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REMINICENCIAS DE JUAN FRANCISCO ORTIZ (OPUSCULO AUTOBIOGRAFICO) CON PRÓLOGO DE D.

J. MANUEL MARROQUIN.

(hermano de José Joaquín Bora )

Nací en Bogotá el 28 de septiembre de 1808, en una casita alta, que hace frente á la iglesia de
Santa Inés, y forma esquina con la plaza de la Concepción. Mi padre, abogado de la Real Audiencia
Es pañola, el Dr. D. José Joaquín Ortiz Nagle, bugueño, y mi madre, la señora D.a Isabel Rojas
Medina; que vive (y ojalá viva muchos años para mi consuelo), tuvieron ele su matrimonio siete
hijos: yo, el primogénito; Mariana, que murió soltera hace tres años; María Manuela, que nació
enfermiza y falleció muy niña; José Joaquín, que se ha hecho conocer en la República; Dolores,
José María y Simón Emigelio. Los dos últimos murieron en la cuna, puede decirse, y de siete
hermanos que éramos hemos quedado apenas tres. P3

Al hablar de mis abuelos trataré primero de mi bisabuelo materno D. Agustín Justo de Medina. D.
Justo, según me refería mi padre, que gozó de su íntima confianza, era limeño, y en años de
robusta juventu'd dejó su país natal y vino á la ciudad de Tunja, acaudalado por demás. P4

Remató las alcabalas y los aguardientes de todo el corregimiento de Tunja, rentas cuyo ma· nejo
dejaba muchos miles de ganancia, y vién· dos e yá acomodado, pensó en tomar mujer, se casó con
D.a Bárbara Sánchez Caicedo, de una buena familia ele Bogotá, y se estableció con su linda esposa
en la hacietlda de El Salitre p4

Mi padre era abogado, como llevo dicho, y por su honradez y talentos muy apreciado del virrey y
de Jos oidores, en términos que llegó á ser, antes de la Revolución, fiscal de la Real Audiencia, bajo
cuyo solio no podían sentarse, según la política ele la corte ele España, sino los naturales de la
Península. Había hecho los primeros estuelios ele literatura con su tío D. Miguel Ortiz, que dejó la
sotana de la Compañía de Jesús, antes ele la expulsión, y murió en Buga, ele clérigo suelto. Este D.
Miguel era muy versa· do en la lengua latina y famoso moralista , como lo comprueba su
Prontuario de moral, cuyas re- I glas están en exámetros y pentámetros latinos, libro que he visto
impreso en Bogotá con otro nombre, y no he querido perseguir judicialmente, porque la
propiedad literaria vale tan poco entre nosotros. D. Miguel tuvo dos discípulos en Bugá p13

quienes enseñó á escribir correctamente, y la latinidad con mucha perfección, y 10 fueron D.


Vicente Gil de Tejada, que vino á ser un médico muy acreditado, y mi padre, abogado muy
distinguido. Hizo mi padre sus estudios de Filosofía en Popayán con el Dr. D. Félix Restrepo,
profesor muy notable, y pasó después á Bogotá á estudiar Jurisprudencia en el Seminario de San
Bartolomé. Consagró á la práctica los años requeridos por la ley, y se recibió de abogado en la Real
Audiencia, acreditándose desde temprano entre sus comprofesores. Ahora cuando todo
ciudadano puede defenderse por sí, sin necesitnr de la firma ele un abogado para presentar sus
escritos y alegatos á los tribunales y juzgados, hay en Bogotá doscientos abogados por lo menos!
Entonces, que era indispensable la firma de un letrado, habría dieciséis ó veinte á lo sumo. Mi
padre me refería que hubo año en que ganó con su profesión cinco mil pe· sos, y entonces el
dinero valía más que ahora. Yá por aquel tiempo había llegado á los treinta y ocho de su edad:
estaba bien relacionado, era muy apreciado de la gente que valía, y tenía con qué poderse
establecer; pero le había cobrado mucho miedo al matrimonio, y refiriéndose á aquella época,
solía decirme: "Juan, yo era un hombre incasable."
Pero fue de Tunja á Bogotá mi abuela D.a Rosalía, con sus hijas Isabel y Ramona, á agitar un pleito
sobre intereses, y como buscara un abogado de crédito, le indicaron á mi padre. Pasó á verse con
él acompañada de SuS hijas. Mi madre, que era la mayor, no había cumplido doce años, y estaba
preciosa. Mi padre, con su genial viveza, dijo á la niña burla burlando: " Míra, Isabelita, que nos
hemos de casar cuando crezcas." La niña se puso colorada como una rosa, sin hacer caso de
aquella chanza. Hízose cargo mi padre de la defensa del pleito de mi abuela, y lo ganó en toclas sus
instancias, entretanto que ella había vuelto con sus hijas á Tunja; Pero regresó á Bogotá al cabo de
cinco años, y dejó á mi madre en casa de su hija D." Bárbara, esposa de D. Honorato Vila.

Visitaba mi padre á D. Honorato y á su señora de vez en cuando; pero así que llegó mi madre de
TUllja, en la flor de su edad, sus visitas fueron más frecuentes. Al fin la pidió en matrimonio, se
casó cnn ella, y se estableció en la casa, frente á Santa Inés j porque siendo ahogado del Convento,
y muy mimado y querido de las M;~ dres, éstas no le permitían que se alejase del monasterio A los
nueve meses nací yo. La Madre María de Santa Teresa, de apellido Terán en el siglo, íntima amiga
de mi padre, quiso ser mi madrina, y no pudiendo tenerme personalmente en la pila bautismal,
nombró para que hiciera SIlS veces á . D.3 Teresa Do~ínguez. El Inquisidor general de Cartagena de
Indias, D. Manuel del Corral, fue n1i padrino, por poder conferido al Dr. D. Rafael Lasso de la Vega,
que murió de Obispo de Mérida de Maracaibo. Se hizo el bautismo con solemnidad, y el Dr. D.
Manuel Andrade, cura de la Cr,tec1ral, por complacer á los padres y pa· drinos, me impuso los
nombres siguientes: Juan Evangelista, Fral/cisco J?lvier, Simón, MaI'iano de los Dolores.

Entretanto el pueblo vivia en paz, y la virtud y la piedad florecían en toclos los ámbitos del
virreinato: los crímenes atroces, ahora frecuentes, eran raros entonces: la propiedad era
respetada: se hacía distinción de personas, comoquiera que hay grados en la escala social, y no es
lo mismo el que ha recibido una buena educación, que el bárbaro que vaga en las selvas: los
indios, cuya raza se va acabando por las inicuas leyes sancionadas para despojarlos de sus
terrenos, tenían entonces qué comer; hoy perecen de hambre: la autoridad era acata.da, y el
pueblo, que no era devorado por el monopolio de los ricos, vivía dichoso y contento. Pero al
prmediar el año de l8ro, el ejemplo de la Revolución francesa, por una parte, y por otra las
consecucncias de la invasión escandalosa de las tropas de Napoleón en la Península, cn 1808,
prendieron la fiebre democrática en estas comarcas; fiebre que nos ha traído de revolución en
revolución, por el espacio de cuarenta años, pues si en la fecha en que escribo esto (Tunja, enero
de 1859) no estamos en armas, estamos en anarquía que es mucho peor. Y no importa que
algunos sigan creyendo cándidamente que tenemos una república democrática, porque
descansando esa forma de gobierno en el sufragio universal, y siendo éste una farsa entre
nosotros, se infiere que tenemos una farsa, pero no una república.

Mi padre, que adoptó con la sinceridad que lo caracterizaba las ideas revolucionarias, concurrió á
las juntas preparatorias que se tenían en casa del canónigo D. Andrés Rosillo. Llegó el 20 de julio y
se proclamó la independencia. Para alcanzarla se apoderaron previamente de la persona del
virrey, D. Antonio Amar, prendieron á la Sra. Vilanova, su esposa, y á Jos oidores, que por 10
general eran unos buenos sujetos. "Abajo la tiranía," gritaba un clérigo palurdo, llamado por
sobrenombre Panela, y el pueblo repetía" abajo." "El pueblo so- . berano pide la cabeza del Sr.
Alba," vociferaba el mismo clérigo, desde el balcón del Cabildo, y el pueblo ignorante, que no
conocía al oidor de ese nombre, pedía su cabeza. Así comenzó este drama sangriento, invocando
el nombre del pueblo, que ni comprendía lo que era la revolución, ni sospechaba sus
consecuencias.p19

ngreso que se llamaría de las Provincias Unidas, el cual se convocó para esta ciudad de Tunja,
donde en efecto se reunió en 1814. Concurrió mi padre á ese Congreso como representante por
las Provincias del Callca y Popayán, trayendo su familia.

Aquí nació en el mes de julio de dicho año, mi hermano José Joaquín, con la particularidad de que
sacó una hinchazón tan grande en la cabeza, que las viejas iban diciendo por ahí que el niiío, cosa
rara! había nacido con dos cabezas. El Padre N. Cárdenas, de la orden de Hospitalarios ele San
Juan ele Dios, que murió de Cura de! Usaquén, le abrió aquel absceso, que resultó ser un depósito
de sangre, y en veinte días no más quedó perfectamente bueno mi hermano. De ahí proviene que
en la familia solemos llamarle el Cabezón p.21

Su padre fue encarcelado en el colegio el Rosario en Bogota y Como mi madre se había quedado
sin recursos, resolvió mandar á sus hijos al campo con mi abuela D.a Rosalía, que casualmente
había venielo á Bogotá, dejando consigo á la chiquita, que tendría dos ó tres meses de nacida, para
atender y auxiliar á mi padre en lo que pudiera. SaJímos, pues, de Bogotá en malas bestias y con
peores avías. En ese viaje monté solo á .caba110 por primera vez. Con no pocos trabajos, y
después ce cinco día s ele marcha, lIegámo~ á un pueblo que se llama viracachá, en las
inmediaciones de Tunja p32

Con taJes auspicios empezó el año de 1817. No he podido averigllar si en febrero ó á principios de
marzo fue cuando sacaron una partida ele presos entre los que iba mi padre.

Mi padre, en años pasados, había interpuesto sus respetos ante la Curia eclesiástica en pro del
Presbítero Antonio Guevara, y éste había obtenidocl curato de Chivatá. Entre las virtudes que
adornaban al mencionado sacerdote, una de ellas era la gratitud, virtud de las almas nobles, y por
desgracia del mundo, virtud muy rara. Sabiendo que su amigo y protector gemía en un presidio y
que su familia estaba en la miseria, montó á caballo y se vino un día á Viracachá, que no queda
lejos de aquel curato,.á suplicar á mi madre que le permitiera llevarme consigo, para tenerme á su
lado y enseñarme alguna cosa. p37

Largos años há que el Sr. Guevara duerme el sueño ele los justos, y siento un granele y vivo placer
al manifestarle mi gratitud, consignando entre Mis rell1iniscencias, los cuidados, el cariño y los
favores que le merecí.

a una panadería, abrió tienda: una vecina le mandaba la chicha que revolvía ó fabricaba, y él la
vendía con el pan; y la labia y los buenos 'm ocios del venezolano acreditaron en breve el
establecimiento, de cuyas ganancias, insignificantes como eran, salió la comida y el vestido de la
familia por algunos años. Benedicto nos puso en la escuela del maestro Antonio Garrido á José J
oaquín y á mí, obedecía y respetaba á ;ni madre, cuidando de que no le faltara cosa alguna, y aun
tuvo para enviar á mi padre cortas remesas, de las cuales algunas llegaron á su poder. Benedicto
se hizo querer en el pueblo: unos eran sus amigos, otros sus compadres, todos sus conocidos, y
acreditó tánto su hombría de bien, que bastaba su palabra para que le fiasen cuanto necesitaba. Y,
cosa admirable! ese joven era de una moralidad irreprensible, y no alcanzo á darme razón de
cómo se había librado elel contagio : de las malas compañías, viviendo en los vivaques y en los
campamentos, y tratando con soldados p42
Habían pasado muchos meses desde mi entrevista con el Libertador, cuando llegó á mi madre carb
del general Sanbnder, en que le decía: que el.Congreso había expedido un decreto en que
ordenaba que á los hijos de los patriotas que estaban en poder de los españoles se les pagara por
el Tesoro público la correspondiente pensión en algún eolegio; le preguntaba, además, si alguno
ele los hijos del Sr. Ortiz estaba en edad conveniente para aprovecharse del beneficio del decreto,
y la animaba á que, en caso de estarlo, no tardara en mandarlo á Bogotá. P50

El general Francisco de Paula Santander t,uvo la bondad de ser mi padrino en el acto de ponerme
sobre los hombros la beca encarnada. Ochenta alumnos internos, vestidos de la hopalanda y con
el bonete en la mano, esperaban en la sala rectoral. El general entró acompañado del rector, Dr.
Ramón Amaya, y de algunos profesores del establecimiento. El vestido ordinario eJe Su Excelencia
consistía en un gran sobretodo ele paño verde botella, forrado en pielel>, pantalón de grana con
galón fino, botas con essurado plumaje blanco y el bastón de la vicepresidencia, con puño de oro y
esmeraldas. Luégo que hubo puesto sombrero y bastón sobre la mesa, cubierta con una carpeta
de damasco amarillo, sentóse debajo del closel, adornado con el retrato elel Ilustrísimo Arzobispo
Lobo GueITero, fllndador elel colegio; hizo señal con la mano para que tomaran asiento los
circunstantes, y me dirigió un discursejo, exhortándome á que aprovechara el tiempo, y repitiendo
que en los hijos de los próceres de la independencia americana se fincaba en parte el glorioso
porvenir de la república. Al terminarlo me dio un abrazo y me mandó que abrazara al rector,
catedráticos y colegiales (los que me dieron sendos p,ellizcos). Tál era la costumbre p.52

y menos el griego, el francés, el inglés, el alemán, el italiano. De las lenguas muertas se versaban
los escolares solamente en la latina, y para ser justo en mis conceptos, debo eJecir que se
enseñaba mejor que ahora. No había clases eJe matemáticas, ni de física, ni de ciencias
intelectuales: la retórica y la poética· eran estudiadas privadamente por los aficionados. No había
enseñanza de botánica, á pesar de los adelantos hechos en ella) á principios de este siglo, por .el
Dr. Celestino Mutis, director de la Real Expedición. No había una cbse de urbanidad, no se sabía ni
qué era la gimnástica. Las enseñanzas de materia médica eran sumamente incompletas, pues nü
se estudiaba á fondo la anatomía, ni la cirugía, ni la terapéutica, ni la clínica, ni la farmacia. La
higiene corría parejas con la gimnástica: una clase de dibujo lineal hubiera sido un fenómeno, una
ele partida doble y. de cálculo, una extrañeza, y una de música, un escándalo; anfiteatro
anatómico, laboratorio químico, eran cosas ele que ni aun se tenía idea. No había ninguna clase de
historia. Los textos se reducían al Nebrija yel Gaudin, y ahí tienen ustedes literatura y filosofía;
para el derecho civil la Instituta; los cánones se estudiaban por la obra de Van Spen; la teología
moral ·por el catecismo de Su Santidad Pío v, y la Escritura sagrada por Duhamel.

Los alumnos dormían de dos en do!", de tres en tres, en piezas separada¡;, sin ninguna vigilancia:
allí podían jugar ·á los dados si querían, beber licores, hacer diabluras. Por fortuna los de aquel
tiempo no tenían tánt'a malicia, y sus pecadillos consistían en robar cajas de conserva y en
atiborrarse de golosinas. El estudio, sin vigilantes, se hacía paseando y atr0nando á gritos por los
claustros. Para ir á las aulas había que andar media cuadra, y aquello sí era de ver. P55

Bajaban los estudiantes las escaleras á brincos, salían del portón dándose puntapiés y puñadas, y
llegaban á las clases después de haber puesto la cuadra en completa revolución. En un
establecimiento tan bello, tan ordenado y tan bien dirigido, no es de extrañar que la enseñanza
fuera manga por hombro. Permanecí allí menos de un año: tiempo perdido! Como no leía ni
escribía, se me olvidó lo poco que sabía, y me quedé con los nominativos y conjugaciones de los
verbos latinos, que posteriormente hube de aprender de nuevo. Basten estas reminiscencias para
dar alguna idea de los estudios en aquella época. Viven todavía muchos de los cursantes de
entonces, á cuyo testimonio apelo en confirmación de la verdad de mi relato. P56

Detúvose mi padre en Bogotá unos pocos días, durante los cuales no me aparté de su lado ni un
solo instante, ni de día ni de noche, pues dormíamos en una misma cama. Mi padre me I compró
vestidos de que estaba muy escaso, varios libros que me faltaban, me dio algún dinero, y regresó
dejándome en el seminario, no sé por qué ni para qué, pues bien debió conocer por mis
respuestas que yo nada había aprendido. Al cabo de tres meses mandó á un campesino formalote,
llamado Jiménez, con dinero y caballos para que me llevara á Paipa á pasar el asueto. P60

El Congreso, reunido en la villa del Rosario ele Cúcuta, en atención á los méritos, servicios y
padecimientos de mi padre, le nombró Ministro de la Corte Superior de Justicia del Distrito del
Centro, que debía establecerse en la capital de Colombia, con un sueldo anual de tres mil
seiscientos pesos. Oicha suma nada despreciable en aquellos tiempos en que la \"ida era muy
barata, hizo que mi padre se resolviese á veuder la hacienda ele El Salitre en cincuenta y cuatro mil
pesos á D. Juan Manuel Arrubla, traspa· sándole unos cuántos miles de principales que reconocía
sobre ella. En seguid::J. nos trasbdámos á Bogotá, y mi padre, después de haber instalado por
comisión la Su prema Corte de J usticia, tomó a'iiento en el Tribunal del Distrito.p61

Su sueldo fue primeramente rebajado á dos mil -pesos por un decreto del vicepresidente San·
tander, so pretexto de introducir economías en l6s gastos públicos; después, y con igual pretexto,
fue reducido á mil ochocientos; y últimamente, para hacer economías en el servicio público, á"mil
quinientos: aquella era mucha economía, mucho celo por el Tesoro nacional, y como no había
dinero en caja, el pago se hacía en pape· les que sufrían un gran descuento en el mercado. Mi
padre fue gastando cuanto le quedaba, y al cabo de algunos años se encontró cargado de familia y
de obligaciones, y sin más recursos para vivir con la decencia que exigía su rango, que aquel sueldo
miserable, y debe notar el curioso lector que esto pasaba á tiempo que entraban en la tes~rería
los millones del empréstito. P62

Viendo mi padre que yo no sabía escribir, compró la obra de caligrafía ele D. Torcuato Torío de la
Riva, discípulo elel afamado Palomares, para que imitara su letra en las horas que tuviera vacantes
despuéo de concurrir á la clase, y para que aprendiese también á escribir José Joaquín, que sacó
una forma de letra muy clara y elegante. 65

M uy atrasado estaba yo en latinidad, y mi padre que, no sin razón, juzgaba de muchísima


importancia aquel estudio, empezó á darme lecciones, y no contento con eso, me puso un
maest't·o que van á conocer mis lectores. Era D. Julián Torres, padre del célebre Dr. José María
Torres Caicedo, que ha residido muchos años en París, y es conocido en la América española por la
incontrastable firmeza de sus principi03 políticos y por sus escritos literarios. A la fecha está
encargado ele la redacción del Correo de Ultramal'. Torres Caicedo estuvo hecho cargo ele la
publicación ele El Día, en 1850, y poco antes había redactado un periódico llamado El Progreso. En
el año citado, una parlida armada rompió las puertas del establecimiento y se introdujo á los
salones en que se componían las páginas de La Civilización y de El 'Día,' descompuso los moldes,
echó á perder las prensas é inutilizó todo 61 material de la imprenta, que era una de las mejores
que había en el país, y todo ese furor porque le hacían la oposición al Presidente López, que se
apellidaba democrático, jefe del partido liberal, hombre de principios, etc p66

Verdad es que La Civilización, escrita por los Sres. Mariano Ospina y José Eusebio Caro, había
subido á un punto de exacerbación en sus discursos que daba miedo, y El Día llegó hasta cstampar
en sus columnas caricaturas contra el Presiden le, en ql1e le representaban vestido de general,
con grandes orejas de burro, una botella de aguardiente y un par ele dacios, ataques personales
que estoy muy lejos de aprobar, pues la imprenta es una arma santa que ha de esgrimirse
noblemente contra los enemigos. P66

Torres Caicedo tuvo en B0gotá UJI duelo en que se portó dignamente, y recibió un balazo debajo
del omoplato izquierdo. No hubo en la capital quien le sacara la bala, hasta que se la extrajo en
París el Sr. Velpeau. Desde entonces se ha quedado vivicndo en Europa ese célebre compatriota y
amigo. El Gobierno de Venezuela p67

le ha nombrado Encargado de Negocios, en tanto que en su Patria no se han acordado de él;


porque, digamos la verdad, las elecciones son aquí una farsa, y las pandillas que las dirigen no
trat~n de mandar al Congreso sino á sus afiliados. Durante la administración Ospina se sentaron en
el Congreso algunos niños que 110 podían competir y menos igualar en servicios ó en saber á
Torres Caicedoj y para éste no hubo ni un voto. i Olvido cruel que pinta el desagradecimiento del
partido á cuyos triunfos ha consagrado Torres Caicedo todas sus fuerzas! Recientemente ha
publicado en París un volumen precioso, titulado RELIGIÓN, PATRÚ. Y AMOR, que contiene las
poesías ele su juventud. Muy lisonjero habrá sido para ~l joven granadino el juicio fa\'orable ele
literatos de tánta nombradía como Lamartine, Méry, Jules Janin, Abigaíl Lozano, Zorrilla y Rapela,
que prodigan elogios al cantor de la Patria, de la Religión y del Amor. Ha . publicado también dlls
tomos de Los hombres ilusl,'cs de la América española y una obra Sobre la cslmcliwa del Gobic
ingles p67

Muy bien lo hicieron los alumnos, es decir, no se pifiaron en sns respuestas. Mi padre salió
contentísimo, y me dio en el al/oza/lo un apretado abrazo. Ese fue mi premio! Me examinó en
geografía esférica y principios de astronomía el DI'. D. Manuel Barios, orador famoso de la Cámara
de Representantes, íntimo amigo de mi padre. Dicho señor fue el que compuso una sátira · contra
el Dr. Vicente Azucro, redactor e1e l Correo de Bogotá, inserta en La Guimalda, pero mutilada,
porque mi hermano, al dar á luz en su imprenta aquella colección, le cercenó los pasajes más
atrevidos. Entre lo conservado hay un trozo que em pieza así: "Cuando tú en comilonas y saraos A
tiranos odiosos adulabas," etc.p71

Sigue describiendo Jos trabajos que pasó en 1819 en los Llanos ele easanare, y emplea esta
valiente personiJ1cación: "Dígalo U pía undoso, arrebatado, Cuando al vadearlo mo arrastró
consigo, y dol sombrero sólo despojado Salí, del sol al rayo, tÍ l,t pelea, Cuyo lugar, me acuerdo,
envuelto en ll ama~ A mis ojos p:1rece que aún humea." El que esc"ribía tales versos era, sin
disputa, un buen patriota y un hombre ele talent p71

bía cuatro palotes de latinidad, que había cursado bien ó mal"lo que llamaban matemáticas y
física, tenía abierta la senda para abrazar el estudio de las leyes, ele la teología ó de la medici· na.
Yo prefería este último como más positivo; pero mi padre se opuso, y sólo por obedecerle, por
darle gusto, aunque con la mayor repugnancia, tomé en mis manos Las Instiluciones del
emperador ]ustiniano, y las Definiciones del Cujacio. El yá citado Dl". Pablo Francisco Plata, que
ocupaba una silia en el coro metropolitano, fue mi catedrático. Mi padre me refirió que el Dr. Plata
llevaba dieciocho años de enseñar Derecho civil romano. En toclo el año no salímos de los dos
títulos De jusiilia ei jure y De rerum divisiolle el de acquirendo earLtlll dominio. Entretanto
adelanté mucho en el latín y en el frances, y empecé á tomarle cierto saborcejo á la lengua y
literatura españolas, á las cuales he sido desde entonces ¡uuy aficionado. P76

Por aquel tiempo compuse el Monólogo de La Virgell del Sol ó la Sacerdotisa peruan{/, que tiene
una cancioncilla de prólogo y otra de final, y fue representado en las comedias que solían dar los
colegiales de San Bartolomé, por mi hermano José Joaquín, de catorce años de edad, y que era
muy bien parecido. La señorita D,a Bernardina Ibáñez, que se llevaba entre muchas la palma de la
hermosura, se encargó de vestir á la sacernotisa y la vistió lujosamente. Compuso la música de los
coros el Sr, Valentín Franco; y si el escenario no b ubiera sido tan malo, la obra habría producido
mucho más efecto. Sin embargo, fue muy aplaudida, y yo quedé contento por entonces; después
he visto que merecía entregarse á las llamas, por 10 cual no lo inserto entre mis versos. p83

Gustosisimo con mis adelantos. Destituído en su destino en la Corte de Justicia, por desafecto á la
política de Bolívar, se hallaba mi padre pobre, y me vi en la necesidad ele solicitar un empleo, á
mediados de I831, para socorrer á mi familia con mi trabajo. Entré á servir en la Secretaría de
Relaciones Exteriores, en la plaza de archivero, con seiscientos pesos anuales de sueldo. Estaba de
Secretario mi maestrn de filosofía, D. Félix Restrepo, y seguí sirviendo en el mismo despacho á
órdenes del Dr. Francisco Pereira, de D. Alejandro Vélez y D. Lino de Pombo. Así fuimos pasando la
vida algunos años, y mi padre no cesaba de instarme á fin de que coronase mi carrera obteniendo
el grado de do'ctor y recibiéndome de abogado de los tribunales de la República; me resolví, por
último, y habiendo pedido una licencia de tres meses para separar- 96

Poco después escribí La cáscara alllaqJa, periódico impreso en Bogotá, consagrado á combatir
algunas de las doctrinas de la obra de Legislación de Jeremias Bentham, puesta en manos de la
jl1ventud por decreto el el gener::ü Santander. Aquella obra fue el fermento que corrompió el
corazón de la jl1ventud neogranadina, y fruto de tales estudios la cosecha de e~cándalo s con que
en la actualidad espantamos á las repúblicas americanas. Dos añ os más tarde, D. Gregorio Tanco,
José Eusebio, Francisco Javier y Antollio Caro, mí hermano José Joaquín y yo, emprendimos la pu- '
blicación de otro periódico puramente literario,. Que Pepe (así llamábamos á nuestro gran poeta)
bal1tizó con el nombre de La Estrella Nacional. Nos reuníamos á conferenciar en casa de Pacho
(Francisco Javier) y á reírnos, Como mozos de buen humor, ele nuestras ocurrencias y de nuetro
triste periódico que tenía un solo mérito: e1 de ser el primero consagrado á la literatura en este
país. Pepe no se había señalado escribiendo las ardientes y patrióticas páginas cle El GranadÚlo,
¡ ni había compuesto los magníficos cantares que le han ganado una fama continental. Pacho es
verdad que pulsaba también la lira; pero sin sospechar que emplearía los mejores años de su vicia
haciendo números, hasta llegar á ser Jefe ele la Contabilidad general. Antonio, joven de brillante
imaginación, esta ba lejos de pensar que su amor á la patria lo llevaría á perecer en las aguas del
río ele San Gil. D. Gregorio, tío de Pacho y de Antonio, vivía y sigue consagrado á la carrera de
oficinista, amigo siempre de las luces en nuestro país. José Joaquín mi hermano, había llamado yá
la atención pública con algunas ele sus producciones. Yo presidía aquella reunión de jóvenes de
esperanzas, tan aplicados al estudio de las lenguas, de 'la literatura, de las matemáticas; y puedo
añadir, sin faltar en un ápice á la verdad, de jóvenes ilustrados, en cuyas cabezas ardía la chispa
del talento, y cuya conducta podía servir de modelo á la juventud estudiosa. 103

Redujéronse las fiestas á misas solemnes con elocuentes sermones, á comicias abundantes con
buenos vinos é improvisaciones muy felices del talentoso canónigo, á cantos y bailes, fuegos de
pólvora, que estuvieron á pique de incendiar á GUélyatá, á una representación de la Dormnillta de
Vargas Tejada, á juegos de bisbis, y de naipes para la gente principal, y de bolos, tángano y
cachimona para el pueblo; á mucha chicha, á mucho guarapo, á muchas trompadas y puñadas, y á
mucho contento y alegría en que la amistad, el amor, la juventud, la hermosura, el placer, la risa y
las gr:1cias se abrazaban y enloquecían coronadas ele rosas y jazmines. 108

El hecho flle que perclí mi colocación en la Secretaría cld Interior y no conseguí el destino de Juez
letrado, porque el sujeto que lo desempeñaba no renunció y creo que ni pensaba en renunciar.
Entretanto era preciso vivir, y me consagré á dar lecciones en algunas casas particulares. Mis
discípulos de aquel tiempo fueron Miss Mariana Turner, niña hermosísima, de doce años de edad,
hija del Ministro plenipotenciario de S. M. B., una señorita París y los hijos de D. Ignacio Morales.
Dando aquellas lecciones ganaba lo mismo que en la Secretarí3, y disfrutaba de más libertad 109

José Joaquín, qne empuñó las armas en 1840 sin cobrar sueldo alguno, formó en la milicia cívica
encargada de la custodia de la ciudad, que ' en su ca1idacI de guardia de reserva debía ba-' tirse en
el último caso; y éste no lleg~, merced al heroico valor ele N eira, á quien pusieron sobre sus
hombros las estrellas de general en sn lecho ele muerte. Prendió la-llama elel amor en el pecho
del joven cívico, que era entonces muy gallardo y bien parecido, y se casó con la señorita Juliana
Malo, sobrina del general José María Ortega y de D. Antonio Nariño, ilustre fundador de la Re
pública. Ella, con su honradez y buen genio, ha endulzado las arnfLrgas horas de la existencia de mi
hermano, y le ha hecho padre de numerosa prole. Han tenido once hijos de su matrimonio, á
saber, cuatro varones¡ José Joaquín y Juan Francisco que murieron de pocos años de edad,
lIellándonos de indecible pena: otro José Joaquín y Francisco José que viven, y siete mujeres que
se llaman María del Carmen, Isabel de la Paz, María del Rosario, Ana María, Trinidad, María Josefa
y Mercedes. Yo fui padrino de mi hermano en su casamiento, y he tenido en la fuente bautismal á
la mayor parte de estos ama dísimos sobrinos 128

Joaquín, recién casado, estaba empleado de oficial ntÍmero 14, en la oficina del Crédito Público,
con un sueldo que me da vergüenza escribir la cifra que lo representa; sin embargo, no será fuera
de propósito que lo sepa el lector que, poco á poco, ha venido informándose ele nuestras penas y
miserias. Y su asombro crecerá de punto al considerar que vivimos en una ciudad en donde el pan,
la carne, la sal, el combuslible, en fin, los artículos necesarios para la vida, son más C.1ros que en
Londres. El sueldo del supernumerario, hijo de un prócer de la Independencia, que escribía tan
bien, que sabía la lengua castellana cual lo revelaban sus producciones, que entendía la
contabiiidad, que era amado de sus jefes por su honrada conducta y buenos modales, era de 33
pesos 4 reales, moneda de ocho décimos. Milagro fue que viviera con aqueIla suma, y sin embargo
.... vivió! Yá se infiere cómo! Sólo Dios supo las amarguras de nuestra situación en aquel entonces
y después 138
Tres sacerdotes he conocido, entre muchos, aquí en la Nueva Granada, que se han captado la
veneración de las poblaciones en que residían: MargalIo en Bogotá, Vásquez en Tunja y el Padre
Ortiz en Cali."152

Aquí no se encuentra estímulo ni en 103 gobernantes ni en los particulares. Los primeros, una vez
colocados en el poder, no piensan sino en hacer su pacotilla para el día de mañana . ¡Consbnte
previsión para no volver á l~ vida privada con las manos vacías, sin un fuerte capital! Lr¡s segundos
no leen, y los pocos que hojean Utl libro lo quieren prestaeló. Pero sigamos 169

Poco antes de mi viaje á Chocontá, trabé íntimas relaciones de amistad con nuestra célebre
poetisa la Sra. Silveria Espinosa, á quien yá había conocido, de quince años, en el pueblo de
Fómequej joven esbelta, de negros ojos y de negros cabellos, y adornada con la triple corona que
formaban en torno de sus sienes la rosas de la edad, los laureles del talento, y las azucenas,
símbolo perfecto de la pureza de su corazón. Casó en primeras nupcias con D. José María Cama·
cho; el cual era tan miope que tnvo un fin desastrado. Se botó á nadar en un pozo, que llaman La.
Teta del agua, en Tunja; y creyendo que nadaba en la parte en que tal ejercicio puede hacerse sin
peligro, se desvió, y sin pensarlo se fue acercando ·á un remolino profundo que se lo sorbió.
Pasaron años y la viuda contrajo matrimonio con D. Telésforo Sánchez Rendón, apreciable sujeto.
Saludé á Silveria en su nuevo estado en unos semi-versos que le dirigí desde Antioquia. Silveria se
ha hecho conocer en la prensa de la América española y de la Península por sus producciones
literarias. No puedó decir ni ay! ni uy! acerca de ellas, pues no me reconozco suficientemente
imparcial. He sido siempre uno de sus panegiristas: es mi discípula ele italiano y le be dado
lecciones de literatur;¡, así, como quien no quiere la cosa, en conversación, burla, burlando.
Pondré, pues, algunas muestras, y ellas, estoy seguro, se defenderán ante la crítica ilustrada, y si
no, qué vamos á bacer? padencia y baraj;¡r! como e1ecía Durandarte en la cueva de Montesinos.
176

La rebción ele mi viaje se publicó en El Conservador, periódico que redactó mi hermano por un
año (f847), con el caritativo designio de ilustrar al pueblo en religión, en 1I10ral y en algunas cosas
útiles. En f840 había escrito él también seis números de El Cóndor, periódico político-literario. 191

Mi hermano publicó por entonces el primer tomo de El Pamaso Granadi11o, que contenía las
producciones selectas de nuestros más aventajados ingenios. La obra seguía el orden alfa bético
de los apellidos, y me parece que alcanzó hasta la M. 192

Sin embargo, como la calumnia clava sus dientes de acero hasta en las más acendra'das
reputaciones, hubo un perillán, que yá es muerto (Dios le haya perdonado 1), que escribió contra
mí un libelo en 1853, asegurando que se me había seguido causa por el robo de dos mil pesos.
Siguióse la causa efectivamente; y el lector va á saber, abara mismo, cómo se perpetró y en qué
consistió ese pícaro robo. 193

En este país no puede juzgarse de los discursos parlamentarios, porque los diputados tienen
horror á la publicidad; y ellos y yo sabemos bien por qué. El servicio de los taquígrafos . se redujo
alguna vez al milagro que hacía el español D. Andrés Sanc1ino, mi estimado amigo, llevando la
palabra á los senadores, y traduciendo después él mismo sus notas taq~igráficas; y dije milagro
por ser una persona sola la que daba evasión á un trab:tjo que está repartido entre muchos
taquígrafos en la Cámara ele los Comunes. Allá el uno recoge la palabra, y el otro descansa, éste
traduce y aquél corrige las cuartillas que se mandan á la imprenta del Times; y sucede de ordinario
que el orador está hablan· do todavía y yá circulan sus pensamientos, no sólo en Lonclres, sino en
muchas leguas á la reclonda 200

219

Las luchas que se trabaron en la Asamblea fueron terribles, furiosas: cada partido sostenía sus
principios con encarnizamiento: los hombres de la escuela liberal insultaban a menudo á Malo
Blanco, haciendo raya entre ellos el diputado Ricardo Becerra. Malo Blanco guardaba grave
silencio, o les respondía lacónicamente. haciendo alarde de los más finos modales. y de las
respuestas más comedidas. Por aquel tiempo produjo el Eco de Boyacá, periódico en que
escribíamos mi hermano y yo, un artículo afirmando que los señores liberales tendrían valor,
talento, cuanto se quisiera; pero que les fallaba CARREÑO; es decir, estudio del Manual de
urbanidad y buenas maneras de D. Manuel Antonio Carreño, que servía de texto en el Colegio de
Boyacá.

Habiendo quedado vacante la Secretaría de Hacienda, suplicándome encarecidamente el


Presidente Torres, por conducto del Dr. Rafael Martínez, que me encargara de ese portafolio, y lo
acepté a punto que acababa de instalarse la Asamblea. A los quince o veinte días se separó de su
puesto el Secretario de Gobierno, y el Sr. Torres me encargó igualmente de aquel Despacho. Tuve,
pues, que ponerme al corriente del estado de los negocios que cursaban por ambas Secretarías,
para evacuar verbalmente o por escrito los informes que me pedían en la Asamblea; y tuve que
estudiar la legislación del Estado y sus recursos fiscales para estar en aptitud de resistir en la agria
Lucha parlamentaria, levando Ia palabra por el Encargado el Poder Ejecutivo. Presenté y sostuve
varios proyectos, y entre otros uno de ley sobre orden público, que produjo largas y acaloradas
discusiones. Los liberales, por su parte, formularon los artículos del credo político de los Gólgota (u
liras) en otros tantos proyectos de ley que fueron, primero despeo clazados por Malo Blanco, con
sn palabra clara y luminosa, y enterrados después por la mayoría de la Asamblea en la cual
figuraban hombres de bien y patriotas sinceros. Entre éstos tengo el gusto de mencionar al
español Miguel Jerez, Diputado por Casanare, que me entretenía en voz baja con sus chistes en lo
más rudo y áspero de los debates.

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