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Ahora imaginemos que usted vive en un barrio acomodado donde los vecinos se
“ubican”; usted además va a colegios donde va “gente como uno”; usted se
encariña con esa gente, hace amigos entre los hijos del poder. Traducido a un
mapeo de redes sociales, diremos que usted está a una o dos personas de
distancia de Luksic, Matte y Angelini, mientras que el resto de los chilenos con
suerte se conforman con tener “6 grados de separación” [1]con ellos. No es su
culpa, usted nació allí y su realidad fue siempre esa: ropas, costumbres, rituales
y gustos similares. Si bien ninguna clase es un todo homogéneo, nuestra
clase alta tiene una fuerte cohesión interna: se protegen aunque piensen
diferente, porque se quieren o se respetan. También porque les conviene.
Son primos lejanos, son amigos cercanos. Hay, al decir de una antigua consigna
marxista, una verdadera solidaridad de clase entre la elite: una solidaridad de
clase alta, de identidad compartida, de un habitus aristocrático que incluye
maneras, gestos, palabras; sutilezas que no cualquier aparecido puede imitar; esa
solidaridad de clase que en las poblaciones se esfumó con la pasta base y sus
sicarios; esa solidaridad que se expresa en los matrimonios, en las amistades, en
los contactos.
Tal como se ve, sólo las fuerzas armadas y las universidades presentan una
aprobación errática, mientras que el resto tiene una marcada tendencia al
descenso. Esto refuerza lo que hemos dicho: en Chile la segregación ha
generado un tribalismo tan fuerte que la desconfianza es transversal al
poder. Y si nos metemos en la cabeza del chileno común por un momento,
pensaremos que empresarios, clase política y la justicia están coludidos para
mantenerse donde están. Esta tesis, observada en los resultados de la encuesta
de forma indirecta, se refuerza con el caso Penta, con SQM, con el caso Caval y
con la reciente colusión del Confort. La gente no confía en las instituciones, y por
ende se retira de ellas como una acción que bordea la resignación y el castigo
burdo. Deja de participar políticamente porque cree que es inútil, porque “igual hay
que seguir trabajando” y porque es frustrante ver que nada cambia cuando se
prometen cambios. En consecuencia, si hemos interpretado bien el sentido común
de buena parte de los chilenos, las próximas encuestas van a mostrar un
descenso estadísticamente significativo en todas las instituciones de poder y no
sólo en las empresas. Y ese descenso no tiene identidad política. No es una
victoria para nadie en especial.
Por añadidura, esta colusión será otra oportunidad de promoción para las ideas de
libertad económica de la derecha liberal y sus candidatos, y también de la derecha
conservadora ajena a la UDI, a Karadima y al cura O’Reilly. Lo es porque los
primeros comenzarán, como ya lo han hecho, a pedir cárcel para los delitos de
colusión y a repetir ese incesante “hay que proteger el capitalismo de los
capitalistas” que se escucha en las facultades de economía y negocios del país. Y
los conservadores no neoliberales, agrupados en colectivos tipo Solidaridad UC,
emprenderán nuevos relatos, construyendo su propuesta mientras se alejan de la
ahora dañada casta neoliberal del pacto Chile Vamos (antigua Alianza). Esto ya lo
han comenzado algunos columnistas, pero ahora tendrán realidad para
fortalecerse. Es obvio que también es una oportunidad para los movimientos
emergentes de izquierda, por lo que no me detendré en ellos.
Sin embargo, la principal ganadora aquí es la realidad; esa realidad que entre
mentiras, ovaciones, colusiones y omisiones, se hace paso para que miremos sus
heridas. Y si logramos aceptar que estamos heridos, quizá podamos comenzar a
sanar.
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[1] La teoría de los 6 grados de separación es la hipótesis que establece que todo
humano está conectado con otro humano por, máximo, una cadena de 5
intermediarios. Es decir, que en teoría todos los chilenos podemos seguir una
cadena de 5 personas para llegar a Angelini, a Solari, a Luksic o a Bachelet. Si
suponemos que todos tenemos la misma cantidad de intermediarios, entonces es
posible decir que una distancia menor a esa implica un grado de poder en el
individuo, dado que tiene un mejor acceso a redes de poder.