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A Carla le molesta que algunos días te quedes en la cama por más tiempo.
Ayer en la mañana, a las ocho en punto, ella salía disparada del cuarto cuando se
detuvo antes de abrir la puerta. Volvió hasta la cama, mientras tú estabas en aquel
momento previo a despertar pero ya lejos del sueño profundo cuando sentiste un
pellizcón agudo en tu pie derecho. “Despiértate y haz algo decente, al menos
limpia la casa”, fue lo último que escuchaste antes de que la puerta de la calle se
cerrara.
Ya sólo faltan tres horas para que Carla vuelva del trabajo y sigues sin saber
de qué escribir. Sólo recordar la pregunta “¿Puedo ver lo que has escrito hoy?”, te
deja el estómago revuelto y sin ganas de verle el rostro. Una pena que hoy no sea
día de café con Beatriz. Sin ningún motivo aparente, te pones a recordar lo que
pasó el sábado. Recuerdas ese día como si fuera hoy. Un día perfectamente
olvidable de no ser por una escena que va haciéndose cada vez más repetitiva.
Ambos han decidido no salir por la noche. Ella está cansada. Trata de hacer su
mejor esfuerzo en la empresa para ver si consigue una visa de trabajo. Siempre
tan cansada que al menor intento tuyo de acercarte te responde con un inmenso
bostezo y una pellizcada de la mejilla. “El fin de semana, amor, el fin de semana”,
te dice con una sonrisita y a ti solo te dan ganas de… ganas de nada. Pero por fin
es la noche de sábado tan esperada. Te acercas a ella muy cariñosamente en el
sofá y comienzas a besarle el cuello. Tu teléfono suena. Es Beatriz. Como
siempre, te ríes cada vez que hablas con ella, tu rostro se ilumina y te sientes tan
joven como antes. Finalmente, declinas su invitación a tomar un café, prefieres la
recompensa hogareña de cada sábado. Cuelgas el teléfono y le comentas a Carla
sobre la llamada sin darle importancia. Tú tratas de recuperar el ritmo perdido y te
acercas nuevamente a ella. Esta vez Carla está un poco tensa y tiene la mirada
fija en el televisor.
Suena el timbre del apartamento. Carla y tú se quedan sin saber qué hacer. No
esperaban a nadie.
It´s the police!― dice una voz de hombre al otro lado de la puerta.
Se increpan mutuamente entre susurros. “Uy, uy, uy”. “¿Tú los llamaste?” “
¡No! ¿En qué momento?” “Ábreles la puerta”. “Ábreselas tú, yo me estoy muriendo
de miedo”. “Tienes que ir tú porque tu inglés es mejor que el mío”. “Fuiste tú quien
se puso a juguetear con el teléfono”. Pudiste imaginarte con un traje anaranjado,
entre rejas, esperando el avión que te devolvería velozmente a tu país. Las
piernas te temblaban y querías matarla.
It´s everything OK there? Open the door!