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CD . S. Laudes; P.

¿Mathias,; Ç
J. Pradal, S. C
B. Saul

La Revolución
industrial
Editorial Crítica
Este nuevo volumen de estudios sobre la in ­
dustrialización responde no sólo a la necesi­
d a d de a ctu a liza r los contenidos, sino a la de
adaptarse a los cambios de enfoque de estos
últimos años.
Porque, como dice el profesor J o rd i N a d a l en
el prólogo a este volumen, la postura del his­
toriador se ha modificado profundamente des­
de un pasado inmediato en que, «en plena vo­
rágine desarrollista, se sentía más proclive a
indagar los caminos conducentes a la indus­
trialización que el ser del fenómeno indus­
tr ia l propiamente dicho», hasta un presente
en que, «en plena crisis del desarrollo, no ha
tenido más remedio que volver a las cuestiones
de fondo e interrogarse sobre el qué y el porqué
de la Revolución in d u stria l» .
E l libro se inicia con una introducción de Pe-
ter A íathias, que incorpora temas como el de
la protoindustrialización o los análisis regio­
nales. Siguen visiones renovadas de la indus­
trialización en G ran Bretaña (Saúl) B él­
gica (Lebrun), Francia (C ayez), Estados
Unidos (N orth ), A lem ania (T illy ), Suiza
(Bergier), Ita lia (M ori), España (N a d a l),
Rusia (C risp), los países de la periferia eu­
ropea (Berend y R an ki) y Escandinavia
(H ildebran d). Y se cierra con una reflexión
metodológica de D a v id S. Landes, llena de
sugerencias para el futuro. i
;

IS8N:84 423-36
P. MATHIAS, S. B. SAUL, P. LEBRUN,
P. CAYEZ, D. C. NORTH, R. H. TILLY,
J.-F. BERGIER, G. MORI, J. NADAL,
O. CRISP, I. T. BEREND, G. RANKI,
K.-G. HILDEBRAND, D. S. LANDES

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Prólogo de
JORDI NADAL

EDITORIAL CRÍTICA
Grupo editorial Grljalbo
BARCELONA
Traducción castellana de JUANA BIGNOZZI y GABRIEL IZARD
Revisión de PERE PASCUAL
Cubierta: Enríe Satué
© 1986: I. T. Berend, J.-F. Bcrgier, P. Cayez, O. Crisp, K.-G. Hildebrand,
D. S. Landes, P. Lebrun, P. Mathias, G. Morí, J. Nadal, D. C. North,
G. Ranki, S. B. Saúl, R. H. Tilly
© 1988 de la traducción castellana para España y América:
Editorial Crítica, S.A ., Aragó, 385, 08013 Barcelona
ISBN: 84-7423-361-5
Depósito legal: B. 17.219 • 1988
Impreso en España
1988.— NOVAGRAFIK, Puigcerdá, 127, 08019 Barcelona
PRÓLOGO

El libro que me honro en presentar se ofrece, en España y fuera


de ella, como el relevo del que, bajo el título La industrialización
europea. Estadios y tipos, Editorial Crítica publicó en 1981. En
aquella ocasión, la obra impresa recogía una parte de las ponencias
defendidas en un congreso internacional celebrado once años antes
en Lyon. En la ocasión presente, él volumen reproduce todas y cada
una de las aportaciones a otro congreso internacional, de sede floren­
tina esta vez, reunido en 1981.
La comparación de los dos volúmenes es aleccionadora. En Fran­
cia, el Centre National de la Recherche Scientifique, organizador del
encuentro, habla partido del supuesto que la industrialización del
siglo X I X es un terreno perfectamente acotado, en el que los únicos
secretos por descubrir son el momento de la puesta en cultivo y el
rendimiento preciso de las distintas parcelas. En Italia, el Comitalo
per le Scienze Economiche, Sociologiche e Statistiche, del Consiglio
Nazionde delle Ricerche, responsable de la convocatoria, ha supuesto,
muy al contrario, que la industrialización del ochocientos es un cam­
po de límites todavía inciertos en que los problemas de acotamiento
cronológico y geográfico se complican, como cabía esperar, con otros
de medición e incluso de conceptualización. La protoindustridización
ha precedido a la industrialización. Las regiones han pesado más, en
el mapa industrial, que las naciones. El distanciamiento del Reino
Unido respecto de Francia y, quizá, de otras potencias ha sido exage­
rado. Industrialización y Revolución industrial no son términos sinó­
nimos, etc. Desde los años 1970, la sombra de Mendels, de Pollard,
de O ’Brien, de Berend-Ranki y de otros no ha cesado de alargarse.
El cambio, de un congreso a otro, debe relacionarse menos con
una manera de ser diferente de convocantes y convocados ( varios de
8 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

los asistentes en Lyon también estuvieron presentes en Florencia)


que con las enseñanzas del tiempo transcurrido. En 1970, en plena
vorágine desarrollista, cuando la evidencia de un decenio incitaba a
confundir, sin mayores cavilaciones, «industria» y «progreso eco­
nómico», el historiador se sentía más proclive a indagar los caminos
conducentes a la industrialización que el ser del fenómeno industrial
propiamente dicho. En 1981, en plena crisis del desarrollo, cuando
la evidencia de otro decenio, o casi, ha defado malparadas las virtu­
des del industrialismo, el historiador no ha tenido más remedio que
volver a las cuestiones de fondo e interrogarse sobre el qué y el
porqué de la Revolución industrial. ¿La Historia maestra de la Vida?
En este caso concreto, más bien la inversa: ¡la Vida maestra de la
Historia!
Por su condición de científico social, el historiador no puede, ni
debe, sustraerse al flujo de las coyunturas que ritman su propia exis­
tencia. En Lyon (1970), el sueco Karl-Gustaf Hildebrand había atri­
buido a la demanda exterior de materias primas y productos semi-
elaborados ( madera, pasta, lácteos) el origen de la industrialización
escandinava. El Florencia (1981), Hildebrand ha vuelto al mismo
tema con el énfasis puesto, esta vez, en las transformaciones del
sector agrario y la creación consiguiente de una demanda interna
de artículos manufacturados. La primera fórmula tenía el encanto de
la sencillez y la ventaja política de llevar un mensaje de esperanza a
los países del Tercer Mundo (aunque el clisé tenía también su nega­
tivo, como era el caso de las exportaciones mineras españolas). La
segunda vuelve a plantear la cuestión en términos de extrema comple­
jidad, desmitifica el sector secundario (la interrelación entre activi­
dades agrarias y actividades industriales puede llegar a difuminar las
fronteras entre ambas) y abre pocas expectativas a los pueblos atra­
sados. Corresponden a la cara y a la cruz de una coyuntura que, de
golpe, ha pasado de las luces a las sombras.
Por fortuna, el movimiento de vaivén no significa regresar al
punto de partida. Ni ¡a crisis ha retraído la historiografía económica
a las posiciones de 1960, ni la superación de la misma está supo­
niendo el retorno a los planteamientos historiográficos de 1970. En
este sentido, ninguna trayectoria resulta tan ejemplar — «representa­
tiva» y «modélica» al mismo tiempo— como la de David Landes.
En 1969, su Unbound Prometheus, un libro fuera de serie sobre el
desarrollo de Occidente, había aportado «una visión apocalíptica de
PRÓLOGO 9

la Revolución industrial», singularizada por «los logros de la fábrica


y de las tecnologías intensivas en energía», bajo la batuta del «gran
capital» (Maxine Berg). En 1983, su Revolution in Time, una obra
apasionante, por traducir, acerca de «los relojes, la medida del tiem­
po y la formación del mundo moderno», primer estudio en profun­
didad de la industria relojera suiza, en cuyo desenvolvimiento histó­
rico destacan la tradición artesano, la insignificancia de las necesidades
energéticas y la parvedad de las exigencias financieras, configura la
imagen menos rupturista de la industrialización. El lector avisado
encontrará algunos atisbos de esta idea, tan novedosa, en el trabajo
del propio Laudes que cierra este volumen.
La historia industrial discurre por unos cauces más anchos cada
vez. La función pautadora no ha sido una exclusiva de la industria
algodonera. Por otra parte, la ausencia de industrialización, en el
sentido pleno de la palabra, no excusa el desinterés por los esfuerzos
industriales de impacto más reducido, que se han prodigado aquí y
allá. En el caso concreto de España, las posibilidades de la disciplina,
apenas entrevistas, son inmensas.

J ordi N adal

Barcelona, abril de 1988


Peter Mathias

INTRODUCCIÓN

1. P rotoindustrialización y Revolución industrial

La cuestión de la protoindustrialización debe ser un tema des­


tacado en cualquier texto de presentación de una serie de casos
históricos nacionales que pretenden reconstruir, a la luz de inves­
tigaciones recientes, nuestro conocimiento del proceso de industria­
lización, por lo menos en sus primeras etapas, en diferentes países
europeos. La práctica totalidad de las contribuciones contenidas en
este libro atestiguan el impacto que este concepto de «industrializa­
ción antes de la Revolución industrial» ha tenido en esta década
desde que Franklin Mendels lo introdujera en el Journal of Economic
History en 1972.1 Ha resultado ser una criatura vigorosa, que ha
crecido rápidamente desde su nacimiento, de propiedades proteicas
para el desarrollo de la investigación, ampliando su horizonte, incre­
mentado sus exigencias conceptual y metodológicamente.1 La «proto­
industrialización» de Mendels ha sido para la historiografía de la in-12

1. F. Mendels, «Proto-industrialisation: the first phase of the Process of


Industrialisation», Journal of Economic History, X X X II (1972).
2. Para una reseña de la literatura redente sobre la protoindustrializadón,
cf. P. Deyon y F. Mendels, «Aux origines de la révolution indostrielle: indus­
trie rurale et fabrique», Revue du Nord, LX3 (1979); «Proto-industrialisation,
théorie et réalité», Revue du Nord, L X III (1981); P. Kriedte y otros, Indus-
triaiisation before industrialisation, Cambridge, 1981 (hay trad. cast.: Industria­
lización antes de ¡a industrialización, Crítica, Barcdona, 1986); F. Mendels,
«General report», sec. A 2 , Proto-industrialisation: Theory and Reality, V III
International Congress of Economic History, Budapest, 1982; S. Pollard, ed.,
Región und Industrialisation, Gotinga, 1980.
12 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

dustrialización de la década de 1970 lo que el «emprcsariado de


Schumpeter fue para la de 1950 y el «despegue» de Rostow para la
de 1960. Su presencia como tema de una sección principal en el
V IH Congreso Internacional de Historia Económica de Budapest en
1982 suscitará, sin duda, mucha más investigación durante los años
ochenta.
La mejor prueba del impacto de tal concepto es el haber promo­
vido tantas investigaciones y que se ha convertido en un poderoso
instrumento de enfoque, organización, estructuración e interpreta­
ción. Gracias a él han encontrado cabida en un nuevo sistema con­
ceptual datos ya muy conocidos sobre industrias surgidas en la Edad
Media en contextos urbanos, y más tarde especialmente en medios
rurales, en muchas zonas de los países europeos.3 5* Esta metamorfosis
ha cambiado, en diversas perspectivas, el significado de hechos tra­
dicionalmente conocidos, proponiendo además nuevas e importantes
interrelaciones. Sin duda, en algunas zonas de la mayoría de los países
europeos, el desarrollo de industrias artesanales rurales, por lo gene­
ral del ramo textil o dedicadas al trabajo de los metales y al comer­
cio de pequeños objetos para los mercados de consumo, proporcionó
un aprendizaje crucial para el progreso económico. Estas industrias
fomentaron la movilización de capital, el desarrollo de una fuerza
de trabajo industrial en el seno de la sociedad rural y de la agri­
cultura (en el caso de la producción no urbana), la proletarizadón del
trabajo en algunos contextos, y el desarrollo de conocimientos técni­
cos, de iniciativas empresariales, de instituciones de mercado, de rela­
ciones comerciales, etc. El desarrollo de un mercado supralocal fue una
condición necesaria para la suficiente concentración del trabajo y de
la producción con el fin de hacer operativas tales dinámicas e interac­
ciones a nivel local: la relación simbiótica (sin que ello implique una
dirección particular de causalidad) entre el crecimiento de población
local, la emigración y la disponibilidad del mencionado empleo no
agrícola es, quizá, la más significativa de las relaciones destacadas

3. Por ejemplo, J. Thirsk, «Industries in the countryside», en F. J. Fisher,


ed., Essays in the economía and social hislory of Tudor and Stuart Engfand,
Cambridge, 1961; E. L. Jones, «The agricultural origins of industry», Past and
Present, XL (1968) (hay trad. cast.: «Los orígenes agrícolas de la industria»,
en Agricultura y desarrollo del capitalismo, Comunicación, Madrid, 1974, pp.
303-341); E. L. Jones y W . N. Parker, ed., European peasants and their
markets, Princeton, 1975.
INTRODUCCIÓN 13

por los estudios sobre la «protoindustrialización», aun cuando no


todos ellos hayan confirmado estas correlaciones demográficas.4
Una consecuencia del nuevo enfoque, completamente saludable
en mi opinión, es la ampliación del horizonte del tiempo históri­
co en el cual los procesos de industrialización han de ser analizados.
Esto ha planteado esencialmente una etapa de desarrollo, anterior a
la del «despegue», colocada como parte integrante de la posterior
aparición de la industrialización propiamente dicha; una etapa que,
aunque no tan específica en su extensión temporal como el «despe­
gue», tenía forzosamente que existir. La identificación de esta nueva
«etapa» ha resultado ser, al menos en las primeras fases de la inves­
tigación, más enriquecedora que limitadora para quienes trabajan den­
tro de sus postulados. En cualquier caso, el concepto se ha desarro­
llado, afortunadamente, como un flexible campo de análisis de un
amplio conjunto de relaciones, sin suponer un modelo particular de
dinámicas causales. Porque precisar las características de un período
no es un modelo muy específico o especificado. Sin embargo, al
fomentar el estudio del desarrollo económico en una perspectiva a
más largo plazo, esta investigación contribuye a una mejor compren­
sión de Jas realidades del cambio histórico en Europa, y es la sin
igual experiencia europea de los tres siglos anteriores a 1800 en que
tuvo lugar el período de gestación de la industrialización lo que Ja
distingue de cualquier otra cultura .5 La nueva conceptualización se
propone integrar la «industrialización preindustrial» en las dinámicas
de la posterior evolución del proceso. La hipótesis del «despegue», en

4. D. Levine, Family formation in an age of nascent capilalism, Nueva


York, 1977; H. Medick, «The proto-industrial family economy...», Social
History, I (1976); F. Mcodels, Induslrialisalion and population pressure in
eighteenlb century Flandes, Nueva York, 1981. Una línea interpretativa mucho
más seguida vincula también el aumento demográfico al empleo de mano de
obra en sectores no agrícolas (cf., por ejemplo, J. D. Chambers, The Vale of
Trent, 1660-1800, Cambridge, 1957). La cuestión estaba clara en el mismo
Defoe, A tour thro’ the whole island of Great Britain, Londres, 1724*1726,
ed. de 1927, vol. I I , pp. 600-601.
5. E. L. Jones, The European miracle, Cambridge, 1981; J. R. Hicks,
A tbeory of economic history, Oxford, 1969 (hay trad. cast.: Una teoría de la
historia económica, Aguilar, 1974); D. C. North y R. P. Thomas, The rise of
the western world, Cambridge, 1973 (hay trad. cast.: El nacimiento del mundo
occidental. Una nueva historia económica (900-1700), Siglo X X I, 1978);
W. W. Rostov, How it all began, Londres, 1975.
14 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

cambio, acentuaba la discontinuidad con la etapa anterior — la de las


«precondiciones» de muy lenta evolución, que no se integran en el
mismo tipo de dinámica que la «industrialización propiamente di­
cha»— , sobre todo en el momento de su inicio.6
Otro cambio importante en la perspectiva metodológica de la
industrialización, propiciado y destacado por la tesis de la «protoin-
dustrializadón» — aunque desde luego no derivado exclusivamente
de este nuevo concepto historiográfico—, se refiere a las relaciones
sectoriales dentro de la economía, lina tradición influyente, formali­
zada en el estudio clave de Colín Clark Las condiciones del progreso
económico, publicado en 1940, anticipada en su National Income
and Outlay de 1937, pero existente como una interpretación mucho
más antigua en una forma menos articulada conceptualmente, vio la
economía como una división tripartita entre los sectores primario,
secundario y terciario.78Los inicios de la industrialización podrían ser
identificados, y a partir de ahí medidos, como el comienzo de un
cambio estructural acumulativo en la economía, con el descenso rela­
tivo de la producción agrícola y la transferencia del sector primario
al sector secundario o manufacturero de capital y fuerza de trabajo,
con el consiguiente crecimiento de los servicios. £ 1 fenómeno con­
temporáneo de la desindustrialización se identifica, también, por lo
general, en términos comparables de cambio estructural a partir del
sector secundario.1 La medición de las dimensiones cambiantes de la
economía a través del análisis sectorial también comportó suposicio­
nes sobre las dinámicas del desarrollo: el cambio intersectorial era
la clave del proceso; la productividad diferencial entre la industria
y la agricultura proporcionó el principal mecanismo para el desarro­
llo, a medida que se producía la transferencia de recursos entre sec­
tores; el impulso del crecimiento industrial fue la fuerza motriz esen­

6. W. W. Rostow, The stages o} economía growth, Londres, 1960 (hay


trad. cast.: Las etapas del crecimiento económico, Fondo de Cultural Econó­
mica, México, 1961); W. W. Rostow, ed., The economice of Take-off into
sustained growth, Londres, 1963.
7. C. Clark, National income and outlay, Londres, 1937; Ídem, The con-
ditions of economic progrese, Londres, 1940 (hay trad. cast.: Las condiciones
del progreso económico, 2 vols., Alianza Editorial, 1971). La tesis ya aparecía
en C. Clark, The naliontd income, 1924-1931, Londres, 1932.
8. F. Blackaby, ed., De-industrialisation, Londres, 1978; D. Bell, The
coming of Post-induslrial society, Nueva York, 1973; K. Kumar, Propbecy and
progrese, Harmondsworth, 1978.
INTRODUCCIÓN 15

cial para el de la economía en su conjunto. Los distintos sectores


productivos resultaban analizables y medibles dentro de sus propias
fronteras.
El análisis sectorial en términos tan claros oscurecía la compren­
sión de los resortes del progreso económico, incluso en los términos
del contexto del siglo xx, en que la especialización de la fuerza de
trabajo, la localización de la industria, la urbanización y otras ten­
dencias han diferenciado en muy alto grado la agricultura de la indus­
tria. Más particularmente, la dinámica de las relaciones intersecto­
riales entre el sector secundario y el de servicios todavía suscita
mayores problemas de interpretación. Pero el análisis sectorial tri­
partito para las primeras fases del desarrollo industrial, en un con­
texto histórico de sociedades predominantemente agrarias, dificulta
mucho más la comprensión. Un modelo diferente, que ve el desarrollo
de la industria en el seno de la sociedad rural — con estrechísimas
conexiones a través de la oferta de materias primas, niveles de deman­
da, acumulación de capital, fuerza de trabajo (en su mayor parte
compartida entre industria y agricultura por efecto de la división
familiar del trabajo, demandas estacionales diferenciadas, desempleo
invernal en el campo...)— , posibilita una comprensión más completa,
y particularmente ofrece una renovada perspectiva de la importancia
de la movilidad, en algunos contextos, de la sociedad rural, un com­
plejo en el que las fronteras entre los sectores productivos no están
netamente delimitadas.
Enfatizar acerca de que el desarrollo industrial en la Inglaterra
del siglo xviii fue en gran parte de base rural, de taller doméstico, de
industrias rurales domiciliarias, de tecnología artesana, de manufac­
turas en pequeña escala, donde el comerciante o putter-out aún era
la figura principal como organizador, suministrador de crédito, con­
trolador de la producción, planificador de mercados, constituye una
perspectiva conveniente. Este estilo de actividad manufacturera, a
veces de base urbana como en el caso de la industria relojera de
Ginebra y las manufacturas metalúrgicas de Solingen o Birmingham
y Sheffield, caracterizó gran parte del crecimiento industrial en Ale­
mania, Suiza, Austria-Hungría, España, Italia y Francia en su pro­
ceso de desarrollo hasta mediados del siglo xix y más adelante, como
muchos de los estudios aquí recopilados ponen de manifiesto.
La fábrica a gran escala, con un masivo consumo energético (pro­
porcionado por agua o vapor), intensiva en capital, altamente meca-
16 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

oizada, con una gran fuerza de trabajo concentrada en una sola plan*
ta, con una elevada producción derivada de las técnicas de alta
productividad obtenida gracias a la poderosa maquinaria, fue un
sistema de producción muy poco representativo de la producción
industrial británica y de la fuerza de trabajo vinculada al sector indus­
trial hasta después de 1850; y para otras economías, incluso más
tarde. Por otra parte, la suposición de que el proceso de industria­
lización, en sus primeras fases y posteriormente, estuvo caracterizado
por un total antagonismo — una contradicción— entre los dos siste­
mas de producción industrial, que implicó que la producción de la
gran industria creció desplazando la tecnología artesana, es justamen­
te lo contrario de lo que muestra, si no toda, sí al menos buena parte
de la experiencia industrial. Más a menudo, se desarrollaron relacio­
nes simbióticas entre las técnicas propias de la industria intensiva en
capital (dedicada frecuentemente a la producción de productos semi-
elaborados) y la producción artesana de productos acabados. £1 gran
ejército de tejedores manuales, destinado a convertirse en la mayor
tragedia social europea como eventuales víctimas del desempleo tec­
nológico, fue una consecuencia de la mecanización de la hilatura, al
menos para la industria algodonera y en alguna medida para otras
ramas de la industria textil manual en expansión después de 1800.
Esta simbiosis entre la hilatura fabril y el tisaje manual en Gran
Bretaña se propagó después por toda Europa a gran escala durante
la primera mitad del siglo xix, debido al rápido desarrollo de las
exportaciones británicas de hilo, y volvió a propagarse posterior­
mente en las últimas décadas del siglo en los mercados de la India y
del Extremo Oriente.
Alianzas equivalentes entre estos dos modos de producción carac­
terizaron las industrias metalúrgicas durante largos períodos: entre
la producción, intensiva en capital y a gran escala concentrada en
plantas dedicadas a la primera fusión a partir de los minerales y el
carbón (dejando aparte el acero, hasta las innovaciones que posibili­
taron su producción masiva de la década de 1850), y la de los peque­
ños talleres de tecnología artesana de la mayoría de las ramas de las
industrias metalúrgicas secundarias, productoras de bienes de consu­
mo. Una simbiosis equivalente entre el arduo trabajo físico humano
y la utilización de máquinas llegó a ser característica de muchos avan­
ces de la industria, más que el mito aceptado de la eliminación de
dicho trabajo humano por parte de la nueva tecnología asociada al
INTRODUCCIÓN 17

progreso de Ja industrialización (particularmente en la minería, en el


pudelaje 7 fundición de metales, 7 en la construcción).9 Las máquinas
de vapor drenaron las minas de carbón; pero durante todo el si­
glo xix casi todo el carbón era extraído en Europa a base de pico 7
pala. Y la ironía final, para una tesis que suponía que la única rela­
ción entre la máquina accionada a motor 7 el artesano especializado
era la del antagonismo, viene dada por el hecho de que la misma
máquina de vapor 7 los talleres de construcciones mecánicas conti­
nuaron siendo, a pesar de aumentar de tamaño, campos donde el
trabajador cualificado, el ajustador, fue el re 7 durante muchas déca­
das. La alianza entre la máquina herramienta 7 el trabajador alta­
mente cualificado estaba en su punto más álgido, la cual, como la
propia industria de construcciones mecánicas, fue una creación de
la industrialización. Por supuesto, estas simbiosis tecnológicas siem­
pre coexistieron con antagonismos, 7 una fase de complementariedad
pudo después dar paso a la confrontación, a medida que avanzaban
las fronteras del cambio técnico, con victoria previsible para la tec­
nología mecánica. Una ma7or productividad, un menor coste, 7 con
cierta frecuencia también una ma7or calidad, eran los atributos de la
tecnología mecánica, los cuales iban a distinguir, en su conjunto 7 a
largo plazo, el mundo industrial del pre 7 protoindustrial. Pero lo
cierto es que las relaciones con el trabajo manual cualificado fueron
siempre más sutiles de lo que se ha supuesto comúnmente, 7 nues­
tra comprensión del proceso del desarrollo industrial en diferentes
contextos, dentro 7 fuera de Europa, se verá acrecentada con el cono­
cimiento de esto.

2. A n á lisis nacionales t análisis regionales

O tro atributo de la tradición investigadora inspirada en d con­


cepto de protoindustríalización, 7 que merece un comentario, es el

9. R. Samuel, «Workshop of the world; steam power and hand technolo-


Sy in mid-victorian Britain», History Worksbop Journal, I I I (1977). El mito
era de hecho una generalización limitada a las grandes fábricas textiles de
hilado y tejido, y al que dieron crédito obras como la de C. Babbage, Tbe
ecanomy of machinery and manufactures, Londres, 1832; la de A. Ure, Tbe
pb'dosopby of manufactures, Londres, 1935; y la de E. Baúles, History of tbe
cotton manufacture in Great Britain, Londres, 1835.

2 . — NADAL
18 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

de su dedicación a los estudios locales y regionales, de forma dife­


renciada del análisis fundamentado en un sistema de puntos de re­
ferencia y agregados nacionales. Dado un desarrollo industrial en
sus inicios con manufacturas de base provincial, organizadas local­
mente y financiadas con recursos crediticios locales o regionales, des­
conectadas de los organismos estatales, dependientes para su fuerza
de trabajo de las disponibilidades ofrecidas por el modelo demográfico
local (complementado, tal vez, por migraciones suburbanas), un mi-
croanálisis que enfoque las interrelaciones en su nivel básico puede
quizás explorar las dinámicas del proceso con más efectividad que
las macroinvestigaciones. A partir de este enfoque local o regional, es
más fácil ver las interrelaciones en todos sus aspectos tal como real­
mente ocurrieron. Además, por lo que se refiere a un crecimiento
desarrollado a un nivel local y regional, adelantos considerables y
sostenidos pueden permanecer ocultos por un largo período dentro
de los totales nacionales, simplemente porque las series pueden estar
determinadas por el sesgo impuesto por grandes sectores y regiones
dominados por el estancamiento o por un crecimiento muy lento. La
circunstancia determinante de los datos de ámbito nacional, sean
económicos o demográficos, es una entidad política cuyas fronteras
pueden muy bien incluir poblaciones y regiones muy desvinculadas
de las dinámicas del cambio. Los cambios de las fronteras políticas,
a golpe de pluma o de espada, pueden alterar enormemente las
características estructurales, los rasgos del comercio exterior, el pro­
ceso de cambio y los ritmos de crecimiento sin un cambio significa­
tivo de las realidades subyacentes. El profesor Butlin hizo una vez
una «nueva petición para la segregación de Irlanda» del Reino Uni­
do; el profesor Cipolla, según se dijo una vez, reafirmó su patriotismo
regional como un orgulloso lombardo con el cálculo de que si el reino
del Piamonte no hubiera absorbido los muchos millones de necesita­
dos del reino de las Dos Sicilias y de los Estados Pontificios incorpo­
rados en un Estado italiano unificado debido al «incidente» político
de la anexión garibaldina, su renta per cápita en la década de 1960
habría sido casi tan alta como la de Suecia, y su tasa de crecimiento,
desde 1945, más rápida que la del Japón. Veramente il miracolo eco­
nómico!
Allí donde las diferencias interregionales en las tasas de creci­
miento y los niveles de renta dentro del mismo país eran tan grandes,
o mucho más grandes, que las diferencias existentes entre las regio­
INTRODUCCIÓN 19

nes más avanzadas de países diferentes —como era el caso de las


regiones del noroeste de Europa a mediados del siglo xvhi, y de
países como España, Italia y Austria-Hungría en el siglo xix—,
usar las tasas nacionales de crecimiento como un instrumento en
el análisis del proceso de industrialización plantea un problema
espacial de interpretación. Olga Crisp pone un sólido ejemplo de
esto en relación con Moscú, un centro emergente dentro de la vas­
ta masa, en* su mayor parte inerte, de la gran Rusia. Seguir la lógi­
ca de un enfoque regional no supone que el área objeto de estudio
sea más pequeña que la del Estado nacional, aunque los estudios de
los orígenes de un brote de desarrollo pueden ser ciertamente muy
locales. Hay que distinguir también entre los modelos espaciales de
producción con concentraciones de trabajo derivadas de una demanda
local de bienes y servicios, y los desarrollados a partir de unas áreas
mercantiles más amplias, que pueden ser mucho menos delimitadas.
No obstante, una vez que existe un primer foco de industrialización,
tanto si uno se atreve a identificarlo o no como una economía nacio­
nal, en el caso de Gran Bretaña, las fuerzas centrífugas generadas por
este pote de croissance ensanchan enormemente su campo de influen­
cia. Esta es una de las ideas clave del profesor Pollard en Peaceful
Conquest, su importante nuevo estudio sobre la industrialización en
la Europa del siglo xix; y él nos ha enseñado a mirar tanto dentro
como fuera de las fronteras nacionales al investigar las fuerzas motri­
ces del cambio económico en este período.10 Pero esta propuesta nos
conduce fuera y muy lejos de Europa, y a retroceder en el tiempo a
mucho antes del siglo xix.
El análisis y la valoración comparativa del cambio estructural
en países diferentes dependen también de la misma lógica espacial
de las fronteras políticas. Un Estado tan extenso como Rusia en la
época moderna ha de tener probablemente sus tasas globales de cre­
cimiento limitadas por el peso dominante de una agricultura de baja
productividad. Es también muy probable que tenga una distribu­
ción equilibrada de los recursos naturales y una variación climática
que conjuntamente tiendan a reducir su necesidad y dependencia del
comercio exterior y a maximizar el comercio interior. Un país peque­

10. S. Pollard, Peaceful Conquest: the industrialisation of Europe, 1760-


1970, Oxford, 1981; ídem, «Industrialisation and the European Economy»,
Economic History Review, XXVI (1973).
20 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

ño, como Suiza u Holanda, se encuentra en la situación inversa, con


un mercado interior pequeño y una dotación de recursos desequili­
brada, debiendo otorgar al comercio exterior un papel más impor­
tante en su proceso de desarrollo, tanto por lo que respecta a las
importaciones como a las exportaciones. No es accidental que empre­
sas suizas y holandesas con dimensiones inferiores a las norteameri­
canas se hayan convertido en «multinacionales». La estructura eco­
nómica de estos países pequeños, juzgada en términos de distribución
sectorial y ocupacional, ha de ser probablemente más sesgada que la
de los países grandes; aunque esto no tiene que representar necesa­
riamente un mayor peso de los sectores secundario y terciario, como
demuestran los pequeños y predominantemente agrícolas estados bal­
cánicos y muchos territorios alemanes e italianos antes de la unifica­
ción. £1 grado de arbitrariedad de los datos económicos, cuando son
recopilados en términos de unidades políticas, es el mismo tanto si
uno se refiere a los contrastes regionales dentro de un mismo Estado
como si se hacen comparaciones entre diferentes economías nacio­
nales.
La lección que hay que aprender a este respecto de las diversas
aportaciones nacionales a este coloquio no es que una economía nacio­
nal sea una unidad totalmente inapropiada para fundamentar la cuan-
tificación económica y a partir de la cual formular una interpretación
económica. Los estudios demuestran de muchas maneras diferentes la
fuerte influencia que el Estado y el sistema legal han tenido sobre la
riqueza económica a nivel nacional. El fundamento, por ejemplo, de
la reacción económica interna respecto al capital importado, el cual
encarnaba intereses de empresas extranjeras motivados principalmen­
te por la esperanza de obtener ganancias externas, era la independen­
cia política y las eficaces estructuras administrativas y educativas uni­
das a una fuerte tradición política y legal autóctona. Hay muchos
más ejemplos: las iniciativas estatales en la promoción de las cons­
trucciones ferroviarias en Bélgica, y menos directamente en otros
países; la política estatal con respecto a la educación a todos los nive­
les; la promoción directa de empresas; los aranceles aduaneros y el
establecimiento de la libre circulación mercantil dentro de las fron­
teras estatales; la seguridad contra el riesgo de impuestos sobre la
renta a los inversores del país y extranjeros; la garantía de un sistema
monetario estable, el establecimiento de ordenaciones legales para el
mercado de capital, de operaciones de banca y crédito, de constitu­
INTRODUCCIÓN 21

ción de empresas, de tramitaciones de bancarrota..., la lista es larga


y extremadamente heterogénea. En conjunto, no obstante, la múltiple
influencia del Estado, el sistema legal y la cohesión cultural de una
nación en proceso de consolidación y desarrollo dentro del marco de
sus fronteras políticas no han sido nunca insignificantes para la riqueza
económica de un país (y estos contrastes aparecen inmediata y suma­
mente evidentes entre uno y otro lado de una frontera política al
observador ocasional de nuestros días).
El análisis de la industrialización sobre la base de un ámbito
regional o local tiene que ser situado dentro de su contexto nacional,
de la misma manera que los análisis de ámbito nacional deben tener
en cuenta las bases regionales de desarrollo y el más amplio contexto
internacional, los cuales también generan oportunidades y obstáculos.
Es decir, tal análisis necesita ser estructurado de acuerdo con las rela­
ciones entre los tres diferentes estratos: regional, nacional e inter­
nacional. Y la valoración de las realizaciones económicas locales y
regionales, como las de cualquier microcosmos, tiene que ser siempre
llevada finalmente al campo de la comparación macroeconómica de
acuerdo con la pregunta fundamental: ««cuál es su representatividad
en relación con un conjunto más amplio? Igualmente, los resultados
derivados de los análisis a escala nacional tienen que ser valorados
en contraste con una comparación de carácter internacional. Sólo a
partir de estas comparaciones se pueden formular conclusiones.
Estos tópicos, por no decir perogrulladas, nos conducen más allá
de los márgenes de la protoindustrialización, como un concepto orga­
nizativo de una metodología de la industrialización. No obstante, la
comparación de los diferentes casos históricos nacionales presentados
en este libro sugiere un comentario más detallado del tema. La pro­
toindustrialización, además de promover un nuevo enfoque en la
investigación de relaciones importantes, lo cual ha aumentado nues­
tro conocimiento y comprensión de los procesos del cambio económi­
co, es a veces considerada metodológicamente como una «etapa» dife­
rente de la historia. Esto representa un cambio sutil, como suele
ocurrir con estas formalizaciones metodológicas, con un desplaza­
miento desde un conocimiento flexible que inspira una investigación
empírica hacia un esquema conceptual más rígido, en función del
cual deben buscarse, manejarse e interpretarse los datos. Y en este
punto un historiador británico imbuido de una tradición conceptual
de bajo nivel empieza a plantearse dudas. ¿Es esta «etapa» universal?
22 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

¿Es una precondición, una experiencia necesaria para la industriali-


zadón propiamente dicha? ¿Pasan todos los países (porque no es
dertamente el caso de todas las regiones) por esta etapa siguiendo
sus economías una vía evolutiva única hacia la economía moderna,
industrial? En pocas palabras, ¿debe concebirse esta etapa como nece­
saria o universal? Desde luego no puede ser considerada suficiente,
aunque sea necesaria, como demostraron en el siglo xix y después
las lánguidas industrias artesanas de muchos países del Tercer Mundo,
de Europa central y oriental y de muchas regiones de economías
industriales avanzadas.
Una dificultad la presenta el alcance histórico del fenómeno. Aun­
que no tengan una incidencia universal, el hecho es que las industrias
artesanas, urbanas o rurales, que producen para áreas más amplias
que un mercado local, tienen una tan amplia incidencia en el tiempo
y en el espacio que dejan de presentar rasgos particularmente dife­
renciados como fenómeno histórico cuando se las compara con los
contrastes de la posterior evolución de las diversas economías indus­
trializadas. Las industrias artesanas rurales, con extensos mercados
interiores y extranjeros, florecieron durante siglos sin resultar catali­
zadores de más grandes transformaciones, creando de este modo
grandes dificultades para una teoría de etapas de la evolución indus­
trial asociada con una dinámica temporal. Regiones destacadas por
su desarrollo industrial en determinados períodos históricos también
se fueron apagando sin llegar a desarrollar una industrialización
sostenida: la industria de paños de las ciudades medievales inglesas,
flamencas e italianas; el desarrollo textil de Suffolk, East Anglia y
Devonshire en Inglaterra; algunas regiones textiles del sur de Fran­
cia, los Pirineos, España y Austria-Hungría en el siglo xvill; la
industria algodonera de Normandía y París a comienzos del siglo xix.
Hay muchos ejemplos de expansión industrial regional ocasionada
por el declive de la protoindustrialización, y no sólo por la compe­
tencia de los productos de bajo coste, producidos a máquina, de la
industrialización propiamente dicha, una vez que aparecieron estos
modernos centros manufactureros y que, con la mejora del transporte,
sus productos empezaron a ofrecerse a precios más competitivos que
la producción de las industrias artesanales, bien en otras regiones del
propio país o bien respecto a las importaciones del exterior.
Las conexiones de la protoindustrialización con el posterior desa­
rrollo industrial fueron débiles en Suiza, ya que, según el profesor
INTRODUCCIÓN 23

Bergier, las precedentes industrias relojera y sedera tuvieron poca


conexión con la aparición de una moderna industria de hilado de
algodón mecanizada. Los artículos sobre Bélgica y Alemania acentúan
la importancia del ferrocarril y de las industrias de bienes de capital
que están detrás de las inversiones ferroviarias como causas decisivas
del impulso que condujo a estos países hacia un crecimiento indus­
trial generalizado, precisamente los sectores en los que los encadena­
mientos con la expansión protoindustrial eran más débiles. No obs­
tante, en el caso de Rusia y España, estos poderosos efectos multipli­
cadores fueron amortiguados por el hecho de que gran parte del
hierro y el material del ferrocarril fue importado; mientras que el
altísimo porcentaje de capital extranjero sobre el total invertido
en los ferrocarriles rusos (94 por 100 en 1881 y 74 por 100 en 1914)
comportó que el mercado de capital no recibiera un estímulo com­
parable al que se produjo en el inglés por efecto de la financiación
del ferrocarril.
En el caso de los países escandinavos, el principal impulso hacia
la industrialización provino de las industrias forestales; en el caso
de Suecia y Noruega, las diferentes manifestaciones de aquéllas
fueron posteriormente complementadas por actividades asociadas a
las construcciones mecánicas y a la química; en el caso de Dinamar­
ca, el origen fue la agricultura, con especializaciones cambiantes desde
los cereales hasta los productos lácteos, y también hacia una produc­
ción más altamente elaborada, de mayor valor añadido, y con activi­
dades concomitantes y efectos multiplicadores fuera de la granja. En
ninguno de estos casos fueron prominentes las actividades protoin-
dustriales. Por lo tanto, el perímetro septentrional de Europa tampo­
co revela una actividad protoindustrial en el textil y en la metalurgia
rural como fundamento de su vía hacia la industrialización. La proto-
industrialización, como una «etapa» de la historia, no parece ser
universal ni necesaria, y en ciertos casos nacionales tampoco parece
particularmente estratégica para la formación de las condiciones para
el desarrollo del proceso de industrialización, ya sea añadida en la
secuencia de Rostow antes del «despegue», o interpuesta como un
estadio extra en un esquema marxista.
24 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

3. El pa pe l del comercio en la periferia económica europea

El conjunto de artículos que se ocupan de los países de la peri­


feria de las principales economías europeas, es decir, aquellas que
registraron un mayor impulso industrializador durante el siglo xix
(Gran Bretaña, Francia y Alemania), plantea importantes cuestiones
sobre el papel del comercio en el crecimiento, las relaciones entre
los países exportadores de productos primarios y las economías indus­
triales y su trayectoria evolutiva en esa vía de especialización. Los
contrastes son tan significativos como las similitudes, si no más que
ellas, lo cual introduce muchos interrogantes en cualquier teoría
general que trate de la suerte de las «economías tributarias», supues­
tamente dependientes de los países altamente industrializados. El es­
pectro de los casos históricos acontecidos en Europa no es ciertamente
tan amplio como el del gran conjunto de exponentes que comprende
el subdesarrollo —países tropicales que como colonias se encontraban
en un estado de formal subordinación política— , pero a pesar de
esto tales diferencias pueden ser tanto más interesantes.
Sería difícil sostener, por ejemplo, que España o Rusia eran me­
nos independientes políticamente, o menos consolidadas como efec­
tivas entidades nacionales y culturales, que Noruega o Dinamar­
ca. Algunos de los productos primarios, que constituían la base
de las relaciones comerciales entre el centro y la periferia, parecen
haber sido más útiles que otros para llevar a sus economías expor­
tadoras hacia un crecimiento más generalizado y un cambio estruc­
tural. La gran expansión de la minería en el siglo xix en España,
por ejemplo, de mineral de hierro, de cobre o de azufre — al igual
que en Suecia y Rusia en el siglo xvm (con las grandes exportaciones
de hierro en barras, un artículo asimilable a un producto primario)—
no fue un agente fundamental para una acumulación de capital autóc­
tona, ni tuvo efectos multiplicadores para las industrias de construc­
ciones mecánicas del país y otras conexiones que podrían haber
proporcionado, en principio, el trampolín hacia desarrollos acumu­
lativos.11 Lo mismo ocurrió en Gales dentro de Gran Bretaña: en 19141

11. S. G. Checkland, The mines of Tbarsis, Londres, 1967; D. Avery,


No/ on queen Victoria's birthday: the story of the Rio Tinto mines, Londres,
1974 (hay trad. cast.: Nunca en el cumpleaños de la reina Victoria. Historia
de las minas de Riotinto, Labor, Barcelona, 1985); C. E. Harvcy, The Rio
Tinto Company, Penzance, 1982.
INTRODUCCIÓN 25

no había allí ni una sola empresa dedicada a la construcción de ma­


quinaria. Como tantas veces, el desarrollo de la minería para la expor­
tación fue en gran parte un enclave aislado, que no comportó efectos
multiplicadores de excesiva amplitud, considerando su operatividad
a gran escala y su alto nivel de capitalización, por muy beneficioso
que fuera para la ocupación de fuerza de trabajo y para los recauda­
dores de derechos y contribuciones.
Menos sorprendentemente, los cereales, como principal producto
de exportación, tampoco produjeron muchos efectos multiplicadores,
aun cuando estuvieran asociados en Hungría con importantes avances
en la tecnología de la molinería, y por consiguiente con un modesto
impulso para las industrias mecánicas. El ferrocarril, el suministro de
electricidad y la construcción de tranvías para las ciudades húngaras,
fueron elementos autóctonos que tuvieron un impacto industriali-
zador mucho más grande. No obstante, de manera indirecta, el pre­
tendido papel de las exportaciones de cereales, deliberadamente
estimuladas, particularmente en Rusia y otros países de la Europa
oriental, para proporcionar divisas con que financiar las cargas finan­
cieras acreditadas por las importaciones de capital imprescindibles
para el crecimiento industrial, ha de ser tenido en cuenta, aun cuando
tuviera resultados poco fructíferos. El vino y la fruta, como productos
de exportación, hay que decirlo, tampoco fueron agentes de indus­
trialización.
¿Por qué ocurrió algo diferente con los productos forestales en
Escandinavia? En gran parte, sin duda, porque los propios productos
forestales, como mercancías de exportación, disfrutaron en los merca­
dos europeos de una demanda en constante expansión y de condicio­
nes altamente favorables: había un permanente déficit de madera de
construcción en dichos mercados de los países desarrollados, los cua­
les registraron además un rápido crecimiento de los niveles de deman­
da debido al creciente proceso de urbanización, con una población
que crecía en número y en capacidad adquisitiva. Y entonces vino
el progresivo avance de la pasta de madera y el papel, productos para
los que las condiciones de la demanda, los precios y las oportuni­
dades tecnológicas (con técnicas de muy alta productividad) resul­
taron ser incluso más favorables que respecto a la madera de cons­
trucción. El papel (y la pasta de madera para papel) es el conocido
producto primario vegetal (es decir, dejando aparte el petróleo, el
oro y algunos minerales) cuya demanda y oferta ha crecido más inin­
26 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

terrumpidamente hacia el ángulo superior derecho del gráfico, con


precios normalmente elásticos en relación a los costes. Por tanto, este
producto no ha tenido una evolución caracterizada por tasas de creci­
miento decrecientes a largo plazo.
Las condiciones de la demanda exterior fueron por consiguiente,
a largo plazo, casi únicamente favorables en Europa para un produc­
to primario. Pero el contexto interno tenía que ensamblar estas opor­
tunidades de exportación si se quería alcanzar todas las ventajas,
como se puede deducir de las experiencias que por contraste ofrecen
Finlandia y Rusia, que quedaron retrasadas en comparación con No­
ruega y Suecia hasta el período de entreguerras. La tendencia hacia
exportaciones más elaboradas, de más alto valor, que va de la madera
de construcción a la pasta y al papel, requería el desarrollo de una
base industrial que atendiera la explotación forestal y la elaboración
de productos forestales para la exportación; y a partir de esta base
industrial las industrias mecánicas se subdividieron en una más am­
plia especialización y buscaron mercados por derecho propio. Detrás
de esto está el hecho de que la iniciativa productiva, y sus inversiones
directas a largo término, permanecieron en Suecia y Noruega en ma­
nos autóctonas: el capital extranjero y los créditos, de gran impor­
tancia para el desarrollo de la producción y las exportaciones, perma­
necieron como soporte de la capacidad productiva y de las industrias
en expansión dedicadas a su mantenimiento, concentrándose en la
deuda pública, inversiones en servicios públicos y otras de parecida
índole. Y en un contexto todavía más amplio, reencontramos las
potencialidades autóctonas en la forma de anteriores tradiciones de
trabajo especializado, capital acumulado, cuadros empresariales, habi­
lidad, una efectiva infraestructura de servicios públicos y financiera,
progresos en la administración pública, inversión educativa y otras
inversiones colaterales, que conforman conjuntamente el contexto
requerido para un desarrollo que en las condiciones de los siglos xix
y xx conduce a una economía industrial.
Las mismas conclusiones se observan en Dinamarca, donde el
desarrollo surgió principalmente a partir de una base agrícola. Un
especial contexto interno se requería para equiparar las pequeñas
granjas familiares con la creciente producción de mayor elaboración,
productividad y valor. El contexto externo, con la expansión, urba­
nización, industrialización y mayor riqueza de las poblaciones británi­
ca y alemana, creó las oportunidades generales (una fuente externa
INTRODUCCIÓN 27

de impulso), pero la clave estuvo en el específico contexto interno.


No es necesario remarcar el contraste existente entre la granja fami­
liar danesa a pequeña escala y las de los otros países europeos no
escandinavos. El nivel de eficiencia de las cooperativas agrícolas basa­
das en pequeños productores, en la mayoría del resto del mundo, ha
sido lamentable. Y no se trata de que las otras áreas no consiguieran
producir un excedente exportable, en ocasiones dirigido hacia los
mismos mercados que motivaban la prosperidad danesa (había un
considerable comercio de exportación de mantequilla desde Siberia
hasta Gran Bretaña, aparte del procedente de Irlanda), sino simple­
mente de que en la base de estas exportaciones no hubo transformacio­
nes internas. Y esto, probablemente, tiene tanto que ver con la efica­
cia de las escuelas populares en las áreas rurales como con el nivel
relativo de precios. Después de todo, había existido tiempo atrás el
mismo contraste en la Europa oriental, donde el interés comercial
por los mercados externos de cereales coexistió con un régimen en el
que las relaciones sociales internas de las unidades de producción
estaban aún basadas en la servidumbre (y en realidad, dichos inte­
reses derivados de los estímulos de la demanda y del comercio exte­
rior habían extendido y fomentado estas estructuras internas arcaicas
y anacrónicas, como en el caso del algodón y la esclavitud en el sur
de Estados Unidos).

4. E l ritmo de crecimiento de la inversión económica :


PROBLEMAS ABIERTOS

Esto lleva a una más amplia variedad de cuestiones, planteadas


en los artículos, que no pueden ser consideradas detalladamente aquí.
Una de ellas es la catalogación de los ritmos de crecimiento, las tasas
de inversión, los cambios estructurales y sectoriales, los avances en la
productividad y otras magnitudes económicas, que la detallada recons­
trucción histórica de las estimaciones de la renta nacional está pro­
gresivamente revelando con mayor detalle en todos los países. Las
conclusiones no son uniformes. En los casos de Gran Bretaña y Ale­
mania, los elementos conceptuales propuestos por el profesor Rostow
para el concepto de «despegue» (un momento idcntificable en el tiem­
po, cuando la discontinuidad es perceptible, y a partir del cual se
producen de forma sostenida unas tasas de crecimiento más elevadas
28 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

y se originan cambios estructurales acumulativos), parecen haber sido


ampliamente confirmados (y con la totalidad de los mecanismos mul­
tiplicadores esenciales relacionados con el ferrocarril íntegros por lo
que respecta a Alemania y Bélgica), aun cuando su concepto comple­
mentario de «sectores líderes» haya sido puesto en duda en lo refe­
rente a la Inglaterra del siglo x v iii . Como ha apuntado S. B. Saúl,
las últimas apreciaciones de Charles Feinstein sobre los cambios del
ritmo de inversión de la economía británica apoyan firmemente la
cronología e incluso el grado de discontinuidad que el profesor Ros­
tow proponía: la inversión total sube del 10 por 100 del PIB en
1771-1780 al 19 por 100 en 1791-1800, y el total de la inversión
interior lo hace, en el mismo período, del 9 por 100 al 17,5
por 100 del PIB .12
Por otra parte, en el caso de Bélgica los datos del profesor Lebrun
no muestran tendencias comparables, mientras que en el caso de
Francia las grandes dudas sobre la aplicabilidad del concepto de «des­
pegue» en su globalidad, puestas de manifiesto por los datos apor­
tados por el profesor Marczewski en 1963, parecen haber sido confir­
madas por la investigación cuantitativa llevada a cabo desde enton­
ces.13 A medida que el análisis estadístico del desarrollo histórico de
otras economías progrese, estos paralelismos y contrastes podrán ser
delimitados con mayor precisión. Y lo mismo cabe decir respecto a la
relación entre el comercio exterior y los mercados internos. El profe­
sor Crouzet ha demostrado la complejidad de la evolución en el caso
de Gran Bretaña durante los siglos x v iii y xix, en los que la com­
plejidad se ve aumentada por las importantes variaciones entre los
volúmenes intercambiados (medidos en precios constantes) y su valor

12. W. W. Rostow, The stares..., op. eit.\ C. H. Feinstein, «Capital for-


mation in Great Britain», en P. Mathias y M. M. Postan, eds., The Cambridge
economic bislory of Europe, Cambridge, 1978, vol. V II, parte I (hay trad.
cast.: Historia económica de Europa. V il. La economía industrial: capital, tra­
bajo y empresa, parte 1, Revista de Derecho Privado - Editoriales de Derecho
Reunidas, Madrid, 1982). N. F. Crafts, en un ensayo de próxima publicación,
propone una nueva valoración de la formación de capital en Gran Bretaña en
este período, sugiriendo tasas más bajas y un aumento más gradual, y reto­
mando de esta manera la interpretación propuesta hace mucho por P. Deane,
«Capital formation in Britain before the railway age», Economic Development
and Cultural Change, IX (1961).
13. J. Marczewski, «The Take-off hypothesis and French experience», en
W. W. Rostow, ed., The economice..., op. cit.
INTRODUCCIÓN 29

de cambio a precios corrientes del mercado.145 1 Las relaciones dinámi­


cas entre los niveles de demanda interna, el valor de las importacio­
nes (dependiente de las divisas obtenidas del comercio internacional)
y el crecimiento de las exportaciones pueden también revelar con­
trastes y complejidades importantes.
Se observa una cierta paradoja entre las magnitudes cuantitativas
del cambio, particularmente de cambios estructurales y sectoriales en
economías que se hallaban en proceso de industrialización durante
el siglo xix, y las conclusiones a las que llegan la mayoría de los
artículos sobre las dinámicas y los procesos de crecimiento. Desde
varios puntos de vista, las magnitudes cuantitativas de los países
europeos muestran importantes similitudes: tasas de crecimiento mo­
destas en todos los casos (comparadas con la época posterior a 1945);
variaciones sobre el promedio no muy acusadas, teniendo en cuenta
que la (ase de industrialización difirió en tiempo en los distintos paí­
ses. De los diez países europeos citados por el profesor Maddison, seis
estaban creciendo entre un 2 y un 3 por 100 por año, uno lo hacía
más rápidamente (Dinamarca, con un 3>2 por 100 por año), y dos
bastante más lentamente (Francia con un 1,6 por 100 e Italia con
un 1,4 por 100), lo cual da un promedio de un 2,4 por 100.“
Si añadimos los Estados Unidos, con un crecimiento de un 4,3 por
100 por año, el promedio variaría en una dirección; si añadimos los
territorios austro-húngaros, lo haría en la dirección contraria. Cuando
consideramos el cambio estructural, estas semejanzas se fortalecen.
En este caso la trayectoria seguida es virtualmente idéntica.16 Los
países emprendieron la marcha en momentos diferentes, y fueron
avanzando a ritmos bastante diferentes; pero los rasgos del cambio
son remarcablemente similares en todas las economías, en las grandes
y en las pequeñas, en las más ricas y en las más pobres, en aquéllas
donde el sector primario ha proporcionado el principal impulso para
la transformación, y en aquéllas donde las industrias de bienes de

14. F. Crouzet, «Towards an export economy: British expora during the


Industrial Revolution», Explorationt in Economic History, X V II (1980);
R. Davis, The Industrial Revolution and British overseas trade, Leicester, 1979.
15. A. Maddison, Les phases du développement capitdiste, París, 1981,
pp. 55-56.
16. S. Kuznets, Modern economic growth, Londres, 1966, cap. 3 (hay trad.
cast.: Crecimiento económico moderno, Aguilar, Madrid, 1973); B. R. Mitchell,
European historicd statistics, Londres, 1975, pp. 799-815.
30 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

consumo o de bienes de capital parecen haber proporcionado las


principales fuerzas motrices para el cambio.
En las economias de base agrícola, para mantener tasas de cre­
cimiento más elevadas, particularmente de crecimiento per cápita,
como ha sido subrayado anteriormente, habrá una tendencia hacia
la elaboración de productos agrarios de mayor valor añadido, aparte
de las tendencias de innovación técnica desarrolladas en la propia
granja con objeto de aumentar los rendimientos por unidad de super­
ficie y la productividad de la fuerza de trabajo. Mantener estas ten­
dencias exigirá mayor inversión de capital; el soporte de unas estruc­
turas comerciales, financieras y administrativas más desarrolladas; más
inversión en educación; mayores facilidades de transporte; el desarro­
llo de industrias «ascendentes», productoras de inputs para la agri­
cultura (industrias de productos químicos, maquinaria y equipo agrí­
cola), e industrias «descendentes» para la transformación de pro­
ductos agrarios (factorías dedicadas al procesamiento de la leche,
producción de queso y mantequilla, tratamiento de la carne, con­
servas, etc.). Es decir, el proceso de modernización (las condicio­
nes necesarias para mantener un aumento acumulativo de la produc­
ción per cápita) en la agricultura, puede considerarse completo, con
diferenciaciones institucionales, cuando una proporción más alta de
fuerza de trabajo se ocupa fuera de la granja y una más elevada
proporción del «valor añadido» derivado se produce más allá de la
cerca de la casa de campo. Y una vez que las industrias de bienes
de capital existentes, inicialmente desarrolladas al servicio de la pro­
ducción agrícola, llegaron a un nivel de madurez y autonomía, se
desarrollaron buscando otros mercados dentro y fuera del país, diver­
sificándose en ese complejo cúmulo de actividades propio de las indus­
trias de construcciones mecánicas, las cuales han caracterizado las
economías modernas de todo el mundo, fuera cual fuese su base eco­
nómica original, sus líneas de desarrollo, y fuera cual fuese el papel
desempeñado por la agricultura como fuerza determinante fundamen­
tal del sistema económico. Las fuerzas diversificadoras, con estímulos
adicionales a medida que aumenta el nivel de renta, actúan paralela­
mente sobre las industrias de bienes de consumo y del sector servicios.
Y por lo tanto, el mantenimiento de tasas elevadas de crecimiento,
incluso en las economías cuyo primer y principal impulso proviene
de la agricultura o de la exportación de otros productos primarios,
parece llevar inevitablemente, en todos los casos de modernización,
INTRODUCCIÓN 31

&un cambio estructural, a una relativa diversificación fuera del sector


primario y, en una palabra, a la industrialización. Y esto ha ocurrido
así a pesar de que el crecimiento de la productividad agrícola es, en
las economías avanzadas del siglo xx, más alto que el de la industria.
La universalidad del cambio en los rasgos estructurales de las
economías en vías de desarrollo, que tuvo lugar en diferentes momen­
tos, en diferentes grados y a diferentes ritmos, constituye un útil
instrumento de clasificación, entre otros indicadores sociales y eco­
nómicos, a fin de ordenar las economías según alguna escala de
desarrollo (teniendo en cuenta las ya citadas vicisitudes impuestas
a los países por las fronteras políticas). Pero esta universalidad oculta
las diferentes dinámicas del proceso y las causas de crecimiento que
tanto han variado en los distintos países. Al igual que los otros agre­
gados importantes (series de tasas de crecimiento, o de crecimiento
per cápita), muestra los resultados pero no precisa las fuerzas motri­
ces. Y cada artículo de esta recopilación, al tratar de estas fuerzas
motrices, procesos de desarrollo, respuestas a las oportunidades y
presiones ofrecidas por un contexto, ha resaltado la particularidad
del caso histórico que analiza: los rasgos comunes resultan suficien­
temente alterados por circunstancias específicas para merecer el adje­
tivo de singulares.
Dado que los casos históricos nacionales revelan estos contrastes,
cada artículo es una contribución de significado independiente a la
discusión del proceso histórico más amplio que este coloquio preten­
de explorar. Aquel que pretenda comprender el proceso histórico en
su generalidad, debe aproximarse al mismo a través de sus particu­
laridades.

5. A genda para una próxima investigación

Gimo conclusión, ofreceré algunas sugerencias para una agen­


da de investigación. Los artículos, en conjunto, reflejan en su
mayoría una concentración de la investigación en la historia eco­
nómica de la producción, más que en la de los servicios, en la
oferta, más que en la demanda. Un estudio detallado de los mercados,
de todo lo que está detrás de la demanda, ya sean niveles de ingre­
sos, modelos de consumo, gustos cambiantes o sistemas distribu­
tivos (no en términos generales, sintéticos, sino con el suficiente
32 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

detalle como pata concordar y explicar las tendencias específicas de


la producción), añadiría una dimensión que íalta en los presentes
análisis. Como alguien que ha estado relacionado en cierto momento
con productos tan plebeyos como la cerveza, el té, el jabón y la mar­
garina, me gustaría que se respondiera a las preguntas de quién com­
praba los distintos bienes de consumo y, por extensión, qué empre­
sas, instituciones y familias compraban los distintos bienes duraderos
y de equipo.17
Los distintos modelos de demanda remiten a otros aspectos socia­
les relacionados con la industrialización. La demografía histórica ya
está bien atendida, pues se ha convertido en una especialidad por
derecho propio en los últimos años, y habiéndose institucionalizado
separadamente en la actualidad, dispone de sus propias revistas, colo­
quios, cursos y departamentos académicos. Como siempre, tal espe-
cialización tiene sus costes, ya que el conjunto de relaciones entre
el cambio demográfico y el desarrollo económico no han recibido, ni
con mucho, tanta atención como los mecanismos técnicos demográfi­
cos, ya sea en relación con el lado de la oferta o el de la demanda
del proceso de industrialización. Los historiadores de la economía
británicos han estudiado, hasta 1943, más las consecuencias sociales
del cambio económico que el propio proceso de cambio económico.
La que ha sido escasa es la investigación que se plantea cuestiones
acerca de las relaciones sociales, los valores sociales y culturales que
forman parte de la industrialización, una vez más, u n to en el lado
de la oferta como en el de la demanda. ¿Qué es lo que explica las
diferencias considerables en la obligación del trabajo en los diferentes
contextos históricos? ¿Qué prioridad ha tenido el ocio en los dife­
rentes contextos? Considerar el trabajo sólo como una desutilidad
es una suposición tan irreal como considerar lo contrario, es decir,
que todos los individuos son «maximizadores de satisfacción» simple­
mente en términos de ingresos monetarios y de control sobre el con­
sumo que ofrece el dinero. Cuando, en la actualidad, diferencias de
productividad de hasu el 100 por 100 y más prevalecen en secciones
idénticas de fábricas virtualmente idénticas controladas por las mis­

17. P. Maihias, The brewing ¡ndustry in Eugfand, 1700-1830, Cambridge,


1959; ídem, Retading revolutíon, Londres, 1967; ídem, «The British tea trade
in the nineteenth century», en D. Oddy y D. Miller, eds., The making of the
modera British diet, Londres, 1976.
INTRODUCCIÓN 33

mas compañías multinacionales en Gran Bretaña, Alemania y Japón,


son los modelos ambientales, institucionales, sociales y culturales los
que comportan esas diferencias, más que una tecnología o una inver­
sión variables. El profesor North se propone estudiar en su artículo
el aumento de los «costes de transacción» de un sistema económico
con una creciente productividad de escala y su especialización de
funciones. Esta expresión, «costes de transacción», engloba tal mul­
titud de influencias heterogéneas, que dudo que puedan ser compren­
didas en cualquier caso en una teoría globalizadora que identifique
todas las variables y especifique sus interacciones en un modelo, que
las despliegue tanto analítica como operativamente. Él ha establecido,
en efecto, un importante programa de investigación, pero no, según
mi opinión, una potencial construcción teórica paralela a la teoría
neoclásica.
También añadiría la historia de la empresa a mi agenda de inves­
tigación. La mayoría de las decisiones por las que se regía la inversión
en los sectores productivos de todas las economías europeas en los
siglos xvin y xix eran tomadas por individuos privados y de modo
creciente por compañías: decisiones sobre inversión, innovación y
cambio tecnológicos, precios y productos, salarios y condiciones de
trabajo (por muy condicionadas que estuvieran estas decisiones por
circunstancias externas de todo tipo). Para bien o para mal, las socie­
dades mercantiles se convirtieron en el transcurso del siglo xix en
la institución más significativa que determinó directamente la evo­
lución de la mayoría de las economías en los países occidentales.
Los archivos de estas sociedades mercantiles, allí donde los hay y
pueden ser examinados, proporcionan los datos primarios para am­
plios aspectos, que comprenden todas las cuestiones básicas de los
procesos de industrialización.
Y para terminar, quiero hacer una apelación en favor de los
estudios comparativos. En este volumen colectivo, las comparaciones
se harán principalmente contrastando los contenidos de un artículo
con los de otro. Esto sigue la tradición de la mayor parte de la inves­
tigación, enmarcada en un contexto nacional o más limitado. Los
estudios comparativos plantean dificultades formidables; y los cuan­
titativos, en particular, exigen la comparación de series estadísticas,
lo cual requiere frecuentemente una total reelaboración de los datos
primarios según procedimientos uniformes, y estas dificultades van
más allá y se plantean aparte de los aspectos complejos que rodean

3. — NADAL
34 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

todas las agregaciones y conversiones monetarias y todos los proble­


mas derivados de los números índice.
Entrar en comparaciones detalladas de los niveles de productivi­
dad de la industria y la agricultura en países diferentes, o de los
salarios reales (para no mencionar los niveles de vida), exige costosos
programas de investigación, quizá coordinados conjuntamente por los
estudiosos de los distintos países. A medida que las estadísticas nacio­
nales se incrementen y perfeccionen, se ampliarán y profundizarán las
bases potenciales de esta investigación comparativa. Hay que llegar
a un nivel de sofisticación y rigor mucho más alto del que datos
menos sistemáticos posibilitaron en los esfuerzos pioneros de Kuznets,
Goldsmith, Maddison, Bairoch y otros; como el que el doctor O ’Brien
y el señor Kcyder alcanzaron con gran esfuerzo al trabajar más deta­
lladamente sobre Gran Bretaña y Francia.1' Pero las recompensas
son grandes, incluso si los costes son altos. Sería apropiado para este
coloquio, cuyo principal interés radicará sin duda en las revelaciones
de la comparación de los casos históricos nacionales, considerar posi­
bles iniciativas de investigación comparativa patrocinadas conjunta­
mente.

18. Recuerdo los importantes trabajos de S. Kuznets, Modern economk


growtb, Londres, 1966 (hay trad. cast.: Crecimiento económico moderno, Agili­
tar, Madrid, 1973); R. W. Goldsmith, Financial structure and development,
Londres, 1969; A. Maddison, Economic growtb in the West, Londres, 1964
(hay trad. cast.: E l crecimiento económico de Occidente. Experiencia comparativa
en Europa y los Estados Unidos, Fondo de Cultura Económica, México, 1966);
idem, Les pbases du développement capitaliste, París, 1981; P. Bairoch, Com-
merce extérieur et développement économique de l’Europe au X IX ’ siid e, París,
1976; W. W. Rostow, The world economy: bistory and prospect, Londres, 1978;
P. K. O ’Brien y C. Keyder, Ttvo paths to the twentietb century: economía
growtb in Britain and Franca, 1780-1914, Londres, 1978.
S. Berrick Saúl

INDUSTRIALIZACIÓN: EL CASO BRITANICO

1. M odelos de crecimiento comparativos

Durante las dos últimas décadas, la interpretación general de la


Revolución industrial en Gran Bretaña ha pasado por dos fases
distintas. En el transcurso de los años sesenta la investigación avanzó
fuertemente influida por el trabajo estadístico de Deane y Colé (14).
El énfasis se desvinculó del gran drama de la introducción de nuevas
tecnologías en el último cuarto del siglo xvm y centró su interés en
los modelos de crecimiento y cambio a lo largo de todo el siglo, aun
cuando Hartwell, con su aproximación histórica más convencional,
todavía subrayaba la discontinuidad de crecimiento provocada por lo
que hasta ahora se ha entendido por Revolución industrial. Pero
Deane y Colé negaron que hubiera habido una gran oleada de forma­
ción de capital, como Rostov había supuesto; el papel preponderante
de la industria del algodón fue minimizado, en parte, a causa de un
grave error de cálculo en la tasa de formación de capital y, en parte,
por el hecho de no haber incluido los procesos de acabado. Las gran­
des innovaciones tecnológicas fueron presentadas como los resultados
del crecimiento, más que como sus fuerzas motrices. El crecimien­
to de población y la prosperidad del sector agrícola fueron conside­
rados las fuerzas impulsoras del desarrollo, y por esta razón se puso
mucho énfasis en el crecimiento de las décadas de 1740 y 1750, más
que en el de tres o cuatro décadas más tarde. Colé ha reconocido
posteriormente que este énfasis sobre el crecimiento de mediados
del xvm era desenfocado (4), y actualmente manifiesta que hubo un
desarrollo en el tercer cuarto del siglo, pero que éste fue aún mayor
36 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

en el último cuarto. £1 famoso artículo de Crouzet fue utilizado para


destacar el hecbo de que el crecimiento británico era menor que el
francés durante el siglo xviii, ignorando los aspectos cualitativos del
desarrollo británico sobre los que Crouzet en realidad tanto insis­
tió ( 10 ). O ’Btien y Keyder aún fueron más lejos en el tratamiento
de esta cuestión, al indicar que mientras en 1700 la producción per
cápita británica era un 10-30 por 100 más alta que la francesa, en la
década de 1780 era más elevada en Francia. Aun así, es notable que,
escribiendo en 1978, ellos también remarcaran la mayor potenciali­
dad de crecimiento de la economía británica y subrayaran el repentino
salto de la tasa de crecimiento a favor de Gran Bretaña a partir de
la década de 1790 (32). En la década de 1960, también bajo el
influjo de posturas ideológicas, tuvo lugar el enconado debate sobre
los efectos de la Revolución industrial en el nivel de vida de la clase
trabajadora británica hacia 1840, pero no se llegó a ningún acuerdo.
En la última década, que es de la que trata mi artículo, en
algún grado se ha producido un cambio completo de estas tendencias,
pero, y esto es lo más importante, ha visto emerger un trabajo de
mayor sofisticación estadística y rigor intelectual. En cambio, no se
ha dado ningún paso importante para establecer o rehacer una teoría
específica del crecimiento económico. Sidney Pollard es quizá quien
más cerca ha estado de ello, al acentuar la naturaleza regional del
crecimiento industrial y las fuerzas específicas que impulsaron su
transmisión a través de las fronteras políticas; pero aunque esta apor­
tación puede ser útil para el análisis del crecimiento en el continente
europeo, nos dice pocas cosas que no sepamos ya sobre Gran Bre­
taña. Cuando escribe «no comprenderemos gran parte de las dinámi­
cas de industrialización si no tenemos en cuenta que la Revolución
industrial apareció mucho antes en South Lancashire y el Black
Country que en Lincolnshire o Kent; que incluso las áreas de con­
centración manufacturera como Sheffíeld ... o las áreas laneras de
West Country experimentaron una transformación industrial gene­
raciones después que las áreas algodoneras» (33), sólo se puede
replicar con gran respeto que ello es obvio, y que viene siendo
demostrado por estudioso tras estudioso desde hace mucho tiempo.
La investigación más fundamental ha sido la reelaboración que el
profesor Feinstein ha hecho de las cifras sobre formación de capital.
La tabla muestra las diferencias entre sus resultados y los de Pollard,
los cuales eran, aproximadamente, dos veces más elevados que las
i n d u s t r ia l i z a c ió n : e l ca so b r it á n ic o 37

estimaciones de Deane y Colé (18). Las nuevas cifras parten de un


más bajo nivel en 1770, y luego crecen mucho más rápidamente has­
ta 1815. Las diferencias iniciales provienen de que Feinstein estima
más baja la inversión en la agricultura y la construcción, y la tasa de
crecimiento más rápida de los siguientes cincuenta años deriva de la
inversión en las manufacturas y en el comercio; de 1770 a 1815, las
cifras de Pollard para estos sectores se multiplican por 4,7, mientras
que las de Feinstein lo hacen por 4,9.

Formación interior bruta de capital en Gran Bretaña


(en millones de libras)

1770 1790-1793 1815 1830-1835


Pollard 7,2 13,3 21,9 31
Feinstein 4 11,4 26,5 28,5

F uente: C. H . Feinstein, «Capital Formation in Great Brítain», en Cam­


bridge Economic History of Europe, 1978, vol. V II, parte I, pp. 84-85 (hay
irad. cast.: «La formación de capital en Inglaterra», en Historia económica de
Europa. V II. La economía industrial: capital, trabajo y empresa, parte 1,
Revista de Derecho Privado-Editoriales de Derecho Reunidas, Madrid, 1982).

Según las cifras de Feinstein, la inversión bruta aumenta desde


un 8 por 100 del PIB en la década de 1760 hasta un 14 por 100 en
la de 1790 y, aparte de un retroceso en la siguiente década, perma­
nece muy estable en este nivel hasta la década de 1850. El aumento
se acerca, por supuesto, mucho más al modelo de Rostow que al de
IVnne y Colé, otorgando firmemente el carácter de una Revolución
industrial clásica al último cuarto del siglo xvm .
El trabajo de Feinstein también nos permite analizar los elemen­
tos básicos de cambio del período. De 1760 a 1860 las disponibilida­
des de capital interior reproducible aumentaron un 1,5 por 100
anual, la fuerza de trabajo un 1 por 100 y la producción real un
¿ por 100. Por tanto, se registró un aumento de un 0,5 por 100 anual
dd capital por trabajador ocupado, unido y asociado con un aumento
dd 1 por 100 anual de la producción per cápita. Inevitablemente se
produjo un persistente declive tendencial de la tasa de formación de
capital desde un 7,4 en 1760 hasta un 4,9 en 1830. Por otra parte,
• f a LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

hay una clara ruptura en estas tendencias hacia 1800, ya que antes
de esta fecha la producción, el capital y el trabajo parecen haber
crecido a un ritmo aproximadamente igual (1 por 100 anual), sin
ningún cambio en la productividad del capital o del capital y trabajo
considerados conjuntamente. El modelo de Crafts para el crecimiento
del siglo xviii, que tiene elegancia teórica, pero es menos convincente
en el terreno de la práctica, sugiere que había una relación constante
entre capital y producción y una relación creciente entre capital y
trabajo, indicando que el cambio se debía en gran medida al progreso
tecnológico (9): las cifras de Feinstein muestran que cualquier ten­
dencia provocada por el cambio tecnológico fue contrarrestada por
otros factores. En otro lugar se ha indicado que la productividad del
trabajo era limitada porque Gran Bretaña absorbió y adiestró una
gran cantidad de trabajadores no cualificados para producir bienes de
valor relativamente bajo; la productividad fue más elevada en Francia
a corto término porque, a diferencia de las británicas, las manufac­
turas francesas, que producían bienes de elevado valor, elegantes y de
calidad mediante métodos tradicionales, sobrevivieron sin excesivas
dificultades (32).

2. C recimiento demográfico y R evolución industrial

Otro trabajo importante, aún no publicado, es la investigación


de Wrigley y Schofield sobre la historia de la población británica
desde 1300 (41). En cuanto a tendencias a largo plazo, sus hallazgos
son suficientemente claros; durante la mayor parte de los tres prime­
ros siglos hubo una estrecha relación entre los precios de los alimentos
y el cambio en la evolución de la población, y una proporción muy
estable de 3/2 entre las dos variables. Si la población aumentaba un
1 por 100 anual, los precios de los alimentos lo hacían en un 1,5 por
100, y si la población descendía, los precios caían más rápidamente.*
Esta correlación se debilitó a principios del siglo xvm debido a los
avances de las técnicas agrícolas registrados en el siglo anterior, lo
cual dio lugar a una considerable exportación de cereales; pero este
episodio sólo es considerado como una desviación sin importancia

* Sólo pude ver una copia del último capitulo del libro, por lo que no
he podido estudiar ninguno de los materiales detallados.
INDUSTRIALIZACIÓN: EL CASO BRITANICO 39

de lo que fue un modelo de comportamiento sorprendentemente


regular al menos hasta 1800. Entre 1731 y 1811, la población casi
se dobló, mientras que el índice de precios se multiplicó por 2,5.
De manera similar, existió una relación a largo plazo entre la pobla­
ción y los salarios reales; cuando aquélla superaba una tasa de creci­
miento del 0,5 por 100, los salarios reales empezaban a caer; cuando
ln tasa del crecimiento demográfico descendía a un nivel más bajo, o
se producía un declive de la población, ello comportaba un aumento
de los salarios reales. A principios del siglo xix todas estas correla­
ciones se estaban desintegrando y, como señalan Wrigley y Schofield,
Malthus vino a alzar su voz sobre una cuestión que había acosado a
las sociedades preindustriales precisamente cuando tal disyuntiva esta­
ba siendo superada. Quizá por primera vez en la historia de un país
que no fuera de asentamiento reciente, el rápido crecimiento de pobla­
ción estuvo acompañado del aumento de los niveles de vida. Con
anterioridad al siglo xvm el crecimiento de la población se había
acelerado, y los salarios reales habían empezado a crecer más lenta­
mente; desde mediados de siglo hasta 1806 éstos tendieron a decre­
cer, a excepción de un intervalo de 20 años a partir de 1765. La
experiencia pasada hubiera sugerido una repetición de las primeras
fases del ciclo — una reducción del crecimiento de la población segui­
da de una recuperación de los salarios reales— , pero, en lugar de
esto, Inglaterra entró en una nueva era.
En una economía que está experimentando un rápido cambio
industrial y agrícola y una migración creciente, la validez de los datos
generales sobre los salarios reales es muy dudosa. También hay que
recordar que a finales del siglo xvm la oferta de alimentos en Ingla­
terra y Gales fue incrementada por el brusco crecimiento de las im­
portaciones procedentes de Irlanda. Sin embargo, el análisis general
ile Wrigley y Schofield coincide con el de Feinstein (ambos describen
una economía con un importante proceso de cambio durante el último
cuarto de siglo, pero que sólo culmina en un fuerte aumento de la
productividad después de 1800).
Wrigley y Schofield no encuentran ninguna conexión entre los sala­
rios reales y la mortalidad al examinar la mecánica implícita en el cre­
cimiento de la población. El elemento determinante de la mortalidad
fue el equilibrio lentamente cambiante entre los parásitos infecciosos
y su huésped humano, y este equilibrio, en el siglo xix, aún se indina-
hit de un lado a otro y estaba en gran parte fuera del poder e influen-
40 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

cía de los hombres. Los cambios en la fertilidad eran la fuerza


determinante para conseguir el crecimiento, pero debemos pregun­
tarnos: ¿tenían alguna relación con las circunstancias económicas?
O bien, ¿eran, como las fluctuaciones de la mortalidad, ampliamente
autónomos? La respuesta parece ser que la fertilidad se movió en
concordancia con anteriores movimientos de los salarios reales, pero
con un marcado retraso entre las dos variables. El mecanismo se
fundamentaba en la edad y en los efectos demográficos del matrimo­
nio; pero el cambio sólo podía ocurrir cuando una generación llegaba
a ver sus circunstancias en relación con las de sus predecesores. Es casi
seguro que los cambios en los salarios reales fueron importantes, ya
que, probablemente, están estrechamente relacionados con las fluctua­
ciones fortuitas de las cosechas, de las que la gente sabía, por amargas
experiencias, que eran sólo temporales.
Von Tunzelmann sugiere, al examinar más minuciosamente las
variaciones de los salarios reales, que hay pocas dudas entre finales
de la década de 1760 y principios de la de 1810 (40). Distingue un
aumento a partir de finales de los años sesenta, que llega a su ápice
en 1780, y una caída en picado hacia 1800; pero la tendencia global
es claramente estable. No obstante, entre 1750 y finales de los años
sesenta hay una gran diferencia entre los límites más altos y los más
bajos de sus estimaciones, en gran parte debido a diferencias regio­
nales (los salarios de los trabajadores del norte aumentaban mucho
más rápidamente que los de los trabajadores del sur). Wrigley y
Schofield, conscientes del problema, también intentan elaborar sus
análisis estableciendo un índice compuesto de las tendencias nacio­
nales de los salarios reales, más sofisticado que el que usó Phelps
Brown para sus tendencias a largo plazo. Ellos sugieren que a pesar
de que hubo una brusca caída antes del punto álgido de 1740, el
cual se debió a cosechas excepcionalmente buenas, el nivel de los
salarios reales en 1775 era claramente más alto que el de 1750, y
que hacia 1781 era igual al que se alcanzó en el ápice de la década
de 1740. Posteriormente, se produjo una caída de quizás un 5 por 100
hasta 1800. La diversidad de las evoluciones de los salarios en las
áreas industriales viejas y nuevas y en las agrícolas desarrolladas y
estancadas, requieren más investigación, pero los estudios disponibles
muestran una economía que empieza a escapar de la prisión malthu-
siana en el transcurso del siglo xvm , bastante antes de lo que sugiere
el estudio estadístico de carácter global de Wrigley y Schofield.
in d u s t r ia l i z a c ió n : e l ca so b r it á n ic o ' 4)

En cuanto a la controversia de mayor amplitud sobre las tenden­


cias del nivel de vida después de 1800, ha sido un problema estable­
cer de qué trata la discusión. Si ésta es ideológica, probablemente
sea conveniente determinar la renta de la clase trabajadora en su
conjunto; si es histórica, entonces necesitamos descubrir lo ocurrido
con cada una de las diferentes categorías de trabajadores. Crafts ha
puesto en duda la exactitud de los cálculos de Deane y Colé sobre
el crecimiento de la renta nacional entre 1801 y 1831 (8). Le preocu­
pa, en particular, la suposición acerca de un crecimiento anual de
un 1,4 por 100 de la productividad del trabajo en el sector servi­
cios, al cual se le atribuye una participación del 42 por 100 en la
elaboración del índice global, comparada con una estimación del
0,8 por 100 para el período de 1831-1851 y con la cifra de Feinstein
de un 0,5 por 100 para el posterior a 1855. Todo esto lleva a Crafts
a sugerir un probable crecimiento de la renta nacional durante dicho
período de un 2,3 por 100, mientras que Deane y Colé le atribuyeron
el 3 por 100. Esta tasa de crecimiento más lenta, junto con la inquie­
tud expresada por otros estudiosos acerca de que algunos cálculos
habían subestimado la magnitud de la producción de bienes inter­
medios y de los destinados a autoconsumo de los propios productores,
conducen a Crafts a pensar que las objeciones de los pesimistas pue­
den ser más fundamentadas de lo que se ha creído. Sugiere que
hacia 1831 el nivel de vida de las clases alta y media y de la aristo­
cracia obrera había subido, y que el del 30 por 100 de la población
que vivía sobre todo en la pobreza (los trabajadores pobres) había
bajado; en tanto que el del otro 30 por 100 de la población, la clase
trabajadora intermedia, había probablemente aumentado en el norte
(excepto para los trabajadores de la industria doméstica) pero no,
posiblemente, en el sur. Es probable que las dos terceras partes del
conjunto de la clase obrera hubiera aumentado algo sus ingresos rea­
les, aunque, evidentemente, esto no tiene en cuenta la cuestión de los
cambios habidos en el entorno en que se desarrollaba su existencia.
Inevitablemente, la profundización en el estudio obliga a plan­
tear la relación entre la evolución de la población y los cambios del
sistema económico en su conjunto. Es importante saber si el creci­
miento de la población era o no exógeno. En opinión de Crafts, «la
interpretación de que el efecto de la Revolución industrial sobre los
niveles de vida libró a la economía de las consecuencias de las crisis
mnlthusianas contrasta con la que supone que el crecimiento de pobla­
42 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

ción fue, en gran parte, resultado del impacto del proceso de indus­
trialización sobre el crecimiento de la renta» (9). Pero ésta es tam­
bién una elección limitativa, ya que Wrigley y Schofield creen firme­
mente que ocurrieron ambos procesos. La mejora de las circunstancias
económicas aumentó, finalmente, la fertilidad mediante cambios en la
edad de matrimonio, pero entonces adquirieron protagonismo las
fuerzas malthusianas, y fue en el contexto de este dilema cuando las
revoluciones industrial y agrícola salvaron la economía. La transfor­
mación del equilibrio de estas fuerzas es la característica dominante
de la segunda mitad del siglo xvm .

3. El papel de la demanda

Pasamos ahora a la cuestión de la «explicación» de por qué la


Revolución industrial ocurrió en Gran Bretaña en el momento en
que lo hizo; por lo que respecta al lado de la demanda, aquélla debió
tener su origen por efecto del aumento de la población y del creci­
miento de la agricultura, o de la demanda exterior, o por la acción
de todos estos factores. El efecto del crecimiento de población es, en
sí mismo, indeterminado: la demanda depende de los ingresos de los
consumidores, no sólo de su número. Un descenso de los precios de
los productos agrícolas aumentará la demanda de los bienes no agrí­
colas si la demanda de los primeros es inelástica, como generalmente
se supone. En realidad, los precios de los productos agrícolas subie­
ron después de 1730; pero, como señala Mokyr, aquello que real­
mente nos interesa es la relación entre los precios de los productos
agrícolas y los de los otros productos, y generalmente se está de
acuerdo en que los términos de intercambio en el mercado interior
evolucionaron, en aquella época, a favor de los agricultores (29). Es
posible que el aumento de los precios agrícolas se debiera a partir
de 1750 al aumento del total agregado de la renta, como sugieren
Wrigley y Schofield, pero a menos que pueda demostrarse que los
ingresos per cápita eran también significativamente más altos — y,
como hemos visto, los hechos indican la existencia de salarios reales
estables— , teniendo en cuenta la gran importancia relativa del gasto
en alimentación en los presupuestos de bajos niveles de renta, el
poder adquisitivo de la gran masa de la población, por lo que se refie­
re a los otros bienes de consumo, tuvo que verse sensiblemente
i n d u s t r ia l i z a c ió n : EL CASO BRITANICO 4f

reducido. Por otra parte, Colé mantiene que había una relación entre
unos precios altos de los alimentos y un elevado crecimiento indus­
trial, y que cuando las buenas cosechas determinaron la reducción de
los precios durante las décadas de 1730 y 1740, la producción indus­
trial se estancó (4). En la misma línea, Jones argumenta que el aumen­
to de los precios de los alimentos no eliminó el margen de renta
dedicada a la compra de bienes de consumo; desde su punto de vista,
a mediados del siglo xvm se produjo una edad de oro para el labrie­
go, lo que contribuyó a desarrollar su apetencia de productos manu­
facturados, hasta el punto de que en adelante estuvo dispuesto a
trabajar más intensamente para satisfacer esta necesidad (23). Jones
y Palkus han señalado las sustanciales mejoras que se pueden obser­
var en muchas pequeñas ciudades provinciales en forma de reedifi­
caciones en ladrillo y otras mejoras urbanísticas de la red viaria que
reflejan un aumento general de la riqueza en estas áreas (25). Por
otra parte, O ’Brien sugiere que las ventas de productos manufactu­
rados en las zonas agrícolas contribuyeron poco en el desarrollo de la
Revolución industrial, y que, en general, los mercados para los bie­
nes industriales se encontraban en las ciudades (31). Piensa, además,
que es puramente hipotética la idea de que un cambio en la distribu­
ción de la renta entre agricultores y trabajadores asalariados del cam­
po, favorable a los primeros, aumentara la demanda de productos
manufacturados y el nivel de ahorro. Hasta ahora la discusión ha
versado sobre los cambios en los precios. O ’Brien va más lejos y
sugiere que, puesto que las relaciones reales de intercambio favore­
cieron a los agricultores durante algún tiempo con posterioridad a
1740, es posible que ello contribuyera a limitar la capacidad de
cambio de la agricultura, por lo que no es de extrañar que los econo­
mistas de la época estuvieran preocupados por la disminución de
las ganancias. No obstante, E. L. Jones, en una serie de artículos, ha
expuesto de manera brillante los cambios agrícolas (23 y 24). Está
convencido de que la producción agraria sólo creció un 40 por 100
durante el siglo xvm , en contraste con un aumento del 45-55 por
100 a lo largo del siglo xvu, crecimiento que estuvo asociado a algu­
na mejora de la calidad de los productos y en la esfera de su distri­
bución. Más impórtame que el aumento de producción fue el de
productividad. La superficie cultivada aumentó poco y, aun cuando
la reducción de los barbechos coadyuvó a ello, la producción por
unidad de superficie debió crecer en un >0 por 100. Una mayor espe-
44 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

ciaüzación dio lugar a un uso más eficiente de la tierra; los suelos


ligeros se dedicaron a la labranza, y los pesados a pastos permanentes.
La agricultura mixta — consistente en una rotación de cultivos orien­
tada, en gran parte, a la obtención de productos destinados a alimen­
tar ganado estabulado— conservó la fertilidad del suelo, el peor
problema de la agricultura tradicional. Fue el gran dinamismo de la
agricultura cerealística lo que diferenció a Gran Bretaña de otros
países, mediante importantes innovaciones en los cultivos y rotacio­
nes en los suelos ligeros muy adecuados para tales experimentaciones,
en tanto que una acusada protección institucional al terrateniente
estimuló dichas inversiones. En realidad, el resultado, a lo largo del
siglo xviii, de la utilización, cada vez con mayor amplitud, de técni­
cas desarrolladas en el siglo xvn, fue mucho más importante que los
cambios organizativos en el sistema institucional, tales como las
«enclosures». Esto estuvo acompañado de un claro aumento de la
productividad del trabajo, ya que durante el siglo xvm la oferta de
trabajo en la agricultura creció en un 13 por 100, mientras que
la población aumentó el 57 por 100. Quizás el incremento de la pro­
ducción no fue tan importante en relación con el crecimiento de la
población —de ahí los viejos temores malthusianos de la época— ,
pero ello tuvo como compensación la liberalización de fuerza de tra­
bajo para el desarrollo de otros sectores de la economía. Se ha esgri­
mido que la nueva agricultura requería más fuerza de trabajo y que
la población rural aumentó por doquier. Por consiguiente, fue el
aumento de población lo que aportó la fuerza de trabajo industrial;
pero dada la creciente productividad del trabajo en el sector agrícola,
la industrialización hubiera podido tener lugar sin un crecimiento
de la población o un aumento de los precios agrícolas o de las impor­
taciones, aunque también es obvio que el crecimiento que en realidad
se dio fue demasiado rápido para que se hubiese podido sostener sin
esas condiciones. Pollard sostiene al respecto que, a causa del ritmo
en que se produjeron las transformaciones, la importancia que tuvo
para la economía el éxodo de fuerza de trabajo procedente de la agri­
cultura no fue, relativamente, tan elevada (34). Él calcula que, entre
1750 y 1801, posiblemente 200.000 personas abandonaron la agri­
cultura, mientras que el aumento de la población trabajadora no
agrícola superó el millón de personas.
Sea cual fuera el punto de vista que se adopte sobre el papel del
sector agrícola, el comercio exterior no parece habçr tenido una impor-
in d u s t r ia l i z a c ió n : e l c a s o b r it á n ic o (4 9

tanda significativa en el desarrollo de la demanda. El detallado trabajo


de Ralph Davis y Crouzet muestra que el comercio exterior no desem­
peñó un papel importante en el surgimiento de la Revolución indus­
trial, ni siquiera como elemento de apoyo en la primera etapa de su
desarrollo (12 y 13). A mediados d d siglo XVW hubo un modesto
boom de las exportaciones que comportó cierto impulso expansivo
para la industria, pero sus efectos fueron pasajeros y quedaron limi­
tados a favorecer las actividades ya existentes, más que aquéllas don­
de se desarrollaba el cambio tecnológico. La opinión de que el aumen­
to de las exportadones de tejidos de algodón a África y las Indias
Occidentales tuvo importancia en d desarrollo de la industria algo­
donera pasa por alto que este aumento fue sólo transitorio. En 1760
las exportaciones de tejidos de algodón se cifraron en unas 300.000
libras esterlinas, representando, quizá, la mitad de la produedón total,
mientras que durante d trienio de 1784-1786 tales exportadones
ascendieron a tan sólo un promedio anual de 100.000 libras esterli­
nas, equivalente al 13 por 100 de la producción total de tejidos de
algodón, en tanto que las ventas en el mercado interior crecían du­
rante dicho período de 300.000 a unas 700.000 libras esterlinas. Las
industrias metalúrgicas resultaron más benefidadas gradas a las expor-
ladones de davos, armas de fuego, cuchillería y herramientas; los
géneros de lana también se vieron favoreddos por la demanda nor­
teamericana, pero esto tuvo lugar en una época en que el cambio
tecnológico en esta industria era mínimo. El credmiento del comer­
cio exterior después de 1780 fue hasta cierto punto una consecuencia
de los años anómalos de la guerra de la Independenda norteamerica­
na, y posiblemente no fue hasta la década de 1790 cuando la econo­
mía empezó a experimentar un crecimiento basado en las exporta­
ciones de las industrias de nueva tecnología. En términos generales, se
puede decir que el comercio exterior fortaleció la base de la economía
durante el siglo xvm , pero no incidió directamente en su crecimiento
hasta poco antes de 1800. Las cifras de Crouzet muestran que a pesar
de que el volumen de las exportaciones de tejidos de algodón casi se
multiplicó por cinco de 1780-1782 a 1790-1792, dado el bajo nivel
de partida, las mismas sólo contribuyeron en un 16 por 100 al cre­
cimiento global de las exportaciones. De 1792 a 1802 las exporta­
ciones de tejidos de algodón alcanzaron la asombrosa tasa de creci­
miento anual de un 17,3 por 100, y entre 1794-1796 y 1804-1806
aportaron tres cuartas partes del aumento del 72 por 100 registrado
46 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

por las exportaciones británicas en dicho período. Obviamente, las


exportaciones empezaron a desempeñar un papel más importante una
vez iniciada la revolución tecnológica en la industria. El cambio tec­
nológico y el rápido crecimiento de la industria siderúrgica tuvieron
poco que ver con cualquier aumento de la relación entre exportacio­
nes y producción, y casi toda su producción adicional fue absorbida
por el mercado interior, en parte, por efecto de la sustitución de im­
portaciones.
La proporción de las exportaciones sobre la renta nacional, antes
de 1780, fue ciertamente modesta (generalmente por debajo del
10 por 100), si bien en los 20 años siguientes alcanzó el 18 por 100.
Crouzet apunta que hasta mediados del siglo permaneció muy esta­
ble efectuando las valoraciones a precios constantes. Aunque no hubo
una alteración en términos reales de la magnitud de las exportaciones,
es chocante que en un momento en que la tasa de crecimiento de la
producción industrial estaba en su punto culminante y en que casi
no había competencia internacional, no se registrara un incremento
relativo del sector exportador. Sólo después de 1850 la economía
británica se convirtió en verdaderamente exportadora. Sin embargo,
es importante constatar que en el siglo xvm no había un problema
de balanza de pagos; el crecimiento no estaba de ninguna manera
limitado por una incapacidad de importar, y de hecho las importa­
ciones aumentaron más rápidamente que la renta nacional.
Pero aparte de este efecto de escasa intensidad sobre la economía,
las exportaciones no fomentaron el desarrollo de nuevas tecnologías
hasta que la Revolución industrial estaba ya iniciada a finales de
siglo. Tampoco conocemos bien las fuerzas que fomentaron el creci­
miento de las exportaciones. Cabe preguntarse si la demanda exte­
rior era exógena, es decir, si surgió del incremento de la demanda
británica de bienes procedentes del extranjero, o si el crecimiento
interno comportó una mayor productividad del sector exportador.
Cualquier hipótesis acerca de una interacción directa entre las impor­
taciones y las exportaciones requiere un análisis de los mecanismos y
de los mercados implicados mucho más preciso del que, en el presente,
estamos en condiciones de efectuar. La mayor productividad fue un
elemento fundamental después de 1790, pero la respuesta no es tan
obvia por lo que respecta a los años anteriorse. Ciertamente, Gran
Bretaña pudo aumentar sus importaciones a lo largo del siglo xvm sin
que se deterioraran las relaciones reales de intercambio de su comercio
i n d u s t r ia l i z a c ió n : e l ca so b r it á n ic o 4>i

exterior, y Davis subraya los aumentos de la renta y la prosperidad de


los mercados exteriores (13). Gran Bretaña comerciaba con productos
con una demanda de elasticidad-renta relativamente elevada y en muy
iliversos mercados, especialmente en el Nuevo Mundo, la curva de la
demanda de bienes británicos estaba desplazándose claramente hacia
la derecha.

4. La financiación de la R evolución industrial

Así pues, aunque muchos autores ponen toda su atención en


los elementos de la demanda, quedan muchas cuestiones por aclarar.
La alternativa sería poner un mayor énfasis en los factores de la oferta
(por ejemplo, el cambio tecnológico, la oferta de capital, las mejoras
en la organización del transporte, etc.). Hay quien ve la economía
del siglo xviii caracterizada por el subempleo, temblorosa al borde de
un exceso de ahorro que comportara tipos de interés decrecientes,
con propensión al endeudamiento gubernamental en período de
guerra, y con una deuda exterior que no se liquidó hasta después
de 1783, pese a los adelantos en la industria y en el transporte.
Crouzet también sugiere que hubo muy pocos casos de inversiones
directas de capital colonial en las nuevas industrias. Éste fue utili­
zado, en su mayor parte, para comprar tierras o valores del Esta­
do (11). Además, Mathias y O ’Brien han mostrado que hubo un
gran aumento de la presión fiscal a lo largo del siglo (26). El peso
de la imposición per cápita se multiplicó por 2,5 y el volumen de la
recaudación fiscal, respecto a la renta nacional, creció del 9 por 100
en 1700 al 15 por 100 en 1790, en gran parte a consecuencia de las
guerras de Marlborough. La escalada de la transferencia de renta,
conseguida fundamentalmente mediante derechos de aduana e impues­
tos sobre el consumo interior, fue, por consiguiente, importante y
debió afectar a la masa de la población. Si los impuestos hubieran
sido más bajos, parece probable que el consumo habría aumentado
más que el ahorro, aunque por supuesto la industria se benefició
directamente de los efectos de los gastos militares. Pero dejando
aparte las expansiones de los periodos bélicos, ello constituyó un
elemento tendente a fomentar la depresión de la actividad económica.
En tanto que Crafts ha indicado que la formación de capital tuvo
un papel muy importante, que explica en una tercera parte la acele­
48 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

ración del crecimiento registrado durante el siglo x vm , y ello sin


tener en cuenta el progreso tecnológico derivado del aumento del
capital, por lo que la facilidad con que el capital era acumulado es
altamente significativa (9).
La cuestión de la naturaleza de la acumulación de capital ya no
llama la atención como antes. Se ha aceptado que, inicialmente, el
capital fijo fue menos importante que el capital circulante y que
el desarrollo de la economía, al menos en parte, no comportó tanto
un aumento de la tasa de inversión, como una orientación de la
inversión hacia formas modernas de acumulación de capital. Chapman
ha señalado que en la industria algodonera la disponibilidad de capi­
tal circulante empezó a causar problemas a medida que la industria
aumentó su volumen (2). Había un amplio y cambiante grupo de
industriales que buscaba dinero para financiar sus ventas en mercados
de exportación cada vez más distantes, que dependía de un sistema
financiero inexperto en este tipo de negocios. Los recursos de los
bancos locales eran insuficientes, y sólo las grandes firmas podían
esperar ayuda de Londres. Pero con el tiempo surgió un nuevo siste­
ma de casas de descuento y bancos comerciales que facilitaban crédi­
tos para la exportación, aunque el manufacturero aún tenía que
asumir riesgos considerables, ya que, por lo general, debía dejar en
garantía el depósito de un tercio del total facturado. ¿Por qué acep­
taba estos riesgos? La respuesta parece estar en la extrema compe-
titividad del mercado interior después de mediados de la década
de 1820, que obligaba a los fabricantes a pensar cada vez más en los
mercados ultramarinos si querían obtener algún margen de beneficio.
Se ha dicho que la imposición de la banca de no conceder prés­
tamos a largo plazo a la industria respondía a una estratagema de
aquélla, empeñada en que se aceptara como norma el crédito a
corto plazo. No obstante, si los clientes importantes se encontraban
en dificultades, a menudo recibían préstamos a largo plazo. Jones se
pregunta si fue, de hecho, tan importante la famosa serie de acuerdos
bancarios por la que los excedentes de los beneficios acumulados en
las explotaciones agrarias del sur y el este eran transferidos para
proporcionar préstamos a corto plazo en las áreas industriales del
norte (23). Señala que las necesidades crediticias de los agricultores
eran elevadas entre la siembra y la cosecha, lo que hacía preciso una
transferencia de signo contrario, en tanto que los industriales estaban,
probablemente, acumulando existencias para su comercialización des­
i n d u s t r ia l i z a c ió n : e l ca so b r it á n ic o 49

pués de la cosecha, y las necesidades crediticias en todo el país debían


de ser altas antes de la cosecha, con pocas posibilidades de transferir
fondos de un área a otra. Se ha planteado una cuestión más específica
respecto al crecimiento de la economía escocesa; se trata del papel
desempeñado por el comercio del tabaco como elemento impulsor
del desarrollo del conjunto de dicha economía (15 y 16). En la actua­
lidad, pocos consideran que tuviera un papel comparable al de la
industria linera en cuanto a efectos secundarios (cabe señalar a este
respecto que en Escocia la industria linera financió en gran parte el
desarrollo de la industria algodonera). En definitiva, no parece que
el mencionado comercio tuviera mucha influencia en la industrializa­
ción del oeste de Escocia a finales del siglo xvm ; pero tampoco
merece mucha atención la reciente tendencia a restringir la influencia
del comercio de tránsito y distribución a un sector muy pequeño de
la economía. Está claro que tal comercio comportó poco empleo
directo y sólo pequeñas compras de bienes por parte de los mismos
comerciantes. No obstante, actualmente se piensa que su verdadera
importancia se encuentra en su contribución al desarrollo del sistema
financiero escocés, ya que la economía no hubiera traspasado el um­
bral de la industrialización sin una ampliación de las disponibilidades
líquidas, cuya escasez había otorgado a Escocia la reputación de ser
uno de los países más pobres de Europa a principios del siglo xvm .
El contraste entre las economías escocesa e inglesa a este respecto
es muy acusado.
El cambio tecnológico pudo haber sido ocasionado, fundamen­
talmente, por el desarrollo de la demanda, pero la relación entre
estos dos fenómenos es sumamente tenue; y de la misma manera
que no es fácil determinar las causas del incremento de la demanda,
tampoco está claro que hubiera una importante escasez de mano de
obra detrás del cambio tecnológico. Por otra parte, tenemos también
la cuestión de las invenciones derivadas de los avances puramente
científicos. Se han elaborado estudios sobre el desarrollo de los cono­
cimientos científicos, cuyo común denominador ha sido el de que
no han mostrado una relación precisa entre ciencia e inventos, aun
cuando falta profundizar en el estudio del papel estratégico de deter­
minadas invenciones, basadas o no en la ciencia, que pudieran haber
tenido un efecto desproporcionado sobre el desarrollo industrial. No
parece haber razón para poner en duda la opinión de Landes de que
las nuevas tecnologías tuvieron un origen esencialmente empírico,

4. — NADAL
50 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

pero las excepciones pueden haber sido cruciales. La ciencia pudo


haber trastornado todo el saber tradicional y hacer posible un com­
portamiento más racional ante el conocimiento, pero precisar en
qué áreas este nuevo espíritu consiguió estimular la inversión indus­
trial es otra cuestión. Es muy posible que el espíritu de la Ilustración
escocesa influyera profundamente en la experimentación e inversión
en los fértiles suelos de Escocia oriental por parte de los terratenien­
tes y que promoviera la investigación científica en la totalidad de
Gran Bretaña. Pero otra cosa es saber hasta qué punto hizo progre­
sar a los pequeños industriales de Dcrbyshire y Lancashire.

5. Los PORQUÉS DE UNA SUPREMACÍA

La cuestión de los factores determinantes de la oferta y la deman­


da en la Revolución industrial está inevitablemente relacionada con
la de por qué Gran Bretaña fue el primer país en experimentar dicho
proceso. La surtida lista de explicaciones continúa incrementándose,
pero, desde otro punto de vista, Crafts ha esgrimido recientemente el
ingenioso argumento de que quizá fuera puramente fortuito el hecho
de que Gran Bretaña se industrializara antes que Francia, con la
salvedad de que es difícil imaginar que cualquier otro país estuviera
realmente participando en dicha «carrera» durante el siglo xvm ( 6).
En su opinión, el hecho de que Gran Bretaña estuviera claramente
adelantada en cuanto a nuevas industrias en 1790, no implica que
en 1740 tuviera mayores posibilidades de éxito. Es habitual la consi­
deración de que los fundamentos del crecimiento británico se encuen­
tran en los cambios económicos y sociales de los siglos xvi y xvn,
pero esto sólo explica por qué Inglaterra (y no Escocia, por ejemplo)
estaba entre las favoritas en la aventura de la industrialización, no
por qué cobró ventaja sobre Francia. El argumento de que en Gran
Bretaña hubo un crecimiento más rápido de la demanda está clara­
mente sujeto a discusión, asi como la suposición de que había una
más ágil oferta de capital, de iniciativas empresariales y de capacidad
técnica. Las diferentes máquinas de hilar — accionadas, primero, me­
diante fuerza humana y, después, a través de la fuerza hidráulica y
el vapor— fueron acontecimientos decisivos desde un punto de vista
tecnológico, aunque quizás el éxito inglés en este terreno fue en
gran parte debido a pura casualidad. Pollard también ha prevenido
in d u s t r ia l i z a c ió n : e l ca so b r it á n ic o ÍT ' j

contra un excesivo énfasis sobre la disponibilidad de recursos natu­


rales (35). Éstos ofrecen amplios cauces para un despegue en una
determinada localización, pero las circunstancias decisivas son las
motivaciones y el proceso de maduración que conducen a explotarlos.
¿Impulsó el carbón la aparición de las industrias pesadas británicas
o, por el contrario, sucedió que cuando el proceso de industrializa­
ción en dicho país llegó a su maduración se desarrolló una tecnología
basada en el aprovechamiento de las reservas de carbón allí existentes,
como podría haberse desarrollado una tecnología adecuada a com­
bustibles como el petróleo o la madera si hubiera sido necesario? Los
dos argumentos son intencionadamente exagerados —la tecnología del
carbón en las industrias siderúrgica y del vidrio, por ejemplo, no
puede reducirse a una cuestión de elección entre diferentes alterna­
tivas energéticas— , pero es útil para clarificar la cuestión planteada.
A este respecto, la atención se ha centrado en el potencial acumula­
tivo del crecimiento regional británico. Fueran cuales fueran las cau­
sas básicas de la Revolución industrial, está claro que muchas zonas
de Gran Bretaña, por varias razones, se encontraban preparadas para
aprovechar las nuevas tecnologías; y esta variedad de progresos y
cualidades regionales fue de gran provecho para el conjunto de la
economía británica. Cualesquiera que fueran las ventajas comparativas
de una determinada región del continente europeo, la existencia en
Gran Bretaña de un grupo de regiones en una situación privilegiada
fue una ventaja particular.

6. La resistencia a la proletarización

Siguiendo el reciente estudio sobre la protoindustrialización,


l’ollard ha analizado brillantemente las conexiones entre el desarrollo
rural y el urbano (27, 34 y 37). El empleo industrial se concentró en
úreas que nunca habían tenido mucho potencial agrícola, como los
l’cnnines, o que habían quedado en una situación desventajosa por
efecto de los cambios agrícolas del siglo anterior, como el área de
tierras arcillosas de las Midlands; y eran estas «viejas» regiones indus­
triales las que iban a transformarse con las nuevas técnicas. Pero ésta
no era la protoindustrialización observada en el continente, donde
campesinos desesperadamente pobres estaban luchando por encontrar
un trabajo alternativo. Se trataba de un desarrollo que surgía de una
52 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

rápida expansión agrícola asociada con una emigración de mano de


obra, tanto cualificada como no cualificada, hacia las áreas industriales
de Lancashire, Sheffield y Yorkshire occidental, no para huir de una
absoluta miseria, sino para buscar salarios más altos. Cualquier centro
industrial atrajo mano de obra procedente de las zonas de suelos
pobres de la región, pero esta oferta de fuerza de trabajo era limi­
tada, y el proceso por el cual el campesino se convirtió en asalariado
fue muy complejo (23 y 24). Una parte considerable del campesinado
pobre se resistió a ser absorbida por el sector industrial y prefirió
vivir en la pobreza en las regiones agrícolas del sur y del este del
país. Las dificultades de transporte, la ignorancia y el miedo dificul­
taron la movilidad, y los terratenientes y agricultores locales aproba­
ron el pago de limosnas mediante la «ley de los pobres» para conser­
var la oferta de su fuerza de trabajo durante los meses de verano. No
había una economía dual en el sentido de que los industriales pudie­
ran atraer rápidamente reservas de fuerza de trabajo, una vez que la
Revolución industrial estuvo en marcha. Los jornaleros del sur po­
drían haber emigrado a cortas distancias, pero cuando finalmente
decidían abandonar su región solían dirigirse a ultramar. Incluso en
las parroquias del norte de Inglaterra algo distantes de las áreas indus­
triales tenían excedentes de fuerza de trabajo. Fueron los trabajado­
res irlandeses los que acudieron a realizar los trabajos no cualifica­
dos; los escoceses de las Lowlands se desplazaron hacia el sur a fin
de aprovechar al máximo sus conocimientos, y los de las Highlands lo
hicieron hacia las Lowlands. En resumidas cuentas, la Revolución
industrial en Inglaterra y en el oeste de Escocia reunía las condiciones
necesarias para alcanzar el éxito; existía un crecimiento rápido, y
también un excedente de fuerza de trabajo. El incremento de la
población, junto con la emigración de trabajadores desde Irlanda y
las Highlands de Escocia, actuó sobre el mercado de trabajo no tanto
en el sentido de que propiciara la formación de una gran reserva de
trabajo asalariado, puesto que la demanda de fuerza de trabajo creció
con el aumento de la población, sino de facilitar, con el crecimiento
de la oferta de trabajo, el traspaso de trabajadores de unas a otras
industrias que la Revolución industrial demandaba.
Por otra parte, los efectos de la emigración fueron desastrosos
para Irlanda. Aunque había mano de obra barata y la ausencia de
carbón no era una desventaja insuperable para el desarrollo de una
industria textil, por ejemplo, en la que los costes del combustible
i n d u s t r ia l i z a c ió n : EL CASO BRITANICO 53

eran relativamente bajos, la emigración de trabajadores irlandeses


hacia las áreas de temprana industrialización en Inglaterra cobró tal
extensión que los salarios de los obreros cualificados que permane­
cieron en Irlanda eran altos en comparación con el nivel de los ingle­
ses (30). En un artículo, todavía sin publicar, T. C. Smout muestra
cómo en Escocia, en contraste a lo que sucedió en Irlanda, la indus-
t ria del lino se desarrolló de una manera más favorable para el con­
junto de la economía. En Irlanda la fibra era en su totalidad produ­
cida en el propio país, mientras que Escocia importaba el lino en su
mayor parte, ya que este cultivo no se adaptó provechosamente al
clima escocés. En consecuencia, en Escocia la manufactura de lino se
distanció cada vez más de la agricultura, y surgió una fuerza de tra­
bajo cualificada desvinculada del trabajo de la tierra. En Irlanda la
industria doméstica familiar estaba unida a la pequeña explotación
campesina, dando lugar a la consiguiente aglomeración de población
en el campo y a una carencia de flexibilidad. La industria del lino
creció muy rápidamente en Escoda, y hada 1775 ocupaba a una per­
sona de cada una de las familias en edad de formar parte integrante
ile la población activa. Fue una forma de protoindustrialización más
parecida a la que se dio en países como Dinamarca y en algunos esta­
dos alemanes que a la que tuvo lugar en Inglaterra, que no estuvo
basada en la tecnología o modos de organizadón sofisticados, pero
Escocia tuvo la gran ventaja de ser capaz de conectar rápidamente
con la corriente dinamizadora procedente de la Revoludón industrial
inglesa.

7. E l VAPOR, EL HIERRO Y EL ALGODÓN EN LA REVOLUCIÓN


INDUSTRIAL

El estudio más notable realizado sobre una industria particular


es el análisis de Von Tunzelmann respecto al papel de la energía de
vapor en la industrialización británica, en vista del papel crucial
atribuido al vapor por muchos estudiosos (39). Se ha dicho que sin
él no se hubieran podido utilizar los otros grandes inventos; la radi­
cal reducción del coste de la energía y la movilidad de localización
que ello proporcionó fueron elementos vitales en la transformación
de la economía. Para verificar estas hipótesis, Von Tunzelmann exa­
mina dos cuestiones: las conexiones hacia atrás y hacia adelante y
54 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

calcula también el ahorro social derivado de la utilización de la ener­


gía de vapor. Opina que la conexión hacia atrás, por lo que se reitere
a la industria siderúrgica, ha sido muy pequeña; la demanda acumu­
lada derivada de la construcción de todas las máquinas Boulton y
W att durante los 31 años en que tuvieron la patente de su fabrica­
ción, entre 1769-1800, sólo representaron alrededor del 6 por 100
de la producción de lingote de hierro colado en el año 1800. De la
misma manera, el estudio de Hyde sugiere que las máquinas de W att
no eran indispensables para el desarrollo de un sistema de fundición
de metales fundamentado en el uso del coque, porque, como apunta­
ron Ashton y otros, el mismo exigía utilizar un enorme alto hor­
no (2 1 ). En este sentido cabe señalar que en 1775 ya había 30 hornos
de coque en funcionamiento, aunque resulta obvio que la máquina de
vapor contribuyó a desarrollar y a difundir la nueva técnica. El im­
pacto directo de la utilización de la energía de vapor sobre la indus­
tria hullera fue mucho mayor. En 1800 el consumo de las máquinas
de vapor de todo tipo representó una décima parte de la produc­
ción de hulla, y entre 1800 y 1850 la demanda generada por las
máquinas fijas determinó entre una sexta y una octava parte del
aumento experimentado por la producción hullera. El profesor Flinn
está haciendo un estudio, integrado en un trabajo de carácter más
amplio, sobre las consecuencias de la creciente demanda de carbón
en el siglo xvni a partir de este y otros componentes, en especial
por parte de la industria siderúrgica. Una de sus más notables con­
clusiones parece ser la de que, aun cuando las mejoras tecnológicas
no fueron demasiado espectaculares —en cuanto al sistema de extrac­
ción, ventilación y transporte en el interior de las minas— , y que
se concentraron sobre todo en la mejora del transporte de superficie,
el precio real del carbón permaneció estable a lo largo de todo el
período de la Revolución industrial. El hecho de que la industria
pudiera desarrollarse fácilmente, basándose en gran parte en los cam­
pos de actividad ya existentes, fue, por lo menos, un importante
factor permisivo del éxito de la Revolución industrial.
La máquina de vapor no fue de mucha importancia para las nuevas
tecnologías del textil hasta bien entrado el siglo xix. Hacia 1800,
por lo que se refiere a la hilatura algodonera, sólo una cuarta parte
del hilo producido estaba relacionada con la utilización de este ele­
mento motor. No empezó a tener un mayor impacto hasta la aparición
de las máquinas automáticas de hilar (self-acting mulé) y la difu­
i n d u s t r ia l i z a c ió n : e l ca so b r it á n ic o 55

sión del telar mecánico, es decir, de una tecnología con un consumo


energético muy intensivo, en la tercera década del siglo xix. Según
los cálculos de Flinn, el ahorro social de todas las máquinas W att
respecto a las máquinas de vapor de tipo atmosférico en 1800 fue del
0,11 por 100 de la renta nacional; si se parte del postulado de la
no existencia de otras máquinas de vapor, entonces el ahorro alcanza
el 0,2 por 100, aunque ello signifique ignorar la posibilidad de sus­
tituir la energía a vapor mediante energía eólica o el empleo de caba­
llerías. Los cálculos son arriesgados, sobre todo porque es difícil
determinar los costes de la energía hidráulica en el supuesto de la
no existencia de la máquina de vapor; pero incluso tomando en
consideración este margen de error, el ahorro es muy pequeño. Desde
1800 hasta principios de la década de 1840, el precio de la energía
de vapor no disminuyó. Aparte de su impacto directo en la mine­
ría del carbón y, en un menor grado, en la industria de construcciones
mecánicas, lo que el vapor comportó no fue tanto un abaratamiento
de los costes medios de la industria, sino posibilitar que el crecimien­
to se desarrollara exento, en gran medida, de limitaciones por lo que
respecta a la oferta energética, de la que se pudo disponer a unos
costes más o menos constantes.
El estudio de Hyde sobre la industria siderúrgica modifica con­
siderablemente las conclusiones de Ashton acerca de los factores que
determinaron su modelo de desarrollo, sin cambiar, significativamen­
te, nuestra comprensión del papel desempeñado por la misma en los
cambios del último cuarto del siglo xvm (21). Ashton postuló que
la lenta adopción del sistema de fundición de coque hasta 1750 se
debió, por una parte, al desconocimiento de esta técnica y, por otra,
n la calidad especial del carbón de Coalbrookdale. Hyde ha mostrado
que ambas hipótesis son infundadas. Es cierto, como también apuntó
Ashton, que el lingote obtenido a base de la utilización de coque era
de inferior calidad al producido con carbón vegetal, lo que debería
haberse reflejado en diferencias de precio. El problema estribaba en
que incluso en Coalbrookdale la producción de lingote producido a
base de carbón vegetal era más barata que la del lingote de coque,
y la producción de éste habría sido aún más cara en otros posibles
emplazamientos. Darby eligió Coalbrookdale simplemente porque el
lingote de coque era más adecuado para la producción de piezas mol­
deadas, realizada con una nueva técnica que él había desarrollado.
Después de 1750 la situación cambió, y a finales de dicha década el
56 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

coste total del lingote de coque se hallaba sensiblemente por debajo


del variable coste del lingote producido con carbón vegetal. Este
cambio se produjo porque el precio del carbón vegetal subió brusca­
mente al aumentar la demanda de hierro sin que se hubieran produ­
cido avances en la tecnología del sistema de fundición, mientras que
el precio del coque empezó a bajar rápidamente debido, en parte, a
la mejora de los métodos de producción y a causa del descenso rela­
tivo del precio de la hulla en relación al del carbón vegetal. Conse­
cuentemente, el sistema de fundición basado en el uso del coque se
extendió — pero no por efecto, como argumentó Ashton, de que regis­
trara un salto cualitativo hacia mediados de siglo— , y de ello se
derivaron grandes beneficios, lo cual no se correspondió, en igual
proporción, por una óptima canalización de los recursos hacia una in­
dustria geográficamente remota y que se caracterizaba por una alta
inversión inicial. Pese a ello, los establecimientos siderúrgicos que
utilizaban carbón vegetal perduraron, y tampoco dejaron de funcio­
nar ante las importaciones de hierro en barras sueco. Unos precios
más bajos pudieron haber eliminado muchos de ellos, pero en poco
habrían favorecido la difusión de la siderurgia de coque, ya que las
localizaciones de los establecimientos que usaban carbón vegetal eran
inadecuadas para los que utilizaban el nuevo proceso. Por otra parte,
los elevados precios del hierro ayudaron a vencer los temores de los
que pensaban invertir en esta industria, y los grandes beneficios ofre­
cidos por la misma fueron, en su mayor parte, reinvertidos. Es de
lamentar que Hyde no precise en qué era utilizado el hierro produ­
cido. La sustitución por las importaciones explica sólo en una pequeña
parte el crecimiento de la producción, y durante el siglo xvm había
poca demanda de hierro para la construcción de maquinaria. Proba­
blemente hubo un acusado aumento de la demanda de raíles de hierro
para las vagonetas de los carriles mineros, pero todavía es necesaria
mucha más investigación al respecto.
Los recientes escritos sobre la industria algodonera parece que
tratan, principalmente, de refutar el intento de Deane y Colé de
cuestionar el papel de la misma en el desarrollo de la Revolución
industrial. Ya hemos visto cómo Davis y Crouzet la rehabilitaron
como una destacada fuerza motriz del crecimiento, en relación con
el desarrollo de las exportaciones a partir de los años de 1790. Deane
y Colé señalaron que en 1800 la industria algodonera empleó alrede­
dor del 5 por 100 de la fuerza de trabajo, que es una cifra significa­
i n d u s t r ia l i z a c ió n : e l ca so b r it á n ic o 57

tiva, pero no superior a la de la ocupación generada por la industria


siderúrgica, lo que les llevó a la conclusión de que difícilmente pudo
ser el motor del desarrollo industrial (14). No obstante, entre 1782
y 1820 la industria algodonera contribuyó en un 13 por 100, apro­
ximadamente, al crecimiento de la renta nacional, una contribución
considerablemente superior a la aportada por la industria siderúrgica.
Chapman señala que Deane y Colé no tuvieron en cuenta los sectores
de acabado de la mencionada industria — tinte, blanqueo, y sobre
todo el estampado— , y que la misma absorbía quizás un 7 por 100
de la fuerza de trabajo ocupada en el sector industrial en 1800, una
proporción bastante más alta que la de la industria siderúrgica, que
además tenía a sus espaldas un período de desarrollo mucho más
largo (1). Por otra parte, Chapman apunta que, en cierto modo por
la misma razón, Deane y Colé estimaron muy groseramente el cocien­
te entre capital y producción en la industria algodonera, situándolo
en un 1/1,2 para 1801-1803, cuando podría muy bien haber alcan­
zado un 1/6 o 7. Incluso dejando a un lado este cálculo extremo, es
probable que los efectos multiplicadores de la inversión en el sector
algodonero fueran mucho mayores de lo que se ha supuesto. Las
conexiones hacia adelante no fueron importantes en esta industria,
ya que no propició el desarrollo de actividades dedicadas a la elabo­
ración de productos acabados tales como la confección de alfombras,
calcetería y prendas de vestir en la medida en que lo hizo, por
ejemplo, la industria lanera. La industria algodonera era también
menos importante para la economía de lo que los contemporáneos
al parecer pensaban, debido a que la materia prima significaba un alto
porcentaje del coste de producción y a que la misma era enteramente
importada. Por otra parte, las conexiones hacia atrás fueron muy
importantes por efecto de la aplicación de la maquinaria de la indus­
tria del algodón al trabajo de otras fibras, así como por el impulso
proporcionado a la siderurgia y a la industria de construcciones mecá­
nicas y a la construcción de edificios con elementos de hierro.

8. Los PROTAGONISTAS DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Se han hecho relativamente pocos progresos en el que una vez


fue un tema favorito de los historiadores: los orígenes y naturaleza
del empresario. En una conferencia dada en Nueva York y todavía
58 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

no publicada, Crouzet expuso los resultados de un estudio que ha


realizado sobre dicha cuestión, basado en un amplio conjunto de
fuentes documentales. Esta aportación no altera de un modo signifi­
cativo el modelo aceptado. La mayoría de los industriales provenían
de la clase media; sus padres eran pequeños agricultores, comercian­
tes o manufactureros moderadamente ricos; tenían alguna posición
en la sociedad local, lo cual les ayudó a obtener créditos cuando los
necesitaron. Algunos emergieron del seno de las clases bajas, aunque
raramente de entre los sectores más pobres de la sociedad. Por lo
que se refiere a la industria del algodón, algunas fábricas fueron
levantadas por hombres humildes, que en su mayor parte no pasaron
de pequeños industriales, aun cuando hubo excepciones, como las de
Arkwright, McConnel y Kennedy. En las manufacturas metalúrgicas
de Birmingham, algunos se convirtieron en pequeños industriales y
raramente pasaron de esa condición, aunque Josiah Masón hizo una
fortuna con la fabricación de plumas de acero. La mayoría de los
fundadores de los establecimientos dedicados a la metalurgia y a las
construcciones mecánicas eran trabajadores, aun cuando se trataba
siempre de trabajadores cualificados. Pese a ello, es sorprendente el
hecho de los limitados progresos conseguidos por estos hombres en
una época en la que las oportunidades de ascenso social (self-made
men) debieron haber sido grandes. El estudio de Rubinstein sobre la
riqueza en Gran Bretaña llega a la conclusión de que si bien algunos
industriales se enriquecieron mucho — Peel, Arkwright y Crawshay
eran millonarios— , en general, no hicieron las mismas fortunas que
aquellos que se dedicaron al comercio y a las finanzas (38). Respecto a
los conocidos problemas de la afiliación religiosa de los empresarios,
señala que la proporción de disidentes entre los ricos desvinculados
de la posesión de tierras no era alta; los anglicanos se enriquecieron
más a menudo a través del comercio y de los negocios, ya que pocos
emprendieron actividades industriales, aunque algunos triunfaron en
este campo, como por ejemplo Arkwright, Peel, Stephenson y Brassey.
Por otra parte, Rubinstein difiere de la opinión de que ciertos grupos
religiosos fueron más prósperos que otros por cualquier tipo de
razón inherente a tales creencias, sino sencillamente porque algunas
ocupaciones eran intrínsecamente más provechosas que otras. Parece
que los industriales, con raras excepciones, cualquiera que fuera su
religión, no pudieron ampliar sus negocios más allá de un cierto lími­
te, por mucho que lo intentaran. Esto, por supuesto, nos lleva direc­
in d u s t r ia l i z a c ió n : e l ca so b r it á n ic o 59

tamente a la cuestión de la condición cualitativa de los empresarios


británicos. Se trata de un tema muy debatido, y se han hecho muchos
esfuerzos para demostrar que, al margen de los resultados a largo
plazo, los industriales —al menos por lo que respecta a las industrias
del hierro y del algodón que son las áreas que principalmente se han
estudiado— se comportaron racionalmente a corto plazo y no deben
ser culpados de las deficiencias de la industria británica. Estas ideas
no son comúnmente aceptadas, pero no está nada claro por qué un
clima social que probablemente conducía a la Revolución industrial,
de repente abandonó a la nación. Crouzet ha puesto en duda el razo­
namiento según el cual había una mayor movilidad social y un mejor
«clima capitalista» en Gran Bretaña que en Francia, y ha remarcado
que la Revolución industrial fue un fenómeno regional y que lo que
cuenta son las actitudes regionales ante las nuevas oportunidades. La
incapacidad de comprensión de que la pauta de vida social de la clase
media alta de los condados de alrededor de Londres no es aplicable
n las Midlands y al norte, ha comportado que muchas observaciones
sean erróneas.

9. U n balance insatisfactorio

Aunque hayan aparecido algunos excelentes estudios en la última


década, nuestra comprensión de la Revolución industrial británica
aún deja mucho que desear. Los mayores avances se han efectuado
en la investigación de la revolución agrícola y en el modelo de proto-
¡ndustrialización al que aquélla dio lugar. El problema es que aún
estamos lejos de determinar las causas fundamentales del cambio.
¿Adonde iba a parar todo ese hierro? ¿Qué mercados abastecían las
industrias textiles? ¿Estaba fundamentado el crecimiento económico
en la demanda generada por la transferencia de rentas y beneficios
agrícolas a la clase media, o aceptamos la opinión de Chapman — res­
paldada por la aportación de Jones acerca de una edad dorada de los
trabajadores del campo— de que en la expansión de la demanda
participaron todas las clases y sería difícil «distinguir a la señora de
la criada»? Quizás el mayor problema radique en que Deane y Colé
obligaron a que todo el mundo fuera demasiado precavido. La
desapasionada valoración de las elasticidades, conexiones y ahorros
sociales —obtenidos mediante refinados cálculos aproximativos— ale­
60 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

ja al lector desprevenido de la magnitud de los acontecimientos. La


literatura actual no transmite la impresión de que estaba pasando algo
que iba a transformar el mundo en breve plazo. Cuando hace 16 años
David Landes escribía acerca de la cristalización de un efecto «multi­
plicador», o cuando Rostow se refería al «despegue», ambos se esfor­
zaban por explicar uno de los mayores acontecimientos de la historia.
El «despegue» puede no haber sido más que otra expresión para
caracterizar la Revolución industrial, pero por la amplitud de su
visión está muy lejos de lo que los investigadores actuales entienden
por dicho concepto. Por ahora, buscamos en vano planteamientos de
amplitud totalizadora.

O bras citadas

1. Chapman, S. D., The cotton ¡ndustry in the Industrial Revolution,


1972.
2 . —.«Financial Restraints on the Growth of Firms in the Cotton
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4. Colé, W. A., «Eighteenth Century Growth Revisited», Explorations
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M. Hartwell, The Causes of the Industrial Revolution in England,
1967.
1 1 . —.«Capital Formation in Great Britain during the Industrial Revo-
lution», en F. Crouzet, Capital Formation in the Industrial Re­
volution, 1972,
12. —, «Towards an Export Economy: British Exports during the Indus-
in d u s t r ia l i z a c ió n : e l c a s o b r it á n ic o 61

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bajo y empresa, Revista de Detecho Privado - Editoriales de De­
recho Reunidas, Madrid, 1982.
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29. —, «Demand and Supply in the Industrial Revolution», Journal of
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62 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

30. —, «Industrialisation and Poverty in I reí and and the Netherlands»,


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31. O’Brien, P. K., «Agriculture and the Industrial Revolution», Eco-
nomic History Rcview (febrero de 1977).
32. O’Brien, P. K., y C. Keyder, Economic Crowtb in Britain and France
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cho Privado - Editoriales de Derecho Reunidas, Madrid, 1982).
33. — , Región und Industrialisierung, 1980.
36. —, «A New Estímate of British Coal Production 1750-1850», Eco­
nomic History Review (mayo de 1980).
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38. Rubinstein, W. D., Men of Property, 1981.
39. Tunzelmann, G. N. von, Steam Power and British Industrialisation
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40. —, «Trends in Real Wages, 1750-1850, Revisited«, Economic His­
tory Review (febrero de 1979).
41. Wrigley y Schofield, British Population History, de próxima publi­
cación.
Pierre Lebrun

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA: UN ANÁLISIS


EN TÉRMINOS DE ESTRUCTURA GENÉTICA

El tema del coloquio en el cual tengo el honor de participar es,


según tengo entendido, «el nivel y la articulación de los estudios»
sobre la Revolución industrial más que la yuxtaposición de las des*
cripciones de los procesos de industrialización seguidos por los distin­
tos países. Es evidente que un objetivo como éste supone aceptar
la posibilidad de una historia comparativa, lo cual quiere decir que
es posible integrar ésta en el método experimental. Por una parte, *
la comparación diferencial sólo puede efectuarse entre sistemas rela­
tivamente homogéneos, a fin de que el número de factores no comu­
nes a estos sistemas sea pequeño. Por otra parte, los procesos de cada
país deben ser diseccionados con objeto de extraer las características
generales que se puedan transponer. Esto es lo que hemos inten­
tado hacer por lo que respecta a la Revolución industrial belga.1 No
obstante, antes de llegar a este punto, o para llegar a él conveniente­
mente, nos ha parecido indispensable definir el marco conceptual de
nuestro trabajo, es decir, el conjunto de conceptos históricos que
constituyen nuestras herramientas de análisis y de formalización.
Nuestra ponencia comprenderá, entonces, tres partes: 1 . El
marco conceptual. 2 . Las características específicas de la Revolución
industrial belga. 3. Una conclusión que resumirá nuestra aplicación
—bastante imperfecta— de la noción de estructura genética.1

1. No existe un fenómeno de este tipo en los Países Bajos. La auténtica


industrialización de éstos no empieza hasta el siglo xx, quizás incluso después
de 1945.
64 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

1. E l marco conceptual 1

Pensamos que en la actualidad estamos asistiendo a la configu­


ración, lenta y difícil, de un nuevo paradigma histórico.
La historia ha estado mediatizada durante mucho tiempo por una
indecisión entre dos paradigmas igualmente insuficientes e invalida­
dos para las investigaciones concretas: el paradigma del «gran hom­
bre», independientemente de donde esté situado, y el paradigma del
desarrollo reversible en forma de progreso, sean cuales fueran los
determinismos, reconocidos o no. Todo el desarrollo de la ciencia
histórica ha consistido en invalidar estos dos paradigmas, herencia
desgraciada de los siglos anteriores, a la que hay que añadir una
reciente y culpable ignorancia de los progresos —por otra parte
inciertos— de las jóvenes ciencias humanas.1

2. No hemos dudado, en este apartado, en efectuar algunas precisiones


de carácter epistemológico a fin de evitar toda confusión. Por el contrario,
no hemos creido necesario abordar el problema de la metodología, especial­
mente de los métodos de la historia cuantitativa, para lo cual carecíamos de
espacio.
3. La Kulturgeschicbie (K. Lamprecht), la Geislesgescbichte y las Geis-
leswissenscbaften (W. Dilthcy, W. Sombart, L. von Mises), el condicionamiento
por el presente (R. Aron, M. G. Murphey), la necesidad del «comparativismo»,
de la cuantificación, de la intcrsectorialidad y de la superposición de las dura­
ciones (de los franceses P. Lacombe, F. Simiand, H . Berr, el gran M. Bloch,
L. Febvre, F. Braudcl, hasta el presente equipo de los Aunóles) han sido hasta
ahora los principales protagonistas de la reflexión histórica moderna. Ésta ha
conseguido, al menos, desembarazarse de los viejos paradigmas. Se ha escrito
un libro que considera que existe un paradigma de los Annoles y que éste es
el tercero. Pese a su considerable papel innovador, creemos que los Annoles
no han conseguido aún más que una aproximación al mencionado tercer para­
digma, con todas las exigencias que le reconocemos. Cf. T. Stoianovich, F rencb
historícal method. The «Annoles» paradigm, introducción de F. Braudel, Lon­
dres, 1976, pp. 9-17. En un análisis parecido al nuestro, T. Stoianovich resume
asi los tres paradigmas: 1) la historia es una recopilación de ejemplos, por
tanto una guía para la acción; 2) la historia es una búsqueda de las leyes
universales del desarrollo humano, al mismo tiempo que un análisis de los
aspectos particulares de este desarrollo; 3) los miembros de la escuela de los
Aisnales propondrían una fonclional-slructural bistory, según la cual la acción
humana ya no es un ejemplo, sino una función, mientras que el cambio no
es considerado como un progreso (un desarrollo regular, una continuidad),
sino como una necesidad de nuevas funciones, un proceso de structuring, des-
tructuring and restructuring.
Sobre el concepto de paradigma y sus aspectos sociales, cf. T. S. Kuhn,
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 65

De hecho, la historia no dispone aún de un paradigma auténtica»


mente científico. Es preciso reconocer que ésta ha tenido pocas fací*
lidades al respecto. Al contrario que una ciencia particular como la
economía, en la que el concepto de equilibrio económico general aún
se mantiene — aunque con dificultades y experimentando importantes
transformaciones—, la historia se enfrenta a dificultades tan genera­
les y complejas que sólo consigue aclarar con lentitud. La obra de
Marx constituye, indiscutiblemente, una respuesta, pero el carácter
materialista adscrito a su dialéctica adultera su significado. En cierto
sentido, podemos decir con P. Vilar que todo historiador auténtico
es marxista, pero añadiendo después que no puede serlo indefinida­
mente. Marx descubrió un hilo conductor, pero éste resulta insoste­
nible por razón dialéctica. Dicho esto, sólo queda la dialéctica. Y es
sobre ella que debe erigirse, en última instancia, la superación de los
pseudoparadigmas, de las confusiones y complejidades de las que
hemos hablado, para resolver la oposición estructura-génesis, en la
que nos hemos entretenido demasiado a menudo, inmovilizándonos
en los análisis de equilibrio o en las descripciones del cambio. La
noción de «estructura del cambio de estructura» o de «estructura
genética» se convierte en la clave del nuevo paradigma: la génesis,

The Slructure of Scientific Revolutions, University of Chicago Press, 1962


(hay trad. cast.: La estructura de las revoluciones científicas, Fondo de Cultura
Económica, México, 1971). El concepto de paradigma tiene su origen en la
obra del estudioso de la lógica Wittgenstein. Según la teoría de T. S. Kuhn,
toda ciencia se organiza alrededor de un paradigma. Por este término debemos
entender un consensus de los especialistas de una ciencia sobre: un campo
delimitado de investigación (el ángulo, el punto de vista desde el cual se tra­
baja), un conjunto de técnicas operativas (la metodología), un conjunto de
resultados adquiridos (el núcleo teórico central). Normalmente puestos al
alcance de los estudiantes en los manuales de enseñanza superior (text-books),
aquéllos acceden a estos resultados más por la práctica repetida de ejemplos
y ejercicios que por un proceso de reflexión crítica. Este tipo de paradigma
ofrece a todo investigador conformista una sensación de seguridad, de confort
social, ya que planteará las preguntas que «hay que plantear», limitará su
estudio evitando cuestionar el resto de la ciencia, utilizará habilidades recono­
cidas con las que podrá mostrar su grado de virtuosidad, y en la medida en
que conoce los criterios bajo los cuales serán juagadas sus obras (aporten o no
resultados), sabe que le será asignada una plaza en la jerarquía del grupo (del
mandarín al debutante) en el cual, en todo caso, quedará integrado. Una
revolución científica consiste en la sustitución de un paradigma por otro. Com­
prendemos que esta operación merezca a menudo el calificativo de 'revolución'.

5 . — NADAL
66 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

es decir, la sustitución de una gama de constantes estructurales, en el


transcurso de su propio funcionamiento, partiendo de elementos indi­
vidualizados y privilegiados, según una distribución de probabilida­
des (representativa de la densidad de la creatividad humanas), a fin
de engendrar procesos acumulativos y convergentes, por otra gama de
constantes estructurales (cambio de calidad generada por el cambio
de cantidad). Esta génesis constituye, en sí misma, el objeto de un
conocimiento estructural de segundo nivel, en el que la irreversibilidad
se ubica en el binomio «¿/«/alo-respuesta, en tanto que el marco de la
interdependencia cede su sitio, en primer lugar, a una interacción
recurrente y, en segundo lugar, a una recurrencia abierta a la nove­
dad, lo que comporta, en definitiva, un efecto acumulativo conver­
gente. Esto es lo que debemos explicitar.
La historia, ciencia de las ciencias humanas, tiene por objeto
sistemas humanos localizados, «conjuntos» (no vacíos) determinados
de hombres.
Su descripción del objeto de conocimiento es particularmente
compleja, de ahí las numerosas simplificaciones que se han producido.
La realidad, en su absoluta concreción, es considerada 4 como un
conjunto de entes singulares y «en puro devenir». En tanto que tales,
estos entes son inaccesibles.
Para aproximarnos a la realidad tendremos que proceder de acuer­
do con la naturaleza de nuestro espíritu, que sólo se mueve en lo
general, lo abstracto, lo semejante, sin olvidar por ello la finalidad
de toda investigación científica: el acceso a la realidad (es decir, los
individuos que la constituyen), la búsqueda de lo concreto, la consi­
deración de las diferencias. De ello resulta, en la propia operación del
conocimiento, una tensión dialéctica que se resuelve, en cada nueva
etapa, según tres modalidades: la actividad científica es de carácter
asintótico respecto a la realidad, sus resultados son relativos, sus
formulaciones son estadísticas.
La noción de similitud es, para nosotros, un punto de partida
obligado. Esto no significa que tengamos que negligir el estudio de las

4. Con este término queremos subrayar que a partir de este momento el


sujeto de conocimiento es cuestionado. Nos atendremos siempre a los términos
de sujeto y objeto de conocimiento, siendo éste la relación entre uno y otro.
En las ciencias humanas, el sujeto y el objeto son de la misma naturaleza
(hombres por una y otra parte). De ahí derivan los peligros acrecentados de
subjetivismo y las exigencias correlativas de claridad y de rigor.
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 67

diferencias; como veremos, se trata de lo contrario. Pero el acceso


a las diferencias sólo es posible en una orientación de pensamiento
que trate de establecer las similitudes. Un mundo entera y total­
mente diferenciado sería impenetrable; y porque en la realidad no
ocurre así, la diferencia mantiene su poder de estímulo para el espí­
ritu. Por otra parte, ¿los descubrimientos que efectuamos individual­
mente acerca de nuestra propia identidad y la del otro no son mu­
tuamente reveladores?
Las similitudes tienen dos dimensiones: una espacial o social5
y otra temporal. La primera implica una relativa capacidad de com­
paración sincrónica de los hombres, y proporciona semejanzas y
diferencias entre sus comportamientos. La segunda implica una rela­
tiva capacidad de comparación diacrónica de los individuos y pro­
porciona semejanzas y diferencias entre sus comportamientos suce­
sivos. La combinación de estas dos dimensiones nos ofrece «conjun­
tos», sistemas humanos localizados de naturaleza espacio-temporal
(socio-espacio-temporal).
En cierto modo, el estudio y la disección de la realidad que efec­
túa el investigador son concomitantes. El estudio del sistema obser­
vado se realiza mediante la construcción del sistema. El investigador
se ve sometido a un movimiento de vaivén entre las observaciones
que emergen de la realidad y su propia construcción del sistema.
La disección de la realidad presupone la existencia de similitudes y
el estudio del sistema conduce a su conocimiento. Por tanto, a través
de tentativas y errores, el objeto va perfilándose a medida que se
estudia. De esta manera es posible establecer lo que denominaremos
estructuras, las cuales están constituidas por las regularidades de com­
portamiento de los distintos grupos de hombres que se integran en
el sistema estudiado, las formas de consenso entre estos grupos de
hombres que convierten en compatibles sus proyectos diferentes y por
la coherencia del conjunto. Las estructuras son representadas median­
te parámetros estructurales de carácter estadístico, cuya invariabilidad
relativa se encuentra limitada a la zona de validez de la propia estruc­
tura. En consecuencia, ésta puede formularse en una teoría, y a partir

5. Los dos términos no son sinónimos. El tejido social es mucho más rico
que la extensión espacial; engloba relaciones mucho más complejas (de inte­
racción entre los individuos). Ni siquiera puede ser aislado de la dimensión
temporal. En suma, se trata de un extenso capítulo de la sociología, del cual
aquí sólo hacemos una simple alusión.

r
68 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

de las diferentes partes que unifica, pueden formularse leyes. Toda


ley y toda teoría son, al mismo tiempo, estadísticamente generales e
invariables en una cierta zona espacio-temporal: de ahí su relatividad.
Las similitudes a las que prestamos tanta atención se encuentran
doblemente limitadas: en el interior del sistema y por las fronteras
del sistema.
Haciendo salvedad de algunas excepciones, un conjunto humano
está compuesto, en principio, por varios grupos humanos, y éstos
lo están por hombres que presentan las mismas regularidades de
comportamiento, ya sea en uno, varios o todos tipos de actividad.
Estas regularidades son unificadas a partir del conocimiento de la
mentalidad tipo del grupo. Un conjunto humano se compone de for­
mas de relación que permiten la confrontación de los individuos en
el interior de los grupos y de los grupos en el interior del conjunto, a
fin de que los proyectos, los planes de comportamiento, normalmente
incompatibles al principio {ex ante), se conviertan en compatibles
por adecuación, amputación, adaptación o dominación. Las formas de
relación pueden formalizarse a través de los grupos sociales (la fami­
lia ),6 las instituciones de concertación, más o menos suave, más o
menos brutal (mercado, partido político), o los procesos de enfren­
tamiento (en última instancia, la guerra). En definitiva, un conjunto
humano se compone de uno o varios principios de composición,
conexión y unificación,7 que aseguran la estabilidad del sistema. La
conjunción de estos tres elementos (grupos, formas de encuentro,
principios de unificación) proporciona lo que denominamos la estruc­
tura de un conjunto o de un sistema humano.
Las similitudes están limitadas tanto en el interior como en el
exterior del sistema. Éstas sólo son válidas, como todo el sistema
del cual forman parte, para una zona determinada. No pueden hacerse
extensivas más allá de cierta área, ni más allá de un determinado
período. Los hombres, los grupos que éstos forman, las mentalidades
y las formas de relación varían, lo que comporta que los conjuntos
y sistemas deban ser reemplazados por otros distintos, cuando se
traspasan unas determinadas fronteras (espaciales y cronológicas, sien­
do estas últimas las que más nos interesan). ¿Cómo estudiar estos
fenómenos? Éste es el punto de partida de las difíciles investigaciones

6. No confundir grupos y grupos sociales.


7. Utilizaremos el término unificación, brevitalis causa.
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 69

sobre los cambios de estructura. Volveremos a tratar de esta cuestión.


Para abarcarlo todo es preciso ocuparnos primero, brevemente, de
otro tipo de disección de la realidad, no ya de carácter espado-tempo­
ral, sino disciplinario. También propondremos una breve reflexión
sobre el equilibrio general.
Como hemos señalado, la disecdón de la realidad es de carácter
espado-temporal, aunque también puede ser de tipo disciplinario.
Queremos dedr con esto que el investigador puede limitarse a un tipo
determinado de comportamiento: económico, político, religioso, de­
mográfico, etc. Ello comporta operar en el interior de un sector de
actividad y efectuar una historia sectorial, en relación con la ciencia
humana particular correspondiente, utilizando sus técnicas y sus con­
ceptos. Las historias sectoriales son completamente viables y justifi­
cadas. Pero no por ello dejan de ser estudios preparatorios, incom­
pletos por naturaleza. La vocación específica de la historia es alcanzar
la totalidad, es dedr, rebasar las divisiones sectoriales, relacionar las
actividades relevantes de los distintos sectores, en suma, unificar
los comportamientos de los individuos y, a través de ello, unificar los
sectores de un sistema. Esta unificación de sectores conduce a la cons­
trucción de las estructuras relativizadas espacial y temporalmente
que hemos descrito al principio.
La recurrenda tendencial de las actividades de los hombres en
un «conjunto» localizado y la permanenda tendencial en el tiempo
de la estructura que unifica estos comportamientos haciéndolos com­
patibles mediante formas de relación, institucionalizadas o no — en
suma, la invariabilidad relativa de los contenidos (comportamientos,
formas de relación, prindpio de unificadón) de una estructura— ,
justifica la utilización de la noción de equilibrio general* Este equi­
librio está caracterizado por relaciones (formas) y valores (contenido).8

8. Hablar de equilibrio no implica optar por la interdependencia sincró­


nica en detrimento de la interacción recursiva diacrónica. Ésta, en efecto, com­
porta una solución estacionaria en la medida en que las fuerzas que elige anali­
zar en sus acciones repetidas convergen hada un estado final en el que se
adecúan unas a otras, estado que la interdependencia sincrónica se limita a
describir, sin ocuparse del problema del camino hada el equilibrio (el problema
de dar un contenido auténtico, empíricamente verificable, según el criterio de
Popper, a los célebres «tanteos» de Walras). La metodología del equilibrio ha
recibido recientemente violentas críticas. Creemos que nuestra doble distinción
entre interdependencia sincrónica e interacción recursiva y entre intraestruc-
turalidad e intetestructuralidad restringe, en gran medida, él alcance de aquéllas.
70 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Por un efecto exógeno determinado, el funcionamiento de una estruc­


tura se orienta tendencialmente hacia el estado de equilibrio que le
corresponde.9 Esta tendencia hacia un estado de equilibrio es el resul­
tado de los movimientos endógenos 101 de tipo convergente que con­
ducen o bien hacia un estado de equilibrio final sin transformacio­
nes," o bien hacia un estado de equilibrio modificado por influencias
exógenas.12 La metodología del equilibrio permite formular las ten­
siones de los permanentes movimientos (ciclos o crecimiento) de
características estructurales invariables.
La amplia utilización de la noción de equilibrio en economía y
el estado relativamente avanzado de esta ciencia comportan que cual­
quier referencia al equilibrio general sea habitualmcnte entendida
como una alusión al concepto de equilibrio económico general. Ahora
bien, dicho concepto tiene a la vez connotaciones intraestructurales
e intrasectoriales. En nuestra opinión, queda por determinar en qué
medida se puede extender el uso de esta noción utilizada desde una
perspectiva intersectorial y pasar del equilibrio económico general,
bastante conocido, a un equilibrio general válido para el conjunto del
sistema humano. La interacción de los sectores y la contabilidad de
los proyectos que ellos representan estarían en el centro del estudio.
Éste seguiría siendo intraestructural.
La noción de equilibrio general no parece ya tener utilidad para
los problemas interestructurales. No sólo los valores, sino también
las relaciones de equilibrio cambian con la estructura. No obstante,
es necesario precisar la ayuda que la noción de equilibrio podría apor­
tar al análisis de una estructura genética desde el momento en que
la «posición» de equilibrio estuviera asimilada a un devenir.
Y de esta manera nos vemos inmersos en el difícil problema
del «tránsito», del cambio estructural en el transcurso del tiempo.

9. Pero que no llega nunca a ser alcanzado a consecuencia de la sucesión


de los acontecimientos exógenos y de los elementos no integrados en la teoría.
Sin embargo, este estado de equilibrio describe las relaciones que tienden a
establecerse entre las variables del sistema. Por tanto, puede ser muy revelador
y lo es tanto más cuanto que se trata de un equilibrio estable.
10. Propios del sistema estudiado.
11. Se trata de la solución estacionaria de una interacción recursiva entre
posiciones de equilibrio, interacción en que la situación última del equilibrio
precedente es la misma que la situación inicial del equilibrio siguiente. Es un
caso teórico.
12. Externas al sistema estudiado. Es el caso concreto.
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 7 1

Los hombres cambian. Una estructura es sustituida por otra. Una


vez construida una estructura, llamada A , válida para un período,
debemos construir otra, llamada B, para el período siguiente. Una vez
realizado este trabajo, queda por resolver el problema más difícil:
¿cómo se ha pasado de la estructura A a la B? Una simple yuxtapo­
sición sobre la base del eje temporal no constituye una explicación
suficiente (hay un «vacío»). ¿Cómo han sido reemplazadas las cons­
tantes de A por las de B? Éstos son los problemas de la teoría del
«tránsito» (de la transición) que nosotros evocamos al ocuparnos de
la cuestión de la estructura y de la génesis. Estas transiciones se nos
presentan cada vez con mayor fuerza — y nuestro estudio de la Revo­
lución industrial refuerza nuestra convicción— , como elementos rele­
vantes para una explicación a través de la construcción de estructuras
genéticas, llamadas A —* B, es decir, de estructuras de cambio de
estructura; en este caso, la transformación de una estructura cuyas
constantes (en el segundo grado) rigen la «sustitución de las cons­
tantes» (en el primer grado) de A por las de B.
En la medida que podamos mantener esta perspectiva, el movi­
miento histórico se nos aparece como una sucesión de estructuras y
transiciones, entendidas estas últimas como estructuras genéticas («ya
que la transición es un movimiento sometido a una estructura que
es preciso descubrir»). La explicación del movimiento es, al menos en
parte, endógena y, por tanto, dinámica.11 Las relaciones son o bien
intraestructurales, de equilibrio reversible, a menudo linealizables,
o bien interestructurales, irreversibles, acumulativas y no linealizables.
En el segundo caso, la creatividad desempeña un papel esencial y
la respuesta no es la esperada. Pero esto no nos conduce, de ningún
modo, al «papel del gran personaje» como tal (sea cual fuera su
campo de acción). Por el contrario, esto nos induce a intentar circuns-13

13. No debe olvidarse la importancia de lo exógeno, que convierte el


sistema en «abierto». Reservamos el término mutación (micromutación por
creatividad e innovación, macromutación por imitación y adaptación) para
indicar, en un proceso de cambio de estructura, por tanto en una estructura
genética, la parte que puede ser considerada, en principio, como el efecto de
una retroacción del funcionamiento del sistema sobre su propia estructura,
pero, sobre todo, como el «corazón» en estado de innovación de un conjunto
«humano». En los dos casos, se trata de la parte endógena de un cambio de
estructura, es decir, del fundamento del carácter dinámico de la estructura
genética. En este caso, este sistema es siempre particular, parcial (y abierto).
En el plano de la totalidad del Universo no hay más que endogeneidad.
72 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

críbír estados de masa crítica en los que el sistema estudiado se


vuelve inestable. Estos estados debilitan la preponderancia de las
posiciones de equilibrio, así como los elementos de contención del
desencadenamiento de las reacciones en cadena. Finalmente, favore­
cen la irreversibilidad del sistema por el juego combinado de las
innovaciones y de la superación de los umbrales de la invariabilidad.
Desde esta perspectiva, la creatividad (es decir, la irreversibilidad) es,
en primer lugar, la variable de una distribución de probabilidades
entre los individuos (la novedad no ha tenido nunca la propiedad de
aparecer en todos los puntos del tejido social); en segundo lugar,
constituye el origen de procesos acumulativos por imitación y pro­
pagación; w y por último, sobreviene objeto de convergencias fun­
damentales, por competencia, que a la larga minimizan la importancia
del punto de emergencia de la novedad.15
El estado de masa crítica suele ser la primera fase de una estruc-

14. ¡Qué paralelismo se podría establecer entre estos dos contemporáneos:


Tarde y Schumpeter! El papel de los catalizadores, que convierten las relacio­
nes en «altamente no lineales» (E. Poincaré), no debe ser negügido.
15. Es la distribución de probabilidades lo que desempeña principalmente
el papel de expresión de la irreversibilidad. Se puede acercar nuestro análisis
a la noción de «estructuras disipativas» elaborada para la química —después
para la biología— por I. Prigogine. No obstante, nos parece que el mundo
humano es aún demasiado refractario a la segunda ley de la termodinámica.
Cf. N. Georgescu - Roengen, The entropy law and the economte process, Har­
vard, 1974 (1.* cd., 1971). Quizá convenga precisar el concepto de irreversi­
bilidad. Una relación es irreversible cuando a un mismo input no corresponde
un mismo output, cuando a un mismo «problema» no corresponde una misma
«solución». Un proceso así caracterizado expresa el devenir en términos diná­
micos. Un sistema cambia, al menos en parte, el tipo de funcionamiento (in­
cluidas las regulaciones). Un análisis como éste pone de manifiesto la sustitución,
en parte endógena, de las constantes constitutivas (en su unificación) de una
estructura por las de otra estructura, por consiguiente, la interestructuralidad
y las estructuras genéticas o, en un nivel elemental, las relaciones entre variables
modificadas en el tiempo (en el transcurso del mismo se modifican los valores
de los «argumentos» de las funciones), o, a un nivel más elaborado, la elección
de una distribución de probabilidades como «argumento». En este último caso
se obtiene a la vez un mismo valor general de «argumento» (la distribución,
propiamente dicha, de las probabilidades) y diferentes valores concretos de
«argumento» (las probabilidades que tienen una efectiva correspondencia con
la realidad, hic el nunc). En el campo de las ciencias humanas y de la historia
—donde las observaciones son, a pesar de todo, limitadas—, este tipo de
planteamiento exige el recurso a las técnicas del cálculo de probabilidades
a príori o probabilidades subjetivas.
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 73

tura genética (segundo nivel), en el punto de la misma en el que se


produce el debilitamiento de la estructura A (primer nivel). La últi­
ma fase de una estructura genética es la de la consolidación, en el
nivel A —>B (segundo nivel), en la que cristalizan un conjunto de
nuevas constantes que, transportadas al primer nivel, constituirán
la esencia de la estructura B. Entre su primera y su última fase, la
estructura genética se encuentra constituida por un proceso secuen-
cial de innovaciones, de reacciones en cadena, de propagaciones, a
veces de excesos y de crisis. En el primer nivel de lectura, la estruc­
tura A no puede modificarse, ya que está compuesta de constantes
(salvo si subordinamos toda explicación a la incidencia de lo exó-
geno). Para que las constantes cambien y se conviertan en variables
del sistema, hay que pasar a un segundo nivel de lectura, el de la
estructura A —>B. La primera fase de este proceso supone la deses­
tructuración de A , su última fase, la estructuración de B, y el proceso
secuencial asegura la transición de la primera fase a la última. La
estructura A —>B es la explicación — necesariamente estructural—
de la transición interestructural de A a B. Es el instrumento mediante
el cual reconstruimos la aparición de B a partir de Ti y de las influen­
cias externas que inciden sobre dicho proceso. Esta estructura de
transición tiene sus propias constantes.
La desestructuración del sistema, en tanto que A se confunde con
su estructuración en £ , o en otras palabras, la estructura genética
que aparece como desestructuración de A y estructuración de B es el
instrumento mediante el cual reconstruimos la aparición de B a par­
tir de A y de influencias externas. Desde la perspectiva A , la sociedad
se ha desestructurado; desde el punto de vista B, se ha reestructu­
rado. Esto no significa que la fase de transición se caracterice por la
ausencia de estructura, sino que las constantes de la estructura gené­
tica son de tal naturaleza que rigen fenómenos sucesivos de deses­
tructuración y reestructuración.
Aplicado a la Revolución industrial belga, el análisis precedente
nos ha inducido a formular hipótesis, a intentar organizarías y a
confrontarlas con los hechos. El resultado final de esta experiencia
lo constituyen las seis hipótesis que precisamos a continuación:1

1 . La Revolución industrial no se localiza de un modo unívoco


a través de una simple datación, fuente de explicaciones incompletas.
2. La Revolución industrial es una estructura de cambio dç
74 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

estructura, y, por tanto, precisa un análisis estructural, el cual tan


sólo se halla en sus inicios y será facilitado por el estudio de los
siglos precedentes.
3. La sociedad belga alcanzó un estado de masa crítica a finales
del siglo xviii.
4. Existe una cantidad suficiente de agentes potenciales, engen­
drados, probablemente, por las tres primeras fases de la periodización
y que caracterizan el estado de masa crítica. El papel de los perso­
najes históricos resulta minimizado y sus logros son explicados a pos-
teriori.
5. La iniciación del proceso en cadena se sitúa en el segmento
tecnoeconómico. Incorpora la técnica a la economía.
6. El desarrollo del proceso en cadena, que es la Revolución
industrial, obedece a una estructura genética, la cual nos parece sufi­
cientemente explicada por la teoría de los crecimientos económicos
regionales polarizados.

El gráfico elemental de estas hipótesis podría representarse así:

1 -----------------
A ■ til— 5— 6 — *

Tiempo
7
Tránsito de la estructura A a la estructura B

La observación de este esquema nos permite constatar las insu­


ficiencias que presenta aún nuestro análisis.

2. L a R evolución industrial belga ( 1770-1847)16

Cuando en 1830 Bélgica consiguió la independencia, en los terri­


torios que la integran se desarrollaba un proceso de Revolución
industrial, iniciado al menos dos generaciones antes. Es en la década

16. La bibliografía es muy limitada, y la misma se puede sintetizar en los


títulos que citaremos a continuación.
Encontraremos, naturalmente, visiones generales en las obras dedicadas a la
historia de Bélgica —no podemos olvidar a H. Pirenne—, sobre todo con
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 75

de 1770 cuando aparecen los primeros síntomas de desestabiliza­


ción del antiguo modo de producción y se ponen en marcha progre­
sivamente los mecanismos que transformarán Bélgica. Unas comarcas
agrícolas, con industria rural y dos o tres centros manufactureros
(explotaciones carboníferas en Mons, fábricas de paños en Verviers),
que a partir de dicha transformación se convertirán en el segundo
país industrial del mundo, siguiendo muy de cerca a Inglaterra, y el
primero del continente europeo, constituyendo una verdadera cabeza
de puente para la industrialización del mismo. Esta transformación
se desarrolló a lo largo de tres generaciones. La Revolución indus­
trial belga es precoz, rápida, «relativamente perfecta» (en el sentido
de que las innovaciones técnicas introducidas suelen ser las más recien­
tes y avanzadas).*I

ocasión del aniversario de la revolución de 1830, a la historia de Flandes y a


la historia de Valonia.
Dos libros delimitan esta relación bibliográfica, el primero contemporáneo
de los hechos y el segundo muy reciente. Nos referimos a la obra de N. Bria-
voine, De ¡'industrie en Belgique. Causes de décadence et de prospérité. Sa
siiuation aetuelle, 2 vols., Bruselas, 1839 (ttabajo en el que el término 'Revolu­
ción industrial’ fue utilizado por primera vez en la literatura), y a la de
P. Lebrun y otros, Essai sur la révolution industrieUe en Belgique 1770-1847,
(Histoire quantitative et développement de la Belgique), Palais des Académies,
Bruselas, 1979 (19812), t. I I , vol. 1.
Entre estos dos libros hay poca cosa que reseñar, lo cual no deja de resultar
curioso, más si tenemos en cuenta que Bélgica fue el segundo país del mundo,
después de Inglaterra, en llevar a cabo la Revolución industrial. Sin embargo,
se pueden citar seis trabajos: E. Waxweiler, La révolution industrieUe en Bel­
gique, en La nation belge, 1830-1905, Lieja, 1903, pp. 97-113, localizando el
fenómeno en las fases d y c\ J. Lewinsky, L’évolulion industrieUe de la Bel­
gique, Bruselas, 1911, el cual insiste sobre el papel de la demanda interna;
P. Lebrun y otros, «La revoluzione industríale in Belgio. Strutrurazione et
destrutturazione delle economie regional!», Studi Storici, I (1961), pp. 348-368;
II (1962), pp. 247-249; J. Craeybeckx, «De agrarische wortels van de indus­
tríele ontwenteling», Revue Belge de Philologie et d'Histoire, XL (1963), pp.
397-448; ídem, «Les débuts de la révolution industrieUe en Belgique et les
statistiques de la fin de l’Empire», en Mélanges offerts á G. Jacquemyns, Bruse­
las, 1968, pp. 115-144; H. Van der Wee, «De industrieUe revolutie in Belgic»,
en Historische especien van de economisebe groei, Amberes-Utrecht, 1972, pp.
168-208.
Como complemento de esta bibliografía general podemos citar cuatro tra­
bajos dedicados al estudio de otros tamos polos industriales: P. Lebrun, L’in-
dustrie de la laine i Verviers pendant le XV ///* et le X IX ’ siéde. Contribution
a l’étude des origines de ¡a révolution industrieUe, Lieja, 1948; H. Coppejans-
76 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

La Revolución industrial se desarrolla a través de cuatro regíme­


nes políticos distintos: 1 ) el Antiguo Régimen y su mosaico de esta­
dos; 2 ) el régimen francés unificador, que une los belgas a los
franceses de forma económicamente provechosa (1795-1815); 3) el
período holandés, que reúne los antiguos Países Bajos del Norte y
del Sur, así como el principado eclesiástico de Lieja, bajo un rey
holandés, gran empresario sin duda, pero torpe políticamente (1815-
1830); 4) la época de la independencia, durante el primer siglo de
la cual el unitarismo es la respuesta a las dificultades exteriores, el
resorte de una centralización de la que Bruselas será la gran bene­
ficiaría, el origen de ganancias para los sectores sociales y las regiones
económicamente dominantes.

Desmedí, De gentse lextielnijverheid van 1795 to t 1855. H et procese van de


mecbanhering in zijn economiscbe gevolgen, tesis doctoral inédita, Universidad
de Gante, 1957-1958; H . Hasquin, Une mutation. L e *Pays de Charleroi» aux
X V 1I‘ et X V III’ siécles. A ux origines de la rivolution industrielle en Belgique,
Bruselas, 1971; H . Watclet, Une industrialisation sans développement. Le Bas-
sin de Mons et le charbonnage du Grand Hornu du milieu du X V II I ’ au milieu
du X IX ’ siicle, Louvain-la-Neuve, Ottawa, 1980.
Para los precedentes de la Revolución industrial, cf., además de los libros
citados de H. Hasquin (que llega hasta finales del siglo xvm ), P. Lebrun y
H. Watclet, los que precisamos a continuación: H. Van Houtte, Histoire écono-
mique de la Belgique a la fin de l’Ancien Régime, Gante, 1920; J. Rmvet,
«Avant la révolution. Le XVIII* siécle», Études d’Histoire Wallone, IX , Bru­
selas (1967); H. Coppejans-Desmedt, Bijdrage tot de studie van de gegoede
burgerij te Geni in de X V III’ eeuw, Bruselas, 1952; G. Hansotte, La métailur-
gie et le commerce international du fer dans les Pays-Bas autrichiens et la
Principauti de Liige pendant la seconde moilié du X V II I ’ siicle (Histoire
quantitative et développement de la Belgique), Bruselas, 1980, t. II, vol. 3.
Para el periodo holandés y la política de Guillermo I, disponemos de una
buena síntesis: R. Demoulin, Guillaume I " et la transformation économique
des provinces belges (1815-1830), Lieja, 1938.
Finalmente, existen dos estudios importantes sobre aspectos tecnológicos
y ocho sobre cuestiones financieras: N. Caulier-Mathy, La modernisation des
charbonnages liégeois pendant la premiére moilié du X I X ’ siicle. Techniques
d’explaitation, Lieja, 1971; A. Van Neck, Les dibuts de la machine ¿ vapeur
dans l'industrie belge, 1800-1850 (Histoire quantitative et développement de
la Belgique), Bruselas, 1979, t. II, vol. 3; B. S. Chlcpner, La banque en Bel­
gique. Étude bistorique el économique. I. Le marché financier avant 1850,
Bruselas, 1926 (el tomo I I no ha aparecido aún, pero otro estudio del mismo
autor puede reemplazarlo, Le marché financier belge depuis cent ans, Bruselas,
1930); J. Laureyssens, De naamloze vennootsebappen in Belgié en de ontwikke-
ling van de belgische kapitalisrq m Belgié, 1819-1857l tesis doctoral inédita,
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 77

Es en las últimas décadas del Antiguo Régimen, a partir de 1770


aproximadamente, cuando aparece lo que llamamos una «estructura
genética», es decir, una estructura de cambio de estructura, que ase­
gura la transición de una estructura antigua que se desestabiliza y
que se encuentra en estado de masa crítica, a una nueva estructura,
en este caso, un régimen capitalista clásico.
En nuestra opinión, esta estructura genética que es la Revolución
industrial belga puede ser esquematizada según los grandes rasgos
que constituyen las constantes estructurales que rigen el fenómeno
en su conjunto. Estas constantes serán, evidentemente, consideradas
como tales en función de un devenir. Las mismas se pueden agrupar
en los ocho apartados siguientes:

1. La convergencia de lasperiodizaciones.
2. El carácter secuencia!.
3. El carácter molecular.
4. La sucesión de las innovaciones tecnológicas fundamentales.
5. El papel específico de la infraestructura.
6. El intervencionismo del Estado y la centralización.
7. Las mentalidades.
8. La distribución de las ventajas y de los sacrificios.

Universidad de Gante, 1969-1970; ídem, Industríele naamloze vennootschappen


¡n Belgi'é, 1819-1837, Lovaina, 1975 (1976); ídem, «Le crédit industriel et la
Société Générale des Pays-Bas pendant le régime hollandais (1815-1830), Revue
Belge d’Hístoire Contemporaine (1972), pp. 119-140; ídem, «The Société Géné-
rale and the origin of industrial investment banking», Revue Belge d'Histoire
Contemporaine, LV (1977), pp. 93-115; H . Galle, «Les archives de la Société
Générale et l’histoire de l’industrialisation en Belgique (1822-1872)», en Histoíre
économique de la Belgique. Trailement des sources et ita t des queslions, Bru­
selas, 1972, pp. 195-204; J. Rassel-Lebrun, «La íaillite d’Isidore Warocqué,
banquier montois du début du XIX* siéclc», Revue Belge d ’Histoire Contem­
poraine, IV (1973), pp. 429-471.
Un joven americano, después de dos o tres estancias en Bélgica y en los
Países Bajos, ha elaborado una tesis doctoral: J. Mokyr, Industrialization in
the Low Countries, 1795-1830, New Haven y Londres, 1976. Desgraciadamente,
esta obra tiene defectos desde un punto de vista heurístico y crítico. Cf. la
reseña de G. Hansotte en Revue Belge de Pbilologie et d’Histoire, 1 (1979),
pp. 120-123. Pero lo que es más grave es que las cifras utilizadas por Mokyr
para demostrar la validez de su tesis no hacen más que invalidarla. Del libro
sólo se aprovecha un modelo, que es un ejercicio con algunas ecuaciones.
78 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

£1 desarrollo que hacemos de cada uno de estos ocho apartados


es breve, demasiado breve. Somos conscientes de ello, pero es obli­
gado que sea así.

2.1. La convergencia de las periodizaciones

La Revolución industrial belga se puede enmarcar en las cuatro


periodizaciones de tiempos «largos» y «cortos» siguientes:
— Una periodización larga, que comprende desde el siglo xi
hasta el xix, que corresponde a un período de gestación y después a
otro de generalización del espíritu de empresa y de maduración de
un grupo de empresarios potenciales.
— Una periodización media, que abarca desde el siglo xvi hasta
el xix, correspondiente, en el interior de la anterior, a un período de
constitución de una acumulación de conocimientos y de habilidades
profesionales. £1 conjunto de tensiones científico-técnicas aumenta su
densidad por efecto de la reducción de los tiempos de reacción y de
realización. Para el caso belga, el despegue de la Revolución indus­
trial inglesa, con todos sus ensayos y todos sus errores, fue una pre­
misa fundamental.
— Una periodización corta, de 1770 a 1847, que precisa, en el
interior de las dos precedentes, las cuatro fases que constituyen
el momento de la macromutación belga por lo que respecta al sector
tecnoeconómico. Los principales mecanismos son la imitación y la
propagación, que posibilitan la sustitución de las técnicas y de los
factores de producción. Por otra parte, el sector tecnoeconómico no
puede operar aisladamente durante mucho tiempo del resto de la
sociedad belga, y por tanto, la transformación económica forma parte
de un cambio de civilización.
— Una periodización extremadamente corta, de 1798 a 1834,
que engloba los acontecimientos más importantes (micromutaciones)
de la más significativa de las cuatro fases que acabamos de precisar
en las regiones punta de Bélgica. La Revolución industrial se revela
aquí, y sólo aquí, como un proceso de imitación técnica y de adop­
ción económica de maquinaria, resultado de dos series convergentes
e interdependientes de actividades del espíritu humano: la curiosi­
dad científico-técnica y el cálculo económico.
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 79

2.2. El carácter secuencial

Las cuatro fases que acabamos de describir, enumeradas de acuer­


do con lo que consideramos un orden de importancia relativa decre­
ciente, y no en base a un orden cronológico, son las siguientes:

a) La etapa de las decisiones y de las realizaciones principales:


la instalación del primer equipo mecanizado y su imitación por parte
de algunas empresas piloto .17
b) La etapa preparatoria, en la que se inicia la curiosidad téc­
nica de los hombres de negocios y, eventualmente, cristaliza su inte­
rés por algunas etapas del proceso de producción. Esta fase está
articulada con el fenómeno de la protoindustrialización y comporta
el surgimiento de un estado de masa crítica que desestabiliza las
estructuras antiguas, lo cual se encuentra relacionado con:
— circunstancias externas como la Revolución industrial ingle­
sa, la transformación de la sociedad francesa y la inserción de las
provincias belgas y del principado de Lieja en un gran mercado con­
tinental protegido;
— elementos internos, tales como el crecimiento demográfico, la
propagación de la patata, los progresos de la infraestructura, el desa­
rrollo protoindustrial de los mercados y la creación de manufacturas
destructoras del trabajo a domicilio en el campo.
c) La etapa final de consolidación, durante la que imitadores y
a veces incluso iniciadores imprudentes, demasiado arriesgados o
desafortunados, son eliminados y en la que el protagonismo innova­
dor pasa a manos de aquellos en cuya conciencia lo técnico no ha
desbancado completamente a lo económico; esta etapa constituye el
verdadero punto de partida para un análisis del crecimiento de una
economía moderna, lo cual no quiere decir que este crecimiento no
vaya a experimentar otras fases febriles.
d) La etapa de «tecnomanía» y de pasión financiera, en la que,
en la precipitación del momento, todo el mundo intenta su pequeña
revolución industrial sin calcular demasiado los riesgos, mientras

17. La Revolución industrial se muestra aquí como un proceso de adop­


ción técnica y de adopción económica de máquinas, resultado de dos series
convergentes de actividad del espíritu humano: la del espíritu tecnocientííico
y la del cálculo económico. En a, el sector unificado tecnoeconómico es, en
tanto que unificado, especialmente privilegiado y dominante.
80 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

que el gusto por el gigantismo consigue muchos adeptos; esta etapa


termina a menudo en una crisis que inaugura la etapa c.

Evidentemente, la división en cuatro etapas y su ordenación se­


gún una prelación de importancia son discutibles. Y esperamos que
sean discutidas. No obstante, creemos que la prioridad de la etapa a
es difícilmente contestable; por ello tenemos tendencia — desde hace
mucho tiempo— a considerarla como la Revolución industrial slricto
setisu.
Si el orden de importancia es a, b, c, d, la combinación comporta
igualmente un orden cronológico que podríamos denominar «nor­
mal»: b a —* d c. La etapa d está más en función de las cir­
cunstancias, mientras que la etapa b parece necesaria para que la
Revolución industrial despegue, y la etapa c para que la misma cul­
mine con éxito y genere los crecimientos autosostenidos de las eco­
nomías modernas. Queda por determinar la posibilidad de que estas
etapas puedan formar combinaciones variables.18 Como veremos, no
todas las experiencias presentan un orden completo, ni un orden rigu­
rosamente sucesivo.
De las cuatro fases, tres son casi esenciales para la Revolución
industrial. Las mismas no hacen más que formular, para un caso espe­
cifico, exigencias propias de todo período de «interestructuralización»,
o en un lenguaje más tradicional, más impreciso, de transición histó­
rica. Un cambio estructural supone al menos tres tipos de actividad:

I. Una conclusión, ya sea real o sentida como tal, y la conside­


ración de problemas y curiosidades de un nuevo orden sobre un
fondo de experiencias anteriores y en un ambiente de retos loca­
lizados.
II. La decisión —única o múltiple— de «cambiar las cosas» y
el paso — o los pasos— a la acción, acompañado de un proceso de
toma de conciencia del entorno («el estado del mundo») y de los
medios de que se dispone.
III. Los muchos acondicionamientos que posibilitan que este
paso a la acción se inserte en el medio del cual emana, proceso de
cambio que, a la vez que utiliza y multiplica sus medios, se propaga

18. Por ejemplo, si i no existe, a j e pueden unificarse bajo formas


diversas.
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 8 1

finalmente según una estructuración fundamentada en dos coordenadas


al menos: la imitación uniformizante y la diversificación jerarqui­
zante.

Sin separar esos dos momentos de la creatividad que son la inven­


ción y la innovación, este análisis hace corresponder, naturalmente,
las actividades de tipo II a los acts of insight de A. P. Usher,1920las
actividades de tipo I I I a acts of skill de tipo «ejecutorio», y las acti­
vidades de tipo I a acts of skill, cuyas insuficiencias acumuladas se
vuelven reveladoras y estimulantes.
La fase d — de tecnomanía— no merecería mayores consideracio­
nes si en Bélgica no se hubiera presentado acompañada de una fiebre
especulativa en el seno del sistema bancario de Bruselas, el cual, por
otra parte, tuvo una participación importante en la fase de consoli­
dación de la metalurgia y de la minería del carbón. En varios casos
significativos — entre los cuales están los de Cockeril y de la Banque
de Belgique— , tecnomanía y fiebre especulativa se mostraron estre­
chamente relacionadas, derivando a menudo la segunda de la prime­
ra. Sin embargo, esto no impidió que el sistema bancario fuera un
elemento importante de la fase de consolidación. El mismo contribuyó
a intensificar dicha fase, pero a costa de prolongarla.10 Así la fase
de consolidación de la metalurgia y de la explotación carbonífera
derivada de ésta puede concebirse como constituida por dos momen­
tos: el primero de expansión especulativa motivada por los efectos
de la tecnomanía, el segundo de estabilización. El primer momento
ya comporta una dosis importante de consolidación: a pesar y más
allá de las exuberancias, comprende realizaciones importantes, las
cuales son proseguidas y completadas en el transcurso del mismo.
El segundo momento es más bien de reposo, de asentamiento, a veces
de eliminación, en todo caso de ponderación.
La Revolución industrial está compuesta por la aparición de una
serie discontinua de polarizaciones. Acentúa y modifica los contrastes
que presenta el área tecnoeconómica, ya diversificada debido a los
precedentes procesos históricos. A la dualidad campo<iudad, sobre-

19. A. P. Usher, A bistory of mechanical invention, Harvard, 19542 (1* ed.,


1929) (hay trad. cast.: Historia de las invenciones mecánicas, Fondo de Cultura
ixonómica, México, 1941).
20. Ejemplo de combinación entre c y d.

6. — NADAL
82 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

pone muy pronto la trilogía comunidades rurales • comunidades in­


dustriales • comunidades urbanas. Al fenómeno de la urbanización,
añade más tarde el de la fábrica.

2.3. El carácter molecular

Queremos con ello significar que el desarrollo belga no ha sido


equilibrado (unbalanced growth), que se ha llevado a cabo a partir
de polos de crecimiento y de industrias punta, y que, por consiguien­
te, las estimaciones cuantitativas de reducido valor absoluto pueden
tener una gran importancia a nivel relativo.

A ) Primero tenemos la polarización.


La misma se fundamenta en la teoría de las economías regionales
polarizadas, según la cual el desarrollo no tiene lugar de manera
uniforme en el espacio geográfico, sino a partir de lugares privilegia­
dos en los que se concentran las potencialidades de crecimiento, en
tanto que la conexión entre los polos asegura la evolución del país
en su conjunto. La teoría de la polarización posibilita una correspon­
dencia entre conceptos de la misma y las observaciones de carácter
empírico, tal como precisamos a continuación:
a) Por una parte: industrias punta, que localizan los puntos
privilegiados de impacto de las fuerzas de transformación (y de cre­
cimiento).
a') Por otra parte: las industrias textil, siderúrgica y hullera
a finales del siglo x v m y, de manera accesoria, la química, la crista­
lería, la metalurgia del zinc y la hilatura del lino.
b) Por una parte: industrias o empresas motrices, resultado de
anticipaciones creadoras.
b') Por otra parte: algodoneros e hiladores de Gante, pañeros
de Verviers, metalúrgicos y cristaleros de Lieja y de Charleroi, car­
boneros de Lieja, Borinage y Charleroi (las anticipaciones creadoras
no surgen, necesariamente, del sector productivo al que conciernen,
pero normalmente integran en el mismo a los portadores de tales
innovaciones).
c) Por una parte: regiones polarizadas que asumen funciones
motrices.
c') Por otra parte: Gante, Verviers-Lieja, Mons-Charleroi.
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 83

Aunque Bruselas constituía una cuarta región, no la hemos in­


cluido en el esquema precedente para que éste conservara un carácter
industrial predominante por lo que respecta al período de 1770 a
1833. Pero además de los elementos del esquema anterior, Bélgica
conoce, después de 1830:
— una actividad clave: la banca;
— empresas motrices: los banqueros de Bruselas y, principal­
mente, la Société Générale, creada en 1822, y la Banque de Belgique
(esta última, a pesar de su nombre, es una banca privada constituida
en enero de 1835 y no debe confundirse con el banco nacional cons­
tituido en 1850);
— una región polarizada que ejerció funciones de arrastre: Bru­
selas.
Tardío desde el punto de vista de la Revolución industrial, el
polo de Bruselas se caracteriza por la residencia de personajes, cuya
influencia se extiende mucho más allá de los límites de dicha ciudad:
el rey, los políticos, los altos funcionarios, los financieros, una parte
importante de la nobleza. Este polo, articulado de esta manera y
siguiendo las reglas de actuación regional (relaciones, informaciones,
matrimonios, coaliciones, etc.), adquiere, como es lógico, la vocación
de estructurar el espacio nacional. Pero al mismo tiempo esta estruc­
turación se integra automáticamente, en el caso belga, en la teoría de
los crecimientos regionales polarizados.
Una zona privilegiada destaca del conjunto, la cual agrupa dos
regiones, seis grandes polos y dos o tres polos secundarios, en los
que los contactos, las transferencias y los relevos se multiplican: se
trata del eje Haine-Sambre-Mosa-Vesdre. En un futuro, Bruselas se
había de integrar en él, manteniendo una vocación específica. De ma­
nera que la Revolución industrial otorgó a dicho eje un peso económi­
co desmesurado, y a partir de 1830, el mismo quedó fortalecido con
vínculos de todo tipo con Bruselas. Esta concentración sólo podía ser
contrarrestada por el conjunto de las provincias belgas flamencas y de
los Países Bajos del Norte, que ostentaban la hegemonía política. La
ruptura del equilibrio que se produjo a partir de 1830 fue de una
gravedad inaudita y explica muchos de los comportamientos de las
dos comunidades lingüísticas de nuestro país.

B) Después tenemos las estimaciones cuantitativas.


1 . Las inversiones netas durante la Revolución industrial belga
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•rsiones netas (en las industrias y en vías de comunicación) en el transcurso de la Revolución industrial belga
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LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 85

se elevan a 1.065 millones de francos de 1798 a 1847, a 1.165 de


1770 a 1847 (la diferencia de 100 millones fue invertida, en su ma­
yor parte, en la construcción de carreteras y canales). Dicha inversión
se distribuye, distinguiendo el origen nacional o extranjero del capi­
tal, de la manera que se detalla en el cuadro de la p. 84.
La inversión neta en capital fijo (725 millones) sólo representa
el 1,4 por 100 de la renta nacional. Es preciso tener en cuenta
la amortización, pero, en cualquier caso, resulta inverosímil que la
inversión bruta superara el 2 por 100 de la renta nacional a lo largo
del período de 1798 a 1847.
La exigüidad de estas estimaciones es asombrosa: nuestras cifras
están lejos de las opiniones heredadas al respecto. Su magnitud en
relación con la renta nacional lo pone de manifiesto. Ello es todavía
más acentuado si nos limitamos a considerar la inversión habida en
los polos industriales: 340 millones de francos, es decir, el 0,65 por
100 de la renta nacional. Por su exigüidad, esta cifra pone, a su
vez, en evidencia: la necesidad, como condición previa, de construir
una infraestructura, el papel del Estado (inversiones públicas), la im­
portancia del punto de impacto de la inversión y la de su carácter
concentrado (molecular), el protagonismo estratégico de las regiones
avanzadas y de los polos de crecimiento, el carácter cooperativo y
solidario de los procesos que constituyen la Revolución industrial.
2. La financiación de estas inversiones proviene de diversas
fuentes que desempeñaron un papel preponderante alternativamente,
según en qué períodos (en este orden c-a-d-b):
a) La autofinanciación, que no presenta ninguna dificultad, vis­
to el volumen extraordinariamente elevado de la plusvalía capitalis­
ta: de 1798 a 1847 la acumulación conseguida equivaldría a más del
doble del coste total de la Revolución industrial, es decir, que no
estaría lejos de los 2.500 millones teniendo en cuenta tan sólo las
regiones polarizadas. Observaremos a este respecto que el cliché del
capitalista que invierte en su negocio la práctica totalidad de sus
beneficios e intereses sólo tiene un valor ideológico. El indiscutible
rigor de los empresarios en el trabajo no debe confundirse con el
disfrute que este grupo social obtiene de los beneficios de la fortuna,
aumentado por la embriaguez del poder, todo ello encubierto, como
veremos, por la justificación del mérito.
b) La gran banca de Bruselas, fundadora de sociedades anóni­
mas y poseedora de acciones industriales — un sistema bancario con
86 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

rasgos originales a nivel mundial— , intervino con 136 millones, 97 de


los cuales corresponden a inversiones en capital fijo y 39 en capi­
tal circulante, es decir, del 11,7 al 13,4 por 100 del total invertido,
según las fechas y cifras anteriormente precisadas. Esta participación
será decisiva en la medida en que se concentra en los años 1834-1847
y, sobre todo, durante el quinquenio de 1834-1838. Los porcentajes
alcanzan entonces el 50 por 100. Después de la revolución de 1830,
se creó en Bélgica una «organización» productivo-financiera basada
en la banca mixta, un sistema financiero original que fue imitado en
todo el mundo. En el caso belga, aquél unía la industria pesada valona
y las altas finanzas de Bruselas (o bruselizadas).
c) Los impuestos y los empréstitos dedicados a financiar las
inversiones públicas, muy importantes y representativos de la presen­
cia de una categoría social de auténticos empresarios públicos. Los
porcentajes llegan al 25 por 100 de 1.065 millones, al 30 por 100 de
1.165 millones.
d) El capital extranjero, cuya intervención estable a largo plazo
es del orden del 5 por 100 de 1.065 millones de francos.
3. El número de empresarios es también pequeño en valores
absolutos. Una tentativa de estimación de los empresarios potenciales
— es decir, que tenían las cualidades biológicas, sociales, mentales y
económicas— nos sugiere la existencia de un total de 700 individuos,
quizá 1 .000. Se trata de un grupo abierto: cada año aparecen nuevos
individuos y desaparecen otros. Con el paso del tiempo, este grupo
experimenta distorsiones: aumenta paralelamente con el incremento
de la población y con la propagación de la Revolución industrial, dis­
minuye en función de la elevación del capital necesario para empren­
der un negocio industrial, se «moleculariza» con la acentuación del
carácter colectivo de la Revolución industrial y con la polarización de
la economía.
La primera generación de empresarios reales de la Revolución
industrial no debía superar demasiado la cifra de 100 individuos si
tenemos en cuenta el retraso de algunos sectores y no contabilizamos
los empresarios adscritos a los mismos, de 200 si contabilizamos los
de todos los sectores. Esto significa que del 10-15 al 20-30 por 100
de los empresarios potenciales se convirtieron en empresarios reales,
es decir, pasaron a la acción. En tanto que las tres cuartas partes no
lo hiceron, ya sea porque no hubieran recibido o sido afectados por los
estímulos, acontecimientos, ambientes, noticias, «climas» que habrían
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 87

determinado favorablemente su decisión, o porque habiéndolos reci­


bido o experimentado, no los juzgaron favorables para asumir el ries­
go de la actividad empresarial.
4. Las actividades punta ocupaban de 90.000 a 100.000 obre­
ros, tanto en 1800 como en 1846. En otras palabras, el saldo del
efecto de disminución, provocado por el maqumismo que reempla­
zaba la mano de obra, y del efecto de aumento, provocado por el
crecimiento de la producción, no difiere significativamente de cero, si
nos limitamos a considerar sólo las estimaciones relativas a situacio­
nes de plena utilización de la capacidad productiva (el paro coyuntu-
ral podía comportar importantes caídas del empleo, sobre todo por
lo que respecta a las mujeres, los niños y la fuerza de trabajo mascu­
lina no cualificada). En consecuencia, esto significaría que, en el plano
cuantitativo, el crecimiento de la producción ha sido asumido por el
maqumismo. Pero es preciso señalar que la estabilidad del total agre­
gado oculta importantes modificaciones de la población obrera, tanto
en el plano social como en el tecnológico.21

21. La cuestión es menos simple en el plano cualitativo, es decir, en lo


que concierne a la estructura de la mano de obra. Una gran parte de los tra­
bajadores rurales ha desaparecido. En el campo, pasaron frecuentemente a
engrosar las filas de los pobres. Los emigrados a la ciudad adquirieron una
cualificación, o quedaron como obreros no cualificados, o se «sumaron» al
ejército de reserva. Por lo que respecta a los obreros que ya residían en la
ciudad al iniciarse la Revolución industrial, algunos pudieron seguir en una
actividad desvinculada del maquinismo. Los otros, o bien adquirieron una
cualificación, o quedaron reducidos a la situación de peones, a no ser que los
hubiera absorbido el ejército de reserva. Por otra parte, éste vio cómo aumen­
taban sus efectivos a causa del movimiento natural de la población, que creció
un 50 por 100, aproximadamente, durante el periodo considerado. Este ejército
de reserva influyó enormemente en el mercado de trabajo, limitando cualquier
alza del salario real. En suma, la Revolución industrial, a la que se unieron los
efectos derivados de la crisis linera y después de la crisis agrícola (enfermedad
de la patata) de Flandes, desencadenó un brusco y vasto desplazamiento de
población hacia los municipios industriales (esencialmente el eje Haine-Sambre-
Mosa-Vesdre) y hacia Bruselas y Amberes.
En las actividades relacionadas con la Revolución industrial, el trabajo de las
mujeres y los niños disminuyó. Por lo demás, esto ya habfa llamado la atención
de la opinión pública en lo que concierne a la minería del carbón por una parte,
y al trabajo de los niños por otra. Por efecto de la arbitrariedad patronal y de
ios azares de la evolución coyuntural, que afectaban prioritariamente a la ocupa­
ción de las mujeres y los niños, es difícil conocer la situación real del empleo
de rutas y otros. La investigación de 1843 revela, en todo caso, a través de
88 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

El total de los 90.000 obreros ocupados se distribuía de la ma­


nera que precisamos a continuación:

Número Número Porcentaje


Polos de empresarios de obreros de hombres*

Algodón (Gante) 93 9.784 71


Lana (Verviers) 351 15.561 71
Carbón (Lieja) 69 14.070 86
Carbón (Hainaut) 117 33.305 84
Hierro (Lieja) 321 7.324 91
Hierro (Charleroi) 50 3.849 98
Zinc (Lieja) 4 771 95
Vidrio (Bélgica, particu­
larmente Lieja y Charleroi) 25 3.863 84
Química (Bélgica) 116 679 93

Total 1.146 89.206 82

* Estos porcentajes corresponden a estimaciones máximas, puesto que es


posible que no hayan sido contabilizados algunos miles de mujeres y de niños.

Estos 90.000 obreros representaban en 1846 el 2 por 100 de la


población total, el 4,3 por 100 de la población activa y el 10,1 por
100 de la población industrial. Si partimos de los datos dementales
relativos a la población d d conjunto del país a principios y a finales
de la Revolución industrial, la persistencia de la ocupación de unos
90.000 obreros implicaría una disminución del orden d d 40 por 100
de estos porcentajes a lo largo de dicho período. En cualquier caso,
se observa, una vez más, la exigüidad de las magnitudes relativas d d
empleo y se pone de manifiesto el carácter concentrado, molecular,
de los fenómenos.

poner de manifiesto la existencia de numerosos abusos, que el recurso a la


mano de obra femenina fue importante, siéndolo menos él empleo de trabajo
infantil.
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 89

2.4. La sucesión de las innovaciones tecnológicas fundamentales

La Revolución industrial belga ha seguido un proceso de dírec-


ción ascendente por lo que respecta a las innovaciones técnicas, desde
los bienes de consumo hasta las materias primas. Empieza en las
industrias algodonera y lanera para extenderse después a la construc­
ción de maquinaria y culmina en las transformaciones de la meta­
lurgia, de la siderurgia y de la explotación minera.
El dinamismo de los polos industriales se sucede en el transcurso
del tiempo. Cada región industrial tiene su propia cronología, la cual
se sitúa en el seno de una cronología más amplia, en la que el vector
de orientación es tecnológico y tiene una dirección ascendente, des­
plazándose de los productos acabados a las materias primas. Cada
rama de la producción fue, alternativamente, receptora e impulsora
de transformaciones. Repetimos que el desarrollo no fue «equili­
brado».
La fabricación de máquinas desempeñó un papel fundamental. El
gigantesco taller de Cockerill en Seraing tuvo un peso considerable
por lo que respecta tanto a la generación de efectos ascendentes como
descendentes.
Existen obreros muy cualificados que instalan, reparan y hacen
funcionar las máquinas. En principio se trató de maquinaria textil
y de cilindros laminadores, después de máquinas de vapor, posterior­
mente de altos hornos y, finalmente, de material ferroviario. La cons­
trucción de máquinas-herramientas estuvo restringida al principio al
ámbito de la destreza manual y al dominio de los antiguos secretos
de fabricación, pero poco a poco se difundieron su conocimiento, su
producción y sus mejoras.
La Revolución industrial belga se desarrolló más por imitación y
difusión que por invención. Las grandes transformaciones inglesas
constituyeron la base del sistema belga, una base que primero debió
«descubrirse» para después importar — a pesar de la legislación pro­
hibicionista inglesa— y asimilar las nuevas tecnologías. Los procedi­
mientos fueron diversos e incluso existió cierta iniciativa inglesa. Las
patentes belgas son más de importación que de innovación, pero tam­
bién de perfeccionamiento o de mejora (a menudo de «adaptación»).
Estas múltiples actividades implican, al mismo tiempo, estímulos,
contactos con el extranjero — directos o no— y realizaciones creati­
vas para el sistema en que se sitúan. En suma, podemos afirmar que
90 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

aun cuando Bélgica imitó a Inglaterra, se apropió de máquinas des­


cubiertas en Gran Bretaña, utilizó los servicios de obreros ingleses,
tiene en su haber el caso excepcional de John Cockerill, su asimila­
ción y adaptación del nuevo sistema de producción y el hecho de
convertirse en un modelo para la industrialización de otros países
del continente.
Los empresarios belgas, o al menos por lo que se refiere a la
mayoría de los más «innovadores», constituyen un exponente de
la integración de lo técnico y lo económico. Los mismos se muestran
ávidos en la adquisición de lo primero, pero respetan las leyes de lo
segundo y dominan la contabilidad. De modo que la avidez técnica
apareció cada vez más como un elemento esencial de la mentalidad
del empresariado, a costa del riesgo de degenerar a menudo en tec-
nomanía, con resultados diversos. El hecho de que la construcción
de maquinaria se convirtiera en la rama central de producción, unido
al interés de los empresarios por otros sectores, aparte del que cons­
tituía el centro de sus actividades, determinaron la difusión del fenó­
meno hacia la metalurgia, la minería del carbón y los polos «secun­
darios». Por lo tanto, durante los últimos años del siglo xvm y pri­
meros del xix, un número suficiente — ya hemos advertido acerca
del sentido de esta palabra— de empresarios belgas tenía una men­
talidad que le permitía asumir la Revolución industrial en toda su
complejidad tecnoeconómtca.
En lo que concierne a la educación y a la especializadón de la
mano de obra, las conclusiones deben ser matizadas. El nivel de
alfabetización era superior a lo que habitualmente se cree, situándo­
se aproximadamente en el 30 por 100 de la población hacia 1798-
1800. Los obreros de las primeras fábricas de la Revolución industrial
no tenían una excesiva formación técnica, ya que se trataba de sim­
ples campesinos desarraigados. Los trabajadores a domicilio — rurales
o urbanos—, los obreros de las manufacturas y los artesanos ya po­
seían una cualificación profesional, un stock of sktlls. Pero la cons­
trucción, la instalación y la conducción y vigilancia de la maquinaria
exigía especialistas: durante un tiempo, éstos vinieron de Inglaterra;
paralelamente, se adiestraron algunos obreros belgas, los cuales toma­
ron el relevo después de un aprendizaje, en el que la fábrica de
Seraing desempeñó un papel importante; finalmente, la especializa-
ción se introdujo en las diversas ramas de la industria.
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 91

2.5. El papel específico de la infraestructura

En el transcurso del Antiguo Régimen, tanto los gobiernos de los


Países Bajos como del principado de Lieja se preocuparon de mejorar
los medios de comunicación (carreteras, canales y postas). Y desarro­
llaron esta labor a muy gran escala. Desde este punto de vista, el pe­
ríodo de anexión a Francia constituyó un indudable retroceso. Pero
la realización más extraordinaria fue, indudablemente, la del ferro­
carril, el cual fue concebido y construido en sus partes esenciales
por el joven Estado independiente, al mismo tiempo que se efec­
tuaba la construcción de la red de carreteras y la mejora de las vías
de navegación.
Los ferrocarriles belgas constituyen una creación original desde
muchos puntos de vista: político, técnico y económico. Los primeros
proyectos fueron elaborados a partir de 1829 en los círculos indus­
triales de Lieja y en los de negocios de Amberes, interesados los unos
y los otros en conectar Amberes con el Rin, vía Lieja. Muchos de los
políticos vinculados al movimiento independentista belga de 1830
procedían de Lieja, eran los dirigentes de un pequeño país sometido
a amenazas y a apoyos externos, en búsqueda de su unidad. Los
ferrocarriles fueron una realización fundamental — símbolo del dina­
mismo de los hombres en el poder después de 1831— para imponer
la realidad del nuevo Estado a una Europa asombrada que, al obser­
varlo más detenidamente, descubriría la ventaja que había adquirido
sobre otras «potencias», abundando los testimonios a este respecto
de viajeros, incluidos los ingleses. Aquéllos fueron concebidos en
1831-1832; los trabajos de su construcción empezaron en 1834 y
la primera línea, Malines-Bruselas, se inauguró en 1835. La concep­
ción de la red en su conjunto es seductora por sus características y su
equilibrio. Una gran cruz de este a oeste y de norte a sur, que tiene
su intersección en Malincs, constituye su espina dorsal.
Una empresa como ésta, debido a su carácter de «interés públi­
co» y a su envergadura técnica (560 kilómetros de líneas, 80 estacio­
nes, 143 locomotoras, 2.518 vagones) y económica (138 millones de
francos), sólo podía convertirse en realidad a corto plazo si la misma
era asumida por el Estado. Por el hecho de llevar a cabo esta obra,
el Estado belga quedó directamente vinculado a una parcela esencia-
lísima del sistema socioeconómico. El resultado de tal iniciativa es
asombroso: la totalidad de dicha red quedó terminada en 1843, es
92 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

decir, en el transcurso de ocho años, e incluye numerosas obras de


fábrica de una enorme complejidad para la época. Una vez termi­
nada esta obra y, por otra parte, una vez restablecido el clima de
seguridad política, el Estado otorgó mediante concesiones la cons­
trucción y explotación de las líneas complementarias y de los ramales
locales a empresas privadas. Pero esta política tuvo una duración
limitada: quizá desde 1856, con seguridad desde 1871, el Estado
desarrolló una actuación sistemática encaminada a recuperar dichas
concesiones que culminó alrededor de 1900.
El número de vagones de viajeros era de 613 sobre un total de
1.337 (por 122 locomotoras) en 1840; de 740 sobre 2.528 (por
143 locomotoras) en 1843; de 950 sobre 4.074 (por 153 locomoto­
ras) en 1847. El tráfico de mercancías — total y perfectamente orga­
nizado a partir de 1837— creció muy rápidamente: se multiplicó
por 9,5 de 1840 a 1847 por lo que respecta a las expediciones
evaluadas en peso, que pasaron de 104.892 a 1.004.857 toneladas.
El tráfico de pasajeros aumentó mucho menos: se multiplicó por
1,7 de 1840 a 1847, pasando de 2.199.319 a 3.746.390 pasajeros.
El total de los ingresos brutos se cifró en 5.335.167 francos en 1840,
un 78 por 100 de los cuales se obtuvo de los pasajeros y equipajes;
ascendió a 14.650.367 en 1847, proporcionando en este año los
pasajeros y equipajes el 51 por 100 del expresado total. El número
de kilómetros recorrido por las locomotoras pasó de 1.181.000 en
1840 a 1.877.000 en 1843 y a 3.809.000 en 1847. El total acumu­
lado de las sumas invertidas por el Estado era de 77.908.000 francos
en 1840, de 137.572.000 en 1843 y de 160.236.000 en 1847. Las
compañías concesionarias privadas habían invertido 16 millones de
francos en 1843, elevándose su inversión a 75 millones en 1847, a
consecuencia de las concesiones que se efectuaron, sobre todo, duran­
te 1845. Las dos terceras partes de los capitales desembolsados por
estas compañías eran ingleses.
Después de una progresión espectacular en el transcurso de los
años que siguieron a la inauguración de la línea Malines-Bruselas, el
crecimiento del tráfico de pasajeros registró una desaceleración, debi­
do a una relativa saturación de la demanda de aquellos sectores
sociales que tenían unos niveles de renta que les permitían el lujo,
sin limitaciones, del viaje ferroviario. El ferrocarril resultó de gran
provecho para los viajeros, los cuales ahorraron dos tercios del tiem­
po de desplazamiento. Por otra parte, aumentó sensiblemente la mo­
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 93

vilidad de las personas y de las ideas. El ferrocarril fue utilizado


ampliamente, dejando aparte a los que se servían de él como instru­
mento de recreo, lo que estaba estrechamente relacionado con cierto
efecto de ostentación por aquellos para los que el ahorro de tiempo
era muy importante.
La infraestructura, en particular la de los ferrocarriles, constituye
un elemento de una estructura genética, de la cual aquélla es a la vez
producto y factor. Por una parte, los ferrocarriles son un producto
ya que son financiados por una economía cuya expansión se debe a
la Revolución industrial y constituyen un exponente de la mentalidad
«empresarial» y de su extensión a esferas de la sociedad en las que la
misma no suele encontrarse. Ello pone de manifiesto que Bélgica
dispuso desde muy pronto de un cierto número de «empresarios
públicos». Por otra parte, son un factor por sus efectos hacia atrás
por lo que respecta a la expansión industrial y por sus efectos sobre
la circulación de hombres e ideas, sobre la intensificación de las rela­
ciones intrarregionales y de los fenómenos de polarización industrial,
y sobre la extensión de las relaciones interregionales.

2.6. El intervencionismo del Estado y ¡a centralización

El Estado belga se fundamentaba en un sistema de representación


política de tipo censitario. Sus órganos de gobierno fueron ocupados
por la burguesía aristocratizante de Bruselas, la cual era parte inte­
grante de la alta finanza. La actitud liberal, tan a menudo atribuida
a los estados del siglo xix, no se dio nunca en Bélgica, ni siquiera
bajo los regímenes francés y holandés. El Estado belga era, en el
contexto de las instituciones de gobierno de la época, resueltamente
intervencionista. Un grupo de altos funcionarios y de políticos exper­
tos actuaron como auténticos «empresarios públicos». El ferrocarril
y los medios de comunicación fueron sus campos preferidos de acción.
Pero no fueron los únicos. En tanto que la autorización exigida por
la ley para crear una sociedad anónima era puramente formal — a
menudo eran los mismos los que las fundaban y los que las autoriza­
ban—, por el contrario, la vigilancia de las actividades financieras
era rigurosa y eficaz, sobre todo después de la crisis de 1838-1839.
Existió una ósmosis entre los bancos y la administración, pero los
vectores de control actuaron en los dos sentidos. La Banque Nationale
94 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

y la Caisse d ’Épargne — un ahorro censitario, naturalmente— se


fundaron en 1850. Por otra parte, se utilizaron los pedidos de ma­
terial ferroviario para relanzar la economía, y se fue configurando una
política de grandes obras públicas. El gobierno inspeccionaba la situa­
ción de las empresas importantes, especialmente la de Cockerill, que
podía conmocionar la paz social de Lieja.
Menos de una cincuentena de familias, probablemente unas trein­
ta, estaban realmente en la cima del poder. Muchas otras eran vasa­
llos momentáneamente satisfechos, pero en el fondo ambiciosos. No
obstante, lo que los unía predominaba ampliamente sobre lo que los
dividía u oponía. De esta manera el poder era estable y los gestores
del mismo se renovaban mediante un sistema de cooptación concien­
zudamente meditado, tanto más meditado en cuanto que proporcio­
naba «poder», «tener» y, al cabo de un tiempo, en el caso de los
recién llegados, «valer». El grupo que nos interesa de la alta socie­
dad de Bruselas estaba compuesto de provincianos que se «bruseli-
zaron», burgueses que se ennoblecieron, nobles que se aburguesaron;
el mismo se estructuró alrededor de tres elementos en estrecha cone­
xión; el palacio, los niveles superiores de la administración y el
gobierno y la alta finanza. Realmente aparece una nueva aristocracia
— compuesta por elementos viejos y nuevos— , o más bien una bur­
guesía aristocratizante enraizada en Bruselas. Su poder económico se
apoyó a la vez en la gran propiedad territorial y en la gran banca,
asegurando el paso de una a la otra; era, al mismo tiempo, receptora
e inspiradora de la acción gubernamental; ocupaba, en todo caso, y
Bruselas con ella, una posición dominante sobre el país.
Este análisis de Bruselas no se refiere a toda la ciudad, sino a su
papel de capital política y financiera. Esto es, en primer lugar, efecto
de la Revolución industrial y de los acontecimientos de 1830, y en
segundo lugar constituye un factor de esta revolución y de la inde­
pendencia d d país. Se trata de una región con rasgos muy específicos
y con pocas homogeneidades respecto a las otras regiones de compor­
tamiento dinamizador: no era una región industrial y era poco inno­
vadora, excepto en el plano financiero: con su gran creación, la banca
mixta. En cuanto a la cuestión que nos ocupa, se trata de una región
que ejerce una injerencia y un poder sobre las otras, tanto a nivel
político como financiero. Por otra parte, facilita el tránsito de la
esfera industrial a la financiera y a la política. En suma, añade al
«imperialismo pesado» (primario y secundario) del eje Haine-Sambre-
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 95

Jeuse-Vesdre un «imperialismo de redes» (terciario) más sutil, y tam­


bién más sojuzgador. Esto nos permtie nuevamente captar toda la
importancia de este emparejamiento para Bélgica, sea cual fuera el
punto de vista desde el que efectuemos nuestra observación.

2.7. La mentalidad

« ¡Acumulad! ¡Acumulad! Es la Palabra de Dios», decía Marx.


Y de forma parecida se expresaron Schumpeter, Veblen y Keynes.
En definitiva, no se pueden explicar los fenómenos humanos sin
apelar a las estructuras mentales y a los valores que los rigen en
parte.
El segmento tecnoeconómico ocupa, evidentemente, un lugar pri­
vilegiado en la mentalidad de los empresarios «en estado de Revo­
lución industrial». Y el punto de equilibrio se alcanza cuando el
ansia de novedades técnicas es controlada por las reglas del cálculo
contable, y si esto no sucede así, se produce un período de tecnoma-
nía y de pasión especulativa que desemboca en una crisis, como suce­
dió en 1839.
Pero la figura del empresario no puede reducirse a la considera­
ción de sus actividades tecnocconómicas. Es una persona. Todas sus
actividades deben ser tomadas en cuenta y, en la medida de lo posi­
ble, integradas, si no unificadas. En la segunda mitad del siglo xvm
aparece un valor dominante, destinado a reemplazar los privilegios
de nacimiento, que respondía a la perfección a la mentalidad de los
empresarios: se trata del «mérito», que se define como «competencia
eficaz». En el sentido que lo empleamos aquí, el término competencia
designa unos conocimientos orientados hacia un tipo de actividades,
hacia un conjunto de comportamientos y de actitudes. La noción está
rodeada de un halo de «iniciación», que aún no se ha desprendido
del todo de su carácter sacralizante. Ocupa, en cierta medida, el
lugar de los antiguos «secretos» y contiene un elemento de curiosi­
dad. Está muy unida al marco familiar, pero puede extenderse al
grupo social, beneficiarse de la circulación de las ideas — la educa­
ción, la información, las visitas a los «amigos de negocios»— , y a
veces de la proximidad del poder. En cuanto al término eficaz, pre­
tende significar que los recursos han permitido alcanzar, efectivamen­
te, el objetivo.
96 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

La noción de mérito es, prioritariamente, de carácter tecnoeconó-


mica. Los conocimientos no son utilizados por su valor intrínseco,
sino como medios. La adecuación de éstos a los fines perseguidos no
sólo debe ser correcta, sino sobre todo eficaz, es decir, fructífera, y
en este proceso el trabajo, con una connotación de tenacidad, adquiere
una importancia particular. Esto implica que, en un sentido estricto,
tanto un incompetente, aunque éste hubiera «llegado», como una
persona competente que habiendo actuado correctamente hubiese fra­
casado, eran excluidos del mérito. El primero era un afortunado, el
segundo un desafortunado. En los dos casos, el factor aleatorio habría
ocupado el lugar del «buen juicio» y de la «buena conciencia». Por
tanto, bastará con olvidar uno de los elementos para «recuperar» el
personaje. El primer caso, el del afortunado, sobre todo si consigue
consolidar su posición, aparece como infinitamente más favorable en
una sociedad en la que el azar está lejos de ser valorado en la misma
medida en que es invocado. De ello resulta una desconfianza, que
tiene lejanas raíces, para con el desafortunado.
Pero este concepto de mérito no tiene sólo un contenido tecno-
económico. El mismo se hizo extensivo, de una manera natural, a to­
dos los segmentos de la mentalidad capitalista clásica. En consecuen­
cia, el referido concepto caracteriza la expresada mentalidad, revelando
su propio carácter ideológico, lo cual es una gran ventaja. El «méri­
to» se nos aparece como un valor, más específicamente como el valor
integrante, aun cuando integrante por cohesión segmentaria y arbi­
traje intersegmentario. Es en función del «mérito» que los hombres
estudiosos juzgan, deciden, se comportan, obtienen (con razón o no)
la respetabilidad, el poder, la salvación eterna y, por una reciproci­
dad de coherencia circular, las facilidades económicas. Cabe señalar
que este concepto de mérito es profundamente social, es decir, no
sólo está en función del agente sino también de los otros miembros
del grupo. Aquel que desarrolla una acción nunca puede atribuir a la
misma, a priori, una probabilidad más grande de mérito del que
puede acreditar otra acción. Pero no está sólo en este proceso.
El grupo responderá efectuando una valoración y una elección en
base a criterios no necesariamente transitivos. Consecuentemente,
tanto la obtención como la atribución de mérito son doblemente
inciertas. Son de la misma naturaleza que el mundo real de los em­
presarios. No es de extrañar que éstos hayan potenciado un valor que,
por otra parte, es para ellos enormemente funcional. De ello nace un
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 97

sistema de «merítocracia», el cual se fundamenta, natural y lógica­


mente, en la autoelección a casi todos los niveles.
Los empresarios de la Revolución industrial belga presentan dos
categorías de rasgos muy importantes para una estructura genética:
la facultad de adaptación — una plasticidad de carácter (versatility)—
según el medio y las circunstancias, y la movilidad fisiológica, geo­
gráfica y social. La síntesis de estas dos categorías se efectúa gracias
a la intervención del valor integrante que es el mérito: la movilidad
multiplica las oportunidades de adaptación; las adaptaciones, es decir,
los éxitos, refuerzan el mérito; el mérito adquirido eleva la facultad
de adaptación, otorga una mayor seguridad ante las exigencias de la
adaptación, aumenta la movilidad.
Sabemos que este análisis será criticado mucho más por su orien­
tación que por sus actuales insuficiencias, las cuales, por otra parte,
son claramente evidentes. Podemos sospechar que el mismo suscitará
críticas por: reducir la Revolución industrial al «talento de los em­
presarios», si es que no se nos acusa de componer un himno a la
gloria de éstos; creer en el mérito y explicar los éxitos de los empre­
sarios por su mérito; olvidar el papel del entorno, el de las condi­
ciones favorables y el de los estímulos; no tener en cuenta la ima­
ginación creadora que se sirve de todo y se salva de todo y, en defi­
nitiva, por negligir las causas del advenimiento y formación de la
mentalidad burguesa.
El concepto de mérito se fundamenta en el «hecho objetivo» de
que las «competencias eficaces» triunfen, lo cual lo acercaría peligro­
samente a la tautología. El mismo se basa en el hecho de que algunos
éxitos se producen en el seno de un sector dominante, los cuales, a
ojos de sus propios beneficiarios, son insuficientemente tomados en
consideración por la estructura antigua. Esto se venía produciendo
desde hacía siglos: recordemos nuestras cuatro periodizaciones. El
ascenso social de este sector tecnoeconómico y la multiplicación de
sus éxitos tuvo como consecuencia que éste forjase su propia justifi­
cación ideológica y que se modificase el sistema de referencia anti­
guo. El nuevo sistema de referencia se convirtió en un hecho, aunque
se trate de un hecho de opinión, que adquirió potencialidades movi-
lizadoras y motivadoras: indicando el criterio según el cual uno ha
de ser juzgado y socialmente (a veces jurídicamente) sancionado. Por
un efecto expansivo de regresión, el mérito, como creencia, como
valor, es decir, como mentalidad, se convierte en generador exponen­

7. — NADAL
98 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

cial de tentativas y, potencialmente, de éxitos y de convergencias, en


contraposición a la competitividad. Esto, a su vez, refuerza la adhe­
sión al concepto de mérito y su generalización a los distintos segmen­
tos de mentalidad, entre los cuales su papel justificador y mistificador
hace maravillas (interés personal, dinero, poder). El coste es la
frustración y el rechazo social que el demérito trae consigo. La ade­
cuación de dicho concepto a una estructura genética por efecto de su
facultad de adaptación y movilidad es casi inmediata.

2.8, La distribución de las ventajas y de los sacrificios

Todo modelo o teoría económico se fundamenta en «dos secto­


res»: la esfera del consumo y la de la producción. El mismo se apoya
en la siguiente lógica: el consumo y la inversión actuales están deter­
minados por un volumen dado de recursos. La inversión sólo aumen­
ta la cantidad de bienes después de un cierto tiempo, y estos bienes
deberán ser absorbidos por el consumo. Esto implica la necesidad de
un arbitraje entre el presente y el futuro. La prolongación del razo-
miento es sencilla: 1 ) existe una infrarremuneración del factor tra­
bajo en todos los sectores productivos; 2 ) el excedente así acumulado
se concentra en ciertas manos; 3) este excedente no se traduce en
una demanda de bienes de consumo básicos; 4) el sector de bienes
de producción cuenta con trabajadores y compradores; 5) los acapa­
radores del excedente demandan bienes de producción (inversión) en
la cantidad adecuada y, de este modo, determinan la producción de
éstos; 6) por efecto de ello los bienes de consumo producidos encuen­
tran compradores.
Cada vez que aumenta el excedente, lo hacen la demanda y la
producción de bienes de equipo, así como el flujo de inversión, dando
lugar al conocido efecto del multiplicador.
Toda acumulación de capital se obtiene a costa de una infrarremu­
neración, en relación a la capacidad de producción, de toda la pobla­
ción o de una parte de ella. En los sistemas históricos conocidos, esta
infrarremuneración sólo afecta a una parte de la población, mientras
que la otra parte, que asume el arbitraje entre el presente y el futu­
ro, se aprovecha de su situación estratégica para conseguir ventajas
económicas y políticas y se transforma en la clase o en el grupo
dominante.
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 99

Esta infrarremuneradón acarrea, a la vez, un bajo nivel de vida


de los trabajadores y una sobrepoblación relativa (en relación a
la capacidad de producción), es decir, un ejército de reserva com­
puesto de parados que engendra la resistencia patronal a la reducción
de la jornada de trabajo. El análisis del fenómeno del ejército de
reserva muestra que se trata de un medio, entre otros, para obtener
una plusvalía relativa de los trabajadores ocupados, para contener la
reivindicación de la mejora de las condiciones de trabajo.
Pasamos a analizar a continuación los principales elementos de
la condición obrera, y por tanto no es necesario insistir en la fuente
de la plusvalía. En definitiva, la expresada condición está estrecha­
mente relacionada con la forma específica con que el régimen capita­
lista asegura la división de la producción en los sectores de bienes
de consumo y de bienes de producción, la acumulación de capital, la
inversión en la innovación tecnológica, la industrialización y el creci­
miento económico:

— Las decisiones son tomadas por los capitalistas en función de


sus intereses individuales y de los determinismos que los animan.
— La acumulación de dinero y de bienestar se concentra en un
grupo reducido y potente (empresarios, sociedades anónimas y la
nobleza, personal político y administrativo de Bruselas).
— La tendencia a reducir el nivel de los salarios comporta que
éstos, a veces, desciendan por debajo del mínimo compatible con la
supervivencia de la fuerza de trabajo. En esta situación se producía
una reacción para proteger lo que era la sustancia misma de toda la
sociedad belga.
— El obrero estuvo sometido a una sucesión de situaciones cam­
biantes en función de estas alternativas de explotación y de protec­
ción, asimilables a los cambios de coyuntura o a las variaciones del
empleo.
— Las condiciones de trabajo eran malas, en algunos momentos
trágicas: jornada laboral de 12 horas (plusvalía absoluta) y trabajo
intenso (plusvalía relativa); esclavitud respecto a la máquina y a la
fábrica.
— La inseguridad del trabajador era constante, con las consi­
guientes reacciones psicológicas condicionadas: la aprensión, la angus­
tia, el miedo.
— Su proyección política y social era minimizada, su mentalidad
100 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

alienada a los valores burgueses, en especial al del mérito. No obs­


tante, la alfabetización, aunque rudimentaria, no era nula.
— El estado de higiene físico y «moral» era lamentable. La
vivienda se reducía a un tugurio con difícil acceso al agua y ausencia
de sol. En este ambiente tuvo su origen el alcoholismo obrero.
— Los fielatos municipales, establecidos desde inicios del si­
glo xix hasta 1859, verdadero cinturón aduanero que rodeaba a más
de 50 (67 en 1830) ciudades belgas, permiten efectuar una cuantifi-
cación satisfactoria de los bienes consumidos por cada una de estas
ciudades. Teniendo en cuenta fenómenos tales como los cambios en
el modo de vida (inmigración campesina), la proletarización y la
subproletarización, el número de mujeres y de niños, las tendencias
dominantes en el seno de la familia y la dificultad de identificar a los
consumidores no residentes, podemos afirmar que los niveles medios
de consumo disminuyeron durante la Revolución industrial.

Las investigaciones en curso — después de las hechas por los con­


temporáneos en 1843— casi no dejan lugar a duda: la degradación
de las condiciones de existencia de la clase obrera (incluidos el modo
y el nivel de vida), una vez desaparecidos los ingresos complemen­
tarios que ésta obtenía de la agricultura (cuando los mismos no
quedaron destruidos por la enfermedad de la patata), es general en
el tiempo y en el espacio durante la Revolución industrial. Estamos
frente a un océano de miserias.
Evidentemente, detrás de todo esto se encuentra la sobreexplo­
tación, pero una sobreexplotación cuya duración (plusvalía absoluta)
e intensidad (plusvalía relativa) alcanza unos niveles que, a pesar
de las actuaciones patronales, no serán soportables ni soportados
durante mucho tiempo. Las grandes huelgas de finales de siglo empie­
zan a perfilarse en el horizonte. El germen de las mismas se encuen­
tra en el régimen instaurado por la Revolución industrial. El desarro­
llo de este proceso no dejará de aumentar la probabilidad de la pro­
testa proletaria.
Antes de ser acumulada por los capitalistas, por la alta finanza,
la plusvalía que nos interesa aquí era extraída en el ámbito de la
empresa industrial.
La empresa de la Revolución industrial fue, al principio, funda­
mentalmente familiar, lo cual quiere decir que empresa y fam ilia son
difícilmente disasociables. El negocio absorbió de tal modo la vida
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 101

del empresario, que su vida profesional y su vida familiar se convir­


tieron en inseparables: no queriendo sacrificar una vida familiar a la
que concedía importancia y a la que la mentalidad de su grupo le
inducía a otorgársela, lo cual se pone de manifiesto en el gran número
de hijos por unión, el empresario vinculó su familia a la empresa,
asoció a su mujer y a sus hijos a la dirección del negocio y vivía
— al menos en invierno— en o al lado de su fábrica. Este fenómeno
se acentuó cuando la producción se concentró en un edificio indus­
trial: la fábrica, para el empresario, se convirtió en algo suyo, en
algo de su familia, en algo de la familia. Ésta requería grandes sacri­
ficios. Era el punto de referencia. La autofinanciación, de la que ya
hemos hablado, fue, obviamente, uno de los rasgos característicos
de la empresa.
La empresa familiar prevaleció de manera generalizada en la
industria textil, algodonera o lanera, ya sea bajo la forma de empre­
sa individual, de sociedad colectiva (agrupando a algunos parientes), o
más raramente, de sociedades en comandita.
Por el contrario, la sociedad anónima ocupó un lugar destacado
en las otras actividades, aportando el marco organizativo de la ma­
yoría de empresas más importantes. Sabemos que la creación de estas
sociedades anónimas está estrechamente relacionada con la participa­
ción directa de la alta finanza de Bruselas en la industrialización del
país a partir de 1834; con anterioridad a esta fecha, las primeras
sociedades anónimas (en Bélgica la primera data de 1819) se organi­
zaron principalmente en el sector de los seguros, de la industria cris­
talera y para la construcción de carreteras y canales. Los dos grandes
bancos de Bruselas promocionaron la creación de las cuatro quintas
partes de las sociedades anónimas: la Société Genérale promocionó
48 sociedades, y la Banque de Belgique, 20, del total de las 84 socie­
dades anónimas existentes en 1847 (de 1819 a 1847 se constituyeron
227, de las cuales 143 fueron disueltas). La situación belga era sin­
gular, incluso a los ojos de un gran banquero: James Rothschild
escribió el 22 de noviembre de 1836 (y tan sólo nos encontramos a
mediados del período 1835-1838): «Hay algo pavoroso en ver cómo
Bélgica se transforma en una gran fábrica por acciones». Como lo
hizo con el ferrocarril, también en este campo Bélgica desafió al mun­
do situándose a la cabeza de los mecanismos del sistema.
1 0 2 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

3. C onclusión

La Revolución industria] asegura, como estructura genética, el


tránsito del «sistema belga» de un régimen (protoindustrial) a otro
(capitalista clásico).
El sistema es abierto, autónomo e indeterminista. La Revolución
industrial combina elementos antiguos (las dos primeras periodiza-
ciones, la estructura protoindustrial), elementos externos (Inglaterra,
Francia), elementos internos (las variables endógenas, las formas de
relación y las constantes que constituyen la estructura genética), y
un elemento fortuito.
La estructura genética que es la Revolución industrial puede ser
descrita en tres etapas, lo que plantea la necesidad de examinar suce­
sivamente: 1 ) el centro de gravedad; 2 ) los elementos complemen­
tarios; 3) una doble forma del devenir.
Su centro de gravedad está constituido por la progresiva puesta a
punto de cuatro mecanismos convergentes:
1. La fuerza de trabajo es explotada en un «crisol» tecnoeco-
nómico para obtener de la misma el excedente máximo.
2 . La acumulación de este excedente se efectúa por y en el seno
de un grupo reducido, el cual asume la función social de una espe­
cie de «encargado de la maniobra», que obtiene poder y bienestar y
está muy interesado en continuar la operación y obliga a intervenir,
en la consecución de tal fin, a todos los sectores de la sociedad.
3. La ley demográfica que rige el funcionamiento del ejército
de reserva permite mecanizar la producción sin yugular la fuente de
la plusvalía.
4. El mérito, tal como lo hemos definido, en primer lugar, con­
cepto de carácter tecnoeconómico y, en segundo lugar, valor inte­
grante, en suma justificación ideológica tanto para la situación de los
afianzados y autosatisfechos como de los desposeídos y alienados, con­
fiere al conjunto un aspecto de coherencia que no es tan ilusorio como
se ha podido creer.
Este centro de gravedad contiene ciertos elementos que no están
plenamente explícitos y que es preciso tener en cuenta. Entre ellos
tenemos la presencia del Estado, de un Estado cada vez más subor­
dinado a las apetencias de los poseedores y cuya política está hecha
por y para éstos. Existe la infraestructura, una forma diferente de
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 103

construir palacios, al igual que los empresarios levantan fábricas en


vez de castillos, infraestructura que es, a la vez, una condición previa,
un factor y un efecto de la Revolución industrial. La realización de
estas obras absorbe una gran parte de la intervención del Estado,
de su creatividad y de las inversiones públicas, las cuales, a su vez,
contribuyen a conectar los polos industriales, a propagar las ideas, a
desarrollar la plasticidad (versatilily), a poner en contacto hombres
y concepciones, a estimular la movilidad, a relanzar la demanda Ínter*
na, a reforzar la posición del sector de «construcción de maquinaria»
y, en definitiva, a unificar el país. Tenemos, por otra parte, la cohe*
renda en la adopdón de las nuevas técnicas que constituyen un
«sistema viable», el cual, unido a los efectos derivados de la existen-
d a del ejército de reserva, contribuye a limitar el volumen de la
población. Existe, además, una densa red de crédito y financiación
que presenta en parte rasgos originales, constituida por la gran ban­
ca de Bruselas con intereses industriales, por el gran protagonismo de
los efectos comerciales, por la importancia de la autofinanciadón, pero
también por la no reinversión de todos los «beneficios e intereses».22
Otro de dichos elementos es la adecuación de la mentalidad a una
estructura genética y a una Revoludón industrial: mérito, plastid*
dad, movilidad, sistema conceptual fundamentado en el segmento
de lo tecnoeconómico. Así como la formación de un marco ideológico
adecuado: el mérito como valor integrante y la integradón, por alie­
nación, de la mano de obra, es decir, de la materia prima: la fuerza
de trabajo. Y la cooperación entre contemporáneos —creadón colec­
tiva— y la sucesión mediante cooptación entre generaciones.
Explicado así, este centro de gravedad reagrupa las constantes

22. Precísame» el concepto a través de cuatro puntos: 1) la acumulación


primitiva se llevó a cabo según formas propias, una de las cuales es el «capi­
talismo industrial» y los excedentes existentes, movilizables, aunque no se
recurriera a ellos masivamente; 2) el crédito y las letras de cambio a corto
plazo —a veces prolongado a largo plazo— desempeñan un papel muy impor­
tante (ello ocasiona la participación del sistema bancario tradicional); 3) la
autofinandación ocupa un lugar importantísimo en la inversión a largo plazo,
pero no debe confundirse con la reinversión sistemática de la totalidad de la
masa de «beneficios e intereses»; 4) la gran banca de Bruselas, dirigida por
un número reducido de individuos, creó un sistema bancario con rasgos muy
originales, el cual encauzó la Revolución industrial hacia los segmentos de
mayor contenido estratégico, de forma molecular y en una época tardía, pero
contribuyó, finalmente, a reforzarla.
104 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

que caracterizan la estructura genética. No lo hace a través de coac­


ciones que reducirían el sistema a un estado de equilibrio. Por el
contrario, pone de manifiesto el vector central de un devenir, en rela­
ción al cual se sitúan las peripecias históricas.
Pero este devenir presenta una doble forma: molecular y secuen-
cial. Molecular, porque está compuesta de polos que mantienen
vínculos entre sí, de manera que Bruselas queda integrada y conec­
tada con el importante eje Haine-Sambre-Mosa-Vesdre. Secuencial,
porque está compuesta por fases (b-a-d-c).a En estas fases tienen
lugar sucesivos relevos entre las actividades y los polos,2324 de manera
que (en su fase b), alcanzado un estado de masa crítica,25 se produce
una reacción en cadena que desborda el marco del régimen proto-
industrial; que (en su fase d-c o c) con la integración del polo de
Bruselas, se registra el paso a la esfera financiera 26 y el desarrollo
de una orientación — en un marco probabilista— hacia la instaura­
ción de un régimen capitalista clásico; que (en su fase a), al adquirir
importancia el juego de las imaginaciones creadoras, asistimos al paso
de las potencialidades a las realizaciones, a las innovaciones fundamen­
tales — introducidas según la evolución de las actividades y los po­
los— , y a los primeros efectos de propagación y de interacción.
Esta estructura genética muestra a la vez la limitación relativa
del fenómeno y su fuerza. La Revolución industrial no es más que
el inicio de un proceso de industrialización que transformará el país,

23. Las cuatro fases están claramente delimitadas. Por otra parte, cada
una contiene elementos que la vinculan al pasado y al futuro, incluso cuando
la sucesión no es estrictamente lineaL
Las fases presentan un orden de importancia (a, b, c, d) y un orden crono­
lógico {b-a-d-c). Aunque el segundo sea utilizado más frecuentemente, no debe­
mos negligir el primero. La ordenación en base a la importancia de cada una
de las fases, sin introducir ninguna finalidad en el análisis, permite caracterizar
un devenir principalmente tecnocconómico (bise a), en razón del cual se podrá
juzgar una eventual convergencia de los comportamientos de los individuos
y de las tensiones entre los sectores de la sociedad.
24. Desarrollo «desequilibrado», sectores pilotos.
25. De la cual recordamos sus elementos característicos: en tanto que sis­
tema abierto: situación de encrucijada entre Inglaterra y Francia; en tanto que
sistema autónomo: crecimiento demográfico, propagación de la patata, mejora
de la infraestructura, ampliación de los mercados y formación de las manu­
facturas; en tanto que sistema indeterminista: empresarios potenciales y reales,
capacidad de creación colectiva.
26. La alta banca y las sociedades anónimas.
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA 105

durante la cual el número de polos industriales y de actividades pun­


ta es reducido, la magnitud relativa de las inversiones es a menudo
muy baja y la cifra de obreros ocupados es constante. Pero esta
revolución superará importantes obstáculos,2728desafíos y otras circuns­
tancias limitadoras: el carácter inaccesible del «antecedente inglés»;
los cambios de regímenes políticos y, correlativamente, de las opcio­
nes accesibles; la convulsión que representa la revolución de 1830;
las políticas proteccionistas practicadas por otros países; y la insu­
ficiencia de hierro.
En tanto que estructura genética, la Revolución industrial se
caracteriza por la transposición, en un mismo nivel de lectura, de:
1 ) el estado de masa crítica y el desbordamiento del sistema proto-
¡ndustrial; 2 ) la reacción en cadena, las grandes transformaciones
tecnoeconómicas, sus relevos y su propagación; 3) la instauración
del régimen capitalista clásico. Es una estructura del A —>B que
evita una discontinuidad carente de contenido estructural. Está com­
puesta, también, de elementos constantes. Su variable fundamental
es, en primer lugar, la economía y, después, la sociedad belga. Pone
de manifiesto la transformación de estas variables por referencia a
constantes, es decir, comportamientos clave o encadenamientos tipo.2*

27. Como la revolución de 1830.


28. Cuando decimos que la Revolución industrial es una estructura gené­
tica, por tanto una estructura, no pretendemos ofrecer una nueva explicación,
sino que sólo proponemos cambiar el nivel de lectura de la realidad y el pro­
ceso de construcción teórica. Si permanecemos en el nivel de la disección en dos
estructuras A y B, que se suceden, la Revolución industrial se fragmentará.
La fase b quedará situada en A , teniendo fundones desestabilizadoras para
dicha estructura, la fase e quedará situada en B, con funciones estabilizadoras
para esta nueva estructura, las fases a y d se convertirán en «el acontecimiento»,
d punto singular de transidón de una estructura a otra. D e modo que, en el
primer nivel de lectura, una estructura no puede modificarse porque está com­
puesta de constantes, a no ser que limitemos toda explicación a la acción de
factores exógenos. Para que las constantes cambien y se conviertan en los ele­
mentos dinamizadores del sistema, es preciso pasar a un segundo nivel de
lectura, el de la estructura A B, en el cual, la fase b desestructura A , la
fase e estructura B, y las fases a (y d) constituyen el proceso de transidón
intraestructural (en el segundo nivel) de b a c. La estructura A -* B explica
la transición interestructural, es el instrumento mediante el cual reconstruimos
la emergencia de B a partir de A y de influencias externas.
Evidentemente, es la realidad la que se desestabiliza y se estabiliza. Pero
sólo podemos aprehender estos fenómenos mediante estructuras que construimos
y formulamos en el plano teórico. En este sentido, cabe señalar que a y d no
106 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

están en el mismo nivel que A y B, pero, en cambio, están en el mismo nivel


que b y e . Estos últimos elementos son homogéneos respecto a a y d, forman
con ellos la estructura A -* B, en la cual representan la desestabilización de A
y la estabilización de B, de forma accesible, como las dos extremidades de un
mismo proceso global, del cual a y d son los eslabones intermedios. Este plan*
teamiento deja sin resolver el problema de la mutación que se produce por
efecto de que las variaciones experimentadas por los elementos variables pro­
voca el cambio de los elementos constantes. Digamos solamente que el con­
cepto de masa critica nos parece que ofrece una posible vía de solución.
Pierre Cayez

ASPECTOS DEL DESARROLLO INDUSTRIAL


DE FRANCIA EN EL SIGLO XIX
SEGÚN ALGUNOS TRABAJOS RECIENTES

1. La protoindustrialización en F rancia : un modelo a prueba

¿No hay acaso cierta audacia al querer presentar en una veintena


de páginas los rasgos originales del desarrollo industrial de Francia
en el siglo xix, cuando, desde hace algunos años, han aparecido
varios volúmenes que tienden a proponer una síntesis lo más exhaus­
tiva posible?
Recordemos, en efecto, las sucesivas publicaciones de L ’histoire
économique et ¡ocíale de la Frattce bajo la dirección de Emest La-
brousse y F. Braudel (en especial, el tomo 2 en dos volúmenes fecha­
dos en 1976, sobre los años de 1789 a 1880; el primer volumen del
tomo 4, aparecido en 1979, que llega hasta 1914), los tomos 3 y 4
de L'histoire économique et ¡ocíale du Monde, bajo la dirección de
Pierre Léon aparecidos en 1978 (tomo 3: Jnertia et révolutions,
1730-1840, dirigido por Louis Bergeron; tomo 4: La domination
du grand capitálhme, dirigido por Gilbert Garrier), los volúmenes de
Cambridge economic hutory of Europe (volumen I: The indu¡trial
economía: capital, labour and enterprise. Part I: Brítain Trance,
Germany and Scandinavia, Cambridge University Press, 1978).
Y, finalmente, la última y brillante síntesis de F. Carón: Hhtoire
économique de la France, X IX ‘-XX* ¡iécle¡, aparecida en 1981.
Frente a la multiplicación de las síntesis y a la abundancia docu­
mental, nuestra opción sólo podía ser selectiva: proponer algunos
108 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

temas y algunas problemáticas características, parcialmente renovadas


por la más reciente producción historiográfica.
El antiguo e interminable interrogante sobre las causas y los
orígenes de la «Revolución industrial» ha vuelto a ser puesto a la
orden del día por las tesis desarrolladas por el historiador estadouni­
dense F. Mendels,1 decididamente francófono y asiduo de las univer­
sidades francesas. La presencia de François Mendels durante un año
en la Universidad de Lyon II, su unión con P. Deyon para la prepara­
ción del tema «La protoindustrialización: Teoría y realidad», del
V III Congreso Internacional de Historia Económica de Budapest
en 1982, colocaron en primer plano de la reflexión histórica francesa
el tema de la protoindustrialización y ello se ha puesto de manifiesto,
esencialmente, en dos números especiales de la Revue du Nord dedi­
cados «Aux origines de la révolution industrielle».12
Los propósitos renovadores sobre la protoindustrialización alien­
tan la duda experimentada por todo historiador ante la irrupción
de la discontinuidad y de las rupturas brutales en el desarrollo cro­
nológico. F. Mendels interpreta, en efecto, las industrias rurales, arte­
sanales, como la primera etapa de la industrialización moderna, de la
Revolución industrial y no como el último avatar de un antiguo régi­
men económico declinante y moribundo. La multiplicación de los
talleres rurales, el aumento consecuente de la producción destinada
a un mercado exterior y a menudo lejano han transformado la eco­
nomía rural y las estructuras demográficas, orientándolas hacia la
sobrepoblación. La protoindustrialización permite la acumulación de
capital, la organización de los mercados, la difusión del conocimiento
técnico, es decir, la reunión de algunas de las condiciones necesarias
para el desarrollo de las industrias modernas. El fracaso, más que el
éxito, de la Revolución industrial en una determinada región parece,

1. Entre sus numerosos trabajos, citemos, en particular, su tesis, Indus­


trializa!ion and poptdation pressure in the X V Illth Flanders, 1969; y varios
artículos: «Protoindustrialization, the first phase of the industrialization pro­
cesa», Journal of Economic Hislory (marzo de 1972). «Aux origines de la pro-
toindustrialisation», Bulletin d’Histoire Économique et Sociale de la Réglon
Lyonnaise, n.° 2 (1978).
2. El primer número (n* 240, enero-marzo de 1979) comprende 12 artícu­
los, el segundo (n.° 248, enero-marzo de 1981) contiene 16. Hemos de añadir
la reflexión de P. Jeannin, «La protoindustrialisation: développement ou im­
passe?», Annales (enero-febrero de 1980).
ASPECTOS DEL DESARROLLO INDUSTRIAL EN FRANCIA 109

pues, asombroso. ¿Por qué una zona que habla conocido un fuerte
desarrollo protoindustrial no ha podido acceder a la fase posterior
de la industrialización? El caso bretón merece, en esta perspectiva,
un reexamen en profundidad.
La instauración de los sistemas protoindustriales interesa tanto
al siglo xviii como a la primera mitad del siglo xix francés. De esta
manera, durante todo el siglo xvm bajo el impulso de la demanda
exterior estimulada por el capitalismo comercial, grupos de comer­
ciantes explotaron los yacimientos de mano de obra rural menos
costosa y más abundante que la de la ciudad. Las actividades arte­
sanales siguieron la evolución esbozada desde el siglo XVII abando­
nando la ciudad y propagándose por la campiña circundante. Se esta­
bleció así la dicotomía clásica entre las funciones dirigentes y alta­
mente beneficiarías de la ciudad y la función productiva localizada
en el campo, ya sea bajo la forma del domestic system o de la fábrica.
Como otros estados europeos, Francia se cubrió de nebulosas proto­
industriales, desde las viejas zonas textiles del norte de Francia 1
hasta las pañerías del Languedoc.3 4 Las consecuencias de este fenó­
meno fueron numerosas, en particular en el ámbito demográfico: el
mantenimiento en su lugar de origen de la población rural fue favo­
recido por la progresiva reducción del éxodo rural, la sobrepoblación
del campo se acentuó y es probable que la alfabetización retrocediera.
Si la protoindustrialización constituyó la primera etapa del desarrollo
industria], el trabajo artesanal no parece haber sido una condición
previa necesaria para la integración de los trabajadores en la fábrica,
ya que las dos formas de actividad y las dos mentalidades parecen
demasiado diferentes. Si el taller familiar fue un medio favorable
para la improvisación y experimentación técnica, no se adecuaba, a
pesar de algunas ilusiones tardías, a la mecanización. Más que como
realidades antagónicas y competitivas, el trabajo a domicilio y las
primeras formas del trabajo concentrado aparecen como actividades

3. Entre las obras recientes, cf. Ph. Guignet, Mines, manufactures et


ouvriers du Vaienciennois au X V III* siécle. Contribution i l'bistoire du travail
dans l’ancienne France, Arao Press, Nueva York, 1977} Ch. Engranó, «Con-
currence et complémentarité des villes et des campagncs: les manufactures
picardcs de 1780 á 1813», Revue du Nord (enero-marzo de 1979).
4. Cf. J. Pcyrot, H. Coudrié, J. Ch. Carriére, «Capitalisme commercial et
fabriques dans la France du sud-est au XV11I* siécle», en Négoce et industrie
en France et en Irlande au X V IIV et X IX * siécles, CNRS, 1980.
110 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

complementarias. Como señaló P. Deyon: «En este caso la protoin-


dustrialización protege y genera con los menores riesgos la Revolución
industrial».9
Paralelamente a la reconsideración del viejo artesanado dentro de
las miras renovadoras de la protoindustrialización, la historiografía
francesa multiplica los trabajos sobre las primeras formas del trabajo
industrial concentrado, particularmente significativas aún y sobre
todo si no recurren a la mecanización. Los trabajos en curso de
G. Gayot sobre la manufactura de Sedán en los siglos xvm y xix,
de S. Chassagne sobre el nacimiento de la industria algodonera en
Francia (fines del siglo xvm -1840) y de D. Woronoff sobre la indus­
tria siderúrgica francesa durante la Revolución y el Imperio, tratan,
a la vez, de los precedentes de la industrialización en cuanto a la
dispersión y concentración de los factores productivos y plantean, al
mismo tiempo, los problemas de la existencia y de la supervivencia
de las primeras grandes empresas industriales.5 6 En efecto, la mayoría
de las grandes creaciones de fines del siglo xvm o de la época impe­
rial fracasan a comienzos del siglo xix con el hundimiento de la em­
presa Temaux al final del Imperio, y con el debilitamiento y luego
la desaparición de la empresa Oberkampf bajo la Monarquía de julio.
Los accidentes que sacudieron a estas sociedades recuerdan, de ma­
nera oportuna, el ya antiguo debate sobre las consecuencias económi­
cas de la Revolución y del Imperio. La visión pesimista prevalece, sin
ninguna duda, en la mayoría de los historiadores: «catástrofe na­
cional» para Lévy-Leboyer, «pasterización» de la economía francesa
para F. Crouzet, para F. Carón «la Revolución y el Imperio acentua­
ron ese distandamiento [con Inglaterra] debido a la ruina del gran
comercio, a las pérdidas de capitales, al aislamiento técnico».7 L. Ber-
geron subraya, sin embargo, que el período imperial sentó las bases
de una verdadera industrialización de Francia, industrialización que

5. P. Deyon, «L’enjeu des discussions autour du concept de protoindus-


trialisation», Revue du Nord (enero-marzo de 1979), p. 13.
6. Las investigaciones dieron lugar a cierto número de publicaciones.
Por ejemplo: S. Chassagne, Oberkampf: un enlrepreneur capitaliste au siécle
des Lumiéres, París, 1980; G. Gayot, «Dispersión et roncentration de la dra-
pcrie scdanaise au XVIII* siécle: l’entreprise des Poupart de Neuflizc», Revue
du Nord (enero-marzo de 1979).
7. F. Carón, Histoire íconomique de la Frunce, X IX ' et X X ' siécles, París,
1981.
ASPECTOS DEL DESARROLLO INDUSTRIAL EN FRANCIA 111

quedó enmarcada en lo sucesivo por una política comercial de signo


proteccionista.'
Sin duda, la reflexión sobre la protoindustrialización no es espe­
cífica de Francia. Los propósitos y los modelos propuestos por
F. Mendels tienen vocación de universalidad. Manteniéndonos den­
tro del marco francés, replantean y confirman la reflexión desarrollada
sobre las particularidades del desarrollo industrial del siglo xix.

2. E l «DUALISMO INDUSTRIAL» FRANCÉS

Durante largas décadas, el debate sobre la industria francesa


se desarrolló, a menudo, en términos de arcaísmo y de modernidad,
de crítica o de elogio, en los que se encontraba englobado el empie-
sariado de los períodos correspondientes.8 9 Frente a esta interpretación
de los hechos que tiende a valorar el pasado con relación a esquemas
contemporáneos y con relación a una ideología implícita en el desarro­
llo del capitalismo industrial, la historiografía contemporánea prefiere
la comprobación de los hechos y las tentativas de explicación: mo­
derna o arcaica, la industria francesa fue una de las más importantes
del siglo xix y aseguraba a la nación un peso económico que ya no
conoció después. El término de dualismo industrial parece bastante
bien adaptado para esta percepción «objetiva» de una situación
industrial compleja, cuya evolución no fue ni unilineal ni unívoca
y es utilizado por un número creciente de historiadores.10 El mismo
ha sido, sin duda, tomado de la literatura consagrada a los países

8. Cf. L. Bergeron, Banquiers, négociatits et manufacturiers parisiens du


Directoire i l'Empire, París, 1978.
9. Así en los escritos de P. León se encuentra la frase siguiente: «Tam­
bién se ha reprochado al industrial francés su excesiva prudencia, su rechazo
del riesgo, su temor a la inversión, su terror al crédito y, finalmente, su inep­
titud para concebir grandes empresas... Sin embargo, si en la Francia del
siglo x ix una patronal retrógrada se aferra a situaciones superadas, al mismo
tiempo, una nueva patronal emerge con fuerza» (Histoire économique et sodale
de la France, t. 3, vol. 2, p. 504).
10. Cf. F. Carón, Histoire économique de la Trance, París, 1977; P. Cayez,
Métiers Jacquard et bauts-foumeaux, Lyon, 1978; Serge Chassagne, «Industria-
lisation et désindustrialisation dans les campagnes françaises: quelques réfle-
xions á partir du textile», Revue du Nord: «Aux origines de la révolution
industrielle» (enero-marzo de 1981).
1 1 2 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

subdcsarrollados, lo que no eran ni Francia ni los otros países de la


Europa occidental en el siglo xix, y su significación merece preci­
sarse: el dualismo de los países subdesarrollados implica una diso­
ciación radical del sistema económico, mientras que, por el contrario,
la industria francesa había adquirido mayor coherencia a causa de las
múltiples vinculaciones que unían los dos subconjuntos constitutivos.
El hecho de recurrir a la noción de dualismo permite igualmente
integrar la noción de protoindustrialización. La historia en general,
y la historia económica y social, en particular, no presenta apenas
rupturas brutales: las estructuras protoindustriales se prolongaron y
desarrollaron hasta muy avanzado el siglo xrx y acompañaron, ayu­
daron y facilitaron la aparición y despegue paralelo de la gran indus­
tria. Al menos hasta el Segundo Imperio, la producción industrial
francesa se fundamentó tanto en la manufactura tradicional como en
la nueva industria moderna.
La constatación más tradicional de esta situación consiste en la
comprobación de la ausencia de concentración de la mano de obra.
Examinemos, en principio, un ejemplo local: en 1866 el departa­
mento del Loira, uno de los más industrializados de Francia, contaba
con 32.278 empresarios industriales y comerciales y 52.683 obreros
y empleados.11 Ahora bien, sabemos que el Loira poseía varios esta­
blecimientos siderúrgicos y metalúrgicos que agrupaban a varios cen­
tenares de obreros. Es decir, había varios millares de obreros con­
centrados, pero decenas de millares dispersos que trabajaban a domi­
cilio o en pequeños talleres dedicados a la armería, la pasamanería, la
ferretería. Al final del período considerado, el censo de 1906 indica
que todavía el 71 por 100 de los establecimientos industriales no
utilizaban personal asalariado y reunían el 27 por 100 de la mano
de obra, mientras que la fuerza de trabajo asalariada se repartía de
la manera siguiente:

Establecim ientos d e menos de 10 asalariados 32 %


Establecim ientos de 10 a 100 asalariados 28 %
Establecimientos de más de 100 asalariados 40 %

En los dos primeros tercios del siglo xix, las formas «modernas»
o técnicas de la industrialización continuaron siendo excepcionales,

II. Cf. Yves Lequin, La formation de la classe ouvriére régionale, Lyon,


1977, I, p. 398.
ASPECTOS DEL DESARROLLO INDUSTRIAL EN FRANCIA 113

localizadas en algunas regiones y en algunas ramas de actividad: la


siderurgia de coque, las minas de carbón, algunas cristalerías y algu­
nas fábricas de productos químicos o metalúrgicos, sectores que alcan­
zaban, según el índice de François Crouzet, las tasas de crecimiento
más elevadas.
La producción industrial realizada de manera protoindustrial, tér­
mino decididamente preferible al de artesanado, continuó desarrollán­
dose masivamente, pero menos rápidamente de lo que lo hicieron las
industrias más ampliamente modernizadas. Aquélla predominaba en
casi todos los sectores de la producción de bienes de consumo y,
en particular, en el conjunto de las industrias textiles, y durante
mucho tiempo aportó la mayor parte del valor añadido por el sector
industrial. Según Markovitch, entre 1840-1845 y 1860-1865, el creci­
miento de la producción industrial habría sido del 50 por 100, del
cual alrededor de un tercio corresponde a la producción «artesana» y
los dos tercios restantes fueron debidos a la industria. Esos aspectos
generales, por otra parte bastante conocidos en la actualidad, son
confirmados y sostenidos por algunos corolarios. La industria francesa
difiere grandemente de lo que podemos denominar el modelo tecno­
lógico británico, el cual se basaba en el carbón (más escaso y más caro
en Francia), en la máquina de vapor y en la industria algodonera.
En 1861-1865 por lo que respecta a los 100.163 establecimientos
existentes en Francia, sin contabilizar los de París y de Lyon, la dis­
tribución de la fuerza motriz empleada era la siguiente: 12

Motores hidráulicos 60 %
Motores eólicos 8,1 9b
Malacates movidos por caballerías 0,9 %
Máquinas de vapor 31 %

Por otra parte los mayores usuarios de energía de vapor eran, en


el plano nacional, los ferrocarriles y en el plano regional, antes de la
difusión de la vía férrea, la navegación interior: en Lyon, en 1854,
la industria empleaba 7.000 CV y la navegación, 17.000.
La industria francesa del siglo xix fue, en principio, movilizadora
de mano de obra: su principal recurso fue la explotación de los

12. François Carón, Histoire économique de la Frailee aux X IX ‘ et XX*


síteles, París, 1981, p. 121.

8 . — KADJU.
1 1 4 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

«yacimientos de mano de obra» rural, abundantes, disponibles y, por


tanto, baratos hasta las últimas décadas del siglo. La difusión del
domestic system y, paralelamente, de la fábrica aseguraba especial­
mente la producción de los objetos en gran y en pequeña escala.
Dejando al margen la cuestión de eventuales segundos objetivos de
carácter político y social, basta recordar que la mano de obra rural
era menos exigente en cuanto a los salarios; que la posibilidad de un
repliegue momentáneo hacia las actividades rurales permitía, de acuer­
do con la coyuntura, el despido fácil; que las actividades femeninas y
masculinas eran particularmente complementarias y no competitivas.
£1 estudio minucioso del desarrollo de las industrias rurales muestra
la búsqueda por parte de los empresarios de la mano de obra más
barata y también de la más hábil.
En el transcurso del siglo xix y por lo que respecta a los estable­
cimientos que concentraban «estadísticamente» la mano de obra, la
organización del trabajo permaneció durante mucho tiempo inmuta­
ble, con el pago a destajo y el trabajo en equipo dirigido por un obre­
ro altamente cualificado, tanto en las minas como en la siderurgia u
y en la industria cristalera.1314 Técnicamente, muchas grandes fábricas
aparecen más como una yuxtaposición de «artesanos» que como una
concentración de proletarios. Esta situación era deseada a la vez por
el empresario, que no tenía que adoptar nuevas formas de organiza­
ción del trabajo, y por los obreros, que veían en esto un límite a su
pérdida de autonomía y a su desarraigo cultural, y además resultaba
impuesta por las técnicas poco revolucionarias utilizadas por esos
establecimientos.
En las empresas que seguían la senda progresiva de la industria­
lización, la organización dualista o dual permanecía casi siempre
visible, en particular en el sector textil, con numerosas variantes posi­
bles: hilatura fabril y tiraje a domicilio o tisaje concentrado, con
diversas operaciones realizadas en las campiñas circundantes. En con­
cordancia con estos modelos de resistente protoindustrialización,
S. Chassagne cita, a la vez, las industrias algodoneras de Choletais,
de Roanne, de Mulhouse, la bonetería en Troyes, el trabajo del

13. Cf. Yves Lequin, «Les ouvriers de la région lyonnaise. I. La forma-


tio n ...», op. di.
14. Cf. J. Scott, The Glassworkers of Carmaux (1848-1914). Prench crafli­
men and political action in a 19th century d ty , Harvard University Press, 1974.
ASPECTOS DEL DESARROLLO INDUSTRIAL EN FRANCIA 11?

cáñamo en Angers y en el departamento del Sarthe, la producción


de telas de algodón en la Alta Normandía .15 Citemos otro ejemplo
que resulta aún más sorprendente: las sedas fabricadas en la región
de Lyon. Utilizando una materia prima de alto valor, al que se agre­
gaba un valor añadido también elevado, la producción de tejidos de
seda permitía exportaciones hacia mercados muy amplios, en particu­
lar anglosajones. Durante el Segundo Imperio las sedas ocupaban el
primer lugar en las exportaciones francesas. Sin embargo, la produc­
ción sedera subsistió durante el siglo xix en una fase de auténtica
protoindustrialización, a diferencia de las otras industrias textiles.
Paralelamente a los oficios urbanos, se desarrollaron, aunque con un
ritmo más rápido, los oficios rurales; la búsqueda sistemática de la
mano de obra rural barata permitió crecimientos muy notables de
la producción de unos artículos, cuyos ejemplares de mayor calidad
seguían siendo, sin embargo, fabricados en la ciudad. Se recurrió
limitadamente a la fábrica y se utilizó y perfeccionó una forma origi­
nal de establecimiento concentrado: la fábrica-pensionado, que em­
pleaba mano de obra femenina menor de edad. Alrededor de la
fábrica se multiplicaban los telares rurales. De esta manera una indus­
tria con estructuras de producción totalmente tradicionales ocupaba
el primer puesto de las exportaciones francesas.
Desde esta perspectiva, ¿se puede seguir manteniendo la distin­
ción entre una mayoría de empresarios «arcaicos» y un puñado de
audaces innovadores? Esto implicaría que el empresario del siglo XIX,
el verdadero empresario en todo caso, era una especie de héroe del
progreso técnico, especialmente encargado de modernizar la econo­
mía. La realidad parece sensiblemente diferente: el imperativo del
beneficio y de la ganancia se imponía en los empresarios del si­
glo xix, los cuales, debido a ello, adoptaban muy a menudo una
organización tradicional de la producción y a veces, al no poder
actuar de otra manera, corrían el riesgo de la innovación técnica. Por
tanto, ante la perspectiva de utilizar equívocamente el término arte­
sanado, aún empleado por numerosos autores, parece necesario renun­
ciar a él para adoptar el de protoindustrialización. Diferentes estudios
sociales sobre el «artesanado» francés y europeo durante el siglo xix
nos muestran que éste perdía progresivamente toda independencia

15. Cf. Serge Chassagne, «Indusmalisation...», op. cit.


116 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

económica.16 Los artesanos vieron paulatinamente cortado su acceso


directo al mercado que durante mucho tiempo había caracterizado
su trabajo y se convirtieron, en realidad, en asalariados a destajo que
trabajaban a domicilio. Otros indicios confirman esta evolución: el
antiguo taller, que contaba con numerosos compañeros y aprendices,
redujo poco a poco sus efectivos, y a finales del siglo xix únicamente
trabajaban en él el antiguo maestro y su esposa, la pareja del trabajo
a domicilio. La crisis y decadencia del aprendizaje confirma la muerte
del artesanado. Consecuentemente, la independencia del trabajo indus­
trial, lejos de ser el signo del ascenso social, era, por el contrario, la
más segura garantía de la autoexplicación del trabajador a domicilio,
único medio para él de proteger una ilusoria libertad económica y
social.
De manera que la primera fase del capitalismo industrial francés
no se caracterizó tanto por la introducción masiva de técnicas nuevas
como por la movilización, la utilización y la organización sistemática
de la mano de obra, es decir, de las distintas fuerzas de trabajo dis­
ponibles: artesanos tradicionales, poblaciones rurales, grupos popula­
res urbanos.1718
Por otra parte, la dispersión estadística de los establecimientos
oculta las múltiples tentativas y los numerosos éxitos de la concen­
tración empresarial. A comienzos de siglo, la coyuntura imperial
favorecía las experiencias en ese sentido. Oberkampf en la producción
de indianas,11 Richard Lenoir en la hilatura y el tisaje de algodón y
Ternaux en el trabajo de la lan a 19 encarnan ese sistema de un capita­
lismo industrial en grandes unidades de producción sin la introduc-

16. En los números de julio-septiembre de 1979 y de enero-febrero de 1981


de la revista Le Mouvement Socid se publicaron una serie de artículos sobre
la pequeña empresa, artesanado y pequeño comercio en Europa durante los
siglos xix y xx, fruto de investigaciones realizadas bajo la dirección de H . G.
Haupt y P. Vigier.
17. Yves Lequin señala a este respecto que «la aparición de la maquina­
ria no impide, en principio, que haya movilización del trabajo manual ... La
fábrica es la excepción, el nuevo proletariado no puede ser definido por su
concentración geográfica», Histoire économique et sociale du monde, t. 4, p. 344
(hay trad. cast.: P. León, ed., Historia económica y socid del mundo. 4. La
dominación del capitalismo, 1840-1914, Madrid, Encuentro, 1980). Cf. también
J. P. de Gaudemar, La mobilisation ginirde, París, 1979.
18. Cf. Serge Chassagne, Oberkampf ..., op. cit.
19. Lomuller, Guillaume Ternaux, 1763-1833, París, 1978.
ASPECTOS DEL DESARROLLO INDUSTRIAL EN PRANCIA 117

don masiva de tecnología nueva: empleaban, encuadraban y contro­


laban a millares de trabajadores, de los cuales una minoría se baila­
ban concentrados en algunos establecimientos, mientras que una ma­
yoría trabajaban a domicilio, dispersos en zonas rurales. Esta fuerza
de trabajo se encontraba, sin embargo, estrechamente controlada y
obligada a una disciplina de trabajo por la presenda de capataces
y por la presión del sistema de retribución a destajo, que podía ser
reducida e induso anulada en caso de producdón deficiente: «Richard
Lenoir encamaba un nuevo modelo protoindustrial, que mezclaba
fábrica y trabajo disperso, uno de cuyos prindpales méritos fue la
aculturadón de las viejas pobladones industriales en la nueva disd-
plina industrial».20
Toda la historia de la sedería lionesa en el siglo xix ilustra tam­
bién estos fenómenos coexistentes de dispersión de los establedmien-
tos por una parte y de concentradón empresarial por otra. Sin duda,
las viejas casas especializadas en la producción de tejidos altamente
elaborados, muy a menudo ya en decadencia, se mantenían fieles a las
viejas relaciones casi contractuales con los tejedores urbanos. Por el
contrario, las grandes casas de telas sencillas que se desarrollaron en
el siglo xix utilizaban masivamente la mano de obra rural. En tomo
a un núcleo fabril constituido por las fábricas-pensionados, que posi­
bilitaba un control directo, pero pardal de la torcedura y del tisaje,
millares de tejedores, encuadrados por una red de capataces, trabaja­
ban en todos los departamentos del sudeste para casas tales como
Schulz, Bellon-Couty, A. Giraud, Cl. J. Bonnet o L. Permezel, la cual,
en las últimas décadas del siglo, empleaba 5.000 tejedores sin recurrir
a la concentración fabril y disponía de una organización comerdal
que abarcaba unos quince países. La fuerza de esas empresas residía
en la posesión de un capital, en el control de los circuitos comerda-
les, en la habilidad, en el desarrollo de la función empresarial y en la
organización de la mano de obra.
Entonces, ¿se pueden considerar «arcaicos» todos esos empresa­
rios? En absoluto. Diríamos más bien que eran, en general, buenos
administradores y sagaces calculadores. En efecto, en las condiciones
de la época, su sistema industrial funcionaba con los mínimos costos
y los menores riesgos. Ello permitía reducir el capital fijo al volumen

20. Cf. Sergc Chassagne, «Industrialisatíon ...», op. cit., p. 50.


118 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

más bajo posible, y aprovecharse del marco de una financiación tra­


dicional y poder así beneficiarse del sistema bancario existente. Dado
que la utilización de las reservas de mano de obra costaba menos que
la utilización de maquinaria, no había razón para mecanizar la em­
presa y correr un riesgo suplementario. Puesto que se disponía de
fuerza hidráulica y que ésta era más barata, no había razón para
emplear la energía de vapor. La racionalidad económica de estos
empresarios parece evidente, salvo que se pruebe que un empleo más
precoz de la máquina de vapor y de los telares mecánicos les hubiera
proporcionado mayores ganancias. Por otra parte, una industria tan
poco mecanizada como la sedería no registró, prácticamente, quiebras
durante el siglo xix, y las empresas con dificultades fueron liquidadas
sin mucho ruido y sin perjuicio de reorganizarse al cabo de poco
tiempo.
Hasta el último cuarto del siglo xix, el crecimiento francés fue
notable y se situó en una tasa anual de alrededor del 2,5 por 100;
aunque el mismo fue menor en valor absoluto que el de Estados
Unidos, el de Gran Bretaña y el de Alemania, la tasa de crecimiento
per cápita fue equivalente a la de dichos países. El carácter dualista
del crecimiento explica el doble juicio que tradicionalmente se ha
emitido sobre la industria francesa: condena del «malthusianismo» y
del arcaísmo económico e ilusiones acerca de su pujanza y modernidad.
En resumen, sobre esa doble base, la industria francesa conoció hasta
la década de los años 1870 un crecimiento tal, que no había razones
para dudar de la eficacia del sistema.

3. Los SÍNTOMAS DE UNA CRISIS

Desde finales de la década de 1860, pero sobre todo en la


siguiente, el sistema industrial, que hasta entonces había funcionado
bastante bien, reveló sus insuficiencias. Las tasas de crecimiento de
la renta nacional y de la producción industrial declinaron y cayeron
progresivamente por debajo del nivel de incremento secular. Tres
índices de la producción industrial francesa concuerdan en ello
(T. J. Markovitch: 1,7 por 100 para el período 1870-1895; M. Lévy-
Leboyer: 1.64 por 100 para el período 1865-1890, y F. Crouzet:
1,46 por 100 para el período 1854-1905). Paralelamente, los bene­
ASPECTOS DEL DESARROLLO INDUSTRIAL EN FRANCIA 119

ficios y ganancias de las empresas descendieron acusadamente.21 Pode­


mos recordar de manera sucinta las principales causas de la desacele­
ración del crecimiento industrial francés en las últimas décadas del
siglo XIX.22
La crisis agrícola parece haber sido un factor determinante. Des­
pués de «la edad de oro» del Segundo Imperio, el principal sector
productivo de la economía francesa experimentó una contracción
durante la década de 1880, afectando al principal mercado de una
parte de la industria francesa, es decir, el mercado interior. El des­
censo del crecimiento de la renta per cápita (situado entre el 0,6 y
el 0,7 por 100 de 1865 a 1894) fue fundamentalmente debido a la
muy fuerte caída de la tasa de crecimiento de la renta generada por
el sector agrícola, ya que el producto total de la agricultura sólo
aumentó un 0,26 por 100 de 1865 a 1900.
Esta crisis agrícola se debió en parte al desarrollo de la compe­
tencia internacional. La aparición en el mercado francés de las pro­
ducciones de los países nuevos y coloniales (trigo americano, lana
australiana, oleaginosas tropicales) comportó una dura competencia
para los productos nacionales. La aparición y el ascenso de nuevos
productores industriales, Alemania, Suiza, Rusia, cuya producción a
menudo era más barata que la de las industrias francesas, frenaron las
ventas por lo que respecta a los dientes tradicionales y favorecieron
el declive comercial. Algunos productos industriales sustituyeron
progresivamente a producciones agrícolas como las de los colorantes
naturales (granza, pastel). Algunos accidentes, como la enfermedad
del gusano de seda (pebrina) y de la vid (filoxera) se agregaron a los
otros elementos negativos para agudizar la crisis. En suma, la produc­
ción agrícola resultaba mal adaptada respecto a una población con
un mayor nivel de urbanización y de renta. Todo esto desembocó en
una caída general de los precios agrícolas e industriales que comenzó
alrededor de 1870, confirmando la tendencia general secular y obli­
gando a la mayoría de los productores a revisar su política económica.
El desarrollo de la competitividad interna parece tan fundamen­
tal como difícil de medir. Éste constituía el resultado de la apertura

21. Cf. J. Bouvier, F. Furet y M. Gillet, Le mouvement du profit en


Frunce, París, 1965.
22. Cf. M. Lévy-Leboyer, «La décélératíon de l’économie françaisc dans la
secunde moitié du XIX* sifecle», Revue d’Histoire Économique et Sociale, 4
(1971).
1 2 0 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

del mercado francés, el cual funcionó hasta que la terminación de la


red ferroviaria hubo desarrollado todos sus efectos sobre una base
ampliamente regional. La unificación del mercado interior acabó con
las rentas de situación heredadas del pasado y obligó tanto al cierre
de empresas como a su reconversión. El ejemplo de la siderurgia es
particularmente elocuente. Sin duda, esas evoluciones eran beneficio­
sas a medio plazo, pero a corto plazo implicaban adaptaciones a veces
penosas.
Las bases de la industria, esencialmente dualistas, se vieron cues­
tionadas. Las reservas de mano de obra rural disponibles y baratas
tendían a agotarse, lo que se tradujo, dejando aparte la cuestión
del desempleo coyuntural, en un alza ininterrumpida de los salarios.
Pese a la incertidumbre de las estadísticas, F. Carón subraya «la casi
desaparición del desempleo crónico y una casi desaparición del desem­
pleo camuflado».25
El lento aumento de la mano de obra industrial francesa impli­
caba que todo nuevo desarrollo, sustentado necesariamente en nuevas
técnicas, sólo podía realizarse transfiriendo efectivos de los sectores
tradicionales hacia los sectores más recientes. Este conflicto entre
actividades tradicionales y nuevas se expresa a través del juego de
los salarios: éstos son más elevados en las nuevas ramas fabriles
que en aquellas en que subsiste el sistema de la protoindustrialización.
De manera progresiva, los salarios más elevados desplazan a los bajos
salarios. Ello constituyó un problema de lógica interna del sistema
industrial: la coexistencia entre un sector capitalista y otro que lo
era menos se hacía difícil en la medida en que el capital invertido
no obtenía el rendimiento máximo que hubiera podido obtener en el
marco de un sistema de producción más homogéneo. La relación
hilatura-tisaje, por ejemplo, era evidente: la mecanización de la pri­
mera actividad implicaba, en un plazo dado, la de la segunda.
Peto la desaceleración de finales de siglo no fue una larga crisis
caracterizada por la caída de la producción y de los precios y por el
aumento de las quiebras, y terminó en una recuperación. Es más,
comportó una verdadera reestructuración del conjunto del sistema
económico. Una evolución análoga se desarrollaba, por otra parte,
en la agricultura, pero en menor grado, ya que las actividades de

23. F. Carón, Histoire iconomique ..., op. cit., p. 25.


ASPECTOS DEL DESARROLLO INDUSTRIAL EN FRANCIA 121

cría de ganado, a partir de esas décadas, conocieron un verdadero


impulso, mientras que los precios bajaron poco en este sector.

4. H acia un nuevo desarrollo

El agotamiento de los recursos de mano de obra en un país en


que la mediocridad de su crecimiento demográfico se afirmaba implicó
un desarrollo de la inversión desconocido en el siglo xix. A partir
de 1880, el número de caballos de vapor creció muy fuertemente
(de 1880 a 1896: 5,4 por 100 por año; 1896-1901: 8,7 por 100;
1901-1906: 4 por 100), lo que posibilitó un creciente incremento
de la productividad de la mano de obra. Por primera vez a lo largo del
siglo el aparato productivo, y no el sistema de transporte, se con­
virtió en el primer cliente de los fabricantes de máquinas de vapor.
También durante ese período algunos núcleos de las actividades tex­
tiles protoindustriales se derrumbaron, como por ejemplo el tisaje
del algodón en la Alta Normandía ; 24 por otra parte, los telares ma­
nuales retrocedieron rápidamente, siendo sustituidos por telares me­
cánicos que duplicaron los rendimientos, como en el caso de la sede­
ría lionesa.25
El aumento de la inversión se hizo ya evidente entre 1878 y 1883,
la crisis de 1876-1877 fue un punto de partida decisivo para la trans­
formación de ciertas industrias; pero esta tendencia, mediatizada
por inversiones especulativas de importancia, quedó frenada por la
crisis de 1882-1884 y no tuvo continuidad sino a partir de 1890, para
persistir hasta vísperas de la primera guerra mundial.
Al mismo tiempo aparecieron industrias nuevas. Durante esta lar­
ga fase de depresión económica surgieron nuevas producciones que
se basaban en el aprovechamiento de inventos recientes o de inventos
más antiguos que no habían sido utilizados sistemáticamente. La
construcción de automóviles, la producción de hidroelectricidad y
la puesta a punto de sus aplicaciones metalúrgicas y químicas, la apli­
cación de algunos avances de la química a la producción de material
fotográfico, de placas sensibles y de películas fabricadas en grandes

24. Cf. G. Désert, Les paysans da Calvados, Lillc, 1975, III.


25. Cf. P. Cayez, Crises et croissance de Vindustrie lyonnaise, CNRS, Pa­
rís, 1980.
1 2 2 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

series en los años 1890 por los hermanos Lumiére, aparecieron


durante este período. En los primeros años, las unidades de produc­
ción de estas nuevas industrias mantuvieron dimensiones modestas.
La industria automovilística parecía depender fundamentalmente de
la cualificación obrera y se adaptaba a la actividad artesanal realizada
en el marco del taller.26 Unicamente la producción de equipos hidro­
eléctricos requirió desde el comienzo capitales importantes, y ello
comportó la intervención de la banca. En el transcurso de un período
más o menos largo, estas nuevas industrias se beneficiaron de una
verdadera renta de situación, ya que poseían un auténtico monopolio
regional, nacional o aun internacional y tenían dificultades para aten­
der a una demanda nueva que crecía sin cesar. Beneficios y ganancias
se hallaban en correspondencia con ese nivel de actividad creciente.
Durante el último cuarto de siglo la forma jurídica de las empre­
sas evolucionó sensiblemente y enriqueció de esta mantera la tipolo­
gía del capitalismo industrial. A lo largo del siglo xix la empresa
familiar de responsabilidad colectiva había dominado ampliamente,
las sociedades anónimas se habían constituido lenta y difícilmente, y
esta fórmula fue reemplazada con frecuencia con ventaja por la socie­
dad comanditaria por acciones. En el último cuarto de siglo se pro­
dujeron notables modificaciones. Gracias a las nuevas legislaciones de
1863 y 1867, las sociedades de personnes y aun las sociedades civiles
se transformaron masivamente en sociedades anónimas por acciones.27
En ciertas industrias de estructuras particularmente tradicionales,
como la sedería, no fue hasta durante la década de 1890 que apare­
cieron las primeras sociedades anónimas. En estos años también se
esbozaron las primeras formas de colaboración entre empresas afines.
La cristalización de los primeros acuerdos en la siderurgia y en la
química es bien conocida, muy a menudo se referían a la lucha contra
la caída de los precios, a la organización y a la distribución de la pro­
ducción, aunque algunos cárteles tendían a estimular el desarrollo de
nuevas producciones. La coyuntura de baja de precios, que predominó
hasta finales de siglo, explica en buena parte el origen del fenómeno,
aun cuando se encuentran antecedentes de ello con anterioridad. El

26. Cf. P. Fridenson, Histoire des Vsines Renault, 1898-19)9, Le Seuil,


París, 1972; J. P. Bardou. J. J. Chañaron, P. Fridenson y J. Laux, La rfvo-
lution automobile, París, 1977.
27. Cf. C. H. Freedeman, Joint stock entreprise in France 1807-1867, The
University of North Carolina Press, Chapell Hill, 1979.
ASPECTOS DEL DESARROLLO INDUSTRIAL EN FRANCIA 123

nacimiento de grupos, forma que será tan característica de la industria


francesa, data también de este período. Los inicios de este fenómeno
pueden observarse en algunas empresas públicas como las del gas; a
pesar de la multiplicación de los vínculos financieros y técnicos,
subsistía la razón social de cada empresa. Como formas premonitorias
de las fusiones del futuro, se constituían agrupamientos de empresas
idénticas bajo una única razón social, en las que se mantenía la
propiedad personal de cada industrial participante (las primeras olea­
das de fusiones se sitúan entre 1878 y 1883, y luego a finales de la
década de 1890). De modo que es indudable, aun cuando ello no se
manifieste de inmediato en el nivel de las tasas de crecimiento, que
la industria francesa había realizado las acciones necesarias para llegar
a salir de la crisis. A pesar de los índices mediocres, el capitalismo
industrial francés se había modificado profundamente y había desarro­
llado, con cierta lentitud, los antídotos para neutralizar la caída de la
tasa de crecimiento: se había vuelto más capitalista y había descu­
bierto por su cuenta algunas formas de defensa y de adaptación a los
azares económicos de la coyuntura.
Según el índice industrial de F. Crouzet, sólo a partir de 1906
el ritmo de crecimiento se diferenció muy nítidamente del pasado al
alcanzar una tasa de 5,2 por 100 hasta 1913 (Lévy-Leboyer propone
4,42 por 100). Sin duda, permanece abierta la discusión sobre la fecha
del inicio de la recuperación, ya que desde fines de la década de 1890
claros síntomas la anunciaban. La observación de la evolución de los
precios en los últimos años del siglo podría incitar a situar en años
anteriores la recuperación del crecimiento; pero la gravedad de la
crisis del cambio de siglo demoró el fenómeno durante algunos años.
Fueron necesarios cerca de quince años para que las elevadas tasas
de crecimiento de las nuevas industrias se generalizaran al conjun­
to del sistema productivo. De esta manera, en los años que precedie­
ron a la primera guerra mundial, aquéllas no tuvieron comparación
con las del siglo xix, y confirman la importancia de los cambios
estructurales del capitalismo industrial francés en los veinte últimos
años del siglo xix. Este nuevo tipo de crecimiento más rápido anun­
ciaba los ritmos de las décadas de 1920 y de 1950. La ruptura con las
tasas del siglo xix era, pues, decisiva.
Si se intenta efectuar un balance de la industria francesa de
comienzos del siglo xx, se imponen algunas preguntas de actualidad
y algunas respuestas concernientes a los temas de la decadencia y del
124 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

retraso. Recordemos, en principo, que el dualismo heredado del


siglo xix subsistía más fuertemente que en otros grandes países indus­
triales y constituía una desventaja de la que el tejido industrial sólo
se liberó lentamente. La salida de la crisis se manifestó también en
la evolución de los intercambios, la tasa de cobertura de la balanza
comercial mejoró constantemente a partir de 1895 gracias a un muy
fuerte impulso de las ventas de productos industriales al exterior.
Como constata R. Girault: «En conjunto, teniendo en cuenta todas
las proporciones, el comercio francés parece que supo adaptarse a la
buena coyuntura mundial».*8 Esta adaptación no dejaba de tener sus
limitaciones, porque los productos franceses conservaban un carácter
lujoso, sus precios eran más elevados y en consecuencia los posibles
mercados estaban limitados a los países vecinos ricos y ya industria­
lizados capaces de comprarlos. Las producciones tradicionales conti­
nuaban constituyendo la base de las exportaciones y las industrias
nuevas, como la del automóvil, aportaban también productos costo­
sos. El desequilibrio de la balanza comercial y el equilibrio de la
balanza de pagos mediante las rentas de los servicios, del turismo y
de la repatriación de beneficios de los capitales exportados son fenó­
menos bien conocidos. Este tipo de evolución caracterizó, en realidad,
todas las economías nacionales que alcanzaban su madurez, como las
de Gran Bretaña y de Bélgica. El problema de las inversiones fran­
cesas en el extranjero ha sido a la vez estudiado y debatido por
numerosos trabajos, entre ellos, en particular, las Actas del IT Colo­
quio de Historiadores Económicos Franceses celebrado en 1977. lean
Bouvier ha señalado que a partir de 1911, la proporción de los títulos
de empresas francesas en la cartera del Crédit Lyonnais aumentó
considerablemente, como si la fase de autofinanciación de las indus­
trias nuevas tendiera a agotarse y que la magnitud de esas actividades
exigiera en adelante recurrir al mercado financiero.

5. E mpresas y empresarios

La organización de las empresas francesas en vísperas de 1914,


así como las estructuras de dirección que dependían de aquélla, han28

28. R. Girault, Histoire économique et sacióle de la Trance, París, 1979,


t. IV, vol. I, p. 232.
ASPECTOS DEL DESARROLLO INDUSTRIAL EN FRANCIA 125

podido ser consideradas como un claro exponente del retraso y del


desfase francés.29A comienzos del siglo xx la dimensión media de las
empresas seguía siendo más pequeña en Francia que en los otros
grandes países industrializados. La estrategia de la diversificación
productiva y la utilización de un nuevo tipo de organización de las
unidades de producción progresaron con mucha lentitud. La sociedad
Saint-Gobain fue pionera en este proceso al adoptar una estructura
multidivisional a partir de 1905, pero siguió siendo un prototipo casi
único hasta 1918. Por el contrario, numerosas sociedades adquirieron
participaciones financieras en otras empresas. Con posterioridad a
1912 las inversiones en cartera representaban un elevado porcentaje
de las inversiones totales en los sectores del carbón, del petróleo, de
las industrias textil y de equipos eléctricos. Los beneficios totales
de esas empresas se vieron incrementados de esta manera por un
volumen creciente de beneficios financieros. Esos activos financieros
favorecieron el desarrollo de las estructuras características de los
holdings o grupos. En realidad, las principales condiciones que hacían
posible la existencia de las grandes empresas en Gran Bretaña y en
Estados Unidos no existían en Francia. Los mercados de productos
industriales eran más reducidos, los servicios bancarios menos desarro­
llados. En 1880 dos tercios de la población francesa residía aún en
pueblos, y en 1911 todavía el 56 por 100 de la población vivía en
áreas rurales. La ausencia de un vigoroso mercado urbano ahogaba
toda tentativa de desarrollar una producción en gran escala y frenaba
la integración de los circuitos comerciales por parte de las empresas
de producción. Por el contrario, los elevados niveles de integración
entre industria y comercio existentes en Alemania y Estados Unidos
constituían una fuerte barrera comercial para la entrada de productos
franceses a dichos países. En Francia los comerciantes mayoristas pare­
ce que reforzaron su control sobre la producción, acentuándose de
esta manera el protagonismo de los intermediarios. En vísperas
de 1914 algunas empresas francesas apenas habían empezado a rea­
lizar directamente la venta y distribución de sus productos, en espe­
cial la industria automovilística. Entre finales del siglo xix y 1914,

29. Cf. M. Lévy-Lcboyer, Tbe large Corporation in modera Trance, en


A. D. Chandler y H. Daems, eds., Managerial bierarchies. Comparature pers-
pectives on tbe rise of tbe modera industrial entreprise, Harvard University
Press, 1980.
126 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

cierto número de fusiones permitió el inicio del proceso de integra­


ción en la química, el acero y las industrias mecánicas. Las empresas
más poderosas consiguieron de esta manera el control de las materias
primas o de componentes industriales sin recurrir a los capitales ban-
carios y sin intervenir en el mercado financiero (creación de la Thom-
son-Houston). El notable desarrollo de las nuevas industrias en Fran­
cia planteó muy pronto el problema de la necesidad de renovar la
organización de los métodos de trabajo. Las obras de H . Le Chatelier
y de sus discípulos y las relaciones de los industriales franceses con
Ford y con Taylor mostraron el camino hacia soluciones nuevas y
propusieron desde entonces la adopción de un modelo estadouniden­
se. Desde antes de 1914 un grupo de técnicos franceses estaba deci­
dido a aplicar todos los principios de la organización científica del
trabajo. Pero fueron los industriales, sobre todo los del sector auto­
movilístico, los que practicaron un taylorismo parcial, reduciendo la
aplicación del método a un simple cronometraje destinado a estable­
cer las bases de la remuneración del trabajo, como en el caso de
Berliet, de Lyon, a partir de 1910.30
El tema del «retraso» de las estructuras industriales francesas
debe ser examinado de nuevo teniendo en cuenta como referencia
fundamental las características del mercado. Los estados más tempra­
namente industrializados dependían de un mercado interior organi­
zado y determinante que dictaba, en cierta medida, su ley a los agen­
tes de producción. En los países nuevos de industrialización más
reciente, la insuficiente estructuración del mercado interior obligó a
las empresas industriales a ocuparse por sí mismas de la organización
del consumo interior. A la mano invisible del mercado se oponía la
mano visible de la empresa multidivisional e integrada.31
A la escasa concentración de las empresas francesas, a sus estruc­
turas menos «evolucionadas» que las de sus grandes vecinos alema­

30. Cf. A. Moutet, «Ingénicurs et rationalisation en France de la guerre


i la crise, 1914-1929», comunicación presentada ol coloquio celebrado en
Creusot (23-25 de octubre de 1980) sobre «Ingénieurs et société»; A. Mouret,
«Les origines du systémc Taylor en France. Le point de vue patronal (1907-
1914)», Le Mouvemcnt Social (octubre-diciembre de 1975); P. Fridenson, His-
loire ..., op. cit,
31. Cf. A. Chandler, The Visible Hartd. The managerial revolution in
American Business, Harvard University Press, 1978.
ASPECTOS DEL DESARROLLO INDUSTRIAL EN FRANCIA 127

nes, ingleses y estadounidenses correspondía una patronal poco reno­


vadora y relativamente rutinaria .32
Una serie de estudios recientes ha insistido sobre el atraso de la
formación técnica y profesional en Francia, a todos los niveles, causa
y consecuencia de la escasa necesidad que experimentaba de ella una
industria que continuaba siendo profundamente tradicional.33 Durante
décadas, ésta se contentó con la habilidad artesanal o con la forma­
ción esencialmente comercial de sus empresarios. Esas publicaciones
han señalado que las grandes escuelas francesas tendían esencialmente
a formar funcionarios civiles y militares, con excepción de las raras
escuelas de artes y oficios. Dichas instituciones difundían, sobre todo,
conocimientos científicos teóricos y abstractos, los cuales no tenían
apenas aplicación a las industrias del siglo xix. Por lo tanto, fueron
las iniciativas privadas las que desarrollaron la formación en varias
ciudades francesas de técnicos en todos los niveles, destinados a la
industria y a los «negocios»: recordemos, en especial, la creación de
la Escuela Central de París en 1829 y de la Escuela Central de Lyon
en 1857; las numerosas instituciones técnicas de todos los niveles
creadas en París, Lille, Lyon, Mulhouse, sin olvidar las escuelas
técnicas de las empresas. Hacia ¿nales del siglo, varias ciudades se
esforzaron en combatir la inferioridad comercial francesa creando
escuelas de comercio. A partir de 1880 la vocación profesional de los
politécnicos parece que se modificó: un número creciente de ellos
abandonaba el ejército para entrar en la industria privada, aportación
sin duda apreciable, aunque modesta, pero que tendió a acrecentar el
acatamiento de la disciplina en la industria. Los técnicos procedentes
de las escuelas centrales desempeñaron por vocación un papel más
importante, en principio en las industrias tradicionales, pero sobre

32. Diferentes autores difieren y expresan opiniones matizadas sobre dicho


tema: F. Carón aiirma que «el mundo patronal francés ... no aparece como
un mundo cerrado, dado que nuevas actividades le suministran constantemente
oportunidades» (Histoire économique ..., op. cit., p. 82), M. Lévy-Leboyer
subraya que «los estudios sobre la movilidad social mostraron en efecto ... que
la idea de una igualdad de oportunidades, de la apertura de las élites a los
talentos ... contenía una gran parte de ilusión» («Le patronat français 1912-1973.
Le patronat de la seconde industrialisation», Cabiers du Mouvement Social,
n* 4 (1979).
33. Cf. «Le patronat...», art. cit.; M. Lévy-Leboyer, Im ovaiion and Bus-
sines strategies in the 19tb and 20íh Century Franca, John Hopkins Press, Bal­
timore, 1976.
128 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

todo hacia finales de siglo en las industrias modernas: mecánicas,


químicas y eléctricas.
¿El desarrollo de los sectores nuevos comportó una renovación
parcial de la patronal francesa? Lhantier ha demostrado que la pre­
paración técnica se convirtió en esencial en la industria eléctrica,34
pero también crearon y desarrollaron nuevas empresas perfectos
autodidactas como los Lumiére en la industria fotográfica, o Berliet
en la industria automovilística. Esta, en su comienzo, fue obra de
personajes con muy diferente formación, desde el autodidacta hasta
los ingenieros de alto nivel, como Panhard y Levassor, formados en
las escuelas centrales, y G troen en el Politécnico. En vísperas de 1914
el ingeniero se introdujo en algunos de los nuevos sectores y favore­
ció la renovación de sectores tradicionales (los Montgolfier, papeleros
en Annonay, se formaron sistemáticamente en la Escuela Central de
Lyon). Pero la formación técnica fue mucho más limitada en las
categorías de los mandos intermedios y de los obreros, cuya capa­
citación siguió siendo insuficiente.
¿La necesidad creciente de una formación técnica había de impli­
car una renovación más o menos importante de la patronal y la apa­
rición de una categoría de mamgers profesionales asalariados? La
mayor parte de los autores, recordémoslo, considera que el mundo
empresarial, al menos hasta 1914, siguió completamente cerrado; en
todo caso, ésta es la impresión que nos ofrece la lectura del Cabier
du Mouvement Social sobre la patronal de la segunda industrializa­
ción. J. Kocka respecto de Alemania y L. liannah en lo que concier­
ne a Inglaterra, se pronuncian en el mismo sentido. Si bien el inge­
niero ocupaba un lugar notable en las filas de la patronal de finales
de siglo, él mismo casi siempre había salido de ese medio social,
hijo, sobrino o yerno de empresario, cuya capacidad de gestión se vio
reforzada por esa nueva formación técnica. Antes de 1914 la norma
seguía siendo, a pesar de la evolución esbozada, que el nacimiento
y la familia, más que la formación técnica, daban acceso a las respon­
sabilidades patronales. En este caso también se podría evocar una
estructura patronal dualista: industrias tradicionales dirigidas por el
capitalismo familiar, industrias nuevas creadas y desarrolladas por
una patronal más cualificada técnicamente. En definitiva, la estruc­

34. Cf. P. Lanthier, «Les dirigeants des grandes entreprises élec triques
en France (1911-1973)*, Cabiers du Mouvement Social, n* 4 (1979).
ASPECTOS DEL DESARROLLO INDUSTRIAL EN FRANCIA 129

tura misma de la industria francesa implica, fácilmente, que, a dife­


rencia de lo que sucedía en Estados Unidos, en Gran Bretaña y en
Alemania,'B una nueva categoría de directivos y técnicos asalariados
no hubiera empezado aún a reemplazar a la patronal tradicional.

Sin duda, muchos de los aspectos recogidos en este trabajo no


son de gran originalidad; el dualismo industrial y patronal existía en
otras economías europeas, aunque haya sido más duradero en Fran­
cia. El crecimiento lento y progresivo y la desaceleración de fines
de siglo tampoco son específicos del caso francés. Es probable que
haya sido durante las últimas décadas del siglo xix cuando se con­
cretó una originalidad francesa que se tradujo en signos de retraso
y de declive relativo que no alcanzó disimular el surgimiento de nue­
vas industrias. El impulso de las nuevas potencias industriales y el
desarrollo de la competencia internacional generadora de proteccio­
nismo volvían a cuestionar, globalmente, la antigua preponderancia
franco-inglesa. Continúa siendo objeto de debate entre malthusianos
y poblacionistas la relación entre el declive económico y el demo­
gráfico. A largo plazo, demografía y poder económico parecen bas­
tante sincrónicos. La correlación resulta menos evidente a medio
plazo, ya que una demografía poco expansiva coexistió tanto con la
desaceleración económica de los años 1882-1896 como con el auge
del período 1906-1913.35

35. Cf. A. D. Chandler y H. Daems, eds., Manageríal hierarchies ...,


op. cit.
Douglas C. North

LA SEGUNDA REVOLUCIÓN ECONÓMICA


EN LOS ESTADOS UNIDOS

1. La teoría neoclásica del desarrollo económico

Me propongo analizar el proceso de industrialización en los Es­


tados Unidos y sus consecuencias en la esfera social. Dado que
nuestras concepciones al respecto están ligadas a modelos teóricos,
sean explícitos o implícitos, empezaré por un examen de los plan­
teamientos y de la teoría en los que se inspira mi análisis. Los aspec­
tos centrales de la industrialización son, por un lado, la superación
de las servidumbres impuestas a la población por la disponibilidad de
recursos naturales, con el consiguiente e inédito fenómeno de un
paralelismo entre el aumento demográfico y el aumento de la renta
en el mundo occidental, y por el otro, los esfuerzos organizativos
que han acompañado estos cambios y que están en el fondo de los
problemas que asedian a las sociedades modernas.
Si examinamos el proceso de industrialización, debemos ocupar­
nos tanto de los efectos de la tecnología sobre el proceso productivo
como de los costes de transacción inherentes a su utilización. Me pare­
ce que la teoría neoclásica del desarrollo es la que mejor reúne los
aspectos más importantes de las implicaciones de la tecnología en
términos de productividad. Empezaré, por tanto, con un tratamiento
sintético de la misma y dedicaré la segunda parte a la definición de
una teoría que permita analizar los costes de transacción relativos a
tales cambios. En la tercera, me valdré de este marco conceptual
para efectuar un examen del caso estadounidense, mientras que en
las dos partes siguientes examinaré los efectos desestabilizadores
LA REVOLUCIÓN ECONÓMICA EN LOS ESTADOS UNIDOS 131

de la tecnología y me ocuparé brevemente de las implicaciones de este


tipo de análisis.

La teoría neoclásica del desarrollo económico acepta que, en con­


diciones de escasez generalizada, los individuos eligen opciones que
reflejan sus deseos, sus necesidades o sus preferencias. Esas opciones
se realizan en el contexto de un abanico de oportunidades a las que se
debe renunciar: por ejemplo, el coste de oportunidad de prolongar
una hora, o más, la jornada de trabajo (y por lo tanto de un incre­
mento del salario) constituye una renuncia a parte del propio tiempo
libre. Tal postulado de maximizadón de la utilidad marginal o de la
riqueza presupone que los individuos tienen una ordenación estable
de preferendas por lo que respecta a la renta, tiempo libre, etc., y
que la dección marginal (es decir, la determinación de un indivi­
duo que decide trabajar una hora más) representa un compromiso
entre lo que va a ganar (renta mayor) y aquello a lo que debe renun­
ciar (tiempo libre). Tal postulado de comportamiento funciona en
lodo sistema económico — capitalista, sodalista o de cualquier otro
tipo.
Dado que, según d postulado de maximizadón de la utilidad
marginal, los individuos desean una mayor cantidad de bienes (y de
servidos) y dado que una mayor cantidad de bienes puede produdrse
aumentando la capaddad productiva (a costa de reducir la produc­
ción de bienes de consumo corriente), los individuos de una deter­
minada sociedad dedicarán parte de sus esfuerzos a aumentar el capi­
tal disponible, porque es justamente su existencia la que determina
el flujo de bienes y servicios que constituyen el resultado del sistema
en términos productivos. El volumen del capital disponible se encuen­
tra determinado por el crecimiento del capital humano (fuerza de
trabajo), del capital físico (maquinaria, establecimientos industria­
les, mejoras agrícolas, etc.) y de los recursos naturales, los cuales, a
su vez, dependen de la tecnología disponible (o sea, del grado de
control del hombre sobre la naturaleza), la cual contribuye a incre­
mentar la capacitación del factor trabajo (capital humano), la calidad
del capital físico y determina al mismo tiempo lo que, en un momento
determinado, constituye un recurso natural. Los cambios tecnológicos
se consideran endógenos, y se conciben como el resultado de inver­
siones realizadas por miembros de la sociedad en invenciones e inno­
vaciones. La «capacidad de invención», sin embargo, se encuentra
132 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

a su vez regulada por la disponibilidad de conocimientos (compren­


sión del medio natural).
El capital disponible, que determina la producción, se encuentra,
por tanto, en fundón de las existencias de capital físico, de capital
humano, de recursos naturales y de tecnología y de conocimientos,
y la maximizadón de la utilidad marginal derivará de las inversiones
en aquellos sectores del proceso productivo que ofrecen más elevadas
tasas de benefido: en los cuales ello aumentará la producción res­
pecto a los otros, lo que asegurará que las tasas de beneficio tiendan
a igualarse. Cuando las tasas de beneficio de la inversión, derivada
de la renunda a cierto consumo (es decir, del ahorro), en investiga­
ción para la invención o descubrimiento de nuevas técnicas o de recur­
sos no utilizados, superen las conseguidas mediante la utilización
intensiva de los tipos de máquina o de las capacidades humanas dis­
ponibles, se producirá, obviamente, la introducción de nuevos «tipos»
de capital físico y humano y se descubrirán nuevos recursos natu­
rales. Si el volumen de la fuerza de trabajo crece respecto a las dispo­
nibilidades de capital, será necesario modificar las formas en que se
combinan el capital humano y físico con objeto de adecuarlas a los
cambios experimentados por la relación capital/trabajo. De la misma
manera, pueden ser introducidas adecuaciones por lo que respecta a
la disponibilidad de recursos naturales.
En estas condiciones, el crecimiento de la producción total y el
crecimiento de la producción per cápita estarán determinados por la
proporción de renta ahorrada (e invertida) y por la tasa del incre­
mento demográfico. Si esa proporción genera un aumento de la pro­
ducción semejante al de la población, el crecimiento de la renta
per cápita será igual a cero. Por otra parte, una tasa de crecimiento
del ahorro más elevada que la del incremento demográfico producirá
un desarrollo positivo de la renta per cápita.
Dos supuestos de la teoría neoclásica son fundamentales para la
comprensión de la historia económica del mundo occidental durante
los dos últimos siglos. El primero de ellos se refiere a la tendencia
hacia los rendimientos decrecientes de la explotación de la tierra y
de los recursos naturales; el segundo, a que los costes de transacción
son inexistentes. El primer presupuesto refleja perfectamente la rea­
lidad económica del mundo occidental en el transcurso de los últi­
mos 150 años, y ciertamente constituye el más extraordinario fenó­
meno de la historia económica registrado desde la época de la apa­
LA REVOLUCIÓ N ECONÓM ICA E N LOS E ST A D O S UNIDOS 133

rición y desarrollo de la agricultura durante el neolítico: la primera


revolución económica. La segunda revolución económica, que no
debe confundirse con la Revolución industrial inglesa entre 1750
y 1830, tuvo lugar durante la primera mitad deí siglo xix como
consecuencia del matrimonio entre ciencia y tecnología. La inver­
sión intencionada en la consecución de nuevos conocimientos, con
el fin de evitar que recursos limitados continuaran produciendo los
tristes resultados que Malthus preveía para el futuro en relación
con la explosión demográfica, constituye su característica principal.
La constatación de este fenómeno la tenemos en el hedió de que
un desarrollo demográfico sin precedentes se ha visto acompafia-
do por el paralelo aumento de la renta per cápita durante el últi­
mo siglo y medio. El requisito fundamental de dicho supuesto con­
siste en el postulado de que los nuevos conocimientos pueden ser
transformados en nueva tecnología y que los recursos pueden am­
pliarse a costes constantes. El segundo supuesto, basado en la hipóte­
sis de que los costes de transacción son inexistentes, ha impedido
a economistas e historiadores de la economía comprender las conse­
cuencias de la industrialización y la necesidad de desarrollar un análi­
sis más profundo.

2. D esarrollo económico y comportamiento humano 1

Desde los tiempos de Adam Smith, los economistas han construi­


do sus particulares modelos económicos sobre el sólido fundamento
del beneficio obtenido del intercambio. La especialización y la divi­
sión del trabajo son la clave de La riqueza de las naciones, pero en
la construcción de sus modelos los economistas han ignorado la cues­
tión de los costes crecientes. El supuesto walrasiano de transacción
sin costes (y de derechos de propiedad perfectamente definidos que
actúan como contrapartida) ha permitido elaborar un modelo de dis­
tribución de los recursos y de la renta elegante y riguroso. Se trata,
sin embargo, de un modelo construido sólo a medias. El mismo
deberá ser completado teniendo en cuenta los costes de la especiali-

1. Esta sección sintetiza varios capítulos de mi libro Structure and


Changa in Economic History, Nueva York, 1981 (hay trad. cast.: Estructura
y cambio en la historia económica, Alianza Editorial, Madrid, 1984).
134 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

zación y de la división del trabajo, y una vez incorporadas estas modi­


ficaciones en el modelo neoclásico de producción y distribución ello
puede suministrar un nuevo modelo general de la actividad económica.
El postulado del comportamiento en relación con la maximización
de la utilidad marginal o de la riqueza constituye el elemento clave de
ambos modelos «incompletos». Tal postulado presupone que los indi­
viduos, en ausencia de restricciones de algún tipo, tienden a maximi-
zar cualquier margen. Son, por tanto, tales restricciones las que hacen
posible la organización de la sociedad poniendo límite a ciertos tipos
de comportamiento. En ausencia de éstas, el hombre se encontraría
viviendo en una jungla hobbesiana, en la que cualquier tipo de vida
civil resultaría imposible. Gran parte de la literatura tradicional sobre
teoría política y económica está basada en el supuesto, implícito o
explícito, de que los vínculos que constituyen el armazón de las ins­
tituciones políticas y económicas se asientan, en último análisis, en
una maximización común de las utilidades por parte de todos aquellos
que se encuentran sometidos a ellas. En el caso de que prescindamos
de ese supuesto reemplazándolo por el postulado de la maximización
individual, la dirección a seguir para intentar esbozar una teoría de
esas instituciones es la indicada por el clásico dilema hobbesiano y
por la moderna literatura sobre la organización industrial (que trata
del bajo rendimiento, de oportunismo, de estafas de agency, es
decir, de operaciones fraudulentas realizadas a través de la interme­
diación de agentes). Los individuos tienen mucho que ganar con la
instauración de una serie de reglas (políticas o económicas) que deli­
miten su comportamiento, pero también con la desobediencia a tales
reglas cada vez que lo aconseje la oportunidad de maximización de
la utilidad marginal a nivel individual. Es el coste inherente a con­
seguir la aceptación o la aplicación de una serie de reglas lo que
determina la estructura de las instituciones políticas y económicas.
Los costes de conformidad están constituidos por la suma de los
costes de medición (o valoración) de las prestaciones de trabajo y de
los de constricción. En el centro de la cuestión de la medición figura
el problema de los instrumentos más idóneos para poder adquirir
información sobre las presuntas características de una mercancía o
de un servicio. Varios atributos de las mercancías, como el sabor, el
valor nutritivo, el aspecto, el estado de conservación (para la fruta
y la verdura), nos permiten evaluar una utilidad marginal. Por otro
lado, se emplean varios recursos para tratar de obtener mediciones
LA REVOLUCIÓ N ECONÓM ICA EN LOS E ST A D O S UNIDOS 1 3 5

cada vez más objetivas de un intercambio (peso, volumen, número,


color, etc.), aun en detrimento de la utilidad. En caso de problemas
de medición más complejos (como la valoración de la calidad de la
reparación de un automóvil o de un televisor, o de los servicios médi­
cos) nos basamos en la reputación, en la garantía que ofrecen las
marcas de fábrica, las patentes, etc. En la medida que los costes
de medición crezcan más rápidamente que los progresos habidos en
el perfeccionamiento de dicha operación, la valoración que surgirá
de la misma presentará un grado de precisión menor y ambas partes
intentarán, por tanto, maximízar las respectivas utilidades margina­
les a costa de la otra. Además, al ser extremadamente costoso valorar
algunos presuntos atributos de una mercancía o de un servicio, éstos
no tendrán prácticamente precio, y la otra parte en el intercambio
se verá obligada a maximizar este margen no evaluado (un ejemplo
de ello lo tenemos en la disyuntiva propia de un contrato formalizado
a pagar a precio fijo para determinadas cantidades de una mercancía o
de un servicio, la cual está constituida por el «riesgo moral», por una
parte, y por circunstancias desafortunadas en el campo de los com­
promisos contraídos, por otra).1
Mientras que es fácilmente comprensible el significado de la me­
dición de los atributos de las mercancías y servicios en un inter­
cambio (ya que depende de la indicación precisa de ese conjunto de
derechos previstos en el intercambio), mucho menos claro es el hecho
de que tales problemas sean modificados, pero no eliminados, si el
intercambio se produce dentro de una estructura organizada. Todo
intercambio, a través del mercado o dentro de una empresa, utiliza
recursos. Es particularmente importante evaluar la actividad produc­
tiva en cada paso de la cadena de montaje, dado que cada uno de los
componentes del proceso productivo puede ser considerado como si
hubiese sido adquirido a través de un intercambio (los costes, sin
embargo, son obviamente diferentes).23 La producción en equipo hace

2. Para una ulterior discusión sobre la importancia de esta valoración,


cf. J. McManus, «The Costs of Altemative Economic Organizaron», Canadian
Journal of Economics, V III (1975); Y. Barzel, Measurement Cost and Orga-
niiation of Markets, manuscrito aún no publicado.
3. En realidad, una de las razones de la existencia de las empresas reside
en el hecho de que un individuo debería dedicar «excesivos» recursos para
evaluar las operaciones de mercado en relación con los empleados por las em­
presas. Una empresa reduce los costes de evaluación restringiendo los merca­
1 3 6 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

extremadamente costoso valorar cada contribución individual, hasta


el punto de que el pago de las mismas se efectúa sobre la base del
tiempo de trabajo, al igual que es muy costosa la inversión de recur­
sos para el control (y la valoración) de la actividad productiva en su
conjunto. La retribución a destajo sólo es posible en el caso en
que se puedan valorar fácilmente la cantidad y la calidad de la pro­
ducción.
La prestación de trabajo está en función de la cantidad y de la
calidad de la producción que de ella se deriva. El término 'calidad’
oculta toda una serie de atributos de la actividad laboral que reflejan
la dificultad de su valoración. En realidad, ese término desaparecería
si la valoración tendiese a un coste cero.
Mientras que la literatura sobre la organización industrial es
rica en obras que examinan la cuestión de la medición en relación
con el bajo rendimiento, el oportunismo, el fraude y las estafas reali­
zadas a través de intermediarios, debemos lamentar la menor aten­
ción que suscitan esos problemas en el caso de las instituciones polí­
ticas, donde la evasión fiscal y los problemas de la burocracia ocupan
el lugar que el bajo rendimiento y las estafas realizadas mediante la
colaboración de terceros tienen en la organización económica. En
efecto, los problemas creados por las dificultades de valoración que
acabamos de precisar se reflejan también en el campo jurídico, por
lo que respecta a cuestiones de orden general y particular. Pero antes
de establecer qué es una actividad ilegal, resulta oportuno aclarar
el concepto de subordinación a las reglas.
Veamos, ante todo, qué se entiende por cumplimiento de un
contrato: una vez más, se trata de un problema de valoración. La
aplicación de la norma consiste esencialmente en el descubrimiento
de eventuales violaciones y en la consiguiente imposición de multas
o de penalizaciones. La literatura sobre la organización industrial,
por otra parte, no clarifica el por qué la aplicación de las normas
es imperfecta. El oportunismo, por ejemplo, se materializa en una
situación en la que, estando en juego sólo pequeñas cantidades de
capital humano o físico y «semi-rentas» fácilmente apropiables, uno
de los contratantes viola el contrato por incumplimiento.4 No se

dos de productos acabados, pero los aumenta ampliando los mercados de los
factores de producción (cf. Y. Barzel, op. cit.).
4. Cf. O. Wiltiamson, Markets and Hierarchy, Nueva York, 1975; B. Klein,
LA REVOLUCIÓN ECONÓM ICA EN LOS E ST A D O S UNIDOS 1 3 7

traía tanto de establecer si un contrato lia sido violado (sería un


auténtico dilema determinar esta cuestión en los casos de bajo rendi­
miento, dado que no existe acuerdo sobre las bases de lo que cons­
tituye el cumplimiento del contrato), ya que resulta daro que ba
habido una violación del mismo, sino más bien de valorar los daños
y de resarcir a la parte perjudicada. Pero si los daños pudieran eva­
luarse de forma precisa, y si los tribunales siempre estuvieran en
condiciones, por un lado, de individualizar a la parte perjudicada y,
por el otro, de establecer el importe exacto de los gastos que le
corresponde asumir al que ha violado el contrato, el oportunismo no
constituiría ningún problema. Sin embargo, la aplicación de las nor­
mas resulta imperfecta, aun cuando no existiese un problema de valo­
ración, porque la aplicación de éstas se confía a representantes (agents
of principáis) que, como todos los «representantes», tienen fundones
de utilidad marginal que no coinciden con las de los gobernantes
(principáis). En consecuenda, policías, jueces y jurados se verán
influidos por sus propios intereses en tal medida que no pueden ser
considerados como totalmente subordinados a la voluntad de los
gobernantes. También las presiones sobre la magistratura, por parte
de los intereses corporativos, pueden ayudar a comprender el com­
portamiento de los jueces,1 pero esto no es suficiente para explicar
su actuación de manera aceptable. El hecho es que los jueces inter­
pretan las leyes sobre la base de la opinión que tienen acerca del
llamado «bien común»,* mientras los jurados toman sus dedsiones
después de haber adquirido una convicdón sobre la «equidad» del
contrato. En una palabra, un análisis del proceso judidal que no ten­
ga en cuenta las preferencias de los «representantes» resulta incom­
pleto, y esto nos debe condudr a examinar el papel de las normas del
comportamiento ético y moral.
Tomemos de nuevo en consideración el dilema hobbesiano. Un
individuo que actúe en un «escenario» neodásico tiene, dertamente,
interés en aceptar límites a su propio comportamiento, a través de la 56

R. C. Crawford y A. Alchian, «Vertical Intcgrarion, Appropiable Renta, and


the Competitive Contracting Process», Journal o f Law and Economics, X X II
(1979).
5. Cf. W. Landes y R. Posner, «The Independent Judicíary in an Interest
Group Perspective», The Journal o f Law and Econom ía, X V III (1975).
6. Cf. J. Budianan, «Comment on the Independent Jndidary in an In ­
teres! Group Perspective», ibid.
1 3 8 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

definición de una serie de reglas que gobiernen las acciones indivi­


duales. No forzaremos excesivamente los términos si afirmamos que
el Estado hobbesiano es una extensión lógica del modelo neoclásico.
Por otra parte, dicho individuo también está interesado en desobe­
decer tales normas cada vez que lo aconseje un cálculo subjetivo de
costes y ventajas. Esto, sin embargo, implicaría grandes dificultades
para cualquier Estado, dado que los costes necesarios para hacer
aplicar las normas serían, si no infinitos, por lo menos tan altos como
para impedir que el sistema funcionara. En realidad, la simple obser­
vación del acontecer cotidiano ofrece más de una prueba de que los
individuos obedecen las reglas, aun cuando un cálculo subjetivo les
debería llevar a actuar de otra manera. Otros indicios del mismo
tipo pueden obtenerse de la consideración de que muchos cambios
nunca se hubieran producido si los grandes grupos sociales hubieran
actuado siempre sobre la base de la lógica del «gorrón» (free-rider).
Examinemos más detalladamente este problema desde un punto de
vista neoclásico.
Una parte considerable del comportamiento individual puede ser
explicada en el ámbito del ya explicitado comportamiento neoclásico,
y de esto deriva la fuerza de dicho modelo. La cuestión del «gorrón»
se refiere a la inestabilidad de los grandes grupos sociales frente a
acciones o a elecciones privadas de específicos y concretos beneficios
colaterales: la reluctancia de la gente a votar, el hecho de que la
donación voluntaria y anónima de sangre no aporte a los hospitales
suficiente plasma sanguíneo. Sin embargo, hasta ahora, el modelo
neoclásico no ha explicado de manera adecuada el fenómeno opuesto.
Es decir, por qué amplios grupos sociales actúan, aun cuando ningún
beneficio evidente compensa los altos costes inherentes a su parti­
cipación individual: la gente va a votar y ofrece anónimamente su
propia sangre. Ciertamente, no quisiéramos indicar con esto que
dichas acciones sean irracionales: nos limitamos a observar que el
cálculo de costes y de beneficios no es suficiente para posibilitar
el aislamiento e individualización de otros elementos presentes en
los procesos seguidos por la gente para la toma de decisiones. Las
funciones de utilidad marginal individual son simplemente más com­
plejas de lo que nos inducen a creer los supuestos de la teoría neoclá­
sica. Por eso, la tarea del que estudia la sociedad es la de ampliar y
mejorar la teoría a fin de poder prever cuándo la gente actuará o no
según la lógica del «gorrón». Sin tal profundización en los supuestos
LA REVOLUCIÓN ECONÓM ICA EN LO S ESTA D O S UNIDOS 139

teóricos, no es posible formular una explicación de los cambios his­


tóricos de gran importancia iniciados y llevados a cabo por la acción
conjunta de los grandes grupos sociales.
Pese a que reconocemos que la gente desobedece las reglas de
una sociedad cuando los beneficios de tal comportamiento superan
los costes, debemos señalar que las personas obedecen las normas,
aun cuando un cálculo individual les debería inducir a actuar de otra
manera. ¿Por qué la gente no ensucia los parques? ¿Por qué no
engaña o roba, cuando las probabilidades de sufrir un castigo son
mínimas respecto de las ventajas que se derivarían de esos actos?
No se trata, obviamente, de gestos individuales que pueden encontrar
su explicación en el «principio» de la reciprocidad (como, por ejem­
plo, la cortesía y las buenas maneras, que son «pagados» con un com­
portamiento similar por parte de los otros individuos con los que se
entra en contacto), sino de los valores inculcados por la familia y
por la escuela, que impulsan a las personas a poner algunos límites
a su propio comportamiento de modo que les impiden actuar como
«gorrones». Por ejemplo, un hermoso parque podrá darme ventajas
(estéticas), independientemente del hecho de que yo lo ensucie o
no: no ensuciarlo implica costes, y mi comportamiento tendrá un
efecto sin importancia sobre la calidad del parque. Por tanto, para
los estudiosos de sociología el problema consiste en lograr compren­
der hasta qué punto un individuo está dispuesto a someterse a pagar
un coste adicional a fin de no convertirse en un «gorrón», y arrojar
las latas vacías de cerveza por la ventanilla del automóvil.
Este punto es fundamental no sólo en lo que concierne a la orga­
nización política, sino también respecto a la vitalidad del sistema
económico. La calidad y la cantidad del trabajo individual no pueden
ser controladas de manera perfecta a través de reglas específicas a
causa de los problemas de su valoración. Los salarios a destajo ofre­
cen la solución sólo cuando la contribución en términos productivos
del trabajador individual, en sus aspectos cuantitativos y cualitativos,
pueda ser medida a bajo coste. Otros sistemas de valoración tenden­
tes a medir la productividad del trabajo no presentan características
más ventajosas. La diferencia entre los obreros «diligentes», «labo­
riosos», «conscientes», y los «perezosos», «desatentos», «incapaces»
constituye una consecuencia de los progresos registrados por las inter­
venciones de carácter ideológico adoptadas para combatir el bajo ren­
dimiento.
1 4 0 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

Lo que es válido para el bajo rendimiento, lo es también para


el robo, la trampa, la pequeña criminalidad de cuello blanco, la
mayoría de los «gastos de representación» y para el comportamiento
oportunista en general. Una visión miope ha impedido a los econo­
mistas neoclásicos observar el hecho de que, a pesar de la existencia
de una serie de reglas, de técnicas de control y de penalización, existe
una gran diversidad por lo que respecta al grado de restricción a que
puede ser sometido un individuo. En realidad, la base de la estabili­
dad social, lo que permite a un sistema económico social funcionar,
se fundamenta en algunos códigos de comportamiento con una fuerte
impronta ética y moral. Sin una teoría explícita de la ideología o, de
forma más general, sin una teoría de la sociología del conocimiento,
resulta difícil explicar tanto la actual distribución de recursos como
el cambio histórico. Pero también otros puntos permanecerían oscu­
ros sin este esfuerzo teórico: además de no poder resolver el proble­
ma fundamental del «gorrón», no podríamos explicar las enormes
inversiones realizadas por todas las sociedades para alcanzar su legiti­
mación; no podríamos explicar una gran parte de nuestro sistema
educativo en términos de inversión en capital humano o en términos
de un bien de consumo; no podríamos prever el comportamiento de
los legisladores (que está determinado por diversos elementos, además
de por los intereses de grupo); no podríamos, finalmente, explicar
las decisiones del sistema judicial, que a menudo van en contra de las
presiones de los principales grupos de intereses, o bien algunas sen­
tencias emanadas en el curso de los últimos cien años que han alte­
rado decisiones consideradas indiscutibles o interpretaciones ya con­
solidadas por la Constitución. Igualmente no resultaría posible
comprender la tendencia de los historiadores a recscribir la historia
en cada generación, o el mutable contenido emotivo de los debates
historiográficos.
Si las preferencias o las ideologías fuesen inmutables, el modelo
propuesto por la economía neoclásica sería suficiente. En realidad, no
es así. La diversidad ideológica y, en consecuencia, las normas de
comportamiento contrastadas se desarrollan con el creciente particu­
larismo geográfico y ocupacional. Lo que implica que las ideologías
derivan de representaciones de la realidad que los individuos cons­
truyen para hacer frente a su propio ambiente social. Pero a medida
que las reglamentaciones se hacen extensivas a individuos con ideo­
logías diferentes, aumentan los costes para conseguir la observancia
LA REVOLUCIÓ N ECONÓM ICA EN LOS E ST A D O S UNIDOS 141

de aquéllas. Ideología y moral no coinciden, dado que la primera


comporta un modo complejo de percibir el mundo exterior y actúa
para economizar sus costes de información. Sin embargo, la ideología
contiene en sí misma un juicio sobre la justicia o sobre la equidad
de las instituciones y, en particular, de las relaciones de intercambio.
Las ideologías del consenso son, por ello, un sustituto de reglas forma­
les y de los procedimientos para obligar a cumplir las leyes. Con el
desarrollo de las diferentes ideologías crece el interés de los gober­
nantes por convencer a otros dirigentes (y a sus representantes) de
que las instituciones que han creado son ecuánimes y legítimas: y
esto también les permitirá reducir los costes de hacer respetar las
leyes. Además, las instituciones que funcionan gracias a una ideología
del consenso pueden entrar en crisis con el ascenso de ideologías dife­
rentes, dado que esto exige la formalización de nuevas normativas y
la definición de otros procedimientos para hacer efectivo el cumpli­
miento de las leyes, teniendo presente los costes que implican el des­
cubrimiento y el castigo de las transgresiones de la ley.
De esta descripción general de los costes de transacción es posible
deducir las siguientes implicaciones:
1. Las normas son elaboradas teniendo muy en cuenta los costes
inherentes a su cumplimiento: en consecuencia, tanto el estado actual
de la técnica de la valoración, como la diversidad de preferencias
existente, tal como son expresadas por las ideologías, representan evi­
dentes condicionamientos —constitucionales o bien de tipo operati­
vo— para la confección de normas.
2. Las sociedades en las que la división del trabajo es rudimen­
taria aplican las normas a través de una ideología del consenso basa­
da en tabúes, mitos, etc.
3. Ideologías diferentes derivan de medios geográficos diversos
o de especializaciones ocupación ales; la diferenciación geográfica com­
porta específicas percepciones de la realidad a través de diferentes
lenguajes (creencias religiosas, mitos relativos a usos y costumbres,
tabúes, etc.), mientras la especialización ocupacional alimenta las dife­
renciaciones por efecto de experiencias diversificadas. Ideologías
diversas producen normas de comportamiento conflictivas.
4. Los costes para hacer cumplir las leyes crecen, pues, con la
especialización, tanto porque el número de los intercambios se multi­
plica como porque los mencionados costes por cada intercambio
aumentan con la diversificación de las ideologías.
142 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

5. En las sociedades preindustriales, el intercambio personali­


zado dominaba gran parte de su sistema económico y obviaba la nece­
sidad de la elaboración de normas formales: los costes, para conseguir
el cumplimiento de las normas, eran por ello fundamentalmente bajos,
pero al mismo tiempo terminaban por constituir un límite para las
dimensiones de la unidad política.
6. En las sociedades modernas, caracterizadas por la especiali-
zación política y económica, la mayor parte de la fuerza de traba­
jo está ocupada en actividades conexas con los costes de transac­
ción: los recursos humanos dedicados a la policía, a los tribunales, a
la defensa (en una palabra, a una gran parte de las tareas llevadas
a cabo por la administración estatal), a los seguros, al comercio mino­
rista y mayorista, a la banca, etc., absorben, en efecto, a más de un
tercio de la fuerza de trabajo (la creciente importancia del «sector»
de transacción se encuentra, por otra parte, confirmada por el sor­
prendente desarrollo del ramo de los funcionarios y empleados del
sector servicios respecto del obrero durante los últimos 100 años).

3. El crecimiento de la especialización

No me detendré en la naturaleza de los cambios tecnológicos que


derivan del matrimonio entre ciencia y tecnología, y que han sido
ampliamente descritos en la ahora ya clásica obra de Landes, The
Unbound Prometheus,78y en trabajos sucesivos. Las consecuencias de
ese fenómeno, delineadas con gran cuidado en los estudios sobre
la disminución de los precios relativos de los recursos durante el
último siglo,* se reflejan en el sorprendente incremento demográfico
y en el aumento de la renta per cápita de los últimos 150 años (en
el caso de los Estados Unidos, la renta real per cápita creció un pro­
medio del 1,6 por 100 anual en el transcurso de dicho período).9

7. Cambridge, 1969 (hay trad. cast.: Propeso tecnológico y revolución


industrial, Tecnos, Madrid, 1979).
8. Cf. R. Solow, «The Economics of resources or the Resources o í Eco-
nomics», American Economic Review, LXIV (1974); W. Nordhaus, «Resources
as a Contraint on Growth», Ídem.
9. Una reciente investigación de J. Williamson y P. Linden sugiere que
este desarrollo en los primeros 60 años del siglo xtx estuvo acompañado por
una creciente desigualdad en la distribución de la renta (aunque dichos autores
LA REVOLUCIÓN ECONÓM ICA EN LOS E ST A D O S UNIDOS 143

El uso de las series de la renta nacional para evaluar los resul­


tados obtenidos por las economías occidentales sobrevalora, en gran
medida, las tasas de desarrollo, ya que también incluye en la valora­
ción de la producción total los crecientes costes institucionales que
necesariamente acompañan al proceso de industrialización. En reali­
dad, tales costes deberían ser considerados bienes intermedios nece­
sarios para hacer posibles las ganancias de la especialización. No sólo
estos costes absorben una cantidad creciente de recursos, sino que
están en la base de los problemas de inestabilidad política y económi­
ca que caracteriza al mundo actual.
La tecnología de la segunda revolución económica estuvo carac­
terizada por significativas novedades en todos los procesos produc­
tivos que necesitaban notables inversiones de capital fijo. La realiza­
ción de potenciales economías de escala requería niveles de producción
y de distribución constantes y elevados. Los economistas han discu­
tido las implicaciones económicas de las economías de escala desde
la aparición en 1923 del volumen de J. M. Clark, The Economks o/
Overhead Costs, y del artículo — ahora ya clásico en la materia— de
Allyn Young, «Increasing Returns and Economic Progress», publi­
cado en 1928. Los historiadores de la economía han aportado des­
cripciones bastante detalladas del proceso de mecanización de algu­
nas industrias, y recientemente Chandler ha delineado de manera
sintética sus manifestaciones en el caso de la industria estadounidense
en estos términos:

E l advenim iento de la m oderna producción en masa implicó


cambios radicales en la tecnología y en la organización de los pro­
cesos productivos. Las innovaciones fundam entales en el plano orga­
nizativo estuvieron determ inadas por la exigencia de controlar ciclos
de trabajo caracterizados por una cantidad de productos elevada.
Los aum entos de la productividad y las disminuciones d e los costes
unitarios (a menudo identificados con las economías de escala)
derivan en mayor m edida del aum ento del volumen y d e la velo­
cidad de la producción que del increm ento del tam año físico d e los
establecimientos o de las instalaciones. E n otros térm inos, tales
economías fueron mucho más determ inadas por la capacidad de

se esfuercen por demostrar que d io no constituye un demento consustancial y


necesario para la industrialización), cf. J . Williamson y P. Linden, American
Inequdity: a Macro-Economic H istory, Nueva York, 1980.
144 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

integrar y coordinar el flujo de las m aterias prim as y bienes inter­


medios en el transcurso del proceso de producción qu e de la mayor
espccialización y división del trabajo (pp. 464-465).

Más adelante, Chandler examina la integración de la producción


y de la distribución en masa, y afirma a este respecto:

A m edida que las nuevas industrias para la producción en masa


se transform aron en intensivas en capital y en adm inistración em­
presarial, el aum ento de los costes fijos y el deseo de m antener la
m aquinaria, los obreros y el personal directivo plenam ente ocupa­
dos indujeron a los propietarios y a los cuadros directivos a con­
trolar los sum inistros de materias prim as y de productos semielabo-
rados y a efectuar directam ente las funciones de comercialización y
de distribución de los productos. La nueva relación capital-U'abajo,
así como adm inistración-trabajo, contribuyó, p o r consiguiente, a
fom entar los avances hacia la integración dentro de las empresas
industriales de los procesos de distribución en masa y de produc­
ción en masa. E n 1900 en muchas industrias m anufactureras que
producían en serie, la planta de producción o la fábrica form aba
parte de una em presa m ucho más grande. E n las industrias inten­
sivas en m ano de obra y dotadas de una tecnología poco avanzada,
la mayor parte de las empresas disponían todavía d e una, a lo sum o
dos, plantas de producción, m ientras que en las qu e utilizaban una
tecnología más com pleja y más intensiva en capital, que tenían p o r
tanto u n elevado volumen de producción, las em presas se habían
transform ado en m ultinacionales y se encontraban articuladas en
diversas unidades y habían empezado a ocuparse tam bién d e la
comercialización de los productos acabados y d e la adquisición, y a
veces de la producción de las m aterias prim as y d e los productos
semiclaboradas que necesitaban. Estas empresas d e grandes dim en­
siones no se lim itaban a coordinar el flujo d e las materias prim as
y de bienes interm edios a través de los procesos d e producción,
sino que controlaban todo el proceso productivo: desde las fuentes
de las m aterias prim as hasta la distribución del producto acabado
a los detallistas o a los consumidores finales, es decir, todas las fases
anteriores y posteriores al proceso de producción (pp. 46 6 4 6 7 ).

La revolución empresarial en la economía estadounidense, para


usar el subtítulo del libro de Chandler, supuso una tentativa de rea­
lizar el potencial productivo de las nuevas tecnologías. Chandler ha
LA R EV OLUCIÓ N ECONÓM ICA EN LO S E ST A D O S UNIDOS 145

descrito de manera convincente una parte de este esfuerzo, pero aún


no se conoce el resto de la historia, ya que el objetivo principal de
esa revolución fue la tentativa de instrumentar una serie de reglas y
de procedimientos de control para reducir los costes de transacción
implícitos en la introducción de las nuevas tecnologías.
Ese potencial productivo requería una especialización ocupacional
y territorial y una división del trabajo sin precedentes. El número
de los intercambios en el proceso de producción aumentaba a medi­
da que crecían la especialización y la división del trabajo. La produc­
ción doméstica individual implicaba una integración vertical y no
daba lugar a costes de medición, pero ello se consigue a costa del
precio de renunciar a los incrementos de productividad derivados de
la especialización.
La segunda revolución económica dio lugar a resultados opuestos.
La especialización y la división del trabajo comportaron una multipli­
cación exponencial de los intercambios, con inmensos aumentos de
productividad. Sin embargo, ello llevó aparejado el precio de los
costes de transacción relativos a estos intercambios, que también
resultaron muy elevados. Obviamente, los incrementos de producti­
vidad que han hecho posible la especialización han superado los cre­
cientes costes de transacción: de esto se derivó un salto cualitativo
en el nivel de vida que han convertido al mundo occidental en un
caso único en la historia, aunque, para lograrlo, los costes de transac­
ción asociados a este tipo de desarrollo consuman inmensas cantida­
des de recursos.
Las estadísticas históricas no son suficientemente explícitas por
lo que se refiere a poner adecuadamente de relieve la creciente espe­
cialización y la cada vez más extensa división del trabajo, aun cuando
ofrecen algunas interesantes indicaciones respecto a la transformación
que ha experimentado la proporción entre obreros manuales y no ma­
nuales. Entre 1900 y 1970 la fuerza de trabajo en los Estados Unidos
creció de 29 a 80 millones: los trabajadores manuales pasaron de
10 a 29 millones, mientras que los empleados aumentaron de 5 a
38 millones (Historical Statistics Series D, pp. 182, 183, 189). Pero
esto no es todo. Si, por un lado, la coordinación e integración del
proceso productivo ha llevado a un incremento muy sostenido de la
fuerza de trabajo ocupada en la industria manufacturera, por el otro,
la segunda revolución económica ha generado un número cada vez
más elevado de empresas especializadas en las transacciones entre

10. — N AD AL
146 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

productor y consumidor.1®Entre 1860 y 1960, la mano de obra em­


pleada en el comercio aumentó a un ritmo dos veces superior al de
la ocupada en el conjunto de la industria. El personal vinculado a
las actividades de control y de supervisión, a la contabilidad y a la
revisión de cuentas pasó de 2.300 a 712.000 personas en el período
comprendido entre 1900 a 1970 (Historical ..., op cit., p. 235),
mientras que en el mismo período de tiempo los empleados guber­
namentales crecieron de un millón a doce millones y medio (Histo­
rical ..., op. cit., p. 131).
Chandler no deja de tener en cuenta el problema de los costes
de transacción conexos a la introducción de las nuevas tecnologías.
Pero ¿cómo evaluar, por ejemplo, las relaciones de intercambio en
el caso de una producción «a altísima velocidad»? Aunque Chandler
sugiera que dicho problema se solventó mediante la integración ver­
tical, debe decirse que no sólo continúa pendiente de solución la
cuestión de la valoración del producto en cada etapa del proceso
productivo, sino que se presenta otro problema: el de controlar
los inputs. Los problemas relacionados con el control de la calidad
en cada estadio de la cadena de producción, la cual se iba «alargan­
do», y con los también crecientes problemas derivados de la disci­
plina del trabajo y de la burocracia, puede decirse que se plantearon
paralelamente al radical cambio que se estaba produciendo en el
campo productivo. Gran parte de las nuevas tecnologías estaba desti­
nada, en efecto, a reducir los costes de transacción relacionados con
el factor trabajo: sustituyendo la mano de obra por capital, reducien­
do el grado de libertad del obrero en el proceso productivo o valo­
rando automáticamente la calidad de los bienes intermedios.
El primero de los problemas subyacentes era el de medir los
inputs y los outputs, a fin de establecer la contribución de cada factor
individual y de poder medir la producción en cada fase y en la fase
final. Para los inputs no existía una medida válida para evaluar la
contribución de cada uno de los factores, y por eso no resultaba fácil
establecer el coste. Por lo que respecta al proceso de producción
existían dificultades inherentes a los productos residuales que no 10

10. Mientras que en las series de la renta nacional se evalúa «correcta­


mente» la magnitud del empleo generado por las empresas, no existe una
precisión equivalente por lo que se refiere a la cuantükación de la proporción
creciente de renta nacional producida por las empresas y por los sectores del
aparato gubernamental comprometidos en las operaciones de transacción.
LA REVOLUCIÓ N ECONÓM ICA EN LO S E ST A D O S UNIDOS 147

se podían valorar (desperdicios, productos contaminados) y a los eos*


tes, no fáciles de establecer, derivados de la especificación de las cali­
dades de los bienes o de los servicios producidos en cada fase del
proceso productivo. £1 segundo problema venía determinado por el
hecho de que las grandes inversiones en capital fijo tenían una vida
económica más bien prolongada, y un bajo valor alternativo (scrap
valué, o valor de segunda mano, o como chatarra) y, por tanto, reque­
rían relaciones y acuerdos contractuales extensibles a un amplio perío­
do de tiempo. Durante estos períodos se producían diversas incer­
tidumbres respecto a los precios y a los costes, así como grandes
posibilidades de comportamiento oportunista por parte de ambos
contratantes.
La primera consecuencia de este estado de cosas fue un aumento
de los costes de los recursos empleados en la medición de la calidad de
la producción. Si bien, por un lado, el potencial productivo provocó
un salto cualitativo en el consumo per cápita de bienes y servicios,
por el otro, originó un movimiento de progresos paralelos en la
medición de la calidad de los bienes y de los servicios (clasificación,
selección, etiquetado, marcas de fábrica, garantías y patentes son un
conjunto de medios más bien costosos ideados para mesurar las carac­
terísticas de los bienes y servicios). No obstante, a pesar de los recur­
sos dedicados a tal fin y del evidente despilfarro de renta que supo­
nen, no se han solventado, por ejemplo, las dificultades que presentan
la valoración de las reparaciones automovilísticas, de las caracterís­
ticas de seguridad de un producto, de la calidad de los servicios
médicos, o el cálculo de los resultados de un sistema educativo. Para
tratar de obviar estas dificultades, se crearon algunos organismos al
servicio de los consumidores, como los Consumer Reports, las asocia­
ciones comerciales y los Better Business Buteau. En el plano político,
una de las principales consecuencias fue la demanda de una inter­
vención gubernamental para poder garantizar unos niveles homogé­
neos de calidad.
En segundo lugar, si la producción en serie favorecía las econo­
mías de escala, ésta tenía después que pasar cuentas, lo que deter­
mina una flexión de los rendimientos. La «disciplina» del sistema
fabril no es más que una respuesta al problema del control del bajo
rendimiento en la producción en equipo. Desde el punto de vista del
empresario, la disciplina consistía en normas, reglas, incentivos y
castigos. En ese sentido, innovaciones como el taylorismo fueron
148 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

un instrumento para medir las actuaciones individuales en términos


productivos. Desde el punto de vista del trabajador se trataba, por
el contrario, de procedimientos inhumanos para conseguir una mayor
intensidad en el trabajo y, por tanto, una mayor explotación. Dado
que no existían normas generalmente aceptadas para medir la pro­
ducción y para fijar las diferentes prestaciones contractuales, en caso
de conflicto tanto el trabajador como el empresario consideraban que
la razón estaba de su parte.11
Además, habían aumentado paralelamente las ganancias poten­
ciales de un posible comportamiento oportunista, lo que daba lugar,
por decirlo de alguna manera, a un comportamiento estratégico tanto
dentro de la empresa (en las relaciones entre empresario y trabajador,
por ejemplo) como en las relaciones entre dos empresas vinculadas por
relaciones contractuales. Enormes eran las ventajas derivadas del
rechazo a prestar determinados servicios o de la modificación de los
términos de los pactos formalizados en determinadas circunstancias
y en cualquier mercado de productos y de factores de producción.
Este tipo de comportamiento se veía limitado por la integración ver­
tical u horizontal y por las cláusulas restrictivas impuestas a los con­
tratantes, mientras que los crecientes requerimientos para que el
gobierno asumiera el papel de tercero en las relaciones contractuales
marcaba el inicio de la actual tendencia hacia la ampliación de su
reglamentación.
El crecimiento de las grandes organizaciones de administración
empresarial condujo al conocido problema de la burocracia. La mul­
tiplicación de reglas y normas en el interior de tales aparatos admi­
nistrativos constituye un expediente para reducir el absentismo y el
oportunismo, siendo, éstas, pequeñas pérdidas en relación con las
que se derivan del desarrollo de la burocracia, las cuales son dema­
siado conocidas, por lo que resulta innecesario insistir sobre dicho
particular.
Por último, estaban los efectos externos (es decir, los costes y los
beneficios no contabilizados) derivados de la expansión de tal estruc­
tura. Aunque, también en este caso, la historia es bastante conocida.

11. Para un detallado análisis de este tema, en el contexto de la historia


económica estadounidense, cf. W. Lazonick, Technological Cbange and tbe
Control of Work: A perspective on tbe Developmeni of Capital-Labour Reía-
lions in US. Mass Production Industries, Harvard Institute of Economics
Research, Discussion Paper.
LA REVOLUCIÓ N ECONÓM ICA E N LO S E ST A D O S UNIDOS 149

El desarrollo de las sociedades financieras, por ejemplo, fue un medio


de reconducir hacia la gran empresa beneficios externos, de difícil
evaluación, mientras que los costes externos, también de compleja
valoración, tienen algún reflejo en la actual crisis del medio ambiente
(basta recordar que las tentativas de evaluarlos, y eventualmente de
disminuirlos, por un lado, modificaron la organización de las em­
presas, y por el otro, provocaron un aumento de la intervención
gubernamental en este campo en el transcurso de este siglo). El volu­
men de William Baumol, Welfare Economics and a Tbeory of tbe
State, aparecido en 1952, representa en ese sentido una primera ten­
tativa de relacionar la expansión de la intervención pública con el
problema de los costes externos. La nutrida literatura moderna sobre
organización industrial es rica en ejemplos de innovaciones organiza­
tivas tendentes a reducir los costes de transacción. El incremento de
la especialización y de la división del trabajo estaba relacionado, sin
embargo, con aspectos no sólo ocupacionales sino también «territo­
riales». En la medida que las nuevas tecnologías comportaban una
disminución de los costes de transporte y de información, generaban
también una especialización a nivel regional, nacional y mundial que,
a su vez, creó las bases para la formación de mercados «sensibles» a
las condiciones de la demanda y de la oferta a nivel mundial, los
cuales transmitían los cambios de las condiciones económicas al
mundo entero y alentaban el oportunismo a escala internacional. Todo
esto se tradujo en un aumento de las ventajas derivadas del recurso
a la protección gubernamental para hacer frente a las fluctuaciones
del mercado y del oportunismo que operaba a escala internacional.
Y no sólo esto. La inestabilidad política y la interdependencia eco­
nómica representaron un ulterior precio a pagar en aras del progreso
de la especialización.

4. LOS EFECTOS DESESTABILIZADORES DE LA SEGUNDA REVOLUCIÓN


ECONÓMICA

La segunda revolución económica abrió una era de prosperidad


sin precedentes para el mundo occidental. Pero también provocó una
fuerte reacción contra la economía de mercado y los procedimientos
de mercado por lo que respecta a la asignación de los recursos. Los
movimientos obreros que surgieron en dicho contexto, tanto en Ingla-
150 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

térra como en el resto de Europa, fueron predominantemente de


inspiración socialista y comunista, y tuvieron un papel fundamental
en la aparición y formación de los sistemas políticos socialistas y
comunistas en esta área geográfica. Por el contrario, los movimientos
de origen campesino, aunque no manifestaron posiciones radicalmen­
te hostiles a la economía de mercado, no por eso dejaron de desarro­
llar — y con cierto éxito— instrumentos de defensa contra los peli­
gros derivados de la competencia. Más complejo es el cuadro que se
nos ofrece fuera de Europa. En general, los países del Tercer Mundo
han mostrado escaso interés por la asignación de los recursos me­
diante los mecanismos de la economía de mercado, y también en los
países que han mantenido básicamente la economía de mercado se ha
experimentado un crecimiento de la intervención del Estado, que
terminó, inevitablemente, por provocar radicales cambios en el siste­
ma político y en consecuencia también en la estructura económica.
La pregunta que surge espontáneamente a este respecto concierne a
las causas que han llevado a la economía de mercado hacia la auto-
destrucción.
Es cierto que durante un breve período el control del Estado
estuvo en manos de grupos sociales cuyo interés era el de promover
el protagonismo de los mecanismos de mercado en la asignación de
los recursos, y es también evidente que ese control pasó a manos
de grupos que luchaban por la eliminación o al menos por una modi­
ficación de la economía de mercado. Con objeto de explicar este
proceso se han adelantado dos hipótesis, que tienen su fundamento
en la especialización y en la división del trabajo, que como hemos
visto con anterioridad, son una consecuencia directa e integral de la
segunda revolución económica. La primera hipótesis sostiene que
la competencia causó persistentes fenómenos de alienación, ya que las
características peculiares de la relación de intercambio en una eco­
nomía de mercado habían empujado a los diferentes grupos sociales
a descartar el comportamiento del «gorrón» y a tratar de conquistar
el control (o por lo menos a participar en ese control) del Estado.
La segunda hipótesis sostiene, en cambio, que la competencia esti­
muló a los diferentes grupos de interés a intentar protegerse de las
peligrosas consecuencias de la lucha de todos contra todos que había
desencadenado el mercado, sirviéndose del Estado para modificar los
derechos de propiedad y, por tanto, intentar reducir la presión de la
competencia. La primera hipótesis deriva, en gran parte, de la divi­
LA R EVOLUCIÓ N ECONÓM ICA EN LOS E ST A D O S UNIDOS 151

sión ocupacional del trabajo; la segunda, de la división geográfica.


Examinaremos tanto la primera como la segunda.
Fue Karl Polanyi, en su famoso trabajo aparecido en 1957, The
Great Transformaron, quien afirmó que una sociedad basada en una
economía de mercado tiende a la destrucción. Puso de manifiesto
que un sistema social y económico como el dominante en el mundo
occidental en el siglo xix era sustancialmente inestable, porque la
mercan tilización de la tierra, de la mano de obra y del dinero a través
del sistema internacional del patrón oro (Gold Standard) destruía el
tejido social.
Las críticas formuladas por Polanyi estaban en la misma línea
que las de Durkheim y de Weber. Pero les agregó una descripción
particularmente vivaz de los efectos desintegradores del «mercado no
regulado», en relación con la inestabilidad social que ello causaba.
Su análisis, sin embargo, a pesar de su estilo colorista es más bien
vago, impreciso y a veces lleno de lagunas. Sostiene, por ejemplo,
que fue el Estado el que creó los mercados impersonales, pero no
elaboró una teoría del Estado que explicase la constitución, por
parte del mismo, de un complejo de derechos de propiedad, ni tam­
poco indicó el modo en que algunos grupos habrían inducido al
Estado a demoler un mercado «capaz de autorregularse». Es más,
proporcionó una descripción pintoresca de la destrucción del tejido
social sin elaborar una teoría de la ideología; identificó continuamen­
te formas al margen del mercado de asignación de los recursos con
objetivos sociales (o sea, no económicos), cuando en realidad debían
atribuirse a los esfuerzos realizados para reducir los costes de transac­
ción. No obstante, creemos que su intuición, en el fondo, sigue siendo
correcta, porque proporcionó todos los elementos para poder cons­
truir un nuevo edificio teórico.
Ante todo, es aceptable su tesis, según la cual fue el cambio
en el control del Estado lo que provocó la desaparición de las res­
tricciones en el mercado de productos y de factores de la producción.
La creación a gran escala de mercados impersonales de productos y
de factores de producción fue un prerrequisito esencial para la reali­
zación del potencial productivo de la segunda revolución económica.
Pero el precio a pagar fue una pesada carga de alienación ideológica,
mientras que toda sociedad, para conseguir la estabilidad, necesita
una superestructura ideológica que legitime las reglas del juego.
El intercambio «personalizado», del que nos hemos ocupado en
152 L A R E V O L U C IÓ N IN D U S T R IA L

la segunda sección de este ensayo al referirnos a los costes de transac­


ción, minimizaba las ventajas del bajo rendimiento y del oportunismo
por efecto de la frecuencia de las relaciones y de los contactos per­
sonales. Además, el proceso de intercambio estaba arropado por una
ética social que concebía como «justas» las leyes y los derechos con­
cernientes a la propiedad. Una actitud de reciprocidad coadyuva, por
cierto, a reforzar esos códigos de comportamiento, aunque sería equi­
vocado equipararla con la ideología del «consenso» que estaba en la
base del intercambio «personalizado». Se trataba, en esencia, de un
verdadero sistema de vida (way of Ufe), y en esas condiciones no eran
necesarias muchas normas para regular el intercambio y el control
social.
Por el contrario, el proceso de intercambio en los mercados im­
personales fomentó, ante todo, diferentes percepciones de la realidad,
las cuales generaron a su vez diferentes ideologías en conflicto entre
sí. Las experiencias del trabajador individual eran las mismas que
las de los otros trabajadores, privados progresivamente de los víncu­
los personales que habían producido un universo de valores común.
Los acuerdos informales dieron paso a los contratos formales. La
consiguiente estructura de la organización del mercado impersonal
alentó las características de comportamiento contempladas en el dile­
ma hobbesiano. En otras palabras, un conjunto de normas fueron
modificadas para reglamentar el comportamiento en el mercado, pero
al mismo tiempo ello creó también las condiciones en base a las
cuales podía ser extremadamente conveniente desobedecer dichas nor­
mas. Aquellos cuyo comportamiento sufría limitaciones por efecto de
la ideología del «consenso» relacionada con el intercambio persona­
lizado comprendieron de inmediato que obtendrían amplias venta­
jas de ese nuevo ambiente social, en el cual las dos partes implicadas
en el intercambio nada tenían que perder siguiendo, coherentemente
y con todas sus consecuencias, ese tipo de comportamiento (hobbe­
siano). La competencia en el mercado impersonal introduce en las
relaciones de intercambio un componente de antagonismo. Las pre­
cedentes relaciones tradicionales que giraban en torno a conceptos
como «beneficio justo», honestidad e integridad, fueron reemplazadas
por conflictos permanentes sobre los términos del intercambio. En
particular, la incapacidad para medir el producto del trabajo en la
producción en equipo desplazó el desacuerdo hacia lo que constituía
bajo rendimiento o notable velocidad en la realización del trabajo.
LA REV O LU CIÓ N ECONÓM ICA E N L O S E S T A D O S UNIDOS 153

No es en absoluto sorprendente que en tal ambiente Marx pudie­


ra construir una teoría de la historia basada en el conflicto de clase
(con la tecnología como variable exógena), o que Joseph Schumpeter
pudiese afirmar que el completo éxito del capitalismo producía aliena­
ción ideológica, la cual conduciría al sistema a su crída. Pero lo que
falta en el análisis de Schumpeter y de Polanyi (y que figura sólo
de manera incompleta e inadecuada en Marx y en sus seguidores) es
una teoría del modo en que los grupos que intentaban utilizar el
proceso político para salvaguardar los términos de intercambio supe­
rarían el problema del «gorrón» para llegar a apoderarse del Estado
(aunque sólo fuese para ejercer un control extremadamente parcial).
El desarrollo de una conciencia de clase en Inglaterra y en Euro­
pa durante el siglo xix ha constituido uno de los temas favoritos de
los estudiosos de la historia social, mientras que la orientación ideo­
lógica de muchos autores que en el pasado habían sido marxistas
permitió comprender mejor el proceso de alienación del trabajador.
El énfasis que Marx puso sobre el hecho de que la conciencia se
encuentra, en un último análisis, condicionada por la relación me­
diante la cual un individuo está unido al modo de producción sigue
siendo una contribución científica extremadamente importante. La
creación de un mercado de trabajo impersonal ha destruido los viejos
lazos ideológicos del obrero, permitiéndole identificarse con otros
obreros en un común interés antagónico frente a los empresarios.
El resumen redactado por Marx sobre las luchas de dase en Francia
— según reaierda oportunamente Charles Tilly— «ha soportado bas­
tante bien el paso del tiempo». La sucesión de movimientos (del
ludismo, al cartismo, al Partido Laborista) refleja la evolución de la
perspectiva ideológica de los trabajadores ingleses. El más tardío
desarrollo de la conciencia de dase en la Europa continental pone de
manifiesto el retraso en d desarrollo del mercado de trabajo imper­
sonal, pero a pesar de que los puntos de partida fueron distintos, los
tipos de protesta resultaron finalmente similares, con la diferencia,
sin embargo, de que en la Europa continental Marx tuvo una influen­
cia superior en relación con Inglaterra por lo que respecta a la orien­
tación ideológica de los trabajadores.
Las consecuendas de la espedalizadón ocupacional y de la divi­
sión del trabajo fueron, por un lado, la ruptura de las relaciones
personales que habían constituido el tejido social de la ideología del
consenso y, por otro, la formadón de diferentes ideologías, emanadas
154 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

de la percepción de las nuevas y conflictivas realidades producto de


la especialización ocupacional. La alienación empuja a algunos grupos
sociales a participar activamente en el control del Estado para tratar
de modificar los términos del intercambio.
La segunda hipótesis, como se recordará, sugería que la tendencia
de la economía de mercado a la autodestrucción había surgido de los
fenómenos de inestabilidad conexos a la competencia inducida por la
disminución de los costes de transporte (con la consiguiente especiali­
zación y división del trabajo a nivel regional, nacional e internacional).
A su vez, esa competencia provocó fuertes oscilaciones en los términos
del intercambio (terms of trade); mientras que en el mercado de
trabajo el resultado de tales fluctuaciones fue el desempleo, por otro
lado ello empujó a los grupos de intereses a elaborar algunas líneas
de actuación destinadas a influir o a controlar directamente la política
estatal a fin de reducir las presiones de la competencia. En el caso
de los agricultores, su actuación estuvo determinada por la profunda
convicción de que eran víctimas de los desfavorables términos de
intercambio en el contexto de un sistema basado en la producción
industrial. En cambio, en el caso de los industriales manufactureros
la competencia internacional destruye los monopolios locales y em­
puja a este grupo social a participar en las tentativas de ejercer alguna
influencia sobre el Estado. En la literatura marxista, esos fenómenos
han sido considerados a menudo como la luz intermitente de una
lucha de clase conducida por una naciente burguesía por la voluntad
de derrumbar el predominio político de la clase terrateniente (como,
por ejemplo, la campaña por la abolición de las leyes de granos en
Inglaterra). Un juicio de este tipo comporta el riesgo de hacer pasar
a segundo plano la realidad de una larga batalla conducida por los
terratenientes para disminuir la competencia. El triunfo del librecam­
bio en Europa fue tan espectacular como de corta duración, y muy
pronto fue reemplazado, no sólo por la reanudación de una política
proteccionista contra la competencia exterior, sino también por los
esfuerzos tendentes a reducir la competencia en el mercado interior.

5. Un nuevo d e s a f ío t e ó r ic o

Las transformaciones estructurales de las economías occidentales


en el pasado siglo, como consecuencia de la segunda revolución eco­
LA R EV OLUCIÓ N ECONÓM ICA EN L O S E ST A D O S UNIDOS 155

nómica, han sido objeto de muchas obras de estudiosos de las ciencias


sociales que han aportado una notable contribución a nuestros cono­
cimientos del fenómeno, pero hasta hoy ninguna descripción puede
considerarse exhaustiva. En particular, a causa de las divergencias
ideológicas y de la fragmentación de las disciplinas académicas, tene­
mos que lamentar la ausencia de una síntesis ¡ntegradora de dichas
transformaciones estructurales.
Los economistas de la escuela neoclásica han estudiado y preci­
sado las implicaciones de tal revolución en términos de productividad,
en un contexto de costes de transacción nulos, y más recientemente
han analizado las consecuencias derivadas de unos costes de transac­
ción positivos sobre la organización económica. Pero no lograron
captar los aspectos ideológicos y, por tanto, produjeron una teoría
del proceso político superficial. Los estudios realizados dentro de la
corriente historiográfica de la New Economic History, al fundamen­
tar sus análisis en la teoría neoclásica, han aportado muy poco a los
conocimientos que ya teníamos de las transformaciones estructurales
que se desarrollaron en el transcurso del proceso histórico, mien­
tras que la literatura basada en el reconocimiento de unos costes de
transacción positivos sólo muy recientemente ha empezado a influir
sobre las investigaciones de historia económica.
La fuerza del análisis marxista reside en el hecho de haberse
centrado en los cambios estructurales y en las tensiones entre el
potencial productivo de una sociedad y la estructura de los derechos
de propiedad. Sin embargo, el énfasis puesto en la división de clases
ha oscurecido los conflictos existentes en el seno de las clases sociales,
los cuales son innatos a la organización económica. La laguna más
grave de ese análisis reside en su concepción de los problemas de la
alienación, considerados un atributo del capitalismo y no, en cambio,
como en realidad son, consecuencia de la segunda revolución econó­
mica sobre la organización de la sociedad. El bajo rendimiento y el
oportunismo están presentes en la Unión Soviética y en otros países
socialistas, al igual que en el mundo capitalista. De hecho, la opinión
difundida entre los historiadores marxistas de Occidente, según la
cual la Unión Soviética no es un país socialista, constituye en el fondo
una interpretación equivocada de la naturaleza de la crisis de la orga­
nización económica actual.
La tradición sociológica, desde Durkheim a Talcott Parsons, ha
reconocido los efectos desintegradores de la moderna organización
156 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

social. La obra de Parsons, The Structure of Social Actio», publicada


en 1937, constituyó un esfuerzo pionero encaminado a comprender
una serie de aspectos de tal organización, pero no consiguió encon­
trar una solución para el problema del «gorrón», y tampoco tuvo
éxito en la tentativa de diseñar un sistema teórico coherente. Ni los
estudiosos de las ciencias políticas, aunque hayan analizado de manera
pormenorizada el desarrollo del pluralismo político y, por tanto, el
control del proceso político por parte de múltiples grupos de interés,
han producido una aceptable teoría del Estado.
Para terminar, quisiéramos volver a Karl Polanyi. Las bases del
mercado «capaz de autorregularse», que aparecen en el fondo de las
preocupaciones contemporáneas, eran el mercado impersonal del tra­
bajo, el mercado impersonal de la tierra y el sistema del patrón oro.
Los tres elementos han desaparecido, o se han modificado tan pro­
fundamente que han perdido toda semejanza con la descripción que
Polanyi ofrece de ellos por lo que respecta al siglo xix. Pero también
las consecuencias derivadas de ese proceso de transformación tienen
poco que ver con el cauto optimismo que Polanyi había expresado
al ocuparse de estos cambios. El control pluralista del Estado, resul­
tado de la lucha de obreros, agricultores y grupos económicos, ha
provocado la desintegración de la precedente estructura de los dere­
chos de propiedad, la cual ha sido reemplazada por una encendida
lucha, que se desarrolla en la arena política, por la redistribución
de la renta y de la riqueza a costa de la eficiencia potencial de la
segunda revolución económica. Además, este conflicto no ha sido
capaz de producir un nuevo tejido social y una nueva ideología capa­
ces de resolver las tensiones creadas por la organización económica.
El progresivo debilitamiento del sistema, basado en el patrón oro
después de 1914, y sobre todo después de la década de 1930, eliminó
el áncora que sostenía la embarcación de la oferta monetaria, y con
esto desapareció la fuerza que limitaba el movimiento de los precios.
En consecuencia, la manipulación de la oferta monetaria, por parte
de grupos de interés en lucha entre sí, constituye una de las princi­
pales fuerzas desestabilizadoras del actual sistema económico.
Los efectos desestabilizadores de la segunda revolución económica
tienen su manifestación, ampliamente constatada, en la inestabilidad
que en este siglo se registra en el terreno institucional. El verdadero
desafío para el historiador de la economía consiste en la posibilidad
de desarrollar una estructura analítica capaz de explicar de manera
LA REVOLUCIÓ N ECONÓM ICA E N LO S E ST A D O S UNIDOS 157

completa el problema de los costes de transacción derivados de dicha


revolución.

B ib l io g r a f ía

Barzel, Y., Measurement Cost and íhe Organization of Markeís, manus­


crito aún inédito.
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nal, XXXVIII (1928).
Richard H. Tilly

UNA INTERPRETACIÓN PLURALISTA


DE LA INDUSTRIALIZACIÓN ALEMANA

1. I ntroducción

Con este título, ante todo, se quiere ofrecer una síntesis, lo más
completa posible, de la reciente literatura sobre la industrialización
en Alemania. No creemos que se trate de un ejercicio de escasa
relevancia, dado que con él venimos a contradecir, o cuando menos
a «relativizar», las interpretaciones del proceso de industrialización
en ese país, tanto las que comúnmente conocemos con el nombre de
«vía alemana» de la industrialización como las que lo definen como
un ejemplo de atraso e imitación.1 Además, nos ha parecido correcto
ponernos en guardia contra cualquier tentativa de sacar conclusiones
apresuradas — válidas para el proceso general de desarrollo económi­
co— de la experiencia alemana, considerándola, por ejemplo, un caso
de crecimiento económico favorecido por la existencia de ilimitadas
reservas de mano de obra, o bien de un desarrollo basado en las
exportaciones y favorecido por el libre cambio o, por el contrario,
un ejemplo de desarrollo fundamentado en la sustitución de impor­
taciones por bienes producidos en Alemania, en el proteccionismo
aduanero y en los buenos resultados de la imitación tecnológica. La
industrialización alemana depende, en efecto, en gran parte de todos
estos factores, pero al examinar su historiografía se descubrirá que

1. La obra clásica es, naturalmente, A. Gerschenkron, Economic backward-


ness in historiad perspective, Cambridge, 1962 (hay trad. cast.: El atraso eco­
nómico en su perspectiva histórica, Ariel, Barcelona, 1968).
LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 159

ese resultado deriva, sobre todo, de la heterogeneidad de enfoques


de los diferentes historiadores que se han ocupado de la misma, y no
tanto de elementos en contradicción entre sí. Algunos estudiosos han
tomado en consideración el período de las reformas prusianas, desde
1800 hasta 1820, otros la época de Bismarck, de alrededor de 1860
a 1890, y otros todo el siglo xix. Algunos han hecho extensivos sus
estudios a la totalidad de Alemania, otros a determinadas regiones o
sectores. Algunos se centraron en las relaciones económicas, otros en
los aspectos sociales y políticos de la industrialización. Por tanto, han
observado la industrialización desde diferentes puntos de vista y han
obtenido, obviamente, resultados diferentes, arropados por pruebas
y argumentaciones que sustentan interpretaciones divergentes entre
sí. Por eso, resulta evidente que cualquier tentativa de resumir toda
esta literatura se traduciría en una exposición, si más no, prolija.
Por tanto, he considerado conveniente subdividir mi análisis en tres
partes, estando en correspondencia cada una de ellas con una particu­
lar perspectiva interpretativa de la industrialización alemana. Empe­
zaré con el tradicional enfoque cronológico, para lo cual me ocuparé
de las diferentes fases por las que pasó dicho proceso de industria­
lización; después examinaré las diferenciaciones regionales, y final­
mente dedicaré mi atención a lo que podemos considerar como los
resultados sociales y políticos del proceso de industrialización, a fin
de determinar en qué medida los estudiosos de la historia económica
han llegado a un acuerdo sobre el período, sobre las áreas implicadas
en el proceso, sobre las modalidades y sobre las consecuencias sociales
y políticas de la industrialización en Alemania.2

2. El debate so bre la p e r io d iz a c ió n

Después de cerca de veinte años de investigación se ha conse­


guido llegar a un consenso general sobre la periodización de la indus­
trialización alemana. En su forma menos elaborada, como se expresa
en los manuales de historia, tal periodización se expresa a través de
la secuencia de una primera industrialización (Frühindustrialisiermg),
que a grandes rasgos se desarrolla entre 1780 y las décadas de 1830
o de 1840; de una Revolución industrial comprendida entre los
años de 1840 a 1850 y la década de 1870, y de una fase industrial
madura (Hochindustrialisierung), que se inscribe entre esta última
160 LA R E V O LU C IÓ N IN D U S T R IA L

década y la primera guerra mundial.2 Esta esquemática subdivisión


recuerda los Stages of economic growlb de Rostow, y en efecto, la
semejanza no es casual, ya que refleja la positiva, pero no ciertamente
acrítica, acogida de su obra por parte de la historiografía económica
alemana.3 De modo que se considera que la primera industrialización
comportó una creciente conciencia de las posibilidades de desarrollo
industrial en Alemania, además de ciertos «presupuestos» institucio­
nales para el desarrollo, tales como la liberalización del comercio
interior de bienes de consumo y de los mercados de mano de obra
y de tierra. La Revolución industrial, o «despegue», representa la
fase decisiva del tránsito hada un desarrollo moderno, sobre todo
en términos cuantitativos, mientras que la última fase, la de la indus-
trializadón madura, o en otras palabras, según la terminología de
Rostow, «la marcha bada la madurez», concierne a los rasgos cuali­
tativos y a los resultados del desarrollo, es decir, a su estabilidad, a
su difusión y a su ramificadón tanto en la sodedad alemana como en
la escena internacional.
2. K. Borchardt, Die Industrielle Revolution in Deutschlani, Munich, 1972;
F. W. Henning, Die Industritdisierung in Deutscbknd 1800 bis 1914, Pader-
born, 1973; H . Mottek, Wirlscbaflsgescbichte Deutscblands, Berlín, 1964,
vol. II; H. Mottek y otros, Wirtscbaftsgeschichte Deutscblands, Berlín Este,
1974, vol. I I I ; W. Zom, e d , Handbuch der deutschen Wirtscbafts- und So-
zialgeschichte, Stuttgart, 1976, vol. I I ; J. Kocka, Unternehmer in der deutschen
Industrialisierung, Gotinga, 1976 (para una versión castellana de esta obra,
cí. el trabajo del dtado autor; «Los empresarios y los administradores de los
negocios en la industrialización en Alemania», en P. Mathias y M. M. Postan,
eds., Historia económica de Europa. V II. La economía industrial: capital, tra­
bajo y empresa, parte 1, Revista de Derecho Privado • Editoriales de Derecho
Reunidas, Madrid, 1981, pp. 697-833.
3. Pocos historiadores han intentado periodizar la historia económica ale­
mana según unas directrices rígidamente rostowianas, pero su influencia resulta
innegable. Además de las obras citadas en la nota anterior, cf. W. Fischer,
«Some recent developments in the study of economic and business history in
Western Germany», en R. Gallman, e d . Recent developments in the study of
business and economic bistory, suplemento I, Greenwich, C onn, 1977, pp. 247-
285; C. L. Holtfrerich, «Wachstum der Volkswirtschaften», Handworterbucb
der Wirtschaftswissenschaft, 17-18, Lieferuns, Stuttgart y Nueva York (1979).
Las obras fundamentales a este respecto son las de W. W. Rostow, The stages
of economic growlb, Cambridge, 19712 (hay trad. cast.: Las etapas del creci­
miento económico. Un manifiesto no comunista, Fondo de Cultura Económica,
México, 1961); Ídem, e d , The economice of Take-off into sustained growlb,
Londres y Nueva York, 1963 (hay trad. cast.: La economía del despegue hacia
el crecimiento autosostenido, Alianza Editorial, Madrid).
LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 161

En el contexto de esta convención, tal vez las investigaciones


más interesantes de los últimos tiempos se refieren a la fase crucial
de la Revolución industrial, al llamado «despegue» de Rostow.4 Éste,
originariamente, había situado el despegue alemán entre 1850 y
1873, pero posteriormente, después de haber reconsiderado el papel
desempeñado por las construcciones ferroviarias en esos años (el cual
quedó bien evidenciado en un trabajo de Hoffman), modificó esa
primera periodización incluyendo en ella la década 1840-1850.56Pero
el mayor apoyo a la nueva tesis proviene de algunos estudios recien­
tes sobre la historia de la industria pesada y sobre el ciclo económi­
co alemán, en particular de la obra de Spree.4 Utilizando una
técnica que recuerda mucho la del National Bureau of Economic
Research, Spree subdivide el período 1840-1880 en cuatro ciclos,
el primero de los cuales comprende la serie inicial de masivas
inversiones ferroviarias en Alemania (1845-1847); pero los cuatro
ciclos dependen, por efecto de una confrontación entre aceleraciones
y estacionamientos y de establecer correlaciones entre indicadores
sectoriales, de oscilaciones independientes de la inversión ferroviaria.7
El boom de la década de 1840 fue de breve duración y, retrospecti­
vamente, se vio oscurecido por la expansión de la década siguiente,
pero Spree tiene razón al indicar que esta última sería, en gran parte,
una continuación retardada de la del decenio precedente y que las

4. Las dos expresiones ‘Revolución industrial’ y ‘despegue’ se utilizarán


en este trabajo indistintamente, aunque esto no implica una aceptación incon­
dicional de la terminología de Rostow. Para una discusión crítica del concepto
aplicado a Alemania, cf. R. Tilly, «The “Take-off” in Germany», en E. Anger-
tnann y M. L. Frings, eds., Oceans apart? Comparing Germany and tbe United
States, Stuttgart, 1981.
5. Cf. W. W. Rostow, The world economy, Londres y Nueva York, 1978,
especialmente pp. 401-408; W. G. Hoffmann, «The Takeoff in Germany», en
W. W. Rostow, ed., The economice of Take-off..., op. cit.; A. Spiethoff,
Die wirtschaftlichen Wecbsellagen, 2 vols., Tubinga, 1955, I, p. 113; J. Schum-
peter, Business eyeles, 2 vols., Nueva York, 1939, I, pp. 346-347 y 350-351.
6. R. Spree, Die Wachstumszyklen der deutschen Wirlscbaf von 1840
bis 1880, Berlín, 1977; Ídem, Wachstumstrends und Konjunklunyklen in der
deutschen Wirtschaft von 1820 bis 1913, Gotinga, 1978; cf., además, R. Spree
y J. Bergmann, «Die konjunkturelle Entwicklung der deutschen Wirtschaft
von 1840 bis 1864», en H . U. Wehler, ed., Sozialgeschichte Heute. Festscbrift
für H. Rosenberg, Gotinga, 1974.
7. Para mayores detalles, cf. R. Spree, Die Wachstumszyklen..., op. cit.,
especialmente, pp. 295-316.

11, — NAIUUL
162 LA R E V O LU C IÓ N IN D U S T R IA L

revoluciones de 1848-1849 asumirían un nuevo significado en la


historia de la industrialización alemana y deben ser analizados, con­
siguientemente, como complejos resultados del desarrollo y de las
transformaciones industriales y no como simples elementos políticos
externos al proceso económico.*
También los estudios sobre la industria pesada alemana sostienen
la interpretación de una Revolución industrial fundamentada en las
construcciones ferroviarias iniciadas a comienzos de la década de
1840. En un estudio sobre la industria del carbón en el Ruhr,
Holtfrerich demuestra, entre otras cosas, mediante el empleo de coe­
ficientes input y output, el papel motriz de los ferrocarriles en la
trilogía constituida por vías férreas, carbón y hierro.89
Pero mientras que durante la década de 1840 los que se benefi­
ciaron del desarrollo de la red ferroviaria prusiana — que creció a un
ritmo de cerca del 20 por 100 anual— fueron, sobre todo, los expor­
tadores belgas e ingleses, y la producción de carbón y de hierro no
aumentó más que un 4 por 100 anual, en la década de 1850, gracias
a una combinación de protección arancelaria y de progreso tecnoló­
gico, el constante crecimiento de la red ferroviaria prusiana (alre­
dedor del 10 por 100 anual) comportó un aumento de la producción
de hierro del 30 por 100 anual, que a su vez estimuló la produc­
ción de carbón en el Ruhr (la cual creció cerca de un 9 por 100
anual). Fremdling examinó con detalle el anteriormente mencionado
proceso de sustitución de importaciones, inicialmente orientado a sus­
tituir la importación de raíles de hierro y después a la generalidad
de productos de fundición. Sus resultados parecen poner en evidencia
que el caso alemán es un ejemplo de un proceso de adopción de nue­
va tecnología sostenido a través de una política arancelaria que estuvo
coronado por el éxito,10 aunque al mismo tiempo se trata de un

8. Cf. J. Bergmann, «Okonomische Voraussetzungen der Rcvolution von


1848: zur Krisc von 1845-1848 in Deutschland», en H . U. Wehlcr, ed., 200
]ahre amerikaniseber Revoludon, separata en Gescbicbte uttd Geseüscbaft, 2,
Gotinga (1976); cf., también, R. TUly, «Renaissance der Konjunkturgeschichte?»,
Gescbicbte und Gesellscbaft, VI (1980), pp. 259-261.
9. C. L. Holtfrerich, Quantitative Wirtschaftsgescbicbte des Rubrkoblen-
bergbaus in 19. Jabrbundert, Dorunund, 1973.
10. R. Fremling, «Railroads and Germán economic growth. Aleading sec­
tor analysis with a comparison to the United States and Great Britain», Journal
of Economic History, XXXVII (1977), pp. 583-604; Ídem, «Modemisierung
und Wachstum der Schwerindustrie in Deutschland, 1830-1860», Gescbicbte und
LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 163

fenómeno estrechamente relacionado con un sector punta y en expan­


sión, como era el ferroviario. Dejando al margen, de momento, la
discusión sobre los efectos hacia adelante que los ferrocarriles tuvie­
ron sobre la Revolución industrial en Alemania, y que fueron tra­
tados por Fremdling,11 pueden obtenerse otros argumentos de con­
firmación del importante papel desempeñado por los ferrocarriles en
las investigaciones de Wagenblass y de Krengel.112 £1 primero se ocu­
pó de la relación entre la demanda de equipos y de materiales de
hierro por parte de los ferrocarriles y las industrias de construcciones
mecánicas que lo producían (y cuyos archivos constituyeron la fuente
primaria del trabajo de Wagenblass), llegando a la conclusión que
los pedidos procedentes del sector ferroviario constituían una notable
proporción de los ingresos brutos obtenidos por las empresas más
importantes y tecnológicamente más avanzadas y, sin duda, uno de
los incentivos fundamentales de sus programas de inversión, Krengel,
basándose en el cálculo del input-output, demostró la decisiva im­
portancia que para las industrias metalúrgicas tuvieron los pedidos
provenientes del sector ferroviario durante la década de 1870, años
en que tales pedidos alcanzaron la cúspide para luego decaer de ma­
nera notable.

Gesellschaft, V (1979), pp. 201-227. Cf., también, F. W. Hcnning, «Eiscnbah-


nen und Entwicklung der Eisenindustrie in Deutschland», Archiv und W irt-
schaft, VI (1973), pp. 1-20. Para una información sobre la tecnología utilizada
y el proceso de su difusión en el distrito de Ruhr, cf. U. Troitzsch, «Innova-
ñon, Organisation and Wissenschaft beim Aufbau von Hüttenwerken im
Ruhrgebiet, 1850-1870», Vortragsreihe der Gesellschaft fü r W estfalische W irt-
scbaftsgeschicbte, V, X X II (1976).
11. R. Fremdling, Eisenbabnen und deutscbes Wirtschaflswachstum, 1840-
1879, Dortmund, 1975, especialmente, pp. 55-74, donde, entre otras cosas,
se discute una estimación contemporánea de los «ahorros sociales» atribuibles
a las vías férreas.
12. H . Wagneblass, Der Eisenbahnbau und das Wachstum der deutschen
Eisenund Maschinenbauindustrie, 1835 bis 1860, Stuttgart, 1973; J. Krengel,
«Zur Berechnung von Wachstumswirkungen konjunkturell bedingter Nachfra-
gcschwakungen nachgelagerter Industrien auf die Produktionscntwicklung der
deutschen Roheisenindustrie wáhrend der Jahre 1871-1882», en W. H. Schroder
y R. Spree, eds., Historische Konjunkturforschung, Stuttgart, 1980. Sobre los
cambios tecnológicos, cf. Troitzsch, «Innovation,...», art. cit.; G. Plumpe, «Tech-
nischer Fortschrift, Innovationen und Wachstum in der deutschen Eisen- und
Stahlindustrie in der 2. Halfte des 19. Jahrhundert», en W. H. Schroder y
R. Spree, eds., H istorische..., op. cit.
1 6 4 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

Por lo que concierne al problema de la procedencia de los recur­


sos financieros que posibilitaron el «despegue» en el transcurso de
este período, en general las obras recientes sobre financiación indus­
trial (de Coym, Klein, Winkel y Kocka) han subrayado el predominio
de la autofinanciación a través de la reinversión de beneficios.13 Sin
embargo, ello puede inducir a subvalorar la importancia que tuvieron
para la industrialización los mercados financieros y el sistema ban-
cario. Spree demuestra que durante el período en cuestión la evolución
del sector financiero siguió a la de la industria pesada, condicionada
por las inversiones en las construcciones ferroviarias; además, sabe­
mos que por lo que respecta a los primeros proyectos ferroviarios,
todo el capital necesario se obtuvo en la práctica a través de algunos
bancos privados.14
Se trataba de sumas enormes, bastante superiores a las requeridas
en esta época por el sector manufacturero, que otorgaron a la banca
un papel relevante en la economía y que estimularon ulteriores trans­
formaciones en el mismo sistema bancario (difusión de la forma de
sociedad anónima y de los procesos de fusión entre las diferentes
instituciones de crédito). Es posible sostener que las relaciones entre
la banca y los ferrocarriles durante el período que se cierra en la
década de 1860, cuando se nacionalizaron gran parte de las com­
pañías ferroviarias privadas aún existentes en Prusia, sentaron las
bases para la colaboración entre la banca y la gran industria, llamada
a convertirse, a corto plazo, en una de las características de la econo­
mía germana. La modernización del sistema bancario alemán fue,
pues, un efecto colateral de las construcciones ferroviarias, cuya
importancia histórica debe ser puesta de manifiesto también para

13. P. Coym, Unternebmensfinanz'terung im frühen 19. Jahrbundert dar•


gestellt am Beispiel der Rheinprovinz und Westfalens, tesis presentada en la
Universidad de Hamburgo, 1971; £ . Klein, «Zur Frage der Industrie finanzic-
rung im frühen 19. Jahrhundert», en H. Kellenbenz, ed., Offenlliche Finanzen
uttd prívales Kapital, Stuttgart, 1971, pp. 87-117; H. Winkel, «Kapitalquellen
und Kapitalverwendung am Vorabend des industriellen Aufschwungs in Deut-
schland», Schmollers Jabrbuch, XC (1970), pp. 275-301; J. Kocka, Unterneh-
tncr i n ..., op. cit., especialmente pp. 65-73.
14. Cf., al respecto, R. Spree, Die Wacbstumszyklen..., op. cit., especial­
mente, pp. 267-273; W. Steitz, «Die Entstehung der Koln-Mindener Eisen-
bahn»,Scbríften zur rbeiniscb-westfalischen Wirlschaftsgeschicbte, XXVII (1974),
en particular, pp. 14-33. Cf., además, R. Tilly, Financial institutions and the
industrializarían of the Rhincland, 1815-1870, Madison, 1966.
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 1 6 5

reafirmar la urgencia de un estudio en profundidad de su historia


financiera.
El punto más endeble de una interpretación de la Revolución
industrial alemana, fundamentada en el papel desempeñado por las
vías férreas, lo constituye la explicación de la naturaleza misma de
las inversiones ferroviarias. Los análisis cronológicos de Fremdling y
Spree muestran que éstas dependían en gran parte de las ganancias
precedentes y de las expectativas de futuros beneficios.1516Además, los
estudios sobre las primeras compañías ferroviarias sugieren que dichas
inversiones constituían una respuesta a una preexistente demanda de
transporte: por ello rendían a los accionistas más de lo normal, aun­
que apenas se había iniciado la explotación de la red ferroviaria.15
A este respecto, puede ser extremadamente útil examinar, a partir de
una perspectiva a largo plazo, la estructura regional de la actividad
económica en Alemania, que se supone fuertemente condicionada por
las vías férreas en el transcurso de las décadas centrales del siglo
pasado. De acuerdo con los razonamientos que expone Huber en su
obra, durante los años que transcurrieron de 1820 a 1913 se pone
de manifiesto, en cambio, una tendencia de larga duración hacia la
concentración regional de las actividades económicas, claramente per­
ceptible ya antes de 1840, tendencia que sólo resultó escasamente
afectada por la expansión de la red ferroviaria, por lo que respecta
n los centros de la industria pesada, alrededor de los años de la déca­
da de 1860.17
Este fenómeno concuerda perfectamente con los resultados de un
reciente estudio sobre el mercado interior de cereales (1821-1865),
que, a juzgar por la variación del precio del centeno, parece comple­
tamente integrado a partir de la década de 1820 y no parece ni tan

15. R. Spree, Die Wachstumszyklen..., op. cit., pp. 303-312; R. Fremdling,


Eisenbahnen u n d ..., op. cit., pp. 150-158. Sobre este tema existe también un
trabajo no publicado de Fremdling.
16. Aproximadamente dieciocho meses después del comienzo de la cons­
trucción (cf., sobre esto, R. Fremdling, Eisenbahnen u n d ..., op. cit., pp. 132-
163). Para una tesis similar basada en el caso sajón, cf. P. Beyer, Leipzig und
die Anfánge des deutseben Eisenbabnbaus, Weimar, 1978.
17. P. Huber, «Regional expansión und Entleerung in Deutschland des 19.
Jnhrhunderts. Eine Folge der Eisenbahnentwicklung?», en R. Fremdling y
R. Tilly, eds., Industrialisierung und Raum. Studien zar regionalen Difieren-
zierung im Deutsçhland des 19. Jahrbunderts, Stuttgart, 1979, pp. 27-53.
1 6 6 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

siquiera mínimamente influido por el advenimiento de las comunica­


ciones ferroviarias e interregionales.18
Tales resultados tienen un significado particular respecto a las
frecuentes suposiciones sobre el papel del ferrocarril como verdade­
ro instrumento de desarrollo utilizado por los gobiernos con ante­
rioridad a que se hubiera desarrollado una demanda: estos estudios
trastocan estas certidumbres, dado que llegan a juzgar la interven­
ción gubernamental no sólo inútil, sino hasta perjudicial.19 Pero si,
después de todo, las vías férreas fueron en realidad la respuesta a
una demanda ya existente, sería necesario entonces explicar cómo
esta demanda se desarrolló en la década de 1840 (o desde antes, si
se acepta la idea de la presencia de obstáculos de naturaleza no eco­
nómica en la década de 1830).20 Aparte de la natural adversión del
historiador a usar un deus ex machina (como las vías férreas) y su
tendencia a explicar todo cambio remontándose a los antecedentes,
en el caso en cuestión existe más de un motivo para tomar seria­
mente en consideración el papel de las transformaciones anteriores
al inicio del despegue. En el apartado siguiente examinaremos algu­
nas de estas consideraciones, pero sería mejor denominarlas condicio­
nes previas para la industrialización, que precedieron, provocaron y
acompañaron a los cambios del período del despegue.

2.1. El papel del comercio

Una de las más importantes de dichas transformaciones fue la


expansión a partir del siglo xvi de una actividad industrial orientada
hacia la exportación en varias áreas rurales de Alemania. El resultado

18. R. Fremdling y G. Hohorst, «Marktintegration der preussischcn Wirt-


schaft des 19. Jahrhunderts», en R. Fremdling y R. Tilly, eds., Industridisierung
u n d o p . cit., pp. 56-99. Cf., también, el comentario de R. Spree, ibid.,
pp. 101-104.
19. R. Fremdling, Eisenbabnen u n d ..., op. cit., especialmente, pp. 109-132,
donde critica la vieja, pero aún útil, obra de D. Eichholtz, Junker und Bour-
geoisie in der preussischen Eisenbahngeschichte, Berlín Este, 1962. Sobre la
cuestión en general, de la intervención del gobierno en esta fase de la indus­
trialización prusiana, cf., también, J. Kocka, «Preussischer Staat und Modern-
isierung ¡m Vormarz», en H. U. Wehler, ed., Sozialgescbicbte H eu te..., op. cit.,
pp. 211-227.
20. Al respecto, cf. Eichholtz, Junker u n d ..., op. cit.
LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 167

tic este complejo e importante fenómeno, hoy cada vez más frecuen­
temente definido como «protoindustrialización», fue el relativo incre­
mento de capas de semiproletarios dependientes de una renta no
agrícola, el desarrollo de mercados interregionales para los productos
agrícolas y para los protoindustriales, como los tejidos, y la acumu­
lación de capital en manos de mercaderes que organizaban nuevos
negocios, que suministraban la base de una posterior expansión de
la industria rural. El volumen de Kriedte, Medick y Schlumbohm
describe, en un contexto europeo, cierto número de casos alemanes,
algunos de los cuales se han convertido en objeto de estudios espe­
cíficos por parte de estos y de otros autores, entre los que me place
recordar el de Mager sobre la Westfalia oriental.11 No es ciertamente
fácil discutir sobre la «protoindustrialización» como fase preparato­
ria de la Revolución industrial del siglo xix, ya que se trata de un
concepto general que presupone transformaciones globales bastante
más amplias que, por ejemplo, la tecnología de una rama dada de la
industria textil. Sin embargo, gracias al diligente trabajo de estos y
otros estudiosos, como el difunto Herbert Kisch, estamos en condi­
ciones de identificar los centros dinámicos del desarrollo industrial
de tipo artesanal, claramente emergentes en el siglo x v i i i en ciu­
dades como Krefeld, Elberfeld y Barmen o en regiones de Sajonia,
como el condado de Zwickau.2 De estas áreas proceden no sólo los21

21. Cf. P. Kriedte, H . Medick y J. Schlumbohm, Induslrialisierung por


der Industrialisierung. Gewerbliche Warenproduktion auf dem Land in der
Formationsperiode des Kapitalismus, Gotinga, 1977 (hay trad. cast.; Industria­
lización antes de la industrialización, Crítica, Barcelona, 1986); J. Schlumbohm,
«Der saisonale Rhythmus der Leinenproduktion im Osnabrflcker Lande im
spatcn 18. und in der ersten Halfte des 19. Jahrhunderts: Erscheinungsbild,
Zusamraenhange und interregionaler Vergleich», Archiv für Sozialgeschichte,
XIX (1979), pp. 263-298; ídem, «Protoindustrialisierung im Ravensberger und
Osnabrücker Lande. Bevblkerung, Wirtschaft, Gesellschaft in einem Gebiet
verdichteten landlichen Gewerbs vom 16. bis zum 19. Jahrhundert», Archive
in Niedersachsen (1979), parte 1; W. Mager, Gesellschaftsformation in Übergang:
agrarisch-gewerbliche Verflechtung und soziale Dynamik ¡n Ravensberg wüh-
rend der früben Neuzeit (16. 1. Hülfte 19. Jh.), comunicación no publicada
presentada en el Congreso sobre la protoindustrialización celebrado en Bad
Homburg, en mayo de 1981.
22. Cf., por ejemplo, H. Kisch, «Prussian mercantilism and the rise of
the Krefeld silk industry. Variations upon an Eighteenth-century theme», Tran-
sactions of the American Philosophical Society, parte 7 [s.n ., 58] (1968);
ídem, «From raonopoly to Laissez-faire: the early growth of the Wupper Valley
168 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

excedentes de mano de obra y los comerciantes capitalistas que carac­


terizaron la protoindustrializadón, sino también el trabajo artesanal
especializado y los empresarios industriales innovadores a los que se
debe el desarrollo industrial concentrado en la fábrica del siglo xix.
Si bien las investigaciones sobre el tema aún no han llegado al estadio
en el cual las evidencias de carácter cuantitativo sobre la contribu­
ción ofrecida por el incremento de la actividad de tipo artesanal en
el campo textil y metalúrgico a la industrialización alemana pueden
sintetizarse fácilmente, sin embargo, resulta bastante claro, por un
lado, que los ejemplos locales de rápido desarrollo industrial fueron
numerosos bastante antes de 1840 y, por el otro, que su efecto acu­
mulativo pudo, presumiblemente, ejercer un peso suficiente para esti­
mular las inversiones de la década de 1840.
En Alemania, como en otros países, la industria rural producía
para la exportación: por eso no nos parece carente de sentido basar
la valoración del efecto de la protoindustrializadón en un examen
de la literatura sobre el papel desempeñado por el comercio exterior.
Un punto de partida sobre dicha cuestión lo ofrecen los estudios,
extremadamente ricos, de Kutz.*23 En ellos se intenta reconstruir los
flujos del comercio exterior alemán anteriores al Zollverein, la Unión
Aduanera de los estados alemanes, a través de las estadísticas de los
países con los que mantenían reladones comerciales de mayor cuan­
tía (Gran Bretaña, Holanda, Francia, etc.). Esto ha conducido a la
elaboración de un cuadro caracterizado por: 1) un comercio exterior
en expansión durante todo el período, incluso durante las guerras
napoleónicas (y en mayor medida de lo que sugería la documentación
precedente); 2) una balanza comercial más favorable, por ejemplo
con Gran Bretaña, respecto de lo que se consideraba en el pasado;
y 3) una estructura comercial dominada por la exportación de pro­
ductos primarios y por la importación de productos coloniales e inter­

textile trades», Journal of European Economie Hislory, I (1972), pp. 298-407;


idem, The crafts an tbeir role in the Industrial Revolution: tbe case o f the
Germán texlile industry, tesis leída en la Universidad de Washington, 1958.
23. M. Kutz, Deutscblands Aussenhandel, 1789-1834, Wiesbaden, 1974,
se trata de una versión revisada de una tesis leída en 1968. Cf., también, idem,
«Die deutsch-britischen Handelsbeziehungen, 1790-1834», Vierteljahrschrift für
Sozial- und Wirtscbajtsgeschicbte, LVI (1969), pp. 178-214; idem, «Die Ent-
wicklung des Aussenhandcls Mitteleuropas zwischen Franzbsischer Revolution
und Wiener Kongrcss», Gesehicbte und Gesellschaft, VI (1980), pp. 538-558.
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 169

medios o semielaborados. El estudio de Kutz ha sido continuado por


Von Borries para los años comprendidos entre 1836 y 1856. En el
mismo aporta nuevos datos por lo que respecta a los precios y pro­
pone cierto número de otras rectificaciones a algunas estadísticas
comerciales preexistentes; este trabajo propone también algún ele­
mento para la valoración del papel desempeñado por el comercio
exterior. Nos parecen de particular relieve, por un lado, las conside­
raciones relativas al nivel, decididamente moderado, de la tasa de
crecimiento del comercio exterior hasta 1850, mientras que en la
siguiente década aquélla estuvo caracterizada por valores sorprenden­
temente elevados; por el otro, las observaciones sobre la estructura
de las exportaciones alemanas en ese período, dominadas por las
materias primas y por los productos manufacturados acabados. El
conjunto de estos elementos induce a Von Borries a calificar a la Ale­
mania de los años inmediatamente posteriores a 1850 como «un país
industrial».24
Este valioso conjunto de informaciones implica, en primer lugar,
la exigencia de una interpretación que esté en condiciones de rela­
cionar los rasgos tendendales del comercio exterior con la elección
de opciones en materia de política comercial. El bien documentado
estudio de Ohnishi sobre la Unión Comercial prusiana (1818-1833)
muestra la presencia de una fuerte y aun decisiva motivación de
carácter fiscal en su base constituyente, poniendo de relieve las con­
secuencias positivas de la aparición de la Unión y, un poco sorpren­
dentemente, también de los significativos (y crecientes) efectos pro­
teccionistas en favor de la naciente industria alemana.21 La obra
de Dumke amplió, posteriormente, el horizonte de la discusión,“ 2456

24. Von Borries, Deutscblands Aussenbandel 1836-1856, Stuttgart, 1970.


También son consultables para ciertos aspectos los vicios estudios de G . Bondi,
Deulscher Aussetthandel, 1815-1870, Berlín Este, 1958, y de W . Hoífmann,
«Strukturwandlungen im Aussenhandcl der deutschen Volkswirtschaft seit der
Mitte des 19. Jahrhunderts», Kyklos, XX (1967), pp. 287-306. El volumen de
\V. Iloffmann y otros. Das Wachstum der deutschen Wirtschaft seit der M itte
des 19. Jabrbunderts, Berlín, Heidelberg y Nueva York, 1965, pp. 520-544,
naturalmente también contienen los datos pertinentes.
25. T. Ohnishi, Zolltarifspolitik Preussens bis M r Gründung des Deutschen
Zollvereins*, tesis presentada en la Universidad de Gotinga, 1973.
26. D. Dumke, The political economy of economic integration: tariffs,
trade and politics of tbe Zollverein Era, tesis leída en la Universidad de
Wisconsin, 1976; Ídem, «Anglo-dcutscher Handçl und Frühindustrialisicrung
170 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

al sostener que el Zollverein no era sino la ampliación de la Unión


Comercial prusiana, dado que sus aranceles, relativamente altos, fue­
ron adoptados por el Zollverein. Y además, lo que tal vez constituye
un hecho todavía más remarcable, Dumke señala que los estímulos
de carácter fiscal tuvieron una importancia decisiva, ya que los esta­
distas prusianos, basándose en su propia experiencia, podían presen­
tar a los gobernantes de los estados pequeños y pobres la perspectiva
de ingresos sustanciosos, evitando recurrir a concesiones de tipo par­
lamentario, como alentadoras ofertas para convencerlos a entrar en
el Zollverein. La atracción de esta tesis reside en el hecho de que
ofrece una explicación de la formación del Zollverein más matizada
que la basada en la argumentación de la existencia de una genérica
voluntad de desarrollo industrial o de unificación política. Con pos­
terioridad a la aportación de Von Borries, Dumke se ocupa de la
cuestión de la estructura del comercio alemán, caracterizada por
la importación de productos coloniales y semielaborados y por la
exportación de materias primas y de productos manufacturados. Cen­
trando su atención en el comercio interior y en el mantenido con
Inglaterra, desarrolla un modelo dualista en el que las provincias
orientales presentan una balanza comercial excedentaria debido a las
exportaciones de productos sin elaborar hacia Gran Bretaña; mien­
tras que las provincias y los estados occidentales mantenían una
balanza comercial deficitaria con Gran Bretaña, a causa principalmen­
te de las importaciones de productos intermedios (como hierro e hila­
dos), y una balanza comercial excedentaria con las provincias orien­
tales, por efecto de unas exportaciones caracterizadas por un claro
predominio de los productos manufacturados acabados. Los altos cos­
tes de transporte limitaban el comercio entre este y oeste a productos
de valor relativamente elevado. A base de comparar términos de
intercambio y volúmenes de comercio, Dumke intentó demostrar que
dicho «sistema» estaba determinado por la demanda inglesa de mate­
rias primas, cuya expansión incrementaba los ingresos de las pro­
vincias orientales y estimulaba su demanda de productos manufac­
turados procedentes de la Alemania occidental; a su vez, esta
expansión general de la demanda interior determinaba mayores im­
portaciones de bienes intermedios procedentes de Gran Bretaña. Las

¡n Deutschland, 1822-1865», Geschicbte und Geselhchajt, V (1979), pp. 175-


200.
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 171

exportaciones de productos manufacturados, sobre todo de textiles


y de productos metalúrgicos producidos a gran escala bajo el modelo
protoindustrial, aumentaron poco con anterioridad a 1850, en gran
medida a causa de la competencia británica. Por otra parte, es inte­
resante señalar que las mencionadas importaciones de bienes inter­
medios, los cuales eran producidos con métodos organizativos y
técnicas relativamente intensivas en capital, implicaban indirecta­
mente un ahorro de mano de obra, que causaba no pocas preocupa­
ciones en las regiones protoindustriales, donde, por el contrario, pre­
valecían métodos de producción basados en una intensiva utilización
del factor trabajo. Un comercio interior que experimentaba una gra­
dual expansión requería mejores transportes, lo que se consiguió me­
diante inversiones dirigidas a mejorar la red de carreteras en la década
de 1820, política que alcanzó su punto culminante con los proyectos
ferroviarios de la década siguiente.
Este «modelo», además de ofrecer una interpretación de las dife­
rentes especializaciones regionales, explica cómo una exportación de
productos manufacturados prácticamente estancada puede coexistir
con un comercio interior en gradual expansión, lo que creó las con­
diciones para favorecer inversiones con que mejorar el sistema de
transportes. De modo que la industrialización alemana se configura
como un caso en el que el crecimiento inducido por cierto tipo de
exportaciones se transforma, progresivamente, en un rápido desarro­
llo industrial fundamentado en la inversión en obras de infraestruc­
tura y en la sustitución de importaciones mediante productos fabri­
cados en el país.

2.2. El peso de la agricultura

Por motivos obvios, ninguna discusión sobre la cronología y los


mecanismos de la Revolución industrial alemana puede descuidar al
sector agrario. Desafortunadamente, sin embargo, la mayor parte de
las contribuciones recientes sigue basándose en las viejas estimacio­
nes de Von Finckenstein, Helling y Hoffmann, y por lo tanto sólo
lia sido superada, en parte, por la incertidumbre de fondo que
caracteriza dichos cálculos, sobre todo en lo que concierne a las
estimaciones sobre el área total cultivada y sobre las tierras dejadas
172 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

en barbecho.27 Por una parte, se puede advertir, aunque con algunas


discontinuidades, una evidente expansión de la producción agraria,
acompañada desde el siglo xvm por aumentos de productividad de
la tierra y del trabajo y por un crecimiento de la relación produc­
to-semilla. En efecto, en el transcurso de la primera mitad del si­
glo xix se registraron progresos en la productividad que podrían haber
contribuido de manera significativa al desarrollo económico que pre­
cedió al despegue.28 Por otra parte, la interacción cíclica señalada por
historiadores como Abel o Spree, el hecho de que los precios agrícolas
tendieran a crecer más, o a disminuir menos, que los industriales, y
la distribución regional y cuantitativa de la producción agrícola con
relación a las exportaciones y al flujo de inversiones extranjeras,
sugieren que la agricultura aportó, a lo sumo, una contribución
limitada al desarrollo del mercado interior en Alemania durante dicho
período.29 Y esa impresión subsiste, a pesar de que varios estudios
(de Müller, Hamisch o Von Hippel, por ejemplo) documentan casos
singulares de contribuciones positivas, ya que dichas aportaciones
ante todo deberían ser debidamente sopesadas y posteriormente
insertas en un contexto más general.30

27. H. W. Finck von Finckenstdn, Die Entwicklting der Landwirschaft


in Preussen und Deutschland, 1800-1930, Wurzburgo, 1960; G. Helling, «Be-
rechnung eines Index der Agrarproduktion in Deutschland ¡m 19. Jahrhundert»,
Jabrbucb fiir Wirlsebaftsgescbicbte, IV (1965), pp. 125-143; ídem, «Zur Ent-
wicklung der Produktivitat in der deutschen Landwirtschaft, im 19. Jahrhun­
dert», ibid., I (1966), pp. 129-141. Para una síntesis de la literatura precedente
y de los datos contenidos en ella, cf. G . Franz, «Landwirtschaft, 1800-1850»,
y M. Rolffs, «Landwirtschaft, 1850-1914», ambos en W. Zorn, ed., Handbucb
d e r ..., op. á t.
28. Cf., al respecto, F. W . Henning, Die Industrialisierung..., op. á t.,
pp. 50-59; R. Tilly, «Capital formation in Germany in the Nineteenth century»,
en R. Mathias y M. Postan, Cambridge Economic History o f Europe, Cam­
bridge, 1978 (hay trad. cast.: «La formación de capital en la Alemania del
siglo XIX», en P. Mathias y M. M. Postan, eds., Historia económica de Euro­
p a ..., op. cit., pp. 543-623).
29. W. Abel, Agrarkrisen und Agrarkonjunktur, Hamburgo, 1966*; R. Spree,
Die Wacbslumszkyfden..., op. cit., especialmente, pp. 131-140; y la obra aún
útil de S. Ciriacy-Wantrup, Agrarkrisen und Stockun&spannen. Zur Frage der
’langen Wellen’ in der wirtschaftlicber Entwicklung, Berlín, 1936.
30. H . Harnisch, «Die Bedeutung der kapitalistischen Agrarreform dür
die Herausbildung des inneren Marktes und die Industrielle Revolution in den
ostlichcn Provinzen Preussens in der ersten Hülfte des 19. Jabrhunderts»,
Jabrbucb für Wirlsebaftsgescbicbte, parte 4 (1977), pp. 63-82, un artículo
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 173

Una cuestión interesante, planteada por la discusión sobre la agri­


cultura alemana, se refiere a las reformas agrarias emprendidas a
comienzos del siglo xix en Prusia. Según una opinión influyente,
conocida como «tesis de Ipsen», las reformas agrarias prusianas
hicieron posible un uso más racional de las tierras cultivables, am­
pliaron el área de las superficies cultivadas a costa de las incultas e
impulsaron el crecimiento demográfico.31 Tal opinión pone el énfasis
sobre los efectos que se derivaron por lo que respecta al aumento
de la capacidad productiva, pero ignora que la redistribución de la
tierra favoreció a los grandes propietarios, como ha sido puesto de
manifiesto por otros estudios (como ejemplo de todos ellos citemos
a Knapp). Estudios recientes, que acabamos de citar, en particular
los de Müller, Harnisch y Dicbler, cuestionan la solidez de la tesis
que acentúa la expansión de la superficie cultivada y el aumento de
la mano de obra como efectos inducidos por las reformas agrarias,
|x>rque Ipsen subvaloró, al parecer, la extensión de la superficie cul­
tivada en el período precedente a las reformas, no tuvo en cuenta
el considerable incremento demográfico que se registró en las provin­
cias del este del Elba durante el siglo xvill y evitó tomar en consi­
deración el hecho, sin duda relevante, de que la redistribución de la
tierra inherente a las reformas se realizó en perjuicio de productores
relativamente eficientes.32 Estas observaciones son importantes por­
que apuntan la posibilidad de que las reformas no hayan sido una

importante; cf., también, H . H . Müller, «Kapitalgesellschaften für Anbau und


Verarbeitung von Zuckerrüben ¡n Deutschland im 19. Jahrhunderts», ibid.,
pp. 113-148; W. von Hieppel, «Bevolkcrungsentwicklung und Wirtschaftsstruk-
tur in Konigreich Würtemberg, 1815-65», en U. Engelhardt y otros, eds., Solide
Bewegung und politisebe Verfassung, Stuttgart, 1976, pp. 270-371.
31. Para la «tesis de Ipsen», cf. G. Ipsen, «Die preussisebe Bauembefreiung
ais Landesausbau», Zeilscbrifl für Agrargescbtcblc und Agrarsoziolog/e, I I
(1954), pp. 29-54, reimpreso, con modificaciones menores, en W. Kollmann y
P. Marschalck, eds., Bcvolkerungsgeschicbte, Colonia, 1972.
32. Cf., sobre todo, R. A. Dickler, «Organization and change in produc-
tivity in Eastern Prussia», en W. N. Parker y E. Jones, eds., European peasants
and tbeir markets, Princeton, 1975, pp. 269-292; H . Hamisch, «Über die
Zusammenhange zwischen sozialdkonomischen, und demographischen Entwic-
klungen im Spatfeudalismus», Jabrbucb für Wirtscbaftgescbicbte (1975), parte 2,
pp. 57-87; y para una excelente discusión sobre la redistribución de la tierra,
idem, «Statistische Untersuchungen zum Verlauf der kapitalistischen Agrarre-
form in den preussischen Ostprovinzen (1811-1865)», ibid., pp. 149-182.
174 LA REV O LU CIÓ N IN D U S T R IA L

condición necesaria ni suficiente para la Revolución industrial, sino


que, por el contrario, hayan levantado una serie de obstáculos a posi­
bles alternativas. Pero esto no significa que el desarrollo de la agri­
cultura no hubiese contribuido efectivamente a la creación de un
mercado interior en Alemania antes de los años cuarenta. Tal hipó­
tesis sigue en pie, aunque se pudiera demostrar que las reformas
prusianas influyeron de tal manera que, en vez de favorecer, limita­
ron el desarrollo del sector agrícola.

2.3. El problema de la escasez de datos

Tratar de establecer cuál fue la relación entre la primera indus­


trialización y la fase del despegue significa enfrentarse al problema
extremadamente difícil de la escasez de datos relativos al período que
la precedió. Pese a los optimistas programas orientados a la recopi­
lación de información estadística relativa al siglo xix, aún son pocas
las series disponibles de cierto relieve para el período anterior a
1830. ¿Cómo puede hablarse de una aceleración en la década
de 1840 si somos conscientes de la forma extremadamente impre­
cisa en que fue calculada? Estas dificultades pueden patentizarse
bastante bien mediante un ejemplo. En una tentativa de calcular la
acumulación de capital en Prusia durante la primera mitad del si­
glo xix llegaba a la conclusión de que se había producido un enorme
salto hacia adelante durante la década de 1840 atribuible a las vías
férreas.33 Obviamente, tal discontinuidad servía de soporte a la tesis
del despegue, pero mi estimación ignoraba algunos fenómenos
potencialmente importantes, como por ejemplo las carreteras locales,
los carros y otros carruajes, las naves, gabarras, etc. En el supuesto
de que el incremento de estos medios de transporte hubiera alcan­
zado una tasa igual a la del incremento de las carreteras generales
y de los canales y ríos navegables (y aplicando estimaciones con­
temporáneas sobre el coste de éstos y de aquéllos), tendríamos que
el capital fijo invertido en el sector de los transportes registró
un aumento durante la década de 1830 del 61 por 100, contra un
aumento del 100 por 100 en la década siguiente.34 Si a este ejem-

33. Véase nota 28.


34. En millones de marcos y a precios corrientes, la inversión neta aumentó
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 1 7 5

pío se añaden algunas breves observaciones sobre la actividad de la


construcción urbana durante la década de 1830, documentable a
partir del impuesto sobre inmuebles, de los contratos de seguros
contra incendios y de los datos sobre la población y el empleo, se
obtiene un diagrama de las inversiones que evidencia que los pro­
gresos de esa década llegan a rivalizar con los de la década de 1840:
el nivel neto de inversión en los años 1830-1840 se situaría en un
85 por 100 por encima del de la década siguiente.31 Debido a las
lagunas existentes en la información estadística, estas estimaciones
podrían estar lejos de suministrar indicaciones ajustadas a la reali­
dad. £1 problema es que son también inciertos los datos que han
servido para enfatizar sobre la ruptura de la década de 1840. En
definitiva, sólo el conjunto más completo de datos relativos a la
década de 1840, junto con una teoría del crecimiento identificada
en gran medida con el crecimiento del sector industrial (y con implí­
citas relaciones con el crecimiento global), nos induce a aceptar la
hipótesis del despegue, hipótesis, por otra parte, frágil y que debe
acogerse con más de una reserva.

2.4. Gran depresión y desarrollo industrial

Al igual que encontramos opiniones discordantes sobre el término


a quo referido a la Revolución industrial en Alemania, del mismo
modo es posible observar en la historiografía económica alemana una
manifiesta diferenciación en relación con su conclusión o, en otras
palabras, su transición hacia la «industrialización madura». La recien­
te reaparición del interés por la historia del ciclo económico en Ale­
mania —la Konjunkturgescbichte— ha vuelto a poner de actualidad
este problema y, en particular, a la relación entre «ondas largas» y
«gran depresión».**3536 Los historiadores de la economía parecen estar

en la década de 1820 en 144 (en vez de 88), en la década siguiente en 313


(en vez de 225) y en la década de 1840 en 816 (en vez de 737).
35. Basado en los datos citados en el texto y en los aportados en mi con­
tribución a la Cambridge Economic H istory... (véase nota 28).
36. Esta relación fue establecida por H . Rosenberg en la década de 1940,
pero el concepto no se difundió en la historiografía alemana hasta la década
de 1960 (cf. H . Rosenberg, Grosse Depression und Bismarckzeit. Wtrtschajtsa-
blauf, GeseUscbaft und Politik im Mitteleuropa, Berlín, 1967). Para la crítica
176 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

de acuerdo sobre el hecho de que la etiqueta «gran depresión» es


una expresión demasiado fuerte si se aplica a las décadas de 1870
y de 1880, teniendo en cuenta las tasas efectivas de crecimiento indus­
trial en Alemania en dichos decenios en relación con las registradas
en períodos precedentes y con la desaceleración del crecimiento eco­
nómico conocida con esta misma expresión en otros países y en otros
momentos históricos. No obstante, pienso que la década de 1870 aún
puede ser considerada como una línea divisoria en la historia econó­
mica alemana; un momento en el que la agricultura —o al menos
el importante sector productor de cereales del este del Elba— se vio
enfrentada a una seria competencia internacional, en el que la cons­
trucción y las industrias que habían establecido estrechos lazos con
la ciencia empezaron a reemplazar el ferrocarril en sus funciones de
sector punta de la economía, y en el que el proteccionismo y la
intervención de los cárteles empezaron a debilitar seriamente el libe­
ralismo como fundamento de la política económica.*37 Carecemos, sin
embargo, de un estudio sistemático que confirme la importancia de
dichas hipótesis. La noción de «gran depresión» como periodo

a este concepto, cf. R. Spree, Wachstumstrends u n d o p . cit., pp. 109-112;


K. Borchardt, «Wirtschaftliches Wachstum, und Wechsellagen, 1800-1914», en
Aubin y W. Zom, Handbucb der deutschen Wirischafts- und Sozialsgeschichte,
I I, pp. 208-209 y 266-267; V. Hentschel, Wirtschaft und Wirtschaftspolitik
im wilbelminiscben Deuslcbland. Organisierter Kapitalismus und Interventions-
staat?, Stuttgart, 1978, especialmente, pp. 205-209. Esta obra abarca todo el
período de lo que se ha definido como la «industrialización madura», o sea,
desde 1860 hasta la primera guerra mundial; trata, además, de muchos pro­
blemas discutidos en el texto, aunque de manera polémica. Debe recordarse
además que W. G. Hoffmann («Wachstumsschwankungen in der deutschen
Wirtschaft, 1850-1967», en W . G . Hofmann, ed., Untersuchungen zum Wacbstunt
der deutschen Wirtschaft, Tubinga, 1971) presenta datos que parecen corro­
borar la existencia de una «gran depresión». Cf., también, Mottek y otros,
Wirtscbaftsgeschicbte..., op. cit., pp. 175-180.
37. Cf. F. B. Tipton, «National growth eyeles and regional cconomic
structures in Nineteenth-century Germany», y R. Tilly, «Konjunkturgeschichte
und Wirtschaftsgeschichte», ambos en W. H. Schróder y R. Spree, eds., Histo-
risebe..., op. cit. Un exponente de la gravedad de la depresión de la década
de 1870 y de la debilidad inicial de la recuperación de la década siguiente fue
la desaceleración de las inversiones en la construcción urbana desde, aproximar
mente, 1875 en adelante. Este tema necesita ulteriores investigaciones; para
una posible forma de enfocarlo, cf. M. Gottlieb, Long Swings in urban deve-
lopment, Nueva York, 1976.
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 177

de transición de la Revolución industrial a la «industrialización ma­


dura» sigue siendo un cómodo recurso organizativo para los histo­
riadores, sobre todo para aquellos que se ocupan de cuestiones polí­
ticas y sociales, pero ello resulta de muy difícil verificación.3*
De todas maneras, es indudable que nos encontramos frente a
un período de industrialización diferente de las fases de la primera
industrialización y del despegue. Algunas de las obras anteriormente
citadas tratan la totalidad o parte del período comprendido entre
la década de 1870 y 1914 (por ejemplo, Spree, Fremdling, Holtfre-
rich, etc.), y existen otros estudios que adoptan el mismo esquema,
centrándose en los indicadores y en las causas determinantes del
desarrollo, a nivel microeconómico, sectorial o macroeconómico. En
ulgunos de estos trabajos hay referencias comparativas que sugieren
la importancia de la «superación alemana de Gran Bretaña» como
tema de investigación. En la obra de Feldenkirchen encontramos un
balance de los elementos positivos y negativos que presenta la evo­
lución de ambos países durante dicho período, del que se desprende
que los positivos se refieren a Alemania. El claro saldo positivo
n favor de Alemania se encuentra además justificado por factores
grandemente familiares para quien haya seguido la discusión acerca
de la debilidad de la economía británica a finales del xix, como: el
marcado éxito alemán en los nuevos sectores de base científica, como
la industria química y la de equipo y material eléctrico, las insuficien­
cias derivadas de la persistencia de las empresas de carácter familiar
y los resultados negativos del papel desempeñado por las inversiones
en el exterior.3839
El análisis de Webb sobre la industria pesada y la política arance­
laria sugiere la existencia de una conexión entre aranceles proteccionis­
tas, cárteles y aumento de la productividad, evidenciando las diferen­
cias entre los resultados registrados en Alemania y en Inglaterra entre

38. Para una dura crítica a este concepto, cf. V. Hentschel, Wirtscbaft
u i t d o p . cit., especialmente, pp. 9-21. Cf. H . U. Wehler, Das deutsebe
Kaiserreicb, 1871-1918, Gotinga, 1975°, como ejemplo de historia general que
logra obtener gran partido de este concepto. Peto debe observarse que Wehler
y Kocka y otros historiadores que se han servido de él han intentado restringir
su utilización al periodo de 1893 en adelante.
39. W. Feldenkirchen, «Die wirtschaftliche Rivalitat zwischen Deutschland
und England im 19. Jahrhundert», Zeitscbrift jür Unlernehmensgeschkbte,
XXV (1980), pp. 77-107. Esta enumeración puede ser excesiva.

12. — NADAL
178 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

1879 y 1914.40 En una serie de publicaciones, Kocka parte de la bien


conocida hipótesis de Chandler sobre las relaciones entre dimensión,
resultados y estructura organizativa de las grandes empresas indus­
triales, y llega a la conclusión de que desde este punto de vista
diversas grandes industrias alemanas se «modernizaron» en mayor
medida y con mayor éxito que las inglesas.41 El elemento compara­
tivo se encuentra presente también en otros estudios sobre el mun­
do empresarial. Este planteamiento, desarrollado de forma digamos
explícita, lo encontramos, por ejemplo, en el libro de Hom y Kocka
dedicado a estudiar los aspectos jurídicos del desarrollo de la empre­
sa en Alemania, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, obra en
la que se atribuye un acusado protagonismo a las empresas alemanas
y a la especial legislación que regulaba su actuación (la cual permitía
los cárteles, el control bancario sobre las inversiones a través de la
presencia de representantes propios en los órganos de control de las
actividades de las sociedades en las que participaba la banca, la fácil
cooperación entre organismos públicos y empresas privadas, como en
el sector de la producción y suministro eléctrico).42 En conjunto, sin
embargo, la cuestión de la «superación» de Gran Bretaña, o también
la de la explícita confrontación entre diferentes países, no ha alcan­
zado gran relieve en la literatura relativa a este período. En efecto,
el mismo paradigma de «desarrollo» se encuentra escasamente pre­
sente en ella y es invocado fundamentalmente en relación con una
amplia gama de otros problemas, como la estabilidad del desarrollo,
el control y la organización de las empresas, los orígenes sociales y la
actividad política de los empresarios, etc. Por razones de convenien­
cia — la elección es totalmente artificiosa— el resto de esta sección

40. S. Webb, «Tariffs, cartels, tcchnology and growth in the Germán


Steel industry, 1879 to 1914», Journal of Economía Hisiory, XL (1980).
41. J. Kocka, Unternehmer i n .... op. cit.; ídem, «Expansion lntcgration-
Diversifikaüon. Wachstumsstrategien industricller Grossuntcrnehmen in Deutsch-
land vor 1914», en H . Winkel, cd., Industrie und Gewerbe ¡m 19. Jabrhundert,
Berlín, 1975, pp. 203-226; J. Kocka y H. Siegrist, «Die hundert grossten deuts-
chen Industricunternehmen im spatcn 19. und frühen 20. Jahrhundcrt. Expan­
sión, Diversifikation und Integration im ¡nternationalen Vergleich», en N. Hom
y J. Kocka, ed., Recht und Entwkklung der Grossunternebmen im 19. und 20.
Jabrhundert. Wirtscbafts-, soxial- und rechtsbistoriscbe Untersucbungen zur In-
dustrialisierung in Deutscbland, Frankreicb, England und den USA, Gotinga,
1979.
42. N. H om y J. Kocka, eds., ibid.
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 179

se centrará en tres de estas cuestiones: la estabilidad del desarrollo,


d papel de la banca y la actividad empresarial.

2.5. La estabilidad del desarrollo y sus artífices:


la banca y los empresarios

Una de las características más sorprendentes del desarrollo eco­


nómico alemán en el transcurso del período comprendido entre 1880
y 1913 es su relativa estabilidad respecto al contexto internacional.
Id fenómeno, ya señalado por Kuznets, Lewis, Milward y Saúl, y
más recientemente por Field, es sorprendente porque estuvo caracte­
rizado por un ritmo de desarrollo relativamente rápido, que vuelve
a cuestionar la tesis, establecida a través de la comparación con
Inglaterra y Estados Unidos, de que la inestabilidad es un precio que
debe pagarse para obtener un fuerte desarrollo.'*3 Field atribuye las
diferencias entre Estados Unidos y Alemania a los distintos modelos
seguidos por lo que respecta a las inversiones ferroviarias, pero no
tiene en cuenta las diferencias en los sistemas monetarios y en las
orientaciones políticas, aspectos que, en cambio, merecen una nota­
ble atención. Como Borchardt y otros han demostrado, el banco
central alemán y el mercado financiero centralizado en Berlín salen
airosos de la comparación con los de otros importantes países, en
particular con los de Estados Unidos, donde la oferta monetaria, la
variación de los tipos de descuento y el número de suspensiones de
pagos por parte de la banca estuvieron muy por encima de los nive­
les alemanes a lo largo de todo el período considerado.4344 Pero, lamen­

43. Cf. A. Field, «The relative stabiliry oí Germán and American indus­
trial growth, 1880-1913», en W. H. Schrddcr y R. Sprce, eds., Historische...»
op. cit., pp. 208-233; W. A. Lewis, Economic growth and jluctuations, 1870-
191J, Londres, 1978; K. Borchardt, «Wirtschaftliches Wachstum ...», art. cit.,
pp. 269-270 .
44. Cf. K. Borchardt, «Wahrung und Wirtschaft», en Deutsche Bundes­
bank, ed., 'Wáhrung und Wirtschalft in Deutschland, 1876-1975, Frankfurt,
1976. £1 apéndice estadístico de dicha obra contiene series muy importantes.
Cf., también, R. Tilly, «Zeitreihen zum Gcldumlauf in Dcutschland, 1870-
1913», fabrbücher für Nalionalokonomie und Statistik, CLXXXVII (1973),
pp. 330-363. Se pueden encontrar datos de carácter comparativo en S. Mishi-
inura, The decline of inland bilis of exchange in tbe London markets, 1855-
1913, Cambridge, 1971, p. 113.
180 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

tablemente, aún no se han aclarado las causas que constituyen la


base de esta estabilidad: podrían ser responsables de ella una polí­
tica bancaria prudente, una situación equilibrada de la balanza de
pagos, o la acusada concentración económica bajo la tutela de la
banca.
El problema de la política del banco central merece mayor con­
sideración con referencia a otra interesante y bien conocida caracte­
rística del desarrollo alemán en los años 1870-1914: la importancia
para la industria alemana del crédito bancario. Esto se explica, en
opinión de varios estudiosos, por el hecho de que la banca disfrutaba
de generosas facilidades para la renovación de los descuentos por
parte del Reichsbank y, en parte, debido a ello, podía conceder sin
limitaciones grandes créditos a la industria.45
Parece existir una relación entre el volumen de depósitos con los
que operaba el sistema bancario y la oferta de dinero por parte del
banco central durante el período de 1870-1913, pero el significado
de este fenómeno, en relación con la industrialización, sigue siendo
oscuro.46 En cambio, algo más clara es la cuestión de las dimensiones,
relativamente grandes, de la banca alemana, como también la de la
existencia de un conspicuo crecimiento de los créditos por cuenta
corriente a las grandes empresas industriales, clientes de los bancos,
o la de los complejos vínculos entre banca e industria (lo que, por
otra parte, está atestiguado por la presencia de representantes de los
establecimientos de crédito en los consejos de administración de las
empresas y por el control que los bancos ejercían sobre el acceso a
los mercados financieros alemanes por lo que respecta a las socieda­
des del sector industrial). Bóhme ha efectuado algunas investiga­
ciones en los archivos de las compañías para estudiar estas vincu­
laciones y pudo llegar a la conclusión de que las estrechas relaciones
con la banca contribuyeron tanto al desarrollo como a la concen­
tración de las empresas.
Eistert y Ringel, en cambio, se interesaron por la comparación
de algunas series que relacionan inversiones y actividad económica de
la industria con los créditos por cuenta corriente concedidos por la

45. K. Borcbardt, «Wahrung u n d ...» , art. cit., especialmente, p. 46;


R. Sylla, «Financial intermediaries in economic history: quantitative research
on the seminal hypothesis of Lance Davis and Alexander Gcrschenkion», en
R. Gallman, Research in economic history.
46. Cf. R. Tilly, «Zeitrcihen zu m ...», art. d t., especialmente, pp. 349-355.
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 181

hanca a las empresas: la conclusión a la que llegaron es la de que


este tipo de créditos «hicieron posible» el crecimiento de las inver­
siones y de la actividad económica entre 1880 y 1913. Utilizando
métodos cronométricos, Neuburger y Stokes relacionaron posterior­
mente la renta nacional con los mencionados datos relativos a la
actividad bancada, llegando a la conclusión de que la banca efectuó
una contribución positiva al desarrollo económico a causa de la con­
centración industrial y del irregular funcionamiento del mercado.
Aun cuando se trata de un notable estudio econométrico, los
datos utilizados no ofrecen el debido sostén al análisis; porque,
excepto para casos aislados (por ejemplo, fusiones o constitución
de nuevas sociedades), en general no se dispone de cifras precisas
por lo que respecta a la actividad de los bancos.4748Una vez consta­
tadas las insuficiencias de los datos oficiales disponibles y la falta
i!e consistencia de los materiales de archivo de los bancos, algunos
historiadores han dirigido su atención hacia las empresas industria­
les que disfrutaron de créditos bancarios con el fin de analizar el
papel de la banca en el desarrollo industrial. Feldenkirchen, Hents-
chel, Kocka y Strobel presentan un cuadro altamente diferenciado: a
veces es la autofinandación la que tiende a prevalecer (y esto también
es válido para las empresas muy grandes, cuando la disponibilidad
de materiales de archivo hizo posible esta investigadón), en otros
momentos, en cambio, desempeñaron un papel decisivo los créditos
bancarios y/ o la utilizadón del mercado financiero.4* En consecuen-

47. H . Bohme, «Bankenkonzentration und Schwerindustrie, 1879-96. Be-


mcrkungen zum Problcm des “Organisierter Kapitalismus”», en H . U. Weh-
Icr, ed., Sozialgescbicbte H eu te..., op. cit., pp. 432-451; E. Eistert, Die Beein-
ftussung des Wirlschaftswachsiums tu Deutscbland, 1880-1913 dureb das Ban-
kensyslem, Berlín, 1970; E. Eistert y J. Ringel, «Die Fínanzierung des Wirt-
tchaftlichen Wachstums durch die Banken», en W . C. Hoffmann, ed., Un-
tersucbungen z u m ..., op. cit., pp. 93-166; H . Neuburger y H . Stokes, «Germán
Banks and Germán growth, 1880-1913: an empirical view*, Journal of Econo-
mic History, XXXIV (1974), pp. 710-731; R. Ftemdling y R. Tilly, «Germán
banks, Germán growth and econometric history», Journal o f Ecouomic His­
tory, XXXVI (1976), pp. 416424.
48. Neuburger dispuso, además, de materiales relativos a empresas han-
carias e industriales par» documentar algunos casos interesantes que apoyan la
posibilidad, aunque también muestran los límites del apoyo bancario a la indus­
tria (cf. H . Neuburger, Germán banks and Germán economic growth from
Unif¡catión to World War One, Nueva York, 1977; peto cf., también, E. Ach-
Icrberg, «Die Industrie am Rande der Bankgeschichte, Rhein und Ruhr zwischen
182 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

cía, relación muy estrecha, pero no causalidad directa: una observa­


ción tal vez decepcionante, pero signilicativa en muchos aspectos.
A la luz de esta ambivalencia es probable que la lograda imitación
del sistema bancario de tipo alemán en el extranjero, por ejemplo
en Italia entre 1894 y 1914, no fue sólo una cuestión de pura técnica
bancaria.49 Y viceversa, es dudoso que tal estructura, por sí misma,
hubiese podido orientar de manera diferente el desarrollo en países
en los que prevalecía un tipo de sistema bancario distinto. Desde
este punto de vista, Gran Bretaña es el caso clásico.50
Los estudios sobre la historia económica alemana del período
1870-1914 parecen muy decantados hacia la historia de las empresas,
sin duda porque en este período las grandes compañías adquirieron
gran importancia, no sólo económica, sino también en el plano social
y político. Pero no debemos olvidar una segunda motivación, que
podríamos definir como de carácter práctico-organizativo, y que
reside en la creciente disponibilidad y aprovechamiento de los fon­
dos archivísticos de las empresas, lo que ciertamente convierte en
menos dificultoso que en el pasado este tipo de estudios.51

1870 und 1914», Archio des Institutos für Bankhistoriscbe Forscbung, I I


(1972); J. Kocka, Vntemebmensverwdtung und Angestolltonschoft am Beispiel
Siemens. Zum VerhSltnis von Kapitaiismus und Bürokratie in der deutseben
Industrdisierung, Stuttgart, 1969; A. Strobcl, «Die Gründung des Züricher
Elektrotmsts. Ein Vetrag zum Unternchmergcschaft der deutschcn Elektroín-
dustrie, 1895-1900», en E. Hassinger y otros, ed„ Festschrift für C. Bauer, Ber­
lín, 1974, pp. 303-352; V. Hentschel, Wirtsebaftsgescbiebto der Mascbinenfabrik
Esslingen AG. 1846-1918, Stuttgart, 1977; W. Feldenkirchen, «Banken und
Stahlindustrie im Ruhrgebeit. Zur Entwicklung ihrer Bcziehungcn, 1873-1914»,
Bankbistoriscbes Arcbiv Zeitschrift für Bankengeschichte (1979), parte 2, pp.
26-52.
49. Cf. P. Hertner, «Das Vorbild deutscher Univcrsalbankcn bei der
Gründung und Entwicklung italienischer Geschaftsbanker neuen Typs, 1894-
1914», en F. W. Henning, ed., «Entwicklung und Aufgaben von Vcrsicherungen
und Banken in der Industrialisierung», Scbriften des Vereins für Soiidpalitik
[s. n., 105] (1980), pp. 195-282.
50. Cf., al respecto, S. B. Saúl, Industridhation and de-industrialiiation?
The interaction of the Germán and British economías before tbe First World
War, Londres, 1980.
51. H. Pohl de Bonn tuvo un papel particularmente determinante en la
reanudación de los estudios sobre la historia de los negocios que ha tenido
lugar en el transcurso de los últimos cinco años aproximadamente. La rees­
tructuración de la revista Zeitschrift für Untornehmensgescbichto, de la que
es redactor, refleja esa recuperación.
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 183

Citemos otro clásico en este campo, aunque sólo han transcurrido


diez años de su publicación: el estudio de Kocka sobre la gran
industria, centrado en la empresa Siemmens.52 El autor realiza una
sutura entre los problemas de naturaleza estrictamente económica
de la empresa (el marketing, la financiación, las transformaciones téc­
nicas) y temas tomados a préstamo de la sociología (el conflicto, el
poder, la burocracia, la movilidad social), aportando al mismo tiem­
po un análisis del papel de la burocracia en el proceso de la indus­
trialización alemana y esbozando una interpretación del desarrollo
económico a fines de la «Era guillermina», basada en el concepto de
«capitalismo organizado» (lo que permite, entre otras cosas, poner
de manifiesto la cooperación entre las empresas y la intervención
gubernamental para sostener, pero también para controlar a las em­
presas a través de las ayudas concedidas).53
El trabajo de Kocka no ha sido continuado por otros del mismo
tipo, pero muchas publicaciones han recogido algunas de sus pro­
puestas. Por ejemplo, Schulz aprovechó su historia de la sociedad
electrotécnica de Colonia Felton & Guilleaume para analizar a fondo
las transformaciones en la estructura social, en particular, el desarro­
llo de la fuerza de trabajo industrial, incluido el trabajo asalariado
de los trabajadores de «cuello blanco».54 La movilidad social y la
organización política de los dirigentes de empresa constituirán las
dos últimas cuestiones a tratar en este apartado.
Los estudios de Henning, Kalble, Pierenkemper y Stahl sobre los
orígenes sociales, sobre el nivel educativo y sobre la carrera de los
dirigentes de las empresas alemanas de mayor vuelo se han ocupado
de diferentes grupos empresariales, con algunas superposiciones, y si
bien tal vez no son totalmente representativos del mundo empresa­

52. J. Kocka, Unternebmensverwaltung i/nd..., op. cit.


53. No es posible discutir aquí sobre el «capitalismo organizado», para
lo cual cf. H. A. Winkler, ed., Organisierter Kapitalismus, Gotinga, 1974,
y V. Hentschcl, Wirtscbaft u n d .... op. cit., quien discrepa y polemiza contra
este concepto, especialmente, pp. 9-21. Para una breve síntesis de este tipo de
historia social y económica que reafirma la importancia de la burocracia, cf.
J. Kocka, «Capitalism and bureaucracv in Germán industrialization before
1914», Economic History Revieut, XXXIV (1981), segunda serie, pp. 453-468.
54. G. Schulz, «Die Arbeiter und Angestellten bei Felten & Guilleaume.
Sozialgeschichtliche Untersuchung eines Kolner Industrieuntemehemens im 19.
und beginnenden 20. Jahrhundert», Zeilschrít fiir Unteruehmensgeschichte, 13
Wiesbadem (1979).
184 LA REV O LU C IÓ N IN D U ST R IA L

rial germánico ofrecen, sin embargo, una representación del mismo


bastante satisfactoria.9 Estas obras tienen, sobre todo, el mérito de
poner de relieve el alto grado de autorreclutamiento entre dirigen­
tes de empresa, a través de confrontaciones intergeneracionales de las
fundones directivas. Ello asesta un golpe decisivo a la vieja tesis
según la cual la industrialización llevaba consigo una notable movi­
lidad social en sentido vertical. Kalble demuestra que en realidad
las cosas sucedieron de manera diferente, porque la industria no
«necesitaba» muchos dirigentes y revela, al igual que Henning, que
el grado de autorreclutamiento era directamente proporcional al nivel
de la escala jerárquica del mundo económico. Pierenkemper, en un
estudio sobre los dirigentes de la industria pesada en Westfalia, pone
de manifiesto, por una parte, la vinculación entre el buen funciona­
miento de una empresa durante el período 1850-1913 y la creciente
cualificación de sus dirigentes, derivada de niveles educativos más
elevados, y por otra, la estrecha conexión entre estos últimos y la
restricción del campo social de reclutamiento.9 Sobre la base de estos

55. H. KSlble, Berliner Unlernehmer wabrend der frühen Industridisierung


Herkunft, sozialer Status und politischer Etnfluss, Berlín, 1972; Ídem, «Sozialer
Aufstieg in Deutschland, 1850-1914», Vierteljabrschrift für Sozial- und Wbrt-
schajtsgeschichte, LX (1973), pp. 4147; T. Pierenkemper, Die westfálíscben
Scbweríndustriellen, 1852-1913. Eine Modelluntersuchung tu r bhlorhehen Un-
ternehmerforschung, Gotinga, 1979. Para una opinión contraria, cf. W . Stahl,
Der Elitckrehlauf in der Unternebmerscbaft, Frankfurt, 1973. Para una dis­
cusión de los procesos que se desarrollaron en Alemania en confrontación
con los de otros países, cf. H. Kalble, «L’évolution du recrutement du pa-
tronat en Allemagne comparée a celles des États-Unis et de la Grande Bre-
tagne depuis la révolution industrielle», en M. Lóvy-Leboyer, ed., «Le patra­
ña t de la seconde industrialisation», Cabíers du Mouvement Social, 4 (1979).
El mismo autor estudió la educación como instrumento de ascenso y de
movilidad social, en general, con resultados decepcionantes (cf. H . Kalble,
«Chancengleichheit und akademische Ausbildung in Deutschland 1910-1960»,
Geschíchte und Gesellscbaft, I, 1975, pp. 121-149). Un penetrante estudio
regional, que examina también el papel de los dirigentes de las pequeñas em­
presas, se encuentra en el artículo de H . Henning, «Soziale Verflechtung der
Untcmehmer in Westfalen, 1860-1914», Zeitscbríft für Untemebmensgescbicbte,
X X III (1978).
56. H . Kalble, «Chancengleichheit u n d ...», art. cit.; T. Pierenkemper, Die
westfalische...» op. cit. Pero, sin embargo, debemos decir que parecen aumen­
tar los testimonios según los cuales en el nivel más bajo de la escala jerárquica,
la movilidad, por efecto de un aumento del rendimiento de las instituciones
educativas durante la década de 1850, se vio obstaculizada por la existencia
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 185

estudios no es, ciertamente, posible llegar a la conclusión de que la


Alemania de la «Era guillermina» no poseyera movilidad vertical ni
«espacio en la cúspide» de la pirámide económica, sino que aquélla
era menor de lo que la vieja literatura y ciertos ideológos nos induje­
ron a creer.
Uno de los terrenos en los que se puede someter a prueba la tesis
que afirma que la Alemania guillermina estaba lanzada en la carrera
del «capitalismo organizado» lo aporta la actividad organizativa de
los dirigentes industriales.
Wehler, en un volumen sobre Bismatck y en publicaciones suce­
sivas, incluida su contribución en el libro de Winkler, Organisierter
Kapitalismus, ha documentado esta actividad, dedicando particular
atención a las organizaciones que sostenían los intereses alemanes en
el extranjero.*5758Los estudios de Kalble, UUman, Mielke, y de Puhle
si queremos incluir también los intereses agrarios en las filas de los
hombres de «negocios», se ocupan de la constitución de ciertas orga­
nizaciones y de su éxito para influir en las decisiones gubernativas.9
El resultado tal vez más interesante de todas estas investigaciones
lo constituye el descubrimiento de que las organizaciones en cuestión

de una superabundancia de dirigentes y empleados técnicos medios, un desarro­


llo que amenazaba reducir la posición diferencial de renta de estas capas socia­
les frente a los trabajadores de nivel inferior y aumentar sus diferencias respecto
a los altos directivos. Si fuese verdad, como sugiere el estudio de Pierenkemper,
que el escalón de los altos directivos empresariales en Alemania iban mejorando
su propio nivel educativo, este campo necesitaría una interpretación bastante
diferente. Para cualquier cuestión a este respecto, cf. Kocka, «Capitalista and
bureaucracy...*, art. cit., pp. 460-461 y 463.
57. H. U. Wehler, Bismarck und der Imperialismus, Colonia, 1969; Ídem,
Das deulsche Kaiserreicb, 1871-1918, op. cit.; ídem, «Der Aufstieg des orga-
nisierten Kapitalismus und Intervcntionsstaates in Deutschland», en H . A.
Winkler, ed., Organisierter Kapitalismus, op. cit.; D. Stegmann, Die Erben
Bismarcks. Parteien und VerbSnde and der SpStphase des Wilhelminiscben
Deutschland, Sammlungspolitik, 1897-1918, Colonia, 1970.
58. H. Kalble, Induslrielle Interessenpolilik in der Wilhelminiscben Ge-
sellschaft, Cenlralverband Deutscher Industrieller, 1895-1914, Berlín, 1967;
S. Mielke, Der Hansabund fiir Gewerbe, Handwerk und Industrie, 1909-1914.
Der gescheiterte Versuch einer antifeudalen Sammlungspolitik, Gotinga, 1976;
H. P. Ullmann, Der Bund der Industriellen. Organisatorische Einflüsse und
Politik klein- und mittelbetrieblicber Industrieller im Deutscben Kaiserreicb,
1895-1914, Gotinga, 1976; H. J. Puhle, Agrariscbe Interessenpolilik und preus-
sischer Konservalismus im Wilhelminiscben Reicb, 1893-1914, Bonn y Bad Go-
desberg, 19752.
186 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

actuaban a menudo de manera contradictoria y, por tanto, no estaban


exentas de la posibilidad de ser a su vez manipuladas por parte de
los funcionarios gubernamentales y por los políticos, justamente las
personas cuyas acciones hubieran debido influenciar. Uno de los pun­
tos más débiles, característicos de esta literatura, parece ser la forma
inadecuada con la que se enfrentan al estudio de tales organizaciones
y de sus programas públicos, encaminados a la defensa de sus verda­
deros intereses, es decir, de los intereses económicos concretos que,
presumiblemente, estaban en juego. Resultados muy útiles a este res­
pecto podrían obtenerse de la investigación sobre empresas particu­
lares y/o sectores, como por ejemplo la de Webb sobre la industria
pesada que hemos citado anteriormente, la de Blaich sobre los con­
venios comerciales, los cárteles y los trusts, las de Bolcke sobre
Krupp, o la de Kirchner sobre la política arancelaria y los intereses
de los exportadores.59

3. D iferencias regionales

Muchos de los trabajos citados en el apartado anterior son en


realidad estudios regionales más que «alemanes» (por ejemplo, el
de Holtfrerich). Otros se ocupan de la dimensión de la industriali­
zación, cuyos contornos se difuminan enormemente cuando, junto
con ésta, se presenta un breve sumario de los procesos de larga dura­
ción, como por ejemplo en el de Dumke. Sin embargo, con toda
probabilidad, hay pocos países industrializados cuya historia econó­
mica haya estado influenciada, en mayor medida, por las diferencias
regionales como en el caso de Alemania. De hecho, la historia eco­
nómica regional es una vieja y sólida tradición en Alemania, hasta

59. F. Blaich, «Ausschliesslichkeitsbindungen ais Wege zur industriellen


Konsentration in der deutschen Wirtschaft bis 1914», en N. Hora y J. Kocka,
eds., Recht u n d ..., op. cit., pp. 317-342; ídem, KartelU und Monopolpoliltk
tm Kaiserlichen Deutscbland. Das Problem der Markmacbt trn deutschen Reich-
tag zwischen 1879 und 1914, Düsseldorf, 1973; Ídem, Der Trustkampf (1901-
1905). Ein Beitrag zum Verhalten der Minislerialbürokratíe gegenüber Verbands-
interessen im Wilhelminiscben Deutscbland, Berlín, 1975; W. Bolcke, Krupp
und die Hohenzollern in Dokumenten, Frankfurt, 19702; W. Kirchner, «Rus-
sian tariffs and foreing industries befare 1919: the Germán entrepreneur's
perspective», Journal of Economic History, XLI (1981), pp. 361-379.
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 1 8 7

el punto de que el estudioso moderno Knut Borchardt dio su nom­


bre a esa persistente práctica que se ha prolongado hasta nuestros
días. La «ley de Borchardt» establece que por cada generalización
en la historia económica alemana propuesta por un estudioso, es
posible encontrar otro historiador dispuesto a refutarla sobre la base
de un estudio regional. No es sorprendente, por tanto, que la historia
económica en Alemania haya mostrado recientemente un notable
interés por las diferencias regionales y dedicado particular atención
a los problemas del desarrollo económico y de la industrialización.®
Por lo menos, existen dos buenas razones de carácter metodo­
lógico que inducen a tomar en consideración las dimensiones regio­
nales de la industrialización alemana. En primer lugar, la estructura
temporal y sectorial de la industria alemana pudo haber variado
considerablemente de región a región, hasta el punto de que la «in­
dustrialización alemana» puede ser el resultado de unos promedios
o de un artificio que oculta componentes profundamente diferentes.
En este caso, para comprender la naturaleza del proceso de indus­
trialización se necesitaría una explicación: 1) de las transformaciones
a nivel regional; 2) de cómo cambió en el curso del tiempo el peso
específico de las diferentes regiones; 3) de las relaciones entre las
diferentes regiones. En segundo lugar, el proceso de industrialización
tuvo, sin duda, consecuencias sociales y políticas diferentes en cada
una de las regiones, las cuales, además de tener que ser estudiadas
y comprendidas en su especificidad, deben examinarse también desde
la perspectiva de sus eventuales efectos sobre la industrialización del
conjunto del país, un tema que nos proponemos desarrollar más ade­
lante.
No son muchas las obras que podemos citar aquí: por ello nos
limitaremos sólo a las más importantes. El concepto de protoindus-
trialización, ya mencionado anteriormente, nos lleva directamente a60

60. Para una reciente reseña de estos estudios, cf. H. Kicsewetter, «Erkla-
rungshypothesen zur regionalcn Industrialisierung in Deutschland im 19. Jahr-
hundert», Vierteljahrschríft ftir Sozial- und Wirtschaftsgeschichte, LXVII (1980),
pp. 305-333; la compilación de los ensayos en Fremdling y Tilly, Industrialisie-
rutig u n d ..., op. cit., y la compilación de ensayos sobre diferentes países,
incluida Alemania, a cargo de S. Pollard, Región und Industrialisierung. Studien
zur Rolle der Región in den 'Wirtschaftsgeschicbte der letzten zu>ei Jahrhunderte.
Gotinga, 1980.
188 LA REV O LU CIÓ N IN D U S T R IA L

los trabajos de Herbert Kisch sobre los centros de la industria textil


en el área renana.® Estos estudios revelan el crecimiento de las
exportaciones de tejidos, la comercialización de la agricultura, el
desarrollo de una fuerza de trabajo asalariada, en principio sólo en
el campo, y la acumulación de capital en manos de algunos merchants-
clotbiers: todos estos procesos se remontan al menos al siglo xvn y
se desarrollaron cada vez con mayor intensidad durante el siglo
siguiente, hasta obligar a plantear la existencia de un «auténtico
comienzo» de la industrialización alemana. Esta interpretación ha
sido avalada, pero también parcialmente modificada, por un artículo
de Reulecke sobre una de las regiones renanas estudiadas por Kisch.
El ducado de Berg, a pesar de registrar un considerable progreso
industrial, especialmente a partir de la década de 1750, se encontró
bastante atrasado respecto de los centros textiles ingleses cuando,
después de la paz de 1815, se produjo la recuperación del comercio
internacional.® El mismo tipo de argumentación se encuentra pre­
sente en una contribución de Fischer, que ya tiene algunos años pero
que aún conserva su importancia.61623 Sobre la base de la teoría de la
industrialización en estadios, de Hoffmann y Rostow, observa que
en el caso alemán dichos modelos deben ser modificados para poder
tener en cuenta las diferencias regionales; sostiene además que debe
abordarse la cuestión del papel de las regiones punta, por lo que
respecta, por ejemplo, a ciertas áreas de Sajorna y de Renania — sin
embargo, tal proposición también es válida para los sectores punta— ,
a las cuales, aunque no precise fechas, atribuye una rápida industria­
lización muy superior al desarrollo de la industria pesada en la fase del
despegue. Con el respaldo de este tipo de observaciones es posible
cuestionar no sólo las tesis de Rostow y de Hoffmann, sino también
las de Gerschenkron. Uno de los aspectos de la historia económica
alemana que necesita con mayor urgencia una profundización de las

61. Véase nota 22. Estos ensayos serán publicados en un libro de pró­
xima aparición.
62. J. Reulecke, «Nachzugler und Pionier zugleich: das Bergische Land
und der Beginn der Industrialisierung in Dcutschland», en Pollaxd, Región
und industrialisierung, op. cit.
63. W. Fischer, «Stadien und Typen der Industrialisierung in Deutschland.
Zum Problem ihrer regionalen Differenzierung», reimpreso en W . Fischer,
Wirlscbaft und Gesellschaft im Zeitalter der Industrialisierung, Gotinga, 1972,
pp. 464-473.
LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 189

investigaciones es el proceso de difusión del desarrollo industrial a


partir de estos centros hacia otras partes de Alemania, al igual que
uno de los resultados más diáfanos surgidos de las obras recientes
sobre las características regionales de la industrialización alemana ha
sido el de poner el acento sobre su irregularidad. El desarrollo de una
región no contribuía automáticamente, a través del comercio, de la
movilidad de los factores de producción o de la difusión de los conoci­
mientos técnicos, al desarrollo de otra. El tema del desarrollo regional
y la cuestión de las diferencias en la distribución espacial de la renta
y de sus divergencias o convergencias en el tiempo son parte inte­
grante del debate sobre la industrialización alemana desde hace ya
casi veinte años.*4 Podemos recordar, ante todo, la obra de Borchardt,
centrada en el estudio de las diversidades regionales entre el desarro­
llo de la Alemania oriental y el de la occidental. Utilizando como
indicador (junto a otros) el número de médicos per cápita a nivel
provincial, llegaba a la conclusión de que las diferencias observables
a comienzos del siglo xx ya estaban presentes a comienzos del siglo
anterior. Esto significa que tales diversidades constituyen un fenó­
meno heredado de la época preindustrial que la industrialización no
consiguió hacer desaparecer, sobre todo porque el este permaneció,
en gran parte, como área agrícola. Hesse, en cambio, examinó esta
misma cuestión intentando verificar la hipótesis de Williamson, según
la cual los países en vías de desarrollo experimentan diferencias regio­
nales de renta, en un principio divergentes y más adelante conver-64

64. Cf. F. B. Tipton, «National growth cydes and regional coonomic


structures in Ninetecnth-century Germany», en W . E Schroder y R. Spiee,
cds., Historiscbe..., op. cit., pp. 29-46; R. Fremdling, T . Picrenkempcr y
R. Tilly, «Regionale Differenzierung in Deutschland ais Schwerpunkt wirtschafts-
historischer Forschung», en R. Fremdling y R. Tilly, Industrialisierung u n d ....
op. cit.\ K. Borchardt, «Regionale Wachstumsdifferenzierung in Deutschland
ira 19. Jahrhundert unter besonderer Berüchsichtigung des West-Ost Gefalles»,
en W. Abel y otros, eds., Wirtscbaft, Gescbicbte und Wirtscbaftsgeschicbte.
Feslschrift zum 65. Geburstag van Fr. Lütge, Stuttgart, 1966; H. Hesse, «Die
Entwicklung der regionalcn Einkommensdiíferenzen im Wachstumsprozess der
deutschen Wirtschaft vor 1913», en W. Fischer, ed., «Beitrage zu Wirtschaft-
swachstum und Wirtschaftsstruktur im 16. und 19. Jahrhundert», Scbriften
des Vereins für Sozialpolitik [s.n ., 63] (1971); F. B. Tipton, Regional varia-
tions in tbe economic development of Germany during tbe Nineteentb century,
Middletown, 1976; T. Orsagh, « lite probable geographical distribution of
Germán income, 1882-1963», Zeiiscbrift für die Gesamte Staatswissenschaft,
124 (1968).
190 LA REVOLUCIÓN IN D U ST R IA L

gentes. Su obra constituye un análisis del coeficiente de variación de


diferentes índices de renta (salarios de los maestros, niveles per
cápita de los ingresos tributarios, etc.). Por desgracia, datos dife­
rentes entre sí producen resultados contradictorios, de manera que
su análisis resulta a menudo poco convincente. Entre otros estudios
aparecidos recientemente, figura el de Orsagh, quien utiliza los por­
centajes de ocupación por sectores como indicadores de los niveles
de rentas para el período 1880-1913, y pone de manifiesto la exis­
tencia de una tendencia hacia la convergencia. Por otra parte, Hohorst
utiliza indicadores un poco diferentes por lo que respecta al período
de 1816-1913, y observa que después de una fase inicial de sentido
convergente se produjo una tendencia hacia la divergencia (calculada
sobre la base de desviaciones porcentuales respecto a la media nacio­
nal), además de una creciente diferenciación entre este y oeste.
Tipton, finalmente, estudió las transformaciones experimentadas por
los porcentajes de ocupación agregada por sectores (un indicador que
mide el grado de especialización regional) por lo que respecta a
32 regiones durante el período de 1830-1914, poniendo de manifiesto
una tendencia a largo plazo hacia el aumento de la especialización,
de lo que infiere la existencia de un desarrollo hacia el aumento de la
especialización, de lo que infiere la existencia de un desarrollo diver­
gente aunque no aporte demostración alguna sobre las relaciones
entre porcentajes de ocupación y niveles de renta.
Tipton, sin embargo, usa su propia descripción de las diferencias
regionales para plantear una importante cuestión concerniente a las
consecuencias políticas de la diferenciación entre este y oeste, en
particular respecto a las implicaciones del proteccionismo agrícola, al
problema migratorio y al de la oferta de trabajo.** En el curso de la
industrialización, el centro de gravedad económico se desplazó de Pru-
sia, el estado políticamente dominante, hacía occidente, alejándose
de las regiones agrícolas. «La clase de los terratenientes orientales
— afirma Tipton— alcanzó y mantuvo una influyente posición polí-65

65. Cf. F. B. Tipton, «Farm labor and power politics: Germany 1850 to
1914», Journal o¡ Economic History, XXXIV (1974), pp. 951-979; y para el
control de la oferta de mano de obra, cf. K. Bade, «Transnationale Migration
und Arbeitsmarkt im Kaiserreich: vom Agrarstaat mit starker Industrie zum
Industriestaat mit starker Agrarbasis», en T. Pierenkctnper y R. Tilly, Histo-
rische Arbeilsmarklforscbung, Entstehung, Entwicklung und Probleme der
Vermarktung von Árbeitskraft, Gotinga [en proceso de publicación].
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 191

lica, pero la base económica de este poder se redujo a medida que


dicha región empezó a perder posiciones en favor de los centros
urbanos e industriales de la Alemania central y occidental.»44 Esa
erosión pudo haberse intensificado por efecto de la crisis agraria de
la década de 1870, que afectó duramente a los productores cereaiís-
ticos del este del Elba. La respuesta política escogida por Bismatck
fue el proteccionismo aduanero; pero ello no evitó crecientes difi­
cultades para las áreas de cultivo mixto con intensivo empleo de
mano de obra y no pudo frenar, más bien alentó, la masiva emigra­
ción en el este agrícola empezada en el decenio de 1860. En la
década de 1890 los productores cerealísticos del este del Elba se
vieron obligados a recurrir a mano de obra temporera inmigrada,
lo que comportó la estructuración de un peculiar mercado de trabajo
que reflejaba y sostenía el poder de los terratenientes orientales,
obstaculizando así cualquier tentativa de industrializar el este. Dada
la estructura política prusiano-alemana, que garantizaba un peso
desproporcionado en el tratamiento de los problemas nacionales a
los propietarios orientales (y al Partido Conservador), las transfor­
maciones democráticas avanzaron, en conjunto, con mayor lentitud
de lo que probablemente habría consentido una industrialización me­
jor distribuida entre las diferentes regiones.

4. A spectos sociales de la industrialización

Las observaciones con las que acabamos el apartado anterior se


refieren a un elemento historiográfico de gran relieve: la tentativa,
presente en numerosos estudios, de relacionar la historia de la indus­
trialización alemana con la historia social y política del país, de la
que gran parte de la historia económica es virtualmente inseparable.
La subdivisión en la que se basa este apartado final — somos plena­
mente conscientes de ello— es, en gran medida, artificial y arbitraria,
puesto que se fundamenta en la elección de concentrar nuestra aten­
ción sobre dos temas, las transformaciones demográficas y el nivel
de vida. En consecuencia, se han dejado de lado muchos estudios
válidos que tratan las «dimensiones sociales de la industrialización».6

66. F. B. Tipton, «Farm Labor...», art. cit., p. 953.


192 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

4.1. Las transformaciones demográficas

Un estudio sobre el modelo de las transformaciones demográficas


alemanas durante el período de la industrialización nos lo proporcio­
na la obra de Kollmann.67 El concepto de transición demográfica
constituye el eje de su trabajo. En la primera fase, en los inicios del
proceso de industrialización, el incremento de población se produce
por efecto de un aumento de la nupcialidad y de la fertilidad, sobre
todo entre la población pobre del campo. Siguiendo a Ipsen, K811-
mann parece subrayar el debilitamiento a comienzos del siglo xix
de los tradicionales (institucionales) controles sobre el matrimonio
y sobre la formación de la familia como causa del aumento de las
tasas de natalidad, en particular en la zona de Prusia nororiental.68
Pero por otra parte, describe esta fase como de «absorción demo­
gráfica del aumento de productividad» {das Umsetzen der Produkti-
vit'átssteigerung in Bevolkerung), afirmación que parece atribuir efec­
tos decisivos a este respecto al aumento de oportunidades económicas.
Cualquiera que haya sido el primum movens, el «tiro», de todos
modos, resultó «demasiado alto»: debido a esto, según Kollmann, se
habría producido una disponibilidad potencial de fuerza de trabajo
con respecto a las posibilidades de empleo, que en la fase crítica de
la década de 1840 habría causado una impresionante pobreza y ham­
bruna. En la década siguiente la situación mejoró gracias a la emi­
gración y a la industrialización, pero sólo el primer fenómeno puede
considerarse como una respuesta a la crisis, mientras que para el
segundo no parece aplicable «el modelo de Lewis». Una posterior
fase de incremento demográfico aun más rápido fue provocada por
la caída de la tasa de mortalidad a partir de la década de 1860, la
cual estuvo acompañada por el mantenimiento de la natalidad en
niveles elevados. Desafortunadamente, el declive de la tasa de mor­
talidad aún no dispone de una explicación satisfactoria, aunque la

67. Cf. su recopilación de ensayos, W. Kollmann, Bevolkerung in der


Industriellen Revolution, Gotinga, 1974; Ídem, «Bevolkerung», en W. Zom,
ed., Handbuch d e r..., op. cit., pp. 9-50.
68. La «tesis de Ipsen», antes citada, apuntaba la eliminación del control
de los terratenientes sobre los matrimonios campesinos en la Prusia del este
del Elba como uno de los elementos más importantes derivados de las reformas
agrarias prusianas consideradas desde el punto de vista de su capacidad para
aumentar la productividad.
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 193

hipótesis más frecuentemente utilizada sea la de atribuirlo a una


mejor dieta alimenticia.69 Siempre según Kollmann, la tercera fase
debió iniciarse en la década de 1890 con la caída de la tasa de nata*
lidad en términos absolutos y en relación con la tasa de mortalidad.
Este declive se explica, aunque no de manera sistemática, en función
de cambios en las aspiraciones sociales y de progresos en el nivel de
vida (aunque los niños seguían siendo considerados, aparentemente,
como «bienes inferiores»). Después tuvo lugar la disminución de la
emigración en masa, acompañada de un aumento ya sea de la inmi­
gración propiamente dicha, ya de las migraciones internas, a grandes
distancias, de este a oeste.
Recientemente, algunos estudios han modificado, en tres puntos,
esta interpretación tradicional: situando más atrás los límites cro­
nológicos de cada fase, tratando de manera más sistemática las
relaciones causales e introduciendo la utilización del método de la
desagregación, es decir, analizando unidades de observación más
pequeñas, como el distrito, el pueblo o aun la familia. A este res­
pecto merece recordarse, sobre todo, la obra de Knodel.7071De particu­
lar interés es su utilización de una medida uniforme de la fertilidad
matrimonial, en sustitución de la tasa de natalidad. Poniendo el
acento sobre estas variables, rechaza en la práctica la nupcialidad
como determinante significativo de la fertilidad, y hace posible una
comparación entre diferentes transformaciones demográficas que obe­
decen a cambios en la distribución por edades de la población.7*

69. \V. R. Lee, «Germany», en W. R. Lee, ed., European dcmography and


cconomtc growth, Londres, 1979, constituye una síntesis agnóstica sobre el
tema.
70. Cf., ante todo, su libro, The decline of Germán lertilily between
unij¿catión and the Second World War, 1871-1939, Princeton, 1973, pero tam­
bién, J. Knodel, «l'wo and half centuries of demographic history in a Bava-
rian village», Population Studies, XXIV (1970), pp. 353-376; Ídem, «Ortssip-
penbüchcr ais Quelle für dic Historische Demographic, Geschichte und Gesell-
ichafl, I (1975), pp. 288-324.
71. Se trata de un sistema de medición que se propone como de validez
«generalizada», elaborado por el grupo de Coale en Princeton. £1 mismo con­
siste en expresar el número de nacimientos en un periodo dado como porcen­
taje de los que habrían tenido las madres hutteritas del mismo grupo de edad
y durante igual período. Los hutteritas fueron una secta religiosa en la que
se registraron tasas de fertilidad extremadamente altas, que probablemente se
aproximan a los máximos fisiológicos. De esta manera Ig ( = número de los
nacimientos/total agregado del número de madres de cada grupo de edad de

13. — NADAL
194 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

Esto comporta que el declive de la fertilidad agregada, registrado


durante la tercera fase demográfica, se desplace hacia atrás y que su
inicio se sitúe en la década de 1870, resultando por tanto contem­
poránea de la caída de la tasa de mortalidad. Knodel propone ade­
más un análisis a nivel regional, sirviéndose de los distritos admi­
nistrativos, lo que le permite señalar la existencia de un probable
retraso en la caída de la fertilidad en las áreas rurales respecto a la
media nacional. El análisis de la disminución de la fertilidad en el
tiempo y en el espacio pone de manifiesto el hecho del peso relativo
que tiene en ello el empleo rural, el cual se convierte en el factor
decisivo. Knodel examina, finalmente, algunos testimonios relativos
al período precedente, que le conducen a excluir la posibilidad de
cambios significativos de la fertilidad antes de la década de 1870.
Sin embargo, el análisis de este período y las diferencias regionales
que aparecen en él suscitan grandes dudas sobre este estudio.
Mientras que la interpretación de Knodel tiende a negligir el sig­
nificado histórico de las transformaciones acaecidas antes de la década
de 1870, muchos otros estudiosos piensan que éstas merecen un
examen más atento. Después de todo, la hipótesis de que la indus­
trialización habría provocado un incremento demográfico prima facie
no es del todo absurda, tanto más cuanto que en 1870 el proceso ya se
encontraba muy avanzado. De todos modos, ha progresado mucho el
nivel de las investigaciones sobre los cambios demográficos a nivel
regional y local, con la elaboración de series que en algunos casos
se remontan en el tiempo hasta el siglo xvn, mientras que en otros se
han utilizado las técnicas modernas de reconstrucción de familias.
Los resultados alcanzados están lejos de ser homogéneos. Harnisch,
por ejemplo, ha centrado su estudio sobre los pueblos de Pomerania
y ha observado, significativamente, a lo largo del siglo xvm una
relación directa entre el incremento demográfico, la nupcialidad y la
demanda de mano de obra por parte de las explotaciones cerealísticas
orientadas a la exportación. Dickler observó el mismo fenómeno por
lo que respecta al conjunto de las provincias del este del Elba, y
como tendencia general para la totalidad del período que transcurre
desde, aproximadamente, mediados del siglo xvm hasta avanzado

cinco años) fija la fertilidad hutterita estimada para cada grupo de edad. La
medición plantea algunos problemas que no podemos comentar en esta comu­
nicación.
LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 195

el xix.7273Blaschke y Mager, por citar sólo otros dos nombres, descu­


brieron una relación entre incremento demográfico y ocupación pro-
toindustrial, que se remonta al siglo xvm y aun anteriormente.71
En oposición a estos resultados, pueden aducirse las pruebas aporta­
das por los ya mencionados Knodel y Lee, que señalan la ausencia
de cualquier relación significativa antes del siglo xix entre la edad de
matrimonio, nupcialidad y estructura socioeconómica, para explicar
amplias y seculares oscilaciones demográficas.7475En un término medio
entre estas dos tesis se encuentra la obra de Hohorst sobre el si­
glo xix, en la que el autor, por una parte, demuestra la existencia,
en diversos niveles de agregación, de una relación efectiva entre
oportunidades económicas y tasa de natalidad en el espacio y en el
tiempo, y, por otra, sugiere que la mortalidad infantil en Prusia
fue una determinante significativa de la tasa de natalidad, con ritmos
de incremento demográfico determinados por la superabundancia de
nacimientos (overshooting) y por factores externos a las decisiones
de reproducción.71 Cuando la tasa de mortalidad disminuyó, la plani­
ficación familiar, según Hohorst, resultó factible y empezó la caída
de la fertilidad. Frente a estos resultados ambivalentes se afirma la
necesidad de la realización de nuevos trabajos sobre el siglo xvm y

72. Cf., por ejemplo, «Über die Zusammenhangc zwischen sozialokono-


mischen und dcmographischen Entwicklungen im Spátfeudalismus», Jahrbuch
fiir Wirtschaftsgescbichte (1974), parte 2; R. A. Dickler, «Organizaron and
change...», art. cit.
73. K. H. Blaschke, Bevólkerungsgechichte von Saschsen bis zur induslrielle
Revolution, Weimar, 1967; W. Mager, Gesellschaltsfomiation i;;..., op. cit.
74. J. Knodel, Two and bal} century of demograpbic liistory, op. cit.\
W. R. Lee, European Demography and Economía Growth. Cf., también, W. R.
Lee, «Zur Bevolkerungsgeschichte Bayerns, 1750-1850», Vierteljahrschrift für
Sozial• und Wirtschaftsgescbichte, 62 (1975), pp. 309-338; ídem, Population
growth, economic development and social change in Bavaria, 1750-1850, Nueva
York, 1977. Cf., además, A. Imhoff, Historische Demographie ais Sozialge-
schichte. Giessen und Umgebung vom 17. zum 19. Jabrhundert, 2 vols.,
Darmstadt, 1975.
75. Cf. G. Hohorst, «Bevolkerungsentwicklung und Wirtschaftswachstum
ais historischer Entwichlungsprozess demo-okonomischer Systeme», en R. Mac-
kensen y H. Weher, eds., Dynamik der Bevolkerungsentwicklung, Munich, 1973,
pp. 91-118; G. Hohorst, Wirtschaftswachstum und Bevolkerungsentwicklung
in Preussen von 1816 bis 1914, Nueva York, 1977; Ídem, «Rcgionale Entwic-
klungsunterchiede im Industrialisicrungsprozess Preussens ein auf Ungleich-
gewichten basierendes Entwicklungsmodell», en S. Pollard, Región u n d ...,
op. cit.
196 LA REVOLUCIÓN IN D U ST R IA L

comienzos del xix, dedicando particular atención a las diferencias


regionales.
Una vez situados en estos niveles superiores de los estudios demo­
gráficos, quizá dispongamos de un instrumento capaz de suministrar
respuesta a algunos importantes temas de historia social directamen­
te relacionados con la industrialización en Alemania, como por ejem­
plo el tema de los orígenes de la fuerza de trabajo industrial. Proba­
blemente, este tipo de problemas debería ser considerado a nivel
familiar, donde las cuestiones de la vida cotidiana, como la educa­
ción de los niños, las decisiones sobre el gasto y la división del tra­
bajo entre los sexos, se relacionasen con la edad de la esposa en el
momento del matrimonio, con el número de hijos, con la ocupa­
ción, etc., y ello podría resultar útil para estudiar la racionalidad
económica de la reproducción. Las vicisitudes del moderno proleta­
riado industrial, como han demostrado muchos trabajos, pueden
reconstruirse directamente a partir de la historia demográfica, ya
sea mediante estudios que muestren cómo actúan los modelos de
matrimonio y cómo éstos contribuyen a la estratificación social, por
no hablar de las barreras de clase, o con investigaciones que ilustren
la diferencia de comportamiento entre una clase obrera urbana cons­
tituida por inmigrados y la formada por proletarios «de naci­
miento».76

4.2. Las condiciones de vida

Sin embargo, el proceso de proletarización no puede ser redu­


cido a la historia demográfica y familiar, es decir, a la esfera de la

76. Sobre el primer punto, cf. J. Jackson, Migration and Urbanizaron m


tbe Rubr VaUey, 1850-1900, tesis presentada en la Universidad de Minnesota,
1980; sobre d segundo aspecto, cf. H. Zwahr, «Zur Konstituierung des Pro-
letariats ais Klasse. Strukturuntcrsuchungen über das Leipziger Proletariat der
Industricllen Revolution», en H. Bartel y E. Engelberg, eds., Die grosspreusiiscbe
miliiárische Reichsgründung, Berlín, 1971, pp. 501-551; K. Tcnfelde, Sozial-
geschichte der Bergarbeiterscbaft an der Rubr im. 19. Jahrhundert, Bonn • Dad
Godesberg, 1977, especialmente, p. 577. Es útil para la historia social de la
familia en Alemania la recopilación a cargo de R. Evans y W. R. Lee, The
Germán family, Londres, 1981. Y para una amplia reseña sobre este enfoque
de la historia de la fuerza de trabajo, cf. J. Kocka, «The study of social mobi-
lity and the formation of the working dass in the 19th century», Mouvement
Social, 111 (1980).
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 197

reproducción. Demasiadas actividades importantes se desarrollaban


fuera de la familia, en el trabajo, en la plaza del mercado, en las
tabernas o en las calles, y la mayor parte de los problemas que coti­
dianamente debía afrontar la familia tenían en realidad un origen
extrafamiliar, ya que derivaban de la «esfera de la producción»: de
la demanda de mano de obra, de las condiciones de trabajo, las jor­
nadas laborales y los salarios, del precio y de la calidad de los
bienes de subsistencia y de los servicios. Para comprender la forma­
ción del moderno proletariado, parece, por tanto, del todo indispen­
sable la información sobre las transformaciones en todos estos ele­
mentos, particularmente sobre las condiciones de trabajo y sobre el
nivel de vida de la clase obrera. Limitándonos a este último punto,
examinaremos algunos resultados aportados por una reciente discu­
sión sobre la evolución del nivel de vida, y concluiremos con algunas
sugerencias sobre la posibilidad de relacionarlos con las precedentes
observaciones sobre la periodización y sobre la naturaleza del proceso
de industrialización en Alemania, sin pretender, por otra parte, ofre­
cer un resumen exhaustivo del tema.
Durante muchos años la historia de las condiciones de vida en
Alemania se basó en las viejas obras de los dos Kuczynski, que sir­
vieron de fundamento a gran parte de los siguientes trabajos, por
ejemplo los de Bry, Grumbach, Kónig o Hoffmann.77 Por lo que a
ellos se refiere, si se considera, por una parte, el peso desproporcio­
nado atribuido a las industrias de más reciente formación y a los
salarios base, y, por otra, la imperfección de los datos sobre el coste
de la vida en las estimaciones utilizadas en esos trabajos pioneros, es
probable que la mayor parte de las series de salarios reales conte­

77. R. R. Kuczynski, Die Enlwicklung der gewerblicben Lohne seit der


Begründung des Deutschen Reicbes, 1871-1908, Berlín, 1909; J. Kuczynski, Die
Geschicble der Lage der Arbeiter unter dem Kapitalismus, Berlín Este, 1960-
1966, vols. I-III; G. Bry, Wages in Germany, 1871-1945, Princeton, 1960;
A. Desai, R e d wages ¡n Germany, 1871-1913, Oxford, 1968; F. Grumbach
y H. Kónig, «Besdiaftigung und Lohne der deutschen Industriewirtschaft,
1888-1954», Wellwirtschaftliches Archín, 79 (1957), I; W. G. Hoffmann y
otros, Das W acbstum..., op. cit.; T. Orsagh, «Lohne in Dcutschland. Neuere
Literatur und wcitere Ergebnisse», Zeitscbrift für die gesamte Slaatswissenscbaft,
125 (1969). Para una reciente síntesis de todos estos estudios, con críticas a
los aspectos metodológicos, cf. el trabajo de E. Wiegand, «Zur historischen
Entwicklung der Lohne und Lebenshaltungskosten in Deutschland», Hisíorical
Social Research, XIX (1981), pp. 18-41.
198 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

nidas en los mismos sean erróneas por defecto. Sin embargo, los
datos de Kuczynski denotan un notable aumento de los salarios a
partir de la década de 1840 hasta 1914, aunque los niveles de creci­
miento más sostenidos, los que confieren el tono a todo el período,
se registren sólo a partir de la década de 1880. Los otros estudios
antes citados revelan una similar tendencia a largo plazo y en ciertos
aspectos, aún más marcada. Además, el progreso de las rentas sala­
riales adquirió mayor consistencia por efecto de la clara reducción
de la jornada de trabajo a partir de los años sesenta. Los nuevos
conocimientos sobre dicha cuestión provienen, por una parte, de re­
cientes estudios de carácter sectorial y regional (los de Kirchhain
sobre la industria algodonera, los de Holtfrerich y Tenfelde sobre
los mineros de la cuenca carbonífera del Ruhr, los de Fremdling
sobre los obreros de los ferrocarriles, los de Borscheid sobre los
obreros textiles de Württemberg, los de Fischer y Noli sobre los
artesanos, Handwerker) y, por otra, de trabajos dedicados a estudiar
directamente los niveles de consumo (por ejemplo, los de Teuteberg
y Wiegelmann sobre la dieta alimentaria y sobre sus características
nutritivas, o los de Niethammer, Bruggemeier, Teuteberg y Wischer-
mann sobre la vivienda).71 Lo que se deduce de estos trabajos es una78

78. Cf. G. Kirchhain, Das Wascbstum der deutseben Baumwollindustrie


im 19. Jabrbundert, Nueva York, 1977; C. L. Holtfrerich, Quantitative...,
Wirtschaftsgescbicbte, op. cit.; K. Tenfelde, Sozialgeschichte d e r ..., op. til.;
P. Borscheid, Testilarbeiterscbafl in der Ittdusírialisierung, Stuttgart, 1976;
W. Fischer, «Die Rolle des Kleingewerbes im wirtschaftlichen Wachstumspro-
zess in Deutschland, 1850 bis 1914», en F. Lütge, ed., Wirlschaftlicbe and
soziale Problem der gewerblichen Entwickluttg im 15/16. und 19. Jabrbundert,
Stuttgart, 1968, pp. 131-142; A. Noli, Soziodkonomiscber Strukturwandel des
Handwerks in der 2. Pbase der Induslrialisierung, Gotinga, 1976; H . J. Teute­
berg y G. Wiegelmann, Der XPandel der Nahrungsmittelgewohnheiten unter
dem Einfluss der Industríalisierung, Gotinga, 1971; idem, «Zur Fragc des
Wandels der deutschen Volksemihrung durch die Industrialisierung», en
R. Braun y otros, eds., Gesellscbaft in der industrietten Revolution, Colonia,
1973, pp. 321-339; H. J. Teuteberg y C. Wischermann, «The housing question
in late 19th-century Gcrmany: a contribution to quantitative urban social his-
tory», comunicación al North-West Forum of Economic and Social History,
celebrado en Manchcstcr en diciembre de 1979; C. Wischermann, «Wohnungsnot
und StSdtewachstum. Standards und soziale Indikatorcn stadtischer Wohnungs-
versorgung im spatcn 19. Jahrhundert», en W. Gonze y U. Engelhardt, eds.,
Arbeiter im Industrialisierungsprozes: Herkanft, Lage und Verbalten, Stuttgart,
1979, tratándose de una interesante recopilación de ensayos sobre diferentes
aspectos de historia social del trabajo durante el proceso de industrialización.
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 199

conclusión generalizada de que se produjo una mejora del nivel de


vida a partir de 1840. Si definimos la proletarización como un pro­
ceso de crecimiento relativo de los trabajadores dependientes dota­
dos de conciencia de clase, consecuentemente, hemos de deducir que
una cierta disminución del nivel de vida no fue una condición nece­
saria o suficiente del proceso de proletarización en Alemania, aun­
que esto no signifique que la cuestión del nivel de vida no hubiera
contribuido a desarrollar una conciencia de clase y a orientar el
comportamiento político de los obreros (estudios sobre las protestas,
las huelgas y sobre las actividades organizativas de diferente tipo
muestran su constante importancia como elemento conflictivo), sino
más bien que su significado se comprende sólo en relación con otros
niveles de experiencia y a través de la comparación con los niveles
de vida de épocas pasadas o de otros grupos sociales.
Esta última observación plantea el problema de la relevancia his­
tórica del nivel social relativo y sitúa, por consiguiente, en primer
plano el tema de la distribución de la renta y de la riqueza. A modo
de conclusión, desearía aludir, brevemente, a una posible conexión
entre los diferentes estratos de nivel de vida y a su composición
estructural, por un lado, y a la periodización y la naturaleza de la
industrialización alemana, por el otro.
En mi opinión, los estudiosos tienden a considerar los decenios
de mediados del siglo xix como el periodo durante el cual se registró
un cambio de la mentalidad de la clase dirigente alemana, en especial
entre aquellos que estaban empleados en la administración pública,
en favor del desarrollo industrial capitalista y de actividades eco­
nómicas individualistas y competitivas. Este cambio trajo consigo
una liberalización de la política económica (además de algunas notables
transformaciones en la política comercial, que a largo plazo tuvieron
importantes consecuencias políticas), el cual se vio sin duda reforzado*I.

Para ulteriores discusiones sobre el problema de la vivienda, cf. L. Nietham-


mcr y F. Bruggemcicr, «Wie wohnten Arbeiter im Kaiserrcich?*, Arehiv für
Sozialgescbichte, XVI (1976), pp. 61-134; sobre el nivel de vida, cf. R. Engel-
sing, «Probleme der Lebenshaltung in Deutschland im 18. und 19. Jahrhundert»,
en R. Engelsing, Zar Sozialgescbichte deutscker Mittel- und Unterchicbten,
Gotinga, 1973; D. Saalfeld, «Lcbensstandard in Deutschland, 1750-1860», en
I. Bog y otros, cds., Wirtschaftliche und toziale Strukturen im tabularen
Wandel. Festscbrifi für W. Abel zum 70. Geburslag, 3 vols., Hannover, 1974,
II. pp. 417-443.
200 LA REVOLUCIÓN IN D U ST R IA L

por el creciente desarrollo económico de la década de 1850. Estos


cambios de mentalidad y sus contenidos, sin embargo, no calaron
en la mentalidad popular. Aun cuando son raros los testimonios, no
parece que los obreros compartieran el entusiasmo oficial por el libe­
ralismo económico. En la medida que el comportamiento constituye
un indicio de la mentalidad, lejos de sentirse entusiasmados por la
economfa de mercado tendían al asociacionismo, a la cooperación o,
volviéndose bada el pasado, invocaban la protección de organismos
tradicionales y paternalistas para obtener ayuda y guía.”
A falta de otros elementos, no parece carente de sentido explicar
la mentalidad popular respecto a un sistema económico a través de
los cambios en el nivel de vida de la población; tampoco parece
absurdo considerar que los progresos del nivel de vida comportaran
la consolidación de fuerzas sociales deseosas de ulteriores desarrollos,
dado que tales cambios significaban una ampliación del mercado inte­
rior de bienes de consumo y un mayor incentivo para el trabajo, con
efectos positivos sobre la productividad. Pero no fue ésta la via hacia
el desarrollo que siguió la economía prusiano-alemana durante el des­
pegue. Volvamos por tanto, a considerar el camino efectivamente
recorrido, aunque sin desprendernos de esa hipótesis.
Recordemos, para empezar, el desarrollo desequilibrado y el pa­
pel motor que desempeñaron cíclicamente los sectores productivos
con grandes inversiones de capital. Por lo que respecta al conjunto
de la economía, este fenómeno comportó un claro aumento de la
renta per cápita. La estimación de un crecimiento anual de 1,6 por
100 de la renta per cápita supera, probablemente, la tasa de creci­
miento del período precedente, pero no resulta sorprendente si se
la compara con la de los períodos posteriores, y —lo que constituye
un hecho aún más significativo— no fue igualada por un aumento
real de las rentas dependientes que subieron muy poco, práctica­
mente nada, de 1850 a 1873 y, aproximadamente, un 0,35 por 100
anual de 1844 a 1880“ Además, este estancamiento de los salarios7980

79. Cf., al respecto, el artículo clásico de W . Gonze, «Vom Pobcl zum


Proletarias, Vierleljabrtschrift für Sozial uttd Wirtscbaflsgescbichte, 41 (1954),
pp. 333-364, y para un importante grupo de trabajadores, los mineros, K. Ten-
felde, Sozialgescbichte d e r .... op. eil.
80. Las estimaciones sobre la renta per cápita se han tomado de W. Hoff-
mann y otros, «Das Wachstum der dcutschen Wirtschnft scit der Mitte des 19.
Jahrhundcrt», reproducidas y extrapoladas anteriormente, hasta la década de
LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 201

reales estuvo acompañado, al menos hasta 1873, de un claro incre­


mento de la desigualdad en la distribución de las rentas personales
(como demuestran los datos relativos a Prusia) y de una probable y
paralela disminución en la proporción correspondiente al trabajo o a
los salarios en la renta nacional (aproximadamente del 0,82 al 0,77
por 100).®' Al mismo tiempo podemos observar que tanto los niveles
como las tasas de crecimiento de los salarios en los sectores de la
industria pesada se mantuvieron muy por encima de los niveles me­
dios, particularmente por encima del nivel medio de los de la industria
algodonera, un sector indudablemente representativo de la indus­
tria de bienes de consumo.®2 (Véase el cuadro de la página siguiente.)812

1840, por R. Spree, Die Wachstumszyklen.... op. cit., pp. 370 y 503-506.
Estos datos pueden compararse con los de K. Borchardt, «Wirtschaftliches
W a c h s t u m a r t . cit., II, pp. 205-206, quien propone una tasa de creci­
miento anual del producto per cápita, a precios constantes, de aproximadamente
el 1 por 100, entre 1850 y 1880, del 2 por 100 entre 1880 y 1900, de 1,7-1,8
por 100 entre 1900 y 1913. Los datos sobre salarios proceden de J. Kuczynski,
Die Gescbicbte der Lage der Arbeiter unter dem Kapitalismus, nueva edición,
parte 1, Berlín Este, vol. I, 1961, p. 253; vol. II, 1962, p. 152; vol. I II , 1962,
p. 302, y de R. Spree, Die Wachstumszyklen..., op. cit., pp. 371 y 506.
81. Agradezco a Rolf Dumke, de la Universidad de Münster, el haberme
indicado que el declive de la participación de la renta del trabajo en la renta
nacional, señalado por Walther G. Hoffmann (Hoffmann y otros, Wachstum
d er..., op. cit.), entre 1850 y 1873, estuvo acompañado por un incremento en
el grado de desigualdad en la distribución de la renta, puesto de manifiesto
por Dumke en un ensayo aún no publicado, mediante la utilización del método
conocido como «Pareto Alfa», con el que se mide el grado de desigualdad en
la distribución de la renta sobre la base de su distribución entre el 10 y el
20 por 100 de los perceptores de las rentas más elevadas.
82. Los datos sectoriales sobre salarios provienen de G. Kirchhain, Des
Wachstum der deutschen Baumwollenindustrie im 19. Jabrbundert, Universidad
de Munich, 1973, para el algodón; de R. Spree, Die Wachstumszyklen...,
op. cit., pp. 448 y 532, jjara el carbón prusiano, y pp. 463 y 540-541, para el
hierro; de H. von Laer, «Industrialisierung und Qualitát der Arbeit», en Disser-
tations in European Economic History Series, Nueva York, 1977, p. 239, para
la industria mecánica; y para la comparación entre los salarios de esta industria
y los del sector textil, de R. Fremdling y otros, Eisenbahnen u n d ..., op. cit.,
p. 24.
202 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

Relación entre salarios: industrias


Tasas de crecimiento anual mecánicas - industria algodonera
de 1840 a 1880 Años %

Industria algodonera 1 ,3 % 1850-1854 1,7


M inería del carbón
(prusiana) 3 ,1 % 1860-1864 1,5
Ferrocarriles f alemanes) 2 ,4 %
Industria siderúrgica 1 ,5 % 1870-1874 1.8
Industrias mecánicas 1 ,4 % 1875-1879 1.8

Resulta además evidente la proporción relativamente constante,


y elevada, de los alimentos y bebidas en la estructura de consumo
alemán durante este período.*3 Dada dicha estructura y teniendo en
cuenta el hecho de que los precios agrícolas y por tanto el índice del
coste de la vida se mantuvieron sustancialmente estables, y finalmen­
te que las fluctuaciones en las industrias productoras de bienes de
consumo (por ejemplo, la algodonera) parecen haber estado domina­
das por factores externos y no por el mercado interior alemán,*4 es
posible sostener con algún fundamento que el proceso de desarrollo
durante la fase de despegue fue del tipo que suele denominarse
capital-oriented. Tal proceso de desarrollo se efectuó a costa de las
rentas familiares del trabajo asalariado, las cuales quedaron prácti­
camente estancadas, aun cuando la distribución de la renta posibilitó
ganancias notables no sólo para los propietarios, sino también para
los comerciantes de productos agrícolas, y provechos menos sustan­
ciosos para los obreros de la industria pesada en expansión. Esta
contracción del nivel de vida en general (con excepciones decrecien­
tes, que iban de lo «sustancial», para los propietarios, a lo «modes­
to», para los obreros de los sectores privilegiados por el desarrollo)
puso una serie de recursos a disposición de un Estado prusiano que
estaba acogiendo los principios del liberalismo comercial y que juga­
ba sus propias cartas en el terreno de la unificación política alema­
na: una contracción — podría agregarse— que aumentó los beneficios834

83. Cf. W. G. Hoffmann, Wacbsltim d e r .... op. cit., pp. 116, 661 ss.
84. Este aspecto fue puesto de manifiesto por R. Sprec, T)ie Wachslumszy•
k le n ..., op. cit., especialmente, pp. 140-162, 216 ss.
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N ALEMANA 203

agrícolas e industriales y, con toda probabilidad, también las inver­


siones financiadas con la acumulación de tales ganancias. Con esto
no queremos sostener que la clase obrera alemana no obtuviese algu­
na mejora en su nivel de vida durante la fase del despegue, por­
que hubo modestas conquistas en los salarios reales, además de
una cierta disminución de la jomada de trabajo y de la tasa de mor­
talidad. Pero estos progresos no comportaron un modelo de desarro­
llo en el que el poder adquisitivo de los trabajadores desempeñara
un papel fundamental.
Pero lo que parece realmente importante no es la doctrina o la
política del liberalismo económico, sino el trasfondo distributivo y
su vinculación con el desarrollo político, que determinando la adop­
ción de precisas opciones a escala nacional reforzaron dicha estructura
distributiva. Cuando en la década de 1870, una vez agotada la época
del librecambio, se multiplicaron las diversas críticas al liberalismo
económico, se redujeron las presiones tendentes a contener el creci­
miento del nivel de vida, el cual debido a ello pudo progresar más
rápidamente.
Sin embargo, este modelo de distribución y de desarrollo sólo fue
modificado, pero no transformado. En definitiva, el mismo siguió
respondiendo a los intereses de los fabricantes vinculados a sectores
que requerían masivas inversiones de capital y, tal vez en menor me­
dida, de los productores agrícolas. En este aspecto, el despegue esta­
bleció un precedente importante y, con toda probabilidad, preparó,
entre otras cosas, el camino para la bien conocida alianza entre la
industria pesada y los intereses agrarios del este del Elba a partir de
1879, la unión entre el hierro y el trigo. Es interesante observar al
respecto que el análisis de Webb sobre la política aduanera alemana
de finales del siglo xix subraya, junto a otros elementos, las ganan­
cias que de la misma se derivaron para los dos grandes factores de
producción en la industria pesada (capital y trabajo), mientras que
el estudio de Chandler y Daems sobre el «capitalismo gerencial»
durante el siglo xx destaca las características que ya hemos señalado
(distribución desigual de la renta e insistencia sobre la expansión de
las industrias de bienes de producción), considerándolas las princi­
pales responsables de la lentitud del desarrollo del «capitalismo ge­
rencial» (evaluado en relación con la velocidad de expansión de la
empresa gigante en los Estados Unidos), entendido en contraposición
al «capitalismo financiero» que prevalecía en las grandes empresas
204 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

de países europeos, como Alemania a finales del siglo xix y a comien­


zos del xx.85
De todo lo que acabamos de exponer, puede deducirse que las
condiciones históricamente irrepetibles de la industrialización ale­
mana durante el siglo XIX podrían haber tenido consecuencias muy
duraderas, lo que constituye un estímulo adicional para preocupar­
nos por interpretar correctamente su historia.

85. Steven B. Wcbb, «Tariff protcction for the iron industry, cotton tex­
tiles and agticulture in Germany, 1879-1914», fabrbücher für Nalionalókonomie
und Statistik, 192 (1977-1978), pp. 336-357; A. D. Chandler, Jr., y H . Daems,
«Introduction - The rise of managerial capitalism and its impact on investment
strategy in the Western World and Japan», en H. Daems y H. Van Der Wee,
cds., The rise of managerial capitalism, Lovaina, 1974, pp. 1-34. Es posible
que la mayor importancia que tuvo la producción de bienes de consumo en
el desarrollo de las empresas gigantes en los Estados Unidos respecto a Alema­
nia refleje los diferentes procesos de desarrollo que tuvieron las dos economías.
Jean-François Bergier

EL MODELO SUIZO

En un principio no fue mi intención presentar un informe sobre


la industrialización de Suiza en la reunión de Florencia. Recomendé
que se dirigieran a investigadores con una mayor especialización en
este campo, y por tanto, más competentes. De modo que tan sólo
por el hecho de que ellos no estaban disponibles he aceptado, casi
en el último momento, aportar una contribución sobre los problemas
específicos del desarrollo industrial helvético. Contribución sumaria
y un poco improvisada. El lector puede ahora disponer de ella sin
apenas modificaciones. Sólo su última parte, dedicada a glosar el
estado de los trabajos en curso, fue reelaborada para dar una idea
más precisa de las investigaciones recientes o en curso y aportar
algunas referencias útiles.
Esta contribución, en la perspectiva de la reunión, es ciertamente
tanto más oportuna cuanto el desarrollo de Suiza raramente se toma
en consideración en los estudios comparativos del crecimiento indus­
trial. Sin embargo, nadie puede poner en duda que en la Suiza de los
siglos xix y xx ese desarrollo fue espectacular. Si la Suiza actual
merece su reputación de riqueza, si tiene uno de los PNB por
habitante más elevados del mundo (3.477 dólares en 1970), ello es
debido sobre todo al efecto de su desarrollo industrial y no al del
turismo, o de las actividades bancarias que inspiran una especie de
mitología sobre la economía suiza... Esta orientación es oportuna
por otra razón que constituye la singularidad del caso suizo, de bue­
na gana diría del «modelo» suizo. Un modelo que difiere, en efecto,
parcialmente de las experiencias vividas por los países vecinos y com­
petidores; que difiere también, y sobre todo, de los modelos teóricos
206 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

del proceso de industrialización. En esta perspectiva, la originalidad


de tal modelo no carece de interés si puede contribuir a enriquecer,
presentar y matizar la construcción teórica.

1. F uentes y metodología

En primer lugar, algunas palabras sobre las fuentes y la meto­


dología. La Suiza de los siglos xix y XX vivió (y continúa, de hecho,
viviendo) en función de dos principios políticos fundamentales: el
liberalismo y el federalismo.
El liberalismo significa, entre otras cosas, la no injerencia del
Estado en la vida económica. Esto es tanto más evidente en el
siglo xix, ya que hasta 1848 no hubo un Estado suizo: Suiza no
era aún más que una alianza de pequeños estados que se llamaban can­
tones. Pero el Estado Federal, incluso con la Constitución de 1848,
no ha dispuesto de instrumentos para desarrollar una política eco­
nómica que le permita actuar o intervenir en la vida económica del
país, o en todo caso ha intervenido muy poco. El principio de la
libertad de empresa, de la libertad de acción de los agentes económi­
cos, aun en cada uno de los estados cantonales, fue tanto más respeta­
do, por cuanto esos estados no disponían, en general, de los medios
intelectuales ni del aparato administrativo que pudieran determinar
políticas económicas. Si insisto en esto es para subrayar la pobreza
externa de las fuentes sobre la industrialización en Suiza. Suiza es,
probablemente, el país peor dotado a este respecto de toda Europa
occidental. Hasta alrededor de 1950 no existe ninguna compatibilidad
nacional sistemática, y hasta la primera guerra mundial no existe
ninguna estadística global que permita medir el crecimiento económi­
co en general y el crecimiento industrial en particular. De manera
que los historiadores deben entregarse a un juego complicado y un
poco desesperante de reconstrucción, partiendo, muy a menudo, de
un nivel microeconómico, de datos relativos a los diferentes secto­
res, y aún de empresas aisladas. Una reconstrucción que parecía
imposible hace unos años. Desde hace poco, las perspectivas se han
clarificado. Pero se trata de un trabajo de muy larga duración. En
efecto, desde hace algunos años se ha instaurado cierta cooperación
entre la corporación de los historiadores de la economía y las em­
presas, es decir, los empresarios. Por una parte, porque nosotros, los
E L MODELO SU IZO 207

historiadores, hemos buscado el contacto con las empresas; hemos


tratado de que se abrieran sus archivos, los cuales hasta ahora nos
han estado estrictamente cerrados; hemos intentado crear un clima
de confianza. Y creo, por otra parte, que la recesión que atravesa­
mos ha abierto los ojos a ciertos empresarios, que se han planteado
preguntas sobre lo que les podría ocurrir y se han preguntado si tal
vez el pasado, la historia económica, no los ayudaría a situarse
mejor.
Y el federalismo. Acabo de decirlo, el Estado, en Suiza, es el
Cantón. Nos vemos enfrentados, pues, a 25 desarrollos unitarios.
¿Esto quiere decir que tenemos que considerar 25 comportamientos
industriales diferentes? En absoluto. En principio, porque todos los
cantones no participaron en la misma proporción en el esfuerzo
industrial. Una buena parte de ellos permanecieron totalmente ajenos
a esta transformación hasta el siglo xx. Por otra parte, y esto com­
plica la investigación en el plano metodológico, los comportamientos
industriales del siglo pasado no respetaron las fronteras cantonales.
Y ésta es también una de las singularidades de la industria suiza:
comportó una especie de superación de las fronteras interiores. En su
expansión económica, cierto número de cantones — Basilea, Zurich,
Saint Gall, en particular— han extendido sus actividades a los terri­
torios vecinos, a territorios sometidos a otra legislación, a otra
íiscalidad, a otras condiciones sociales. Ello se ha producido, a la
vez, por razones fiscales, por razones de mano de obra o, simplemen­
te, por razones de espacio. El cantón de Basilea, uno de los más
ricos, uno de los más dinámicos desde el punto de vista industrial,
está limitado al espacio de la misma ciudad de Basilea; por tanto,
necesitó inevitablemente extenderse hada los cantones de su entorno.

2. L as singularidades del modelo suizo

Quisiera señalar algunas singularidades del modelo suizo. Acabo


de indicar una de orden institudonal: la ausencia de poder económi­
co por parte del Estado. Pero hay otras. Preciso de inmediato que
esas singularidades no son exclusivas de Suiza, pero es su combina­
ción, su conjunto, lo que marca cierta originalidad.
Singularidades naturales: alejamiento del mar, con sus conse-
cuendas sobre los costos de transporte. La pobreza de recursos natu­
208 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

rales. El subsuelo de Suiza casi no ofrece nada que sea económica­


mente rentable, utilizable. La única materia prima que la industria
ha podido transformar es la leche. Esto puede parecer extraño; y,
sin embargo, la leche ha desempeñado desde la segunda mitad del
siglo xix un papel importante en el desarrollo de las industrias
alimentarias (leche condensada, chocolate con leche); este producto
ha constituido la base de la más grande de las empresas suizas actua­
les: la Nestlé. Pero en definitiva la leche sigue siendo un recurso
relativamente insignificante. Encontramos la misma pobreza por lo
que respecta a los recursos energéticos. El carbón falta totalmente;
lo que comportó que la máquina de vapor no desempeñara en el
desarrollo industrial de Suiza más que un papel menor, casi episódi­
co. La misma no se difundió, aparte de algunos ensayos más bien
folklóricos, sino a partir del momento, tardío, en que el ferrocarril
permitió importar carbón, es decir, alrededor de 1860. Pero la intro­
ducción de la energía de vapor fue bastante limitada; y apenas
resultó posible, se reemplazó el vapor por otra forma de energía, la
electricidad. Por el contrario, Suiza disponía en este campo energé­
tico de una fuerza preciosa que explotó al máximo de sus posibili­
dades: los recursos hidráulicos, los ríos. Éstos no sólo son abun­
dantes, sino que tienen un curso rápido y regular que permite utilizar
esta energía. De manera que el desarrollo industrial — en particular
el de las primeras industrias mecanizadas— se efectuó a partir de
esas fuerzas hidráulicas, gracias a las ruedas y, sobre todo, gracias a
un sistema de turbinas desarrollado a partir de la década de 1840.
Y de esas turbinas se pasó, casi naturalmente, a la energía hidroeléc­
trica, que representa una especie de continuidad del mismo recurso.
Singularidades económicas: pienso en cierto número de condicio­
nes previas para el desarrollo industrial en la primera parte del
siglo xix. En el primer nivel de esas condiciones, quisiera subrayar
la fuerte tradición protoindustrial de la que Suiza debía aprovecharse.
En los siglos xvii y x v iii varios sectores que hemos convenido en
llamar «protoindustriales» tomaron un impulso considerable; indis­
cutiblemente, prepararon el terreno de la industrialización propia­
mente dicha. Hacia 1760-1770, cuando se inició en Inglaterra la
Revolución industrial y justo antes de que la competencia de los pro­
ductos ingleses, en especial la del algodón hilado, comprometiera
bruscamente el mercado de los productos suizos, la industria de los
cantones alcanzó niveles cualitativos y cuantitativos de producción
E L M ODELO S U IZ O 209

impresionantes. Sin que estemos en condiciones de calcularlo con pre­


cisión, es posible evaluar que la producción algodonera per cápita
de Suiza era incluso superior a la de la Inglaterra protoindustrial.
Pero no sólo existió el algodón. Otros sectores son tal vez más
importantes, ya que subsistirán como destacadas especializaciones
industriales suizas hasta muy avanzado el siglo xix sin haber tenido
necesidad de transformar radicalmente sus técnicas de producción ni
el sistema de organización de las empresas. Uno de esos sectores es el
del trabajo de la seda: con la producción de tejidos concentrada prin­
cipalmente en Zurich; cintas y pasamanería de seda, que hicieron la
reputación y la fortuna de Basilea. En esas actividades, la moderni­
zación, la racionalización se insinuó muy pronto. Probablemente fue
en 1667 cuando se introdujo en la manufactura de cintas de Basi­
lea un telar nuevo, todavía manual pero que permitió al obrero, con
un solo gesto, tejer no una sino 14 o 16 o más cintas a la vez. De
ello se derivó un incremento espectacular de la productividad: ésta
se multiplicó por siete hasta 1700 y aún se duplicó entre esta fecha
y 1876; dicha actividad registró, por tanto, una tasa de crecimien­
to medio, a lo largo de 120 años, del orden de 2,2 por 100 (Stoltz,
1977). Otro sector que alcanzó notoriedad (aunque en la actualidad
se encuentra en crisis) es el de la relojería y, en términos más gene­
rales, el de la mecánica de precisión. Ahora bien, este sector (estre­
chamente relacionado con las modas y con un desarrollo cultural
bastante desvinculado de la economía) ha tenido una revolución
coyuntural que a largo plazo no presenta nada en común con la de las
otras industrias. Durante mucho tiempo he sostenido la hipótesis de
la existencia de una relación entre la relojería y la industria mecánica
que se desarrollará a partir de los años 1820-1830, pero no encontré
nada que la confirmara: esos dos desarrollos tuvieron lugar en regio­
nes diferentes (hasta lingüísticamente) y no utilizaron los mismos
circuitos comerciales y financieros.
Lo que esta tradición protoindustrial tiene de interesante es su
continuidad paralelamente a la industrialización. Por ello, el concep­
to de «protoindustria», a menudo evocado en nuestros debates, me
parece susceptible de ser cuestionado; la protoindustria no sólo
precede sino que se convierte en parte integrante del impulso indus­
trial. Porque si bien ésos sectores de la sedería, de la relojería e inclu­
so de toda la producción de tejidos continuaron utilizando una tecno­
logía tradicional, se mostraron dinámicos en su desarrollo comercial,
1 4 .— NADAL
210 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

en su búsqueda de mercados. Los empresarios de esas industrias eran


muy emprendedores, y si no optaron por la mecanización, si no pasa­
ron a lo que denominamos, un poco a la ligera, modernización, es
simplemente porque no vieron la utilidad de hacerlo. Tomaron esta
determinación sólo cuando las circunstancias les obligaron a ello.
Otra condición previa: la abundancia de capital financiero. En
el siglo xvin la mayoría de los cantones se enriquecieron prodigiosa­
mente; el sector público, en cierto número de ellos, dispuso de
recursos prodigiosos que los gobernantes no sabían cómo emplear.
A mediados del siglo XVIII Zurich creó un banco con objeto de ren-
tabilizar el dinero público. Y esto también es válido para un cierto
número de particulares, enriquecidos por el comercio, por la gana­
dería y, sobre todo, por el servicio mercenario, es decir, el comercio
de soldados.
Tercera condición previa: la mano de obra, de la que existieron
grandes reservas disponibles, hasta el punto de que fue necesario
exportar una gran parte de los hombres jóvenes. Existencia de exce­
dentes de mano de obra, pero a condición de ir a buscarlos donde
se encuentran, en la montaña. De modo que hay una coincidencia
entre la localización de la mano de obra disponible y la de los recur­
sos de energía hidráulica en los valles alpinos y prealpinos. Y esto
determinó uno de los caracteres originales de la industrialización
suiza, la extrema dispersión de las empresas. Una dispersión que, por
otra parte, persistirá hasta finales del siglo xix; como señala Cayez
respecto a Francia, los núcleos industriales eran numerosos pero
pequeños, dispersos en burgos o pueblos, que tenían a su alrededor,
en el campo y en la montaña, nebulosas de trabajadores a domicilio.
El trabajo a domicilio plantea además a los historiadores un proble­
ma extremadamente delicado, porque aquél no se halla satisfactoria­
mente comprendido en ninguna de las estadísticas de empleo, las
únicas de las que disponemos. Estas estadísticas no contabilizan al
trabajador a domicilio; o si lo tienen en cuenta, no distinguen de
forma adecuada al campesino que a tiempo perdido, en invierno,
trabaja para un industrial vecino, o el obrero que cultiva un huerto
o un campo alrededor de su casa, y cría tal vez una vaca. Esto plan­
tea problemas de muy difícil resolución.
Y, finalmente, otro apartado de las singularidades suizas, las que
pertenecen al ámbito cultural y que me parecen importantes. Suiza
conoció un muy temprano desarrollo de la instrucción pública, que
E L M ODELO S U IZ O 211

en el siglo xix estaba totalmente completado y que resultó muy eficaz


para obtener de los obreros un trabajo altamente cualificado. No se
trata sólo de una instrucción elemental, consistente en la instalación
desde fines del siglo xvm de un gran número de escuelas profesio­
nales que preparan a la población para el oficio que tendrán que
ejercer; se trata también de una educación cívica, si puedo llamarla
de esa manera, que se imparte a todos, y que se orienta a desarrollar
el sentido de la solidaridad entre todos los miembros de una comu­
nidad local. De ahí proviene una gran eficiencia en el trabajo y el
sentido de la disciplina. Por otra parte, la Suiza del siglo xix, fiel
a toda una tradición protestante, zwingliana y calvinista, predica y
practica una especie de religión del trabajo (por lo menos en toda
la Suiza protestante), particularmente activa en las pequeñas regio­
nes industriales alpinas, como Glaris o Appcnzell, que han conocido
fases de explosiva expansión.
De las observaciones que preceden, podemos deducir la lógica
del modelo de industrialización de Suiza. De los tres grandes facto­
res de producción (materias primas, capital y trabajo), las materias
primas son las que faltan. Deben importarse; los primeros empre­
sarios con mentalidad moderna eligieron la manufactura del algodón,
materia prima que en cualquier caso debían importar también los
competidores extranjeros. Por tanto, el handicap geográfico, si bien
no se anula totalmente, al menos se amortigua; lo mismo ocurre en
el sector de la sedería. Respecto a los otros sectores importantes de
la industrialización del siglo xix — la relojería y la pequeña industria
mecánica, la construcción de maquinaria, la química de transforma­
ción— , el factor materias primas tiene menor importancia.
Ya hemos constatado que el capital financiero es abundante. Y sin
embargo, en un primer momento, por lo menos hasta después de
1830, la industria no solicita ese capital. Como sucedió en la mayoría
de los países de industrialización precoz, el despegue se basó sobre
todo en la autofinanciación. Por el contrario, en la segunda fase de
la industrialización, la que entre 1820 y 1830 se caracteriza por el
desarrollo de la industria mecánica, la construcción de maquinaria,
en principio para el sector textil y después para otros sectores, la
disponibilidad de capital se convirtió en un factor esencial. Pero una
vez más nos encontramos ante un problema todavía mal conocido:
¿cómo pasó ese capital de sus poseedores a los que lo necesitaban?
£1 sistema bancario, con anterioridad a 1830 y aun a 1860, no ejerce
212 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

todavía la función de intermediario. Por una parte, encontramos una


serie de bancos de carácter privado —la gran banca— , cuyos oríge­
nes son bastante antiguos (siglos xvii y x viii ), los cuales se han man­
tenido hasta la actualidad sin comprometerse nunca en la aventura
industrial. Por otra parte, durante la década de 1820 aparecieron
una serie de instituciones de crédito, bancos agrícolas, bancos co­
merciales, que tampoco participaron en el esfuerzo industrial. No
obstante, sólo a partir de 1850, el tema de las inversiones empieza
a ser mejor conocido gracias a un estudio reciente (Schwarz, 1981).
He dicho que el capital financiero no interviene en la primera
fase de la industrialización. Sin embargo hay un vínculo importante
entre éste y la industria. £1 mismo no se fundamenta en el dinero,
sino en quienes lo poseen. En efecto, la red comercial construida
en los siglos xvii y xviii por los negociantes de Ginebra, Saint Gall,
Zurich, Basilea y Berna sirvió de base para la comercialización de los
productos industriales. Esta red es la que aseguró el aprovisiona­
miento de materias primas, especialmente de algodón en rama, y la
que se encargó, sobre todo, de la exportación de los productos. La
misma se extendía a través de buena parte de Europa y se orientó
cada vez más hacia los países de ultramar. En consecuencia, la indus­
trialización suiza estuvo nítidamente orientada hacia un mercado de
amplitud mundial.
Y, por último, el tercer factor: el trabajo. He dicho que la mano
de obra era abundante, en todo caso, esto es cierto hasta la década
de 1880; hasta ese momento, a pesar de todas las demandas de la
industria, Suiza conservó una balanza migratoria de signo negativo.
Dicho saldo se invirtió con bastante brusquedad alrededor de 1875-
1880, sobre todo a consecuencia de la apertura de los grandes talle­
res ferroviarios alpinos, que movilizaron mucha mano de obra y que
provocaron un movimiento de inmigración hada Suiza. Pero hasta
entonces la fuerza de trabajo había sido abundante, lo que significa
que era barata y tenía, al mismo tiempo, una notable cualificadón.
Y verdaderamente el auténtico fundamento de la industrialización
suiza es el enorme valor añadido por el trabajo. Todas las estimado-
nes que han podido efectuarse sobre la producción per cápita indican
una superioridad de Suiza, a este respecto, sobre sus competidores.
E L MODELO SU IZO 213

3. LOS LÍMITES DEL MODELO SUIZO

Pero el modelo también tiene sus límites. En principio, la indus­


trialización suiza, dada la exigüidad del territorio y de los recur­
sos, tuvo que apoyarse en sus inicios en un número restringido de
sectores y en producciones muy especializadas. Las primeras hilatu­
ras, dada su poca experiencia, sólo producían hilos bastos. Pero
después de 1815-1820 adquirieron conciencia de que la única posi­
bilidad de mantener posiciones en el mercado internacional consistía
en limitarse a las calidades más finas. Por otra parte, en los campos
donde la industria suiza podía imponerse más ventajosamente eran
los relativos a producciones muy especializadas, que durante mucho
tiempo siguieron dominados por técnicas protoindustriales. En torno
a 1860, los encajes ocupaban uno de los primeros renglones de la
exportación suiza: la fabricación de pañuelos y de chales de algodón
fue la punta de lanza de esta industria. Una industria que, en conse­
cuencia, era sensible a las variaciones de la moda y que necesitó un
marketing desarrollado. Éste es, pues, uno de los mencionados lími­
tes: la necesidad de concentrarse en producciones especializadas que
tenían, inevitablemente, una demanda poco amplia, aunque por otra
parte se trataba de productos que se comercializaban en mercados
de todo el mundo, sobre los que no gravitaba una excesiva compe­
tencia. En el campo de las cintas de seda, por ejemplo, Basilea dis­
ponía de una especie de monopolio mundial.
En segundo lugar, esta industrialización no pudo abarcar simul­
táneamente diversos sectores. El despegue del sector moderno se
hizo, al igual que en otros países, a partir de la hilatura del algodón,
pero únicamente este sector se modernizó mediante maquinaria im­
portada de Inglaterra, con el auxilio de técnicos venidos de dicho
país. Añadamos que a lo largo de todo el siglo xix esta inmigración
de técnicos e ingenieros ingleses se convirtió en tradicional; se esta­
blecieron estrechas vinculaciones entre la industria suiza y la indus­
tria inglesa, visitas frecuentes de uno a otro país. Los informes sobre
esas visitas constituyen fuentes documentales valiosas. No fue hasta
la segunda fase de la industrialización que los empresarios hiladores
suizos emprendieron la construcción de sus propias máquinas, y
crearon en sus fábricas escuelas para la formación de mecánicos;
progresivamente, fabricaron maquinaria para la venta y desarrollaron
una industria mecánica propiamente dicha. Por tanto, no hubo un
2 1 4 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

crecimiento sostenido desde el comienzo, sino más bien una especie


de arrastre o encadenamiento hacia otros tipos de producción. El
mismo fenómeno se repitió en la química, que al principio se redu­
cía a la fabricación artesanal de colorantes para la industria textil y
que, a partir de la década de 1850, adquirió autonomía y se orientó
hacia producciones también muy especializadas: colorantes, farmacia,
perfumería.
Tercer límite: el del espacio. El país se reveló muy temprana­
mente, ya en la década de 1840, demasiado pequeño para permitir
a todos los empresarios potenciales la realización de sus proyectos.
Cierto número de ellos emigró. Hubo una «diáspora» de la industria
suiza, tratándose de un fenómeno bastante singular. En principio se
registró una emigración de empresarios que abandonan Suiza para
establecerse en otros países, no pocos de ellos en Italia, en la región
de Ñapóles y de Salemo, en la de Módena, en Capri, en la de Lom-
bardía; y también en Austria, en Rusia, en los Estados Unidos, es
decir, un poco por todas partes. En una segunda oleada, la diáspora
toma otra forma, la que conocemos hoy, de las multinacionales, cuyo
estado mayor, su centro neurálgico, sigue estando en Suiza.
Y finalmente los límites impuestos por la fuerza de las cosas a
la dimensión de las empresas. Las empresas, con excepción de algu­
nos holdings, siguen siendo pequeñas o medianas; haciéndonos eco
de una discusión reciente, esta realidad dimensional tal vez comportó
un menor costo del control de la fuerza de trabajo dentro de las
empresas, y quizás ello acarreó una ventaja relativa para la producción
que colocaban en el mercado.4

4. A lgunas tendencias de la historiografía

Las investigaciones y trabajos recientes o en curso sobre la indus­


trialización no parecen mostrar orientaciones singulares que los dis­
tingan de los realizados en otros países. Esos trabajos tienen en
cuenta, evidentemente, los caracteres originales de la industrializa­
ción suiza que ya hemos señalado. Están sometidos a la servidumbre
de las fuentes documentales con grandes insuficiencias, descentrali­
zadas o de difícil acceso (archivos de empresas, bancos, etc.). Por
otra parte, los mencionados trabajos plantean los mismos problemas
que en otros países, a los que intentan dar respuesta recurriendo
E L MODELO SU IZO 215

a métodos y conceptos inspirados en las aportaciones de la investiga­


ción internacional. Aun cuando durante mucho tiempo permanecieron
aislados, los historiadores suizos de la economía están en la actuali­
dad bien integrados en la comunidad internacional de la investi­
gación.
Si existen singularidades en la investigación suiza, éstas se deben
a tres circunstancias: primero, al hecho de que el interés de los
historiadores por la industrialización, salvo algunas excepciones (so­
bre todo Rappard, 1914), es muy reciente; se despertó a partir de
la década de 1960. La investigación, por tanto, no ha hecho más
que comenzar. En segundo lugar, tenemos el problema de la orga­
nización federal de las instituciones de investigación, y por tanto,
de la dispersión de esfuerzos. Desde hace algunos años tratamos de
aportar en este campo un poco de coordinación, de desarrollar los
contactos intercantonales durante mucho tiempo casi inexistentes.
Y, finalmente, existe el pluralismo lingüístico y cultural de Suiza,
que hace trabajosos tales contactos (incluso a través de la literatura)
y que constituye el exponente de una diversidad sensible de doctri­
nas, de concepciones y de métodos, al igual que de la confrontación
de enfoques que surgen de sensibilidades a veces tan diferentes, que
llegan a obstaculizar el diálogo. Ello comporta un problema real, peto
puede ser también una oportunidad.
Por otra parte — aunque éste es un hecho bastante general—
los trabajos de los historiadores y de los economistas han sido
durante mucho tiempo independientes, ignorándose los unos a los
otros de manera soberbia. La ya antigua excepción de William Rap­
pard (1914), que intentó asociar esos dos enfoques desde una pers­
pectiva sobre todo institucional, no creó escuela, y ha sido preciso
esperar los trabajos de Hansjorg Siegenthaler (a partir de 1976) y de
sus alumnos, o de P. Stolz (1977), para empezar a cubrir el foso
entre las ciencias económica e histórica. Los economistas suizos,
por otra parte, se han mostrado poco sensibles al fenómeno de la
industrialización, a excepción de algunos enfoques desde la perspec­
tiva del análisis coyuntural (Wittmann, 1963; Kneschaurek, 1964).
La coyuntura sigue siendo una preocupación esencial de algunos espe­
cialistas (Siegenthaler), pero apoyada en la actualidad en una infor­
mación histórica más rica y más ágil. Los historiadores persiguieron,
en principio, reagrupar esa información. La obra de Walter Bodmer
(1960) constituye una masa de datos cualitativos y a veces cuanti­
216 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

tativos de primera mano, cómodamente organizada, pero renunciando


a todo intento de interpretación. La de Albert Hauser (1961) es ante
todo descriptiva, muy apresurada, aunque bien informada. Han abor­
dado el terreno de la síntesis: Basilio Biuccbi, en un capítulo dema­
siado breve de la Fontana Economic History of Europa (1969) y en
un ensayo publicado en 1982; Siegenthaler (1976), en otro capítulo
de la mencionada obra dedicado al período de 1920-1970; para el
conjunto del desarrollo preindustrial, protoindustrial e industrial,
Jean-François Bergier (1974 y 1983-1984); el italiano M. De Lucia
(1983) es autor de una obra cómoda, simpática, pero un poco super­
ficial y con lagunas.
Estas visiones de conjunto se apoyan en investigaciones monográ­
ficas, y aquéllas, en contrapartida, estimulan la realización de otras
investigaciones en la medida en que formulan hipótesis que es pre­
ciso verificar y matizar, al mismo tiempo que ponen en evidencia las
lagunas existentes en nuestros conocimientos. Estas investigaciones
tienen por objeto estudiar, ya sea una región, un cantón (por ejemplo
Jaccard, 1959), un sector industrial determinado (Hoffmann, 1962),
o asocian esos dos enfoques para producir monografías a la vez
regionales y sectoriales, lo que justifica la orientación bada los tra­
bajos especializados a nivel regional, en general, bien delimitados
(Veyrassat, 1980; Dudzik, 1981; Tanner, 1982, etc.). En este tipo
de análisis, la investigación sectorial tiende a cobrar más importancia,
aun cuando destacados sectores (química, industrias alimentarias, etc.)
esperan, sin embargo, trabajos que se eleven más allá de la crónica
o de la anécdota. Un sector de prestigio, la relojería, se distingue
por dos sólidas monografías empresariales de François Jéquier (1972
y 1983).
Los problemas relativos a la tipología de las industrias y a la
localización han constituido directamente el centro de las discusiones
(Veyrassat, 1972 y 1980; Bergier, 1974 y 1983-1984; Dudzik,
1981). La cuestión de los fracasos, de la industrialización fallida o
rechazada de algunos cantones ha atraído la atención sobre Ginebra
(Raffestin, 1968) y Friburgo (Walter, 1983). El trabajo de recons­
trucción de series cuantitativas (Siegenthaler, 1978, y la «Fors-
chungstelle für Wirtschafts- und Sozialgeschichte», Universidad de
Zurich) progresa minuciosa pero eficazmente (Schwarz, 1981, y Dud­
zik, 1981). Existe un esfuerzo también por aplicar, a partir de los
datos recopilados, modelos de análisis teórico (Stolz, 1977); por
E L MODELO SU IZ O 217

inspirarse en la tradición integradora de la historiografía francesa


(Veyrassat, 1980). En la formulación de un cuadro comparativo de
carácter internacional, P. Bairoch (1978) acepta el riesgo de efectuar
estimaciones globales; a falta de datos más precisos, consigue esta­
blecer razonablemente el lugar que corresponde a las industrias sui­
zas de exportación.
Otra orientación, historiográfica, que va perfilándose desde hace
unos años, construye con éxito una microhistoria a partir de los
archivos de las empresas protoindustriales (Caspard, 1979) o de
carácter moderno (Jéquier, 1972 y 1983; Siegrest, 1981). Esos tra­
bajos conceden un amplio protagonismo a las estrategias empresaria­
les, a la innovación técnica, a la persona del empresario (para una
visión de conjunto: Siegenthaler, 19782). A la biografía de algunos
de esos empresarios está consagrada la ya larga serie Viomers de
l’Économie Suisse (publicada desde 1950); estos cuadernos, redac­
tados a veces por historiadores aficionados, poco preocupados por
efectuar un análisis en profundidad de los problemas económicos,
no por eso dejan de aportar amplia información que a menudo no
es posible hallar en otra parte, aunque algunos de esos cuadernos
se distinguen, sin embargo, por la calidad del método y por la enver­
gadura de los problemas abordados.
En Suiza, la historia de la técnica no se enseña en ninguna parte,
aunque apasione a numerosos aficionados nostálgicos del patrimonio
industrial, febrilmente exhumado. En este ámbito, los trabajos care­
cen, por consiguiente, de fundamentos metodológicos. La revista
Iniustrie-Archéologie sirve de vínculo de esos fervorosos de las tec­
nologías del pasado. Por el contrario, el efecto del desarrollo indus­
trial sobre las estructuras urbanas (Bártschi, 1980) y, especialmente,
sobre la sociedad rural tradicional, ha dado lugar a artículos (M. Matt-
müller, 1985) y a libros importantes. Los de Rudolf Braun (1960 y
1965), a pesar de su limitación espacial, tienen un valor de ejemplo
y una significación metodológica que ha superado ampliamente las
fronteras de la Confederación: se han convertido en clásicos de la
historia social de la industrialización. El de François Walter (1983)
aborda, de manera muy novedosa, el problema de las estructuras
espaciales y de los atrasos agrícolas.
En cuanto a la historia del trabajo, ésta, en principio y sobre
todo, ha sido abordada desde la perspectiva política e institucional
del movimiento obrero. Sin embargo, la voluminosa y valiosa obra de
218 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

Gruner (1968) reúne, organiza e interpreta una información bastante


amplia sobre diversos aspectos relativos al trabajo (en particular, la
delicada cuestión del trabajo a domicilio, la de los salarios, la de la
jornada de trabajo). Más recientemente algunas obras de carácter
colectivo han abordado la cuestión de la vida cotidiana de los traba­
jadores, de los empleados de oficina o de hostelería y la condición
de la mujer. La demografía histórica, finalmente, centrada sobre
todo en el estudio de la población durante el Antiguo Régimen, se
ocupa del período de la industrialización bajo la privilegiada pers­
pectiva de las migraciones, y de las poblaciones de la montaña.
Éstas no son sino unas indicaciones rápidas sobre las tendencias
de una investigación que se ha transformado, a escala de un pequeño
país, en eminentemente curiosa y activa. Deseamos que a partir de
aquí se integre en mayor medida en los debates internacionales sobre
la industrialización. La originalidad del «modelo» helvético puede
aportar a éstos una contribución estimulante.

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Giorgio Mori

EL PROCESO DE INDUSTRIALIZACIÓN
V LA INDUSTRIALIZACIÓN EN ITALIA

1. O bservaciones preliminares

A fin de evitar sucesivos malentendidos, considero oportuno


introducir algunas esenciales y quisiera que poco provocativas pre-
misas definitorias. Con la expresión proceso de industrialización
señalo ese movimiento prolongado y, en su conjunto, progresivo y
expansivo durante todo el siglo xix —que debe considerarse como
un proceso unitario a escala internacional— cuyo núcleo central y
tipificador lo constituye la aparición, la consolidación y la difusión
de un ordenamiento material del sector secundario basado en la
industria y en su célula elemental, la fábrica. Un ordenamiento, al
menos hasta hoy irreversible, que se configuraba entonces como nue­
vo y diferente respecto de la producción a domicilio, ya que estaba
organizado sobre una base centralizada y porque separaba el lugar
de trabajo del lugar de residencia; respecto de la manufactura, por
el uso sucesivo de máquinas primero y de sistemas de producción
mecanizados después; y porque — como intuyó Oírlos Marx—
«mientras que en la manufactura, el obrero se adaptaba al proceso,
aun cuando con anterioridad el proceso se había adecuado al obrero,
este principio subjetivo de la división del trabajo desaparece en la
producción mecánica». Con la expresión Revolución industrial quiero
dar a entender, en cambio, el momento originario y constitutivo de
ese proceso y por ello una fase única e irrepetible del mismo. La
cual, como todos sabemos, se desarrolló en la Gran Bretaña durante
la segunda mitad del siglo xvni: la misma será, entonces, sinónimo
de comienzo del proceso de industrialización.
LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N EN IT A L IA 223

Por último, quisiera precisar que, justamente por esto, considero


indebido y engañoso disimular, o atenuar, el alcance periodizador de
semejante suceso. Por otro lado, forma parte de la historia del pro­
ceso de formación del modo de producción capitalista (el cual tiene
sus antecedentes en el campo, en las manufacturas y, en ciertos
aspectos, también en el trabajo a domicilio) que, justamente con la
producción mecanizada, llegará a los niveles más desarrollados, níti­
dos y rentables. Por eso, el desacuerdo, o al menos la cautela, frente
al uso que se difunde como una mancha de aceite, pero no siempre
acertadamente, de la formalización definitoria — a mi manera de ver
incongruente con el período y con la realidad a la que se refiere—
tipificada como «protoindustrialización», en la medida que se en­
cuentra relacionada con las actividades productivas secundarias desa­
rrolladas en el campo entre los siglos xvi y xvm . Y esta precaución
es tanto más oportuna debido al fuerte énfasis que por lo general se
pone sobre la continuidad del proceso: de lo que podría deducirse,
no indebidamente, una lectura, diríamos, marshalliana de la evolu­
ción económica y social, sin ofrecer al mismo tiempo una interpre­
tación más profunda de la misma. Por otra parte, la conceptualiza-
ción «industrialización antes de la industrialización» denota, más
allá de su cautivadora sugestión literaria, una tangible contradicción
cuando es contrastada rigurosamente con la realidad. Y porque este
enfoque parece asumir, como elemento discriminatorio para el empleo
del término «industria», el producto terminado y no, en cambio, las
técnicas utilizadas para obtenerlo, y también, desde este punto de
vista, podrían derivarse consecuencias paradójicas.
Considero además totalmente inútil — o puramente artificiosa—
la rígida distinción que se viene reiteradamente efectuando tendente
a atribuir un valor cualitativo por parte de los estudiosos de la
industrialización italiana (pero no sólo italiana) a la diferencia entre
pequeñas y grandes unidades empresariales.

2. La p r o t o in d u s t r ia l iz a c ió n 1

Por descontado, constituye una más que elemental afirmación


que, en un sentido lato, la península italiana está envuelta en el

1. Mediante el concepto de protoindustrialización, sustantivo ahora de


224 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

proceso de industrialización, pero, en cambio, es menos obvia —y


sin embargo capaz de ofrecer reflejos interpretativos profundos para
la comprensión del desarrollo industrial en esta área, y también
para obtener una visión de conjunto de su desarrollo histórico— la
concreción de un completo y pormenorizado diagrama empírico de
la periodización, además de las modalidades, según las cuales primero
cristalizó y luego se consolidó. Una vez trazados los contornos del
problema y puestas de manifiesto sus coordenadas esenciales, el mo­
mento crítico-descriptivo del proceso en sí puede y debe ser ante­
puesto al momento crítico-explicativo. No considero aventurado sos­
tener que desde el primero de estos puntos de vista, y a pesar de la
disponibilidad de tan importantes como numerosas contribuciones
monográficas, la historiografía sobre la industrialización italiana mues­
tra evidentes lagunas, que quisiéramos ver en vías de superación, y
más de un elemento de confusión frente a la necesidad de llegar
a un exhaustivo, atendible y orgánico inventario de las actividades
industriales de la península italiana a partir de las manifestaciones
primigenias.*2 Aunque no estoy del todo convencido de esto, tal vez
sería oportuno considerar irrelevantes para los fines de nuestro razo-
miento la consistencia y el alcance, no sólo material, de los incuna­
bles séricos rescatados del olvido por obra de Cario Poní y la «curio­
sidad» tecnológica de esos telares de lanzadera volante introducidos
en 1738 en la fábrica de Niccoló Tron, ex embajador de la Serenísima

uso frecuente para tipificar la considerada «industria rural domiciliaria», doy con­
tenido a la primera fase del proceso de industrialización, caracterizada histórica­
mente —al menos hasta la aparición de las economías planificadas— por la
presencia de las industrias productoras de bienes de consumo. Respecto a dicha
propuesta de periodización, ya aporté algunas precisiones hace unos años, en
G. Mori, cd., L'industrializzazione in Italia (1861-1900), 11 Mulino, Bolonia,
1977, p. 37.
2. Un panorama sintético de esos estudios, tal vez parcialmente superado
debido a las aportaciones más renovadoras de los últimos tiempos, se encuentra
en mi trabajo, tampoco muy reciente, «Appunti e spunti per una riconsidera-
zione delta storiografia económica sull’Italia postunitaria», Rassegna Económica,
XL1 (1977), pp. 25-46. En lo que concierne a las carencias informativas sobre
la fase inicial del proceso de industrialización en Italia, es suficiente decir que
las historias de la indusuia de las que disponemos o parten de la unidad nacio­
nal, o las que lo hacen desde antes, corresponden a aportaciones ya envejecidas.
Señalaré una excepción, aunque relativa, B. Caizzi, Storia dell'industria italiana
dal X V I I I secólo ai giorni nostri, UTET, Turín, 1965.
L A IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N E N IT A L IA 225

en la corte de San Jaime, sobre los que escribe Gino Luzzatto. Para
no hablar de las empresas privilegiadas lombardas, en las cuales,
como ha señalado Sergio Zaninelli, la spitming jenny y la mulé apa­
recen antes de que termine el siglo xvm .3 Constituye un hecho acep­
tado que las fábricas dotadas de maquinaria y que empleaban trabajo
asalariado pueden detectarse en Italia casi al mismo tiempo que en
otros países de Europa — en Francia, en Alemania, en los Países
Bajos, en el imperio de los Habsburgo— durante ese inquieto y
turbulento período de 20 años que transcurre desde la paz de Cara-
poformio a los tiempos inmediatamente posteriores al ocaso de la
dominación francesa de la Europa centro-occidental. Investigaciones
recientes y menos recientes evitan cualquier malentendido a este res­
pecto. Desde el Piamonte a Lombardía, a Salerno, al Véneto, tanto
por lo que hace referencia a especializaciones productivas «viejas»,
pero favorecidas por la inexistencia de dificultades de consideración
para el aprovisionamiento de materias primas, como al trabajo de la
lana (y como al de la seda, que ya se sabe constituye un caso sui
generis en Italia), y también por lo que se refiere a producciones «nue­
vas», como la del algodón, en esos años las máquinas entraron a
formar parte tanto del paisaje profesional como de las estructuras
productivas de la península. Y con las máquinas, la fábrica, los
empresarios-capitalistas-industriales y los núcleos primigenios de la
clase obrera.4

3. Cf. C. Poní, «All’origine del sistema di fabbrica: tecnología e organiz-


zazione ptoduttive dei molini da seta nelTItalia settentrionale (sec. XVII-
XVIII)», Rivista Storica Italiana, LXXXVIII (1976), pp. 444-497; G. Luzzatto,
Storia económica dell'eti moderna e contemporánea. II: L’e ti contemporánea,
CEDAM, Padua, 1960*, p. 183; S. Zaninelli, L'industria del cotone in Lom-
bardia dalla fine del '700 alia unificaxione del paese, ILTE, Turfn, 1967, pp.
14 ss. y 46 ss.
4. Además de los trabajos citados en la nota precedente, cf. también,
V. Castronovo, L'industria coloniera in Piemonte nel sécalo X I X , ILTE, Turln,
1965; ídem, L'industria laniera in Piemonte nel secolo X I X , ILTE, Turín, 1965;
G. Wenner, «L’origine deil’industria tessile salemitana», Rassegna storica saler-
nitana, XIV (1953), pp. 30-79; D. Severin, Storia dell'industria sérica comasca
(sec. X VI II -X X ) , La Provincia di Gimo, Gimo, 1960. No existe un estudio
digno de mención sobre los orígenes y los primeros decenios de vida del Lani­
ficio Rossi que se remonta a 1817. Tampoco ha recibido la atención que tal
vez merece una investigación sobre el desarrollo industrial en los últimos años
de la dominación francesa en Italia, por lo que respecta a las zonas de la
península anexadas al imperio.

13. — NADAL
226 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

Dos anotaciones marginales, también ellas susceptibles de enfo­


ques interpretativos en absoluto definitivos. En efecto, no está com­
probado que, al menos de manera inmediata, la acumulación de
disponibilidades líquidas, que puede hallarse en sectores si no am­
plios, no por ello desdeñables de la agricultura italiana, participe
de manera significativa en la fecundación de lo que podríamos deno­
minar la germinación espontánea de fábricas: por otra parte, reali­
zada mediante aportaciones verdaderamente asequibles de capital,
tanto fijo como circulante. Por el contrario, es necesario aclarar —y
esto no puede sino demostrar la existencia de más que favorables
expectativas de beneficio, y por tanto de un contexto económico y
social menos desabrido y unívoco de lo que se considera comúnmen­
te — que en cada una de las zonas y en el conjunto de los sectores
industriales ya mencionados se registró la presencia de un flujo bas­
tante notable de empresarios extranjeros (como sucedió, por otra
parte, en otras zonas de Europa, aun cuando se trata, justamente, de
zonas consideradas por los historiadores como más prometedoras y
abiertas que Italia para aquellos que quisieran, en esc período, arries­
garse en la aventura industrial).
En una palabra, con toda la prudencia del caso, y efectuados
eludiendo toda retórica los indispensables controles — por lo demás
oportunos también debido a las omisiones verdaderamente excesivas
de la historiografía económica, la cual, en lo que concierne a la
situación de las actividades secundarias durante el período francés,
de alguna manera está cerrada a las negras y monocordes evaluacio­
nes de Tarle— ,s nos vemos inducidos a considerar que, en la carrera
de persecución emprendida con diferentes grados de conciencia entre
fines del siglo xvm y primeros lustros del xix, para colmar, o al
menos evitar que aumentara la diferencia respecto a la liebre inglesa,
junto a otros países también es detectable, aunque sea débil e ínfima
y hasta inestable, una representación italiana.

3. Un im p u l s o frenado

No podemos dejar de coincidir con David Landes cuando afirma


que «en suma, emular a Inglaterra fue probablemente más difícil5

5. Nos referimos, naturalmente, a £ . V. Tarle, La vita económica dell'


Italia neü'eti napoleónica, Einaudi, Turín, 1950, passim.

i
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N EN IT A L IA 227

después de Waterloo que antes». En todo caso, podemos añadir que


el problema surgió, con toda su repentina grandeza e importan­
cia, en esta época. En este sentido cabe advertir que hasta los últimos
años del siglo precedente la consistencia y las posibilidades expan­
sivas de la industria inglesa se habían manifestado en el exterior de
manera más bien poco intensa y episódica, y que durante los agita-
dísimos primeros 15 años del siglo xix esa consistencia y esa posi­
bilidad no encontraron manera de manifestarse en el mercado inter­
nacional sino muy débilmente. Es por ello que opinamos que la
Restauración marca el primero de los tres giros del siglo xix, decisi­
vos para la evolución del proceso de industrialización en Italia.
Un estudioso como H. J. Habakkuk, adoptando una formulación
de vaga semejanza toynbeeana, señalaba hace ya casi treinta años
que frente a la Revolución industrial y a la extraordinaria aceleración
del proceso de industrialización en Inglaterra, históricamente habían
aflorado dos tipos de reacción. En algunos países había prevalecido
un enfoque que definió de «imitativo»: imitativo de la inédita expe­
riencia industrializadora inglesa. En otros, en cambio, la Revolución
industrial había provocado una reacción que, ante el estímulo de una
demanda insistente y creciente de materias primas y de productos
alimenticios, estaba destinada a frenar o a bloquear el crecimiento de
la industria mecanizada* Manteniéndonos en el terreno del recono­
cimiento crí tico-descriptivo, podríamos ser inducidos a incluir a la
península italiana en el grupo de los países imitadores: pero tal vez
de segundo orden. Esto, aceptando, en esencia, un juicio de Landes
posterior al reproducido anteriormente — me parece oportuno recor­
dar que la experiencia italiana es totalmente ajena al panorama del
proceso histórico americano— , según el cual «la historia de la gene­
ración posterior a 1815 es, en gran medida, la de la eliminación o
disminución de los obstáculos cognoscitivos, económicos y sociales
[que se interponían] a la imitación de la experiencia inglesa, gra­
cias en parte a la acción del Estado y más aún a los esfuerzos de los
empresarios privados».67 En efecto, es incontrovertible que entre 1815

6. H. J. Habakkuk, «The historical cxperience on the basic conditions


of economic progress», en L. H. Duprier y D. C. Hague, eds., Instituí de
Recherches économiques et sociales, Lovaina, 1955, pp. 155 ss. (actas y comu­
nicaciones de la mesa redonda organizada por la Asociación Económica Inter
nacional celebrada en Santa Margarita de Liguria en agosto-setiembre de 1953).
7. D. S, Landes, Prometeo libéralo, Einaudi, Turín, 1978, p. 194, donde
228 L A R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

y la época de la Unidad nacional tuvo lugar el segundo y decisivo


giro durante el xix del proceso de industrialización que se desarro­
llaba en la península italiana, el cual no mostró síntoma alguno de
interrumpirse. Junto a la aparición de nuevas fábricas en otros sec­
tores (papel y construcciones mecánicas en especial), los sectores
preexistentes: sedero, lanero o algodonero crecieron y se fortalecie­
ron .8 Esto se debió esencialmente a la tenacidad y al valor de un
puñado de empresarios, respecto a los cuales debe valorarse con
atención la conjetura de Roberto Romano sobre su génesis y sus
fines, que por lo menos daría paso a una consideración menos impre­
cisa y menos mecanidsta de la crucial relación entre agricultura e
industria .9 Aun cuando, como reveló en su momento Alberto Carac-

se encuentra también la primera cita de Landes (hay trad. cast.: Progreso tec­
nológico y revolución industrial, Tecnos, Madrid, 1979).
8. Para la industria del papel, disponemos de una serie de estudios rela­
tivos a diferentes regiones de la península, pero no de una monografía exhaus­
tiva. Cf., sin embargo, M. Scavia, Vindustria delta carta in Italia, Roux e Via-
rengo, Turín, 1903. Nos encontramos en idéntica situación en lo que concierne
a la industria de construcciones mecánicas, respecto a la cual nadie ha intentado
aún ofrecer, aunque fuera de forma sintética, una monografía, si no es en el
ámbito de las historias generales de la industria, y por tanto con los niveles
de aproximación y los límites que las obras de ese tipo se ven obligadas a
respetar. Cf., en este sentido, B. Caizzi, Storia dell'industria..., op. cit., pp.
239-234. Para las diferentes especial izaciones de la industria textil, véanse los
trabajos citados en la nota 4.
9. Después de haber perfilado la figura del «industrial-agrario» como la
de un «trabajador rural “pobre” que, para incrementar sus ingresos, se ve em­
pujado a emprender actividades comerciales y luego industriales», el cual podía
contar con la garantía que significaba su propiedad rústica, a fin de hacer
frente a los riesgos que podía encontrar en estas nuevas actividades, Romano
afirma que «no es la riqueza acumulada en la agricultura la que permite el
desarrollo de formas productivas capitalista-industriales, sino la relativa “po­
breza" de estos recursos». De manera que en la primera mitad del siglo xtx,
«el futuro económico de Lombardía, y en general de Italia, no se jugaba, o por
lo menos no tanto como pensaba Cario Cattaneo, en la avanzadísima agricul­
tura irrigada de la Bassa, sino en esos pequeños, atrasados, insignificantes y
semifeudales poderes del Alto Milanesado, cuyos propietarios (Ponti, Cantoni,
Caprotti) por ningún economista elogiados, sino más bien objeto de críticas
severas y de reproches, preparaban en silencio la base industrial italiana»
(R. Romano, I Caprotti, F. Angeli, Milán, 1980, pp. 219-220). Las objeciones
que se podrían hacer a Romano son evidentes. La más notoria y trivial de
éstas es la siguiente: ¿por qué los propietarios rurales «pobres», que tantos
eran en Italia y que se encontraban esparcidos un poco por todas partes, no
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N EN IT A L IA 229

dolo, dicho protagonismo empresarial se vio potenciado por efecto


de las perdurables iniciativas de un grupo de sus colegas extranje-
ros, probablemente mayor que en el pasado.* 101 Pero, lógicamente,
tales iniciativas se fundamentaban en las altísimas tasas de explota­
ción, de que unos y otros podían gozar con toda tranquilidad en
sus empresas. Y también, en alguna medida, por las políticas adua­
neras prohibicionistas adoptadas por algunos estados regionales.
Pero estos desarrollos, por reales e indicativos que fueran, tanto
a corto como a largo plazo, revelan, tomados en sí y por ellos mis­
mos, una dosis inaceptable de opacidad para quien desee entender
su sentido real, sus dimensiones relativas y su peso efectivo. Y esto
no lo ha tenido suficientemente en cuenta, por ejemplo, Stefano
Merli. El cual, si por una parte ha ignorado la modesta experiencia
preunitaria, por otra, sin mediación alguna y sin la irrenunciable
ampliación del campo objeto de análisis, ha considerado el proceso
de industrialización como parámetro único y exhaustivo de interpre­
tación de la historia económica y social italiana a partir del modelo
en dos clases del primer libro de El Capital, y confundiendo la
distinción entre el modelo teórico y el proceso histórico real en un
filologismo puntilloso, aun cuando benemérito e irrenunciable.*1 En
cambio, parece necesario y dirimente —por ser obvio— adquirir
conciencia de lo que hasta ahora se ha definido como proceso de
industrialización, el cual es, en esencia, un movimiento individuali­
zado en cuanto que concreto y activo, pero también una resultante.
La resultante de una serie compleja de interacciones, de conflictos
y confluencias entre pasado y presente, entre capital vivo y capital
muerto, entre clases sociales y, en su interior, entre estados y gru­
pos políticos, entre culturas y comportamientos, entre estructura y
coyuntura, entre discrecionalidad y vínculos objetivos. Para com­
prender plena y eficazmente dicha complejidad, es necesario salvar
el recorrido intelectual que relaciona y conecta el plano crítico-des­

siguieron a los Caprotti y a sus amigos y emplearon de otra manera los recur­
sos disponibles? Pero, como hemos señalado en el texto, el tema planteado
por Romano es digno de la máxima atención.
10. A. Caracciolo, «La storia económica», en Sloría d ’Italia, Einaudi,
Turln, 1973, vol. I II , pp. 636407.
11. S. Merli, Proletariato di fahbrica e capitalismo industríale. II caso
italiano, 1880-1900, La Nuova Italia, Florencia, 1972, vol. I.
230 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

criptivo con el plano crítico-explicativo. La estructura conceptual


objetivada más idónea para una operación de este tipo parece ser,
en nuestra opinión, la que nos ofrece la noción de «modo de pro­
ducción capitalista» en su configuración histórica de la primera mitad
del siglo xix .12 Fundamentada en la relación entre propiedad pri­
vada de los medios de producción y trabajo asalariado libre, en esa
época este modo de producción aparecía caracterizado, por un lado,
por haberse materializado la centralización de la producción en la
fábrica en las zonas más representativas y dinámicas y, por el otro,
por el progresivo desarrollo de un mercado mundial cada vez más
unificado pero, al mismo tiempo, compartimentado por divisiones
político-estatales cada vez más marcadas y conflictivas: un dualismo
inexplicablemente subvalorado por la historiografía de ascendencia
marxista, pero no sólo por ésta. Observado en relación a este hori­
zonte del que forma parte, el proceso de industrialización que se
desarrolló en la península italiana se presenta, entonces, bajo una
luz muy diferente. En este país las relaciones capitalistas de produc­
ción superaban, por cierto, los límites de la fábrica para llegar, en
alguna medida, hasta las que después serían definidas como sus «sec­
ciones externas», constituidas por una parte del trabajo a domicilio,
en especial en Piamonte y en Lombardía (pero también en otras
zonas); y resultaban bien evidentes en ciertas comarcas rurales de las
mismas regiones. Pero por lo que respecta al conjunto de la penín­
sula, tanto en las actividades secundarias como en la agricultura,
estaban — donde más, donde menos y en cuanto a tales— limitadas

12. Últimamente un estudioso como E. P. Thompson (Poverly of Tbeorv


and otber Essays, Merlin Press, Londres, 1978) ha sostenido que la categoría
«modo de producción*, de Marx, «es propia de la teoría económica y no puede
ser extendida a la caracterización de la sociedad, cuyo estudio constituye el
real objeto del historiador» (p. 346). A las connotaciones implícitamente plan­
teadas por un juicio similar emitido por G. S. Jones («From histórica! socio-
logy to theoretieal history», British Journal of Sociology, 27, 1976, pp. 301-302,
en especial —por otra parte publicado antes del cáustico ensayo de Thomp­
son—), quisiera agregar que, a menos que se quiera volver a acreditar la vieja
imputación de «economicismo», roe parece que es preciso abandonar una lec­
tura de la definición marciana de esa categoría, susceptible de una crítica tan
radical. O, en todo caso, es preciso evitar una separación tan talante entre
«economía» y «sociedad», y aún más, una especie de expulsión de la «econo­
mía» de cualquier enfoque analítico del proceso histórico real.
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N EN IT A L IA 231

a áreas restringidas y absolutamente minoritarias.13 La producción


en grandes unidades fabriles constituía en suma, y no sorprendente­
mente, un conjunto de microscópicas islas que, y pese a que no puede
ser negligida la nada insignificante presencia manufacturera y de
bolsas de trabajo a domicilio (cuya significación, atendido el estado
actual de la investigación, no puede ser fácilmente asequible en su
esencia, en sus variables connotaciones y en sus elementos funciona­
les), podía jactarse de un peso específico absolutamente modesto den­
tro del sistema productivo y del conjunto de fuerzas que regulaban
la dinámica económica y social en cada uno de los estados regio­
nales.14
Además, debemos tener presente que — por razones de carácter
político (debilidad intrínseca, dependencia de Austria en algunos ca­
sos, tentativas de conquistar la amistad de Francia e Inglaterra en
otros), por motivaciones de orden económico (seguras ganancias posi­
bilitadas por las exportaciones de productos primarios, poca capaci­
dad de los mercados regionales y no sólo debido a sus dimensiones
geográficas: piénsese en Bélgica); y como consecuencia de su estruc­
tura social (predominio de la figura del pequeño campesino en situa­
ciones de condición diferente; escasa incidencia de los núcleos de la
burguesía industrial más dinámicos, lo que les impedía reivindicar,
con éxito, una política económica interna y una política comercial
externa más favorable para sus intereses; hegemonía de la clase terra­
teniente y de restringidos núcleos mercantiles)— la posición de esos
estados en el mercado internacional era extremadamente frágil y
condicionada, ya que se encontraba subordinada a movimientos de
fondo del todo incontrolables. Y éstos, en general, tendían a restrin­
gir los espacios, que ya de por sí no eran muy amplios, disponibles

13. El estudio que merece mayor consideración de la agricultura italiana


de las décadas previas a la Unidad es aún, y desafortunadamente, el elaborado
para una historia general, ahora ya clásico, por G . Candeloro, Storia deWItalia
moderna, Feltrínelli, Milán, 1958, vol. II, pp. 244-326. Pero existen diferentes
y en más de un caso apreciables monografías locales y sectoriales. No sólo para
la evolución de las vicisitudes contractuales a la que está expresamente dedi­
cado, cf. el fundamental e innovador trabajo de G. Giorgetti, Conladtni e pro­
pician netl'ltalia moderna, Einaudi, Turtn, 1974, pp. 200-414, en especial.
14. Por eso nos parecen totalmente pertinentes las severas observaciones
planteadas a la interpretación de Stefano Merli por A. Monti («Alie origini
dclla classe operaia italiana: un tentativo di revisione», Quaderni Storici, V III,
1973, pp. 1.042-1.043).
232 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

para las iniciativas industrializadoras. En estas condiciones, la imita­


ción de Inglaterra era más o menos un sueño, tal vez una esperanza,
pero no una realidad. Esto lo tenía claro mi tan desconocido como
original conciudadano que tuvo la brillante idea de traducir al ita­
liano — apenas dos años después de su primera edición— La econo­
mía de las máquinas y de las manufacturas, de Charles Babbage,
quien en la presentación del libro escribía: «Las artes y los oficios
nacieron niños en todas partes y después crecieron: y si las circuns­
tancias los hicieran gigantes en otros lugares, esa visión puede y debe
inspirarnos el deseo, pero deseo eficaz, de cultivarlos».15 Una forma
mentís que en la península italiana debía considerarse, en esa época,
si no excepcional, al menos rarísima. El pensamiento y los febriles
proyectos de un Melchiorre Gioia no aportaron nada o casi nada nuevo
en relación a lo que encontraron. En la «clase culta» — en gran parte
compuesta por terratenientes o por capas de profesionales vinculadas
a ellos por varios motivos— prevalecía grandemente una actitud de
rechazo contra el nuevo mundo de la industria que la fe católica,
por una parte, y evidentes dificultades materiales, por otra, termina­
ron por acentuar o por revestirla con el manto cautivador del filan-
tropismo y del patemalismo.16 Mientras tanto, como han puesto de
manifiesto meritorias e innovadoras investigaciones iniciadas recien­
temente, la mentalidad, los comportamientos, la cultura de las masas
campesinas estaban inspirados en una especialísima ideología conser­
vadora, y de autodefensa de una condición humana, familiar y social
que, también por el peso de la miserable situación material, consi­
deraba aún preferible — al unísono con la «clase culta»— la unifica­
ción del trabajo agrícola con la hilatura y el tisaje realizado en el
ámbito domiciliario, del poder y de la familia: al igual, aunque con
variantes, que en otras partes de Europa .17

15. C. Babbage, Sulla economía delle macchine e delle manífalture, Gu-


glielmo Piatti, Florencia, 1834, pp. I-II.
16. Sobre este ambiente intelectual, junto con las afiladas observaciones
de un estudioso «insospechable» como F. Chabod, Storia della política stera
italiana. Le premesse, Latensa, Bari, 19622, pp. 325-391, me permito referirme
a mi trabajo «Osservazioni sul libero scambismo dei moderad nel Risorgi-
mcnto», Rivista Storica del Socialismo, I I I (1960), pp. 164-180. Para Gioia,
cf. P. Barucci, II pensiero económico de Melchiorre Gioia, Giuffré, Milán, 1964.
17. La investigación italiana más representativa sobre este tema es la de
F. Ramelia, «Famiglia, térra e salario in una comunitá tessile dell’800», M oví-
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N E N IT A L IA 233

Sostener que en los estados regionales y que en la península


italiana, considerada en su conjunto, se fuera afirmando no tanto una
tendencia a la emulación de las transformaciones experimentadas en
el área industrializada en vías de ampliación, sino una tendencia
complementaria, o disforme respecto a ésta, no quiere decir, en cual­
quier caso, adherirse a la idea de que era predominante el estanca­
miento. Por una parte, los islotes industriales lograban resistir y
sobrevivir frente a las insidias internas y a la apremiante ofensiva
que provenía del exterior. Y con ellos resistía, y tal vez se iba refor­
zando, el área de la manufactura y del trabajo a domicilio, difícil­
mente mesurable y apreciable en términos evolutivos, tanto en el
campo como en los centros urbanos. Por otra parte, como se ha
dicho —y como ha puesto de relieve también Franco Bonelli— «la
progresiva articulación en los países europeos de un moderno aparato
de producción manufacturera ... se traducía en una demanda de pro­
ductos, materias primas y semielaboradas, productos alimenticios y,
en cierta medida, también de servicios, que la economía italiana
consiguió satisfacer de alguna manera», colocándose así en condicio­
nes de «captar oportunidades en absoluto despreciables de acumu­
lación en el sector agrícola»." El fenómeno, como ya ha sido seña­
lado, no concernía sólo a Italia: pero para este país aparece, en
todo caso, más que confirmado por los sofisticados trabajos de carác­
ter cuantitativo de Ira Glazier y otros sobre los términos de inter­
cambio (terms of trade) entre la península y el Reino Unido relativos
al período preunitario .119
8

mentó Operaio e Socialista, X X III (1977), pp. 7-44. Partiendo de un enfoque


basado en los estudios de Chaiánov, J. W. Scott y L. Tilly («Lavoro femminile
e famiglia nell’Europa del xix secolo», en C. E. Rosenbcrg, ed., La famiglit
nella storía, Einaudi, Turín, 1979, pp. 185 ss.), parecen, en cambio, tender a
una visión más articulada.
18. F. Bonelli, «II capitalismo italiano», en Storía i ' Italia, Annali, 1,
Einaudi, Turín, 1978, pp. 1.196 y 1.197.
19. I. A. Glazier, V. N. Bandera y R. B. Bemer, «Terms of Trade between
Italy and the United Kingdom, 1813-1913», The Journal of European Econo­
mía History, 4 (1975), pp. 548. Para un análisis a largo plazo, puesto al día en
el plano informativo y orientado bada una inteligente y sutil actualizadón en
el plano interpretativo, cf. el muy reciente trabajo de I. T. Bcrend y G. Ranki,
«Foreign Trade and the Industrialisation of the European Periphery in the
xixth Century», The Journal of European Economic History, 9 (1980), pp.
539-584.
234 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

Tal disposición, si bien comportaba el marcado y acumulativo


condicionamiento externo antes recordado (sobre cuya compleja ar­
ticulación y relevancia, también de carácter político, deben releerse
las páginas de Francesco Sirugo sobre la relación Inglaterra - esta­
dos de segundo orden con posterioridad a la Restauración),20 en
vez de estimular una renovación técnica y un impulso vigoroso y
persistente de la agricultura nacional — como era previsible, segón
había teorizado Cavour y como sucedió en otras partes— , constituyó,
en definitiva, una sólida base de apoyo para la salvaguardia y en
ciertos casos para la consolidación de las estructuras económicas y
sociales prevalecientes en aquélla. Y en vez de incrementar, deter­
minó que decayeran en intensidad e importancia las relaciones comer­
ciales entre los diferentes estados de la península italiana: lo que
contribuyó — a diferencia de lo que sucedía en Alemania— a debili­
tar el apoyo que podía ofrecerse desde el terreno económico a los
ideales y programas unitarios formulados y difundidos por grupos
de intelectuales y políticos tan exiguos como activísimos. Una base de
apoyo y una divergencia que no dejarán de tener consecuencias más
tarde .21
Como tampoco carecerá de consecuencias la orientación que de
acuerdo con las directrices impuestas por el mercado internacional
adoptarán las inversiones. Un tema sobre el que, desgraciadamente,

20. Nos referimos a F. Sirugo, «I/Europa delle Rifarme. Cavour e lo svi-


luppo económico del suo tempo (1830-1850)», en C. Cavour, Scritti di econo­
mía. 1835-1850, Feltrinelli, Milán, 1962, pp. LXXIV-LXXXI, en especial. Pero
una primera y aguda intuición de la auténtica naturaleza de esa relación fue
aportada mucho antes por N. Rosselli (Inghilterra e Reg.no di Sardegna dal 1815
d 1847, Einaudi, Turfn, 1954), que escribió que «Piamonte estaba destinado
por Inglaterra a convertirse en el viajante de comercio de sus productos en
Europa central» (p. 9).
21. Sobre las consecuencias de ese frondoso conjunto de vinculaciones
deben tenerse siempre presentes las extensas argumentaciones de R. Zangheri,
«I rapporti storici tra progresso agricolo e sviluppo económico in Italia», en
E. L. Jones y S. J. Woolf, eds., Agricoltura e sviluppo económico, Einaudi,
Turfn, 1973, passim (hay trad. cast.: Agricultura y desarrollo del capitalismo,
Alberto Corazón, Madrid, 1974). Por lo que respecta a las escasas relaciones
comerciales entre los estados regionales preunitarios, cf. B. Caizzi, 11 commer-
cio, UTET, Turfn, 1977, quien ha escrito: «Está fuera de dudas que todos los
estados de la península tenían entonces un comercio con las naciones extran­
jeras, bastante más desarrollado que el que mantenían con otras unidades polí­
ticas de la misma Italia» (p. 14).
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N EN IT A L IA 235

disponemos de escasas noticias, y además poco precisas. De las cua­


les no consideramos, de todos modos, ilegítimo deducir, aunque sea
de manera provisional, la conclusión de que un porcentaje impor­
tante de las mismas se dirigió hacia los títulos públicos italianos y
extranjeros, hacia la financiación de las exportaciones y, posterior­
mente, hacia la explotación de yacimientos minerales y las construc­
ciones ferroviarias (sin olvidar la financiación de la opulencia...). Lo
cual aportó nueva savia y nuevas ocasiones de lucro a un grupo de
banqueros y financieros (Bastogi, Bombrini, Fenzi, Bolmida, Bal-
duino, De Ferrari) hasta entonces escueto y marginal, el cual no
había de tardar en ejercer una influencia propia y a menudo subva­
lorada: sobre todo teniendo en cuenta los acuerdos que mientras tanto
se iban contrayendo con numerosas casas de primera línea del mun­
do bancario y financiero internacional, más o menos directamente
activas en Italia y, normalmente, en lucha entre sí.22

4. N uevos progresos y viejos problemas


DESPUÉS DE LA UNIDAD

Más que los historiadores de la economía, son algunos historia­


dores sociales los que ahora consideran de menor importancia o
negligen el impacto que la Unidad nacional ejerció sobre la estruc­
tura de la economía y de la sociedad italiana,23 y otorgan un lugar

22. Para algunas buenas biografías de los principales banqueros y finan­


cieros italianos de entonces, debemos recomendar, en ausencia de trabajos
específicos de algún valor, el Dtzionario biográfico degli italiani, Istituto dell’
Enciclopedia Italiana, Roma, 1960 y ss. (se han publicado hasta el presente las
letras A, B y parte de la C). Sobre sus vinculaciones con las finanzas interna­
cionales, incluso antes de la Unidad, cf. G. Guderzo, Finanza e política in Pie-
monte M e soglie del decennio cavouriano, Fondazione C. Cavour, Santeni,
197?; B. Gillc, Les inveslissements français en Italie (1815-1914), ILTE, Turín.
1968.
23. Recordemos a este respecto la explícita toma de posición de R. Levrero
(«Accumulazionc di capitale e formazione del proletariato di fabbrica. II caso
lecchese (1750-1850)*, en M. V. Ballestrero y R. Levrero, Genocidio perfetto,
Fcltrinelli, Milán, 1979), según el cual, «es justamente un análisis más especí­
fico de la realidad lombarda el que nos hace hablar, por un lado, de preco­
cidad, o mejor aún, de contemporaneidad del desarrollo capitalista con el de
otras metrópolis europeas y, por el otro, de continuidad de este desarrollo,
continuidad en la que la fecha de la Unidad no representa, en absoluto, un
236 L A REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

privilegiado a un análisis de carácter sociológico y antropológico


que comporta la valoración de las permanencias culturales y de
comportamiento entre las clases subalternas — la inmensa mayoría
de los italianos— , pero podría añadirse que también entre las «cul­
tas», bastante innegables durante el breve período y para la porción
de realidad examinada. Una realidad de la que se da por supuesta la
total impermeabilidad a todo tipo de influencia externa .24
En cambio, en nuestra opinión, ya lo hemos señalado, la Unidad
nacional —un acontecimiento político— representa objetivamente
d segundo giro decisivo del siglo xix en el desarrollo del proceso de
industrialización en este país. Por las causas de orden general aduci­
das en su día por Rosario Romeo; por la enorme ampliarión terri­
torial d d mercado y por la aparidón, sumamente valorada por Bo-
nelli, de un Estado que se convertirá, de inmediato, en «el prindpal
operador financiero a nivel peninsular». Pero también, y sobre todo,
porque la intrincada y contradictoria secuencia de acontecimientos,
que desembocó en la formación del reino de Italia, determinó que
precipitase — en un reduddo período de tiempo— un conflicto, qui­
zá de relieve menor, si tenemos en cuenta los muchos otros que
aparecieron entonces, cuyos protagonistas fueron, por un lado, la alta

término de referencia» (p. 9). Pero, implícitamente, tales juicios parecen con­
cordar con este tipo de estudios a escala regional. Recientemente, un estudioso
como S. Pollard (Peaceful Conquest. The industridisation of Europa. 1760-
1978, Oxford University Press, 1981) ha sostenido que los estudios sobre el
proceso de industrialización realizados a escala estatal han dado de sí todo lo
que podían y que por eso, aunque se mantenga el carácter unitario del pro­
ceso, conviene abstraerse del ámbito nacional para seguir sus manifestaciones
y desarrollos en áreas más reducidas: las condensaciones regionales de los
orígenes y de los crecimientos industriales le parecen el rasgo distintivo y el
marco territorial. Disentimos de la conclusión que se deriva de esta propuesta,
si se la considera en un sentido absoluto.
24. Esta línea de lectura, en parte al menos, nos parece que es atribuible
a la fase que podríamos denominar como de experimental que este tipo de
estudios está viviendo en nuestro país más allá de las dificultades, de cierta
consideración, de «traducir al italiano» metodologías y puntos de vista elabo­
rados con referencia a otras situaciones históricas. Para algunas observaciones
sobre la historiografía social en la que tales planteamientos se inspiran, cf.
G. Eley «Somc Recent Tendencies in Social History», en G. G. Iggers y
H. T. Parker (eds.), International Handbook of Historicd Studies. Contempo-
rary Research and Theory, Mctheun 6c Co., Londres, 1980, pp. 57-61, en
especial.
LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N E N IT A L IA 237

finanza italiana e internacional coaligada con la gran propiedad terri­


torial y, por el otro, el núcleo de industriales tan débil y disperso
como consolidado, el cual ya era activo en ese momento. Un con­
flicto cuya resolución, tal vez inevitable por lo obvia, y por el acen­
tuado desequilibrio entre los dos grupos, provocará y garantizará la
recomposición — o mejor dicho el delineamiento— y una moviliza­
ción de fuerzas de naturaleza multiforme que trabajará para una evo­
lución del sistema económico nacional y para una organización de la
sociedad italiana, fundamentada en torno a los siguientes y esenciales
criterios: primacía de esa agricultura y del trabajo a domicilio; exal­
tación de las «industrias naturales»; política comercial de puertas
abiertas; mercado interior de baja capacidad; organización centra­
lizada del crédito. Y, a propósito de todo ello, nos viene a la mente
la invectiva, por cierto interesada, de Francesco Ferrara contra la
Banca Nazionale del Reino de Italia, que le resultaba como «un
monopolio de hecho, la realidad de una fuerza que se introduce
calladamente en la sangre de la nación, y que es preponderante en
su economía».25
Se trataba, y conviene recordarlo una vez más, de una estructu­
ración y de una evolución cuyas raíces se hundían sólidamente en la
historia de la península y en sus estructuras económicas y sociales.
Y cuyo resultado no podía ser sino el de colocar fuera del orden de
las cosas posibles, en un futuro previsible, el avance, y con mayor
razón, un cambio de velocidad y de ritmo del proceso de industria­
lización. En un marco internacional en el que no se alentaba, aunque
fuera mínimamente, la afirmación de estas aspiraciones industrialistas,
por otra parte difícilmente eludibles, que pugnaban en idéntica direc­
ción, aunque en todo caso no en direcciones contrastables. Factores
contingentes de orden externo —los estrechos vínculos políticos y
económicos con Francia e Inglaterra y con algunos potentados econó­
micos y financieros de esos países— y de orden interno — el inmenso
prestigio del partido moderado que había estado en condiciones de
dirigir, contra sus deseos, pero finalmente con gran pericia y victo­
riosamente, el accidentado camino hacia la Unificación nacional—
ayudaron a conseguir una casi inmediata resolución del mencionado

25. F. Ferrara, «La questione dei banchi in Italia», La Nuova Antología


(15-XI-1875). La anterior cita de Bonelli, en F. Bonelli, «II capitalismo...», art.
d t., p. 1202.
238 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

conflicto, como lo demuestra ejemplarmente el tratado de comercio


ultralibrecambista formalizado con Francia en 1863. Este tratado,
aunque contenía la cláusula de «nación más favorecida», abría de
par en par el mercado nacional — ya desprotegido por la generaliza­
ción de los aranceles piamonteses— a los productos acabados de los
países que habían alcanzado un elevado nivel de industrialización, y
determinaba la consecuente existencia de una exportación, en contra­
partida, de productos primarios.26
Pero el conflicto entre la alta finanza y la clase terrateniente, por
una parte, y los industriales, por otra, que en el transcurso de los
años siguientes atravesó más de una fase de perceptible latencia,
estaba lejos de haber quedado efectivamente solventado. Pero des­
cendamos a la comprobación de los hechos. En el período de tiempo
transcurrido entre la Unidad y la devastadora crisis en la que el país
se encontró envuelto en la primera parte de la última década del
siglo xix, a pesar de todo, el proceso de industrialización estuvo en
condiciones, aunque penosamente, de sostenerse. En apoyo de esta
interpretación podemos esgrimir las estadísticas de base de las que
disponemos, aunque insuficientes y de mediocre fiabilidad; el con­
junto, no desdeñable, de informaciones que la historiografía ha
podido aportar; el encrespamiento de ciertos debates parlamentarios
y periodísticos; la creciente importancia de lo que más tarde se
denominará cultura industrial y, finalmente, una serie considerable
de iniciativas, de indagaciones y de propuestas políticas que testi­
monian, en su totalidad y unívocamente, tal supuesto .27
La industria algodonera consiguió asegurarse buena parte del
mercado interior y también empeñarse en alguna aparición en el mer­
cado internacional (siendo reveladora en este sentido, aunque no

26. Sobre el tratado de comercio franco-italiano, el estudio de mayor re­


lieve es el de C. Fohlen, «II trattato di commercio franco-italiano del 17 gen-
naio 1863», en Arcbivio económico dell'unificazione italiana, I, vol. II, fase. I,
ILTE, Turfn, 1963. Para una detenida reflexión sobre la función de las expor­
taciones de productos primarios en la evolución de la economía italiana dispo­
nemos ahora del apreciable ensayo de G. Federico, «Per una analisi del ruolo
dell’agricoltura nello sviluppo económico italiano: note sull’esportazione di
prodotti primari (1863-1913)», Societi e Storia, I I (1979), pp. 379-441. Falta,
en cambio, un estudio sobre la estructura de las importaciones y de las parti­
das invisibles.
27. Cf., en general, G. Are, II dibattito sull'industrializzazione nell'etá
dalla Destra, Nistri Lischi, Pisa, 1964.
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N EN IT A L IA 239

única, la aventura sudamericana de Enrico Dell’Acqua, expuesta por


Luigi Einaudi).28 La industria lanera, aunque se moviese en un plano
y a un ritmo indiscutiblemente inferior, marchaba en una dirección
no muy diferente, con las grandes fábricas de Alessandro Rossi en
Vicenza — el hombre que protagonizó la introducción de la sociedad
anónima en el sector— ; con las de medianas dimensiones de Bielle-
se, en las cuales las últimas resistencias de los tejedores manuales a
la introducción del telar mecánico y los titubeos patronales estaban
en vías de superación; y con las mediano-pequeñas de la zona de
Prato, donde se había ido afirmando la elaboración de la lana rege­
nerada y donde, en 1888, aparecerá también el capital extranjero, en
este caso alemán, invertido en la fundación de II Fabbricone, una
empresa con centenares de obreros trabajando en el interior de la
fábrica y un equipamiento técnico-productivo de primer orden .29
La industria de la seda, pese a las muchas dificultades que debía
afrontar (enfermedad del gusano, pronunciada disminución de los
precios y, posteriormente, guerra comercial con Francia) y a las per­
durables rémoras organizativas — aunque también a costa de un
endurecimiento del régimen de fábrica que trae a la mente las impre­
sionantes investigaciones sobre Manchester de F. Engels—, fue inten­
sificando la mecanización y la concentración del proceso productivo .30
Pero son también evidentes progresos apreciables, aunque no
fácilmente resumibles en una limitada valoración de conjunto, en
otros varios sectores: en primer lugar el de la industria mecánica (al

28. L. Einaudi, Un principe mercante, UTET, Turín, 1900.


29. Entre los muchos estudios dedicados al empresario-politico-ideólogo
véneto, además de la biografía de L. Avagliano, Alessandro Rossi e la nascita
deU'Italia industríale, Librería Scientifica Editrice, Nápoles, 1971, señalaré:
E. Franzina, «Alie origini delTItalia industríale: ideología e impresa in A. Ros-
si», Classe, I I I (1971), n.* 4, pp. 179-231. Para Bicllese vuelvo a recomendar
la obra de V. Castronovo, L‘industria laniera..., op. d i., mientras que para
Prato no existe un trabajo de nivel mínimamente aceptable relativo a este
periodo (pero disponemos del viejo trabajo de E. Bruzzi, L’arte della lana in
Prato, Prato, Giachetti, 1920).
30. Sobre la industria de la seda y sobre los muchos problemas que la
agobiaban, además del amplio tratamiento que dedica a este sector B. Caizzi,
Storia dell’industria.... op. rít., pp. 332-337, cf., también, la útil y ordenada
investigación de L. Osnaghi Dodi, «Sfruttamento del lavoro nell’industria
tessile comasca e prime esperienze di organizzazione operaia», Classe, IV
(1972), n.° 5, pp. 83-151.
240 LA REV O LU CIÓ N IN D U S T R IA L

menos para algunas, aunque no muy numerosas, espedalizaciones).31


Menos lineal y menos vistoso fue el crecimiento del sector side­
rúrgico y de la metalurgia en general. La persistente exportación de
minerales y la importadón de navios de hierro y de material móvil
y fijo por parte de las sodedades ferroviarias — en cuyas preferendas
por lo que respecta a la elecdón de sus proveedores, además de
elementales cálculos de conveniencia, desempeñaba un importante
papel la presencia de intereses extranjeros—, hadan dificultosa la
existencia de desarrollos espectaculares. Pero éstos empezaron a ma­
terializarse en la metalurgia d d hierro durante la década de 1880 (y
en algunos pocos casos incluso antes) con d cierre de los arcaicos
establecimientos que utilizaban el método directo, esparddos un poco
por todas partes, con la consolidadón de algunas empresas y con la
formación de otras, particularmente en Liguria (donde aparecieron,
con notable impulso, los modernos hornos Martin-Siemens) y sobre
todo con la construcdón de la gran planta de Temí, que a pesar de
la proclamada voluntad de sus promotores no integraba todo el d d o
de producción.32 La excepcionalidad de este establecimiento de Um­
bría, sin embargo, no viene determinada solamente por su potenda-
lidad productiva, sino también y espedalmente por las circunstancias
que presidieron su formadón en 1886, la cual estuvo caracterizada
por la virtualmente dedsiva intervendón, política y finandera, del
Estado y por la presencia de continuados dependientes del gobierno
en la gestión del negodo, y también por una historia tortuosa, y en

31. Una relación casi completa de las principales empresas del sector se
encuentra en las dos encuestas oficiales: Ministero della Marina, Relazione delta
Commissione per le industrie meccanicbe e navali, Tip. del Genio Gvile, Roma,
1885, y Relazione a S. E. il Ministro della Marina sulle attuali condizioni delle
industrie metallurgicbe, meccanicbe e navali in Italia, Tip. dei Fratelli Bencini,
Roma, 1889, ampliamente ilustrada y comentada por L. De Rosa, Iniziativa e
capitale straniero nell'industria metalmeccanica del Mezzogiorno, 1840-1904,
Gianninl, Nápoles, 1968, pp. 124 $s.
32. El mejor estudio sobre la siderurgia italiana del siglo xrx sigue siendo
el de G. Scagnetti, La siderurgia in Italia, Industria Tipográfica Romana, Roma,
1923. Para un breve esbozo de su evolución desde la Unidad hasta finales del
siglo xrx, cf. G. Mori, «La siderurgia italiana dall’Unitik alia fine del secó­
lo xnc*, Ricercbe Storicbe, V III (1978), pp. 7-34. Podemos decir, por otra
parte, que en general ningún sector industrial de algún relieve dispone, por lo
que respecta a este período, de un trabajo sistemático en el plano nacional
digno de cierta atención.
LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N E N IT A L IA 241

parte oscura, que hace problemática una apreciación adecuada y no


sectorial de la misma.”
En concordancia con estos relativos desarrollos, en algunos cen­
tros urbanos de cierta consideración se empezaban a advertir de
forma diversificada los ecos de una tal vez periférica presencia indus­
trial y de sus protagonistas, empresarios y clase obrera (en este sen­
tido me remito a los trabajos de Luigi De Rosa y de Marmo, para
Nápoles; a los de Doria, para Génova; a los de Gabert y de Cas-
tronovo, para Turín; a los de Hunecke y de Dalmasso, para Milán).34
Mientras tanto, resonaban por primera vez entre la opinión pública
de la época, además de los ya mencionados, nombres y razones socia­
les (Orlando, Cirio, Pirelli, Montecatini, Breda, Tosí, S.M . I., Edi­
son, etc.), que más tarde alcanzarían un papel destacado en la
historia industrial del país, y se oía hablar cada vez más a menudo
—y con mal disimulado temor— de agitaciones, de desobediencia
obrera, de huelgas en las fábricas, de sindicatos de resistencia y,
desde 1882, se hablaba abiertamente de un Partido Obrero Italiano .33

33. La más importante biografía de la Tcrni se debe a F. Bonelli, Storia


di una grande impresa, Einaudi, Turín, 197?.
34. L. De Rosa, lnivativa e ..., op. cit.; M. Marmo, E l proletario napo-
letano in etá industrióle, Guida, Nápoles, 1978; G. Doria, Investimenti e svi-
luppo económico a Genova alia vigilia delta prima guerra mondiale, 2 vols.,
Giufíré, Milán, 1969-1973; V. Castronovo, «Lo sviluppo urbano di Torino nelT
etá del decollo industríale», Storia Urbana, 1 (1977), n.° 2, pp. 3-43; P . Gabert,
Turin, ville industrielle, PUF, París, 1963; E. Dalmasso, Milano, F . Angelí,
Milán, 1970; V. Hunecke, Arbeiterscbaft und Industrielle Revolution in Mai-
land. 1859-1892, Vandcnhoeck & Ruprecht, Gotinga, 1978. Sobre la relación
entre industrialización y crecimiento urbano en esta fase, cf. G . Aliberti, «Svi­
luppo urbano e industrializzazione nell’Italia libérale», Storia Contemporáneo,
VI (1975), pp. 211-240 y 411-468.
35. Para una visión de conjunto de la historia de la dase obrera en Italia
a finales del siglo xix, el trabajo fundamental es el libro de S. Merli (Proleta-
riato d i ..., op. cit.), al cual han dirigido varias objedones —que, según mi
opinión, sólo son compartibles en parte— A. De Ciernenti («Appunti sulla
formazione della dasse operaia italiana», Quaderni Storici, X I, 1976, pp. 687 ss.,
especialmente) y A. Monti («Alie origioi...», art. dt.). Pero sigue siendo nece­
saria la permanente exigencia de estudiar la historia de esta dase social, ade­
más de adoptar una visión más amplia tal como se sugiere en d texto, en el
sentido de una «historia sodal»: pero sin mermar o anular directamente su
peculiaridad. En cambio, no existe una historia de la formadón difícil y fati­
gosa de los primeros núdeos de la burguesía industrial italiana y de su lenta
consolidadón como clase. Sólo disponemos de algunas hipótesis de orden gene-

1 6 .— NADAL
242 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

El supuesto de que el proceso d e industria liza ció n no experi­


mentó desastrosas detenciones después de la Unidad es, por otra
parte, una afirmación que necesita de algunas matizaciones de carác­
ter intrínseco: sobre éstas, la controversia entre los estudiosos es
grande y continúa abierta. La primera de esas divergencias corres­
ponde a la constatación de que el reforzamiento y las realizaciones
creadoras del proceso se pusieron de manifiesto esencialmente en el
sector dedicado a la producción de bienes de consumo.* 36 Se trata,
ciertamente, de una evolución no muy alejada de la que puede encon­
trarse en otros procesos de industrialización. Pero queda en pie el
hecho de que más allá de las novedades aparecidas en la industria

ral, frecuentemente muy idcologizadas —pero creo que esto a nadie debe escan­
dalizar—, y un grupo nada consistente de estudios monográficos de diferente
nivel. Están en curso investigaciones que se anuncian como prometedoras en
cuanto enfoques y seriedad programática. Cf., en este sentido, A. M. Chiesi,
«Una ricerca sulle biografié imprenditoriali nelTItalia libérale e fascista», Qua-
derni di Sociología, LX II (1977), pp. 109-149; G. Fiocca, «Dieci famiglie ¡«n-
prcnditoriali milanesi durante la seronda m etí dcU’800», Quaderni Storici,
XVI (1981), pp. 703-710. Para un enfoque diferente, cuyos resultados podrán
evaluarse sólo en una fase de ulterior elaboración y formulación, cf. G. Sapelli,
«Gli “organizzatori della produzionc" tra struttura d’impresa e modelli cultu­
ral:», Storia d'Ualia, Annali, 4, Einaudi, Turín, 1981, pp. 592 ss., especialmente,
pp. 620-634.
36. Desde este punto de vista atribuimos una importancia esencial al
modelo dinámico elaborado por W. Hoffmann, Stadien und Typen der Indus-
trialisiening, Institut für Weltwirtsschaft, Kiel, 1931. Este ensayo, poco utili­
zado por la historiografia económica, recupera las bien conocidas categorías
marxianas de producción de bienes de consumo y de producción de medios
de producción, pero tiene un límite de aplicabilidad en la problemática condi­
ción del material estadístico disponible en Italia. Ya se observó ron anterio­
ridad que las series recopiladas por el Instituto Central de Estadística (Somma-
rio di statistiche storiche italiane. ¡861-1955, ISTAT, Roma, 1958, e Indagine
s/atisca sallo sviluppo del reddito naziomle dell’Italia dal 1861 al 1956, ISTAT,
Roma, 1957) son escasamente satisfactorias, al igual que las manipulaciones
revisionistas realizadas sobre dicho material. En primer lugar, porque quienes
las realizaron y, posteriormente, los historiadores que las usaron siempre se
han negado, en esencia, a la aplicación del que constituye un criterio herme-
nóutico elemental, pero irrenunciable, de la investigación histórica, la crítica
de las fuentes. Y esto es válido con mayor razón para las fuentes, diríamos,
«construidos ex posl» y más aún, sin una rigurosa, clara y adecuada descrip­
ción sistemática y exhaustiva de los criterios seguidos en su tratamiento y
elaboración. Una empresa ciertamente nada fácil, pero a la que no se puede
renunciar con ligereza sobre la base del principio de «mejor esto que nada».
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N EN IT A L IA 243

metalúrgica, ello, por un lado, denotaba más de una dificultad en


alcanzar una fase de expansión cualitativa e irreversible, y contribuía,
por el otro, a engrandecer la dependencia del exterior por lo que res*
pecta a materias primas y maquinaria. Y esto condujo a una especie
de círculo vicioso, cuya ruptura antes de que terminara el período
que estamos considerando, es decir, basta fines de la década de 1880,
estaba fuera de las posibilidades efectivas de la industria italiana.
La segunda matización se refiere al delicadísimo y controvertido
problema de la intervención del Estado en la economía. Debemos
decir antes que nada que — más allá de las reiteradas declaraciones
filoliberales— es necesario reilexionar más sobre su intrínseca ambi­
güedad y efectos de cuanto se ha hecho hasta ahora, y que dicha
intervención constituye una realidad incontrovertible y en evidente
expansión a partir de 1861.37 Se la podrá considerar dentro de las
funciones que el pensamiento liberal asignaba a las instituciones del
Estado, se la podrá apreciar de manera diferente en cuanto a su
amplitud efectiva, pero lo más importante es, al menos a nuestro
entender, individualizar la línea de tendencia y su sentido desde una
perspectiva de conjunto. Por lo que a nosotros concierne, nos parece
más bien seguro que tanto la una como la otra pueden enmarcarse
en una filosofía que, genéricamente, llamaremos antiindustrialista.
¿Estado de necesidad? ¿Vinculaciones externas? ¿Indispensabilidad
de dotar al nuevo reino de un equipamiento infraestructural del que
evidentemente carecía? ¿Heterogeneidad de los fines? Son interro­
gantes a los que se han dado respuestas diferenciadas. Pero es tam­
bién innegable que, en gran medida y en su conjunto, la política eco­
nómica y financiera del Estado italiano estuvo dirigida no tanto a

37. En lo que concierne a su aspecto más llamativo y normalmente más


estudiado por los historiadores de la economía, es decir, la política presupues­
taria y dentro de ésta, en especial, el apartado del gasto, no existe para Italia
nada de parangonable al fundamental estudio de A. T. Peacock y J. Wiseman,
The Growth of public Expendil nre in the United Kingdom, National Bureau
of Economic Research, Londres, 1961. Para un estudio de enfoque tradicional,
pero dentro de ese ámbito útilísimo y técnicamente irreprochable (aunque no
incluya las linanzas de los entes locales), cf. F. A. Repací, La fmatiza pubblica
italiana nel secolo 1861-1961, Zanichelli, Bolonia, 1962. Y, sin embargo, no es
sólo el volumen del gasto público, cuyo incremento fue más bien regular en
el tiempo, lo que coniirma lo que se indica en el texto. Acerca de las nuevas
dimensiones que adopta el intervencionismo estatal, sin apartarnos del terreno
de lo económico, considérense los motivos expuestos en la nota 39.
244 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

sostener los aún frágiles núcleos industriales, sino a proteger y a


reforzar los ya muy consolidados grupos de banqueros y de financieros
nacionales y extranjeros, agrupados en torno a algunos grandes ban­
cos, incluido el principal banco de emisión (que entre 1861 y 1881
no distribuyó, casi nunca, dividendos inferiores al 13 por 100 ),38
completamente desinteresados de un eventual desarrollo industrial
del país .39

38. I. Sachs, L 'ltd ie, Librairie Guillaumin et C., París, 1885, pp. 1.137 ss.
U:., también, R. De Mattia, ed., Storia del capitde della Banca d’ltd ia e degli
istiluti predecessori, Banca d'ltalia, Roma, 1977, vol. 111, t. 1, pp. 353-357.
39. Pero estuvieron presentes y con un acusado protagonismo en las op­
ciones más comprometidas adoptadas por la administración estatal para los
sectores y en los momentos más dispares y decisivos de la vida económica
y social del país. Para escapar de lo genérico, en el compromiso solícita y solem­
nemente asumido por el nuevo Estado unitario de reconocer y de pagar las
deudas públicas de los estados preunitarios (por la respetabilísima suma de
más de 3.000 millones de liras de curso corriente: cf. F. A. Repací, La finan-
z a .... op. cit,, p. 116)¡ en las operaciones de venta de las tierras comunales;
en la asignación de los muy lucrativos concesiones y arriendos estatales (taba­
cos, recaudación de impuestos); en las elecciones estratégicas del Estado en
materia de construcción y de gestión de la red ferroviaria; en la emisión y
colocación de numerosísimos y onerosísimos empréstitos; en la decisión de
introducir el curso forzoso en 1866 y en las modalidades que adoptó su aboli­
ción, aprobada en 1881; en el arrendamiento de la explotación de las ricas
minas de hierro de la isla de Elba pertenecientes al patrimonio del Estado (so­
bre todos estos episodios, la referencia más segura es E. Corbino, A n n d i delT
economía itdiana, Leonardo da Vinci, Cittá di Castello, 1931 y ss., voL 1-111,
passim); en la abolición de la declaración jurada (afjidavit) adoptada en 1881,
lo que hizo posible el cobro en oro en las plazas extranjeras de los intereses
de la deuda pública sin necesidad de la exhibición del título y de prestar el
juramento, que antes se requería, de que los títulos pertenecían a ciudadanos
extranjeros (cf. M. Fasiani, «Debito pubblico», en Enciclopedia bancaria, Sper-
ling Se Kupfer, Milán, 1942, voL 1, p. 581). Esta oportunidad fue, natural­
mente, aprovechada por muchos poseedores de deuda pública de nacionalidad
italiana, si bien es cierto que hasta 1894, año en que se restableció el affidavit,
se produjo una fuerte reducción de más del 60 por 100 del volumen de los
intereses de la deuda pagados en el exterior (cf. A. Confalonieri, Banca e in­
dustria in Italia. 1896-1906. 1: Le premesse: d d l’abolizione del corso forzoso
olla caduta del Crédito Mobiliare, Banca Commerciale Italiana, Milán, 1974,
p. 57, n.“ 1). En páginas posteriores tendremos ocasión de constatar qué repre­
sentó para los grupos financieros italianos ese año de 1894... Pese a que tal
selección tenga mucho de unilateral, parece más bien problemático evitar la
conclusión de que esa cadena de hechos fuese de todo menos casual. Es decir,
que en esto se concretó la manifestación puntual de una línea de acción del
Estado italiano, más o menos meditada, que estuvo, sin duda, poderosamente
LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N EN IT A L IA 245

La tercera matización, en parte vinculada con la precedente, se


concreta mediante la constatación de que durante los 50 años poste­
riores a la Unidad, el proceso de industrialización no llega, aunque
ciertamente progrese, a alcanzar el punto crítico más allá del cual la
industria puede asumir una posición dominante y convertirse en pun­
to de referencia — otra explicación requerirían los planeamientos de
estrategias, proyectos, aspiraciones— del desarrollo económico y so­
cial del país. Un desarrollo cuya evolución profunda estaba, en cam­
bio, siempre influida en determinada medida por los grupos banca-
rios y financieros a los que nos acabamos de referir.40 Pero también
por la gran propiedad terrateniente. ¿Qué significado debería de
otro modo otorgarse a las enormes dificultades para conseguir la con­
fección del catastro; a las batallas, no siempre afortunadas, de Quin-

influida por esos grupos financieros. Como escribió B. Supple («The State and
industrial Revolution», en The Fontana economía Hístory of Europe, CoDins,
Londres y Glasgow, 1971, vol. 3 (hay trad. cast.: «El Estado y la Revolución
Industrial, 1700-1914», en Cario M. Cipolla, ed., Historia económica de Europa.
La Revolución industrial, Ariel, Barcelona, I II , 1979, pp. 312-370), «si bien
el poder del Estado era virtualmente absoluto, debe ser considerado también
como parte de la sociedad y, en cuanto a tal, constituía el reflejo de específicas
fuerzas sociales y representaba (aunque confusa y mezquinamente) particulares
intereses de grupo o de clase» (p. 10). Para una tentativa de análisis m is deta­
llado de la vinculación Estado-economía, con referencia a la estructura social
de la Italia postunitaria, me permito citar mi «Inttoduzione alia seronda edi-
zione» (en G. Morí, ed., L'industridizzazione in lid ia (1861-1900), H Mulino,
Bolonia, 1981, pp. 19-25), en la que he tratado de delinear d sentido y las
rafees del antiindustrialismo de los grupos bancarios y financieros, de la gran
propiedad terrateniente y de la política económica d d Estado italiano, fuerte­
mente rondidonada por estas fuerzas sodales, en d período considerado.
40. A título meramente indicativo, es el caso de recordar que, según un
cálculo realizado recientemente, del aumento de «730 millones del capital no­
minal de las sociedades industriales y de servidos registrado durante la década
1881-1890..., 546 millones correspondían al sector de los transportes», y que
«de los 195 millones de valor nominal de las obligaciones emitidas durante
ese período, 136 correspondían (también) al sector de los transportes» (cf.
A. Confalonieri, Banca e .... op. cit., vol. I , p. 43). En suma, se trata de una
aproximación a las tendencias de las grandes inversiones privadas, que en
esentia no eran muy diferentes de las dominantes en las décadas precedentes
(para las cuales, cf. el todavía útilísimo estudio de F. Coppola D ’Anna, «Le
societá per azioni in Italia», en Ministeto per la Costituente, Rapporto delta
Commissione económica preséntalo d l ’Assemblea Costituente. II. Industria. I II .
Appendice d ía Relazione (Questionari e monografía), Istituto Poligrafico ddlo
Stato, Roma, 1946, pp. 256-257).
246 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

tino Sella para sustraerle el control de consistentes cuotas de ahorro;


a la ley forestal y a la de las aguas públicas; a las penosas vicisitudes
de la distribución de la propiedad territorial y, lo que es más, de
la del impuesto sobre el grano y a la involución que todo ello deter­
minó en vastas zonas del sur, agravando, consecuentemente y no sólo
a corto plazo, la ya grave «cuestión meridional»? Y tampoco hay
razones para descuidar, sino todo lo contrario, el peso, siempre en
aumento después de la Unidad, de los considerables intereses de los
armadores y comerciantes, particularmente fuertes y extendidos en
algunas ciudades como Génova y Palermo .41
Debería entonces ser más comprensible por qué el conflicto que
se abrió antes de la Unidad, al que nos hemos referido anteriormen­
te, nunca fue paliado y mucho menos superado. Y también cabe
agregar que fue precisamente la titubeante evolución del proceso de
industrialización el que introdujo motivos posteriores, que no eran
fácilmente reparables, de malestar y de división dentro de las clases
dirigentes. Entre éstos recordaré, por su particular agudeza, las deci­
siones que debieron adoptarse respecto a la política aduanera; la
respuesta que se dio a la creciente resistencia obrera en el lugar de
trabajo, a su proceso organizativo primero y a su politización des­
pués; y la actitud a tomar frente a las incipientes presiones expan-
sionistas y colonialistas que provenían de ambientes políticos, inte­
lectuales y económicos sobre las que hasta ahora no se ha proyectado
la luz suficiente, limitándose, algunos, a hablar de un llamado bloque
de siderúrgicos, constructores navales y navieros, del cual, a comien­
zos de la década de 1880, no es fácil advertir, en el estado de nues­
tros conocimientos, huellas de relieve.42 Motivos de malestar y de

41. Cf., en este sentido, E. Serení, «TI nodo delta política granaría», en
Capitalismo e mércalo nazionale in Italia, Editorí Riunití, Roma, 1966, pp. 150-
160 (hay trad. cast.: Capitalismo y mercado nacional, Critica, Barcelona, 1980,
pp. 120-316), del que disentimos sobre los planteamientos interpretativos más
generales.
42. Como acertadamente ha puesto de manifiesto G. Barone («Lo stato
c la marina mercantile in Italia (1881-1894)», Studi Storici, XV, 1974, p. 630),
quien corrige, oportuna e inteligentemente, otro juicio suyo anterior (cf. «Svi-
luppo capitalístico e política financiaría in Italia nel decennio 1880-1890»,
Studi Storici, X III, 1972, p. 575, especialmente sustentando la «convergencia
de intereses de la siderurgia, de la construcción naval y de las empresas navie­
ras». Ya sea en el terreno político, como en el más específicamente económico,
se fraguó, en cambio, desde comienzo de la década de 1880, un conflicto entre
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N EN IT A L IA 247

división como éstos empezaban a aflorar y a confundirse con las dife­


rencias, los desgarramientos, los desacuerdos que envolvían y turba­
ban a las clases dirigentes desde hacía tiempo y de manera creciente.
Y llegaron a afectar — son observaciones esbozadas hace tiempo sobre
las que estamos de acuerdo— también a las clases trabajadoras urba­
nas y agrícolas.41
Por otro lado, es indispensable señalar que si el proceso de
industrialización fue portador intrínseco de nuevos e insuperables
motivos de fricción y de separación — una realidad, por otra parte,
propia también de cualquier otra experiencia similar— , fue también
factor — y no a nivel secundario— de la convulsión modernizadora
que, pese a resultar un tanto diluida, invadió el reino de Italia inme­
diatamente después de la Unidad en varios campos y de manera
irreversible. Por cierto, modernización es un concepto impreciso y
muy maleable. Y en algunos aspectos, hasta puede parecer de pre­
sencia obligada en un país que debemos adscribir entre aquellos con
diversas fuerzas sociales preeminentes, de naturaleza bastante dife­
rente y frecuentemente antagonizadas. Pero tiene mucha razón Franco
Bonelli en subrayar que precisamente con la Unidad nacional y junto
a la construcción de un Estado oligárquico en su estructuración poli-*43

los que anhelaban una política colonial activa y los que deseaban una política
tendente a favorecer el desarrollo interno (como la mayor parte de los indus­
triales). En lo que concierne al comportamiento frente a la incipiente «cuestión
obrera», es suficiente recordar la franca posición de Sella en favor de la sindi­
cación y de las huelgas (G. Are, «II problema dello sviluppo económico dell’
Italia nel pcnsiero y nell’opera di Quintino Sella», en G. A. W., Alie origini
dell'India industríale, Guida, Nápoles, 1974, pp. 180-181) y la oposición a una
y a otras adoptada por la mayoría de las clases dirigentes (G. Neppi Modona,
Sciopero, potete político e magistratura. 1870-1920, Laterza, Barí, 1973, pp.
18 ss., interesante también para el debate que generó esta cuestión). Pero
la polémica también existía en torno al tema de la intervención estatal en
materia de legislación social (cf. A. Salvestrini, I moderati toscaui e la classe
dirigente italiana. 1859-1876, Olschki, Florencia, 1965, pp. 238-247; G. Mon-
teleone, «La legislazione sociale al parlamento italiano», Movimento Opéralo
e Socialista, XX, 1974, pp. 229-284).
43. Cf., en este sentido, las consideraciones, a este aspecto bastante per­
tinentes, de A. De Clementi, «Appunti sulla...», art. cir., p. 710. Pero el
fenómeno no había escapado a un testigo penetrante y partícipe de esta reali­
dad como Antonio Labriola (cf. la carta de Antonio Labriola a Eleonora Marx
Aveling del 24 de agosto de 1891, en Antonio Labriola, Democrazia e socia­
lismo, Feltrinelli, Milán, 1954, p. 63, edición a cargo de L. Cafagna).
248 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

tico-constitucional, pero cuyo nacimiento había llevado a la derrota


de tradicionales e importantes fuerzas retrógradas, se fueron afir­
mando instituciones, estructuras, servicios, códigos de comportamien­
to públicos y privados de alguna manera asimilables a los de la
Europa de su época. No podemos desechar, sin reflexión, otra inter­
pretación de distinto contenido — a la vez parcial y totalizadora y no
necesariamente alternativa a la de Bonelli, de la cual disentimos por
las argumentaciones anteriormente expuestas— sobre la «moderniza­
ción italiana», la aportada por Silvio Lanaro. Según su opinión, la
misma implica y define la molecular e impetuosa formación en este
país de una conciencia intelectual dirigida a proyectar y construir
un desarrollo económico y social de impronta organicista — pero, en
el fondo, ¿no es ésa «la utopía» de todas las clases dirigentes en la
época contemporánea?— capaz de aglutinar y de hacer posible la
convivencia entre industria centralizada y trabajo a domicilio, entre
industriales y capas financieras y mercantiles, entre ciudad y campo,
entre gran propiedad territorial y amplias masas de campesinos, aun­
que socialmente diferenciados. Un desarrollo gobernado sobre la base
de una positiva mezcla de ideologías y de intereses, de un régimen
de autoritarismo consensual que las clases dirigentes y el país, en
realidad, nunca desplegaron/ 4

5. Los «A Ñ O S m ás neg ros» (1888-1894)

En los años comprendidos entre 1888 y 1894, los «años más


negros» de la aún breve existencia del nuevo reino, podría colocarse
el tercer y decisivo giro del siglo xtx en la historia de la industria­
lización italiana. Si se recuerda que 1888 es el año en el cual entró
en vigor el arancel general proteccionista y que 1894 es el año en el
que empieza a invertirse, después de una serie de bruscos vaivenes
a cual más sombrío, una ruta siguiendo la cual la totalidad del siste­
ma bancario italiano, y no sólo él, estaba navegando a toda velo­
cidad hacia el naufragio. En la actualidad, más de un estudioso está
de acuerdo con que la política aduanera codificada en 1887 — que
tenía a sus espaldas una larga fase de reiteradas presiones por parte 4

44. S. Lanaro, Nazione e lavoro, Marsilio, Padua, 1980, passim. La cita


precedente de Bonelli, en F. Bonelli, «II capitalismo...», art. cit., pp. 1.209-1.210.
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N E N IT A L IA 249

de algunos círculos industriales, políticos y culturales, por cierto


minoritarios— estaba «inspirada en la lógica de un desarrollo indus­
trial autónomo».4564No reanudaríamos aquí la discusión sobre un tema
tan controvertido sí no es para recordar que ese arancel estaba
orientado también a defender la producción cerealística; él cual, y
en esto existe acuerdo generalizado, sin el apoyo de la dase terra­
teniente, que por consiguiente no faltó, hubiera tenido muy pocas
posibilidades de ser aprobado por el Parlamento (un hecho que deter­
minó que alguien llegase a identificar en dicho arancel el proceso y
las señas de identidad de una convergencia de las clases propietarias
en su conjunto, un pacto en condiciones de resistir a través del
tiempo las pruebas más dispares); que aplicaba al lingote de hierro
una tarifa arancelaria considerada de naturaleza fiscal hasta por un
librecambista impenitente como Pareto, cuyo verdadero sentido era
el de una evidente renuncia por parte de los siderúrgicos autóctonos
a desarrollar la integridad del ciclo de producción. Y que, por últi­
mo, al día siguiente de su entrada en vigor, y a pesar de todo, siguió
imparable hasta finales de siglo la hemorragia de materias primas
canalizadas desde hacía tiempo hacia el mercado internacional (de
minerales ferrosos del Elba y, en particular, de azufre siciliano: res­
pecto del cual vale la pena tener presente que, hacia finales del
siglo xix, Italia detentaba el monopolio a escala mundial).44
Esto no quiere decir en absoluto que el arancel careciese de todo
sentido. Y mucho menos que hayan tenido o tengan razón quienes,
como los críticos de la época y algunos estudiosos de la actualidad,
hubieran sostenido o sostengan que la adopción del mismo fue, fun­
damentalmente, «errónea». Es indudable que éste favoreció, y no
poco, a la ya adulta industria algodonera; permitió a la Temi no
entrar en crisis inmediatamente después de su fundación; estimuló

45. Esta expresión figura en el ensayo de G. Federico, «Per u n a ...», art.


cit., p. 418. Pero esta interpretación, aunque debido a motivaciones de dis­
tinto signo, se encuentra tan compartida como escasamente fundamentada sobre
investigaciones ultimadas de primera mano.
46. Respecto a la opinión de Pareto y sobre las exportaciones de hierro,
cf. G. Mori, «La siderurgia...», art. d t., pp. 27 y 29. Sobre las exportadones
de azufre y el monopolio siciliano de esta materia, cf. F. Squarzina, Produzionc
e commercio dello zolfo i» Sicilia m i secolo X IX , ILTE, Turín, 1963, pp. 100
y 145. Pero también se exportaba la totalidad de los minerales de plomo,
zinc y mercurio producidos en Italia.
250 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

a algunos industriales siderúrgicos a pensar a gran escala, en mayor


o menor medida; estableció algunas premisas para reservar el mer­
cado interior a aquella industria italiana que se pusiese verdadera­
mente en condiciones de conquistarlo, y para favorecer eventuales
proyectos de inversión —directos o indirectos— de capitales extran­
jeros en el sector secundario.
Nos urge, además, recordar una consecución temporal, que se da
por descontada y sobre la que es raro detenerse. Poco después de la
entrada en vigor de dicho arancel, la economía y la sociedad italianas
cayeron, aparentemente sin ningún tipo de «preaviso», precisamente
en sus «años más negros».47 La lógica del post hoc ergo propter hoc
es sólo casualmente fiable. Y por tanto, nos cuidaremos de afirmar
que el proteccionismo fue la causa, o la concausa, de la tempestad que
a partir de entonces reinó sobre todo el país. Pero también disenti­
remos de los que, examinando esa determinación en relación con el
proceso de industrialización y con su devenir en Italia, considerasen
sus efectos en la categoría de meros ajustes coyunturales. O de una
simple interrupción del proceso industrializador, luego solícitamente
reanudado de forma inmejorable y con éxito, gracias también a la
introducción del proteccionismo. En realidad tenemos la convicción
de que los problemas frente a los cuales se encontraba entonces la
industria italiana, entendida como conjunto de equipamientos mate­
riales y de conocimientos técnicos, de capacidades directivas y eje­
cutivas, y como lugar social de trabajo y de conflicto, eran de tal
magnitud, que la nueva política arancelaria tal vez habría podido
aliviarlos pero no resolverlos, aunque sólo fuera de forma tendencia!.
Es cierto que tal disposición puede aparecer como el indicio de una
nueva actitud del Estado en relación y a favor del desarrollo indus­
trial del país. Y que, según algún estudioso, se vería confirmada por
otras específicas intervenciones estatales, como las subvenciones a la
marina mercante; la consistencia de las sumas presupuestadas para
la marina de guerra y para el ejército; la obligación, impuesta a las
sociedades ferroviarias, de comprar material móvil a empresas nacio­
nales. Una interpretación de este tipo, aplicada a la política econó­
mica del Estado italiano en la década de 1880, nos parece, como
mínimo, débilmente fundamentada y carente de una argumentación

47 Gimo escribe G . Luzzatto, L'economía italiana dal 1861 al 1914 (1861-


1894), Banca Commeicialc Italiana, Milán, 196}, vol. I, p. 231.
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N EN IT A L IA 2 5 1

orgánica. En la medida que esto puede desprenderse del examen de


los acontecimientos de esa década, convendrá entonces detenerse con
alguna atención en ellos. Pero no sin antes recordar que esas Ínter*
venciones — ya aludimos a la relativa oscuridad del caso Temi, al
igual que a la perdurable exportación de todo el mineral de hierro
del Elba y del azufre siciliano— tuvieron resultados más bien dudo­
sos, puesto que: los armadores privados continuaron comprando
navios de hierro, cuando lo hacían, en el mercado internacional; en­
tre 1870 y 1885 sólo una gran nave de guerra, la Lepanto, se cons­
truyó en astilleros privados, y que desde 1885 hasta 1892 no se
proyectaron otras; a pesar de algunas encomiables decisiones del Par­
lamento, como la aprobación de los convenios ferroviarios de 1885,
sólo una parte no elevada de las nuevas locomotoras se asignó, efec­
tivamente, a fábricas italianas, al igual que algún pedido de material
fijo para las vías, de armas o de elementos blindados para las naves
de guerra .48 El hecho es que, como se acaba de señalar, para afrontar

48. Entre 1885 y 1894 se construyeron, en los astilleros nacionales, 11 bu­


ques de vapor de más de 500 toneladas de desplazamiento, que en conjunto
tenían un total de 19.438 toneladas, mientras que se compraron en el extran­
jero 107 buques que tenían un arqueo bruto total de 201.522 toneladas (cf.
G. Roncagli, «L’industria del trasporti marittimi», en Cinquant’anni di storia
italiana, Hoepli, Milán, 1911, vol. I, p. 29, el cual agrega que «a pesar de la
atractiva prima establecida en la ley de 1885, los armadores preferían comprar
naves viejas en el extranjero... y estaban casi seguros de hacer un buen uso
de su dinero, mucho mejor que el que hubieran podido hacer si, para obtener
la prima, hubiesen optado por construir las nuevas naves en astilleros nacio­
nales pagándolas bastante más c a r a s p . 30). En lo que concierne a los
navios de guerra, conviene recordar que, hasta finales de siglo, se construyeron
casi exclusivamente en los astilleros estatales de La Spezia, Castellammare y
Venecia (cf. Ufficio Storico delta Marina Militare, La marina militare nel primo
secolo di vita (1861-1961), Tip. Regionale, Roma, 1961, pp. 37-38, ap.). A la
industria privada, además de las pequeñas embarcaciones, se le encomendó, por
lo general, la construcción de las calderas y de los motores (cf. F. S. Nitti,
«II bilancio dello stato dal 1862 al 1896», en Scritti sulla quesiione meridionale,
Latcrza, Barí, 1958, p. 218; pero cf., también, G. Giorgerini y A. Nani, Le
navi di linea italiane (1861-1961), Ufficio Storico della Marina Militare, Roma,
1962, pp. 118 ss., quienes nos informan de que la artillería, las calderas y los
motores del famosísimo Lepanto fueron importados, como en posteriores oca­
siones, de Inglaterra). No es por casualidad que los astilleros figures aparecie­
ron «en su mayor parte reducidas a vastos recintos de muros de dique o í los
que crece la hierba» a ojos de los miembros de la comisión para las industrias
mecánicas y navales que los visitó en 1884 (la cita está tomada de L. De Rosa,
252 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

los problemas de fondo de la industria italiana en esos años Hubi'Jra


sido necesario preparar y hacer operativa una línea de actuación
— por parte de empresarios, del sistema crediticio y del E s ta d o -
capaz de incidir de raíz en el complicado nudo de la problemática
planteada, sólo deshaciendo el cual se hubiera podido dar un «salto»
estratégico tendente a colocar a la industria en una posición de
vanguardia — como motor y guía— del crecimiento económico y
social del país, aunque ello hubiera tenido lugar, por otra parte, en

Inizialiva e .... op. cit., p. 134). Para la suspensión de toda construcción de


navios «mayores» entre 1885 y 1892, cf. el cuadro que se reproduce en el apén­
dice del estudio de G. Bozzoni, «Marina militare e costruzione navali», en
Cinquant'anni..., op. cit., vol. I, p. 67. En cuanto a los pedidos de material
ferroviario, sabemos que por lo que se refiere a los coches y vagones que la
industria nacional estaba en condiciones de poder sostener con éxito la com­
petencia extranjera en el mercado interior, pero debemos señalar que la situa­
ción era totalmente diferente en lo que condeme a las locomotoras, cuyo
parque aumentó de 1.443 a 2.763 entre 1880 y 1890 con un incremento de
1.320 unidades (cf. E. Corbino, op. cit., vol. I II , p. 318). De las fragmentarias
noticias de que disponemos, constatamos que, en dicho intervalo de tiempo,
Berda habría construido 94 locomotoras (Aeda, D d ferro dVaccido, Turfn,
Tip. STP, 1967, p. 60); que Ansaldo habría construido 168 entre 1883 y 1890
(G. Doria, A nn d i dell’economia..., op. cit., vol. I I, p. 27; sin embargo, faltan
los datos relativos a 1890). Poco se sabe de Pietrarsa, donde, por otra parte,
hasta 1881 se habían construido de 10 a 12 al año (L. De Rosa, Inkialiva e ....
op. cit., p. 116). Y no se conocen los datos relativos a la producción de loco­
motoras por parte de las otras dos empresas en condidones de construirlas,
la Miani e Silvestri y la Costruzioni Meccaniche di Saronno, fundada en 1887
con capital alemán (P. Hcrtner, «Fallstudien zu deutschen multinationalen Un-
temehmen vor dem Ersten Weltkrieg», en Hg. von N. Horm y J. Kocka, eds.,
Recbt und Entwicklung der Grossunternehmen im 19. und fritben 20. Jabr-
bundert, Vandenhoeck & Ruprecht, Gotinga, 1979, pp. 396-399). Se trata —y es
oportuno remarcarlo— de uno de los primeros casos de inversión directa de
capital alemán en el sector industrial italiano. En esta misma época, la
L. Schwartzkopff había fundado una fábrica de torpedos en Veneda (ibid.,
p. 400), la Koerting había construido una fundición en Scstri Ponente, la
Bochumer Verein habla tomado una fuerte partidpación en la Tardy e Benech
de Savona (G. Doria, Inveslimenli e .... op. cit., vol. I I , pp. 30-31 y 174) y la
casa Kossler, Mayer e C. había levantado el Fabbricone de Prato: no debemos
olvidar que 1887 es el año de la renovadón de la Triple Alianza y del estable-
am iento del arancel general protecdonista. En lo que condeme a la produc­
ción de locomotoras puede decirse, resumiendo, que según una publicación
conmemorativa de los Ferrovie dello Stato (Direzione Genérale delle FF. SS.,
11 centenario delle ferrovie itdiane, 1839-1939, De Agostini, Roma, 1940,
vol. I , p. 353), entre 1880 y 1890 se importaron el 62,5 por 100 de las nuevas
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N EN IT A L IA 253

un contexto internacional nada estimulante. Pero también porque


allí estaba la brutal lección de los hechos para demostrar que pro-
bablemente se encaminaban hacia el ocaso muchas oportunidades de
una evolución material — e ideal— posterior, al quedar ésta enlen­
tecida y controlada bajo la égida del binomio productivo agricultura-
trabajo a domicilio (una evolución que habían contemplado, con no
disimulado interés, empresarios e intelectuales de la época y sobre
la que ahora se insiste con nuevo énfasis y con inteligentes presiones
por parte de sectores no periféricos de la historiografía social sobre
la Italia contemporánea).49
Que se trata de esto y no de otra cosa puede comprenderse si se
examinan, aunque sea de manera extremadamente concisa, los dra­
máticos acontecimientos de esos años. Se admite de forma generali­
zada — aunque investigaciones profundas del tema podrán y deberán
aportar y articular una mejor intetpretación— que una de las causas
principales que originaron aquéllos debe identificarse con las conse­
cuencias de la crisis agraria que, desencadenada por elementos exóge-
nos a la realidad de Europa (aunque ni entonces ni hoy no parece
lícito dudar de que también hubo causas de orden interno), empezó
a dejar sentir sus efectos nefastos en Italia a comienzos de la década
de 1880, con precios a la baja, también presionados en el mismo
sentido por la abolición del curso forzoso; fatigosas reconversiones
en el sistema de cultivos; probable crisis del trabajo domiciliario;
choques violentos entre propietarios y arrendatarios; creciente into­
lerancia de los campesinos y de los obreros del campo; protestas

locomotoras adquiridas por las sociedades ferroviarias, aunque se produjo una


sustancial mejora por lo que respecta a la dependencia de las importaciones
en relación con las décadas precedentes. De manera que no serla lícito afirmar
que nada estaba cambiando. Es necesario advertir, en cambio, que las presiones
a favor de una intervención del Estado en apoyo de la industria mecánica na­
cional encontraban muy fuertes resistencias —objetivas, pero también subje­
tivas—, y que durante todo el período que precede a la recuperación que se
inicia a finales del siglo xix, sus resultados estuvieron lejos de ser espectacu­
lares. Y de esto también puede deducirse que en el transcurso de esos años
la capacidad de los fabricantes de productos semielaborados (lingote y acero),
para influir sobre la política económica del Estado italiano, aunque innegable,
no era tan pronunciada como se considera a menudo.
49. Es típico, en este sentido, el artículo de V. Hunecke, «Cultura libe-
rale e industrialismo nclTltalia dell'Ottocento», Studi Storici, X V III (1977),
pp. 23-32, que en ningún caso puede considerarse único.
254 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

desordenadas contra una presión fiscal asfixiante; enorme incremento


de la emigración, en especial en el sur, fueron los componentes fun­
damentales, aun cuando tuvieran una variable incidencia, de una
oleada que iba modificando la estructura agraria y debilitando su
posición relativa dentro de la economía nacional.
La guerra comercial con Francia, surgida de la conjunción de una
serie de múltiples circunstancias internas y externas, económicas y
políticas, surtió el efecto de la clásica gota que hace desbordar el
vaso ya colmado. Si bien es verdad que la misma provocó durante
un breve período una brusca caída de las exportaciones, en especial
de las de vino, una disminución de los precios de este producto, y a
la vez un imprevisto factor de crisis y de incertidumbre sobre el
futuro en varias regiones agrícolas — meridionales en primer lugar—
y, probablemente, más de una dificultad para los importadores de
materias primas industriales a causa de una balanza comercial que,
después de la ruptura comercial con la vecina república, era previsi­
ble que estuviese caracterizada por insoportables déficits.50
Paralelamente a la crisis agraria y a la guerra comercial con Fran­
cia, fue madurando, por vías nada subterráneas, un tercer y mortífero
ingrediente destructor. Durante 1881 se había deliberado acerca de
la abolición del curso forzoso, tal vez pensada para reducir el enorme
poder de la gran banca en general y del Banco Nacional en particular.
Las consecuencias de esta decisión, sin embargo, fueron totalmente
diferentes. En principio, estimuló un flujo de capitales extranjeros
frescos hacia el país —según una estimación de Supino cuantificable
en la hermosa suma de aproximadamente 500 millones— , que
inyectó en el sistema una dosis agregada de liquidez.51 Además, la
mencionada ley había establecido que los billetes de los bancos de
emisión seguirían teniendo curso legal durante un período de dos

50. Sobre las vicisitudes y las consecuencias de la «guerra comercial» con


Francia no existe un estudio específico, y por ello debemos recurrir a E. Cor­
bino, Annali deWeconomía..., op. cit., vol. III, pp. 230-262, y a G. L um tto,
L’econom'ta italiana..., op. cit., pp. 231 ss.
31. C. Supino, Storia delta circolazione cartacea i» Italia (dal 1860 al
1928), Soc. Edit. Libraría, Milán, 1929, pp. 88-89. Para el debate que precedió
a la abolición del curso forzoso, cf. G. Carocci, Agostino Depretis e la política
interna italiana dal 1876 al 1887, Elnaudi, Turín, 1954, pp. 342-354, pero
también para los aspectos económico-financieros, E. Corbino, Annali dell'econo•
m ía ..., op. cit., vol. III, pp. 388 ss.
LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N EN IT A L IA 255

años a partir de su promulgación. Sucedió, por otra parte, que esa


provisionalidad se convirtió en permanente. Poco después, coinci­
diendo con el incremento de la masa metálica en circulación, debido
a un empréstito suscrito en el extranjero y destinado a la amortiza­
ción del papel moneda, empezó a aflorar un fenómeno tan obvio como
desastroso: la circulación de papel moneda, en vez de disminuir,
superaba cada vez en mayor cuantía el límite legal (y unos años des­
pués se descubrió que un banco de emisión, la Banca Romana, había
estado emitiendo billetes dobles, con idénticos números de serie).
Los bancos de emisión, con el Banco Nacional del Reino de Italia a
la cabeza — que llegó a crear su propio «Crédito hipotecario»— , y
con éstos y sostenidos por éstos, otros bancos grandes y pequeños
habían emprendido con agresividad y con enormes medios una cam­
paña para una masiva financiación de la especulación. Esta fase estu­
vo caracterizada esencialmente por la especulación en el sector de la
construcción, tanto en Ñapóles como, con espectacular magnitud, en
Roma.52 No puede decirse que el gobierno ignorara semejantes com­
portamientos, que debían ser valorados no sólo como aleatorios al
máximo, sino también e indiscutiblemente, al margen de la ley, que
ni los combatiese. Tampoco parece que la influencia política de los
industriales fuese de suficiente entidad como para poderlos blo­
quear o al menos combatir. La gran banca, los grandes grupos finan­
cieros y sus numerosos y poderosos amigos, en definitiva, seguían
aún sólidamente aferrados a los centros de poder. Pero después, al
cabo de algunos años de efervescencia, llegó fulminantemente la
catástrofe. El enfebrecimiento de las actividades económicas a con­
secuencia de la crisis agraria y de la contracción del comercio exte­
rior; la imprevista interrupción en la colocación de inmuebles en la
capital; rumores de irregularidades bancarias que después resultaron
ciertas, derivadas quizá de errores e ingenuidades, pero también de
malversaciones y de verdaderos delitos económicos cometidos por los

52. Los descuentos y anticipos de los bancos de emisión pasaron de 2.519


millones en 1883 a 4.438 millones en 1886 (Annuario statistico italiano. Anni
1887-1888, Roma, 1889, p. 954). Sobre el incremento de la circulación mone­
taria, cf. C. Supino, Storia delta..., op. cit., pp. 91 ss. Para la especulación en
el sector de la construcción inmobiliaria en Roma, el trabajo más importante
sigue siendo el de A. Caracciolo, Roma moderna, Rinascita, Roma, 1956, pp.
148-185. Encontraremos una visión de conjunto de las vicisitudes de la especu­
lación bancaria en A. Confalonieri, Banca e ..., op. cit., pp. 4-31 y 59-79.
256 LA REV O LU C IÓ N IN D U ST R IA L

hombres de negocios y de gobierno, llevaron en breve plazo al derre


de la Banca Romana y a la secuela de escándalos que le siguieron, al
derrumbe de sodedades inmobiliarias y de bancos, entre los que se
encontraban los dos mayores, el Crédito Mobiliare y la Banca Gene-
rale .51 Mientras tanto, en un país ya perturbado por acontecimientos
tan damorosos, d ampliamente extendido descontento popular se ma­
nifestó en los movimientos de los fasci sicilianos y en las turbulentas
agitaciones de la Lunigiana, reprimidas y solventadas mediante d
estado de sitio, en tanto que la lucha política, envenenada por los
escándalos bancarios, alcanzó cotas de verdadero paroxismo. Al mis­
mo tiempo, la deuda italiana, negociada en grandes proporciones en
el extranjero, perdía punto tras punto en las prindpales bolsas euro­
peas, en especial en la de París, y exigía intervenciones tales que sin
un auxilio exterior —que después se obtuvo de Bismarck— 14 el go­
bierno italiano no estaba ciertamente en condidones de efectuar.

6. Los ORÍGENES DE LA CULMINACIÓN

Como ya hemos anticipado, fue durante estos años terribles


cuando se materializó d tercer y decisivo giro decimonónico d d
proceso de industrialización en la península italiana. La gran propie­
dad terrateniente empezaba a salir fuertemente fortalecida de los
años de ndasta incertidumbre de la crisis agraria, a pesar del im­
puesto sobre el grano. La gran banca y los grupos financieros, que
habían hecho y deshecho en la economía italiana durante un terdo
de siglo, habían quedado sepultados bajo los escombros de una
serie de desastres en los que tenían no pocas responsabilidades. La
muerte de un Brombini y de un Balduino en vísperas de esos años,
y de Bastogi poco después, de alguna manera tuvo, como se acostum-534

53. Junto a la aportación clásica de M. Pantaleoni, «La caduta della


Societá Generale di Crédito Mobiliare», Giornale degli Economisti, n .s., VI
(1895), pp. 357-429, 517-589 y 437-503 (11), cf. el estudio definitivo y docu­
mentadísimo de E. Vítale, «La riforma degli Istituti di eraissione e gli "sean-
daü bancari" in Italia», en Italia. 1890-18%, 3 vols., Cámera dei Diputad,
Roma, 1971. Pero sigue siendo de máxima utilidad la obra de G. Di Nardi,
Le banche di emissione in Italia nel secolo X I X , UTET, Turfn, 1953, pp. 339-
424.
54. F. Stem, Gold and Iron, Alien and Unwin, Londres, 1977, pp. 432 ss.
LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N E N IT A L IA 257

bra decir, un carácter emblemático. Pero es justamente en medio de


esa extensa masa de escombros donde empieza a abrirse un sendero
nuevo y diferente para la economía y para la sociedad italianas. Un
sendero que algunos actos gubernamentales —el más delicado e im­
portante de los cuales fue sin duda la reforma de los bancos de emi­
sión y la fundación del Banco de Italia aprobada en 1893, podría
decirse casi o í estado de necesidad55 (no por casualidad debió resta­
blecerse también el curso forzoso)— y el favorable cambio de coyun­
tura a nivel internacional de finales de siglo, terminaron por hacer
menos inaccesible.
Basándose en los actuales conocimientos, es muy dificultoso obte­
ner una valoración satisfactoria del comportamiento y de la evolución
de la industria y de los grupos de la burguesía industrial, al igual
que de la clase obrera, en esas difíciles circunstancias.* Sin embargo,
de todos los datos disponibles resulta, y con cierta claridad, que
eliminada la eventual excepción del sector algodonero, la industria
sufrió golpes durísimos, ya que se vio arrastrada varias veces a un

55. Cí. G. Manacorda, Crisi económica e lotta política in Italia, 18SK)-


1896, Einaudi, Turín, 1968, quien no deja de poner de manifiesto que, por
un lado, con el establecimiento de un límite legal a los dividendos eventual­
mente distribuidos por el renovado banco de emisión y, por el otro, con la
reducción de la tasa de interés de la deuda pública, el gobierno operó a fin
de «hacer recaer sobre las espaldas de los rentiers una parte de los sacrificios
necesarios para sanear las finanzas públicas y la oferta monetaria» (p. 185).
56. Para una valoración de carácter general de las condiciones en las que
se encontraba la industria italiana, hemos de referirnos a otra obra de síntesis,
la de V. Castronovo, L ’industria italiana dall’Ottocento ad oggi, Mondadori,
Milán, 1980, pp. 52 ss. En cambio, no disponemos de ninguna investigación
dedicada a estudiar las reacciones de los industriales frente a la crisis. Para
la industria mecánica, cf. L. De Rosa, lniziativa e ..., op. a l., pp. 165 ss. En
cuanto a la actitud de la clase obrera, si bien, por una parte, puede constatarse
un aumento bastante notable del número de huelgas, por la otra —y estos
acontecimientos parecen de la máxima importancia—, justamente en este
período surgen tanto el Partido Socialista Italiano como las primeras Cámaras
del Trabajo, que «se proponen garantizar e institucionalizar el control integral
del mercado de trabajo» (A. De Clementi, «Appunti sulla ...», art. cit., p. 715).
Una manifestación inédita en la historia de la organización obrera en Italia
(cf., en este sentido, G. Procacci, La lotta di classe in Italia agli inizi del se­
cólo X X , Editori Riuniti, Roma, 1970, pp. 59 ss.). Pero surgen en diversos
lugares actitudes obreras tendentes a favorecer una acción común con los
industriales en defensa de las empresas y del puesto de trabajo (cf. L. De Rosa,
lniziativa e .... op. cit., p. 167).

1 7 . — NADAL
258 LA REVOLUCIÓN IN D U ST R IA L

precipicio que parecía no tener fin, pero del cual consiguió salir sin
tocar el fondo. Por otra parte, es bastante más seguro que sólo pocos
años después — antes de que terminase el siglo xix— aquélla se vio
acometida por una sacudida y una excitación que nunca había expe­
rimentado con anterioridad y por las cuales, en plazos impensada­
mente breves y por primera vez, logró conquistar una posición domi­
nante y reguladora en última instancia de la totalidad del sistema
económico y social del país, alcanzando el estadio que, en otros luga­
res, he tipificado como de culminación. Es decir, el que resulta de
una acusadísima expansión, también sectorial, mediante la cual el ya
estable sector de producción de bienes de consumo pasa a disponer
del complemento de un variado y progresivo sector dedicado a la
construcción de medios de producción.17
Como espero sea suficientemente notorio, mi opinión es la de
que esto habría sido, si no improbable, ciertamente en extremo
difícil en ausencia de una operativa confluencia de resultantes híbri­
das entre el patrimonio material y humano que el proceso de indus­
trialización había conseguido aportar y salvaguardar y de una im­
portante intervención exterior — de origen alemán— , que dirigió
recursos y capacidades hacia la península a través de las formas y
caminos más dispares: afluencia de técnicos y dirigentes de empresa,
suministro de equipos y de maquinaria, y muy destacadamente la
fundación en 1894 de los «bancos mixtos», la Banca Commerciale
Italiana y el Crédito Italiano, que en los años siguientes tendrán una
presencia casi obligada en toda iniciativa industrial de cierto relieve,
y que ejercerán una función, también fundamental, en la revitaliza-
ción del patrimonio industrial existente.* En un país, y es oportuno

57. Cf. G. Morí, «II tempo dclla protoindusttializzazione», en L’industria-


lizxaxione in Ita lia ..., op. cit., pp. 67-71. Basándose en el conocido modelo
de Chencry, P. R. Gregory («A note on relative backwardness and industrial
Structure», The Quarterly Journal of Economía, LXXXVIII, 1974, pp. 520-
527) considera que ha demostrado —en oposición a la opinión de Gecschen-
kron— que «a pesar del evidente propósito de varios países relativamente
atrasados de tender hacia una estructura industrial orientada a la industria
pesada... ninguno de ellos logró romper los obstáculos impuestos por factores
de cconomicidad». Italia habría representado la única excepción (pp. 525-526),
y cabe añadir que el intervalo de tiempo considerado por Gregory es el del
decenio 1901-1910.
58. Sobre esta cuestión, considerada y discutida por la historiografía ita­
liana y extranjera desde hace mucho tiempo, junto con el fundamental trabajo
L A IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N EN IT A L IA 259

recordarlo, donde las expectativas de incrementar la tasa de acumu­


lación no eran nada halagüeñas, ya que las condiciones de la eco­
nomía eran, por decirlo brevemente, fragilísimas, y en el que en cual­
quier caso habría sido más bien problemático descargar en mayor
medida el esfuerzo de dicha acumulación sobre la inmensa masa de
pobres que seguían siendo la mayoría de los italianos. Y que, al me­
nos en esa fase, como sucedió al cabo de poco tiempo, no se podía
contar demasiado con las ganancias derivadas de los intercambios
internacionales y con las partidas invisibles de la balanza de pagos.9
Debemos recordar, por último, y se trata de una puntualización
a la que atribuyo fundamental importancia, que la acción desarro­
llada por la confluencia de connotaciones híbridas de los elementos
antes mencionados — la cual desplegó en un plazo extraordinaria­
mente breve sus explosivos efectos sobre el tejido económico, social,
político y civil del país— no estuvo, ni podía estar, privada de pro­
fundas consecuencias sobre la naturaleza, el ordenamiento y la locali­
zación de la industria italiana. Estas transformaciones se concretan
en el masivo desplazamiento de las nuevas instalaciones hacia el nor­
te, que terminó por imprimir una confirmación perdurable a la sepa­
ración entre esa área del país y el sur, ya manifiesta y denunciada
anteriormente, y en la evidente tendencia hacia la concentración téc­
nico-productiva, en particular en aquellos sectores muy intensivos en
capital, al mismo tiempo que fueron ganando cada vez mayor espacio
y consideración en el control del aparato industrial los grupos báñ­

ele A. Confalonier!, Banca e ..., op. cit., cf. numerosos ensayos de P. Hcrtner,
de los cuales me limito a recordar «Fallstudien zu ...», art. cit., y «Das Vorbild
deutscher Universalbanken bei der Griidung und Entwicklung ¡talicnischer
GeschMftsbanken neucs Typs, 1894-1914», en Entwicklung und Aujgaben von
Versicberungen und Banken in der Industrialisicrung, Dunker Se Humblot,
Berlín, 1980, pp. 195-282.
59. Para los intercambios internacionales no disponemos de ningún estu­
dio de conjunto sobre la evolución de los terms of trade entre Italia y el resto
del mundo. Un análisis de este tipo es el efectuado, aunque circunscrito tan
sólo al comercio anglo-italiano, por I. Glazier, V. N. Bandera y R. B. Bcrner,
«Terms o f ...», art. cit., según los cuales, «especialmente entre 1886 y 1902,
la balanza comercial italiana con Inglaterra manifestó fluctuaciones desfavora­
bles para Italia» (p. 17). Tampoco para las partidas invisibles existe, como ya
se ha dicho, un estudio específico, por eso debemos utilizar el trabajo de
E. Corbino, Annali delVeconomía..., op. cit., vol. I II, pp. 193-194, y el del
Istituto Céntrale di Statistica, Indagine statistica ..., op. cit., pp. 256-258.
260 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

carios y financieros directa o indirectamente vinculados a los bancos


mixtos de origen alemán, en todos los casos muy distintos y diferen­
temente dispuestos respecto a sus homólogos de la época precedente,
que tan importante papel habían tenido en la evolución de la econo­
mía italiana hasta la última década del siglo xix. Este renovado siste­
ma bancario muy pronto estuvo en condiciones de influir poderosa­
mente no sólo en el mercado, sino también, y a través de múltiples
canales, en el diseño de las grandes líneas de la política económica
y de la vida del país, en una medida tan pronunciada como para
determinar que el Estado asumiera no sólo una actuación renovada,
sino una fundón bien diferente y orientada también de manera dis­
tinta respecto al pasado reciente. Pero, por otra parte, ninguno de
los nuevos potentados consiguió nunca olvidar, sino todo lo con­
trario, ni los provechosos resultados de tantas empresas especulativas
ni los fuertes estremecimientos nacionalistas y expansionistas. Unos
y otros, en efecto, volvieron en diversas ocasiones a cobrar impul­
so y a marcar siniestramente la vida económica, social y política de
la Italia que se dio en llamar giolittiana.
Jordi Nadal

EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL


EN ESPAÑA. UN BALANCE HISTORIOGRÁFICO

1. I ntroducción

La industrialización de España es cosa de nuestro tiempo. Esta


eclosión tan tardía no se ha producido de pronto, sino que ha venido
como remate de un proceso extraordinariamente dilatado que hinca
sus raíces en la primera mitad del siglo xix (algunas, incluso, a fines
del xvm ). El caso español es menos el de un late joiner que el de un
intento, abortado, de figurar entre los first comen. El fracaso de la
Revolución industrial en la España decimonónica es un punto acerca
del cual prácticamente todos estamos de acuerdo.
Por el contrario, su interpretación ha dado lugar a juicios encon­
trados. En un extremo, G. Tortella pone el énfasis en los factores
endógenos:

El atraso de España es, por asi decirlo, cosa suya. Puede acha­
cárselo a sus problemas políticos, a su estructura social, quizás
incluso a sus recursos naturales, pero desde luego no a la férula ex­
tranjera ... Lo que hace el estudio del siglo xix español tan fasci­
nante es precisamente lo autóctono del fracaso en materia de indus­
trialización (53).

En el otro, J. Acosta sostiene la preeminencia absoluta de los facto­


res exógenos:

Nuestra hipótesis de trabajo se expresa en el carácter no autóc­


tono del proceso industrial español y en la no autonomía de su
262 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

fracaso. Desde sus inicios, el desarrollo industrial español está blo­


queado y dislocado por la presencia abrumadora del capital extran­
jero, que entreteje en tomo al Estado una espesa red de domina­
ción, a fin de asegurarse la explotación de nuestros recursos mine­
rales, las redes ferroviarias y el mercado ... ( 1 ).

Naturalmente, esta clase de juicios, tan rotundos, se sustenta más


en una pobreza de conocimientos alarmante que en un nivel de inves­
tigación avanzado. Cuando siguen debatiéndose las razones del lide­
rato británico, parece prematuro, por lo menos, pronunciarse, de
golpe, acerca de la raíz última del atraso español. La historiografía
de la industrialización peninsular tiene mucho camino por delante.
El balance, forzosamente selectivo y subjetivo, que de ella presento
sólo aspira a ofrecer una visión articulada de las últimas contribu­
ciones.

2. Los FACTORES DE PRODUCCIÓN

2.1. El papel Je la agricultura

Después de la supresión de los derechos señoriales y del diezmo,


así como de la transferencia de las tierras desamortizadas y de la
usurpación de las comunales, la mayor parte de la antigua agricultura
de subsistencia se transformó en agricultura capitalista, progresiva­
mente orientada hacia el mercado. Los cambios llegaron al extremo
en el País Valenciano, en donde el nuevo cultivo de la naranja —un
fruto para el comercio exterior— expresaría la elección de una vía
agraria, no industrialista, de desarrollo económico (19).
Sin embargo, la penetración del capitalismo no produjo en el
campo español los efectos dinamizadores que señalaban otras expe­
riencias. Para explicar la anomalía, suele argumentarse que la masa
del campesinado careció de los medios financieros necesarios para
adoptar las mejores técnicas y que la abundancia de mano de obra
barata ahorró a los grandes propietarios la exigencia de hacerlo. El
progresivo endeudamiento de pequeños poseedores y arrendatarios,
los avances de la usura, la creciente adjudicación de fincas a la Hacien­
da por impago de contribuciones parecen confirmar la primera parte
cjel aserto; en cambio, el ejemplo de Italia, en donde la gran expío-
LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L EN E S P A Ñ A 263

tación septentrional de tipo capitalista tuvo la virtud de forzar una


evolución parecida en el resto del país, plantea la conveniencia de
conocer mejor las características peculiares d d latifundista espa­
ñol (17).
En cualquier caso, la actuación del sector agrario como freno del
sector industrial es innegable. Lentitud en la liberación de mano de
obra, carestía excesiva de los productos (el pan español pasa por ser
el más caro de Europa), escasa contribución a la formación de capi­
tales y, muy especialmente, bajo nivel e ¡nelasticidad en la demanda
de manufacturados. La situación llegó al límite en los años 1880
cuando, saltando todas las barreras, la invasión de granos ultramari­
nos puso al descubierto las lacras de la producción indígena. La crisis
de sobreproducción, general en Europa, tuvo en España un sello
particular, tanto por la virulencia con que arremetió cuanto por la
falta de auténtica voluntad de reducirla. Protegidos por la adminis­
tración, los grandes propietarios se limitaron a guarecerse detrás del
arancel, a la espera de tiempos mejores. Entretanto, la reducción del
área cultivada dejaba sin trabajo a millares de braceros y aparceros,
y los apremios del fisco precipitaban las ventas forzosas y las expro­
piaciones en zonas de minifundio (18). Al no ser absorbida por el
sector industrial, siempre tan débil, la marea proletarizadora dio ori­
gen a una corriente emigratoria sin precedentes.

2 .2 . Los recursos mineros

Además de su posición hegemónica en cuanto al mercurio, Espa­


ña aportó el 22, el 15 y el 10 por 100 del plomo, el zinc y el cobre
mundiales, de 1861 a 1910. Por otra parte, su producción de mineral
de hierro se situó inmediatamente detrás de la británica, la alemana
y la norteamericana en 1881-1910. El desarrollo de la minería espa­
ñola se intensificó a partir de 1869, después que la nueva Ley de
Minas hubiese removido los obstáculos que, hasta entonces, se habían
opuesto a la inversión.
Con la salvedad parcial del hierro, el sector minero ha constituido
«un enclave exterior en suelo hispano» (44). Este hecho, que nadie
discute, suscita no obstante diversas interpretaciones. De un lado,
se debate el carácter, inevitable o no, del proceso; de otro, se valo­
ran distintamente sus consecuencias. En cuanto al primer punto, una
264 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

corriente inspirada en Samir Amin «explica» la colonización de la


minería andaluza, la más importante, como un efecto de la integra­
ción del territorio en el sistema capitalista mundial, como un hecho
derivado de la naturaleza misma de las relaciones centro (mundo
desarrollado) - periferia (mundo subdesarrollado) (39). Sin entrar a
discutir el fondo del argumento, personalmente he tenido interés en
resaltar que, por espacio de casi medio siglo (de comienzos de los
años 1820 hasta 1868) el laboreo y el beneficio del plomo meridional
permanecieron en manos nacionales y dieron lugar a una capitaliza­
ción más que suficiente para modernizar el sector y dar impulso a
otros ramos de industria (32). Si no sucedió así fue por el régimen de
la explotación y por el sistema de distribución de los beneficios (34).
En lo que toca a los resultados del enclave, Tortella, siempre
partidario de la inversión extranjera, ha cifrado sus efectos positivos
en el empleo de mano de obra y de técnicos españoles, en la creación
de una poderosa industria de explosivos, que acabaría por quedar en
manos autóctonas, y en la generación de unos importantes flujos de
capital, decisivos a la hora de equilibrar la balanza de pagos (53).
Broder, en cambio, previene contra la falacia de este flujo, inexistente
en su mayor parte debido a la falta de repatriación del producto de
las ventas de minerales y metales al exterior. En la práctica, las com­
pañías limitaron el retorno a las utilidades imprescindibles para el
mantenimiento de las explotaciones: entre el 25 y el 30 por 100 de
sus ingresos en 1880-1890. En estas condiciones, el excedente comer­
cial de España con Inglaterra, Alemania y Francia no es más que un
espejismo contable (7).

2.3. Las fuentes de enerva

Los problemas del carbón español son conocidos. Además de una


extracción difícil y de un poder calórico inferior, la hulla de Asturias,
que sumó las dos terceras partes del total, tropezó durante medio
siglo (1830 a 1880) con la falta de articulación entre la economía
regional y la del resto de España. Por falta de retornos, la hulla de
Mieres o de Langreo no tuvo acceso a los puertos consumidores del
Mediterráneo. La misma circunstancia había de incapacitarla, después
de 1880, para surtir a la moderna siderurgia vasca: como contrapar­
tida de las grandes exportaciones de mineral de hierro, Bilbao empezó
LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L EN E S P A Ñ A 265

a recibir con ventaja la hulla y el coque de Newcastle y de Gales. La


situación sólo empezaría a cambiar a fines de la centuria, cuando la
fortísima depreciación de la peseta vino a reforzar, de forma impre­
vista, las medidas proteccionistas tradicionales (33).
La falta de carbón ha condicionado muy fuertemente el desarrollo
industrial de Cataluña. Por una parte, el alto horno no ha podido
tomar el relevo de la forja pirenaica; por otra, la máquina de vapor
ha visto limitada su implantación a las zonas costeras. En contrapar­
tida, el país ha extremado el aprovechamiento de sus recursos hidráu­
licos. Tras veinte años de prospecciones carboneras tan frenéticas
como infructuosas, de 1855 a 1905 las fábricas textiles se instalan
en los valles fluviales del interior, en busca de fuerza motriz (y de
mano de obra) barata. Desde 1858, la firma Planas, Junoy, Bamé
y Cía., que construye, en Gerona primero y en Barcelona después, las
turbinas hidráulicas Fontaine, se erige en una de las empresas de cons­
trucciones mecánicas más prósperas. En 1917, el primer censo com­
pleto de concesiones de aguas registrará más de 2.000 para usos
industriales en la cuenca catalana (35). Resulta muy sesgado decir,
como se ha dicho (46), que las colonias fabriles que jalonan los ríos
Llobregat y Ter tienen su origen en la debilidad del Estado ochocen­
tista y en la exigencia, para el empresario, de tomar en mano la orga­
nización no sólo económica sino también política y social de la
producción.

2.4. Los capitales

El número de bancos por acciones se elevó, de 5 en 1855, a


58 en 1865. Partiendo de este dato, Tortella situó los orígenes del
capitalismo en España en el llamado Bienio Progresista (1854-1856),
a partir del cual una normativa más abierta multiplicó los bancos
emisores e introdujo la figura de las sociedades de crédito, de inspi­
ración y —en el caso de las tres más importantes— de recursos
franceses (52).
El capital extranjero, ciertamente decisivo, tiene su mejor espe­
cialista en A. Broder, quien acaba de terminar una tesis monumental
sobre el tema ( 8). Un avance de ella, publicado en 1976 ( 6), anticipó
la cronología, los volúmenes, las preferencias, los motivos, los meca­
nismos y los resultados de esta inversión tanto pública (desde 1768)
266 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

como privada (desde 1855). Aunque bastante regular hasta la prime­


ra guerra mundial, el flujo, muy mayoritariamente francés, se centró
en los ferrocarriles durante la etapa 1855-1870, en las minas de 1871
a 1890 y en los servicios (agua, electricidad y tranvías urbanos) de
1891 a 1913. Como complemento del trabajo de Broder, puede
citarse un artículo de M.a T. Costa, que, con fuentes españolas, esto
es, indirectas, pormenoriza los detalles de la intrusión en el sector
servicios desde la fundación de la Sociedad Catalana para el Alum­
brado de Gas, por Charles Lebon, en 1843 (9).
Si se compara con el (mandamiento exterior, el (mandamiento
interior aparece muy desdibujado. De un lado, su vinculación exce­
siva a los problemas presupuestarios del Estado priva al banco oficial
(Banco de España, desde 1856) de ejercer como banco de bancos, es
decir, de erigirse en el pivote de un sistema financiero moderno (51).
De otro, el naufragio de la banca catalana en 1866 ha acabado con el
primer intento de crear una banca autóctona digna de tal nom­
bre (49). En realidad, la banca privada española sólo podrá conso­
lidarse a principios del siglo xx, cuando a la retención de una parte
de los beneficios de las ventas de mineral de hierro se sume la repa­
triación de capitales cubanos (49).
Dentro de este panorama tan mediocre, el subdesarrollo bancario
de Cataluña, que contrasta con el desarrollo industrial de la región,
ha sido objeto de mucha controversia. Abandonando las posiciones
psicologistas, en boga durante bastante tiempo, una aportación de
última hora se esfuerza por relacionar el hecho con las características
mismas de la industria textil, dominante en el Principado, y con la
baja capacidad adquisitiva del consumidor peninsular. La autofinan-
ciación suele bastar para cubrir las necesidades en capital fijo de las
fábricas algodoneras; la irregularidad de la demanda, sobre todo en
las zonas rurales, obliga a conceder unos plazos y unas facilidades
crediticias que son incompatibles con el descuento bancario. Después
de haberse anticipado a la española, la banca comercial catalana se
debilitó por la falta de materia bancable (36, 36 a).

2.5. La población activa

Si, como vamos a ver enseguida, la evolución demográfica sin


más ha sido poco estudiada, el análisis histórico de la población acti­
LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L EN E S P A Ñ A 2 6 7

va está por estrenar. Si a partir del censo de 1787 la distribución


por edades permite calcular los activos potenciales (lo que no se ha
hecho), los intentos censales posteriores de clasificar a los adultos no
han servido más que para confundir los términos. Por ahora sigue
siendo una mera hipótesis la idea, formulada en 1966, de que las
generaciones diezmadas nacidas entre 1801 y 1812 podrían explicar
la primera oleada de intensa mecanización (1831-1845) sufrida por la
industria algodonera catalana (31).
Así las cosas, las aportaciones se reducen a los aspectos cualita­
tivos del tema. Una nutrida literatura de viajes suele insistir, por
ejemplo, en la excelente disposición y aptitud de los españoles pobres
para el trabajo y en la correlativa ineptitud de los españoles ricos para
la empresa. Pero esos son diagnósticos subjetivos, debidos a observa­
dores apresurados, que calan poco hondo en las realidades nacionales.
Más importante que divagar acerca de las «aptitudes naturales» sería
conocer el nivel de escolarización de los párvulos, las materias ense­
ñadas y los contingentes salidos de las escuelas técnicas, la traducción
y circulación de libros técnicos y científicos, la dotación y el uso de
bibliotecas públicas, etc. Tales extremos, fáciles de puntualizar en
algunos casos, permanecen fuera del horizonte mental de los investi­
gadores. El viejo libro de Y. Turin (54), tan meritorio desde el punto
de vista ideológico, no responde a las preguntas de los historiado­
res de la economía. El libro reciente de R. Alberdi ( 2 ) aporta, en
cambio, un material espléndido para profundizar en el conocimiento
de las primeras etapas de la formación profesional, en el primer núcleo
fabril de España.3

3. Los FACTORES DE CONSUMO

3.1. La evolución demográfica

Como en el caso de los restantes países occidentales, la población


de España viene aumentando sin interrupción desde principios del
siglo x v i i i . Sin embargo, el crecimiento demográfico español es atípi­
co, en la medida en que responde menos a un desatrollo de las fuer­
zas productivas que a una simple remoción de los obstáculos que,
desde los tiempos de la Reconquista y del Imperio, habían mantenido
el poblamiento por debajo de sus posibilidades (31).
268 LA REV O LU CIÓ N IN D U S T R IA L

Esta singularidad explica que, a mediados del siglo xix, cuando


cerca de una centuria y media de crecimiento ha llenado los huecos
y cuando la revolución liberal muestra su impotencia para transfor­
mar el país, la sobrepoblación, que es un fenómeno relativo, se haga
patente y la emigración se erija en válvula de seguridad. En 1804 el
interior de la península sufrió la crisis de subsistencia, y de mortali­
dad, más aguda desde fines del siglo xvi (39); en 1857 y en 1868
dos grandes hambrunas atestiguan la permanencia de las crisis de
tipo antiguo (43). En 1900 el país registrará una natalidad media
de 33,8 por 1.000, una mortalidad del 28,8 y una esperanza de vida
al nacer inferior a los 35 años. En la misma fecha, el único territorio
algo avanzado en el proceso de la transición demográfica es Cataluña,
en donde el control de nacimientos ya lleva recorrido un largo trecho.
En cambio, por no tener en cuenta la grave subevaluación de las
cifras parroquiales, debido a la dificultad de compilarlas en un terri­
torio de poblamiento tan disperso (26), es insostenible la tesis que
pretende la anticipación de Galicia por la vía de aquella transición, ya
a mediados del xix (25).
De acuerdo con las dificultades del take-off económico, la tasa
media anual del crecimiento demográfico, que había sido del 0,56 por
1.000 en 1787-1860, descendió al 0,49 por 1.000 en 1861-1910. La
población española registró el menor incremento de Europa (salvo
el francés y el irlandés) durante la segunda mitad del xix. Hasta aho­
ra ha resultado imposible distinguir la parte que corresponde al mo­
vimiento natural (mortalidad excesiva) y la parte que corresponde al
movimiento migratorio en esta población. Tanto los datos del prime­
ro (desde 1857) como los del segundo (simple estadística del movi­
miento de pasajeros por mar, desde 1882) son defectuosos. Con ayuda
de las fuentes francesas, la emigración a Argelia, minoritaria, ha
dado lugar a una buena monografía (55). Sin recurso a las fuentes de
los países receptores, el conocimiento de la emigración a América,
mayoritaria, está condenado a progresar poco.

3.2. La pérdida de las colonias

La batalla de Ayacucho, en 1824, sancionó la pérdida de las


colonias continentales de América; el tratado de París, en 1898, que
LA REVOLUCIÓN IN D U ST R IA L EN E S P A Ñ A 269

puso fin a la guerra contra los Estados Unidos, la de Cuba, Puerto


Rico y Filipinas.
Fontana tuvo el acierto de presentar la primera como el detonan­
te que dejó al descubierto las contradicciones del Antiguo Régimen y
precipitó la revolución liberal. Privada de los caudales indianos, la
monarquía absoluta, restaurada en 1814, se debatió inútilmente entre
las necesidades de reformar la Hacienda y el empeño por sostener la
sociedad estamental, que impedía el aumento de la riqueza, esto es,
de la materia imponible; cortada de los mercados ultramarinos, la
burguesía exportadora adoptó posiciones revolucionarias favorables
a la transformación del país (12). Otros investigadores han redondea­
do el esquema. Florescano ha revelado, por ejemplo, el papel de la
desamortización mexicana de 1805-1809, destinada a consolidar los
vales reales (títulos de la deuda) metropolitanos, en la emancipación
de Nueva España (11). Delgado acaba de establecer que la extensión
del monopolio gaditano a otros 12 puertos, a partir de 1778, tuvo
por norte intensificar el tránsito por la península de artículos extran­
jeros, en beneficio de los ingresos fiscales del Estado y en perjuicio
de los intereses industriales de Cataluña ( 10 ).
Un planteamiento similar al de Fontana daría la clave de los efec­
tos sobre la economía española de la pérdida de las dos Antillas y
del archipiélago filipino. ¿Qué función habían desempeñado esas
posesiones dentro de los circuitos comerciales y financieros hispanos
entre los años 1820 y 1898? Filipinas es un arcano del cual no se
ha ocupado prácticamente nadie. El interés por Cuba y Puerto Rico
suele reducirse a los años que siguieron a 1882, cuando la crisis de
sobreproducción metropolitana condujo al reforzamiento del pacto
colonial. No obstante, Maluquer ha insistido en la función perma­
nente de Cuba como mercado reservado para los excedentes agrícolas
españoles, así como de intermediario con América del Sur, por lo
menos hasta 1850 (27), en tanto que Broder anota la falta de repa­
triación del enorme excedente producido por las ventas cubanas de
azúcar y tabaco a los Estados Unidos, que privó a la isla, y a fortiori
a la península, de un flujo financiero de primera magnitud (7).
270 LA REVOLUCIÓN IN D U ST R IA L

3.3. Formación del mercado interior

Con lógica implacable, Fontana, otra vez, denunció las trabas


sociales derivadas de la vigencia del régimen señorial, que, en la
última fase del absolutismo, impidieron superar la agricultura de
subsistencia, sin excedentes, y, por lo tanto, sin intercambios (13).
Con los condicionamientos que veremos en el punto 4.1, la revolu­
ción liberal de los años 1830 removió los obstáculos que impedían
la vertebración económica de España. A pesar de sus limitaciones, la
entrada del capitalismo en el campo, a partir de las desamortizacio­
nes, imprimió a los cereales, sobre todo, aquella movilización que se
halla en la base del mercado interno. Paralelamente, la industria textil
acabó por encontrar, dentro de España, una alternativa a la demanda
que antes tuviera en América. En 1859 el comercio de cabotaje, de
dimensiones modestas, claro está, se articulaba claramente en tomo
al intercambio de granos y algodones (33). Para los años siguientes,
hasta 1890, inspirándose en Serení, N. Sánchez-Albomoz ha calcula­
do, con métodos econométricos, a partir de las series provinciales de
precios, el grado de integración del mercado del trigo y la cebada. Sus
conclusiones son tajantes: tras una marcha lenta, la integración se
acelera, hasta el punto de que en 1880-1890 el 70 por 100 de los
mercados provinciales llegarían a estar relacionados de una forma
orgánica (44, 45).
De todas maneras, como advierte el propio autor, las estadísticas
constatan pero no explican. Después de valorar como se merecen los
trabajos de Sánchez-Albomoz, R. Garrabou ha señalado la paradoja
de que la comercialización del grano nacional se intensifica precisa­
mente en los años de la crisis agraria y ha ponderado la necesidad
de indagar si el alto grado de integración de que se habla es obra
efectiva del capitalismo agrícola, con el consiguiente retroceso de los
sectores retardatarios en el campo, u obedece tan sólo a la entrada
masiva de granos de fuera, que actúan de elemento nivelador (17).
Que los hechos son complejos, y desafían a veces los esquemas
mejor construidos, lo prueba, por otra parte, la tesis de Delgado, cita­
da en el epígrafe precedente ( 10 ), que ha venido a romper el mito de
la correlación entre el desarrollo de la industria algodonera catalana
y la demanda americana de tejidos. El comercio libre, decretado en
1778, redujo la parte de las telas autóctonas y multiplicó la parte
de las telas extranjeras, sólo pintadas en Cataluña, en las expediciones
LA REVOLUCIÓN IN D U ST R IA L EN E SPA Ñ A 271

con destino a las colonias. Siendo así, cabe pensar que, pese a todos
los frenos, los tejidos catalanes conquistaron posiciones decisivas
dentro del ámbito de la metrópoli ya en las últimas décadas del
siglo xviii. La dimensión liliputiense de la industria podría ayudar a
comprender el aparente contrasentido (33).

3.4. Los medios de transporte: el ferrocarril

Tras constatar la mejora de los transportes terrestres, especial­


mente en dirección a Madrid, durante la segunda mitad del si­
glo xviil, D. Ringrose atribuyó a su colapso, evidente hacia 1800,
buena parte del estancamiento económico de los cincuenta años
siguientes (42). El argumento es reversible: cabe invertir los térmi­
nos y echar sobre el estancamiento económico gran parte de la res­
ponsabilidad de la falta de transportes modernos en la primera mitad
del xix. Ésta es, por lo menos, la conclusión que se desprende del
balance relativo a la primera etapa de construcciones ferroviarias
(1855-1864): exceso de la oferta en relación con la demanda efectiva
de transporte. La crisis del ferrocarril, que estalló en 1866, tuvo su
raíz en la cortedad del tráfico, totalmente insuficiente para sobrellevar
el inmenso lastre que representaban los gastos de explotación y las
cargas financieras (52).
Los promotores y capitalistas extranjeros, sobre todo franceses,
que construyeron la mayor parte de la red española, habían sobresti-
mado las posibilidades mercantiles del país. Después de haber con­
tribuido decisivamente a integrar el mercado de los granos y hari­
nas (3), el nuevo medio de transporte fue incapaz de superar esta
vinculación extrema con el sector primario, que le condenaba a una
vida lánguida. Los efectos negativos de la dependencia volverían a
hacerse patentes a partir de 1884, en el momento en que la entrada
masiva de cereales por mar inmovilizó en el interior la producción
autóctona. La compañía del Norte, a la que corresponden las grandes
zonas trigueras, acumula las pérdidas. Sus dos grandes rivales, la
compañía de Madrid-Zaragoza-Alicante y la compañía de los Andalu­
ces, se defienden un poco mejor, gracias a su implantación en las
regiones vitícolas y mineras (en especial, la Baja Andalucía), en plena
vorágine exportadora (50).
Al margen de las tres grandes compañías acabadas de citar, Cata­
272 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

luña fue la única región de España que tomó la iniciativa de un


ferrocarril levantado con recursos propios y ajustado a las necesidades
del territorio. La burguesía industrial que lo construyó era una clase
emprendedora, obsesionada por el modelo inglés de desarrollo. Una
investigación a punto de concluir revelará la coherencia de los obje­
tivos de la red catalana: asegurar el abastecimiento de Barcelona
mediante la traída de los granos del Urgell (M. Girona, constructor
del canal de este nombre, es también el primer empresario de ferro­
carriles) y facilitar la salida, por su puerto, de los excedentes agríco­
las, como vinos y aguardientes; conducir a la capital del Principado
la hulla de Sant Joan de les Abadesses, en el Pirineo, tan necesaria
para los vapores de las fábricas textiles como para el asentamiento
de una industria metalúrgica; facilitar la penetración de los productos
industriales por el interior de España (38). Para cumplir estos Enes,
las instituciones financieras del país movilizaron unos capitales insos­
pechados. No obstante, la falta de un poder público que encauzara el
exceso de iniciativas (duplicidad de líneas), así como la necesidad de
competir, en rapidez, con las construcciones fomentadas, desde 1856,
por las grandes sociedades francesas de crédito, arruinaron el proyec­
to. En 1878, la línea Zaragoza-Pamplona-Barcelona, que formaba el
eje horizontal del sistema, pasó a manos de Norte; en 1891, la Tarra-
gona-Barcelona-Francia, que constituía su eje perpendicular, fue absor­
bida por MZA. Era el fin definitivo de la red catalana.4

4. E l pa pel del E sta do

4 .1 . La vía española de transición del feudalismo al capitalismo

A fines del siglo xvin, una conjunción de factores endógenos


(como el creciente desequilibrio entre hombres y alimentos) y de
factores exógenos (como los ejemplos inglés y francés, y las mutacio­
nes del comercio colonial) habían anunciado la crisis del Antiguo
Régimen. La ocupación francesa, de 1808 a 1814, y el fracaso del
reformismo absolutista, de 1814 a 1833 (con el paréntesis cons­
titucional de 1820-1823), vinieron a demostrar que la quiebra del
sistema no era una amenaza, sino la más evidente de las realida­
des (12, 14).
Implantado entre 1833 y 1837, tras la pérdida de la mayor parte
L A REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L EN E S P A Ñ A 273

del imperio y bajo la presión de una guerra civil, el régimen que


sustituyó al absolutismo tuvo unas características singulares, que
configuran la vía española de transición al capitalismo.
Para empezar, al combinarse con la pérdida de los mercados ultra*
marinos, la nacionalización y venta del patrimonio eclesiástico resultó
demasiado tentadora para la antigua burguesía mercantil y artesana,
especialmente la andaluza (3, 6). Para continuar, la experiencia de la
Revolución francesa y de los movimientos populares internos de
1808-1814 y 1820-1823 inclinaron a la nobleza a sacrificar su poder
político, en tanto que estamento, en aras de la conservación (y el
acrecentamiento) de su poder económico, a sumarse en definitiva al
proceso revolucionario, con el fin de encauzarlo por vías favorables
a sus propios intereses. Para concluir, la doble metamorfosis, de la
burguesía en clase terrateniente y de la aristocracia en clase revolu­
cionaria, selló la formación de una clase nueva, ostentadora de la gran
propiedad y erigida en fracción dominante dentro del bloque bur­
gués (29).

4.2 . La posición subordinada de la burguesía industrial

Dueña del poder, la nueva clase surgida de la confluencia de la


vieja aristocracia y de la flamante burguesía agraria configuró el Esta­
do a la medida de sus intereses. Las desamortizaciones, que absorbie­
ron una parte sustancial de los capitales disponibles, dieron un fuerte
impulso al cultivo de los cereales y de la vid. Interesados en encon­
trar una salida para ambos productos, los gobernantes del segundo
tercio del siglo xix habrían reducido sus afanes industrialistas a la
construcción de la red ferroviaria. Las subvenciones oficiales a las
compañías constructoras, que fueron satisfechas con cargo al producto
de la venta de los comunales, serían la expresión, de este anhelo. Sólo
los hombres de la revolución de 1868, tan efímera por lo demás,
tuvieron unas miras más amplias: la liberalización de la actividad
económica en general, como medio de acrecentar la riqueza del país y
de resolver (por el aumento de la materia impositiva) el déficit cró­
nico de la Hacienda (16, 33).
Sin embargo, no hay que llevar el argumento demasiado lejos.
A diferencia de Portugal, en donde el librecambio reinó sin cortapisas
de 1832 a 1892 (21), España no dejó nunca (ni en 1869-1874) de ser

1 8 . — K U M I.
274 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

un país parcialmente proteccionista. Los fabricantes algodoneros, en


todo caso, defendieron con eficacia su parcela. Cierto que la ayuda del
Estado a la moderna industria textil no pasó de la simple reserva
del mercado, pero cierto también que esta reserva fue constante y
bastante eficaz. Tanto en su última etapa «emprendedora» (1833-
1855), como en sus etapas de «subordinación» a la oligarquía ferro­
viaria y financiera (1855-1868) y de «colaboración» con el capitalismo
agrario castellano (1868 en adelante) (23), la burguesía industrial cata­
lana progresó incesantemente hasta copar el mercado textil (33, 40).
Su perseverancia encontraría el mejor premio en los años 1880, cuan­
do la irrupción de los granos americanos y rusos arrumbó definitiva­
mente los sueños agraristas de los 40 años precedentes ( ¡España,
granero de Europa!) y cuando el nacimiento de la moderna siderurgia
vizcaína exigió vetar la entrada a los hierros elaborados en el extran­
jero.
Tras comprobar que no tenía la menor posibilidad en el exterior,
el cereal castellano se veía amenazado en el propio suelo; tras recoger
los primeros frutos de la exportación del mineral de hierro, los pro­
pietarios de minas vascos intentaban crear una siderurgia autóctona.
A partir de la penúltima década de la centuria, el modelo de desarro­
llo «hacia fuera» de la etapa anterior cede el puesto a un modelo de
desarrollo «hacia dentro». Al alinearse finalmente con los fabricantes
de tejidos catalanes, el sector cerealícola y el sector siderúrgico han
contribuido a afianzar lo que se denomina «la vía nacionalista del
capitalismo español» (30).

4.3. El endoso de la carga fiscal

En el curso del Antiguo Régimen, la Hacienda se había acos­


tumbrado a cubrir el déficit mediante las remesas de Indias. A fines
del siglo xviii y principios del xix, el empeño de la monarquía abso­
luta en mantener el status de gran potencia la llevó a una serie de
costosas guerras contra Gran Bretaña y Francia que acentuaron el
desequilibrio presupuestario y volvieron insuficientes los caudales de
América. De 1808 a 1814, los gastos de la guerra de la Independencia
y el comienzo de la emancipación colonial extremaron la diferencia
entre gastos e ingresos, planteando como ineludible la reforma del
sistema. Por espacio de más de 30 años, los reformadores se debatie­
LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L EN E S P A Ñ A 2 7 5

ron entre la urgencia de aumentar la presión tributaria y las presiones


a favor de mantener intocados los privilegios de la sociedad esta­
mental (12, 14, 15).
Hija de la revolución burguesa, la reforma fiscal de 1845 con­
firmó la importancia de los estancos y de las aduanas tradicionales y
sacó los nuevos ingresos de una contribución directa sobre la riqueza
agraria y los bienes inmuebles, así como de una contribución indirecta
sobre el consumo de diversos productos muy ligados a la alimenta­
ción popular. La publicación de los presupuestos del Estado a partir
de 1850-1851 permite afirmar que dicha reforma acabó con el caos
reinante hasta entonces, pero fue incapaz de acabar con el déficit cró­
nico de la Hacienda (53). Después de señalar las concomitancias entre
los sistemas tributarios español y francés durante la segunda mitad
del siglo X IX , Broder atribuye la insuficiencia del primero al escaso
desarrollo de las fuerzas productivas, o sea a la endeblez de la materia
imponible (7). Mejor situados para conocer las entretelas del país,
Fontana (16) y Tortella (53) denuncian, en cambio, la falta de un
catastro que permitiese obtener un conocimiento adecuado de la
riqueza rústica, y la increíble ocultación llevada a cabo por los gran­
des propietarios.
Naturalmente, cuanto más evadían los poderosos, más tenían
que pagar los modestos; la ocultación de tierras dio un carácter
muy sesgado al reparto de la carga, con gravísimo perjuicio de los
pequeños propietarios campesinos, siempre expuestos al embargo de
sus fincas. La similitud teórica con el modelo francés no debe ocultar
que la reforma de 1845 llegó como colofón de 37 años de esfuerzo
reformista, «que había enseñado a los hacendistas españoles lo que
podía y lo que no podía hacerse» (16), y fue un producto más del
pacto entre la vieja aristocracia y la nueva burguesía terrateniente.
Del mismo modo, el «subsidio industrial y de comercio», también
obra de la reforma fiscal de 1845, discriminó a los pequeños empre­
sarios y privilegió a los más fuertes. La injusticia se mantuvo hasta
1900, en que una reforma de la reforma introdujo el «impuesto de
utilidades», cuya tarifa tercera apuntaba directamente a las sociedades
anónimas y comanditarias por acciones.
276 L A REV O LU C IÓ N IN D U S T R IA L

4.4. La deuda pública

Sin recursos para equilibrar el presupuesto, los gobernantes del


siglo xix apelaron al crédito. Crédito interior, a tipos elevados, endu­
reciendo las condiciones del mercado de capitales, con notorio per­
juicio de la industria (33), y crédito exterior, suscrito en su mayor
parte por Francia, fundamental basta 1881, cuyo monto, desde su ori­
gen en 1768, ha sido escrupulosamente reconstruido por Broder ( 6).
Después, en las dos últimas décadas del xix, la nueva oleada de inver­
siones extranjeras, que aligeraron las necesidades exteriores del Es­
tado, más la mejora de la coyuntura (grandes exportaciones de vinos
y minerales), más el desarrollo del sistema bancario y de su correlato,
la moneda fiduciaria, permiten la llamada cada vez más frecuente al
ahorro nacional. El empréstito destinado a luchar contra la revuelta
cubana y emitido en dos tiempos — 1878-1886 y 1890— abrirá un
paréntesis en el endeudamiento exterior hasta 1928
La historiografía nacional ha insistido en los aspectos negativos
del crédito. Fontana ha contado con pelos y señales las mil intrigas
urdidas en torno a las dificultades de la Hacienda, de 1833 a
1845 (15). Tortella ha precisado que la atención de la deuda repre­
sentó el 27 por 100 de todos los gastos presupuestarios entre 1850
y 1890 (53). Es un lugar común, por último, que los beneficios eco­
nómicos y sociales que cabía esperar de la desamortización eclesiástica
fueron sacrificados ai doble objetivo de reducir la deuda interior y de
afirmar a los liberales en el poder.
En cambio, impresionado por la sucesión de conversiones forzo­
sas (verdaderas estafas) de que fueron víctimas tantos pequeños
ahorradores franceses e ingleses, Broder relata la libertad de actua­
ción de los gobernantes españoles, quienes se habrían burlado impu­
nemente de sus acreedores, así como la fuerza correctiva de la situa­
ción defiacionista, inherente al déficit del comercio exterior, ejercitada
por los préstamos extranjeros ( 6).
Sin perjuicio de reconocer el daño causado a los titulares de deu­
da española, creo, por mi parte, que deben tenerse muy presentes
las conexiones existentes entre el endeudamiento externo y las faci­
lidades otorgadas a la inversión privada extranjera (33, 35). También
me parece significativo el hecho de que, en varias ocasiones — 1843,
1848— , los Estados Unidos expresaran su alarma ante el riesgo de
LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L E N E S P A Ñ A 277

que, a presión de los British Bonholders, el Reino Unido se apoderara


de la isla de Cuba (24).
Para ser completo, el análisis de la deuda debería acompañarse
con el examen de su incidencia sobre la maquinaria del Estado. Esos
recursos tan gravosos ¿contribuyeron de algún modo a modernizar el
aparato estatal? Sabemos que el endeudamiento del tiempo de Fer­
nando V II no pudo evitar la decadencia del ejército y la ruina com­
pleta de la marina (14). En el mismo sentido, un analista británico
sentenció en 1875:
No country in the world has accumulated so large a foreign
debí as Spain with so little advantage ... It has not been incurred
in prosecuting great national wars abroad, or in promoting public
works at borne. On the contrary, no nation of equal size and his-
tory has in recent times so substantially dedined in foreign prestige
and in internal welfare ...* (Stock Excbattge Yearbook, Londres,
vol. 1, 1875.)

¿Es este juicio totalmente justo? Al desglose de las partidas de


gastos presupuestarios, esbozado por Tortella (53), habría que añadir
el conocimiento de la asignación de recursos realizada por cada minis­
terio en concreto.

5. LOS SECTORES INDUSTRIALES

5.1. Las lecciones de la estadística fiscal

Las industrias del algodón y del hierro se han erigido en los sím­
bolos de la industria moderna. Conviene no olvidar, sin embargo, que
los sectores industriales son muchos más y que la determinación del
peso de cada uno de ellos en relación con los restantes constituye un
instrumento excelente para establecer la tipología y la cronología de
un proceso de industrialización determinado. La historiografía espa­

* «Ningún país del mundo ha acumulado durante tanto tiempo una deu­
da extranjera como España, con tan poco provecho. Y ello, no por haber
participado en grandes guerras nacionales en el extranjero ni por haber promo­
vido obras públicas en el país. Por el contrario, en los últimos tiempos nin­
guna otra nación de igual tamaño e historia ha visto declinar tanto su prestigio
en el exterior y su bienestar interior...»
278 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

ñola, especialmente pobre en monografías sectoriales, puede encon­


trar una pauta en el despeje sistemático de los datos tocantes a la
tarifa tercera («fabricación») de la estadística de la contribución indus­
trial y del comercio. El tributo, como sabemos, data de 1845; los
primeros rendimientos publicados fueron los de 1856. Con ellos y
con los de 1900 hemos confeccionado el cuadro 1 , que excluye al País
Vasco y a Navarra (provincias exentas).

C uadro 1

Datos fiscales relativos a la «fabricación» en 1856 y en 1900

España Andalucía C a ta lu ñ a
Especialidades 1856 1900 1856 1900 1856 1900

Molinos y fábricas de harina 45,4 18,0 63,4 24,3 14,3 6,6


Fábricas textiles 23,6 23,5 6,9 4,1 61,3 52,0
Fábricas de aguardientes y
vinos 6,1 11,7 6,9 25,4 4,3 5,2
Fábricas de vidrio, cerámica 5,3 3,5 5,5 4,3 3,3 2,4
Fábricas alimenticias y de
bebidas 4,3 5,8 4,4 6,4 3.3 2,9
Fábricas de curtidos y cal-
zado 3,8 2,6 2,2 0,8 2,0 2,2
Fábricas de productos quí-
micos 3,5 4,9 4,1 5,6 2,4 4,0
Fábricas metalúrgicas 3,2 7,1 3,9 8,1 2,6 6,5
Fábricas de papel y artes
gráficas 2,3 4,4 1,0 3,0 2,9 3,6
Fábricas de aserrar madera 0,4 2,1 0,2 2,2 0,4 1,7
Fábricas de gas y electri-
cridad — 12,0 ____ 12,0 — 8,4
Fábricas diversas 1,9 4,3 1,4 3,7 3.2 4,5
Total «fabricación» 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0

Las cifras me parecen muy expresivas. En 1856, las industrias


dirigidas a alimentar y vestir el cuerpo, o sea a satisfacer las necesi­
dades más perentorias del hombre (molinos, alimentos y bebidas,
más el textil), sumaban, en términos fiscales, por lo menos, el 80 por
100 del conjunto; en 1900, el «hundimiento» de la molinería había
hecho descender el peso de los cuatro sectores al 59 por 100, una
LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L EN E S P A Ñ A 279

cota todavía muy elevada, pero reveladora, de todos modos, de una


diversificación progresiva del sector secundario.
El panorama se enriquece cuando pasamos del análisis global al
análisis regional. Cataluña y Andalucía, que en ambas (echas enca­
bezan la clasificación, muestran unas estructuras y unas trayectorias
muy dispares, demostrativas del interés de los cotejos. La región me­
ridional, en declive a lo largo del período observado (18,4 por 100 de
la contribución global en 1900, contra 24,0 en 1856), basa siempre
su «fabricación» en los molinos (de granos y de aceite) y en las bebi­
das alcohólicas. La región catalana, por el contrario, en ascenso du­
rante el medio siglo de observación (37,0 por 100 de toda la «fabri­
cación» española en 1900, frente a 25,6 en 1856), destaca en todo
caso por el textil y consigue al final la hegemonía en siete sectores
más: vidrio-cerámica, curtidos-calzado, química, metalurgia, papel-
artes gráficas, madera aserrada y «varios». En 1900, Cataluña es, en
cierto modo, la fábrica de España.

5.2. La industria algodonera catalana

Desarrollada a partir del último tercio del siglo xvm , la manu­


factura algodonera catalana era en 1808, al producirse la invasión
napoleónica, una industria muy modesta, menos importante por su
peso específico que por baber aportado un cambio en el modo de pro­
ducción: producir para el mercado, y no para el autoconsumo. En
este sentido, tuvo un peso decisivo en las transformaciones capitalis­
tas de la sociedad en que se hallaba ubicada (56).
Pasada la guerra de la Independencia, no obstante la pérdida coe­
tánea del mercado americano, la industria se rehizo con rapidez, lo que
viene a probar que antes del cataclismo ya había alcanzado una fuerte
implantación en el mercado nacional. En cualquier caso, su progreso
resultó especialmente rápido entre 1830 y 1860, que fueron los años
de la mecanización completa de la hilatura y de la mecanización a
medias del tisaje. Después, los avances fueron más lentos, por la cre­
ciente inelasticidad de la demanda, obediente, a su vez, a la pérdida
de dinamismo del sector agrícola. De 1882 a 1898, la incidencia de la
crisis cerealícola, primero, y vitícola, después, sólo pudo paliarse me­
diante el reforzamiento del pacto colonial con las últimas posesiones
de ultramar. A comienzos del siglo xx, el textil encontró en Argén-
280 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

tina y Oriente Medio una cierta compensación a la pérdida del con­


sumo antillano. De 1905 a 1913 las fábricas españolas importaron
una media anual de 84.950 toneladas de algodón en rama, cantidad
aue vino a ser el 9,7 por 100 de la importación británica, el 19.5 de
la importación alemana, el 36,7 de la importación francesa y el 45,6
de la importación italiana (33). Debe insistirse, por lo demás, en aue
las fábricas españolas son, en un 95 por 100, las fábricas catalanas.
Localizada en Cataluña, la industria algodonera ba gozado de mala
prensa en el resto de España. Arrancando de lejos, la crítica cuenta
bov ron dos historiadores de talla. Por una Darte. N. Sánchez-Alhomoz
señala la falta de poder de arrastre, el carácter meramente sustitutivo
de importaciones v la avuda prestada por el textil a la consolida­
ción del sector tradicional más retrógrado, de subsistencia, de la agri­
cultura española (46). Por otra, después de reconocer sus efectos
multiplicadores sobre las industrias mecánicas y química, G. Tortella
acusa al algodón de haberse parapetado innecesariamente detrás del
arancel, rechazando su transformación en una industria «más eficiente,
seguramente con mejor tasa de beneficios y sin duda mejor adaptada
a la división internacional del trabajo» (53). A tales argumentos se
ha replicado que, luego de reemplazar a los tejidos ingleses y france­
ses, los fabricantes indígenas fueron capaces de extender el mercado
y de consolidar su negocio hasta unas cotas que sorprenden —y sor­
prendían a los contemporáneos— cuando se conoce el nivel de rentas
de la población española (33), que la coincidencia finisecular de los
algodoneros y de los grandes propietarios en las filas porteccionistas
respondió a un cambio de posición de los segundos (véase el aparta­
do 4.2), aue el retraso técnico de la fabricación catalana no fue tal
y que la dimensión ciertamente pequeña de sus empresas constituyó
la réplica más pertinente a las condiciones, tan mediocres, del mer­
cado.
El último argumento me parece especialmente relevante. Gimo
va advirtiera Serení para el caso italiano, «la ristretezza e la limitatezza
lócale del mercato vietano all’industria ogni brusco allargamento delle
dimensión! dell’impresa, ed un conseguence abbassamento dei costi
di produzione» (47).* En Cataluña, la articulación de la industria en

* «... la restricción y la limitación local del mercado impiden a la industria


cualquier expansión brusca de la empresa, y una consiguiente disminución de
los costes de producción.»
LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L E N E S P A Ñ A 281

forma jerarquizada, con una pléyade de talleres y fábricas dependien­


tes de unas pocas grandes firmas, obedeció a la necesidad de prote­
gerse contra el raquitismo y las fluctuaciones del consumo (28).

5.3. El retraso de la siderurgia

A principios del siglo xx España era el primer exportador mun­


dial de minerales ferrosos y un notable importador (en términos rela­
tivos, se entiende) de artículos de hierro y de maquinaria.
Contando con aquella materia prima y con esta demanda, ¿cómo
explicar el retraso de la industria siderúrgica nacional? Con buen
sentido, aunque con exceso de simplificación, Tortella acaba de hacer­
lo aduciendo la desventaja en el otro input: el carbón asturiano es
poco apto para ser transformado en coque; en estas circunstancias,
era natural que el beneficio de la mayor parte de) mineral de hierro
vizcaíno tuviera lugar en Cardiff, en Essen o en Pittsburgh, y no en
Bilbao o en Gijón (53).
Esta lógica supranadonal debe matizarse. Como creo haber demos­
trado (33), la enorme ventaja del mineral vizcaíno en calidad y en
precio hubiera permitido especializarse en los productos de primera
fusión, que exigen una sola partida de combustible, el input impor­
tado. De hecho, en los años 1890 se inició una no negligible corriente
exportadora de lingote de hierro y acero, que hubiera podido ser de
gran alcance si, abusando de la protección arancelaria, los siderúrgicos
no se hubieran empeñado en fabricar toda clase de hierros. Con aque­
lla especialización y el consiguiente abandono de otras más complejas,
para las que no se estaba dotado, habría sido razonable proceder a
liberalizar la entrada de materiales de fuera, en beneficio de los talle­
res mecánicos peninsulares. A fines del siglo xix y principios del xx,
la política proteccionista actuó negativamente, tanto sobre la oferta
como sobre la demanda siderúrgicas.
Por lo demás, cada momento y cada ocasión requieren un trato
distinto. Refiriéndome a la década 1855-1864, que vio la primera
fase de construcciones ferroviarias, yo hice mía la tesis de los contem­
poráneos que denunciaron la franquicia concedida a la entrada de
material fijo como el obstáculo que impidió modernizar la industria
del hierro española. La unanimidad de los clamores, la sencillez técni­
ca de la producción carrilera, y el ejemplo de lo sucedido en 1886-
282 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

1889, en que la fábrica Altos Hornos de Bilbao, recién estrenada,


destinó el 20,5 por 100 de su producción a carriles de acero, me
hicieron pensar que, desde el inicio, la red ferroviaria hubiera podido
construirse con material autóctono (33).
Recientemente, esta tesis ha encontrado contradictores. Por un
lado, Broder aduce que, en Europa, la industria del hierro ha sido
anterior al ferrocarril, el cual no ha hecho sino contribuir a su cre­
cimiento, y que «en 1855, cuando emprendió el equipamiento viario
español, el capital francés no tenía motivo para favorecer a una side­
rurgia hispana» (7). Por otro, A. Gómez Mendoza ha examinado las
implicaciones contrafactuales de una hipotética ley proteccionista del
hierro español para concluir que la construcción de la red no hubie­
ra sido posible sin el régimen de franquicias y que «el desarrollo
de la industria siderúrgica a partir de 1885 le debió poco al ferro­
carril» (20). Puedo decir, en mi descargo, que la tesis de Gómez es
tan indemostrable como la mía, dado el carácter contrafactual de
ambas.

5.4. El parótt de la química

A fines del siglo xvm , el arraigo de la manufactura algodonera


en Cataluña había originado una fuerte demanda de productos quími­
cos a la fábrica de Chaptal, en La Paille, cerca de Montpellier. Al tér­
mino de la guerra de la Independencia, la rápida reconstrucción del
textil catalán incitó a François Cros, del mismo Montpellier, a montar
en un subutbio barcelonés las primeras cámaras de plomo para la
obtención de ácido sulfúrico. Cros y un pequeño núcleo de imitadores
usaban el vitriolo para producir caparrosa artificial, d mordiente que
estaba desplazando al alumbre.
En cambio, la sosa Leblanc (por descomposición de la sal median­
te el sulfúrico), que había triunfado en Francia muy a comienzos de
la centuria y en el Reino Unido desde 1825, no llegó a producirse en
España. Frente a la abundancia de sal y de azufre (nativo o derivado
de las piritas), que eran los dos inputs del álcali, pesó más en suelo
hispano la escasa entidad de las industrias que debían utilizarlo (vi­
drio, papel, jabón duro...). La única demanda consistente era la de
cloruro de cal por parte de los algodoneros; sin embatgo, la produc­
ción de este artículo no pudo arraigar, por tratarse de un derivado
LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L E N E S P A Ñ A 283

del ácido clorhídrico, subproducto engorroso del sulfato de sosa, que


los extranjeros vendían a cualquier precio. Hasta finales del siglo xix
se consideró que valía más importar la poca sosa (y el considerable
cloruro) consumida que producirla en casa. La primera fábrica espa­
ñola de álcali, por el procedimiento electrolítico, que prescinde del
ácido sulfúrico, la instalaron en Flix (Tarragona) las firmas alemanas
Chemische Fabrik Griesheim Elektron, de Frankfurt del Main, y
Scbuckert und Gesellschaft, de Nuremberg, en una fecha tan tardía
como la de 1900.
Entretanto, el desarrollo, rapidísimo en este caso, de la minería
ibérica había exigido la implantación de una moderna industria de
explosivos. Tradicionalmente, las fábricas de Murcia y de Manresa
(en Cataluña) habían satisfecho la demanda de pólvora. En 1872, la
Sociedad Española de la Dinamita, con el apoyo del propio Nobel,
marcó la pauta de una industria renovada, de altos vuelos. Un cuarto
de siglo más tarde, en 1896, la Unión Española de Explosivos
había de aglutinar todas las empresas del sector, dando origen a uno
de los primeros trusts peninsulares. Por las mismas fechas, el descu­
brimiento de los fosfatos del Norte de África convirtió la costa situa­
da entre Huelva y Barcelona en lugar de privilegio para la producción
de abonos artificiales. Ningún territorio tenía tan a mano las fuen­
tes del ácido sulfúrico (las piritas de Huelva) y del fósforo (las rocas
tnagribíes), que son, a partes iguales, las dos materias primas de los
superfosfatos de cal.
Explosivos y superfosfatos, objeto de una gran demanda (a pesar
del retraso del campo español) y sin problemas de subproductos, han
sido hasta los tiempos actuales las dos columnas de la industria quími­
ca hispana. Con ellos reanudó su trayectoria un sector que, tras un
comienzo prometedor al socaire del textil, había sufrido un patón
durante el reinado de la sosa Leblanc (c. 1830-1880).

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Olga Crisp

LA INDUSTRIALIZACIÓN EUROPEA.
UNA REINTERPRETACIÓN DEL CASO RUSO

1. El p r in c ip a l problem a : los datos

Una verdadera «reinterpretación» del proceso de industrializa­


ción en Rusia, aunque altamente deseable, no es posible por la falta
casi total de nuevos datos de naturaleza macroeconómica. Hace unos
veinte años los datos estadísticos relativos a la actividad económica
de este país entre 1860 y 1913, en especial entre 1885 y 1913, pare­
cían bastante conspicuos, gracias, sobre todo, a la obra de estudiosos
de la estadística y de la economía que trabajaron activamente durante
los primeros años de la época soviética y a los estudios de Raymond
Goldsmith 1 y de Alexander Gerschenkron,123en gran parte basados
sobre aquéllos. Sin embargo, la información estadística sobre Rusia
parecía suficiente sólo en relación con la relativa escasez de series
estadísticas referentes a otros países, especialmente a la Europa orien­
tal, a los estados europeos más pequeños o a Francia. Los trabajos
experimentales de RostowJ y de Gerschenkron 4 proponían modelos

1. R. W . Goldsm ith, «The economic growth o í tsarist Russia (1860-1913)»,


en Economic development and cultural cbange, vol. IX , parte 2, 1961.
2. A. Gerschenkron, «The rate o í growth o í industrial productíon ¡n Rus­
sia since 1885», Journal of Economic History, V II (1947).
3. W . W . Rostow, The stages of economic growth, 1960 (hay trad. cast.:
Las etapas del crecimiento económico. Un manifiesto no comunista, Fondo de
Cultura Económica, México, 1961).
4. A. Gerschenkron, Economic backwardness in bistorical perspective, Cam­
bridge, Mass., 1968 (hay trad. cast.: El atraso económico en la perspectiva bis•
UNA R E IN T E R P R E T A C IÓ N D E L CA SO RUSO 289

pora el estudio del proceso de industrialización, y tal vez por el


hecho de ser muy debatidos provocaron una verdadera explosión
de investigaciones en profundidad sobre determinados países, con
un esfuerzo notable por aportar series estadísticas bastante uniformes
con objeto de conseguir comparaciones entre períodos, sectores y paí­
ses diferentes. Por lo que a Rusia se refiere, en cambio, no se efec­
tuaron investigaciones de este tipo, ya sea por obra de estudiosos
soviéticos u occidentales, aunque Malcolm Falkus,* 3*
5 Paul Gregory,6
Arcadius Kahan 78 9y Barkai0 examinaron algunos aspectos particula­
res. También es grande la deuda de reconocimiento que, en el plano
científico, tenemos respecto a Paul Bairoch por las series que elaboró
sobre el producto nacional bruto per cápita y sobre los niveles de con­
sumo, que nos permiten tener una referencia de la posición de Rusia
y de los resultados que había alcanzado en algunos de los años más
significativos del siglo xix y en 1913.’
A pesar de esto, sigue siendo cierto que los historiadores de la
economía rusa aún utilizan datos compilados en 1918, o a partir
de 1897 en lo que concierne a la estructura demográfica. La mayor
parte de los estudios sobre el capital extranjero invertido en Rusia
utilizan invariablemente las estimaciones aportadas por OI’,10 en 1922
o en períodos precedentes. En épocas recientes las estructuras agra­
rias han sido estudiadas casi exclusivamente desde un punto de vista

lórica, A riel, Barcelona, 1968); ídem, Continuity in bistory and otber essays,
Cambridge, Masa., 1968 (hay trad. cast. de dos de los ensayos contenidos en
este libro: Atraso económico e industrialización, A riel, Barcelona, 1970).
3. M. E . Falkus, «Russia’s national income, 1913: a re-valuation», Econó­
mica (1968).
6. P . A. Gregory, «Russian national income in 1913», Quarterly Journal
of Economía, XC (1976).
7. A. Kahan, «Capital form ation during the period of early industriali-
zation in Russia, 1890-1913», en P . M athias y M. M. Postan, eds., The Cam­
bridge Economic History of Europe, vol. V II, parte 2.
8. H . Barkai, «The macro-economics of tsarist Russia in the industrial*-
zation era», Journal of Economic History, X X X III (1973).
9. P. Bairoch, «Europe’s gross national product, 1800-1975», Journal of
European Economic History, XXXVI (1976); idem, «Niveaux de développe-
ment économique de 1810 á 1910», Anuales, XX (1965); idem, «The main trends
in national economic disparities since the industrial revolution», en P. Bairoch
y M. Lévy-Leboyer, eds., Disparities in economic development since the indus­
trial revolution, Londres, 1981.
10. P. V. OI’, Innostrannyye kapitaly v Rossii, San Petersburgo, 1922.

19. — NADAL
290 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

institucional o del de la distribución de la propiedad. £1 único índice


de precios disponible está muy lejos de ser perfecto.11 Para la renta
nacional aún nos basamos en la obra de Prokopovich,11213que es de
cierta utilidad sólo para la Rusia europea y con limitaciones para los
años de 1900 y de 1913. Falkus revisó parcialmente estos cálculos,12
y Gregory 14 consiguió de los datos sobre el consumo un balance del
producto nacional neto para 1913. Sin duda, tales trabajos repre­
sentan avances, aunque éstos resultan escasamente significativos
frente a la riqueza de datos disponibles o de los numerosos y par­
ticularizados trabajos publicados en estos últimos años relativos a
otros países.
Indudablemente, existen aún grandes posibilidades para una inte­
ligente reconstrucción de las estadísticas rusas disponibles en Occi­
dente, pero el trabajo de base debe ser efectuado por los estudiosos
soviéticos. En tal sentido, sólo pueden ser favorablemente acogidos
estudios como los de Vaynshtayn,1516 de Rashin14 y de Nifontov.1718
Una bibliografía critica sobre las fuentes cuantitativas de la historia
económica y social de Rusia, publicada recientemente, hace pensar
que el material para un trabajo de ese tipo puede estar disponible,14
aunque subsiste el peligro de que sea usado selectivamente para sus­
tentar alguna tesis que desee proponer la preocupación ideológica
contingente.
Ésta, en realidad, es una de las mayores dificultades con la que
tienen que enfrentarse todos los estudiosos serios de Rusia que tra-

11. A. Kahan, «Capital form ation...» , art. cit.


12. S. N. Prokopovich, O pyt iscbisleniya ttarodnago dokboda Yevropeyskoy
Rossii, Petrogrado, 1918; ídem, «Über die Bedingungen der ¡ndustriellen Ent-
wicklung Russlands», Archiv fü r Soziale Gesetzgebund und Statistik, 10 (1913).
13. M. E. Falkus, «Russia’s national...» , art. d t.
14. P. A. Gregory, «Russian n atio n al...» , art. d t.
15. A. L. Vaynshtayn, Narodnoye bogatstvo i narodnokhzyastvennoye
nakopleniye predrevolyutsyonnoy Rossii, Moscú, 1960.
16. A. G . Rashin, Formirovaniye raboebego klassa Rossii, Moscú, 1958.
17. A. S. Nifontov, Zem ovoye proizvodstvo Rossii vo vtoroy polovine X IX
veka, Moscú, 1974. Stephen W heatcroft ha ampliado este estudio hasta induir
la Rusia no europea y el período que se extiende más allá de finales del siglo xix
(cf. tesis leída en la Universidad de Birmingham, Facultad de Gomerdo y
Ciendas Sodales, en mayo de 1980).
18. V. I. Bovykin y otros, ed., Massovyye islochniki, ill y a issledovanii
massovyki istocbnokov po sotsyal'no— ekonomicbeskoy istorii Rossii, Moscú y
Leningrado, 1978.
UNA R E IN T E R P R E T A C IÓ N D E L CASO RUSO 291

finjan en Occidente. Aunque existen algunos estudios efectuados por


occidentales basados en investigaciones en archivos soviéticos y bajo
la supervisión de estudiosos soviéticos de gran valor, las dificultades
vinculadas con la investigación en ese país, en especial para investi­
gadores que ya no son jóvenes y sobre todo para temas políticamente
espinosos o que requieren una estancia prolongada para la selección
y el examen de los datos generales de naturaleza estadística, hacen
que la mayor parte de las investigaciones deban utilizar obras pro­
ducidas por estudiosos soviéticos, entre las cuales, por otra parte, no
íaltan obras de gran calidad. Sin embargo, dichos estudiosos emplean
instrumentos conceptuales y analíticos diferentes, examinan el mate­
rial con otra óptica y, en consecuencia, los datos y los hechos que
emergen de su trabajo sólo en parte son adecuados para aportar res­
puestas a los problemas planteados en Occidente, donde predomina
el interés por el proceso de industrialización.
Excepto durante el período estaliniano, época en que los estudio­
sos se movieron con prudencia, escribiendo un tipo de historia eco­
nómica dedicada a una institución particular, a una industria o a
una región, limitada en su concepción descriptiva y tecnificada, pero
también útil por los datos que aporta, la mayoría de los escritos de
historia económica en Rusia siempre han estado estrechamente rela­
cionados — y a menudo han sido consecuencia directa del mismo—
ion el debate ideológico. En efecto, se puede afirmar que la moderna
historia económica rusa tuvo su origen en las décadas de 1880 y
de 1890, al calor del debate entre marxistas y populistas sobre la
naturaleza del capitalismo (en particular en Rusia).
Esa tradición nunca se interrumpió. Aun cuando esa concepción
continúe siendo un imperativo para la ortodoxia intelectual, se ha
vuelto menos opresiva y más elástica después de la muerte de Stalin,
pero sigue presente y, como tal, condiciona el desarrollo y la calidad
de la investigación; de manera que los historiadores soviéticos, con
alguna excepción, se dedican a la historia general más que a la eco­
nomía y menos aún a la econometría, se han ocupado más de los
aspectos sociopolíticos de la industrialización que de los económicos.
Kn las obras de síntesis prevalece la tendencia a discutir sobre el capi­
talismo, del que la industrialización es sólo un elemento, con debates
sobre su periodización, su génesis, sus orígenes como estructura
socioeconómica y su sucesiva evolución hacia el capitalismo finan­
ciero y posteriormente monopolista. Dentro de este esquema, los
292 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

estudiosos soviéticos abordan temas familiares para quien se ocupe


de la industrialización, como la Revolución industrial, su delimita­
ción temporal y su difusión, el nacimiento del sistema de fábrica y
las transformaciones de la clase obrera, el papel del capital extran­
jero, el de los bancos o el del Estado, la relación entre agricultura
e industrialización.
Aunque como hemos señalado, después de la muerte de Stalin,
la metodología se ha vuelto más elástica y el debate ha adquirido
mayor amplitud, hasta el punto de dejar cierto espacio a interpreta­
ciones pluralistas, la presencia de una doctrina que concibe la Revo­
lución de octubre como un modelo universal, aplicable tanto a los
países industrializados como a aquellos en vías de desarrollo, constitu­
ye una especie de lecho de Procusto para cualquier investigación seria
sobre la economía y sobre la sociedad de la Rusia prerrevoluciona-
ria .10 Los numerosos estudios sobre determinadas industrias, empre­
sas o bancos, publicados en la Unión Soviética en las dos últimas
décadas, han sido escritos bajo una óptica particular que considera
estas iniciativas como elementos del desarrollo del capitalismo mo­
nopolista, de la penetración y de las relaciones con el capital extran­
jero, de la interacción entre los intereses del mundo económico, el
aparato estatal, la industria y la banca. Estos estudios contienen una
gran cantidad de informaciones valiosas, sin las cuales los pocos que
trabajan fuera de la Unión Soviética no podrían continuar sus inves­
tigaciones. Pero aunque las obras dedicadas al estudio monográfico
de determinadas empresas se asemejan a los estudios sobre la histo­
ria empresarial realizados en Occidente, la mencionada óptica induce
a los autores a efectuar una selección de los datos, cuando no una
verdadera omisión de informaciones y de datos relativos a la activi­
dad y a la dirección cotidiana de las unidades empresariales, que
son esenciales para el historiador de la empresa.1290

19. Para una discusión en profundidad de este problema, cf. John Keep,
«The great October socialist revolution», en S. H. Barón y N. W. Heer, eds.,
Windows on ¡be Russian pasl; essays on Soviet bistoriograpby since Stalin,
American Association for thc Advancement of Slavic Studies, Columbus, Ohio,
1977.
20. La vasta bibliografía sobre dicho tema existente hasta 1967, es enume­
rada y analizada por V. I. Bovykin, Zarozbdeniye finansovogo kapitala v Rossii,
Moscú, 1967, pp. 5-50. Cf., además, M. P. Vyatkin, ed., Monopolii i inoslranny
kapital v Rossii, Moscú y Leningrado, 1962; K. N. Tamovsky, Sovetskaya
UNA RE IN T E R PR E T A C IÓ N D E L CASO RUSO 293

Un gran número de ensayos sobre aspectos particulares de la


industrialización están contenidos en las actas de congresos, en publi­
caciones colectivas de carácter conmemorativo, en revistas soviéticas
especializadas, entre ellas Istoriya SSSR e Istoricheskiye Zapiski,
además de en las actas de congresos celebrados fuera de la Unión
Soviética, en particular los dos congresos ruso-alemanes sobre la
industrialización que tuvieron lugar en la República Democrática
Alemana en 1970 y en la República Federal de Alemania en 1973.21
También algunos estudiosos occidentales de la economía de la
Rusia imperial han aportado trabajos de buena calidad, pero en Occi­
dente la literatura no es muy amplia y no existe una investigación
sobre fuentes primarias. Entre los estudios que tratan directamente
de la industrialización están las buenas monografías de William
Blackwell,22 de James Bater,23 una breve síntesis histórica de Falkus,24
los capítulos de la Cambridge Economic History of Europe,* el de
Gregory Grossman en Fontana Economic History,* y los artículos

¡storiografya ross'ryskogo imperyalisma, Moscú, 1964; V. A. Nardova. Nacbato


monopolizatsee neflyanoy promyshlennosti Rossii, 1880-1890-e goiy, Lenin-
grado, 1974; N. E. Nosov, ed., Issledovaniya po sotyaTno-politicheskoy islorii
Rossii, Moscú, 1971; Monopolisticbesky kapital v neflyanoy promyshlennosti,
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1917, Leningrado, 1973; Maleryaly po islorii SSSR, Moscú, 1959, vol. V I.
21. P. Hofman y H . Lemke, eds., Génesis und Entwicklung des Kapita-
litmus in Russland. Studien und BeitrSge, Berlín, 1973; C. Scharf, ed., Deul-
scbland und Russland im Zeitalter des Kapitdismus, 1861-1914, Wicsbaden,
1977. Cf., también, D. Geyer, ed., Wirtschaft und Gesellscbaft im vorrevolu-
tionüren Russland, Colonia, 1975.
22. W. L. Biackwell, Tbe beginnings of Kussian induslrialization, 1800-
1860, Prínceton, 1968.
23. J. H . Bater, Si. Pelersburg. Induslrialization and cbange, Londres,
1976.
24. M. E. Falkus, Tbe induslrialization of Russia, 1700-1914, Londres,
1972.
25. M. Postan y H . J. Habbakuk, eds., Tbe Cambridge Economic History,
vol. V I, parte 2 (hay trad. cast.: Historia económica de Europa. Las revoluciones
Industriales y sus consecuencias: Renta, población y cambio tecnológico, vol. V I,
parte 2, Revista de Derecho Privado - Editoriales de Derecho Reunidas, Madrid,
1977); P. Mathias y M. Postan, eds., Tbe Cambridge..., vol. V II, parte 2,
op. cit.
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of industrid sacieties, vol. 2, Londres y Glasgow, 1973 (hay trad. cast.: Histo-
294 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

de Kahan,* 27 Gregory,2* Rieber 29 y otros. Los libros de McKay,


Girault, Zelnick, Johnson, Owen y Carstensen y los artículos de
Bonwetsch, Notzold, Von Laue, Barkai, Metzer, Falkus y otros ,30
están tan sólo parcial o indirectamente dedicados al estudio de la
industrialización.

2. La discusión sobre el modelo de G erschenkron

Implícita o explícitamente, el modelo de industrialización en


condiciones de atraso económico propuesto por Gerschenkron, a par­
tir de la experiencia rusa, fue aplicado o tomado como punto de

ría económica de Europa. El nacimiento de las sociedades industriales, vol. IV,


parte 2, Ariel, Barcelona, 1982, pp. 129-177).
27. A. Kahan, «Government policies and the industrialization oí Russia»,
Journal of Economic History, XXVII (1967).
28. P. A. Gregory, «Economic growth and structural change in tsarist
Russia: a case of modem economic growth? Soviet Studies», Journal of Econo­
mic History, XXVI (1967).
29. A. J. Rieber, «The Moscow entrepreneurial group», Jahrbücher für
Gescbickte Ost-Europas, s. n., vol. 43 (1977).
30. J. P. McKay, Pioneers for profit: foreign entrepreneurship and Rus-
sian industrialization, 1885-1913, Chicago y Londres, 1970; R. Girault, Em-
prunts rustes et investissements français en Russie, 1887-1914, París, 1973;
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Petersburg, 1885-1870, Stanford, 1971; R. E. Johnson, Peasant and proletarian.
The working class of Moscow in the late Nineteenth century, 1979; T. C.
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tional corporations in Imperial Russia. Chapters on foreign enterpreise and
Rustían economic development, tesis lefda en la Universidad de Yale en 1976;
B. Bonwetsch, «Uandelspolitik and Industrialisierung. Zur ausscnwirtschaflichen
Abhangigkeit Russlands», en D. Geyer, ed., Wirtschaft u n d ..., op. cit.\
J. Ndtzold, «Agrarfrage und Industrialisierung am Vorabend des Ersten Welt-
krieges», en ibid.\ H. Barkai, «The macro-econoraics of tsarist Russia in the
industrialization era; monetary devclopments, the balance of payments and
the Gold Standard», Journal of Economic History, X X XIII (1973); J. Metzer,
«Railroad development and market integration: the case of tsarist Russia»,
ibid., XXXIV (1974); ídem, «Railroads in Russia. Direct gains and implica-
tions», Explorations in Economic History, X III (1976); M. E. Falkus, «As-
pect of foreign investment in tsarist Russia», Journal of European Economic
History, V III (1979); T. H. von Laue, «Factory inspection under the ‘'Wittc
System"», American Slavic and East European Repiew, XIX (1960).
UNA R E IN T E R P R E T A C IÓ N D E L CASO RUSO 295

referencia en la mayor parte de estos trabajos. En el centro de este


modelo estaba el papel del Estado, entendido como un instrumento
que estaba en condiciones de suplir la ausencia de algunos factores
de producción. En consecuencia, un país atrasado podía, no sólo
industrializarse, aunque faltaran las precondiciones requeridas por
el modelo de Rostov, que suponía una evolución en estadios que se
reproducía mecánicamente en todos los procesos de industrialización,
sino hacerlo más rápidamente. Parte integrante del modelo es el
relieve otorgado a la industria pesada, lo que constituye un alejamien­
to bastante notable respecto del modelo dominante de industrializa­
ción proveniente de los estudios pioneros de la Revolución indus­
trial. Otro elemento decisivo es la política fiscal del Estado, orientada
a la contención de la demanda doméstica del sector agrícola, cuya
producción debía ser colocada en el mercado a pesar de que sus nive­
les de productividad fueran más bien estacionarios. Ulteriores carac­
terísticas de la industrialización en condiciones de atraso eran las
grandes dimensiones de fábricas y empresas y la sustitución del fac­
tor trabajo por capital.
El modelo de Gerschenkron pone particularmente en evidencia
los elementos de discontinuidad. El estudioso estadounidense aísla
dos breves momentos caracterizados por altas tasas de desarrollo
industrial, o dos fases del mismo momento, la primera en la década
de 1890, con unas tasas más altas en los años de 1896 a 1900, y la
segunda de 1909 a 1914. Durante esta segunda fase, Gerschenkron
observó un cambio cualitativo en su modelo, caracterizado por un
menor atraso y por la intervención de los establecimientos bancarios,
que asumieron el papel hasta entonces desempeñado por el Estado.
De esta manera, Rusia se estaba aproximando al tipo de industriali­
zación que había tenido lugar en Alemania, un país que aun cuando
formaba parte del grupo de los recién llegados (late comers), no
figuraba en las últimas posiciones. Gerschenkron usó como indicado­
res las tasas de crecimiento de la producción industrial, más que las
de la renta per cápita o de la producción per cápita, porque consi­
deraba que, por lo que respecta a un país atrasado como Rusia, los
datos agregados habrían tenido escasa significación a tanta distancia
de tiempo de la dramática fase del cambio revolucionario hacia la
industrialización en algunos países de la Europa occidental y en los
Estados Unidos.
Mientras que el análisis de Gerschenkron estuvo orientado a la
296 LA REV O LU CIÓ N IN D U S T R IA L

formalización de un modelo más que a una descripción detallada de


la realidad, era inevitable cierto grado de simplificación. Sin embar­
go, escribió también algunos trabajos sobre las opciones de la indus­
trialización rusa inspirándose en su propio modelo.31 Varios de los
participantes en un congreso en el que Gerschenferon volvió a for­
mular su propia interpretación del proceso de industrialización ins­
pirada en el caso ruso expresaron su escepticismo sobre algunas de
sus conclusiones, y también porque diferentes elementos de su mo­
delo, tomados al azar, no se adaptaban a la situación de algunos
países que habían emprendido con retraso el camino de la industria­
lización.32
Barsbv intentó, posteriormente, poner a prueba tres de las afir­
maciones de Gerschenkron para seis países europeos sobre los que
se poseían datos suficientes.33 Obligado a proponer su propia medi­
ción del atraso, cuestión que Gerschenkron había dejado bastante
imprecisa, señaló la existencia de una relación positiva entre «atraso
relativo» y la tasa de crecimiento del sector industrial que se deri­
vaba de aquél en la fase de despegue del proceso de industrializa­
ción, pero no encontró, en cambio, elementos para sostener la afir­
mación de que la tasa de crecimiento de la productividad agrícola
era inversamente proporcional al atraso relativo y verificó las limita­
ciones de la relación entre atraso y «presión sobre los productores».
Estas conclusiones lo indujeron a afirmar que los mismos datos suge­
rían una hipótesis alternativa al modelo de Gerschenkron, hipótesis
que, en sustancia, debilita la estructura teórica del modelo basado en
las «ventajas del atraso ».34
En conjunto, parece existir un notable consenso entre los estu­
diosos sobre el hecho de que los elementos de continuidad fueran

31. Por ejemplo, cf. A. Gerschenkron, «Agrarian policies and industriali-


zotion, Russia 1861-1917», en Cambridge Economic History, vol. V I, parte 2,
op. cit. (hay trad. cast.: Historia económica... Las revoluciones.... op. cit.,
pp. 883-997).
32. W. W. Rostow, ed., The economice of Take-off into sustained growth.
Proceeding of a Conference held by tbe International Economic Association,
Londres, 1963 (hay trad. cast.: La economía del despegue hacia el crecimiento
autosostenido, Alianza Editorial, Madrid).
33. S. L. Barsby, «Economic backwardness and the characteristics of deve-
lopment», Journal of Economic History, XXIX (1969), pp. 449-472.
34. Ibid., pp. 431-432 y 463464.
UNA R E IN T E R P R E T A C IÓ N D E L C A S O RUSO 297

una característica de la industrialización rusa más pronunciada de lo


que Gerschenkron consideró.
Por lo que a Rusia se refiere, en la actualidad se acepta común­
mente la tesis según la cual la transferencia de tecnología, por efecto
de la Revolución industrial, se inició en el segundo cuarto del si­
glo xix, al igual que aquella otra tesis según la cual ya a comienzos
de la década de 1860 se registraron innovaciones tecnológicas signi­
ficativas en varios sectores industriales, pero no tan difundidas hasta
el punto de que se pudiese hablar propiamente de Revolución indus­
trial. A partir de los años siguientes a la guerra de Crimea, el creci­
miento económico adquirió un ritmo más sostenido y se produjo
una verdadera difusión de nuevas tecnologías. Después de un breve
paréntesis, caracterizado por cierta inestabilidad, debida a la eman­
cipación de los siervos de la gleba, todo el sector textil, la elabora­
ción de productos alimenticios, la fabricación de papel y, en menor
medida, la industria mecánica se vieron invadidos por una oleada de
renovación tecnológica. Este desarrollo industrial fue en gran parte
autónomo, ya que el gobierno no lo promovió o apoyó de manera
deliberada. Los estímulos procedían, por una parte, del mercado
interior y, por otra, de la Revolución industrial en curso en los
países de la Europa occidental, entre cuyas consecuencias se cuentan
la disminución de los precios de todos los bienes que concurrían a
formar el input, las transferencias de tecnología y de conocimientos
(know-how), y la ampliación del mercado para las exportaciones
agrícolas rusas. En los momentos en que los aranceles aduaneros
tuvieron parte activa en el desarrollo del mercado interior y en esti­
mular las iniciativas empresariales, los resultados fueron fortuitos
y, a menudo, hasta contrarios a los intereses fiscales del gobierno,
intereses que eran decisivos en la determinación de la política adua­
nera. Las industrias productoras de bienes de consumo, aunque expe­
rimentaron fluctuaciones cíclicas, continuaron desarrollándose hasta
1914, mientras que, en conjunto, no aumentó la tasa de crecimiento
de las industrias productoras de bienes capitales, que permaneció en
niveles más bien bajos respecto a los del resto de Europa, a pesar
de las específicas intervenciones de promoción desarrolladas por el
gobierno durante las décadas de 1880 y de 1890.“ 35

35. O. Crisp, «The pattem of Russian industrialization up to 1914», en


Léon-Crouzet-Gascon, eds., L’mdustriaiisation en Europe au X IX * siiele. Carto-
298 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

El papel del Estado en el proceso de industrialización rusa ha


sido objeto de mucha controversia. Se ofrecieron varias pruebas y
argumentaciones para demostrar que éste no fue excepcional res­
pecto a las experiencias de otros países europeos, y /o que los efectos
negativos que se derivaron de tal intervención fueron sin duda
superiores a toda su contribución positiva. Respecto a la primera de
estas cuestiones, McKay, por ejemplo, sostuvo que la participación
directa del Estado en la actividad económica se limitó, en gran
parte, a la construcción y a la gestión de las vías férreas, como
sucedió en otros países, no todos necesariamente integrantes del
grupo de los late comers.16 Parece, sin embargo, que esta tesis no
tiene debidamente en cuenta las dimensiones de la intervención esta­
tal en lo que concierne a Rusia, ni el impacto que la misma tuvo
sobre la economía en términos de acumulación de capital, transfor­
maciones tecnológicas, vinculaciones entre sectores productivos dife­
rentes, creación de puestos de trabajo y otros efectos sociales. Para
valorar la segunda de las cuestiones planteadas, debemos atenernos,
en cambio, a las evidencias del notable desarrollo experimentado
por sectores económicos no dependientes directamente de la activi-

graphie et lypologie. Colloque du CNRS, Lyoa 1970, París, 1972, pp. 441-448
(hay rract. cast.: «Pautas de la industrialización de Rusia hasta 1914», en
H. Kellenbcnz y otros, La industrialización europea. Estadios y tipos, Ofrica,
Barcelona, 1981, pp. 227-291). Para una discusión m is amplia, cf. O. Crisp,
Studies in the Russian economy before 1914, Londres, 1976, sobre todo las
pp. 12-22; Blackwell, The beginnings..., op. cit., especialmente, pp. 189-260
y 402-410; H. Lemke, «Industrióle Revolurion und Durchsetzung der Kapita-
lismus in Russland», en P. Hoffman y H. Lemke, eds., Génesis u n d ..., op. cit.,
pp. 213-241; V. K. Yatsunsky, «Krupnaya promyshlennost Rossii v 1790-
1860gg», en M. K. Rozhkova, ed., Ocherki po ekonomicbeskoy istorii Rossii,
Moscú, 1959, pp. 180-220; K. Lodyzhensky, Istoriya russkago tatnozbennago
tarifa, San Petersburgo, 1886 (reeditado en 1973), analiza las motivaciones de
la adopción de los aranceles aduaneros. Cf. W. M. Pintner, Russian econontic
paticy under N¡cholas I , Nueva York, 1967, pp. 222 ss.; P. A. Grcgory, «Eco-
nomic grow th...», art. cit.; P. G. Ryndzyunsky, «Einige Probleme der sozial-
ókonomischen Entwicklung Russlands in der zweiten Hiilfte des 17. Jahrhund-
erts», en P. Hoffmann y M. Lemke, eds., Génesis u n d ..., op. cit., pp. 240-
262, especialmente p. 262; I. Gindin, «O nekotorykh osobennostyakh ekono-
micheskoy i sotsyal’noy struktury rossiyskogo kapitalism v nachale XX veka»,
Istoriya SSSR, I I I (1966), especialmente pp. 48-49.
36. J. P. Mckav, Pioneers fo r ..., op. cit., pp. 7-12; A. Kahan, «Govern­
ment policies...», art. cit.
UNA R E IN T E R P R E T A C IÓ N D E L CA SO RUSO 299

dad gubernamental, sosteniendo (o dando por descontado) que esos


éxitos se alcanzaron independientemente de las intervenciones esta­
tales o que habrían podido ser mayores sin tales intervenciones.
Kahan, por ejemplo, afirma que la acumulación de capital en agri­
cultura habría podido ser superior si el gobierno no hubiese drenado
buena parte de la renta generada por el sector agrícola a través de
los impuestos o de la captación del ahorro mediante la oferta de
la deuda pública de tipo hipotecario. En general, sostiene la opinión
de que las exigencias de la deuda pública, derivada en gran medida
de los excesivos gastos militares, de una mala administración finan­
ciera y del peso de una red ferroviaria ideada con fines estratégico-
militares, contribuyeron a reducir el crédito y las inversiones pri­
vadas.37
La prudencia de la política financiera del gobierno ha sido deci­
didamente puesta en duda por Barkai y Kahan. El primero sostiene
que ésta retrasó, en vez de acelerar, el crecimiento industrial; el
segundo considera que el coste de la acumulación y del mantenimien­
to de una imponente reserva de oro, que no producía intereses, era
excesivo para un país faltado de capitales. Barkai llega aún más lejos
y afirma que los costes para sostener la paridad en oro de su moneda
eran superiores a los beneficios en términos de atracción de capitales
extranjeros que ésta favorecía, de manera que a pesar de los sacrifi­
cios exigidos, a pesar del enorme peso representado por los desem­
bolsos anuales destinados al servicio de la deuda pública y a los
dividendos que figuraban en la parte relativa a las exportaciones de
la balanza de pagos, Rusia se había industrializado, prácticamente,
sin apelar a sus propios recursos financieros.38
La política aduanera fue, además, criticada por cuanto implicaba
una participación de tipo regresivo que afectaba principalmente al
sector rural, reduciendo de esta manera no sólo sus posibilidades
de contribuir a la formación de capital, sino también su demanda de
productos manufacturados, y por tanto, los incentivos para que los
empresarios invirtieran y aumentara la producción. Además, los aran­

37. A. Kahan, «Capital forraation ...», art. cit.


38. P. A. Grcgory, «The Russian balance of payement, the Gold standard
and monetary policy», Journal of Economic History, XXXIX (1979), pp. 379-
399: H. Barkai, «The macroeconomics...», art. cit.; A. Kahan, «Capital for-
marion...», art. cit.; ídem, «Government policies...», art. cit.
300 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

celes ocasionaban distorsiones en el sector industrial, protegiendo a


las empresas menos eficientes y aumentando los costes, agravando las
necesidades crediticias de las empresas, y elevando al mismo tiempo la
cantidad de capital necesario para emprender nuevas actividades em­
presariales. La consecuencia última fue la de perpetuar la escasa com-
petitividad en el plano internacional y la de alentar las tendencias
monopolistas.39
La vinculación implícita entre la política agraria y la política
industrial del gobierno fue puesta en duda de dos formas distintas.
En primer lugar, ha sido ampliamente demostrada la existencia de
un aumento de la productividad de la agricultura rusa a partir de la
década de 1860, tanto por unidad de superficie cultivada como per
cápita, y con desplazamientos regionales a favor de las regiones de
rendimientos más elevados.40 En segundo lugar, se señala que aque­
llos que critican la política gubernamental no pueden tener razón
en ambos casos: porque si es incontrovertible que los impuestos indi­
rectos que gravaban los artículos de gran consumo garantizaron un
aumento de los ingresos estatales, no puede argumentarse, al mismo
tiempo, que la población tenía unos niveles de consumo muy bajos
como consecuencia de una determinada política tendente a favorecer
la industrialización.41 En ese punto surge el interrogante acerca de si
fue el incremento del número de consumidores urbanos y ocupados
en el sector industrial, más que el de los campesinos, el que contri­
buyó a llenar a través de sus compras las arcas del Tesoro: pero
también en este caso la industrialización se habría realizado a costa
del sector rural. Una investigación experimental de historia compa­
rada adelanta la hipótesis de que la diferencia entre el consumo per
cápita urbano y rural en Rusia, aunque era más grande, no se apar­
taba significativamente de las relaciones de consumo urbano-rural en
sociedades más ricas. El punto débil de esta constatación reside, sin
embargo, en la insuficiencia de datos por lo que a Rusia se refiere,
justamente en el período crucial, las décadas de 1880 y 1890, cuando

39. Estas cuestiones fueron desarrolladas por Arcadius Kahan en una co­
municación presentada en el Congreso de Historia Económica de Copenhague.
40. A. S. Nifontov, Zernovoy e proizvoislvo..., op. cit.
41. J. Y. Simms, «The crisis in Russian agriculture at the end of the
Nineteenth century: a different view», Slavic Review, XXXVI (1977), pp. 377-
398.
UNA R E IN T E R P R E T A C IÓ N D E L CASO RUSO 301

se desarrolló la política gubernamental en favor de la industriali­


zación.42
Por otro lado, aun cuando las mismas dimensiones del sector
rural y el lugar que la agricultura ocupaba en el sistema económico
hacían de ésta la principal fuente de recursos para los sectores en
vías de desarrollo, y sin tener en cuenta la contribución que las vías
férreas o el crédito hipotecario significaron para la agricultura, el
fiujo no era de ningún modo unidireccional. Los obreros de la indus­
tria, la mayoría de los cuales no rompieron sus relaciones con el cam­
po, enviaban consistentes remesas a sus pueblos, con modalidades,
importancia y efectos sobre la economía rural que no se apartan
demasiado de los derivados de las remesas de los emigrantes polacos
o italianos establecidos en América.43 En los estudios sobre el papel
desempeñado por la presión fiscal en relación con la industrialización,
falta cualquier tipo de consideración sobre los ingresos tributarios
que se obtenían del sector industrial, que eran considerables respecto
a la media europea, sobre todo teniendo en cuenta el escaso peso
que el sector industrial tenía en relación al conjunto de la economía
y el pretendido empeño del gobierno en favorecer la industriali­
zación.44
Otra de las tesis de Gerschenkron, la relativa a la función que
cumplen respectivamente el Estado y el sistema bancario en los dife­
rentes estadios de atraso del sistema económico ruso, también ha
sido cuestionada recientemente. En la actualidad, ya ha quedado pro­
bada la existencia de una actividad de promoción desarrollada por

42. P. A. Gregory, «Russian national...», art. cit.; O. Crisp, Studies in ...,


op. cit., pp. 26-28.
43. O. Crisp., «Labour and industrialization in Russia», en P. Machias
y M. Postan, eds., The Cambridge..., op. cit., vol. V II, parte 2, pp. 370-372.
44. En 1897, por ejemplo, los impuestos directos sobre la industria y el
comercio representaban el 46 por 100 del ingreso total procedente de la tribu­
tación directa, mientras que otro 13,6 por 100 de la misma procedía de im­
puestos sobre el capital líquido, unas proporciones semejantes a las de la más
rica y desarrollada Inglaterra y más bajas que las de Francia. Los impuestos
indirectos se habían convertido en el pilar de los ingresos presupuestarios rusos,
pero desde este punto de vista, Rusia no se distinguía sustancialmente de otros
países (52 por 100 en Rusia respecto al 50 por 100 en Francia y al 44,8 por
100 en el Reino Unido). Los impuestos indirectos representaban el 85,5 por 100
de los ingresos fiscales en Rusia respecto al 75 por 100 en Francia y al 73 por
100 en Inglaterra. (Cf. F. A. Brokhauz e I. A. Eíron, eds., «Rossiya», en
Entsiklopedischesky slovar, pp. 198 ss.)
302 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

la banca en la fase inicial del proceso de industrialización: en estas


operaciones estaban comprometidos establecimientos de crédito ex­
tranjeros, mientras que la banca rusa, aunque no permaneció ajena
a esa actividad, debemos recordar que su mayor parte se encontraba
bajo la tutela del banco del Estado y del ministerio de Hacienda .456 4
En cambio, permanece sin la debida verificación la hipótesis de que
durante la segunda fase de ese proceso la intervención del Estado
en el campo económico tuviera una incidencia real, aunque se viene
sosteniendo que los gastos conexos a la producción de material pesa­
do para el ejército y en particular para las construcciones navales
actuaron como un resorte que provocó el boom económico durante
el período anterior a 1914, así como la demanda derivada de las
construcciones ferroviarias había provocado el de la década de 1890.
Por otra parte, no existen pruebas de que durante esta segunda fase
se cambiara la política aduanera, monetaria y hacendística. En ese
período, recursos financieros más cuantiosos se orientaron directa­
mente hacia el sector agrario, mientras que la abolición del pago de
la redención establecida en el decreto de abolición de la servidumbre
de 1861 permitió a la agricultura disponer de mayor poder adquisi­
tivo, que fue dedicado, en parte, a incrementar la demanda de pro­
ductos manufacturados y a la introducción de mejoras en las explo­
taciones agrarias y, en una proporción todavía más sustanciosa, a la
compra de tierras. Pero la creciente prosperidad del sector agrícola
en el período inmediatamente anterior a la guerra tuvo su origen, al
menos a corto plazo y en mayor medida, en una serie de buenas
cosechas y en los cambios de los términos de intercambio (terms of
trade) a nivel internacional a favor de la agricultura, que en las nue­
vas orientaciones de la política agraria gubernamental. Por motivos
obvios no es posible determinar cuáles hubieran podido ser sus efec­
tos a largo plazo.45
La formación de la clase obrera siempre ha constituido un tema

45. O. Crisp, «Russia, 1860-1914», en R. Cameron, Banking in ihe early


stages of induslrialization. A study in Comparative Economía History, Oxford,
1960, pp. 218-225 (hay trad. cast.: «Rusia, 1860-1914», en R. Cameron, La banca
en las primeras etapas de la industrialización. Un estudio de historia económica
comparada, Tecnos, Madrid, 1974, pp. 200-255).
46. O. Crisp, Studies i n ..., op. cit., pp. 33-34; M. E. Falkus, The indus-
trialization..., op. cit., pp. 79-80; L. A. Mendel'son, Teoriya i istoriya ekono•
micheskikb krizisov i tsiklov, Moscú, 1964, vol. I II , p. 205.
UNA R E IN T E R P R E T A C IÓ N D E L CA SO RUSO 303

de debate entre los estudiosos. Muy discutidos han sido los efectos
limitativos de la ordenación institucional del sector agrario sobre el
crecimiento de la oferta de trabajo para la industria e, indirectamen­
te, sobre las decisiones de inversión de los empresarios; la relación
entre el trabajador fabril y el mundo agrícola (si se separaba de éste
y en qué medida); y el grado en el que se verificó una sustitución
de mano de obra por capital a causa de la escasa disponibilidad de
fuerza de trabajo especializada. Sin embargo, los interrogantes que
aún permanecen abiertos son muchos. Existe una amplia literatura,
especialmente soviética, sobre los desplazamientos de la mano de
obra y sobre el papel que desempeñó a este respecto la política
gubernamental, pero faltan casi por completo estudios sobre la evo­
lución de los salarios, sobre la productividad, sobre el nivel de
adiestramiento tanto en el plano de fábricas o industrias aisladas,
como desde una perspectiva globalizadora.47
La imagen de una industria rusa caracterizada por establecimien­
tos y empresas de grandes dimensiones, contemplada en el modelo
de Gerschenkron y aceptada sin discusión por los historiadores sovié-
tivos como el principal exponente del capitalismo monopolista, no
resiste la prueba de los hechos. La información estadística disponi­
ble, aun cuando tienda a subvalorar el peso de las pequeñas empre­
sas, muestra la existencia de una estructura dualista con cierto núme­
ro de grandes unidades de producción y una multitud de pequeñas
pero vitales unidades productivas.48
Las criticas formuladas al modelo de Gerschenkron, sin embargo,
no lo han invalidado ni mínimamente, ya que la mayor parte de los
estudiosos que hemos tenido ocasión de recordar se han limitado a
señalar la inconsistencia de las pruebas, pero sin aportar modelos
alternativos. Todos los materiales disponibles parecen apuntar, deci­
didamente, en dirección a un modelo caracterizado por dos tenden­
cias de desarrollo interconexas, una inducida por el Estado y la otra
autónoma. Y parece que las iniciativas estatales de cierto tipo fueron
el elemento determinante en la inducción del desarrollo económico

47. O. Crisp, «Labour a n d a r t . d t. (especialmente la bibliografía y


las notas).
48. Ibid. Cf., también, G. Rimlinger, «The expansión of the labour market
in capitalist Russia, 1861-1917», Journal of Economic History, XXI (1961).

i
304 L A REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

durante las décadas de 1880 y 1890.49 Esta hipótesis parece que es


compartida por algunos estudiosos soviéticos que hablan de creci­
miento industrial «espontáneo» «desde abajo», al que se agrega el
derivado de los efectos de una política desarrollada «desde arriba»
en la década de 1890. En concreto, el gobierno zarista, a pesar de
realizar una política que reflejaba los intereses de los grandes terra­
tenientes, lo que significaba mantener en el campo unas relaciones
«semifeudales» de producción que obstaculizaban el desarrollo eco­
nómico, «objetivamente» promovió, aunque sin desearlo, el nacimien­
to del capitalismo.50 En resumen, la falta de estudios en el mundo
occidental más precisos y completos sobre los diferentes aspectos
del desarrollo económico ruso ha imposibilitado hasta el presente
obtener un conocimiento global del problema. En el futuro, serán
necesarios no sólo investigaciones nuevas o replanteamientos de las
cuestiones sobre la base de datos estadísticos más precisos, sino tam­
bién estudios de tipo microeconómico a fin de poder verificar las
generalizaciones presentes en gran medida en la literatura sobre la
historia económica rusa.

3. Un n u e v o enfoque: la ó p t ic a r e g io n a l

Aunque en Europa durante los últimos veinte años haya predo­


minado una tendencia a evitar la construcción de modelos, un recien­
te estudio de Sydney Pollard constituye, si no exactamente un mo­
delo teórico, una tentativa de interpretación desde un ángulo especial
(que fundamenta en la oferta y en la región, más que en un Estado
definido por unos límites políticos, las bases de partida del proceso
investigador) del modo en que la industrialización europea se desarro­
lló a través de la «imitación» o absorción, de primera o de segunda
mano, de tecnologías experimentadas en el Reino Unido. Constituye
un punto esencial de su tesis la afirmación de que «en cada estadio
y por lo que se refiere a cualquier economía, no importa lo atra­
sada que esté con respecto a los países avanzados, hay todo un

49. O. Crisp, «The p attem ...», art. cit., pp. 440-444 y el resumen final;
ídem, Stuáies i n ..., op. cit., pp. 11-17 y 22-25.
50. Ryndzyunsky, «Einige Probleme ...*, art. d t., p. 261; una tesis más
compleja aparece en I. Gindin, Gossudarstvenny Bank i ekonomichcskaya poli-
ttka tsarskogo pravitel’stva, Moscú, 1960, pp. 23 ss.
UNA R E IN T E R P R E T A C IÓ N D E L CASO RUSO 305

mundo, en la periferia europea y en otros continentes, técnicamente


aún más atrasado». A esta observación se une un problema que él
define como «diferencial de contemporaneidad»: en otros términos,
cada economía, equipada de diferente manera, debe afrontar los mis­
mos acontecimientos y responder a los mismos retos en un determi­
nado momento; o bien, dado que las economías con cierto grado de
autonomía se industrializan una después de otra, se han encontrado
ante un cambiante marco de referencia europeo y mundial.51
En este trabajo sólo nos es permitido formular algunas observa­
ciones superficiales sobre el modo en que Rusia se inserta en este
esquema, dado que la obra de dicho autor se encuentra literalmente
colmada de datos detallados y de afirmaciones que requieren tiempo
para ser valoradas. El mérito de este modelo reside en el hecho de
ofrecer la ocasión de estudiar las directrices y la actividad de cada
economía no sólo en relación a su pasado, a su medio natural y a
sus tradiciones, sino también en relación con otras economías, como
partes de una experiencia que, de un modo o de otro, las implica a
todas. Aunque el modelo parte del supuesto de que existen unas
oportunidades abiertas a todos, Pollard se da cuenta, aunque no
desarrolle suficientemente este punto, que para las economías que
se encuentran en la extrema periferia, por ejemplo las últimas en
llegar a la industrialización, los resultados obtenidos por los países
pioneros y por aquellos que fueron los primeros en seguirlos pueden
ser del todo inalcanzables. La diferencia entre el que ya ha llegado y
el que se afana por escalar la pendiente, en términos de renta per
cápita, en realidad se va ampliando. El autor, además, tiene bien
presente que el «efecto demostración», aunque actúa como estímulo
y motivación para las nuevas tentativas por conseguir la industria­
lización, puede constituir al mismo tiempo una limitación para su
eficacia. Los países de la periferia, insertos en el sistema financiero,
comercial y militar mundial, debían absorber las convulsiones que
éste experimentaba, aunque no estuvieran aún preparados para hacer­
lo. Mientras tanto, las mismas instituciones, el mismo tipo de legis­
lación, la misma mentalidad transferidos a la periferia antes de que se
hubieran alcanzado las condiciones oportunas provocaron a menudo

51. S. Pollard, Peaceful conquest. Tbe industridizalion of Europe, 1760-


1970, Oxford, 1981, pp. 142 y 186.

20. — N AD AL
3 0 6 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

efectos desastrosos, como en el caso de Rusia, no sólo localmcnte sino


a nivel mundial.52
La óptica regional, sin embargo, se adecúa bien a la experiencia
rusa. Podría revelarse como particularmente denso en resultados
positivos un estudio basado en estos criterios sobre la región de
Moscú, un área en la que se manifiestan todas las formas de pro­
ducción, desde la industria rural de tipo estacional y la industria
rural domiciliaria {domestic System) hasta la moderna fábrica meca­
nizada, siguiendo el proceso que actualmente definimos como proto-
industrialización. Esta región registró un desarrollo económico cons­
tante; pese a estar escasamente dotada desde un punto de vista agrí­
cola, tenía en sus cercanías a una zona fértil de la que podía obtener
aprovisionamiento y gozaba además de densos asentamientos huma­
nos, de una alta concentración de mano de obra especializada, de
materias primas producidas en la misma región o fácilmente trans­
portables gracias a buenas vías de navegación interior, conectadas
directamente con el mar o con puertos lluviales y, a partir de la
década de 1860, constituyó el centro de una extensa red ferroviaria
con líneas en todas las direcciones. A finales del siglo xix, más de
una cuarta parte de su población estaba ocupada, en alguna medida,
en la industria, cuya producción per cápita era varias veces superior
a la media nacional. El sector industrial estaba suficientemente articu­
lado, aunque prevalecían las industrias textiles; cuando se presentó
la ocasión, la región moscovita estableció importantes vinculaciones
con la industria petrolífera de Bakú, con las industrias metalúrgicas
de la Ucrania meridional y con las regiones algodoneras del Asia
central, mientras que sus relaciones con los Urales, donde se pro­
ducía hierro y cobre, se remontaban al siglo xvm . Al igual que en el
modelo de Pollard, también en este caso la disponibilidad de mano
de obra era, probablemente, el factor más importante para el desarro­
llo de esta región, especialmente en comparación con el sudeste y con
los Urales, aunque en una situación típicamente rusa — en la cual las
distancias y el clima hacían impracticables durante gran parte del
año caminos y cursos de agua— en donde la facilidad o no del trans­
porte constituye el factor crítico para el desarrollo regional, así como
también una garantía de crecimiento sostenido.53
52. Ibid., pp. 184 y 188-190.
53. O. Crisp, «Labour and ...*, art. cit., p. 309; R. J. Johnson, Peasant
a n d ..., op. cit., pp. 11-28.
UNA R E1N T ER PR ET A C IÓ N D E L CASO RUSO 307

•I. L as construcciones ferroviarias

La interpretación del mecanismo y de los canales de transmisión


ilc la industrialización propuesta por Pollard ofrece más de un ele­
mento para obtener una visión renovada de la experiencia rusa, en
la cual juegan un papel particularmente importante tres elementos
de su modelo: vías férreas, comercio exterior y capital extranjero.
( lomo en otros países, los ferrocarriles fueron un importante vehículo
de transferencia de tecnología y de fomento de las relaciones finan­
cieras y comerciales con los países industrializados de Europa. En la
década de 1866-1875 se pusieron en explotación casi 15.000 kilóme­
tros de nuevas líneas, un récord que sólo se superaría en la década
de 1890, cuando se construyeron más de 22.000 kilómetros, con la
diferencia de que durante la primera de dichas décadas la construc­
ción de las vías férreas tuvo lugar en el contexto de una política
arancelaria relativamente librecambista, que alcanzó sus momentos
culminantes en 1868.** Las ideas sobre los beneficios del librecambio
difundidas en la Europa occidental, la convición, compartida por los
ambientes sociales más elevados y por buena parte de la alta buro­
cracia, de que la prosperidad de Gran Bretaña derivaba de su política
librecambista — una opinión que los diplomáticos británicos estaban
particularmente ansiosos por difundir entre los funcionarios y la alta
sociedad rusa— es probable que tuvieran una notable influencia en el
mantenimiento de esta política económica.** Pero también entraron
en juego consideraciones de orden práctico. Por ejemplo, se consti­
tuyó un influyente grupo de hombres de negocios moscovita vincu­
lado a intelectuales eslavófilos que luchaban por una política protec­
cionista y que no aprobaban la creciente presencia extranjera en la
economía rusa .*4
Sin embargo, los ferrocarriles se construyeron con el concurso
del capital extranjero y se equiparon a través de masivas adquisicio­
nes de material en el extranjero, ya que el viejo centro metalúrgico546

54. Cf. el cuadro 1 del apéndice, el cual sugiere una relación entre el
incremento de los aranceles y el valor de las importaciones, sobre todo por lo
t|uc se refiere al lingote de hierro.
55. J. Gindin, Gossudarstvenny B a n k..., op. til., pp. 4748; O . Crisp,
Sí adíes in ..., op. cit., pp. 23-24.
56. J. C. Owen, Capitalista a n d .... op. cit., pp. 59-70, 116 ss.; A. J. Rie-
bcr, «The Moscow...», art. cit., p. 198.
308 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

ruso de los Urales, que en el pasado había sido el mayor exportador


de hierro a Gran Bretaña, no estaba en condiciones de satisfacer la
demanda procedente del sector de las construcciones ferroviarias. Las
consecuencias fueron un fuerte déficit de la balanza comercial y un
creciente endeudamiento con el exterior. Las importaciones rusas,
que en el período 1857-1868 habían sido de 234 millones de rublos,
llegaron a los 531 millones en el período 1869-1876, mientras que
de una balanza de pagos con un superávit de 130 millones se pasó
a un déficit de 635 millones de rublos en el transcurso de los perío­
dos antes indicados. Posteriormente, durante la década de 1870,
Alemania consiguió reemplazar a Gran Bretaña como principal pro­
veedor de Rusia, sobre todo por lo que se refiere al material pesado
destinado a las vías férreas y, además, en el suministro del artículo
que tenía una mayor incidencia en las importaciones rusas, el algodón
en rama americano. Los alemanes empezaron a adquirir títulos, cedi­
dos a buen precio, de las compañías ferroviarias rusas. Las finanzas
alemanas participaron en la fundación de la banca de San Petersburgo
en las décadas de 1860 y 1870, mientras que ingenieros, financieros
y comerciantes alemanes intervinieron activamente en las construc­
ciones ferroviarias, en las industrias metalúrgicas y mecánicas y sobre
todo en el comercio.57
Pese a que la proporción correspondiente a las vías férreas res­
pecto a la inversión total de capital — como ha señalado reciente­
mente Arcadius Kahan— 55 nunca volvió a alcanzar con posterioridad
los mismos niveles, no se produjo ningún desarrollo significativo de
la producción de hierro, aunque en la década de 1870 asistimos a la
aparición de la industria extractiva y metalúrgica de la Rusia meri­
dional. La segunda fase importante de las construcciones ferroviarias
tuvo lugar cuando ya dejaban sentir sus efectos los aranceles adua­
neros, aumentados progresivamente de 1877 en adelante, cuando ya
se había abolido la exención arancelaria para el lingote de primera
fusión y el hierro en barras y se había introducido un aumento de las
tarifas arancelarias sobre los productos metalúrgicos. En la década de
1880 se produjo otra escalada de los aranceles, hasta que en el período
1891-1893 la recaudación aduanera relativa a las importaciones llegó

37. Calculado sobre la base de Vestnik ¡inansov. Torgovli i promysblea-


nosti, pp 10 y 11 (1914).
58. A. Kahan, «Capital fonnation...», art. cit., pp. 340-341.
UNA R E IN T E R P R E T A C IÓ N D E L CA SO RUSO 309

ii significar el 33,4 por 100 del valor de las mercaderías importa-


ilns.w El efecto combinado de la protección arancelaria, del vasto
programa de construcciones ferroviarias y de las grandes inversiones
ilc capital, tanto ruso como extranjero, contribuyó a impulsar la
actividad industrial a partir de 1885 aproximadamente, proceso que
tuvo su punto álgido entre 1896 y 1900, y cuyas particularidades
Imn sido estudiadas ampliamente.
Rusia, naturalmente, no fue la única que adoptó una política pro­
teccionista, ya que en la mayor parte de los países europeos el
interludio del «librecambio» fue de breve duración. Casi todos reac-
• innaron ante la creciente competencia de los cereales ultramarinos,
debida a la disminución de los costes de transporte, con un aumento
de los derechos arancelarios. Rusia fue, a la vez, culpable y víctima de
este fenómeno. Por una parte, el hecho de que se cuadriplicase con
csccso el volumen de sus exportaciones, en 1878, constituidas por
cereales en más del 60 por 100 del total, favoreció la caída de los
precios agrícolas. Por otra parte, Rusia experimentó el impacto
del hundimiento de los precios más tarde que el resto de Europa,
porque la disminución de] tipo de cambio del rublo contribuyó a
frenar la caída de éstos. Pero con la revalorización del rublo
a fines de la década de 1880, los grandes productores cerealísti-
i os acusaron el impacto de la crisis de manera más intensa, ya
que en los comienzos de esta década se produjo una aceleración del
proceso de modernización en muchas explotadones agrícolas. Tam­
bién los campesinos experimentaron los efectos de la crisis, pero
indirectamente: tanto en la parte de los ingresos procedentes de su
trabajo en las tierras del señor, como en su condición de vendedores
de pequeñas cantidades de productos agrarios que, consideradas en
mi conjunto, sin embargo alcanzaban un volumen considerable. No
obstante, los arrendamientos y el precio de la tierra registraron una
disminución y, en general, esta coyuntura favoreció a aquellos que
dependían de la compra de productos alimenticios con los ingresos
obtenidos de actividades subsidiarias. Además, por lo que respecta
•i muchos pequeños campesinos, los precios al detalle crecieron a
medida que las vías férreas extendieron a nuevas áreas del país las
leyes del mercado. El hundimiento del predo de los cereales tuvo
un efecto ulterior en el caso de Rusia, ya que comportó una depre-59

59. Cf. los cuadros 1 y 3 del apéndice.


310 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

sión de mayor intensidad en la región agrícola de la Rusia central,


que ya se encontraba en dificultades a causa de la competencia de
las regiones meridionales que las vías férreas habían abierto recien­
temente a la agricultura comercializada y que se hallaban situadas
en una localización más favorable para la exportación.60
Sin duda, el hecho de que no se hubiese adoptado una política
de elevada protección arancelaria habría dificultado que Rusia pudie­
ra aprovechar, al menos en parte, su vasto potencial industrial. Por
otro lado, a largo plazo y dado el estrangulamiento de la balanza de
pagos, no hubiera sido posible el desarrollo de un programa de cons­
trucciones ferroviarias de la magnitud efectivamente realizada sobre
la base de continuas importaciones de material y equipo del extran­
jero. Además, existen indicios que convierten en lícita la duda de
que Rusia hubiera podido disponer de financiación exterior para las
construcciones ferroviarias en el caso de haber persistido el déficit
de su comercio exterior. La correspondencia de la banca Baring de
Londres y los artículos en la prensa financiera de la década de 1860,
cuando la balanza comercial rusa se encontraba en números rojos,
indican lo que hubiera podido suceder. Y las vicisitudes del tipo de
cambio del rublo no hacen sino confirmar esta impresión.61
Es probable que esta experiencia hubiera inspirado la estrategia
económica de la década de 1890, al igual que las dificultades en las
relaciones con las compañías privadas, y las dificultades por atraer
nuevos capitales de los mercados financieros europeos determinaron
la gradual asunción por el Estado de la propiedad, gestión y cons­
trucción de las vías férreas.62 Por paradójico que pueda resultar,
podría sostenerse que fue la incapacidad de Rusia para aumentar
suficientemente sus exportaciones de productos agrícolas, con las
que financiar las importaciones destinadas a la construcción de los

60. Calculado sobre la base de Vestnik finansou..., op. cit.\ O. Crisp,


Studies i u ..., op. cit., p. 18; un nuevo enfoque sobre la posición de Witte
respecto a la caída de los precios agrícolas aparece en T. M. Kitanina, Khlyeb-
naya torgovlya Rossii v 1875-1914, Leningrado, 1978, pp. 170 ss., que muestra
cómo, lejos de intentar imponer la exportación de cereales, se tendía a mejorar
la organización del comercio de los cereales con la formación de stocks. Esto
aporta, entre otros cosas, nuevo material para el debate sobre la relación entre
la política industria] del gobierno y la agricultura.
61. Basada en la correspondencia de la casa Baring Brothers & Co., TI. C ,
para las décadas de 1860 y 1870.
62. O Crisp, Studies i n ..., op. cit., pp. 23-24.
UNA R E IN T E R P R E T A C IÓ N D E L CASO RUSO 311

ferrocarriles, lo que indujo al gobierno ruso a desarrollar una política


industrialista. Aunque algunos miembros influyentes del gobierno
eran par excellence favorables a la industrialización, los represen­
tantes del mundo de los negocios, como grupo de presión, tenían
un peso relativamente escaso y les faltaba una clara visión del pro­
blema. La mayoría de los gobernantes y de las clases dirigentes, en
cambio, contemplaba con preocupación los efectos desestabilizado­
res del desarrollo industrial, tanto desde el punto de vista de sus
peligros para la conservación del orden público como por considera­
ciones relativas al bienestar del país o por una romántica adhesión
n la singularidad de los valores de la Rusia rural. El mismo hecho
de que Rusia tuviese por vez primera un Ministerio de Industria y de
Comercio en 1905, mientras que hasta entonces la dirección de estos
sectores había sido prerrogativa del Ministerio de Hacienda, consti­
tuye en alguna medida un exponente de que los problemas financie­
ros y los con ellos relacionados fueron fundamentales en la dirección
de la política económica del país. Por más que estuviera profunda­
mente motivado para favorecer el proceso de industrialización, un
ministro de Hacienda debía ante todo equilibrar el presupuesto,
cualquiera que fuese el perjuicio que se pudiera derivar de esta
actuación.5

5. La estructura d el c o m e r c io e x t e r io r

Y si bien gracias a la posición de gran potencia de que gozaba


Rusia, a la disponibilidad de materias primas vitales en «un nuevo
mundo tecnológico en el que los metales tenían un papel fundamen­
tal» y al empeño y la personalidad de S. J. W itte al frente del
Ministerio de Hacienda, el gobierno ruso pudo orientar su política
económica en la dirección deseada, aunque se viera obligado a hacer­
lo de acuerdo, y no contra, con las líneas de tendencia impuestas
por la corriente de los intercambios internacionales. La adopción del
patrón oro, una política presupuestaria ortodoxa, balanzas comercia­
les con saldos positivos, representaban verdaderos pilares para todos
los estados de la época. Todo ello ayudó a Rusia a atraer capital
extranjero, que perseguía beneficios más elevados, pero los movi­
mientos de capital, en cuanto tales, constituían una característica de
la economía europea de estos años, y las perspectivas de ganancia
312 LA REV O LU CIÓ N IN D U S T R IA L

en Rusia parecían buenas, al margen de cuál fuese el resultado final.


«Sólo si Rusia no se hubiese sumergido en el movimiento general,
hubiera resultado necesaria una explicación», escribe Falkus en res­
puesta a algunas críticas sobre la decisión del gobierno ruso favo­
rable a la adopción del patrón oro.®
El propio Falkus, en un reciente artículo, ha llamado la atención
sobre el hecho de que Rusia no logró utilizar las muy cuantiosas
importaciones de capital para producir artículos manufacturados para
la exportación o para sustituir importaciones a fin de modificar en
profundidad la estructura de su comercio exterior.® Los cuadros que
incluimos en el apéndice demuestran que, en efecto, esa estructura
no cambió de manera significativa en lo que concierne a la propor­
ción relativa a los productos manufacturados, tanto por lo que res­
pecta a la exportación como a la importación, mientras que la pro­
porción referente a la exportación de productos alimenticios creció
notablemente en el transcurso del siglo, en respuesta a la creciente
demanda procedente de la Europa industrial y urbana; tanto es así,
que en 1913 Rusia aún era una gran exportadora de productos
alimenticios y de materias primas. Su balanza comercial, por lo que
respecta a los productos manufacturados, presentaba fuertes déficits
con los principales países europeos, los Estados Unidos y el Japón.®
Su comercio de productos manufacturados sólo era' favorable con
algunos países de la periferia, ya que exportaba géneros manufac­
turados a países circundantes no europeos (Turquía, Afganistán, Chi­
na y Persia). Pero aun cuando esta situación mejoró posteriormente,
es decir, a comienzos del siglo xx, en primer lugar respecto a Persia,
no llegó a producir efectos de gran alcance sobre la estructura del
comercio exterior, sobre todo porque después de 1909 se registró
un fuerte aumento de las importaciones de bienes de equipo en gran
parte como consecuencia de la aparición de nuevas actividades indus­
triales y de los avances en la mecanización de la agricultura.®
A partir de la década de 1880 Rusia modificó la política que
había practicado en el período precedente, basaba en las anexiones,
respecto de su periferia asiática, tratando de aislar algunas de estas6345

63. M. E. Falkus, «Aspects o f ...», art. ciL


64. Ibid.
65. Cf. cuadro 4 del apéndice.
66. Ibid., cuadro 5.
UNA R E IN T E R P R E T A C IÓ N D E L CASO RUSO 313

áreas del comercio con posibles competidores extranjeros y conver­


tirlas en mercados reservados mediante acuerdos o vetos sobre las
construcciones ferroviarias, y a través de una costosa política de
inversiones impulsada o dirigida por el gobierno ruso, sobre todo en
Persia y Mancburia, que sólo después de 1905 estuvo orientada
de forma consciente hacia el objetivo de alentar el comercio y la
participación de la iniciativa privada. Hasta 1914 los resultados
habían sido bastante alentadores, aunque las condiciones de transpor­
te o ventajas geográficas, en general, favorecieran a Rusia (como era
el caso de la provincia de Sinkiang, en Afganistán, y sobre todo en
Persia). En otras partes la situación era menos favorable, sobre todo
en Manchuria, Mongolia y Anatolia. De manera creciente tuvo que
ser combatida no sólo la competencia británica, norteamericana o
india, sino también la de los comerciantes alemanes cuyas «excelen­
tes cualidades, experiencia en la organización y en las finanzas ... les
otorgan — como escribía el encargado de negocios ruso en Teherán—
una preeminencia tangible en nuestros mercados».678 6
Ni siquiera las relaciones de Rusia con su compañero más ade­
lantado en el plano económico, Alemania, fueron siempre provecho­
sas. Muy a menudo los antagonismos políticos constituyeron un
obstáculo para el desarrollo de armoniosas relaciones. Pese a que se
estructuró una estrecha interdependencia entre las dos economías,
y de que por parte de Alemania existía una clara comprensión de
ln importancia del mercado ruso, si más no debido a sus dimensiones
y a las expectativas en torno a su futura potencialidad, al mismo
tiempo no se ignoraba el hecho de que Rusia podía, con cierta faci­
lidad, orientar sus relaciones económicas externas hacia el mercado
británico, así como sus exportaciones, los apetitos económicos alema­
nes parecían tan insaciables como caracterizados por una falta de
reciprocidad y de generosidad de espíritu hacia la parte más débil.
O, por lo menos, ésta era la impresión que tenían los rusos.4* Por
ejemplo, los exportadores rusos encontraban dificultades para colocar
en los mercados alemanes productos acabados o semielaborados,
como madera labrada y harina. Las tarifas aplicadas por los ferro­
carriles alemanes penalizaban el transporte de la harina rusa con

67. D. Spring, «Russian imperialista in Asia in 1914», Cahiers du Monde


Russe et Soviífique, XX (1979), pp. 305-322.
68. B. Boowetsch, «Handelspolitik...», art. dt.
314 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

objeto de favorecer la circulación de cereales; por otra parte, la


mantequilla y los huevos rusos eran adquiridos a bajo precio por las
casas importadoras alemanas, las cuales, posteriormente, reexporta­
ban estos artículos como productos alemanes, una práctica a la que
recurrieron también los daneses y que venía determinada por la
escasa reputación que los productos rusos habían tenido tradicio­
nalmente en los mercados europeos.69
Los hombres de negocio alemanes se esforzaban por comprender
cómo operaba el mercado ruso, por ofrecer facilidades de crédito
adecuadas a los consumidores rusos o por establecer almacenes de dis­
tribución en el campo para llegar más fácilmente a los destinatarios
últimos del producto. Los directivos alemanes de las filiales en Rusia
de las casas alemanas eran a su vez conocidos por tener un fuerte
sentido de lealtad hacia Rusia y también por haber colocado, al
menos en algunas ocasiones, los intereses de los negocios en este país
por encima de los de las casas importadoras. Además, los militares
y los funcionarios rusos habían desarrollado gustos y preferencias
hacia bienes de consumo, bienes de equipo y armamento alemanes
que ninguna dificultad política o presión externa podían erradicar.70
Aun cuando en 1914 la estructura del comercio exterior ruso
todavía no había acusado de forma notable los efectos de varias
décadas de industrialización, ya que Rusia seguía importando pro­
ductos manufacturados en enorme cantidades, se había producido en
cambio una transformación de carácter cualitativo por lo que respecta
a los productos importados. La industria doméstica estaba en condi­
ciones de satisfacer plenamente la creciente demanda de la mayor
parte de productos textiles, de material ferroviario, de azúcar y de
más del 50 por 100 de la maquinaria. Bajo los epígrafes «manufac­
turas», máquinas y equipamientos mecánicos se comprendía, aproxi­
madamente, el 40 por 100 del valor total de las importaciones en
el transcurso de los años 1909-1914, en gran parte gracias al fuerte
desarrollo económico interno. Mientras que a lo largo de todo el

69. Cf. Vestnik ¡inansov, núms. 18 y 19 (1911), n.# 31 (1915); T. M. Ki-


tanina, Khlyebnaya torgovlya..., op. cil., pp. 107 ss. Las exportaciones rusas
de madera, con exclusión de las finlandesas, cubrían el 50 por 100 de las
importaciones alemanas de madera en bruto en lo concerniente al peso, pero
sólo el 24-28 por 100 durante el período de 1906-1910 era madera labrada.
70. O. Crisp, The financial aspect of the Franco-Russian alliattce, tesis
doctoral presentada en la Universidad de Londres en 1954, pp. 284 y 422 ss.
UNA R E IN T E R P R E T A C IÓ N D E L CASO RUSO 315

período comprendido entre 1851 y 1914 hubo una relación inversa­


mente proporcional entre la magnitud de la importación per cápita
y el nivel de las tarifas arancelarias, esta regularidad quedó circunstan­
cialmente interrumpida en concomitancia con los momentos de más
intensa actividad económica, es decir, entre 1894 y 1903 y después
de 1910: un hecho que evidencia la importancia alcanzada en esos
momentos por las importaciones de bienes capitales en relación direc­
ta con el proceso de industrialización.71
En lo que concierne a las exportaciones, se delineó un principio
de transformación estructural en el sector de los productos alimenti­
cios en favor de productos de mayores rendimientos, como huevos,
carne, volatería, simientes, etc., mientras que las exportaciones de
madera aumentaron rápidamente después de 1900 hasta convertirse,
en valor, en la principal partida de exportación después de los
cereales. La producción agrícola rusa tendía a ser destinada cada vez
en mayores proporciones al mercado interior, siguiendo un proceso
de desarrollo comón a todos los países en vías de industrialización.
Por otra parte, dadas las dimensiones de la superficie cultivada,
hasta una pequeña ampliación de ésta sumada a la otra, podía tener
efectos bastante notables sobre la producción total, mientras que
si se consideran los bajos niveles de productividad en el sector agra­
rio existía también la posibilidad de incrementar por esa vía fuerte­
mente la producción.72
Rusia aumentó de manera considerable sus exportaciones de
madera en tablas, la más valiosa, hacia los Estados Unidos, mientras
que exportaba madera en bruto hacia Suecia y Noruega, donde era
labrada. Los países escandinavos, a su vez, habían visto disminuir
sus recursos forestales, y consiguientemente habían pasado a la pro­
ducción mecanizada de pasta de papel y, posteriormente, de papel
de periódico y de papel en general. A pesar de su escasísimo consu­
mo interno (sólo 6 libras per cápita, cuando se consumían 47 en
Alemania) y de que poseyera vastos recursos forestales, Rusia se veía
obligada a importar papel. En conjunto, pues, Rusia consiguió man­
tener sus posiciones en el comercio mundial cuando éste se había
ampliado grandemente entre 1891 y 1913. La tasa de crecimiento
de las exportaciones per cápita era relativamente baja en relación

71. Cf. cuadros 1 y 8 del apéndice.


72. Cf. Vestnik jin a m o v..., op. cií.; cuadros 5-8 del apéndice.
316 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

a la de otros países europeos menos desarrollados, pero esto se debía


a la magnitud de su mercado interior que derivaba de las dimensio­
nes de su población.”

6. LOS CAPITALES EXTRANJEROS EN RUSIA

El flujo de capital extranjero era el tercer canal de transmisión,


gracias al cual los países más avanzados transferían tecnología, inicia­
tivas y conocimientos hada los de la periferia. Excepción hecha de
Gran Bretaña y, en las primeras fases de su desarrollo, de Japón,
este fenómeno constituyó un elemento importante para que se am­
pliara, sucesivamente, el área de la industrialización. La mayor parte
de los países se transformaron, antes o después, de deudores en
acreedores o, en el caso del comerdo, se convirtieron en deudores y
acreedores al mismo tiempo. Como ya hemos indicado, Rusia poseía
una periferia en la que invertía capitales en una proporción infini­
tesimal respecto a los que entraban en Rusia desde la Europa ocd-
dental, sobre todo desde Francia, Alemania, Bélgica y Holanda; la
misma situación se planteaba por lo que a las exportaciones se refiere.
La suma total de las inversiones, créditos y propiedades rusas en
China, Mongolia y Persia fue evaluada a comienzos de enero de 1914,
en 739 millones de rublos, es decir, poco menos del 9 por 100 del
valor de las inversiones, créditos y propiedades extranjeras en Rusia,
que en la misma fecha se estimaban en 8.445 millones de rublos .7734
Casi dos tercios del capital extranjero recibido por Rusia se
habían invertido en deuda pública, sobre todo en títulos emitidos
directamente por el Estado o garantizados por él, que en gran parte
habían servido para financiar la construcción de las vías férreas. En
1861 casi el 64 por 100 del capital extranjero en Rusia había sido
consumido en subvenir a las «necesidades generales del Estado» y,
en su mayor parte, se había destinado a la financiación de las cons­
trucciones ferroviarias. En 1881, el 74 por 100 de las inversiones
extranjeras se hallaba colocado en el sector ferroviario, pero la pro­

73. Cuadros 5, 6 y 7; Vestnik finansov..., n.® 44 (1916).


74. A. L. Vaynshtayn, Narodnoye bogatstovo..., op. «7., p. 444; O. Crisp,
The financia! aspect..., op. cit., p. 27, ofrece una estimación ligeramente infe­
rior, porque no se incluyen las propiedades extranjeras en Rusia; pero cf., tam­
bién, P. Girault, Emprunts russes..., op. cit., pp. 84-85.
UNA R E IN T E R P R E T A C IÓ N D E L CASO RUSO 317

porción cayó al 68 por 100 en 1900 y al 46 por 100 en 1914. El nivel


relativo de los créditos extranjeros destinados a la financiación de
«fines generales» decayó del 22 por 100 en 1881 al 13 por 100 en
1900, para subir de nuevo al 21 por 100 en 1914 a consecuencia de
los gastos derivados de la guerra ruso-japonesa. La proporción del
capital extranjero invertido en la industria, respecto a la inversión
total de capital extranjero, se calcula que aumentó del 2 por 100 en
1881 al 14 por 100 en 1900 y al 19 por 100 en 1914. Los incremen­
tos de mayor intensidad en el flujo de las inversiones extranjeras hacia
el sector ferroviario tuvieron lugar entre los años de 1861 y 1881;
hada la industria, entre 1893 y 1900, y hacia la deuda pública, emi­
tida con objeto de financiar «necesidades generales», entre 1900
y 1914.”
La aportadón del capital extranjero se cifra en el 94 por 100
del total invertido en las vías férreas rusas, una propordón que si
bien tendía a disminuir, aún representaba el 74 por 100 en 1914.
En la industria, por el contrario, la partidpadón del capital extran­
jero pasó del 16 por 100 en 1881 al 42 por 100 en 1900 y al
44 por 100 en 1914, porcentaje que sin embargo es considerado
demasiado bajo por algunos estudiosos, que sugieren elevarlo al
48 por 100.” Mientras tanto, la capacidad del mercado finandero
interno observó una tendencia a la expansión durante el período en el
que creció la partidpadón del capital extranjero en la industria rusa.
El mercado financiero interno, de todas maneras, mostraba una clara
preferencia por los títulos de renta fija, sobre todo por los emitidos
por el gobierno y por los hipotecarios. La renta rusa al 4 por 100
era la forma de inversión preferida por el reatier ruso, que el go-73*6

73. V. Bovykin, «Probleme der industricllen Entwicklung Russlands», en


C. Scharf, ed., Deutscbland u n d ..., op. cii., pp. 107-111. Falkiis, «Aspeets of
art. cit., llama la atención sobre las diferencias entre nuestras estimaciones so­
bre las inversiones francesas en deuda pública rusa y las de Girault. Discutimos
esta cuestión en la comunicación presentada en el XV Congreso Histórico Inter­
nacional en Bucarest en agosto de 1981. Está en curso un debate sobre el volu­
men del capital extranjero invertido en Rusia, debido sobre todo al hecho de
que los historiadores soviéticos, en concordancia con sus interpretaciones del
grado de desarrollo de la economía capitalista rusa antes de 1917, han aceptado
las estimaciones de 1. Gindin, inferiores, al menos, en un 15 por 100 respecto
de las aportadas por OI’. Por otra parte, Bonwetsch cuestiona esta valoración
haciendo referencia a varios estudios en Das auslándiscbe Kapital..., op. cit.
76. B. Bonwetsch, «Handelspolitik u n d ...» , art. cit.
318 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

bienio mantenía a la par y permitía que fuese usada para el pago


ile impuestos, derechos de importación, etc., admitida por su valor
nominal. De modo que estos títulos acabaron teniendo funciones
monetarias, satisfaciendo así las exigencias de liquidez, que consti­
tuían una de las características importantes de las sociedades en vías
de desarrollo.77978
También los títulos hipotecarios constituyeron una fuerte atrac­
ción, comprensible en un país en el que predominaba el sector agrí­
cola y en el cual el precio de la tierra tendió a aumentar. En 1914
tan sólo el 5 por 100 del valor total de los títulos hipotecarios en
circulación estaba en manos extranjeras, mientras que estos títulos
constituían más del 38 por 100 del valor total de las carteras rusas
de inversión. En definitiva, una proporción en aumento de capital
extranjero invertido en acciones y obligaciones de sociedades rusas
no era incompatible con el crecimiento del capital ruso en términos
absolutos y con el incremento de la proporción que éste representaba
respecto al capital total.7* Paul Gregory sostiene que la industriali­
zación rusa estuvo caracterizada por una combinación de inversiones
nacionales y extranjeras. Según sus cálculos, en 1913 la acumulación
interior neta de capital era equivalente al 11,6 por 100 del producto
nacional neto, una proporción superada sólo por Alemania entre
1891 y 1913 y por los Estados Unidos entre 1889 y 1908. Al capital
extranjero le correspondía un 20 por 100 de la acumulación interior
neta de capital, equivalente al 2,3 por 100 del producto nacional
neto. El 80 por 100 restante de la acumulación interior neta de
capital provenía del ahorro interno. Por tanto, la participación del
capital extranjero era equivalente o inferior a la de países como
Dinamarca (2,5 por 100 del producto nacional bruto durante el perío­
do de 1890 a 1909), Noruega (5,1 por 100 entre 1895 y 1914) o
Canadá (9,2 por 100 en 1910)”
Nuestros conocimientos sobre el papel desempeñado por el capi­
tal extranjero por lo que respecta a industrias y empresas conside­
radas de un modo específico, son bastante escasos. Aun cuando la

77. O. Crisp, Russia and Western Europe-Financial relations. Some random


thougbts, comunicación no publicada presentada en el XV Congreso Histórico
Internacional de Bucarest celebrado en agosto de 1981.
78. lbid.; I. Gindin, Russkiye kommercheskiye banki, Moscú, 1948, pp.
238-239, y los cuadros 38 y 39, pp. 444-445.
79. P. A. Gregory, «Russian national...», art. cit.
UNA R K IN TE R PR E T A C IÓ N D E L CA SO RUSO 319

literatura sobre esta cuestión es abundante, no por ello la cantidad


disponible puede considerarse satisfactoria. Hasta que no se pudo
disponer de investigaciones como las de McKay y Carstensen, sólo
pudieron hacerse afirmaciones genéricas, basadas en las cantidades o
en las proporciones del capital invertido. McKay demostró que la
participación del capital extranjero en la industria rusa actuó como
vehículo para la difusión de las técnicas modernas, contribuyendo a
incrementar la actividad productiva, a instaurar una nueva menta­
lidad gestora y empresarial, a estimular en la clase empresarial un
interés por el desarrollo industrial. La investigación de Carstensen,
basada en material de los archivos de la International Harvester y
de la Singer Sewing Machine y en la actividad de estas sociedades en
Rusia, ha llamado la atención sobre algunos aspectos de la inversión
extranjera hasta ahora descuidados, como por ejemplo la contribución
aportada en la organización del marketing, su papel en la oferta de
crédito para el consumo y en la captación del consumidor. Carstensen
sostiene que las compañías norteamericanas en Rusia invirtieron regu­
larmente más en capital circulante que en los terrenos, en las fábricas
o en maquinaria y equipo, y que una estimación de la magnitud del
capital extranjero realizada sobre la base del valor nominal de las
inversiones efectuadas puede conducir a engaño. Considera que estu­
dios de carácter macroeconómico revelarían que la contribución de
los ingleses y de los alemanes, directamente interesados en la pro­
ducción, en la gestión y en la venta, podría resultar mayor de lo que
da a entender el simple cómputo del volumen de sus aportaciones
linancieras.80

7. Un balance c o n t r a d ic t o r io

El problema de la balanza de pagos con el que se enfrentó Rusia


durante el período de la industrialización se debía en gran parte al
efecto acumulativo de las deudas contraídas a consecuencia de las
guerras de Crimea, con Turquía y con Japón. En mayor medida, aún

80. J. P. Mckay, Pioneers fo r .... op. cii., pp. 379-385; F. V. Carstensen,


American multinational..., op. cit., pp. 375 ss.; idem, «Numbers and reality:
n critique oí estimates oí forcign investment in Russia», en M. Lévy-Leboyer,
ed., La position Internationale de la Trance: aspeets économiques el ¡inanciers,
X1X-XX’ siécles, París, 1978.
320 LA R E V O LU C IÓ N IN D U S T R IA L

más que eo el caso de la monarquía de los Habsburgo, existía una


fuerte incompatibilidad entre la productividad de la economía y el
coste de mantenimiento del status de gran potencia.
En 1913 Rusia disponía de una estructura industrial que la
situaba en el cuarto lugar entre los países de Europa; poseía una
amplia red ferroviaria en condiciones de sostener un desarrollo indus­
trial aún mayor; el nivel de ahorro respecto al producto nacional
era más bien elevado; la tasa de alfabetización entre los reclutas
había subido del 21,4 por 100 en 1874 al 67,8 por 100 en 1913 y
aún había progresado más rápidamente en las dos principales ciuda­
des del país y entre los obreros varones en la mayor parte de las
industrias; el país podía contar con un grupo poco numeroso pero
significativo, y a menudo de alto nivel cualitativo, de talentos direc­
tivos, científicos, técnicos y estadísticos y con una amplia base de
recursos naturales ya conocidos o por descubrir; además, la tasa
de crecimiento de la producción industrial era alta si se la compara
con las de otros países, y la de la agricultura, aunque inferior, seguía
siendo respetable.81
En términos de renta per cápita, de valor de la producción indus­
trial per cápita o de productividad agrícola, Rusia se encontraba sin
embargo en la cola o casi en los últimos lugares de los países
industrializados y, según varios indicadores económicos, sostenía tam­
bién mal las comparaciones con países europeos poco desarrollados.
Si partimos de una definición más general de industrialización, que
tenga en consideración la estructura del producto nacional bruto, el
nivel de urbanización y la estructura de la población activa, la Rusia
de 1913 no era aún un país económicamente moderno.
Sydney Pollard la coloca en el «grupo incierto», cuyo despegue
(take-off) continuaba siendo problemático en 1914.82 La definición
de despegue aportada por Rostow prevé una tasa de inversión de
más del 10 por 100, y se ajusta positivamente al caso ruso. Lo mis­
mo puede decirse de la definición de Gerschenkron, según el cual
pueden alcanzarse de nuevo altas tasas de desarrollo industrial des­
pués de una vistosa flexión del d d o .

81. G. Grossmann, «The industdalization...», art. cit., pp. 374-375;


O. Crisp, «Labour a n d ...», a r t cit., pp. 390-392.
82. Pollard, Peaceful conques/..., op. cit., p. 242; apéndice, cuadros 9
y 10; la posición de Japón en 1913 es indicativa de las potencialidades rusas.
UNA R E IN T E R P R E T A C IÓ N D E L CA SO RUSO 321

La reconstrucción económica en 1926 y la reanudación del desa­


rrollo después de tres años de comunismo de guerra, que en palabras
de una autoridad en la materia «despedazó una economía viva» a
causa del «analfabetismo económico de una ideología que desdeñaba
pensar en el propio sistema opositor», permiten colocar a Rusia en
la definición de Gerschenkton una vez más. A falta de otros elemen­
tos, no puede decirse sino que aun cuando la heredera de la Rusia
imperial sea hoy la segunda potencia industrial del mundo y dis­
ponga de enormes recursos científicos y técnicos, por no hablar de
los militares, la producción per cápita de productos industriales o el
volumen del producto nacional, la colocan en Europa y en el mundo,
aproximativamente, en el mismo puesto que ocupaba en 1913 e inclu­
so anteriormente .®3

83. A. C. Sutton, Western tecbnology and Soviet economic development


1917 to 1930, Stanford, 1968, p. 5; G. Grossmann, «The industrialization...»,
art. d t., pp. 397-398.

2 1 . — N ID A L
322 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

A p é n d ic e

C uadro 1

Rusia: Índices del comercio exterior, de la protección arancelaria, de la producción


y del consumo per cápita de hierro colado y de la apertura de nuevos tramui
de vía férrea

Producción Consumo
Porcentaje per cápita per cápita
de la protec­ de hierro de hierro Apertura
Exporta­ Importa­ ción arance­ colado colado de nuevoi
ciones ciones laria sobre (en pud, (en pud, tramos dn
per cápita per cápita el valor de las 1 pud = 1 pud = vía férrea
Período (en rublos) (en rublos) importaciones 16,38 kg) 16,38 kg) (en km)

1851-1855 1,3 = 100 1,28=100 100 100 100 103


1856-1860 170 159 76 130 127 102
1861-1865 188 171 71 120 105 416
1866-1870 250 271 50 130 209 1.348
1871-1875 328 400 46 135 282 1.508
1876-1880 436 433 57 140 304 703
1881-1885 424 391 69 145 264 604
1886-1890 445 279 104 185 264 869
1891-1895 397 295 118 300 382 1.198
1896-1900 418 369 125 535 650 2.944
1901-1905 520 355 129 595 586 1.452
1906-1910 604 464 110 570 536 992
1911 746 553 101 685 686 1.446
1912 696 545 100 765 800 927
1913 681 616 98 825 s. d. 1.202

F u entes : M . N. Sobolev, Tamozhennaya politika vo vtoroy polovine X IX v. t


1911, Tomsk, pp. 821-822; Vestnik Finansov, Torgovli i Promyshlennosti, núms. 31
y 34 (1913). ,
N ota: Durante el periodo 1914-1917 se construyeron 10.960 km de vía férre*
lo que, además de constituir el segundo quinquenio en cuanto a actividad construí
tora desde 1851-1855 (el incremento medio anual fue en estos años de 2.740 knu
indica que la economía rusa se hallaba en una fase de crecimiento en el curso de l>
guerra.
UNA R E IN T E R P R E T A C IÓ N D E L CA SO RUSO 323

1902 (para el período transcurrido hasta 1897); Departamento de Aranceles Aduaneros del Ministerio de Hacienda, Mate-
riyaiy po peresmotrutog vago dogovora s Germaniyey (para los años 1898-1911); Vestnik Finansov, Torgovli i Promysblen-
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Rusia: Principales países con los que mantenía relaciones comerciales.
Valor de las exportaciones y d e las importaciones (% sobre el total)

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324 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

C uadro 3

Rusia: M ovim iento d el com ercio exterior


(e n m illo n e s d e ru b lo s )

Saldo
Período Exportaciones Importaciones balanza comercial

1870-1876 472,6 550,9 — 78,3


1877-1880 552,2 514,9 + 37,3
1881-1884 559,6 519,6 + 40,0
1885-1890 610,4 391,6 4- 218,6
1891-1893 582,0 396,9 + 185,1
1894-1903 748,7 600,3 + 148,4
1904-1913 1.274,1 953,0 + 321,0

C uadro 4

Rusia: Balanza com ercial d e los productos m anufacturados


(en millones de rublos)
Cuadro selectivo

1894-1898 1899-1903 1904-1908 1909-1912

Alemania — 69 — 94 _114 — 210


Gran Bretaña — 35 — 31 — 24 — 35
Estados Unidos — 3 — 6 — 9 — 22
Austria-Hungría — 9 — 10 — 8 — 15
Francia — 8 — 6 — 5 — 8
Bélgica — 6 — 3 — 1 — 1
Suecia — 1 — 2 — 2 — 4
Suiza — 3 — 3 — 2 — 2
Turquía + 1 + 2 + 3 + 3
Afganistán + 1 + 1 + 2 + 4
China + 1 + 3 + 4 + 6
Persia + 4 + 8 + 11 + 18
Japón 0 0 — 5 — 1

F uente: V eslnik Finansov, Torgovli i Promyshlennosti, n úm s. 10 y 11.


(1914).
UNA R E IN T E R P R E T A C IÓ N D E L CA SO RUSO 325

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Rusia: E structura d el com ercio exterior (% sobre el total)

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V estnik Finansov..., op. cit., n.° 34 (1915).

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326 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

Cuadro 6
Rusia: Cambios en la estructura de las exportaciones
de productos alimenticios, 1909-1913
(en millones de rublos)

% de los
Total productos cereales sobre
alimenticios Cereales el total

1909 922,7 750,1 __


1910 927,5 748,0 50,9
1911 1.017,6 739,5 45,2
1912 821,6 551,9 35,2
1913 807,2 589,9 37,7

Fuente: Ibid.

C uadro 7

Rusia: Indice de las exportaciones de cereales y de madera, 1904-1913


Valor (en millones de rublos)

Cereales Madera
Valor Indice Valor índice

1904 496,9 100 73,1 100


1905 569,1 114 76,8 105
1906 472,8 95 98,2 134
1907 431,1 87 107,7 147
1908 380,3 76 111,2 152
1909 750,0 151 26.5 173
1910 747,9 150 138,2 189
1911 739,4 149 142,4 195
1912 547,1 110 152,4 208
1913 589,9 119 164,9 226

F uente: G. Kasperovich, Lesnoye Délo, Lesnaya Torgovlya i Lesopro-


myshlennost Rossii v svyazi s peresmotrom torgovykh dogovoroo, Petrogrado,
1916; Vestnik Finansov..., op. cit., n.° 44 (1916).
N ota: Existe una pequeña discrepancia con el cuadro 6 en lo que con­
cierne a la exportación de cereales en 1912, ya que los datos utilizados en este
cuadro proceden de una fuente posterior.
UNA R E IN T E R P R E T A C IÓ N D E L CASO RUSO 327

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328 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

Cuadro 9

Producción m anufacturera per cápita de algunos países en 1913


(% sobre la producción de los Estados Unidos)

Europa Otros países

Gran Bretaña 90 Canadá 84


Bélgica 73 Australia 75
Alemania 64 Nueva Zelanda 66
Suiza 64 Argentina 23
Suecia 50 Chile 17
Francia 46 Japón 6
Dinamarca 46 México 5
Holanda 44 Suráfrica 5
Noruega 39 Brasil 2
Austria 31 India 1
Checoslovaquia 28
Finlandia 27
Italia 20
Hungría 19
España 15
Polonia 13
Rusia 9
Yugoslavia 6
Rumania 6
Grecia 4

F uente: W. A. Lewis, Growth and Fluctuations 1870-1913, Londres, 1978.


UNA R E1N T ER PR ET A C IÓ N D E L CASO RUSO 329

C uadro 10

Indicadores económ icos relativos a algunos países europeos


poco desarrollados

T asa de
C onsum o Producción Producción crecim iento
p e r cepita in d u strial E xportac. de trigo anual
d e aceto p er cápita p e r cápita p o r ha d e las
en 1913 en 1913 en 1913 en 1913(en exportac.
(en lib ias) (en dólares) (en dólares) quintales) (1883-1913)

Austria-Hungría 108 26,9 12,0 12,1 2,4


Rumania 87 6,1 17,7 10,7 3,8
Italia 74 20,3 13,6 9,7 2,5
Rusia 63 8,9 4,9 6,4 3,3
España 56 15,0 9,4 9,3 1,1
Portugal 56 s. d. 5,5 5,1 0,9
Grecia 16 3,8 8,4 7,1 1,3
Media 63 15,0 9,4 9,3 2,4

Europa noroccidental 340 66,0 46,3 15,4 3,5


Japón 31 6,6 5,8 13,0 7,4

F uente: Id e m c u ad ro 9.
Ivan T. Berend y G. Ranki

UNA INDUSTRIALIZACIÓN
SIN REVOLUCIÓN INDUSTRIAL.
LA PERIFERIA EUROPEA EN EL SIGLO XIX *

1. En los orígenes de las diferenciaciones económicas

La Revolución industrial inglesa y la industrialización de Euro­


pa occidental entre finales del siglo xviii y comienzos del xix trans­
formaron no sólo la parte occidental, sino todo el continente, con
consecuencias determinantes para las áreas europeas atrasadas.
El desarrollo de las democracias urbanizadas e industrializadas
constituyó un desafío para los regímenes absolutistas de base agríco­
la de la periferia europea. Fueron decisivas las respuestas que de
ello se derivaron en el terreno político, social, económico y militar.
Esas circunstancias provocaron las conocidas reformas sociales y polí­
ticas desarrolladas desde arriba a fin de crear las condiciones para
dar paso a una solución que les permitiera afrontar la nueva situa­
ción. La abolición de instituciones feudales obsoletas y la intro­
ducción o adaptación de estructuras institucionales de origen occiden­
tal permitieron a los países mediterráneos u orientales atrasados ins­
trumentar el modelo de modernización occidental, reincorporándose
de esta manera a Europa. Las tradicionales relaciones comerciales se
desarrollaron en proporciones hasta entonces inimaginables; entre
1820 y 1880 el volumen del comercio mundial se multiplicó por nue­
ve, aunque en sus dos terceras partes continuó siendo un comercio

* Esta comunicación se basa en el estudio de I. T. Berend y G. Ranki,


The european pertphery and ittdustrialization, 1780-1914, Budapest, 1972.
LA P E R IF E R IA EU RO PEA E N E L SIG L O XIX 3 3 1

intraeuropeo. En otras palabras, la industrialización europea ejerció


un «efecto de arrastre» bastante considerable. Este desarrollo fue esti­
mulado por la construcción de un sistema moderno e integrado de
transporte a nivel europeo, gracias a una red ferroviaria que de 23.500
kilómetros en 1850 pasó a 362.700 en 1910, de los cuales, aproxi­
madamente, 160.000 se construyeron en la periferia europea, en gran
parte financiados con inversiones occidentales.
El capital británico y después, sobre todo, el francés y el alemán,
desempeñaron un papel fundamental en la economía mundial de fina­
les del siglo xix y comienzos del xx. La magnitud del capital expor­
tado alcanzó su punto culminante en vísperas de la primera guerra
mundial, alcanzando la suma de, aproximadamente, 46.000 millones
de dólares. Más de una cuarta parte de esta suma fue invertida en
el mismo continente europeo y contribuyó de esta manera a inter­
nacionalizar la economía continental. Además del capital invertido
en las construcciones ferroviarias, una suma muy importante se invir­
tió en la agricultura de las áreas atrasadas de Europa y en las indus­
trias extractivas, a fin de incrementar la producción periférica de
materias primas destinadas a satisfacer las necesidades del centro.
Este masivo flujo de capitales contribuyó también al desarrollo de
nuevos sectores de exportación en las áreas periféricas europeas que
estaban en vías de transformación. Estas relaciones entre el centro
y la periferia siguieron siendo un tanto ambiguas incluso dentro de
Europa, puesto que dependían también, en gran parte, de circunstan­
cias internas. Sin embargo, los resultados finales no por ello condu­
jeron únicamente a una intensificación de la dependencia y a un
atraso sin esperanza: a veces tuvo lugar el desarrollo aislado de algún
sector de exportación, y a través de una relativa modernización
agrícola e infraestructural, por unilateral que fuese, al verdadero y
propio comienzo de un proceso de industrialización. Así pues, efec­
tos aceleradores y niveles de desarrollo industrial estuvieron en
estrecha relación.
Un desarrollo económico sostenido podía ser provocado por un
aumento de la producción agrícola y por el crecimiento del sector
exportador, especialmente en las industrias extractivas — fruto de
una respuesta elástica de un país periférico a los estímulos del cen­
tro— , pero únicamente donde, en concomitancia con estos procesos,
o en la llamada «segunda fase», se generó un movimiento hacia la
industrialización. Naturalmente, cierto grado de industrialización po­
332 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

día encontrarse en todas partes. La inversión de capital en la agricul­


tura permitió una mejor división del trabajo, ya que el desarrollo
del sistema de transportes y el proceso de urbanización transforma­
ron una serie de actividades productivas en verdaderas espedaliza-
ciones independientes, mientras que con anterioridad habían sido
consideradas simples trabajos complementarios de la agricultura ocu­
paciones propias de la industria rural domiciliaria. Los nuevos me­
dios de transporte y el proceso de urbanización originaron unas
demandas que difícilmente se podían satisfacer por entero mediante
importaciones. En los países cuyo comercio de exportación se funda­
mentaba en la actividad minera se desarrollaron automáticamente
nuevos sectores de la industria extractiva. Todos estos factores, uni­
dos a un constante incremento demográfico, ampliaron considerable­
mente los mercados existentes y crearon otros nuevos. De modo
que en todos los países de la periferia europea la población indus­
trial aumentó, los pequeños talleres ampliaron la esfera de sus acti­
vidades y surgieron nuevas fábricas y nuevos sectores industriales.
Paralelamente, apareció una demanda de los bienes de consumo típi­
cos de las sociedades industriales; se introdujeron nuevos y comple­
jos equipamientos y se registraron progresos en la mecanización del
sector agrícola; los ferrocarriles (importándose las locomotoras y
el material móvil inicialmente del exterior), la maquinaria industrial
y otros bienes de equipo se convirtieron en parte integrante de la
escena económica de la periferia.
No fue sólo una transformación de tipo cuantitativo, ya que
existió un nexo bien definido entre el desarrollo de la industrializa­
ción y urbanización y entre el incremento de la renta privada y de
la nacional.1 En definitiva, se trata de la consecuencia lógica del pro­
ceso económico derivado de la Revolución industrial, y justamente
el grado y la intensidad de la industrialización de los países avan­
zados determinaban en última instancia el nivel de desarrollo de
todos y cada uno de los países periféricos, concretando el lugar ocu­
pado por cada uno de dios en la nueva división del trabajo asociada
a la Revolución industrial. El problema se planteaba en términos
muy simples: permanecer en «la periferia», aceptando todas las con­

1. Kuznets, Totvard a theory o f economic growtb, Nueva York, 1968, p. 95


(hay trad. cast.: Crecimiento económico y estructura económica, Ariel, Barce­
lona, 1974, pp. 9-100).
.LA P E R IF E R IA EUROPEA EN E L SIG L O XIX 333

secuencias económicas de un distanciamiento cada vez mayor respecto


a los países desarrollados, o tratar de alcanzar a estos últimos, para
convertirse de esta manera en parte del centro.
Pero, sin embargo, ello no era una tarea fácil. Por una parte, la
industrialización de los países desarrollados se había transformado
en un proceso acumulativo, que a pesar de las fluctuaciones cíclicas,
tenía en su conjunto una tasa de desarrollo constante y rápida, mu­
cho más rápida que la de los países atrasados. Por otra, la influencia
de los países avanzados sobre la periferia se traducía no sólo en
estímulos para el desarrollo, en la posibilidad, por ejemplo, de poder
disponer de tecnologías modernas que los primeros habían desarro­
llado, sino también en una serie de obstáculos, ya que desde el punto
de vista del centro, la periferia debía asumir, en el ámbito del comer­
cio mundial, el papel de un amplio mercado para sus propios pro­
ductos manufacturados. Esto comportaba una competencia que fre­
cuentemente resultó fatal para las débiles o nacientes industrias de
la periferia.

P roducción industrial europea 2


(1900 = 100)

1830 20
1850 33
1870 51
1890 77
1900 100
1913 157

Los datos disponibles relativos a mediados del siglo xix, aunque


bastante imprecisos, ilustran perfectamente dos aspectos. Ante todo,
demuestran que después de la Revolución industrial se registró un
constante desarrollo en la producción industrial y, subsidiariamente,
que por lo que se refiere al conjunto de Europa, aquélla tuvo un
crecimiento medio del 3 por 100 anual, un crecimiento, por tanto,

2. Cuadro confeccionado en base a los datos aportados por P. Bairoch,


«Europe’s Gross National Product: 1800-1975», The Journal o f Europea» Eco-
nornic History, V (1976), n* 2.
334 LA REVOLUCIÓN IN D U ST R IA L

relativamente rápido. Aun cuando en comparación con las tres déca­


das precedentes, el período comprendido entre 1860 y 1890, fue tal
vez una época de crecimiento más lento, durante el cuarto de siglo
que precedió a la primera guerra mundial el ritmo se aceleró nota­
blemente, lo que prueba el hecho de que la anterior desaceleración
se había debido más a efectos de carácter cíclico que a razones de
tipo estructural.
Los datos de Bairoch, inferiores a la mayor parte de los apor­
tados por otros estudiosos, proponen una tasa anual de crecimiento
de la producción industrial del 2,7 por 100, desde mediados del
siglo xix hasta 1913. El período de mayor expansión fue el com­
prendido entre 1880 y la guerra, con una tasa de crecimiento del
3,1 por 100, y del 3,6 por 100 excluyendo a Inglaterra. Los países
atrasados debían, por tanto, hacer frente a tres graves problemas.
Ante todo, por el hecho de no haber conocido una verdadera fase de
transición de la industria rural domiciliaria (cottage industry) a la
industria propiamente dicha, , tenían que enfrentarse con los efectos
de una «protoindustrialización» inadecuada. En segundo lugar, expe­
rimentaban las desventajas de haber iniciado con retraso el proceso
de industrialización. Un tasa de crecimiento anual del 3 por 100
significaba que la producción de un país se duplicaba en el trans­
curso de aproximadamente veinte años; por ello los países que
habían iniciado el desarrollo industrial en la década de 1830 se halla­
ban doblemente aventajados respecto a aquellos en los que la indus­
trialización se había iniciado en los años de 1860. A partir de aquí,
un retraso de veinte o treinta años multiplicó por tres o por cuatro
esa diferencia. La mayor parte de los países periféricos no entraron
en la senda de un desarrollo efectivo y constante hasta la década
de 1890, mientras que en los países balcánicos el inicio del mismo
se retrasó más de veinte años. Finalmente, los países atrasados tenían
que hacer frente a los problemas específicos del incremento demo­
gráfico. En aquellos que se encontraban en una situación de mayor
subdesarrollo, la tasa de natalidad siguió durante largo tiempo situada
a niveles muy altos, mientras que las mejoras sanitarias y médicas
importadas de los países avanzados empezaron a producir un declive
de la tasa de mortalidad. Esto comportó una intensificación del incre­
mento demográfico, por lo que resultaba extremadamente difícil no
ya incrementar, sino mantener constante el nivel de la producción
industrial per cápita.
LA P E R IF E R IA E U R O PEA E N E L SIG L O XIX 335

Producción industrial per cápita en 19 0 0 3


(Europa = 100)

Países índice Países Indice

G ran Bretaña 254 Im perio austro-húngaro 82


Bélgica 230 Italia 71
Alemania 177 España 52
Suiza 150 Grecia 48
Francia 140 Portugal 46
Holanda 97 Servia 39
Suecia 104 Rusia 34
Noruega 93 Bulgaria 33
Dinamarca 85 Rumania 33
Finlandia 82

2. A g r ic u l t u r a y e x p o r t a c io n e s e n e l d e sa r r o l l o
ECONÓMICO ESCANDINAVO

Como indica el cuadro precedente, en los años del cambio de


siglo, los países escandinavos más desarrollados se habían acercado
o habían alcanzado la media europea, pero aun así su producción
industrial per cápita constituía todavía sólo el 40 por 100 de la ingle*
sa, era un poco superior al 50 por 100 de la alemana y era, aproxi­
madamente, de dos tercios respecto de la francesa. La producción
industrial per cápita austrohúngara incluía las áreas austríacas y
checas, con un nivel industrial superior a la media europea, mien­
tras que Hungría, con una producción industrial per cápita de apro­
ximadamente dos tercios de la media europea, se hallaba colocada un
poco por debajo de Italia. Los Balcanes y Rusia, desde un punto de
vista industrial, seguían siendo las regiones más atrasadas de Europa.
En Suecia, la base del proceso de industrialización la constituían
los sector» exportadores, más concretamente los efectos aceleradores
de los beneficios obtenidos de las exportaciones, con el comercio y
las operaciones de transformación de la madera a la cabeza. «Las3

3. P. Bairoch, Commerce extérieur et divetoppem ent de l’Europe, París.


1976, pp. 137-138.

1
336 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

industrias de exportación constituían los principales sectores produc­


tivos: en cuanto al valor de la producción obtenida, los aserraderos
y la minería del hierro ocupaban los primeros lugares. Gradas a sus
efectos multiplicadores ese desarrollo creó a su vez las condidones
para la expansión de la industria productora de bienes de consumo.4
Los beneficios extraordinarios derivados de unas relaciones co-
merdales extremadamente favorables posibilitaron la acumuladón de
crecientes capitales que, en su mayor parte, se volvían a invertir.
A partir de 1870, la minería del hierro y la industria del acero se
convirtieron en los sectores punta del desarrollo sueco; la última,
sobre todo, después de la introducción del procedimiento Martin-
Siemens, particularmente adecuado para la utilizadón del mineral
de hierro sueco, que contenía un alto porcentaje de carbono. En los
comienzos de este siglo, la industria mecánica pasó a ocupar el tercer
lugar, inmediatamente detrás del acero. La industria maderera regis­
tró nuevos progresos con el desarrollo de la producción de pasta
de madera, de papel y de celulosa, favoreciendo también la expan­
sión de la industria química relacionada con estas nuevas actividades
productivas. Los sectores de exportación, sin embargo, seguían sien­
do los más importantes. Una cuarta parte de la producción total
procedía de las industrias que trabajaban el hierro y la madera,
aunque el sector industrial más dinámico era el del papel y la
celulosa, con una tasa de crecimiento anual del 11 por 100. A co­
mienzos del siglo XX, los sectores exportadores operaban, sin embar­
go, como agentes de una amplia transformación industrial interna.
Los nuevos sectores estaban de alguna manera relacionados con las
tradicionales industrias de exportación, o producían ellos mismos
para la exportación. Además de satisfacer completamente la demanda
interior, la industria mecánica conseguía exportar el 13 por 100 de
su producción. El desarrollo del mercado interior alentó un creci­
miento relativamente rápido de las industrias productoras de bienes
de consumo. Entre 1861-1869 y 1892-1895, la producción de los
sectores productores de bienes de equipo, orientados en gran parte
hacia la exportación, creció al ritmo de un 5,2 por 100 anual, mien­

4. L. Jorbetg, «The Nordic countries, 1850-1914*, The Fontana Economía


History o f Europa, vol. IV, parte 2, pp. 375-486 (hay uad. cast.: C. M. Cipolla,
ed., Historia económica de Europa. E l naámienlo de las sociedades industriales,
voL IV, parte 2, Ariel, Barcelona, 1982, pp. 7-128).
LA P E R IF E R IA E U R O PEA E N E L S IG L O XIX 337

tras que las industrias productoras de bienes de consumo destinados


al mercado interior tuvieron una tasa de crecimiento de sólo un
3,3 por 100 anual. Pero entre 1892 y 1913 tanto la producción de
la industria ligera como de la pesada creció a razón de un 6 por 100
anual*
Los datos relativos a la evolución de la renta subrayan la singu­
laridad del rápido desarrollo del mercado interior sueco.

Crecimiento del PNB per cápita en Suecia4

Años E n dólares USA de 1960 índice

1870 246 100


1890 356 145
1900 454 185
1913 680 276

En menos de cincuenta años, el PNB per cápita sueco creció pues


un 176 por 100, mientras que por lo que se refiere al conjunto de
Europa, el crecimiento de éste durante el mismo período apenas
alcanzó el 30 por 100. El nivel de la renta per cápita sueco, que
en 1870 se hallaba situado un tercio por debajo de la media euro­
pea, en vísperas de la guerra lo superaba en un tercio, debido a que
se había venido invirtiendo anualmente del 10 al 13 por 100
del PNB.
Todo esto habría sido irrealizable sin un nivel relativamente
elevado de las estructuras educativas, sin las modernas instituciones
y los resultados alcanzados en los campos social y político que carac­
terizaban a la sociedad sueca, otorgándole al mismo tiempo una
gran elasticidad para adaptarse a las reglas de una competencia a
escala mundial.56
7 Las industrias suecas se caracterizaban por ser muy

5. A. Milward y S. B. Saúl, The development o f tbe economies of conti­


nental Europa, 1850-1914, Londres, 1977.
6. P. Bairoch, «Guropc’s Gross...», art. cit. (los valores vienen expresados
en dólares USA de 1960).
7. Cameron plantea el éxito sueco y el fracaso español refiriéndose, sobre
todo, a las diferencias de sus sistemas educativos (cf. R. Cameron y P. Léon,
cds., L'industrblisation en Europa, Lyon, 1972).

22. — NADAL
338 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

intensivas en capital, por un notable nivel tecnológico y por una


alta productividad. Entre 1870 y 1913 la productividad por hora
de trabajo en la industria sueca registró un aumento de más del
doble :8 según parece, la tasa de crecimiento más rápida de Europa.
El crecimiento de la producción industrial se cifró en un promedio
decenal de entre el 15 y el 20 por 100, alcanzando un máximo del
35 por 100 en el transcurso del último decenio del siglo.9
También el desarrollo económico danés se fundamentó en las
exportaciones,10 y alcanzó unos resultados parecidos al sueco tanto
por lo que respecta a la tasa de crecimiento como al éxito obtenido.
Sin embargo, el sector que tuvo mayor protagonismo en las expor­
taciones era distinto del sueco, y por ello el caso danés corresponde
a un tipo diferente de industrialización. En 1890 Dinamarca no
exportaba ningún producto industrial: los géneros alimenticios cons­
tituían la base exclusiva de las exportaciones, y los excedentes agra­
rios eran los que financiaban el desarrollo y las transformaciones
económicas danesas. «El desarrollo industrial en Dinamarca estaba
en función del crecimiento de la renta, y por tanto dependía exclu­
sivamente del aumento y diversificación de la demanda y de la susti­
tución de importaciones.» 11
En consecuencia, el proceso de industrialización se inició en d

8. A. Maddison, Economía grototh in the W est, Nueva York, 1964, p. 232


(hay trad. cast.: E l crecimiento económico de Occidente. Experiencia compara­
tiva en Europa y ¡os Estados Unidos, Fondo de Cultura Económica, México,
1966).
9. L. Jórberg, G rowtb and fluctuation o f Swedisb industry, Estocolmo,
1961, p. 23; K. G. Iiildebrand, «Les traits caractéristiques de l'industrialisation
des pays scandinaves», en R. Cameron y P. Léon, eds., L'industrialisation en
Europe, op. cit.
10. La producción de los principales productos agrícolas de exportación
creció en las magnitudes que se precisan a continuación:

Años Productos lácticos Carne de buey Carne de cerdo


1875-1879 100 100 100
1910-1914 264 210 333

lo s datos proceden de S. A. Hansen, Early industrialization in Denmark,


Copenhague, 1970, p. 225.
11. S. A. Hansen, Early industrialization..., op. cit., p. 224.
LA P E R IF E R IA EU RO PEA EN E L SIG LO XIX 339

sector productor de bienes de consumo. Dinamarca no poseía nin­


guna de las materias primas industriales necesarias para el desarrollo
de la industria pesada característica de la Revolución industrial, y
por tanto, la creciente especializadón en la exportación de productos
agrícolas tuvo, desde este punto de vista, dos importantes consecuen­
cias. Provocó la cristalización de una división social del trabajo más
nítida y promovió la formación de las primeras industrias de peque­
ñas dimensiones (cuya producción, en 1890, era dos veces superior
a la obtenida en las grandes empresas) y posteriormente favoreció el
desarrollo de la gran industria manufacturera (que en 1913 ya había
conseguido invertir las posiciones precedentes, alcanzando una pro­
ducción que superaba en un 25 por 100 la aportada por la pequeña
industria). En segundo lugar, esto comportó un aumento de la renta,
y contribuyó así a incrementar el consumo de productos industriales.
La industria textil, aunque tenía que competir con las importaciones,
la industria de materiales para la construcción, que no tenía compe­
tencia extranjera, y la industria alimentaria fueron las primeras en
aprovechar este crecimiento del consumo y de la demanda. En una
fase posterior, de breve duración, se desarrollaron la industria quí­
mica, especializada en la producción de fertilizantes artificiales, y
otras industrias, hasta el punto de que en 1913 el país era autosu-
ficiente por lo que respecta a un 70 por 100 de la demanda interior
de productos industriales. La producción industrial bruta siguió la
tendencia que muestra el cuadro que reproducimos a continuación:

Años Millones de coronas

1855 18
1890 62
1913 240

Un tercio de la producción total provenía de la industria alimen­


taria, el 16 por 100 de la textil, el 20 por 100 de las industrias
metalúrgica y mecánica.12 La industria danesa continuó en gran parte
caracterizada por pequeñas empresas, y todavía en 1914 el 48 por

12. S. A. Hansen, Okonomisb vaeksl in Denmark, Copenhague, 1974,


p. 18 .
340 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

100 de los obreros del sector industrial trabajaban en unidades de


producción que ocupaban menos de cinco personas, contra el 24 por
100 en Suecia.
El proceso de urbanización avanzaba velozmente, y con la mo­
dernización de los sectores agrícolas, orientados a la exportación,
creció rápidamente también la renta: entre 1870 y 1913 el PNB per
cápita aumentó un 153 por 100.

C recim iento del PN B per cápita en Dinamarca

Años En dólares USA de 1960 Indice

1870 340 100


1890 502 148
1900 739 217
1913 862 253

El nivel inmediatamente anterior a la guerra de la renta per


cápita danesa situaba a este país en el cuarto lugar de Europa,
siendo superada tan sólo por la que habían alcanzado los tres países
clásicos de la Revolución industrial (Inglaterra, Bélgica y Suiza), en
tanto que era superior a la que tenían Alemania, Holanda o Francia.
Por término medio, el nivel de la renta per cápita danesa era un
60 por 100 superior al europeo,1314y también era elevada su tasa
bruta de inversión anual, equivalente al 12-15 por 100 del PNB.M
Además, también creció notablemente la productividad en el sector
industrial, multiplicándose por dos la producción per cápita, mien­
tras que su tasa de crecimiento industrial anual fue del 4*5 por 100:
un resultado que quizá no es excepcional pero tampoco desdeñable,
dado el rápido aumento de la renta nacional, y teniendo en cuenta
el hecho de que la industria estaba orientada a satisfacer exclusiva­
mente el mercado interior.

13. P. Bairoch, Commerce e x t é r i e u r o p . til., p. 155.


14. K. Bjcrke, The National Product o} Denmark, income and tvealth,
Londres, 1955, p. 131; cf., también, Hansen, Okonomish va ekst..., op. cit.
Para el problema del desarrollo económico finlandés, que fue bastante gradual,
cf. los cálculos de R. Hjerppe y E. Pikhala, «Bruttovan santnotc Suomcsa 1860-
1913», Kansanfaloudellinen aikakauskirja, 3 (1977), p. 146.
LA P E R IF E R IA EU R O P EA E N E L S IG L O X IX 341

Dinamarca constituye, en la práctica, el único caso de industria­


lización gradual, basada en una agricultura desarrollada y orientada
en gran medida hacia la «(portación. Pero no podemos ignorar que
las circunstancias externas que favorecieron su alto nivel de renta
se vieron reforzadas por un desarrollo económico interno, tecno­
lógico y social coherente con ese crecimiento.

3. U n CRECIMIENTO MÁS IMPRECISO: HUNGRÍA, ITALIA Y RUSIA

También en Italia, Hungría y Rusia, aunque en un grado propor­


cionalmente inferior, se registró un desarrollo suficiente para estimu­
lar una transformación de las estructuras económicas y el proceso
de industrialización. Pero en estos tres países faltó tanto una indus­
tria orientada hada la exportación como las rentas derivadas de la
misma, con objeto de dar al proceso de industrialización un impulso
parangonable al de los países escandinavos.
En Hungría la única verdadera industria de exportación era la
de la molienda de cereales; en Italia, la de la seda y más tarde otras
industrias textiles. Las grandes disponibilidades de cereales de exce­
lente calidad contribuyeron indudablemente a promover el desarrollo
de la industria húngara de la molienda; que paralelamente con la
introducción en la siderurgia de la fase de laminación comportó una
fuerte expansión económica entre finales de la década de 1860 y
comienzos de la siguiente, con un incremento medio anual de la pro­
ducción del 18 por 100 entre 1866 y 1873. Tal resultado se debió
en parte al porcentaje extraordinariamente elevado de reinversión de
las ganancias obtenidas, que alcanzaba hasta el 30 por 100 de éstas.
En esta primera fase, el desarrollo industrial de Hungría se vio
favorecido también por las construcciones ferroviarias y por el pro­
ceso de urbanización, al igual que por algunas industrias que modi­
ficaron cualitativamente la estructura de las importaciones (la mine­
ría del carbón, la industria metalúrgica y la construcción de material
de transporte).
Desde la década de 1890 en adelante fue posible un desarrollo
industrial más estable en Hungría, debido a las inversiones de capital
extranjero y a las inversiones de las ganancias acumuladas gracias
a las exportaciones, canalizadas en su mayor parte a través de la
banca. De este modo empezaron a manifestarse algunos efectos acele­
342 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

radores, y los niveles de renta, relativamente bajos pero en constante


ascenso (se duplicaron entre 1863 y 1913), contribuyeron a la esta­
bilización de este proceso.13 La industria autóctona se abrió paso
poco a poco en el mercado interior de maquinaria, de productos
textiles, del papel y de los artículos de piel curtida, donde antes
dominaban las mercancías con marca de fábrica austríaca o checa.
Primeramente, las industrias húngaras se limitaron a satisfacer la
demanda de un mercado en expansión que las importaciones no con­
seguían cubrir enteramente, pero muy rápidamente estuvieron en
condiciones de atender cuotas cada vez más elevadas de la demanda
interna. Esto, de por sí, no significaba que se estuviese asistiendo a
una generalización del proceso de industrialización. En realidad, el
proceso en su conjunto estuvo mucho más articulado: «El aumento
de las rentas agrícolas, la entrada en gran escala de capital en cali­
dad de préstamos y otros factores productivos en la atrasada, pero
“sensible” economía húngara, y los efectos derivados de las inver­
siones en capital social aceleraron el crecimiento de los factores de
producción y crearon un mercado interior lo suficientemente vasto
para sostener una más amplia base industrial».15 16
La configuración de esta «base industrial» se consiguió mediante
un rápido crecimiento del sector industrial durante la década de 1890
(con una tasa media del 6 por 100 anual durante dicha década y del
5 por 100 en los primeros años del nuevo siglo), registrándose ade­
más, y se trata de un hecho aún más importante, el desarrollo de la
gran industria en áreas no directamente relacionadas con las expor­
taciones y con el proceso de modernización de la infraestructura
económica. En esa fase empezaron a desarrollarse los sectores indus­
triales que hasta entonces no habían podido hacerlo debido a la
competencia austríaca. Las innovaciones tecnológicas favorecieron
posteriormente el desarrollo de la naciente industria húngara de ma­
terial eléctrico, cuya producción, aunque no alcanzase un volumen
muy elevado, se orientó hacia la exportación.
En vísperas de la primera guerra mundial, Hungría ya se encon­
traba encaminada hacia el sendero de la industrialización: el sector

15. La renta nacional per cápita, pese a haberse duplicado durante dicho
periodo, se cifraba sólo en 322 coronas (cf. L. Katus, Economic growlh in Hutt-
gary during tbe Age o f Dualism, Budapest, 1970, p. 100).
16. Ibid., pp. 62-64.
LA P E R IF E R IA EU RO PEA EN E L S IG L O X IX 343

industrial aportaba el 27-30 por 100 de la renta nacional bruta, un


porcentaje que habfa sido duplicado en el espacio de pocas décadas.1718
En Italia la industria de la seda no era tan dinámica como la
húngara de la molienda de cereales, y tampoco la exportación de
productos agrícolas consiguió aportar una sólida base para el desarro­
llo económico. Si a ello añadimos que eran escasas las inversiones
extranjeras, no resulta sorprendente que faltaran los estímulos nece­
sarios para favorecer el desarrollo del proceso de industrialización
hasta mediados de la década de 1890. Los cálculos sobre el desarrollo
industrial italiano presentan más de una discrepancia, pero en su
conjunto concuerdan en que éste se caracterizó por la lentitud hasta
bien entrada la última década del siglo xix. Algunos estudiosos
estiman el crecimiento anual de la producción entre 1861 y 1897 en
un 0,7 por 100 como máximo; sólo a partir de finales de siglo la
tasa de crecimiento alcanzaría el 3 por 100“ Dado que la aceleración
del proceso de desarrollo industrial coincide en Italia con un aumen­
to de la producción agrícola — aumento que fue de un 0,4 por 100
anual entre 1871 y 1897 y de un 2 por 100 entre 1897 y 1914—
y con una tasa de inversión creciente, gracias en parte a una intensi­
ficación de las intervenciones estatales, parece correcto concluir que
la industrialización se basó sobre todo en el mercado interior. Éste
fue el que aportó los incentivos, pero al mismo tiempo fijó los lími­
tes del desarrollo industrial del país, como podemos constatar clara­
mente a través del caso de la industria textil, cuya producción
aumentó hasta expulsar del mercado nacional los productos de lana
y de algodón extranjeros. En la década de 1870 el consumo anual
per cápita de tejidos de algodón era de un kilo, mientras que a
comienzos del siglo xx había subido a cinco kilos. La industria de la
seda era el sector con una mayor expansión, aportando del 25 al
10 por 100 de las exportaciones totales del país, seguida de cerca
por las otras industrias textiles, de modo particular por la del algo­
dón. En el transcurso de dos décadas, la producción aumentó hasta
el punto de poder satisfacer la demanda interior, mientras que en

17. I. Berend y G. Ranki, The development o f Hungarian manufacturíng


Industry, Budapest, 1960; ídem, Hungary. A century o f ecottomic development,
Newton Abbot, 1974.
18. A. Maddison, Economtc grow tb.... op. c i t L. D e Rosa, la rivoluzione
Industríale nelVltalia del M ezzogiomo, Barí, 1973, p. 21.
344 L A REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

los años inmediatamente anteriores a la guerra se exportó el 10 por


100 de la producción textil italiana.19
El desarrollo de las construcciones ferroviarias y de la construc­
ción naval recibió el apoyo del Estado con el establecimiento de
aranceles proteccionistas y con la fundación de talleres estatales. De
estos sectores se derivó no sólo un potente impulso para la expan­
sión de la siderurgia italiana, sino también, en términos más gene­
rales, un notable estímulo para la ampliación del mercado interior
de productos industriales. Mientras que en la década de 1890 la
producción per cápita de hierro era sólo de 7 kilos, en los años inme­
diatamente anteriores a la guerra se cifró en 12 kilos. La energía
eléctrica contribuyó a superar el obstáculo que para la industrializa­
ción suponía la falta de carbón. La amplia disponibilidad de energía
hidráulica barata representó una notable ventaja para Italia: desde
medidos de la década de 1890, la industria de producción eléctrica
y la de la fabricación de material eléctrico se convirtieron en los
sectores industriales de más rápido desarrollo, con una tasa de
crecimiento del 13 por 100 anual.
Algunos historiadores consideran que la tasa de crecimiento de
la producción industrial italiana se duplicó durante las dos décadas
que precedieron a la guerra, y otros que creció dos veces y medía.
De todos modos, la tasa media de crecimiento fue del 5,4 por 100
anual.20 El PNB, sin embargo, sólo llegó a duplicarse entre 1870 y
1913 y, al igual que el aumento de la productividad, no alcanzó más
que la mitad de la tasa de crecimiento de los países escandinavos.
Teniendo en cuenta la existencia de un incremento demográfico rela­
tivamente alto, el PNB per cápita creció sólo a razón de un 0,7 por
100 anual frente a una tasa superior al 2 por 100 de Suecia o de
Dinamarca.21 Una de las causas fundamentales de este modestísimo
crecimiento fue el virtual estancamiento del producto nacional per

19. L. Cafagua, «Italy 1830-1914*, en The F ontana..., op. cit., vol. IV,
parte 1, Londres y Glasgow, 1973, p. 307 (hay trad. cast.: C. M. Cipotla, ed.,
Historia económica de Europa. E l nacimiento de las sociedades industriales,
vol. IV, parte 1, Ariel, Barcelona, 1982, pp. 289-339).
20. A. Gerschenkron, «Notes on the rate of industrial growth in Italy»,
Economic backwardness in bistorical perspective, Cambridge, Mass., 1962, p. 73
(hay trad. cast.: E l atraso económico en su perspectiva histórica, Ariel, Batee-
lona, 1968, pp. 79-96).
21. A. Maddison, Economic grow th..., op. cit., pp. 201 ss.
LA P E R IF E R IA E U R O PEA E N E L SIG L O X IX 345

cápita entre 1860 y 1890. El proceso de desarrollo podemos decir


que empezó a partir de la década de 1890, y desde entonces hasta
1910 el PNB creció un 20 por 100 y, posteriormente, un 25 por 100
hasta 1913.

Producción de energía eléctrica en Italia


(en millones de kilowatios-hora)

Años Millones de kW-hora

1900 160
1906 700
1913 2.200

Carente de un sector exportador dinámico, ya que a comienzos *


del nuevo siglo ni siquiera las industrias textiles, mecánicas y auto­
movilísticas podían ser consideradas como tales, y dotada de un limi­
tado mercado interior, Italia continuó siendo sustancialmente un país
agrícola. La contribución del sector industrial al PNB creció sólo del
21 al 28 por 100,22 mientras que apenas una cuarta parte de la
población activa estaba empleada en la industria manufacturera. Las
espectaculares diferencias regionales, el terrible atraso del sur, donde
la renta per cápita era de menos de la mitad de la media nacional,
son indicios incontrovertibles de la debilidad de la transformación
industrial italiana. Pero a pesar de ello, la economía italiana había
empezado a desarrollarse en una proporción creciente. A comienzos
del nuevo siglo ya era posible observar en dicho país algunas carac­
terísticas típicas de las naciones industriales avanzadas, que veinte
años más tarde se encontraban todavía más acentuadas. «En efecto
—escribe Giorgio Morí— , al día siguiente de la terminación del con­
flicto mundial, y al menos en valor absoluto, [Italia] se encontraba
entre los ocho primeros países productores del mundo de acero,
cemento, energía eléctrica, automóviles, ácido sulfúrico, superfosfa-

22. R. Romeo, Breve storia delta grande industria in Italia, Colonia, 1973;
G. Fuá, Formazione, distribuzione e impiego del reddito dal 1860. Sintesis
statistica, Roma, 1972.
346 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

tos, fibras textiles artificiales.» 2324En 1913 el PNB per cápita ya se


aproximaba al 80 por 100 del promedio europeo, y aunque no podía
vanagloriarse de haber alcanzado un éxito excepcional en el campo
de la modernización de su economía, Italia por lo menos había logra­
do escapar al destino de las naciones que no consiguieron industria­
lizarse.
En Rusia, tanto la situación económica como la social acusan
un atraso bastante más pronunciado que en Italia o Hungría. El
desarrollo económico se basó en las exportaciones de trigo y de cerea­
les en general, una circunstancia que había hecho posible el aumento
del 70 por 100 de la producción de trigo durante los años compren­
didos entre la reforma de 1861 y finales de siglo; la exportación de
trigo se situó en un promedio anual de 1,6 millones de toneladas
después de 1870, de 2,3 millones durante el período de 1899-1902,
y volvió a crecer durante la primera década de este siglo hasta
alcanzar un promedio anual de 4,2 millones de toneladas de 1910
a 1913. En el transcurso de dicho período, las exportaciones totales
de cereales pasaron de 1,8 millones a 5 millones de toneladas, llegan­
do a los 8 millones en vísperas de la guerra.2*
Sin embargo, dado el enorme potencial económico de Rusia, los
incentivos para el desarrollo derivados de sectores de exportación y
de la participación financiera extranjera tuvieron repercusiones tam­
bién fuera de la agricultura y de la industria extractiva. Por otra
parte, el proceso de industrialización a partir de la década de 1890
fue más rápido y todavía más disperso.

23. G . Morí, II capitalismo industríale in Italia. Processo d'industríudixm-


zione e storia ¿'Italia, Roma, 1977, p. 25. En otro artículo, Morí ha puesto
de manifiesto su tesis sobre el carácter relativo del desarrollo industrial italiano
(cf. G . Mori, «The process of industrialization», Journal o f Europea» Economic
H istory, IV, 1975).
24. P. A. Hromov, The economic deuelopmenl o f Russia in the Nineteentb
and Tw entietb centuries (en ruso), Moscú, 1950, pp. 59 y 207.
LA P E R IF E R IA EU RO PEA E N E L SIG L O XIX 347

índice de la producción industrial rusa25


(1900 = 100)

Años Indice

1860 14
1890 51
1900 100
1913 163

Un desarrollo industrial relativamente tan rápido (que quizás


alcanzó el 5 por 100 anual) requiere alguna explicación, dado que
el PNB per cápita en esas décadas se mantuvo prácticamente estanca­
do ,25
26 ni se registró un crecimiento de las exportaciones que merezca
ser recordado. El desarrollo industrial de Rusia venía caracterizado
por el hecho de que se trataba de un proceso de industrialización
muy concentrado en la industria pesada. El país era particularmente
apto para este tipo de desarrollo, ya que muy pocos en Europa eran
tan ricos en las dos materias primas fundamentales de la Revolución
industrial, hierro y carbón, y por ello se comprende fácilmente por
qué el 30 por 100 de las inversiones extranjeras en la Rusia zarista
se volcó hacia la minería y la metalurgia. Pero ni siquiera las cons­
trucciones ferroviarias estaban en condiciones de contribuir en un
grado apreciable a incrementar el PNB per cápita, porque si bien
el mercado interior se había ampliado en virtud de las conexiones
ferroviarias de las vastas extensiones de Rusia, en la década de 1860,
la producción autóctona cubría sólo el 40 por 100 de las necesidades

25. Basado en las cifras aportadas por: R. Goldsmith, «Economic growth


¡n Tsarist Russia, 1860-1913», Economic Development and Cultural Change, IX
(1961); J. V. Bovykin, «Probleme des industridles Entwkklung Russlands», en
DeutscUand und Russlands im Zeitalter des Kapitalismus 1861-1914, Wiesba-
den, 1974. Y cf., también, The industry o f tb e Soviet Union, Moscú, 1964,
pp. 112-116; P. Lyascsenko, National economy o f Russia to tbe 1917 revolu-
tion, Nueva York, 1948.
26. Según Bairoch, si se establece la base 100 para el nivel de la renta
nacional en 1870, se tiene un índice de 125 en 1913, considerablemente más
bajo que el relativo a la media europea y exactamente opuesto al modelo de
desarrollo escandinavo. También el nivel de la renta nacional per cápita siguió
siendo muy bajo, equivalente al 65 por 100 de la media europea en 1870 y
bajando al 55 por 100 en 1913.
348 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

de consumo de hierro y acero, lo cual comportaba, como inevitable


consecuencia, el empeoramiento del déficit de la balanza de pagos.27
Finalmente, debemos tener en cuenta que la población rusa creció
durante el mismo período de tiempo a una tasa sin precedentes,
aumentando cuatro veces en el transcurso de pocas décadas:28 el in­
cremento demográfico registrado, de aproximadamente noventa mi­
llones, fue más o menos parecido al aumento que experimentó la
población del resto de Europa en el mismo período de tiempo. Aun
cuando muchos rusos siguieron siendo campesinos autosuficientcs, el
sector agrario tendió a convertirse, especialmente después de las
reformas de Stolypin, en un importante mercado para los productos
industriales. La industria textil y la industria de construcciones me­
cánicas obtuvieron enormes ventajas de esta rápida expansión de la
demanda. De hecho, como observa Jatsunskij, aunque tuviese poco
en común con los mercados nacionales de las mayores potencias
industriales de la Europa del siglo xix, el mercado interior fue, con
toda seguridad, el principal mercado de la industria rusa durante
todo el período de la industrialización y también posteriormente .29
Desde el momento en que Rusia se encaminó por la senda del
desarrollo económico, sus recursos naturales, sus dimensiones, su
población, comportaron la existencia de un mercado tan vasto como
para hacer inevitables algunos efectos aceleradores. En 1913 la indus­
tria rusa aportó casi un 25 por 100 de la renta nacional. En último
análisis, el valor del PNB ruso, en términos absolutos, era el más
alto de Europa. Rusia producía el 12 por 100 de todo el hierro, el
9 por 100 de todo el carbón extraído y el 20 por 100 de todo el algo­
dón que se consumía en Europa.
Pero a pesar de su rápida industrialización, la posición relativa
de Rusia como potencia industrial no cambió mucho.30 Los resul­

27. O. Crisp, «The pattem of Russian industrialization», en P . Léon y


F. Crouzet, eds., Industridisation en Europe au X IX * siécle, Lyon, 1973.
28. A. G. Rashin, Hundred ycars o f tbe population in Russia, Moscú, 1956,
pp. 26 ss.¡ G. Grossmann, «Russia and the Soviet Union», en The Fontana....
op. cit., vol. IV, parte 2 (hay trad. cast.: C. M. Cipolla, ed., Historia económica
de Europa. E l nacimiento de las sociedades industriales, vol. IV, parte 2, Ariel,
Barcelona, 1982, pp. 129-177).
29. V. K. Jatsunskij, «The industrial revolution in Russia», Voprosi Isto-
rii, X II (1952), p. 65.
30. Para una reciente discusión sobre este tema, cf. Questions o f the his-
tory o f capitaiism in Russia, Szverdlovsk, 1972; The origin o f eapitalism in tbe
LA P E R IF E R IA E U R O PEA E N E L S IG L O X IX 349

tados derivados de la industrialización de ninguna manera podían


compensar su atraso. Los efectos aceleradores, aunque innegables,
fueron bastante débiles. «En lo que concierne a la producción indus­
trial per cápita —señala Bovykin—, Rusia continuó situada a la par
de España. La tasa de crecimiento industrial entre 1900 y 1913,
aunque ciertamente notable, resultó insuficiente para colmar la dis­
tancia respecto a los países industriales más avanzados, y más aún,
ésta había aumentado entre comienzos de siglo y el estallido de la
primera guerra mundial.» 31 Pese a esto, Rusia logró reunir cierto
número de elementos característicos de la Revolución industrial, de­
mostrando que era capaz de transformarse. Con un progreso lento e
imperfecto, el país había escapado de su posición periférica entran­
do en la moderna era industrial. No obstante, para conseguir ulterio­
res progresos se hizo necesario proceder a radicales cambios sociales
y políticos.
David Landes observa respecto a los países periféricos de los
que hasta ahora hemos tratado que

junto a las economías avanzadas, una serie de países que hoy llama­
ríamos «subdcsarrollados» iniciaron en esos años de transición tec­
nológica su Revolución industrial. Algunos, como Suecia y Dina­
marca, efectuaron la transición sin grandes sacudidas, y consiguieron
aumentar rápidamente la productividad y la renta per cápita. Otros,
como Italia, Hungría y Rusia, asimilaron la tecnología moderna con
dificultades, y tales progresos, aplicados a sectores aislados de la
economía, sólo muy lentamente consiguieron superar el tenaz atra­
so que caracterizaba la mayor parte de las ramas de la actividad
económica. En estos países, la industria aportaba una fracción tan
exigua de la riqueza y de la renta nacional, que pese a los rápidos
progresos registrados en este campo, éstos incidieron relativamente
poco, en un principio, sobre la producción total o sobre el nivel
de vida.3**312

industry and ¡a tbe agricultura in Russia, Moscú, 1969; Goldsmith, «Economic


grow th...», art. cit.
31. Cf. V. I. Bovykin, «Oroszorsgág ipari fejlodésének társadalmigazdasági
problémái», Tórtinelm i Szemle, 1-2 (1973), p. 44.
32. D. S. Landes, The unbound Prometbcus. Technological Change and
Industrial Development in W estern Europe from 1750 to the Present, Cam­
bridge, 1972, p. 236 (hay trad. cast.: Progreso tecnológico y revolución indus­
trial, Tecnos, Madrid, 1979).
350 LA R EV OLUCIÓ N IN D U S T R IA L

4. LOS EXCLUIDOS: LA PENÍNSULA IBÉRICA Y LOS BALCANES

En una situación decididamente peor estaban, sin embargo, la


península Ibérica y los Balcanes, áreas en las que no se verificó nin­
guna verdadera transformación de la economía nacional, ni un efec­
tivo desarrollo industrial.
España, perdidas sus colonias, no consiguió acrecentar su renta
nacional a la par que lo hacían los países industrializados. Este país
era todavía uno de los más ricos de Europa a comienzos del siglo xix;
mientras que en 1870, España había visto debilitada su posición
relativa porque, aun cuando su producto nacional equivalía al 90 por
100 del promedio europeo, su producto nacional per cápita había
crecido sólo un 12 por 100 en el transcurso de cuarenta años, y se
situaba en torno a la mitad de la renta nacional de los países euro­
peos avanzados.
La principal industria española era la tradicional industria textil,
localizada, principalmente, en Cataluña, donde la mecanización se
había iniciado a fines de la primera mitad del siglo xix, sobre todo
en el sector de la hilatura. El consumo de algodón creció de 20.000
toneladas anuales en 1860 a 90.00 durante la primera década del
siglo xx. El consumo per cápita seguía siendo bajo (era de 1 kilo
en 1860 y de 4 kilos a finales de siglo). El mercado interior era el
principal destinatario de la industria textil española, aunque las colo­
nias, especialmente Cuba, cobraron una notable importancia en tanto
continuaron como tales. A mediados de la década de 1890, el 17 por
100 de la producción textil española era exportada, pero esta propor­
ción descendió por efecto de la pérdida de las colonias (Cuba, Puerto
Rico y Filipinas).”
Otro recurso potencial de desarrollo industrial lo constituían los
enormes depósitos de hierro y de minerales no ferrosos, cuya utili­
dad sin embargo se veía limitada debido a la escasez de carbón, com­
bustible del que se consumían cantidades relativamente modestas,3

33. Por lo que respecta a estos datos, cf. J. Nadal, «Spain 1830-1914», en
The Fontana..., op. cit., vol. IV, parte 2 (hay trad. cast.: C. M. Cipolla, ed.,
Historia económica de Europa. El nacimiento de las sociedades industriales,
vol. IV, parte 2, Ariel, Barcelona, 1982, pp. 178-272). El valor de las expor­
taciones españolas a Cuba, Puerto Rico y Filipinas se multiplicó por dos en
la década de 1890 (cf. J. R. Harrison, «Catatan business and the loss of Cuba
1898-1914», Economic H istory Review, I I I , 1974, p. 431).
LA P E R IF E R IA E U R O P E A E N E L S IG L O X IX 351

la mitad de las cuales era importada principalmente de Inglaterra.


Una imagen significativa de la relación existente entre los dos países
nos la ofrece el hecho de que el carbón inglés llegase a España en
las mismas naves que habían transportado el mineral de hierro a
Inglaterra. Este era uno de los motivos por los cuales la producción
siderúrgica española era más cara que la inglesa. El capital inglés o
el francés no tenían ningún interés en desarrollar la fundición del
mineral en España, dado que este país inundaba con millones de
toneladas de mineral de hierro los puertos de los países desarro­
llados: entre 1875 y 1884 exportó el 85 por 100 del mineral extraí­
do, con una media anual de 2,2 millones de toneladas; entre 1904
y 1913 la exportación destinada a la siderurgia extranjera fue equi­
valente al 90 por 100 de la producción de mineral de hierro, es
decir, se exportó un promedio de 8,2 millones de toneladas por año.
La producción siderúrgica sólo se desarrolló en el país a partir de
comienzos de la década de 1880, en parte gracias a la inversión
de los beneficios acumulados a través de la exportación de mine­
ral de hierro.
La oportunidad que para el desarrollo de la siderurgia española
supuso el primer conflicto mundial comportó unas ganancias que, en
total, no superaron el medio millón de toneladas. La producción per
cápita fue, debido a ello, equivalente sólo al 50 por 100 de la hún­
gara. En general, el desarrollo industrial español se situó por detrás
del húngaro, a pesar de que España hubiera dispuesto de mejores
condiciones para el desarrollo. Todavía en 1910 más del 70 por 100
de la población activa española estaba empleada en la agricultura.
Ni los beneficios acumulados a través del sector agrario, ni los estí­
mulos externos derivados de las inversiones de capital extranjero y
de las exportaciones bastaron para mejorar la renta nacional española
o para conseguir su reestructuración, orientada hacia la moderniza­
ción de la economía.34
Los restantes países periféricos fueron totalmente incapaces de
salir de una situación preindustrial. En Grecia, las tasas más eleva­
das de crecimiento de la producción entre 1860 y 1907 correspon­
dieron a productos agrícolas destinados a la exportación: la produc­

34. J. Harrison, A n economic bistory o f modera Spain, Manchester, 1978


(hay trad. cast.: Historia económica de la España contemporánea, Vicens-Vives,
Barcelona, 1980).
352 LA R EVOLUCIÓ N IN D U S T R IA L

ción de pasas creció de 12.000 a 16.000 quintales, la de tabaco de


12.000 a 88.000 quintales y la de aceitunas de 40.000 a 256.000
quintales. En Rumania, el valor de la producción agrícola era de
aproximadamente 2.000 millones de lei, mientras que el valor de la
producción industrial se cifraba en 700 millones de lei. En Bulgaria
y en Servia, el valor de la producción agrícola respecto a la indus­
trial se situaba en una proporción de 9 a 2 . Pero en estos tres países
el valor de las exportaciones se multiplicó por tres. En Rumania, la
producción de trigo pasó de los siete millones de quintales anuales
en 1880-1884 a 22,3 millones, por término medio, durante el perío­
do de 1903-1912, mientras que la producción de los otros cereales
crecía de 17 a 23 millones de quintales; en Servia, la producción de
trigo subió de 1,1 a 4 millones de quintales en el transcurso de
estos años, y en Bulgaria de 4 a 10,6 millones de quintales durante
el mismo período de tiempo.3* Portugal consiguió desarrollar una
embrionaria industria textil con la contribución del mercado colonial,
en el que colocaba la quinta parte de sus exportaciones. En los Bal­
canes, en cambio, sólo es posible observar los primeros pasos hacia
la industrialización en los años del cambio de siglo. En Portugal
y en Grecia, el absoluto predominio de la población rural estaba,
en alguna medida, mitigado por un número relativamente elevado
de personas empleadas en el comercio y en la marina mercante;
mientras que en los Balcanes, la agricultura seguía siendo el sector
predominante, tanto por lo que respecta a la población como a la
distribución de la renta. En dichos países ofrecían algún indicio de
balbuceante desarrollo industrial algunos sectores de la industria
alimentaria, la cual constituía, muy destacadamente, el ramo indus­
trial más importante; la industria textil, si bien bastante reducida
y débil, subsistía a pesar de la competencia extranjera; unas pocas
actividades extractivas y una industria metalúrgica, que recordaba en
muchos aspectos los talleres de carácter artesanal. En conjunto, estos
sectores ponían de manifiesto más la presencia de una demanda exte­
rior y de una modernización tan sólo simbólica, que la existencia
de un verdadero desarrollo económico. En general, el escaso desarro­
llo industrial que se registró en estos países estaba orientado a satis­
facer la demanda de materias primas por parte de grupos financieros35

35. Cf. Ivan T. Bercnd y G. Ranki, Economic development in east-centrd


Europe in ihe 19tb and 20th Ccnturies, Nueva York y Londres, 1974.
L A P E R IF E R IA EU R O PEA E N E L S IG L O X IX 353

extranjeros. Las Industrias que producían para el mercado nacional


eran, a su vez, expresión del extraordinario subdesarrollo de este
último y tuvieron una tasa de crecimiento insólitamente lenta.

Crecimiento de la renta nacional per cápita


en los países periféricos más atrasados
(en dólares de 1960)3637

País 1870 1890 1910

Bulgaria 220 250 270


Grecia 250 290 325
Rum ania 210 150 307
Portugal 270 270 290
Servia 230 250 282
M edia europea 359 388 499

La tasa de crecimiento más lenta corresponde a Portugal, una


potencia grande y rica en el siglo anterior, y que a pesar de su vasto
imperio colonial, a comienzos del siglo xix había descendido al nivel
de los Balcanes. Bulgaria y Servia, con índices del 20 por 100 y
Grecia del 30 por 100 también tenían una tasa de crecimiento nota­
blemente inferior a la media europea. Sólo Rumania, gracias a las
consecuencias del primer boom petrolífero, consiguió unos resultados
algo mejores. Esos países quedaron rápidamente atrasados respecto
al resto de Europa; su producto nacional se situó entre el 50-60 por
100 de la media europea y en torno a un tercio del de los países
más avanzados. Con una población aproximadamente igual, Dina­
marca tenía una población obrera ocupada en la industria seis veces
superior a la de Servia o Grecia. En lo que concierne a la producción
industrial, los países balcánicos tenían una producción equivalente
a un tercio de la media europea y sólo al 10-20 por 100 de la de Jos
países más avanzados. Pero debido a que el consumo de productos
industriales era muy bajo, la industria búlgara, por ejemplo, estaba
en condiciones de satisfacer el 43 por 100 de la demanda interior .27

36. Datos procedentes de Bairoch, «Europe’s G r o s s a r t . cit., p. 286.


37. L. Berov, Economic development o f Bulgaria through centuries, Sofía,

23. — N AD AL
354 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

Los Balcanes, en suma, sólo consiguieron dar los primeros pasos


hacia la industrialización; en el caso de estos países, las fuerzas que
la Revolución industrial europea había puesto en movimiento nau­
fragaron o encallaron, debido a que el atraso social y económico del
área era demasiado grande y el contexto económico internacional
demasiado contradictorio y plagado de obstáculos para favorecer su
progreso. Gimo han señalado Milward y Saúl,

desde el punto de vista de los Balcanes, la red europea de pagos


y del comercio internacional, que operaba con perfecta fluidez para
los países desarrollados después d e la adopción del patrón oro,
incluso podía ser considerada dañina para el desarrollo económico.
Sin más eficaces sistemas para procurarse capitales y sin mercados
más sólidamente garantizados para la exportación d e productos pri­
marios, hubiera sido difícil un crecimiento sostenido del sector
agrícola.3®

5. El nuevo mapa de la periferia económica europea

Con objeto de intentar trazar un cuadro del desarrollo económico


y de los progresos de la industrialización en la periferia europea,

1974, p. 91. Una síntesis más reciente de la industrialización en los Balcanes,


que aporta relativamente pocas nuevas informaciones, es la de S. Damianov,
«Sur le développemem industriel Sudoest européen ¡k la fin du xix et au début
du xx siédes», Eludes Balkartiques, IX (1979).
38. A. Milward y S. B. Saúl, Tbe developm ent..., op. « /., pp. 671-672.
Estos dos estudiosos nos ofrecen un resumen bastante equilibrado sobre los
países subdesarrollados de la Europa oriental, que puede apoyar la teoría según
la cual los países avanzados se desarrollaron fundamentalmente explotando a
los atrasados. Entre 1886 y 1910 —los datos no muy fiables proceden de
A. G. Frank—, Rumania tuvo un superávit en su balanza comercial de 80 mi­
llones; Bulgaria y Grecia tuvieron un déficit de 14 y 17 millones respectiva­
mente. Hungría tuvo una balanza comercial que saldó alternativamente con
superávits y déficits en un número equilibrado de años durante este periodo,
mientras que la balanza comercial de Bulgaria, en general, fue deficitaria. El
comercio exterior de Servia empezó a saldar con superávits a partir de comien­
zos del siglo xx, y después de 1910 sólo Rusia y Rumania tuvieron, regular­
mente, una balanza comercial favorable (cf. A. G. Frank, «Trade balances and
the Third World: a commentary on P. Bairoch», The Journal o f European
Economic H istory, V I, 1976).
LA P E R IF E R IA EU RO PEA EN E L SIG LO XIX 355

tomaremos ahora en consideración los datos sobre el PNB per cápita,


que constituyen el mejor indicador disponible a este respecto, aun­
que contengan algunos elementos de imprecisión, sobre todo en el
caso de las regiones más atrasadas, los Balcanes y la península
Ibérica.

Crecimiento del PNB per cápita en diferentes países


(en dólares de 1960) 39

Estado 1860 Europa = 100 1910 1860= 100 Europa = 100

Dinamarca 294 95 739 251 148


Finlandia 241 78 451 187 90
Noruega 401 129 673 168 135
Suecia 225 72 593 263 119
Hungría 230 74 372* — 74
Italia 301 97 366 122 73
Rusia 178 57 287 161 57
España 346 112 370 107 74
Portugal 275 89 290 106 58
Greda 230 74 325 141 65
Rumania 200 64 307 153 61
Bulgaria 210 68 270 131 55
Servia 220 71 282 128 56
Media europea 310 100 499 165 100

* Datos relativos a 1913, referidos a los límites húngaros de 1919-1938.

Una comparación de carácter regional de las diferentes áreas


periféricas con los países del «centro» resultará quizá más instruc­
tiva:39

39. Los datos sobre el PNB per cápita proceden de Bairoch, «Europe’s
Gross ...*, art. d t., p. 286.
3 5 6 L A REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

Crecimiento del P N B per cápita en las diferentes regiones


(en dólares de 1960) m

Promedio Europa Promedio Europa


Regiones 1860 occidental = 100 1910 occidental = 100

E uropa occidental 384 100 638 100


Escandinavia 273 71 604 95
Países mediterráneos 309 80 355 55
E uropa oriental 180 47 287 44
Im perio austrohúngaro 288 75 469 73
Hungría 230 60 372* 58

* Datos relativos a 1913, referidos a los límites húngaros de 1919-1938.

La rápida tasa de crecimiento de Escandinavia — cercana al 2 por


100— fue incluso superior a la tasa media de crecimiento del con­
junto de Europa occidental, que se situó entre el 1-1,5 por 100
anual. Rusia y el imperio austrohúngaro tuvieron unas tasas de creci­
miento aproximadamente iguales, mientras que la de Hungría fue
un poco superior a la media europea. Por el contrario, las tasas de
crecimiento de España y Portugal fueron bastante bajas, mientras
que las de los países balcánicos oscilaron entre el 0,4 y el 0,6 por 100
anual (el 0,8 por 100 por lo que a Rumania se refiere). En conse­
cuencia, la ventaja adquirida a mediados del siglo xix, a causa de
un pasado económico más favorable y de una industrialización ini­
ciada con anterioridad por los países del centro respecto a los de la
periferia, había aumentado en el transcurso de los cincuenta años
posteriores. Los países menos desarrollados habían cambiado muy
poco en la época de la Revolución industrial, ya que en ellos los
progresos de la industrialización fueron escasos, hasta el punto de
que su estructura económica se había esderotizado y presentaba una
forma totalmente diferente de la de los países más desarrollados. Por
ello, estos países continuaron o se vieron empujados a una posición
periférica en la división europea del trabajo. Exitos y fracasos, resul­
tados parciales y tentativas frustradas ilustran el cuadro variopinto 40

40. Ibid., p. 279.


LA P E R IF E R IA E U R O PEA EN E L S IG L O XIX 357

del desarrollo de la periferia europea durante la Revolución indus­


trial. Pero mientras que a comienzos del «largo siglo XIX» estos
países se presentaban como un todo único respecto del centro, a cau­
sa de su atraso y los rasgos tradicionales de su estructura económi­
ca (a pesar de las grandes diferencias existentes debidas a la especi­
ficidad de su posición geográfica, de su desarrollo histórico, de su
estructura social y de su posición internacional), a finales de dicho
siglo, las mencionadas semejanzas habían desaparecido en gran parte.
Los países escandinavos habían escalado posiciones y se habían con­
vertido en parte integrante del centro industrial europeo desarrolla­
do; otros países, como Italia y Hungría, y en parte también Rusia,
habían conseguido progresos en el camino de las transformaciones
económicas, pero sin haber llegado al punto de destino antes de que
el estallido de la primera guerra mundial interrumpiese bruscamen­
te la época de las transformaciones económicas ochocentistas. Otros
países de la Europa meridional y suroricntal apenas habían iniciado
dicho camino o se hallaban empantanados desde los comienzos de
esta andadura.
Con todos sus particularismos sociopolíticos y culturales, estos
países se vieron relegados a un papel similar al que les ha tocado
desempeñar a las periferias extraeuropeas dentro del sistema econó­
mico mundial de los siglos xix y xx. Estamos muy lejos, por tanto,
de estar en presencia de unas transformaciones de carácter uniforme.
La compleja variedad de los diferentes contextos sociales, la diver­
sidad de las respuestas, los éxitos y los fracasos ejemplifican muy
bien tanto el carácter articulado de la industrialización europea du­
rante el siglo xix, como su estructuración en un sistema interrela­
cionado en el que las ventajas se concentran todas en un sentido y
las desventajas en el otro. Por otra parte, aun cuando el proceso de
integración en la economía mundial fuese por su naturaleza desigual,
en la medida que entraban en relación partes de condición desigual,
esto no imoedía la posibilidad de un desarrollo también desigual. El
proceso de integración en la economía mundial de un país atrasado
no provocaba necesariamente, y en todos los casos, su «periferizs*
ción»,41 al igual que tampoco representaba la seguridad de poder

41. Este tipo de teorización sobre los países periféricos, H uri Tslamoglu
y Caglar Keyder lo han aplicado recientemente al imperio otomano en un
artículo aparecido durante 1977 en la Ottoman Hislory Review,
358 LA REV O LU C IÓ N IN D U S T R IA L

a1rflr»?ar a los países más avanzados. De todos modos, los países que
se industrializaron más tardíamente se vieron obligados a transfor­
mar su economía nacional en una parte orgánica, con funciones espe­
cíficas, de la economía capitalista a escala mundial.
Karl-Gustaf Hildebrand

PROBLEMAS RESUELTOS E IRRESUELTOS


EN LA HISTORIA
DE LA INDUSTRIALIZACIÓN ESCANDINAVA

1. V iejos y nuevos intereses en la historiografía


ECONÓMICA ESCANDINAVA

En ninguno de los países escandinavos existió algo similar a una


«revolución industrial» antes de mediados del siglo xix: constituye
una opinión generalizada que la primera década «revolucionaría»
no se produjo hasta los años de 1870 o tal vez en el decenio de 1890.
Pero por parte de los estudiosos escandinavos se ha despertado un
interés creciente por la protoindustrialización y por la evolución
de la agricultura, y precisamente por eso el período de referencia
para nuestros trabajos (1750-1900) resulta particularmente signifi­
cativo para el caso escandinavo, aunque la fecha de 1900 aparece
como una delimitación temporal artificial, dado que los años 1900-
1914 representaron para Escandinavia una época de fuerte expansión.
La literatura sobre el tema puede dar la impresión de que no
existe un «caso» escandinavo: los historiadores estudian, en gene­
ral, de manera separada, Dinamarca, Finlandia, Noruega y Suecia, y
en pocas obras se ha intentado presentar una visión de conjunto de
la industrialización en toda Escandinavia.1 No obstante, los estudio­

1. L. Jorberg, «The Industrial Revolution in Scandinavia, 1850-1914», en


The Fontana Eeonomic History of Europe, vol. IV, parte 2, Londres y Glasgow,
1970 (hay trad. cast.: C. M. Gpolla, ed., Historia económica de Europa. El
nacimiento de las sociedades industriales, vol. IV, parte 2, Ariel, Barcelona,
360 LA R E V O LU C IÓ N IN D U S T R IA L

sos escandinavos son conscientes de que en el plano económico las


semejanzas entre sus respectivos países son particularmente acusadas,
y de que, por tanto, los estudios realizados tienen muchas más cosas
en común de lo que pudiera parecer a primera vista.
La cuestión de la industrialización en Escandinavia no suscitó
trabajos de una cierta importancia con anterioridad al período com­
prendido entre las dos guerras: por razones que podríamos denomi­
nar «naturales», dado que el panorama económico escandinavo ofre­
cía pocas referencias para una historia de la industrialización en esta
área geográfica. Esto no significa que no puedan ser tomadas en
consideración muchas publicaciones precedentes: estudios estadísti­
cos, a menudo de buena calidad; informes de comités, que contienen
material para la historia económica; debates generales sobre la indus­
trialización y sobre las condiciones de trabajo y de vida de la mano
de obra asalariada, además de algún estudio académico. Eli F. Hecks-
cher, padre de la moderna historiografía sueca, empezó su carrera
profesional con un estudio sobre la importancia económica de los
ferrocarriles suecos, en el que también abordaba la cuestión de su
impacto sobre el proceso de desarrollo industrial (1906-1907).1
El giro decisivo en el plano historiográfico tuvo lugar en las
décadas de 1920 y 1930. Wilhelm Keilhau trató extensamente de
los problemas relativos a la historia económica en los volúmenes
dedicados al siglo xix (aparecidos entre 1929 y 1935), que forma­
ban parte de una obra colectiva titulada Det norske folks liv og
historie (La vida y la historia del pueblo noruego). En 1931 Arthur
Montgomery publicó la edición sueca de una obra que se tradujo al

1982, pp. 7-128); K. G. Hildebrand, «Labour and Capital in the Scandinavian


Countries in the Nineteenth and Twentieth Centuries», Cambridge Economic
Hislory of Europe, V II, 1, Cambridge, 1978 (hay trad. cast.: P. Mathias y
M. M. Postan, eds., Historia económica de Europa. La economía industrial:
capital, trabajo y empresa, vol. V II, parte 1, Revista de Derecho Privado - Edito­
riales de Derecho Reunidas, Madrid, 1981, pp. 835-880). Un trabajo merecida­
mente famoso es el cap. V III del libro de A. Milward y S. A. Saúl, The
Economic Development of Continental Europe, 1750-1870, Londres, 1973, que
comprende la totalidad del período hasta 1914 (hay trad. cast.: El desarrollo
económico de Europa continental. Los países adelantados (1780-1880), Tecnos,
Madrid, 1979).
2. La obra clásica de W. Scharling y V. Falbe-Hansen, Danmarks Stalistik,
publicada entre 1878 y 1891, es bastante más que una recopilación de cuadros
estadísticos.
H IS T O R IA D E LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N ESCANDINAVA 361

inglés en 1939 con el título de The rise of modera industry in


Sweden. Axel Nielsen presentó un sucinto esquema sobre la indus­
trialización en Dinamarca (ciertamente parco en informaciones refe­
rentes a los años posteriores a 1870) en los últimos capítulos de
Danische Wirtschaftsgeschichte, una obra editada en 1933 y que
él cuidó de dirigir.3 Los tres eran economistas, pero en la actualidad
su enfoque puede parecer, en gran medida, descriptivo; por otra
parte, difícilmente podía ser de otra forma, dado que trataba de un
objeto de conocimiento inexplorado y del que se ignoraban los ele­
mentos más básicos.
Pero después de estos trabajos pioneros, las investigaciones y las
publicaciones prosiguieron a un ritmo notablemente más acelerado.
Las posibilidades de realizar análisis fructíferos aumentaron con la
aparición de estudios sobre la renta nacional y de trabajos de carác­
ter macroeconómico. La colección de obras publicadas durante las
décadas de 1930 y 1940 con el título de Stockholm Economic Studies
constituye, todavía hoy, la empresa más temprana y más ambiciosa
en este campo. Comprende estudios sobre la renta nacional entre
1861 y 1930, sobre el coste de la vida entre 1820 y 1930, sobre
los salarios y sobre la evolución demográfica. Entre los autores de
estas obras figuran algunos de los mejores economistas suecos (Lin-
dahal, Myrdal, Lundberg, Svennilson). Importantes contribuciones
críticas a estos trabajos han aparecido más recientemente, entre las
cuales cabe citar las aportadas por Osten Johansson, en 1967, y por
O. Kranta y C. A. Nilsson, en 1975. Por lo que respecta a Dinamar­
ca, disponemos de la obra de Kjeld Bjerke y Niels Ussing, Studier
over Danmarke nationalprodukt 1870-1950, aparecida en 1958, y
para Noruega, la de Juul Bjerke, Langtidslinger i tiorsk okonomt
1865-1960, publicada en 1966, mientras que el Banco de Finlandia
y el Instituto Central de Estadística finlandesa han financiado impor­
tantes trabajos de este tipo relativos a dicho país.
Los estudios generales sobre la industrialización en cada uno de
los respectivos países constituyen un exponente de la continuidad
de las investigaciones, dirigidas sobre todo a una más abierta discu­
sión sobre problemas generales. Torsten Gordlung, por ejemplo,
aporta una amplia síntesis globalizadora de la evolución sueca en

3. Para el período entre 1820 y 1870, c£. A. Nielsen, Industríens historie


i Danmark, 3, 1944.
362 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

Industrialismos samballe, una obra no carente de apreciables rasgos


literarios, pero cuyos mayores méritos residen sin duda en la profun-
dización en el estudio de temas como el impacto de las innovaciones
tecnológicas, los orígenes de los diferentes tipos de empresa y los
rasgos cambiantes del empresariado, la situación general en el mundo
del trabajo industrial. El estudio de Lennart Jorberg, Growth and
fluctuations of Stvedish industry, publicado en 1961 e inspirado en
parte en los métodos de la escuela de la nueva historia económica
estadounidense, aporta una aproximación más sistemática a estos
problemas y no carece de ambición por lo que respecta a intentar
una cuantificación de algunos de esos fenómenos. Su objetivo es, por
un lado, elaborar un cuadro estadístico de la industria sueca com­
pleto y organizado de manera sistemática y, por el otro, superar la
precedente tendencia que, tal vez un poco ingenuamente, arrastraba
a los estudiosos a concentrar su interés científico en un número rela­
tivamente reducido de sectores industriales, arbitrariamente defini­
dos como «interesantes». Por otra parte, el análisis de las fluctuacio­
nes económicas realizado por Jorberg trasciende su fin inmediato por
cuanto el mismo contribuye a obtener una interpretación más clara
del propio sistema industrial.
En Dinamarca, los valiosos volúmenes de Erling Olsen y de
H. C. Johansen (ambos publicados en 1962) fueron seguidos, en
1972, por la opus magnum de Svend Aage Hansen, Okonomisk
vaekst i Danmark, I, 1720-1914. Este último estudio estuvo prece­
dido, en 1970, por Early industrializaron in Danmark, una obra de
dimensiones bastante reducidas pero extremadamente rica en infor­
mación. Hansen — tal vez conviene recordarlo— es un profesional
de la investigación estadística que ha reanudado y ampliado los estu­
dios de Bjerke-Ussing y otros, habiendo dedicado gran parte de su
trabajo a la investigación cuantitativa, especialmente en relación con
la renta nacional (una rica serie de cuadros estadísticos se halla publi­
cada en el segundo volumen, aparecido en 1974). En Early industria­
lizaron, reconoce la influencia de Rondo Cameron 4 y de sus estudios
dedicados a los orígenes del sistema bancario y al proceso de indus-

4. Su principal trabajo sigue siendo Banking in the Early Slages of Indus­


trializaron: A study in Comparativa Economic History, Nueva York y Oxford,
1967 (hay trad. cast.: R. Cameron, ed., La banca en las primeras etapas de la
industrialización. Un estudio de historia económica comparada, Tecnos, Madrid,
1974).
H IS T O R IA D E L A IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N ESCANDINAVA 363

trialización. Entre los méritos más destacados de la obra de Hansen


figuran, sin duda, la brillante exposición sobre la demanda de capital
y el profundo análisis del mercado financiero.
Sobre el desarrollo económico noruego, existe el estimulante libro
de Fritz Hodne, An economic history of Norway, 1815-1970, publi­
cado en 1975 (del cual ha aparecido una posterior edición en norue­
go), en el que el autor trata de relacionar la historia de este país con
los recientes debates sobre la economía y sobre la historia económica
internacionales. Nos ocuparemos más adelante de dos de las cues­
tiones fundamentales contenidas en esta obra, el carácter dualista
que atribuye Hodne a la economía noruega en el siglo XIX y su tesis
de la «segunda mejor tecnología».5
Hasta ahora, en cambio, no ha aparecido ningún trabajo general
sobre la industrialización finlanesa. Pero últimamente, sin embargo,
la situación parece evolucionar. En 1980 se publicó el primer volu­
men de una ambiciosa historia económica de Finlandia, Suomen
taloushistoria, y en 1982 aparecerán los dos volúmenes restantes, en
los que se dedicará una particular atención a la historia de la indus­
tria .6 Mientras que ha sido anunciada la próxima publicación de una
importante obra sobre el desarrollo industrial finlandés entre 1860
y 1913, que integrará los estudios estadísticos y macroeconómicos.
Además de las obras de carácter general, existe un gran número
de contribuciones sobre temas más específicos. En este campo, como
en varios otros de la historiografía de este siglo, la situación aparece
un tanto confusa.
Los aspectos financieros de la industrialización en Escandinavia
han sido estudiados con relativa amplitud. Una de las razones de
dichos progresos, la más simple tal vez, reside en la gran disponibi­
lidad de monografías dedicadas al estudio de la banca y de otras
instituciones crediticias.
La primera obra publicada en Suecia sobre este tema fue la
History of Stockholm’s Enskilda Bank to 1914 (la versión inglesa
data de 1962) de Olle Gasslander. Además de las acostumbradas

5. Encontraremos una breve pero inteligente síntesis en T. Bergh, T. J.


Hanisch, E. Lange y H. 0 . Pharo, Growtb and Development. The Norwegian
Experience, 1830-1980, 1980.
6. El primer volumen abarca el período comprendido hasta 1860, aproxi­
madamente, el segundo, el período restante. Un tercer volumen estará dedi­
cado a la publicación del material estadfsticq.
364 LA R E V O LU C IÓ N IN D U S T R IA L

monografías bancarias, disponemos de algunos estudios que ofrecen


una visión más general, como la Norges Banks Historie (1918-1954)
de Nicolai Rygg, que en muchos aspectos constituye una auténtica
historia económica de Noruega, y como los tres excelentes volúmenes
publicados por el Banco Nacional Danés en 1968 con el título Danks
pengehistorie, en los que la parte relativa al siglo xix fue escrita por
Svend Aage Hansen .7 También debemos recordar un clásico sueco,
Svenks industrifinasierung under genombrottsskedet 1830-1913, de
Torsten Garlund, una obra aparecida en 1947, cuyas fuentes docu­
mentales no fueron materiales conservados en los archivos de la
banca o de instituciones crediticias, sino los balances de ejercicio
de un considerable número de empresas industriales y, en algunos
casos, de casas comerciales, lo cual permite al autor ofrecer, año a
año, los datos significativos en lo que concierne a los beneficios, las
pérdidas y las estructuras financieras.
Numerosos son los estudios que se han publicado sobre la histo­
ria del mundo del trabajo en el sector industrial. A este respecto,
cabe citar a J. P. Christensen, quien ha proseguido una larga
tradición en la historia económica danesa con la obra Lonudviklingen
indenfor danks handvaerk og industri 1870-1914, publicada en
1976. Por el contrario, Edvard Bull adoptó un enfoque renovador
en su Arbeidermijo under det industrielle gjennem brudd, elaborado
en gran parte sobre la base de testimonios personales de viejos obre­
ros noruegos. Esta obra no se ocupa tan sólo del nivel de vida, sino
también de las actitudes, de las opiniones y, en general, del estilo
de vida de los obreros. En una contribución sueca de 1965, Den
norrlandska sagverksinduslriens arbetare 1830-1913 de Bo Gustafs-
son, encontraremos un esbozo programático para una investigación
coordinada sobre los salarios, sobre las condiciones de trabajo y los
otros componentes de lo que comúnmente denominamos el nivel de
vida.
En general, no faltan monografías sobre los principales sectores
industriales de los respectivos países, o al menos monografías de
empresas de calidad aceptable; o también trabajos que integran am­
bos niveles, como por ejemplo algunos estudios sobre la industria

7. Extremadamente útil a este respecto nos parece el trabajo de G . Authén-


Blom, ed., Kreditt og kredittimtitmioner i de nordiske ¡and ca. 1850-1914,
Universidad de Trondheim, 1978.
H IS TO R IA D E LA IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N ESCANDINAVA 365

siderúrgica y, aunque en menor medida, sobre las industrias fores­


tales suecas.8 Entre las obras de reciente publicación sobre la indus­
tria noruega de la madera figuran las de Sejersted, aparecida entre
1972 y 1979, y la de Strómme Svendsen de 1973. El estudio de
Sejersted y las investigaciones desarrolladas en la Universidad de
Oslo aportan un fascinante panorama del gradual tránsito que a par­
tir de dicha industria tuvo lugar hacia producciones más sofisticadas
y de mayor calidad, como consecuencia de la disminución de los
recursos forestales y de la creciente competencia existente en el tra­
dicional comercio de la madera: tablones labrados, pulpa de madera
producida mecánicamente y, posteriormente, pulpa obtenida a través
de procesos químicos, todas ellas actividades económicas en las que
los noruegos fueron auténticos pioneros.9 La gran masa de la litera­
tura sobre la marina mercante y sobre la industria de la pesca norue­
gas reviste, naturalmente, una gran importancia para el estudio de la
historia económica de dicho país. Lo mismo cabe decir acerca de la
rica literatura sobre la historia agraria danesa y de su relevancia para
la comprensión del desarrollo industrial en Dinamarca, país en el
que se han llevado a cabo interesantes estudios sobre algunas indus­
trias típicamente danesas, como la del azúcar y la de la cerveza.10
Las obras publicadas hace algunos años, y bastantes conocidas
sobre la historia de la industria en Finlandia, han sido sucedidas por
las contribuciones de una más reciente y muy activa generación de
historiadores. Entre las publicaciones de la última década tenemos

8. A. Attman (Fagerstabrnkens historia. Adertonhundratalet, 1958) está


más interesado en la producción para la exportación, mientras que C. A. Nils-
son (Jara ocb slU i svensk ekonomi 1885-1912. En marknadsstudie, Lund,
1972) pone el acento en la importancia del mercado interior. Sobre la industria
de la madera, cf. £ . Soderlund, Swedisb timbee exporta 1850-1950, Estocolmo,
1952. Además, para las industrias metalúrgicas y las forestales, cf. K. G. Hilde-
brand, Erik Johan Ljungbeeg ocb Stora Kopparberg, 1970.
9. Cf., en especial, F. Sejersted, Era Undsrud tU Eidsvold vacrk, 2-3,
1972-1979.
10. Cf. J. S. Worm-Müller, ed., Den norske sjofarst historie, 1925-1951;
T. Solhaug, D e norske fiskeriers historie, 1815-1880, 1978; Del danske land-
brugs historie, especialmente d vol. V, 1934-1935; F. Skrubbdtrang, «Agricul-
tural Devdopment and Rural Reform in Denmark», Agrarian Studies, X X II
(1953); K. Glamann, Bryggeriets bistoire i Danmark, Kobcnbavn, 1962; el tra­
bajo de P. Svcistrup y R. Willerslev sobre la industria danesa del azúcar (apare­
cido en 1945) y d de B. N üchd Thomsen sobre la cervecería Tuborg (publicado
en 1973 y en 1980).
366 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

el volumen aparecido en 1979 de Riitta Hjerpe dedicado al estudio


de las mayores empresas industriales del período 1844-1975, y el de
Kaj Hoffmann, publicado en el año siguiente, sobre los aserraderos
durante la segunda mitad del siglo xix.
Es fascinante el tema tratado en un artículo de Jorma Ahvenai-
nen, «The paper industry in Finland and in Russia, 1885-1913»,
aparecido en Scandinavian Economic History Review en 1979. Fin­
landia, que formó parte del imperio zarista desde 1809 hasta 1917,
durante algunas fases del desarrollo económico ruso, y gracias a la
política arancelaria adoptada por este país, aprovechó ampliamente
las posibilidades ofrecidas por el mercado ruso para la exportación
de su producción de papel, mientras que exportaba pulpa de madera
hacia los mercados de la Europa occidental. Por otra parte, entre
1830 y 1880 la demanda rusa de tejidos finlandeses comportó el
paradójico efecto de que se constituyeran en Finlandia, el país quizá
menos desarrollado del área escandinava, algunos de los mayores
establecimientos fabriles de esta zona nórdica. Este último aspecto
constituye uno de los puntos de partida del importante trabajo de
Per Schybergson sobre las industrias finlandesas de bienes de consu­
mo, titulado Hanverk och fabriker. Finlándsk konsumtionsva indus-
tri, 1815-1870, publicado en 1972-1974.
Desarrollada bajo parecidos supuestos, la historia urbana ha ad­
quirido una importancia notable, especialmente, tal vez, como reac­
ción evidenciadora de un interés excesivamente orientado hacia el
estudio de las principales industrias productoras de bienes de con­
sumo.11 El debate que ha tenido lugar más recientemente sobre el
impacto económico de los ferrocarriles ha estimulado el inicio de un
proyecto de investigación en la Universidad de Lund. Por lo que a
los ferrocarriles se refiere, L. E. Hedin («Some notes on the financing
of the Swedish railways», Economic and History, 1967) se ocupó de
precisar las dificultades de adaptación con que se tuvieron que enfren­
tar las compañías ferroviarias privadas después del optimismo susci­
tado por el rápido desarrollo de la década de 1870. Hans Modig, en
un trabajo publicado en 1971 con el título de Jarnvágarnas efter-
fragen och den svenska industrin 1860-1914, estudió las consecuen-

11. I. Hammarstrom, Slockholm i svensk ekonimi 1850-1914, 1970; A. Att-


m an, Goteborg, 1863-1913, 1963; O. Hyldtoff, Den kebenbavnske industris
vaekst og lokalisering, 1870-1900, en prensa.
H IS TO R IA D E LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N ESCANDINAVA 367

cías que se derivaron para la industria de la demanda suscitada por


el sector ferroviario, señalando que los efectos no fueron siempre
los previstos. Un proyecto de investigación finlandés se encuentra
en curso de realización para otro sector de importancia estratégica,
el de la energía.
En el transcurso de la última década se ha desarrollado un interés
creciente por la arqueología industrial, en el sentido más amplio del
término, así como también por el estudio de la vivienda y de los
planes locales de urbanización de los distritos industriales. En este
campo, empiezan a tocarse los resultados de un ambicioso proyecto
danés dirigido por Kristof Glamann, lndustrialismens bygninger og
bolínger. En Det industrielle miljo 1840-1940, un volumen apare­
cido en 1978, Per Boje nos ha proporcionado no sólo una excelente
introducción a la literatura disponible sobre la industrialización dane­
sa, sino que ha conseguido mostrar también los estimables frutos que
pueden ofrecer este tipo de investigaciones. El objetivo fundamental
de estos trabajos lo constituye el estudio de la industria, del am­
biente industrial y de las condiciones de vida en la zona de Odensc,
investigación que pronto aparecerá publicada. Otra obra importante
sobre estos mismos temas se encuentra en proceso de elaboración
desde hace varios años en Suecia (su máxima impulsora es María
Nisser); entre los resultados obtenidos hasta el presente cabe seña­
lar la impresionante recolección de datos efectuada en diferentes
partes del país.12 De otras contribuciones nos ocuparemos a lo largo
de este trabajo.

2. L as transformaciones en el entramado rural

De lo que acabamos de exponer podría deducirse que existen


muchas obras sobre la industrialización en Escandinavia y que en la
actualidad los conocimientos sobre el tema son mucho más amplios
que hace algunas décadas. Las investigaciones, naturalmente, prosi­
guen, las lagunas se colmarán, los métodos mejorarán progresivamen­

12. Han habido algunas contribuciones escandinavas en un congreso cele­


brado recientemente, cf. «The Industrial heritage. The Third International Con-
ference on thc Conservation of Industrial Monuments», Transactions, 3, Esto-
colmo (1981).

I
368 L A REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

te con la utilización de instrumentos econométricos o de otra índole,


y una generación más joven y activa se planteará nuevos problemas
y replanteará los viejos. Sería insensato efectuar pronósticos y, por
otra parte, no le corresponde al que esto escribe formular un progra­
ma para el futuro. Pero nos parece legítimo expresar la sensación de
que no siempre las respuestas han sido satisfactorias y que las tareas
más importantes aún están en su totalidad pendientes de desarrollar.
Hasta ahora sólo he aludido a los problemas de la protoindus-
trialización y de la sociedad rural antes de la Revolución industrial
o en sus comienzos, temas que requieren con urgencia un tratamiento
adecuado. Respecto del primero de ellos, tenemos ya notables cono­
cimientos; se sabe mucho sobre la industria metalúrgica y sobre la
industria, por así decirlo, preindustrial de la madera, sectores para
los cuales es posible discutir con fundamento acerca de sus factores
de cambio o de continuidad. Mayores dificultades se nos presentan, en
cambio, por lo que respecta a las industrias textiles cuando nos pre­
guntamos qué representaron realmente para la industria textil del
siglo xix, ya plenamente desarrollada, la herencia del artesanado urba­
no, de las manufacturas protegidas por el gobierno, del artesanado
rural o de las diferentes formas de industria rural domiciliaria
(putting out System).a
Los progresos en este campo sólo podrán conseguirse a través de
un más profundo conocimiento de los diferentes elementos, externos
e internos, de la sociedad rural tradicional. Es ampliamente cono­
cido que el aumento de la producción agrícola destinada a sostener
un incremento demográfico fue una precondición necesaria para la
industrialización. Empezamos a conocer los efectos provocados por
los progresos del vallado de tierras, sobre la nueva política agraria,
particularmente por lo que respecta a Dinamarca, donde los propie­
tarios terratenientes se orientaron hacia la inversión industrial, y so­
bre el hecho de que las necesidades financieras de esta clase desempe­
ñaron un importante papel en la organización de los establecimientos
crediticios en todos los países escandinavos.
Pero queda todavía sin resolver una larga serie de problemas en
relación con la dinámica efectiva de la sociedad rural en el siglo xvm
y comienzos del siglo xix. La transformación hacia una mayor flexi-13

13. La Scandtnavian Economic History Revitw está preparando un nú­


mero especial sobre la protoindustrialización.
H IS TO R IA D E LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N ESCANDINAVA 369

bilidad y una creciente expansión en las áreas rurales podría haberse


verificado antes y haber tenido una mayor importancia de lo que se
ha supuesto en el pasado. Entre los numerosos estudios dedicados a
estos problemas, una importante investigación del sueco Lars Herlitz,
Jordegendont och ratita, publicada en 1974, parece demostrar que la
historia de los campesinos suecos fue bastante más dinámica de lo
que cabía esperar y que los progresos y mejoras en los campos no
fueron privilegio exclusivo de los propietarios más grandes e ins­
truidos.14 Parecidos resultados, aunque utilizando fuentes y métodos
diferentes, obtuvo Fartein Valen-Sendstad en un trabajo, publicado
en 1964, sobre Noruega a comienzos de siglo xix, Norske landbruks-
redskaper 1800-1850 arene. Por último, consignemos que en Suecia
el interés por los estudios sobre la renta nacional se remonta direc­
tamente al siglo xviii.

3. E l PAPEL DE LAS EXPORTACIONES Y DE LA AGRICULTURA:


UN DEBATE ABIERTO

Lo que hasta aquí llevamos expuesto ha sido, necesariamente,


bastante impreciso, en parte a causa de la inmensidad del campo que
permanece todavía sin investigar. En lo que concierne al problema
más específico de los orígenes de la Revolución industrial en Escan-
dinavia, la opinión tradicional —y en muchos aspectos ciertamente
correcta— es que la misma estuvo inducida por las exportaciones y
que el impulso expansivo se transmitió desde los sectores exportado­
res a otros sectores de la economía. Pero esto no lo explica todo.
Lennart Schon, en un libro extremadamente interesante sobre la
industria textil sueca en la primera mitad del siglo xix, aparecido
en 1979, aporta un resumen de los resultados alcanzados hasta ahora
y adelanta algunas observaciones que se adaptan muy bien a las
problemáticas a las que antes aludíamos. Intenta, de forma bastante
convincente, establecer un nexo entre la demanda interior de la que
disfrutaron las nuevas industrias textiles y la creciente industriali­
zación en ese sector por una parte, y las transformaciones en el
sector agrario por la otra. Esa relación parecería válida tanto por

14. Otra obra importante es la de G. Utterstrbm, Jordbrukels arbetare,


Estocolmo, 1975.
370 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

lo que respecta a la cuantía como por las características de la produc­


ción. En el transcurso de una parte del periodo considerado, cuando
los beneficios del proceso de vallado de tierras y del incremento de
la productividad favorecieron principalmente a los grandes cultivado­
res, se registró una demanda creciente de tejidos de mayor calidad.
La producción de tejidos corrientes se amplió cuando un sector más
amplio de la población agrícola pudo incrementar su propia deman­
da, dado que la productividad y la población estaban creciendo de
una forma más sostenida. En tal caso, estaríamos ante un tipo
de desarrollo industrial basado enteramente en factores internos.
Tal vez puede resultar interesante agregar que últimamente se ha
producido un fuerte impulso en el estudio de la industria textil
noruega y que los resultados obtenidos parecen coincidentes con los
aportados por las investigaciones de Schon.
El volumen de Schon es parte integrante de un proyecto suge­
rido por C. A. Nilsson, quien ha tenido ocasión de demostrar la
importancia del mercado interior en diversas ocasiones a lo largo
de su obra sobre la metalurgia sueca, anteriormente citada, y tam­
bién a través de una discusión con Jan Kuuse acerca de la importan­
cia que cabe atribuir, respectivamente, a la exportación y a la deman­
da interior en el desarrollo de la industria mecánica sueca. Kuuse no
es, sin embargo, un decidido defensor de la tesis que da primacía a
las exportaciones como agente de las transformaciones económicas:
más bien ha subrayado con énfasis la relación entre la industria me­
cánica sueca y el proceso de mecanización de la agricultura en dicho
país.,s
Los elementos establecidos a través de estas investigaciones y de
los mencionados debates están estrechamente relacionados con un
problema fundamental de carácter más general. La interacción entre
el sector agrario y el industrial debe constituir, en mi opinión, una
de las cuestiones fundamentales para cuantos intentemos interpretar
el proceso de industrialización en los países escandinavos, los cuales
mantuvieron gran parte de su carácter rural durante todo el siglo xix.
En tal sentido, cierta sectorialización de las investigaciones puede a15

15. Cf. las aportaciones de J. Kuuse y C. A. Nilsson, Scandinavian Econo-


mic Review (1977 y 1978), y de J. Kuuse, Interaction Between Agricultura and
Industry. Case Studies of Farm Mechanization and Industrialization in Sweden
and the United States, 1830-1930, Gotcburgo, 1974.
H IS TO R IA D E LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N ESCANDINAVA 371

veces haber perjudicado la amplitud de miras y de la imaginación


de los estudiosos.16
Como ya se ha indicado con anterioridad, Fritz Hodne había
intentado utilizar el concepto de economía dual en su análisis sobre
el desarrollo económico noruego. El modelo empleado es, lógicamen­
te, diferente del que originalmente — «desarrollo económico con dis­
ponibilidad ilimitada de mano de obra»— propusiera Lewis en
1954.17 El mismo es indudablemente útil si se utiliza en su forma
más restringida, dado que consigue demostrar la importancia que
ha tenido para el desarrollo económico la migración de mano de obra
desde un sector agrícola de productividad relativamente baja hacia
una actividad de más elevada productividad en el sector industrial
(aunque se omita la cuestión de los cambios en los niveles de pro­
ductividad dentro de los respectivos sectores que de ello se derivan).
Según Hodne, el modelo mantiene también su validez en relación
con el desarrollo noruego durante la mayor parte del siglo xix. Por
lo que se refiere a este país, señala ante todo la existencia de un
grave problema de sobrepoblación en el sector agrícola, lo que com­
portó que la productividad de los que pasaron a otras ocupaciones
debió ser notablemente baja durante un largo período. En un plano
secundario, los estímulos para las transformaciones y para el desarro­
llo económico en Noruega procedieron, sobre todo, del sector expor­
tador de productos industriales.
Las opiniones de Hodne son, sin duda, de gran importancia des­
de muchos puntos de vista, y por ello podría resultar de cierta utili­
dad intentar una aplicación crítica de sus propuestas a los otros paí­
ses escandinavos. La tasa de crecimiento económico sueco, por ejem­
plo, fue excepcionalmente alta, incluso en relación con otros países
europeos, durante el período comprendido entre 1870 y 1914, cuando
casi un millón de personas abandonó Suecia. La productividad mar­
ginal de los emigrantes que pertenecían o que habrían pasado a for­
mar parte de la población activa difícilmente habría alcanzado nive­

ló. A este respecto, son numerosas las contribuciones de S. Martinus;


señalaremos, además, el ambicioso proyecto iniciado en £stocolmo bajo la direc­
ción de R. Adamson, y el que más recientemente ha emprendido la Universidad
de Umea sobre la interacción entre el sector agrario y el industrial en la Suecia
septentrional a partir de finales del siglo xix.
17. Los problemas teóricos han sido planteados de forma expositiva por
Hodne en un fascículo publicado en 1979 en Norwegian Historisk Tidsskrift.
372 LA REV O LU CIÓ N IN D U S T R IA L

les excesivamente altos. En un contexto más general, Rolf Adamson


y sus colegas de la Universidad de Estocolmo investigan, entre otras
cuestiones, acerca del papel desempeñado por la pobreza rural en la
creación de las condiciones que propiciaron la primera industriali­
zación.
Pero es importante evitar la utilización de dicho modelo de ma­
nera mecánica y superficial. De sus premisas fundamentales no puede
de ningún modo inferirse que el desarrollo agrícola fuese de por sí
un hecho insignificante o debiese ser considerado como un elemento
marginal, incapaz de progresar y de mejorar de manera autónoma;
por otra parte, la evolución y la situación eran distintas en los dife­
rentes países escandinavos. En Noruega, la agricultura tuvo una
marcha más dinámica de lo que se ha supuesto, pero en muchos
aspectos producía poco eficientemente, mientras que la dependencia
del comercio exterior, por lo que respecta a los productos agrícolas,
había sido siempre muy fuerte. En el otro extremo se encontraba
Dinamarca, donde el sector agrario se había desarrollado con crecien­
te éxito, tanto que a finales del siglo xix había alcanzado una posi­
ción destacada en el plano cualitativo a nivel mundial. También en
este país se registró un trasvase de mano de obra de la agricultura
a otros sectores, pero sus causas y su significado eran bastante dife­
rentes de los que pueden encontrarse en el caso de Noruega. Además,
cabe añadir que en el caso danés no existía una identidad entre el
sector exportador y el sector industrial, puesto que las rentas gene­
radas por las exportaciones derivaban esencialmente del sector agrí­
cola. En cierto sentido, esto significa dar la vuelta al modelo noruego
de «economía dual».
Pero aparte de estas cuestiones, debemos tener presentes otras
de carácter completamente diferente. Una de éstas, subrayada par­
ticularmente por Schón, concierne al papel del sector agrícola como
mercado para los productos industriales. En la fase de inicio del pro­
ceso de industrialización, cuando la industria manufacturera repre­
sentaba sólo una pequeña parte de la economía nacional y las acti­
vidades agrícolas desempeñaban en cambio un papel predominante,
las oscilaciones demográficas, aunque fueran de escasas dimensiones
en las áreas rurales y aunque no tuvieran el impulso suficiente como
para favorecer el desarrollo de una Revolución industrial, eran capa­
ces de generar una demanda relativamente importante de productos
industriales.
H IS T O R IA D E LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N ESCANDINAVA 373

Pero debemos hacer otra observación y en ciertos aspectos más


importante. Hodne no desconoce su esencia, ni es nuestra intención
introducirla con fines polémicos; pero como se observará, es extre­
madamente rica en cuanto a sugerencias. En las economías de tipo
escandinavo, las actividades agrarias e industriales a menudo se en­
contraban interrelacionadas de modo impresionante. El mejor ejem­
plo para el siglo xix lo constituye la industria de la madera: detrás
de cada pedido de tablas y tablones había un complicado sistema de
cooperación entre actividades de tipo industrial y no industrial. La
mayor parte del trabajo se realizaba en los bosques o flotando a lo
largo de los ríos, y el mayor coste que tenía el propietario del aserra­
dero era el del transporte de la madera hasta el lugar de elaboración.
Similares circunstancias habían caracterizado, originariamente, la pro­
ducción de hierro, que fueron modificadas muy lentamente. En esta
época, tanto en la industria de la pesca en Noruega como en la
manipulación o en la elaboración de productos alimenticios en Dina­
marca, los límites entre economía «industrial» y «agrícola» no eran
nítidos, y a veces hasta carecían de significado. P. Francis Sejersted
ha observado, con razón, en un artículo aparecido en 1976 en Scan-
dinavian Economic History Review, que en Noruega la agricultura,
la pesca y la industria forestal podían ser consideradas como indus­
trias integradas, «dado que, para muchísimos labradores, la pesca y
la tala de madera eran actividades complementarias del trabajo
desarrollado en la agricultura». Teniendo en cuenta estas considera­
ciones, adquieren particular relieve las observaciones contenidas en
el reciente trabajo de Sidney Pollard, Peaceful Conques!. The Indus-
tríalízation of Europe 1760-1970, Oxford, 1981, a propósito del
carácter distorsionador que puede asumir en ocasiones la dicotomía
entre sector industrial y sector agrícola, acerca de que sería decidida­
mente más oportuna la distinción entre un «sector» más eficiente y
uno menos eficiente, con límites que variarían según los casos.
Quisiera, además, subrayar que el mismo concepto de industria­
lización, entendida como transición de un sector a otro, a veces puede
ser demasiado rígido, más cuando aquélla se identifica con una espe­
cie de comparación entre fríos datos estadísticos que no siempre
hacen justicia a los datos reales. En definitiva, existe la necesidad,
sobre todo por lo que respecta a los países escandinavos, de diferen­
tes categorías de medición, junto con un esfuerzo para distinguir y
cuantificar, de manera más apropiada de lo que se ha hecho hasta
3 7 4 LA R E V O LU C IÓ N IN D U ST R IA L

ahora, una tipología de la industria productora de bienes de consumo


mixtos en relación con las industrias típicamente urbanas; el trabajo
estacional (agrícola o parcialmente agrícola) en las industrias de bie­
nes de consumo y en otras industrias en relación con el trabajo per­
manente en las industrias urbanas; la población agrícola ocupada
parcialmente en actividades industriales, en relación con el resto de
la población del campo no empleada en tales actividades. El pro­
yecto es, sin duda, ambicioso; por otra parte, cualquier otra poster­
gación de esta tarea nos parece totalmente improcedente. No es con­
veniente que el análisis de las sociedades en la fase de la industria­
lización resulte condicionado in aeternum por las directrices y los
límites determinados por las actuales estadísticas oficiales.

4. L as causas del é x it o

Otro problema, en apariencia de fácil solución, pero que tal vez


jamás encuentre respuesta, concierne al notable éxito de la indus­
trialización escandinava. Los países escandinavos pertenecían a la
periferia y debían pasar, a través de diferentes estadios, de una eco­
nomía fundamentalmente agrícola a otra dominada por las exporta­
ciones de las industrias productoras de bienes de consumo relativa­
mente poco complejos, y posteriormente, a una actividad industrial
más amplia y desarrollada. Durante una parte considerable de este
proceso de transición, la dependencia de los créditos exteriores fue,
con toda seguridad, muy intensa. Los peligros implícitos a semejante
situación pueden ser ilustrados de manera más que satisfactoria por
el caso de otros países durante el mismo período y por el de los
países en vías de desarrollo en nuestros días. Y sin embargo, aparte
de algunos problemas que afectaron a Noruega especialmente en los
años del cambio de siglo, Escandinavia nunca vio a sus industrias
sujetas al dominio extranjero; su renta y sus beneficios tuvieron un
desarrollo favorable y no se registraron tentativas por parte del capi­
tal extranjero, mediante presiones financieras o de otro tipo, para
convertir su economía en estructuralmente inelástica o para perpe­
tuar a dichos países en funciones de proveedores de materias pri­
mas y de productos primarios. Pero esta positiva evolución no podía
darse por segura, independientemente de lo que se pensara en la
época. Tanto Jorberg como Pollard se dieron cuenta de la importan-
H IS T O R IA D E LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N ESCANDINAVA 375

cía de este problema y señalaron las diferentes circunstancias favo­


rables que pueden contribuir a explicarlo, aun cuando no puede
considerarse, ni muchísimo menos, resuelto, tanto más por cuanto
faltan estudios de carácter comparativo dedicados a confrontar la
evolución de los países escandinavos con la experimentada por otros
países periféricos. Éste es uno de los problemas que aún quedan
sobre la mesa. Su tratamiento no se presenta nada fácil, debemos
admitirlo, pero los resultados que de ello se puedan derivar, sin
embargo, tendrán gran alcance.1*
Con toda probabilidad, existirá siempre un interés, digamos, más
convencional hacia el estudio de los mercados de exportación escan­
dinavos, un campo de investigación que no necesita de otros alientos
y para el que existen contribuciones excelentes como la de G. Frid-
lizius, «Sweden’s exports, 1850-1960», aparecida en 1963 en Eco-
nomic and History, y la de O. B. Henriksen y A. Olgaard, Dan-
marks udenrigshandel, 1874-1958, publicada en 1960. Estos traba­
jos, por cierto de gran valor, a veces se utilizan de manera mecánica,
olvidando que el conjunto de los mercados secundarios puede contar
al menos tanto, cuando no más, como el hecho de suministrar impor­
tantes proporciones de las importaciones efectuadas por el mayor
comprador del mundo. A este respecto, los cambios habidos al final
del período que nos ocupa, sobre todo por lo que se refiere a Suecia,
con una disminución de la influencia británica y un aumento de la
alemana —en el comercio exterior, al igual que en las orientaciones
sociales y culturales predominantes en la vida industrial y en su
organización— , son cuestiones aún pendientes de estudiarse con
mayor profundidad.
Si examinamos el desarrollo industrial desde una perspectiva
interna a la propia industria, adquiere gran importancia la historia
de los directivos y de los empresarios. En este sentido cabe advertir
que pocos estudiosos parecen dispuestos a escribir esas biografías
cuya falta tanto hemos de lamentar. Más debería investigarse tam­
bién sobre los aspectos tecnológicos y sobre el papel de la fuerza de
trabajo.
Naturalmente, es imposible elaborar una historia de la industria18

18. El método comparativo, no utilizado por los estudiosos escandinavos


en relación a este problema en particular, puede encontrarse en las obras de
Saúl y Milward.
376 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

descuidando la tecnología, y en este aspecto existen muchas contri­


buciones excelentes en la literatura escandinava. Pero sigue en pie la
necesidad, en primer lugar, de afrontar el problema de manera más
general. Hodne formula a este respecto un principio que ilustra con
ejemplos sorprendentes abstraídos del desarrollo noruego, es decir,
el de la «segunda mejor tecnología», que se podría aplicar provecho­
samente sobre todo en el caso de los países periféricos o que se han
industrializado tardíamente y que a menudo pierden energías en
vanos intentos de imitar a los países más avanzados. Esta formula­
ción debería ser puesta a prueba sobre bases más amplias, con refe­
rencia a los otros países escandinavos.
En segundo lugar, la coordinación entre historia económica e
historia de la tecnología podría ser más intensa y mejor articulada
de lo que lo es en la actualidad. La tecnología adquiere dimensiones
diferentes si es examinada desde el punto de vista de la historia
económica, es decir, como instrumento práctico para obtener bene­
ficios y favorecer el progreso económico, mientras que cuando es
considerada desde el punto de vista de la historia de la tecnología
en sí misma se transforma en una rama de la historia de la ciencia.
Estas diferenciadas perspectivas no desaparecerán, y precisamente
por esto es más urgente la necesidad de establecer relaciones de
cooperación entre las dos disciplinas. En estos momentos existe un
gran interés en este campo, particularmente en Suecia. Historiadores
como Torsten-Dahl y Runeby han aportado trabajos importantes
sobre la educación y sobre la utilización de la técnica en las diferen­
tes partes del país, al igual que sobre cuestiones teóricas generales.
No obstante, queda por examinar un aspecto decisivo y al mismo
tiempo más complejo: la contribución real de los técnicos en la
transformación de la tipología y calidad de la actividad industrial.

5. El m u n d o d e l t r a b a jo

Amplias áreas inexploradas pueden encontrarse también en la


historia de la clase obrera en lo que concierne a su reclutamiento,
nivel de vida y, quizá, particularmente por lo que respecta a la
contribución aportada en términos productivos por los trabajadores.
El primero de estos problemas tal vez pueda quedar en parte solven­
tado en un futuro bastante próximo. El interés por el estudio de la
H IS TO R IA D E LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N ESCANDINAVA 377

demografía y de las migraciones se ha consolidado en los países


escandinavos, lo que además ha llevado consigo una fuerte inclina­
ción por el estudio combinado de aspectos generales y particulares
de historia demográfica e industrial, interés y orientación de los que
existía gran necesidad. Respecto a la interacción de carácter general
entre incremento demográfico en las áreas rurales, demanda de mano
de obra industrial y posibilidad de emigración, debe subrayarse el
hecho de que estos elementos no entran en acción ciega y mecánica­
mente. Los estudios demográficos de carácter local y familiar han
revelado, en general, una fuerte resistencia a la emigración, aunque
el medio ambiental de residencia se halle superpoblado y existan
posibilidades de empleo en las nuevas industrias; a través de esos
estudios también ha quedado perfectamente establecido que el reclu­
tamiento de la mano de obra asalariada del sector industrial no se
ajustó a trayectorias lineales. El estadio intermedio que representa
el trabajo estacional en actividades industriales puede ser interpre­
tado como una especie de compromiso natural entre diferentes ten­
dencias y merece por tanto ser estudiado más atentamente desde ese
punto de vista.
Está en la misma fuerza de las cosas que debido a la gran can­
tidad de cuestiones relacionadas con la historia de los salarios, el
estudio de éstos sea objeto de continuas investigaciones, y existe al
menos un punto a este respecto que quisiera considerar aquí. Según
estadísticas generalmente aceptadas, el crecimiento de los salarios
en Escandinavia, una vez que la industrialización hubiera definitiva­
mente despegado, fue verdaderamente excepcional. En 1914 los sala­
rios eran en Suecia, probablemente, dos veces y media más elevados
que en 1870; los daneses se triplicaron durante el mismo período.
Admitiendo que estos datos sean exactos —y nada impide conside­
rarlos como válidos, sobre todo examinados en relación con el con­
texto internacional—, dos problemas permanecen sin la debida solu­
ción. Ante todo, estos espectaculares resultados tendrían que ser
verificados de nuevo. Y a este respecto, las dificultades no son de
poca monta, puesto que la dase obrera había experimentado grandes
transformaciones entre esas dos fechas: en 1914 no sólo había regis­
trado un crecimiento numérico, sino que tenía una distinta estruc­
tura interna. Además, vale la pena recordar que las estadísticas sue­
cas se basan en fundamentos nada sólidos. En segundo lugar, tene­
mos una evidente necesidad de investigaciones que vayan más allá
378 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

de las medias aritméticas puras y simples y que nos informen acerca


del significado real de las diferentes rentas salariales. También es
necesario preguntarse lo que efectivamente cambió en la existencia
de aquellos obreros, cuyo nivel de vida se duplicó o triplicó, y qué
significado cabe en realidad otorgar a unos niveles de capacidad
adquisitiva de los que a comienzos del siglo xx sólo gozaba un
tercio de los trabajadores. El planteamiento de tales cuestiones deter­
mina que las medias aritméticas carezcan de toda significación si no
van acompañadas de mayores explicaciones.
Y llegamos a la tercera observación. Salvo pocas excepciones, en
la literatura escandinava, el interés de los historiadores se ha visto
frecuentemente absorbido por los problemas de la renta nacional o
de las condiciones de vida de la clase obrera, o por la contribución
aportada, en términos productivos, por la fuerza de trabajo consi­
derada como conjunto indiferenciado en la formación de la renta
nacional, mientras raramente se han preguntado acerca del contenido
y de las formas en que realmente se ha materializado tal contribu­
ción y de sus manifestaciones en el terreno de lo concreto. Es natu­
ral que para responder a estas cuestiones se necesiten estudios muy
detallados. Toda la compleja jerarquía de los trabajadores en el lugar
de trabajo ha de constituir parte esencial de los mismos: tal jerar­
quía venía determinada por la capacidad técnica, a menudo conside­
rable, requerida para desarrollar una determinada actividad, o bien
por el grado de fuerza física por lo que se refiere a otro tipo de acti­
vidades. Podemos preguntarnos, por ejemplo, cuándo una aristocra­
cia obrera, fundamentada en una particular fuerza física, como en el
caso de los que transportaban tablas y tablones en los almacenes de
madera suecos, perdió su posición privilegiada en relación al resto
de la población obrera. El conocimiento instintivo, basado en el
adiestramiento práctico, adquirido por otro tipo de obreros (con o
sin una precedente educación formal), era a menudo tan importante
como lo era la intuición por lo que respecta a los directivos y téc­
nicos.19
Y finalmente hemos de referimos a nuestros conocimientos sobre

19. En Uppsala se ha iniciado un proyecto de investigación sobre estos


temas bajo la dirección de B. Gustafsson. Investigaciones que se hallan en
curso en la Universidad de Goteburgo tratan de las reacciones obreras ante
las innovaciones industriales durante el siglo xnc.
H IS T O R IA D E LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N ESCANDINAVA 379

la Revolución industrial en Escandinavia como experiencia humana:


un fenómeno debe ser comprendido en su globalidad, en sus aspee*
tos psicológicos, en el de la mentalidad de la gente que lo vivió y
que debe integrar la historia de las condiciones materiales, de las
instituciones, de los cambios políticos y económicos: en suma, un
conjunto de aspectos, estos, sobre los cuales nuestros conocimientos
son bien escasos. Y debemos lamentar, en sumo grado, esa situación.
¿Acaso la historia no tiene por objeto, en cierto sentido, el estudio
de estas cuestiones?
David S. Landes

REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
Y PROCESO DE INDUSTRIALIZACIÓN

1. A n á lisis « nacionales », ¿ s í o no ?

Los estudiosos han hecho en el pasado algunas objeciones a la


utilidad y legitimidad del Estado-nación como unidad de estudio de
un fenómeno tan internacional como la industrialización (yo mismo
encontré algunas de ellas en reseñas de mi The Unbound Prome-
theus). Pero siempre he pensado que estas objeciones son ilógicas
y sustantivamente injustificadas. El hecho de que una unidad de estu­
dio no sea válida para algunos propósitos, no es razón para recha­
zarla o desecharla en su totalidad (lo que comportaría incurrir en el
error de tirar el niño junto con el agua del baño). Y en cualquier
caso, el marco del Estado-nación es válido para el análisis por dos
razones: 1 ) porque la estructura y contexto de la actividad económi­
ca suele desarrollarse predominantemente en un mercado nacional
(tanto de factores de producción como de productos acabados), y
2 ) porque las fuentes documentales de que disponemos suelen cir­
cunscribirse, recogerse, computarse, organizarse y archivarse con
referencia a un determinado país. Pero también es cierto que la
historia del desarrollo industrial europeo, y por supuesto mundial, es
en gran medida la de un fenómeno intelectual, cultural y tecnológico
que trasciende las fronteras políticas. Sin embargo, la acción política
y la ordenación institucional del Estado-nación han ejercido una
influencia importante en la redacción de los trabajos aportados a este
congreso. Algunos de nuestros conferenciantes han aludido aquí a la
importancia de la legislación, de los sistemas y cargas fiscales (Ma-
P R O C E S O D E IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N 38}

thias), de la política comercial (Bairoch) y de las ambiciones e inte­


reses políticos (Berend). Me consuela, pues, que Peter Mathias ase­
gure que la nación «no es una unidad de estudio inapropiada» (un
buen ejemplo de prudencia, tan apreciada por nuestros amigos bri­
tánicos).
Además, me gustaría subrayar que el uso de unidades nado-
nales (regionales en el caso de Escandinavia) no ha impedido a
nuestros partidpantes centrarse, cuando era conveniente, en expe-
riendas de menor amplitud regionales y locales. Recordada aquí las
referencias de Cayez a los modelos de desarrollo dual dentro de las
unidades nacionales; la aportadón de Nadal acerca de las caracte­
rísticas espedales de regiones españolas como Valencia y Cataluña; y
la alusión de Gadisseur a la zona de temprano desarrollo industrial
en d sur de Bélgica que se extiende desde el este de Mons hasta
Lieja. Es cierto — en d reverso de la proposidón de Peter Mathias—
que la utilizadón de datos agregados nacionales puede ocultar impor­
tantes pautas y ritmos de cambio diferenciales, como ha señalado
Cario Cipolla respecto al rápido desarrollo del norte de Italia. Pero
éste es el peligro de todos los datos agregados y promedios: con­
funden lo particular dentro de lo general, y el buen investigador
debe penetrar en los sumarios de los anuarios estadísticos y examinar
más detalladamente los datos primarios. Esto es válido a todos los
niveles.
Del mismo modo, el marco nacional no nos ha impedido trazar
comparaciones internacionales. En efecto, ése ha sido uno de los
mayores provechos de nuestro convenio (que es exactamente lo que
significa la palabra cottvegno): todos nosotros hemos sido inducidos
a reanalizar el proceso de industrialización de cada país en función
de esta diversidad de experiencias. Una vez más estamos en deuda
con los organizadores, que han dispuesto nuestros trabajos de tal
manera que las contribuciones individuales se prestan a la compa­
ración.

2. E l cómo t e l porqué de un fenómeno

Pero antes de intentar repasar algunos de los temas principales


del encuentro, a partir del material de análisis comparativo, permí­
tanme extraer de los artículos y debates, y de mi propia opinión de
382 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

la cuestión examinada, una visión en términos generales. ¿De qué


hemos estado hablando?
Hemos estado tratando acerca de un conjunto de cambios técni­
cos que se refuerzan mutuamente y que:
1. eliminaron antiguas limitaciones de productividad (cf. Dou-
glas North por lo que respecta a lo ocurrido con la curva de la oferta
de los recursos naturales);
2. aumentaron bruscamente las ganancias del capital en un nú­
mero creciente de ramas del sector manufacturero;
3. modificaron la asignación de los recursos, incluyendo la mano
de obra;
4. alteraron radicalmente la naturaleza y condiciones de la exis­
tencia material, la organización social, la actividad política (con unas
nuevas bases sociales de gobierno, lo que Max Weber llamó Herr-
scbaft), el equilibrio internacional de la riqueza y el poder (cf. Paul
Bairoch por lo que concierne a la creciente diferenciación entre países
avanzados y atrasados, ricos y pobres), y la cultura y la civilización.
En pocas palabras, esta transformación no fue de poca importan­
cia. Verdaderamente, se trata de la revolución más profunda y ecu­
ménica de la historia de la humanidad desde la llamada revolución
neolítica, la cual fue un proceso mucho más lento que abarcó mile­
nios, en el que el hombre pasó de cazador y recolector a cultivador
(a menudo las mujeres), y a criador y consumidor de ganado. Y pen­
sándolo bien, la Revolución industrial no fue, efectuando una valo­
ración de conjunto, un mal asunto — al menos pienso que ésta será
la opinión de los participantes en este encuentro— y, a pesar de
todas las desventajas que la industrialización ha comportado, el
saldo de su desarrollo es positivo. Esto es ciertamente lo que piensan
muchos de los líderes de los países del Tercer Mundo. Sólo los ricos
recelan de la riqueza; a los pobres les gustaría probarla. Algunos
incluso dirían que la Revolución industrial fue un acontecimiento
heroico, tanto por los esfuerzos físicos e intelectuales consumidos
en hacerla posible como por la extraordinaria determinación y ener­
gía de quienes la llevaron a cabo. Este era, supongo, el punto de
vista de Berrick Saúl. Los autores del Manifiesto comunista, Karl
Marx y Friedrich Engels, estarían de acuerdo con él: nadie ha
puesto más por las nubes (y por los suelos) a la burguesía como
agente de transformación histórica.
¿Cómo y por qué ocurrió todo esto? Signifiquemos, de paso,
P R O C E S O DE IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N 383

que cómo no es lo mismo que por qué. El historiador o el econo­


mista se hallan a menudo bajo el convencimiento de que describiendo
o midiendo un proceso, éste queda explicado. Esto es especialmente
cierto por lo que respecta a muchos de los estudios estadísticos sobre
el crecimiento económico. Y esto puede ser a la vez erróneo y cos­
toso, ya que a ello cabe seguramente responsabilizar de buena parte
de la monumental mala asignación de los recursos que se ha produ­
cido en el esfuerzo por promover el desarrollo del Tercer Mundo.
Conocemos mejor el cómo que el por qué, lo cual es lógico y, en
cualquier caso, constituye un útil primer paso hacia la comprensión
del proceso. Los cambios esbozados anteriormente empezaron en
Gran Bretaña, la primera nación industrial, pese a iconoclastas como
Richard Roehl. Este ejemplo supuso para otros países un desafío y
una amenaza (tanto política como económica) y dio lugar a esfuerzos
de emulación (que empezaron en Francia y la actual Bélgica, propa­
gándose hacia los territorios que se convirtieron en Alemania, hada
los Estados Unidos y zonas de lo que más tarde sería Checoslova­
quia, y posteriormente hada regiones de la periferia del norte, este
y sur de Europa, y el lejano Japón en la otra mitad del mundo). Estas
diferencias cronológicas influyeron, necesariamente, en la naturaleza
de la industrializadón en estos países imitadores: cuanto más tarde
intentaban adoptar la nueva tecnología, mayor era el salto requerido.
Compárese con lo que dice Olga Crisp sobre el modelo influencial
expuesto en los últimos trabajos de Alexander Gerschenkron. En
algunas circunstancias, esto fue una ventaja para los países rezagados,
y en otras, un serio impedimento para la innovación. Por consiguien­
te, las tasas de crecimiento de los países imitadores han variado entre
sí y con respecto al modelo británico. Algunos se han desarrollado
mucho más rápidamente que sus predecesores, Japón constituye el
mejor ejemplo de ello. Pero otros se han visto arrastrados hacia expe­
riencias truncadas o balbuceantes: nunca han despegado del todo,
todavía lo están intentando, y aún pueden retroceder o fracasar.
América del Sur ha proporcionado varios ejemplos de este tipo de
transformación semiexitosa. India podría ser otro. Y después, por
supuesto, están los recién llegados (aquellos países del Tercer Mundo
que han emprendido la marcha en pos del desarrollo industrial, que
verdaderamente se lo han planteado como una meta fundamental,
como el elemento central indispensable del proceso que denomina­
mos modernización). En estos países, la industrialización apenas ha
384 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

empezado; y aunque preferirían conseguir aceleradamente la trans­


formación (a ninguno, por ejemplo, le gustaría esperar cien años
para llegar tan lejos como llegó Japón después de la restauración
Meiji), les queda mucho camino por recorrer y no pueden dar nada
por sentado (en gran parte debido a aquellas influencias políticas que
hacen del Estado-nación una unidad válida, incluso crucial, para el
análisis económico). El concepto de despegue de Walt Rostow impli­
ca un ascenso irreversible, pero no hay nada irreversible en el desa­
rrollo económico. Irán es testimonio de ello.
Por tanto, la historia de la industrialización aún no ha termina­
do. Se trata del más importante proceso de nuestra consciencia y
experiencia históricas. Su futuro es el futuro del mundo, como ates­
tiguan la agitación, las esperanzas y las pasiones desatadas en torno
a ia visión de un nuevo orden económico internacional. Así pues, en
la medida en que podamos decir algo acertado sobre este proceso o
fomentar estudios sobre estos problemas, estaremos comprometidos
en mucho más que un ejercicio intelectual interesante. Estaremos
proporcionando, o ayudando a proporcionar, una base informativa y
alguna comprensión para las opiniones y toma de decisiones políticas.
Los políticos y los hombres de gobierno podrían aprovecharse en
algún sentido de la historia.

3. Continuidad o ruptura

¿Cuál ha sido el acierto de este congreso? ¿Cuáles son los temas


que de forma recurrente reflejan problemas, experiencias y solucio­
nes comunes? ¿Cuál es la agenda de investigación de los ochenta?
Primero está ese viejo dilema: continuidad contra ruptura. ¿La
Revolución industrial fue una ruptura brusca (¿merece el apelativo
de revolución?) o una consecuencia lógica y predecible de desarrollos
anteriores? La respuesta, por supuesto, como diría cualquier buen
historiador, es que fue las dos cosas. Nada en este campo cae del
cielo; como Marx señaló, la historia detesta los saltos. Hicieron falta
siglos de preparación — un desarrollo de la ciencia y la demanda—
antes de que esta ruptura hacia un nuevo modo de producción pudie­
ra producirse. Y cuando ocurrió, no lo hizo en todas partes al mismo
tiempo de manera global, sino gradualmente, selectivamente, aun­
que irresistiblemente. Por tanto, constituyó también un claro y mar­
P R O C E S O D E IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N 385

cado punto de alejamiento de situaciones y dinámicas anteriores. Ello


hizo posible trabajar más rápido y mejor, y de ese modo se generó
un proceso de crecimiento autosostenido que se pone de manifiesto
en la diferenciada evolución de la curva de la renta o del producto
nacional. La mejor manera de ver esto es simplemente extrapolar
hacia atrás la tendencia de la renta o del producto per cápita: en
este retroceso no tardará la línea proyectada en aproximarse y situar*
se bajo cero. En la medida en que tan bajos niveles medios de la
renta son manifiestamente incongruentes, debemos suponer que la
anterior pendiente era más horizontal y que en algún momento
durante el siglo xvm la línea de tendencia británica adoptó una incli­
nación ascendente, alcanzando las tasas características de lo que
Simón Kuznets ha llamado crecimiento económico moderno.
En cuanto al problema de la continuidad, el profesor Mathias
llamó la atención en su intervención introductoria acerca de la im­
portancia adquirida por la cuestión de la «protoindustrialización» en
la historiografía de los setenta. Puedo señalar que fue uno de los
principales temas debatidos en el congreso de la Asociación Interna­
cional de Historia Económica celebrado en Budapest en agosto de
1983. Por supuesto, para él y para el resto de nosotros, protoindus­
trialización es una nueva palabra aplicada a un fenómeno familiar.
Hemos hablado mucho de ella bajo la denominación de putting-out
System. Muchos de los estudios sobre la Revolución industrial, por
ejemplo, han tratado de la importancia de la industria rural domici­
liaria en la preparación del desarrollo de la manufactura fabril. Los
modelos propuestos han enfatizado generalmente el efecto del abara­
tamiento de la mano de obra sobre los costes, los precios y la deman­
da; la ampliación de los mercados interior y exterior; y la búsqueda
de formas para incrementar la oferta. En The Unbound Prometbeus
indiqué que esta creciente presión de la demanda sobre la oferta
generó conflictos entre patronos y obreros (lo que los marxistas
llamarían contradicciones internas) y estimuló los esfuerzos para sus­
tituir la mano de obra por máquinas. Por lo que se refiere a la indus­
tria rural domiciliaria, el mejor estudio se remonta a 1960, al trabajo
de Rudolf Braun, Industridisierung und Vólksleben, en el que dicho
autor desarrolla un esfuerzo por comprender la cambiante organiza­
ción industrial como parte integrante de la historia total. Este estudio
analiza la introducción de la manufactura algodonera en las tierras
altas de los alrededores de Zuricb en los siglos xvn y xvm . Sobre

2 5 .— NABAL
386 LA DEVO LU CIÓN IN D U ST R IA L

la base de una producción para uso interno, los comerciantes desarro­


llaron una industria de exportación mediante la incorporación de
cantidades crecientes de mano de obra rural al proceso productivo.
Braun muestra las consecuencias, no sólo por lo que respecta a la
producción, sino también sobre las pautas de asentamiento de la po­
blación, las costumbres de noviazgo y matrimonio, las relaciones fami­
liares, el cambio demográfico y los valores sociales y culturales. Más
concretamente, muestra que la nueva capacidad de ganar dinero a una
edad temprana liberó a los adolescentes de su tradicional dependencia
de los padres y les permitió casarse más pronto. Por consiguiente, la
obediencia filial se debilitó y, para bien o para mal, las bases del
matrimonio pasaron de la transacción comercial (unión de status y
propiedades) a la relación sentimental (unión de personas y afectos).
Por supuesto, desde el trabajo de Braun ha habido una gran can­
tidad de estudios sobre este tema, incluyendo varias síntesis preli­
minares. Pero aún quedan por responder importantes preguntas. Por
ejemplo, ¿por qué la manufactura rural se desarrolla en unas áreas
más que en otras? Tradicionalmente, la respuesta ha sido que ésta
prospera en lugares donde hay abundancia de mano de obra desocu­
pada, tales como las áreas agrícolas pobres, donde la población excede
a los recursos y donde la demanda de fuerza de trabajo variaba gran­
demente de una estación a otra. Las regiones montañosas son un
buen ejemplo de esto: el invierno puede ser largo y la utilidad mar­
ginal del tiempo muy baja. En estas circunstancias, el capital dispone
de salarios bajos de la misma manera que el agua fluye hacia luga­
res bajos.
Esta correlación sólo es una primera aproximación a una respues­
ta. Es evidente que algunas de estas zonas pobres aprendieron a
producir y a exportar mercancías. Y que otras produjeron y expor­
taron población. Enviaron a sus jóvenes a servir como mercenarios
en los ejércitos de reyes y príncipes, o como trabajadores tempore­
ros en tierras más fértiles. Los suizos encontraron ocupación en am­
bas actividades, y los norteamericanos no debemos olvidar el papel
desempeñado por los emigrantes de Hesse en los ejércitos británicos
que lucharon contra los colonos en la década de 1770. Algunos de
ellos se quedaron en el Nuevo Mundo en lugar de volver a la pobreza
y dependencia que habían dejado atrás.
Otro problema se refiere al diferente destino que tuvieron estas
manufacturas domésticas, tanto rurales como urbanas. En algunas
PR O C ESO D E IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N 387

áreas sentaron las bases de la industria fabril al proporcionar capital


y formación técnica a una nueva generación de empresarios. Éste
fue, con frecuencia, el caso de la manufactura textil del algodón
(Lancashire y norte de Francia), de la lana (Yorkshire), e incluso
de la seda (Lyon). Hubo desarrollos similares en actividades como
la ferretería y la fabricación de clavos (Birmmgham y el Black
Country), la manufactura calcetera (Nottingham y Troyes), la relo­
jería (el Jura suizo), etc. Esta transición se desarrolló a menudo por
etapas; al principio, el viejo modo de producción, caracterizado por
la dispersión, coexistía con el nuevo, distribuyéndose el mercado en
función de calidades y precios, y ello servía hasta cierto punto como
una válvula reguladora de las fluctuaciones de la demanda. For ejem­
plo, los empresarios fabriles limitarían deliberadamente la capacidad
productiva al nivel de lo que ellos consideraban una prudente esti­
mación del volumen de la demanda — a la demanda base, podríamos
decir— y obtendrían a medida que lo necesitaran una oferta adicio­
nal de los productores domésticos, quienes podrían ser contratados
o despedidos según conviniera.
No obstante, en otras áreas la manufactura doméstica fue un
callejón sin salida. En este sentido se podrían citar los obradores del
lino en Flandes. A partir de la década de 1820, éstos estuvieron
en un crónico estado de crisis debido a la competencia de la hila­
tura mecanizada. A principios de la década de 1840 estaban agoni­
zando, y las malas cosechas y los altos precios de los productos
alimenticios agravaron los efectos del subempleo y del desempleo.
Finalmente, a pesar de algunos esfuerzos bienintencionados pero con­
traproducentes de apoyo gubernamental, se hundió, como sucedió
con la similar industria linera de putting-out en Silesia. Otro ejem­
plo lo tenemos en la manufactura relojera en Inglaterra, la más
importante del mundo en el siglo xvm , prácticamente desaparecida
a finales del XIX. En estos y en otros casos, el problema no era tanto
que la propia industria estuviera condenada al fracaso (como, por
ejemplo, la manufactura de lona y la confección de velas después del
triunfo del buque de vapor, o de los carros después de la invención
del automóvil) como que los protagonistas de estas actividades fue­
ran incapaces de adoptar y adaptarse a los nuevos modos de produc­
ción. El por qué de todo ello —por ejemplo, por qué los suizos esta­
ban preparados para hacer frente al reto de la producción mecanizada
de relojes y los británicos no— es un tema que ha de ser objeto de
388 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

mayor investigación. La industrialización a partir de la protoindus-


trialización no es algo que se pueda dar por sentado.
Dada la importancia de esta fase preparatoria, estamos todos en
deuda con aquellos (Rudolf Braun, Julia de Lacey Mann, Joan
Thirsk, Franklin Mendels, Medick, Peter Kriedte, Hans-Jurgen
Schlumbohm, Lutz Berkner y otros) que se han ocupado de ella — al
margen de que utilicen o no el término protoindustrialización— y
han estimulado el desarrollo de la investigación. Ahora conocemos
de una forma mucho más precisa el proceso mediante el cual Europa
se desarrolló industrialmente y produjo para el mercado antes de la
Revolución industrial, conocemos mucho mejor los elementos del
ensamblaje que posibilitó la Revolución industrial. Y esto es muy
importante, porque nos ayuda a eludir dos errores. Uno de ellos es
concebir la Revolución industrial como una especie de deus ex
machina, súbita creación de algunos muy ingeniosos inventores que
pusieron a disposición de los productores el material y los métodos
de un nuevo modo de producción. El otro es concebirla como el
más sencillo y natural de los acontecimientos, como la consecuencia
de una inevitable progresión en sucesivas fases, cuando en realidad
se trató de una ruptura radical respecto a lo que estaba ocurriendo
en el resto del mundo, que necesitó siglos de preparación, y que sólo
cristalizó en algunos lugares, quedando los demás al margen. El
problema de estas variables repercusiones en el espacio es, claro está,
un asunto importante para aquellos pafses que todavía están inten­
tando industrializarse.

4. El problem a de la p e r io d iz a c ió n

Un segundo tema que ha llamado mucho la atención en nuestro


encuentro es la cuestión de la cronología y las etapas del cambio
industrial. Varios conferenciantes han mostrado cómo la investiga­
ción reciente hace posible la revisión de anteriores cronologías:
el profesor Tilly, por ejemplo, seSala que el proceso de desarrollo
industrial en Alemania, cuyo despegue se había establecido a media­
dos de siglo (aun cuando Sartorhis von Walterhausen eligió, me pare­
ce recordar, 1834 y la creación del Zollverein como fecha de su
inicio), puede ser ahora retrasada a los comienzos de la década de
1840 y a los inicios de lo que Schumpeter llamó «ferrocarrilización».
PR O C ESO DE IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N 389

No obstante, no creo que ninguna de estas periodizacioncs pueda ser


definitiva. Las mismas constituyen el resultado de los estudios reali­
zados y probablemente serán modificadas por la futura investigación.
Es indispensable perfeccionar nuestro conocimiento, pero sin la acep­
tación de algunas hipótesis, aunque sea a título provisional, en la
cronología del cambio, es decir, en el cuándo tuvo lugar, es difícil
comprender y dilucidar el cómo y el por qué.
Por cierto, éste es un claro ejemplo de cómo la investigación en
un país ha influido y ha estimulado otras similares en otros países.
El nuevo interés por el papel desempeñado por el ferrocarril en la
historia económica alemana acusa y copia la metodología desarrollada
en el trabajo de Robert Fogel sobre el impacto del transporte ferro­
viario en los Estados Unidos. Paradójicamente, Fogel sostuvo que los
historiadores norteamericanos tradicionalmente habían sobreestimado
la contribución del ferrocarril, hasta el punto de calificarlo de «indis­
pensable» (él encontró algunos estudiosos que habían empleado este
término), mientras que la investigación llevada a cabo en los países
europeos parecería reafirmar la importancia atribuida al ferrocarril.
Y ahora nos podemos encontrar con que tales resultados conduzcan
a reconsiderar los efectos del nuevo sistema de transporte en los
Estados Unidos. Éste es uno de los aspectos más estimulantes y gra­
tificantes de la historiografía: cada generación tiene la oportunidad
de revisar y rehacer las aportaciones y conclusiones de sus predece-
soras.
Otro aspecto de la cronología es la cuestión del ritmo del creci­
miento económico y los cambios que experimenta. Algunos de los
conferenciantes han subrayado la importancia de los cambios de
coyuntura, señalando los años de 1873 y de 1895-1896 como puntos
de separación entre los tiempos de auge y los difíciles. Es evidente
que existe un renovado interés por las tendencias y los ciclos econó­
micos, un resurgimiento de las viejas aportaciones de Kondratieff y
Simiand (véanse los artículos de Hansjurg Siegenthaler). Éstos
estuvieron en primer plano durante los años treinta, cuando la difi­
cultad de los tiempos comportó que la coyuntura económica se con­
virtiera en un asunto de suma importancia. Durante la guerra y des­
pués de ella, estas preocupaciones fueron desplazadas por la proble­
mática del desarrollo económico, sin duda mucho más adecuada a
un periodo de expansión. Pero cuando a partir de comienzos de los
años setenta las economías industriales ven frenada su expansión o
390 LA REV O LU CIÓ N IN D U S T R IA L

incluso decrecen, los ciclos largos parece que resultan reveladores de


nuevo. Desde la crisis del petróleo de 1973, las recesiones han sido
más profundas, y las recuperaciones más inciertas. A los años de
«estancamiento e inflación» han seguido otros de precios más esta­
bles, pero ello se ha conseguido con el coste de un desempleo enor­
me y pertinaz. ¿Estamos ahora en la fase B del ciclo de Simiand?

5. E quilibrios y desequilibrios e n el crecimiento económico

Un tercer tema de gran interés ha sido el esfuerzo por con­


cretar los sectores punta (leading sectors en lenguaje norteamericano)
o póles de croissance, en la terminología francesa o belga. Esto, a su
vez, supone considerar la muy discutida cuestión del crecimiento
equilibrado en oposición al crecimiento desequilibrado, la cual se
encuentra estrechamente relacionada con el análisis del papel desem­
peñado por los principales productos de exportación. El profesor
Hildebrand, por ejemplo, puso un gran énfasis en la importancia de
la madera en el desarrollo escandinavo, y su análisis fue imitado
por otros. De manera similar, el profesor Berend delimitó la contri­
bución de las cosechas de grano en la industrialización húngara, em­
pezando con las exportaciones de cereales, avanzando luego hacia el
desarrollo de una industria harinera (con una capacidad comparable
a la de Minneapolis en los Estados Unidos), y posteriormente de
establecimientos dedicados a la construcción de maquinaria. Y éste
no fue el final: uno de los más importantes productores de maqui­
naria, la casa Ganz de Budapest, emprendió la fabricación de material
eléctrico, es decir, sirvió de enlace entre la primera y la segunda
Revolución industrial. Al analizar este proceso, Berend remarcó el
contraste entre Hungría y países como Rusia y Rumania, los cuales
se contentaron con la exportación de cereales sin transformar, y por
tanto no obtuvieron mayores beneficios de un recurso tan funda­
mental.
Esto me recuerda mi indicación acerca de la diferencia entre el
cómo y el porqué. No es para nosotros ningún problema comprender
la potencial contribución al crecimiento económico de las principales
especializaciones productivas de un determinado país. Estamos fami­
liarizados con elementos tales como la demanda derivada, las inver­
siones interrelacionadas (ascendentes y descendentes a partir de una
P R O C E S O D E IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N 391

fase del proceso productivo) y la ruptura tecnológica. Todos estos


términos implican relaciones lógicas. Pero afirmar que estas conse­
cuencias son lógicas, y por tanto latentes, no quiere decir que sean
inevitables. La historia está llena de respuestas encontradas a opor­
tunidades semejantes, querer no siempre quiere decir poder.
Examinemos la materia prima más importante de la manufactura
preindustrial: la lana. Inglaterra y España eran los mayores produc­
tores de esta fibra en la Europa medieval y de comienzos de la
época moderna. En España el pastoreo de ganado ovino era el azote
de la agricultura. Proporcionó la materia prima para la industria
lanera autóctona, de naturaleza artesanal, caracterizada por elevados
costes, y confinada en gran parte a cubrir la demanda interior y la
generada por el reservado mercado colonial. También ofreció pro­
ductos de exportación hacia países como Francia. En pocas palabras,
era una fuente de riqueza (con algún coste externo), pero no de
desarrollo. El contraste con Inglaterra es chocante. En la Edad Me­
dia, ésta era un país atrasado, una economía periférica que suminis­
traba materias primas a productores más avanzados. Los comercian­
tes de lana extranjeros no sólo tuvieron la ventaja de la experiencia
y unos mayores recursos de capital, lo cual les facilitó acaparar una
buena parte del esquileo del país, a veces para años venideros, sino
que también disfrutaron de esos privilegios de extraterritorialidad
que hemos reconocido como el estigma de la dependencia económica
y política, de lo que hoy algunos llamarían situación semicolonial.
Sin embargo, este país «subdesarrollado» consiguió a lo largo de
siglos convertir esta exportación en la base de una muy próspera
industria manufacturera, cuya conquista de mercados dentro y fuera
del país proporcionó un singular incentivo para la búsqueda de un
nuevo modo de producción que conocemos como sistema fabril.
En mi opinión, en este aspecto la experiencia europea se corres­
ponde con lo que hoy en día a menudo se considera como dependen­
cia inmutable de los productores de materias primas. Experiencias
desafortunadas han convencido a los países del Tercer Mundo y a la
mayoría de los economistas especializados en el desarrollo económico
de que la dependencia de las exportaciones de materias primas forja
cadenas de subordinación y atrapa a dichos países en el atraso eco­
nómico. Esto es especialmente cierto para las economías altamente
especializadas que dependían principal o abrumadoramente de una
determinada mercancía. Todas las ventajas parecen darse en las eco­
392 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

nomías industriales, cuyos productos dan lugar a ingresos más esta­


bles y cuya diversificación ofrece protección ante la contracción de
la demanda de un u otro artículo. A pesar de todo, el ejemplo euro­
peo nos muestra que los países productores de materias primas no
son necesariamente los más débiles; y si lo son, que tal situación
no tiene por qué ser permanente. La historia de las exportaciones de
materias primas — de lo que HIa Myint llama salida de excedente—
comprende muchas experiencias afortunadas; ciertamente, es esta lar­
ga lista de éxitos la que dio origen a la teoría del desarrollo basada
en la producción de materias primas.
Estos contrastes sugieren a su vez que la historia nos puede
proporcionar alguna comprensión acerca de las razones del éxito de
unos y del fracaso de otros. Seguramente el meollo de la cuestión
está en la disponibilidad de conocimientos científico-técnicos y en
la voluntad de sacar partido de las ganancias del comercio desarro­
llando actividades complementarias y derivadas. En gran parte, ello
depende por tanto de la condición social y cultural de la sociedad
en cuestión. ¿Están los recursos humanos disponibles preparados
para orientar la producción sobre estas nuevas bases? Si no lo están,
las ganancias se perderán en un consumo desmedido o serán expor­
tadas hacia economías más creativas. Puede que una minoría de terra­
tenientes y propietarios de minas gaste sus ingresos en placeres per­
sonales, en el juego, e incluso en la elaboración de costosos y bellos
objets d'art (esta última es probablemente la mejor de las posibles
alternativas en estas circunstancias), pero no habrá crecimiento eco­
nómico y la pobreza seguirá siendo generalizada. Éste es el modelo
que caracterizó al mundo entero antes del desarrollo industrial de
Europa; y hoy en día sigue siendo característico de la mayoría de los
países del Tercer Mundo.
Por lo que a ello se refiere, hay que tener en cuenta una limita­
ción objetiva: hay una gran diferencia entre las materias primas
agrícolas y las minerales, entre los recursos renovables y los no reno­
vables. Ambos proporcionan ganancias que pueden ser usadas para
estimular y financiar un desarrollo derivado, pero la explotación de
los recursos no renovables está sujeta implícitamente a un límite
temporal, puesto que no durarán siempre. Efectivamente, los bene­
ficios pueden ser acumulados (invertidos) y utilizados durante tiem­
po; pero esta política exige un ejercicio de autodominio que es poco
frecuente en los individuos, y menos aún en instituciones públicas
P R O C E S O D E IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N 393

como el Estado. Los repentinos aumentos de los ingresos, que a


menudo trae consigo la puesta en explotación de recursos minerales,
tienen un efecto embriagador en los beneficiarios. Además, las ganan­
cias inesperadas corrompen, especialmente por lo que respecta a las
sociedades preindustriales, en las que la corrupción es una fuente de
negocios. Cabe señalar, a título de ejemplo, que éste es el problema
con el que hoy se enfrenta la OPEP: cuánto tiempo durará el petró­
leo y qué hacer con las ganancias mientras tanto. La experiencia iraní
no es alentadora. Sin duda es el peor caso. Pero incluso los países
productores de petróleo mejor situados tienen que administrar cui­
dadosamente el gasto de sus ingresos. ¿Y qué sucede cuando éstos
disminuyen, como ha ocurrido en los dos últimos años? La gente se
adapta muy rápidamente a un aumento de riqueza, pero reacciona
nerviosamente cuando caen los ingresos.
No obstante, una economía productora de recursos renovables
puede cometer muchos errores, sin perder la oportunidad de corre­
girlos. El tiempo está de parte del productor. El café brasileño es un
buen ejemplo al respecto: la producción empezó a crecer durante la
primera mitad del siglo xix, lo cual tuvo lugar décadas antes de
que las vicisitudes del cambio político y social — en particular la
abolición de la esclavitud y una nueva oleada de emigración euro­
pea— prepararan el terreno para un crecimiento equilibrado. No fue
hasta finales del siglo xix y principios del xx que el café sentó las
bases de un desarrollo extraordinario del área de Sao Paulo - Santos,
que se convirtió en la tercera o cuarta aglomeración urbana e indus­
trial de América.

6. La d is t r ib u c ió n de los recu rsos: un problem a de e f i­

c ie n c ia

Otro tema destacado de estos debates ha sido el papel de los


factores clásicos de producción: la tierra (comprendiendo la totali­
dad de los recursos primarios), el capital y el trabajo (incluyendo
el empresariado); y, en relación con los tres, el papel del gobierno,
Ya se ha mencionado el factor tierra a propósito de la teoría del
desarrollo basado en la especialización para producir productos pri­
marios. En cuanto al capital, vemos que la mayoría de conferencian­
te ha subrayado uno o ambos de estos dos temas: el papel de los
394 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

bancos y el crédito bancario, y la contribución, positiva o negativa,


del gobierno. Los dos son temas clásicos, estudiados tanto o más que
cualquier otro de la historia económica. No he oído nada especial­
mente nuevo en este encuentro, si bien deseamos utilizar los resul­
tados de la investigación reciente como base para investigaciones
futuras. Pienso que se hace necesaria una valoración más sistemática
de las consecuencias (después de considerar los costes de oportunidad
y las ganancias y pérdidas externas) del crédito, de la inversión y de
las transferencias directas (tales como los subsidios). Examinemos la
cuestión de la eficiencia distributiva. La mayoría de los estudios
recientes muestra que las empresas privadas son completamente
racionales a este nivel, es decir, que intentan comprar barato, vender
caro e invertir su dinero donde se produzcan mayores ganancias, al
menos a corto plazo. Es cierto que en este aspecto las empresas indi­
viduales tienen una eficiencia distinta, pero el mercado tiene resortes
para corregir tales comportamientos.
Esto no es sorprendente; pero sí lo es que algunos historiadores
de la economía deduzcan de ello la existencia de una estandarización
óptima, con una total uniformidad, en el ejercicio de la función em­
presarial (como Donald McCloskey y otros profesionales de la nueva
historia económica). Además, lo que vale para la empresa privada no
tiene por qué valer necesariamente para una institución pública exter­
na como el Estado. Por una razón, ¿cómo puede saber el Estado qué
actividad ofrece una tasa marginal de beneficio más elevada? Proba­
blemente esto es más fácil ahora que hace doscientos años, cuando
los gobiernos mercantilistas y cameralistas tomaban decisiones sin el
sustento de información cuantitativa, incluso en aquellas esferas
(comercio exterior, ingresos fiscales) que se supone debían conocer
más y mejor. Los franceses, por ejemplo, a pesar de toda su expe­
riencia en el terreno de la administración económica, estaban a prin­
cipios del siglo xvin en extrema desventaja con relación a los britá­
nicos en las negociaciones comerciales, ya que éstos tenían las cifras
y ellos no. Y cuando en la década de 1780 Jacques Necker confec­
cionó por primera vez un balance de los gastos e ingresos del go­
bierno, ello no sólo constituyó una revelación sino también una
revolución.
Por otra parte, aun cuando los gobiernos fueran omniscientes,
¿por qué habrían de distribuir los recursos para maximizar la pro­
ducción? Sabemos que los gobiernos tienen tanto objetivos económi-
PR O C E S O D E IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N 395

eos como de otra naturaleza, y esto es cierto tanto si el poder es


autocrítico, y por tanto sometido al capricho, como si es democráti­
co, y, consecuentemente, sometido a una diversidad de intereses pri­
vados. Por ejemplo, cuando el Estado establece una política arance­
laria o de subvenciones, su intención puede ser defender o promover
el desarrollo de determinados sectores o empresas, pero también
aumentar el prestigio, mantener el orden político (a la rueda que
chirría se le pone la mayor parte de la grasa), asegurar la capacidad
militar, etc. Desde un punto de vista económico, estos gastos y estas
artificiosas distorsiones pueden constituir una muy inadecuada asig­
nación de los recursos. Si tenemos en cuenta los costes de oportu­
nidad, el resultado en conjunto será negativo. Pero si los excluimos,
las mencionadas disposiciones proporcionan, generalmente, algún be­
neficio.
Uno de los mejores ejemplos nos lo suministra el modelo de
actuación por lo que respecta a las construcciones ferroviarias en
la Europa del siglo xix: muchos países trazaron las líneas según
consideraciones de carácter político y militar. En Francia, por ejem­
plo, la red de ferrocarriles reprodujo casi por completo la red de
carreteras, es decir, el sistema radial con centro en París, y por tanto
favoreció la centralización política. Desde el principio, el movimiento
y el transporte transversal fueron difíciles, y así ha permanecido en
el transcurso de la era del automóvil y del avión. Es posible con­
cebir ordenamientos mejores, pero los ferrocarriles, tal como fueron
construidos, dieron un gran impulso al desarrollo industrial francés.
Puede decirse lo mismo de algunas empresas industriales alta­
mente protegidas, promovidas por los gobiernos cameralistas de la
Europa del siglo xvm , o de las fábricas construidas por el gobierno
japonés en las primeras décadas de la reforma Meiji. Pocas de estas
inversiones fueron racionales desde un punto de vista económico;
la inmensa mayor parte experimentó pérdidas y tuvo que ser man­
tenida con déficits financieros y especiales privilegios de merca­
do. En la Prusia de Federico, una manera de deshacerse de los pro­
ductos sin demanda de la Konigliche Porzellan Manufaktur fue
declararlos de adquisición obligada a los judíos que necesitaban un
permiso estatal para residir, casarse o dedicarse a los negocios. Por
supuesto, si los judíos berlineses hubieran conseguido sobrevivir y
conservar estas piezas no deseadas durante doscientos o más años, las
podrían haber vendido por grandes sumas en los mercados de anti-
396 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

gücdades de hoy en día. Es asombroso lo que pagan hoy los colec­


cionistas por las piezas que representan un músico acompañado por
una mona. A pesar de todo, estas fábricas adiestraron un grupo de
técnicos cualificados y de experimentados administradores, y la si­
guiente generación trabajó mejor. En otras palabras, estas pérdidas
pueden ser el coste a corto plazo de una ganancia a largo plazo.
En todo caso, creo que lo que se deduce de muchas de las dis­
cusiones es que esta mala distribución de los recursos no fue crucial
para el curso eventual del crecimiento, ya que los capitales requeri­
dos eran muy pequeños en las primeras etapas de la industrialización.
Alan Milward indicó que la cantidad de capital absorbida por la
industria fue sólo una pequeña parte de los fondos disponibles para
la agricultura. En otras palabras, si bien se invertían pequeñas sumas
en los lugares adecuados, podían cometerse paralelamente muchos
errores en otras áreas. Pienso que este razonamiento supone una
especie de modelo nuclear del desarrollo económico: había unas
pocas áreas cruciales, y tan pronto como éstas se dinamizaban, las
restantes eran arrastradas; aunque la capacidad de estos sectores
estratégicos para absorber recursos se encontraba limitada por las
restricciones de la oferta en otras áreas (por lo que respecta a mano
de obra, conocimientos científico-técnicos, etc.).
Un elemento que ayudó a reducir el capital requerido fue la posi­
bilidad de usar tecnología atrasada. El profesor Hildebrand, inspi­
rándose en Fritz Hodne, desarrolla esta cuestión en su aportación. Se
trata una vez más de una vieja cuestión. Los historiadores de la eco­
nomía han observado durante tiempo que los países y regiones imi­
tadores pueden hacer un buen y competitivo uso de equipamientos
anticuados, obsoletos en su lugar de origen. La razón es simple: la
relación capital-trabajo de las economías atrasadas e inmersas en la
senda de la imitación les permite, generalmente, sustituir la utiliza­
ción de fuerza humana por máquinas inanimadas. Esto fue lo que
pasó en Europa durante el siglo xix; las máquinas no sólo pasaban
de un país a otro, sino también de las ramas más avanzadas a las
más atrasadas del sector manufacturero (por ejemplo, de los tejidos
de algodón finos a los ordinarios y a los de lino). Esta «cascada»
todavía tiene lugar, pero hay alguna razón para creer que los progra­
mas de sustitución son discontinuos y que muchos sectores de los
países atrasados no pueden comprar equipos usados. En primer lugar,
porque los constructores de maquinaria prefieren imponer los últimos
P R O C E S O DE IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N 397

modelos, hasta el punto de descuidar el mantenimiento y suministro


de piezas de recambio de los equipos más anticuados. De aquí el
conocido fenómeno del desguace de la maquinaria a fin de utilizar
las piezas separadamente. Una consecuencia es la aparición de empre­
sas interpuestas de mantenimiento y servicios a fin de atender las
demandas que la mencionada actuación deja insatisfechas. Ahora
bien, paradójicamente, se puede disponer más fácilmente de estos
servicios en centros industriales avanzados que en áreas de tecnología
atrasada. En segundo lugar, el usuario no siempre está dispuesto a
adquirir este tipo de tecnología. Esto es especialmente cierto por lo
que respecta a las inversiones públicas de los gobiernos del Tercer
Mundo, para quienes el prestigio puede ser tan importante como la
eficiencia y el ahorro.

7. La calidad del factor trabajo

En el transcurso de estos debates hemos prestado menos atención


al trabajo que al capital. Y no sé muy bien por qué, ya que alguna
de las más importantes investigaciones de la última generación se
ha dedicado al estudio del factor trabajo. La única excepción ha sido
la atención prestada por algunos ponentes al papel de la pobreza,
de la ilimitada oferta de mano de obra barata durante el período de
la protoindustrialización. Pero creo que podríamos haber aportado
más al respecto.
Veamos la cuestión del volumen de la oferta de fuerza de tra­
bajo. Disponemos de una considerable literatura sobre historia demo­
gráfica y movimientos de población, y en su mayor parte trata
explícitamente de sus conexiones (o de la ausencia de relaciones) con
la evolución de la economía. Estas interrelaciones son de dos tipos.
Por una parte, está el efecto del crecimiento económico sobre el nivel
de vida de una población en proceso de expansión. Berrick Saúl puso
de manifiesto a este respecto la cuestión, planteada anteriormente
por J. H. Clapham y T. S. Ashton, de si la Revolución industrial
salvó a Gran Bretaña de la catástrofe malthusiana. El caso irlandés
parece a propósito para sugerir algunas alternativas desagradables;
y China es otro ejemplo de las consecuencias de un crecimiento de
población cuando no va acompañado de un crecimiento de la produc­
ción y de la renta.
398 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

Por otra parte, tenemos el efecto de los cambios en la oferta de


fuerza de trabajo sobre la producción y la productividad. Una abun­
dante literatura ha remarcado las ventajas de una mano de obra barata
y abundante (cf. los artículos clásicos de W. Arthur Lewis), y esto es
probablemente cierto dentro de un contexto tecnológico dado. Pero ¿y
la cuestión de la carestía del trabajo en relación con los estímulos
para la transformación de la función productiva? El profesor Hilde-
brand apuntó que Suecia efectuó su gran salto hacia adelante durante
un período de gran emigración, lo cual presumiblemente forzó a que
se adoptaran y, sin duda, se inventaran mecanismos destinados
al ahorro de fuerza de trabajo. Y gran parte del análisis del creci­
miento de los Estados Unidos en el periodo prebélico (antes de
1860) ha mostrado los favorables efectos de la carestía del factor
trabajo y su contribución al desarrollo de lo que fue conocido por
sistema norteamericano de producción manufacturera. Los dos mo­
delos parecen contradictorios; en efecto, esta paradoja constituye el
objetivo central del renovador estudio de H . J. Habbakuk, American
and British Technology. Por el contrario, en el estudio de Jocl
Mokyr sobre la industrialización en los Países Bajos, dicho autor
señala que en Holanda el alto coste de la mano de obra dificultó el
desarrollo en comparación con lo que sucedió en Bélgica. Pienso que
la contradicción es sólo aparente y que desaparece en el momento en
que se efectúa la distinción entre el movimiento ascendente de una
curva de producción dada (es decir, derivado de los cambios en las
proporciones relativas de los factores empleados) y las desviaciones
que la misma experimente asociadas al crecimiento del rendimiento
de los factores.
No es difícil citar ejemplos acerca de los estimulantes efectos
derivados de una mano de obra cara. Pero también se pueden recor­
dar casos contrarios, de lugares donde la escasez de mano de obra
y los elevados salarios no generaron los cambios tecnológicos necesa­
rios para mantener la competitividad. Recuerdo a este respecto el
estudio de Cario Cipolla sobre el declive de la manufactura textil
en el norte de Italia; o la decadencia de la industria relojera en
Gran Bretaña y más tarde en Ginebra. ¿Por qué algunos lugares res­
pondían creativamente a esta clase de desafío, mientras que otros se
aferraban a viejos métodos y se hundían en el mar de la autojusti-
ficación? Una parte de la respuesta se encuentra en las ordenaciones
institucionales: los intereses creados, ya sean del capital o del traba­
P R O C E S O B E IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N 399

jo, encuentran maneras de protegerse del frío mundo real, pero sólo
hasta cierto punto. No obstante, otra parte de la respuesta se halla
en la energía y habilidad creativa (o en su ausencia) del factor tra­
bajo (incluyendo al empresariado).
Esto nos lleva a la cuestión de la calidad, en contraste con la
cantidad, de la fuerza de trabajo. No han sido numerosas las apor­
taciones al respecto en este encuentro. Un aspecto que necesita un
serio estudio por parte de los historiadores de la economía es la signi­
ficación de la escolarización y la alfabetización (incluyendo la aritmé­
tica). Los historiadores han considerado a menudo la conveniencia
de disponer de una fuerza de trabajo alfabetizada como condición
axiomática. ¿Pero qué importancia tenía saber leer y escribir para
el trabajador no cualificado de principios de la Revolución indus­
trial? ¿No podía hacer funcionar su mulé jettny o alimentar su horno
de pudelación sin este conocimiento «superior»? Es cierto que los
encargados tenían que saber leer instrucciones o comunicarse por
escrito con sus patronos. Pero ¿no hubieran podido arreglárselas
con una pequeña «aristocracia» de trabajadores alfabetizados y un
ejército de obreros analfabetos? Por supuesto, la alfabetización y la
aritmética eran indispensables en algunas ramas del aparato produc­
tivo: la impresión y la edición, la construcción de instrumentos, la
fabricación de relojes de todo tipo. En esta última, la gran ventaja
que tenían los trabajadores del Jura suizo sobre los de las comarcas
del otro lado de la frontera con Francia, de idénticas características
humanas y materiales, era que los suizos eran de religión protestante,
y por tanto instruidos.
Sin duda la alfabetización es importante desde un punto de vista
más general. La enseñanza de la lectura, la escritura y el cálculo fue
también un proceso selectivo que diferenciaba a los más brillantes y
diligentes para una posterior promoción social. En efecto, la ense­
ñanza aumentó en gran medida la reserva disponible de personal
capacitado y, sin necesidad de que cambiaran las otras circunstancias,
las perspectivas de productividad social. Las sociedades han utilizado
su capacidad de manera diferente: algunas para los negocios, otras
para el gobierno y la guerra. Pero no basta con desarrollar ciertas
aptitudes, hay que saber usarlas de forma que se pueda obtener pro­
vecho de ellas. Observemos que en los Estados Unidos recientemente
se ha lamentado el hecho de que demasiados de nuestros mejores y
más brillantes talentos se dediquen al derecho, con lo cual no sólo
400 LA REV O LU CIÓ N IN D U S T R IA L

no contribuyen a la producción, sino que además interfieren en ella


con los litigios en los que intervienen.
Cabe señalar que el contenido de la enseñanza técnica (en el
sentido global de competencia intelectual y cognoscitiva mínima) ha
cambiado en el transcurso del tiempo. En nuestros días, la introduc­
ción de los ordenadores ha alterado drásticamente la tecnología de la
información y la comunicación; hasta tal punto, que varias univer­
sidades norteamericanas han introducido ahora el manejo de orde­
nadores entre las enseñanzas requeridas para la graduación. Ello
recuerda el viejo examen de natación requerido por muchas univer­
sidades hace unos cincuenta años. Nadie se diplomaba si no sabía
nadar. Se trataba de salvar vidas. Hoy tenemos el examen de infor­
mática. Se trata de salvar el futuro profesional.
Esto por lo que se refiere al nivel cualitativo mínimo. También
hay mucho que decir sobre el contenido cambiante de la ciencia y
de la técnica a los más altos niveles. En particular, el desarrollo de
nuevas técnicas derivado de la aplicación de conocimientos cientí­
ficos, más que de la experiencia empírica, ha comportado que la
educación formal pasara a ser más importante que el aprendizaje de
taller. Ésta fue la esencia de la llamada segunda Revolución indus­
trial: la introducción de tecnologías esotéricas (electricidad, química
orgánica, motores de combustión interna) derivadas de la investiga­
ción de laboratorio; y todavía en mayor medida de la tercera (elec­
trónica, aplicaciones biomédicas, energía nuclear). Es cierto que se
pueden aprender muchas de estas cosas mediante cursos nocturnos o
de ampliación de la formación profesional e intelectual. Así es como
lo hicieron los británicos, y algunos estudiosos, sobre todo Roderick
Floud, han señalado que dicho procedimiento resultó relativamente
eficaz. Pero probablemente no fue así y una de las grandes ventajas
de los países continentales (por ejemplo, Francia y Alemania) en la
explotación de las posibilidades de las nuevas técnicas fue su forma­
ción en altas escuelas muy especializadas de un flujo de técnicos,
ingenieros y expertos en ciencias aplicadas bien preparados. Es simple­
mente quimérico pensar que se pudieran adquirir conocimientos equi­
valentes mediante cursos nocturnos, o bien tolerando el conservadu­
rismo inherente al aprendizaje de taller.
PR O C E S O D E IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N 401

8. E l e m p r e s a r ia d o : un tem a in c ó m o d o

Finalmente, algunas observaciones sobre el empresariado. Es un


tema del que se ha hablado reiteradamente en nuestros debates.
También es un tema con el que algunos de nosotros nos sentimos
incómodos, especialmente cuando se presenta relacionado con cues­
tiones de religión. El profesor Mori dijo: «No estoy interesado en
el tema de los católicos y la industrialización. Después de todo, en
Italia todo el mundo es católico, vaya o no a la iglesia». Esto está
tan fuera de toda duda como el hecho de que en Gran Bretaña casi
todo el mundo era protestante en vísperas de la Revolución indus­
trial. Esta homogeneidad necesariamente dificulta mucho más el
aislamiento de un hipotético factor religioso. ¿Pero hay algún matiz
que permita establecer distinciones entre, por ejemplo, los miem­
bros de la Iglesia de Inglaterra y los afiliados a la variedad de sec­
tas disidentes? En cualquier caso, digamos que no todos los países
pueden ser considerados uniformes a nivel religioso. El profesor
Bergier aludió de pasada a la diferencia entre los cantones suizos
protestantes y los católicos. Ello nos ofrece un verdadero laborato­
rio: un pequeño país compuesto de unidades semiautónomas de simi­
lares circunstancias políticas y materiales pero con una actividad eco­
nómica muy diferenciada. En cuanto a la ciencia y a la industria, los
cantones protestantes estuvieron siempre por delante de los católicos,
en tanto que estos últimos destacaron en el terreno de los oficios
artísticos. En cuanto al por qué de esta disparidad, una vez más
destacaría el papel de la alfabetización como elemento impulsor del
conocimiento y del desarrollo. En los cantones protestantes, los niños
aprendían a leer y escribir desde el siglo xvi y aun cuando este apren­
dizaje no tuvo en principio un carácter general benefició una alta y
creciente proporción, tanto de niños como de niñas. Los cantones
católicos no tuvieron una enseñanza pública obligatoria hasta finales
del siglo xix. Esto marca una sustancial diferencia. Una revolución
industrial es tanto el resultado de conocimientos como de actuacio­
nes. Los economistas generalmente han considerado la reserva de
conocimientos como universalmente accesible. Filosóficamente, esto
quizás es cierto; socialmente, es sencillamente erróneo.
Quizá la razón principal de que los economistas se hayan mostra­
do reacios a ocuparse del empresariado resida en las dificultades de
definición y medición que ofrece esta categoría social. Ciertamente,

26. — N AD AL
402 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

dicho sujeto es más difícil de reducir a modelos formales que la


inversión o la oferta de fuerza de trabajo. Además, muchas de las
observaciones que se han formulado sobre la figura del empresario
se refieren a su idiosincrasia, y por tanto resultan inverificables. ¿Es
explicativo señalar que los japoneses deben su éxito industrial a un
buen empresariado, o que los judíos, libaneses, chinos, hindúes (de
África oriental) y griegos son buenos negociantes? Aunque tales afir*
maciones fueran ciertas, ¿nos conduciría a comprender por qué algu*
nos pueblos son más emprendedores que otros, o incluso por qué
algunos grupos se han desenvuelto mejor que otros en determinados
momentos y lugares?
Pero estas dificultades y el frecuente recurso a estereotipos eno­
josos no justifican que se ignore este sujeto. Cualquier actividad
científica o investigadora que deseche cuestiones porque las mismas
son difíciles de abordar o se prestan a perjuicios, es simplemente
detestable. Por el contrario, son precisamente estos temas los que
mayormente requieren de un estudio serio, ya que los prejuicios nun­
ca desaparecerán con proscripciones y tabúes. Por lo que respecta a la
iniciativa empresarial, uno de los primeros puntos que es necesario
precisar es la inexistencia de alguna especie de talento hereditario
inherente a ciertos grupos étnicos. Bajo circunstancias sociales apro­
piadas, algunos grupos asumirán funciones empresariales que otros
rechazan. Es simplemente un dato estadístico el hecho de que los
empresarios no surgen al azar dentro de una población dada. La gen­
te no nace para ejercer tales funciones, sino que éstas atraen y mo­
delan a la gente apropiada. Tenemos un ejemplo clásico de ello en
la incapacidad de algunas sociedades agrarias («feudales») para gene­
rar empresas comerciales e industriales. Están incapacitadas a este
respecto porque tienen un sistema de valores que desaprueba el
comercio: las élites terratenientes lo consideran indigno, mientras
que la gran masa de la población, el campesinado, cree que el inter­
mediario es un parásito explotador, que recoge los frutos de los
esfuerzos ajenos. El profesor Berend se ocupó mucho de este fenó­
meno al describir las economías de la cuenca del Danubio, en las que
las actividades comerciales eran desempeñadas en gran medida por
forasteros (judíos, griegos, alemanes). Esta tradición se remonta a la
Edad Media, cuando los campesinos holandeses especialistas en dre­
naje de tierras y en la puesta en cultivo de suelos pantanosos eran
tentados por reclutadores profesionales a irse a los países eslavos. Se
PR O C ESO D E IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N 403

trataba de sujetos emprendedores por lo que a la explotación agraria


se refiere. Pero en el siglo xvm los gobernantes cameralistas de
Prusia y otros estados del este europeo que intentaban promover
el surgimiento de manufacturas eran perfectamente conscientes de
las ventajas que se derivaban de la iniciativa empresarial de los foras­
teros. Federico el Grande, por ejemplo, ofrecía incentivos especiales
a los refugiados hugonotes, emigrantes del Palatinado y judíos (en
otro caso rigurosamente limitados en cuanto a su derecho de resi­
dencia) que trajeran consigo capital, técnicas y experiencia industrial.
Esta inyección de capital y de trabajo cualificado dio un empuje
inmediato a estas economías en desarrollo. Por otra parte, el papel
monopolista o semimonopolista de los forasteros, especialmente de
los grupos despreciados como los judíos, reforzó a menudo la actitud
negativa de la población indígena respecto a tales actividades. El odio
hacia funciones concebidas como moral, cultural y socialmente infe­
riores puede ser un serio impedimento, no sólo porque desanima la
capacidad autóctona (mayoritaria), sino también porque desvía poten­
ciales recursos para la financiación de negocios hacia actividades más
honoríficas. En la Francia del siglo xvm las consecuencias de dicha
hemorragia fueron tan serias, que se decidió que la venta de títulos
de nobleza, comprados por afortunados comerciantes y manufacture­
ros como coronamiento de su éxito comercial, quedara explícitamen­
te condicionada a la continuidad del noble y su familia en la empre­
sa que le había hecho lo suficientemente rico para comprar su nuevo
status.
El desarrollo económico japonés ha moderado recientemente la
hostilidad de los economistas y de muchos historiadores de la econo­
mía a plantearse la cuestión del papel de la iniciativa empresarial. Se
trata de un país que no posee ninguna de las ventajas materiales que
a menudo se han aducido para explicar el éxito económico diferen­
cial. Ningún experto en materia de desarrollo económico predijo, y
podía haberlo hecho, el asombroso éxito económico de Japón a partir
de la guerra. En la actualidad se formulan muchos comentarios
acerca de la cohesión social, de la lealtad que se manifiesta en el
trabajo de grupo, del compromiso por conseguir la perfección propia
del mundo laboral japonés, y consideraciones similares que anterior­
mente fueron temas tabú en el discurso económico. Sin embargo, la
experiencia europea sólo difirió en el grado, no en la naturaleza del
proceso. Tampoco en Europa se puede explicar completamente el
404 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

éxito de unos y el fracaso de otros en términos convencionales, así


como tampoco los avances y retrocesos de determinadas economías.
A este respecto, se ha hablado poco en este encuentro de la impor­
tancia de los estudios recientes sobre el muy controvertido tema del
declive económico británico a partir de finales del siglo xix; y esta
polémica puede ser pronto igualada por otra planteada en similares
términos sobre la evolución de la economía francesa. Rondo Cameron,
que una vez explicó el retraso francés mediante la lapidaria fórmula
de «una escasez de minerales en la dieta», ha cambiado de opinión
en su último trabajo indicando que quizá Francia no estaba tan retra­
sada. En parte, este revisionismo se fundamenta en la suma mani­
pulación de que son objeto los datos macroeconómicos: por efecto
de estimaciones particulares de la renta y del producto nacional,
basadas en una abundancia de suposiciones, interpolaciones, sustitu­
ciones, etc. Las cifras pueden ser correctas, pero han sido ya tan
alteradas por las sucesivas estimaciones que han socavado la con­
fianza en cualquiera de los resultados. Además, aunque se estuviera
de acuerdo con los resultados globales, habría mucho que discutir en
cuanto al análisis y a la interpretación de éstos. ¿Fracasó la Gran
Bretaña victoriana? ¿Ha fracasado la Gran Bretaña del siglo xx?
¿Se ha comportado de la mejor manera que cabía esperar? ¿Y qué
significa esto último? ¿Buenos índices en el contexto de un conjunto
dado de parámetros técnicos e institucionales? ¿Y qué ocurre con
la innovación schumpeteriana relacionada con la ruptura de los mol­
des preestablecidos? Esta especie de juicio recuerda uno de los infor­
mes expedidos por las escuelas progresistas que han abolido la com-
petitividad por antisocial: «Johnny está haciendo constantes pro­
gresos y está desarrollando al máximo su capacidad». Pero Johnny
no sabe leer.

Para concluir, permítanme recordar una vez más a aquellos invi­


tados ausentes. Uno es la demografía. Otros son la educación y la
tecnología. La ausencia de esta última es chocante, ya que se trata
del motor del proceso de desarrollo, de los aumentos de producti­
vidad y, por tanto, de la producción y de la renta per cápita. Pero
los historiadores de la economía no se sienten cómodos con ella, en
parte, sin duda, porque les obliga a relacionarse con otras disciplinas.
Finalmente, me ha sorprendido el que no se haya hablado del mundo
preindustrial, ese enrevesado comensal no invitado a este festín indus­
P R O C E S O D E IN D U ST R IA L IZ A C IÓ N 405

trial. Pienso que gran parte de la experiencia europea conduce a la


comprensión del dilatado proceso que siguieron los países en su
pugna por salir del atraso, en el transcurso del cual los países apren­
dieron los irnos de los otros. Evidentemente, éste es uno de los
aspectos más importantes de la industrialización europea, la difusión
de la ciencia y la técnica a través del espacio y el tiempo. No obstan­
te, doscientos años de desarrollo han alterado drásticamente las ante­
riores circunstancias: los requisitos previos de capital y de conoci­
mientos son más elevados que antes; la distancia entre los países
industrializados y los que aspiran a alcanzar esa meta es más grande
que nunca. Pero los principios siguen siendo los mismos, y precisa­
mente las lecciones negativas de la experiencia tienen que enseñarnos
algo a este respecto. Esto es lo que confiere un interés global a los
temas que hemos tratado aquí.
CUADRO CRONOLÓGICO
408 LA REV O LU CIÓ N IN D U S T R IA L

Historia política Historia económica y social

1688. Segunda fase de la revolu­


ción en Inglaterra. Jacobo II, el úl­
timo de los Estuardo es derrocado.
1688-1697. Guerra entre Francia
e Inglaterra.
1689. Inglaterra: promulgación de 1689. La Compañía de las Indias
la Declararon of Rigbts en la que se pone en funcionamiento una fábrica
codifica la libertad de expresión, se de productos textiles en Calcuta.
funda el ejército permanente y se
atribuye al Parlamento el derecho
a aprobar los impuestos.
Guerra hispano-francesa (1697).
1690. Se introducen en Inglaterra
los primeros tejidos de algodón de
«calicó» (nombre derivado de Cal­
cuta).
1691. Creación de la segunda Com­
pañía de las Indias Orientales, que
se constituirá a comienzos de 1708.
1692. Edicto de tolerancia en fa­ 1692. Nace la Lloyd’s como com­
vor de los cristianos en China. pañía de seguros marítimos.
Bancarrota de la corona española.
1694. Batalla del Ter: ocupación 1694. Fundación del Banco de In­
de Gerona. glaterra.

1696. Pedro el Grande, único zar 1696. Organización en Inglaterra


de Rusia. del Board of Trade (Ministerio de
Comercio).
1697. Paz de Ryswick.
Destrucción de Tayasal, último re­
ducto maya.
1698. Inauguración de un servicio
regular de caravanas entre Rusia y
China.
CUADRO CRONOLÓGICO 409

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1689. Racine, Esíher. J. Locke, So­


bre el gobierno civil.
Sor Juana Inés de la Cruz, Respues­
ta a la muy ilustre sor Filisteo de
la Cruz.

1690. Locke, Ensayo sobre el en- 1690. Hu}'gens, Tratado de la luz


tendimiento humano. (escrito en 1678).
D. Papin, Memoria sobre el empleo
del vapor de agua.
1691. Gayton demuestra la exis­
tencia de gases combustibles.

1695. Leibniz, lluevo sistema de


¡a naturaleza.
Se funda en Nápoles la Academia
de Ciencias.

1697. Bayle, Diccionario histórico


crítico.
410 L A R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

Historia política Historia económica y social

1699. Paz de Carlowitz.


1700. Muerte de Oírlos II. Feli­ 1700. La población europea llega
pe V, rey de España. aproximadamente a 130 millones.
J. Law, Consideraciones sobre el
comercio y sobre el numerario.
1701. Inglaterra: el Act of settle-
rnent regula la sucesión a la corona
de la casa de Hannover.
Empieza la Guerra de Sucesión es­
pañola.
1702. Se funda la Asiento Guinea
Company para desarrollar el comer­
cio de esclavos entre África y Amé­
rica.
1703. Tratado de Methuen entre
Inglaterra y Portugal.
1704. Conquista anglo-holandesa de
Gibraltar.

1707. Act of Union entre Inglate­ 1707. S. de Vauban, Décima real.


rra y Escocia. El reino toma el nom­
bre de Gran Bretaña.
1709. Derrota decisiva de Suecia 1709. Años de malas cosechas en
en Poltava. toda Europa.

1710. Se funda la Compañía ingle­


sa de los Mares del Sur,
CUADRO CRONOLÓGICO 411

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1700. Se funda en Berlín la Aca­


demia de Ciencias.
José de Sewall, Venta, primera crí­
tica americana al esdavismo.
1701. Se crea la Collegiate School
of America en Saybrock (desde
1718, Yale University).

1702. Aparece en Londres The


daily Courant, primer periódico dia­
rio.

1073. Fundación de San Peters- 1703. Newton presidente de la


burgo. Royal Society.
1704. Newton, Tratado de óptica.
1705. B. Mandeville, La fábula de 1705. Máquina de vapor atmosfé­
las abejas. rica de Newcomen.
1706. Se ultima la construcdón
del Hótel des Invalides en París.
1707. D. Papin construye un bar­
co de vapor.

1709. Se funda la Universidad de 1709. A. Darby utiliza carbón fó­


Lyon. sil en lugar de carbón de lefia para
la fusión dd mineral de hierro.
1710. Berkdey, Principios sobre el
conocimiento humano.
1711. J. Addison, The spectator. 1711. Newcomen inventa una bom­
Leibniz es nombrado primer presi­ ba para extraer d agua de las mi­
dente de la Academia de Ciencias nas.
de Berlín. Le Blond consigue imprimir en tri*
comía.
412 LA R E V O LU C IÓ N IN D U ST R IA L

Historia política Historia económica y social

1713. Promulgación de la ley sá­ 1713. Tratado de asiento de ne­


lica en España. gros: el comercio americano de es­
clavos queda en manos británicas.
1713-1714. Los tratados de Utrecht
y Rastadt permiten la terminación
de la guerra de Sucesión española.
1714. Rusia conquista Finlandia.
1715. Muere Luis XTV, el Rey
Sol.
1716. Promulgación de la Septenal 1716. Se funda en París el Banco
Act, que limita a siete años la le­ de John Law, exiliado escocés.
gislatura del parlamento inglés. Se implanta el catastro en España.
Decreto de Nueva Planta en Cata­
luña.
1717. Los franceses fundan Nue­ 1717. Proteccionismo aduanero
va Orleans. borbónico.

1718. Abolición de las encomien­


das en América.
El Banco de Law se transforma en
el Banco de las finanzas de la mo­
narquía francesa.
1718-1719. Guerra de la Cuádru­ 1719. Abolición por Federico Gui­
ple Alianza contra España. llermo I de la servidumbre en tie­
rras de la nobleza.
1720. Quiebra del Banco general
v del sistema Law en Francia.
En Inglaterra, crisis financiera y
quiebra de la Compañía de los Ma­
res del Sur.
Se propagan las ideas de la Ilustra­
ción por la América española.
1721. Creación en Dunkerque de
la primera logia masónica francesa.
Fin de la guerra del Norte: tratado
de Nystadf.
CUADRO CRONOLÓGICO 413

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1713. Haendel compone el Te 1713. Bernouilli, Ars coniectandi,


Deunt dedicado a la paz de Utrecht. primer gran tratado sobre el cálcu­
lo de probabilidades.
1714. Leibniz, Monadologia. 1714. D. G. Farenheit elabora el
termómetro de mercurio para me­
dir la temperatura.

1715. Stradivarius construye Alard,


uno de sus mejores violines.
1716. Gautier, Tratado sobre ¡os
puentes.

1717. J. A. Watteau, Embarque


ara la isla de Citeria.
fundación de la Gran Logia londi­
nense de la masonería.
1718. Voltaire, Edipo. 1718. Geoffrey compone la prime­
ra tabla de afinidad química.

1719. F. Juvara inicia la construc­


ción de la basílica de Superga.
D. Defoe, Robinson Crusoe.
1720. Voltaire, Artemisa.

1721. J. S. Bach, Conciertos de


Brandenburgo.
Montesquieu, Cartas Persas.
Se inicia la construcción del pala­
cio de La Granja.
414 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

Historia política Historia económica y social

Proclamación del Imperio ruso: Pe­


dro el Grande, zar de todas las
Rusias.
Rebelión de José de Antcquera en
Paraguay.
1722. Inglaterra acepta la Prag­ 1722. Fundación de la Compañía
mática Sanción de Carlos VI en fa­ de Ostende.
vor de su hija María Teresa. En Normandía se inicia la fabrica­
ción de telas de algodón.
1723. Reorganización de la Com­
pañía francesa de las Indias.
1724. Luis I, efímero rey de Es­ 1724. Apertura oficial de la Bolsa
paña. de París.

1725. Muerte de Pedro el Grande. 1725. Revuelta fiscal en Escocia.

1726. Primera instalación españo­


la en Uruguay. Montevideo.
1727. Muere el jeque Mulay Is- 1727. Primeras plantaciones de
mail, fundador de un imperio que café en Brasil.
se extiende de Marruecos a Sudán.
1728. Fundación de la Compañía
Guipuzcoana de Caracas.

1729. Fundación de las colonias 1729. El emperador chino Yung-


inglesas de Carolina. Cheng prohíbe la venta de opio.
CUADRO CRONOLÓGICO 415

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1722. Bach, 48 preludios y fugas 1722. R. A. de Réamur, Sobre la


para piano El clave bien temperado. conversión del hierro en acero.

1724. Francia: ordenanza sobre la


mendicidad.
G. Vico pone por vez primera el
título de Ciencia nueva a sus refle­
xiones.
1725. Canaletto, El Canal Grande
visto desde Ca'Foscari.
1726. J. Swift, Los viajes de Gul-
liver. Se inicia la publicación del
Teatro Crítico del padre Feijoo.

1728. V. Bering descubre el es­ 1728. B. F. de Belidor, La ciencia


trecho que separa a Asia de Amé­ de los ingenieros, tratado de mecá­
rica. nica.
En París se ejecutan Las cuatro es­ Bradley descubre la aberración de
taciones de A. Vivaldi. la luz.
1729. Ejecutada La pasión según
san Mateo de Bach.
1730. G. Brandt aísla el cobalto.
R. Reamur inventa el termómetro
de alcohol.
416 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

Historia política Historia económica y social

1733. Guerra de Sucesión polaca,


concluida con la paz de Viena (1738).
Primer pacto de familia entre Es­
paña y Francia.
Sublevación de los comuneros pa­
raguayos de Fernando Mompó.

1735. Guerra ruso-turca, concluida 1735. La Compañía francesa de


con la paz de Belgrado (1739). las Indias Orientales abre un esta­
blecimiento para la producción de
azúcar en las islas Mauricio y Reu­
nión.
1736. Nadir Shah es coronado em­
perador de Persia.

1737. Concordato entre España y


la Santa Sede; política regalista es­
pañola.
1738. Se permite a las colonias
americanas exportar directamente
azúcar al Mediterráneo.
CUADRO CRONOLÓGICO 417

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1731. Voltaire, Historia de Car­


los XII.
£1 librero alemán J. Zedler edita
Grosses vollstandiges Universal Le­
xicón, enciclopedia en 64 volúme­
nes (1732-1760).
1732. Transparente de la catedral 1732. H. Boenhaave, Elementos
de Toledo, de Narciso Tomé. de química, obra que pone los fun­
damentos de la química orgánica.
1733. J. Kay patenta la «lanzado­
ra volante».

1734. Fundación de la Universi­


dad de Gotinga.
Voltaire, Carias filosóficas.
1735. Construcción de la fachada
de San Juan de Letrán, en Roma.
W. Hogart, A rake’s progress (8
pinturas).

1736. Ejecución de Stabat mater


de«G. Pergolesi.
C. Aymand efectúa por primera vez
con éxito una operación de apen-
dicitis.
1737. Clemente XII publica la 1737. Linneo, Genera plantarum,
bula In eminenti contra la maso- que pone las bases de la botánica
nería. moderna.
1738. P. Paul y J. Wyatt constru­
yen por separado sendas máquinas
de hilar.
1739. D. Hume, Tratado de la na­
turaleza humana.

2 7 . — NADU.
418 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

Historia política Historia económica y social

1740. Sube al trono Federico II 1740. Inicio de la producción de


de Prusia el Grande. ácido sulfúrico con fines comercia-
María Teresa se convierte en em- les.
peratriz de Austria.
1740-1748. Guerra de Sucesión
austríaca, concluida con la paz de
Aquisgrán (1748).
1741. Se utiliza por vez primera
el hierro para la construcción de
un puente en Inglaterra.

1742. Rebelión indígena de Ata-


hualpa en Perú.

1743. Segundo pacto de familia


entre España y Francia.
1744. Se funda la primera indus­
tria algodonera en Berlín.
El caucho se populariza en Europa.

1745. Creciente influencia de Ma-


dame Pompadour sobre Luis XV.

1746. Femando VI, rey de España.


Ministerios de Carvajal y Ensenada.
CUADRO CRONOLÓGICO 419

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1740. C. Bonnet publica sus des­


cubrimientos sobre partenogénesis.
B. Huntsman produce acero fundi­
do en crisol (proceso en uso hasta
1870).

1741. Hume, Ensayos morales y


políticos.
Muere Bering después de haber
descubierto Alaska y las islas Aleu­
tianas.
Federico el Grande introduce la ar­
tillería a caballo en el ejército pru­
siano.
1742. Estreno de El Mesías, de 1742. J. Maloin inventa el proce­
Haendel. so de galvanización del hierro.
Celsius propone la medición de la
temperatura en grados centígrados.

1744. Fundación de la Academia


de San Fernando.
1744-1749. L. A. Muratori, Ana­
les de Italia.
1745. J. Offray de La Mettrie, La 1745. E. J. von Kleist inventa el
nueva historia del alma. condensador eléctrico (desarrollado
más tarde por B. Franklin).
1746. D. Diderot, Pensamientos 1746. Van Musschenbrok efectúa
filosóficos. el experimento de la botella de Ley-
1746-1753. Estancia en Inglaterra den.
de Canaletto.
1747. Terminación de la construc­ 1747. El alemán A. S. Margroff
ción del palacio Sans Souci en Pots- descubre la existencia de azúcar en
dam. la remolacha.
Se inicia la publicación de la Espa­ J. Bradlcy descubre las variaciones
ña Sagrada, de Flórez. del eje terrestre.
420 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

Historia política Historia económica y social

1748. España obtiene los ducados 1748. Abierta en Berlín la prime­


de Parma, Plasencia y Guastalla. ra fábrica de tejidos de seda.
Paz de Aquisgrán.

1749. Reformas económicas y ad­


ministrativas en España y América.

1750. Tratado de Madrid entre 1750. El parlamento inglés prohí­


Portugal y España. be a las colonias americanas la pro­
ducción de hierro.

1753. La monarquía francesa de­


clara su segunda bancarrota. Se fun­
da en París la Compañía General
de Seguros.
Apertura de la Bolsa de Viena.
1754. Se inicia la guerra colonial 1754. Comienza la campaña polí­
entre Francia e Inglaterra en Amé­ tica antijesuítica en España.
rica del Norte.

1755. El emperador Chieng Lung 1755. R. Cantillon, Ensayo sobre


prohíbe la actividad de las misiones la naturaleza del comercio en ge­
cristianas en China. neral.
CUADRO CRONOLÓGICO 421

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1748. C. L. de Montesquieu, El 1748. D. Bouru patenta un nuevo


espíritu de las leyes. tipo de máquina para cardar lana.
Comienzo de las grandes excavado* Paul inventa la máquina para car­
nes en Pompeya. dar lana con cilindro giratorio.
1749. G. de Buffon, Historia na­
tural, obra en 36 volúmenes cuya
publicación culminaría en 1788.
1750. Voltaire en Berlín.
Desarrollo de la forma moderna de
sonata y sinfonía.
1751. Voltaire, El siglo de Luis
XIV.
Aparece el primer volumen de la
Enciclopedia de Diderot y d’Alem-
bert (completada en 1780, en 35
volúmenes).
Prohibición de la masonería en Es­
paña.
1752. L. Vanvitelli inicia la cons- 1752. B. Franklin inventa el para­
trucdón del palacio de Caserta. rrayos.

1754. Antonio Genovesi es llama­ 1754. J. Cantón enuncia el prin-


do a ocupar la primera cátedra de cipio de inducción electrostática e
economía, en Ñapóles. inventa el electroscopio.
H. Cort inventa el proceso de pu-
delaje del hierro colado.
1755. Voltaire, La doncella de Or- 1755. L. Euler, Institutionis calcu-
leans. J.-J. Rousseau, Discurso so­ li differentialis, primer trabajo com­
bre el origen de la desigualdad entre pleto sobre el cálculo diferencial.
los hombres.
Se publica el Código de la natura­
leza de Morelly.
El científico Michail Lomosov fun­
da la Universidad de Moscú.
422 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

H istoria política H istoria económica y social

1756. Se funda la fábrica de por­


celana de Sévres.
Primera Sociedad Económica de
Amigos del País en España.
1757. La victoria de Robert Qive
en Plassey asegura el predominio
inglés en la India.
Comienzo de la Guerra de los Siete
Años.
1758. Primera edición del Tableau
économtque de Quesnay, manifiesto
de la escuela fisiocrática.

1759. Carlos III asciende al tro­


no de España y de Nápoles.
1760. Jorge III, rey de Inglaterra. 1760. L. Childs imprime los pri­
meros cheques bancarios.
1761. Tercer pacto de familia en­ 1761. Fundación de la fábrica de
tre España y Francia. porcelanas de Nymphenberg.
1762. Catalina II se convierte en
emperatriz de Rusia. Guerra anglo-
española. Los ingleses ocupan Ma­
nila y La Habana.

1763. La paz de París concluye la


Guerra de los Siete Años.

1764. Es disuelta la Compañía de 1764. Creación de las intendencias


Jesús en Francia. en América.

1765. José II, emperador de Aus­ 1765. Federico II funda en Ber­


tria (nominal). lín el Banco de Prusia. Monopolio
Leopoldo de Habsburgo se convier­ estatal del tabaco en Rusia.
te en gran duque de Toscana. Libertad de comercio de granos en
España.
CUADRO CRONOLÓGICO 423

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1758. C. A. Helvetius, Del espí­


ritu.
J. F. de la Isla, Fray Gerundio de
Campana.
1759. Voltaire, Cándido. 1759. Wolff destruye con su Theo-
Fundación del British Museum. ria generationis la tesis de la pre­
formación germinal.

1761. Herschel descubre Urano.

1762. Rousseau, El contrato so­ 1762. G. C. Fucbsel publica su li­


cial y Emilio o de la educación. bro sobre la estratigrafía, primera
obra sobre la formación geológica
de la tierra. Primeros experimentos
de Dixon con el gas del carbón.

1763. Voltaire, Tratado sobre la


tolerancia.
Primer concierto público de W. A.
Mozart.
1764. Voltaire, Diccionario filosó­ 1764. J. Hargreaves inventa la
fico. C. Beccaria, De los delitos y Spinning Jenny (máquina hiladora).
de las penas. J. J. Winckelmann,
Historia del arte de la antigüedad.
1765. J. Watt inventa el conden­
sador independiente de la máquina
de vapor.
424 L A R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

H istoria política H istoria económica y social

1766. Motines populares en Espa­


ña contra Esquilacne.
1767. Los jesuitas son expulsados 1767. J. D. Stewart, Inquiry into
de Francia, de España y del Para­ the principies of political economy.
guay.

1768-1774. Guerra ruso-turca. Ali 1768. Catalina II seculariza los


Bey rompe los vínculos con el im­ bienes del clero ruso.
perio otomano. Informes de Gálvez sobre la admi­
nistración de Nueva España.

1770. Las tropas de Ali Bey ocu­


pan La Meca.

1771. Gustavo III asciende al tro­ 1771. Aplicaciones de la «hilatura


no de Suecia. hidráulica».
Rusia ocupa la península de Crimea. Campomanes, Memorial ajustado,
Ali Bey entra en Damasco. primer proyecto de reforma agraria.

1772. Primer reparto de Polonia


entre Rusia y Prusia. Catalina II
decreta la abolición de los privi­
legios de los cosacos.
CUADRO CRONOLÓGICO 425

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1766. H. Cavendish aísla el hidró­


geno.
1767. Rousseau se establece en In­ 1767. W. Watson consigue la des­
glaterra. Reforma del sistema esco­ tilación de la hulla.
lar en Austria. Hargreaves mejora su propia má­
quina de hilar.
J. Prestly, The history and present
State of electricity.
1768. Primer viaje de James Cook. 1768. Linneo, Systema naturae.
Aparecen los primeros fascículos de
la Enciclopedia Británica.

1769. Watt patenta la máquina de


vapor.
1769-1770. A. Arkwright ultima
su máquina de hilar algodón («hila­
tura hidráulica»).
A. L. Lavoisier analiza la composi­
ción del aire.

1770. J. W. Goethe empieza a es­


cribir Fausto.
Mozart, Mitridate.
D’Holbach, El sistema de la natu­
raleza.
O. Goldsmith, El pueblo abando­
nado.
El explorador inglés J. Bruce des­
cubre las fuentes del Nilo Azul.
1771. Los periódicos ingleses em­ 1771. C. W. Scheele descubre el
piezan a publicar resúmenes de los oxígeno y el flúor.
debates parlamentarios.
L. A. de Bougainville, Viaje alrede­
dor del mundo.
1772-1775. Segundo viaje de J. 1772. D. Rutherford descubre el
Cook. nitrógeno.
J. Herder, Ensayo sobre el origen
del lenguaje.
426 LA R E V O LU C IÓ N IN D U ST R IA L

Historia política Historia económica y social

1773. Protestas de los ciudadanos 1773. La Compañía inglesa de las


de Boston contra el arancel sobre Indias Orientales es sometida a con­
la importación de té. trol gubernamental.
Clemente XIV suprime la Compa­ Comienzo de la construcción del
ñía de Jesús. primer puente de hierro en Coal-
1773-1775. Revuelta de Pugachov brookdale.
en Rusia.

1774. Luis XVI, rey de Francia. 1774. A. R. J. Turgot, Liberté du


£1 tratado de Kainardij pone fin a commerce des grains. Inglaterra
la guerra ruso-turca. prohíbe la exportación de maquina­
ria de la industria algodonera.
1775-1783. Guerta de Independen­ 1775. Watt vende a Wilkinson la
cia de las colonias americanas con­ primera máquina de vapor y se aso­
tra los ingleses. cia con Boulton para la producción
de máquinas de vapor.
Carestía en París.
1776. Declaración de independen­ 1776. A. Smith, Estudio sobre la
cia proclamada por las colonias naturaleza y las causas de la riqueza
americanas en Filadelfia. de las naciones.
Primer sindicato obrero en Gran
Bretaña.
1777. Primera constitución norte­
americana.
Conquista española de la colonia de
Sacramento (Uruguay).
1778. Apertura en París de la
Casa de Descuentos. Necker intenta
reordenar las finanzas francesas.
Tratado de comercio franco-ameri­
cano.
Liberación del comercio español
con las colonias americanas (Orde­
nanza de libre comercio de Car­
los III).
1779. Sitio de Gibraltar. 1779. Supresión de la servidumbre
en las tierras de realengo en Fran­
cia.
Primera clínica infantil en Londres.
CUADRO CRONOLÓGICO 427

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1773. F. J. Haydn, Stabat mater. 1773. Franklin establece la analo­


Herder, Von deutscber Art und gía de los fenómenos de conducción
Kunst, manifiesto del movimiento térmica y eléctrica.
«Sturm und Drang».
Los hermanos Montgolfier logran
elevar el primer aeróstato.
Cook atraviesa por primera vez el
círculo antártico.
1774. Goethe, Werther. 1774. F. A. Mesmer usa la hipno­
sis con fines terapéuticos.
J. G. Gahn aísla el manganeso.
W. Heschel construye su telescopio.
1775. Beaumarchais, El barbero de
Sevilla. Vaucanson funda el Conser­
vatorio de artes y oficios, escuela
técnica y museo de maquinaria.

1776. Jefferson, Declaración de in­ 1776. Wilkinson usa la máquina


dependencia. de vapor para accionar los fuelles
1776-1779. Tercer viaje de Cook. de un alto horno.

1777. Cook descubre las islas 1777. Lavoisier demuestra que el


Sandwich. J. Wesley funda la Igle­ aire está compuesto de oxígeno y
sia metodista. nitrógeno.

1778. Cook descubre las islas Ha­


wai, donde perderá la vida en 1779.

1779. Seheele fabrica la glicerina,


inicio de la química de las grasas.
S. Crompton inventa la máquina de
hilar mulé jenny.
428 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

Historia política Historia económica y social

1780. Muere María Teresa de Aus­


tria.
José II, emperador.
Rebelión en Perú contra el dominio
español (sofocada en 1783).
1781. G. Washington derrota a 1781. José II decreta la abolición
los ingleses en Yorktown. de la servidumbre de la gleba y de
las corporaciones.
Fundación del establecimiento side­
rúrgico de Le Creusot.

1782. Sublevación criolla en Co­ 1782. Fundación del Banco de


lombia. Norteamérica en Filadelfia.
Fundación del Banco de San Car­
los en España.

1783. Paz de Versalles. Gran Bre­ 1783. Real Cédula de Carlos III
taña reconoce la independencia de declarando honestas todas las pro­
los Estados Unidos; España recu­ fesiones.
pera Menorca, Florida y Sacramen­
to. Rusia se anexiona Crimea. Wil-
liam Pitt, el joven, se convierte en
primer ministro de Inglaterra. Re­
belión campesina en Bohemia.
1784. Ley de Pitt para la India 1784. Fundación del Banco de
que pone bajo control gubernativo Nueva York.
la Compañía de las Indias Orien­ Fundación de la Compañía españo­
tales. la de Filipinas.
1785. Fundación de Freetown en
Sierra Leona como lugar de asilo
para los esclavos fugitivos.

1786. Federico Guillermo II su­ 1786. México se incorpora al sis­


cede a Federico el Grande. tema español de libertad de comer­
cio. Tratado de comercio anglo-
francés.
Empleo de las primeras máquinas
trilladoras.
CUADRO CRONOLÓGICO 429

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1780. G. E. Lessing, Educación 1780. J. Emerson produce latón


del género humano. aleando zinc y cobre.

1781. E. Kant, Crítica de la razón 1781. Watt patenta una segunda


pura. máquina de vapor (con pistón de
J. C. F. Schiller, Los bandidos. doble efecto).
J. H. Pcstalozzi, Leonardo y Gertru­
dis.
Samaniego, Fábulas Morales.
1782. V. Alfieri, Saúl.

1783. Primera ascensión en globo 1783. Bell introduce los cilindros


de los hermanos Montgolfier. de cobre para el estampado de te­
jidos de algodón y de lino.
H. B. de Saussure inventa el higró-
metro.

1784. Primera representación de 1784. Primera aplicación del pu-


Las bodas de Fígaro, de Beaumar- delaje en la operación de afino del
chais. hierro colado.

1785. J. Walter funda The Daily 1785. E. Cartwright patenta el te­


Universal Regisler, periódico que lar mecánico.
tres años después tomó el nombre C. L. de Berthollet descubre la ca­
de The Times. lidad colorante del cloro.
1786. Schiller, Cartas filosóficas. 1786. M. H. Klaproth descubre el
Primera representación de Las bo­ uranio.
das de Fígaro, de Mozart. Primera experiencia de iluminación
a gas en Inglaterra.
430 LA R E V O LU C IÓ N IN D U ST R IA L

H istoria política Historia económica y social


1787. Francia: entra en vigor la
1787. Primera constitución norte­ libre circulación de cereales, nueva
americana, basada en un sistema declaración de bancarrota, conflicto
federal. del ejecutivo con los parlamentos
Los ingleses desembarcan en Aus­ judiciales.
tralia.
Guerra ruso-turca.
1788. Abolición de la servidumbre
1788. Guerra austro-turca. en Dinamarca.
Carlos IV, rey de España.
1789. Francia: apertura de los Es­
tados Generales; Asamblea consti­
tuyente; Declaración de los Dere­
chos del Hombre.
G. Washington es elegido primer
presidente de los Estados Unidos.
1790. Constitución civil del clero 1790. Se ponen en circulación en
en Francia. Francia los primeros asignados.
Muere José II, Leopoldo II se con­ Se constituye la Oficina de Patentes
vierte en emperador. en los Estados Unidos.

1791. Francia: huida del rey; se 1791. Ley Le Chapelier y aboli­


aprueba la constitución; se convoca ción de las corporaciones en Fran­
la Asamblea legislativa. cia.
Insurrección de esclavos en Santo
Domingo.

1792. Francia: supresión de la 1792. Aparición del Diario de


monarquía; proceso a Luis XVI; Barcelona.
la República declara la guerra a
Austria; se instituyen los tribuna­
les revolucionarios. Francisco II,
nuevo emperador de Austria.
Godoy en el gobierno de España.
1793. Francia: Luis XVI y María 1793. Francia: abolición completa
Antonieta son ejecutados; Consti­ de los derechos feudales; tasa de
tución republicana del año I; pri­ los precios. Auge del movimiento
mer Comité de Salud Pública; insu­ sans-culotte.
rrección de la Vendée; calda de los
girondinos; segundo Comité de Sa­
lud Pública (Robespierre). Segundo
CUADRO CRONOLÓGICO 431

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1787. Schiller, Don Carlos. 1787. G. Llagrange, Mecánica ana­


Mozart, Don Juan y Pequeña sere­ lítica.
nata nocturna.
A. Hamilton, El federalista.
Museo del Prado, de J. de Villa-
nueva.
1788. Mozart, sinfonía Júpiter.
Kant, Critica de la razón práctica.
1789. Cadalso, Noches lúgubres. 1789. A. L. Lavoisier, Tratado ele­
Goya es nombrado pintor de cá­ mental de química, obra que pone
mara. las bases de la química moderna.

1790. E. Burke, Reflexiones sobre


la revolución francesa.
Olimpia de Goriges, Declaración de
los derechos de la mujer y el ciuda­
dano.
1791. Mozart, La flauta mágica. 1791. Leblanc inventa el proceso
Se completa el canal entre el mar para la fabricación de la sosa cáus­
Báltico y el mar del Norte. tica.
La Academia Francesa de Ciencias
define el metro como 10—7 del cua­
drante polar que pasa por París.
1792. C. Rouget compone La Mar- 1792. L. Galvani, De viribus elec•
sellesa. tricitatis.
T. Paine, Los derechos del hombre
(réplica al ensayo de Burke).
M. Wollstonecraft, Vindicación de
los derechos de la mujer.

1793. El estadounidense E. Whit-


ney inventa una máquina para des­
granar el algodón.
C. Sprengel descubre el proceso de
polinización de las flores a través
de los insectos.
432 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

H istoria política Historia económica y social

reparto de Polonia entre Rusia y


Prusia.
Guerra del Roscllón entre Francia
y España.
1794. Francia: ejecución de Her- 1794. Francia: supresión de la es­
bcrt y de Danton; dictadura y caída clavitud en las colonias; abolición
de Robespierre; Termidor. de la tasa de los precios.
Tadcus Kosciusko dirige la rebelión
contra el reparto de Polonia.
1795. Francia: se constituye el Di­
rectorio.
Tercer reparto de Polonia.

1796. Napoleón en Italia. 1796. En Francia los «mandatos


Sube al trono de Rusia Pablo I, territoriales» reemplazan a los asig­
hijo de Catalina la Grande. nados.
Teherán se convierte en capital de
Persia.
Alianza de España con el Directo­
rio francés.
1797. Ejecución de Babeuf en 1797. Crisis financiera en Inglate­
Francia. Fundación de la República rra: el Banco de Inglaterra hace
Cisalpina. suspensión de pagos.
Tratado de Campoformio entre Liberalización del monopolio sobre
Francia y Austria. el comercio americano.
1798. Los ejércitos franceses en 1798. T. Malthus, Primer ensayo
Suiza: se funda la República Hel­ sobre el principio de la población.
vética.
Napoleón inicia la campaña de
Egipto.
Ocupación británica de Honduras.
1799. Segunda coalición antifran­ 1799. Ley antihuelga en Inglate­
cesa. rra.
18 de Brumario: Napoleón primer
cónsul.
CUADRO CRONOLÓGICO 433

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1794. Fundación en París de la


Escuela politécnica y del Conserva­
torio Nacional de las artes y de los
oficios.
J. G. Fichte, Doctrina de la ciencia.
1795. Marqués de Sade, La filo­ 1795. J. Bramah inventa la pren­
sofía del tocador. sa hidráulica.
Adopción del sistema métrico deci­
mal en Francia.
1796. J. G. Fichte, Fundamento 1796. E. Jenner experimenta la
del derecho natural. vacuna contra la viruela.
P. S. de Laplace, Exposición del
sistema del mundo (hipótesis de la
nebulosa).

1797. F. Holderlin, Hyperion. 1797. L. N. Vauguelin descubre el


cromo.

1798. Los hermanos Schlegel fun­ 1798. A. Senenfelder inventa la


dan Aihenáum, primera revista del litografía.
romanticismo alemán. E. Stanhope construye la prensa es­
tampadora metálica que reemplaza
a la de madera.

1799. L. van Beethoven, sonata 1799. N. L. Robert inventa la má-


en do menor, Patética. uina para la fabricación de rollos
Las tropas francesas en Egipto en­ e papel.
cuentran en Rosetta la piedra que
permitirá traducir los jeroglíficos
egipcios.

2& . — NADAL
434 LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

H istoria política H istoria económica y social

1800. Batalla de Marengo; los 1800. La población europea se d-


franceses reconquistan Italia. bra en 188 millones aproximada­
Se funda el Reino Unido de Ingla­ mente.
terra e Irlanda. Fundación dd Banco de Francia.
España vende la Louisiana a Francia.
1801. Alejandro I, zar de Rusia. 1801. Crisis económica en toda
T. Jefferson es elegido presidente Europa.
de los Estados Unidos. Inglaterra: primer censo de pobla­
Guerra entre España y Portugal. ción y ley general de cercamiento
de tierras (General Enclosure Act).
El alemán F. K. Archard funda la
primera fábrica para d tratamiento
de la remolacha (que fracasa poco
después).

1802. Tratado de Amiens, Napo­ 1802. Se organizan las Cámaras de


león cónsul vitalicio. Comercio en Francia.
España e Inglaterra permutan las Se dictan las leyes sobre trabajo
islas de Trinidad y Menorca. infantil en Inglaterra.

1803. Ruptura de la paz de Amiens. 1803. J. B. Say, Tratado de econo­


Guerra civil en Suiza. mía política.
Napoleón vende la Louisiana a los Se instituye la obligatoriedad en
Estados Unidos. Francia de la cartilla de trabajo.
Los rusos ocupan Alaska.
1804. Napoleón proclamado empe­ 1804. Promulgación dd «código
rador de los franceses. civil» en Franda.
Dessalines proclama la independen­
cia de Haití.
1805. Tercera coalición antifran­ 1805. Crisis finandera en Franda.
cesa. Entran en servicio los muelles de
Victorias de Nelson en Trafalgar y Londres.
de Napoleón en Austerlitz.
Paz de Presburg entre Francia y
Austria.
Mehamet Ali nombrado pachá de
Egipto por el pueblo de El Cairo:
empieza la historia del Egipto mo­
derno.
1806. Cuarta coalición antifrancesa. 1806. Bloqueo continental contra
Victoria criolla frente a los ingleses Inglaterra.
CUADRO CRONOLÓGICO 435

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1800. Schelling, Sistema del idea­ 1800. Pila eléctrica de Volta.


lismo transcendental. Hershel descubre los rayos infrarro­
Goya, La familia de Carlos IV. jos en el espectro óptico.
Wordsworth, Manifiesto del roman­
ticismo.
1801. Pestalozzi, Como Gertrudis 1801. K. F. Gauss, Disquisitiones
educaba a sus hijos, obra en la que arithmeticae, sobre la teoría de los
expone sus principios educativos. números.
Telar de algodón de Jacquard.

1802. Chateaubriand, Atala. 1802. J. W. Kitter descubre los


rayos ultravioleta.

1803. Beethoven, Sonata a Kreut- 1803. Dalton formula la teoría


zer. atómica.
Lluvia de meteoritos en L’Aigle, en
Francia.

1804. Schiller, Guillermo Tell. 1804. J. L. Gay-Lussac efectúa as­


Beethoven, sinfonía n.° 3, Heroica. censiones en globo para estudiar
las condiciones atmosféricas.

1805. Se presenta en Viena Fide­ 1805. F. W. A. Sertürner inventa


lio, de Beethoven. la morfina.
Hervás y Panduro, Catálogo de las
lenguas de las naciones conocidas.

1806. L. Fernández de Moratín,


El si de las niñas.
436 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

H istoria política Historia económica y social

en Buenos Aires. Gran Bretaña ilegaliza el comercio


Entrada de Miranda en Caracas. de esclavos.
Fin del Sacro Imperio Romano Ger­
mánico.

1807. Batalla de Eyleau y Fried- 1807. Abolición de la servidumbre


land. en Persia.
Paz de Tilsit y alianza franco-rusa. Se promulga el «código de comer­
cio» y empiezan los trabajos para
la elaboración del catastro en Fran­
cia.
1808. Levantamiento antifrancés en 1808. Prohibición de la trata de
España. esclavos en Estados Unidos.
José I, rey de España.

1809. Quinta coalición antifran­ 1809. En Francia se introduce la


cesa. achicoria, como sucedáneo del café,
Derrota austríaca en Wagram; paz a causa del bloqueo inglés.
de Viena; Metternich se convierte
en primer ministro.

1810. Cortes de Cádiz. Juntas de 1810. Crisis económica en Ingla­


Gobierno americanas. terra; se endurece el bloqueo con­
tinental.
En Francia la venta de tabaco se
convierte en monopolio del Estado.

1811. Proclamación de indepen­ 1811. Frederich Krupp funda en


dencia venezolana (Patria Vieja) y Essen su planta siderúrgica; James
paraguaya. Rothschila se instala en París.
Agitaciones luditas en Inglaterra.

1812. Campaña napoleónica en Ru­


sia.
España: Constitución liberal de Cá­
diz.
CUADRO CRONOLÓGICO 437

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1807. H. Kleist, Anfitrión. 1807. Barco de vapor de Fulton.


G. W. Hegel, Fenomenología del
espíritu.

1808. Goethe completa la prime­ 1808. Gay-Lussac formula las le­


ra parte de Fausto. yes sobre la dilatación de los gases.
Fichte, Discursos a la nación ale­
mana.
Beethoven, sexta sinfonía, Pastoral.
F. de Goya, Los fusilamientos de la
Moncloa.

1809. L. B. A. de Lamarques, Phi-


losofía zoológica.
Máquina de fabricar papel, de Dic-
kinson.
Teoría evolutiva de Lamarck.

1810. J. Dalton explica la teoría


del átomo.

1811. J. Austen, Razón y sensibi­ 1811. Avogadro presenta sus hipó­


lidad. tesis sobre las moléculas de los ga­
ses.
J. Rennie inicia la construcción del
puente de Waterloo.

1812. Beethoven compone su Sép­ 1812. J. Common inventa una má­


tima y Octava sinfonías. quina segadora.
J. y W. Grimm, Cuentos infantiles Laplace, Teoría analítica de las pro­
y del hogar. babilidades.
438 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

H istoria política H istoria económica y social

1813. Derrota de Napoleón en 1813. Crac de la Bolsa de París.


Leipzig. Decreto sobre la libertad de indus­
tria en España.

1814. Nuevas derrotas napoleóni­


cas; Napoleón abdica y pasa al exi­
lio en Elba; Luis XVIII accede al
trono de Francia.
Pío VII restablece la Compañía de
Jesús.
Fin de la guerra de la independen­
cia española. Restauración de Fer­
nando VII.
1815. Los Cien días de Napoleón 1815. El Parlamento inglés aprue­
y batalla de Waterloo. Napoleón ba la Corn-Law, ley que prohíbe la
desterrado a Santa Elena. importación de cereales.
Concluye el Congreso de Viena: Real Orden restableciendo la orga­
formaLización de la Santa Alianza. nización gremial en España.
1816. Proclamación de la indepen­ 1816. Crisis económica de posgue­
dencia de Argentina. rra en Europa.

1817-1820. Guerra de independen­ 1817. Crisis económica en los Es­


cia en Chile. tados Unidos.
D. Ricardo, Principios de economía
política y tributación.
1818. Huelga de los hiladores de
algodón en Manchester.

1819. Proclamación de la Repúbli­ 1819. Primera travesía del Atlán­


ca de Colombia. tico en un barco de vapor,
CUADRO CRONOLÓGICO 439

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1813. R. Owen, Una nueva con­


cepción de la sociedad.
Fray Servando Teresa de Mier, His­
toria de la revolución de Nueva Es­
paña.
1814. Lord Byron, El corsario. 1814. G. Stevenson construye la
Martínez de la Rosa, La viuda de primera locomotora.
Padüla.

1816. G. Rossini, El barbero de 1816. L. Daguerre fija la primera


Sevilla. imagen fotográfica en una placa.
Fernández de Lizardi, El periquillo R. T. Laennec inventa el estetos­
Sarniento. copio.
A. Fresnel, Teoría de la polariza­
ción de la luz.
1817. Juan Llórente, Historia de 1817. El irlandés J. Murray pro­
la Inquisición en España. duce los superfosfatos, importantes
fertilizantes químicos.

1818. Apertura del Museo del 1818. El estadounidense T. Blan-


Prado. chard diseña una máquina para la
producción de cañones de fusil en
serie.
J. B. Caventon y P. J. Pellieter des­
cubren la estricnina y dan el nom­
bre de clorofila al pigmento verde
de las plantas.
1819. A Schopenhauer, El mundo
como voluntad y representación.
4 4 0 L A REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

Historia política Historia económica y social

Los ingleses ocupan Singapur. Matanza de Peterloo, en un mitin


España vende Florida a los Estados obrero de Manchester.
Unidos.

1820-1821. Pronunciam iento de 1820. Primeros colonos ingleses


Riego en España, inicio del trienio en Suráfrica.
constitucional; otros movimientos Primera desamortización eclesiásti­
liberales en Portugal y Piamonte. ca en España.
Compromiso de Missouri en los Es­
tados Unidos.

1821. Independencia de México. 1821. H. Saint-Simon, El sistema


Muere Napoleón en Santa Elena. industrial.
Reación obrera frente al maqumis­
mo en Alcoy.

1822. Proclamación de la indepen­ 1822. Se funda la Sociedad para


dencia de Brasil y de Grecia. el desarrollo de la industria en los
Países Bajos.

1823. Doctrina Monroe: América 1823. Primera reforma de la Corn-


para los americanos. La Santa Alian­ Law en Inglaterra.
za interviene en España.
Se crea la Confederación de Pro­
vincias Unidas de Centroamérica.

1824. Muere Luis XVIII: le su­ 1824. Se revocan las leyes antisin-
cede Carlos X. dicalcs en Inglaterra.
Los ingleses ocupan Rangún. Saint-Simon, El catecismo industrial.

1825. Movimiento decabrista en 1825. Crisis económica en Ingla­


Rusia. terra.
Independencia de Boüvia. Desamortización en Chile y Bolivia.
El general Guadalupe Victoria, pri­ Supresión de la mita en Perú.
mer presidente mexicano.
CUADRO CRONOLÓGICO 441

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1820. Shellcy, Oda al viento del 1820. A. M. Ampére expone la


Oeste. teoría de la electrodinámica. Descu­
brimiento de la quinina.

1821. Hegel, Fundamentos de fi­ 1821. M. Faradav explica el prin­


losofía del derecho. cipio del motor eléctrico y publica
Manipulación química.
Seebeck descubre la termoelectri-
cidad.
1822. F. Schubert, La incompleta, 1822. Fresnel define la teoría on­
octava sinfonía. dulatoria de la luz.

1823. Stendhal, Racine y Shakes­ 1823. Stephenson construye el pri­


peare. mer puente ferroviario de hierro
Beethoven, Novena Sinfonía. para el ferrocarril Stockton-Darling-
J. Constable pinta La catedral de ton.
Salisbury.

1824. Creación de la Galería Na­ 1824. J. Aspdin produce el cemen­


cional de Londres. to tipo Porlland.
Apertura del Politécnico de Berlín.
Beethoven, Misa solemne.

1825. A. Thierry, Historia de la 1825. Inauguración de la línea fé­


conquista de Inglaterra. rrea Stockton-Darlington.

1826. H. Berlioz, Sinfonía Fantás­ 1826. Descubrimiento del bromo


tica. y la anilina.
Comienza la publicación de Monu­ P. Betonneau publica sus investiga­
mento Cermaniae Historiae. ciones sobre la difteria.
442 LA REV O LU CIÓ N IN D U S T R IA L

H istoria política H istoria económica y social

1827. Batalla de Navarino: las flo­ 1827. Drástica reducción de los


tas inglesa, francesa y rusa destru­ valores comerciales en España.
yen la turca.
Revuelta de los agraviados en Ca­
taluña.
1828. Guerra ruso-turca. 1828. Constitución del partido de
Independencia de la República los trabajadores en Filaaelfia.
Oriental del Uruguay.
1829. Tratado de Adrianópolis. 1829. Robert Owen funda New
Abolición de la legislación antica­ Harmony, pero fracasó.
tólica en Gran Bretaña. Creación del Banco de San Feman­
Comienza en los Estados Unidos la do, llamado desde 1874 Banco de
presidencia de A. Jackson. España.
Primera reglamentación de las so­
ciedades anónimas en España.
1830. Revolución de julio en Pa­ 1830. Ferrocarril Liverpool-Man-
rís; expulsión de los Borbones; chester.
Luis Felipe, rey de los franceses. Vuelve a aparecer el cólera en Eu­
Independencia de Bélgica. Nueva ropa.
Constitución liberal en Suiza.
Insurrección en Varsovia.
Los franceses inician la coloniza­
ción de Argelia.
Dimisión y muerte de Bolívar; la
Gran Colombia se divide en Colom­
bia, Venezuela y Ecuador.
1831. Mazzini funda en Marsella 1831. Revuelta de obreros de la
la Joven Italia. seda en Lvon.
Desembarco y ejecución de Torrijos Creación de la Bolsa de Madrid.
en Málaga. Horario de 12 horas en la industria
algodonera inglesa para los niños
menores de 18 años.
1832. Reforma electoral en Gran 1832. Fundación en Barcelona de
Bretaña. la fábrica «El Vapor».
Regencia de M* Cristina y anula­
ción de la Ley Sálica en España.
1833. Muerte de Fernando VII. 1833. Se constituyen las primeras
Guerra carlista en España. Trade Union y se establecen los
Las islas Malvinas son ocupadas por inspectores de fábrica en Inglaterra.
los ingleses. Abolición de la esclavitud en las
CUADRO CRONOLÓGICO 443

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1827. A. Manzoni, Los novios. 1827. G. S. Ohm expone la ley


H. Heine, El libro de los Heder. sobre la resistencia eléctrica.
K. Baedeker empieza a publicar su Seguin inventa la caldera tubular.
guía de viajes.

1828. G. Casanova, Memorias.

1829. Estreno de Guillermo Tell, 1829. La locomotora «Rocket» de


de Rossini. Stevenson gana las pruebas de Rain*
ham a una velocidad de 46 km/h.
El estadounidense J. Henry cons­
truye el primer motor electromagné­
tico.

1830. Stendhal, El rojo y el negro. 1830. B. Thimonnier inventa la


A. Comte, Curso de filosofía posi­ máquina de coser.
tiva.
S. Pellico, Mis prisiones.

1831. G. Lcopardi, Cantos. 1831. J. von Liebig descubre el


Viaje de Darwin a bordo del Beagle. cloroformo.
Victor Hugo, Nuestra Señora de
París.

1832. G. Donizetti, Elixir de amor. 1832. Sauvage inventa la hélice.


Goethe, Fausto, segunda parte.
Aribau, Oda a la patria.
Primeros artículos de Larra.
1833. J. Michelet, Historia de
Francia (concluida en 1867).
Ley Guizot sobre la enseñanza en
Françig.
444 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

Historia política H istoria económica y social

colonias británicas. Fundación de la


Sociedad americana contra la es­
clavitud.
División de España en provincias.
1834. Robert Peel, primer minis­ 1834. Establecimiento del Zollve-
tro en Inglaterra. rein por parte de los estados ale­
Formalización de la Cuádruple manes.
Alianza. Ley de pobres en Inglaterra.
Estatuto Real de Martínez de la
Rosa en España.

1835. Dictadura de Rosas en Ar­


gentina.

1836. Secesión de Texas de Mé­ 1836. Desamortización eclesiástica


xico. de Mendizábal en España.
Restablecimiento de la Constitución
de 1812 en España. 1836-1839. Crisis financiera en
Gran Bretaña.
1837. Comienza el largo reinado 1837. Crisis económica en los Es­
de la reina Victoria. tados Unidos.
Confederación Peruboliviana. Apertura de la línea férrea París-
Sainr Germain.

1838. Los ingleses ocupan Aden. 1838. Se inaugura el servicio ma­


rítimo regular entre las dos orillas
del Atlántico.
Primeras agitaciones cartistas y fun­
dación de la liga anti Corn-Law en
Inglaterra.
1839. Tratado de Londres: las 1839. L. Blanc, De la organiza­
grandes potencias garantizan la neu­ ción del trabajo.
tralidad de Bélgica. Convención de Dresde: unificación
Comienza la primera Guerra del monetaria de los Estados germáni­
Opio. co?,
CUADRO CRONOLÓGICO 445

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

H. de Balzac, El médico rural.

1834. Espronceda, Sancho Saldaña. 1834. F. F. Runge descubre el


procedimiento para obtener tintes
de anilina del carbón fósil.
Faraday enuncia la ley sobre la elec­
trólisis.
El estadounidense C. McCornick
patenta la cosechadora mecánica.
1835. A. Tocqueville, La democra­ 1835. S. Colt patenta el revólver
cia en América. que tomará luego su nombre. Telé­
Donizetti, Lucia de Lammermour. grafo eléctrico de S. B. Morse.
S. Strauss, Vida de Jesús.
Gordon Bennett funda el New York
Herald.
Duque de Rivas, Don Alvaro.
1836. N. Gogol, El inspector. 1836. Puente colgante de hierro
sobre el río Avon, de I. Bruncl.

1837. C. Dickens, El club Pick- 1837. El meteorólogo alemán H.


wick y Oliver Twist. W. Dove descubre que las corrien­
T. Carlyle, La revolución francesa. tes de aire polares y ecuatoriales
F. R. Lammenais, El libro del pue­ determinan las condiciones del tiem­
blo. po en Europa.
1838. Daguerre efectúa la prime­
ra fotografía usando sales de plata
(daguerrotipo).

1839. Stendhal, La cartuja de Par­ 1839. C. Goodyear consigue la


ma. vulcanización del caucho.
Balzac, Esplendor y miseria de las
cortesanas.
L. Ranke, Historia de Alemania du-
446 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

H istoria política H istoria económica y social

Convenio de Vergara, fin de la pri­ Prohibición en Prusia del trabajo


mera guerra carlista. en las fábricas a los niños menores
de 9 años y establecimiento de la
jornada de 10 horas para los niños.
1840. Los ingleses se apoderan de 1840. J. Proudhon, De la propie­
Nueva Zelanda. dad.
Regencia de E spartero en España. Primeras importaciones europeas de
guano.
Primera asociación obrera en Cata­
luña.
1841. Convención de los Estre­ 1841. Promulgación en Francia de
chos: los Dardanelos cerrados a to­ leyes para la protección del trabajo
das las marinas de guerra excepto infantil.
la turca. Formación del sindicato de mine­
ros en Inglaterra.
F. List, Sistema nacional de econo­
mía política.
Primeras mujeres universitarias en
Estados Unidos.
1842. Termina la primera Guerra 1842. Aprobación de la ley de fe­
del Opio; Hong Kong queda en rrocarriles en Francia.
poder de los ingleses. Hundimiento del precio del café;
Sublevación en Barcelona, sofocada grave crisis en Venezuela.
por Espartero.

1844. Independencia de la Repú­ 1844. Se funda en Rochdale (In­


blica Dominicana. glaterra) la primera cooperativa de
consumo.
Reorganización del Banco de Ingla­
terra.
Revuelta de los tejedores de Silesia.
1845. Florida y Texas pasan a for­ 1845. Carestía en Irlanda.
mar parte de los Estados Unidos. F. Engels, La situación de la clase
trabajadora en Inglaterra.
CUADRO CRONOLÓGICO 447

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

rante la Reforma.
J. M. W. Turner pinta El último
viaje del Temerario.

1840. Invención del sello en In­ 1840. Líebig, La química aplicada


glaterra. a la agricultura.
Donizetti, La hija del regimiento.

1841. Thomas Cook funda la pri­ 1841. Invención del martillo neu­
mera agencia de viajes. mático.
L. Feuerbach, La esencia del cris­ Litografías de Daumier.
tianismo.

1842. Gogol, Almas muertas. 1842. Invención de la «torre de


G. Verdi, Nabucodonosor. Gay-Lussac».

1843. J. S. Mili, Sistema de lógica. 1843. J. Joule enuncia la ley so­


V. Gioberti, La primacía moral y bre la equivalencia de las formas
política de los italianos. de energía.
Se funda el periódico The Econo-
mist.
1844. A. Dumas, padre, Los tres
mosqueteros.
S. Kierkegaard, El concepto de an­
gustia.
Primera línea telegráfica con siste­
ma Morse en los Estados Unidos.
1845. R. Wagner, Tannhauser. 1845. Estudios de Faraday sobre
la teoría electromagnética de la luz.
Howe perfecciona notablemente la
máquina de coser.
448 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

H istoria política H istoria económica y social

1846. Comienza el pontificado de 1846. Abolición de las Corn Lato


Pío IX. en Inglaterra,
Segunda guerra carlista. Proudhon, Filosofía de la miseria.
K. Marx, Miseria de la filosofía.
1847. Crisis política en España. 1847. Crisis económica y financie­
ra en toda Europa. Se descubren los
yacimientos auríferos de California.
Cari Zeiss funda la fábrica de ins­
trumentos ópticos en Jena.
Fundación de la sociedad de trans­
portes comerciales marítimos Ham-
burg-Amerika-Linie.

1848. Revolución en París; caída 1848. Mili, Principios de econo­


de Luis Felipe; proclamación de la mía política.
II República. Movimientos libera­ Inauguración del primer ferrocarril
les en Italia, Alemania y Austria- en España, la línea Barcelona-Ma-
Hungría. taró.
Primera guerra de independencia
en Italia.
Nueva Constitución federal en Suiza.
Tratado de Guadalupe-Hidalgo.
1849. Triunfa la reacción en Eu­ 1849. Descubrimiento de oro en
ropa: derrota de los movimientos Australia.
liberales en Alemania y Austria- Krupp construye el primer cañón
Hungría. de acero.
Abrogación de las Acias de Nave­
gación en Inglaterra.
Moragas derrota a Páez en Vene­
zuela.

1850. La población europea alcan­


za unos 266 millones. Recupera­
ción económica en Europa. F. Bas-
tiat, Armonías económicas.

1851. Golpe de estado de Luis 1851. Se organiza la federación


Napoleón en Francia. inglesa de obreros mecánicos.
Revuelta de los Taiping en China. Se funda en Berlín la Diskonto-Ge-
CUADRO CRONOLÓGICO 449

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1847. Fundación en Turín del pe­ 1847. A. Sobrero inventa la nitro­


riódico 11 Risorgimento. glicerina. Liebig obtiene el extracto
de carne.
Empleo del cloroformo en cirugía.

1848. K. Marx-F. Engels, El mani­ 1848. W. Thompson (luego lord


fiesto comunista. Kelvin) determina el cero absoluto
en — 273 grados centígrados de
temperatura.

1849. Dickens, David Copperfield.


Se empieza a publicar el Who's
Wbo?
Se funda la agencia de noticias
Reuter.
D. Livinestone empieza la explora­
ción en Africa central y meridional.

1850. Se presenta en Weimar Lo- 1850. Clausius y Kelvin exponen


bengrin, de Wagner. la segunda ley de la termodinámica.
J. Joung inventa la parafina.
H. von Helmholtz construye el pri­
mer oftalmoscopio.
Se coloca un cable submarino entre
Dover y Calais.
1851. H. Melville, Moby Dick. 1851. Aparecen las primeras tipo­
H. Bestowe, La cabaña del Tío grafías con rotativa.
Tom. i. M. Singer construye la primera

2 9 .— N AD AL
450 LA R EVOLUCIÓ N IN D U S T R IA L

Historia política Historia económica y social

Concordato hispano-vaticano. sellsschaft, uno de los primeros


grandes «bancos mixtos» alemanes.
Abolición de la esclavitud en Co­
lombia.

1852. Luis Napoleón proclamado 1852. Se constituye en París el


emperador. Crédit Foncier y el Crédit Mobi-
Disolución de las Cortes en Espa­ lier.
ña; gabinete Roncali. Tentativa austríaca de establecer
una unión aduanera en Alemania
meridional.
Inicio del boom agrícola español.
1853. El comodoro Perry desem­ 1853. Comienza la fabricación en
barca en Japón. serie de relojes.
Carrera, dictador de Guatemala. Proudhon, Manual del especulador
de Bolsa.

1854-1856. Guerra de Crimea. En 1854. Primera hilatura de algodón


los Estados Unidos se funda el Par­ en Bombay.
tido Republicano. Se inaugura la línea férrea Turín-
Pronunciamiento de O’Donnell en Génova.
España: bienio progresista. Inauguración del ferrocarril Viena-
Trieste con el túnel del Sommering,
primera perforación alpina.
1855. Alejandro II, zar de Rusia. 1855. Rothschild funda el Kredit-
anstalt.
Desamortización de Madoz en Es­
paña.

1856. El tratado de París pone ñn 1856. Nuevo sistema financiero es­


a la guerra de Crimea. pañol.
Francia: ley sobre las sociedades
comerciales.
Inglaterra: ley sobre las sociedades
anónimas.
CUADRO CRONOLÓGICO 451

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

Verdi, Rigoletto. máquina de coser que realmente


Se empieza a publicar el New York funciona.
Time.
Primera exposición internacional en
el Cristal Palace de Londres.
1852. Cánovas del Castillo, La 1852. L. Foucault inventa el gi­
campana de Huesca. roscopio.
Morte desarrolla el alfabeto para
la telegrafía.

1853. Comienzo de los grandes 1853. A. Wood inventa la jeringa


trabajos urbanísticos de Hausmann para inyecciones subcutáneas.
en París.
Verdi, El trovador y La Traviata.
J. A. Gobineau, Ensayo sobre la des­
igualdad de las razas.
1854. T. Mommsen, Historia de 1854. E. Otis inventa el ascensor.
Roma. Bunsein inventa el mechero de gas.
Pi i Margall, Reacción y Revolución.

1855. J. Michelet, Historia de 1855. Invención del convertidor


Francia. La época moderna. Bessemcr para la producción de
Apertura del Politécnico federal de acero.
Zurich. La sociedad estadounidense Robins
Exposición internacional de París. y Lawrence Co. produce el tomo
Livingstone descubre las cataratas de torreta.
Victoria. Primer empleo de sondas para la
prospección petrolífera en los Es­
tados Unidos.
Manuel García inventa el laringos­
copio.
1856. Tocqueville, El antiguo ré­ 1856. Pasteur comienza sus estu­
gimen y la revolución. dios sobre las bacterias.
G. Flaubert, Madame Bovary. Krupp fabrica cañones de acero.
Se descubre el hombre de Neander­
thal.
452 LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

H istoria política H istoria económica y social

Iniciación de las construcciones fe­


rroviarias en Rusia.
1857. Garibaldi funda la Sociedad 1857. Creación del Banco de Bil­
nacional italiana. bao.
Política autoritaria de Narváez en Liberación de los siervos de las
España. tierras imperiales en Rusia.
Dificultades financieras en Inglate­
rra a causa de las especulaciones
ferroviarias en los Estados Unidos.
Primer censo oficial moderno en
España.
1858. Fundación de la Fraternidad 1858. Francia, Gran Bretaña, Ho­
republicana irlandesa. landa y Rusia firman tratados co­
Sofocada la rebelión en la India. merciales con Japón.
Fundación de la Compañía del ca­
nal de Suez.
Abolición de la Compañía de las
Indias orientales.
Ley sobre la banca en Inglaterra.
La Marina francesa es la primera
en utilizar naves acorazadas.
1859. Italia: segunda guerra de 1859. Comienzo de los trabajos
independencia; movimientos parti­ para construir el Canal de Suez.
darios de la anexión en Toscana, Apertura de los primeros pozos pe­
Parma, Módena y en las Legaciones. trolíferos en Pennsylvania.
El Principado de Mónaco se con­ Marx, Contribución a la economía
vierte en estado independiente. política.
Guerra de África española en Ma­ Nacionalización de los bienes del
rruecos. clero en México.
1860. Cavour vuelve al poder; ex­ 1860. Tratado de comercio anglo-
pedición de los Mil; primeras ane­ francés, que supone un avance de
xiones al reino de Saboya. la política de libre cambio. Funda­
Victoria constitucionalista de Juá­ ción del Banco de Rusia.
rez en México. Primera refinería de petróleo en Ti-
tusville (Pennsylvania).
1861. Proclamación del reino de 1861. Abolida la servidumbre en
Italia; muerte de Cavour. A. Lin­ Rusia.
coln elegido presidente de los Es­ S. Mili, Del utilitarismo.
tados Unidos; secesión de los Esta­ Desamortización eclesiástica en Co­
dos del Sur y comienzo de la gue­ lombia.
rra civil.
CUADRO CRONOLÓGICO 453

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1857. Ch. Baudelaire, Las flores 1857. Se obtiene celulosa de la


del mal. madera.

1858. Wagner, Sigfrido. 1858. Estudios de J. Lister sobre


J. H. Speke descubre las fuentes la coagulación de la sangre.
del Nilo en el lago Victoria. J. Plücker descubre los rayos cató­
dicos.

1859. Ch. Darwin, El origen de las 1859. Niemann aísla la cocaína en


especies. forma pura.
R. Wagner, Tristón e Isolda (estre­ Submarino Ictíneo, de N. Monturiol.
nada en 1864). Plan urbanístico de Cerdl en Bar­
celona.

1860. J. Buckhardt, La civiliza­ 1860. Berthoüet, Química orgánica.


ción del Renacimiento en Italia. Motor de explosión de Lenoir.
E. Degas, Jóvenes espartanos ejer­ El alemán P. Reis inventa el telé­
citándose en la lucha. fono magnético.

1861. I. S. Turgenev, Padres e 1861. Foucault mide la velocidad


hijos (exordio del nihilismo ruso). de la luz. La Solvay introduce un
Completada una línea telegráfica a nuevo procedimiento para la pro­
través de los Estados Unidos. ducción de sosa.
Primeros fusiles con cargador em­
pleados en la guerra civil americana.
454 LA REV O LU C IÓ N IN D U S T R IA L

H istoria política H istoria económica y social

1862. Bismarck nombrado primer 1862. Primer papel moneda en los


ministro de Prusia. Estados Unidos.
Lincoln proclama la emancipación
de los esclavos.
Francia ocupa Camboya.

1863. Estados Unidos: batalla de 1863. Nace la Asociación General


Gettisburg. de Trabajadores Alemanes.

1864. Guerra austro-prusiana con­ 1864. Marx funda en Londres la


tra Dinamarca. Encíclicas Quattta Asociación internacional de traba­
cura y Sillabus publicadas por Pío jadores (I Internacional).
IX; Maximiliano de Habsburgo em­ Reconocimiento del derecho de
perador de México. huelga en Francia.

1865. Guerra de la Triple Alianza


contra Paraguay. El Congreso esta­
dounidense vota la abolición de la
esclavitud; fin de la guerra de se­
cesión: asesinato de Lincoln.

1866. Guerra austro-prusiana: vic­ 1866. Crisis financiera en Europa.


toria prusiana en Sadowa. Grave crisis bursátil en España.
Dictadura de Narváez en España.

1867. Los Estados Unidos com­ 1867. Se descubren los yacimien­


pran Alaska a Rusia. tos de diamantes en Suráfrica.
Reforma electoral en Inglaterra. Inauguración de las líneas férreas
Comienzo de la dinastía Meiji en de Brenner.
Japón. K. Marx, El capital, primera parte.
Fusilamiento de Maximiliano en
México: Juárez, presidente.

1868. Pronunciamiento militar en 1868. Primer congreso de las Tro-


España: abdicación de Isabel II y de Unions inglesas.
CUADRO CRONOLÓGICO 455

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1862. V. Hugo, Los miserables. 1862. R. Gatling patenta la ame­


H. Spencer, Los primeros princi­ tralladora. Wohler inventa el ace­
pios. tileno.
Verdi, La fuerza del destino.

1863. E. Renán, Vida de Jesús. 1863. Wilbrand inventa el trini-


G. Bizet, Los pescadores de perlas. trotolueno, conocido como T. N.T.
E. Manet, Déjeuner sur l'berbe. H. Mege-Mouris inventa la marga­
T. Gautier, Capitán Fracassa. rina.
Comienzan los trabajos para la cons­
trucción del metro de Londres.
Eugenio M* Hostos, La peregrina­
ción de Bayrán.

1864. L. Tolstoi, La guerra y la 1864. Invención del horno Mar-


paz (acabada en 1868). tin-Sicmens para la producción de
H. Dunant funda la Cruz Roja In­ acero.
ternacional.

1865. L. Carroll, Alicia en el país 1865. G. J. Mendel enuncia la


de las maravillas. primera ley sobre los caracteres he­
E. Mengoni construye la Galería reditarios.
Victor Manuel en Milán. Ecuaciones matemáticas sobre la in­
Se fundan el Massachusetts Institule ducción electromagnética de C. Max­
of Technology y la Universidad de well.
Odesa.

1866. P. Verlaine, Poemas satur- 1866. A. 8. Nobel inventa la di­


nianos. namita.
F. Dostoievski, Crimen y castigo. R. Whitehead perfecciona los torpe­
E. Monet, El plfa.ro. dos.

1867. Émile Zola, Teresa Raquin. 1867. W. Siemens inventa la di­


J. Strauss, El Danubio azul. namo.
Monier inventa el hormigón ar­
mado.

1868. M. Mussorgski, Boris Go- 1868. R. Mushet obtiene acero al


dunov. tungsteno-vanadio.
456 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

Historia política Historia económica y social

gobierno de Prim. Gladstone nom­ Cierre de la caja de depósitos esta­


brado primer ministro en Inglaterra. tal en España.
Se funda en los Estados Unidos el
Ku Klux Klan.
1869. Apertura del Concilio Vati­ 1869. Inauguración del canal de
cano I. Suez.
El general Prim muere asesinado Reglamentaciones mineras en Es­
en España. paña.
Entra en funcionamiento la línea
férrea transcontinental en los Esta­
dos Unidos.
1870. Guerra franco-prusiana y 1870. Fundación en los Estados
caída del Segundo Imperio francés. Unidos de la Standard Oil.
Disolución del Estado pontificio, Ley agraria en Irlanda.
que es anexionado a Italia. Ley sobre las sociedades anónimas
en Alemania.
1870-1873. Amadeo I de Saboya,
rey de España.
1871. Proclamación del Imperio 1871. Abolición de los derechos
alemán. Guillermo I emperador y feudales en Japón.
Bismarck canciller. En Inglaterra la Trade Union Act
La Comuna de París. reconoce oficialmente a los sindica­
tos.
Fundación del Deutsche Bank.
1872. Inicio de la Kulturkampj en 1872. Primera línea férrea en Ja­
Alemania. pón.
1872-1876. Tercera guerra carlista Comienzan los trabajos de perfora­
en España. ción del San Gottardo.
Se constituye el Dresdner Bank.
Congreso de La Haya de la AIT:
escisión de los bakunistas.
1873. Proclamación de la I Repú­ 1873. Crisis económica general (co­
blica española. mienzo de la Gran Depresión, que
durará hasta 1896).
Monometalismo, del oro, en Alema­
nia y en los Estados Unidos.
CUADRO CRONOLÓGICO 457

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

Dostoievski, El idiota. J. Oliver construye el arado de ace­


ro templado.

1869. Flaubert, La educación sen­ 1869. Clasificación de los elemen­


timental. tos químicos en orden periódico de
R. Wagner, El oro del Rin. Mendeleev.
Verlaine, Fiestas galantes.

1870. Spencer, Principios de psi­ 1870. T. H. Huxley presenta la


cología. teoría de la biogénesis.
Heinrich Schlíemann empieza las Siemens construye un horno eléc­
excavaciones en Troya. trico para la producción de acero.

1871. Verdi, Aída. 1871. Maddox inventa las placas


José Martí, El presidio político en fotográficas al bromuro de plata.
Cuba.
Castelar, Discursos parlamentarios
políticos.
Darwin, El origen del hombre.
1872. J. Verne, La vuelta al mun­ 1872. El ingeniero americano G.
do en ochenta días. Westinghouse inventa el freno au­
A. Daudet, Tartarín de Tarascón. tomático de aire comprimido.
José Hernández, El gaucho Martin R. Koch inicia los estudios sobre
Fierro. las bacterias.

1873. A. Rimbaud, Una temporada 1873. Los estadounidenses Sholes


en el infierno. y Glidden presentan la primera má­
E. Manet, El sombrero de paja. quina de escribir, que obtiene éxito
N. A. Rimski-Korsakov, Iván el comercial.
Terrible.
Pérez Galdós comienza a publicar
los Episodios Nacionales.
458 LA R E V O LU C IÓ N IN D U ST R IA L

H istoria política H istoria económica y social

1874. Dictadura de Serrano en 1874. Creación de la Unión Pos­


España. tal Internacional.
Dictadura de Porfirio Díaz en Mé­ Se introduce en Inglaterra la jor­
xico. nada de trabajo de 10 horas. La
Pío IX proclama el Non expedit. Remington and Sons inicia la pro­
ducción de máquinas de escribir
modelo Sholes-Glidden, que toma­
rán su nombre.
1875. Alfonso XII, rey de España. 1875. Inglaterra adquiere la ma­
yor parte de las acciones de la Com­
pañía del Canal de Suez.
Congreso de Gotha: constitución
del Partido Socialdemócrata alemán,
nacido de la fusión entre la Asocia­
ción de obreros de Lasalle y el Par­
tido Obrero de Liebknecht y Bebel.
La Riotinto Company Ltd. inicia la
explotación del cobre de Huelva.
1876. Restablecimiento en España 1876. Disolución de la I Interna­
de la monarquía constitucional. cional.
En Rusia se constituye el movi­ Constitución de la Reicbsbank en
miento «Tierra y libertad». Alemania.
Primera línea férrea en China.

1877. Guerra ruso-turca. La reina 1877. Huelga en los ferrocarriles


Victoria proclamada emperatriz de estadounidenses.
la India. Se construyen los primeros vagones
Los ingleses se anexionan el Trans- y barcos frigoríficos.
vaal.
1878. Congreso de Berlín. Comien­ 1878. Se completa la legislación
za el pontificado de León XIII. sobre el trabajo femenino e infantil
Paz de Zanjón en Cuba. en Inglaterra.
Se promulgan las leyes antisocialis­
tas y se funda el Partido cristiano-
social en Alemania.
Retorno al bimetalismo en los Es­
tados Unidos.
CUADKO CRONOLÓGICO 459

Cultura y sociedad Progreso tecnológico 7 científico

1874. C. Monet, Impresión y Sol 1874. Zeidler descubre el uso del


naciente', se consolida la escuela DDT como insecticida.
pictórica impresionista.
C. Saint-Saéns, Danza macabra.
Verdi, Réquiem.
H. M. Stanley empieza su viaje a
través de África.
Juan Varela, Repita Jiménez.
1875. C. Lombroso, El hombre 1875. Invención del procedimien­
criminal. to Gilchrist-Thomas para la produc­
C. Bizet, Carmen. ción de acero.
Tolstoi, Ana Karenina.

1876. M. Twain, Tom Sawyer. 1876. N. A. Otto inventa el mo­


S. Mallarmé, La siesta de un fauno. tor de gas.
G. Brahms, Primera sinfonía, op. 68. A. G. Bell inventa el teléfono eléc­
En Inglaterra se dispone la obliga­ trico.
toriedad de la educación elemental. C. Linde construye la primera má­
Primeras excavaciones de Schliem- quina frigorífica.
mann en Micenas.
Giner de los Rfos funda en Espafia
la Institución Libre de Enseñanza.
1877. Zola, La taberna. 1877. T. Edison inventa el micró­
G. Carducci, Odas bárbaras. fono y el fonógrafo.
Estreno del ballet El lago de los
cisnes, con música de Cnaikovski.
Verdaguer, UAtlintida.
1878. H. Malot, Sin familia. 1878. Berthollet, Mecánica quími­
Apertura del paso del Noreste. ca.
Construcción del Casino de Monte- Edison inventa la bombilla.
cario. K. Benz construye el triciclo de
motor.
460 L A R E V O LU C IÓ N IN D U S T R IA L

H istoria política H istoria económica y social

1879. Alianza austro-alemana. 1879. Adopción de la política pro­


teccionista en Alemania.
Congreso de geografía colonial en
Bruselas.

1880. Guerra anglo-bóer. 1880. Fundación de la Compañía


del Canal de Panamá.
Desarrollo de la gran industria peri­
férica en España.

1881. Asesinato del zar Alejan­ 1881. Medidas proteccionistas en


dro II. Francia. Comisión para las deudas
Liga de los tres emperadores. internacionales en Constantinopla.
Francia ocupa Túnez. Construcción del ferrocarril Pekín-
Sagasta, presidente del Gobierno es­ Tien Tsin y de la línea transandina.
pañol. Dessepe y Eiffel empiezan los tra­
bajos de construcción del canal de
Panamá. Constitución de la socie­
dad eléctrica de Edison.
Creación de la Federación de Tra­
bajadores, anarquista, en España.

1882. Constitución de la Triple 1882. Apertura del túnel de San


Alianza entre Alemania, Austria e Gottardo.
Italia. Crisis financiera en Francia. Fun­
Los ingleses ocupan Egipto. dación de la Sociedad colonial ale­
mana.
Ley sobre el trabajo infantil en
Rusia.

1883. Los franceses se establecen 1883. Primeras leyes sobre segu­


en Tonkín y en Madagascar. ros sociales en Alemania. Plejanov
Primeras colonias alemanas en Áfri­ y Akselrod fundan el «Grupo de
ca Suroccidental. la libertad del trabajo».
CUADRO CRONOLÓGICO 461

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1879. H. J. Ibsen, Casa de mu­ 1879. Pasteur descubre los funda­


ñecas. mentos científicos de la vacuna.
E. Treitschke, Historia alemana del J. Rettyx inventa la caja registra­
siglo XIX. dora.
Dostoievski, Los hermanos Karama- Fahlberg y Remsen descubren la
zov. sacarina.
Eduardo Gutiérrez, San Juan Mo­ El primer tranvía de tracción eléc­
rena. trica se presenta en la exposición
de Berlín.
1880. Concepción Arenal, Cartas 1880. Descubrimiento de que las
a un obrero y a un señor. moscas anófeles son los agentes por­
Zola, Nana. tadores de la malaria.
Maupassant, Bola decebo. Ramón y Cajal descubre la estruc­
Chaikovski, Obertura 1812 y Capri­ tura de la neurona.
cho italiano.
Rosalía de Castro, Follas Novas.

1881. Stanley funda Leopoldvílle 1881. C. Billroth descubre los es­


en el Congo. treptococos.
Ibsen, Espectros. Primera red telefónica local en Ale­
G. Verga, Los malavoglia. mania.
Verlaine, Sensatez.

1882. Ibsen, El enemigo del pue­ 1882. Koch descubre el bacilo de


blo. la tuberculosis.
G. Stevenson, La isla del tesoro. Primera central eléctrica en Nueva
A. Bertillon presenta el método an­ York para la iluminación de la ciu­
tropométrico para la identificación dad.
de los criminales.

1883. Nietzsche, Arí habló Zara- 1883. Primer rascacielos en


thustra. Chicago.
Aceptada umversalmente la hora de
Greenwich.
462 LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

H istoria política H istoria económica y social

1884. Conferencia de Berlín so­ 1884. Reconocimiento de los sin­


bre el reparto colonial. dicatos en Francia.
Reforma electoral en Inglaterra. Se funda en Gran Bretaña la So­
Gran victoria en las elecciones del ciedad Fabiana.
partido socialdemócrata alemán a Descubrimiento de oro en Trans-
pesar de las leyes antisocialistas. vaal.
Nuevo ministerio Cánovas en Es­ Crack de la Bolsa en Nueva York.
paña. Presentación del Memorial de
Agravios catalán.
1885. Fundación del partido indio 1885. Se constituye el partido obre­
del Congreso. Italia ocupa Eritrea. ro belga.
Regencia de M.* Cristina en España. El conde Chardonnet inicia la fabri­
cación de seda artificial en Francia.

1886. Boulanger nombrado minis­ 1886. Manifestación del Primero


tro de la Guerra en Francia. de Mayo en los Estados Unidos.
Creación de la American Federation
of Labour.
^legalización de la huelga en Rusia.

1887. Creación de la Unión de 1887. Abolición definitiva de la


Indochina que comprendía las co­ esclavitud en Cuba.
lonias francesas del sureste asiático.
1888. Guillermo II sucede a Gui­ 1888. Primera exposición univer­
llermo I como emperador de Alema­ sal de Barcelona.
nia. Fundación de la Unión General de
Conferencia internacional de Cons- Trabajadores en España.
tantinopla sobre el canal de Suez.

1889. Conferencia colonial en Bru­ 1889. Fundación de la II Interna­


selas. cional.
El emperador japonés Mitsu Hito Oleada de huelgas en Europa.
promulga una Constitución. Bancarrota de la Compañía del Ca-
CUADRO CRONOLÓGICO 463

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1884. Twain, Huckleberry Fitin. 1884. C. A. Parson inventa el mo­


A. Gaudí inicia la construcción de tor de turbina.
la Sagrada Familia en Barcelona. H. S. Maxim perfecciona la ame­
tralladora.

1885. Zola, Germinal. 1885. Benz inventa el motor de


Maupassant, Bel ami. explosión.
Van Gogh, Los comedores de pa­ Mannesmann patenta la fabricación
tatas. de tubos sin soldadura.
Leopoldo Alas («Clarín»), La re­ H. Hertz descubre las ondas elec­
genta. tromagnéticas.
W. Stanley inventa el transforma­
dor.
Pasteur inyecta con éxito su sue­
ro antirrábico.
1886. Nietzsche, Más allá del bien 1886. G. Daimler inventa la mo­
y del mal. tocicleta.
Stevenson, Doctor Jeckyll y Mr. Hall en los Estados Unidos y Hé-
Hyde. roult en Francia obtienen el alumi­
Saint-Saens, El carnaval de los ani­ nio mediante la electrólisis.
males. Invención de la máquina sopladora
para la industria del vidrio.
1887. Verdi, Otelo. 1887. Invención de la linotipia.
Van Gogh, Los girasoles. Goowin filma la primera película
en celuloide.
1888. Van Gogh, El puente leva­ 1888. J. P. Dunlop inventa el neu­
dizo del Inglés en Arles. mático.
Rimski-Korsakov, Sberezade. N. Tesla construye el primer mo­
Rubén Darío, Azul. tor de corriente alterna.
G. Eastman produce el primer rollo
fotográfico.
Submarino de Isaac Peral.
1889. Exposición universal de Pa­ 1889. D. E. Pelt diseña su calcu­
rís: la torre Eiffel. ladora.
H. Bergson, Ensayo sobre los datos
inmediatos de ¡a conciencia.
464 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

H istoria política H istoria económica y social

nal de Panamá: interrupción de los


trabajos.
Implantación del Seguro de vejez
en Alemania.
Revueltas campesinas en El Sal­
vador.
1890. G. L. Caprivi sustituye a 1890. Conferencia de Berlín sobre
Bismarck como canciller. la protección del trabajo.
Gobierno conservador en España. Estados Unidos: retorno al mono­
metalismo del oro; ley Sherman con­
tra los trust y los aranceles pro­
teccionistas de MacKinley.
Sufragio universal masculino en Es­
paña.
1891. Renovación del tratado de 1891. Comienza la construcción
la Triple Alianza. del ferrocarril transiberiano.
León a III publica la encíclica Re- Medidas proteccionistas en España.
rum Novarum. Creación de la «Sociedad Hullera
Española» por el marqués de Co­
millas.
1892. Se constituye el Partido So­ 1892. Huelgas en el Ruhr y en la
cialista Italiano. metalurgia estadounidense.
Se descubre oro en Australia.
1893-1894. Movimiento de los 1893. Derogada la ley Sherman
fasci sicilianos. en los Estados Unidos.
1894. Guerra chino-japonesa. 1894. Se constituye en Milán el
Estalla el caso Dreyfus en Francia. Banco Comercial Italiano.
Sufragio universal en Bélgica. En Francia se funda la Confedera­
ción General del Trabajo.
K. Marx, El capital (segunda parte).

1895. Guerra de independencia 1895. Apertura del canal de Kiel.


cubana. Fundación del Crédito Italiano.
CUADRO CRONOLÓGICO 465

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

1890. P. Mascagni, Cavdleria rus­


ticana.
Descubierta la tumba de Clcopatra.
P. Cézanne, Los jugadores de nai­
pes.
Arturo Soria presenta su proyecto
de ciudad lineal para Madrid.

1891. P. Gauguin, Tabilianas en 1891. Primera transmisión de ener­


la playa (primeros cuadros de Ta- gía eléctrica a distancia.
hití).
O. Wilde, El retrato de Dorian Gray.
Chaikovski, Cascanueces.

1892. R. Leoncavallo, I plagiacci. 1892. C. F. Cross y E. J. Beva


Comienzo de las excavaciones en inventan el proceso para la produc­
Delfos. ción del rayón.

1894. A. Dvorak, Sinfonía n.° 5,


Del nuevo mundo.
Chaikovski, Sinfonía n.° 6, Patética.
Verdi, Falstaff.
R. Kipling, El libro de la selva.
Monet, La catedral de Ruán.
C. Debussy, Preludio para la siesta
de un fauno.
Primera carrera automovilística:
París-Ruán.
1895. Verhaeren, La ciudad ten- 1895. W. K. Rontgen descubre los
lacular. rayos X.
A. Fogazzaro, Pequeño mundo an­ W. Ramsey obtiene el gas helio.
tiguo. Primeras proyecciones de los her-
30. — NADAL
466 LA R E V O LU C IÓ N IN D U S T R IA L

H istoria política H istoria económica y social

1896. Derrota italiana en Adua 1896. Recuperación económica a


(Abisinia). nivel internacional. Devaluación de
la peseta en España. Se fundan los
talleres Zeppelin. Expulsión de los
íiloanarquistas de la II Internacio­
nal.
1897. Implantación del sufragio 1897. Descubrimiento de oro en
universal en Austria. Alaska.
Asesinato de Cánovas en España.

1898. Guerra entre España y los 1898. Nacionalización de los fe­


Estados Unidos; independencia de rrocarriles suizos.
Cuba; los Estados Unidos ocupan
las Filipinas.
Incidente de Fashoda. Nace Acción
francesa.
Los Estados Unidos se anexionan
las Hawai.
Fundación de la Liga Naval en Ale­
mania; comienzo del programa na­
val alemán. Tentativa reformista de
los «cien días» en China.
1899. Estalla la guerra anglo-bócr. 1899. Primer congreso internacio­
Los Estados Unidos enuncian el nal -’e mujeres en Londres.
principio de puertas abiertas en Fundación de la United Fruit Com-
China. pany.
Guerra civil en Colombia.
1900. Rebelión de los boxers y 1900. La población europea alcan­
expedición internacional contra Chi­ za la cifra de unos 401 millones. El
na. Sun Yat Sen funda el Partido 60 por 100 de los ferrocarriles ru­
Revolucionario Socialista Chino. sos son nacionalizados. Construcción
Asesinato de Humberto I; Víctor del primer dirigible Zeppelin.
Manuel III, rey de Italia.
Constitución en Inglaterra del La-
bour Representation Committee (en
1906 tomará el nombre de Partido
Laborista).
CUADRO CRONOLÓGICO 467

Cultura y sociedad Progreso tecnológico y científico

Primera exposición automovilística manos Lumiére.


en Londres. Gillette inventa la maquinilla de
J. Santos Chocano, Iras Santas. afeitar.
1896. A. Chejov, La gaviota. 1896. G. Marconi inventa el telé­
G. Puccini, La Bohéme. grafo sin hilos.
R. Strauss, Arf habló Zaralbustra. Se instituyen los premios Nobel
Primeros juegos olímpicos de la era para física, medicina, química, li­
moderna. teratura y para la defensa de la paz.

1897. E. Rostand, Cyrano de Ber- 1897. J. J. Thomson descubre el


gerac. electrón.
Gauguin, Muchachas bañándose en
Tahití.
1898. I. Svevo, Senilidad. 1898. P. y M. Curie descubren el
E. Bernstein, Socialismo teórico y radio.
socialismo práctico. R. Diesel inventa el motor que to­
Joaquín Costa, El colectivismo agra­ mará su nombre.
rio en España. Descubrimiento del bacilo de la di­
sentería.

1899. Castalia Bárbara, de R. Jai­


mes Freyre.

1900. P. Picasso, El molino de la 1900. M. Planck formula la teoría


Galette. de los quantas,
Puccini, Tosca. J. E. Brandenburger inventa el ce­
K. Kautsky, El marxismo y su crí­ lofán.
tico Bernstein. S. Freud, La interpretación de los
Se presenta en la Exposición de sueños.
París la primera escalera mecánica,
de invención estadounidense.
H. Bergson, La risa.
J. E. Rodó, Ariel.
ÍNDICE

Prólogo, por Jordi N a d a l .................................................... 7

Introducción (Peter M athias)..................................................... 11


1. Protoindustrialización y Revolución industrial . 11
2 . Análisis nacionales y análisis regionales . . . 17
3. El papel del comercio en la periferia económica
eu ro p ea.......................................................................... 24
4. El ritmo de crecimiento de la inversión económica:
problemas a b ie r to s ..................................................... 27
5. Agenda para una próxima investigación . . . 31

Industrialización: el caso británico (S. Berrick Saúl) . . 35


1. Modelos de crecimiento comparativos . . . . 35
2. Crecimiento demográfico y Revolución industrial . 38
3. El papel de la dem anda............................................. 42
4. La financiación de la Revolución industrial . . 47
5. Los porqués de una su p re m a cía .............................. 50
6 . La resistencia a la proletarización.............................. 51
7. El vapor, el hierro y el algodón en la Revolución in­
dustrial .......................................................................... 53
8 . Los protagonistas de la Revolución industrial . 57
9. Un balance in sa tis fa c to rio ...................................... 59
Obras c i t a d a s .................................................................... 60

La Revolución industrial belga: un análisis en términos de


estructura genética (Pierre L e b r u n ) .............................. 63
1 . El marco conceptual..................................................... 64
ÍN D IC E 469

2. La Revolución industrial belga (1770-1847) . . 74


3. C onclusión...........................................................102

Aspectos del desarrollo industrial de Francia en el siglo X IX


según algunos trabajos recientes (Pierre Cayez) . . . 107
1. La protoindustrialización en Francia: un modelo a
p ru e b a .................................................................. 107
2. El «dualismo industrial» francés..................... 111
3. Los síntomas de una c r i s i s .............................118
4. Hacia un nuevo d e s a r r o l l o .............................121
5. Empresas y em presarios.................................... 124

La segunda revolución económica en los Estados Unidos


(Douglas C. N o r th ) .........................................................130
1. La teoría neoclásica del desarrollo económico . . 130
2 . Desarrollo económico y comportamiento humano . 133
3. El crecimiento de la especialización. . . . 142
4. Los efectos desestabilizadores de la segunda revolu­
ción económ ica 149
5. Un nuevo desafío teórico.................................... 154
Bibliografía....................................................................... 157

Una interpretación pluralista de la industrialización alemana


(Richard H. T i l l y ) .........................................................158
1 . Introducción.........................................................158
2. El debate sobre la periodización..................... 159
3. Diferencias r e g i o n a l e s ....................................186
4. Aspectos sociales de la industrialización . . . 191

El modelo suizo (Jean-François B e rg ie r)...........................205


1 . Fuentes y m e to d o lo g ía .................................... 206
2 . Las singularidades del modelo suizo. . . . 207
3. Los límites del modelo su iz o .............................213
4. Algunas tendencias de la historiografía . . . 214
Bibliografía.......................................................................218

El proceso de industrialización y la industrialización en Italia


(Giorgio M o r í ) ................................................................222
1 . Observaciones preliminares . . . . . . 222
470 LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

2. La protoindustrialización.......................................... 223
3. Un impulso fren ad o ................................................. 226
4. Nuevos progresos y viejos problemas después de la
U n id a d ....................................................................... 235
5. Los «años más negros» (1888-1894) . . . . 248
6 . Los orígenes de la c u lm in a c ió n ........................... 256

El fracaso de la Revolución industrial en España. Un balance


bistoriográfico (Jordi N a d a l)............................................ 261
1 . Introducción...............................................................261
2. Los factores de p ro d u c c ió n .................................. 262
3. Los factores de consum o..........................................267
4. El papel del E sta d o ................................................. 272
5. Los sectores industriales.......................................... 277
Obras c i t a d a s .................................................................. 283

La industrialización europea. Una reinterpretación del caso


ruso (Olga C r i s p ) ........................................................... 288
1. El principal problema: los d a to s ...........................288
2. La discusión sobre el modelo de Gerschenkron . . 294
3. Un nuevo enfoque: la óptica regional . . . . 304
4. Las construcciones f e r r o v ia r ia s ...........................307
5. La estructura del comercio exterior . . . . 311
6 . Los capitales extranjeros en R usia...........................316
7. Un balance c o n tr a d ic to r io .................................. 319
A p é n d ic e ...........................................................................322

Una industrialización sin Revolución industrial. La periferia


europea en el siglo X I X (Ivan T. Berend yG. Ranki) . 330
1 . En los orígenes de las diferenciaciones económicas . 330
2 . Agricultura y exportaciones en el desarrollo econó­
mico e s c a n d i n a v o .................................................335
3. Un crecimiento más impreciso: Hungría, Italia y
R u s i a ......................................................................341
4. Los excluidos: la península Ibérica y los Balcanes . 350
5. El nuevo mapa de la periferia económica europea . 354

Problemas resueltos e irresueltos en la historia de la indus­


trialización escandinava (Karl-GustafHildebrand) . . 359
ÍN D IC E 471

1 .
Viejos y nuevos intereses en la historiografía econó­
mica e s c a n d i n a v a ................................................. 359
2 . Las transformaciones en el entramado rural . . 367
3. El papel de las exportaciones y de la agricultura: un
debate a b i e r t o ........................................................ 369
4. Las causas del é x ito .................................................374
5. El mundo del t r a b a j o ......................................... 376

Revolución industrial y proceso de industrialización (David


S. L a n d e s)......................................................................... 380
1 . Análisis «nacionales», ¿sí o n o ? .......................... 380
2. El cómo y el porqué de un fenómeno. . . . 381
3. Continuidad o r u p t u r a ......................................... 384
4. El problema de la p erio d izació n .......................... 388
5. Equilibrios y desequilibrios en el crecimiento eco­
nómico ................................................................................... 390
6 . La distribución de los recursos: un problema de efi­
ciencia ....................................................................................393
7. La calidad del factor tra b a jo ..................................397
8 . El empresariado: un tema incómodo. . . . 401

Cuadro cronológico............................................................... 408

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