de
vidas. ~·
Platón precisa de lo que hoy llamaríamos una teoría, una formulación ra-
Lo qu.e he veni~o .lla~ando m~rcos referenciales incorpora un impor- zonada sobre lo que es la vida humana y por qué un orden es superio~ a
t~nte conJunto de disti?ciOnes cualitativas. Pensar, sentir y juzgar dentro de otros. Eso emana ineludiblemente del nuevo estatus moral de la razon.
dic~os·marcos es func.IOna: con la sensación de que alguna acción o modo Pero no es preciso articular teóricamente el marco referencial en que ac-
de VIda o modo~~ sentir e:> mcomparablemente mejor que otros que tenemos tuamos y juzgamos. Ello no suele ser necesario para quienes viven sus vi-
más a mano. Utihzo «meJor» en un sentido genérico. El sentido que se da a das guiados por la ética guerrera. Éstos comparten ciertas discriminaciones:
aqu~llo en lo que consiste la diferencia adopta formas variadas. Una forma lo que es honorable o deshonroso, lo que es admirable, lo que se hace y lo
de VIda ~e puede percibir como más plena, otra manera de sentir y actuar que no se hace. Se suele decir que un caballero sabe cómo comportarse
c_omo m.as pura, un ~odo ~e sentir y vivir como más profundo, un cierto es- aunque nunca le hayan enseñado las reglas. (Y el «caballero» aquí es el
tilo ~e vida como mas admirable, una determinada demanda como una exi- heredero de la nobleza del antiguo guerrero.)
gencia absolut~ frente a otras, solamente relativas, y así sucesivamente. Ésta es la razón que me ha llevado antes a hablar de un marco referen-
¿: ~ J?- el tén;uno «incomparable» he procurado expresar lo que todas esas
0
cial dentro del que actuamos como si funcionásemos con un <<Sentido)) de
:~tmc10nes ti~nen en común. En cada uno de los casos se tiene la sensa- una distinción cualitativa. Puede ser sólo eso o podria explicarse de una ma-
CIOn de que existen fines Y bienes valiosos y deseables, no mensurables con nera muy explícita en una ontología o una antropología formuladas filosó-
36 LA IDENTIDAD Y EL BIEN
MARCOS REFERENCIALES INELUDIBLES 37
ficamente. En el caso de algunos marcos referenciales la formulación 0 _
dría ser opcwnal; pero en otros casos lo exige la propia naturaleza del m.fco pieza a destacar la formulación de la distinción clave que existe entre lo
coll';o ~ndel caso de Platón; o parece impedirlo, como en la ética del guerre~ mejor y lo peor, en forma de altruismo y egoísmo. Y ahora ocupa un lugar
~o:c~u aQ~o que él atacaba y que parece ser refractaria a la formulación predominante en el pensamiento y en la sensibilidad modernos en cuanto
e?nca. we~es conceden gran importancia a esta última tienden a mini- a la distinción de lo que es incomparablemente mejor en la vida. La autén-
rruzar o ~ demgrar el papel y la potencia de la teoría en la vida humana tica dedicación a los demás o al bien universal merece nuestra admiración
No o stante, quiero menci?nar aquí esta distinción, en parte para evÍtar e incluso, en casos señalados, nuestra reverencia. La cualidad crucial que
~ error en el que es muy fácil caer. Del hecho de que alguna gente opere reclama aquí nuestro respeto es una cierta dirección de la voluntad. Esto
sm un marco referencial definido filosóficamente podría ded · difiere considerablemente del espíritu del autodominio platónico en el que
gente ope · f uc1rse que esa
(d h h ra sm ~m m';"co re erencial y eso podr1a ser absolutamente falso de lo que se trata es de la hegemonía de la razón, por mucho que en la prác-
e ec o, yo .~ana que siempre es falso). Porque, al igual que sucede tica dicho espíritu coincidiera con el del altruísmo (y la coincidencia esta-
con nuestros marticulados guerreros, es posible que sus vidas estén total- ba lejos de ser completa). Y, a pesar de sus obvias raíces en la espiritualidad
dmente estructurad
d as por di st'Inciones
· cual'Itativas sumamente importantes cristiana y de la perfecta compatibilidad con ella, la ética laica del altruis-
.e acuer o co~ las c~ales literalmente viven y mueren. y esto queda sufi: mo renuncia a algo esencial para la perspectiva cristiana, una vez que en
c~entem~nte eVIdenciado en las llamadas a juicio que hacen sobre sus ro- ella ha dejado de representar un papel el amor de Dios.
pms acciOnes Ylas de los demás. Pero también podría quedar enteram~nte Paralela a la ética de la fama, del dominio y el control racionales, y de
fn manos de los observadores, los historiadores, los filósofos y los antropó- la transformación de la voluntad, en los últimos siglos ha venido tomando
;gos tratar de f~I'Ifo'ular expllcitamente cuáles son los bienes, cualidades y cuerpo una distinción basada en la visión y el poder expresivo. Existe un
nes que se discn~an aquí. Este nivel de inarticulación en el cual solemos conjunto de ideas e intuiciones, aún no comprendidas del todo, que nos lle-
fun~wnar, es el ~ue mtento describir cuando hablo del «s~ntido» de una di8 _ va a admirar al artista y al creador más que ninguna otra civilización; que
tmc1ón cualitativa. nos convence de que una vida dedicada a la expresión o a la representación
La distinción de Platón encabeza tma gran familia de puntos de vist artísticas es eminentemente valiosa. ·Este complejo de ideas tiene raíces
t~de l?s .que se percibe la vida buena como el control del yo, que consiste e~ platónicas. Estamos recuperando una faceta semirreprimida del pensa-
e omm10 de 1~ razón sobre el deseo. Una de sus variantes más célebres miento de Platón, que aflora, por ejemplo, en el Fedro, en donde, al parecer,
e:' el 'flundo antiguo fue el estoicismo. Y con la evolución de la cosmovisión el filósofo piensa que el poeta, inspirado por la mania, es capaz de percibir
c~enb e~ moderna se desarrolló una variante específicamente moderna ue lo que una persona sobria no podr1a percibir. La generalizada creencia que
es la del ideal del ~o desvinculado, capaz de objetivar no sólo el mundo ~~ ¡0 se tiene hoy de que el artista percibe más allá que el resto de la gente, ates-
r?dea, Sino también sus emociones e inclinaciones, sus miedos y su¿ ul- tiguada por nuestra disposición a tomar en serio las opiniones políticas ex-
swne~, logrando as.í una especie de distanciamiento y autocontrol q! le presadas por pintores o cantantes -incluso aunque carezcan de experien-
P_erm1te actua: ·«r:a~lonalmente». Entrecomillo este término, puesto que ob- cia en la cosa pública tanto como cualquier otro-, parece brotar de las
Viamente su Sigm?cado se ha alterado en relación al sentido platónico La mismas raíces. No obstante, hay algo quintaesencialmente moderno en este
ra~ón ya no se d~fine en términos de una visión del orden en el cosmos ~ino punto de vista. Depende de la percepción moderna a la que me refería en la
¡nas bi~n pro~edimentalmente, en ténninos de la eficacia instrumental' 0 de sección anterior: el significado para nosotros depende en buena parte de
a max¡m¡zac¡ón del v~or buscado o de la coherencia con uno mismo: nuestro poder de expresión; el descubrimiento de un marco referencial está
El _marco ~eferencial del autodominio mediante la razón ha dado Jugar entretejido con la invención.
tambien a vanantes teístas en el pensamiento judío y en el cristiano De he- Sin embargo, este rápido esbozo de algunas de las distinciones más im-
cho, una de ~llas ~e la primera en engendrar el ideal del yo desvin~ulado. portantes que actualmente estructuran las vidas de las personas, quedaría
~ero su matrimo'!w ~n el platonismo, o con la filosofía griega en general, aún más radicalmente incompleto si no trajera a colación el hecho con el
Siemp~e resultó dificil. Y otro tema, éste específicamente cristiano ha sido que di comienzo a esta sección: que existe un talante generalizado, al que
tan;tbien muy mfluyente en nuestra civilización: la comprensión d~ la vida he denominado «naturalista», que puede caer en la tentación de negar por
meJor a J:lartir de la transformación de la voluntad. En la concepción teoló- completo los marcos referenciales. Y esto es evidente no sólo en los ena-
f;'t ongmal dich_a transformación es obra de la gracia, pero también ha su- morados de las explicaciones reduccionistas, sino también, de otra forma,
~n c~erto numero de transposiciones secularizadoras. y las variantes
0
d en el utilitarismo clásico. El objetivo de dicha filosofía era precisamente re-
te ami as.¡rmas, la teológica y la secular, son las que actualmente estruc- chazar cualquier distinción cualitativa y explicar todos los objetivos hu-
uran a ~i a de la gente. Quizás en la actualidad la forma más im orta t manos como si tuviesen la misma base y, por ende, fuesen susceptibles de
de %a ética sea la de~ ideal del altruismo. Con el declive de la definfción ~s~ cuantificación y cálculo comunes de acuerdo con alguna «moneda» co-
pec camente teológiCa de la naturaleza de una voluntad transformada em- mún. Mi tesis aquí es que esa idea es profundamente errónea. Pero, como
he dicho antes, es una idea motivada por razones morales y esas razones
38 LA IDENTIDAD Y EL BIEN MARCOS REFERENCIALES INELUDIBLES 39

forman una parte esencial de la imagen de los marcos referenciales de acuer- afirmación suprema, para otros encubre una negación. Basta con pensar
do con los cuales actualmente vive la gente. en el ataque utilitarista al cristianismo ortodoxo; lueg_o en el ataqu; de. Dos-
Esto tiene que ver con lo que en la sección 1.3 he denominado la «afir- toievski a la ingeniería utópica utilitarista. Para qmenes no estan firme-
mación de la vida corriente». La noción de que la vida de producción y re- mente aliados con alguna corriente de la batalla ideológica, se convierte en
producción, del trabajo y de la familia, es el lugar primordial de la vida bue- fuente de profunda incertidumbre. Somos tan ambivalentes ante el heroís-
na desafía lo que originalmente fueron las distinciones predominantes en mo como ante el valor de los objetivos cotidianos que se sacnfican en su
nuestra civilización. En este sentido, tanto para la ética guerrera como para nombre. Luchamos por aferramos a una visión de lo incomparablemente
la platónica, la vida corriente es parte de la esfera inferior, parte de lo que mejor, al misrrio tiempo que seguimos fieles a la crucial noción ~adema del
contrasta con lo incomparablemente mejor. Por tanto, la afirmación de la valor de la vida corriente. Simpatizamos con ambos: con el heroe Y con el
vida corriente implica una posición polémica respecto a esas opiniones tra- antihéroe; y soñamos con un mtindo en el que uno podría ser ambos en
dicionales y al elitismo que llevan consigo. Así sucedió con las teologías de el mismo acto. Ésta es la confusión en la que se enraíza el naturalismo.
la Reforma, fuente primordial del giro hacia esta afirmación en la era mo-
derna.
Esta postura polémica, mantenida y transformada con un cariz laico,
potencia visiones reduccionistas, como el utilitarismo, que intentan poner
en entredicho todas las distinciones cualitativas. Se les acusa, al igual que
antes se acusara a la ética del honor o a la ética monástica supererogatoria,
de menoscabar errónea y perversamente la vida corriente o de fracasar en
percibir que nuestro destino está aquí, en la producción y la reproducción,
no en alguna pretendida esfera superior; de cegarse a la dignidad y al valor
del deseo humano cotidiano y su satisfacción.
En esto, tanto el naturalismo como el utilitarismo tocan una fibra im-
portante de la sensibilidad moderna, lo que explica algo de su poder de
persuasión. Sin embargo, la tesis que sostengo aquí es que están profunda-
mente equivocados, puesto que la afirmación de la vida corriente, aunque
necesariamente critique ciertas distinciones, en sí misma sólo comporta una;
de otra manera no tendría ningún sentido. La noción de que en esta vida
existe una cierta dignidad y valor precisa un contraste; ya no, ciertamente,
entre esta vida y alguna actividad «superior» como la contemplación, la
guerra, la ciudadanía activa o el ascetismo heroico, sino situado entre las
diferentes maneras de vivir la vida de producción y reproducción. La no-
ción no significa nunca que cualquier cosa que hagamos sea aceptable. Eso
sería ininteligible como base de una noción de dignidad. El punto clave más
bien apunta a que lo mejor no es algo externo, sino una manera de vivir la
vida corriente. Para los reformadores dicha manera se definía teológica-
mente; para los utilitaristas clásicos, en términos de la racionalidad (instru-
mental). Para los marxistas, el elemento expresivista de la autocreación li-
bre se añade a la racionalidad de la Ilustración. Pero, en cualquier caso,
perdura alguna distinción entre la vida mejor, admirable, y la vida inferior
de indolencia, irracionalidad, esclavitud o alienación.
No obstante, y una vez que se deja al margen la ilusión utilitarista, aún
persiste un hecho extremadamente importante para la conciencia moral
moderna: la tensión entre la afirmación de la vida corriente, a la que los mo-
dernos nos sentimos fuertemente atraídos, y algunas de nuestras distincio-
nes morales más iraportantes. Es cierto que es demasiado simple hablar de
tensión. Estamos en conflicto, incluso confundidos acerca de lo que verda-
deramente significa afirmar la vida corriente. Lo que para algunos es la
CAPÍTULO 2

EL YO EN EL ESPACIO MORAL

2.1

Al comenzar la sección 1.5, dije que la reducción naturalista, que quisie-


ra excluir los marcos referenciales de cualquier explicación, es insostenible,
y que entender el porqué de esto es comprender algo importante sobre el lu-
gar que ocupan los marcos referenciales en nuestra vida. Puesto que ya he-
mos observado un poco mejor en qué consisten esos marcos referenciales,
ahora me gustaría abundar sobre ese punto.
En las secciones 1.4 y 1.5 he hablado de estas distinciones cualitativas
en relación con el asunto del significado de la vida. Pero es evidente que esa
clase de distinciones desempeña un papel en las tres dimensiones de la eva-
luación moral que he identificado anteriormente. La percepción de que los
seres humanos están capacitados para alguna especie de vida mejor forma
parte del trasfondo de nuestra creencia en que éstos son objetos idóneos
para nuestro respeto, que su vida e integridad son sagradas o disfrutan de
imnunidad y no han de atacarse. A consecuencia de esto, podemos obser-
var que nuestro concepto acerca de en qué consiste dicha inmunidad evolu-
ciona con el desarrollo de nuevos marcos referenciales. Así, el hecho de que
ahora demos tanta importancia al poder expresivo significa que las nociones
contemporáneas de lo que implica el respeto a la integridad de las personas con-
llevan el de proteger su libertad de expresión para expresar y desarrollar sus
propias opiniones, definir sus propios conceptos respecto a la vida y trazar
sus propios planes de vida.
Al mismo tiempo, la tercera dimensión implica también distinciones de
este tipo. La dignidad del guerrero, del ciudadano, del cabeza de familia, et-
cétera, se basa en el trasfondo de la comprensión que cierto valor especial
adscribe a esas formas de vida o al rango y posición que esa gente ha logra-
do dentro de ellas.
Ciertamente uno de los ejemplos citados antes, la ética del honor, ha
sido simplemente el trasfondo para una muy generalizada comprensión de
la dignidad, atribuida al ciudadano libre o al ciudadano guerrero y en una
esfera más alta, a quien desempeña un papel importante en la vida pública.
Esto permanece como una importante dimensión de nuestra vida en la so-
ciedad moderna y la competencia feroz por esta clase de dignidad es parte
de lo que anima la política democrática.
Esas distinciones, a las que denomino marcos referenciales, están, por
consiguiente, entretejidas de diferentes maneras en las tres dimensiones de
42 LA IDENTIDAD Y EL BIEN EL YO EN EL ESPACIO MORAL 43

nue~tra .vida ~oral. Y eso, n~turalmente, significa que poseen una impor- algunos de nuestros coetáneos aferrándose aún a alguno d; ellos en .sus vi-
tancia diferenciada. Ahora qmero explorar un poco más detenidamente cómo das y juicios reales, no quiere decir que los marcos re~er~nc1ales se afian.cen
éstas se entretejen en nuestra existencia moral. en otra cosa que vaya más allá de la finalmente prescmdible mterpretac1ón.
La primera de las maneras es la que ya he argumentado. Los marcos re- De esta manera se hilvana el actual argumento persuasivo en favor de la
fe;enciales pr?porcionan el trasfondo, implícito o explícito, para nuestros tesis reduccionista. Y ésa es precisamente la tesis a la que me opongo. Yo
J~lClOS, 1n~mcmnes o reacciones morales en cualquiera de las tres dimen- defiendo la firme tesis de que es absolutamente imposible deshacerse de los
SIOnes. Art1cular un marco referencial es explicar lo que da sentido a nuestras marcos referenciales; dicho de otra forma, que los horizontes dentro de
respuestas ~orales. Esto es, cuando intentamos explicar qué presupone- los cuales vivimos nuestras vidas y que les dan sentido, han de incluir di-
mos cu~ndo J~zgamos si una cierta forma de vida es verdaderamente digna chas contundentes discriminaciones cualitativas. Más aún, aquí no se trata
de considerac~ó~, o cuando colo~amos nuestra dignidad en un cierto logro solamente de una contingencia del hecho psicológico de los seres humanos,
o estatus, o definimos nuestras obligaciones morales de una cierta manera, nos que quizás un día podria no ser pertinente para algún individuo o un nue-
encontramos articulando inter alía lo que aquí vengo llamando «marcos vo tipo excepcional, algún superhombre de objetiv~ción desvincu~ada. La
referenciales». · tesis aquí es, más bien, que vivir dentro de tales honzontes tan reciamente
. . En un ~ierto sentido, podría pensarse que esto ofrece una respuesta su- cualificados es constitutivo de la acción humana y que saltarse esos límites
ficiente al mtento naturalista de hacer caso omiso de los marcos referen- equivaldria a saltarse lo que reconocemos como lo integral, es decir, lo in-
ciales. A quien propm;ga dicha tesis reduccionista podríamos responder con tacto de la personalidad humana.
e~ argumento ad hommen: de q';le también ellos hacen juicios sobre lo que es Quizá la mejor manera de ver esto fuera centrarnos en el asunto que so-
digno de tenerse en cons1d~rac1ón, lo que posee un sentido de dignidad, et- lemos describir como la cuestión de la identidad. Hablamos de ello en esos
cétera, Y que no pueden Simplemente rechazar las precondiciones de ]as términos porque frecuentemente la gente formula espontáneamente la pre-
creencias y actitudes que dan sentido. gunta en la forma de: «¿Quién soy yo?». Pero a esa pregunta no se respon-
Pero el argumento ad hominem no parece demasiado profundo. Podría- de necesariamente con un nombre y una genealogía. Lo que responde a esa
mos pensar que, puesto que casi todos los protagonistas del reduccionismo pregunta es entender lo que es sum_amente importante para nosotros. Sa-
natural se podrían pillar los dedos haciendo la clase de distinciones que pre- ber quién soy es como conocer dónde me encuentro. Mi identidad se de-
sup?nen lo que ~llo~ re~hazan, ello no quita preguntar si, en principio, sería fine por los compromisos e identificaciones que proporcionan el marco u
posr_ble act~ar srn mng~n marco referencial o si, en pocas palabras, en últi- horizonte dentro del cual yo intento determinar, caso a caso, lo que es bue-
ma rnstancra, su ado~c}~n se percibe como una postura opcional para los no, valioso, lo que se debe hacer, lo que apruebo o a lo que me opongo. En
seres humanos, por d1fícil que de hecho haya sido evitarlos a lo largo de la otras palabras, es el horizonte dentro del cual puedo adoptar una postura.
mayor parte de la historia humana previa. La gente puede percibir que su identidad está en parte definida por cier-
Lo que tiende a dar credibilidad a la opinión de que son opcionales es tos compromisos morales o espirituales, digamos, como ser católico o
precrsarnente el a~~ce del «desencanto» en la cultura moderna, que he for- anarquista. O pueden definirla en parte por la nación o la tradición a la que
~~ado en la s~ccron 1.4 y que ha socavado tantos marcos referenciales tra- pertenecen, como ser armenio o quebequés. Lo que dicen con esto no es so-
dicrona~es Y, cren:amente, ha dado pie a la situación que ha borrado nues- lamente que están firmemente ligados a esa visión espiritual o a ese tras-
tros antiguos honzontes y contribuido a que todos los marcos referenciales fondo; más bien lo que están diciendo es que ello les proporciona el marco
pare.z~an proble~áticos: la situación en que se nos plantea el problema del dentro del cual determinan su postura acerca de lo que es el bien, o lo que
srgmficado. En epocas anteriores se podía hilvanar el razonamiento de esta es digno de consideración, o lo admirable, o lo valioso. Formulado contra-
manera, ya que en la definición primordial de nuestra actitud existencial ]o fácticamente, lo que dicen es que si perdieran ese compromiso o esa iden-
que más temíamos era la condenación, un indiscutible marco referencial tificación quedarían a la deriva; ya no sabrian, en lo referente a un importan-
exigía de nos~~os imperiosas demandas, y, por tanto, era comprensible que te conjunto de cuestiones, cuál es para ellos el significado de las cosas.
la gente percrbrera que sus marcos referenciales disfrutaban de la misma Y, desde luego, esta situación se le presenta a alguna gente. Es lo que lla-
solidez ontológica que la propia estructura del universo. Pero e] mismo he- marnos una «Crisis de identidad)), una forma de aguda desorientación que
cho de que lo que una vez fue tan sólido se haya difunlinado en el aire, nos la gente suele expresar en términos de no saber quiénes son, pero que tam-
demuestra que no se trata de algo arraigado en la naturaleza del se< sino bién se puede percibir como una desconcertante incertidumbre respecto al
más bien de algo sujeto a interpretaciones humanas variables. Ent~nces lugar en que se encuentran. Carecen del marco u horizonte dentro del cual las
¿por qué es imposible concebir uria persona, e incluso una cultura que en~ cosas adquieren una significación estable; dentro del cual es posible perci-
!Jenda que esta situación existencial pueda deshacerse por compleio de Jos bir, como buenas y significativas, ciertas posibilidades vitales, y otras, como
marcos referencrales, es decir, de las discriminaciones cualitativas de lo in- malas o triviales. El significado de esas posibilidades no es fijo, es inesta-
comparablemente mejor? El hecho de que siempre sea posible encontrar a ble o indeterminado. Una dolorosa y aterradora experiencia.
r
44 '
LA IDENTIDAD Y EL BIEN EL YO EN EL ESPACIO MORAL 45
L? que esto ilustr~ es el. vínculo esencial que existe entre la identidad y porcione nuestra orientación fundamental, es de hecho muy compleja y
una. c1erta clase de on~ntac1ón. Saber quién eres es estar orientado en el es- multilateral. Estamos enmarcados por lo que percibimos como compromi-
pacw moral, un espacio en el que se plantean cuestiones acerca del bien o sos universalmente válidos (ser católico o anarquista, en mi ejemplo ante-
e~ mal; acerca de lo q';le merece la pena hacer y lo que no, de lo que tiene sig- rior) y también por lo que consideramos como identificaciones particulares
mficado e unportanc¡a Ylo que es banal y secundario. Aquí me inclino a uti- (ser armenio o quebequés). Frecuentemente definimos nuestra identidad
hzar .una ~etáfora espacial, aunque creo que ello no es más que una simple solamente por uno de éstos, bien porque parece el más sobresaliente en
predil.ecc¡ó~ personal. Existen indicios de que el vínculo con la orientación nuestras vidas o porque es el que se pone en entredicho. Pero el hecho es
espacial esta profundamente arraigado en la psique humana. En algunos de que nuestra identidad es más profunda y multilateral que cualquier posible
los .casos ext~e?JOS de lo que se ha descrito como «trastornos de una perso- articulación que hagamos de ella.
~~Idad narcisista», ~ue ~e expresan en forma de una desconcertante incer- Sin embargo, la segunda faceta de la pregunta no es histórica. Más bien
ti umbre acere~ de SI m1smo y de lo que es valioso para uno mismo, en Jos se relaciona con la pregunta de por qué nos planteamos la cuestión de la
mome1üos de cn~1s agudas los pacientes también muestran señales de deso- orientación fundamental en términos de la pregunta: «¿Quién?». Se plantea
nentac¡ón espacial. Parece que desorientación e incertidumbre sobre el lu- la pregunta «¿quién?» para colocar a alguien en el lugar de interlocutor po-
gar que uno ocupa como persona se desborda en la pérdida de control del tencial en una sociedad de interlocutores. Al contestar al teléfono solemos
lugar que uno ocupa en el espacio físico. 1 decir: «¿Quién habla?». O a alguien que se encuentra en el otro extremo de
, ¿Por qué este víncuio entre la identidad y la orientación? O, quizá po- una habitación le preguntamos: «¿Quién está ahí?». La respuesta viene en
dnamos reformular l.a cuestión preguntándonos qué nos induce a h~blar forma de nombre propio: «''Yo" soy Joe Smith», frecuentemente acompa-
acer;a de la onentac16n moral en términos de la pregunta: «¿Quiénes so- ñada por una descripción de la relación: «''Yo" soy el cuñado de Mary», o
mos. ».Esta segunda fo~ul~ción apunta al hecho de que no siempre hemos por una descripción del papel social que se desempeña: «''Soy" el fontane-
~echo eso. ~abiar de «identidad» en el sentido moderno habría resultado ro», o «El hombre al que señalas es el Presidente». La manera, un tanto más
m~omprens1ble para nuestros antepasados de hace apenas un par de siglos. agresiva, del «¿Quién (demonios) te crees que eres?» insta al segundo tipo
Erikson' .ha hecho un estudio muy inteligente de la crisis de fe de Lutero en de respuesta. Ser competente como alguien que potencialmente puede ser
el que la mte!Jlreta a la luz de las crisis de identidad contemporáneas p~ro objeto de esa pregunta t.'.;; ser un interlocutor entre otros, alguien que posee
naturalmente, Lutero habría considerado la descripción censurable' sin~ su propio punto de vista o un papel que desempeñar y que puede hablar por
completamente incomprensible. Subyacente en nuestra manera de hablar sí mismo. Naturalmente que es posible preguntar «¿quién eres?>> a alguien
moderna sobre la 1den~dad está la noción de que no es posible resolver to- que yace con un coma irreversible; pero ése sería obviamente un caso deri-
das las cuestiOnes de onentación moral simplemente en términos universa- vado; a los seres a quienes se les puede hacer esa pregunta normalmente es-
~s ..Y. eso conect~ c~n nuestra comprensión posromántica de las diferencias tán real o potencialmente capacitados para responderla por sí mismos.
IndiVIduales Y as1m1Smo con la importancia que otorgamos a la expresión Para estar capacitado para responder por sí mismo uno ha de saber dón-
que cada persona ha~ del descubrimiento de su horizonte moral. En la épo- de se encuentra y a qué quiere responder. Y por eso naturalmente nos in-
c~ de Lu,tero la cu~stión del marco moral básico que orienta la acción indi- clinamos a hablar de nuestra orientación fundamental en términos de quié-
Vidual solo se podm formular en términos universales Cualquier otra cosa nes somos. Perder esa orientación, o no haberla encontrado, equtvale a no
ca;ecía de sentido. Esto, ciertamente, va ligado a la cri~is, porque Lutero se saber quién se es. Y esa orientación, una vez conseguida, define e} lugar des-
agita alrededor de un acuciado sentido de condenación y exilio inapelable de el que respondes, es decir, tu identidad.
y no aln;d~dor de la per~epción moderna de falta de sentido, de la carenci~ No obstante, lo que emana de todo esto es que pensamos que dicha
d e propos1to o de la vacwdad.
orientación moral fundamental es esencial para ser interlocutor humano,
Así, una parte de 1~ re~puesta a nuestra pregunta es histórica; para for- capaz de responder por sí mismo. Pero hablar de orientación es presuponer
mul~r la cuestión en termmos de identidad es menester la precondición de una analogía espacial dentro de la que uno encuentra su camino. Enten-
un Cierto desarro.Ilo en nuestra comprensión de nosotros mismos. Exami- der nuestra situación en la forma de encontrar o perder la orientación en el
nar e~to nos prevwne también de exagerar nuestras diferencias con épocas espacio moral es asumir el espacio que nuestros marcos referenciales tra-
antenores. Para 1~ mayoría de nosotros ciertos interrogantes fundamental- tan de definir como base ontológica. El asunto es: ¿a través de qué defini-
mente morales aun se formulan en términos universales: por ejemplo Jos ción de los marcos referenciales encontraré los apoyos que tengo en ellos?
q~:t~lante~os ~n la s~cción 1.1, concernientes a los derechos que tie~e la En otras palabras, asumimos como algo básico que el agente humano exis-
g a. su VIda e mtegndad. Lo que nos diferencia de nuestros antepasados te en un espacio de interrogantes. Y ésos son los interrogantes a los que res-
es precisamente que nosotros no percibimos esos interrogantes dando por ponden nuestros marcos de referencia, brindándonos el horizonte dentro
s~p~esto que ;,stuvieran enmarcados eD. esos términos. No obstante, eso del cual sabemos dónde estamos y qué significan las cosas para nosotros.
s¡gmfica tamb1en que nuestra identidad, definida de la manera que nos pro- Que esto es así, que el espacio en cuestión se ha de esbozar mediante
46 LA IDENTIDAD Y EL BIEN EL YO EN EL ESPACIO MORAL 47
potentes valoraciones o distinciones cualitativas, surge del análisis anterior: en términos del Dios de Abrahán o de Brahmán o de Nirvana, y así sucesi-
No es sólo que los compromisos y las identificaciones, por los que de hecho va~ente. Los ateos piensan que el área en que se presentan tales discusio-
definimos nuestra identidad, incluyan dichas potentes valoraciones, como nes no hubiera sido necesaria y quizás un día desaparezca por completo de
queda claro en los ejemplos anteriores; o que el asunto de la identidad in- la preocupación humana. Por contraste, nuestra orie~tació~ espacial n.o
variablemente nos supong~ la cuestión de un bien potentemente valorado responde a una cuestión artificial ni innecesaria; Sería Imposib~e concebir
-una identidad es algo a lo que uno ha de ser fiel, no puede dejar de man- una forma de vida humana en la que un buen dia la gente se diera cuenta
~e~erla ni puede renu~ciar a ella-. Más fundamentalmente, vemos que su de que, puesto que son seres espaciales, después de tod~ nec~sitan desarro-
umco papel es el de onentamos, el de proporcionamos el marco dentro del llar un sentido del arriba y el abajo, de la derecha y la Izqmerda, Y encon-
cual las cosas tienen sentido para nosotros, en virtud de las distinciones trar las señales que les capaciten para ir de un lado a otro: reflexiones éstas
cualitativas que incorpora. Aún más, sería difícil ver cómo algo podría re- que podrían ser discutibles para los demás. Es imposible concebir un~ ~ar­
presentar ese papel sin incorporar dichas distinciones. Nuestra identidad es ma de vida en la que esta cuestión no haya estad_o siem~re present~, eXIgi~~­
lo que nos permite definir lo que es importante para nosotros y lo que no lo do una respuesta. Es imposible distanciarse de la cuestión de la ~~entaci_on
es. Es lo que posibilita dichas distinciones, incluidas las concernientes a las espacial o dejar de tropezar con ella, como sucede con la cu~stw~ del an-
potentes valoraciones. Por consiguiente,· no podría existir sin dichas valo- gula apropiado para llevar el bombín, o desecharla, como Imagman los
raciones. La noción de una identidad definida por algún simple de {acto, una ateos que se puede hacer respecto a la religión. .
preferenci~ no potentemente valorada, es incoherente. Y, más aún: ¿sería po- La visión naturalista relegaría la cuestión de qué marco referencial
Sible p_ercihir com? .~na carencia d~sorientadora la ausencia de dich;:¡. pre- adoptar a la antigua categoría, como una cuestión en último término artifi-
ferencia? La condicion para que eXIsta algo como la crisis de identidad es ciosa. No obstante, nuestros planteamientos sobre la identidad indican más
precisamente que nuestras identidades definen el espacio de las distincio- bien que esta cuestión pertenece a la das~ de cuestion~ ineludibl~s, es de-
nes cualitativas, dentro del cual vivimos y escogemos.
Pero si esto es así, entonces el supuesto naturalista de que es posible
cir, que es parte de la acción humana eXIstir en un esp~cw de c~,estwnes s?-
bre los bienes potentemente valorados, antes de cualqmer elecc10n o cambiO
deshacernos por completo de los marcos referenciales está equivocado de cultural aleatorio. Por tanto, esta argumentación plantea un serio desafio a
plano. Se basa en una Imagen totalmente diferente, la de la acción humana la imagen naturalista. A la luz de lo que comprendemos como i~entidad, la
e~ 1~ c';lal es p~sib~e res?oilder a la pregunta «¿quién?» sin aceptar ninguna imagen de un agente humano libre de todos los marcos refere':'~Iales.repr~­
distinción cualitativa, sunplemente sobre la base de los deseos y las aversio- senta más bien a una persona dominada por una tremenda cnsis de Identi-
nes, los gustos Y las antipatías. En esa imagen los marcos referenciales son dad. Una persona que no sabría dónde está con respecto~~ cues~ones de
cosas. que inventamos, no respuestas a interrogantes que ineludiblemente
pre~XIsten para nosotros, i~dependientemente de nuestra respuesta o inca-
importancia fundamental, que carecería por completo ?e
~nenta~IÓ~ sobr.e
esas cuestiones y que no podría responder a ellas por SI mismo. SI aun qm-
pacidad para responder. Sm embargo, el percibir los marcos referenciales siéramos abundar en este perfil di~iendo que esa persona no asume como
com? orientaciones los sitúa bajo esa última perspectiva. Uno se orienta a carencia dicha falta de marcos referenciales, en otras palabras, que no se
sí mismo en un espacio que existe independientemente del éxito o fracaso trata en absoluto de una crisis, entonces lo que terminamos teniendo es la
que uno pueda tener en encontrar sus apoyos, los cuales, además, hacen que imagen de una aterradora disociación. En la práctica diríamos que esa per-
1~ tarea d~ encontr~ esos ~poyos sea ineludible. Dentro de esta imagen no sana está seriamente trastornada, ha superado con creces la franJa de lo
tiene sentido la noción de Inventar una imaginaria distinción cualitativa que llamaríamos la superficialidad: la gente q':'e juzgamos superfic.ial, no
puesto que uno sólo puede adoptar dichas distinciones si tienen sentido den~ obstante, posee un cierto sentido de lo que es mcomp~?l~mente Impor-
tro de nuestra orientación básica.
tante, sólo que nosotros tomamos sus comentarios como ~VIalidades, o como
Ouiz~ la distinción entre las dos visiones podría expresarse de esta ma- simplemente convencionales, o no bien pensados o esc?g1dos. Pe~ una per-
ner~; la Idea de que inventamos las distinciones imaginarias equivale a la sona que careciera por completo de marcos referenciales estana fuera de
noci~n de que Inventamos tanto las preguntas como las respuestas. Todos nuestro espacio de interlocución; no tendría un sitio en el espacio en el que
podn~os nombrar algunos artificios en este sentido. Pongamos un ejem- nos encontramos los demás. Percibiríamos el caso como patológico.
plo trivial: supongamos que en una sociedad se discute sobre cuál es el modo Lo que desde luego se entiende fácilmente como un tipo humano es la per-
elegante d~ llevar el bombin, si se.lleva de la manera acostumbrada o si, por sona que ha optado por no aceptar los marcos referenciales tradicionales
el contrano, se lleva colocado en un cierto ángulo. Todos estaríamos de que distinguen entre los fines superiores e inferiores, que lo que tend~a que
acuer~o ~n que dicha discusión no hubiera existido si a nadie se le hubiera hacer seria calcular racionalmente la felicidad, que esa forma de VIda es
ocurndo mventar el bombín. E': ~n plano más serio, algunos ateos adoptan más admirable o que refleja una benevolencia moral superior a las atribui-
ese enfoque respe:to a la discusion que se da entre diferentes religiones so- das a las definiciones tradicionales de la virtud, la piedad o cosas por el es-
bre lo que se podna llamar la forma de lo sobrenatural; si hablamos de ello tilo. Ésta es incluso una imagen familiar. Es el papel que ha desempeñado
r
EL YO EN .EL ESPACIO MORAL
49
48 LA IDENTIDAD Y EL BIEN

el ideólogo utilitarista en nuestra cultura. Pero dicha persona no carece de Hablamos sobre el ser humano como un «YO». La palabras~ utili~a de
un marco referencial. Por el contrario, está intensamente COJ;Ilprometida muchas maneras y en la segunda parte veremos que es_te l~nguaJe esta his-
con un cierto ideal de racionalidad y benevolencia. Admira a quienes viven tóricamente condicionado. Pero existe un senndo del termmo en el que ha-
por ese ideal, condena a quienes fracasan al intentar alcanzarlo o a quienes blamos de la gente como «yos», queriendo decir con ello que _son seres q?e
están tan confundidos que ni siquiera pueden aceptarlo; se siente mal cuan- oseen Jos requisitos de profundidad y complejidad, en el_senndo de que tie-
do ella misma queda por debajo de sus expectativas. El utilitarista vive den- ~en una identidad (o luchan por conseguirla), en la ac~pc1ón que se ha dado
tro de un horizonte moral que su teoría moral no puede explicar. Ésta es una a ésta más arriba. Es menester distinguir esta, acepc1ón de cualqmer otra
de las grandes debilidades del utilitarismo. Pero puesto que ese horizonte forma de utilizaciones surgidas de la ps¡cologm y la soc1~logía. Re~uerdo
podría olvidarse fácilmente en favor de Jos hechos y las situaciones que uno ahora un experimento diseñado para demostrar que tamb1én los chimpan-
aborda dentro de ellos, es posible que se descarte dicho marco referencial y cés poseen un «sentido del yo»: un animal con marc~s de pintura e.n~su ros~
se promueva la imagen de un agente carente de marcos referenciales. No obs- tro; a] verse en un espejo, se lleva la pata al rostro mtent~ndo qmtarsela_s.
tante, una vez que uno es consciente de cómo los agentes humanos se en- De alguna manera había reconocido que la i'?agen refleJada en el espeJO
cuentran ineludiblemente en el espacio de djchas cuestiones morales, salta era Ja suya.' Obviamente, esto implica un sent1do muy d1ferente de aquel al
a la vista que el utilitarista es uno de nosotros y que el imaginario agente de que apelo aquí. d di · ·
la teoría naturalista es un monstruo. Tampoco es suficiente ser un yo en el sentido de que uno pue a ng1r
Pero el naturalista podría protestar: ¿por qué he de aceptar lo que surge su acción estratégicamente a la luz de ciertos factores, entre los cuales _se
de esta explicación fenomenológica de la identidad?, puesto que posiblemen- incluyen Jos propios deseos, las capacidades, et9. Eso es par:e de lo q~e Sig-
te le gustará describirla de esa manera, y lo cierto es que no estaría del todo nifica tener (0 ser) un ego en el sentido freudi~no y sus relativas ac~pc1?nes.
equivocado. La respuesta es que ésta no es solamente una explicación feno- Dicha capacidad estratégica requiere una cierta forma de conciencia ~e­
menológica, sino una exploración sobre Jos límites de Jo concebible en la flexiva Pero existe una importante diferencia. Para el ego no es esencml
vida humana, una consideración sobre sus «condiciones trascendentales». orient~rse en un espacio de interrogantes sobre el bie~ que se encuentra ~n
Desde luego que puede equivocarse en el detalle y que siempre está ahí el a] ún Jugar en el espacio de esos interrogantes. Más b1en todo lo contrano.
reto de lograr una mejor. Pero si fuera correcta, la objeción que plantea el na- Efego freudiano es más libre y está más capacitado para ejercer e~ control
turalismo es decisiva. Porque el objetivo de dicha consideración es exami- cuando posee el máximo margen de maniobra en r~lació_n con las Impeno-
nar cómo en realidad comprendemos el sentido de nuestras vidas y trazar sas demandas del superego y también ante las exJ~enCJas del ello. El ego
los límites de la forma concebible de nuestro conocimiento sobre lo que en idealmente libre sería un lúcido calculador de beneficiOs. , .
realidad hacemos cuando hacemos algo. No obstante, ¿qué descripciones El ego 0 yo penetra también de otra manera en la ps1~olog¡a y 1~ SOCIO-
de las posibilidades humanas, trazadas desde esas cuestionables teorías epis- logía en conexión con la observación de que la persona tiene una «Imagen
temológicas decidírían lo que desde la práctica vislumbramos como Jos lí- de sí' misma>) importante para ella; que se esfuerza a fin de que aparezca
mites de las posibles maneras de encontrar el sentido de nuestras vidas? Des- bajo una luz favorable a Jos ojos de quienes están en contacto con ella, Y
pués de todo, la base última para aceptar cualquiera de esas teorías es también estando a solas. Ciertamente existe un sen~d? del yo que sobrepa-
precisamente que, al parecer, dichas teorías tienen más sentido para noso- sa Ja autoobservación neutral y el cálculo de beneficiOs. Pero la forma en
tros que sus rivales. Si cualquier visión nos llevase a través de la frontera y ue eneralmente se concibe la importancia de la 1magen no guarda cone-
definiera como normal o posible una vida humana que fuera de ella conside- ~óngalguna con Ja identidad. Se toma como un hecho referente a los se_res
·raríamos incomprensible o patológica, es que no es una visión correcta. humanos el que éstos se preocupen ?e qu~ su imagen concuerde con cier-
Precisamente ésa es la base por la que me opongo a la tesis naturalista y tos criterios, en general socialmente mduc1dos. P~ro no se toma=~:~~
digo que Jos horizontes en los que vivimos deben incluir firmes discrimina- esencial para la personalidad humana. Al contrano, lo que gener ..
ciones cualitativas. estudia bajo ese rótulo es Jo que podemos identific:"', ~era de! estenhzado,
«axiológicamente desvinculado» lenguaje de las c¡encJas soc1ales, com~Ja
humana-demasiado-humana debilidad del ego Yla «hna~en», en..~~ sen!!
cotidiano de esos términos (que, por supuesto, han s1do mtroduc1 os en~
l
2.2
lenguaje vernáculo por las cienciás sociales). El ca;ácter 1d~ahnen~ reciO
Reconozco que aquí se plantea un argumento clave y que lo he formu- estaría máximamente liberado de ellos, no se deJan~ disu~dir por a versas
lado demasiado sucintamente. Volveré a ello más adelante, en el siguien- opiniones ajenas 'y estaría capacitado para encarar 1mpasrblemente la ver-
4
te capítulo. ~n este momento quiero proseguir con otra cosa, a saber, con dad sobre sí mismo o sí misma. uestra
la conexión que existe entre la identidad y el bien, que salió a la luz en la ar- Por contraste, se supone que la noción del yo que cone?;a con n .
gumentación anterior. necesidad de identidad toma este rasgo esenCial de la acc10n humana. la
50 LA IDENTIDAD Y EL BIEN EL YO EN EL ESPACIO MORAL 51
imposibilidad de sostenemos sin una cierta orientación al bien, el hecho de do en parte por sus autointerpretaciones, que es lo que hace que no exhiba
que cada uno de nosotros esencialmente «Somos» (es decir, que nos defini- la segunda característica. Pero las interpretaciones del yo nunc.a son total-
mos a nosotros mismos al menos inter alia por) el lugar donde nos situamos mente explicitas. Es imposible la articulación total. El lenguaJe aceptado
al respecto. Lo que es ser un yo o una persona de esta índole es algo difícil articula para nosotros las cuestiones del bien. Pero no es pos1ble art¡cular
de concebir para ciertas vertientes de la filosofía moderna, sobre todo para totalmente lo que damos por supuesto, aquello con lo que sencillamente
las qu~ han que~ado consagradas en la corriente principal de la psicología contamos, al utilizar dicho lenguaje. Cabe, desde luego, intentar acrecentar
Ylas :1encms sociales. El yo, mcluso en este sentido, debería ser un objeto de la comprensión que tenemos de lo que va implícito en nuestros lenguaJeS
estudio como ~ualquier otro. Sin embargo, existen ciertas cosas que general- valorativos y morales. Eso podría inclu_so ser un ideal, co":'o el que, por
~~nte se cons1deran verdaderas a propósito de los objetos del estudio cien- ejemplo, Sócrates impuso sobre sus obhgados y frustrados mterlocutores
tífico que no son válidas a propósito del yo. Para observar los obstáculos con- de Atenas hasta que éstos le hicieron callar de una vez por todas. Pero, dada
ceptuales que se encuentran en esto sería útil enumerar cuatro de ellas. su propia naturaleza, la articulación nunca se completa. C~arifica_mos un
lenguaje con otro que, a su vez, puede embrollarlo más, y as1 sucesivamen-
.. l. El objeto de estudio se toma «absolutamente», es decir, no por su sig- te. Es bien conocido lo que Wittgenstein dice al respecto.
mfic~d? para nosotros o para cualquier otro sujeto, sino por el suyo propio Pero, ¿por qué es este punto específico en relació.n c?n el_yo?~¿~caso no
(((objetivamente»).
incumbe a cualquier lenguaje, incluso al de la descnpc1ón cJentJfica de los
2. El objeto es lo que es, independiente de cualquier descripción 0 in- objetos? Sí, naturalmente que lo es. Pero es en el caso del yo d?nd: el len-
terpretación que de él ofrezca un sujeto cualquiera. guaje que nunca se puede hacer explícito del todo es parte -o mtnnsec~ o
3. En principio seria posible captar el objeto en una descripción explí- constituyente- del «objeto» estudiado. Estudiar a las personas es estu?iar
cita.
a los seres que sólo existen en un cierto lenguaje o en parte son constituidos
4. En principio sería posible describir el objeto sin referencia a su en- por ese lenguaje.' . . .
torno.
Esto nos lleva a la cuarta característica. Un lenguaJe sólo ex1ste y se man-
tiene en una comunidad lingüística. Y esto indica otra característica clave
Las dos primeras características corresponden a una característica cen- del yo. Uno es un yo sólo entre otros yos. El yo jamás se describe sin refe-
·tral d~ la gran revolución .de las ciencias naturales del siglo XVII, por la que rencia a quienes lo rodean.
debenam~s cesar de ex~lic~ el mundo que nos rodea mediante propieda- Éste es un punto muy importante y hay que tenerlo en cuenta, ya que no
des subjetivas, antropocentricas o «Secundarias». He ~alizado esto en otro sólo la tradición filosófico·científica, sino también la importante aspira-
l~gar. Pero, ciertamente, ninguna de esas características es válida a propó-
5

ción moderna a la libertad y a la individualidad, han conspirado para pro-


Sito del yo. Solamente somos yo$ en esas cuestiones concretas que son im- ducir una identidad que aparentemente lo niega Explicar cómo se ha lle-
P?rtantes par~ ':osotros. Lo que soy como un yo, mi identidad, está esen- gado a esto será el tema central de mi argumentación en la segunda parte;
CI:Umente defimdo por la. manera en que las cosas son significativas para pero me gustaría mostrar aquí cómo esa independencia moderna del yo no
m1. Y, como ya se ha analizado ampliamente, esas cosas son significativas es la negación del hecho de que el yo sólo existe entre otros yos.
par:' mi, Y el as~nto de mi identidad se elabora, sólo mediante un lenguaje Este punto está ya explícito en la propia noción de la «identidad», como
~e Inte¡pretacwn que he aceptado como válida articulación de esas cues- hemos visto antes. La definición que hago de mí mismo se comprende
~wnes. Pre~mtar lo que es una persona haciendo una abstracción de las como respuesta a la pregunta: ((¿Quién soy yo?». Y esta preglll_lta en~~entra
InterpretaciOnes q~e hace de sí misma es plantear una pregunta, funda- su sentido original en el intercambio entre hablantes. Yo defino qmen soy
menta}mente, capciosa, una pregunta que, en principio, no tiene respuesta. al definir el sitio desde donde hablo, sea en el árbol genealógico, en el es-
As1 pues, un hecho esencial sobre el que yo o .la persona que de todo ello pacio social, en la geografía de los estatus y las funciones sociale_s, en mis
emerge es que ~ste. no es un objeto en el sentido generalmente aceptado. No relaciones íntimas con aquellos a quienes amo, y también, esencialmente,
somos y_os de la misma manera que somos organismos, o no poseemos yos en el espacio de la orientación moral y espiritual dentro de la cual existen
d.e la misma manera que poseemos hígados o corazones. Somos séres vi- mis relaciones definidoras más importantes.
VIente~ con órg~os que funcionan independientemente de las comprensio- Obviamente, esto no puede ser un asunto contingente. No ha?ría ma-
nes ~ In~:rpretacwnes que tengamos o hagamos de nosotros mismos, o de nera posible de ser introducidos a la «personeidad~ (personhood) SI no ~e­
los sigrufi~ados que las cosas encierran para nosotros. Pero sólo somos yos ra por la iniciación en un lenguaje. Aprendemos p~ero nuestros lenguaJ:S
e~ la med1da en que nos movemos en un cierto espacio de interrogantes, de discernimiento moral y espiritual al ser introducidos a una conversacwn
mientras buscamos y encontramos una orientación al bien. 7
permanente por quienes están a cargo de nuestra primera_ crianza. L~s s_i~­
. El hecho de que el yo no exhiba la tercera característica del clásico ob- nificados que tendrán para mí las palabras clave serán pnmero los s¡grufi-
Jeto de estudio va implícito en que no tiene la segunda. El yo está constitui- cados que ellas tengan para nosotros, es decir, para mí y mis compañeros de
f
,

52 LA IDENTIDAD Y EL BIEN EL YO EN EL ESPACIO MORAL 53

conversación. Aquí es importante un factor esencial en la conversación· nes de definición-identidad reflejan la situación original en que se plantea
cuando tú y yo hablamos sobre algo hacemos de ese algo un objeto para no: la cuestión de la identidad.
sotros d_os, es de~iré no sólo un objeto para mí, que también es un objeto No obstante, esta segunda definición tiende a ocluirse. La cultura mo-
p~ra ti, mcluso SI anadimos a ello el que yo sepa que es un objeto para ti y derna ha desarrollado concepciones del individualismo que presentan a la
tu sepas que lo es para mí, e~c. En un sentido fuerte el objeto es para noso- persona humana, al menos potencialmente, ensimismada, declarando su in-
tros ~o que er: o~o lugar h~ mtentado descnbir 9 con la noción de «espacio dependencia de la urdimbre de interlocución que originalmente la formó,
comun» o «pu_bhco)): Los diferentes usos del lenguaje establecen, instituyen, o, por lo menos, neutralizándola. Es como si la dimensión de interlocución
enfocan ~ activan di7~o~ ~espacios comunes: precisamente podría parecer sólo fuera significativa en la génesis de la individualidad, algo así como un
que la pnmera adqmsic!On de lenguaje depende de una protovariante de andador en una guardería infantil que se descarta cuando deja de hacer fal-
ello, como parece indicar el trabajo pionero de Jerome Bruoer" ta y no desempeña ninguna utilidad en la persona adulta. ¿De dónde parte
~sí, "jO sólo pued~ aprender lo que es el enfado, el amor, la. ansiedad, la el valor de esas opiniones?
asp:rac~ón a la totahdad, etc., a través de mis experiencias y de las ex- En cierto sentido, éste será uno de los principales temas de las últimas
peneJ?Clas qt;e ot,ros tengan de esos que para nosotros son objetos en un partes de este libro, en las que esbozaré algo de la historia de la identidad
espac¡? comun. Esta es la verdad que subyace en la afirmación de Witt- moderna, pero ahora he de decir algo al respecto para superar una confu-
g~ns}~m de que el acuerdo en los significados implica el acuerdo en los jui- sión muy frecuente.
cws. Luego yo podré innovar; podré desarrollar una manera original de En primer lugar, es evidente que las más importantes tradiciones espi-
comprenderme a mí mismo y la vida humana, al menos una que esté abier- rituales de nuestra civilización han instado, incluso exigido, el desasirse de
t::unente en desacuerdo con la de mi familia y mi entorno. Pero la innova- la segunda dimensión de la identidad como generalmente se vive, es decir,
Ción .sólo puede darse desde la base de nuestro lenguaje común. Hasta el desde particulares comunidades históricas, desde determinadas urdimbres
más mdependiente de los adultos encuentra momentos en los que no le es dadas por nacimiento e historia. Si transpusiéramos esta argumentación
pos1ble clanfica: sus sentimientos sin hablar con una cierta persona o con fuera del lenguaje moderno de la identidad, lo que sería un anacronismo tra-
personas especiales que le conozcan, o que posean alguna sabiduría 0 tándose de los antiguos, y en vez de ello hablásemos de la manera en que
con las que ten?a alguna afinidad. Esta incapacidad es una mera sombra ellos encontraron sus orientaciones espirituales, entonces resultaría eviden-
de la que exp~nmenta el niño. Para él, todo sería confusión, no encontra- te que el ideal del desasimiento nos viene dado por ambas partes de nuestro
ría un !enguaJ;' de discernimiento, sin las conversaciones que fijan dicho legado. En los libros de los profetas y en los salmos se dirigen a nosotros per-
lenguaJe para el. sonas que se levantaron contra el casi unánime oprobio en que estaban su-
Éste es el se.ntido en .el que. no es posible ser un yo en solitario. Soy un midas sus comunidades para dar a conocer el mensaje de Dios. En un de-
yo sólo en relacrón con crertos mterlocutores: en cierta manera en relación sarrollo paralelo, Platón describe un Sócrates firmemente arraigado en la
a ~sos c~mpañeros_ d~ ?onversación que fu~ron esenciales para' que lograra razón filosófica, capaz de asumir una postura de desafiante independencia
mr PT?Pia autodefimcrón; en otra, en relación a quienes actualmente son de la opinión ateniense.
esenciales para 1~ continuación del dominio que tengo de los lenguajes de Pero es importante observar cómo esa postura, convertida en un pode-
la autocomprenSIÓI_I, y, d~sde luego, es posible que estas maneras vayan su- roso ideal para nosotros, si bien la vivenciamos escasamente en la práctica,
!'erpuesta~. El yo solo existe dentro de lo que denomino la «Urdimbre de la transforma nuestra posición dentro de lo que vengo denominando la situación
rnterlocucrón». 12 original de la formación de la identidad, aunque desde luego sin sacamos de
Es ~sta s.ituación original la que proporciona sentido a nuestro concep- ella. Continúa siendo cierto para los héroes que en sus conversaciones con
t~ de <ndentid~d.» .al ofrecer respuesta a la pregunta: «¿Quién soy yo?» me- otros se definen a sí mismos, no genéticamente; sino como son en el mo-
diante un.a ?~finición del lugar desde donde hablo y a quién hablo. 13 La com- mento actual. Permanecen en una urdimbre, pero ya no se definen por la
ple~a~efimción de la identidad de alguien incluye, por t~nto, no sólo su que ofrece una particular comunidad histórica. Es la que queda a salvo, o
posr::wn en las cuestiOnes morales y espirituales, sino también una refe- la comunidad de almas gemelas, o la compañía de filósofos; o el pequeño gru-
renc~a a una comunidad definidora. Esas dos dimensiones se reflejaban en po de sabios entre una masa de imbéciles, como lo vieron los estoicos; o el
l?s eJempl?s que de manera natural vinieron a la mente en mi argumenta- reducido grupo de ariligos que desempeñaron dicho papel en el pensa-
CIÓ'; :mtenor, al hablar de la posibilidad de identificarse a sí mismo como · miento epicúreo. 14 Adoptar la actitud del héroe no le permite a uno saltar-
catohco o anarquista, o como armenio o quebequés. Sin embargo, normal- se la condición humana y sigue siendo cierto que un nuevo lenguaje sólo
:;'~nte una dimensión no excluye la otra. Así, para A quizá sea esencial de- puede elaborarse a través de la conversación, en el sentido más amplio, es
mrse co';lo ~tólico y qttebequés y para B como armenio y anarquista. (Y decir, a través del intercambio con quienes uno tiene una cierta compren-
esas descnJ?c10nes no ag;otarían la identidad de ninguno de ellos.) sión común de lo que se juega en tal empresa. Un ser humano siempre pue-
Lo que mtento sugenr en esta argumentación es que esas dos dimensio- de ser original, puede dar un paso adelante desde los límites del pensa-

l!Í;.,
54 LA IDENTIDAD Y EL BIEN EL YO EN EL ESPACIO MORAL 55

miento de sus coetáneos, puede que incluso sea totalmente incomprendido comunidad, no precisamente porque la segunda sea necesariamente ante-
por ellos. Pero el impulso hacia una visión original siempre se encontrará rior ontogenéticamente y ni siquiera porque la primera jamás se pueda
obstaculizado y, en última instancia, se perderá en una confusión interior, a adoptar en todo el ámbito del pensamiento y el lenguaje de tal manera que
menos que de alguna manera se sitúe en relación con el lenguaje y la visión nuestras posiciones independientes permanezcan incrustadas, digamos, en
de los demás. las relaciones de inmersión. También quiero señalar aquí cómo a través del
Incluso cuando creo percibir una verdad sobre la condición humana lenguaje permanecemos relacionados con los interlocutores del discurso,
que nadie más ha percibido -condición a la que Nietzsche parece haberse tanto en los intercambios reales y vivos como en las confrontaciones indi-
aproximado algunas veces-, también entonces ha de ser sobre la base de la rectas. La naturaleza de nuestro lenguaje y la dependencia fundamental
lectura que haga del pensamiento y el lenguaje de los demás. Percibo la «ge- que nuestro pensamiento tiene del lenguaje hacen que la interlocución sea
nealogía» subyacente en su moral y, por consiguiente, asumo que son (invo.- en cierta forma ineludible. 15
luntariamente y a regañadientes) testigos de mi visión. Pero he de encarar La razón por la que es importante poner el acento en este punto es por-
el desafío de alguna manera: ¿sé lo que digo?, ¿comprendo verdaderamen- que el desarrollo de ciertas formas modernas de carácter, de un individua-
te aquello de lo que hablo? Y sólo cabe encarar tal desafío confrontando mi lismo en extremo independiente, ha traído consigo comprensible, pero erró-
pensamiento y lenguaje con el pensamiento y las reacciones de los demás. neamente, ciertas visiones de la identidad personal y del lenguaje que la
Naturalmente que existe una gran diferencia entre una situación en la que han negado o perdido completamente de vista. Por ejemplo, las primeras
solamente decido mi postura en la conversación con mi comunidad histó- teorías modernas del lenguaje, desde Hobbes, pasando por Locke, hasta Con-
rica inmediata y en la que no me siento confirmado en lo que creo si no es dillac, lo presentan como un instrumento que puede ser potencialmente iri-
cara a cara, por un lado; y, por otro, en el caso en que confío principalmen- ventado por los individuos. Esas visiones presentan como una posibilidad
te en una comurudad de almas gemelas en la que la confirmación podría real un lenguaje privado. 16 Esta idea continúa sacudiéndonos en nuestra
d~se en forma de la satisfacción que siento cuando, sin saberlo, avalan mis era. Sólo tenemos que pensar en el sentido de renovada frescura que gana-
opiniones, ya que su pensamiento y su lenguaje indican que se está en con- mos o, por el contrario, en la resistencia y la incredulidad que sentimos,
tacto con una misma realidad, realidad que yo percibo más claramente cuando leemos por primera vez los célebres argumentos de Wittgenstein
que los demás. La discrepancia se acentúa cuando reflexionamos que, en el contra la posibilidad de un lenguaje privado. Ambos sentimientos son un
segundo caso, la «conversación» ya no será exclusivamente con los contem- testimonio de la fuerza que ejercen ciertos modos de pensamiento profun-
p~ráneos vivos, sino 9-ue incluirá, por ejemplo, a profetas, pensadores y es- damente arraigados en la cultura moderna. Una vez más, una imagen habi-
cntores ya desaparecidos. Entonces, ¿para qué insisto tanto en que la tesis tual del yo (al menos potencial e idealmente) que extrae sus propósitos, fi-
de la interlocución continúa siendo válida pese a esa discrepancia? nalidades y planes vitales de sí mismo, que sólo busca «relaciones» en la
El para qué es precisamente para insistir en eso que podria denominar- medida en que éstas sean <tSatisfactorias», en gran parte se fundamenta en
se la c_on~ción «trascendental» de la comprensión de nuestro lenguaje, com- d hecho de querer ignorar nuéstro «incrustamiento» en las urdimbres de la
prensión esta que de alguna manera confrontamos o relacionamos con el interlocución.
lenguaje de los d~más. No se trata simplemente de recomendar una políti- En cierta manera parece fácil hacer una lectura del paso hacia una pos-
ca de las que sugieren que al confrontar nuestras creencias con las de los tura independiente, como si se tratase de un salto fuera de la condición tras-
demás evitamos caer en algunas falacias. Al hablar aquí de una condición cendental de la interlocución o, si no, como una manera de demostrar que
<<trascendental», estoy apuntando a la manera en que la propia confianza. nunca estuvimos en ella y que lo único que necesitábamos era el valor de
de que sabemos lo que queremos decir y, por tanto, de que contamos con hacer evidente nuestra básica independencia ontológica. Resaltar la condi-
nuestro propio lenguaje original, depende de dicha relación. El contexto ción trascendental es una manera de dar el carpetazo a esta confusión. Y
original y (ontogenéticamente) ineludible de tal relación es el cara-a-cara permite que el cambio aparezca bajo su verdadera luz. Es posible alterar
en el que realmente estamos de acuerdo. Somos iniciados en el lenguaje considerablemente el balance de nuestra definición de la identidad, depo-
cu~ndo s~e nos conduce a ver las cosas como las ven nuestros tutores. Des- ner la comunidad histórica dada como polo de la identidad y relacionarnos
pues: y solo para una parte de nuestro lenguaje, podemos desviarnos, y esto solamente con la comunidad definida por su adherencia a los justos (o a los sal-
gracias tanto a nuestra relación con interlocutores ausentes como a la con- vados, o a los verdaderos creyentes o a los sabios), pero esto no corta nues-
frontación que hacemos de nuestro pensamiento con cualquier interlocutor tra dependencia de las urdimbres de la interlocución. Sólo cambia las ur-
en esta nueva e indirecta manera, a través de la lectura que hacem9s del de- dimbres y la naturaleza de nuestra dependencia.
sacuerdo que pueda existir. E incluso en este caso, no toda confrontación Ciertamente, cabe aún ir más lejos y defioirnos explfcitamente, sin rela-
puede ser a través de la disidencia. ción alguna a ninguna urdimbre. Ciertas visiones románticas del yo que ex-
. Hago ~ncapié en l_a continuidad entre la última postura, superior y más traen su sustento de la naturaleza interna y del gran mundo de la naturale-
Independiente, y la pnmera, una forma más «primitiva» de inmersión en la za externa, se inclinan en esa dirección, de igual manera que lo hacen sus

L.
56 LA IDENTIDAD Y EL BIEN
,
!
57
EL YO EN EL ESPACIO MORAL

devaluados derivados en la cultura moderna. Y un primo hermano del Roman- dad. Comparamos esto con la relación que present~ Sudh~ Kak"': sobre la
ticismo es el yo de los trascendentalistas norteamericanos, que en un sentido crianza de niños indios: «El anhelo por la prese~cm confirmatona del ~er
contienen el universo, pero evitan cualquier necesaria relación con otros hu- amado ... es la modalidad dominante de las relaciOnes sociales en la Ind;a,
manos. Sin embargo, es8;S grandiosas aspiraciones no aportan nada que especialmente en la fantilia extendida. Dicha "modalidad" se expresa de v:mas
exima de las condiciones trascendentales. maneras, pero coherentemente, en la sensac~~n de desamparo que stent.e
Esta clase de individualismo, y las ilusiones que conlleva, es particular- una persona cuando los miembros de su familia están ausentes o en su ~­
mente potente en la cultura norteamericana. Como Robert Bellah y sus co- ficultad para tomar decisiones por sí sola. En res':'men, a lo largo de sus~­
laboradores han señalado, 17 los estadounidenses se han construido a sí mis- das, los indios normalmente dependen del apoyo aJeno para solventar las eXI-
mos sobre la antigua tradición puritana de «abandonar el hogar». En el gencias que impone el mundo ex:temo».
18
. .
Connecticut de los primeros tiempos los jóvenes se veían obligados a expe- Éste es sencillamente un modelo muy diferente del que alientan nues-
rimentar su conversión propia e individual y a establecer su relación parti- tras sociedades occidentales. El hecho de que ambos estén elaborados so-
cular con Dios antes de poder ser admitidos como miembros activos de la bre tradiciones culturales no aminora la diferencia. El modelo indio, por 1?
Iglesia. Y esto se mantiene en la tradición norteamericana de abandono del menos en esta visión, tiende a alentar una clase de identida~ en la que·es di-
hogar: el joven ha de marcharse, abandonar el entorno paternal para con- ficil saber lo que deseo y dónde me encuentro respecto a un Imp~rt~te aba-
seguir su sitio en el mundo. En las condiciones actuales dicha tradición se nico de cu.estiones, si no estuviera en buena relación ? en con:tumcación con
transpone incluso en el hecho de abandonar las ideas políticas o religiosas los seres que me son más cercanos. El modelo occidental mtenta alentar
de los padres. Y, sin embargo, podemos hablar sin paradoja de la «tradi- justamente lo opuesto. _ .
ción» norteamericana de abandono del hogar. El joven o la joven aprenden Desde dentro cada uno de los modelos externos parecen extranos e m-
a adoptar una postura independiente, pero esa postura también es algo que feriares. Como s~ñala Kakar, los académicos occident:Je~ suelen int~rpre­
se espera de ellos. Además, lo que implica una postura independiente lo de- tar el modelo indio como una cierta «debilidad». Los mdws pueden mter-
fine la cultura en una constante conVersación ·en la que se inicia a los jóve- pretar el occidental como insensible. Pero tales juicios son etnocén:ricos
y no aprecian la naturaleza de la discrepancia cultural. El ~tn?Ce_I;trismo,
19
nes (y en la que el significado de independencia también puede alterarse con
el tiempo). Nada ilustra mejor el incrustamiento trascendental de la inde- por supuesto, es también consecuencia del derrumbe _de la distinciOn entre
pendencia en la interlocución. Cada joven puede adoptar su propia postu- las condiciones trascendentales y el verdadero conterndo de 1~ cu_Jtura, por-
. ra, pero la verdadera posibilidad de hacerlo se enmarca en una comprensión que contribuye a que parezca que «Verdaderamente»20somos Individuos se-
social de enorme profundidad temporal, de hecho, en la «tradición». parados y, por ende, ésa es. la ~anera correet a de ser.
Pensar que dicho enmarque en la tradición es simplemente una burla del
énfasis en el individuo independiente y autosuficiente, sería olvidar la dis-
tinción entre las condiciones trascendentales y nuestra verdadera postura. 2.3
Por supuesto que la independencia puede resultar un asunto muy superfi-
cial en el que masas de personas intentan, cada una por su parte, expresar En la sección anterior he intentado trazar las conexiones que existen
su individualidad de la manera más tópica. Ésta es una critica que frecuen- entre nuestro sentido del bien y nuestro sentido del yo. Hemos visto que és-
temente se hace a la sociedad consumista moderna que tiende a fomentar tos van estrechamente entretejidos y que conectan con la manera en que
un rebaño de individuos conformistas. Esto ciertamente es una burla de las somos agentes que comparten un lenguaje con otros agent~s. Ahora me .gus~
pretensiones de la cultura. Pero no por esa razón hemos de concluir que la taría extender esa imagen para mostrar que esto también se re.laci~n
existencia de una cultura tradicional de independencia vacía la individuali- con la percepción que tenemos de nuestra vida en general y con la direcciÓn
dad de su significado. que va tomando mientras la dirigimos. Para establecer el contexto adecua-
Para constatar que el giro cultural de la autosuficiencia realmente mar- do, volveré a mi argumento sobre el bien para valorar dónde pienso que se
ca una diferencia, incluso en su forma devaluada, sólo tenemos que com- sitúa al respecto. . . .
pararlo con una cultura totalmente diferente. Es importante que se espere En mis comentarios intrOductorios comencé declarand~ qu~ ~m objetl-
que los jóvenes norteamericanos sean independientes de sus mayores, in- vo era explorar el trasfondo en el que se sostienen nuestras Intuiciones mo-
cluso si esto mismo es una exigencia de los mayores, ya que lo que trata de rales. Luego (en la sección 1.2), redefiní dicho objetivo como la ?ntología
establecer cada uno de los jóvenes es su identidad, lo que significa decidir
por sí mismo o por sí misma, en el sentido especial de que dicha identidad se
moral que subyace en dichas intuiciones y respue~t~s Y1~ d~ s~ntldo. En el
transcurso de la argumentación he vuelto a descnbir mi objetivo de fonn
mantendría incluso contra la oposición familiar o social. Dicha identidad diferente: ahora ya podemos percibirlo como la exploración de los marc?s
se adquiere en las conversaciones con los padres y asociados, pero la natu- referenciales que articulan nuestro sentido d~ l~ ~rientación e~ el. espacio
raleza de la conversación está definida por la noción de lo que es la identi- de los interrogantes sobre el bien. En un pnnciplO tomé las distmcwnes
58 LA IDENTIDAD Y EL BIEN EL YO EN EL ESPACIO MORAL 59

cualitativas que definen los marcos referenciales como los supuestos de no funcional? El hecho de tener que colocarnos en un espacio definido por
fondo para nuestras reacciones y juicios morales y, luego, como los contex- esas distinciones cualitativas sólo puede significar que el l~gar dm;de nos
tos que proporcionan sentido a tales reacciones. Así las sigo tomando. Pero situamos en relación a ellas es algo que nos mcumbe. ~a mcapacida~ de
estas descripciones del papel que desempeñan no captan lo indispensables funcionar sin orientación en el espacio de lo finalmente Importante, sigm-
que son para ~os_otros. Ni siquiera en el segundo caso, porque, aunque por fica que no podemos despreocupamos del lugar qu~ ahí ocupamos ..
sup~esto sea_ Ir;t~Ispen~able u~ contexto qu_e aporte sentido a un específico Aquí volvemos a lo que en ]a sección ~ .4 denommé el segund~ eJe de la
conJunto de JUICIOS, aun podría parecer abierta la opción de no hacer tales fuerte valoración el concerniente a los mterrogantes sobre que das~ d_e
~aloraciones. Mientras se mantenga la plausibilidad de la imagen natura- vida vale ]a pena ~vir, por ejemplo, '\ué co~stituiria un~ vida plena Y sigm-
lista en }a que el tener_un punto de vista moral es un extra optativo, se os- ficativa en contra de una vacía, o que constituiría una VIda honorable Y co-
curecera el lugar que d1chos marcos referenciales ocupan en nuestras vidas. sas por el estilo. Lo que defiendo aquí es que la preocupación por alguna
Pero el hecho de tomar esas distinciones cualitativas como orientaciones cuestión de esta iodole no es un asunto opcional, de la misma manera que no
defin!doras, ha alterado todo esto. Ahora podemos ver que presentan respues- ]o es ]a orientación que define nuestra identidad y, en última instancia, por la
tas discutibles a interrogantes ineludibles. misma razón. Naturalmente, el cariz del asunto que se plantea alrededor de
No obstante, la imagen de orientación espacial que vengo utilizando como este eje varía de persona a persona y, mucho más marcado, d~ ;ultura a ~ul­
an~ogía pone de relieve otra faceta de nuestra vida como agentes. La orien- tura. Toqué esto en la sección 1.4, p~rticularmente ~n conex10~ con la Im-
tación muestra dos aspectos; hay dos maneras en que podemos carecer de portancia que adquieren en nuestro tiempo las cuestwnes relaciOnada~ con
ella. Yo puedo ignorar la ;onfiguración del terreno que me rodea, es decir, el «significado» de ]a vida. Pero igualm~nte, por sup~esto, varían lo~ bienes
de~conocer los lugares mas Importantes que la componen y la relación que por los cuales las personas definen su Id.entid:'d -ciertamente v~an has-
existe entre ellos. Es~a das~ de ignora~cia se cura con un buen mapa. Pero, ta tal punto que el propio término de «Identidad» resulta ~e algun modo
por otro lado, podna sentirme perdido de otra manera distinta si no sé anacrónico para las culturas prem~dema:o:-• lo que de ~guna manera
cómo c?locarme en dicho mapa. Si fuera un viajero extranjero y quisiera significa que la necesidad de una onentac1~n moral o espu1tual fuera me-
saber donde está el Mont Tremblant, de poco me serviría si me metieran en nos absOluta, sólo que en ese caso la cuestión no puede plante!J.rse en los
un avión con los ojos ven~ados y luego n:e
quitaran de la venda al tiempo términos reflexivos y relacionados con la persona, como se nos plantea a
que me anunciaban: <qAhxlo tienes!», mientras sobrevolábamos el monte nosotros. Lo que quiero resaltar aquí es que I.os bienes por los cuales se de-
cubierto de bosque. Sabría entonces (si confiara en el guía) que estaba en el fine nuestra orientación espiritual son los mismos por lo.s que medire~os
Mo~t Tre:nbiant. No obstante, seguiría sin saber dónde estoy en un sentido el valor de nuestras vidas; las dos cuestiones van indisolublemente urudas
sigmficatiVo, puesto que no sabría situar el Mont Tremblant en relación con porque ambas parten del mismo núcleo. Y ésa es la razón por la .que de:
otros lugares del mundo conocido. seo hablar de la segunda cuestión, sobre.el valor, o peso, o s~~tancm de m~
Por contraste, una persona nativa de esa región podría perderse en una vida, como la cuestión de dónde me «sitúo)) o «Ubico)) en relac10n al b1en, o SI
excursión ~n el ~arque del Mont Tremblant. Se supcne que esa persona estoy en «contacto)) con él. , ., . ·
sabe m.uy bwn don~e se encuentra el monte con respecto a Riviere Diable, Es típico que para los contemp?rane?s 1:' eue.s!Ion se plantee p~Iendo
St. Jovlte, Lac Carre. Pero es mcapaz de situarse en ese bien conocido te- de si nuestra vida «vale la pena)) o SI es «Sigmficativa», o SI es (o ha sido) ple-
rreno -~·lie~tras anda a trompicones por el bosque desconocido. El viajero na y sustancial o vacía y vana. Ésas son expresiones qu~ se ~san cor;ri:nt~­
del avwn tiene una huena descripción sobre dónde se encuentra, pero le fal- mente imágenes que se evocan frecuentemente. 0: ¿a que asciende rm vida.,
ta el n:apa que lo onentaria; la excursionista·tiene el mapa, pero ]e falta el ¿pose~ peso y sustancia, o se me escapa en nada, en algo insus~ncial? Otra
conocimiento para saber dónde se sitúa en él. manera de plantearse la cuestión es (má~ adelante v~re'?os m~JOr por q>;é)
, Por analogía, nu.estra orientación en relación al bien no sólo requiere al- si nuestra vida posee unidad, o si un dia sigue al siguiente sin prop~slt~
gun n;arco referencial (o algunos marcos referenciales) que defina la confi- ni sentido; si el pasado cae en un,a especie de ~ada _que no es preludiO, ni
guraCión de lo cualitativamente mejor, sino también el sentido de dónde es- vaticinio, ni apertura, ni comienzo de_nada; SI,es s1mplem:nte el <ttemps
tamos situados en relación a ello. Tampoco ésta es una cuestión neutra ante perdu. en el intencionado doble sentido del titulo de la celebre obra de
la que podemos ser indiferentes, aceptando como satisfactoria cualquier Proust, ÍI 0 sea, un tiempo tan malgastado como irremisiblemente perdido
respuesta que nos oriente efectivamente, sin que importe cuán lejos o cerca más allá de cualquier posible recuperación; un tiempo en el que pasamos
n?s coloq~e d_el. bien. Por el contrario, aquí topamos con una de las aspira- como si nunca hubiéramos existido. ·
ClOnes mas basicas de los seres humanos, la necesidad de conectar o con- Éstas son formas e imágenes específicamente modernas; sin embargo,
tactar con lo que perciben como bueno, o de suma importancia o de valor reconocemos su similitud con otras formas, algunas todavía vivas actual-
~ndam~ntal. Y ¿cómo podría ser de otra manera una vez que se sabe que mente, que se adentran mucho más en la historia humana. La aspiraci?n
d1cha onentación en relación all;>ien es esencial para ser un agente huma- moderna al significado y a la sustancia en la propia vida cuenta con obVIas
EL YO EN EL ESPACIO MORAL
61
60 LA IDENTIDAD Y EL BIEN

afinidades en las más antiguas aspiraciones a un ser mejor, a la inmortali- de las formas de afirmación de la vida corriente, lo má.s importa:>te, por en-
dad. Y la búsqueda de esa clase de ser mejor, que es la inmortalidad como cima de todo, es verse motivado y favorecido en esa ':'da, por.eJempl_o. con
Jolm Dunne ha reflejado tan vívidamente, 22 ha adoptado diferentes f~rmas: el trabajo que se desempeña y con la familia que se !len:. Qmenes p~ensen
la aspiración a la fama es una forma de inmortalizarse para que el nombre que el significado de la vida lo otorga la expresión querr~ verse re~lizan~o
propio esté por siempre en los labios de las gentes. «El mundo entero será su potencial en la expresión, si no en uno de los reco~oc1dos medtos. arti~­
su monumento», dice Pericles de los héroes caídos.23 La vida eterna es otra ticos intelectuales, entonces, quizás en la configuración de sus propias VI-
0
f~rma. ~uand~ san Francisco abandona a sus compañeros, a su familia y la das. Y así sucesivamente. . . . .
VIda de JOVen neo y famoso en Asís, debe haber sentido a su manera la insus- Lo que sugiero es que esas distintas asprrac10nes las percibunos como
tancialidad de esa clase de vida e intentado la búsqueda de algo más pleno, formas de un imborrable anhelo de la vida humana. He~os de ~star co-
más completo, el darse a Dios más íntegramente, sin escatimar nada. rrectamente situados en relación al bien. Esto no resultara demasiado mo-
La aspiración a la plenitud se puede lograr construyendo algo en nues- lesto en nuestras vidas si las cosas nos van bien y si, en términos generales,
tra propia vida, algún patrón de acción superior, o algún significado; o se pue- estamos satisfechos de estar donde estamos. El creyente en la razón cuya
de lograr VInculando nuestra vida a una realidad o historia mayor. O se puede, vida está en orden; el padre de familia (naturalmente hablo de algu1en con
desde luego, abarcar ambas, puesto que son descripciones alternativas de un cierto ideal moral, no simplemente censado en esta categoría) que per-
preferencias, de características que no son necesaria y mutuamente exclu- cibe la plenitud y la riqueza de su vida familiar viendo crecer a sus hiJO~ Y
yentes. Cabría pensar que la segunda clase de descripciones es más «premo- su vida se ve colmada por sus cuidados y logros, pueden ser totalmente ~n­
derna», que solla darse en la historia humana antigua. Y en cierto sentido es conscientes de dicha aspiración como tal, pueden no soportar Y de~precia_r
v~r~ad. Ciertamente,_ las formulaciones anteriores respecto a este segundÓ a aquellos cuyas vidas son tormentosas e inquietantes a conse~uencia de di-
eJe mvocan una real1dad superior con la que vinculamos: en algunas reli- cha aspiración. Pero eso sólo se debe al he.cho de que su sentido de valor Y
giones antiguas sería una realidad cósmica; en el monoteísmo judeÓcristia- significado está bien integrado en lo que VIven. El va_lor que el padre de fa-
no, una realidad que trasciende el cosmos. En ciertas religiones antiguas, milia atribuye a lo que vengo denominand~ ~da coment~ se entreteJe a tra-
como la azteca, incluso existía la noción del agotamiento del mundo, de un vés de las emociones e inquietudes de su VIVIr de cada dia. Es lo que les da
mundo que pierde sustancia o Ser y ha de renovarse periódicamente a través su riqueza y profundidad. .
del contacto sacrificial con los dioses: En el otro extremo están aquellos cuyas vidas están ~esgarrada~ por este
. No obstante, sería un error pensar que esta clase de formulación ha des- anhelo. Quienes se perciben a sí mismos, frente al dueno de sí miSmo, do-
aparecid?, incluso e.n?"e los no creyentes, en nuestro mundo. En lo que quizá minados por incontrolables pasiones; s~s vida~ desorde?~das y manchadas
sea un mvel más trtVIal, algunas personas encuentran un sentido del signi- por sus bajos apegos. O tienen un sentido de Impotencia. «No 1? co?trolo,
ficado de sus vidas por «haber estado aJú,, es decir, por haber presenciado no puedo deshacerme de esa costumbre (de no tener .un trabaJ? fi¡o)». O
grandes, importantes acontecimientos en el mundo de la política, o del espec- hasta la sensación de ser malvados: «Hay algo que m~ Impide evitar hacer-
táculo, o de lo que sea. En un plano más profundo, algunos izquierdistas com- les daño, incluso sabiendo que me quieren tanto. Omero conte~erme, pero
prometidos se consideran parte de la Revolución socialista o del avance de siento tanto agobio que explotO>>. Frente al luchador compromelldo con una
la historia humana y eso es lo que proporciona significado, o un Ser más causa tienen la sensación de estar al margen: «De veras no puedo. m~tenne
pleno, a sus vidas. en ello (causa/movimiento/vida religiosa). Me siento ajen~ a ello, mdiferen-
Sin embargo, cualquiera que sea la descripción preferida, ya sea incor- te. Reconozco que, en cierto sentido, es una magnífica 1dea, pero no me
por.ando.algo en la propia vida o vinculándose con algo externo superior, siento motivado. De alguna manera siento que no val_go para eso)). .
utilizo miS Imágenes de «Contacto» con el bien o con el «dónde nos situamos» 0, por otra parte, alguien podría percibir en la misma cl~e d~ vida co-
en relación al bien, como términos genéricos, forzando al máximo esta dis- rriente que tanto satisface al padre de familia, la vana .e msigmficante sa-
tinción y manteniendo la primacía de mi metáfora espacial. tisfacción de una conformidad mezquina, desentendida de las grandes
Así, en ciertas tradiciones religiosas, el «Contacto» se entiende como una cuestiones de la vida o del sufrimiento de las masas o de la enve.rgadura de
relación con Dios y puede entenderse en términos sacramentales o en tér- la historia. En décadas recientes reiteradamente hemos presenciado el dn;-
minos de oración o devoción. Para quienes se adhieren a la ética del honor, ma de que resulta que quienes suelen reaccionar de esa manera son P~~~­
el asunto concierne a su sitio en el espacio de la fama o la infamia. Se aspi- samente aquellos hijos de cuya crianza tanto disfrutaba el p~dre de fam!lia.
ra a !a gloria, o al menos a evitar la vergüenza y el deshonor que haría la Éste es sóloun ejemplo, un ejemplo conmovedor de nuestro tiempo: de como
VIda rnsoportable y la no existencia preferible. Para quienes definen el bien esa aspiración a conectar con algo puede motivar uno de los conflictos ~ás
como autodominio mediante la razón, la aspiración es ser capaces de orde- amargos que se dan en la vida humana. Es un hecho, una pulsión fun a-
na~ sus v~das y la amenaza insoportable es ser devorados o degradados por mental, con un inmenso potencial de impacto en nuestras vtdas. .~
Dicho afán por conectar o estar correctamente situado en relacwn a
1
_el Irresistible anhelo de cosas inferiores. Para aquellos a quienes mueve una

L
62 LA IDENTIDAD Y EL BIEN EL YO EN EL ESPACIO MORAL 63
bien puede verse :nás o m~nos satisfecho en nuestras vidas al ir adquirien- se tiene, él está profundamente comprometido en la construcción de un en-
do más fama o al mtroduc¡r más orden en nuestras vidas, o al ir asentándo- tramado de relaciones que da plenitud y significado a la vida humana. Su
nos más firmemente en nuestras familias. Pero la cuestión no se nos plan- dirección está establecida.
tea sólo como un asunto de más o menos, sino como una cuestión de sí o O, en otro caso, una persona que perciba que la plenitud de la vida se
no. Y precisamente en esta forma nos afecta y desafia más profundamen- encuentra en cierta forma de actividad expresiva, podría estar muy lejos de
te. La cuestió~ ~el sí/no concierne, no tanto a cuán cerca o lejos estarnos esa plenitud; no obstante, podría verse a sí misma luchando por alcanzar-
de lo que·percibimos como el bien, sino más bien a la dirección de nues- la incluso aun cuando nunca llegue a abarcar por completo lo que proyec-
tras _vid";S, si nos acerca al bien o nos aleja de él, o a la fuente de nuestras ta' para sí. Naturalmente, en este caso el asunto concerniría no sólo a su
mohvacwnes al respecto. postura básica, como sucede con la objetivación desvinculad~: y ~o sólo a
. . Esta clase de interrogante está claramente postulada en la tradición re- su motivación más profunda, como sucede con el padre de familia, smo a los
hgwsa. El puntano se preguntaba si se salvaría. El interrogante era si estaba limites de posibilidad objetiva que emnarcan su vida. La persona que se sien-
ll.a~ado a la salvación o no lo estaba. Si llamado, estaba «justificado»; pero te inclinada a una carrera artística puede pensar que posee lo que se requie-
s¡ JUStificado, aún le quedaba un largo camino hasta llegar a estar «santifi- re para hacer algo significante; o, por el contrario, puede un día pensar que
cado»:, Y esto requerí~ u~ constante proceso, un camino en el que podía avan- carece de lo que hace falta para ello. O su desesperación podría surgir de la
zar :n:as o menos. MI tes¡s es que esto no es peculiar del puritanismo cristia- sensación de que ciertas limitaciones externas se interponen en su camino:
no, .smo que todos los marcos referenciales permiten, de hecho plantean, que a la gente de su clase, o de su raza, o de su sexo, o de su pobreza, nunca
un Interrogante absoluto de esta índole en el que se enmarca el contexto se les permitirá desarrollarse en formas relevantes. Muchas mujeres de hoy
en que nos hacemos las preguntas relevantes sobre cuán lejos o cerca esta- sienten que han sido excluidas de carreras que, a su parecer, serían profun-
mos del bien. damente satisfactorias (debido a todo un abanico de razones que tienen
Éste .es ol;>viam~nte .el caso de esos derivados laicos del cristianismo que que ver con el reconocimiento, pero también con la expresión y los signifi-
ven la hi~tona en te~mos de la lucha entre el bien y el mal, el progreso y cativos logros que conlleva esa clase de actividades en relación al bienestar
la reaccwn, el socialismo y la explotación. En ese caso el insistente inte- humano), por barreras externas que no tienen nada que ver con sus autén-
rrogante absoluto. es: ¿de qué lado estás? Esto sólo da margen a dos res- . ticos deseos y actitudes. Dichas barreras contribuyeron a establecer la di-
puestas, mdependientemente de cuán cerca o lejos estemos del triunfo de la rección de sus vidas y su relación con lo que un día identificaron como bie-
cor:ecta. Pero también es cierto en otras concepciones que no están tan po- nes esenciales.
lanzadas. · Esta colección de ejemplos nos coloca en la pista de por qué es posible
Quien cree en la objetivación desvinculada, quien percibe el dominio de que el interrogante absoluto no sólo se plantee, sino que inevitablemente se
la ra,zón co~o u~a ~pecie de control racional de las emociones logrado a plantea. La cuestión reiterativa, aunque de diferentes formas, en los casos
traves del distanciamiento del escrutinio científico, la clase de persona mo- artiba mencionados, es la que he formulado en términos de la dirección de
derna de la que Freud es un ~jemplo prototípico y para quien suele ser nuestras vidas. Concierne a nuestra motivación más fundamental o a nues-
';!Odelo, obVIamente, percibe dicho dominio como algo que se logra paula- tras fidelidades básicas o a los límites externos de las posibilidades relevan-
tinamente, pa_so a pa~o. Algo que ciertamente no llega a completarse nunca tes para nosotros y, por tanto, a la dirección a que se encaminan o podrían
Y Siempre .esta ~n peligro de desmoronarse. Y, sin embargo, tras la cuestión encaminarse nuestras vidas. Porque nuestras vidas cambian. Aquí conecta-
del dorm~o m~~-o-me.nos conseguido se halla un interrogante absoluto so- mos con otro rasgo básico de la existencia humana. La cuestión de nuestra
bre la onentaciOn básica: el agente desvinculado ha adoptado de una-vez- condición jamás se agota en lo que somos porque siempre estamos cam-
por-todas. una postu~a en favor de la objetivación; ha roto con la religión, la biando y deviniendo. Pasamos muy paulatinamente de la infancia y la niñez
supersti.c~ón; ha resistido las lisonjas de esas placenteras y favorecedoras a ser agentes autónomos en posesión de algo así como un lugar propio en re-
cosm~VISlOnes que esconden la austera realidad de la condición humana en lación al bien. E incluso entonces, ese lugar está constantemente bajo el
un ~verso desencantado. Ha adoptado la actitud científica. La dirección de reto de nuevos acontecimientos en nuestras vidas y constantemente tam-
su VIda está establecida, por muy poco dominio que en realidad haya logra- bién bajo potencial revisión a medida que afrontamos más experiencias y
do. Y esto es fuente. de profunda satisfacción y orgullo para él. vamos madurando. Así, lo verdaderamente importante no es sólo dónde es-
El padre de fa~iha, que percibe el significado de la vida en los ricos go- tamos, sino hacia dónde vamos; y aunque lo primero puede ser una cuestión
ces.~el amor, famih.ar, en la preocupación de sustentar y cuidar a su mujer de más o melios, lo ·segundo es una cuestión de ir acercándonos o ir quedán-
e hiJOS, podna, s~ntrr que está muy lejos de apreciar plenamente esos goces donos fuera; una cuestión de sí o no. Ésa es la razón por la que un interro-
o d_e darse prod1gamente a esas inquietudes. Pero siente que su fidelidad gante absoluto siempre emnarca los relativos. Puesto que no podemos pa-
esta ahí, que, en contra de quienes desprecian o condenan la vida familiar, sar sin una orientación al bien y, puesto que no podemos ser indiferentes al
o de quienes la ven como una forma pusilánime de resignación con lo que lugar en que nos situamos en relación al bien, puesto que ese lugar es algo
r EL YO EN EL ESPACIO MORAL 65
64 LA IDENTIDAD Y EL BIEN
Hasta donde alcance la vista atrás, determinamos lo que somos por lo
que ~a de estar. siempre cambiando y deviniendo, ha de planteársenos la que hemos llegado a ser, por la narración del cómo llegamos ahí. Una vez
cuestrón de la drrección de nuestras vidas. más, la orientación en el espacio moral se asemeja a la orientación en el es-
Aquí c~nectamos con otro rasgo ineludible de la vida humana. He veni- pacio físico. Sabemos dónde estamos por una mezcla de reconocinüento de
do defendrendo. que para encontrar un mínimo sentido a nuestras vidas, las señales que tenemos enfrente y de la percepción de cómo hemos viaja-
P~~a tener u.na rdentidad~ ;tecesi~~s ~na orientación al bien, lo que sig- do hasta llegar ahí, como indicaba anteriormente. Si al salir de la cafeteria de
mfica una crerta ~ercepc10n de discnmmación cualitativa, de lo incompa- mi barrio y dar la vuelta a la esquina me encuentro de bruces en el Taj Ma-
rablem~nte supenor. Ahora vemos que dicha percepción del bien ha de ir hal, es más probable que llegue a la conclusión de que la industria cinema-
entrete¡rda en la comprensión que tengo de mi vida como una historia que tográfica disfruta de deducciones tributarias en Montreal, en vez de creer
va desplegándose. Pero esto es manifestar otra condición básica para poder que de repente me encuentro a orillas del Jumna. Esto es análogo a mi des-
ent~ndernos: hemos de asir nuestras vidas en una narrativa. Esto se ha dis- confianza respecto al éxtasis. Parte de la percepción que yo tenga respecto
cutrdo mucho Y muy inteligentemente en los últimos tiempos." Frecuente- a su autenticidad dependerá del cómo he llegado ahí. Y toda la compren-
men~c; se ha comentado" que el dar sentido a nuestra vida en forma de na- sión que de antemano se tenga de los estados de perfección suprema, co-
rracmn ta~poco es, COII_l-0 no l~ es la orientación al bien, un extra opcional; moquiera que se defina, está configurada por el anhelo de lograrla. Com-
que tambren nuestras VIdas exrsten en ese espacio de interrogantes al que prendemos algo de lo que en realidad caracteriza los estados morales que
sólo puede responder una narrativa coherente. Para tener sentido de quié- buscamos a través del propio esfuerzo de intentar lograrlos y, en un princi-
n.es somos hemos de tener una noción de cómo hemos llegado a ser y de ha- pio, fracasar en el intento.
era dónde nos encaminamos. Es cierto que la experiencia inmediata podría ser intensa y convinCente. Si
En El ser Y el tiempo, Heidegger" describe la ineludible estructura tem- verdaderamente allí estuvieran el Taj, el Jumna, la ciudad de Agra, los bueyes,
poral del ser en el mundo: desde la percepción de lo que hemos llegado a ser el cielo, todo, tendría que aceptar mi nueva ubicación, por muy misterioso
entre un abanico d~e posibilidades actuales, proyectaremos nuestro futur~ que resultase mi traslado hasta allí. Algo similar podria existir espiritualmen-
se_r..Naturalmente, esta es la estructura de cualquier acción situada, por más te. Pero incluso ahí, sólo el pasado anhelo y la experiencia moral capacitarán
~VIal que.sea. Desde mi percepción de estar en la cafeteria, entre otros po- para comprender e identificar tal estado de arrobamiento. Sólo lo recono-
srbles. destinos, pro,Yecto carrünar hasta rai casa. No obstante, esto incumbe cerla por haberme afanado en una cierta dirección y eso quiere decir, una vez
tambré~ ~ la cU<;stión esencral de mi lugar en referencia al bien. Desde ]a más, que sabemos lo que somos a través de lo que hemos llegado a ser.
percepcron de donde est~~ en relaci~n a ello, y entre las diferentes posibili- Por tanto, dar sentido a mi acción actual, cuando no se trata de una cues-
~ades, proyecto la drreccwn .~e mr vrd~ en relación a ello. Mi vida siempre tión baladí como dónde debo ir en el transcurso de los próximos cinco mi-
trene un grado de comprenswn narrativa; yo entiendo mi acción presente nutos, sino de la cuestión de mi lugar en relación al bien, requiere una com-
en la forma de un «y entonces»: ahí estaba A (lo que soy), y entonces hago B prensión narrativa de mi vida, una percepción de lo que he llegado a ser
(lo que proyecto llegar a ser). que sólo puede dar una narración. Y mientras proyecto mi vida hacia ade-
~ero la narrativa también desempeña un papel más importante que el lante y avalo la dirección que llevo o le doy una nueva, proyecto una futura
de srmplemente estructurar ~ presente. Lo que yo soy ha de entenderse narración, no sólo un estado del futuro momentáneo, sino la inclinación para
como lo q~e he llegado a ser. Este es normalmente el caso hasta para asun- toda la vida que me espera. Esa percepción de mi vida como si estuviera en-
tos tan cotrdranos como saber dónde estoy.. Suelo saberlo en parte a tr ' caminada en la dirección hacia lo que aún no soy, es lo que Alasdair Mac-
d · 'ó d • , aves
.~ mi per_cepcr n ~ ~ómo he llega~o ahí. Pero es ineludible para la cues- Intyre ha captado en su noción de la vida como «búsqueda», que ya he ci-
l!on de donde n:re srtuo en el espacro moral. Es imposible que un destello tado anteriormente. 27
me ~aga saber SI he logrado la perfección o si estoy a medio camino de ella Esto, por supuesto, conecta con una importante cuestión filosófica res-
Es c1erto que se dan experiencias en las que levitamos en éxtasis y creemo~ pecto a la unidad de ]a vida, que de nuevo ha puesto de relieve Derek Parfit
~scuchar la v_oz de l~s ángeles; o ~enos exaltadamente, en las que por un en su interesante libro Reasons and Persons. 28 Parfit defiende una cierta
mstante sentrmos la mcreíble plemtud y el intenso significado de la vida· 0 versión de la opinión de que la vida humana no es una unidad a priori o que
en las que sentimos w;ra enorme oleada de poder y dominio sobre ]as dilk~I­ la identidad personal no se define en términos de total de una vida. Para mí
tades que s~elen agobiarnos. No obstante, siempre existe la duda sobre cómo es perfectamente defendible considerar (lo que convencionalmente llama-
toma; esos mstante~, sobre cuánta ilusión o simple tripping implican, cuán ría) mi primer, digamos, preadolescente yo, como otra persona y, de igual
genumame~te refle¡an la verdadera plenitud o bondad. A esta clase de inte- manera, considerar que «yo» (tal como lo entendemos normalmente) seré
rrogantes sol? ca?~ responder observando cómo encajan en la vida que nos aún otra persona en algunas décadas venideras.
rodea, es decrr, que parte desempeñan en la narrativa de esa vida. Para Io- Esta posición se basa en la comprensión Iockeana (más desarrollada en
~ar una verdadera evaluación se requiere tanto mirar hacia atrás como ha- la humeana) de la identidad personal. Los argumentos de Parfit se inspiran
cra adelante.
66 67
LA IDENTIDAD Y EL BIEN
r EL YO EN EL ESPACIO MORAL

en ejemplos ~e la clase utilizada en primer lugar por Locke, en los cuales, tos no son objetos neutros ni puntuales; sólo existen en un cierto espacio de
dada la extrana y des.concertante relación de la mente con el cuerpo, se per- cuestiones, a través de ciertas inquietudes constitutivas. Las cuestiones o
tur~an las nm;nales mtmcwnes que tenemos sobre la unidad de una perso- inquietudes rozan la naturaleza del bien por el cual me oriento y cómo m.e
na. Desde m1 punto de VIsta, toda esta concepción adolece de un fallo fa- sitúo en relación a ello. Pero entonces lo que cuenta como umdad se defi-
taL La identidad personal es la identidad del yo y al yo se le entiende como nirá por el ámbito de la inquietud, por lo que s~ cues~ona. Y lo que se cues:
ob¡eto que se ha de conocer. Es verdad que no es igual a otros objetos. Para tiona general y característicamente es la configur":c16": al completo de m1
Locke, presenta la peculiaridad de que se aparece esencialmente a sí mis- vida. Esto no es algo que pueda dejarse a la determmac1ón arb¡trana.
~o. Su ser es inseparable d~ la conciencia de sí mismo. 30 Así pues, la iden- Aquí vemos dos dimensiones, la ekstaseis pasada y futura de la que ha-
tidad personal es una cuestión de autoconciencia. 31 Pero esto no es en ab- bla Heidegger. 34 Carezco del sentido de dónde estoy y de lo que soy, como
soluto lo que vengo denominando el yo, algo que sólo puede existir en un formulé anteriormente, sin ninguna comprensión de cómo he llegado aquí
espacio de cuestiones morales. Para Locke la percepción de sí mismo es la o a ser esto. El sentido que tengo de mí mismo es el de un ser que crece y de-
característica esencial y definidora de la persona. 32 Éste es el element~ resi- viene. Por la propia naturaleza de las cosas, esto no puede ser instantáneo.
du~ que s~ corresponde con los cuatro rasgos que distinguen el yo de un No sólo requiero tiempo y muchos incidentes para separar lo que es relati-
ob¡~t_o comente, que ya esb~cé en la sección 2.2. Todo lo que queda de la vamente fijo y estable en mi carácter, temperamento y deseos, de lo que
nocmn de q~~ el yo es esencmlmente un objeto significante para sí mismo es variable y cambiante, aunque sea verdadero. También sucede que, como
es este reqms1to de la autoconciencia. Pero lo que no se ha tenido en cuen- ser que crece y deviene, sólo puedo conocerme a través de la historia de mis
ta es precisamente lo sustancial. El yo se define en términos neutros fuera maduraciones y regresiones, de mis victorias y derrotas. La comprensión
de cualquier esencial marco referencial de preguntas. Por supuesto q~e Loc- que tengo de mí mismo necesariamente tiene una profundidad temporal e
ke reco~oce que no somos indiferentes a nosotros mismos; pero no tiene la incorpora la narrativa
menor Idea del yo como un ser que se constituye esencialmente por un cier- Sin embargo, ¿significa esto que he de considerar toda mi vida pasaPa
to J?odo de autopreocupación, ~n contraste con la preocupación que nece- como la de una única persona? ¿No queda ningún margen para la decisión?
sanamente tenemos por la cual1dad de nuestras experiencias como placen- Después de todo, desde una cierta lectura hasta lo sucedido antes de mi na-
tera~ o dolorosas. En la segunda parte de este trabajo veremos cómo este cimiento se podría tomar como parte del proceso de mi deverur. ¿Acaso no
s7?t1do neutro y «blanqueado» de la persona se corresponde con la aspira- es el propio nacimiento un punto arbitrario? Quizás haya una respuesta fá-
c¡on de Lo.cke a un desy,mcubdo sujeto de control racional. Aquí se nos pre- cil a esta última pregunta. Evidentemente existe una especie de c.ontinui-
senta un e¡emplo paradigmático de lo que argumenté en la sección anterior: dad a lo largo de mi vida que no se extiende a lo anterior a ella. Pero, al pa-
cómo la afirmación del individuo moderno ha generado una errónea com- recer, el objetor tiene alguna razón en este punto: ¿acaso no solemos hablar
prensión del yo. de lo que fuimos como niños y adolescentes en términos de: «Entonces era
Me gustada ~efinir esto como el yo <meutro» o «puntual». «Puntual» por- una persona diferente»?
que el yo se define ~bstr~yendo de cualquier inquietud constitutiva y, por Sin embargo, es evidente que esta imagen no llega a alcanzar la impor-
tanto, de ~ualqmer 1dent1dad en el sentido en que he utilizando el término tancia de un contraejemplo a la tesis que estoy defendiendo. Y esto es obvio
e? la sección anterior. Su única propiedad constitutiva es la autoconcien- cuando observamos otro aspecto de nuestra preocupación esencial en este
Cia. Éste es el yo que Hume se propuso encontrar y que predecib!emente punto. Queremos que nuestras vidas tengan significado, peso o sustancia, o
no. encon~ó. Y ésta es ?ásic~ente la misma noción del yo con la que tra- que avancen hacia alguna forma de plenitud, o como quiera que se formu-
?a¡a Parfit, una c':lya «1~ent1dad en el transcurso del tiempo simplemente le la inquietud que estamos discutiendo en esta sección. Pero eso significa
1mphca... la coneXIón psicológica y/o la continuidad psicológica con la cau- nuestra vida en su conjunto. Si fuera necesario nos gustaría que el futuro
sa ad,ecuada». 33 •
«redimiera» el pasado, hacerlo parte de una biografía que muestre un sen-
Si consideramos el yo como neutro, entonces quizá tenga sentido soste- tido y propósito, transformarlo en una unidad significativa." Un célebre
ner que el cómo nos consideramos a nosotros mismos en última instancia ejemplo, para nosotros, los modernos, un paradigma de lo que esto signifi-
es ~na cuestión arbi~aria. Cabría pensar que la elección que hacemos en- ca es lo que Proust narra en su A la recherche du temps perdu. En la escena
tre mnumerables ob¡etos en el mundo depende finalmente de los intereses de la biblioteca de Guermantes, el narrador recupera todo el significado de
Y las inquietudes que les a~ribuimos. Para mí, mi coche es algo singular. su pasado y así restituye el tiempo «perdido», en los dos sentidos del térmi-
Para un mecán~co esp~c1al1sta en coches podría· ser un conjunto de uni- no que he mencionado antes. Recobra el hasta entonces irrecuperable pa-
dades que func10nan discretamente. No tendría sentido preguntar lo que sado en su unidad con la vida que aún le queda por vivir, y todo el tiempo
«Verdaderamente» es, an sich, por así decirlo. «malgastado» tiene ahora un significado como tiempo de preparación para
Pero si mi posición es correcta, entonces no podemos pensar bajo esta la obra del escritor, quien dará forrna a aquella unidad."
luz de las personas humanas, de los yos en el sentido en que somos yos. És- E.n este sentido rechazar mi niñez como irredimible es aceptar una es-

l
68 LA IDENTIDAD Y EL BIEN

pecie de mutilación como persona; es quedarse corto en aceptar el desafío


que implica dar sentido a mi vida. En este sentido no se puede tomar como
determinación arbitraria lo que representan los límites temporales· de mi
<<personeidad» .37 CAPÍTULO 3
Si miramos hacia el futuro, el caso es aún más evidente. Sobre la base de
lo que soy proyecto mi futuro. ¿Sobre qué base cabría considerar que sólo,
pongamos por caso, los próximos diez años fueran «tni)) futuro y que en mi LA ÉTICA DE LA INARTICULACIÓN
vejez fuera el de otra persona? También aquí hay que señalar que un pro-
yecto futuro frecuentemente sobrepasará mi muerte. Hago planes para el
futuro de mi familia, de mi país, de mi causa. No obstante, es en un sentido
diferente en el que yo soy responsable de mí mismo (al menos en nuestra 3.1
cultura). Para ese propósito, ¿cómo podría justificar el considerarme a mí
mismo, ahora sexagenario, digamos, como otra persona? Y, ¿cómo obten- En el capítulq anterior intenté mostrar el importan~e lugar que oc~pan
dría significado su vida? las distinciones cualitativas en lo referente a la defimCJón de nuestra Iden-
Por todo esto parece evidente que existe algo como una unidad a priori tidad y también para dar el sentido a nuestras vidas. en la nar;ativa. Pero,
de la vida humana a lo largo de toda su extensión. Tampoco es cierto, por- ¿qué lugar ocupan dichas distinciol!'es ~n el pens~~mento y el JUICIO mora-
que es fácil imaginar culturas en las que podría dividirse. Quizás a una cier- les? ·Qué relación guardan con el amblto de lo etico, adoptando este tér-
ta edad, pongamos por caso a los cuarenta, la gente haya de atravesar un min; de Williams 1 para la indivisa categoría d_e consideraciones emple~~a~
horrible rito que los lleve al paroxismo y emerger del mismo, digamos, reen- a fin de responder a los interrogantes concernientes a cómo debeJ?OS VIVIr.
carnados en antepasados. Así se ven y se viven las cosas en esa cultura. En Ahí es, después de todo, donde se centran las grandes co:"tr?versias. .
esa cultura se percibe la suma del ciclo vital como si contuviera dos perso- La respuesta más sencilla sería: las distinciones cualitativas proporciO-
nas. Pero en ausencia de tal comprensión cultural, en nuestro mundo, por nan razones para nuestras creencias éticas y morales. La respuesta no e~tá
ejemplo, el supuesto de que yo podría ser dos sUcesivos yos es, bien una mal, pero es peligrosamente engañosa, a menos que se esclarezca lo que sig-
imagen hiperbólicamente dramatizada, o bien sencillamente falaz. Corre en nifica ofrecer razones para las opiniones morales. . ..
dirección opuesta a los rasgos estructurales de un yo como un ser que exis- Pero este complejo de cuestiones se ha embrollado y confundido casi Irre-
te en un espacio de inquietudes. 38 versiblemente, dada la amplia aceptación de los argumentos contra la supues-
En la sección anterior vimos que el ser yos está esencialmente vincula- ta «falacia naturalista)), o versiones de la distinción humeana del <<es/debe».
do a nuestra percepción del bien y que logramos nuestra identidad personal Es cierto que esos enfoques se han sostenido en los prejuicios ~el_ n~turalis­
entre otros yos. En ésta he defendido que la cuestión de dónde nos situamos mo y el subjetivismo modernos (pese a que pueda .parecerles ~omco a los
en relación a dicho bien es una inquietud tan ineludible como esencial para adversarios de una «falacia)) mal llamada «naturalista))), Los bienes o «Va-
nosotros, que sólo podemos anhelar dar sentido o sustancia a nuestras vidas lores)) se entendían como proyecciones2 en un mundo neutr?, razón po_r la
y que esto significa que también ineludiblemente nos comprendemos en la que nuestra visión del mundo, en términos de «Valor)), termmaba c?nside-
narrativa. rándose opcional, en un punto de vista que ya he rebatid? en la sección 2.3.
Mi tesis subyacente es que existe una estrecha conexión entre las dife- Dicha proyección se podía ver de dos maneras. Podm ser algo que ha-
rentes condiciones de la identidad, o de una vida con sentido, que he esta- cíamos o idealmente algo que podíamos controlar de modo voluntano. Esta
do analizando. Se podría expresar de la siguiente manera: puesto que no formad~ percibir di~ha proyección refuerza el prescriptivismo de Hare:' IJi
cabe más que orientarnos al bien y, al hacerlo, determinar nuestro sitio en lógica de los términos de valor es de tal manera que es posible separar el m-
relación a ello y, por consiguiente, determinar la dirección de nuestras vi- ve! descriptivo de su significado, de la fuerza valorativa. Idealmente sería
das, inevitablemente hemos de entender nuestras vidas en forma de narra- posible distinguir las mismas entidades (acciones, situaciones •. c~alidades)
tiva, como una «búsqueda». Pero quizá pudiéramos partir desde otro pun- en un lenguaje puramente descriptivo, vacío de fuerza prescnptiva; Y eso
to: puesto que hemos de determinar nuestro lugar en relación al bien, por significa la posibilidad de concebir nuevos vocabularios de valor, en los que
tanto, es imprescindible contar con una orientación hacia ello y, por consi- la fuerza prescriptiva se conectaba con descripciones no señ~adas h~t~
guiente, hemos de percibir nuestra vida como narración. Desde cualquier entonces. Discriminar estas dos clases de significado nos pernute ser maxi-
dirección observo cómo esas condiciones son facetas que conectan con la mame.nte reflexivos y racionales en nuestros compromisos de valor.
misma realidad, los ineludibles requisitos estructurales del hacer humano. Pero en otra versión la proyección se podía ver como algo profunda-
mente involuntario, una irremediable manera de experimentar el mundo,
aun cuando nuestra conciencia científica nos enseña que el valor no forma

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