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Una política pública no se lleva a cabo en el vacío, los recursos de que dispone
cada actor influyen desde el principio en los resultados intermedios y finales.
Tradicionalmente, los analistas identificaban como recursos únicamente el derecho
(bases reglamentarias) y los económicos y personales. Sin embargo, se ha puesto de
relieve que la información, la organización, las infraestructuras públicas, el tiempo
y el consenso también son recursos, y en algunos actores, la capacidad de
movilización.
La dotación de recursos, su producción y gestión pueden tener gran influencia
sobre el proceso, los resultados y los efectos de una política pública, por lo que deben
considerarse como decisiones políticas que no pueden depender exclusivamente de
los poderes públicos. La Nueva Gestión Pública aconseja dejar en manos de
órganos ejecutivos el monopolio de la explotación de recursos como organización,
el tiempo y el consenso, a fin de limitar la influencia del Parlamento y otros
órganos gubernamentales, entendiendo esta influencia como trabas a una buena
gestión, y no como garantía de ella.
El peso de cada recurso es relativo, varía de una política a otra. Los actores
intercambian algunos de éstos recursos para alcanzar sus objetivos, siendo éste
intercambio la parte esencial de las interacciones a analizar. Durante tales
intercambios, pueden modificarse los recursos (P.ej. una información privada que se
convierte en pública desde que todos los actores tienen acceso a ella, el derecho que
asiste a unos actores limitando a otros, etc.). Se trata de analizar cuales son los
recursos de que dispone cada actor y su utilización (exclusividad/no exclusividad) y
la cantidad (rivalidad/no rivalidad en su consumo) para establecer las reglas
institucionales que regirán una política pública. Para los politólogos y sociólogos son
esenciales la obligatoriedad y la legitimidad, para los economistas el trabajo, el
capital y la organización, para los juristas el derecho de intervención.
Proponemos distinguir 10 recursos que los actores públicos y privados tratarán de
producir y movilizar (ó no) durante la formulación y ejecución de una política pública.
Esta tipología se inspira en diversas fuentes, y se encuentran repartidos de manera
desigual entre los actores participantes, aunque en su mayoría son accesibles a
todos por su carácter público (P.ej. el recurso jurídico está a disposición
prioritariamente de los actores político-administrativos, el derecho de intervención
puede conferirse a un actor privado, etc.). Pueden existir más recursos que hasta ahora
no se hayan puesto de relieve. (ver gráfico 6 pág. 73).
El consenso es un recurso del cual los actores pueden disponer ó no, según su
situación. La ausencia de consenso significa la aparición de bloqueos y conflictos, y
su existencia aporta un capital de legitimación suplementario, muy importante para
la implementación.
El consenso entre los actores político-administrativos, los beneficiarios finales y los
grupos-objetivo se ha convertido en primordial para la implementación de las
políticas públicas, dada la presión y obstrucción que podría producirse contra ella.
El recurso “consenso” se distingue de la “legitimidad primaria” (constituida por el
apoyo político de la mayoría democrática, expresada en la designación de los
actores gubernamentales ó en la aprobación de las normas que sustentan las
políticas públicas y las reglas del juego), pero ello no determina las modalidades
específicas ni los contenidos concretos.
El procedimiento administrativo clásico no preveía derechos de participación
específicos para las personas involucradas sino que se limitaban a garantizar a los
administrados el derecho a ser escuchados y a recurrir las decisiones tomadas. Con
el tiempo, estos derechos de participación fueron ganando fuerza y durante los años
80 se extendieron a los beneficiarios finales, reconociendo la necesidad de una
doble legitimidad de la acción pública: la procedente del soberano (primaria) y la
proveniente de los grupos –objetivo y beneficiarios finales (secundaria). Este
consenso fué considerado necesario para evitar bloqueos y las avalanchas de
recursos ante los tribunales. También permite economizar en tiempo, derecho y
dinero.
Los recursos de consenso son muy frágiles, se pueden romper en cualquier
momento, ya que la “cultura del consenso” requiere una continuidad en el tiempo,
una igualdad de acceso de los actores, organismos para la solución de los conflictos,
una política tolerante y la garantía de intercambios suficientes entre las
instituciones.
En algunos países se han llegado a crear grupos estables de consenso en materias
concretas.
Cada uno de los recursos posee sus propias “leyes” que rigen su producción,
reproducción y explotación. Ya contamos con desarrollos significativos en la
administración de personal, dinero, organizaciones e información.
En el ámbito de la gestión del consenso podemos referirnos a un desarrollo
incipiente en ámbitos de “mediación” y “evaluación participativa”, etc. La gestión
del tiempo tiene realizaciones específicas (logística). Todo analista de políticas
públicas debe conocer las especificidades administrativas de la producción y gestión
sostenible de todos los recursos del Estado. De acuerdo con el postulado del
desarrollo sostenible, todo recurso escaso debe ser usado de manera mesurada,
teniendo en cuenta el largo plazo. Esta óptica es importante para el sector público, ya
que todo parece indicar que los recursos ahí se usan de manera ineficiente y no
sostenible: abusamos del recurso “tiempo” acelerando la producción sin reflexión,
del recurso “derecho” se deriva cada vez más incertidumbre (¿es legal ó no lo es?),
la producción de información es cada vez más abundante, pero menos específica, y
los “recursos humanos” tienen pocas posibilidades de formación. El consenso es
falso y lleva a resultados sin sentido ni legitimidad.