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ISSN 1989-3906
Contenido
DOCUMENTO BASE............................................................................................ 3
Adicciones sin drogas: características y vías de intervención
FICHA 1............................................................................................................ 12
Juego patológico
FICHA 2 ................................................................................................................................. 17
Adicción al trabajo
Documento base.
ADICCIONES SIN DROGAS: CARACTERÍSTICAS Y VÍAS
DE INTERVENCIÓN
1. ADICCIONES SIN DROGAS: CONCEPTO
Durante muchos años la noción de adicción ha sido sinónima de adicción a las drogas. Sin embargo, si los compo-
nentes fundamentales de los trastornos adictivos son la falta de control y la dependencia, las adicciones no pueden li-
mitarse a las conductas generadas por sustancias químicas, como los opiáceos, la cocaína, la nicotina o el alcohol
(Newlin, 2008). De hecho, existen hábitos de conducta aparentemente inofensivos que, en determinadas circunstan-
cias, pueden convertirse en adictivos e interferir gravemente en la vida cotidiana de las personas afectadas (Echeburúa
y Corral, 1994; Mellody, 1997).
Cualquier actividad normal percibida como placentera es susceptible de convertirse en una conducta adictiva. Lo
que define a esta última es que el paciente pierde el control cuando desarrolla una actividad determinada y que conti-
núa con ella a pesar de las consecuencias adversas, así como que adquiere una dependencia cada vez mayor de esa
conducta. De este modo, el comportamiento está desencadenado por un sentimiento que puede ir desde un deseo
moderado hasta una obsesión intensa y es capaz de generar síndrome de abstinencia si se deja de practicarlo. Por
ello, el sujeto, ofuscado por el objeto de su adicción, llega a perder interés por otro tipo de conductas que anterior-
mente le resultaban satisfactorias.
Asimismo todas las conductas adictivas están controladas inicialmente por reforzadores positivos -el aspecto placen-
tero de la conducta en sí-, pero terminan por ser controladas por reforzadores negativos -el alivio de la tensión emo-
cional, especialmente- (Echeburúa, 1999; Marks, 1990).
En suma, de conductas normales -incluso saludables- se pueden hacer usos anormales en función de la intensidad,
de la frecuencia o de la cantidad de dinero invertida. Es decir, una adicción sin droga es toda aquella conducta repeti-
tiva que resulta placentera, al menos en las primeras fases, y que genera una pérdida de control en el sujeto (más por
el tipo de relación establecida por el sujeto que por la conducta en sí misma), con una interferencia grave en su vida
cotidiana, a nivel familiar, laboral o social (Faiburn, 1999).
No obstante, las adicciones psicológicas se diferencian en algunos aspectos de las adicciones químicas. Desde una
perspectiva psicopatológica, las adicciones químicas múltiples al tabaco, al alcohol, a los ansiolíticos, a la cocaína,
etc., es decir, las politoxicomanías, son relativamente habituales. No es frecuente, por el contrario, encontrarse con
pacientes aquejados de adicciones psicológicas múltiples, como, por ejemplo, juego patológico, hipersexualidad y la-
borodependencia. Lo que sí es más habitual es la combinación de una adicción psicológica con otra u otras químicas.
Así, por ejemplo, el juego patológico se asocia principalmente con el tabaquismo y el consumo abusivo de alcohol. Y
la adicción al trabajo, por poner otro ejemplo, aparece íntimamente ligada con el abuso de drogas dirigidas a neutrali-
zar el agotamiento ocupacional (cocaína y estimulantes, principalmente).
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En todas ellas el aspecto definitorio fundamental no es tanto la frecuencia con que se realizan –que, por otra parte,
es habitualmente alta-, sino la pérdida de control por parte del sujeto y el establecimiento de una relación de depen-
dencia. Estas dos características son fundamentales ya que, por una parte, permiten discriminar la presencia de una
adicción sin drogas de la mera alta frecuencia de un comportamiento determinado y, por otra, impiden caer en el
error de psicopatologizar la vida cotidiana. Ello permite distinguir, por ejemplo, la adicción a las compras del consu-
mismo típico de la sociedad actual (Rodríguez, Otero y Rodríguez, 2001), el juego patológico de la mera afición a ju-
gar (Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1997) o la adicción al trabajo del entusiasmo y satisfacción por el desempeño
profesional (Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1998; Sender, 1997).
A continuación se describen las características básicas de las adicciones sin drogas más estudiadas hasta la fecha:
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Más en concreto, hay cuatro características definitorias de esta adicción (Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1998;
Spence y Robbins, 1992): a) implicación elevada en la actividad laboral; b) impulso a trabajar debido a presiones per-
sonales o internas; c) poca capacidad para disfrutar de la tarea realizada; y d) búsqueda de poder o prestigio. Lo que
está en juego en el adicto es la propia autoestima y el reconocimiento social. No es infrecuente que bajo la adicción
al trabajo se escondan sentimientos de inferioridad y de miedo al fracaso (Spruell, 1987). Además, los síntomas expe-
rimentados no son distintos de los que aparecen en otro tipo de adicciones psicológicas: negación del problema, dis-
torsiones cognitivas de la realidad, necesidad de control, tolerancia creciente y síntomas de abstinencia en los
períodos vacacionales (irritabilidad, ansiedad, depresión, etc.).
No toda dedicación intensa al trabajo, al margen incluso de una necesidad laboral perentoria ante una situación
económica crítica, revela la existencia de una adicción. Las personas muy trabajadoras, pero no adictas, disfrutan con
el trabajo, son muy productivas, le dedican mucha energía y entusiasmo y tratan de equilibrarlo con la dedicación del
tiempo libre a la familia, las relaciones sociales o las aficiones (Douglas y Morris, 2006). Además, los períodos de so-
breimplicación laboral responden a una demanda objetiva del mismo, habitualmente de carácter temporal.
Por el contrario, en los adictos el trabajo interfiere negativamente en la salud física, en la felicidad personal o en las
relaciones familiares y sociales. Al carecer de control sobre la dedicación a las obligaciones, invierten una gran canti-
dad de tiempo y de pensamientos, incluso cuando están fuera, en el trabajo, que se constituye en el elemento priorita-
rio de todo lo que les rodea. De hecho, hay una alta implicación laboral incluso en actividades rutinarias y que
podrían ser desempeñadas por otras personas. En estas circunstancias las consecuencias negativas son de varios tipos:
relaciones familiares deterioradas, aislamiento social, pérdida del sentido del humor, desinterés por las relaciones in-
terpersonales "no productivas", relaciones sexuales programadas y no espontáneas, debilitamiento de la salud, altera-
ciones cardiovasculares relacionadas con el estrés, etc. (McMillan y O’Driscoll, 2004; Robinson, 2007; Sender, 1997).
La necesidad irrefrenable de dedicar su vida y tiempo al trabajo de un modo central y excesivo lleva al adicto a sen-
tirse insatisfecho o irritable cuando se encuentra alejado de la actividad laboral -días festivos y fines de semana, por
ejemplo-. Es más, estas personas tienden a continuar con su excesiva implicación en el trabajo a pesar de sufrir estrés
o diversos problemas de salud y a ocultar sus pensamientos relacionados con el trabajo para evitar la desaprobación
familiar y social (Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1998). En suma, hay una calidad de vida deficitaria, un tiempo li-
bre demasiado reducido y un ritmo de sueño sometido a grandes variaciones.
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lefónicas obscenas o recurso irrefrenable a las páginas de internet dedicadas al sexo, en donde se intentan satisfacer
fantasías sexuales de toda índole (Young, 2008).
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ces) en la dieta habitual se convierten en los alimentos preferidos durante los atracones y hay una gran abundancia de
pensamientos relacionados con los alimentos cuando llevan a cabo otro tipo de actividades. En cierto modo, la comi-
da para los adictos se convierte en el eje central de su vida (Arensan, 1991).
Diversos autores han encontrado características similares a las adicciones químicas entre los adictos a la comida
(Gearhardt, Corbin y Brownell, 2009; Gold, Frost-Pineda y Jacobs, 2003; Volkow y O’¨Brien, 2007): pérdida de con-
trol sobre el consumo de alimentos, dependencia (reflejada en la incapacidad para detener el consumo a pesar de las
consecuencias negativas), tolerancia (necesidad de un mayor consumo de alimentos para tener la misma sensación de
ansiedad) e, incluso, síntomas de abstinencia.
La adicción a la comida es asimismo distinta de la bulimia. En esta última se recurre a los vómitos inducidos y al
consumo de laxantes/diuréticos o al ayuno y ejercicio intenso, hay una percepción distorsionada de la imagen corpo-
ral y hay una preocupación morbosa por el peso. Por el contrario, en la sobreingesta patológica se producen atraco-
nes recurrentes sin la conducta compensatoria inapropiada (purgas, ayuno o ejercicio físico excesivo) típica de la
bulimia nerviosa. Respecto a la imagen corporal, puede haber, en todo caso, más un desagrado o insatisfacción por el
tamaño del cuerpo que la presencia de distorsiones graves de la imagen corporal propiamente dichas.
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Como ocurre en todas las adicciones, las personas dependientes de internet tienden a negar (o, en todo caso, a mini-
mizar) la dependencia de la red. El análisis de la adicción a internet requiere una valoración cuidadosa, ya que el
tiempo de conexión es una variable cuantitativa significativa, pero puede ser insuficiente si no se pone en relación
con las necesidades objetivas (laborales o académicas) del usuario.
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No obstante, sí es cierto que, a pesar de sus diferencias, todas las conductas adictivas tienen algo en común, que
constituye su aspecto nuclear: la pérdida de control sin la presencia de una sustancia química adictiva. De hecho, las
dos características fundamentales de este tipo de conductas adictivas, al igual que ocurre con las adicciones químicas,
son la pérdida de control y la relación de dependencia que se establece en relación a una determinada conducta
(continuar con ella a pesar de las consecuencias negativas que produce). Como consecuencia, las vías de intervención
propuestas hasta la fecha son muy similares en todas ellas.
Sin embargo, el primer aspecto que se debe tener en cuenta a la hora de afrontar el tratamiento de un paciente con
una adicción sin drogas es el objetivo terapéutico: la abstinencia versus el control. En el tratamiento de las adicciones
sin drogas resulta implanteable, con la excepción del juego patológico, el objetivo de la abstinencia. Se trata de con-
ductas descontroladas, pero que resultan necesarias en la vida cotidiana, como ocurre en el caso de trabajar, de co-
mer, de comprar, de practicar el sexo, de conectarse a la red, etc. El objetivo terapéutico se centra, por tanto, en el
reaprendizaje del control de la conducta. En el caso del juego patológico, en cambio, a pesar de los intentos que se
han producido por plantear el juego controlado como objetivo terapéutico (Ladouceur, Lachance y Fournier, 2009),
hoy por hoy no existe evidencia empírica suficiente
que lo avale. Por ello, a diferencia del resto de TABLA 3
adicciones sin drogas, el único objetivo asumible, TRATAMIENTO Y PREVENCIÓN DE RECAÍDAS EN LAS ADICCIONES
con argumentos científicos claros, es la abstinencia TRATAMIENTO INICIAL
del juego.
Control de estímulos
En cualquier caso, las vías de intervención postu- Exposición con prevención de respuesta
ladas son muy similares en todos los casos (tabla
TRATAMIENTO DE MANTENIMIENTO
3). A corto plazo, el tratamiento inicial de choque
se centra, en una primera fase, en el aprendizaje de A medio plazo
Identificación de situación de riesgo
respuestas de afrontamiento adecuadas antes las si- Aprendizaje de respuestas de afrontamiento adecuadas
tuaciones de riesgo (técnicas de control de estímu- Modificación de las distorsiones cognitivas sobre su capacidad de control
va). En definitiva, no realiza la conducta adictiva ✔ Implicación activa en el tiempo libre, tanto desde una perspectiva lúdica como
familiar y social
porque se le impide hacerla.
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Sin embargo, muchas de las conductas adictivas -comer, comprar, jugar, trabajar, tener relaciones sexuales, etc.- es-
tán presentes continuamente en la vida cotidiana. Por ello, no es suficiente esta recuperación objetiva, sino que se de-
be conseguir una recuperación subjetiva. Es decir, no implicarse en la conducta adictiva, a pesar de tener la
posibilidad de hacerlo. Por lo tanto, la recuperación total (objetiva y subjetiva) sólo se produce cuando el sujeto se ex-
pone, en una segunda fase del tratamiento, a los indicios de riesgo de forma progresiva y regular y es capaz de resistir-
se a ellos sin adoptar conductas de escape. En el caso del juego, por ejemplo, se trata de que el paciente acuda a los
locales de juego o a los bares con máquinas tragaperras, sin poder jugar; en el caso de las compras, acudir a grandes
superficies, sin permitirle comprar; en el caso de la comida, acudir a una comida o cena, pero limitar la cantidad má-
xima de comida, etc.
Esta exposición a los indicios de riesgo debe hacerse inicialmente en compañía de alguna persona de confianza (fa-
miliar, amigo, etc.). Posteriormente, en aquellos casos en los que el tratamiento de exposición evolucione de forma fa-
vorable, se permitirá gradualmente al paciente hacerlo de forma más autónoma, sin depender tanto de la persona que
actúe como coterapeuta. Hacerlo a solas es algo que debe intentarse sólo cuando ya se ha ensayado esta situación re-
petidas veces con otras personas y el paciente se encuentra seguro de sí mismo (Hodgson, 1993).
A medio plazo, el tratamiento de mantenimiento, una vez reasumido el control de la conducta, requiere actuar
sobre la prevención de recaídas. El común denominador en los procesos de recaída en las diferentes conductas
adictivas es la exposición a una situación de alto riesgo, sin la puesta en marcha de las estrategias de afrontamiento
adecuadas (Marlatt y Gordon, 1985). Por lo tanto, un aspecto fundamental es el conocimiento de los factores que
precipitan las recaídas, es decir, aquellas situaciones que favorecen la vuelta a la conducta adictiva. Así, se trata,
fundamentalmente, de identificar situaciones de riesgo para la recaída, de aprender respuestas adecuadas para el
afrontamiento de las mismas y de modificar las distorsiones cognitivas sobre su capacidad de control de las con-
ductas adictivas.
Por último, más a largo plazo, conviene solucionar los problemas específicos (ansiedad, depresión, problemas de pa-
reja, etc.) e introducir cambios en el estilo de vida, de modo que el paciente sea capaz de obtener otras fuentes de
gratificación más allá de la conducta adictiva (Echeburúa, 1999; Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1997). No se de-
be olvidar que se trata de conductas adictivas y que, al margen de la frecuencia e intensidad con la que se llevan a ca-
bo, al igual que ocurre con otras adicciones, provocan numerosas repercusiones negativas en el entorno cercano del
paciente: familia, trabajo, amigos, etc. Todo ello debe tenerse en cuenta a lo largo del tratamiento, pues repercute de
forma importante en el buen desarrollo del mismo.
5. CONCLUSIONES
Todas las adicciones acaban por minar la vida de quienes las sufren y de todos los que les rodean. Por ello, lo
fundamental para determinar si una conducta es adictiva no es la presencia de una droga, sino más bien la de
una experiencia que es buscada con ansia y con pérdida de control por el sujeto y que produce una relación de
placer/culpa.
Las adicciones sin drogas funcionan, en unos casos, como conductas sobreaprendidas que traen consigo consecuen-
cias negativas y se adquieren a fuerza de repetir conductas que en un principio resultan agradables; en otros, como
estrategias de afrontamiento inadecuadas para hacer frente a los problemas personales (por ejemplo, acudir al bingo o
comer en exceso para hacer frente a la ansiedad o al aburrimiento).
En todos los casos los estímulos condicionados desempeñan un papel importante en el mantenimiento de las adic-
ciones. Los estímulos condicionados externos pueden variar de una adicción a otra: la presencia de un ordenador, en
el caso de un adicto a internet; el sonido de una máquina tragaperras, en el caso de un jugador patológico; el olor a
alimentos, en el caso de un adicto a la comida; la visión de una mujer sola, en el caso de un sexoadicto; los anuncios
de rebajas, en el caso de un adicto a las compras, etc. Sin embargo, los estímulos condicionados internos son muy si-
milares en todas las adicciones. La disforia es, sin duda, el más importante. De hecho, todo tipo de adictos tienden a
recaer cuando se encuentran mal o deprimidos (Echeburúa, 1999).
El objetivo terapéutico en las adicciones sin drogas es el reaprendizaje de la conducta de una forma controlada.
Concluida la intervención terapéutica inicial, los programas de prevención de recaídas, en los que se prepara al
paciente para afrontar las situaciones críticas y para abordar la vida cotidiana de una forma distinta, pueden redu-
cir significativamente el número de recaídas en los primeros meses de seguimiento, que constituyen el momento
crítico.
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Ficha 1.
JUEGO PATOLÓGICO
1. CARACTERÍSTICAS DEL JUEGO PATOLÓGICO
1.1. Concepto y prevalencia
La ludopatía se caracteriza por la pérdida de control con respecto al juego y por el establecimiento de una relación de
dependencia. Más en concreto, el jugador patológico presenta un fracaso crónico y progresivo en resistir los impulsos
a jugar, de los que derivan conductas de juego que interfieren negativamente en la consecución de los objetivos per-
sonales, familiares y/o profesionales.
Se trata de un problema de gran relevancia social. En nuestro país, la tasa de prevalencia de la ludopatía oscila en
torno al 2% de la población adulta (Becoña, 1993, 2004; Irurita, 1996; Legarda, Babio y Abreu, 1992). El trastorno es
mucho más frecuente en hombres que en mujeres, pero éstas son mucho más reacias a buscar ayuda terapéutica por
la censura social existente. A diferencia de otras conductas adictivas, el juego patológico se distribuye por todas las
clases sociales y por todas las edades. No obstante, la edad de acceso al juego ha descendido en los últimos años. De
hecho, cada vez son más los adolescentes que acuden a tratamiento por problemas de juego. En estos casos la ludo-
patía se ve complicada por la aparición de problemas familiares, de un bajo rendimiento escolar, de dificultades en la
relación con los amigos, etc. (Secades y Villa, 1998).
Los ludópatas, al menos en España, muestran una dependencia fundamentalmente a las máquinas tragaperras, ya sea
sólo a éstas o en combinación con otros juegos. La dependencia en exclusiva a otros juegos de azar es mucho menor.
Este hecho no es fruto de la casualidad, sino que obedece a una serie de aspectos psicológicos implicados en el fun-
cionamiento de este tipo de máquinas: su amplia difusión; el importe bajo de las apuestas, con posibilidad de ganan-
cias proporcionalmente cuantiosas; la brevedad del plazo transcurrido entre la apuesta y el resultado; la manipulación
personal de la máquina, que genera una cierta ilusión de control; las luces intermitentes de colores, que, junto con la
música y el tintineo estrepitoso de las monedas cuando se gana, suscitan una tensión emocional y una gran activación
psicofisiológica, etc. (Echeburúa y Fernández-Montalvo, 1997).
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2. TRATAMIENTO DEL JUEGO PATOLÓGICO
2.1. El objetivo terapéutico
Por lo que se refiere al objetivo terapéutico, la mayor parte de los estudios llevados a cabo tienen como meta la absti-
nencia total del juego. No obstante, como ha ocurrido en el caso del alcoholismo, se ha planteado la posibilidad de
crear programas terapéuticos con el objetivo de lograr, si no la abstinencia total, al menos un mayor control: el juego
controlado (Ladouceur, Lachance y Fournier, 2009). Sin embargo, aunque este tipo de programas resultan sugerentes,
al menos para cierto tipo de jugadores, todavía no se han puesto a prueba de una forma controlada y se carece, por
tanto, de un respaldo empírico a los mismos. Por ello, en la actualidad parece aconsejable considerar la abstinencia
total del juego, al menos de aquél del que el paciente es dependiente, como principal objetivo terapéutico.
3. PREVENCIÓN DE LAS RECAÍDAS 2ª semana de El coterapeuta acompaña al paciente al local de juego, pero se que-
exposición da fuera, al alcance de la vista, mientras lleva a cabo la exposición
La actuación terapéutica adecuada en este contexto a las máquinas tragaperras.
implica, por un lado, el desarrollo de habilidades El paciente lleva el dinero justo para pagar una consumición sin al-
cohol.
específicas para impedir la caída inicial (o para evi-
tar la recaída, en el caso de que se haya producido 3ª semana de El coterapeuta se queda en casa, sin salir, mientras el paciente acu-
exposición de al local de juego para llevar a cabo la exposición. El paciente
una primera caída) y, por otro, la solución de los puede llamarle por teléfono si se encuentra en un aprieto.
problemas específicos (ansiedad, depresión, proble- El paciente lleva el dinero justo para pagar la consumición más un
billete de 5 o 10 euros.
mas de pareja, etc.) y el cambio global del tipo de
vida del paciente (Fernández-Montalvo y Echebu- 4ª semana de El coterapeuta no participa en las tareas de exposición.
exposición El paciente lleva dinero en el bolsillo sin restricciones.
rúa, 1997).
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Los puntos de intervención para evitar las caídas iniciales son los siguientes (Marlatt y Gordon, 1985; Shaffer y La
Plante, 2005):
a) Identificación de las situaciones de alto riesgo. Prevenir la recaída implica enseñar al paciente a reconocer las situa-
ciones específicas de alto riesgo y mantenerlo en una disposición de alerta cognitiva.
b) Respuestas de enfrentamiento adecuadas a situaciones problemáticas. Conviene enseñar a los sujetos las habilida-
des necesarias para hacer frente a las situaciones de alto riesgo. Las posibles áreas de actuación incluyen autoafir-
mación, control del estrés, relajación, control de la ira, habilidades de comunicación y habilidades de solución de
los problemas cotidianos.
c) Cambio de expectativas sobre las consecuencias positivas del juego. Esta parte del programa implica la información
sistemática al paciente sobre los efectos a medio y largo plazo de las conductas adictivas, así como la actuación so-
bre algunos errores cognitivos (por ejemplo: "por una vez que juegue, no me va a pasar nada malo", etc.).
Una vez que el paciente ha aprendido a identificar las situaciones de alto riesgo para la recaída, así como a imple-
mentar las estrategias más adecuadas para afrontarlas, es necesario recurrir nuevamente a las técnicas de exposición.
Nuevamente, la recuperación total (objetiva y subjetiva) sólo se produce cuando el sujeto se expone a los indicios de
riesgo y pone a prueba las estrategias de afrontamiento aprendidas. La exposición a los indicios de riesgo debe hacer-
se inicialmente en compañía de alguna persona de confianza (familiar, amigo, etc.). Hacerlo a solas es algo que debe
intentarse sólo cuando ya se ha ensayado esta situación repetidas veces con otras personas y el paciente se encuentra
seguro de sí mismo.
Más a largo plazo, para evitar el proceso de recaída, conviene intervenir en dos aspectos fundamentales:
a) Solución de problemas específicos: Los problemas específicos pueden ser variables de unos casos a otros, pero hay
algunos que son prácticamente constantes en todas las personas con problemas de juego: el exceso de ansiedad, el
estado de ánimo deprimido, las discusiones familiares y de pareja, los problemas laborales, etc. Es difícil mantener
la abstinencia del juego si no se interviene también en todos estos aspectos, ya que aumenta la probabilidad de que
se produzca una recaída a medio y largo plazo.
b) Cambio en el estilo de vida: Un proceso profundo de cambio implica el establecimiento de nuevas metas de vida.
La apatía facilita la añoranza del juego, los sentimientos de culpa y el estado de ánimo deprimido. Sólo un cambio
de vida estable garantiza el mantenimiento de la abstinencia del juego a largo plazo. Sugerir al paciente la realiza-
ción de un balance del antes y del después del tratamiento contribuye a mantenerlo motivado en el largo proceso
de la abstinencia. De hecho, al tenerlo escrito, le permite releerlo en las situaciones de desánimo, cuando mayor es
el riesgo de recaída, y remotivarse en estos momentos bajos.
En esta misma línea, es necesario fomentar el establecimiento de conductas alternativas al juego que le sean gratifi-
cantes (Shaffer y LaPlante, 2005). Cuando una persona está implicada en una conducta adictiva, la mayor parte de las
fuentes de satisfacción en la vida cotidiana procede de dicha adicción: la ocupación del tiempo libre, la interacción
social con los amigos jugadores, el refuerzo de la posibilidad de obtener una ganancia, etc. No es, por ello, extraño
que un ludópata se sienta vacío cuando deja de jugar. Se trata, por tanto, de enseñar al paciente nuevas pautas de
conducta que le generen una gratificación alternativa. De este modo, estas nuevas conductas desempeñan un doble
papel: a) ser incompatibles con la adicción; y b) ofrecer al sujeto vías atractivas y diferentes de obtener satisfacciones
en la vida diaria.
4. CONCLUSIONES
Los estudios referidos a la terapia del juego patológico prueban que este cuadro clínico responde bien a los tratamien-
tos ofertados. Desde una perspectiva general, se han obtenido unas tasas de éxito superiores al 50% de los casos trata-
dos con un control mínimo de seguimiento de 6 meses. Además, esta tasa de éxito aumenta considerablemente
cuando se aplican técnicas conductuales -control de estímulos y exposición en vivo con prevención de respuesta,
principalmente- seguidas de una intervención cognitivo-conductual en prevención de recaídas (cfr. Echeburúa et al.,
2000, 2001). En la actualidad este tipo de técnicas constituyen, sin duda, el tratamiento de elección de la ludopatía.
El empleo de técnicas cognitivas no parece ser necesario para conseguir la abstinencia del juego. Independientemen-
te del número elevado de distorsiones cognitivas que presentan los jugadores patológicos (cfr. Fernández-Montalvo,
Echeburúa y Báez, 1996), la eficacia de los tratamientos a largo plazo no aumenta cuando se incluyen este tipo de in-
tervenciones cognitivas (cfr. Echeburúa et al., 1996).
Si bien el tratamiento psicológico es prioritario en el ámbito de la ludopatía, queda pendiente, desde una perspectiva
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14 Formación Continuada a Distancia
psicofarmacológica, el estudio de las situaciones concretas en las que el empleo de medicación, de forma combinada
con la terapia psicológica, podría aumentar la eficacia terapéutica, como en el caso de jugadores con un nivel eleva-
do de impulsividad, por ejemplo. Un buen resumen de los estudios sobre tratamientos farmacológicos del juego pato-
lógico puede encontrarse en Hollander, Sood, Pallanti,, Baldini-Rossi y Baker, 2005).
Desde otra perspectiva, resulta de interés el tratamiento de los trastornos duales. En las investigaciones controladas
sobre la terapia del juego patológico se utilizan, por razones metodológicas, jugadores puros, sin otro trastorno psico-
patológico concomitante. No obstante, la experiencia clínica demuestra la existencia, en numerosas ocasiones, de co-
morbilidad e incluso de un diagnóstico dual en el ámbito de la ludopatía (alcoholismo, esquizofrenia y deficiencia
mental, principalmente, en el eje I; trastorno antisocial y límite de la personalidad, en el eje II). En estos casos, las téc-
nicas terapéuticas propuestas no se muestran tan útiles como en los jugadores puros. Se requiere más investigación a
este respecto.
En otras palabras, la adaptación de los objetivos clínicos y de los programas de tratamiento a las necesidades indivi-
duales, así como el papel terapéutico mismo de los manuales de autoayuda (por ejemplo, Fernández-Montalvo y
Echeburúa, 1997), constituyen una cuestión no resuelta que requiere una detallada investigación.
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Ficha 2.
ADICCIÓN AL TRABAJO
1. CONCEPTO DE ADICCIÓN AL TRABAJO
La dedicación intensa al trabajo se ha considerado durante muchos años como una conducta adecuada y socialmente
valorada, que denota un sentido elevado de responsabilidad y que responde a los valores de una sociedad en donde
se priman el éxito y el poder. De hecho, incluso ha sido categorizada como una adicción positiva, es decir, como una
conducta repetitiva que proporciona bienestar económico e integración social a una persona (Killinger, 1993; Mach-
lowitz, 1977; Porter, 1996; Schaef & Fassel, 1988). Sin embargo, el análisis de este fenómeno a largo plazo muestra
que esos beneficios se dan sólo en las primeras fases de la adicción, convirtiéndose posteriormente en una conducta
perjudicial tanto para el individuo como para la empresa (Dudek, 2008; Galperin & Burke, 2006).
Todo ello ha contribuido a que el estudio de la adicción al trabajo -al igual que ha ocurrido con el resto de las adic-
ciones sin drogas- sea reciente. Si bien fue descrita por Oates (1971) -quien utilizó por primera vez el término inglés
workaholism-, ha sido sólo en los últimos años cuando se ha comenzado a considerar este fenómeno como un trastor-
no grave, del que pueden derivar serias consecuencias físicas y psicológicas (Fernández-Montalvo & Echeburúa,
1997; Ng, Sorensen, & Feldman, 2007; Pietropinto, 1986; Robinson, 1989; Spruell, 1987).
La adicción al trabajo se caracteriza por una implicación progresiva, excesiva y desadaptativa a la actividad laboral,
con una pérdida de control respecto a los límites del trabajo y una interferencia negativa en la vida cotidiana (relacio-
nes familiares y sociales, tiempo de ocio, estado de salud, etc.). Al margen de las percepciones distorsionadas del su-
jeto, la sobreimplicación laboral responde al ansia o necesidad de la persona -el trabajo de este modo genera una
excitación que oscila entre la fascinación y el sobresalto- más que a las necesidades objetivas del entorno laboral
(Buelens & Poelmans, 2004; Fernández-Montalvo & Echeburúa, 1998). Lo que distingue a un adicto es más su actitud
hacia la tarea que el número de horas dedicadas (Burke, 2006; Kemeny, 2002; Machlowitz, 1977, 1980; Snir & Zo-
har, 2008). Todo ello viene acompañado frecuentemente de ideas sobrevaloradas del dinero, del éxito o del poder.
Se pueden distinguir cuatro características definitorias de esta adicción (Harpaz & Snir, 2003; Killinger, 1993; Spence
& Robbins, 1992): a) implicación elevada en la actividad laboral; b) impulso a trabajar debido a presiones personales
o internas; c) poca capacidad para disfrutar de la tarea realizada; y d) búsqueda de poder o prestigio.
Lo que está en juego en el adicto es la propia autoestima y el reconocimiento social. No es infrecuente que bajo la
adicción al trabajo se escondan sentimientos de inferioridad y de miedo al fracaso (cfr.Spruell, 1987). Los síntomas ex-
perimentados no son distintos de los que aparecen en otro tipo de adicciones sin drogas: negación del problema, dis-
torsiones cognitivas de la realidad, necesidad de control, tolerancia creciente y síntomas de abstinencia en los
períodos vacacionales (irritabilidad, ansiedad, depresión, etc.) (Buck & Sales, 2000; Fassel, 1990; Homer, 1985; Killin-
ger, 1993; Naughton, 1987; Porter, 1996; Robinson, 1989).
No toda dedicación intensa al trabajo, al margen incluso de una necesidad laboral perentoria ante una situación
económica crítica, revela la existencia de una adicción. Las personas muy trabajadoras, pero no adictas, disfrutan con
el trabajo, son muy productivas, le dedican mucha energía y entusiasmo y tratan de equilibrarlo con la dedicación del
tiempo libre a la familia, las relaciones sociales o las aficiones (Douglas & Morris, 2006; Fernández-Montalvo & Eche-
burúa, 1998; Schaufeli, Taris, & Van Rhenen, 2008). Además, los períodos de sobreimplicación laboral responden a
una demanda objetiva del mismo, habitualmente de carácter temporal.
Por el contrario, la adicción al trabajo interfiere negativamente en la salud física, en la felicidad personal o en las re-
laciones familiares y sociales. Al carecer de control sobre la dedicación a las obligaciones, invierten una gran canti-
dad de tiempo y de pensamientos, incluso cuando están fuera, en el trabajo, que se constituye en el elemento
prioritario de todo lo que les rodea. De hecho, hay una alta implicación laboral incluso en actividades rutinarias y que
podrían ser desempeñadas por otras personas. En estas circunstancias las consecuencias negativas son de varios tipos:
relaciones familiares deterioradas (Bakker, Demerouti, & Burke, 2009; Shimazu, Bakker, & Demerouti, 2009), hijos
con mayores problemáticas psicopatológicas (Chamberlin & Zhang, 2009; Robinson & Kelley, 1998), aislamiento so-
cial, pérdida del sentido del humor, desinterés por las relaciones interpersonales "no productivas", relaciones sexuales
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17
programadas y no espontáneas, debilitamiento de la salud, alteraciones cardiovasculares relacionadas con el estrés
(Andreassen, Ursin, & Eriksen, 2007), y en general, una pérdida de calidad de vida y de bienestar (Bonebright, Clay, &
Ankenmann, 2000; Burke & Fiksenbaum, 2009; Burke, Richardsen, & Mortinussen, 2004; Fernández-Montalvo &
Echeburúa, 1998; Pietropinto, 1986; Robinson, 1996b).
La necesidad irrefrenable de dedicar su vida y tiempo al trabajo de un modo central y excesivo lleva al adicto a sen-
tirse insatisfecho o irritable cuando se encuentra alejado de la actividad laboral -días festivos y fines de semana, por
ejemplo-. Esto les lleva a estar trabajando aun cuando no estén en el trabajo (Kemeny, 2002). Es más, estas personas
tienden a continuar con su excesiva implicación en el trabajo a pesar de sufrir estrés o diversos problemas de salud y
a ocultar sus pensamientos relacionados con el trabajo para evitar la desaprobación familiar y social (Porter, 1996). En
suma, hay una calidad de vida deficitaria, inducida por un consumo abusivo de alcohol y tabaco, un tiempo libre de-
masiado reducido y un ritmo de sueño sometido a grandes variaciones.
2. DATOS EPIDEMIOLÓGICOS
No hay estudios epidemiológicos sobre este trastorno. Los datos existentes son fragmentarios, parciales y con poco
apoyo empírico. Así, según (Machlowitz, 1980), alrededor del 5% de la población general podría ser adicta al trabajo.
Con muestras específicas de profesiones liberales (médicos, psicólogos y abogados), la tasa de prevalencia puede lle-
gar hasta el 23% (Doerfler & Kammer, 1986).
Desde el año 1992 en Canadá se han realizado estudios epidemiológicos con muestras representativas de la pobla-
ción a las que se les pregunta si se consideran adictas al trabajo. Durante estos años alrededor de un 27% de la pobla-
ción canadiense mayor de 15 años se considera a sí misma adicta al trabajo (Keown, 2008). Este dato es muy
semejante al que se da en los Estados Unidos (Robinson, 2007). Aun cuando no todas esas personas serán propiamen-
te adictas al trabajo, sí que dibujan un perfil muy semejante al del adicto, ya que al ser comparados con quienes no se
consideran adictos presentan: (1) una menor satisfacción con la propia vida; (2) una menor satisfacción en el trabajo;
(3) una mayor dificultad para encontrar tiempo para la familia; (4) una sensación de que se les escapa el tiempo de las
manos y (5) una peor valoración de su estado de salud. Además no valoran su situación económica mejor que la del
resto de la población (Kemeny, 2002; Keown, 2008).
Por lo tanto, más allá de la prevalencia concreta de esta adicción, parece claro que afecta a personas de edades me-
dias, de clase acomodada, con una actividad laboral creativa y que no actúan movidas exclusivamente por necesida-
des económicas. Si bien la adicción se da más entre los hombres que entre las mujeres -éstas suelen tener una visión
más amplia de la vida, con un mayor equilibrio entre lo afectivo y lo laboral (Hodson, 2004)-, las diferencias en cuan-
to a sexos tienden a reducirse, especialmente en profesionales jóvenes, presentando las mismas características negati-
vas en hombres y mujeres (Burke, Burgess, & Fallon, 2006; Kemeny, 2002; Killinger, 1993; Robinson & Post, 1997).
Las principales señales de alarma en relación con la dependencia del trabajo son las siguientes (Porter, 2001; Robin-
son, 1989, 1996a):
1. Prisa constante y ocupación continua. Los adictos al trabajo tienen un sentimiento constante de urgencia de tiem-
po, así como la necesidad de estar implicados en un mínimo de dos o tres tareas simultáneamente y de rechazar
actividades no directamente productivas.
2. Necesidad de control. La rigidez de pensamiento lleva a planear y organizar excesivamente todo lo que acontece,
de forma que todo sea predecible y controlable. No es frecuente la delegación del control en otras personas.
3. Perfeccionismo. El miedo al fracaso impone un control estricto, un alto nivel de exigencia y una intolerancia a los errores.
4. Dificultades en las relaciones personales. Al estar los sujetos constantemente inmersos en el trabajo, no hay ape-
nas espacio para las relaciones interpersonales, que se consideran como una pérdida de tiempo.
5. "Embriaguez" de trabajo. Es frecuente la alternancia de etapas de sobreimplicación en el trabajo -similar a un epi-
sodio de embriaguez- con otras de reducción drástica del nivel de actividad -como la resaca tras una borrachera-,
que es resultado de un agotamiento patológico y de una falta de descanso, tanto físico como intelectual.
6. Dificultad para relajarse y divertirse. El ocio se percibe como una pérdida de tiempo. Las lecturas, por ejemplo,
suelen estar relacionadas con temas profesionales. La obsesión por hacer cosas, en lugar de relajarse y disfrutar, es
asombrosa.
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7. Pérdidas parciales de memoria. Son fruto del agotamiento y de la atención simultánea a muchos asuntos. No son
infrecuentes los olvidos de fechas y temas relacionados con la vida familiar y social (aniversario de boda, cumple-
años de los niños, etc.).
8. Impaciencia e irritabilidad. Al ser el tiempo una posesión muy preciada, carecen de paciencia y se irritan fácil-
mente si se les hace esperar o se abordan temas en una conversación que no son directamente de su interés.
9. Déficit de autoestima. El sentimiento de baja autoestima les conduce ansiosamente a la obtención de logros, que
consiguen aumentar, pero sólo transitoriamente, los sentimientos de valía personal.
10. Inatención a las necesidades de salud. Son frecuentes una amplia variedad de problemas físicos (obesidad, consu-
mo excesivo de alcohol, tabaquismo, hipertensión, etc.), así como un descuido de las necesidades personales de
salud (horas de sueño, descanso regular, chequeos periódicos, etc.).
Desde otra perspectiva, una característica habitual de las adicciones químicas es la politoxicomanía. Sin embargo,
en las adicciones psicológicas no es frecuente encontrarse con pacientes aquejados de adicciones psicológicas múlti-
ples, como, por ejemplo, juego patológico, hipersexualidad y adicción a las compras (Echeburúa & Corral, 1994). Lo
que sí es más habitual es la combinación de una adicción psicológica con una o varias adicciones químicas -por
ejemplo, la ludopatía y el alcoholismo (Fernández-Montalvo & Echeburúa, 1997)-. En el caso concreto de la adicción
al trabajo, es frecuente el abuso de drogas con el objetivo de neutralizar el agotamiento ocupacional (exceso de café,
tabaco, alcohol y cocaína) y de fármacos para conciliar el sueño (Alonso-Fernández, 1996). En la figura 1 se presenta
un esquema de una secuencia evolutiva frecuente en la adicción al trabajo.
4. CONCLUSIONES
Se trata, en definitiva, de una adicción caracterizada por un aumento excesivo de los rendimientos laborales, con un
profundo sentido del cumplimiento del deber, con una vida carente de aficiones y con un sentimiento de culpabilidad
por disfrutar del ocio o con la conversión de éste en una actividad competitiva más: practicar deporte para ganar a to-
da costa, y no para disfrutar de la compañía o de la relajación proporcionada por el ejercicio físico. En estos casos la
actividad laboral funciona como una fuente de motivación y como un desafío impuesto por la propia persona para
evaluar su capacidad. El sujeto, atenazado por una serie de creencias irracionales ("miedo a no valer bastante", "te-
mor a no disponer de tiempo suficiente para conseguir el bienestar material", etc.), puede estar implicado en una bata-
lla sin fin por el éxito, que, una vez alcanzado, no va seguido de una sensación duradera de recompensa o de alivio
real de la tensión (Fernández-Montalvo & Echeburúa, 1998; Sender, Valdés, Riesco, & Martín, 1993).
En líneas generales, parece que la adicción al trabajo
se acompaña de depresión, ansiedad e ira, así como de FIGURA 1
una cierta incapacidad asertiva para rechazar tareas no SECUENCIA EVOLUTIVA DE LA ADICCIÓN AL TRABAJO
(Alonso-Fernández, 1996)
razonables (Buck & Sales, 2000; Haymon, 1992). Ade-
más parece que las personas con mayor sobreimplica-
1ª secuencia Comportamiento autoritario
ción laboral son más perfeccionistas y presentan más Adicción al
trabajo con la familia y los
problemas de salud, más dificultades para delegar en subordinados
otros el trabajo y mayores niveles de estrés (Spence &
Robbins, 1992). También parece que la mayor grave-
2ª secuencia
dad de la adicción al trabajo se relaciona con una ma-
yor incapacidad para solucionar los problemas de
forma efectiva, con una menor claridad para establecer Deterioro de la Síndrome Abuso de drogas
capacidad laboral de estrés fármacos
los roles familiares y con una mayor dificultad para ex-
presar afectos, así como con mayores esfuerzos para
establecer relaciones sociales e íntimas (Robinson &
Post, 1995, 1997). Dicho de otra manera, un adicto al 3ª secuencia
Trastorno Abuso de
trabajo raramente se siente feliz (Kemeny, 2002). Pero Depresión
psicosomático alcohol
es que además, la familia, que también sufre las conse-
cuencias de esta adicción, suele recibir muy poco apo-
yo de su entorno social, que sólo percibe en el adicto a
4ª secuencia Crisis aguda de enfermedad
una persona trabajadora que busca lo mejor para los coronaria o muerte repentina
suyos (Kemeny, 2002).
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Formación Continuada a Distancia
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