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El señor don Sodio, debido a su carácter, vivía cautivo y vigilado severamente por
doña Kerosene. No debía salir de su encierro, pues en cuanto estaba libre
reaccionaba violentamente con el primero que se encontraba a su paso, se
producían acaloradas discusiones y la mayoría de las veces se escuchaban
pequeñas explosiones y hasta chispitas se veían iluminando el lugar. Era difícil
escapar de doña Kerosene, ella era la única que lo mantenía quieto, tranquilo y
callado.
Don Sodio pensaba, si logro escaparme, prometo portarme bien y seré amable
con todo el mundo, me encuentro tan solo y aislado en este encierro.
De pronto ve que la puerta está entre abierta y decide salir en un descuido de la
señora Kerosene. Antes de escapar se miró al espejo y se vio tan deslucido y
opaco que decidió, arreglarse un poquito.
Ninguno de los dos había visto el bullicio y algarabía que producía este encuentro.
Hubo un aumento de temperatura en el ambiente, don Sodio, sintió que algo
cambiaba en él profundamente, parecía que al entregar el electrón se le hubiera
ido también su identidad.
¿Cómo es posible, se decía, que esta pequeñísima parte mía, que ya no está
presente me esté produciendo tantos trastornos?
Al mismo tiempo que esto le sucedía a don Sodio, doña Cloro también
experimentaba: su hermoso y vaporoso vestido de encaje amarillo verdoso fue
desapareciendo y su olor penetrante se extinguió.
¿Quién iba a pensar, se decía, que el electrón que de don Sodio, me iba a causar
tantos problemas? Y se fue desvaneciendo.
Nada de ella recuerda a sus progenitores. Ella es tan blanca y cristalina, tan
tranquila, rara vez se altera. El aire no le produce ningún trastorno, acepto cuando
está húmedo, que la pone aguachenta.
Quiso Cloruro de Sodio conocer el lugar y se fue a pasear a una hermosa playa. Al
mirar el mar se quedó fascinada: las olas iban y venían, la espuma que se
formaba era como un encaje que podría ser un hermoso adorno de su vestido
blanco. Se inclinaba para recoger un poco de espuma, cuando una gigantesca ola
la envolvió y la princesita Cloruro de Sodio cayo de cabeza al mar.
Tragó mucha agua, ésta le pareció insípida, no tenía sabor alguno. Al mismo
tiempo, sintió que su cuerpecito se deshacía en miles de pedacitos.
Aparentemente había desaparecido, pero sus diminutas partículas se repartieron
en la inmensidad del mar. El agua lentamente fue adquiriendo el sabor salado de
la princesita. Ella mientras tanto decía: ¡Qué curioso lo que me ha sucedido! Yo no
me veo, nadie me puede ver, pero estoy en el agua y mi presencia se nota en el
sabor del agua.
Desde entonces el agua de mar tiene ese sabor salado tan característico y la
princesita Cloruro de Sodio llega a todas partes. Todos la conocen.
En nuestras casas su lugar habitual es el salero, pero también la encontramos en
las comidas, haciéndolas más sabrosas. La llevamos en la sangre y cuando
alguien llora, se desliza disuelta en lágrimas, que tienen su sabor.
En eso llegó don Mercurio cual río plateado encerrado en un frasco, por lo tanto, no podía
participar plenamente, pues si se salía de su encierro quedaba desparramado en el suelo
como perlitas brillantes. Lloraba porque quería sacar a bailar a dona Plata; pero ésta
siempre se le escapaba porque cuando ambos se juntaban se mezclaban tanto que
quedaban transformado en amalgama.
Torpe y pesadamente avanza don Plomo, haciéndole el quite a la estufa que estaba
encendida. Si se acercaba el calor lo podía ablandar y finalmente fundirlo. La láminas de
Aluminio danzaba ligeramente y hacían lo posible porque no hubieran discusiones, pues
con cualquier golpe podrían quedar abolladas.
Las limaduras de hierro se acercaban rápidamente, sin darse cuenta que había un imán, el
que las atrapó. Allí quedaron sin poder desprenderse. Sólo lograron observar cómo los
demás se divertían. Alguien tomó un pedacito de cinta de Magnesio y lo tiró como si fuera
una serpentina. Al caer sobre el mechero encendido, ardió liberando una luz blanca,
enceguecedora, brillante, que produjo un resplandor en el recinto.
Carli, uno de los niños, dice: Mira Tito, ahora están tirando fuegos artificiales. ¡Esta si que
es fiesta Química!. No hablan nada, pero sí se ven como es cada uno, y son muy
divertidos.
En ese momento hace su aparición el joven Yodo dentro de un vasito de vidrio, luciendo
su ropaje de color gris metálico que muy pocos conocen. Habitualmente me identifican
como un líquido de color café que es la tintura de Yodo, agrega este elemento. Alguien lo
deja encima del anafre que estaba encendido y de pronto empiezan a aparecer gases de
hermoso color violeta. Por eso lo llaman Yodo, que significa Yodo en griego.
Menos mal que el Bromo permaneció encerrado en una ampolleta de vidrio, luciendo su
color rojizo. Sí se hubiera salido una gotita siquiera, habría sido como sí hubiera estallado
una bomba lacrimógena dentro del laboratorio. Alguna parejas se estaban retirando, el
Oxígeno se iba tomado de las dos manos del Carbono.
¡Qué lástima! Exclamaron los niños. Se acabó la diversión, vamos a clase ahora.
Nadie va a creer sí contamos lo que hemos visto. ¿Habrá sido un sueño? Preguntó
Rolando.
Tito contesta:
No, la Química puede ser muy hermosa como la vimos recién. Es fantástica como magia
todo depende como la veamos. Y eso depende mucho del profe ¿no creen?
Ya , ya dice Chimi -vamos que estamos atrasados.