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FILOSOFÍA DE ARISTÓTELES

A: ONTOLOGÍA Y FILOSOFÍA DE LA NATURALEZA

A diferencia de Platón, quien afirmaba que la razón de que los objetos de un mismo tipo se parezcan es que
imitaban o participaban de la misma idea, Aristóteles sostiene que la razón es, más bien, que comparten una
misma estructura, una misma forma. Pero esta estructura o forma no está en otro mundo como ocurría en Platón,
esa estructura no existe separadamente de los individuos que la poseen, sino que forma parte inseparable de
ellos. Así, Aristóteles evita tener que postular otro mundo y caer en los mismos problemas del dualismo
platónico. Ese único mundo aristotélico estaba compuesto de dos partes llamadas mundo sublunar y mundo
supra lunar. El primero estaba compuesto por la tierra y sus individuos, los cuáles cambiaban constantemente y
tenían un origen y un fin. El segundo, en cambio, estaba compuesto por objetos eternos, como los astros,
incrustados en esferas gigantes que giraban alrededor de la tierra.

Hilemorfismo y teoría de la sustancia. Los individuos del mundo sublunar son llamados sustancias por
Aristóteles. La sustancia es aquello que existe por sí mismo y es objeto de lo que decimos y pensamos, por esa
razón, son los individuos los que en primer lugar merecen ser llamados sustancias. Estos individuos tienen dos
componentes, a saber, la materia (hyle) y la forma (morphe). La materia es aquello de lo que están hechos los
individuos: madera, hierro, bronce o, en última instancia, fuego, tierra, agua o aire. La forma a veces es
entendida como la estructura adoptada por la materia, a veces como el comportamiento o la función propia de las
cosas, a veces como los rasgos físicos que identifican una especie. A la teoría que afirma que las sustancias
tienen materia y forma, se le conoce con el nombre de hilemorfismo.

Teoría de las cuatro causas. Estos individuos (sustancias), sin embargo, tienen un origen, cambian, se destruyen,
¿qué podría explicar todo esto? Para responder a ello Aristóteles elabora su teoría de las cuatro causas, junto con
su teoría del acto y de la potencia. La teoría de las cuatro causas afirma que para que un objeto llegue a existir,
deben confluir cuatro causas, a saber: la causa formal, la causa material, la causa eficiente y la causa final. La
causa formal es la estructura, la función o los rasgos característicos; la causa material es aquello de lo cual se
hará la cosa; la causa eficiente es la fuerza o actividad que unirá la materia con la forma, es decir, la que da a la
materia la forma correspondiente; por último, la causa final, que es la necesidad que estará destinada a satisfacer
una cosa. Esta explicación Aristotélica es válida para todo objeto del mundo sublunar: natural o artificial. En el
caso de estos últimos, su principal característica se debe al hombre, quien, a partir de una necesidad, concibe una
estructura y la realiza en un material, mediante su actividad. Para los objetos naturales, en cambio, la explicación
es muy diferente. La causa eficiente de los objetos naturales pueden ser fuerzas naturales que le dan forma a la
materia, una forma que ha existido desde siempre en el orden natural. A su vez, la causa final explica las
características físicas y comportamentales de los seres vivos y su función dentro del equilibrio natural.

Aristóteles, a diferencia de Platón, no cree que haya existido un momento de creación original del mundo. En su
opinión, más bien, el mundo ha existido, así como es, eternamente. Las especies de seres vivos que hay ahora
son las mismas que han existido desde siempre. Por lo tanto, no hay origen de las especies, ni hay un origen del
universo. Esto le facilita las cosas a Aristóteles, pues no tiene que explicar cómo ha llegado a ser el mundo. Por
otro lado, sí hay origen de individuos específicos dentro de las especies, individuos que cambian a lo largo de
sus vidas y que al final se destruyen o mueren. Pero ¿qué puede explicar estos cambios?

La teoría del acto y de la potencia. Una vez que un ser vivo llega a la existencia, empieza a pasar por distintas
etapas de cambio y desarrollo. Cada ser vivo tiene unas posibilidades de desarrollo. Su naturaleza, su forma, le
permite unas y le impide otras. Por ejemplo, en el caso del ser humano, su naturaleza le permite tener dentro de
sus posibilidades el aprender y enseñar matemáticas, pero no el desarrollar plumas. En el caso de un ave, en
cambio, su naturaleza le permite tener plumas, pero no aprender matemáticas. Por otro lado, algunas de estas
posibilidades son fijas, se cumplen para todos los organismos de una misma especie, mientras que otras son
variables: unos las cumplen y otros no. Así, es cierto que todos los seres humanos sanos aprenderán a caminar y
a comunicarse, pero no todos serán matemáticos o médicos. Todas las palomas aprenderán a volar, pero no todas
migrarán hacia los mismos lugares. Esas posibilidades que tiene un individuo, independiente de si son fijas o
variables, son llamadas por Aristóteles “potencias”. Estas potencias en algún momento se desarrollarán. Algunas
de forma necesaria: como el desarrollar barba o senos, en el caso de los seres humanos, y otras de forma
contingente como el ser ingeniero o zapatero. Cuando las potencias se realizan, Aristóteles dice que se han
vuelto actuales y por ello llama “acto” al estado en el cual las potencias se han realizado. De esa manera,
Aristóteles describe el cambio de los seres vivos como el paso de la potencia al acto, como el intento de los
individuos o el esfuerzo de ellos por actualizar sus potencias, por hacer reales sus posibilidades.

El motor inmóvil. Pero la teoría del acto y de la potencia no sólo es aplicable a los seres vivos del mundo
sublunar, sino que es aplicable al universo como totalidad. Si el universo no tiene un origen y no tiene un final,
pero siempre está en constante movimiento y cambio, ¿qué explica esto? Según Aristóteles hay un motor que
pone en movimiento todo lo demás. Pero este motor no es una cosa física, sino que es algo a lo que se aspira, es
decir, una causa final, a saber: la perfección. Aristóteles explica, pues, el movimiento eterno del universo, de la
siguiente forma: la primera esfera del mundo supra lunar (la más externa) se mueve porque aspira a la
perfección; dicha esfera capta la posibilidad de hacerse perfecta (lo cual implica que tiene alma) y así se
despierta en ella el deseo que produce su movimiento. La siguiente esfera aspira a ser como la primera y esa
aspiración es la que produce su movimiento y así sucesivamente, hasta llegar a los individuos terrestres, que se
perpetúan en su descendencia, porque no pueden hacerlo individualmente, haciendo así eternas las especies. Pero
la causa primera de todo este movimiento es, en últimas, aquella aspiración a la perfección.

La perfección, por su parte, es inmaterial, no es física; además, es perfecta, lo cual implica que es acto puro (no
tiene potencialidades) e inmóvil (al no desear nada, no se produce en ella movimiento). El hecho de que sea la
causa del movimiento del universo, pero que ella misma no se mueva, hace que Aristóteles la llame “el motor
inmóvil”, el ser más perfecto y, por eso mismo, Dios. Pero este no es un dios como los que conocemos: dioses
que hablan, tienen personalidad, desean, planifican, etc. El dios de Aristóteles es simplemente el ser más
perfecto, es decir, la perfección pura.

B. EL ALMA Y SUS FUNCIONES

Los seres del mundo sublunar pueden clasificarse en dos tipos, a saber: los seres vivos y los seres inertes. Pero
¿cuál es la diferencia entre unos y otros? Según Aristóteles, la diferencia es que los seres vivos tienen alma. Para
los antiguos griegos el alma era considerada un principio vital, una especie de energía que ingresaba a los
cuerpos animándolos y dándoles ciertas capacidades. Para Aristóteles, en cambio, el alma no es más que las
distintas funciones o capacidades propias de los seres vivos. No hay una energía adicional, un ingrediente
distinto que produzca la vida. La vida consiste simplemente en la actividad interna de los seres vivos, actividad
que, dependiendo del ser vivo, da origen a ciertas capacidades.

Aristóteles defiende este punto de la siguiente manera. Si tomamos un jarrón, es claro que tiene una estructura
física y está hecho de un material. Esa estructura física (tener boca, un cuello, un cuerpo ancho y una base plana)
es la forma, mientras que la arcilla o el bronce, son el material del que está hecho el jarrón. Ahora bien, esa
forma o disposición física del jarrón, le permite desempeñar ciertas funciones; la principal, que es, además, la
razón por la que fue diseñado el jarrón, es la de contener y verter líquidos. Así, pues, la estructura física y el
material están dispuestos de una manera tal, que le permiten al jarrón desempeñar las funciones para las que fue
concebido. Sin embargo, no desempeña esas funciones por sí solo, sino que tiene que haber algo o alguien que le
de ese uso.

Ahora veamos lo que ocurre con un ser vivo. Es claro que también el ser vivo tiene una estructura física, una
determinada disposición de sus órganos, de su cuerpo, etc. Es claro que está hecho también de un material, tejido
vivo. Ahora bien, esa disposición y esa materia, le permiten al ser vivo que sea, desempeñar determinadas
funciones. Pero son funciones que, a diferencia del jarrón, no hay que esperar a que otro las ponga en práctica,
sino que surgen del organismo. Y, también a diferencia del jarrón, los organismos vivos no fueron creados por
algo externo, sino que llevan en sí mismos las instrucciones para su desarrollo y desenvolvimiento.
Así, pues, cuando un organismo muere, el material del que está hecho, ha dejado de estar activo. Pero ¿de dónde
le viene esa actividad? Está en la naturaleza de sus componentes, ellos interactúan porque esa es su naturaleza,
pero van perdiendo lentamente sus propiedades y, por esa causa, llega un momento en que la actividad cesa.
Pero mientras esa actividad se dé, el organismo funciona. Esas funciones dependen del organismo: nutrición,
crecimiento, desplazamiento, sensación, percepción, memoria, imaginación, etc. Esas funciones son las que
Aristóteles designa con el nombre de alma y, por eso, dirá que el alma es la entelequia del cuerpo.

Ahora bien, esas funciones, no se desempeñan o ejercen todo el tiempo. Cuando alguien está durmiendo, muchas
de sus funciones cesan. No es que hayan desaparecido, están ahí, pero están en potencia. Cuando alguien muere,
las funciones no están en potencia ni siquiera, simplemente, no están. Cuando alguien duerme, las capacidades
siguen ahí, pero están dormidas, están en potencia. Cuando alguien despierta, muchas de sus funciones se
activan, pasan a estar en acto, se ejercitan.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que el ser humano también se desarrolla a lo largo del tiempo. Cuando es
bebé, tiene muchas capacidades en potencia, algunas que ejerce inmediatamente y otras que no ejercerá hasta
que no haya llegado a cierto estado de desarrollo. En ese sentido, esas capacidades también están en potencia,
pero en un sentido distinto de las capacidades que están en potencia cuando alguien está durmiendo.

Tenemos, pues, que el ser humano tiene forma, materia y función. Tenemos que las funciones emergen de la
materia y la forma o, en otra visión, que la materia y la forma se acomodan para dar lugar a las funciones.
Tenemos también que, puesto que los seres vivos se desarrollan, algunas capacidades están en potencia,
esperando que llegue el momento de madurez para su desarrollo (o en otra visión, no están o no aparecen en
potencia, sino hasta cuando se logra ese desarrollo), mientras que otras están en potencia, simplemente porque el
organismo, teniéndolas, no las ejerce por una u otra razón.

Si tomamos un ser vivo y lo analizamos, es claro que hay una materia, es claro también que esa materia está
organizada, dispuesta, de cierta manera. Ahora, si ese ser vivo muriera, al menos por un tiempo se mantendría la
materia y también la disposición, pero no podríamos decir que está vivo porque carece de las capacidades o
funciones propias de los seres vivos. Así, pues, en el caso de los seres vivos, son estas capacidades o funciones
las que los definen. Por supuesto, la estructura o disposición de la materia de los seres vivos es así para que las
funciones puedan ser desempeñadas adecuadamente, está subordinada a esas funciones. Por eso, en el caso de
los seres vivos, es el alma, la forma de los seres vivos, lo que les da su esencia.

Ahora bien, si se atiende a los distintos tipos de seres vivos, quedará claro que hay distintos tipos de almas. En
efecto, no es lo mismo el alma de una planta, que el alma de un pez o de un ser humano. De ese modo distingue
Aristóteles entre el alma vegetativa, el alma sensitiva y el alma intelectiva. La primera es la propia de las plantas
y consiste en la capacidad de nutrirse, reproducirse y crecer. La segunda es la de los animales no humanos, la
cual consiste en la capacidad de desplazarse, percibir, desear, memorizar e imaginar, fuera de las capacidades
que ya tenían las plantas. Finalmente, la tercera es la que posee el hombre, que consiste en todas las capacidades
anteriores, más la capacidad de razonar, abstraer y relacionar. El alma no es un elemento distinto o separado del
cuerpo, como ocurría en Platón (quien sólo atribuía alma a los seres humanos). En efecto, sin alma, un ser vivo
no es tal, es tan solo un cuerpo con una disposición, que no funciona. Por otro lado, no puede haber ningún tipo
de función o capacidad sin cuerpo que la posea o ejerza. Por lo tanto, alma y cuerpo son inseparables y la muerte
del cuerpo acarrea la muerte del alma. Es así como Aristóteles evita tener que demostrar la inmortalidad del alma
y caer en las dificultades propias del dualismo platónico.

C. EL CONOCIMIENTO

Fuentes del conocimiento. El alma racional le permite al hombre conocer, pero el conocimiento sería imposible
sin el concurso de otras facultades. Se vio en el apartado anterior, que el alma humana confiere al hombre la
capacidad de sentir, percibir, desear, memorizar, imaginar y razonar. Estas capacidades funcionan de manera
conjunta a la hora de adquirir conocimiento, según Aristóteles.
Cómo conocemos. La primera fuente de conocimiento, la más básica en el ser humano, es la experiencia
sensorial o la percepción sensible. Gracias a ella, el alma se pone en contacto con el mundo y puede conocerlo.
Pero nada sería el conocimiento sensorial, si no se retuviera en la memoria. A medida que se acumulan los
conocimientos en la memoria, va surgiendo la experiencia, que es otra fuente de conocimiento. Finalmente,
gracias a la razón, se pueden obtener conocimientos más generales y abstractos, con la creación de los conceptos
y los juicios.

Estructura del conocimiento. La razón tiene la capacidad de abstraer la forma de las cosas. Cuando hace esto, las
convierte en conceptos. Los conceptos son las formas que han sido separadas de los objetos intelectualmente.
Ahora bien, gracias a los conceptos podemos reconocer objetos y gracias a ellos, podemos agrupar a los objetos
por sus semejanzas y darnos cuenta de que algunos grupos se encuentran incluidos en otros de forma total o
parcial. Esta capacidad de reconocer objetos, de agruparlos y establecer relaciones entre grupos corresponden a
lo que Aristóteles llama juicios. Los juicios, a su vez, pueden agruparse, articularse y esa agrupación constituye
el conocimiento de la realidad.

Tipos de conocimiento. Ahora bien, los conocimientos pueden clasificarse de muchas formas. Según su fuente,
pueden ser sensoriales, experienciales o racionales. Según al fin al que estén orientados, pueden ser productivos,
prácticos o teóricos.

Cuando nacemos, nuestra memoria semántica está libre de contenidos. En acto es una tábula rasa y en potencia
tiene todos los contenidos. Ahora, si fuera posible que tuviera todos los contenidos, estos contenidos serían la
versión conceptual de la realidad, serían idénticos a la estructura de lo real. Por otro lado, nadie posee todo ese
saber, nadie como individuo, aunque como especie, es posible que sí, que algún día tengamos el equivalente a la
estructura de lo real. Los individuos, a través de los libros y del estudio, tendrán acceso a parte de esa estructura,
unos más y otros menos. Pero en los libros se encuentra en acto la estructura de lo real. Ese conocimiento del
mundo, que es idéntico a la estructura de lo real, es independiente de los individuos, es decir, se mantiene así los
individuos pasen, siempre que unos individuos les transmitan el saber a otros.

Así, en un primer momento, nuestro intelecto en acto es una tábula rasa y en potencia un saco lleno de
contenidos. Cuando empezamos a aprender, nuestro intelecto paulatinamente empieza a tener más marcas, más
contenidos, porciones de la estructura de la realidad. En acto, tiene esas porciones y, en potencia, tiene más.
Como intelecto individual, no podemos poseer todo el conocimiento y, cuando morimos, lo que sabemos se va
con nosotros, a menos que lo hayamos transmitido. Hay, pues, un intelecto que no es el de los individuos
particulares, sino un “intelecto” de la especie. Ese intelecto se va llenando de marcas que ponen los intelectos
individuales, no depende de la vida de este o aquel individuo, pero requiere de individuos para subsistir. El
intelecto de un individuo muere con él, pero el intelecto de una especie no, esta se mantiene y, puesto que para
Aristóteles las especies son eternas, el intelecto es, en ese sentido, inmortal.

D. EL LENGUAJE

El conocimiento del mundo se expresa a través del lenguaje. En Aristóteles, si uno conoce un hecho y lo expresa,
hay una identidad entre: lo que ocurre en el mundo, lo que uno conoce y lo que uno expresa. De esta manera, si
uno expresa un hecho, lo que expresa debe ser verdadero. La realidad es dominio de la física y de la metafísica,
el conocimiento es dominio de la psicología, pero el lenguaje es objeto de la lógica. Con todo, puesto que hay
una relación de identidad entre lenguaje, mundo y conocimiento, el estudio de cualquiera de esas tres realidades
debe dar los mismos resultados.
Lógica
Ciencia
Dialéctica
Retórica
Poética

E. SOCIEDAD, ÉTICA Y POLÍTICA

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