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PODLUBNE Judith: (Reseña sobre) Silvina Ocampo.

Escalas de pasión, de Adriana Mancini


Orbis Tertius, 2004 9(10). ISSN 1851-7811.
http://www.orbistertius.unlp.edu.ar/

Adriana Mancini, Silvina Ocampo. Escalas de pasión


Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2003, 302 páginas.

¿Cómo ha sido escrito eso? Leer, enseña Barthes, es encontrar a nivel del cuerpo, y no de la
conciencia, la forma de mantener abierta esta pregunta. El movimiento de la búsqueda conduce a menudo,
por una vía clásica, a reconstruir con placer la poética de la obra. Pero es recién cuando el olvido o la
pereza distraen al lector de ese propósito que el texto irrumpe en sus desbordes y empieza entonces la
lectura de lo que no ha sido escrito todavía. La cuestión sobre las formas y los procedimientos que
componen una obra —cuestión ineludible de la que todo lector está prendado y a la que siempre retornará
para nutrirse— resulta entonces la ocasión de que se manifieste la pregunta por las condiciones que hacen
posible que el texto aún se esté escribiendo. ¿Cómo ha sido escrito eso? da lugar, en esos casos, a una
duda extrema: ¿cómo seguir escribiéndolo?, ¿cómo escribir esto?
Una preocupación decidida por los aspectos constructivos del relato inicia el ensayo de Adriana
Mancini sobre la narrativa de Silvina Ocampo. Luego de un recorrido atento por las lecturas críticas
anteriores, especialmente por aquéllas que marcan el principio de un análisis sistemático de la ficción de
Ocampo, y reconociendo allí un inestimable punto de partida, Mancini se pregunta “¿Cómo logra Silvina
Ocampo la 'iridiscencia' de sus textos? ¿Cómo concilia la mesura y la complejidad? ¿Qué dicen los textos
que dicen y no dicen? ¿En qué medida la agramaticalidad, la torsión de la sintaxis, la alteración de la
consecutio temporum, la ambigüedad deíctica, la variación del punto de vista son funcionales al contenido
de los textos?” La repuesta a estos interrogantes sólo puede encontrarse, confía Mancini, mediante un
“análisis minucioso de las estrategias formales”
Sin embargo, apenas señalada esta entrada a la narrativa de Ocampo, un desplazamiento
imperceptible se desliza en el planteo de los problemas y desvía las intenciones iniciales hacia un sitio
inusitado. Su lectura deja de afirmar que en estos relatos “un movimiento preciso y variado de la forma
acompaña los excesos del contenido”, para mostrar cómo en ellos “forma y materia se amalgaman y
responden a la configuración barroca del plegado infinito”. La figura deleuziana del pliegue, “el pliegue
sobre pliegue”, que con lucidez Mancini postula como figura capital de la estética ocampiana, supone una
“amalgama” (el término es suyo) indisociable de forma y contenido sometida al movimiento de un
devenir infinito: “una puesta en variación continua de la materia [que es también, al mismo tiempo,] el
desarrollo continuo de la forma” (Deleuze).
Leída por Mancini, la literatura de Ocampo cuenta los efectos que la pasión amorosa provoca en los
sujetos enamorados. “[…] Silvina Ocampo instala y hace actuar a sus personajes en el momento
excepcional, intransferible, obsceno —el término es de Barthes— en el cual el sujeto deseante acepta con
naturalidad que su apariencia es engañosa y que su identidad se desvanece […]”. La puesta en variación
continua de este relato determina una metamorfosis permanente de las formas y las anécdotas narrativas.
Estas metamorfosis constituyen el objeto siempre diferido de la escritura de Mancini. Cuando todos los
sentidos de un cuento parecen haber sido designados y todos sus procedimientos haber sido descriptos,
una nueva historia irrumpe como co-relato de la anterior o la expansión de una frase aparecida en él se
convierte en la anécdota de otro relato. “Historias de amor” y “Otras historias de amor”, dos de los
capítulos centrales de Escala de pasión, presentan el análisis paciente y riguroso de una serie de relatos en
los que, por un lado, el amor, y por otro, el odio, los celos, la envidia y la venganza, en tanto pasiones
derivadas de la pasión amorosa, deciden el sentido y la realización formal de las historias. El curso
minucioso del análisis adopta la forma progresiva del comentario. Un paso a paso que, alejado de toda
pretensión de exhaustividad (Mancini sabe que no se trata de agotar los sentidos de la obra), esparce las
posibilidades significantes de la narrativa de Ocampo. En ocasiones, un detalle aparentemente menor (la
mención del nombre de Artemidoro en el cuento “Amada en el amado”, por ejemplo) abre los relatos a
nuevas interpretaciones, inexploradas por la crítica; en otros momentos, el meticuloso seguimiento de la
deriva sigilosa por diferentes significados de un mismo término, procedimiento que la autora identifica
como característico de la estética ocampiana, teje relaciones insospechadas entre cuentos en principio
distantes. En la narrativa de Ocampo, insiste Mancini, un cuento indica la lectura de otro cuento. Y a ese
impulso se pliega su comentario.
La biblioteca a que apelan estos análisis es amplia y heterogénea. Kristeva, Barthes, Deleuze, Freud
y Bataille junto a textos clásicos sobre el amor (Platón, Stendhal) y una extensa bibliografía dedicada al
problema de las pasiones se cruza con estudios dedicados a cuestiones específicas de retórica y técnica
narrativa. Con una soltura que no conspira contra la pertinencia y el rigor de los textos convocados,
Mancini dispone de ellos cada vez que la exposición general de un tópico o el desarrollo de algún aspecto
puntual de los relatos se lo requieren. Rara vez la teoría invade su lectura. Escalas de pasión no pierde de
vista que su interés son los cuentos de Silvina Ocampo y que estos cuentos, lejos de resultar un sereno

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Orbis Tertius, 2004 9(10). ISSN 1851-7811.
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Estudios de Teorı́a y Crı́tica Literaria

campo de aplicación para la teoría, son un territorio intrincado al que ella le propone vías de entrada,
siempre provisorias, a partir de las cuales seguir escribiéndolos.
“Magia y erotismo”, uno de los capítulos más aventurados del libro, presenta momentos claves de
ese encuentro feliz con el saber teórico. La aproximación que el texto de Mancini provoca entre las
antiguas concepciones de la magia y el cuento “El vestido verde aceituna” permite leer el relato como una
reescritura de la estrecha relación entre eros y magia que postulan estas concepciones. El personaje de
Miss Hilton se ilumina, desde este punto de vista, como un sujeto melancólico, preso de ese amor
ambivalente, que oscila entre el amor espiritual y el amor carnal, y al que los defensores de la magia
como “ciencia de lo imaginario” denominaron “erotismo mágico” o “magia erótica”. Se trata no sólo de
una interpretación novedosa del cuento, sino también del hallazgo de una perspectiva que no restringe la
presencia del componente mágico en la narrativa de Ocampo a sus alcances fantásticos.
En una decisión acertada, en la que se manifiesta una toma de posición al respecto, Mancini deja
para el final aquellas historias cuyos temas rozan o se instalan en lo abyecto. “La crítica —recuerda la
autora— ha señalado con insistencia la crueldad y la perversión que emanan de muchos de los relatos de
Ocampo”. Sin embargo, parece agregar Mancini sin decirlo, no se ha advertido lo suficiente el vínculo
singular que liga, en los personajes ocampianos, los impulsos crueles y perversos a la pasión amorosa.
Presentadas como “la contracara del amor”, las historias perversas que protagonizan Mercedes, en
“Mimoso”, y Ana, en “El retrato mal hecho”, se revelan, en la lectura de Mancini, como lo otro de la
entrega amorosa. Menos como su otra cara, como su cara opuesta, que como el rostro interno, ambiguo y
tenebroso, que se asoma y acecha en ella. Mercedes no duda en vengarse de quien considera que es el
autor del anónimo que denuncia su atracción erótica por el perro de la casa, como Ana, la sirvienta de
Eponina, no vacila en asesinar al hijo de su patrona como un gesto de entrega hacia ella (“Ana hace lo que
Eponina no se permite, ni puede, pero desea”). En ambos casos, el deseo amoroso resulta ser el móvil que
desencadena y justifica los asesinatos, haciendo que “la dimensión erótica del texto se instale en la
intersección de la muerte”. “Los personajes ocampianos —escribe Mancini— saben […] que el amor se
acopla con la muerte”.
Del paroxismo amoroso, expresado en la pérdida de sí, en el deseo de “ser en el otro” que sufre el
enamorado, a la naturaleza ambivalente del amor, al vínculo constitutivo que mantiene con impulsos, en
apariencia encontrados, como el odio, los celos, la crueldad, Escalas de pasión (un título inmejorable para
un trabajo que no renuncia a graduar lo ilimitado, en la búsqueda por nombrarlo) resulta una
aproximación incansable a las mudanzas de la pasión en la literatura de Ocampo. Un ensayo de lectura
metódico y metonímico, que hace de la derivación el método irreverente de un análisis perpetuo, y que
consigue, de ese modo, ser consecuente con el movimiento de pliegue sobre pliegue que alienta en la
circularidad descentrada de la escritura ocampiana. “La creación es una cosa circular, afirma Ocampo,
uno va repitiéndose. Es una especie de fidelidad involuntaria”. Mancini supo apreciar en los textos ese
juego circular y, más aun, pudo prolongarlo leyendo lo que en ellos no había sido escrito todavía.

Judith Podlubne

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