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LA CAPACIDAD DE GOBERNAR

CAMBIO SOCIAL

Alcanzar el futuro va mucho más allá del desarrollo de las capacidades técnicas, aunque
éstas son muy necesarias. Contar con una masa crítica de expertos en técnicas de
planeación, modelos matemáticos y econométricos, es indispensable, aunque estos no
pueden ocupar el lugar de las organizaciones sociales y de los políticos entrenados y
sensibles a las exigencias sociales y políticas.

I.- Cambio Social

El CAMBIO SOCIAL debe inhibir las tendencias perversas de los paradigmas de la ciencia,
religión, economía y política que condicionan nuestra visión del mundo, que dicen que es
realidad o no lo es, y crear las condiciones para abordar el futuro con energía, paso
firme y generando nuestra propia realidad, teniendo un gobierno y una clase política
responsable, sensible Y bien capacitada.

En Estados localizados en pendientes inclinadas, atrapados en callejones sin salida


histórica y abrumados por un número creciente de actores sociales amargados, los
requerimientos son muy distintos. En estas entidades los gobiernos deben involucrarse en
un cambio social radical que las ponga en nuevas trayectorias hacia el futuro.

En un régimen político en transición, como el nuestro, el cambio social debe ser de


naturaleza democrática, lo que es esencial para lograr valores fundamentales, reducir
costos sociales, ser factible y proveer las bases esenciales del nuevo orden social buscado.

Para comprender las magnitudes de las capacidades requeridas, es esencial entender que
no hay “atajos” que puedan liberar a los gobiernos de las tareas extremadamente difíciles
del cambio social.

Es así como la desregulación, la privatización, la apertura de mercados a la globalización,


la asociación a libres mercados, etc., puede ser muy útil si se manejan cuidadosamente,
pero estos procesos por sí mismos no pueden producir las transformaciones sociales
requeridas y deseadas.

Por el contrario, a menos que sean cuidadosamente planeados, sus resultados son con
frecuencia y parcialmente contra productivos, pues ocasionan tensiones sociales que
dificultan sus beneficios de largo plazo.
LA CAPACIDAD DE GOBERNAR

Dimensiones Centrales del Cambio Social

La primera dimensión de la reforma social democrática se ocupa de la reestructuración de


la economía, de tal manera que vaya a tono con las políticas adoptadas, pero agregando
acciones dirigidas a asegurar un número creciente de empleos distribuidos
equitativamente a lo largo y ancho del territorio, mientras que simultáneamente se
incrementan los niveles de vida de los grandes segmentos de la población que continúan
trabajando en la agricultura de subsistencia y trabajos similares en la economía informal.

La situación en las áreas rurales se debe mejorar radicalmente para frenar, y de ser
posible revertir la rápida migración a los centros urbanos. Esto debe acompañarse con la
elevación de los niveles de los servicios de salud y educación. Se deben asimismo incluir
“campañas” para superar el abandono que sufrieron partes de la sociedad en el pasado.

Asimismo, se deben emprender acciones determinantes para asegurar una distribución


más equitativa del ingreso, aplicando medidas como el mejoramiento de los ingresos vía
impuestos.

Una segunda dimensión central de la reforma social radical incluye el mejoramiento de la


seguridad pública y el orden. A menos que la criminalidad, la violencia política, la
corrupción por narcotráfico, etc., se mantengan en un nivel muy bajo, nada va a funcionar.
Sin un éxito tangible en él, la capacidad de gobernar carecerá de credibilidad para
grandes segmentos de la población, así como para actores externos importantes.

Una tercera dimensión de la reforma social democrática involucra una reducción rápida
de la “pobreza política”, o para decirlo positivamente, se requiere un rápido incremento
de la participación política, combinado con la reconstitución de la sociedad civil en el
medio urbano y rural.

Una cuarta dimensión del cambio social radical involucra una reducción rápida de la
“pobreza política”, o para decirlo positivamente, se requiere un rápido incremento de la
participación política, combinado con la reconstitución de la sociedad civil en el medio
urbano y rural.

La quinta dimensión del cambio social radical se ocupa de la reestructuración de la


economía, de tal manera que vaya a tono con las políticas adoptadas, pero agregando una
política industrial “blanda” dirigida a asegurar un número creciente de empleos, aun a
costa de algunas de las restricciones de la “globalización”.

Asimismo, se deben emprender acciones determinantes para asegurar una distribución


más equitativa del ingreso, aplicando medidas como el mejoramiento del sistema
impositivo y el incremento de las transferencias fiscales.
LA CAPACIDAD DE GOBERNAR

De la lista de las dimensiones de la reforma social se desprenden seis especificaciones


principales que se necesitan para las capacidades de gobierno requeridas:

 Concentración democrática del poder;


 Pluralismo estructural y subsidiariedad;
 Capacidades cognoscitivas y de formulación de cursos de acción creativa y
sobresaliente;
 Habilidades para la puesta en marcha efectiva;
 Esencial para otros requisitos y crucial por sí mismo, un nuevo tipo de élite
profesional;
 Para gobernar, así como políticos más capacitados.

Mejorando a los Políticos

El movimiento hacia lo denominado “democracia de calidad” tomará tiempo. Si se quiere


realizar un esfuerzo para convertirse en una sociedad próspera, se tienen que dar ciertas
condiciones “sine qua non” para mejorar a los políticos, pues de otra manera la
probabilidad de que una reforma social sea exitosa es verdaderamente muy baja.

Se debe establecer un Centro de Cursos de Acción Política, donde los políticos acudan
para estudiar con profundidad el papel de la transformación social, con la ayuda de los
colaboradores adecuados.

Más difícil y más importante es la calidad moral de los políticos. La recomendación es


aplicar las leyes anticorrupción muy estrictamente para los funcionarios electos que sea
aplicada, acompañada de un salario adecuado y la contención de los "costos” de la
política. Supervisar el respeto de la LEY, en la cual las acusaciones sean resueltas
rápidamente frente a cuerpos judiciales independientes y donde se impongan castigos
severos a los políticos de alto nivel que declarados culpables de corrupción.

Realidades y Potencial

La tarea es muy demandante, pero dos consideraciones la aligeran:

Primero, es posible y recomendable un enfoque modular para ir construyendo los


diferentes componentes de las capacidades requeridas, con la adecuación a lo que
restringe la factibilidad.

Segundo, y más fundamental, aunque no se hiciera nada para mejorar las capacidades de
gobierno, tenemos buenas oportunidades para evolucionar bien con el tiempo, gracias a
la existencia de recursos sociales y a las capacidades gubernamentales ya existentes.
LA CAPACIDAD DE GOBERNAR

Las alteraciones económicas de los últimos años han afectado profundamente las
relaciones sociales fundamentales y el pacto social implícito que rigió por muchos años.
Hoy es urgente delinear acuerdos y otro acuerdo general que amarre las voluntades y
responsabilidades de todos en torno a un proyecto de consenso.

Ciertamente, no se vive una época de triunfos y éxitos; tampoco un tiempo de seguridad y


certezas, y mucho menos visualizamos ya sistemas alternativos consolidados. Se vive más
bien una época de supervivencia y resistencia; una época de búsqueda, donde lo esencial
es el poner fundamentos sobre los cuales podamos construir el futuro.

Existe hoy un cierto consenso de que los fundamentos y alternativas que buscamos
construir tienen como contexto histórico la así llamada sociedad civil. Existe un
desplazamiento desde la sociedad política hacia la sociedad civil: espacio de relación de
las clases sociales al margen del Estado.

Lo fundamental en la sociedad civil no es la toma del poder político; por el contrario: se


pretende construir un nuevo poder, pero ahora en su interior. Ya no se trata del poder
político del gobierno, sino del poder político de la sociedad civil.

La sociedad civil que emerge desde abajo no está en contra del Estado, sino que ejerce
presión sobre él para una transformación de éste a largo plazo. Se busca llegar a un nuevo
Estado realmente al servicio de la mayoría y de la conservación de la naturaleza, con
nuevos actores sociales, con voces y rostros; que tenga cultura, género y ética.

II.- Gobernar la Economía

El ahora llamado “proceso de globalización” rompió un encantamiento de cinco lustros y


nos ha colocado en un entorno totalmente nuevo. La extendida incertidumbre.
 La desorientación y el trauma.
 Las interacciones más intensas y complejas.
 La general y creciente prosperidad.
 La intensa frustración, la inquietud y el fantasma de un futuro promisorio.

Frente a este ambiente, las instituciones políticas apenas si se han modificado. Y dentro
de ellas, la capacidad de decidir no aparenta mejoría ninguna.

El resultado es evidente: un mundo más complejo enfrentado con los mismos métodos de
siempre, que en aquel mundo de alucinación eran soportables, pero que hoy se reflejan
en esa desorientación y trauma, en la creciente desconfianza en los políticos y en lo
político, en el abstencionismo.
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No es que los Estados, o las economías, sean ingobernables, es que la élite de


gobernación no tiene capacidad suficiente para gobernar. Es en la economía donde ésta
incapacidad se muestra en toda su crudeza, es ahí donde los problemas más graves
surgen.

Pero no es en la economía donde se resuelven, sino en la esfera de la gobernación.


Porque la relación entre el sustrato económico y la gobernabilidad es permanente y
compleja. Incluso desde la misma definición de ésta: ¿Gobernación, para qué? La
respuesta inmediata es: con vistas a lograr una vida más digna.

Pero definir “vida digna” es bastante difícil. Si esto hace referencia a un “significado
moral, a condiciones materiales o a una combinación relativa al “desarrollo humano”,
definido en la constitución del 17: el constante mejoramiento, económico, social y
cultural del pueblo.

De hecho, si gobernación significa lograr una vida más digna, entonces depende
fundamentalmente de lo que pueda hacerse en la economía. Ciertamente no se agota
en ella, pero sin ella no existe. Requerimos, entonces, saber qué podemos obtener de la
economía, qué es posible y qué no lo es, porque no se puede todo al mismo tiempo, ni
siquiera con gobernación capaz.

LA ECONOMÍA

¿Qué sabemos de la economía? ¿Qué tanto podemos pedirle a este renglón de la vida
social?

En realidad, sabemos bastante poco, comparado con lo que acostumbramos oír sobre ella.
Los teóricos de la economía no han logrado aún construir un cuerpo de conocimiento que
cumpla con dos condiciones elementales: verdad y realidad.

Esto no significa que doscientos años de estudio hayan sido en vano, sabemos bastante
más sobre la economía hoy de lo que sabíamos entonces. Sin embargo, hay un punto en
el que las dudas son aún muy grandes: el papel del Estado.

Aunque no sabemos mucho sobre la economía, sí tenemos algunos conocimientos que


nos permiten trazar líneas claras sobre la gobernación. Primero, sabemos que no hay
forma de construir una función social de utilidad que sea similar a las FUNCIONES
INDIVIDUALES.

Esto significa que aun con INDIVIDUOS que, más o menos, saben lo que quieren, no es
posible que la sociedad en su conjunto “quiera algo”, a menos que todos los
INDIVIDUOS sean idénticos, en sus preferencias, o que la sociedad pueda entenderse
como la voluntad de una sola persona, como un dictador.
LA CAPACIDAD DE GOBERNAR

No hay bases empíricas para decidir qué elegirían ser o hacer los seres humanos bien
informados en diferentes condiciones o cuando se enfrentan con la incertidumbre.
Cualquier reclamo en sentido contrario es arbitrario, a menos que se base en supuestos
extremadamente artificiales.

No es cuestión de qué decidiría un grupo cualquiera de seres humanos, sino que no


podrían decidir nada, a menos que fuesen idénticos o aceptaran una dictadura. Aunque,
en realidad, más bien parece que hablamos de dos dictaduras, una política y la otra de
los medios, la mayoría silenciosa.

En pocas palabras: no podemos saber lo que quiere la sociedad, porque la sociedad no


quiere nada en particular. No hay una “voluntad popular”, no hay una función de
utilidad de la “sociedad civil”, no existe nada parecido a esto. Hay sí, voluntades de
grupo, preferencias mayoritarias y minoritarias, pero no consensuales.

El concepto de interés público que va más allá del conjunto de preferencia individual es
peligroso y ha servido de tapadera a muchas dictaduras ominosas. También puede verse
mezclado fácilmente con el concepto de “voluntad general” tal como lo estableció
Rousseau, con los riesgos que ello conlleva.

Por eso el mercado tiene tantos seguidores, porque es un mecanismo descentralizado de


toma de decisiones en el que, en teoría, no hay manera de que se imponga la dictadura
amenazante. Sin embargo, eso sólo es en teoría. En la realidad, la concentración del
mercado lo que produce es una dictadura cuya fuente es economía, no política. De ahí
que el mercado, por sí solo, sea incapaz de asignar adecuadamente los recursos.

Aun con los errores comunes de la gobernación, y de que hay una pérdida de control
tanto hacia lo local como hacia lo global, el Estado no puede ser eliminado con tanta
facilidad. Los gurúes de la estrategia de negocios parecen estar de acuerdo con una
posición totalmente distinta: los Estados se debilitan muy rápidamente y surge en su
lugar el concepto de región económica y de la empresa global.

Serían éstas las bases de la economía del siglo XXI, y la política tendría entonces que
ajustarse a ello. Semejantes opiniones están en buena medida desencaminadas y afectan
la calidad del gobierno.

Debilitan el sentido de la “llamada” y el “deber” político, reemplazándolos por la ética


comercial. Porque abandonar a su suerte al mercado no lleva al paraíso libertario, sino a
la concentración de la riqueza, al poder económico privado.

Lo que está en juego es precisamente la preeminencia de las esferas. ¿Debe la


economía restringir a la política, o viceversa?
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En cierta forma, la pregunta es ociosa, no es una cuestión de deber, sino de poder. ¿Es
que acaso los pontífices del libre mercado creen, junto con Marx, que es la estructura
económica la que dicta la política? Las pocas respuestas que tenemos a estas preguntas
van más en el sentido de la interdependencia: no puede una esfera moverse sin la otra,
las fricciones resultan en conflictos que no tardan en reacomodarlas.

No hay que perder de vista el hecho de que las culturas políticas son el producto de
cuatro series de factores interactivos y superpuestos: la historia particular de cada
sociedad y civilización; los sistemas de creencias subyacentes; las estructuras
socioeconómicas y tecnológicas; la difusión de ideas que conduce a la imitación,
adopción o rechazo, con o sin ajustes significativos.

Por tanto, no es inteligente intervenir mercados arbitrariamente: una economía


compleja no puede seguir operando sobre la base del dirigismo. Además, la gobernación
minuciosa de los mercados manejada por el Estado pone en peligro los valores de la
autonomía de la autoridad civil y los derechos humanos. El desarrollo económico ha
estado casi siempre acompañado de un estado decidido, promotor e impulsor.

Independientemente de la posición del Estado en la economía, los gobiernos necesitan


disponer de capacitación bien calificada para regular el poder económico privado sin
dañar la economía. Ningún mecanismo de mercado puede compensar adecuadamente la
carencia de capacidad de las administraciones.

La autonomía del poder privado que opera en mercados libres debe en principio ser
preservada, como principal motor del crecimiento económico y principio fundamental de
una sociedad civil libre. Tiene que haber un máximo de confianza en los procesos de
acción de las organizaciones de base colectivas.

Sin embargo, los intereses y mercados de la economía privada deben estar sujetos a la
regulación y la orientación de la gobernación pública, de modo de que se enfrenten
mejor con los valores de equidad, las necesidades humanas, las exigencias ecológicas, etc.

El liderazgo ejecutivo debe ser lo bastante fuerte para enfrentar con resolución los
intereses económicos privados. El personal jerárquico de gobernación debe estar muy
familiarizado con las principales teorías de macro y microeconomía, la economía política y
la economía institucional. También debe tener experiencia en el manejo de las
organizaciones económicas.

Es deseable un sistema económico en el que los seres humanos vivan como tales, se pide
de esta “buena sociedad” oportunidades, educación, empleo, nutrición, con mortalidad
infantil reducida, con respecto a los derechos humanos más elementales.
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Siguiendo con nuestro razonamiento, la economía responde a las restricciones de su


entorno político, y éste es un sistema corrupto y corruptor. Y la corrupción no es una
característica social, no es accidental ni incidental, sino que brota en parte de
características innatas de las instituciones políticas y de gobernación.

El sistema corrupto y corruptor es incapaz de gobernar y a él se debe buena parte de los


problemas económicos. Con frecuencia se ha impuesto la economía de mercado con
demasiada rapidez, antes de que se hayan hecho los ajustes culturales básicos. La
economía de mercado no responde en un entorno no liberal.

Nunca ha habido un libre mercado en ninguna parte del mundo. El mercado se instala
en un entorno social existente, y por lo mismo en un entramado de instituciones que ya
estaban ahí. El libre mercado es una entelequia (situación perfecta que solo existe en la
imaginación) creada, primero para unos pocos, después para otros y nunca para todos.

La política económica seleccionada por el régimen que hoy gobierna al estado tiene un
esquema más o menos sencillo: libertad económica con autoritarismo político. Y libertad
en el mismo sentido que siempre: para unos cuantos.

El funcionamiento de un modelo económico cualquiera dependerá del entorno en que se


aplique. Y ese entorno incluye la cultura y la política, de manera preponderante. En
consecuencia, cualquier propuesta económica debe partir de un análisis claro y
detallado del entorno cultural y del sistema político.

La democracia tiene sus problemas, y muy serios, en lo que concierne a la capacidad de


gobernar. Aun en condiciones democráticas, el descuido de los requisitos morales de las
clases de gobernación llevará a la incapacidad de gobernar, puesto que se cometen varios
errores en el proceso.

Ya Maquiavelo había visto este fenómeno con claridad: las características para ejercer
bien el poder no son las que se necesitan para alcanzarlo. Esto lleva a una competencia
de mercadeo de imágenes políticas que, al igual que la venta de detergentes, se basa en
el manejo de atributos del producto. En este tipo de competencia, llamada a veces de
monopolio, el objetivo fundamental es convencer al consumidor de las ventajas del
producto, existan éstas o no.

No se elige más al que mejor pueda gobernar, sino al más deseado, al que más y mejor
representa lo que los ciudadanos quisieran ser: el summum del deseo, de los bajos
instintos.

Y al exitoso líder se le perdona todo, siempre que el éxito no lo abandone.


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No basta con elecciones libres y abierto mercadeo. Se necesita mucho más: Hay que
mejorar los procedimientos de selección para que las clases de gobernación tengan más
calidad y la idea de que los políticos y funcionarios de rango tienen que ser superiores en
virtudes y moralidad debería convertirse en doctrina fundamental de la democracia.

A los candidatos se les debe requerir información a propósito de su trayectoria vital,


fortuna, salud, etc. Debería existir un grupo independiente de “examinadores de
candidatos” que pudiera reclamar información más amplia, y la negativa a facilitar tendría
que ser considerada una ofensa criminal.

La decepción universal hacia los partidos políticos tiene mucho que ver con esta falta de
conocimiento por parte del público, que se traduce en un abandono de la presión que la
sociedad debe ejercer frente al gobierno y que éste aprovecha para no rendir cuentas.

No parece fácil que el gobierno esté dispuesto a aplicar las ideas de, primero, una de las
tareas de la gobernación debe ser ilustrar a los ciudadanos y promover la educación
moral para alentar la empatía hacia las necesidades de los demás, el altruismo y el sentido
de la solidaridad humana global.

Segundo, y vinculado al primer punto pero superándolo, la idea de los derechos humanos
debe ser complementada añadiendo e institucionalizando el concepto de
responsabilidades y deberes humanos.

Y tercero, recomendar los valores de solidaridad humana y el sentido de responsabilidad


con los demás como base moral, como una contra-ética del individualismo egocéntrico.

Es la preparación del pueblo lo que garantiza la inmortalidad del Estado, y viceversa. Pero
lo importante es que este círculo virtuoso no puede iniciar desde ninguno de los puntos:
es necesaria la intervención desde la clase no gobernante para que el mecanismo empiece
a funcionar.

Un gobierno capaz cuyos miembros, deben cumplir condiciones mínimas:

 Estar informados y comprender los entornos políticos y su dinámica;


 Tener un buen conocimiento de la historia;
 Estar familiarizados con los principios y métodos del análisis político, un manejo
social y de gobernación y por lo menos conocimientos elementales de leyes
públicas y economía.
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El Futuro Económico

En los próximos años, habrá, cinco factores fundamentales para la competencia:


demografía, ciencia y tecnología, geoestratificación, ecología y biosfera, valores
creencias e ideologías. En todos ellos nos encontramos en condiciones muy
desfavorables.

Lo más difícil, sin embargo, está en los valores, las creencias, las costumbres, las reglas
del juego de la convivencia. Sabemos que de ellas, de las instituciones, depende el
desempeño económico, pero no sabemos exactamente cómo.

Aparentemente, no contamos con una estructura cultural totalmente compatible con lo


que el sistema económico requiere para ser exitoso, pero ni siquiera lo sabemos. Parece
evidente que las costumbres de los mexicanos, así en lo general, no son exactamente las
útiles para el capitalismo, como lo hemos conocido hasta la fecha, pero no podemos saber
si lo serán en el futuro, o si vale la pena la transformación cultural que, de cualquier
forma, estamos sufriendo a través de los medios electrónicos.

El ambiente turbulento es más una amenaza que una oportunidad. Por qué manejar
ambientes turbulentos requiere:

 Ajuste anticipado que prediga de qué manera cambia el ambiente y qué medidas
pueden tomarse de antemano;
 Ajuste rápido de los cambios que ya han tenido lugar;
 La creación de membranas alrededor de la sociedad para tratar de reducir el
indeseable impacto de los cambios ambientales;
 Los esfuerzos deben influir sobre el entorno, en vez de limitarse a reaccionar.

Pero tampoco existe un camino político de solución que adopte una posición lo suficiente
radical como para que el impacto de la capacidad de gobernar resulte significativo.

Alcanzar las metas en un tiempo razonable requiere, sin duda, de una orientación distinta
de la economía, la aplicación de una política económica con menos ideología y más
resultados.

Primero, la dirección. Definir claramente lo que se ha llamado el constante


mejoramiento económico, social y cultural del pueblo y que necesitamos poner en
términos operativos, que nos permitan avanzar y medir el avance:

 Crecimiento económico suficiente para dar empleo a buena parte de la población,


con cierta Estabilidad de precios, con respecto al ambiente. Capaz de
autofinanciarse en buena medida, y por lo mismo, soberano.
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 Más justo en términos de oportunidades. Con mejor distribución del ingreso y


menos gente en la pobreza extrema. Con menos discriminación por sexo, por
raza, por color, por ingresos.
 Un equilibrio regional y sectorial más adecuado.
 Mejores instituciones legales, jurídicas y políticas. Democrático, en todo lo que
cabe. Un Estado de Derecho, como no lo es hoy.
 Mejoramiento continuo de las instituciones no escritas, con una educación
destinada a engrandecer un proyecto común, que prepare a los mexicanos a
colaborar en lo económico y en lo político en un proyecto de nación.

Pero el problema no se restringe a construir una propuesta, sino a crear un grupo capaz
de administrar los cambios. Porque la gobernación no se agota en la clase capacitada, la
gobernación debe ser moral, condensada, dinámica, profunda, estudiosa y creativa,
pluralista y terminante.

La gobernación moral exige una actitud activa para llevar adelante estándares más
elevados. La gobernación debe ser consensuada, porque para ser moral debe basarse en
última instancia en el consenso popular; debe ser dinámica, en contraposición a una
concepción minimalista y pasiva.

La gobernación profunda se refiere a la capacidad intelectual de comprometerse en la


reflexión política de altos vuelos; la creativa merece énfasis especial por su importancia
crítica, la gobernación debe ser plural para añadir nuevas formas de gobernación a las ya
existentes, más poder al pueblo; y debe ser terminante, en cuanto a que debe tener
capacidad de decisión. En pocas palabras, la gobernación debe tomar su papel directo en
el cambio social, pero debe hacerse por medio del consenso y la pluralidad, y
fundamentada en la capacidad de gobernar.

La clase gobernantes de los últimos años han fallado gravemente, por problemas en su
capacitación. Unos, ignorantes de cuestiones elementales de la teoría económica y de las
razones financieras de la política internacional; otros por su ignorancia supina de la
realidad del estado. En ambos casos, las fallas han resultado extremadamente costosas
para la población.

Aunque el crecimiento demográfico se encuentra ya en niveles moderados, el perfil


poblacional exigiría condiciones económicas totalmente distintas a las actuales. En un
país con abundancia de jóvenes y niños, ni la educación sirve ni generamos empleos.

En lo relativo a ciencia y tecnología, cualquier comentario sobra: un Sistema Nacional de


Investigadores que sólo ha servido para medio complementar los ingresos de un grupo
reducido de académicos.
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La posición geopolítica ya fue calificada por Porfirio Díaz, demasiado cerca de Estados
Unidos. Esto, a pesar de grandes ventajas económicas, genera graves problemas políticos,
con base cultural, que no pueden resolverse con facilidad.

Hemos acabado con buena parte de nuestra dotación ambiental. El petróleo, que ha
servido para sostener al gobierno por más tiempo del necesario, también ha destruido
regiones enteras del mejor medio con que contábamos: el bosque tropical del Sureste.

La monstruosidad de nuestras urbes se ha tragado cerros, bosques, ecosistemas enteros,


ríos, lagos, y ha dado a cambio millones de toneladas de residuos indestructibles.

III.- El Sistema Político y la Gobernabilidad

El Problema

Pese a su relativo atraso económico, la estabilidad y predictibilidad del proceso político


mexicano posterior a la Segunda Guerra Mundial, hicieron que el Estado fuera visto como
el más gobernable de América Latina e incluso disfrutara en este campo de una situación
superior a la de ciertos estados europeos.

La notable gobernabilidad mexicana no pertenecía, desde luego, al género democrático,


pero era real e incluso aparecía ante muchos observadores como ejemplar.

México contaba con una Presidencia fuerte y sin contrapesos, asentada en un gran
partido de Estado, un aparato estatal en expansión y con el control de los principales
procesos económicos que hacían crecer al Producto Interno Bruto al doble de la tasa
demográfica (6 por ciento anual); contaba, finalmente, con el tejido institucional
necesario para canalizar y resolver, o al menos controlar, las principales demandas y
conflictos de grupos, clases sociales y regiones.

Al final del siglo XX, la solidez y legitimidad del sistema antes descrito empezaron a ser
puestas en duda tanto dentro como fuera del Estado. La sociedad despejo la incógnita en
el año 2000, la oposición ganó las elecciones para presidente de la república. Este
acontecimiento marcó el inicio de la transición política mexicana.

El gobierno entrante, al no tomar providencias para poner al día las instituciones


estatales, provoco que la ingobernabilidad volviera a sentar sus reales en México, tal y
como había sucedido a lo largo de buena parte del siglo XIX y durante el par de decenios
que siguieron a la caída de la dictadura de Porfirio Díaz en 1910.
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EL CAMBIO DE FOCO

En contra de lo que podría suponer un observador casual de los procesos políticos


mundiales actuales, la preocupación por la gobernabilidad no nació como resultado de los
crecientes y complejos problemas que siempre han enfrentado los Estados que conforman
el mundo periférico, sino que originalmente surgió como un tema prioritario en la agenda
de la ciencia política de las grandes potencias occidentales y de Japón.

La famosa Comisión Trilateral (CT), formada en 1973 por un grupo de ciudadanos


influyentes de Estados Unidos, Canadá, Europa Occidental y Japón, colocó en su lista de
prioridades el enfrentar analítica y prácticamente el entonces creciente pesimismo en
relación con las posibilidades de gobernabilidad de las democracias avanzadas, pues se
les veía asediadas por problemas económicos, conflictos sociales, y dificultades intrínsecas
a la tarea de gobierno.

La preocupación de la CT en torno al futuro de las democracias capitalistas, le llevó a


patrocinar un estudio sobre el tema. Es justamente en ese trabajo donde se encuentra
uno de los primeros intentos de definición y análisis del fenómeno por la clásica vía de los
indicadores: el crecimiento en el volumen y complejidad de las demandas sociales que
enfrentaban los gobiernos democráticos y la dificultad de sus estructuras
administrativas y políticas para procesarlas.

Tras examinar la situación en sus respectivas regiones, concluyeron que si bien el


problema examinado era real, su gravedad era menor de la que se había supuesto y, por
tanto, la viabilidad, por ingobernabilidad, de los sistemas políticos del capitalismo central,
no estaba realmente en peligro.

El estudio de la Comisión Trilateral formuló una serie de recomendaciones para disminuir


los síntomas de la ingobernabilidad -que se resumía como la erosión de la legitimidad de
la autoridad Estatal- y éstas incluían:

 Disminuir el exceso de demandas sobre los aparatos de Gobierno.


 Detener la pulverización de los intereses, promoviendo su reagrupamiento
alrededor de grandes objetivos comunes.

Es claro que la preocupación de entonces por la gobernabilidad de los estados ricos era
producto de la crisis del llamado “Estado benefactor”.

Esa supuesta crisis de gobernabilidad en las economías capitalistas más avanzadas acabó
por servir de justificación para llevar a cabo la sustitución del viejo “Estado benefactor’’
por el nuevo “Estado reducido”.

Una ideología antiestatista y favorable a la expansión de la empresa privada, señaló que


la fórmula neoliberal era la única vía para evitar la parálisis y colapso de los sistemas
LA CAPACIDAD DE GOBERNAR

políticos del capitalismo democrático, trabados por una inundación de demandas y


responsabilidades -exceso de subsidios y programas de asistencia social-.

La llamada “tercera ola de la democracia” (Huntington 1991) ésa que se inició con la
“Revolución de los claveles” en Portugal en 1974, se extendió con notable rapidez por
muchas áreas del mundo subdesarrollado, en particular en América Latina.

La implantación o recuperación de la democracia latinoamericana tuvo lugar en


condiciones muy difíciles, pues las dificultades propias de la apertura de los mercados
protegidos, la privatización y el desmantelamiento acelerados del “Estado benefactor”,
coincidieron con la globalización y la reconversión de las economías, lo que desembocó
con frecuencia en una caída de la tasa de crecimiento, inflación, disminución de los
programas de salud, cierre masivo de empresas ineficientes, desempleo y expansión de la
economía informal.

El Problema de la Definición

Para poder profundizar en la discusión en torno al tema de la gobernabilidad es necesario


intentar la definición del concepto. Como la mayoría de los términos empleados por la
ciencia política, el de gobernabilidad, no tiene una definición clara ni universalmente
aceptada. Ángel Flisfisch, por su parte, explica el concepto como el “desempeño
gubernamental a través del tiempo”.

No es muy distinta la posición de Yehezkel Dror: gobernabilidad es la capacidad de la


maquinaria gubernamental -autoridades políticas y burocracias- para producir y ejecutar
las decisiones políticas con que se pretende hacer frente a las demandas y problemas de
los gobernados, así como de los efectos de los cambios del entorno nacional e
internacional.

La eficacia gubernamental es, pues, la esencia de la gobernabilidad. Con esa expresión


se alude al control político e institucional del cambio social, indicando la posibilidad de
orientar los procesos e intervenir sobre las variables, de programar objetivos y prever
resultados; en fin, de garantizar coherencia interna a todo proceso social en vías de
transformación.

Ingobernabilidad es cuando las variables decisivas escapan al control del gobierno y los
objetivos perseguidos quedan relegados por consecuencias indeseables, sin que se pueda
actuar eficazmente sobre éstas; en suma, cuando la función del gobierno de la sociedad
resulta prisionera de los mecanismos o de las fuerzas que pretenden gobernar.

Michael Coppedge, considera que la gobernabilidad es una situación de grado, que existe
sólo “en la medida en que la relación entre los actores (políticos) estratégicos logra
arreglos que son estables y mutuamente aceptables”.
LA CAPACIDAD DE GOBERNAR

El concepto de actor estratégico va más allá del gobierno y su burocracia y se define de


manera más bien negativa: “intereses organizados con control suficiente sobre recursos
de poder – medios de producción, seguidores, aparato burocrático, fuerza armada,
autoridad moral o ideas e información – como para producir disturbios en el orden
público o en el desarrollo económico”.

Ingobernabilidad es cuando las variables decisivas escapan al control del gobierno y los
objetivos perseguidos quedan relegados por consecuencias indeseables, sin que se pueda
actuar eficazmente sobre éstas; en suma, cuando la función del gobierno de la sociedad
resulta prisionera de los mecanismos o de las fuerzas que pretenden gobernar.

Indicadores para medir el grado de gobernabilidad de cualquier sociedad:

 Ausencia o presencia de coaliciones políticas sólidas y duraderas,


 Efectividad o inefectividad de la acción gubernamental, y
 Capacidad o incapacidad del sistema político para enfrentar el conflicto sin recurrir
a la violencia.

IV.- El Paradigma Revolucionario

En los procesos considerados clásicos y postulados como modelos, el desarrollo de la


producción capitalista y la consiguiente expansión del mercado generan la base sobre la
que se levanta el Estado como superestructura. Posteriormente, como respuesta a los
problemas propios del capitalismo, dicho Estado deviene Estado social y el capitalismo
liberal se va transformando en capitalismo organizado.

El caso de México transita por un camino totalmente diverso. La Revolución Mexicana


abre la posibilidad a una conformación y desarrollo Estatales que se caracterizan porque
no surgen de un desarrollo capitalista, ni mucho menos de un mercado que produce la
típica forma de separación entre economía y sociedad.

Si el proceso que se ha puesto siempre como modelo para el análisis de lo político Estatal
es el capitalismo liberal el que produce al Estado, en nuestro caso en gran medida es el
Estado el que produce al capitalismo.

Cuando el parámetro que se utiliza para comparar y calificar a los Estados porfiriano y
posrevolucionario ha sido el de su carácter democrático o autoritario y despótico, si bien
se profundiza en la precisión de algunos de los rasgos políticos de ambos Estados, se
bloquea la posibilidad de penetrar en la comprensión del Estado posrevolucionario en la
medida en que el elemento político posliberal que se halla en la base de su estructuración
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queda fuera del debate, pues la contraposición democracia-autoritarismo resulta


demasiado estrecha como para incorporarlo.

De esta manera, tanto la caracterización de corte más marcadamente marxista, que ve al


Estado como resultante del desarrollo de la sociedad civil, como la liberal, que analiza la
sociedad a partir de sus rasgos específicamente políticos, han encontrado límites para
enfrentar el enigma del Estado Mexicano y avanzar hacia su mejor comprensión.

El proceso de formación y consolidación del Estado Mexicano contemporáneo no es en


modo alguno simple y lineal, sino el resultado de diversos acontecimientos nacionales e
internacionales que no logran su plena cristalización sino hasta finales de la década de los
treinta.

El Estado que surgió finalmente de la Revolución Mexicana asumió una serie de


atribuciones que rebasaron el ámbito de los liberales, lo cual permite definirlo como un
Estado políticamente moderno. Al llegar al poder Lázaro Cárdenas en 1934, el rumbo
marcado por los dirigentes Estatales se distanciaba cada vez más de los intereses
populares, y aquéllos mostraban su incapacidad para incorporar a la sociedad en la
gestación estatal.

Durante el gobierno de Cárdenas se vencieron definitivamente las dificultades que se


oponían a la consolidación estatal y se realizaron significativas reformas, sobre la base de
una dirección Estatal de la economía y de la sociedad.

El enfrentamiento y lucha de clases que se desarrolló en la década de los treinta, se


manifestó, a raíz de las reformas, en un enfrentamiento entre alternativas de desarrollo
económico, pero sobre todo entre dos concepciones sobre la articulación de economía y
política.

Durante el gobierno de Cárdenas el Partido Nacional Revolucionario [PNR] deja de ser el


centro desde donde se maneja el Estado y se convierte en su instrumento. Se invierte la
relación hasta entonces prevaleciente entre Estado y Partido, y éste asume la tarea de
reorganizar a la sociedad e impulsar reformas, bajo la consigna estatal de la
preocupación por el “interés general”.

Esta redefinición del papel del PNR y de su relación con el Estado implicó determinar las
bases de apoyo del mismo partido:

 incorporación organizada de campesinos y obreros,


 alianzas con la izquierda y
 afirmación del ejecutivo como el centro de toma de decisiones, lo cual trae como
resultado un marcado centralismo.
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De esta manera, al incluir a diversos grupos sociales organizados en el seno del Estado,
éste realizó su expansión, lo que lo transformó en un centro capaz de mediar los
intereses de la sociedad.

A diferencia de las anteriores alianzas entre el Estado y las organizaciones políticas, en las
que más bien se perfilaba un pacto instrumental, en el cardenismo las alianzas implicaron
una modificación en la forma del Estado, que transformó sus funciones y sus
mecanismos de relación con la sociedad, a la vez que permitió postular un proyecto
nacional institucional, por encima de intereses individuales o de grupo.

Independientemente de sus resultados económicos y sociales, debemos de estar de


acuerdo en la contribución ideológica y política generada por la Revolución y que aseguró
la sorprendente estabilidad política de México durante el siglo XX.

A partir de la Revolución se creó un mito político que facilitó una gran cohesión social
alrededor del Estado, bajo la dirección de una clase política disciplinada, que se
identificaba con y adoptaba los objetivos de la gran gesta: Justicia y cambio social.

A fecha, hay un problema de gobernabilidad que consiste en una indisciplina y descontrol


de la sociedad, negándose a entender o reconocer que el paradigma económico y
político es casi totalmente obsoleto y que la rebelión social es causada por la ineficiencia
gubernamental.

Visto históricamente, la gran energía aplicada para lograr cambios significativos agravó las
injusticias y agudizó la desigualdad histórica. Los efectos secundarios de la medicina
provocaron un mal social, para cuya solución el gobierno careció de habilidades y
propuestas y le significó la pérdida del poder.

Más de medio siglo de consolidación institucional difícilmente puede remplazarse en seis


años. El sistema económico mexicano instituido a partir de la Revolución partió y se
cristalizó persiguiendo dos objetivos básicos:

Crecimiento económico y equilibrio político que eliminasen la injusticia, la pobreza y la


ignorancia, como factores contrarios a la necesaria solidaridad comunitaria.

En torno a esos propósitos se constituyeron instituciones, se crearon derechos y se


conformaron las elites nacionales.

Hoy es lugar común exagerar la crítica de lo hecho en el pasado, como si de pronto


descubriéramos el secreto de la verdad y la ruta infalible del progreso. Por razón natural,
los reformadores suelen magnificar las bondades de lo nuevo y los defectos de lo
anterior.

En los hechos, el registro histórico de realizaciones no es desdeñable.


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Reconocer los logros pasados no equivale a sugerir la vuelta a sistemas históricamente


rebasados, pero sí debiera conducir a moderar los extremismos de las ideologías y
planteamientos en boga.

México no puede dejar de reconocer y aceptar el acomodo sin paralelo histórico reciente
en nuestra economía, sociedad y forma de quehacer político. Pero esa aceptación de
principio se ha venido concretando sin un plan rector que guíe en detalle el cambio.

Sin negar la validez o hasta la inevitabilidad del mismo, acaso podría afirmarse que se
emprendió sin escrutinio crítico de los tiempos, modalidades y fórmulas adaptativas,
que orientaran la acción, atenuaran los costos y los distribuyera con sabiduría.

Violentar los ritmos del cambio, crear vacíos institucionales, singularizar metas
específicas que pasen por alto las complejas amalgamas de la vida social, son errores
que acrecientan las cargas de ajustes y divorcian a la sociedad civil de sus autoridades.

La teoría económica más difundida suele postular que la configuración de las instituciones
de mercado es por definición estable y completa, cuando paradójicamente es ahí donde
reside gran parte del problema del cambio; muchos de los mercados son inexistentes,
otros reconocen toda suerte de imperfecciones, unos terceros están segmentados o
separados.

Por otra parte, la propia teoría reduce, hasta casi eliminar, el significado de la
remodelación de las redes institucionales al suprimir el tiempo histórico en los procesos
de transición y suponer acomodos instantáneos en las variables y estructuras económicas
y sociales.

Ese proceder puede tener méritos teóricos y lógicos innegables, pero resulta inapropiado
a la formulación de la política económica en las etapas de transición, cuando es vital influir
en los procesos transformadores en tiempo histórico y cuando la presencia de intereses
emergentes multiplica la incertidumbre y estorba la ejecución de las directrices
gubernamentales.

Mercado y Democracia son instituciones dispares, que por moverse en sentidos distintos
requieren de reacomodos periódicos que les permitan armonizar -no en la lógica, sino
mediante arreglos pragmáticos- metas tan disímbolas pero tan necesarias a la convivencia
social como las de recompensar la eficiencia mientras se persigue la igualdad.

Ciertamente, el hombre es un ser social que para sobrevivir necesita de un sistema de


vida en comunidad con valores y objetivos diversos. Pero el dominio de la producción
puede organizarse en principio, siendo lo trascendente su armonización con los otros
aspectos de la vida social.
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Esas consideraciones, unidas a las necesidades específicas de la alteración del patrón de


acumulación de capital y las que derivan de limitaciones propias de una sociedad en
desarrollo, llevan a la conclusión de que las políticas sociales y económicas no debieran
plantearse siguiendo modelos abstractos exclusivamente, sino incorporando
circunstancias históricas precisas.

¿Qué hacer con el pasado? Conservarlo todo es imposible. Desecharlo en paquete, por
decreto, tampoco se puede. Recordar cómo un acto de la voluntad puede tener un
propósito sano. Pero también el olvido es una forma de cura. La memoria es identidad.

Las capas sucesivas del tiempo, los nuevos recuerdos, el desplazamiento natural de la
vida, que siempre continúa, actúan como un linimento que sin preguntar sana. Así como
olvidar todo es una cara de la locura, recordar todo también lo es. En medio se encuentra
la razón. Pero para que esto sea así hay una condición insalvable, la libertad. Libertad real
que permita que la información histórica fluya. Sólo en libertad podemos luchar contra la
manipulación.

V.- TRANSITAR DE LA DEMOCRACIA POLITICA A LA DEMOCRACIA SOCIAL

El concepto de transición está sin duda de moda, aunque sea totalmente inadecuado para
poder entender lo que sucede en estados tan diferentes como México, España, Rusia,
Alemania del Este, u otros. Es por una parte un concepto demasiado vago.

Pero así limitado el concepto de transición deja de ser útil para el análisis, ya que esta
manera no parece haber mucha diferencia entre estados que han pasado por procesos tan
diferentes como España, Chile, Polonia, Rusia y otros como Rumania y Albania.

Podría entonces llegar a afirmarse que así visto, el concepto de transición no sólo es poco
explicativo, sino que en el fondo solamente es funcional para las agencias internacionales
que quieren saber si están o no autorizadas a otorgar créditos.

Y en esa medida es un concepto equívoco para los Estados en transformación. Porque los
lleva a poner toda su atención en los mecanismos electorales y descuidar lo que sucede
al nivel de la sociedad. Entonces es necesario analizar a los estados, en cambio, desde la
dinámica social. Y desde esta perspectiva podemos identificar que todo pueblo
constituido posee un pensar político, evidentemente, más racionalizado en las
autoridades.

”México posee una filosofía política -Antonio Caso- que es parte de su cultura. Tenemos
ante el mundo una personalidad peculiar, porque peculiar es nuestra unidad étnica y
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cultural. No nos reconocemos ni el indígena ni en el europeo, como el europeo tampoco


se reconoce en nosotros. Estrenamos alma y territorio”.

Por eso, nos negamos a las imitaciones extralógicas pero no a recibir influencias y a
comparar. Las instituciones de un pueblo sólo ese pueblo las puede idear y construir. Las
extrapolaciones son artificiales, las imitaciones son contraproducentes. Los Gobiernos de
los pueblos se los dan los pueblos de acuerdo con sus realidades, de conformidad con sus
tradiciones y en concordancia con sus ideales.

En el caso mexicano, es posible ubicar el evento fundacional del régimen político en las
Leyes de Reforma, la Constitución del 17, en 1929 cuando se pusieron de acuerdo los
intereses políticos para asegurarse que las transiciones fueran pacíficas y en 1939 cuando
el Presidente Cárdenas instauro el poder político basado en una alianza nacional popular
en la cual el Estado se comprometió a actuar como el principal agente de desarrollo
económico y a distribuir la riqueza así creada.

Este pacto se fue desgastando y cambiando de carácter a lo largo de los años. Se fue
vaciando de legitimidad y minando su efectividad.

En las búsquedas constantes, en la decisión soberana de los muchos Méxicos de ser uno,
subyace una filosofía. De contradicción a oposición, de duda a lucha armada, fue
haciéndose y estructurándose al pensar político mexicano. Y, en ese tránsito del pueblo
en busca de su personalidad, con la misma audacia que procedió los civiles, improvisados
de militares, en las batallas, tuvieron que proceder los luchadores, improvisados de
legisladores, en el Congreso Constituyente de 1917.

Incuestionablemente, vivimos en una sociedad que realiza, desde el momento mismo en


que se concibe como nación libre, un esfuerzo por vivir en la democracia y darle un
sentido que hemos ido descubriendo en nuestro apasionado proceso histórico. Y, este
esfuerzo culminó con una concepción mexicana de la democracia, establecida en la
Constitución Política, que es mucho más que un régimen político o simplemente
jurídico.

Es todo un estilo de vida que al buscar la conservación y la posibilidad de perpetuar a la


sociedad, busca la mejoría económica, política, social y cultural del pueblo organizado en
gobierno democrático.

El valor de la expresión constitucional del 17 es la concepción de una democracia social en


la que se procura no sólo el derecho del individuo como persona digna, con todas sus
manifestaciones constitucionales clásicas, sino además un esfuerzo por llegar a la justicia
social; una justicia social a la que nos empeñamos en dar contenido para que no sea una
expresión puramente formal y vacía, que se llene de cualquier manera y en cualquier
ocasión.
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La posición mexicana frente la cuestión de si el hombre es un mero instrumento para el


Estado, una cosa a su servicio, o si, por el contrario, el Estado ha sido hecho para servir a
los hombres, a los individuos se presta para esclarecer la filosofía política de la Nación.

Esencialmente, en el Artículo 3º de la Constitución Política consagra a la educación, se


encuentra la concepción de la democracia mexicana y las notas del equilibrio buscado no
sólo entre el Estado y el individuo sino entre la sociedad y el hombre.

La democracia, definida en la Carta Magna, no es simplemente un sistema político, no es


solamente un régimen jurídico, es un estilo, un sistema de vida, cuyo imperativo es
buscar el constante mejoramiento económico, político y social del pueblo mexicano.

El concepto de "democracia social", en el medio político actual, se usa con frecuencia. En


otras palabras, ha ingresado al lenguaje político, con una orientación definida, equivalente
a una reinterpretación de la Constitución y del Artículo 3º.

Antonio Brambila, en su estudio "Las raíces ideológicas de la democracia social en


México", proporciona esta cita del Lic. Muñoz Ledo: "... los principios de la Democracia
Social se sintetiza en los postulados de los artículos 3º, 27 y 123 constitucionales".

Al ubicar -concluye Brambila- "cada una de estas afirmaciones en sus respectivos


contextos, encontramos, además de la referencia común a la Constitución Mexicana, la
alusión también común, a un sistema a través del cual se trata de conciliar la libertad del
individuo con el bienestar social".

En el proceso histórico, las tesis de las diferentes tendencias ideológicas se van implicando
implícitamente y, al mismo tiempo, se va conformando un ideario político mexicano. Así
México llegó al Artículo 3º y a la formulación de la DEMOCRACIA SOCIAL.

Antonio Brambila, en su interesante estudio sobre “Las raíces ideológicas de la


democracia social en México”, al que ya hemos recurrido, considera que la democracia
social se funda en el liberalismo social mexicano.

La democracia es vivir todos los días, con la responsabilidad de cumplir y hacer cumplir los
valores que entraña. Es la democracia, una renovación constante de un estilo de vida. Un
estilo de vida que se finca en la búsqueda constante del mejoramiento económico, social y
cultural del pueblo. Un imperativo con el que, porque somos hombres, tenemos que
cumplir.

Por eso, el avance de la democracia no se agota en el acto electoral; el acto electoral es


simplemente un sistema para tomar decisiones sobre la representación política, mediante
el sistema de voto mayoritario, suponiendo la igualdad sustancial de los hombres y su
derecho a la opinión y al ejercicio de la representación política.
LA CAPACIDAD DE GOBERNAR

En el proceso electoral se inicia la democracia, pero no es el sistema de vida buscado en


el proceso político mexicano.

El pensamiento sobre la democracia es preciso y está arraigado a la tradición y evolución


política del país. En él se resumen los problemas que los principios de la misma plantean:
libertad, igualdad y justicia y, sobre todo, SOBERANÍA DEL PUEBLO, acerca de la cual
Rousseau decía que es inalienable.

La soberanía, “no siendo más que el ejercicio de la voluntad general”, “única que puede
dirigir las fuerzas del Estado según el fin de su institución, que es el bien común”, “no
puede nunca ser enajenada”

Cada uno de los principios que supone la democracia genera problemas, discusiones y
criterios diversos. Así se considera que el liberalismo y la democracia liberal reivindicaron
los modos de entender la libertad únicamente para la burguesía y que la democracia
social lo hizo para todos.

Sin embargo, la idea nuestra de democracia social va más allá de la concepción


democrática, que considera al hombre como ser libre en una comunidad autónoma e
independiente, ella es la búsqueda de la justicia social en libertad.

Ya se ha reiterado, de acuerdo con nuestra Constitución, que nuestra democracia, además


de ser una estructura jurídica y un régimen político, es un estilo de vida, que supera en
cuanto tal su formulación formal.

La expresión clave, en esta definición, es “sistema de vida”, un estilo de vida para y por
el pueblo mexicano.

La democracia así entendida responde a la mentalidad, a las aptitudes, a las ocupaciones,


a las tradiciones, a las necesidades y, sobre todo, a las contradicciones del pueblo
mexicano.

La democracia así entendida es la respuesta al carácter nacional, a la personalidad del


pueblo mexicano, distinto al de otras naciones, que es el resultado complejo de mezclas
raciales, adaptaciones lingüísticas, creencias religiosas y situaciones geográficas e
históricas.

En este concepto de democracia social, se entiende que no se trata únicamente de


construir una igualdad de oportunidades, válido para sociedades potencialmente iguales,
sino un catálogo de igualdad, de seguridad -Derechos Sociales Exigibles- que es la
demanda del pueblo mexicano que ha tenido una gestación más complicada.
LA CAPACIDAD DE GOBERNAR

El concepto de democracia social, en que está viva la justicia como esencia del derecho,
estableció en la Constitución, constituye la consecuencia más acabada del ideario político
mexicano, es decir, de la filosofía política de México.

La vocación del pueblo mexicano, del pueblo que ante la comunidad de naciones
presenta un rostro definido, ha sido la integración. Y ese camino de nuestra
particularidad es el de la culminación de la democracia, entendida como la consumación
del esfuerzo humano para realizar en la naturaleza sus fines, insertándolos en ella,
modificándolos para la realización plena de los valores.

Cuál es el Futuro

México es un país que no se caracteriza por pensar en el futuro, más bien todo lo
contrario, sus líderes usualmente hacen referencias al pasado como fuente de inspiración.

La fortaleza de los regímenes revolucionarios consistía en la promoción del ideal


revolucionario que gestaría una nueva sociedad, y aunque el futuro fuera incierto y se
inspirara en el temor a repetir la tragedia revolucionaria que produjo un millón de
muertos, por lo menos ofrecía la idea mítica del nuevo mundo.

Prácticamente el gobierno 2000-2006 no cumplió lo que prometió. Quedamos frente a


una seria crisis de credibilidad y frente a la descalificación del gobierno como guía de la
sociedad hacia el futuro.

El perder de vista al futuro ha erosionado la capacidad de gobernar, porque se carece de


metas a largo plazo y se concentran en decisiones de corto plazo que asemejan un manejo
de crisis permanente, por cierto muy ineficiente.

El reto mayor consiste entonces en que el gobierno desarrolle esta capacidad, lo que
implica, en primer lugar, que reanalice a la sociedad, su relación con ella y reformule los
paradigmas de gobierno. Pero seguido, se tendrá que pensar en el futuro y en la mejor
manera de alcanzarlo con justicia y democracia.

Ningún país puede pensarse hacia el futuro aislado, pero tampoco debe hacerlo con una
apertura total y sin salvaguardar. Los países inteligentes están manteniendo las
restricciones que les convienen y están abriéndose paulatinamente y con mucha cautela
para no sufrir daños irreversibles.

La planeación del futuro debe ser muy cuidadosa. Los objetivos y las metas deben ser
fijados con base en un modelo ideal a alcanzar basado en la pregunta sobre el tipo de
país que deseamos para los próximos cincuenta años; posteriormente se deberá
determinar el contenido de las etapas intermedias.
LA CAPACIDAD DE GOBERNAR

Hasta ahora México se ha guiado por el concepto de progreso que arranca con la
Revolución Industrial y que se basa en la acumulación de bienes materiales.

La reformulación del futuro debe girar alrededor de la elevación y mejoramiento de la


calidad de vida: él constante mejoramiento, económico, social y cultural del pueblo. Un
país no puede darse el lujo de tener una sociedad polarizada entre una gran mayoría
pobre, no educada y enferma, y una minoría altamente competitiva. Este marco social es
éticamente erróneo, económicamente inviable y políticamente explosivo.

Los Retos del Futuro

La velocidad de los cambios tecnológicos, de las condiciones sociales, económica y política


y los retos que los cambios mundiales les presentan a los países en lo individual y
colectivo, requieren que pensemos en un futuro radicalmente distinto. El siglo XXI pondrá
en la agenda de discusión y cuestionamiento conceptos como soberanía, territorialidad,
identidad y nacionalismo y el país que se desfase apegándose a principios decimonónicos
que frenan la reformulación de prioridades nacionales, se encontrará en una posición
desventajosa difícil de remontar.

Paradójicamente, mientras que la sociedad mexicana tiene que embarcarse en un


esfuerzo sistemático, complejo e integral, donde se prepare a la sociedad para el cambio,
las necesidades de la globalidad requieren gobiernos muy efectivos y con capacidad
acelerada de respuesta, la que con frecuencia es antidemocrática, porque la democracia
requiere reflexión, consenso y logro de acuerdos que pueden tomar mucho tiempo.

En lo económico, se debe enfrentar a la pobreza como la prioridad fundamental y como


asunto de seguridad nacional por su importancia social y política. Se debe recuperar el
concepto de desarrollo cuyo centro gira alrededor de la mejoría de la calidad de vida y
creación de buenas y suficientes oportunidades económicas.

En el terreno de la representación se debe ciudadanisar la política al propiciar la


intervención social en una amplia gama de asuntos, temas e instituciones. Es importante
que la gente tenga confianza en el proceso electoral y vote, pero más importante es que
sienta que el voto sirve para influir en el apartado de toma de decisiones.

Es necesario crear una cultura cívica-de la legalidad que sostenga el nacimiento y


permanencia de los ONG para que se politice la vida nacional por medio de instituciones
sólidas que no tengan que depender del gobierno.

El federalismo mexicano ha sido más una cuestión de definición teórica que un sistema de
ejercicio del poder, porque el país partió de un sistema colonial centralizado y la
construcción posrevolucionaria exacerbó el rol del poder central.
LA CAPACIDAD DE GOBERNAR

En el mundo de la globalización, los países deben estar dispuestos a ceder algo de su


soberanía a cambio de alcanzar una relación armónica con sus socios. Las asociaciones
económicas del siglo XXI exigirán la reformulación de la soberanía y el sacrificio de algunos
valores nacionalistas, tal y como lo demostró el paquete de rescate de Clinton que
estableció como aval al petróleo.

La nueva soberanía cruza forzosamente por el eje de la democracia económica que ni


Estados Unidos ni la élite mexicana están dispuestos a considerar. Lograr cambiar esto
será la gran revolución mexicana, y será el resorte que impulsará a México hacia un nuevo
estadio en el siglo XXI.

Qué Hacer

- Cambio de paradigmas:

Transitar de la democracia política a la democracia social mediante el diseño y operación


de un sistema de comunicación social que inserte fines y valores que enseñen que el
cambio es una cuestión individual, que cada uno debe generar su propia realidad.
Los valores de libertad, igualdad y justicia no pueden seguir siendo un recurso retórico
usado en los discursos de los políticos en las celebraciones públicas.

- Reconstrucción simbólica:

Se requiere urgentemente una reconstrucción simbólica y valorativa poniendo en un


espacio adecuado a los héroes nacionales y a la historia nacional. Ya no es posible que la
sociedad se mofe de sus héroes y de su historia y que sus gobernantes sean más causa de
burla que de respeto. El gobierno tiene que embarcarse en un proceso educativo que
replantee los valores nacionales y patrióticos, para elevar la autoestima nacional y
devolver el orgullo a los mexicanos.

- Mejorar la calidad del gobierno y los gobernantes:

La elevación de la calidad de la gobernación permitirá la recuperación de la confianza,


pero también facilitará lograr un gobierno más eficiente y eficaz. Este mejoramiento debe
correr por dos vertientes: el del liderazgo y el de la gobernación. Para mejorar el
liderazgo se deben mejorar los canales de participación y reclutamiento de líderes.

- Servicio civil de carrera


LA CAPACIDAD DE GOBERNAR

Para mejorar la gobernación se debe, perfeccionar el servicio civil de carrera, de tal forma
que se puedan establecer planes a largo plazo que aseguren continuidad, y cuenten con
personal altamente capacitado que tengan garantizados sus puestos de trabajo.

Es importante despolitizar muchas de las funciones de gobierno, que solamente caiga en


el terreno de lo partidario la redefinición de metas y objetivos a largo plazo, porque ésos
son los temas que se disputan en lo electoral y la sociedad pueda optar por el cambio de
opción.

- Conservar y perfeccionar la Instituciones

Nuestro pasado es complejo y diverso. La realidad se impone, la percepción pública


también. El México actual no podría entenderse sin remitirse al papel que el régimen
político desempeñó a lo largo del siglo XX en la preservación de la estabilidad política y la
conservación de las instituciones. Finalmente “En Yucatán, gobernemos juntos el
cambio”.

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