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Espacio de Reflexión – Los Dones del Espíritu Santo.

Se nos propone este espacio de tiempo para profundizar en nuestro trato con el
Espíritu Santo.
Estamos en las vísperas de Pentecostés.
Un poco de Memoria: Repasamos la escena:
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De
pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que
resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas
lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de
ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en
distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén
judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido,
se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar
en su propia lengua1.
En este día, el Espíritu Santo quiere volver a renovarnos, descender con nueva fuerza
en nuestra vida. Derramar sus siete dones en nosotros con nueva vitalidad.
Vamos a repasar cada uno de los dones del Espíritu Santo y te animo a que pienses
en cada uno, de qué manera los puedo aprovechar mejor para mi vida, en qué
situaciones concretas los necesito más.
1. Don del Entendimiento
Nos permite penetrar en la verdad de las cosas, ya sea divinas y sobrenaturales o
naturales y humanas o creacionales. Este don, también es llamado de la inteligencia.
La palabra "inteligencia" deriva del latín intus legere, que significa "leer dentro",
penetrar, comprender a fondo. Mediante este don el Espíritu Santo, que "escruta las
profundidades de Dios"2
Para pensar:

1. ¿Soy capaz de descubrir los signos de Dios en las cosas del mundo?

2. ¿Hago crecer en mí el deseo de buscar, conocer, tratar y a amar a Dios por


encima de cualquier otra cosa en mi vida?

3. ¿Hago crecer en mí el deseo de estar unido a Dios en esta vida y luego en la


vida eterna?

2. Don de la Sabiduría
La sabiduría "es la luz que se recibe de lo alto: es una participación especial en ese
conocimiento misterioso y sumo, que es propio de Dios... Esta sabiduría superior es la
raíz de un conocimiento nuevo, un conocimiento impregnado por la
caridad, gracias al cual el alma adquiere familiaridad, por así decirlo, con las cosas
divinas y prueba gusto en ellas.3

1
 Hch. 2, 1-11
2
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 16-IV-89
3
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 9-IV-89
Además, el conocimiento sapiencial nos da una capacidad especial para juzgar las
cosas humanas según la medida de Dios, a la luz de Dios.  Iluminado por este don, el
cristiano sabe ver interiormente las realidades del mundo: nadie mejor que él es capaz
de apreciar los valores auténticos de la creación, mirándolos con los mismos ojos de
Dios.
Para pensar:

1. ¿Soy capaz de mirar las cosas con la mirada de Dios? ¿Puedo juzgar a los
demás y mirarlos como los mira Dios?

2. ¿Busco conocer mejor las realidades espirituales por sobre las materiales?
¿Estoy pendiente de Dios y de los demás, o busco satisfacer mi propio placer o
descanso?

3. ¿Le pido al Espíritu Santo que me dé un corazón como el de Jesús?

3. Don del Consejo


Con este don podemos aplicar la inspiración divina a la conducta práctica cotidiana.
Discierne los casos particulares que se presentan. Casos imprevistos, repentinos,
difíciles de resolver, los soluciona instantáneamente esta inspiración si es secundada y
escuchada por el don que hay en el alma en gracia. La mente y el corazón establecen
el “contacto divino” y lo detectan. Resuelve multitud de situaciones. Inspira los medios
más oportunos para autogobernarnos y relacionarnos con los demás.
Para pensar:

1. ¿Suelo tomarme un tiempo para meditar en la presencia de Dios acerca de las


decisiones para mi vida?

2. ¿Busco con la ayuda de la gracia formar mi conciencia para saber qué es lo


que le conviene más a mi alma?

3. ¿Cuando me enfrento a obstáculos: sé pedir ayuda a Dios, y en la dirección


espiritual, para que me orienten en poder resolverlos?

4. Don de la Ciencia
Con este don se nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación
con el Creador.
Sabemos que el hombre contemporáneo, precisamente en virtud del desarrollo de las
ciencias, está expuesto particularmente a la tentación de dar una interpretación
naturalista del mundo; ante la multiforme riqueza de las cosas, de su complejidad,
variedad y belleza, corre el riesgo de absolutizarlas y casi de divinizarlas hasta hacer
de ellas el fin supremo de su misma vida. Esto ocurre sobre todo cuando se trata de
las riquezas, del placer, del poder que precisamente se pueden derivar de las cosas
materiales. Estos son los ídolos principales, ante los que el mundo se postra
demasiado a menudo.4

4
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 23-IV-89
Para pensar:

1. ¿Sé descubrir la presencia de Dios en las cosas creadas? ¿Doy gracias a Dios
por las cosas buenas por las que puedo disfrutar?

2. ¿Caigo con frecuencia en un excesivo amor por las cosas materiales, ya sea
por comodidad, por falta de pobreza o por soberbia?

3. ¿Me preocupo por cuidar las cosas creadas? ¿Realizo mi trabajo con la
conciencia de que contribuyo a la creación, y de que soy administrador de las
cosas que Dios me regaló?

5. Don de la Fortaleza
Enardece al individuo frente al temor de los peligros. Inspira el superarlos, y da una
invencible confianza para vencer las dificultades. Otorga a la persona una energía
inquebrantable, principalmente frente a las adversidades que se le quieren imponer, la
hace intrépida y valiente para lograr sus objetivos, y hace soportar el dolor y el fracaso
con encomiable entusiasmo y jovialidad.
Para pensar:

1. ¿En qué situaciones de mi vida noto que me cuesta vivir la fortaleza? ¿Soy
constante para cumplir con los deberes de cada día (estudio, trabajo, etc.)?

2. ¿Lucho decididamente para vencer la pereza? ¿Pido la ayuda a Dios para


vencer las tentaciones?

3. ¿Cuál es mi reacción frente a las cosas que requieren más esfuerzo? ¿Pido
ayuda a Dios para poder hacerlas? ¿Me desanimo? ¿Busco evitar hacer las
cosas que demandan más esfuerzo?

6. El Don de la Piedad
Mediante este, el Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a
la ternura para con Dios y para con los hermanos. a ternura, como actitud
sinceramente filial para con Dios, se expresa en la oración. La ternura, como apertura
auténticamente fraterna hacia el prójimo, se manifiesta en la mansedumbre. Con el
don de la piedad el Espíritu infunde en el creyente una nueva capacidad de amor hacia
los hermanos5.
Para pensar:

1. ¿Busco tener momentos de conversación personal con Dios cada día?

2. ¿Tengo la seguridad de que Dios es mi Padre, omnipotente, sabio, y que como


Padre no puede enviarme nada malo?

3. ¿Pido a Jesús que me enseñe a querer a los demás como Él los quiso, para
ayudarles y para llevarlos a conocer a Dios?

7. El Don del Temor de Dios


5
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 28-V-1989.
¿de qué temor se trata? No ciertamente de ese «miedo de Dios» que impulsa a evitar
pensar o acordarse de Él, como de algo que turba e inquieta. Es el sentimiento sincero
trémulo que el hombre experimenta frente a la tremenda majestad de Dios,
especialmente cuando reflexiona sobre las propias infidelidades y sobre el peligro de
ser «encontrado falto de peso» (Dn 5, 27) en el juicio eterno, del que nadie puede
escapar. Es una advertencia para todos nosotros que, a veces, con tanta facilidad
transgredimos la ley de Dios, ignorando o desafiando sus castigos. Invoquemos al
Espíritu Santo a fin de que infunda largamente el don del santo temor de Dios en los
hombres de nuestro tiempo6. 
1. ¿Soy consciente de que todo lo recibí de Dios: la vida, las cosas que tengo,
mis capacidades?

2. ¿Soy consciente de lo que implica ofender a Dios?, por quién es Él y por lo que
me ha amado?

3. ¿Hago crecer en mi vida el rechazo al pecado y por consiguiente el deseo de


corresponder a la voluntad de Dios?

Cierre
Habiendo reflexionado acerca de los Dones del Espíritu Santo, ¿qué dones te gustaría
pedirle con más intensidad?
¿Te gustaría pedirle que descienda sobre vos como lo hizo con los apóstoles?

6
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 11 -VI-1989.

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