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Poder y violencia

simbólica

Sociología del
poder

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Poder y violencia simbólica
Como ya hemos visto en varios autores, el poder no se ejerce solamente en
forma de coerción y violencia, sino también, principalmente, de manera
simbólica, intersubjetiva, es decir, en los cuerpos y de modo sutil. Pierre
Bourdieu fue un importante sociólogo que estudió el tema del poder desde
esta perspectiva.

La doble existencia de lo social: los campos y


los habitus

Para poder comprender la noción de poder y de violencia simbólica de


Bourdieu, vamos a centrarnos en el la lectura que hace Alicia Gutiérrez
(2004), ya que nos facilita un acercamiento más simple a la cuestión.

Bourdieu produjo su teoría y articuló dos visiones aparentemente


contrapuestas en las ciencias sociales: el objetivismo y el subjetivismo. El
primero ve a la sociedad como una cosa externa a las personas y el
segundo como interiorizada. Sin embargo, Bourdieu propuso la
coexistencia de ambas realidades. Lo social existe como algo externo que
constituye a las personas y como algo interno que a la vez modifica la
exterioridad. Esta doble existencia de lo social se explica con sus conceptos
de habitus y campus. El habitus como la historia hecha cuerpo, y el campo
como lo exterior, lo objetivado.

La teoría de Bourdieu fue esbozado inicialmente en lectura 3 del


Módulo 1 y en el texto de Leopoldo Múnera Ruiz (2005), éste
último, ubicaba a la perspectiva de Bourdieu dentro de los
autores de la fuerza, pero matizando la cuestión del habitus como
elemento de potencia.

Siguiendo a Alicia Gutiérrez, podemos entender que, en la teoría de


Bourdieu, el poder es constitutivo de la sociedad:

Existe en las cosas y en los cuerpos, en los campos y en los


habitus, en las instituciones y en los cerebros (como diría
Marx). Por lo tanto, el poder tiene una doble dimensión:
existe físicamente, objetivamente, pero también
simbólicamente. (Gutiérrez, 2004, https://goo.gl/uCOc70).

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Esta visión es central porque rescata el aporte de los tres padres fundadores
de la Sociología: de Marx, rescata la idea de que el poder es el producto de la
relaciones sociales entre las personas; toma a Weber, proponiendo que el
poder es interiorizado y que requiere de la aceptación simbólica de las dos
partes de la relación; y extrae de Durkheim, la idea de que la realidad externa
es coercitiva y determina las prácticas de las personas.

La noción de campo, entonces, hace alusión a la idea de un campo de


fuerza que se constituye por la lucha de los agentes sociales en torno a
algún capital. Existen diversos tipos de capitales, por lo que existen
diversos tipos de campos: económicos, culturales, sociales y simbólicos.
Este último es el producto de la legitimación social que obtienen los
poseedores de los otros tres tipos de capitales. Es decir, los ricos, los cultos,
los famosos poseen ese plus extra, que es una importancia y una
legitimación atribuida a esa condición. El médico, además de poseer un
título, posee un prestigio social apoyado a su posición y, en algunos países,
eso además genera ingresos elevados. En ciertas situaciones, los distintos
capitales se van entrelazando y generando más capital.

Dentro de esas luchas que se dan en los campos hay ganadores y


perdedores, y son tanto los unos como los otros los que legitiman las
relaciones de poder dentro de los campos, por la importancia y el valor
atrbuido al capital.

El habitus, que es la parte subjetiva de estos dos conceptos, es la


interiorización de esas luchas y los resultados de esas luchas. El habitus es lo
social hecho cuerpo, insiste Bourdieu. Y eso es muy fácil de interpretar, ya que
las condiciones externas de nuestra existencia se interiorizan en nuestros
cuerpos y reproducen las relaciones de dominación y dependencia. No es
casualidad ni moda que los ejecutivos se vistan todos más o menos de la
misma manera o que los albañiles de otra, como así tampoco que sus pieles y
sus cabellos se vean diferentes uno de otros y similares entre sí.

Producto de la historia, el habitus es lo social incorporado —


estructura estructurada—, que se ha encarnado de manera
duradera en el cuerpo, como una segunda naturaleza,
naturaleza socialmente constituida. El habitus no es
propiamente «un estado del alma», es un «estado del
cuerpo», es un estado especial que adoptan las condiciones
objetivas incorporadas y convertidas así en disposiciones
duraderas, maneras duraderas de mantenerse y de moverse,
de hablar, de caminar, de pensar y de sentir que se
presentan con todas las apariencias de la naturaleza.
(Gutiérrez, 2004, https://goo.gl/uCOc70).

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Para ilustrar este concepto de habitus, te proponemos mirar el siguiente video
humorístico. En él se expone cómo lo social se hace cuerpo en dos jóvenes en
ambos extremos del espectro social. Si bien el video focaliza en las diferencias del
lenguaje entre ellos, nosotros podemos, además, ver las diferencias en sus
vestimentas y en sus modismos. El video nos permite reflexionar también sobre el
rol del Estado en la normalización del lenguaje, todo desde un punto de vista del
grotesco: https://goo.gl/iWG51G

Retomando la exposición teórica, el habitus internaliza, rutiniza y legitima


las condiciones de ser y de posibilidad de las personas. Como dice Alicia
Gutiérrez:

Estas disposiciones duraderas (en términos de lo pensable y


lo no pensable, de lo que es para nosotros o no lo es, lo
posible y lo no posible,) son objetivamente compatibles con
esas condiciones, y de alguna manera preadaptadas a sus
exigencias. (2004, https://goo.gl/uCOc70).

Por el hecho de que somos personas situadas en un mundo estructurado,


nuestros habitus están condicionados por esas estructuras que nos dan
una visión del mundo que está naturalizada, que poco nos permite poner
en cuestión las relaciones establecidas. Por ello, en la visión del Bourdieu,
el poder está interiorizado en las prácticas sociales.

El poder simbólico, asegura Bourdieu: “Es en efecto ese poder invisible que
solo puede ejercerse con la complicidad de quienes no quieren saber que
lo sufren o que incluso lo ejercen” (2009, p. 88).

La violencia simbólica y la escuela

Pero, además de las prácticas y las representaciones que las personas se


hacen de esas prácticas, existen aparatos de dominación –para usar la
terminología marxista–, que refuerzan esas situaciones de poder. Es lo que
Bourdieu llama la violencia simbólica. La violencia simbólica es ejercida
principalmente por la escuela y más difusamente por la familia, a través de
lo que ellos llaman la acción pedagógica. La acción pedagógica de la
escuela se ejerce en función de que existe un cuerpo que tiene como
objetivo imponer cultura (lo que el autor llama la autoridad pedagógica).
Así entendida, la violencia simbólica:

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Es una violencia «suave», una violencia «eufemizada», es
una forma de violencia que se ejerce sobre un agente social
con su complicidad, complicidad fundada en el
reconocimiento-desconocimiento de las relaciones sociales
externas e interiorizadas que la fundamentan. Es la manera
como se reproducen y se refuerzan en el plano simbólico las
relaciones sociales constitutivas y constituyentes de las
relaciones de fuerzas entre las clases. (Gutiérrez, 2004, p.
https://goo.gl/uCOc70).

En este punto, la visión de Bourdieu se acerca mucho a la marxista. La


escuela, como otras instituciones de la sociedad, tiene como finalidad la
reproducción de la dominación, de manera no violenta, lo que genera los
habitus que las personas deben reproducir toda su vida y reproducen, a su
vez, la estructura social.

La escuela además participa en otra función importante que es la de


distinción. Porque, si bien todos somos educados por la escuela, no es lo
mismo una escuela que otra. Y por ello existen intituciones más
prestigiosas que otras, lo cual refuerza la distinción social.

Pero la escuela no es la única encargada de la reproducción simbólica de la


dominación, aunque sí quizás la más extendida y eficiente. Bourdieu
analiza también la función cultural de los medios de comunicación, la
academia científica y otros productores y reproductures de cultura,
instituciones a las que llama sistema ideológicos. A través de estos
sistemas ideológicos, la clase dominante produce una triple función:

 integración de la clase dominante, lo que permite una eficaz comunicación


entre ellos y una distinción con los demás (definiendo escuelas de elite, espacios de elite
como museos y prácticas culturales específicas);
 integración ficticia de la sociedad en su conjunto, lo que crea esta idea de
que todos participamos de la cultura;
 legitimación del orden establecido.

Así, la violencia simbólica cumple esta triple función de integración,


distinción y legitimación que desmoviliza a los desfavorecidos y a los
perdedores del sistema, lo que genera en el plano simbólico las
condiciones de reproducción de las relaciones de fuerza.

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Referencias
Bourdieu, P. (2009). Poder, derecho y clases sociales. Bilbao: Desclée de
Brouwer.

Gutiérrez, A. (2004). Poder, hábitus y representaciones: recorrido por el


concepto de violencia simbólica en Pierre Bourdieu. Revista Complutense de
Educación, 15(1), 289-300. Recuperado de
https://revistas.ucm.es/index.php/RCED/article/viewFile/RCED0404120289
A/16345

Múnera Ruiz, L. (2005). Poder (Trayectorias teóricas de un concepto).


Colombia Internacional 62, jul - dic, 32 - 49

Recuperado de http://www.scielo.org.co/pdf/rci/n62/n62a03.pdf

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