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“Berlin.- Armin Meiwes, quien confesó haberse comido en parte a un hombre
al que conoció por Internet, declaró hoy en la primera sesión del juicio que se le
sigue por asesinato que su interés por el canibalismo se remonta a su pubertad,
cuando fantaseaba con comerse a compañeros de colegio.
Meiwes, un técnico informático de cuarenta y dos años al que la prensa
alemana bautizó como ‘el caníbal de Roteburgo’, se mostró tranquilo y lúcido al
describir ante la Audiencia Provincial de Kassel (centro del país) el origen de sus
fantasías caníbales.
En su declaración, explicó que cuando tenía entre ocho y doce años
fantaseaba con descuartizar y comerse a compañeros de escuela que le
gustaban, y mencionó como origen de esas fantasías el deseo frustrado de tener
un hermano pequeño.
Mientras la acusación plantea un delito de asesinato con motivación sexual y
perturbación del descanso de los muertos, la defensa habla de ‘homicidio por
deseo’ y apoya su argumentación en el testamento de la víctima, en el que declaró
que se sometió voluntariamente al ritual caníbal.
La víctima, un ingeniero de 43 años que residía en Berlín, respondió a un
anuncio del acusado en el que éste buscaba a hombres dispuestos a ser
devorados, y viajó al domicilio de Meiwes, en la pequeña localidad de Roteburgo
del Fulda.
Internet aportó pistas: Las autoridades dieron con la pista del supuesto
caníbal gracias a la advertencia de un estudiante de la ciudad austríaca de
Innsbruck quien, tras descubrir en Internet un anuncio en el que Meiwes buscaba
a nuevas víctimas, avisó a la central de la Oficina Federal de lo Criminal (BKA), la
policía criminal alemana.
En diciembre del pasado año, la policía registró el domicilio de Meiwes, un
caserón del siglo XVIII donde vivía solo, ocupando unas pocas habitaciones tras la
muerte de su madre, y encontraron cuatro bolsas de plástico con restos humanos
en el congelador y varios huesos y un cráneo humano enterrados en el jardín.
Meiwes se entregó a la policía y confesó haber matado y descuartizado a su
víctima, así como haber grabado todo el ritual con una cámara de video que se
presentará como prueba en el juicio, que concluirá previsiblemente a finales del
próximo mes de enero.
Las autoridades se incautaron en el citado caserón de dieciséis ordenadores
personales, 221 discos duros y 307 videos de contenido relacionado con prácticas
caníbales.
Una obsesión de su pubertad: Durante su pubertad vivió solo con su madre y
se sentía abandonado, y para ‘crear’ a ese hermano imaginario desarrolló ese tipo
de fantasías, que le excitaban sexualmente, señaló.
‘Rubio y delgado, ése hubiera sido el tipo’, precisó al describir la clase de
chico de sus fantasías.
El acusado agregó que películas de zombis e imágenes de mataderos de
animales avivaron sus fantasías caníbales, y manifestó que ‘la idea la tenía, y así
es como terminé haciéndolo’.
La fiscalía considera el proceso como el primero de estas características en
la historia penal internacional, pues presenta la particularidad de que el
canibalismo no está tipificado específicamente como delito.
A pesar de que expertos judiciales estiman bastante elevado el riesgo de que
Meiwes vuelva a cometer un crimen semejante, en caso de que le condene será
difícil que se le someta a un internamiento de seguridad, porque no tiene
precedentes penales.
Además, un informe psiquiátrico certifica que Meiwes domina plenamente sus
facultades mentales, por lo que no podría aplicársele una condena de muchos
años como las que cumplen en centros penitenciarios especiales los enfermos
psíquicos”. (Diario La Nación, “Comienza el juicio contra el hombre que confesó
ser caníbal”. Edición: miércoles 3 de diciembre de 2003).
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“No creo que hayan abundado en las penitenciarías y prisiones argentinas los
locos delincuentes. Pero al menos los había en el año 1923 en Sierra Chica...
aquel hombre que, en recuerdo de su hijo, tenía llena su celda de retratos de niños
de pantalón corto –dice Jiménez de Asúa– aquella extraña paidofilia, que hacía
creer a los ingenuos vigilantes en un tierno corazón de padre, era sin duda de muy
otro origen. Más tal vez no denunciara un claro caso de psiquiatría, sino más bien
un sujeto digno del psicoanálisis. En cambio era de evidencia psicótica este otro
que voy a recordar. Urteaga era un criollo viejo, de pequeña estatura y de aspecto
ensimismado, acaso por los años que ya llevaba de encierro. Su crimen fue éste:
había cazado a lazo una mujer en la pampa; la había violado primero, muerto
después y extraído su útero por fin. El corolario fue de franca antropofagia: asó la
matriz y se la comió. Poco tiempo más tarde repitió puntualmente estos hechos
con otra infeliz víctima. Transcurridos muchos años he recordado a aquel criollo
recluido en Sierra Chica. En casa de Jules Moch, en París, se reunieron en julio de
1939 varios abogados para despedirme –pocos días más tarde debía embarcar en
El Havre rumbo a Buenos Aires–, y entre ellos estaba el famoso Moro Giafferi. Se
contaban anécdotas de la profesión y se desempolvaban recuerdos forenses. El
célebre maître francés contó su primer triunfo: tenía que defender a un pavoroso
asesino y no había medio alguno de hallar atenuantes. Moro pidió la exhumación
del cadáver de la víctima, y observó que faltaba buena parte de las nalgas.
Apretado a preguntas el defendido, en la intimidad del locutorio de abogados,
confesó que había devorado unos cuantos filetes del muerto. Ello sólo le bastó al
entonces novicio letrado para pedir un peritaje médico y obtuvo con él la
absolución de aquel pobre monstruo enfermo de la mente. Yo estoy seguro de que
una exploración psiquiátrica, sobre el viejo criollo de Sierra Chica, que con su
aspecto sereno y hasta amable gustaba úteros recién extraídos, hubiese dado
como conclusión la psicosis del autor de tan extraños banquetes y, por ende, la
irresponsabilidad de este loco delincuente, que ignoro si vive todavía y si perturba
el muerto ambiente carcelario con ramalazos de insania...”. (Jiménez de Asúa,
Luis; “Tratado de Derecho Penal”, 5ta. Edición, Buenos Aires, Editorial Losada,
1992).