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El Carnaval de Los Elementos Quimicos PDF
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En eso llegó don Mercurio cual río plateado encerrado en un frasco, por lo tanto, no
podía participar plenamente, pues si se salía de su encierro quedaba desparramado en
el suelo como perlitas brillantes. Lloraba porque quería sacar a bailar a dona Plata;
pero ésta siempre se le escapaba porque cuando ambos se juntaban se mezclaban
tanto que quedaban transformado en amalgama.
Torpe y pesadamente avanza don Plomo, haciéndole el quite a la estufa que estaba
encendida. Si se acercaba el calor lo podía ablandar y finalmente fundirlo. La láminas
de Aluminio danzaba ligeramente y hacían lo posible porque no hubieran discusiones,
pues con cualquier golpe podrían quedar abolladas.
Las limaduras de hierro se acercaban rápidamente, sin darse cuenta que había un
imán, el que las atrapó. Allí quedaron sin poder desprenderse. Sólo lograron observar
cómo los demás se divertían. Alguien tomó un pedacito de cinta de Magnesio y lo tiró
como si fuera una serpentina. Al caer sobre el mechero encendido, ardió liberando una
luz blanca, enceguecedora, brillante, que produjo un resplandor en el recinto.
Carli, uno de los niños, dice: Mira Tito, ahora están tirando fuegos artificiales. ¡Esta si
que es fiesta Química!. No hablan nada, pero sí se ven como es cada uno, y son muy
divertidos.
Menos mal que el Bromo permaneció encerrado en una ampolleta de vidrio, luciendo
su color rojizo. Sí se hubiera salido una gotita siquiera, habría sido como sí hubiera
estallado una bomba lacrimógena dentro del laboratorio. Alguna parejas se estaban
retirando, el Oxígeno se iba tomado de las dos manos del Carbono.
¡Qué lástima! Exclamaron los niños. Se acabó la diversión, vamos a clase ahora.
Nadie va a creer sí contamos lo que hemos visto. ¿Habrá sido un sueño? Preguntó
Rolando.
Tito contesta:
No, la Química puede ser muy hermosa como la vimos recién. Es fantástica como
magia todo depende como la veamos. Y eso depende mucho del profe ¿no creen?
Ya , ya dice Chimi -vamos que estamos atrasados.
El señor don Sodio, debido a su carácter, vivía cautivo y vigilado severamente por
doña Kerosene. No debía salir de su encierro, pues en cuanto estaba libre reaccionaba
violentamente con el primero que se encontraba a su paso, se producían acaloradas
discusiones y la mayoría de las veces se escuchaban pequeñas explosiones y hasta
chispitas se veían iluminando el lugar. Era difícil escapar de doña Kerosene, ella era la
única que lo mantenía quieto, tranquilo y callado.
Don Sodio pensaba, si logro escaparme, prometo portarme bien y seré amable con
todo el mundo, me encuentro tan solo y aislado en este encierro.
De pronto ve que la puerta está entre abierta y decide salir en un descuido de la
señora Kerosene. Antes de escapar se miró al espejo y se vio tan deslucido y opaco
que decidió, arreglarse un poquito.
Ninguno de los dos había visto el bullicio y algarabía que producía este encuentro.
Hubo un aumento de temperatura en el ambiente, don Sodio, sintió que algo cambiaba
en él profundamente, parecía que al entregar el electrón se le hubiera ido también su
identidad.
¿Cómo es posible, se decía, que esta pequeñísima parte mía, que ya no está presente
me esté produciendo tantos trastornos?
Al mismo tiempo que esto le sucedía a don Sodio, doña Cloro también experimentaba:
su hermoso y vaporoso vestido de encaje amarillo verdoso fue desapareciendo y su
olor penetrante se extinguió.
¿Quién iba a pensar, se decía, que el electrón que de don Sodio, me iba a causar
tantos problemas? Y se fue desvaneciendo.
Rápidamente y en reemplazo total de doña Cloro y don Sodio, apareció una figurita
blanca y saladita, sin olor, la princesita Cloruro de Sodio, más conocida popularmente
con el apodo de sal de comer.
Nada de ella recuerda a sus progenitores. Ella es tan blanca y cristalina, tan tranquila,
rara vez se altera. El aire no le produce ningún trastorno, acepto cuando está húmedo,
que la pone aguachenta.
Quiso Cloruro de Sodio conocer el lugar y se fue a pasear a una hermosa playa. Al
mirar el mar se quedó fascinada: las olas iban y venían, la espuma que se formaba era
como un encaje que podría ser un hermoso adorno de su vestido blanco. Se inclinaba
para recoger un poco de espuma, cuando una gigantesca ola la envolvió y la princesita
Cloruro de Sodio cayo de cabeza al mar.
Tragó mucha agua, ésta le pareció insípida, no tenía sabor alguno. Al mismo tiempo,
sintió que su cuerpecito se deshacía en miles de pedacitos. Aparentemente había
desaparecido, pero sus diminutas partículas se repartieron en la inmensidad del mar.
El agua lentamente fue adquiriendo el sabor salado de la princesita. Ella mientras tanto
decía: ¡Qué curioso lo que me ha sucedido! Yo no me veo, nadie me puede ver, pero
estoy en el agua y mi presencia se nota en el sabor del agua.
Pienso, se decía, que alguien sacará un poco de agua de mar y el agua se evaporará
lentamente, parte de los cristales salados que forman mi cuerpo, se podrían recuperar.
Desde entonces el agua de mar tiene ese sabor salado tan característico y la princesita
Cloruro de Sodio llega a todas partes. Todos la conocen.
En nuestras casas su lugar habitual es el salero, pero también la encontramos en las
comidas, haciéndolas más sabrosas. La llevamos en la sangre y cuando alguien llora,
se desliza disuelta en lágrimas, que tienen su sabor.
ACTIVIDADES.