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Ritmo necio

Ahí está otra vez: se hace demasiado evidente el latido en mi oído, que está contra la al-
mohada. Ahí se concentra mi persona. El resto de mi cuerpo, boca-abajo, casi desaparece,
petrificado como piedra milenaria, lo mismo da si despierto o dormido.

Respira hondo. Inhala. Exhala. Pero parejito, para poder dormir. Cómo cuesta que sea rít-
mico. Lo peor es que si no me duermo ahora no me voy a poder levantar temprano mañana,
y con todo lo que tengo que hacer. A ver. De seguro ya pasan de las dos de la mañana. Sí,
3:26, (mejor no abras los ojos). Aunque logre dormirme en la próxima media hora tendré
sólo tres horas de sueño, menos de la mitad de lo que se recomienda. Para eso me gustaba
este latido que está en mi oreja, ¿por qué no se queda en las costillas? ¿Por qué este tan-
tan/tic-tac me invade y me quita el sueño? La mortalidad y su evidencia, siempre, siempre
ahí cuando le cedemos un lugar, de día, de noche, es un moho que crece inadvertido. Ay,
musgoso latido, ni yo te puedo callar para que me dejes descansar.

También es esta mente que no se calla y no controlo: musgoso pensamiento. Debería prac-
ticar algo de meditación. Yo, sin saber meditar (¿la meditación es algo que se sabe o se
conoce?), seguramente me quedo dormida intentándolo: la mente en blanco y el latido
desaparecerá, junto con los coches que se oyen allá afuera, y la puerta que azota, mi vecino
de seguro ya llegó borracho. Qué importa, a ver… respira.

Respira hasta que dejes de respirar conscientemente, hasta que cada parte de este cuerpo se
oxigene y descanse. Sí, que llegue hasta las puntas de mis pies. Ellos tan inertes y tan leja-
nos, como de otro cuerpo. Se alejan más de lo debido. A veces así acostada, sin moverme,
siento que las dimensiones de este casco se estiran y transforman. Se siente inflado como
globo de helio bajo la cobija que lo detiene. Luego se hace esquelético y frágil, palitos o
huesos de gallina, rompibles a pulso ligero, como el de este latido en mi oreja.

No entiendo cómo puedo pasar tanto tiempo sin moverme, a oscuras, aquí, así nada más, ni
siquiera con sueños. Qué necedad. Mente necia. Latido necio.

Hasta que la necedad se rinda y el ritmo se vuelva monótono, regrese a su mono-tono.


Y ¿si allí, en el ritmo sin tonos, hubiera también una necedad? ¿Otro latido necio? ¿Otro
vibrar incansable? Quizás es algo de lo que no nos salvamos nunca. La única permanencia
posible. Estoy segura de que esta angustia no me dejará regresar al sueño. Saber que hay
latidos sobre latidos y que de eso uno nunca se salva. Queda la duda, respira en la duda.

Respira en la duda del momento, sin pensar en la secuencia. Cadenas de pulsos que entran
y salen: su idea abruma por infinita. Pulsos, latidos, ritmos, arritmos, destiempos, contra-
tiempos, consecuencias, cadenas, formaciones, líneas, rayas sobre rayas y puntos sobre
puntos, uno tras otro tras otro tras otro tras otro, todos tras otros más. Así los días y así
las noches. Así en el tercer piso como en la punta de la montaña como en el metro como
buceando a profundidades.

¿Y si en lugar de esta visión obsesiva de mosca, viera el mundo a través de unas ventanas
color rosa mexicano? Si mis ojos amanecieran con una visión 20-20 y pudiera ver cada
línea y rajadura de ese techo alto de madera, en lugar de esperar a que ponerme los lentes,
el armazón o esos más intrusos. Si cada vez que me metiera al mar pudiera abrir los ojos y
ver a través del agua salada, así como veo a través del aire, cuando no es humo. Si mi vista
fuera menos periférica y sólo pudiera concentrarse en un centímetro cuadrado a la vez. Si
así los ojos me burlaran, yo a ellos no los burlaría cerrando mis párpados tan seguido y por
periodos tan largos. No encerraría a esas esferas vivas y mucosas, les daría la libertad de
ver por un tiempo indefinido. Hasta que se definiera por sí mismo.

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Reflexiones viajeras (II)

¿Cuántos idiomas sabés?


Esa es una pregunta que se repite mucho en ciertos ámbitos. Saber
idiomas puede ser sinónimo de educación, aunque, sobre todo, está
directamente asociado a la capacidad de comunicarse. ¿Pero es esto
cierto?
Echémos la culpa a Mónica (A Mónica, que nos salva cada lunes) ¿Es a través del idioma la única manera de comunicarse? ¿Acaso cuan-
do viajamos sabemos cada una de las lenguas que se habla en aquellos
Agua flotando, vasos sucios, restos de nachos que suenan debajo de los pies como hojas de lugares que visitamos? Claramente no… Y sin embargo «sobrevivimos».
árboles en otoño. Toallas mojadas, sábanas revueltas, olor a humo de cigarillos fumados Podemos pedir comida, o preguntar cómo llegar a X lugar.
la noche anterior. Cuerpos pesados envueltos en sueño y memorias.
Cariño, ay, mucho cariño entre lotes de libros y botellas de vino. Entonces hay mucho más que palabras en la comunicación. Sin ir muy
lejos, todos usamos las señas, por ejemplo. Cuando hay una tercer
Cada lunes se abren las ventanas, se cambian las sábanas, las botellas salen en órden y persona que no se tiene que enterar de algo o cuando estamos de
se llevan la basura. El piso cambia de color y el horno vuelve a la vida. Los placares viaje y desconocemos el idioma. También existen entre los amigos
aceptan el regreso penitente de la ropa, los zapatos están en fila. El aire a melancolía ciertos códigos, miradas o gestos que solo ellos son capaces de
huye con las últimas cucarachas. comprender.
¿Y qué hay del llamado «lenguaje del corazón»? Sinceramente no sé
qué es con exactitud, pero creo que en un viaje es algo que se da
Alfombras mágicas (A la Princesa y Quesito) frecuentemente.
Para mi está relacionado con ayudar al otro. Es algo un poco loco,
Y entonces dijo: Si llega una tormenta, porque es hablar sin hablar. Es transmitirle al otro que nos in-
nos subimos a la alfombra y volamos hasta teresa, que queremos que esté bien pero sin usar ninguna palabra.
las estrellas.
Y cuando llegamos abrazamos a la luna cuya luz nos alumbra ¡Ojo! muchas veces pasa que la gente ayuda porque espera recibir
el camino a casa. algo luego. Puede ser un futuro favor, una ayuda o incluso algo
Y si se hunde el mundo nos subimos a la alfombra y volamos material, como un regalo. Uno puede percibir esta actitud al escu-
hasta las cumbres nevadas de la cordillera. char frases como “Yo lo ayudé con esto y lo otro, y el/ella nunca
Y si tenemos frío nos cubrimos con una manta de nieve que hicieron nada por mi”. O peor aún cuando se ponen a comparar lo que
será mejor que miles de plumas. hizo cada uno y cual fue más importante, conllevó más esfuerzo, etc.
Y nos damos las manos. ¿Como ayuda, es esto válido? ¿Es valorable? ¿No está acaso motivado
Y no vamos a estar solas. por un interés propio? ¿No es un acto egoísta?

Y no nos va a faltar ni comida ni ropa ni vino porque nos vamos a cuidar entre nosotras. Otra gran porción de las oportunidades en que se brinda ayuda son
más «genuinas», porque no se espera nada. Pero realmente se hace
Si el mundo se hunde subimos a la alfombra y vamos a estar bien. porque no cuesta nada, es decir, resulta en un nulo o muy bajo es-
fuerzo para quien está brindando la ayuda.
24 Desde ya que es una actitud mucho más valorable que la anterior,
porque la motivación principal ya no está basada en uno. En otras
Esperando el 24 en la esquina Perú y México veo pasar un grupo de niños. palabras es una actitud menos hipócrita.
Pasan sueños y esperanzas; niños crecen, maduran y se hacen mayores. Por último existe otro “tipo” de ayuda, aquella que se da de forma
Yo sigo esperando el 24. desinteresada. Sin ponernos idealistas ni tomar los preceptos de la
doctrina cristiana, estas ayudas son las más “puras”. El foco está
Pasa el 29. Está lleno. Veo caras pálidas y gente hablando por teléfono. puesto 100% en el otro e incluso muchas veces implica privaciones,
“Estoy en el bondi. Ya llego, boludo, dejáte de joder.” Una pelea, una cita prometedora, (mucho) o (grandes) sacrificios. Pero eso no importa. Uno se siente
vida urbana par excellence. feliz, a pesar de todo el esfuerzo.
Yo sigo esperando el 24. Uno está feliz por el hecho de hacerle el bien a otro, y se siente
algo maravilloso. Por unos momentos uno deja de existir y el otro se
Las bocinas de la 9 de Julio suenan hasta mi esquina. Miles y miles de autos, culebra convierte en el todo. Es difícil de explicar… No tengo hijos, pero
apestosa, punto de agresividad mayor en una ciudad de histéricos. imagino que el sentimiento será similar al que sienten los padres
Yo sigo esperando el 24. cuando cada uno de nosotros logramos realizarnos en cada una de las
etapas de la vida.
Espero la llegada del 24 como espero la llegada de papá Noel o del amor de mi vida. Con Pero volviendo al tema, lo importante para mi es pensar para qué o
una esperanza infantil cubierta en una tapa de cinismo. quién hacemos lo que hacemos.
¿Para qué estudiamos? ¿Para qué sabemos varios idiomas? ¿Para qué
viajamos, para conocer más? ¿Y de qué nos sirve saber más y más?

Ningún extremo es bueno, hay que buscar el equilibrio, que no


siempre se encuentra en la mitad de la escala…

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Sopaipillas “Sopaipillas con mostaza,
sopaipillas con tostaza.”
(Sinergia)

Si el puré te queda rico, las sopaipillas te van a quedar ricas. Primero hay que
hacer un puré de zapallo, hierves los trozos de zapallo en una olla, y cuando están listos
para hacerlos puré los sacas del agua, pero el agua no la botas. Aliñas el puré, le pones
un poquito de aceite de oliva, sal.

Es rico cuando te sobran sopaipillas y las guardas en el refri y al otro día (o al otro otro
día), vas con todo el bajón y sacas unas cuantas y les vas echando manjar (dulce de leche)
y te las mandas frías, acompañado de un vaso de bebida, una taza de té. O de las prime-
ras que salen, mandarse unas con manjar así, calientes y todo, y el manjar como que se
derrite un poquito y es una aberración para un sopaipillero profesional, pero qué va! O
algunos que les ponen azúcar, mermelada -de mora, claro-, un chorrito de miel.

En Chile, hace un tiempo, entre otras innovaciones en comida chatarra, se popularizó el


sopaipleto, que es como un completo (el completo es similar a un pancho, aunque a mi
gusto mejorado: pan, salchicha, palta, tomate y mayonesa casera). El sopaipleto lleva
sopaipilla en vez de pan, la salchicha es optativa, pero infaltables son el tomate y la palta,
y la mayo casera. Todo un hallazgo.
Tengo que decirlo, me cargan las sopaipillas pasadas. Se preparan idealmente con las
sopaipillas que quedan de un día para otro, se hierve chancaca (creo que es lo mismo o
es muy similar a la panela colombiana) y se prepara con eso una salsa oscura, dulce, y las
sopaipillas se adoban ahí y quedan como en un caldo horrible, que muchos gozan, pero
ya sabemos cómo es la gente, tiene cada gusto…
Pero estábamos en el puré. Una vez listo el puré. Se recomienda medio zapallo por un
kilo de harina (con polvos? sin polvos? / Yo uso la más barata). Se mezcla la harina con
el puré en un bol y se le va añadiendo agua tibia hasta que empiece a formarse una
masa amarillita anaranjada perfumosa. El agua puede ser cualquier agua, pero habría
que ser medio tarado para desaprovechar el agua en que hervimos el zapallo, así que
por eso no hay que botarla. Le vamos echando de a poco el agua y una vez que la masa
va agarrando forma y la sacamos del bol, la tiramos en la mesa y empezamos a amasar,
a estirar, masajear, y cuidado que no se enfríe. El aceite y la sal ya se la echamos al puré,
opcional es ponerle un poco de mantequilla y aquí una aclaración: en Chile a la manteca
le decimos mantequilla y lo que llamamos manteca, acá es otra cosa, supongo que grasa,
pero bueno, son opciones. Incluso hay quienes le agregan a la masa 2 huevos batidos.
Luegamente la envolvemos en trapitos o en su defecto en una bolsa de nylon, para que
leude un rato aproximado en donde podemos preparar su buen pebre escuchando un
disco de los Panchos o de Chabuca Granda. O, por qué no, un disco de Chico Cesar, que
viene perfectamente al caso.

Sin duda el mejor amigo de las sopaipillas es el pebre. Y aunque hay varias versiones de
cómo hacer un buen pebre, si con tomate o sin tomate, hasta aberraciones como ha-
cerlo sin ají, yo daré mi propia receta: picamos ajo, unos dos o tres dientes, una cebolla,
pimentón rojo y verde, puede ser una mitad de cada uno, unos cuatro tomates, unos
buenos ajíes, si hay de distintos colores tanto mejor, todo picado en cubitos, bien finito;
más un poco de ají en salsa, un puñado de cilantro -infaltable-, sal, pimienta y aceite de
oliva. Es como una especie de ensaladita, que idealmente se presenta en un librillo de
greda, y se le echa arriba a la sopaipilla y ¡bienvenido a la isla!, es opcional echarle un

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parte I chorrito de agua caliente cuando está recién hecho, pero es requisito refrigerarlo, que
repose un ratito antes, para que el ají impregne todo y quede una cosita bien picante y
Para él fue un gran salto de coraje venir a este mun- refrescante, que con lo caliente de la sopaipilla se arma una verdadera fiesta.
do. Comenzó por danzar sin rumbo entre brazos. Después de Cuando ya hemos visto que la masa ha crecido un poco, presentamos en la mesa
un tiempo echó a caminar. Tropezó. Aprendió a volar y desde ese artilugio que tanta historia tiene dentro y fuera de la cocina, llamado uslero. Que
lo más alto de su vuelo comenzó a soñar. Soñó planetas de
también puede reemplazarse con una botella de buen vino, que acabamos de beber
todos los colores, pero nunca de color rojo. Agudizó su olfato
en primavera, su instinto en invierno, su canto en otoño y su
mientras hicimos todo lo anterior. Estiramos la masa hasta que quede de un grosor
imaginación en verano. Un día despertó y decidió que ya era promedio de medio centímetro. Y ahí, con un molde que puede ser un plato pequeño,
hora de que la tierra vuelva a ser una, que en vez de cinco o un CD de Grandes Éxitos de la Nueva Ola, que naturalmente nadie escuchó, vamos
continentes sólo haya uno, sólo uno. Se imaginan? Un solo cortando nuestras sopaipillas, las vamos ubicando en una bandeja o una tabla, y se pue-
continente en donde podés caminar por el desierto, nadar en den ir apilando, con cuidado, añadiendo harina cruda entre unas y otras para que no se
el único mar, trepar por montañas, respirar nubes, dormir en peguen (como el chiste de las galletas manjar – galleta – manjar). Entre tanto ya pusi-
árboles y beber de la misma agua. mos aceite a calentar, pues esta cosa le lleva fritanga. El aceite, como si fuera para hacer
No te estoy contando esto porque conocí a alguien que lo milangas, uno o dos centímetros y, técnica que no sé bien para qué sirve, pero que al-
vio o porque un día escuché hablar sobre esta historia. No guna vez me enseñaron, echamos una bolita pequeña de masa, y cuando tenga cara de
conozco otras historias, no escucho más allá de un ser, el que ya está cocinada empezamos a echar de a una, de a dos, de a tres, las que quepan
único ser en donde habito. Algo me imagina, puedo pensar y
en la sartén. Con cuidado, y haciéndoles hoyitos con un tenedor para que no se inflen.
visualizar la realidad pero no tengo ojos para observar. Puedo
reír pero no puedo llorar, puedo soñar y al mismo tiempo
Las sopaipillas se fríen más o menos rápido, y las mejores no son las primeras. Cuando
despertar. ya han salido algunas y el aceite se empieza a poner oscurito, empiezan a quedar como
Pero esta historia no trata de mí, sino del ser en donde paso con más personalidad y algo más de sabor agarran. A medida que van saliendo se van
los días hasta que llegue el momento de expandirme y volver poniendo en un bol cubierto de papel absorbente. Papel de diario, por ejemplo, pero
a ser una vez más, como caminar en círculos. Si me puedes cuidado que no tenga tanta letra ni fotos, porque la tinta… no sé, pero uno al final ni
leer quiere decir que me escuchas. A veces soy el viento. se fija y llega y pone lo primero que pilló. Una vez fritas todas es bueno acompañarlas
Otros días me transformo así como tú, sería algo parecido a con otra botella de vino, con cerveza no quedan nada de mal, o con un tecito si es hora
andar desnudo o vestido. de once (merienda). No puede faltar el pebre, el kétchup para los más modernos, y la
Aunque no tengo orejas a veces siento comezón en ellas, se- mostaza, como reza la canción de Sinergia que se usó de epígrafe. Ideal es preparar un
guro que alguien puede llegar a pensar que están hablando poco de palta, tomate picado en cubitos con harto ajo. Y por favor ¡nunca sopaipillas
de ti, o de mí, o de alguien más que no conozco. Aunque
pasadas! que además tienen un olor espantoso.
pensándolo bien, viendo entre líneas siempre es lo mismo,
Basta de esto! Quiero dejar de ser! Puras mentiras! el ser se Más de algún rioplatense alguna vez dijo que las sopaipillas se parecían a las
corrompe muy fácilmente, es sólo un niño! está conociendo tortas fritas. Y aquí es que tengo que decir algo que no tiene nada que ver con un senti-
el mundo cuando el mundo se destruye a sí mismo poco a miento patriótico ni mucho menos. Pero la sopaipilla es por lejos más honesta, noble y
poco. Bastará con servirle una taza de té para poder ver la agraciada. Cierta vez, una noviecita me dijo, yo te haré probar lo que es una buena torta
situación de otra manera, un acto muy burgués, o por qué no frita, y se mandó las mejores del mundo: preparó la masa con grasa y las frió en grasa.
mejor una copa de whisky? del mejor de la casa. En momen-
Y la torta frita, a diferencia de la sopaipilla, no lleva en la masa ni zapallo, ni nada más
tos como éste es mejor valorar el presente.
que la grasa, la harina, el agua, un poco de aceite y sal (corríjanme si no). Y todo esto
parte II provisto de mates, comentarios previos y en presencia de su familia: abuelos, primos,
tías. El olor de la fritanga de grasa en verdad no me deparó muchas esperanzas y el
Sales a la calle en tu ciudad natal olvidando todo pa- resultado fue que comí menos de un pedazo que saqué de una, e hicieron falta como 3
sado, ignorando todo futuro por más cercano que sea. Cami- mates uruguayos para bajar la capa aceitosa que se formó en mi paladar. El resto de la
nas con los ojos vendados sin pisar las líneas del suelo. familia se maravilló con las tortas fritas, algunos les ponían azúcar, felices de la vida, y
Sales a la calle en una ciudad ajena a tus creencias, a tus los mates iban y venían. Y yo ahí me di cuenta que no, que sopaipillas y tortas fritas no
costumbres. Cada rincón es un mundo nuevo aún no explo- tienen nada que ver, así como completos y panchos. Y siendo lo más antipatriota que
rado por tus sentidos. Se hace inexplicable la sensación de hay, me quedo con las chatarras que se comen en mi terruño, quizá por
caminar. una cosa de costumbre, pero quiero creer que por buen gusto. Eso sí,
Sales a la calle en una ciudad que habías visitado hacia un con la salvedad del sandwich de bondiola que se come en la costa-
tiempo atrás. Nuevas caras, los mismos gestos. Hombres ves-
nera de puerto madero, que es una maravilla digna de
tidos de traje y mujeres vestidas de cuero. Algo había cam-
biado aunque el aire aún sostiene el aroma de aquel entonces.
una mejor pluma culinaria.

Algunos dicen conocer el hedor de la verdad, otros acarrean


la creencia de que algo nos imagina, en varios lugares lo im-
portante es impalpable y las distancias son desplazadas de su
unidad de medición. Algún día volveré a este lugar.

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Diario de un obsesivo-compulsivo en Buenos Aires.

Los gatos cogiendo en el techo y me despiertan,


es feriado, son las 9:30 am, que haces?!, volvé a
cerrar los ojos y dormite, aprovechá. No hay vuelta
atrás, buenos aires me ha convertido, “o te movés a
mi ritmo o te me vas”, es la voz que escucho en mi
cabeza todos los días cuando camino por la calle,
pero que ahora extraño, un poco masoquista de
mi parte. Ya es inevitable, empiezo a repasar en mi
cabeza todas las listas de cosas que hay por hacer,
mierda, los platos siguen sucios, la mancha de café
derramado sigue desde hace días en el piso, qui-
siera unas facturitas de desayuno, donde se metió
Anna, este es el momento en el que la abrazaba
mientras seguía durmiendo y mandaba a la mierda
todo lo que empieza donde termina la cama, mal-
ditos gatos cogiendo en el techo!, bueno, al menos
alguien coge, pensándolo bien, aquí todos co-
gen…baja cambio, cambia de lado y volvé a cerrar
los ojos, aprovechá a descansar, hoy que podés.

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….La Nube cometa

Las montañas eran maravillosas, la vegetación lu-


josa, la ciudad parecía apagarse en el valle. Yo
esperaba el colectivo cuando tres pibes llamaron
mi atención. Uno de ellos, el pecho desnudo y or-
gulloso como un pavo real, tenía en el hueco de
su mano una bobina completamente desenrollada.
Los tres mantenían los ojos atados al cielo, espe-
rando no sé que milagro y miraban imperturbable-
mente un hilo de coser extendido al fin del hori-
zonte. Un hilo blanco delgado, simple e intrigante.
Miradas chispeantes, sincronización perfecta de
las cabezas y deslumbramiento azulado hacia este
hilo infinito. Intrigado por el interés de los nenes y
por esa escena misteriosa, levanto los ojos hacia
el cielo pero no veo nada. Ese largo hilo, inmóvil
como una telaraña, se extiende hasta perderse en
las nubes. El aire era caliente y el viento soplaba
en las alturas. El colectivo no venía, la parada es-
taba desesperadamente vacía exceptuando algu-
nos curiosos que permanecían estáticos sin pres-
tar atención a lo que estaba ocurriendo. Los nenes
todavía jugaban, corriendo, vagabundeando en el
camino, llevando el hilo atrás de ellos. De golpe,
uno de ellos se irrita y decide repentinamente re-
bobinar su línea como un pescador que ha agar-
rado un pez. Entonces, comienza todo un alegre
mecanismo. Uno remolca el hilo en tensión, el se-
gundo mantiene sólidamente la bobina estibada
sobre sus rodillas mientras que el pequeño tercero
chupa su helado, sin saber si dirigir su mirada
hacia esta alegre escena o su comida cremosa.
El colectivo sigue sin llegar y nadie parece admi-
rar ese juego infantil. Confuso e intrigado por este
milagro, me decido por fin a ayudar los funámbu-
los. He ahí que los minutos desfilan y que nada
viene, ningún cebo, ni huella de alguna presa.
Nada, viene desesperadamente, nada. El movi-
miento de la bobina comienza lentamente a darme
náuseas y yo ya dudo de la existencia de esta es-
cena. El viento sopla siempre mucho y oigo ahora
el polen romper el cartílago de mis orejas. Los gri-
tos de los niños se vuelven cada vez más lejanos y
su ronda desenfrenada alrededor de la bobina que
llevo al hueco de mis manos comienza a embria-
garme. Puedo mirar fijamente estas nubes rebobi-
nar este hilo y no solo mirar al cielo sino también
esos cúmulos gigantescos. Pero sigo desesperado
sin ver nada. El viento que mantiene el cielo en un
baile interminable no parece revolver esta nube.
Todo el cielo móvil se anima pero el humo que
tengo al cabo de mi hilo no se mueve. Los chicos
agitados por la meteorología siempre están dando
vueltas y ahora se burlan de mí. Un instante más
tarde, el estruendo alegre del colectivo sobre la
pista me despierta del movimiento psicodélico de
esta bobina. Después, le confío cuidadosamente
el aparato al más grande de los pibes que, en un
movimiento brusco, me arranca el instrumento de
las manos. Ya no hago parte del juego. A pesar
de mis esfuerzos desenfrenados el hilo apunta
siempre hacia las nubes y no viene nada. Subo en
el colectivo un poco curioso, un poco aturdido por
esta escena fascinante y sigo observando siempre
a estos nenes que se apresuran a rebobinar sus
sueños. ¿La nube inmóvil me parece más grande
ahora, tengo telarañas en los ojos? Quizás el sol
me vuelve loco. Quizás este hilo es colgado a las
nubes… Quizás.

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La mona
3 cosas ...
Con el polvo de la calle de tierra acompañando sus pasos de dama
delicada, caminaba la mona, sonriente, su cadera de agua se me-
neaba y arrastraba su cuerpo entero con un zigzagueo constante,
seductor, de mujer de clase, la ropa ajustada a aquel cuerpo moreno
y cuarteado por el sol y los años, dos bolsas “de los mandados” en el
brazo, esperando encontrar en la calle alguna prenda nueva y algo Y Bolivia caminaba por tus calles
de comer. Dejó atrás su casa de lata, miró al río a su derecha, corría Y había otros y yo en los balcones, a veces en los techos
el Colastiné fuerte con una briza de otoño, con el sol radiante en un Mirando, escuchando el ritmo del norte
día azul. Los camalotes hacían una caravana gigante de verdes hacia
El norte de arriba, los balcones de arriba
el sur, como si de alguna manera estuviera advirtiéndole a ese pue-
blo lo que hoy sucedería. Era sábado a la siesta, el pueblo dormía,
Y todos estábamos a bajo, el fin del mundo que dicen
pero la mona tenía que seguir la ruta de todos los días. Junto a sus Y al fin se fueron, igual no sabemos dónde estábamos
talones, jadeante y con paso rápido va su perro, el negro. El negro es El espacio que dicen
el que la protege, tiene cara de malo, un ojo marrón y otro gris. Cuan-
do era cachorrito la mona lo encontró sólo, con el estómago lleno de
parásitos, frente a su puerta, y de ahí en adelante nunca más dejó
su paso, nunca más la dejó sola, hasta el día de hoy, el de su muerte.

La silueta de mona andaba por el pueblo, pasó por la plaza, en la


vereda los pibes jugaban al fútbol, Diego estaba estrenando su re-
mera de Colón, y hoy se sentía más fuerte, La alegría se apoderó
de su cuerpo, ¡Goool! gritó con furia, Juan se sacó el sol de los ojos
y le lanzó una mirada punzante directamente a los ojos de Dieguito
que corría celebrando. En eso Carlitos gritó: ¡la vieja, la Mona, la
Mona! Todos los niños, dejaron atrás el partido y gritaban con tono
burlón: ¡la Mona, la Mona! Mona se molestó y los corrió, cruzó la Te escuché gritar, me preocupaba para vos
calle hablando sola, pero siguió con paso rápido, caminó por varias Tenía miedo de lo que no podía ver
cuadras más, y llegó a la Balear. Como casi todos los días, consiguió No te conozco, por eso
de algún cliente un pan calientito que le llenó un poco la panza. La policía supo de vos y tus gritos
No sé si te ayudaron
El río remaba la tarde con más fuerza, arrastrando más cama- Hay que hacer como los gatos
lotes, fundiéndose con los nuevos naranjas que empezaban a na- Cantar la pena, hacerla linda
cer en el cielo. La mona ya tenía un poco más de frío, buscó por
varios tachos de basura a ver si procuraba su nuevo atuendo de
otoño, pero fue fallido. Los perros siempre a su lado iban mor-
diendo el palo que la ayudaba a caminar, ya los años le pesa-
ban en las piernas, y pronunciaba palabras indescifrables para el
resto. Decidió volver, mientas caminaba de vuelta, saludó a los
vecinos del pueblo, que la miraban con burla, pero ella no perdía
su gracia ni su menear. El perro de la mona le ladraba a los per-
ritos perfumados pero atrapados detrás de una reja, se tenían
como una bronca tácita, los perros de la calle con los de las casas.

El Colastiné arrastraba el reflejo de las nubes y las encorvaba a su Saliendo de su trabajo, el congreso, el porteño me
corriente, el azul intenso de la tarde que iba muriendo mordisqueaba preguntó sobre el viaje
la isla que se iba desapareciendo sin luz artificial. La mona advirtió Viajé por Argentina, dije.
a la izquierda el río, y se detuvo, no siguió de largo a su casa de lata, Me encanta el congreso, me encanta la política,
se enfrentó al Colastiné, él le regaló la flor del irupé, preciosa y sola, No conozco Argentina, te gustó? Me respondió
como invitándola a acompañarlo, vio la flor en la inmensidad del
Buenos Aires no es el país, el paisaje del congreso no
río, arrastrada por la corriente. La mona siguió adelante, se acercó
tiene sentido
poco a poco, mojándose primero los pies, después las rodillas, y
su cuerpo se fue diluyendo en el agua, mientras el perro de un ojo Hay que viajar por darse cuenta de eso
marrón y uno gris ladraba sin parar, y rompió el silencio del pue- Loco.
blo junto con el sonido de las ranas, parecía gritarle como un niño
con dolor: ¡Mona, Mona! El cuerpo de mona terminó de desapa-
recer con la luz del atardecer, pero él pero continuaba ladrando.

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I n o c e n c i a
Saltar,gritar,correr,cantar,jugar,caer,levantar,
aprender,gritar,cantar,saltar,saltar,gritar,caer,
caer,levantar,jugar,jugar,cantar,saltar,gritar,
correr,cantar,jugar,caer,levantar,apren
d e r, a p re n d e r, a p re n d e r, a p re n d e r, a p re
n d e r p e ro j a m á s d e s a p re n d e r, j a m á s d e s
e d u c a r. Re s p e t a r. L a i n f a n c i a e s u n re g a -
l o q u e t o d o s e r t i e n e d e re c h o a d i s f r u t a r.

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