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Título original: Bakakai

Los cuentos «La virginidad», «El festín de la


condesa Kotlubaj» y «Crimen premeditado» se
publicaron en un volumen, titulado La virginidad,
en Tusquets Editors (Infimos, n." 18) en 1970. Indice
Bakakai, que también contiene estos tres cuentos,
fue publicado íntegramente en 1972 por Barral
Editores.
1." edición: enero 1986
P. 9 E l banquete
21 La rata
37 Acerca de lo que ocurrió a
® by Rita Gombrowicz «Banbury»
91 Aventuras
113 En la escalera de servicio
Traducción de Sergio Pitol 137 La virginidad
Diseño de la colección: Clotet-Tusquets
Diseño de la cubierta: M.B.M. 155 E l festín de la condesa Kot
Reservados todos los derechos de esta edición para
Tusquets Editores, S.A. - Iradier, 24 181 Crimen premeditado
(18017 Barcelona
ISBN: 84-7223-087-2 221 E l diario de Stefan Czarnie
Depósito legal: 39.442-1985
RomanyáA^ails - Verdaguer, 1 241 E l bailarín del abogado Kr
Capellades (Barcelona)
Impreso en España
El banquete
Las sesiones del Consejo...
del Consejo se desarrollaban
sala de los retratos, cuya auto
peraba y anulaba hasta la mism
Consejo. Desde la altura de lo
crepusculares retratos contem
dos, los rostros hieráticos de l
nes, a su vez, contemplaban la
figura del Gran Canciller y
Aquel anciano seco y podero
como de costumbre, sin inten
ocultar su profunda alegría, in
viceministros de Estado a sol
momento, poniéndose de pie. E
largas y complicadas gestione
nupcias del Rey con la archid
laida Cristina. Renata Adelaid
ya en la Corte, y, al día sigui
quete real, los prometidos (qu
sólo se conocían por fotograf
dos... Aquella excelsa unión a
plicaría hasta el infinito el pres
Corona. ¡La Corona! ¡La Coro
terrible preocupación, una pro
todavía, un terror manifiesto se
tros expertos e inteligentes de
viceministros de Estado, y algo
mático se ocultaba entre sus viejos y fatigados la- a la persona del Rey. Vestía el
bios. de la guardia, con la espada al
Inmediatamente después de un voto unánime del de gala en la cabeza. Los mi
Consejo, el Canciller abrió el debate, cuya carac- profundamente ante el monar
terística principal fue, siü embargo, el silencio, un espada sobre la mesa, se arre
silencio sordo y mudo.ÍEl Ministro del Interior fue contempló a los presentes con
el primero en pedir la palabra, pero cuando le fue E l Consejo de Ministros
concedida, comenzó a callar y no hizo sino callar efecto mismo de la presencia d
durante todo el tiempo que duró su intervención...J de la Corona, y el Consejo de l
después de lo cual volvió a sentarse. Hizo después a escuchar las declaraciones d
uso de la palabra el Ministro de la Corte Real, pero manifestó en primer lugar su
también él no hizo sino levantarse y callar todo lo próxima boda con la archiduq
que tenía que decir y volvió a sentarse. A continua- absoluta en que su real person
ción, muchos ministros pidieron la palabra: se le- quistar el amor de la hija del R
vantaban, callaban, volvían a sentarse, mientras el nera dejó de soslayar la gran
sileneio, el obstinado silencio del Consejo, multipli- pesaba sobre sus hombros... Y
cado por el silencio de los retratos y el silencio de palabras hubo en la voz del Re
los muros, se hacía cada vez más poderoso. Las ve- mente venal que el Consejo de
las agonizaban. E l inflexible canciller presidía el si- meció en medio del completo s
lencio. Las horas pasaban. en la sala.
¿Cuál era la razón de ese silencio? Ninguno de —No estamos en condicion
los elevados funcionarios allí presentes hubiera po- el Rey— que para Nosotros la
dido, ni siquiera osado, formular un pensamiento, banquete de mañana constituy
un pensamiento que se imponía con fuerza irresis- Nos vemos obligados a hacer un
tible, y cuya expresión habría constituido ni más ni que Su Alteza la Archiduquesa
menos que un delito de lesa majestad. Y era por eso presión... No obstante, estamo
que todos callaban. E n efecto, ¿cómo decir que el por el bien de la Corona, s
Rey... que el Rey era... oh, no... nunca, primero la ejem... ejem...
muerte... que el Rey... ¡oh, no, ay, no!... que el Los reales dedos tamborilea
Rey era venal? ¡Que el Rey se dejaba sobornar! Im- tamborileo adquirió una sig
púdica, insaciable, rapazmente, el Rey era venal... mientras que la declaración m
pero de una venalidad como la historia no había co- tonos más bien confidenciales.
nocido otra hasta el momento. Sí, venal y corrupto, de una duda: el corrupto mona
eso era el Rey. E l Rey se vendía y vendía a puñados tificación por participar en el
su propia Majestad. tinamente, el Rey comenzó a
De pronto, los dos pesados batientes de la puerta tiempos eran difíciles, no sabía
esculpida se abrieron con estruendo para dejar pasar ciertos compromisos... y se rió..
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fídencialmente un ojo al Canciller... volvió a guiñar jera, hija de emperadores, ad
el ojo y a reírse, mientras le picaba con un dedo las milagro el escándalo pudiera ev
costillas al anciano. dolorosas preguntas que el C
E l anciano observaba al monarca en medio de un mular, que rechazaba y vomita
silencio profundo, podría uno decir petrificado, vulsiones entre las vetustas pa
mientras éste reía, guiñaba el ojo y le picaba las cos- ministros se levantaban y se
tillas... y el silencio del anciano iba en aumento con bargo, cuando, a eso de las cu
el silencio de los retratos y el sileneio de los muros. Consejo, con voto unánime, of
La risa del Rey se extinguió. E n aquel momento el viejo timonel de la nave del E
férreo anciano se inclinó ante el Rey e, imitando su pronunció las siguientes memo
gesto, se inclinaron también las cabezas de los mi- —Señores, es necesario con
nistros y se doblaron las rodillas de los viceministros Rey, encarcelar al Rey eo^t
de Estado. E l poder de la reverencia del Consejo claustrar al Rey en el Rey. |
fue tremendo por su inesperada aparieión en la sala Era indudable que la repu
silenciosa. Aquella reverencia golpeó al Rey en el sólo podía salvarse de la catást
propio pecho, le inmovilizó brazos y piernas, le de- Rey, llevando hasta sus últimas
volvió la Realeza... al grado de que el pobre Gnulo sión del esplendor, de la mag
gimió terriblemente en medio de la sala y trató una monial y de la Historia. E n es
vez más de reír... pero la risa volvió a secarse en sus las directivas del Gran Cancil
labios... En la inmovilidad de aquel silencio, el Rey razón el banquete que tuvo lu
se aterrorizó... y su terror fue profundo... pero fi- en la sala de los espejos, revis
nalmente logró huir del Consejo y de sí mismo, y su imaginable y rozó, como los gol
espalda envuelta en el uniforme de gala desapareció las esferas sumibles, casi celes
en la penumbra de un corredor. cencia.
En ese momento se escuchó un grito atroz y ve- L a archiduquesa Renata A
nal: introducida en la sala por el G
—¡Ya me la pagaréis! ¡Ya me la pagaréis! remonias y Mariscal de la Cor
Tan pronto como salió el Rey, el Canciller rea- los ojos, deslumbrada por la
brió los debates y el silencio volvió a reinar en la minosidad de aquel archibanqu
sala del Gran Consejo. E l Canciller, inflexible, pre- guos como la historia se fundía
sidía aquel silencio. Los ministros se levantaban y se cia en el nimbo hierático del c
sentaban. Las horas pasaban. ¿Qué hacer? ¿Cómo giraba como ebrio en torno al
impedir que el Rey, furioso por no haber logrado la tables escotes que se movían co
cantidad que deseaba, provocara un escándalo en las espadas de los generales y
pleno banquete? ¿Cómo defender al rey Gnulo? jadores... mientras los espejos
¿Qué impresión produciría aquel miserable rey, in- finito aquel esplendor. E l mur
fame y vergonzoso, sobre una archiduquesa extran- saciones se dispersaba en la m
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fumes. Cuando el rey Gnulo apareció en el salón y rada severa y glacial, el histór
entrecerró los párpados cegado por el brillo que toda la asistencia para posarl
emanaba aquella atmósfera fue saludado por una bajadores. Ni un solo músculo
gran exclamación de bienvenida... al mismo tiempo de éste, representante de una p
que la inclinación de los presentes le impidió la fuga, con expresión de ironía en los
y el coro de cortesanos a sus espaldas le obligó a el brazo a la princesa Bisancia
dirigir sus pasos hacia la archiduquesa, la cual, arru- Friulo... Pero de nuevo se oy
gando nerviosamente los encajes de su vestido, no apenas perceptible, pero por to
podía dar crédito a sus propios ojos. ¿Así que aquél ligroso... Y el presagio de una tr
era el Rey, su futuro marido? ¿Aquel hombrecillo e innoble traición, de una con
vulgar con cara de comerciante y mirada astuta de tramando en la sombra, se ap
vendedor ambulante de fruta? Aquel pequeño co- tórico y dramático del Gran C
merciante, ¿cómo era posible? ¿Podía ser un gran de una conjura? ¿Se trataría
rey aquél que se le acercaba entre dos vallas de ge- E l inicio del banquete fue a
nuflexiones? Cuando el Rey le tomó una mano, se de trompeta, y su orden inape
estremeció de disgusto, pero en ese mismo instante a posar su vulgar trasero al b
e! estruendo de los cañones y el repique de las cam- tan pronto como se hubo sent
panas extrajeron de su pecho un suspiro de admi- asamblea. Se sentaron, se sent
ración. E l Gran Canciller emitió un suspiro de ali- ministros, los generales, el cler
vio, multiplicado y repetido por los suspiros de to- acercó la real mano al tenedo
dos los demás miembros del Consejo. a la boca el primer bocado d
Apoyando su mano augusta, metafísica y sagrada tiempo, el Gobierno, la Cort
en la empuñadura de la espada real, el Rey tendió sacerdotes se llevaron a la boc
la mano, poderosa y santificante, a la archiduquesa mientras los espejos repetían
Renata Adelaida Cristina y la condujo a la mesa del gesto. Atemorizado, Gnulo de
banquete. Les siguieron los invitados, que condu- entonces toda la Asamblea dejó
cían a sus damas en medio del brillo de sus conde- de no comer se volvió aún má
coraciones y espadas. comer... Para interrumpir cu
ción, Gnulo se acercó a los
¿Oué estaba ocurriendo? ¿De dónde procedía vino... e inmediatamente todos
aquel sonido apenas perceptible y, sin embargo, en un brindis estruendoso y m
traidor que llegaba a los oídos del Gran Canciller y un brindis que explotó y perma
de los otros miembros del Consejo? Tal vez se tra- el aire... al que Gnulo respon
taba de una ilusión auditiva, ¿o era más bien como en el mantel. También los otro
si alguno de los presentes, sí, como si alguno de los E l Rey entonces volvió a tom
presentes se divirtiera en hacer sonar unas mone- otro brindis estruendoso. Gnu
das... en hacer sonar en sus bolsillos algunas pe- copa, pero, al ver que todos de
queñas monedas de cobre? ¿Qué ocurría? Con mi-
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vió a levantar la suya... y, una vez más, la Asam- focado gemido de repulsión.
blea, elevando la copa, elevó hasta las nubes la dig- miembros del Gobierno, de la
nidad del Rey entre el estruendo de las trompetas, rales y de los sacerdotes se dirig
el esplendor de los candelabros, los reflejos de los anciano, quien desde hacía m
antiguos espejos. E l Rey, aterrorizado, bebió otro con sus manos yertas el timón
sorbo. cer? ¿Cómo comportarse?
E l sonido traidor... el tintineo ligero, apenas Entonces vieron salir heroic
perceptible, característico de las monedas en el bol- pálidos labios de aquel hombre
sillo... llegó una vez más a los oídos del Gran Can- estrecha lengua. E l Canciller s
ciller y de los miembros del Consejo. E l ilustre an- bios. ¡Se había relamido el Ca
ciano posó nuevamente su mirada inmóvil y escru- Por un instante el Consejo
tadora sobre el rostro convencional del embajador mayo, pero al final apareciero
de la potencia enemiga... y una vez más, y con ma- ministros, y después de ellas la
yor fuerza aún, se oyó el sonido traidor. Era evi- lenguas de las condesas, las d
dente que alguien quería comprometer al Rey y des- todos se relamieron de un ex
prestigiar el banquete, que alguien trataba así de mesa, en medio del misterioso
instigar la patológica avidez del monarca. E l tintineo tales. Los espejos repitieron e
traidor volvió a oírse, y con tal claridad que también nito, bañándolo de reflejos gla
lo oyó Gnulo... la serpiente de la rapacidad apareció
E l Rey, enfurecido al ver qu
en su rostro vulgar de mercachifle.
mitido, ya que todo lo que ha
¡Infamia! ¡Horror! E l ánimo del Rey se obsti- imitado, empujó violentamente
naba de tal manera en su mezquindad, era de tal Pero también se levantó el Gra
modo bellaco y trivial que no se dejaba tentar por Gran Canciller, se levantaron
las grandes sumas, sino por las pequeñas; la calde- E l Gran Canciller, en efecto
rilla podía conducirlo hasta el fondo del Averno: duda tras tomar la decisión cu
¡Oh, monstruosa paradoja, no era tanto la corrup- pulverizó todas las convenienc
ción la que corroía al Rey, como las propinas! Sí, prender que no podría oculta
las propinas ejercían sobre él la misma fascinación Cristina la verdadera naturale
irresistible que un hermoso hueso sobre un perro. Canciller decidió lanzar abierta
Toda la sala se paralizó a la espera. Una vez oído vitados al banquete en una luc
aquel sonido tan dulce como tan conocido, el rey la Corona. No quedaba otro re
Gnulo dejó la copa y, olvidando de golpe todo lo debían repetir inexorablemente
que le rodeaba, en su ilimitada imbecilidad, se re- tos del Rey que se prestaran
lamió suavemente... ¡Suavemente! Eso fue lo que a precisamente todos los que
él le pareció. E l que el Rey se relamiera sentó como Sólo de esa manera podían co
una bomba a los comensales rojos de vergüenza. archigestos, y esa violencia sobr
La archiduquesa Renata Adelaida emitió un so- se convirtió en algo necesario
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la misma razón, cuando el enfurecido Gnulo golpeó océanos de la quietud, entre
la mesa con el puño, rompiendo dos platos, el Can- silencio, y reinaba, la archiinm
ciller, sin la más mínima duda, rompió dos platos y la quintaesencia de lo inmóvil
todos ios demás rompieron dos platos como si se la Tierra, se imponía y reinab
tratara de honrar a Dios. ¡Y sonaron las trompetas! Fue entonces cuando el Re
¡Los invitados estaban a punto de ganar al Rey! E l Gesticulando, presa de un
Rey, encadenado, volvió a dejarse caer en la silla y las dos manos en el culo, el
permaneció en ella en silencio, mientras los invita- corrió hacia la puerta, con la
dos permanecían a la expectativa de cualquier gesto de sí, muy atrás, todo aquel a
suyo. Algo increíble, algo fantástico nacía y moría tados advirtieron que el Rey,
entre las exhalaciones de esa intensa convivencia. ¡Un instante más, y el Rey ha
E l Rey se puso de pie. Todos los invitados se ban todo lo que estaba ocurr
pusieron de pie. E l Rey dio unos pasos, los comen- ción, pues ellos no tenían der
sales también. E l Rey comenzó a deambular, los co- rey... al Rey. ¿Quién podía atr
mensables comenzaron a deambular. Y , en aquel la fuerza para detener al Rey?
deambular, en ese caminar monótono e intermina- —¡Sigámosle! —gritó el an
ble, se alcanzaron alturas tan grandiosas del archi- ¡Tras él!
deambular que Gnulo, repentinamente mareado, E l aire frío de la noche gol
lanzó un alarido y, con los ojos inyectados de san- dignatarios, mientras corrían
gre, se derrumbó sobre la archiduquesa y, sin saber castillo. E l Rey huía por la ca
qué hacer, comenzó a estrangularla lentamente ante cerca el Gran Canciller, y todo
la Corte entera. a sus talones. Y entonces el ar
Sin dudarlo un instante, el timonel del Estado se tadista se reveló una vez más
dejó caer sobre la primera dama que encontró a der... en efecto, L A IGNO
mano y comenzó a estrangularla. Los otros invitados D E L R E Y S E TRANSFORMO
siguieron su ejemplo. Y el archiestrangulamiento re- D E I N F A N T E R I A , y ya no
petido por multitud de espejos se liberaba de todos H U I A , o si E L R E Y D I R I G I A
ios infinitos y crecía, crecía, crecía... hasta que la las aladas colas de los embajad
estrangulación cesó... ¡Y de esa manera el banquete leta o escarlata de los prelados
rompió los últimos lazos que lo unían con el mundo de los ministros, las ropas de et
normal y se liberaba de cualquier control humano! señores, oh, qué galope, qué
L a archiduquesa cayó al suelo... muerta. Caye- dignatarios! Los ojos de la ple
ron también muchas damas estranguladas. L a in- nada semejante. ¡Los magnate
movilidad, una horrorosa inmovilidad multiplicada descendientes de las estirpes m
por los espejos, absolutamente silenciosa, comenzó junto a los oficiales del Estado
a crecer y a crecer... se unía al de los ministros tod
mariscales y chambelanes, y al
Crecía. Crecía sin tregua y se multiplicaba en los
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de algunas grandes damas de la Corte! ¡Oh, qué ca- La rata
rrera, qué archicarrera de mariscales, de chambe-
lanes, la carrera de los ministros, el galope de los
embajadores en medio de la noche tenebrosa, bajo
las luces de las lámparas, bajo la bóveda del cielo!
Los cañones del castillo dispararon. ¡Y el Rey se
lanzó a la carga!
Y archicargando a la cabeza de su archiescua-
drón, el archirrey archicargó en las tinieblas de la
noche.
En aquella región rica y se
1946 terror un malhechor, un band
cido por el nombre de Hulig
pleno campo, en medio de la
crecido en los bosques, los mo
campos; jamás había dormido
lo cual terminó por dotarlo d
pecialmente robusta y abierta,
espaciosa, sin hablar de su ca
se trataba de una naturaleza a
restricciones de ninguna espe
mitía eran gestos amplios. H
odiaba todo lo que fuera estr
tringido, como, por ejemplo,
teras y, si tenía que elegir ent
o despacharlo al otro mundo c
le asestaba el golpe... y seguía
pesado y amplio campo a trav
pulmón.
Cuando él pasaba, todos se
si alguien no tenía tiempo par
Huligan le pegaba un puñeta
bien lo enviaba por los aire
asestaba un mazazo en la cab
lado el cadáver de la víctima
Jamás de los jamases se le pu
nato vil o hecho a traición; tod
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de noble catadura, llenos de pompa y grandeza, y pesinos de gran aliento o frago
siempre los realizaba al sonido de su tonada prefe- marciales, todos con el estribil
rida: «¡ Ay, María, María, Mariíta mía!»... E n mía!».-- Los cantos se multipli
efecto, amaba a esa María más que a nadie en el escaramuzas y los delitos. Cerca
mundo, la amaba estruendosamente, con amplios villa solitaria y arruinada, un t
gestos, entre bailes, saltos y vodka en abundancia... tero encallecido, ex-juez, que
Tenía la naturaleza más amplia que fuese posible exuberante de la región. Con e
imaginar. No concebía el silencio... y menos aún la visitaba continuamente a las au
falta de lenguaje, esa falta de lenguaje que consti- quejaba:
tuye tal vez la principal y la más pérfida caracterís- —No comprendo cómo pu
tica de los hombres de nuestro tiempo... Hasta esta situación... Asesinatos en
cuando dormía lo hacía con la boca abierta, roncaba destrucción... Escándalos en la
y sus ronquidos llenaban los valles. Odiaba los ga- sobre todo, esos cantos, ¡ah, e
tos; cuando veía uno podía perseguirlo durante diez lamento, ese aullido... y esa M
o hasta veinte kilómetros; en cuanto a las mujeres, —Pero, amigo mío, ¿qué
las tomaba a manos llenas, gritando: «¡Hija de pe- gamos? —decía el comisario d
rra, hija de perra!», o bien; «¡Bueno, aquí, arriba, obeso—. ¿Qué quiere usted?
abajo, afuera!». De igual manera abrazaba a su ado- impotentes —repetía, mientra
rada María. Sin embargo, a veces ocurría que la tana abierta la inmensidad de
nostalgia le pesaba, y entonces toda la región se lle- despuntaba allí y allá algún ár
naba de sus lamentos sonoros y lánguidos, colorea- blación le quiere, le protege.
dos de una lúgubre melancolía, y se oían los ayes y
los suspiros del bandido dirigidos a la luna, implo- —¿Cómo es posible que le
rantes, marciales, con un deje cosaco o moldavo, o finalmente con impaciencia e
mejor aún valaco, entre agreste y rupestre, un poco párpados semicerrados hizo va
perruno: «¡Ay, ay!», cantaba, «¡ay, vida mía! ¡Vida llanura, a varios kilómetros, h
mía! ¡Ay, María, Mariítá mía!». Desesperados, los sas de Mala Wola, como para
perros ladraban dentro de los corrales, o aullaban sus párpados—. Tienen hasta t
sorda, tétricamente. Su aullido contagiaba al final E l los mata.
hasta a los hombres. Y toda la región aullaba eon —Los mata, pero sólo a a
nostalgia, sorda y oscuramente, a la pálida luna que el comandante sobre el fondo
iluminaba el mundo. «¡Ay, María, vida mía! ¡Ay, nura—, los otros contemplan
qué vida la mía!» tiende usted? Para ellos asisti
es un placer... Sí, señor —mur
Los cantos de sus hazañas se multiplicaban y ro- ver que del próximo bosquecill
deaban con una aureola la figura del bandido. Poco turas un cadáver inmediatam
a poco comenzó a ser leyenda, y, por consiguiente, grito magnífico, como si milla
se compusieron canciones en su honor, cantos cam- ran los campos sembrados y lo
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E l sol comenzaba a ponerse en el horizonte. E l que trazaban el horizonte, el s
comandante de policía cerró la ventana. tamente a comprender el mo
—Si no tienen ustedes intención de detenerle, lo miento... Skorabkowski lo ha
haré yo —dijo casi para sí mismo el juez jubilado—. mente a la merced del espacio
Lo detendré yo y lo meteré en una jaula. Lo en- aullaron... en tanto que desde
cerraré y reduciré su amplia naturaleza. L a reduciré nostálgico lamento del bandido
meticulosamente. lamentarse a la estepa. Poco ra
E l comandante no hizo más que suspirar. mendo grito: «¡Ay, María, M
—¡Magnífico, magnífico! que rodaba a través de la no
Skorabkowski volvió a su villa arruinada y, hemente, ebrio e ilimitado, se d
mientras vagaba por las habitaciones vacías con una desenfrenado. E l primero en a
bata de color tabaco echada sobre los hombros, co- sin piedad, salvajemente, sin te
menzó a preparar sus planes para capturar al ban- desahogaba libremente su alm
dido. E l odio del avaro hacia el bandido crecía des- rros... y luego los hombres, qu
mesuradamente. Capturarlo, aprisionarlo, obligarlo amedrentados desde las ventan
a permanecer en silencio se convirtió en una impe- —¡Señor! —quería gritar
riosa necesidad de su espíritu estrecho. A l final, de- —pero no se atrevía a gritar p
cidió emplear para capturar a su víctima la infernal ción del bandido...
rectitud del bandido, quien recorría siempre el ca- Sus susurros aterrorizados
mino más corto y directo cada vez que se dirigía a kowski, quien desde un balcón
algún lugar, y, todavía más, su creciente e ilimitada el desarrollo de los acontecimi
arrogancia. E n efecto, el bandido se había vuelto de decía su suerte, esa suerte que
tal modo prepotente que se había acostumbrado a damos desaparecer... que, aun
que todo el mundo huyera de él, y consideraba una voluntad, sin que nuestro cue
afrenta personal y un desafío si alguien, en vez de pueda exponernos a la vista de
huir, se quedaba quieto allí. Skorabkowski ordenó sotros algo que sobrepasa n
que su propio mayordomo, Ksawery, se colocara viejo sirviente maldecía la visib
bajo un árbol de la colina... Cuando el viejo servi- visibilidad independiente de la
dor obedeció la orden, su patrón le encadenó rápi- se había levantado, dejaba su
damente al tronco del árbol. Después, excavó con wery —quisiéralo o no— debía
sus propias manos un agujero a los pies del mayor- cosquillear sus pupilas... y a tra
domo, puso en el fondo del agujero una trampa de penetrar en su cerebro... Y he
hierro y regresó rápidamente a su casa. Llegó el cre- grandes pasos se dirige hacia K
púsculo. E l viejo Ksawery se había estado riendo la mandíbula, destrozarle la n
todo el tiempo de la broma inventada por el «joven pedazarle el cuerpo visibilísimo
señor», pero, cuando la luna surgió en el firma- ¡Ahhh! Pero helo también ahí
mento e iluminó toda la región hasta los bosques la trampa que colocó Skorab
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llegó a la carrera, y después de varias horas de in- lencio. Subrepticiamente se le
tenso trabajo, logró finalmente transportar el ma- zaba a cosquillearle la planta
cizo cuerpo del energúmeno a los sótanos de su vieja para estimular una risa nervio
casona. queños cepos con los palos, re
¡Al fin tenía a Huligan en su poder! De modo con trozos de madera, le cl
que el bandido estaba encerrado en una estrecha cuerpo, le ponía frente a los oj
celda, reducido por cuatro paredes, empaquetado, nabos... Pero el bandido sufr
clavado al muro, a su merced. E l ex-juez se frotó silencio. Y su silencio crecía, c
las manos y sonrió con sorna, después de lo cual, y en las tinieblas, volviéndose dig
durante toda la noche, pensó en las torturas que de- armas más gloriosas... E n vano
bía emplear. E n ningún momento había tenido la vencer ese silencio amplio con
intención de liquidar al malhechor. Estrecho de mezquindad... ¡Y de esa man
mente como era, estrictamente formalista, quería nando los sótanos! ¿Qué era,
restringir y coartar la libertad de su víctima; su que se proponía Skorabkowsk
muerte no le produciría ninguna satisfacción, sólo la transformar la naturaleza del
cautividad podía producirle placer. E l anciano no te- su voz, reducir su amplia carca
nía prisa, durante los primeros días se regocijaba sita, transformar el grito en m
sólo con la idea de que Huligan estuviese abajo, en su figura, en pocas palabras, p
los sótanos, y de que fuera incapaz, ya que lo tenía igual a sí mismo, al ex-juez S
debidamente amordazado, de aullar y de provocar meticulosidad de un ratón de b
el menor escándalo. Sólo cuando se convenció de punto flaco en el bandido, lo
que el estrepitoso bandido no gritaría, de que había estudios específicos, para hall
quedado reducido al silencio, sólo entonces el resistentiae, ese punto débil po
ex-juez Skorabkowski tuvo el valor de bajar al só- finalmente rehacer ai bandido
tano e iniciar en el más completo silencio las prác- Pero el otro, sin jamás descub
ticas con las que se proppnía reducir y disminuir al se confinaba en silencio.
gigante. ¡Oué silencio! E l poder de ese silencio subía
desde el sótano y se transformaba en un pilar de la A veces, al cabo de esfue
casa. Y durante semanas, durante meses enteros, como meticulosos, el viejo caba
reinó en la región un gran silencio, el silencio del grado cierta restricción. Pero,
grito reprimido, no emitido, asfixiado... semana se presentaba el mome
la verdad. Instante fatídico a
Todas las noches, a eso de las siete, Skorab- más que cualquier otra cosa en
kowski bajaba a la celda de tortura, vistiendo su mana, en efecto, debía quitar l
vieja bata color tabaco, y llevando consigo palos y del bandido para poder alim
alambres. Todas las noches el mezquino juez tra- cuánto terror mortal, después d
bajaba alrededor del bandido mudo, con la frente algodones, ponía frente al ab
perlada de gruesas gotas de sudor y en completo si- escudilla de alimentos y con u
taba la mordaza! Tenía la ilusión de haber logrado ¡Finalmente! ¡Finalmente!
enmudecer al malhechor y esperaba que finalmente Señor! ¡Había que arrodillars
en esa ocasión Huligan no explotara... Pero todas inaudita! ¡Así que finalmente
las veces, el desamordazado malhechor explotaba en dio! E l ex-juez no lograba con
una orgía infernal de interjecciones, insultos y gri- orden impenetrable de la Nat
tos: «¡Hijo de perra! ¡Hijo de perra!», exclamaba. efecto que aun el hombre má
«¡Fuera de aquí, earroña, fuera! ¡Te destrozaré, te mundo una sola cosa que le es
mataré!... ¡Yo, Huligan, voy a hacerte picadillo! más fuerte que él, que está po
¡Maldito hijo de puta, maldito seas mil veces! ¡Te él no soporta. Hay quienes no
haré trizas!», aullaba: «¡María! ¡María!, ¿dónde es- dulas, quienes detestan el híga
tás, María? ¡Ay, mi María!». Llenaba el sótano con nes son alérgicos a las fresas,
sus aullidos y los esparcía por toda la región, se dente de todo resultaba que e
exaltaba, cantaba, deliraba su alma, mientras su ver- había conmovido ante las tortu
dugo, pálido como un cirio, avaro y estrecho, le me- las agujas, ni de ninguno de lo
tía el alimento en las fauces abiertas... Y él, entre destinados a él, el hombre q
un bocado y otro, continuaba aullando. L a pobla- fuerte que todas las cosas tenía
ción de las aldeas se pasaba la voz:
No resistía las ratas. E r a más
—¡Es Huligan quien grita! ¡Huligan sigue gri- Dios podía saber por qué. Ta
tando! hechor que mataba a los hom
Después de semejantes sesiones, el ex-juez vol- insectos tenía miedo de matar
vía extenuado a sus habitaciones y seguía buscando, muerte ratuna, le producía m
buscando tenazmente, el punto minoris resistentiae. otra cosa en el mundo, la mue
Y finalmente lo encontró. para él un oprobio ilimitado y
Fue la rata. habría podido infligirla, y ning
¡Cosa extraña, la rata!... del cerdo, del cordero, de! hom
En una ocasión, por casualidad, una rata penetró gallina, de la rana— hubiera
en la celda de torturas, corrió hacia la pared y en la milésima parte más horrib
ese momento el malhechor, hasta entonces indó- módica, crispante, gelatinosa
mito, se contrajo. muerte de una rata. Y he ah
Skorabkowski le quitó inmediatamente la mor- mendo malhechor se encontró
daza. Pero el bandido, a pesar de tener la boca li- queño roedor... Esa era para
bre, lejos de estallar en improperios, permaneció en inaccesible, imposible. A la vist
silencio, siguiendo con la mirada los movimientos de crispaba, se encogía, se dismin
la rata. Un gran asco y una sensación de miedo le reducía, temblaba y vibraba. ¡F
paralizaron. Cuando la rata se acercó a sus pies, su-
jetos en el cepo, el gigante emitió una especie de E l viejo ex-juez Skorabkow
risa nerviosa, una octava más alta que de costumbre. nalmente en el amo de Huliga
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Y a partir de entonces, sin la menor piedad, le También Skorabkowski, tens
propinó ratas. soportable, perdió los estribos y
Le acercaba la rata atada con una cuerda, se la Y embistió contra Ksawery.
acercaba subrepticiamente, se la pasaba por abajo y tremendo en el sótano, y los
por encima, o bien, por un instante, la hacía entrar todas las direcciones. ¡Ah, el
en los pantalones mientras el gigante crispaba la voz malhechor Huligan se halló li
hasta alcanzar los timbres más agudos, o quedaba años y cuatro meses de cautiv
reducido a la inmovilidad cuando la rata saltaba y nuciosos celadores yacían a su
corría sobre su cuerpo cada vez más reducido. ¡Ya la rata había desaparecido! E l
no era necesaria la mordaza! E l malhechor había de- pensó que había llegado el mo
jado de aullar y de proferir insultos; transcurrieron y, después de complicados mo
semanas y luego meses, mientras el viejo mayor- berarse. Hacia el amanecer es
domo Ksawery, cuya labor consistía en iluminar a la cepos, salió por una puerta que
rata con una vela, gemía y rogaba en lo más hondo terraza cubierta de hiedra y c
de su corazón... Con los pelos de punta, con el co- tad... E l hombre, en otra época
entonces bastante disminuido. D
razón en un puño, el viejo camarero le suplicaba
prado, atravesó los jardines y
piedad a la rata, maldecía su absoluta crueldad, mal-
arroyuelo, mientras el sol surgía
decía los espantosos e inapelables lazos que existen pastor gritó a lo lejos:
en la naturaleza, maldecía la ilimitada falta de mi-
sericordia. «¡Maldita sea la rata y el amo y esta casa —¡Vaca! ¡Arre, vaca!
y la naturaleza del bandido y la naturaleza del juez Inmediatamente, Huligan se
y la naturaleza de la rata, malditas sean todas las bustos. ¡Ah, con cuánto gusto s
naturalezas y maldita mil veces la Naturaleza!» En- cualquier agujero, en cualquie
tretanto transcurrían los años. E l suplicio se volvía fisura, en cualquier escondrijo
cada vez peor, cada vez más tenso. Skorabkowski hasta en un tubo para ocultar
hacía cada vez más uso de la rata, y la tensión cre- del cuerpo. E l malhechor obse
cía, crecía. sus pies. Una ligera brisa le re
saboreó, no la aspiró ni la inh
Y siempre, la rata. con atención y prudencia qué
Ininterrumpidamente, la rata. dor. Un único pensamiento le o
Solamente, la rata. bía ocurrido con la rata? ¿Dón
L a rata, la rata, la rata... la rata que Ksawery había segu
Finalmente Ksawery, ya al extremo de la ten- en el sótano?
sión, bajó la cabeza y corrió detrás de la rata, que Pero la rata no aparecía.
acababa de romper el cordón y huía hacia una Sin embargo, Huligan no se
grieta. E n ese momento, el sirviente perdió los es- la tierra. Había conocido demas
tribos y se enfrentó al juez con la cabeza baja. horroroso de la rata, el ilimita
Huligan se precipitó hacia
había angustiado hasta tal punto que la sola ausencia
ocultarse en el hueco del tronc
de la rata era más importante que los sonidos más
deslizaba hacia la maleza, y pe
dulces y que todas las brisas del mundo... No, el cho. L a cavidad del tronco no
resto no era sino decoración, sólo la presencia o la suficientemente seguro, el imp
ausencia de la rata contaban. E l oído del bandido gado por la luz del día, salido
era empleado para captar el rumor más ligero, se- sótano, hubiera podido desliz
mejante al que hace una rata, mientras su mirada meterse entre sus pantalones.
erraba en busca de formas semejantes a las de una ocurría: la rata, a la luz, aterro
rata, y ya le parecía haber, sí, sí, sí, ahí, descubierto dencia, buscaba espasmódicam
algo... sí, sí, ya adivinaba... ya oía y distinguía aquel familiar, ¿y qué podía serle m
frufrú, zig, zag, trac, trac... pantalones de Huligan? ¿A qu
Pero la rata no aparecía... más acostumbrada? Y el bandi
No obstante, parecía imposible que el roedor du- bar que todas las aberturas y to
rante tantos años unido a su persona por relaciones él mismo constituía, todos los p
tan estrechas y tan espantosamente profundas, fun- que, quisiéralo o no, poseía en
dido con su persona por el martirio, unido a su per- en su traje eran deseados por l
sona más de lo que animal alguno hubiera podido para ella un refugio. Saltó, pue
estarlo a un hombre... pues bien, parecía imposible impulsado por el terror, se dio
(era necesario tomar en consideración el ciego amor fija, a ciegas, mientras a sus ta
que une a ciertos animales con el hombre) que el guro) se deslizaba la rata. ¡Oh
roedor hubiera podido separarse de él, desaparecer agujero, una grieta, un escon
paldas, ocultar las piernas, en
y renunciar a él, así de buenas a primeras...
partes, volver inaccesibles aque
Pero la rata no aparecía. llas cavidades, aquellas atrac
Algo extrañamente oblongo se deslizó a lo largo cuerpo! E l bandido, salido del
de una mancha de sol y desapareció. corría desbocado por los prados
¿Sería tal vez la ratá? lles, las colinas, los campos y ca
El malhechor escrutaba y buscaba con la mirada, taba casi seguro), galopaba la
no del todo convencido, pero de nuevo volvió a oir casi agotadas, el malhechor lle
un crujido entre las hojas secas. primero que pudo encontrar
• •í.V''''
vivo, escondiendo las propias
¿Sería tal vez la rata? en la paja. Sólo unos minutos
¡No cabía duda!... ¡Debía ser la rata! loquecido por el terror, se di
¡Da un paso y otro paso y otro paso hueco en que se había metido
la rata fiel! paredes de madera de una cab
condido en un establo o en un
¡Paso tras paso, paso tras paso
la rata fiel!
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En el momento menos pensado podía saltar la rata volver a su madriguera. ¡Dios
de aquella paja y metérsele bajo la axila, o bien, en evitar cualquier violencia, no
los pliegues de la camisa, por lo que se ovilló y co- pánico, no caer en la inconscie
menzó a observar. Pero ¿qué era aquello? ¿Soñaba del salto, manifestaciones típic
o se trataba de algo real? «¿Dónde estoy?», se dijo. de las crepitantes tinieblas, pro
«¡Ah. conozco esta cabaña! ¿Quién duerme tras bles colas. E l bandido descubri
aquella pared sino ella? ¡Ay, María, mi María! gún todas las probabilidades, s
¡Aquí duerme María, reposa María, respira María, driguera de la rata, y se prepa
ay. ay, ay, María, Mariíta mía!». Encogido hasta las realizar las maniobras que hic
visceras, lleno de la rata, fijó en ella la mirada y sus animal, en un silencio casi abs
ojos no podían creerlo, era realmente ella... L a mu- ceptible ruido o, como mucho
chacha yacía dormida con la boca abierta, y Huligan mente la garganta, cuando de
se puso en pie, y, sí, sí, quería cantar, hacer escán- a la rata hasta abajo de la rod
dalo como en otra época... como entonces. «¡María, ven... y Huligan de nuevo que
María, Mariíita mía!» rata la había tocado, lo ratun
Cuando de pronto apareció una rata. chica, contra María... ¡su Mar
Una rata gorda y opulenta se asomó por debajo . Y aquella aproximación, a
de un haz de leña, avanzó prudentemente y co- rata con María superó todo el
menzó a remolonear cerca de la falda de María. bandido... aullara. Aulló com
De manera que de nuevo aparecía la rata. toda la fuerza de sus pulmones,
La rata, al lado de María. al mundo entero, aulló con su
Aquella vez no se trataba de una ilusión, sino de frenable y se lanzó aullando c
una rata indiscutible, palpable, que saltaba a cuatro tenía miedo, saltó en medio de
pasos de él. E l bandido quedó petrificado. Proba- llido tan espantoso, tan impene
blemente se trataba de otro roedor... no la rata de más habría podido abrirse pas
la tortura, sino otra... pero las ratas se parecen de clamor para llegar a sus pantalo
tal manera entre sí qué el torturado no podía tener ya cortar la retirada de la rata
la absoluta certeza. No estaba del todo seguro de que la atacó de frente. ¡Ah, l
que tantos años de tan dolorosa convivencia con uno Huligan! ¡Ay, aquella retirada
de aquellos animales no hubiera dejado en él algo saltos en zigzag, aquel movers
que resultara atractivo para toda la raza ratuna. Te- otro, zigzag, trie, trac, zambom
mía sobre todo que, asustado como estaba, pudiera vicción del bandido de que la ra
saltar sobre la rata, y que, entonces, la rata, asus- fue fulminante, la tenía ya en
tada a su vez, pudiera saltar sobre él... No, Dios porque ya estaba acorralad
mío, era necesario echar mano de toda la prudencia cuando... Pero... ¿me será posi
posible, era necesario manifestar la propia presencia lato? ¿Serán mis labios capace
con circunspección, asustar apenas a la rata, hacerla ocurrió?... En verdad fue alg
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temo que voy a decirlo ya que no existen límites
para el horror, es más, existe cierta carencia de lí-
Acerca de lo que ocurrió
mites para lo Despiadado, cuando el horror co- goleta «Banbury»
mienza a acumularse y entonces su acumulación se
acumula... se acumula acumulándose sin límites, sin
fin, incesantemente, creciendo por encima de sí
mismo, de un modo mecánico. Oh, sí, me temo que
mis labios van a narrar cómo la rata... cómo la rata
cegada por el terror, amedrentada y perseguida, en-
loquecida por la ciega e inmediata necesidad de en-
contrar un agujero... se dirigió hacia la boca de Ma-
ría, pareció dudar un instante, saltó en aquella ca-
vidad abierta de la muchacha dormida. Y , antes de 1
que Huligan pudiera detenerla, vio lo que estaba
ocurriendo: la rata se metía en la boca, la rata presa En la primavera de 1930 —
de pánico, trataba de esconderse en la adorable ca- y reposo— decidí emprender u
vidad oral. ¡Oh, el poder de la mecánica! María, se- La razón principal que me dec
midormida, despertó sorprendida, cerró sus adora- mi situación en el continente
das quijadas de un modo puramente mecánico, pero a día más embarazosa y decidid
implacable, y de esa manera dio fin a la mecánica nos clara. Por eso le escribí a u
del horror: la rata terminó con la cabeza guilloti- de Birmingham, Mr. Cecil Bu
me encontrara sitio en uno de
nada. Un mordisco en el cuello consumó la muerte
cos, y recibí de inmediato una
de la rata.
legráfica: «Berenice, Brighton
L a rata dejó de existir. Pero en el puerto de Brighton
Pero Huligan permaneció allí, y tuvo que en- anclados y tantos vapores, y la
frentarse a la muerte de la rata por obra de la ado- posibilitaba de tal manera la l
rada cavidad oral de su amada María. Y con esa vi- tos, que llegué con un retraso
sión en los ojos desapareció. cual no impidió que los marin
menzaran a gritar animadam
Da un paso y otro paso y otro paso ocurre: «¡Corra, corra más r
pero le sigue aquella rata muerta. tiempo... más aprisa, más ap
Paso tras paso, paso tras paso ¡Todavía está a tiempo de emb
y en boca de María sigue la rata muerta. logré alcanzar el barco en una
que tuviera que dejar en el
1937 Lanzaron una escalera de cu
bierta, sin poder leer el nomb
con grandes letras en la parte

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