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en la sociedad moderna
JEAN-LUC LAGARCE
La dama:
Esta obligación,
la inscripción en la municipalidad del lugar,
esta obligación pertenece al padre. Le corresponde a él.
Garantizar de esta manera, como dijo el poeta Víctor Hugo, los relevos
de la existencia. Proponer entonces, padrino y madrina más jóvenes,
llenos de vigor y esperanza, multiplicar los regalos que vendrían de
abuelos dejados al abandono y evitar los duelos fastidiosos.
Se puede también,
no es una mala idea, es un buen cálculo,
se puede también desear, querer, se puede querer
asegurar a los hijos apoyos más allá de la familia, donde si
reflexionamos, si reflexionamos, la ayuda y la protección ya están
naturalmente acordados.
En caso de que, por el otro lado, le soliciten a usted que sea padrino,
ser padrino, y en caso de que usted quiera declinar la oferta y las
molestias que trae, y se relacionan con ella, porque son molestias, lisa y
llanamente,
usted puede, podría, usted puede contestar, por ejemplo, es un hábil
recurso, usted podría contestar que el día de la ceremonia usted debe,
deberá, debe hacer un viaje y que su ausencia va a prolongarse muy a
pesar suyo, Muy a su pesar.
“Para la fecha del parto de su esposa, voy a estar ausente por bastante
tiempo”.
Sea como sea, de todas maneras, el anillo debe ser bien recibido, es lo
menos que se puede esperar. La chica se maravilla y exclama:
“Ah…”
Las personas que negociaron la boda –porque con todo, fueron lisa y
llanamente negociaciones- los embajadores, digamos, si la palabra
negociadores nos choca- los embajadores del joven se ubican a los
lados de los novios, es decir, si nos concentramos un poco en la
geometría del espacio, en frente, justo, de los padres del novio, todo
esto es muy sencillo y la mesa entera podría obedecer a reglas muy
estrictas sobre las cuales no me extiendo, lo lamento, pero
perfectamente ordenadas (es el principio mismo de las reglas).
La joven novia está vestida con un vestido alegre –porque es y debe ser
una circunstancia alegre de la existencia- rosa suave, azul celeste, o
blanco con cintas color aurora. Alegre. En las otras mujeres, se debe
evitar los colores oscuros. El novio y los otros hombres llevarán traje de
noche o frac.
Durante esta velada, sin aislar a los novios, se las arreglan todos de
modo tal que ellos puedan conversar sin ser oídos. Se actuará del
mismo modo hasta la boda. Nunca se los deja solos; pero no se da
muestras de hacer guardia alrededor de este amor de ahora en más
permitido. Se vigila, porque la vigilancia es necesaria, pero se vigila con
discreción delicada.
Para evitar los comentarios, porque comentarios, etc…, para evitar los
comentarios, miradas torcidas y sonrisas burlonas de la gente malvada
que no comparte el secreto y que la asiduidad del novio haría que
hablasen, se arregla, si es posible, que la fecha del casamiento no sea
muy lejana a la del compromiso. Se gana tiempo y se enmudece el
rumor.
El envío del ajuar y la firma del contrato se realizan entre ocho y diez
días antes de la ceremonia de la boda. El ajuar se envía la mañana del
día en que se firma el contrato. La víspera. La mañana de la víspera. Se
compone de vestidos de raso, de terciopelo, etc, en piezas (y la
jovencita los tendrá que rearmar ella misma)
(se ríe)
de encajes blancos y negros–para todas las circunstancias eventuales
de la vida, y no todas serán felices, ni mucho menos, es mejor saberlo
desde ahora-, de tejidos de punto heredados, si las abuelas de la novia
tenían; de alhajas modernas, de alhajas de familia; de un tapado de
nutria; de cintas de lofóforos…
El lofóforo.
El lofóforo es un tipo de gallináceo de las montañas de la India, de un
rico plumaje muy distinguido y es de hecho a la vez un adorno original
para los vestidos y las ropas, y lo que explica su predilección es tanto
su solidez como su belleza asombrosa.
Tejidos de punto heredados, alhajas modernas, alhajas de familia, un
tapado de nutria, cintas de lofóforo.
Se observa que no se debe imponer este título de novio. Por las mismas
razones, un hombre de posición mediocre, los hay, no deberá ofrecerse
como futuro marido. Los padres no se atreverían quizás a rechazarlo, y
tendrían miedo de ver sus deberes demasiado pobremente cumplidos.
Creo incluso poder decir aquí, que es preferible, de modo general, que
un hombre de posición mediocre no se ofrezca para ninguna cosa,
padrino, novio, padre de familia, etc. Es mejor.
Todos los objetos están contenidos en una gran canasta -de allí que al
ajuar a veces también se lo llama canasta- en una canasta grande de
cestería artística, forrada en raso blanco y de forma cuadrada, para que
las telas allí no se arruguen. Un gran ramo de rosas blancas o un nudo
de raso blanco se ata sobre la tapa. Es muy lindo.
El casamiento religioso.
Los diamantes están de más y habría que excluir incluso los encajes
ricos y pesados. El arreglo debe ser virginal y no ostentoso. Vestido de
raso, de largos pliegues, si es invierno; ropas aéreas de muselina
sedosa de la India si es verano; guirnaldas perfumadas con flores de
naranjo, mezcladas con rosas blancas y mirtos, ¿no es el adorno más
exquisito bajo la nube del velo? A lo sumo podríamos agregar al cuello
de nuestra hija una hilera de perlas.
Una vez que llegó todo el mundo –y corresponde ser puntual- suben a
un coche para ir a la iglesia. La novia ocupa el primer coche, tiene a su
padre y su madre con ella. En el segundo coche, el novio y sus padres.
Nunca nada complicado. Los testigos se ubican en el tercer y cuarto
coche con los familiares de los novios. No hay jovencitas. Las
jovencitas, de modo general, deben estar aparte, protegidas y
hábilmente rodeadas, no abundo más.
Los otros invitados se reparten en otros coches, ¡no puedo preverlo
todo!
Se sirve a la novia antes que a todas las otras damas, por más ancianas
o calificadas que éstas fueran. Pero si un personaje notable asiste a la
fiesta, su presencia es considerada como un acto de condescendencia y
para agradecerle, no se hace lo que estoy diciendo y el suegro de la
novia le cede su sitio.
Si una señorita de cierta edad desea por fin casarse, las ceremonias son
exactamente las mismas que para el matrimonio de una jovencita. El
buen gusto podría restarle algunos detalles, pero eso es todo.
Las bodas de plata son una gran fiesta de familia, muy bonita, a la cual
también se invita a los amigos, pero en la que se elimina a los simples
conocidos, porque hay que conservar un carácter íntimo. Es también
una fiesta alegre, considero, y se le da todo el esplendor posible.
¿Existe algo más hermoso, más puro que este afecto que resistió al
tiempo, a la desgracia a veces, porque hay desgracias, no hay que
hacerse ilusiones, existe algo que ofrezca un mejor testimonio de la
nobleza de alma del padre, de la ternura del corazón de la madre o
viceversa?
Cuando se quedan solos, los esposos saborean las alegrías de este día,
los recuerdos de sus años juveniles y la satisfacción del deber
cumplido, miran su álbum.
Muchos dolores los visitaron, sus hijos se fueron, para fundar, a su vez,
familias felices. Otros ya murieron, es lógico, probable.
Sus hijos y sus hijas –los que no se les adelantaron allá arriba –acuden
a su lado, con los hijos de sus hijos; tres generaciones al menos los
rodean.
La fiesta es la misma que en las bodas de plata. Pero con una mayor
intimidad, para cuidar a los héroes del día, porque lo son, cuya vida se
ha vuelto frágil. Se tiene cuidado de no transformar este día de fiesta en
día de duelo. Cada uno trae su regalo, hasta el bisnieto de dos meses,
que sostiene una flor para ellos, con sus pequeños dedos inconcientes.
A la gran comida le sigue un baile organizado o libre. Los dos abuelos lo
abren con dos de sus nietos, en caso de poder. Si no pueden bailar,
miran. Está bien.
Cuando la muerte entra en una casa, los más fuertes, los menos
frágiles, los parientes, los amigos, no sé, el que sea, los otros, los
sobrevivientes, reestablecen en torno al desaparecido, porque es
desaparecido lisa y llanamente, los otros reestablecen la calma y el
orden.
Muy raras veces, se baja el cajón abierto por la escalera del centro hacia
la sala de gala. El muerto es tratado como el héroe del día, porque lo es.
El duelo es una marca exterior del dolor. Tiene reglas, hay que
seguirlas. En otros tiempos, era muy largo, el duelo del padre seguía
hasta la muerte del hijo mayor de la familia, y así sucesivamente, era
largo. Pero la duquesa de Berry, hija del regente, una dama de tiempos
pasados, hizo reducir a la mitad la duración de los duelos. Cuando se
pensaba que el hijo mayor promediaba su esperanza de vida, se
renunciaba al duelo del padre. Era menos largo.
El duelo de viuda dura dos años. El gran duelo, muy austero, un año
entero. Ropa de lana lisa, velo sobre la cara, chal de punto, medias
negras de hilo o de lana, guantes iguales, un cuervo y listo. Ni fantasías
ni adornos y nada de rouge en los labios.
Durante los seis primeros meses del segundo período, velo y lanas más
ligeras. Guantes de piel o de seda, empieza a notarse que la coquetería
regresa, joyas de azabache, negras, de azabache.
Los últimos seis meses, encajes, negros, pero encajes finalmente.
Durante los últimos tres meses, poco a poco se ve llegar el final, los
bordados, las telas blancas y negras, y luego, hasta la expiración
completa, el gris, el color ciruela, pensamiento, lilas, hay que prestar
mucha atención a la gradación de los matices, pero, en todas las
circunstancias, si pudieron seguirme, de lo que se trataba siempre era
de gradación justamente.
(…)
7 de julio 1994