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P. Ricoeur.
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Proyecto UBACyT: “La libertad en psicoanálisis. Su incidencia en la concepción de sujeto y la
causalidad en la obra de J. Lacan. Consecuencias clínicas y éticas”; Director: P. Muñoz; Proyecto
UBACyT: “Horizonticidad, presencia y ausencia. Paralelismos entre la fenomenología de la latencia y la
patencia y la hermenéutica de la ocultación y la desocultación”. Director: Roberto Walton. Proyecto
UBACyT: “Momentos electivos de la cura analítica”. Director: Gabriel Lombardi; Proyecto Proinspi:
“Presencia-Ausencia: una estructura formal fenomenológica en la concepción psicoanalítica de la imagen
y el lenguaje”. Directora: Gloria Autino.
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II
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contrario, el interés que guía esta explicitación es fundamentalmente epistemológico y
hace al núcleo íntimo de la construcción de conceptos, nociones o categorías propias del
psicoanálisis, esto es, parte de la pregunta por la evaluación de la participación de la
fenomenología en la formalización de ciertos conceptos, nociones o categorías
psicoanalíticas.
El propósito general de esta investigación es explicitar el recurso de Lacan a ciertas
argumentaciones propias de la fenomenología. Sin embargo, no se trata de demostrar o
construir un “Lacan fenomenólogo”. El motivo que disuade de semejante intención es
breve y contundente: no realizaría ningún aporte relevante, ni al psicoanálisis ni a la
fenomenología.
El propósito específico de esta tesis es avanzar en la delimitación del objeto mirada
en psicoanálisis, a partir de reconstruir las condiciones argumentativas de su
formalización, y exponer coordenadas clínicas específicas que conduzcan los resultados
teóricos aquí obtenidos hacia la experiencia analítica.
El objeto a como mirada tiene un lugar privilegiado en la enseñanza de Lacan. Sin
embargo, hasta el presente pocos trabajos se han dedicado a un esclarecimiento de su
estatuto. Además, un aspecto que motivó el inicio de esta tesis es el habitual
vocabulario intuitivo que suele utilizarse para hablar de esta cuestión: se recurre a
metáforas lumínicas, se mencionan esquemas (velo, pantalla, escena) sin que sea claro
qué distinguiría uno de otro ni cuál es su alcance. En definitiva, por esta vía el problema
de origen corre el riesgo de volverse recursivo, o bien duplica su propia condición con
un nuevo interrogante.
Nuestra apuesta es tomar como punto de partida una referencia incontestable: la
presencia de la fenomenología en la obra de Lacan como un recurso metodológico
prolífico. En nuestra tesis de maestría en psicoanálisis, también realizada en la UBA,
hemos demostrado cómo el orden imaginario se encuentra fundamentado de acuerdo
con esta perspectiva. Ahora bien, esta tesis se propone extender los resultados allí
obtenidos y extenderlos a un campo más amplio: si nuestra tesis de maestría concluía
con el inicio de la enseñanza de Lacan (en 1953), esta tesis apunta al contexto de
introducción del objeto a (en la década del ’60), en el que la referencia al método
fenomenológico también ocupa un lugar notorio.
Sin embargo, esta tesis no se propone una mera explicitación de las indicaciones
manifiestas (los “nombres de autor”) presentes en el seminario de Lacan. Nuestro
trabajo no permanece atado a un comentario bibliográfico, sino que busca también
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reconstruir el modo en que a través de ciertos autores específicos Lacan ensaya una
especie de fenomenología psicoanalítica o, mejor dicho, una aproximación a los
problemas clínicos del psicoanálisis con un método descriptivo tendiente a delimitar
estructuras formales que establecen una condición de la experiencia.
III
Hipótesis
Objetivos
Objetivos generales
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2) Determinar las estructuras mostrativas (velo, pantalla, escena) propias del objeto
mirada, que permitan elucidar su fenomenalidad.
3) Construir formas clínicas de la mirada (acting out, sueño, recuerdo encubridor) a
través de tres estructuras formales: vacío-pleno; presencia-ausencia; parte-todo.
Objetivos específicos
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A este programa de investigación hemos contribuido, además de con nuestro trabajo, con la realización
de diversas traducciones para la editorial Letra Viva: Cf. Duportail, G.-F., Lacan y los fenomenólogos
(2011); Baas, B., Lacan, la voz, el tiempo (2012), Duportail, G.-F., Cuerpo, amor, nominación (2014),
pero fundamentalmente se destaca en este contexto la publicación del libro Arqueología de la mirada, en
el que hemos compilado el estado del arte que sustenta los precedentes de esta tesis, trabajos que hasta
entonces no se encontraban en castellano.
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objeto a desde la perspectiva de la noción de intencionalidad, para ubicar cómo
el reproche habitual del psicoanálisis (mejor dicho, de algunos psicoanalistas) a
la fenomenología –que sólo atendería a fenómenos objetivados– es infundado, e
incluso la fenomenología en el decurso de su tradición cancela esta misma
orientación al punto de volverse convergente con el psicoanálisis; en efecto,
esta dirección de Husserl a Merleau-Ponty es la que se retoma en los capítulos
quinto y sexto, donde se elaboran convergencias y divergencias entre el filósofo
y el psicoanalista: en el primero de ellos se realiza un estudio comparativo de
aspectos más generales (deseo, inconsciente, lenguaje) para luego situar, en el
segundo, los motivos propios de la mirada –en función de las referencias
explícitas del seminario 11–.
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Por cierto, esta vía metodológica es la que justifica que la “función cuadro” se encuentre en el centro de
la elaboración lacaniana sobre la mirada.
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D) En la cuarta parte, titulada “Clínica de la mirada”, se retoman los resultados
obtenidos en la parte anterior respecto de la equivocidad lacaniana entre los
términos “velo”, “pantalla”, “escena” para delimitar su valor conceptual a partir
de tres fenómenos clínicos que conciernen a la mirada: el acting out, el sueño,
el recuerdo encubridor. Por esta vía, los tres capítulos de esta última parte
formalizas las formas de mostración de la mirada en función de tres estructuras
formales (vacío-lleno, presencia-ausencia, parte-todo) con el objetivo de situar
condiciones de manifestación en la experiencia.
De este modo, como hemos dicho, la tesis no sólo busca realizar una
fundamentación metodológica del estatuto del objeto mirada, sino extender sus
resultados hacia la formalización clínica.
IV
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Primera Parte
Cuestiones de Método
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Capítulo 1
Observaciones sobre la mirada
Cuestiones conceptuales y metodológicas
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Asimismo, las referencias de Lacan a la mirada no se circunscriben a este período
específico. Por ejemplo, ya en el seminario 1 se afirmaba lo siguiente:
“La mirada no se sitúa simplemente a nivel de los ojos. Los ojos pueden
aparecer, estar enmascarados. La mirada no es forzosamente la cara de
nuestro semejante, sino también la ventana tras la cual suponemos que nos
están acechando: es una ‘equis’; el objeto ante el cual el sujeto deviene
objeto.” (Lacan, 1953-54, 327)
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esclarecimiento crítico de estas referencias no se dedica a una mera lectura
“destructiva”, sino que busca atravesar las formulaciones y aproximaciones que otros
han realizado para delimitar un campo de estudio a través de su estado del arte más
reciente. En este punto, de acuerdo con esta orientación, no puede menos que decirse
que la selección de los trabajos ya indica un reconocimiento y una valoración positiva
de su aporte. Por lo demás, se prestará especial atención al modo de construcción de
argumentos en la bibliografía en cuestión, ya que no sólo importa para un trabajo de
interés epistemológico la presentación expositiva de un concepto, sino el procedimiento
de fundamentación a través del cual se lo introduce. En el apartado final, dedicado a las
conclusiones, retomaremos la formulación de las preguntas que se pueden desprender
de esta elaboración crítica, y propondremos algunas líneas de investigación que
retomarán los capítulos siguientes (Cf. Segunda parte y Tercera parte). De este modo,
este capítulo no se propone refutar u objetar trabajos anteriores, sino operacionalizarlos
epistémicamente para valorar su contribución a un campo de estudio.
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la significación inconsciente de los dichos de este último. Es posible que, luego, un
analista se sirva de estas producciones escópicas para intervenir; no obstante, lo que
interesó investigar a Nasio fue el motivo de su ocasionamiento, dado que no se trataría
de un fantaseo ni de una simple traducción en imágenes de los dichos del paciente.
Asimismo, como otras formaciones de la mirada en psicoanálisis podrían considerarse
el acting out y el sueño. Respecto de este último, la posición de Nasio es convergente
con el desarrollo de la mirada en el seminario 11, cuando Lacan sostiene que “en el
campo del sueño […] a las imágenes las caracteriza el hecho de que eso muestra”
(Lacan, 1964, 83). De este modo, las formaciones de la mirada se encuentran
subtendidas por un mostrar, por la puesta en acto de algo que se da a ver, y cuyo retorno
no es a través de la vía significante.
Para dar cuenta de estos fenómenos es que Nasio analiza la estructura del objeto
mirada. Importa destacar –según haremos con los demás autores que consideraremos en
este capítulo– el soporte metodológico en que Nasio apoya su elaboración, así como la
articulación que propone entre los conceptos, con el propósito de esclarecer una
perspectiva crítica y atenta de su planteo epistemológico.
Respecto de las coordenadas metodológicas de esta concepción, Nasio comienza
sosteniendo lo siguiente:
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motiva la equiparación anterior. Esto pareciera estar dicho explícitamente cuando
sostiene que “el yo percibe todas las formas imaginarias, sean sonoras, táctiles, y sobre
todo visuales, en las que él se reconoce” (Nasio, 1992, 32). No obstante, si éste fuera el
caso, ¿cuál sería la especificidad de lo visual? En todo caso, Nasio pareciera estar
desarrollando una concepción sobre lo imaginario antes que sobre lo visual.
En segundo lugar, su concepción del reconocimiento imaginario implica dos
actitudes específicas del yo: la espera (Cf. Nasio, 1992, 40) y la previsión (Cf. Nasio,
1992, 45). La identificación con las formas imaginarias supone que se espera de ellas
cierta simetría y se prevé encontrar una convergencia narcisista. No obstante, esta
estructura del reconocimiento no es más que una primera capa del yo, que se encuentra
subtendida por la identificación fálica. Es interesante notar el modo en que Nasio
plantea las cosas en este punto:
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una estética de la fascinación que “encandila” al vidente –“una sombra que enceguece”
(Nasio, 1992, 75)–, expresada en términos eminentemente lumínicos:
Pero, más allá de la riqueza expresiva de la imagen transmitida por Nasio, ¿cuál es
el concepto referido para dar cuenta de la manifestación de la mirada? Cuando Nasio
sostiene que “la mirada irrumpe con un resplandor fascinante” (Nasio, 1992, 51) no
pareciera quedar claro que esté circunscribiendo notas específicas de un concepto.
Podría decirse que retorna la misma ambigüedad que se destacó en su presentación del
concepto de goce, dado que “la imagen fálica fascina no porque sea luminosa; fascina
porque suscita en mí el goce que ella cubre” (Nasio, 1992, 61). Porque, si para definir la
mirada se recurre al goce, y el goce es también un concepto presentado de modo
intuitivo, podría decirse que puede cuestionarse en la exposición de Nasio algo que él
reprocha a otros autores, esto es, que “usamos términos en psicoanálisis con una tal
carga empírica y corporal que creemos que se trata de lo que el término designa”
(Nasio, 1992, 81).
Sin embargo, no deben tomarse estas consideraciones como reproches o
imputaciones ad hominem. Es posible que en el contexto de trasmisión de un seminario
el autor haya recurrido al método más adecuado para comunicar ideas, de modo
ilustrativo, a un público amplio. Que Nasio está advertido de la importancia
epistemológica del tema que desarrolla puede notarse en la afirmación siguiente:
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concretas– y un modelo de aprehensión –en este caso, la topología– que ad hoc realiza
una materialización, o bien, hace visible lo invisible; por otro lado, que la topología es
para Nasio un recurso impotente, en términos conceptuales rigurosos, aunque eficaz
para la transmisión. La observación metodológica que podría plantearse, en este punto,
es la siguiente: si se recurre a formas topológicas para hacer sensible “una instancia
psíquica no visible”, ¿eso quiere decir que se está utilizando la topología como método?
La respuesta no es evidente, y el método de exposición seguido por Nasio demuestra
todo lo contrario: las figuras topológicas sólo cumplen un papel ilustrativo. Entonces, la
pregunta anterior puede ser reformulada: ¿cómo acceder argumentalmente al nivel de
formalización de la noción de objeto a? ¿Cómo justificar su introducción en el campo
de la teoría? Este aspecto será considerado nuevamente en el tercer apartado de este
capítulo.
En otro libro reciente –La mirada, paradigma del objeto en psicoanálisis (2009)–
D. Zimmerman se ocupa de la cuestión de la estructura del objeto mirada. Este libro
retoma otros trabajos del autor en los que también la mirada participara con un lugar
destacado –como Psicoanálisis y cine (1998) y Contornos de lo real (2000)–,
especialmente a través de la relación que allí se establece entre la obra de arte
cinematográfica y el campo escópico. El recurso a obras de arte visual es constante en
los libros de Zimmerman; no obstante, ¿se trata de un uso de ejemplificación,
ilustrativo, o bien hay cierta convergencia con un método de construcción conceptual
que el autor considera propio del psicoanálisis?
Desde el comienzo de su libro Zimmerman ubica una máxima de notable valor
epistemológico, y que indica que el autor no es ajeno al interés por la formalización
rigurosa:
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cualquier pretendida captura de lo real, al reconocerlo como aquello que no
se puede más que evitar.” (Zimmerman, 2009, 17)
De acuerdo con esta referencia, por un lado, podría pensarse cierta convergencia
con la posición precedente de Nasio, que ubicaba a los conceptos como nombres para
ordenar una práctica; no obstante, este último no dejaba de afirmar el recurso a
conceptos estrictos, mientras que Zimmerman niega la pertinencia de los mismos. En
este punto, su postura parece parafrasear una propuesta de Lacan en el seminario 12:
“Ya ven por qué vía me decidí a introducir este año, buscando darles su
tono, lo que yo llamo problemas cruciales para el psicoanálisis. El año
pasado hablé de los fundamentos del psicoanálisis. Hablé de los conceptos
que me parecen esenciales para estructurar su experiencia y pudieron ver
que en ninguno de esos niveles se trató de verdaderos conceptos; que no
pude hacer que ninguno resistiera.” (Lacan, 1964-65, clase del 2 de
diciembre)
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modo una vía de manifestación extraordinaria: la aparición de la mirada, ¿efectivamente
tiene carácter objetivo? Cuando Nasio sostenía que se trataba un objeto que no podía
verse –aspecto en el que coincide con Zimmerman– pareciera que están indicando que
tiene otro tipo de fenomenalidad. Pero, ¿de qué fenomenalidad se trata? Al igual que en
la exposición de Nasio, esta cuestión queda inexplorada. El término “fascinación”
vendría a ser el nombre de este problema irresuelto, ya que nombra por la negativa
aquello que no se expone en términos propositivos.
Por otro lado, Zimmerman se detiene en aquello que Lacan llama “pantalla”, y que
designa un estatuto de la imagen que enmascara e indica lo real de la mirada. A través
del comentario de un caso de fotofobia de Karl Abraham, expone que la mirada se
presenta como un agujero a nivel de la imagen (Cf. Zimmerman, 2009, 54); pero dicho
agujero que no puede ser visto, no se presenta de modo negativo, sino que la función de
la pantalla nombra este modo de aparición. De acuerdo con la exposición de Lacan en el
seminario 11, Zimmerman analiza un conjunto de fenómenos clínicos que podrían ser
esclarecidos a través de la noción de pantalla: el acting-out en el caso Frida de M. Little
(Cf. Zimmerman, 2009, 79), donde los robos de la paciente muestran un modo de
relación con el Otro, a través del descompletamiento y la sustracción, como una forma
de invisibilizarse el sujeto; o bien el sueño del hombre de los lobos, que vela el
encuentro con lo real, donde “el campo del Otro, como telón de fondo, se desgarra y el
sujeto se confronta con aquello que excede toda posible representación. El escenario del
sueño se encuentra saturado de goce” (Zimmerman, 2009, 10). De acuerdo con la
perspectiva presentada por Nasio, en el libro de Zimmerman se desarrolla que en la
manifestación de la mirada se pone en juego la mostración de una forma de satisfacción,
que no se muestra como tal, sino que se vela a través de una pantalla. No obstante,
cabría preguntar, ¿acaso el sueño muestra de la misma manera que el acting out? ¿O
este último muestra de la misma forma que el recuerdo encubridor? En este punto, se
abre el campo de una clínica diferencial de los fenómenos de la mirada, que ninguno de
estos trabajos realiza, y que debería interrogar con mayor especificidad la función de la
pantalla y precisar, por ejemplo, si la pantalla es equivalente al velo, o bien si la función
del velo –elaborada por Lacan en el seminario 4 (Cf. Lacan, 1956-57, 163)– es
equivalente a la noción de escena, tal como ésta es presentada en el seminario 13 en
torno a la mirada y el acting out.
En este punto, cabe realizar una breve digresión respecto de la consideración
metodológica anticipada en el comienzo de este apartado. ¿Hay en la exposición de
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Zimmerman algún desarrollo que demuestre el encuentro con algún punto de
imposibilidad –punto de partida, según su posición, de los términos del psicoanálisis–?
En términos generales, su elaboración transcurre a través de una indicación de
materiales clínicos u obras de arte que, la mayoría de las veces, quedan restringidos a un
uso ilustrativo. Por ejemplo, en su análisis de “La ventana indiscreta”, de A. Hitchcock,
luego de discutir las interpretaciones que realizaran H. Racker y M. Bozovic, en
respectivos artículos, enuncia lo siguiente (a propósito de la escena en que Lisa saluda a
Jeff desde la ventana del asesino, con el anillo de la muerta en su propia mano):
En este punto, nada en el texto afirma qué es lo que fuerza al autor a realizar esta
afirmación. En una nota al pie se cita el texto de Nasio que comentamos en el apartado
anterior, y puede verse reproducido el esquema anterior que presenta la mirada a través
del recurso a imágenes de “destello luminoso”, “mancha”, etc. Pero, parafrasear con un
vocabulario lumínico, y eminentemente pregnante para la intuición, parece ser un modo
de nombrar un problema de formalización antes que la formalización propiamente
dicha. De este modo, el desarrollo de Zimmerman no pareciera avanzar lo suficiente
como para esclarecer el estatuto de las formaciones de la mirada.
Por último, cabe detenerse en otra observación del libro de Zimmerman: la
elaboración que relaciona objeto mirada y fantasma a través de proponer a este último
como una “ventana sobre lo real” (Zimmerman, 2009, 67):
“En la relación del sujeto con el mundo que se ofrece a sus ojos, insistimos,
algo permanece siempre elidido. Tal carácter de elisión lo ilustra de manera
ejemplar la función de la ventana. […] La ventana opera como una suerte
enganche al Otro. La cortina que la cubre bajo sus diversas formas, junto
con el bastidor que la encuadra, ofrecen: por una parte, una superficie par
ala inscripción significante; y, por otra, el marco que permite que permite
la introducción del objeto a.” (Zimmerman, 2009, 69)
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En este contexto es claro que, a pesar del gráfico lenguaje utilizado –la “cortina”,
el “marco”–, Zimmerman propone que el fantasma sería una formación de la mirada; no
obstante, no queda expuesta la fundamentación de esta afirmación, ¿por qué la mirada
tendría un vínculo privilegiado, frente a los demás objetos, para dar cuenta de la
estructura del fantasma? ¿Cómo es que el concepto de mirada podría “iluminar” el
concepto de fantasma? La permanencia en un vocabulario ambiguo no pareciera
permitir avanzar en la vía de una justificación adecuada de esta afirmación teórica. El
libro que consideraremos en el próximo apartado tiene entre sus propósitos ocuparse
específicamente de esta cuestión.
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simbólico (las flores reales [la autora se refiere al esquema del estadio del
espejo] podrían aparecer como imagen en la imagen virtual). En cambio,
en 1963, Lacan introduce el objeto a para plantear lo que no puede ser
nombrado por lo simbólico, lo que queda como resto de la relación
simbólica con el Otro.” (Negro de Leserre, 2010, 170)
De este modo, en este nuevo contexto –del seminario 10– el objeto es presentado
como contenido por la imagen real, ubicado en el borde del florero, y a nivel de la
imagen virtual se manifiesta como falta (-phi); falta para la cual no hay imagen:
Ahora bien, ¿en qué sentido se entiende esta precedencia del objeto a? En función
de lo dicho, cabe destacar que no se trata de una cuestión cronológica, sino de una
precedencia lógica. Pero, ¿cómo acceder argumentativamente a este nivel epistémico?
He aquí el problema metodológico que se plantea la tesis de Negro de Leserre. Para dar
cuenta de este movimiento es que la autora recurre al objeto mirada, dado su privilegio
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entre las formas del objeto a para esclarecer la condición del fantasma como un “deseo
de no ver” (Negro de Leserre, 2010, 174):
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El carácter no resuelto de la exposición culmina con esta gráfica descripción:
“La única forma de no ver ese círculo vacío [se refiere al círculo realizado
en la hoja], o sea, el agujero en lo real, es poner algo en el lugar del borde
que quedó en el papel. Si ese algo es un espejo, se ve nuestra propia cara, si
lo que se pone es una pantalla como la del cine, se ven imágenes, la imagen
del otro.” (Negro de Leserre, 2010, 178)
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las cuales nos dirige la intencionalidad de la experiencia fenomenológica” (Lacan, 1964,
80). De este modo, metodológicamente, una primera vía de acercamiento al objeto a
como mirada podría realizarse a través de una crítica –en el sentido de una elaboración–
del método fenomenológico de análisis de la conciencia.
c) En tercer lugar, sería necesario –a través de esta crítica propuesta del análsis de
la conciencia con el método fenomenológico– especificar el correlato conceptual del
vocabulario intuitivo que suele usarse para dar cuenta de la mirada: la luz, el brillo, etc.
De este modo, se podría otorgar un estatuto riguroso a formulaciones que, por el
momento, quedan detenidas en el marco de una estética de la “fascinación”, cuyo valor
descriptivo es sumamente valioso, pero epistémicamente insuficiente.
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a través del acting out, el recuerdo encubridor, el sueño, etc.)? Una vía para responder a
esta cuestión es demostrar que estos fenómenos clínicos de la mirada, eminentemente
mostrativos, esclarecen la relación fantasmática con el objeto, a través de una crítica de
las formaciones intencionales propias de la fenomenología –que, por ejemplo, no puede
dar cuenta de la hipernitidez del recuerdo encubridor, ni de por qué en el sueño el sujeto
puede verse a sí mismo, etc–.
e) Por último, a través del estudio de las formaciones de la mirada –ya sea el
acting out, el sueño, el recuerdo encubridor, etc.– sería pertinente esclarecer
clínicamente si el modo en que cada una de ellas muestra es semejante, o si, en todo
caso, no sería más adecuado proponer una pluralización de las formas de la mirada. En
el primer caso, la función de la pantalla debería servir para dar cuenta de todas las
variedades clínicas del mostrar; si esto no fuera posible, sería necesario recurrir a otras
vías de plantear esquemas y funciones del mostrar que deberían ser elaborados
clínicamente para verificar sus alcances y límites.
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Capítulo 2:
Fenomenología y Psicoanálisis
Precedentes históricos y contemporáneos
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propiamente dicha –como Lacan mismo lo sostiene al afirmar que, en ese entonces, el
psicoanálisis es “una ciencia que se halla todavía en estado naciente” (Lacan, 1932,
233)–.
Trabajos como los de Schmidgen no avanzan en la vía de realizar una
aproximación a la participación de motivos comunes entre ambas disciplinas, sino que –
afincados en el discurso de uno de ellas– pretenden juzgar la validez de la otra. El
interés metodológico de este tipo de aproximaciones es relativo –y, quizá, sólo de
interés para el historiador de alguna de esas disciplinas– ya que no parecieran aportar
resultados positivos que permitan enriquecer epistémicamente a una de ellas a través del
recurso al método de la otra.
Cercano también al interés histórico, podría indicarse otro tipo de aproximaciones
a las disciplinas en cuestión, igualmente en función de la reconstrucción de aspectos
metodológicos en el contexto de formalización de nociones, categorías y/o conceptos de
alguna de ellas. Así, por ejemplo, en nuestro libro La forma especular. Fundamentos
fenomenológicos de lo imaginario en Lacan (2012), hemos expuesto –a partir de los
resultados obtenidos en una investigación de tesis de Maestría en Psicoanálisis en la
Universidad de Buenos Aires–, invariantes metodológicos, de raigambre
fenomenológica, que habrían permitido a Lacan formalizar el orden imaginario. En
dicho contexto, reconstruimos el método de elaboración de aquello que Lacan llamara
“esencia fenomenológica del narcisismo” (Lacan, 1948, 101) a partir de un
esclarecimiento de las referencias textuales presentes en los escritos tempranos de
Lacan, dedicados a la constitución del yo y la realidad psíquica, el transitivismo en
relación con el semejante, etc. (Cf. Capítulo 3). A diferencia del artículo de Schmidgen,
que evalúa –y juzga como inapropiado– el uso que Lacan hiciera de la referencia
femonenológica, el estudio de nuestra autoría –que, al tratarse de un libro, explora con
mayor sistematicidad la cuestión– demuestra que la incorporación de la fenomenología
como método en la obra de Lacan es prolífica, y tiene una acepción original,
independientemente de que la paráfrasis de las referencias originales pueda ser
considerada exacta o no. La diferencia entre ambos niveles radica en que, en dicho
trabajo, no se evalúa la exactitud referencial del saber en cuestión, sino su participación
efectiva a través de la aplicación de ciertos rasgos mínimos (o invariantes) de la
metodología fenomenológica (recurso a la épochê –como modo de acceso a la
fenomenalidad– y a la reducción eidética –como forma de constatación de aspectos
estructurales–). De este modo, la cuestión ya no quedaría planteada solamente en la
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reconstrucción bibliográfica –lo que Lacan efectivamente habría dicho de la
fenomenología– sino de acuerdo a un interés metodológico de mayor alcance –lo que
Lacan efectivamente habría hecho más allá de lo que decía hacer–.
De este modo, al menos según este rodeo inicial y propedéutico, las relaciones
entre fenomenología y psicoanálisis pueden plantearse de dos maneras distintas: por un
lado, en función de estudios críticos que, centrados en el análisis textual de los trabajos
de una de las disciplinas, evalúan la pertinencia (o no) –el uso correcto (o no)– que se
hagan de los términos de la otra disciplina; por otro lado, estudios que reconstruyan
argumentalmente la presencia de motivos propios de una disciplina en el contexto de
producción de categorías de la otra disciplina. A los de primera intención se los podría
llamar “estudios normativos”; a los segundos, “estudios genéticos”; o bien, de acuerdo
con la semántica discursiva de A. Greimas (1976), podría decirse que los primeros
permanecen en un “nivel descriptivo” –de análisis de enunciados y contextos de
aplicación–, y los segundos circunscriben el “nivel epistémico” –de análisis
metodológico-formal y argumentativo–.
En este capítulo fundamentaremos el interés de los trabajos que se inscriben en la
segunda línea de investigación entrevista, al considerar analíticamente cuatro obras de
G.-F. Duportail, quien desde hace diez años ha delimitado un método de acceso
específico a la relación entre fenomenología y psicoanálisis (y sus posibles influencias
recíprocas). La relevancia de la obra de Duportail, prácticamente no estudiada ni
esclarecida en nuestro país, radica en que –de acuerdo con lo dicho en el primer
párrafo– inscribe el estudio de las relaciones entre fenomenología y psicoanálisis en el
marco de un “programa de investigación”, cuyas consecuencias sistemáticas deben ser
elucidadas en diferentes obras que profundicen el alcance de la cuestión. Como habrá de
exponerse en este capítulo, sus obras desarrollan este motivo.
Asimismo, antes de reconstruir el modo de aproximación metodológico en la obra
de Duportail, cabe realizar una breve consideración de orden histórico, que explicite el
trasfondo en que los trabajos de Duportail se recortan, y circunscriba el motivo de su
relevancia epistemológica en nuestra actualidad.
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2.1 Precedentes históricos de estudios metodológicos
29
encuentran en el origen de los sueños, síntomas, y demás formaciones del inconsciente).
No obstante, mucho más importante es la modelización del inconsciente en su sentido
ontológico, que se relaciona con el modo de aparecer de la vida, con la dimensión
originaria de la autoafección. Para acceder al concepto ontológico de inconsciente es
necesario distinguir entre el inconsciente de la representación y el inconsciente de la
vida. Sólo este último permite un concepto ontológico, y que recuerda a la afirmación
de Freud en El yo y el ello cuando sostenía que no todo lo inconsciente era producto de
la represión, habiendo entonces un sentido estructural –“ontológico”, para Henry– del
término.
De este modo, Henry se propone una determinación filosófico-ontológica del
concepto de inconsciente, que es, desde su perspectiva, lo que ha faltado al
psicoanálisis. En este punto, se trataría de una interpretación filosófica del psicoanálisis,
o, mejor dicho, de una radicalización del psicoanálisis a través de la fenomenología. El
aspecto metodológico de este estudio se encuentra en destacar que Freud, demasiado
rápido, habría caído atrapado en la metapsicología y la construcción de conceptos en
función de un mecanicismo causalista. No obstante, no debe pasar desapercibido que la
interpretación de Henry no hace más que introducir –en modo alguno subrepticiamente–
su propio sistema filosófico en el corazón de la teoría psicoanalítica. De ahí que si bien
su estudio es muy perspicaz en la crítica de la metapsicología (por ejemplo, al afirmar
que realizar una reducción a la conciencia representativa es el “giro capital y
catastrófico” –Henry, 1985, 363– de Freud), su principal valor radica en este aspecto
negativo o destructivo, ya que positivamente no atiende a la especificidad del campo de
fenómenos propios de la experiencia analítica.
Asimismo, cabe detenerse en algunas distinciones aisladas de su libro, que tienen
alcances metodológicos propicios para la investigación en psicoanálisis. Por ejemplo,
para Henry, en la filosofía de la conciencia se produce una separación entre ser y
aparecer, mientras que el psicoanálisis hace converger ambas cuestiones. No obstante,
en el psicoanálisis, el ser es tributario de la apariencia que funda. Esto implica que los
problemas del inconsciente encuentran su origen y fundamento en la conciencia, de
modo que la existencia del inconsciente depende de la conciencia a la que aparece. Por
lo tanto, el rechazo de una filosofía de la conciencia no impide que los problemas de la
teoría del psicoanálisis encuentren en la conciencia su punto de partida o lugar de
elaboración teórica. Veremos, en el apartado posterior, que esta posición es convergente
30
con la planteada por G.-F. Duportail. Asimismo, una proposición semejante se
encuentra en Lacan cuando sostenía lo siguiente:
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En nuestro país, también es preciso contar la presencia de unos pocos trabajos
específicos dedicados a la cuestión. Además de nuestro libro indicado en el apartado
anterior, cabría mencionar el clásico libro de L. Ceriotto, Fenomenología y
psicoanálisis (1969), que realiza un estudio escandido de la participación de motivos
psicoanalíticos en la obra de cuatros fenomenólogos –Sartre, Merleau-Ponty, De
Waehlens, Ricoeur– de acuerdo con un punto de vista histórico de esclarecimiento de
las referencias implícitas, para, luego, en las conclusiones de su estudio extraer
conclusiones generales que podrían ser remitidas a ambas disciplinas.
31
Ceriotto considera que hay tres ámbitos en que la intersección entre
fenomenología y psicoanálisis se demuestra prolífica: a) la cuestión del sentido; b) el
lenguaje; c) la intersubjetividad.
A propósito del primer punto, tanto la fenomenología como el psicoanálisis
interrogan la institución del sentido. La reducción fenomenológica es un modo de
acceso al sentido intencional. No obstante, aunque podría verse en la reducción un
desplazamiento de la actitud natural, la fenomenología tiene un carácter reflexivo que el
psicoanálisis no posee dado que “el inconsciente freudiano no es lo que la reducción
libera” (Ceriotto, 1969, 182). Respecto de la concepción del lenguaje, si bien para
ambas disciplinas “el lenguaje establece una dialéctica de la presencia y la ausencia”
(Ceriotto, 1969, 178), para el psicoanalista el lenguaje cuenta como realidad en acto,
como un inconsciente que no puede formularse más que retroactivamente. Por último, y
vinculado al punto anterior, la cuestión de la intersubjetividad tiene matices distintos
para el fenomenólogo y el psicoanalista. Según Ceriotto, es en la noción de
transferencia “donde el psicoanálisis se distancia más de la fenomenología” (Ceriotto,
1969, 188). A la fenomenología no interesa la actualización de modos de satisfacción
primarios en la relación con el otro. La Quinta de las Meditaciones Cartesianas, de E.
Husserl, a pesar de las diferentes “herejías” que ha podido sufrir en sus discípulos
(Sartre, Merleau-Ponty, Levinas, etc.) sitúa, desde un principio, que la relación con el
semejante se plantea a nivel del acceso a su existencia. Para el psicoanálisis, en cambio,
la noción de transferencia remite a la inquietud terapéutica que subtiende a la teoría,
“esto muestra con claridad la distancia que separa la relación intersubjetiva de la
fenomenología de la situación analítica” (Ceriotto, 1969, 189).
De este modo, aunque entre fenomenología y psicoanálisis haya una comunidad
temática sobre determinados aspectos, la disimetría podría ser esclarecida con las
siguientes palabras conclusivas:
32
Esta referencia de Ceriotto es crucial para delimitar que la relación metodológica
que pueda establecerse entre ambos campos de estudios –la fenomenología y el
psicoanálisis– no apunta de desdibujar la frontera disciplinar. Al igual que Ricoeur,
Ceriotto destaca que la fenomenología puede ser una herramienta metodológica para
“iluminar” aspectos de la teoría psicoanalítica. Así como en su noción de
“antifenomenología” –que recuerda a la de “antifilosofía” acuñada por Lacan, pero que
no implica prescindencia de la filosofía– Ricoeur entrevía un modo de aproximación a
la cuestión del estatuto del objeto (de la pulsión) más allá de la noción de
intencionalidad, el estudio de Ceriotto converge con este movimiento al circunscribir
que –a pesar de que las concepciones del sentido, el lenguaje y la alteridad sean
divergentes en ambas disciplinas–, el planteo de núcleos temáticos comunes ya
autorizaba a relacionar (y poner en tensión) el modo de aproximación a esos campos de
saber.
Asimismo, si bien el libro de Ceriotto toma la forma eminente de un estudio en
función de un método constructivo –en los términos de lo que en la introducción
llamáramos un “estudio génetico”–, podría concederse que cuenta con la dificultad de
asumir demasiado rápidamente que el objeto de estudio del psicoanálisis es el
inconsciente. No sólo hay afirmaciones de Freud y de Lacan que rápidamente podrían
desmentir esta presunción, sino que –mucho más importante aún– podría decirse que
confunde dos niveles diferentes de investigación: es posible que la investigación del
inconsciente (independientemente de que sea el objeto de estudio o no del psicoanálisis)
ocupe un lugar destacado en la investigación en psicoanálisis, pero el sujeto epistémico
que estudia el inconsciente no es el mismo sujeto que padece los efectos del saber
inconsciente que lo determina. Por lo tanto, su afirmación respecto de que la reducción
fenomenológica no “libera” el inconsciente, tal como el psicoanalista lo encuentra en su
práctica, evidencia una clara confusión de un nivel de descubrimiento con un nivel de
validación. El psicoanalista que analiza una formación del inconsciente no es el
investigador (aunque pudieran ser la misma persona) que teoriza qué es, y cuál es el
estatuto, del inconsciente. Como se verá en el apartado próximo, este es otro de los
aspectos principales considerados en la obra de Duportail de los últimos años.
Para concluir este apartado de precedentes históricos, con una nueva referencia a
un trabajo publicado en nuestro país –aunque, a diferencia del de Ceriotto, de
producción reciente–, cabe destacar el libro de H. López Lo fundamental de Heidegger
en Lacan (2011).
33
La relación entre Heidegger y Lacan ha sido el tópico de vinculación entre
fenomenología y psicoanálisis que más atención ha recibido en los últimos años. Se
destaca más de una decena de libros en el ambiente nacional e internacional. No
obstante, no todos los trabajos publicados son relevantes para una consideración
metodológica. En principio, no todos estos estudios atienden a la inscripción de
Heidegger en la tradición fenomenológica –por fuera de la cual su obra puede ser leída
de diversas maneras, aunque poco satisfactorias y alejadas del propósito con que el
filósofo la produjo–; asimismo, sólo muy pocos se han preguntado acerca de cómo
proceder metodológicamente para establecer la relación en cuestión. El libro de Héctor
López, que dedica un apartado de dos capítulos a la cuestión metodológica de cómo
plantear el vínculo entre dos autores de disciplinas distintas, sostiene, desde un
comienzo, una afirmación de principio:
Por un lado, es notable que López destaque no se trata de juzgar la relación entre
ambas disciplinas (intención que ya cuestionáramos en el primer apartado de este
capítulo al discutir el trabajo de Schmidgen), así como que sostenga que tampoco se
trata de meramente detenerse en un esclarecimiento de lo que cada uno de los miembros
de las disciplinas en cuestión (en este caso, Heidegger y Lacan) han efectivamente
dicho. Por ejemplo –recuerda López–, “es evidente la falta de interés de Heidegger por
el psicoanálisis al que considera, casi condena, como amarrado a la metafísica de la
subjetividad” (López, 2011, 14). De este modo, no tendría ningún sentido intentar una
aproximación entre disciplinas a partir de los juicios de valor explícitos en las obras de
los representantes de ambas tradiciones. Lo mismo podría decirse de las afirmaciones
críticas de Lacan respecto de la fenomenología, por ejemplo, en un escrito como
“Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” (1953). En todo caso,
cabría investigar si debajo de esos enunciados críticos no hay una presencia argumental
latente de la fenomenología.
34
El principal aporte metodológico del libro de López radica en sostener que “el
método de este análisis será el de tomar ambas obras como objetos independientes […]
para tratar de determinar si tienen algo en común en cuanto a la dirección de sus
búsquedas y hallazgos” (López, 2011, 22). La obra de Heidegger tiene su punto de
partida en la analítica del Dasein y su giro en la pregunta por la verdad del Ser y el
Evento; la de Lacan, parte de la póiesis del inconsciente (con el síntoma como metáfora)
y avanza hacia el lenguaje formal de la topología de nudos. No obstante, entre ambos
trayectos hay un invariante compartido: “lo fundamental: queda en el cruce la pregunta
común por lo que habla más allá del hombre. Por el rastro de lo que se deja escuchar en
lo abierto del sujeto” (López, 2011, 35).
El método de elaboración de López es un aporte singular a los estudios que
plantean relaciones entre fenomenología y psicoanálisis, dado que respeta las fronteras
disciplinares pero, al mismo tiempo, interroga argumentos comunes que puedan
plantearse entre ambos campos de investigación. Así, por ejemplo, a propósito de “lo
abierto”, puede notarse que el libro de López articula su presencia en distintos niveles
(en relación con lo imposible, con el ser y el parlêtre, con la cuestión del fin, etc.)
prestando especial atención a ciertas motivos topológicos que serían comunes a ambos
modos de concebir la experiencia que formalizan. Como se verá en el apartado próximo,
una vertiente de la obra de Duportail avanza también en este mismo sentido.
36
“Ningún trabajo se ha puesto, según nuestro conocimiento, en la situación
(incluso programática) de conducir una reflexión radical que esté a la
medida del desafío epistemológico que representa el pensamiento de
Lacan.” (Duportail, 2003, 13)
37
En primer lugar, se suele reprochar a la fenomenología el ser un intuicionismo.
Pero el supuesto “intuicionismo” de la fenomenología debe ser bien comprendido, ya
que no se trata de una mera reconducción a la evidencia de la percepción. La
fenomenología es un método de búsqueda de invariantes estructurales, como la
captación de esencia (Wesenschau) o, incluso, la intuición categorial –de la que habla
Husserl en la Sexta de las Investigaciones lógicas– lo demuestran. Por lo tanto, en
segundo lugar, la fenomenología debe ser entrevista, en sentido eminente, como un
recurso lógico para el esclarecimiento de teorías, tal como los Prolegómenos a la lógica
pura (1900/1) de Husserl lo demuestran.
De este modo, es en el marco de la teoría epistemológica husserliana que
Duportail se propone realizar una interlocución con la teoría lacaniana. En este estudio,
el autor retoma la idea husserliana de una “gramática pura”, disciplina orientada hacia lo
a priori de la significación. En este punto, el a priori puede ser formal o material,
caracterizado este último por la participación de un sentido –enlazado con necesidad y
universalidad, pero no tautológico–.
No es este el lugar para realizar una exposición detallada de todos los
componentes del argumento de Duportail, simplemente expondremos su conclusión: en
su análisis de lo real (a través del estudio de los matemas y fórmulas de Lacan), el autor
concluye que “las fórmulas de la sexuación son proposiciones sintéticas materiales en el
sentido de Husserl” (Duportail, 2003, 42). Antes que realizar una exposición acabada
del argumento de Duportail, importa, en función de los objetivos de este cap, destacar
su interés metodológico: interrogar el estatuto epistémico de los matemas y las fórmulas
de Lacan, a partir de la lógica de la gramática pura husserliana, con el propósito de
esclarecer que no se trata de una lógica formal –ya que hay un contenido semántico que
no puede ser erradicado: el de la experiencia analítica–. Los matemas y las fórmulas no
son el resultado de un proceso de formalización en sentido estricto –que dejaría de lado
la referencia a la experiencia en que surgen–, sino una formalización de estructuras de
sentido (a priori material) que recortan un campo de validez de una práctica. La “real”,
en este punto, debería ser entrevisto como los límites de la formalización de esta
gramática encargada de circunscribir las coordenadas clínicas del psicoanálisis.
Esta orientación general es continuada en el segundo libro de Duportail sobre la
cuestión: Intentionnalité et trauma (2005), donde el autor, a través del recurso al
pensamiento de Levinas, despeja ciertas estructuras de fenómenos contra-intencionales
38
(el Rostro, la huella, etc.) que permiten esclarecer ciertos fenómenos clínicos que se
derivan de la “gramática de lo real” del psicoanálisis.
Si la teoría husserliana de la lógica podía ser útil para esclarecer el estatuto de los
matemas y las fórmulas lacanianas, no obstante, su teoría de la intencionalidad (como
referencia a un objeto constituido por una conciencia trascendental) se revela como
ineficaz para aprehender las manifestaciones más específicas de la práctica del
psicoanálisis: el trauma, la manifestación del inconsciente en sus formaciones (el chiste,
el lapsus, el sueño, etc.) donde un sentido se presenta de modo tal que invierte el
esquema de constitución. En estos casos, según Duportail, sería más justo decir que los
fenómenos transmutan al sujeto:
“El ‘tema’, como el ‘nóema’, que son, como se sabe, los nombres
fenomenológicos que Husserl dio al objeto como objeto de un saber
posible, portan según Levinas la marca de esta mirada objetivante que no
se mide sino por su propia objetividad ideal (la significación pura) y que,
por este hecho, no es jamás alterado a su vez por el objeto de su vivencia.”
(Duportail, 2005, 24)
39
permanecen sensibles a la materia considerada. […] Las leyes materiales
del goce [de las fórmulas de la sexuación] se condensan en aquellas de la
sexualidad humana.” (Duportail, 2005, 106)
40
invisible). De este modo, Duportail destaca, más allá del interés histórico de las
relaciones efectivas entre Lacan y Merleau-ponty, la presencia en ambos pensadores de
esquema topológicos convergentes para formalizar, ya sea la noción de objeto a (en
Lacan), ya sea la noción de carne (Merleau-Ponty). En un esfuerzo por trascender los
estudios que se han atenido meramente a apreciar las referencias explícitas y cruzadas
en la obra de cada uno de los pensadores al otro, Duportail explora una topología del
quiasma y la reversibilidad (patente en la topología de superficies utilizada por Lacan),
cuyos elementos serían: el torbellino, la vuelta sobre sí, la torsión, el pliegue y la
reversión –volveremos sobre este aspecto en un capítulo posterior (Cf. Capítulo 6). El
resultado de la exploración de este terreno de convergencia entre ambas disciplinas se
expresa en los siguientes términos:
Así como la noción husserliana de gramática pura había servido para esclarecer el
estatuto de los matemas y las fórmulas del psicoanálisis lacaniano, la topología merleau-
pontyana estaría destinada a esclarecer ciertos fenómenos clínicos en los que se ponen
en juego estructuras quiásmicas o de reversión: el cuerpo, el amor y la nominación. No
obstante, cabe destacar que Duportail advierte respecto del carácter programático que
deben tomar las investigaciones que avancen en esa dirección, ya que se trata de
estudios exploratorios. Asimismo, la topología que se estaría ensayando en dichos
trabajos no sería propiamente una disciplina matemática –como fuera enunciado en
Intentionnalité et trauma, el uso terminológico de un lenguaje formal no quiere decir
que se esté elaborando metódicamente ese recurso–, sino una parte de una “ontología
material fundadora de la disciplina” (Duportail, 2008, 102).
41
Elaborar y exponer el modo de formalización de la topología merleau-pontyana y
el esclarecimiento de su incorporación a los operadores clínicos entrevistos excedería
los límites de este capítulo. Sí cabe destacar la conclusión del ensayo y el modo en que
el autor entrevé la continuidad de su proyecto a lo largo de los años:
2.3 Conclusiones
42
En todo caso, que la fenomenología pueda ser una vía de formalización y de
esclarecimiento epistemológico en psicoanálisis no es algo controvertible, cuando se
consideran los enunciados en sus contextos específicos (de producción, de validación,
etc.) y se evitan confusiones de niveles categoriales, como nos hemos propuesto
despejar en este capítulo. Se trata, en este punto, de un rumbo implícito en la obra
misma de Lacan, cuando éste sostenía que el psicoanálisis era una “anti-filosofía”,
expresión que debe ser entendida como un juicio indefinido, y no como un juicio
negativo (“no-filosofía”), por el cual se sostiene que el psicoanálisis atraviesa la
filosofía para recortar un campo propio de fenómenos de investigación.
Para concluir este capítulo, cabe destacar el alcance de la obra de Duportail tal
como éste la presenta en el prólogo de su reciente libro Lacan y los fenomenólogos
(2011), con el propósito de advertir el contexto histórico en que se enmarca, como un
modo de apreciar el estado actual de las relaciones entre fenomenología y psicoanálisis:
43
Bibliografía de la Primera Parte
44
Lacan, J. (inédito) “El seminario 12: Problemas cruciales para el psicoanálisis”.
Grupo Verbum (Trad. Efba). Buenos Aires, Argentina: Paidós (1964-65)
López, H. (2011) Lo fundamental de Heidegger en Lacan, Buenos Aires, Letra
Viva.
Lutereau, L. (2012) La forma especular. Fundamentos fenomenológicos de lo
imaginario en Lacan, Buenos Aires, Letra Viva.
Nasio, D. (1988) Los ojos de Laura. El concepto de objeto a en la teoría de J.
Lacan, Buenos Aires, Amorrortu.
Negro de Leserre, M. (2010) Lo imaginario en la enseñanza de Lacan. Incidencia
del objeto mirada en su constitución, Buenos Aires, La Barca.
Ricoeur, P. (1965) De l’interpétatión. Essai sur Freud, París, Seuil.
Schmidgen, H. (1994) “Fortunes diverses: l’ouvre de jeunesse de Jacques Lacan et
la phénomenologie” en Psychanalyse à l’Université, vol. 19, no. 76.
Thompson, S.; Lutereau, L. (2010) “Acerca de la noción de representación
(Vorstellung): la impronta de Brentano en la metapsicología de Freud” en Revista
Universitaria de Psicoanálisis, Facultad de Psicología, No. 10.
Zimmerman, D. (2009) La mirada, paradigma del objeto en psicoanálisis, Buenos
Aires, Letra Viva.
45
Segunda Parte
Fenomenología de la mirada
46
Capítulo 3
La construcción fenomenológica de lo imaginario (1932-1953)
47
ejemplo, la tesis de doctorado de Lacan, de 1932, es un trabajo de medicina, mientras
que el artículo sobre los complejos familiares, de 1938, es un texto de raigambre
sociológica, etc.), ni de elaboración prospectiva, ya que los fines de cada texto son
disímiles, sino en que podrían ser agrupados por una comunidad epistemológica, la
utilización de referencias fenomenológicas para justificar sus aserciones; b) en función
de lo anterior, la expresión “construcción fenomenológica” refiere a la participación de
la fenomenología en la elaboración lacaniana del orden imaginario, incumbencia que
debe ser concebida como una influencia metodológica; es decir, el sustento argumental
de la elaboración lacaniana en el período indicado se encuentra en motivos propios de la
filosofía fenomenológica; c) por último, la particular acepción de lo imaginario del
período indicado, y de acuerdo con el método previsto, es su concepción propia como
“especular”, es decir, lo imaginario relativo a la constitución del yo en función de una
identificación enajenante, que lo caracteriza en función del desconocimiento, de acuerdo
con la asunción exteroceptiva de la imagen corporal, y otros aspectos que serán
elucidados en el curso de la exposición.
Antes de exponer el propósito que este capítulo se propone demostrar, cabe aclarar
que no se trata construir un “Lacan fenomenólogo”. El motivo que disuade de semejante
intención es breve y contundente: no realizaría ningún aporte relevante, ni al
psicoanálisis ni a la fenomenología. Por lo tanto, cabe reforzar la idea de que
“influencia” no es un recurso literario, o bien retórico, que eventualmente permite
ejemplificar la secuencia que expone un razonamiento. Por ejemplo, una alusión al
Bosco en el artículo sobre el estadio del espejo (1949) no permite hablar de una
influencia del arte en la concepción lacaniana del cuerpo. Un esclarecimiento teórico de
la noción de influencia –que ya hemos considerado en un capítulo anterior (Cf. Capítulo
2)– es explicitado por H. López en los siguientes términos:
48
resultados son propiamente psicoanalíticos, esto es, la influencia metódica que la
fenomenología pueda haber aportado al psicoanálisis lacaniano no reduce su
especificidad en una versión fenomenológica del psicoanálisis.
De acuerdo con lo anterior, el objetivo de este capítulo es esclarecer que la
concepción lacaniana del orden imaginario encuentra su fundamento en ciertos aportes
de autores fenomenólogos. Entre los años 1932-1953, la obra de Lacan formula las
leyes de lo imaginario como especular y propone una primera concepción estructural de
la subjetividad, mucho antes del conocido recurso al método estructuralista.
Sobre este último punto, cabe apreciar que en el período indicado Lacan intenta
despejar una vía de formalización en psicoanálisis que no conduzca a una formulación
metapsicológica, a la que suele tildar de intelectualista. Asimismo, respecto de la
referencia estructuralista en la obra de Lacan, los resultados de este capítulo permitirán
advertir que, incluso en un texto que suele considerarse el pilar del comienzo de la
incorporación del estructuralismo –“Función y campo de la palabra y el lenguaje en
psicoanálisis” (1953)–, la referencia a la fenomenología es aún operante y fundamenta
un concepto clínico crucial, el de síntoma. Volveremos sobre esta cuestión en el tercer
apartado del capítulo, y en las conclusiones, ya que de esta indicación podría
desprenderse una consecuencia fundamental para entender el significado de la expresión
del “retorno a Freud” propugnado en dicha época.
Metodológicamente, dada la relativa ausencia de estudios sistemáticos académicos
sobre los escritos tempranos de Lacan, este capítulo compendia el resultado de una labor
minuciosa de análisis de las fuentes; y, expositivamente, se organiza en torno de la
noción de Imago, que fuera retomada por Lacan del psicoanálisis de C. Jung4 –aunque
dotándola de un contenido novedoso– y que, en el contexto del período indicado,
resume una elaboración (de construcción y abandono) de tres subperíodos: a) entre 1932
y 1936, se encuentran los precedentes de su formalización; b) entre 1938 y 1948, se
encuentran los textos que utilizan sistemáticamente la noción ya elaborada; c) en 1953
aparece la primera crítica de la misma, y que promueve su abandono (lo cual no debe
ser identificado con un rechazo de la fenomenología). Por lo tanto, titularemos los tres
apartados de este capítulo con las expresiones: “Hacia la Imago”; “Con la Imago”;
“Después de la Imago”.
4
La noción de Imago fue introducida en psicoanálisis por Jung en 1911 (Wandlugen und Symbole der
Libido), pudiendo ser asimilada a los conceptos de representación inconsciente (principalmente de los
padres) y, posteriormente, a la teoría de los arquetipos y la concepción del inconsciente colectivo.
49
En una nueva formulación –después de las aclaraciones entrevistas y la
consideración metodológica anterior–, el propósito de este capítulo puede precisarse del
modo siguiente: la Imago es el concepto que permite esclarecer la teoría del orden
imaginario en Lacan, y expone la primera noción de estructura que puede atribuirse a su
obra.
Por último, corresponde sentar una breve definición de fenomenología que sirva
con fines propedéuticos (de no dar por asumido el contenido de su concepto). En
términos generales –de acuerdo con la formulación de H. Spiegelberg (1960)–, la
fenomenología es un método descriptivo, que busca dar cuenta de la manifestación de
ciertos objetos a los que llama “fenómenos”, y a los que considera como irreductibles a
cualquier otra instancia que no sea la de sus condiciones de aparición. En el comienzo
mismo de su Fenomenología de la percepción (1945), M. Merleau-Ponty resumía la
noción de este método en los siguientes términos:
50
3.1 Hacia la Imago
A pesar de que la Tesis es el primer gran texto de Lacan que realiza una
elaboración sistemática de la noción de narcisismo (Cf. Lacan, 1932, 235), en dicho
texto el joven psiquiatra sostiene que el psicoanálisis es “una ciencia que todavía se
halla en estado naciente” (Lacan, 1932, 233). En dicho trabajo, la paranoia de
autopunición es caracterizada a través de un pasaje al acto, en el que la violencia de la
agresión recae sobre el propio agresor. Por ejemplo, en el caso de Aimée –desarrollado
en la segunda parte–, la agresión a la actriz circunscribe un daño a sí misma, en tanto
aquella encarnaba el ideal que Aimée aspiraba para sí. Al mismo tiempo, el conflicto de
Aimée con su hermana mayor pone de manifiesto una relación idealizada, en la cual el
complejo fraternal es el principal motivante del conflicto –a partir de una fijación
narcisista (que Lacan elabora siguiendo los estadios propuestos por K. Abraham)–.
Entonces, el ataque a un sustituto revela el drama de la intrusión de la hermana. De este
modo, se encuentra anticipado un motivo que luego sería elaborado con mayor detalle
en el artículo sobre los complejos familiares (1938): la incidencia del complejo fraterno;
allí se pondrá de manifiesto la necesidad de subjetivar la Imago del ideal, cuestión que
no ocurriría en la psicosis por identificación con el doble, cuyo efecto es la proyección
del ideal del yo en el semejante. No obstante, en la Tesis aún no se habla en términos de
Imago, aunque sí se destaca el desconocimiento como un rasgo característico del yo
paranoico.
En este contexto, cabe destacar que la influencia de la fenomenología en la Tesis
se encuentra fundamentalmente en el recurso al método jaspersiano de las relaciones de
comprensión. En el capítulo 1 de la primera parte de la Psicopatología General, Jaspers
propone una definición de fenomenología en los siguientes términos:
51
definición es importante ya que, en la Tesis, Lacan define la personalidad como “el
conjunto de las relaciones comprensibles en un individuo” (Lacan, 1932, 356).
Asimismo, la definición de personalidad que formula Lacan en la Tesis conserva
un lugar destacado para la “función intencional”. La intencionalidad, como
característica esencial de la conciencia, implica el rendimiento de un sentido irreductible
a las sensaciones que lo animan (Cf. Capítulo 4). Este sentido es propuesto por Lacan de
acuerdo con las imágenes que el sujeto adquiere de sí mismo. Respecto de ellas sostiene
que “estos fenómenos recaen bajo las relaciones de comprensión de manera mucho más
inmediata” (Lacan, 1932, 37). De este modo, una primera acepción de la noción de
imagen en la obra de Lacan es como fenómeno o sentido constituido. La relación entre
las nociones de conciencia, intencionalidad y sentido es ilustrada, por ejemplo, en los
términos siguientes:
La ciencia de la personalidad propuesta por Lacan es, entonces, una ciencia del
sentido de y para la conciencia. Se trata de una ciencia que intenta localizar estructuras
de la conciencia, como el “autocastigo” de Aimée; y, por lo tanto, de orientación
estructuralista, en la medida en que busca cernir las leyes de los fenómenos patológicos:
“por el camino de estas relaciones de comprensión es lo individual mismo y lo
estructural la meta de nuestro empeño” (Lacan, 1932, 285). En este contexto de
formalización, se destaca una particular referencia de Lacan:
52
En este punto, para concluir la primera sección de este capítulo, cabe destacar que
en la Tesis Lacan propuso el proyecto de una ciencia de la personalidad de notable
inspiración fenomenológica, destinada a capturar el modo esencial de ciertas estructuras
de la conciencia. Entre esos fenómenos, se dedica especialmente al estudio del
autocastigo, y elabora una primera concepción de la noción de narcisismo, aunque sin
expandir sus resultados a una teoría general sobre la cuestión, que ubique elementos
capitales de la constitución del yo (como la identificación corporal, etc.). Para este
recorrido, el principal aporte es la introducción anticipada de la referencia al carácter
intrusivo del complejo fraterno. Que la noción de complejo se encuentra asociada a la
noción de Imago es algo que cabe exponer en la próxima sección.
53
De este modo, en lugar de la “función de lo verdadero” Lacan opone la función de
la forma. En esta indicación puede anticiparse la condición formadora que tiene la
imagen para Lacan –cabe recordar, incluso, que el título del texto sobre el estadio del
espejo (1949) lleva esta referencia explícita: “El estadio del espejo como formador…”–.
Dejar a un lado el fenómeno de la imagen, o bien reducirlo a una percepción debilitada
(como en el asociacionismo), es el principal extravío –según Lacan– de la psicología de
su tiempo:
De acuerdo con esta última referencia, cabe destacar que la función informadora
de la imagen remite, en primer lugar, a una función relacional (de asunción de un
sentido), y es por eso que Lacan encuentra su mejor ejemplificación en la noción de
identificación. La relación que la identificación establece es la “asimilación global de
una estructura” (Lacan, 1936, 82). En este punto, es importante notar que Lacan sigue
54
sosteniendo su definición de personalidad de 1932 al decir que “lo que se transmite por
esta vía son esos rasgos que dan en el individuo la forma particular de su […]
personalidad” (Lacan, 1932, 82). En este punto, un vínculo directo entre las nociones de
complejo, Imago, y personalidad se encuentra en la afirmación siguiente:
55
que Lacan haya dejado el recurso a motivos fenomenológicos en la
formalización (como se verá a continuación).
El complejo de Edipo, cuya principal Imago es la del padre como
prohibitivo, aunque también como instaurador del reconocimiento de una
ley. El padre no es sólo el agente de la castración, sino también el
fundamento del Ideal que, asumido, permite un acceso pacífico a la vida
social.
Luego del artículo sobre los complejos familiares, cabe considerar el texto sobre el
estadio del espejo, en el cual es retomado el expediente de una identificación, a partir de
la cual el yo “se precipita en una forma primordial” (Lacan, 1949, 87). Luego de la
descripción de la paranoia como entidad clínica en la Tesis de 1932, subtendida por los
tópicos del alma bella y una primera reinterpretación del narcisismo freudiano; a partir
de la introducción de la noción de Imago, la concepción lacaniana de la constitución del
yo considera la cuestión específica del cuerpo. De este modo, al desconocimento y el
transitivismo (celos, seducción, etc.), se añade un tercer elemento del registro
imaginario: la agresividad sostenida en la experiencia corporal; o, mejor dicho, en estas
elaboraciones se esclarece cómo el cuerpo es la condición de posibilidad de dicha
agresividad.
La primera versión del escrito acerca del estadio del espejo, presentada en el
Congreso internacional de Marienbad en 1936, ha quedado inédita (dado que Lacan no
habría entregado el texto para las Memorias del Congreso), mientras que una segunda
comunicación, de 1949, titulada “El estadio del espejo como formador de la función del
yo [Je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”, y que puede encontrarse
en los Escritos, es notablemente disgregada e incompleta. No obstante, es el informe
acerca de “La agresividad en psicoanálisis”, de 1948, el que permite suplementar el
carácter fragmentario de la versión editada.
En primer lugar, es importante destacar que la influencia de la fenomenología en
Lacan, en este contexto, proviene también a través de la mediación de la Gestalttheorie5
5
Para destacar las relaciones entre fenomenología y Gestalttheorie, Cf. Smith, B. (1988). En este punto,
es importante destacar la presencia en los desarrollos lacanianos sobre el estadio del espejo del
vocabulario técnico de la tercera de las Investigaciones Lógicas de Husserl, titulada “Teoría de todos y
partes”, por ejemplo, la noción de fundamentación (Fundierung), que sirve para despejar la idea una
totalidad en sentido pregnante, cuya unidad es superior a la mera suma de las partes. Asimismo, es esta
noción de fundamentación la que utiliza Lacan, en el escrito sobre el estadio del espejo, para referir que la
imagen corporal es una Gestalt.
56
(en autores como K. Köhler) y de H. Wallon (quien también refiere frecuentemente a P.
Guillaume, difusor temprano de la Gestalt en Francia, con su libro de 1925 L’imitation
chez l’infant).
En segundo lugar, cabe también apreciar que la constitución del cuerpo es, según
Lacan, el modelo de la constitución de toda realidad; por lo tanto, a la constitución del
yo como Urbild se añade aquí la constitución del mundo (Umwelt) en su conjunto.
En tercer lugar, es notorio que Lacan retoma explícitamente el planteo de Wallon
que distingue dos momentos de identificación con la imagen exteroceptiva: uno a los
seis meses, en el cual se toma conocimiento de una relación con el reflejo; un segundo
momento hacia el año, cuando la imagen es asumida virtualmente y toma un carácter
simbólico, esto es, la imagen del espejo deja de tener existencia por sí misma, y es
referida al yo propioceptivo (o del otro), reconocida en función de su carácter irreal y de
representación de una ausencia. Sin embargo, debe notarse que si bien Lacan replica los
términos de Wallon, éste nunca sostiene que la imagen misma sea una Gestalt, aspecto
propio de la lectura de Lacan, y que por lo tanto determina su concepción del campo
imaginario en una elaboración específica.
El artículo “La agresividad en psicoanálisis”, permite trazar otra distinción de
capital importancia: entre agresión y agresividad. Mientras que la primera denota una
acción (y, eventualmente, el modo en que algunos posfreudianos entendieron la noción
de pulsión de muerte), la agresividad es un invariante estructural de la experiencia
analítica, en la medida en que es un “fenómeno de sentido” (Lacan, 1948, 95)
irreductible, cuyo fundamento es el cuerpo. En este punto, es valioso apreciar que Lacan
continúa su elaboración en los mismos términos que en 1936 y 1938:
57
conformados a partir de “matrices que constituyen para los instintos” (Lacan, 1948, 97)
determinadas Imagos.
En el contexto de la presente exposición sobre la imagen corporal, Lacan destaca
un conjunto de Imagos privilegiadas para desencadenar la intención agresiva: las
imágenes de castración, de eviración, de mutilación, de desmembramiento, etc. La
diversidad de este conjunto de Imagos comparte una rúbrica “estructural” (Lacan, 1948,
97): remitir al cuerpo fragmentado. Este conjunto de imágenes encuentra verificación
clínica ya sea en el juego de los niños (por ejemplo, en el despanzurramiento de
muñecos), o bien en ciertas prácticas sociales como el tatuaje.
Este conjunto de Imagos corporales, que develan el estatuto fragmentario del
cuerpo, ponen de manifiesto la motivación de la agresividad en el hombre, en cuanto
para éste puede quedar en suspenso la unidad corporal. Sin embargo, para poder
explicitar esta motivación es preciso dar cuenta de la constitución unitaria de la
corporalidad. El argumento de Lacan tiene aquí los dos pasos siguientes:
58
palabras de Lacan ya mencionadas en la introducción de este capítulo– una “esencia
fenomenológica”. Si la Tesis había servido al develamiento de la estructura de
desconocimiento del yo, los trabajos organizados alrededor de la Imago permiten cernir
una estructura de sentido compleja, la del narcisismo, cuyo eje capital es el
transitivismo (y cuyo correlato clínico es la identificación, manifiesta en los dos polos
de la seducción y la intención agresiva), y su condición posibilidad el cuerpo, entendido
no como una imagen –en la acepción ordinaria de este término–, sino como la asunción
de un sentido constituido, de una forma relacional, de la asimilación de una estructura
(que puede ser actualizada transferencialmente).
En este contexto, la fenomenología del yo propuesta por Lacan, soportada en una
concepción específica de la realidad psíquica como “fenómeno” y del discurso como
intención dirigida al analista como interlocutor, se relaciona con el síntoma por
exclusión: el síntoma es un sentido que el yo desconoce. Más adelante –en las
conclusiones de este capítulo–, volveremos sobre las cuestiones propiamente clínicas
que se desprenden de esta elaboración. En este punto, alcanza con indicar que la noción
de síntoma es lo suficientemente amplia e inespecífica (respecto de elaboraciones
posteriores de Lacan que formalizaron esta noción con mayor ahínco). Dicho de otro
modo, podría pensarse que la concepción lacaniana del síntoma en esta época, dado el
rodeo que pretende evitar la formalización metapsicológica (y, por ejemplo, no
tematizar un concepto de represión), permanece en un sentido “descriptivo”.
Por último, es preciso añadir que en el artículo sobre el estadio del espejo, Lacan
vuelve a resituar el método de las relaciones de comprensión en el plano imaginario:
“Es esta captación por la Imago de la forma humana, más que una
Einfühlung cuya ausencia se demuestra de todas las maneras en la primera
infancia, la que entre los seis meses y los dos años y medio domina toda la
dialéctica del comportamiento humano.” (Lacan, 1949, 105)
A partir de esta afirmación puede entenderse que la formulación del estadio del
espejo introduce un estadio previo al de la empatía, tal como Lacan la habría entrevisto
en la Tesis de 1932, como principal vínculo con el otro. Lacan distingue dos períodos a
partir de la identificación especular:
59
Un primer período en que “se registrarán todas las reacciones emocionales
y los testimonios articulados de un transitivismo normal” (Lacan, 1949,
105), que podría ubicarse entre los 6 meses y los dos años y medio. Así, el
niño que pega dice haber sido pegado, o bien “el que ve caer llora”. De la
misma manera, es la identificación masiva a la imagen del otro la que
comanda las reacciones de prestancia y ostentación, de identificación del
esclavo con el déspota, del seducido con el seductor.
Un segundo momento de la dialéctica imaginaria del estadio del espejo se
encuentra sesgado por la introducción del deseo. Lacan describe esta
instancia de acuerdo con la función de la referencia paterna, y la
pacificación que introduce en el orden imaginario.
60
–la agresividad (distinguida de la agresión; –el transitivismo, los celos, el doble; etc.
Finalmente, se afirma la experiencia lingüística como soporte de la práctica analítica.
Para dar cuenta de este movimiento subterráneo que, progresivamente va cobrando
protagonismo en la obra de Lacan, y pone en primer plano la cuestión del lenguaje, al
punto de invertir su protagonismo con la noción de Imago, es preciso –como fuera
anticipado– retroceder principalmente al año 1946, al texto sobre la causalidad psíquica.
61
Luego de un desarrollo crítico del órgano-dinamismo de H. Ey, Lacan despliega lo
que llama una “fenomenología de la locura” (Lacan, 1946, 159). Un principio
metodológico fundamental de la fenomenología se afirma en el comienzo de dicho
proceder:
62
que el nombre de Saussure se encuentra prácticamente elidido, mientras que las citas a
fenomenólogos se encuentran entramadas en varios lugares del texto.
Por esta vía, la locura es también una exploración de la apertura del habla hacia la
verdad, desocultando “la búsqueda de los límites de la significación” (Lacan, 1946,
158). De este modo, el estudio fenomenológico de la locura realizado por Lacan en la
primera parte de “Acerca de la causalidad psíquica”, “proseguido de acuerdo con el
método fenomenológico que aquí preconizo” (Lacan, 1946, 170), se encuentra
formalizado a partir de tres nociones provenientes del proyecto fenomenológico
heideggeriano: habla, Dasein, verdad. La particular relación que se establece entre estos
conceptos fundamentales permite afirmar una primera descripción, quizá la más
originaria, que puede realizarse de la fenomenología de la locura, y que revela que en
ella acontece una “insondable decisión del ser” hacia la potencia del lenguaje. La locura
plantea una “discordancia fundamental entre el yo y el ser” (Lacan, 1946, 177). La
identificación narcisista es el correlato de una “estasis del ser en una identificación
ideal” (Lacan, 1946, 163) que, por lo tanto, desconoce su propia determinación. En este
punto, el análisis del carácter alienado del yo es coherente con los desarrollos
entrevistos en el segundo apartado. No obstante, cabe atisbar que, en este contexto,
Lacan diferencia el yo de el “ser del sujeto” (Lacan, 1946, 168). Contra el objetivismo
del yo, Lacan recurre a la doctrina de otro fenomenólogo:
63
“Función y campo de la palabra y el lenguaje…” suele ser declarado el escrito
inaugural de la enseñanza de Lacan. Dos principales coordenadas contextúan la
promoción de su escritura y le otorgan ese título:
64
1953, 233), motivando una “deterioración del discurso analítico” (Lacan, 1953, 234),
cuyo principal efecto es el extravío en la concepción de la noción de “síntoma” (Lacan,
1953, 234). Queda así indicado el principal objetivo de este texto: el hilo conductor del
argumento lacaniano vuelve a poner sobre el paño la función de la palabra para
esclarecer la noción de síntoma.
El principal articulador del argumento de Lacan en “Función y campo…”, que
busca restituir el papel del síntoma como brújula de la cura analítica, se encuentra en la
distinción entre palabra plena y palabra vacía. Respecto de esta última, Lacan dice lo
siguiente:
“[el yo] captura [al sujeto] en una objetivación, no menos imaginaria que
antes, de su estática, o aun de su estatua, en una estatuto renovado de
enajenación.” (Lacan, 1953, 241)
Puede verse cómo en esta descripción se utiliza la distinción entre el ser del
sujeto, indeterminado y siempre en potencia, respecto del yo como instancia de
certidumbre (aunque de desconocimiento), retomando la diferencia ontológica entre la
existencia auténtica y la inauténtica propuesta en 1946, de acuerdo con Ser y tiempo de
Heidegger.
Otro punto de remisión heideggeriana en este escrito se encuentra en la utilización
de la noción de verdad, en cuanto la palabra la constituye como develamiento de los
espejismos en que el sujeto se enajena. El papel revelador de la verdad –Aletheia en la
formulación de Heidegger– se encuentra enlazado a la condición poiética que Lacan
atribuye a la función de la palabra en el curso de la cura, “la verdad de esta revelación
es la palabra presente que da testimonio en la realidad actual” (Lacan, 1953, 245). Aquí
se encuentra implícita la acción retroactiva de la temporalidad, como un aspecto
novedoso que permite confrontar la idea de una mera rememoración, cuando en la cura
analítica se trata mucho más de un recuerdo en acto que resignifique y reescriba la
propia historia.
La dirección de la cura es entrevista en esta época, según Lacan, a partir de la
emergencia de la verdad en lo real como una asunción del sujeto de su historia, “en
cuanto que está constituida por la palabra dirigida al otro” (Lacan, 1953, 254). La
función del otro en cuanto soporte de la palabra restituye la definición del inconsciente
como elemento tercero en la dialéctica del par imaginario. Ya no se tratará de la
65
concepción yoica a partir del desconocimiento, sino que el inconsciente se recorta como
una parte del discurso concreto que, en el relato de la historia del sujeto, testimonia de
la verdad velada en los recuerdos, acepciones semánticas, pero, fundamentalmente, en
el síntoma.
Implica esta concepción de la dirección del tratamiento que el análisis se opone a
cualquier orientación objetivante. No obstante, éste no es un aspecto novedoso en la
obra de Lacan, ya que desde sus primeros textos Lacan sostuvo esta idea. En todo caso,
lo novedoso radica en que Lacan modifica su modo de concebir el modo de intervenir
en función de concebir también de otro de modo el inconsciente. Por ejemplo, en
“Acerca de la causalidad psíquica” Lacan llegó a proponer el abandono de la palabra
“inconsciente” en psicoanálisis (Cf. Lacan, 1946, 173). En “Función y campo…” ese
designio es irrealizable, justamente por el modo en que se concibe el carácter simbólico
del síntoma. La noción de síntoma, formalizada a través de la función de la palabra y en
relación con la noción de sentido –ya no un sentido constituido, como el propio de lo
imaginario; sino un sentido constituyente, efecto de la palabra– pasa a ser sede de una
verdad que debe ser develada. En última instancia, la condición discursiva del síntoma
es el motivo principal en “Función y campo…”. No obstante, no se trata tampoco de
una originalidad en este caso, ya que ese estatuto del síntoma se encuentra anticipado
en “Intervención sobre la transferencia” (1951), donde Lacan sostiene que “Freud tomó
la responsabilidad […] de mostrarnos que hay enfermedades que hablan y de hacernos
entender la verdad de lo que dicen” (Lacan, 1951b, 206). La conjunción de lo noción de
verdad, sentido y el carácter retroactivo de la temporalidad analítica es también
afirmada en dicho texto en los siguientes términos:
“El análisis no puede tener otra meta que el advenimiento de una palabra
verdadera y la realización por el sujeto de su historia en relación con el
futuro.” (Lacan, 1951, 290)
3.4 Conclusiones
66
creciente hasta 1953, donde se revela como preponderante para la elaboración de la
noción de síntoma. Así es que Lacan sostuviera:
6
Otra referencia explícita en este punto en el texto de Lacan es la concepción merleau-pontyana del
lenguaje a través de su noción de “discurso indirecto”. En el texto titulado “El lenguaje indirecto y las
voces del silencio” (1952), Merleau-Ponty destacar el carácter poético del habla y retoma una distinción
propuesta en Fenomenología de la percepción entre habla hablante y palabra hablada muy próxima de la
distinción entre palabra plena y palabra vacía en Lacan.
67
fenomenológico. En palabras de Lacan “el método freudiano [se revela] tan
profundamente comprensivo en el sentido en que venimos empleando este términos”
(Lacan, 1932, 294), esto es, en sentido jaspersiano. En los trabajos que van desde
mediados de la década del ’30 hasta fines de la del ’40, puede encontrarse una
profusión similar de referencias jubilosas hacia la fenomenología. En el segundo
apartado de este capítulo hemos propuesto que la particular interpretación de la noción
de Imago que realiza Lacan se encuentra subtendida por ciertos conceptos
fundamentales de dicha tradición: –la noción de imagen; –la noción de fenómeno; –la
noción de intencionalidad; –la ontología formal husserliana. Asimismo, con la noción
de complejo –siguiendo una formulación de P. Muñoz– podría decirse que “Lacan logra
delimitar una estructura previa al estructuralismo que se sigue de la lingüística, en la
que se inscriben no significantes sino huellas históricas. En consecuencia, aquí el
inconsciente no está estructurado como un lenguaje –formulación posterior– sino
estructurado por imagos” (Muñoz, 2004, 92).
Pueden compendiarse los resultados obtenidos para el mentado margen de tiempo
del modo siguiente:
68
En la Tesis se encuentra el germen de la preocupación que Lacan habría de
intentar resolver en los dieciséis años siguientes. Habiendo tomado el recurso a la teoría
de los estadios de la libido –otro “préstamo que hemos hecho del psicoanálisis” (Lacan,
1932, 292)– se encuentra la concepción del yo y el narcisimo que Lacan formula en
dicha época temprana, luego de haber destacado el bovarismo de Aimée, a partir del
cual podría estipularse que el primer aspecto que se atribuye al yo es la función de
desconocimiento. A dar cuenta de la constitución del yo se encontró destinada la
fenomenología de la experiencia analítica realizada por Lacan desde mediados de la
década del ’30 y principios del ’50. Los distintos componentes de dicha fenomenología
formulan las invariantes del orden imaginario:
Dando un paso más, podría proponerse, destacando que Lacan habla de una
“esencia fenomenológica del narcisismo”, una aproximación entre el procedimiento de
formalización de Lacan y aquello que los fenomenólogos llaman captación de esencias.
69
Merleau-Ponty presenta el carácter propio de la intuición de esencias en los siguientes
términos:
70
analítica, de búsqueda de un método de exposición que se adecue a la experiencia que
describe.
Para concluir, puede afirmarse como algo demostrado la construcción de lo
imaginario especular a través del recurso a la fenomenología. En los capítulos
siguientes habrá de verse cómo la introducción del objeto a como mirada continúa este
hilo conductor y, a su vez, repercute en modificaciones en la concepción de lo
imaginario.
71
Capítulo 4
El objeto a y la intencionalidad
Esta indicación dista de ser una referencia ocasional. Entre el seminario 8 (1960-
61) y el seminario 13 (1965-66) se asiste, en la enseñanza lacaniana, a la introducción
72
de la noción de objeto a. De acuerdo con Lacan, este objeto nunca podría ser pensado
como una referencia intencional de la conciencia. Por ejemplo, en el seminario 11
(1964) Lacan afirmaba esta orientación con los siguientes términos:
“La esquizia que nos interesa [del ojo y la mirada como objeto a] no es la
distancia que se debe al hecho de que existan formas impuestas por el
mundo hacia las cuales nos dirige la intencionalidad de la experiencia
fenomenológica.” (Lacan, 1964, 80)
73
modo de reelaborar el tipo de los actos no objetivantes, en la vía de plantear una
concepción del objeto que ya no sería correlato intencional de la conciencia; por último,
en el tercer apartado, prestaremos atención a la crítica merleau-pontyana de la noción
de sensación, que es el hilo conductor de una concepción de la intencionalidad también
diferente de la Husserl, aunque con el interés de que incluye el cuerpo, y que encuentra
su deriva en los escritos de Merleau-Ponty sobre la cuestión de la pintura, en los que
puede reconocerse un esquema de relación con el objeto que es de particular relevancia
para el planteo lacaniano del objeto a. En el apartado de las conclusiones dejaremos
planteadas líneas de investigación posibles, que destaquen la importancia de analizar
las relaciones entre el psicoanálisis lacaniano y la fenomenología de Merleau-Ponty,
una vez que ya esté demostrado de qué modo debe ser entendida la relación entre el
objeto a y el concepto fenomenológico de intencionalidad.
74
Asimismo, para el Husserl de las Investigaciones lógicas, la diferencia de carácter
de los actos intencionales se explica a partir de la teoría de las formas de aprehensión,
que tiene en cuenta la relación entre los componentes de los actos –la forma de
aprehensión (Auffassungsform) o forma de representación (Form der Repräsentation)
es la forma de unión de dos de los componentes del acto intencional: la materia y el
representante–. El contexto en que Husserl piensa estas distinciones es la 5ª
investigación lógica, en la que se da cuenta de la diversidad que aquí nos interesa
plantear entre “actos objetivantes” y “actos no objetivantes”.
Podría decirse que la 5ª investigación gira alrededor de la crítica y rehabilitación
de la teoría de los actos de conciencia y la noción de representación de Brentano.
Específicamente, la distinción que nos sirve de base para este desarrollo es la efectuada
entre los “actos objetivantes” y los “actos no objetivantes”, cuya tematización puntual
aparece recién al final de la investigación. Encontramos condensado en esta distinción
el problema de cómo, es decir, de qué modo posee un acto intencional su objeto.
Para arribar al problema de los actos no objetivantes, primero debemos reconstruir
brevemente algunos de los argumentos que utiliza Husserl en esta investigación. Luego
de discutir extensamente la noción de acto de conciencia, Husserl se inclina finalmente
a definir el acto como “una vivencia intencional, [significando este adjetivo] la
propiedad de la intención, la relación con un objeto por medio de la representación o de
un modo análogo cualquiera” (Husserl, 1900-1, 378). Entonces, un acto consiste en
“una actividad mental en la cual algo (un objeto) se le presenta al sujeto” (Lorca, 1999,
151). Aclaremos desde ya que esto se da independientemente de la atención: la
descripción de Husserl es estructural, es decir, estamos en presencia del célebre
principio brentaniano de la intencionalidad, según el cual “toda conciencia es
conciencia de algo”. Por supuesto, Husserl no retoma sin modificaciones este principio,
como se indicará en esta exposición.
A partir de este concepto unitario de acto, Husserl distingue entre los actos
simples y los actos complejos: los actos complejos están fundados en los actos simples.
Esto quiere decir que en un acto global, por un lado, “cada acto parcial tiene su relación
intencional particular, cada uno tiene su objeto unitario y su modo de relacionarse con
él”; pero, por otro lado, “estos múltiples actos parciales se combinan en un solo acto
global, cuya función de conjunto consiste en la unidad de la relación intencional”
(Husserl, 1900-1, 403), de suerte que “el objeto del acto global no podría aparecer tal
como aparece de hecho si los actos parciales no representasen sus objetos a su modo”
75
(Husserl, 1900-1, 403). Entonces: a) un acto complejo es aquel cuya referencia
intencional (su objeto) es la combinación de las referencias intencionales de otros actos,
mientras que b) un acto simple es aquel cuya referencia intencional (su objeto) es sólo
su propia referencia intencional, sin involucrar ningún otro acto. Husserl da la metáfora
de una máquina compleja que opera como resultado de una combinación determinada
de máquinas simples.
Sin embargo, es en la distinción de los momentos de los actos de conciencia
donde aparece lo más propio de la doctrina de Husserl. Existen dos momentos del acto
en lo que concierne a su intencionalidad: la materia y la cualidad. 1) Por un lado, la
materia consiste en el contenido del acto que: a) “le confiere [al acto] la orientación
determinada hacia un objeto […] y [hacia] ninguna otra cosa” (Husserl, 1900-1, 414); y
b) le da al acto “el modo según el cual el acto apunta [al objeto]” (Husserl, 1900-1,
415), es decir, el acto apunta al objeto de este modo preciso y no otro. Así, dos materias
diferentes pueden dar la misma relación al objeto (por ejemplo, dice Husserl, un
“triángulo equilateral” y un “triángulo equiángulo” apuntan al mismo objeto), pero “dos
materia idénticas no pueden dar jamás una relación diferente al objeto” (Husserl, 1900-
1, 416), lo cual implica un principio de identidad ideal. 2) Por otro lado, la cualidad es
la manera del acto, el modo en que se nos presenta esa materia. Por ejemplo, la
representación, el juicio, la pregunta, la duda, el deseo, etc., acerca de una materia
determinada.
Husserl llama esencia intencional al conjunto de la materia y la cualidad, y ésta
consiste en una “cosa esencialmente compleja que [en virtud de una abstracción
idealizante] se puede descomponer en dos momentos abstractos, [la materia y la
cualidad, donde] […] el primero de estos momentos se comporta, por consiguiente, con
respecto al segundo, como en el caso de nuestra comparación el color determinado con
respecto a la extensión” (Husserl, 1900-1, 435). Así, tanto la materia como la cualidad
son parte del todo de la esencia intencional, solamente aislables en virtud de una
distinción lógica, pero no real. De modo tal que, si faltase alguno de los dos momentos,
no habría esencia intencional. La esencia intencional es la garantía de identidad del
acto: un acto es el mismo que otro si tienen la misma esencia intencional.
El haber aislado la cualidad de la materia conduce a Husserl a plantear la
existencia de cierto tipo de vivencias:
76
“Un vasto género de vivencias intencionales […] que determina el
concepto más grande que pueda significar el término de representación
dentro del conjunto de la clase de las vivencias intencionales.” (Husserl,
1900-1, 481)
77
existencia del objeto (porque, recordemos, las cualidades ponentes y no ponentes
pertenecen al género de los actos objetivantes), sin embargo necesitan un objeto del
cual se sienta alegría o tristeza o que sea deseado. Por ello, la característica
fundamental de los actos no objetivantes es que deben estar fundados en los actos
objetivantes, los cuales “tienen precisamente la función de específica de proporcionar
ante todo, a todos los actos [no objetivantes], la representación de la objetividad [los
objetos] con la cual [los actos no objetivantes] se relacionan [cualificándolos] en los
modos nuevos que les son propios” (Husserl, 1900-1, 494).
Por lo tanto, tomados aisladamente, los actos no objetivantes serían cualidad sin
materia, ya que en sí mismos carecerían de una materia propia (podría pensarse en la
alegría, la tristeza, el deseo, en sí mismos). Pero como los actos no objetivantes nunca
ocurren en sí mismos (lo que constituiría la presentación de una “cualidad pura”),
deben estar fundados necesariamente en actos objetivantes de los cuales toman
“prestada” la materia que apunta a la objetividad (para Husserl, la alegría siempre es
alegría de algo, la tristeza es por algo y el deseo es de algo).
En definitiva, los actos no objetivantes son actos complejos, entre cuyos actos
componentes simples encontramos los actos objetivantes, razón por la cual no carecen
de objeto intencional –en el apartado siguiente veremos cómo la concepción
heideggeriana del afecto avanza complementando esta posición en su revisión de la
noción de intencionalidad–. De este modo, Husserl retoma no solamente la noción de
intencionalidad y el “principio de la representación” de su maestro Brentano, sino
también la tripartición de los fenómenos mentales en tres categorías: la representación,
el juicio y la emoción. Cabe recordar aquí que para Brentano los juicios y los
fenómenos de amor u odio son, al contrario de las representaciones simples, complejos
de actos que encierran a su base el acto dependiente que da el modo de la referencia.
Para finalizar este apartado, digamos que si el acto no objetivante no tiene por sí
mismo una materia que le apunte hacia el objeto, ello no quiere decir que de hecho
carezca de materia, sino que se funda en un acto objetivante cuya materia le sirve de
base para apuntar al objeto. El acto no objetivante se añade al acto objetivante como
una cualidad que viene a “pintar” afectivamente, por así decir, dicho objeto. Ahora
bien, como estamos hablando de un acto complejo, ambos momentos simples (el
objetivante y el no objetivante) son diferenciables en un sentido lógico, pero no real.
Por lo tanto, en la experiencia del acto objetivante, es necesario que exista un objeto al
78
cual se apunte por medio de alguna materia, lo cual vuelve para Husserl inconcebible la
existencia de un afecto respecto del cual no haya objeto.
Por último, como una precisión terminológica, es importante aclarar que el
decurso de la noción husserliana de constitución se prosigue en Lecciones sobre la
conciencia interna del tiempo. No obstante, cabe destacar que el desarrollo de Husserl
no es lineal, dado que en Ideas I (1913) –en la tercera sección, cuyo propósito es
esclarecer la estructura general de la conciencia pura– Husserl vuelve a remitir al
esquema hylemórfico –aunque mencionando la necesidad de recurrir, para un análisis
más preciso, a los análisis sobre el tiempo. En Ideas, el objeto intencional es llamado
nóema y el acto aprehensivo nóesis. Los contenidos representantes son el material
hylético. En términos generales, la noción de nóema es más amplia que la de objeto
intencional, dado que no remite sólo al objeto referido, sino también a sus
características (por ejemplo, en el caso de un árbol, su color, forma, etc.). Asimismo, en
Ideas, la cualidad del acto intencional es reemplazada por los caracteres de creencia
(dóxicos o téticos), cuyo correlato objetivo son los caracteres de ser del núcleo
noemático. Los actos objetivantes son actos dóxicos, y se dividen en los que tienen
carácter de posición –los ponentes de Investigaciones– y los neutralizados –los no
ponentes–. Por otro lado, en Ideas, la teoría de las Formas de Aprehensión es
reemplazada por la teoría de los caracteres del núcleo noemático –como fundamento de
la diferencia de carácter entre los actos–.
Podrían seguir mencionándose convergencias (y divergencias) terminológicas y
conceptuales entre las lecciones sobre el tiempo e Ideas I; no obstante, este tópico
debería ser el motivo de un estudio específico (otra tesis). Aquí sólo se prestamos
atención a los aspectos relevantes para la noción de constitución en función de la
caracterización de la noción de intencionalidad, y si atendimos a una obra temprana de
Husserl (aunque madura por su contenido) y previa al “giro trascendental” o idealista
de su filosofía, es para dejar sentada de un modo más explícito la posibilidad de una
convergencia de la fenomenología con el psicoanálisis que no recurra a presupuestos
ontológicos que podrían ser rechazados antes de interrogar la posibilidad de ese
vínculo.
79
4.2 El objeto en la fenomenología de Heidegger
7
Heidegger no especifica la naturaleza de este todo “con sombras”, pero podemos inferir que referiría a
un todo que no captable de una vez, sino escorzado, lo cual remite a la noción fenomenológica de objeto.
81
recordemos que la tesis de Heidegger busca justamente evadir la lógica de la negación
al afirmar que la nada no surge de la negación, sino a la inversa. Por lo tanto, la nada
debe surgir por sí misma, no como consecuencia de la negación. Heidegger tendrá que
recurrir entonces a una especie del sentimiento que no presentifique la totalidad de lo
ente, sino que presentifique la nada, algo que sería como un sentimiento que haría lo
contrario que un sentimiento “común”. En definitiva, este último giro de Heidegger
ocasiona que debamos redefinir los “estados de ánimo” (redefinición que Heidegger no
explicita). Habría dos especies de “estados de ánimo”: a) una revela lo ente en su
totalidad (el tedio, la alegría, etc.); b) otra revela la nada (la angustia). Podría llamarse
a esta última “primera definición de la angustia”.
En este punto, Heidegger introduce la ya clásica distinción entre el miedo y la
angustia. El miedo “es siempre miedo por algo determinado” (Heidegger, 1929, 25). En
cambio, con la angustia ocurre de otro modo:
Heidegger, entonces, está diciendo que hay algo ante lo que o por lo que nos
angustiamos, no obstante añade la siguiente especificación:
82
“La nada se desvela en la angustia, pero no como ente. Tampoco se da
como objeto […] en la angustia la nada aparece a la una con lo ente en su
totalidad.” (Heidegger, 1929, 20)
8
Esto simplemente quiere decir que los sentimientos no son “un fenómeno que acompañe fugazmente a
nuestro pensar y querer” (Heidegger, 1929, 24), sino que los acompañan necesariamente.
83
a) En el caso de la “primera definición” de la angustia: la angustia revela la nada,
“nada” se entiende como aquello absolutamente negativo, “el opuesto
indeterminado”, respecto de la totalidad de lo ente. Esta definición de la nada en
base a la negación significa que la nada es lo no-ente, lo no-objeto, y conduce a
la proposición de que b sin a es posible. Así, según la “primera definición”, la
angustia presentifica solamente la nada, y conduce a la afirmación de que
existen actos no objetivantes sin objeto.
b) Pero, en el caso de la “segunda definición” de la angustia: la angustia
presentifica la nada a la una con lo ente en su totalidad, “nada” se define como
“aquello que previamente hace posible el carácter manifiesto de lo ente en
general”, es decir, la nada aparece como una condición de posibilidad. Esta
definición de la nada –que es la que Heidegger acepta– conduce a la conclusión
de que no es cierto que la angustia (un acto no objetivante) presentifique
solamente la nada (entendida como la carencia de objeto), porque: i) la nada no
es la negación de lo ente o del objeto, sino una condición de posibilidad y ii) la
nada aparece a la una con la totalidad de lo ente (la presencia de materia, propia
de todo acto objetivante).
Esta última precisión implica que b sin a es imposible, lo cual concurrente con lo
que decía Husserl, pero no es lo mismo. La donación de la nada para Heidegger en el
acto no objetivante de la angustia constituye un excedente no tematizado por el propio
Husserl, un excedente en el límite de la correlación intencional.
De este modo, Heidegger afirma que existe un acto no objetivante, la angustia,
que presentifica una materia propia, no perteneciente a un acto objetivante –la nada–.
Esta nada, como dijimos, no es la carencia ni la negación de lo ente, sino una condición
trascendental de posibilidad, que, a su vez, por aparecer a la una con la totalidad de lo
ente (materia del acto objetivante), vuelve imposible que b sea sin a, es decir, que un
acto no objetivante pueda darse sin un acto objetivante. El “a la una” implica una
necesidad ontológica. Entonces, como hemos demostrado, no es verdad que Heidegger
conciba la angustia como un acto que carezca de objeto en sentido estricto; pero este
objeto no es el objeto constituido de la intencionalidad husserliana.
84
4.3 La intencionalidad corporal en Merleau-Ponty
“[…] no puede decirse que el uno actúe y el otro sufra, que uno sea el
agente y el otro paciente, que uno dé sentido al otro.” (Merleau-Ponty,
1945, 229)
86
había separado: el polo perceptivo y el polo motor del comportamiento. Así, por
ejemplo, “el azul es lo que solicita de mí cierta manera de mirar, lo que se deja palpar
por un movimiento definido de mi mirada” (Merleau-Ponty, 1945, 226). Merleau-Ponty
critica la reducción de las cualidades sensibles, como en el empirismo, a ciertos estados
de una mente pasiva; aunque también plantea la distancia respecto de una posición
idealista que entreviera la figura de un yo constituyente del mundo, que, por lo tanto, se
encontraría fuera de este último.
La crítica del empirismo y del idealismo se fundamenta en una concepción de la
percepción como experiencia originaria. El mundo sensible es aquel que se abre al
cuerpo como sujeto de la percepción. En Fenomenología de la percepción (1945),
Merleau-Ponty describe la estructura del cuerpo propio como sujeto, destacando su
irreductibilidad a la corporalidad de los otros objetos. Sin embargo, en ciertas
experiencias reflexivas del cuerpo, como en aquella en que tocándose a sí mismo se
encuentra como tocante y tocado, se pone en evidencia una nueva dimensión basal de la
corporalidad que Merleau-Ponty llamaría “carne” de acuerdo con el proyecto
ontológico de la última parte de su obra en Lo visible y lo invisible.
El mundo visible se encuentra entrelazado con el mundo del tacto. En el punto
más radical podría decirse, incluso, que el mundo visual es como un “tocar con los
ojos”, y que la evidencia de ese entrelazamiento se constata en el comportamiento
móvil que se efectúa en el cuerpo propio al percibir. Esta concepción motriz del cuerpo
propio, que aúna lo visual con lo táctil, y los demás sentidos entre sí, es el soporte
desde el cual, finalmente, termina de entenderse la crítica de la teoría atomista de la
sensación. Pero también es esta concepción del cuerpo la que, a través de la estética
merleau-pontyana, permite advertir cierta inversión de la correlación intencional que es
particularmente relevante para el psicoanálisis.
Una tendencia general se encuentra en los escritos merleau-pontyanos sobre
pintura: que el pintor no realiza un acto mimético. Si el estilo del pintor implica una
visión del mundo, esto no quiere decir que realice un acto reproductivo, o de copia, ni
una proyección subjetiva de la imaginación. Pero, ¿qué acto realiza?; y, partir de esta
pregunta, ¿cuál es el estatuto merleau-pontyano de la pintura? Por último, ¿qué relación
podría establecerse entre la concepción merleau-pontyana de la pintura y la función del
cuadro establecida por J. Lacan en el seminario Los cuatros conceptos fundamentales
del psicoanálisis? En el apartado final, dedicado a las conclusiones, volveremos sobre
esta cuestión, ya que si bien el hilo conductor del análisis heideggeriano permitiría
87
aproximarse a la concepción lacaniana de la angustia, es importante precisar en qué
punto la fenomenología merleau-pontyana desborda esa referencia y se vuelve una
teoría más abarcadora para el esclarecimiento del estatuto del objeto a en psicoanálisis.
En este apartado corresponde continuar, entonces, con una presentación general de las
tesis estéticas merleau-pontyanas, con el propósito de introducir la concepción de la
intencionalidad del último período de su obra.
Para Merleau-Ponty, el estilo del pintor tiene su fundamento en la percepción del
mundo. De un modo más concreto aún, la corporalidad misma puede ser descrita como
un estilo del mundo, y el mundo como estilo de estilos. Pintar es un acto corporal, y la
creación del pintor implica un encuentro sensible entre el cuerpo y el mundo, que
Merleau-Ponty resumió –para Cézanne– en unas pocas palabras inquietantes,
parafraseadas en alusión al azul de cielo: el paisaje se piensa en mí.
Si hay un hilo conductor en la descripción merleau-pontyana de la pintura, éste no
se encuentra en la reflexión sobre ningún pintor en particular. Además de referir a
Cézanne, o Klee, al mismo tiempo, Merleau-Ponty nombra a pintores tan lejanos como
Monet, El Greco, Tintoretto, Delacroix, etc. Por lo tanto, cabría investigar la pintura a
partir de su presentación estética, a través de aquello que hace presente, antes que como
un estudio psico-biográfico o meramente descriptivo de un estilo personal.
En un punto muy cercano a Kant, para Merleau-Ponty la obra de arte “place” en
tanto es naturaleza. Asimismo, hay un segundo punto en que Merleau-Ponty se
encuentra cerca de Kant: antes que en una teoría enfática del arte, sus afirmaciones
sobre la pintura pueden ser enmarcadas en el cuadro de una teoría estética como teoría
general de la sensibilidad. De este modo, una obra de arte no necesariamente es un
objeto estético, y nuestros comportamientos estéticos desbordan el campo del mundo
del arte. Pero, entonces, ¿cuál es el estatuto de la pintura?; o, mejor dicho, ¿qué
aspectos del fenómeno visual estético pueden ser entrevistos a la luz de la
fenomenología merleau-pontyana de lo sensible?
En el artículo “La duda de Cezanne” (1948), Merleau-Ponty establece la deuda
del pintor que librado a sí mismo pudo mirar la naturaleza como sólo el hombre sabe
hacerlo” a partir de haber concebido la pintura como “el estudio preciso de las
apariencias” (Merleau-Ponty, 1948, 48). Distanciándose de los impresionistas y la
concepción atmosférica del color, Cézanne se proponía recuperar la “pesadez propia”
(Merleau-Ponty, 1948, 49) del objeto. La descripción merleau-pontyana de la pintura de
88
Cézanne, a despecho de las interpretaciones formalistas (por ejemplo, la de R. Fry), se
centra en la densidad del color:
89
pretensión de agregación del puntillismo). Es en este sentido que podría entenderse la
afirmación de Cézanne de que el color forma la figura.
No obstante, en las referencias de Merleau-Ponty a Cézanne puede intuirse
también la presencia de un modo originario, y mucho más radical, de concebir el
mundo en su perspectiva natural:
90
encontrarse una cantera original para una teoría estética del fenómeno visual que
pudiese ser vinculada con la concepción lacaniana de la mirada:
91
A despecho de la representación perspectivística del espacio, sostenida en la
metáfora del cuadro como una ventana del mundo, Merleau-Ponty remite a la estructura
que da coherencia al mundo visual del cuadro como un espacio de envolvimiento.
Tanto sus aportes sobre el color como la línea apuntan a destacar la bidimensionalidad
de la pintura. Como objeto estético, el fenómeno visual se despliega como una
superficie de planos entrelazados o superpuestos:
92
seminarios La transferencia (1960-61) y El objeto del psicoanálisis (1965-66). En este
recorrido hay incidentes capitales para la historia del psicoanálisis lacaniano:
políticamente, la ex-comunión de Lacan de la Asociación Internacional de
Psicoanálisis; epistémicamente, la formalización de la noción de a, en interlocución
permanente con la tradición fenomenológica.
El objeto mirada puede ser considerado el paradigma de la teoría lacaniana del
objeto a, y un análisis sobre la pintura podría ser el hilo conductor metodológico de su
construcción argumentativa ya que Lacan introdujo esta concepto de acuerdo con un
análisis y comentario exhaustivo de determinas obras visuales. De esto se desprendería
no sólo que la teoría del objeto a podría ser entrevista como una teoría estética –de
inspiración fenomenológica–, sino que hay un trasfondo estético del psicoanálisis que
todavía es preciso investigar y formalizar.
En este punto, pueden trazarse un conjunto de postulados comunes a las versiones
lacaniana y merleau-pontyana de una estética de la mirada: en primer lugar, se trataría
de una estética de la fascinación, no contemplativa, en la medida en que la presentación
de la mirada no tiene como correlativo subjetivo una suspensión o neutralización de la
efectividad de un objeto; en segundo lugar, el sujeto en cuestión no es una subjetividad
trascendental constituyente del sentido del objeto, sino un sujeto capturado, efectuado y
afectado por la manifestación de la mirada; en tercer lugar, en la mirada no se trata de
una aprehensión representativa u objetiva de un fenómeno, sino de una manifestación
que excede e invierte –subvierte– la correlación intencional.
Estos tres postulados se encuentran vinculados del modo siguiente: la captación
de un fenómeno que no puede ser determinado predicativamente produce un sujeto
distinto al de la experiencia ordinaria, en la que sentidos habituales conforman un
discurrir continuo y anticipable, parcialmente ordenado; en la mirada se “muestra” algo
que no puede ser reconducido a un objeto ni a un sentido preestablecido.
Como hemos indicado en este apartado, un análisis de la ontología de la carne
merleau-pontyana podría ser una vía de avanzar en el esclarecimiento del estatuto del
objeto a. De manera convergente con la fenomenología de Merleau-Ponty, en la
perspectiva de Lacan, la mirada de las cosas se presenta allende el campo de la visión, y
pone en cuestión al sujeto de la representación. En una anécdota comentada en el
transcurso de su seminario, Lacan recuerda cierta aventura de otro tiempo, en que un
niño le habría jugado una mala pasada un día de pesca:
93
“Así que un día, cuando esperábamos el momento de retirar las redes, el tal
Petit-Jean, como lo llamaremos […] me enseñó algo que estaba flotando en
la superficie de las olas. Se trataba de una pequeña lata, más precisamente
de una lata de sardinas. Flotaba bajo el sol […]. Y Petit-Jean me dice –
¿Ves esa lata? ¿La ves? Pues bien, ¡ella no te ve!” (Lacan, 1964, 102)
De esta manera, Lacan introducía la idea de que las cosas bien pueden mirarnos,
más allá del acto perceptivo de ver, de que puede haber un acceso a la condición
“omnivoyeur” del mundo. Como hemos desarrollado, en esta misma dirección
avanzaron ciertos lineamientos fundamentales de la estética de Merleau-Ponty, que en
otro capítulo (Cf. Capítulo 6) pondremos explícitamente en relación con los desarrollos
lacanianos acerca de la mirada. Aquí nos detuvimos en ciertas afirmaciones merleau-
pontyanas sobre la pintura, de modo que permitan apreciar su concepción de la
intencionalidad.
4.4 Conclusiones
94
noética” se vuelve menos intencional. Por lo tanto, es preciso aprehender
el modo específico de intencionalidad del deseo de que aquí se trata, en
lugar de rechazar el concepto.
De este modo, puede afirmarse que la crítica de Lacan a Husserl posee su validez,
pero no es absoluta. Es posible que una filosofía idealista del sujeto trascendental, como
la que Husserl expuso en Ideas I y, sobre todo, en las Meditaciones cartesianas, es a
grandes rasgos incompatible con una doctrina del inconsciente como la freudiana o la
lacaniana. Sin embargo, no es cierto que esta incompatibilidad sea generalizable a todos
los aportes de la fenomenología. Precisamente, porque algunas de las
conceptualizaciones de Husserl previas a su “giro trascendental”, como, por ejemplo, la
necesidad de que todo acto no objetivante esté fundado en un acto objetivante que le
apunte al objeto, encuentran su continuidad, si bien con ciertas diferencias, en la
teorización psicoanalítica de Lacan. Por eso aquí hemos considerado fundamentalmente
un texto del período no idealista de Husserl como las Investigaciones lógicas.
Podemos ilustrar lo antedicho con otra cita, que proviene de la única clase del
seminario “interrumpido” de Lacan, Introducción a los Nombres del Padre, donde
afirma lo siguiente:
95
Encontramos que este redoblamiento de la experiencia es muy afín a la “segunda
definición” de la angustia heideggeriana, según la cual la angustia “revela la nada a la
una con lo ente en su totalidad”.9 Si, como sostuvimos, esta nada resulta un excedente
respecto de lo ente que Husserl no toma en consideración, será otro el caso de Lacan.
Tanto para Heidegger como para Lacan en la experiencia entra en juego un elemento
que excede al dominio de los objetos de la representación. En el caso de Heidegger, la
nada constituye eso que, no siendo lo ente, permite que lo ente se manifieste, lo cual
designamos en el apartado anterior como “condición de posibilidad”.
En el caso de Lacan, el objeto a –“cuyo estatuto escapa al estatuto del objeto de
[…] las leyes de la estética transcendental [de Kant] (Lacan, 1962-63, 50)– es el resto
que queda fuera de la imagen, no en virtud de la dialéctica simbólica entre la presencia
y la ausencia, cuyo estatuto es significante, sino porque su condición es real. Por lo
demás, que el objeto a sea causa del deseo, podría interpretarse en el sentido de que el
objeto a es condición de posibilidad del deseo, lo cual acercaría ambos planteos: la
nada sería condición de posibilidad de lo ente; el objeto a sería condición de posibilidad
de la metonimia del deseo.
Este capítulo ha conducido a desarrollar las conceptualizaciones de Husserl
respecto de la necesidad del objeto de todo acto no objetivante, y de Heidegger, acerca
de la forma en que se presenta la experiencia de la angustia como hilo conductor para
aprehender un nuevo estatuto del objeto. A partir de esa exposición es que comenzamos
a correlacionar dichos análisis con algunos de los señalamientos que Lacan realizara en
el seminario 10 sobre la naturaleza del objeto a. Ahora bien, si el planteo heideggeriano
nos permitió entrever un estatuto “no objetivo” del objeto, como excedente de la
correlación intencional, para especificar la naturaleza del objeto a es preciso recurrir –
como consideramos en el tramo final del tercer apartado– a los planteos merleau-
pontyanos sobre la intencionalidad corporal. Por esta vía, no sólo sería posible avanzar
en la consideración de la condición no objetiva del objeto a, sino que podría
desarrollarse positivamente su estatuto: la fenomenología merleau-pontyana de lo
visible parecería ofrecerse como el hilo conductor –así la toma Lacan en el seminario
11– para esclarecer ciertos esquemas topológicos de reversibilidad, en el límite de la
correlación intencional, que podrían dar cuenta del modo de manifestación del objeto a.
9
Bien podría leerse este “a la una” como la expresión lacaniana “no es sin”: la angustia no es sin objeto
para Lacan, la nada no es sin lo ente para Heidegger.
96
Podría concluirse este capítulo recordando que en L’étourdit (1972) Lacan
testimoniaba cierta “fraternidad” con el decir de Heidegger. Por esta vía, puede
reconocerse la incidencia explícita de la fenomenología heideggeriana. Asimismo, en el
seminario 11, sostuvo que “la demarcación de la topología propia de nuestra
experiencia de analista, es la que se puede retomar luego en la perspectiva metafísica.
Pienso que Merleau-Ponty iba en esa dirección” (Lacan, 1964, 97). A esta última
referencia dedicaremos los próximos dos capítulos para introducir la cuestión de la
mirada.
97
Capítulo 5
Merleau-Ponty y Lacan I:
Deseo, inconsciente y lenguaje
98
ejemplo manifiesto de este movimiento se encuentra en su interpretación de la noción
de inconsciente, realizada en el transcurso de la década del 50. No obstante, si bien
Merleau-Ponty, ya en este último tiempo, se encontraba realizando una interpretación
original del freudismo, concordante en muchos aspectos con las críticas de Lacan a los
posfreudianos, cabe preguntarse por los límites de esta concordancia. En la última
sección de este capítulo expondremos una divergencia fundamental entre ambos autores
a propósito de la naturaleza del lenguaje, que repercute y hace incompatibles sus
nociones de deseo e inconsciente.
99
El aspecto fundamental de la interpretación merleau-pontyana del psicoanálisis en
La estructura del comportamiento se encuentra en la revisión de los fundamentos
energéticos de la teoría freudiana. Así, por ejemplo, en la consideración de la distinción
entre contenido latente y contenido manifiesto del sueño, “Freud creía que debía
realizar este último bajo la forma de contenido latente en un conjunto de fuerzas y de
entes psíquicos inconscientes que entran en conflicto con contra-fuerzas de censura,
resultando el contenido manifiesto del sueño de esta suerte de acción energética”
(Merleau-Ponty, 1942, 248). El riesgo denunciado en esta crítica es palmario: la
metapsicología freudiana, al proponer un esquema explicativo de hipótesis mecanicistas
(y dinámicas), transforma los descubrimientos del psicoanálisis en una teoría
“metafísica” –en el sentido especulativo–.
La alternativa a las explicaciones causales del freudismo estaría en el recurso a la
noción de estructura, como un modo de exponer un déficit de integración en el
comportamiento:
100
“La regresión del sueño, la eficacia de una complejo adquirido […]
manifiestan el retorno a una manera primitiva de organizar la conducta […]
el funcionamiento psíquico tal como Freud lo ha descrito, los conflictos de
fuerza y los mecanismos energéticos que ha imaginado, sólo
representarían, de una manera muy aproximada, por otra parte, un
comportamiento fragmentario, es decir patológico” (Merleau-Ponty, 1942,
250)
101
Freud–, mientras que Fenomenología de la percepción se detiene en pasajes estrictos de
algunos textos freudianos, no sólo de elaboración metapsicológica, sino también –
especialmente– en los historiales clínicos (publicados en Francia en el volumen Cinq
psychanalyses).
En el quinto capítulo –de la Primera parte– de la Fenomenología de la
percepción, Merleau-Ponty vuelve a ocuparse del psicoanálisis, en un esclarecimiento
pormenorizado del carácter sexuado del cuerpo. El punto de partida de la exposición se
encuentra en la afirmación del tenor afectivo de la relación del hombre con el mundo,
dado que “un objeto o un ser se pone a existir para nosotros por el deseo” (Merleau-
Ponty, 1945, 171). Siguiendo el método de argumentación que caracteriza a la obra en
su conjunto –debilitar la oposición entre naturalismo mecanicista e idealismo
intelectualista– Merleau-Ponty considera el caso de un enfermo (afectado en la zona
occipital) para demostrar que el deterioro de su vida sexual no puede ser explicado a
través del mecanismo reflejo, pero tampoco de una conmoción de representaciones,
dado que Schneider (tal el nombre del paciente) no sólo no responde a la estimulación
de su partenaire, sino que también presenta un deterioro de su energía sexual. En todo
caso, sostiene Merleau-Ponty, pareciera tratarse de un caso de “desorientación”, de
pérdida de significación sexual de los objetos:
102
“La percepción erótica no es una cogitatio que apunta a un cogitatum; a
través de un cuerpo apunta a otro cuerpo, se hace dentro del mundo, no de
una conciencia. […] Se trata de una ‘comprensión erótica’ que no es del
orden del entendimiento, porque el entendimiento comprende advirtiendo
una experiencia bajo una idea, mientras que el deseo comprende
ciegamente vinculando un cuerpo a un cuerpo”. (Merleau-Ponty, 1945,
173-74, cursiva añadida)
103
De este modo, para Merleau-Ponty se trataría de ser freudiano a pesar de Freud,
en un movimiento que recupere la originalidad del descubrimiento de la sexualidad.
Podría pensarse que no otra cosa intentó Lacan con su “retorno a Freud”, esto es, con
un propósito de lectura dirigido a esclarecer el método subyacente en las afirmaciones
del maestro –su enunciación– despejando el reduccionismo de su teoría en algún
correlato anatómico. Curiosamente, Merleau-Ponty considera que es la fenomenología
la vía para avanzar en este proyecto. En primer lugar, destaca dos principios
fundamentales: 1. la distinción entre lo sexual y lo genital, dado que “la vida sexual no
es un simple efecto de los procesos, de los cuales los órganos genitales son la sede”
(Merleau-Ponty, 1945, 175); 2. que la libido no es el instinto, y que –en todo caso–
aquella debe ser aprehendida como un avatar de fijación en determinadas experiencias
históricas. Por lo tanto, “si la historia sexual de un hombre da la clave de su vida, es
porque en la sexualidad del hombre se proyecta su manera de ser respecto del mundo”
(Merleau-Ponty, 1945, 175).
El entrelazamiento erótico, –que, como fuera dicho anteriormente, vincula un
cuerpo a otro cuerpo–, permite introducir consideraciones relativas al deseo en la última
parte de la obra de Merleau-Ponty. En su libro dedicado a una presentación sistemática
de la obra merleau-pontyana, R. Barbaras (2001) dedica un capítulo completo a esta
cuestión –cuyo último apartado plantea el vínculo entre fenomenología y psicoanálisis–
, en el contexto de la ontología de la carne que subtiende la elaboración de Lo visible y
lo invisible (1964). El hilo conductor en la aproximación a la cuestión del deseo se
encuentra en la experiencia del otro:
El anclaje del deseo en el cuerpo se revela como una instancia expresiva por
excelencia. El deseo se extiende en la percepción, constituyendo al sujeto como vínculo
con el otro, en una identidad de relación:
104
“El deseo es palabra dirigida al otro, pero silenciosamente. […] El deseo
no es, en realidad, ni corporal ni intelectual […] sino propiamente carnal:
es una modalidad intersubjetiva irreductible, obra de significación en el
corazón de la corporeidad, conocimiento en el sentimiento, expresión.”
(Barbaras, 2001, 312)
“Dormir no es, pese a las palabras, un acto, una operación […] es una
modalidad del encaminamiento perceptivo […] Toda la filosofía de la
conciencia traduce –y deforma– esta relación, pues dice que dormir es estar
ausente del mundo verdadero.” (Merleau-Ponty, 1954-55, 56)
105
De este modo, antes que un abandono del mundo, el sueño implicaría un regreso a
una instancia pre-personal, que replantea la relación con la vida diurna y la vigilia, al
punto de que, eventualmente, pueda afirmarse que “nuestras relaciones con las cosas y,
sobre todo, con los demás, tiene por principio un carácter onírico” (Merleau-Ponty,
1954-55, 57). Pero si, en este curso, el sueño tiene algún interés para Merleau-Ponty,
éste radica en la cuestión de su relación con el problema del inconsciente, y aquí el
debate se propone con el psicoanálisis freudiano, dado que “con toda razón se le
reprocha a Freud el hecho de haber introducido con el nombre de inconsciente un
segundo sujeto pensante cuyas producciones serían simplemente recibidas por el
primero” (Merleau-Ponty, 1954-55, 57).
Sin embargo, el cuestionamiento de Merleau-Ponty a Freud, sobre la cuestión del
inconsciente, no se mantiene sólo en el nivel más trivial de imputación de un segundo
“Yo pienso”, sino que también su concepción dinámica –y ya no estructural del
inconsciente como instancia psíquica– supone un “monopolio de la conciencia”
(Merleau-Ponty, 1954-55, 57), en la medida en que el motor del conflicto entre
representaciones implica que algo sea no asumido por una instancia privilegiada (la
conciencia). Dinámicamente, entonces, el inconsciente es reducido a algo que no quiso
ser aceptado:
106
dramas, sus acontecimientos, y cuyo verdadero sujeto no sea el cogito, sino
el cuerpo, redefinido como ‘máquina de vivir’ en relación con el otro.
Merleau-Ponty también denomina a esta máquina ‘esquema práxico’ o
‘implexo’.” (Duportail, 2011, 65)
“Lo fundamental del freudismo no consiste en haber mostrado que bajo las
apariencias hay una realidad muy distinta, sino en que el análisis de una
conducta siempre encuentra en ella varias capas de significación.”
(Merleau-Ponty, 1954-55, 59)
107
Pontalis evalúa la fenomenología de Merleau-Ponty con el rasero del psicoanálisis de
Lacan.
Según Pontalis, el debate de la noción de significación como elemento
constitutivo del inconsciente representa “un paso atrás de su propio pensamiento”
(Pontalis, 1961, 173). Concebir el inconsciente sólo a través de la “sobredeterminación”
implica una posición limitada. Al criticar el recurso a las metáforas energéticas, y
proponer una interpretación estructural (y fenomenológica) del inconsciente, Merleau-
Ponty no habría advertido que Freud “no niega que el inconsciente sea sentido de un
extremo a otro, pero hace depender su advenimiento del funcionamiento de un proceso
–el proceso primario– que implica sus propios mecanismo (condensación,
desplazamiento), bastante diferentes de los fenómenos de expresión como para que las
formaciones del inconsciente, lejos de aparecérsenos como significativas de entrada, se
presenten primero como no-sentido” (Pontalis, 1961, 175). De este modo, el
afincamiento lacaniano de la interlocución de Pontalis destaca la primacía de la
doctrina del significante como el expediente para discutir la concepción del
inconsciente merleau-pontyano como significación (y expresión).
En resumidas cuentas, dado que el artículo de Pontalis cuestiona la concepción
merleau-pontyana del inconsciente desde una perspectiva lacaniana, cabe tener presente
que Merleau-Ponty sólo se proponía discutir las tesis freudianas. Así, en el tramo final
de su obra –en Lo visible y lo invisible– el inconsciente es entrevisto como la apertura
misma del ser carnal, poniendo entre paréntesis la versión “solipsista” del inconsciente
(atribuida a Freud). Para ese momento, la fenomenología merleau-pontyana ya
formulaba prácticamente una interpretación “libre” del psicoanálisis, menos interesada
en un lectura “fiel” a los textos freudianos que en un desarrollo de su propia concepción
(de la ontología de la carne). Que Merleau-Ponty participaba de los desarrollos
lacanianos es algo que se hace constar con la mención del estadio del espejo en el curso
sobre Las relaciones del niño con los otros (Merleau-Ponty, 1951, 67) Si Merleau-
Ponty fue un intérprete constante de las tesis freudianas, la comparación de sus
resultados con algunos principios de la teoría lacaniana es algo que sólo muy
recientemente se ha comenzado a intentar (Cf. Dorfman, 2007). En este punto, antes
que evaluar la concepción merleau-pontyana del inconsciente desde los desarrollos de
Lacan –como hiciera Pontalis–, cabe interrogar la proximidad posible, o la distancia,
entre las teorías de Merleau-Ponty y Lacan. De acuerdo con el recorrido propuesto en
108
este trabajo, ese debate podría ser propuesto en el campo del lenguaje. Este es el tema
del próximo capítulo.
110
las palabras” (Merleau-Ponty, 1952, 65). No obstante, es preciso atender a los rasgos
propios de puntos de vista que no podrían ser compatibles, dado que los dos principios
de la teoría merleau-pontyana del lenguaje son desafiados por la “doctrina del
significante” (Lacan, 1958, 574).
En la segunda sección del escrito “La dirección de la cura y los principios de su
poder” Lacan ubica los fundamentos de su concepción del lenguaje. Este trabajo
prolonga los desarrollos que ya habían sido formulados en “La instancia de la letra en el
inconsciente o la razón desde Freud” (1957), a partir de una lectura el algoritmo
saussureano que “ensancha” la barra entre significante y significado (Cf. Lacan, 1957,
477), independizando al primero de los efectos de significación. Ambos escritos
amplían una definición “canónica”, que hubiera sido introducida en la clase del 11 de
abril de 1956 del Seminario 3: el significante, en cuanto tal, no significa nada.
De este modo, la disyunción entre significante y sentido, que en “La instancia…”
fundamenta la definición de la noción de letra como el “soporte material que el discurso
toma del lenguaje” (Lacan, 1957, 475), confronta los dos rasgos propios de la teoría
merleau-pontyana del lenguaje. Por un lado, no existe realidad antepredicativa en la que
el lenguaje se funde; el sujeto es un efecto (de división) de la cadena significante, no
pudiendo haber ningún anclaje anterior en un mundo percibido. Lacan ya había
criticado este aspecto en 1953, en su comunicación “Función y campo de la palabra y
del lenguaje en psicoanálisis”, al afirmar que una instancia antpredicativa de
fundamentación degrada el psicoanálisis en una “fenomenología existencial” (Lacan,
1953, 233). Esta idea es sostenida en “La dirección de la cura…” al sostener una
“inseminación de lo simbólico que preexiste al sujeto” (Lacan, 1958, 574).
El segundo rasgo de la concepción merleau-pontyana del lenguaje es
específicamente confrontado, también en “La dirección de la cura…”, a partir de una
interpretación del juego freudiano del Fort-Da –también llamado juego del carretel, y
propuesto por Freud en “Más allá del principio del placer” (1920)– que destaca que los
elementos significantes no pueden ser reconducidos al estatuto del signo por analogía
con las estructuras fonemáticas (Cf. Lacan, 1958, 574).
Asimismo, en este escrito Lacan sostiene que la oposición significante es la célula
mínima de lo simbólico, connotado en términos de presencia y ausencia (Cf. Lacan,
1958, 574). De este modo, lo simbólico lacaniano –a diferencia del merleau-pontyano–
no puede ser concebido como una instancia de significación, y uno de los primeros
efectos de esta distinción es su diversa noción de inconsciente:
111
“El inconsciente no se expresa…es imposible explicar nada en los rodeos
de Freud si no es porque el fenómeno analítico en cuanto tal tiene que estar
estructurado como un lenguaje.” (Lacan, 1955-56, 146)
5.4 Conclusiones
112
“…el psicoanálisis debe probar un avance en el acceso al significante, de
modo tal que pueda volver sobre su fenomenología misma. […] llamaré
aquí a testimoniar el segundo artículo mencionado de Maurice Merleau-
Ponty sobre el cuerpo como expresión en la palabra. […] les hablo sobre la
primacía del significante en el efecto de significar” (Lacan, 1961, 250)
113
psicoanálisis, sino de las interlocuciones posibles entre las acepciones específicas de
los distintos conceptos de los diversos autores de ambas tradiciones, en particular de la
noción de objeto a como mirada.
114
Capítulo 6
Merleau-Ponty y Lacan II:
La mirada
115
Lo visible y lo invisible (1964) de Merleau-Ponty. Ahora bien, ¿cuál es la incidencia de
este comentario? ¿Podría decirse que Lacan introduce el objeto mirada a partir de su
lectura de Merleau-Ponty? No es el propósito de este capítulo demostrar una hipótesis
de este tenor, que seguramente sea indemostrable. En todo caso, nos proponemos
exponer de qué modo la fenomenología merleau-pontyana de lo visible (y lo invisible)
ofrece un método de aproximación a la noción de objeto que se demuestra prolífico
para formalizar aquello que Lacan buscó delimitar con su noción de objeto a como
mirada en dicho seminario.
En una primera parte de este capítulo se exponen ciertas generalidades de las
relaciones entre Merleau-Ponty y el psicoanálisis, atendiendo específicamente al modo
en que este último es incorporado a la fenomenología de lo visible; en un segundo
momento se analizan las referencias del seminario 11 de Lacan, con el propósito de
evaluar el alcance de la referencia merleau-pontyana implícita, y explicitar el modo en
que algunas afirmaciones de Lacan pueden ser esclarecidas al ser remitidas a la
fenomenología merleau-pontyana; en un último apartado se consideran ciertos motivos
clínicos que se podrían desprender de este estudio, con el objetivo de introducir la idea
de una “clínica de la mirada” que tiene su piedra angular en la consideración de ciertos
fenómenos como el acting-out, el sueño, la vergüenza, el recuerdo encubridor.
117
caracterizados por su ambigüedad, por la puesta en cuestión de la identidad personal,
etc. Este tipo de reflexiones habría de continuar su trayecto en el curso sobre la
pasividad (1954-55) en el Collège de France, donde se propusiera la idea de un
“psicoanálisis de la naturaleza” (Merleau-Ponty, 1964, 321).
En este contexto, la naturaleza no es entendida como objetividad, sino en función
de su sustrato sentido y carnal, en un mundo fusionante. En el curso dedicado a la
naturaleza, la percepción es situada como una visión anónima en un mundo envolvente,
de entrelazamiento carnal. Se produce, en este derrotero, el pasaje de una
fenomenología de la percepción hacia una ontología de la carne. A. Beaulieu resume
los predicados de esta última en los siguientes términos:
De acuerdo con este breve recorrido, pueden distinguirse dos grandes períodos en
la relación entre Merleau-Ponty y el psicoanálisis. Por un lado, desde el punto de vista
de los escritos tempranos –así como durante el período de la Sorbonne–, Merleau-Ponty
avanza en la vía de incorporar el psicoanálisis a la fenomenología a través de cuestionar
la transparencia y la presencia a sí de la conciencia, a partir de la descripción de
estructuras pre-objetivas. El motivo fundamental de este desarrollo se encuentra en la
conferencia titulada “El hombre y la adversidad”, donde el fenomenólogo resume su
posición y concluye –luego de sostener que Lacan estaría avanzando en su misma
dirección– que el inconsciente puede ser asimilado a la ambigüedad propia de la
percepción:
“Para dar cuenta de esa ósmosis entre la vida anónima del cuerpo y la
vida oficial de la persona, que constituye el gran descubrimiento de
Freud, era necesario introducir algo entre el organismo y nosotros
mismos […]. Esto era el inconsciente de Freud. […] el inconsciente no
118
puede ser un ‘proceso en tercera persona’ […] no es un no saber, sino
más bien un saber no reconocido ni formulado, que no queremos asumir.
En un lenguaje aproximado, Freud está a punto de descubrir lo que otros
pensadores han denominado más apropiadamente percepción ambigua.”
(Merleau-Ponty, 1960b, 229)
119
(ejemplificada aquí a través de la relación con el semejante). Por eso, cuando Lacan
sostiene –en el seminario 10– que “Husserl, al delimitar la función de la
intencionalidad nos deja cautivos de un malentendido acerca de lo que conviene llamar
objeto del deseo” (Lacan, 1962, 114), no debería pasar desapercibido que dicho
reproche no puede hacerse extensivo a toda la tradición fenomenológica, ya que
Merleau-Ponty estaba desarrollando su teoría en un sentido muy diferente, y del que
cabría decir que es plenamente convergente con el propuesto por Lacan.
“Digamos, sin poder hacer aquí más que prometernos comentarlo, que la
vacilación marcada en todo este texto del objeto al ser, el paso dado en
120
miras a lo invisible, muestran bastante que aquí Maurice Merleau-Ponty
se aproxima a otro lugar que el campo de la percepción.” (Lacan, 1961,
250)
“En realidad, lo que hay que comprender, más allá de las ‘personas’, son
los existenciales según los cuales las comprendemos […]. Ese
inconsciente que hay que buscar, no en el fondo de nosotros, a espaldas
de nuestra ‘conciencia’, sino delante de nosotros, como articulaciones de
nuestro campo. Es ‘inconsciente’ porque no es objeto, sino aquello por lo
cual los objetos son posibles.” (Merleau-Ponty, 1964, 231)
121
en sus notas quizá lo hubieran llevado a pasar, digamos, a mi campo” (Lacan, 1974,
98).
El impacto de las descripciones topológicas de lo visible y lo invisible en el
seminario de Lacan se concibe directamente en las categorías del objeto mirada, con un
reconocimiento explícito a Merleau-Ponty:
“El asunto está en deslindar, por las vías del camino que él [Merleau-
Ponty] nos indica, la preexistencia de una mirada –sólo veo desde un
punto, pero en mi existencia soy mirado desde todas partes.” (Lacan,
1974, 80)
122
“La relación del sujeto con lo que concierne propiamente a la luz, se
anuncia, pues, desde ya como ambigua. Lo pueden ver, por lo demás, en
el esquema de los dos triángulos, que se invierten al mismo tiempo que
deben superponerse. Proporcionan así el primer ejemplo clave de ese
funcionamiento mediante arabescos, entrecruzamientos, quiasmas, que
mencioné hace un rato, y que estructura todo este ámbito” (Lacan, 1974,
88)
123
la determinación del objeto. En la torsión de que resulta el pliegue, según
Duportail, el enroscamiento instituye una distancia, un hueco en torno al cual
gira la visión. Esta constitución del pliegue es un modo de dar cuenta del
carácter no-sustancial, de agujero, que caracteriza al objeto a, como objeto de la
pulsión en que se sostiene la causa del deseo escópico.
En este punto, es llamativo que para dar cuenta de esa no-coincidencia, o punto de
imposibilidad, propia de la reversibilidad de lo sensible, Merleau-Ponty recurra el
motivo freudiano de los labios que se besan a sí mismos. El punto de imposibilidad, que
determina el nacimiento de la visión, es, a su vez, el de recorte de lo invisible, como
aquello que perdura en el quiasma vidente-visible. De este modo, en una nueva
caracterización, lo invisible no es “lo que podría ser visible”, o “lo que aún no es
visible”, sino aquello que “en-lo-visible” es estructuralmente imposible de ver, pero a
su vez sostiene la visión. Se trata, propiamente, de un “resto de impercepción” (Cf.
Merleau-Ponty, 1964, 251). Por eso, Merleau-Ponty sostiene lo siguiente:
124
presentado como tal en el mundo –no puede vérselo allí y todo esfuerzo
por verlo allí lo hace desaparecer; pero está en la línea de lo visible, ése
es su hogar virtual, se inscribe en él (entrelíneas).” (Merleau-Ponty,
1964, 265)
125
“Si el objeto-causa del deseo no es un objeto empírico (un epithúmeno),
entonces ese objeto-causa, ese oscuro objeto del deseo, no es nada que se
le presente al sujeto si no es en forma de una ausencia, una pura ausencia
[…]. Así, la mirada no es la visión, sino el objeto no-empírico al cual
tiende la visión y que sostiene la visión, el objeto inobjetivable que
anima secretamente el movimiento o la moción de ver” (Baas, 1998, 64)
126
“Es esto lo que les permite ser la ‘tela’, para ser más precisos el forro
[…] del sujeto mismo que se considera sujeto de la conciencia” (Lacan,
1966, p. 818)
127
105). El sujeto que resulta del encuentro con estos fenómenos es una suerte de efecto,
como el que acontece en la manifestación de las formaciones del inconsciente:
Asimismo, Bernet afirma que “la mirada del Otro en verdad lleva a cabo una
reducción fenomenológica de la visión” (Bernet, 1999, 110), puesto que reconduce la
percepción de los objetos mundanos o empíricos, a la mirada invisible que mora en el
Otro, y, quizás, incluso en las cosas.
Respecto de esta última indicación es que, nuevamente, considera la obra de
Merleau-Ponty a propósito de su concepción de la experiencia estética –tomada de la
ontología de la carne presentada en el apartado anterior– para relacionarla con la
128
concepción del cuadro presentada por Lacan en el seminario 11: la pintura es una
presentación de la mirada, que impone al espectador un modo de ver “conforme al
cuadro”. No se trataría, entonces, de la mera captación o donación contemplativa de un
sentido, sino de un efecto transmutación del sujeto a través del encuentro con un
invisible que causa la visión. Para dar cuenta de este aspecto, Bernet expone el análisis
que Lacan realiza de la obra de Holbein Los embajadores y destaca la estructura de la
mirada presentada en el seminario 11: el “dar a ver”.
En continuidad con el planteo de Bernet, que recupera el “dar a ver” como
estructura capital de la manifestación de la mirada, en un artículo de nuestra autoría –
“Estética y clínica de la mirada (2011b)– recuperamos los planteos de la experiencia
estética según Merleau-Ponty para enlazarlos a la concepción lacaniana del objeto a
como mirada. El énfasis de este trabajo se encuentra en intentar dilucidar una triple
instanciación del “dar a ver” en tres estructuras formales que, para nosotros,
eventualmente son confundidas en la clínica psicoanalítica: el velo, la pantalla, la
escena.
De acuerdo con nuestro punto de vista, las estructuras del “dar a ver” pueden ser
correlacionadas con tres fenómenos clínicos: el velo sería la estructura fundamental del
sueño; la pantalla la estructura del recuerdo encubridor; y la escena la del acting-out.
Así proponemos esta correlación a partir de operacionalizar las tres estructuras de
la mirada (el velo, la pantalla y la escena) con tres estructuras formales comunes a la
fenomenología y el psicoanálisis: presencia/ausencia (velo); parte/todo (pantalla);
vacío/lleno (escena):
Exponer todos los pasos argumentativos del artículo de nuestra autoría excedería
los límites de este capítulo –cuestión que retomaremos en la cuarta parte de esta tesis–.
A los fines de este apartado, cabe apreciar que junto con el trabajo de Bernet, se
129
encuentra en estos artículos el desarrollo incipiente de una clínica de la mirada –
formalizada en función de la elaboración del objeto a como mirada a partir de la
fenomenología merleau-pontyana– que cabe esperar sea extendida.
6.4 Conclusiones
“Este camino […] ¿debe ser ubicado ahí donde la tradición, desde
siempre, lo ha localizado, en el nivel de la dialéctica de lo verdadero y la
apariencia?” (Lacan, 1974, 83).
130
puente y la relevancia para el interés de estudios que vinculen su obra a la del
fenomenólogo. Asimismo, no deja de ser curioso que Merleau-Ponty entendiese que,
con su noción de carne, también se estaba alejando de la tradición clásica de que Lacan
buscaba ponerse a distancia, ya que para aquél dicha noción “no tiene nombre en
ninguna filosofía” (Merleau-Ponty, 1964, 193).
En otro orden de cuestiones, se ha destacado que la lectura de ambos pensadores
no corresponde sea realizada sólo en función de los comentarios explícitos –
especialmente los que desautorizan su interlocución– que uno haya podido formular
acerca del otro. Este tipo de extravío es el que se encuentra, por ejemplo, en los
artículos –“clásicos” hoy en día– que A. Green (1964) y J.-B. Pontalis (1961) han
dedicado a la cuestión. Ambos autores plantean el reparo de que el inconsciente
lacaniano no es la ambigüedad de la conciencia. De acuerdo con el desarrollo expuesto
en este trabajo puede notarse que dicho reparo sólo cabe a una primera parte de la obra
de Merleau-Ponty, y que no considera el decurso ulterior de la noción de carne.
Asimismo, podría afirmarse que ambos autores no hacen más que reponer una crítica
que ya había formulado Lacan en el seminario 2 (Cf. Lacan, 1977, 99), donde comenta
una intervención que Merleau-Ponty había propuesto en la Sociedad Francesa de
Psicoanálisis, de la cual no hay escrito publicado. No obstante, lo importante es notar
que Lacan –por lo general– nunca pudo distinguir con claridad ambos períodos de la
obra de Merleau-Ponty, al que siempre imputó sostener el punto de vista de la
conciencia –lo cual es equivocado, como este trabajo demuestra–, y que cuando pudo
apreciar algunos resultados del último período de trabajo del fenomenólogo, no dudó en
celebrarlos e incorporarlos a su trabajo.
Por último, para culminar este apartado de conclusiones, es respecto de las
consecuencias clínicas de este “encuentro afortunado” (Lacan, 1974, 84) entre Lacan y
Merleau-Ponty, entre fenomenología y psicoanálisis, que deben proponerse nuevos
estudios que expliciten con mayor exhaustividad las distinciones que el objeto mirada
puede admitir para la formalización de fenómenos clínicos específicos, como el
recuerdo encubridor, el acting-out, el sueño, etc. A este propósito está dedicada la
tercera parte de esta tesis.
131
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135
Tercera Parte
Psicoanálisis de la mirada
136
Capítulo 7
El psicoanálisis como antifenomenología
137
Ricoeur y el psicoanálisis–. El planteo que aquí hagamos, luego de tres capítulos
dedicados a la enseñanza de Lacan, expondrá sus resultados en un capítulo que
planteará el estatuto del objeto mirada como “fenómeno saturado” a partir de una
interlocución contemporánea con la fenomenología de J.-L. Marion (Cf. Capítulo 11).
En su clásico estudio sobre la obra de Freud (1965), P. Ricoeur formuló la idea de
considerar el psicoanálisis como una “antifenomenología” (Ricoeur, 1965, 104). El
alcance del análisis del freudismo, en su proyecto filosófico, debía ser entrevisto como
una nueva etapa –luego de la Introducción a la simbólica del mal (1960)– “donde es
influido por otros modos de pensar rigurosamente antifenomenológicos como son el
psicoanálisis freudiano y el estructuralismo” (Foulkes, 2000, 24). No obstante, cabe
destacar que el término “antifenomenología” tiene un uso técnico específico para
Ricoeur, más allá del sentido amplio, y descriptivo, que considera al psicoanálisis –y al
estructuralismo– como orientaciones de pensamiento que se oponen a una filosofía del
cogito y del sentido. Asimismo, es importante tener presente también que la relación de
Ricoeur con el psicoanálisis tiene un precedente histórico y conceptual determinado
antes del ensayo sobre Freud. En 1960, luego de la presentación de su ponencia “El
conciente y el inconsciente” en el Coloquio de Bonneval (organizado por H. Ey),
trabajo que fuera inicialmente elogiado por J. Lacan, Ricoeur proponía el fundamento
de una “crítica de los conceptos freudianos” (Ricoeur, 1960, 442). De este modo, la
noción de antifenomenología, que debiera ser complementada con la perspectiva de una
fenomenología que incorpora un trasfondo psicoanalítico, en principio, debería ser
entrevista de acuerdo a la elaboración de conceptos que Ricoeur formulara entre los
años 1960-1965.
En este capítulo entonces, propondremos, en primer lugar, un esclarecimiento
histórico de la relación de Ricoeur con el psicoanálisis, en función de ciertos
acontecimientos específicos en el contexto del psicoanálisis francés de las décadas del
50 y 60. En segundo lugar, presentaremos la elaboración argumental que introduce la
noción de antifenomenología en el ensayo sobre Freud. En dicho punto, podrá evaluarse
su alcance, y delimitación concreta, respecto de la orientación fenomenológica tanto
como desde la perspectiva psicoanalítica, dado que proponer el psicoanálisis como una
antifenomenología no sólo coincide con proponer una fenomenología que incorpora
conceptos psicoanalíticos. En un último apartado se realizará una interpretación crítica
de la formulación de Ricoeur, con el propósito de esclarecer su valor en nuestro
contexto contemporáneo y en función de los objetivos de esta tesis.
138
7.1 La cuestión del inconsciente
139
no era este relato menos la cualidad de la conciencia” (Ricoeur, 1950, 365). De este
modo el inconsciente no es más que un producto de la operación analítica –y no una
realidad previa–. Podría encontrarse, en este punto, la anticipación de dos aspectos
cruciales de la enseñanza de Lacan en su concepción del dispositivo clínico: por un
lado, que el estatuto del inconsciente es ético y no ontológico (Cf. Lacan, 1964b, 39);
por otro lado, que el sujeto en psicoanálisis es antes que nada una hipótesis
metodológica (Cf. Lacan, 1972-73, 171).
A partir de lo anterior, cabría destacar que el planteo de Ricoeur se sostiene en dos
premisas. La primera de ellas afirma que los conceptos psicoanalíticos padecen,
eventualmente, una sustancialización que no necesariamente condice con su
operatividad clínica. Y, en segundo lugar, que la confusión de niveles epistémicos –que
ocasionalmente pudo conducir a una biologización de las categorías psicoanalíticas,
especialmente en el psicoanálisis francés de las décadas del 40 y 50 de inspiración
psiquiátrica (Cf. Roudinesco, 1986)– debe ser resuelta con una elucidación
epistemológica del psicoanálisis. A este propósito estaría dedicado el estudio sobre
Freud llevado a cabo por Ricoeur quince años después. No obstante, entre ambos
momentos cabe destacar la intervención del filósofo en el Coloquio de Bonneval, que
reunió a psicoanalistas (S. Leclaire, J. Laplanche, J. Lacan) y filósofos (M. Merleau-
Ponty, A. De Waelhens, P. Ricoeur) y psiquiatras (H. Ey, G. Lantéri-Laura) para
disertar en torno a la cuestión del inconsciente.
La relevancia del artículo “El consciente y el inconsciente” (1960) estriba no sólo
en que retoma algunos de los tópicos esclarecidos anteriormente, sino en que demuestra
un primer acercamiento “amistoso” por parte de Ricoeur a la obra de Freud. La
elucidación realizada en Lo voluntario y lo involuntario era, principalmente, de orden
crítico. Ricoeur advertía una contradicción filosófica en el pensamiento de Freud, y su
interlocutor y referencia capital era la fenomenología de E. Husserl. En 1960, en
cambio, el punto de vista de Ricoeur es de otro orden, de acuerdo con el giro
hermenéutico de su filosofía. Si bien continúa con la propuesta de un esclarecimiento
filosófico de los conceptos psicoanalíticos, el alcance de su reflexión avanza en la
dirección de incorporar el descubrimiento freudiano antes que denunciar sus dificultades
intrínsecas.
La primera parte del artículo retoma la crítica al “realismo” de la noción de
inconsciente establecida en Lo voluntario y lo involuntario. Asimismo, el inconsciente
140
psicoanalítico tampoco puede ser reconducido a una concepción de latencia
fenomenológica:
Esta segunda mención indica el modo enfático en que Ricoeur propone atisbar el
estatuto del inconsciente en función de su manifestación en la experiencia analítica.
Puede entenderse, entonces, el motivo por el que esta ponencia incitara a Lacan a
invitar a Ricoeur a formar parte de la asistencia a su seminario (Cf. Simms, 2007, 9).
Por último, la tercera sección del “El consciente y el inconsciente” propone una
apropiación de la afirmación freudiana Wo es war, soll ich werden (“Donde estaba el
Ello, debo advenir Yo”), a partir de una dialéctica de hacer conciente lo inconsciente
que, finalmente, interpreta el complejo nuclear de la neurosis como un trabajo
arqueológico de la subjetividad respecto del desciframiento de la verdad que la
fundamenta:
141
“Se refiere no ya al drama del incesto y del parricidio que ha tenido
lugar, sino a la tragedia de la verdad; no a la relación de Edipo con la
Esfinge, sino a la relación de Edipo con el vidente [Tiresias]. […] esta
segunda relación es la relación psicoanalítica misma; ¿no ha dicho el
propio Freud: ‘La acción de la tragedia se halla constituida
exclusivamente por el descubrimiento paulatino y retardado con
supremo arte –proceso comparable al de un psicoanálisis– de que
Edipo es el asesino de Layo y al mismo tiempo su hijo y el de
Yocasta’?” (Ricoeur, 1960, 451)
De este modo, la experiencia analítica es descrita como una dialéctica entre el no-
saber y el develamiento de los efectos de verdad, en la cual “la conciencia inmediata
[fenomenológica] es certidumbre pero no es verdad” (Ricoeur, 1960, 453). Puede
encontrarse un testimonio del impacto de esta lectura del Edipo en la ponencia de
Ricoeur en el anteúltimo párrafo del texto “Posición del inconsciente” (1964),
elaborado por Lacan específicamente para la publicación del Coloquio de Bonneval,
contemporánea de la aparición de los Escritos (1966):
7.2 La antifenomenología
142
investigación hermenéutica anteriormente mencionada, fue la tarea del estudio de
Ricoeur en su obra capital sobre epistemología freudiana.
El contexto histórico de la polémica aparición del libro de Ricoeur puede ser
repuesto en función de una mención del seminario 11 de Lacan, y que retoma
explícitamente el eslabón del apartado anterior sobre el Coloquio de Bonneval:
143
el análisis –si es que puede darse un paso más– debe revelarse lo
tocante a ese punto nodal por el cual la pulsación del inconciente está
vinculada con la realidad sexual. Este punto nodal se llama el deseo…”
(Lacan, 1964, 160)
144
freudiana sería el de su concepción hermenéutica, según ha sido esbozado,
considerando la vinculación entre la simbólica y los conceptos energéticos. A su vez,
este último aspecto es el que ocupa un apartado capital de la segunda sección, dedicado
justamente al problema del vínculo entre la representación y el afecto. A los fines de
este contexto de exposición nos detendremos en esta última cuestión –dejando a un lado
el tópico de la interpretación de la cultura y la pulsión de muerte, así como el contenido
de la tercera sección–.
Según Ricoeur, el Proyecto de psicología para neurólogos (1895) es un claro
testimonio de que el fundador del psicoanálisis nunca abandonaría el determinismo a
favor de una teleología. Desde sus palabras preliminares, el Proyecto se propone
introducir la psicología a través de la puerta estrecha de las ciencias naturales,
considerando los procesos psíquicos como estados cuantitativos determinados de
partículas materiales. En un primer momento, Freud habría elegido la vía del correlato
anatómico del psiquismo. Dan cuenta de ello los dos puntales del Proyecto: por un
lado, la hipótesis de que las partículas materiales son neuronas; por otro lado, el
postulado del principio de constancia. Respecto de este último, cabe destacar su
raigambre física, ya sea: a) porque lo que distingue la actividad del reposo (de las
neuronas) es cierta cantidad; b) porque dicha cantidad se halla sometida a las leyes del
movimiento (y, por lo tanto, a una causalidad eficiente y determinista). No obstante, el
trayecto que partiera de los Estudios sobre la histeria, a través de la correspondencia
con Fliess, subvierte este primer punto de vista con un nuevo postulado, bajo la idea de
que la sexualidad requiere elaboración psíquica, esto es: las desventuras de la
elaboración psíquica de la sexualidad llevan a formalizar un concepto psíquico de
libido, y ya no anatómico. De este modo, el saldo del abandono del Proyecto es el
concepto de libido (energía psíquica de las pulsiones sexuales), concepto energético
que, sin embargo, no es anatómico.
Luego del Proyecto, el libro sobre la ciencia de los sueños constituye el modelo
encargado de dar cuenta de la clínica de la neurosis. Sin embargo, dos aspectos marcan
su presentación diferencial: por un lado, el modelo del aparato psíquico no pretende un
correlato anatómico, sino que se encuentra soportado en una estructura de
representaciones (Vorstellung) y no de neuronas; por otro lado, el modelo del capítulo
VII de La interpretación de los sueños no pretende establecer una representación real,
sino probar meramente un operación clínica. El modelo del aparato psíquico apenas
pretende dar cuenta del trabajo del sueño, cuya vía de acceso es la experiencia analítica.
145
En este punto, la explicación (mecanicista) se encuentra bajo la égida de la
interpretación (comprensiva). El motivo clínico de La interpretación radica en la
afirmación freudiana de que esclarecer un sueño significa restituir un sentido (Sinn). El
núcleo de esta afirmación puede ser explicitado en una doble vertiente: a) el sueño es
una suerte de texto, esto es, cobra un estatuto discursivo; b) el sueño se convierte en la
estructura a partir de la cual es posible pensar no sólo el síntoma, sino un conjunto
variado de formas aptas para la interpretación psicoanalítica (por ejemplo: la obra de
arte). De este modo, el psicoanálisis adquiere el estatuto de un método de investigación
particular, que podría ser elaborado y extendido más allá de su fuente (como ocurre en
el caso del artículo freudiano sobre el Moisés de Miguel Ángel).
No obstante, el modelo de La interpretación no deja de presentar un obstáculo
epistemológico: la conciliación entre el campo del sentido y el de la fuerza, ya que la
interpretación no puede establecerse sin recurrir a términos energéticos. Da cuenta de
este punto el hecho de que la localización de los pensamientos del sueño requiere un
llamado a la regresión (entendida de acuerdo a una triple vía: formal –al expresar los
pensamientos en imágenes–; cronológica –en el retorno de la adultez a la infancia–;
tópica –en cuanto distingue instancias psíquicas–). Si, por su entramado textual, el
sueño tiene la estructura del discurso (y del jeroglífico), su íntima relación con el deseo
plantea el problema de la restitución de una forma de energía. Según Ricoeur, la
interpretación de un sueño no sólo establece un tránsito entre dos superficies (lo
manifiesto y lo latente), o el pasaje entre dos apariciones tópicas de un sentido (cifrado
y descifrado), sino que la distorsión (Verstellung) del trabajo del sueño requiere un
movimiento fundamental –junto a la condensación y el desplazamiento–: el de la
figuración. De este modo, siguiendo nuevamente a Ricoeur, cabría decir que el
obstáculo epistemológico de La interpretación se encuentra en el escollo de un discurso
mixto.
Este carácter “mixto” –que implica que los mismos fenómenos deban ser
explicados desde el punto de vista de una energética, en términos de fuerzas
pulsionales, así como desde la perspectiva de una hermenéutica, en la medida en que se
les descubre un sentido– es el rasgo propio e irreductible del psicoanálisis. En última
instancia, “el lenguaje de la fuerza jamás podrá reducirse al lenguaje del sentido”
(Ricoeur, 1965, 131). Ahora bien, si el psicoanálisis se presenta como una
hermenéutica que no puede prescindir de su trasfondo energético, ¿qué implicancias
epistemológicas tiene esta cuestión para pensar su relación con la fenomenología? Es
146
en esta trama que cabe introducir el sentido específico de la noción de
antifenomenología. El motivo de su caracterización se realiza de acuerdo a tres
movimientos argumentales. En primer lugar, Ricoeur precisa el valor propio de la
tópica freudiana:
147
sino la reducción de la conciencia” (Ricoeur, 1969, 216). No obstante, como se ha dicho
desde un comienzo, esta reducción de la conciencia no quiere decir explicación
objetivista ni causalista de los fenómenos psíquicos, sino descubrimiento del sentido
que hace de la conciencia un síntoma del inconsciente tal como éste se actualiza en la
operación analítica. En segundo lugar, esta “epoché invertida” (Ricoeur, 1965, 107) del
psicoanálisis, sólo puede ser comprendida cuando a la manifestación del sentido se le
añade también el correlato del objeto pulsional:
148
El tercer momento del argumento, que resume los resultados anteriores, declina lo
que el psicoanálisis puede enseñar a la filosofía, i.e., aquello que la fenomenología
puede incorporar del psicoanálisis sin reducirlo a su método propio:
7.3 Conclusiones
149
trabajo de Freud alrededor de la cuestión de la energía y su representación psíquica–
desanda el punto de partida de la conciencia fenomenológica –la correlación con el
objeto intencional– para privilegiar la descripción de la meta en la satisfacción
pulsional. El psicoanálisis realiza una inversión de la epoché fenomenológica, al reducir
la conciencia a su fundamento en lo inconsciente (en el sentido estructural que tiene el
término en la tópica freudiana).
Sin embargo, ¿qué relaciones podrían proponerse entre fenomenología y
psicoanálisis, luego de haber circunscrito la irreductibilidad del segundo a la primera?
Para responder a este punto, volvemos a lo planteado en el capítulo 2 de esta tesis:
Ceriotto (1969), en un trabajo contemporáneo de evaluación de las relaciones entre
fenomenología y psicoanálisis en la filosofía de Ricoeur, considera que hay tres
ámbitos en que la intersección es más sensible: a) la cuestión del sentido; b) el lenguaje;
c) la intersubjetividad.
A propósito del primer punto, tanto la fenomenología como el psicoanálisis
interrogan la institución del sentido. La reducción fenomenológica es un modo de
acceso al sentido intencional. No obstante, aunque podría verse en la reducción un
desplazamiento de la actitud natural, la fenomenología tiene un carácter reflexivo que el
psicoanálisis no posee, “el inconsciente freudiano no es lo que la reducción libera”
(Ceriotto, 1969, 182).
Respecto de la concepción del lenguaje, si bien para ambas disciplinas “el lenguaje
establece una dialéctica de la presencia y la ausencia” (Ceriotto, 1969, 178), para el
psicoanalista el lenguaje cuenta como realidad en acto, como un inconsciente que no
puede formularse más que retroactivamente.
Por último, y vinculado al punto anterior, la cuestión de la intersubjetividad tiene
matices distintos para el fenomenólogo y el psicoanalista. Según Ceriotto, es en la
noción de transferencia “donde el psicoanálisis se distancia más de la fenomenología”
(Ceriotto, 1969, 188). A la fenomenología no interesa la actualización de modos de
satisfacción primarios en la relación con el otro. La Quinta de las Meditaciones
Cartesianas, de E. Husserl, a pesar de las diferentes “herejías” que ha podido sufrir –
para utilizar otro término de Ricoeur– en sus discípulos (Sartre, Merleau-Ponty,
Levinas, etc.) sitúa, desde un principio, que la relación con el semejante se plantea a
nivel del acceso a su existencia. Para el psicoanálisis, en cambio, la noción de
transferencia remite a la inquietud terapéutica que subtiende a la teoría, “esto muestra
150
con claridad la distancia que separa la relación intersubjetiva de la fenomenología de la
situación analítica” (Ceriotto, 1969, 189).
De este modo, aunque entre fenomenología y psicoanálisis haya una comunidad
temática sobre determinados aspectos, la disimetría podría ser esclarecida con las
siguientes palabras conclusivas:
151
Capítulo 8
El objeto mirada en la enseñanza de J. Lacan I:
Precedentes y una primera noción de imagen
152
experiencia clínica del psicoanálisis. En la cuarta parte de la tesis nos ocuparemos de la
“Clínica de la mirada”.
En un párrafo anterior nos hemos referido a una “hermenéutica de las imágenes”.
Con esta expresión se indican dos cuestiones específicas: por un lado, en el período
indicado Lacan elabora las obras visuales de acuerdo con referencias laterales a
nociones de la tradición fenomenológica (provenientes de la fenomenología de Sartre,
Heidegger y, fundamentalmente, Merleau-Ponty –autores que hemos estudiado en la
segunda parte de la tesis–); por otro lado, la incidencia fenomenológica no se encuentra
sólo en el comentario explícito de autores de esta tradición, sino en el recurso
metodológico de considerar las obras de acuerdo con su modo de manifestación, en
función de una aproximación descriptiva que busca elucidar estructuras formales e
invariantes en su modo de aparición.
De este modo, las obras consideradas, analizadas de acuerdo con sus caracteres
formales y compositivos, suponen conceptos básicos de una teoría fenomenológica de
lo imaginario. Para dar cuenta de este aspecto, en un primer capítulo plantearemos
precedentes fenomenológicos de la incidencia de la fenomenología en Lacan, en el
comienzo de su enseñanza, para luego –en los apartados de los capítulos siguientes–
declinar los aportes específicos de los seminarios mencionados que desarrollan y,
eventualmente modifican, este punto de partida. En el capítulo 11 plantearemos diversas
preguntas que serán retomadas en la cuarta parte de la tesis, que demuestren la
operatividad clínica de las vías de formalización de la noción de objeto a.
153
es una de las principales ocupaciones de este capítulo comenzar a investigar la
reformulación de dicho estadio a la luz de la introducción del objeto a.
El estadio del espejo, apoyándose en la experiencia etológica, describe la
formación del yo a partir de la identificación con la imagen especular:
“Para que la ilusión se produzca, para que se constituya, ante el ojo que
mira, un mundo donde lo imaginario pueda incluir lo real y, a la vez,
formularlo; donde lo real pueda incluir, y a la vez, situar lo imaginario, es
154
preciso, ya lo he dicho, cumplir con una condición: el ojo debe ocupar
cierta posición, debe estar en el interior del cono.” (Lacan, 1953-54, 129)
155
percepción, aunque esta conciencia pueda proponer su objeto como no existente o
simplemente neutralizar la tesis existencial. Entonces, la conciencia de imagen se
propone como montada sobre una base perceptiva a la que se sobrepone la imagen: la
imagen se desprende como un pedazo del mundo real, de lo cual Sartre concluye que la
imagen representa cierto tipo de conciencia absolutamente independiente del tipo
perceptivo afirmando así su irreductibilidad.
Este rodeo, que explicita la formulación primera de la cuestión de la imagen en
Lacan, destaca una premisa fundamental: una consideración de la construcción del
registro imaginario en la enseñanza de Lacan no puede desconocer la relevancia de los
aportes fenomenológicos que en la época de su gestación eran un lugar común.
Asimismo, a pesar de este motivo anecdótico, cabe sugerir que dichos antecedentes,
decantados en la experiencia analítica con el método de la fenomenología, tienen una
relación estricta con el modo en que Lacan se dispusiera a la lectura de imágenes en el
período que consideramos en esta parte de la tesis.
De este modo, el estudio de lo imaginario es indisociable de la tematización de la
imagen en tanto forma del fenómeno visual. Este aspecto podrá confirmarse, según la
hipótesis inicialmente expuesta para esta parte de la tesis, en la articulación
argumentativa que Lacan encuentra entre la introducción de la noción de objeto a y la
relectura del estadio del espejo –en tanto experiencia visual de la imagen– que
propondremos en el capítulo siguiente.
Una segunda consideración de la fenomenología sartreana es relevante para este
propósito: la imagen es “un trozo desprendido, un pedazo de mundo real” (Sartre, 1940,
191), pero un real que es visto como imagen al ser neutralizado en su posición de
efectividad, esto es, cuando es visto como una “nada” (Sartre, 1940, 75). Así, por
ejemplo, un retrato es una imagen cuando es negativizado como soporte real y
representa la ausencia, para decirlo con el nombre sartreano por excelencia, de Pedro.
Lacan remite explícitamente a esta referencia cuando afirma que “la situación del sujeto
está caracterizada esencialmente por su lugar en el mundo simbólico; dicho de otro
modo, en el mundo de la palabra. De ese lugar depende que el sujeto tenga o no derecho
a llamarse Pedro” (Lacan, 1953-54, 130).
El lugar simbólico en el mundo para el sujeto es el de la falta encarnada en una
imagen. Situar la relación entre la falta –aunque esta expresión aún no haya cobrado la
relevancia que posteriormente tendrá en la enseñanza de Lacan– y la imagen es el aporte
156
principal del seminario 1, en lo que a esta cuestión refiere, y el punto de partida para las
consideraciones posteriores.
157
“Advertirán ustedes lo que se proyecta aquí significativamente como una
flor, el ramo del que ésta forma parte y el florero donde se inserta. Verán
ustedes que, de una forma muy intensa, muy marcada, esta flor es
propiamente hablando el centro mental visual del cuadro.” (Lacan, 1960-
61, 254)
158
signo de lo que intenta dar cuenta Lacan al recurrir a Zucchi. En su articulación pone de
manifiesto la estructura del velo:
“La función del velo se revela como el soporte de las imágenes que
capturan el deseo y cuyo valor de seducción radica en su capacidad para
cubrir la falta. Al revelarse la complicidad entre el objeto y la nada, se
descubre la articulación de lo simbólico y lo imaginario. En este estadio
el espejo se convierte en un velo, y merced a esta operación, lo visible se
anuda a lo invisible.” (Recalcati, 2006, 116)
A partir de su ausencia, cualquier cosa puede ser un signo del falo. Cabe destacar
que, en este momento de la enseñanza de Lacan, la conceptualización del objeto del
deseo aún se realizaba de acuerdo con un esquema intencional, tal como lo demuestra la
formulación del objeto agalmático, ese objeto de interés privilegiado –objeto de la
159
demanda, aunque esquivo de la misma– “del que no se puede decir qué es” (Lacan,
1960-61, 250). Asimismo, este objeto es entrevisto como complemento fantasmático; y
el problema de la castración, centro de la economía del deseo, se resume, respecto del
Otro, en una pregunta: “¿Cómo es que puede y debe convertirse en algo exactamente
análogo a lo que se puede encontrar en el objeto más inerte, o sea, el objeto del deseo,
a?” (Lacan, 1960-61, 265). El objeto a, en tanto partenaire del fantasma, debe ser
distinguido de lo que luego desarrollaremos como objeto causa, resto caído en la
operación de estructuración del sujeto por el encuentro con el Otro.
Junto a la conceptualización del falo como signo negativizado (-phi), también se
presenta en el seminario 8 otra versión del signo fálico:
“Un signo representa algo para alguien y, a falta de saber qué representa
el signo, el sujeto, ante esta pregunta, cuando aparece el deseo sexual,
pierde al alguien a quien el deseo se dirige, es decir, él mismo.” (Lacan,
1960-61, 249)
8.3 Conclusiones
160
Capítulo 9
El objeto mirada en la enseñanza de J. Lacan II:
Del falo simbólico al objeto a
El falo es un signo que puede tener la función de un velo, pero también un signo
que puede tener la función de un símbolo. Esta es la diferencia entre el falo como
imaginario, que siempre se manifiesta marcado por el punto enigmático de su
negatividad, y el falo simbólico, que en su aparición se manifiesta como presencia real.
Los efectos de la inscripción de la castración en lo imaginario, versiones del pliegue
metonímico, quedan, entonces, subtendidos por un punto de tope que desestabiliza
súbitamente la representación.
161
En el seminario 8, luego de decir que la composición extremadamente minuciosa
de los cuadros manieristas hace sensible lo que, en su momento, se conoció como
análisis estructural, Lacan avanza en la hipótesis de que, en el cuadro de Eros y Psique,
el pintor de las flores no haya sido Zucchi sino algún primo o hermano, dado que la
técnica de su estilo llevó a que ciertos críticos lo relacionaran con otro pintor sobre el
cual quiere llamar la atención: Arcimboldo. La clase es del 19 de abril de 1961, y su
tema principal, articulado con la siguiente clase del seminario, está en dar cuenta de las
respuestas a la manifestación del falo simbólico.
En este capítulo partiremos de la descripción de este último elemento para
avanzar, en los apartados siguientes, hacia la introducción de la noción de objeto a.
10
“Este significante está siempre escondido, siempre velado. Hasta tal punto, por Dios, que les produce
asombro, destacan como una particularidad y casi una acción exorbitante que se vea su forma en algún
rincón de la representación o del arte. Es más que infrecuente, aunque por supuesto ocurre, verlo
intervenir en una cadena jeroglífica” (Lacan, 1960-61, 278).
163
Lacan advierte respecto de que la relación entre el significante fálico y la cadena
significante es una relación de o bien… o bien…, dando cuenta, de este modo, de cuál
sería el efecto de la aparición del falo en otro lugar que su veladura:
“Dejar surgir el falo en su presencia real, ¿no es como para detener toda
la remisión que tiene lugar en la cadena de signos y, más todavía, para
hacer que los signos vuelvan a no sé qué sombra de la nada?” (Lacan,
1960-61, 279)
La presencia no velada del falo en la presencia real se explicita como aquello que
puede aparecer en los intervalos de lo que es protegido por el significante. La
promoción de Lacan de la función del intervalo es para “situar esta presencia real en
alguna parte –y en un registro distinto del de lo imaginario” (Lacan, 1960-61, 296). El
entre-dos del significante no se confunde con la metonimia de la imagen. Tal como lo
muestra la pintura de Arcimboldo, un cambio en la distribución de la mirada y en la
interpretación del pliegue colgante detrás de la acumulación de libros modificaría la
posición izquierda del cuadro revelando una falta de soporte por la cual se caería toda la
pila y, con ella, el rostro figurado.
La existencia de un significante de la falta no quiere decir que haya un
significante que falte. Que haya un significante excluido del significante no implica que
ese significante velado pueda ser repuesto en la forma del significante. El referente del
falo simbólico es la presencia real del deseo como un intervalo antes que como un
vacío. El vacío es la imaginarización de una falta. El vacío sólo puede anoticiarse por la
presencia simbólica de lo que está ausente. La presencia real del falo simbólico nombra
otra estructura formal que la del par presencia-ausencia y este referente sólo es
formalizable de acuerdo con una topología de superficies y agujeros. No obstante, es
oportuno restituir, aunque en un esbozo, que un antecedente de esta topología puede
encontrarse en la influencia topológica del pensamiento heideggeriano (Cf. Malpas,
2006): en el anonadamiento de la significatividad (Bedeutsamkeit) del mundo, según la
célebre descripción de Ser y Tiempo, la aparición “ante los ojos” del objeto supone la
alteración de la estructura de remisiones en que el útil se da a la mano. Del mismo
modo, el falo simbólico como presencia es la puerta de entrada a una topología de
164
cercanías11 y alejamientos, a partir de la introducción del objeto a, cuya fenomenología
es uno de los temas de Lacan en el seminario 10:
11
“Cuando en el cuidado el existente se trae algo a su cercanía, esto no significa un fijar algo a un lugar
del espacio que esté a la menor distancia… ‘en la cercanía’ significa: en el círculo de lo inmediatamente a
la mano avistado. El acercamiento no se orienta por la cosa” (Heidegger, 1927, parágrafo 23).
165
de agujero vendrá a ocupar este mismo espacio de irreductibilidad. De este modo es que
un punto argumental importante en el extracto temporal que suscribimos en esta
introducción del objeto a intenta diferenciar y relacionar el agujero y la falta, del mismo
modo que también podría distinguirse entre la falta, la pérdida y el deseo.
En la clase del 7 de marzo de 1962 del seminario 9, dedicado al tema de la
identificación, Lacan introduce por primera vez, de acuerdo con un uso sistemático, la
figura topológica del toro. A partir de esta introducción, la enseñanza lacaniana
encuentra en la topología una herramienta de formalización de la experiencia clínica o,
mejor dicho, Lacan formaliza con superficies la experiencia topológica en que se
desenvuelve la clínica psicoanalítica. Lo que es preciso articular aquí es que esa
topología también puede leerse en el uso que Lacan hiciera de las obras visuales, esto
es, que el uso lacaniano de las imágenes es un paso necesario en la explicitación de la
estructura topológica de la experiencia analítica.
El toro es una superficie cerrada y orientable, con dos caras y sin bordes. Su
constitución se expresa a partir de un círculo engendrante orientado según un punto
compartido –conectividad es el predicado topológico básico– con un círculo que traza
una directriz. De este modo, al constituirse la superficie tórica, queda delimitado un
espacio interior, un exterior y un agujero. Cada vuelta que circunscribe el espacio
interior puede ser entrevista con un regreso o pasaje por el mismo lugar; de ahí que cada
giro sobre la superficie tórica puede ser descrita según un conteo, por lo que el toro es la
figura unaria por excelencia.
De acuerdo con esta descripción, el toro posee, en su interior, lo que se llama su
“alma”, un espacio vaciado que la demanda recorrerá en su despliegue. Este vacío no
debe confundirse con el agujero del toro. El pliegue infinito de la demanda, en su
relación metonímica con el deseo, no debe solaparse con la presencia del agujero. A
partir de la introducción de esta distinción, la enseñanza de Lacan apunta a intentar la
articulación del vacío y el agujero: la teoría del objeto a, correlativa de la noción
topológica de corte, intentará la sutura de ambos en lo que más adelante llamaremos una
“cicatriz”. Esta marca, que también llamaremos “mancha”, sería de importante
consideración en los desarrollos del seminario 11 y en la descripción del objeto mirada
a partir de la experiencia del cuadro.
En el seminario 9 Lacan define la demanda como un bucle articulado a la
repetición, distinguiendo su circuito del objeto a, en una anticipación que encontraría su
desarrollo acabado en el seminario siguiente:
166
“Este vacío es distinto de lo que está en juego en lo que concierne al a, el
objeto del deseo. El advenimiento constituido por la repetición de la
demanda, el advenimiento metonímico, eso que desliza y es evocado por
el deslizamiento mismo de la repetición de la demanda, a, el objeto del
deseo, no sabría de ningún modo ser evocado aquí en este vacío ceñido
por el bucle de la demanda.” (Lacan, 1961-62, clase del 7 de marzo de
1962)
167
hace de éste ese vacío generador que es el deseo. De este modo, la estructura es
formalizable en dos niveles: el deseo y el goce, el vacío y el agujero. La introducción
del objeto a es un “más acá” del deseo en la enseñanza de Lacan, sostenido en el
propósito de dar cuenta de su causación.
Para avanzar en este derrotero, y en la búsqueda de otras estructuras formales
(además del vacío y la función del velo) consideramos que las dos pinturas de Zurbarán
que Lacan retomó en el seminario 10 –Santa Lucía y Santa Ágata– deben ser analizadas
a un mismo tiempo. Si las considerásemos por separado, de Santa Lucía podría
destacarse, para el caso, la particular forma de su pelo recogido, o la pluma que parece
llevar en la mano escondida y que asoma desde detrás.
Por otra parte, en Santa Ágata podría llamarse la atención sobre su collar perlado,
la austeridad y la dignidad de su mirada, la simplicidad de su figuración. Sin embargo,
por esta vía, desplegando el catálogo metonímico de las formas iconográficas no
avanzaríamos demasiado en el análisis que las convoca a esta altura de la enseñanza
lacaniana. No se haría más que restituir la función agalmática que Lacan busca superar
en este momento de su seminario. En este punto, quisiéramos poner el énfasis sobre el
hecho de que Lacan no hace un análisis exhaustivo de la composición de estas obras. La
propuesta implícita radica, entonces, en que no puede dejar de advertirse que ambas
figuras tienen una composición semejante salvo en la inversión simétrica de la posición,
esto es, puede pensárselas enfrentadas, una a otra, como si de una imagen y su reflejo se
tratara. Entonces, junto a los caracteres pictóricos que distinguen una obra de la otra,
cabría subrayar el papel de la orientación en ambas, encontrando en esta característica
un factor importante a tener en cuenta si recordamos que, en este seminario, Lacan
realiza una nueva lectura del estadio del espejo. En vez de dejarnos atrapar por el rasgo
anecdótico que muestra a ambas mujeres con fragmentos de sus cuerpos en sendas
bandejas, consideramos que en la elección de Lacan de tratarlas al mismo tiempo hay
una razón estructural:
168
nos introducen de ningún modo, en lo que a la mayoría de nosotros se
refiere, en el orden de la angustia.” (Lacan, 1962-63, 177)
El aspecto principal destacado por Lacan en estas pinturas es lo que no puede ser
visto y, en este punto, constituye un antecedente de los planteos sobre lo invisible en el
seminario 11. El espacio imaginario y especularizable es el que tiene la propiedad de ser
orientable; en cambio, la condición del objeto a conlleva una concepción del espacio de
otro orden: una topología, que ya había comenzado a formalizarse en el seminario 9
sobre el modelo del toro –según ya hemos explicado–, y que en este seminario
encuentra un desarrollo complementario en la banda de Moebius y el Cross-cap.
169
el informe”, la versión simplificada del mismo hace participar la relación entre el objeto
a y la función fálica. Dicha relación es formulada por Lacan del modo siguiente:
De este modo, Lacan coloca del lado del sujeto, en la imagen real, el objeto a, y
en la reflexión especular, en el campo del Otro, la inscripción imaginaria de la falta en
la imagen virtual. Esta formulación en términos libidinales ya se presentía en la última
parte del seminario 8, siendo que su formalización más acabada se encontraría,
posteriormente, en el mito de la laminilla del seminario 11 y en el escrito “Posición del
inconsciente”. La función del resto, como la contraparte de la falta, es una herramienta
que también es sensible en el esquema de la división subjetiva de este seminario 10.
Toda división cuenta con un resto inasimilable. Es curioso que Lacan, en esta clase del
28 de noviembre, reniegue de la postura que quisiera ver en su enseñanza dos
momentos. Podría pensarse que la razón obedece a un motivo en la construcción de la
teoría. La explicitación de un pliegue profundo, la elucidación de las condiciones de
posibilidad de una estructura, no plantean una ruptura con lo establecido en un primer
momento. Si bien puede decirse que Lacan no razona siguiendo un esquema lógico-
formal de argumentos encadenados en premisas y conclusiones, deductivamente
relacionados, esto no quiere decir que no formalice su enseñanza con argumentos. El
establecimiento de condiciones de posibilidad, propio de los argumentos trascendentales
–reconocibles en Kant así como en varios autores de la tradición fenomenológica– es
suelo firme del desarrollo lacaniano.
A partir de la introducción del objeto a, la noción metonímica de objeto,
caracterizada desde un punto de vista intencional, es reapropiada en su condición de
producción, y envuelta, por la teoría del corte y del agujero en lo real. La introducción
del objeto a representa la apertura al “piso inferior” de la teoría que permite volver a
causar la teoría de la falta y su inscripción imaginaria. A la teoría del falo, en un piso,
corresponde la explicitación de la teoría del objeto a, como un “piso inferior”. Dada esta
especificación, cabe retomar su exposición en el contexto de la obra de arte visual.
170
En el campo visual, el objeto a no aparece en tanto visible. La presencia del
objeto a se manifiesta, pero no aparece objetivamente. El seminario 10 describe una
fenomenología de la proximidad del objeto a, pero no su aparición; reconstruye su
presencia, pero no por eso lo da a ver. Es interesante advertir el carácter espacial de
varias declinaciones de Lacan, por ejemplo, el objeto al que se apunta, o que está
delante. Al mismo tiempo, ese espacio tiene, a veces, la forma de lo visual. Así, por
ejemplo, el estadio del espejo es la matriz a la que Lacan retorna para articular una de
las principales características del objeto a: no ser especularizable, esto es, no puede
aparecer en el espacio del espejo. En el campo especular, de este objeto, sólo podemos
admitir una cicatriz o sutura.
Finalmente, importa detenerse un momento en la noción de escena que Lacan
promueve en este seminario. Para Lacan, la escena es un develamiento continuo que
acontece de acuerdo a la temporalidad de la historia diacrónica, motivo por el cual une
su idea a la de cosmos y mundo –en este punto acercando su formulación a la aletheia
heideggeriana (Cf. Lutereau, 2011)–. Realizaremos un breve rodeo sobre esta
formulación antes de continuar el argumento.
En su conocido trabajo de 1936, El origen de la obra de arte, Heidegger deja
establecido, de acuerdo a una caracterización simbólica de la obra, que la esencia del
arte es “poner en operación la verdad del ente” (Heidegger, 1936, 63). Los dos rasgos
esenciales de este acontecimiento (del ser obra de la obra) se resumen en la apertura de
un mundo, haciéndolo patente, y, con este develamiento, en el permanecer auto-oculto
en la hechura de la tierra. Para dar cuenta de esta relación, Heidegger comenta una obra
de Van Gogh que tematiza unos viejos zapatones. Van Gogh pintó zapatos en más de
una oportunidad, por lo cual la falta de indicaciones de Heidegger respecto de cuál de
esos motivos es el que promueve su inspiración demuestra no sólo un desinterés ajeno
al detalle con que Lacan remitía a las referencias pictóricas en su seminario. En esta
aproximación a la noción de develamiento, lo que Lacan buscar poner de relieve es un
movimiento hermenéutico que, a partir de este momento de su enseñanza, puede
entreverse en una modificación sustancial de la técnica interpretativa de las imágenes, al
buscar un tope a la proliferación del sentido representado. Así como en el seminario 8
había realizado una disquisición rigurosa de los elementos compositivos de la
representación, a partir de la introducción del objeto a interroga a la imagen no tanto por
lo que muestra objetivamente, y sus capas de sentido, sino por lo que da a ver y lo que,
en ella, permanece invisible. De este modo, la invisibilidad es una categoría legítima de
171
la hermenéutica lacaniana de las imágenes, del mismo modo que el deseo ya no es
promovido hacia una subjetivación sino hacia su objetivación y localización en un
objeto perdido, que no es lo mismo que ausente.
La clase del 20 de noviembre de 1963, clase impar del seminario Los Nombres del
Padre, representa el punto de culminación, de máxima consecuencia de la introducción
de la teoría del objeto a –en el período aquí circunscrito–. No nos detendremos, en este
punto, en una reconstrucción de la teoría del Nombre del Padre en Lacan, dado que
nuestro interés está en extraer las consecuencias metodológicas de este pasaje.
J.-A. Miller ha destacado que el seminario de Los Nombres del padre concluye
una serie que se ordena desde el seminario 9 y se consolida en el seminario 10. El
seminario de Los Nombres del Padre representaría, entonces, la conclusión del trabajo
de estos dos seminarios, uno dedicado al tema de lo Uno, y el otro al tema del Otro, a
aquello que hace que el Otro no sea reducible al Uno, esto es, el objeto a.
“¿Y qué viene a ser ese nombre del Padre en más, en plus? El nombre del
Padre no designa nada más que el poder de la palabra. De tal manera que
los Nombres del Padre, que se pueden buscar, son todos mitos de la
pérdida de goce.” (Miller, 1992, 41)
Testimonia de este recorrido el título mismo del seminario 11: Los 4 conceptos
fundamentales del psicoanálisis. Los nombres de Freud –inconsciente, repetición,
172
transferencia y pulsión– son tomados en el seminario con el propósito de hacerlos pasar
a la perspectiva del concepto. Sin embargo, en el comienzo del seminario 12 Lacan
daría por fallido este intento.12 Los conceptos no se sostienen, la noción de repetición se
desdibuja en tyché y automatón, el inconsciente se superpone al automatón de la
repetición, la transferencia, al mismo tiempo, pone en acto la pulsión, etc.
En este punto, es preciso volver al campo de las imágenes ¿Por qué Lacan toma
una pintura de Caravaggio en el seminario que anticipa la barradura de los nombres de
Freud? Este camino ya se dejaba entrever en el seminario 10 cuando proponía ir “más
allá del complejo de castración”, del extravío que representaría la roca dura freudiana.
La lectura lacaniana del deseo de Freud comienza, a partir de este seminario, un
movimiento que es, a su vez, un más allá de Freud. Entonces, ¿qué es lo que permanece
invisible en El sacrificio de Isaac? Puede decirse, inicialmente, aunque de un modo algo
críptico, que de lo que se trata, en El sacrificio de Isaac, es, nada menos, que del
“sacrificio de Abraham”, esto es, del Padre:
12
“Ya ven por qué vía me decidí a introducir este año, buscando darles su tono, lo que yo llamo
Problemas cruciales para el psicoanálisis. El año pasado hablé de los fundamentos del psicoanálisis.
Hablé de los conceptos que me parecen esenciales para estructurar su experiencia y pudieron ver que en
ninguno de esos niveles se trató de verdaderos conceptos; que no pude hacer que ninguno resistiera, en la
medida en que los hice rigurosos, en el lugar de referente alguno; que siempre, de algún modo el sujeto,
que es quien aporta esos conceptos, está implicado en su discurso mismo; que no puedo hablar de la
apertura o del cierre del inconsciente sin estar implicado, en mi discurso mismo, por esta apertura o este
cierre; que no puedo hablar del reencuentro como constituyente, por su misma falta, del principio de la
repetición, sin tornar inaprensible el punto mismo donde se califica esta repetición”. Clase 2 de diciembre
1964.
13
“Este ángel retiene el brazo de Abraham, y sin el consentimiento del padre Teilhard, sea lo que sea este
ángel, es a título de El Sadday que está allí. Siempre visto tradicionalmente allí. Es sin duda a título de
esto que se desarrolla todo lo patético del drama al que nos arrastra Kierkegaard. Antes de este gesto que
lo retiene, Abraham llegó ahí para algo, Dios le dio un hijo y le dio la orden de traer al pequeño para una
misteriosa cita, atado de pies y manos como un cordero, para sacrificarlo. Antes de conmovernos,
173
Espinal, hay todavía más cosas a derecha e izquierda en el cuadro de Caravaggio, la
cabeza de cordero que introduzco bajo la forma del shofar.”
El sacrificio de Isaac es una pintura que podría caracterizarse por dos rasgos
sobresalientes: el uso enfático de la luz, en un claroscuro organizado desde un foco
lumínico exterior a los personajes, y la gestualidad de estos personajes, en especial el
instante detenido se conserva paradigmáticamente en el rostro de Isaac. Los colores son
atenuados para esta obra, en comparación con la producción anterior del artista. Este no
deja de ser un rasgo significativo, si consideramos la mención que realiza Lacan: ¿en
qué consiste la alusión al shofar, subrayando la presencia del carnero? Pareciera que
Lacan busca en la imagen algo más que una presencia visual. Consideramos que no es
un detalle menor que Lacan utilizara la segunda versión del sacrificio que hiciera
Caravaggio, es decir, la de 1603, siendo que hay una primera versión del mismo tema,
fechada en 1596. Esta primera versión se caracteriza por una profunda oscuridad y una
luz lateral que embiste a los personajes desde detrás, la orientación de la pintura es
inversa, la túnica de Abraham recarga los pliegues intensos de un rojo intenso. La cara
de Isaac permanece impávida, como escrutando celosamente la conversación de su
padre y el ángel, casi en el pedido de que la historia continúe. Es notable, en este punto,
la diferencia entre una pintura y su doble: Lacan eligió una pintura que aún acontece en
el tiempo, que repone en la boca abierta de Isaac la contorsión de los músculos. Es el
instante del temblor lo que llama su atención en esta pintura de Caravaggio y lo que hay
que investigar para entender lo que permanece velado en la alusión al shofar.
En el seminario 10 Lacan ya había presentado la función de la voz en tanto “lo
que ocurre cuando el significante no está únicamente articulado… sino que es emitido y
vocalizado” (Lacan, 1962-63, 270). Al mismo tiempo, ponía sobre aviso de no
confundir este plano con el de la fonemización, dado que este campo se encuentra
regido por oposiciones. Es en este punto que Lacan presenta al shofar también
remitiendo a las campanas del Nô japonés, y otros objetos resonantes, siendo que lo que
busca poner al descubierto es una “función muy particular, de precipitación y de
ligazón” (Lacan, 1962-63, 270). Luego de presentar la condición de separabilidad del
objeto voz, Lacan formula que “para orientarnos, tenemos que situar lo nuevo que
introduje respecto al piso articulado anteriormente, que concernía a la función del ojo en
podríamos recordar que, hacer el sacrificio de un pequeño hijo al Elohim era algo corriente en aquella
época. Esto ha continuando hasta tan tardíamente que fue necesario, para que esto cesara, que el ángel y
los profetas detuvieran a los israelitas para que no volviesen a hacerlo”.
174
la estructura del deseo” (Lacan, 1962-63, 272). De este modo, el análisis que se busque
realizar del Sacrificio de Isaac debe poner en relación la mirada y el objeto voz, como si
de dos pisos se tratara, teniendo en cuenta que:
Quiere decir esto, entonces, que hay un índice del funcionamiento de la voz que
puede leerse en el campo visual. Este intrincamiento es lo que Lacan intentó formalizar
en el Seminario Los nombres del Padre:
“Ahora bien, esta cabeza de cordero con los cuernos enredados en una
maraña de espinas que lo detiene, ese lugar de la maraña de espinas,
quisiera comentárselos. El texto mismo hace sentir que se precipita sobre
el lugar del sacrificio. ¿De qué viene ávidamente a reponerse cuando
aquél cuyo nombre que es impronunciable lo designa, a él, para el
sacrificio?”
175
de las apariencias, que es la cuna de las cosas.” (Merleau-Ponty, 1964,
53)
El objeto voz es la cuna desde la cual se abre el campo visual. Sin embargo, la
vibración en el temblor invocante es sólo un aspecto del aparecer de los objetos,
también es preciso prestar atención a lo que en ellos permanece invisible. Hacia este
propósito corresponde encauzar el paso siguiente..
“En otras palabras, el objeto a vale como el fracaso del Nombre del
padre, en la medida en que el Nombre del padre es el operador mayor de
la simbolización […]. Decir que este objeto a no es nombrable es solo
repetir de otra forma el motivo por el que Lacan lo presenta en este
seminario, a saber, que el objeto a es irreductible a la simbolización.”
(Miller, 2007, 110)
176
Por otra parte, hay una consecuencia añadida a esta introducción del objeto a en la
doctrina que es preciso subrayar antes de comenzar con la exposición de los argumentos
del seminario 11. Hasta el seminario 10, la conceptualización del cuerpo era entendida
especialmente en términos especulares. La introducción del objeto a hace del organismo
una estructura diferente a la totalidad pregnante provista por el espejo. El cuerpo
atravesado por la operación de caída del objeto a es un cuerpo de límites difusos, en
conexión topológica con el espacio circundante, un cuerpo abierto al encastre y al
contacto. Al mismo tiempo, la noción de objeto a obliga a una concepción distinta de la
contemplación estética; a partir de su apertura el organismo enlaza en la obra como en
su propia carne. Este aspecto es el que hemos intentado articular para el objeto voz en el
apartado anterior.
Esta misma intuición acerca de la estructura abierta de la corporalidad puede
encontrarse en los estudios tardíos de M. Merleau-Ponty. Dado que nuestro propósito es
elucidar la estructura que Lacan llama “dar a ver” y la función de mancha inherente a
esta estructura, realizaremos un rodeo introductorio por la articulación merleau-
pontyana de la visibilidad, justificando esta decisión en la interlocución conceptual que
hubo entre ambos pensadores. Es esta estructura de reversibilidad la que Lacan encontró
como un modelo privilegiado para su elaboración del campo escópico en la función del
cuadro. Es notable la cercanía que las descripciones de Merleau-Ponty sobre la
corporalidad encuentran con los agujeros corporales ya entrevistos por Lacan desde el
seminario 10:
177
no expresa otra cosa sino que “somos seres mirados en el espectáculo del mundo”
(Lacan, 1964, 82).
En el seminario 11, Lacan tematiza el objeto a como mirada en un conjunto de
cuatro clases. El desarrollo de estas clases se encuentra subtendido por la interlocución
con la, entonces reciente, publicación del libro póstumo de Merleau-Ponty Lo visible y
lo invisible. Las propuestas de ambos pensadores, Lacan y Merleau, afortunadamente se
encuentran en un motivo específico: la inspiración topológica.
En la clase del 19 de febrero de 1964, Lacan presenta el campo escópico a partir
de la esquizia del ojo y la mirada:
“La base de la función del deseo es, en un estilo y una forma que se
tienen que precisar cada vez, este objeto central a, en la medida en que
está, no sólo separado, sino siempre elidido, en otro lugar que allí donde
soporta el deseo, y sin embargo en relación profunda con él. Este carácter
elusivo no es en ningún otro lugar más manifiesto que en el nivel de la
función del ojo.” (Lacan, 1962-63, 274)
178
Sin embargo, el carácter específico del seminario 11 radica en situar del modo
más acabado la estructura a la que responden ambos aspectos: la función de la mancha
se consolida en los “peldaños de la constitución del mundo en el campo escópico”
(Lacan, 1964, 82). La estructura del mundo visible se organiza en la composición de un
punto ciego y una mancha. Por su parte, el hueco de la mirada en que se constituye el
punto ciego de la vista es explicitado por Lacan como “el efecto pacificante, apolíneo de
la pintura. Algo es dado, no tanto a la mirada, sino al ojo, algo que comporta un
abandono, un depósito de la mirada” (Lacan, 1964, 82).
En el dar a ver se define lo propio y lo esencial de la satisfacción escópica, cuya
eficacia se verifica en la reducción del objeto a a un punto luminoso envanescente que
“deja al sujeto en la ignorancia de lo que está más allá de la apariencia” (Lacan, 1964,
82). Lo invisible, que Merleau-Ponty planteara en términos ontológicos, como el
esquema metafísico de la carne que subtiende al vidente-visible, en Lacan se resuelve
por la vía del objeto a y el escotoma. En la clase del 26 de febrero de 1964, Lacan
introduce la noción de escotoma para esquematizar el modo en que “la mirada, en
cuanto el sujeto intenta acomodarse a ella, se convierte en ese objeto puntiforme, ese
punto de ser evanescente, con que el sujeto confunde su propio desvanecimiento”
(Lacan, 1964, 90). Este desvanecimiento es explicitado por Lacan de un modo distinto
al que entreviera Sartre en su analítica de El Ser y la nada. Sartre entiende que en la
relación con el Otro, la mirada es anonadada en la donación objetiva de su cuerpo como
un “en-sí”:
“En tanto estoy bajo la mirada, escribe Sartre, y si veo el ojo, ya no veo
el ojo que me mira, y si veo el ojo, entonces desaparece la mirada.”
(Lacan, 1964, 91)
179
“La mirada se ve”, afirma Lacan (Lacan, 1964, 92). Para dar cuenta de esta
presencia en el campo escópico, aunque escotomizada, Lacan desarrolla una lectura del
fenómeno de la anamorfosis, al analizar el cuadro de H. Holbein Los embajadores.
La pintura de H Holbein es comentada por Lacan como la fuente de la cual extraer
un saber aplicable a toda obra de arte: la función cuadro.
180
cóncavo de reflexión, o no. Es notorio que Lacan está desarrollando su argumento
teniendo en mente la articulación de la técnica artística. Sin embargo, el concepto
específico del psicoanálisis del que busca dar cuenta en el recurso a esta técnica, se
formula en la siguiente pregunta:
“Todo esto nos hace ver que en el propio ámbito de la época en que se
delinea el sujeto y en que se busca la óptica geometral, Holbein hace
visible algo que es, sencillamente, el sujeto como anonadado –anonadado
en una forma que, a decir verdad, es la encarnación ilustrada del menos fi
de la castración.” (Lacan, 1964, 95)
14
En una respuesta a M. Safouan, respecto de si más allá de la apariencia está la falta o la mirada, Lacan
afirma “El objeto a… vale como símbolo de la falta, es decir, del falo”. Entendemos que en esta respuesta
están articuladas las tres dimensiones: el objeto, el falo imaginario, el falo como símbolo. Por eso, en la
misma respuesta Lacan puede escribir el falo simbólico con un menos adelante.
182
demostraremos en el análisis de Las Meninas de Velázquez. Siempre estamos dentro del
cuadro, recortados en una escena.
La clase del 11 de marzo de 1964, titulada “¿Qué es un cuadro?” es el último
eslabón de este recorrido, dando, a su vez, el punto de capitón a todos los desarrollos
anteriores de la obra con la introducción de la noción de objeto a. De acuerdo con esta
exposición, esta clase demuestra que el desarrollo de la teoría psicoanalítica lacaniana, a
partir del seminario 8, culmina en una “teoría estética”:
183
Capítulo 10
El objeto mirada en la enseñanza de J. Lacan III:
Mirada y representación
184
foucaultiano de Las Meninas (complementados con su estudio sobre la pintura de
Magritte); por último, consideraremos la lectura lacaniana del seminario 13.
10.1 La representación
“A principios del siglo XVII –sostiene M. Foucault en Las palabras y las cosas– en
este período que equivocada o correctamente ha sido llamado Barroco, el pensamiento
deja de moverse dentro del elemento de la semejanza. La similitud ya no es la forma del
saber, sino más bien, la ocasión del error, el peligro al que uno se expone cuando no se
examina el lugar mal iluminado de las confusiones […]. La época de lo semejante está
en vías de cerrarse sobre sí misma. No deja, detrás de sí, más que juegos. Juegos cuyos
poderes de encantamiento surgen de este nuevo parentesco entre la semejanza y la
ilusión; por todas partes se dibujan las quimeras de la similitud, pero se sabe que son
quimeras” (Foucault, 1966, 57-58).
Para la episteme15 del Siglo XVI, el mundo conformaba un espacio cerrado, “una
cadena consigo mismo” (Foucault, 1966, 57-58), a cuyo conocimiento se accedía por la
vía del establecimiento de semejanzas. Así, el mundo quedaba abierto en una imitación
indefinida, cuyo potencial más concreto se encuentra en la analogía: la relación de los
astros con el cielo se asemejaba a la de la hierba con la tierra, o un vegetal era un animal
invertido. Aunque cerrado, el mundo estaba ofrecido a una duplicación permanente, a
un frenesí especular. Tal el resurgimiento en el Renacimiento de la categoría de
Microcosmos:
En esta experiencia del mundo, en el que la adivinación participa como una forma
de conocimiento facilitado, en el que lo invisible no es más que el reverso análogo de lo
visible, el lenguaje ocupa una posición particular, en cuanto signo favorito de la cosa.
15
“Por episteme se entiende […] el conjunto de las relaciones que pueden unir, en una época
determinada, las prácticas discursivas que dan lugar a unas figuras epistemológicas, a unas ciencias,
eventualmente a unos sistemas formalizados” (Foucault, 1969, 322).
185
La articulación entre ambos elementos es la interpretación, el mundo es conocido en su
desciframiento, al mundo se accede por la resolución del algoritmo del lenguaje:
Entonces, el lenguaje es una cosa entre las cosas; depositado en el mundo forma
parte de él, lejos aún de cualquier sistema independiente de signos arbitrarios.
La época clásica desanda el lazo entre las palabras y las cosas con el advenimiento
de la Representación:
“En los siglos XVII y XVIII la existencia propia del lenguaje, su vieja
solidez de cosa inscrita en el mundo, se había disuelto en el
funcionamiento de la representación; todo lenguaje valía como discurso.”
(Foucault, 1966, 40)
A la disciplina del comentario, le sucede la crítica. Por ejemplo, en sus Reglas para
la dirección del espíritu (1628), Descartes reniega del uso de la semejanza, ya que
fuerza a atribuir a una de las cosas semejantes algún rasgo que sólo pertenece a la otra.
El pensamiento clásico refrenda el advenimiento del orden, del espacio organizado a
partir de identidad y diferencia:
186
“En la época clásica, el servirse de estos signos no es ya como en los
siglos precedentes, un ensayo de encontrar por debajo de ellos el texto
primitivo de un discurso tenido, y retenido, para siempre; es el intento de
descubrir el lenguaje arbitrario que autorizará el despliegue de la
naturaleza en su espacio, los términos últimos de su análisis y las leyes
de su composición.” (Foucault, 1966, 69)
“Lo que el análisis aporta es que el sujeto no habla para decir sus
pensamientos; que no existe el mundo, el reflejo intencional o
significativo, en ningún grado que sea, ese personaje grotesco e
infatuado, que estaría en el centro del mundo predestinado a dar de él su
reflejo.” (Lacan, 1964-65, clase del 6 de enero)
187
de significación, sino de la producción de un efecto. La representación del sujeto
encuentra su verdad en la decantación de un sentido no representacional.
Por otro lado, el problema de la representación es tomado desde un punto de vista
topológico, de acuerdo con la figura introducida en este seminario: la botella de Klein.
Con este modelo topológico Lacan busca despejar la idea de semejanza, tal como ésta es
retomada en la figura de la doble esfera y la relación Macrocosmos/Microcosmos:
188
en el seminario 12, frente al esquema de la representación, Lacan propone la lógica por
la cual “la falta viene al ser” (Lacan, 1964-65, clase del 6 de enero). Antes que una
significación, el pas de sens “no quiere decir ni absurdo ni insensato; no-sentido, él es lo
que hay de más positivo” (Lacan, 1964-65, clase del 6 de enero). El psicoanálisis se
despliega en el límite de la semejanza y de la representación, buscando la positivización
de una falta en una topología del agujero.
189
sólo éste funciona con toda honradez y dejar ver lo que debe mostrar.”
(Foucault, 1966, 16)
Sin embargo, dicho espejo, en el que aparecen las figuras de lo reyes, nadie lo ve.
Curiosamente, este espejo “no refleja nada, en efecto, de todo lo que se encuentra en el
mismo espacio que él” (Foucault, 1966, 17). Si bien era una tradición en la pintura
holandesa que los espejos representaran, en una duplicación, lo que se daba en el
cuadro, aunque de forma modificada –como en El matrimonio Arnolfini, de Van Eyck–,
en Las Meninas, el espejo también pasa a funcionar como una representación hurtada:
16
“Quizá haya, en este cuadro de Velázquez, una representación de la representación clásica y la
definición del espacio que ella abre. En efecto, intenta representar todos sus elementos, con sus imágenes,
las miradas a las que se ofrece, los rostros que hace visibles, los gestos que la hacen nacer. Pero allí, en
esta dispersión que aquella recoge y despliega en conjunto, se señala imperiosamente, por doquier, un
vacío esencial: la desaparición necesaria de lo que la fundamenta” (Foucault, 1966, 25).
190
enunciado no podría ser contradictorio, dado que la contradicción es una relación entre
dos enunciados, y en la pintura sólo hay uno. Entonces cabría la pregunta por su verdad,
o falsedad, dado que su referente no lo verifica. Sin embargo, esta segunda pregunta no
hace más que despertar un interrogante mucho más desesperado: ¿qué es ese dibujo?, ya
que “toda la función de un dibujo tan esquemático […] radica en dejar aparecer sin
equívocos ni vacilaciones lo que representa” (Foucault, 1968, 32). Pero, al mismo
tiempo, ese dibujo “no reenvía como una flecha o un dedo índice apuntando a una
determinada pipa que estaría más lejos, o en otro lugar; es una pipa” (Foucault, 1968,
32). En este punto retorna la pregunta inicial, aunque con cierto fastidio, ¿qué se
propone Magritte?
Para Foucault, la obra de Magritte debe ser entrevista como un caligrama, que
“convierte al dibujo en el delgado envoltorio que hay que dejar agujerear para seguir,
palabra a palabra, el devanado de su texto intestino” (Foucault, 1968, 33). Esta es la
operación que –en un capítulo anterior– hemos propuesto, a su vez, para entender la
obra de Arcimboldo. Un caligrama se sirve de sus elementos descontando su propiedad
significativa, atendiendo a su carácter lineal y, a un tiempo, espacial. Por eso, Foucault
suscribe que también el caligrama es una forma de alegoría, dada su vacuidad
intencional. La escena del cuadro de Magritte se sostiene como un acto de escritura
antes que de significación, “para el que lo contempla, el caligrama no dice, todavía no
puede decir: esto es una flor, esto es un pájaro; todavía está demasiado preso en la
forma” (Foucault, 1968, 38). Esa forma debe ser descifrada, y lo esencial en su
descifrado es la potencialidad de remisiones que engendra: Foucault lee el cuadro de
Magritte deslindando las distintas versiones del demostrativo en la frase (esto),
desplegando un juego de espejos donde la significación no puede ser detenida. Su
análisis sólo alcanza un descanso cuando se detiene sobre el espacio vaciado, que en el
dibujo de Magritte separa el texto y la figura. Esa delgada franja, “incolora y neutra […]
hay que verla como un hueco” (Foucault, 1968, 42). En este punto, Foucault remite a la
última versión del cuadro (que sobre el dibujo de un bastidor con una pipa y la frase,
coloca el dibujo de otra pipa, sin soporte, casi inmaterial), entendiendo en este hueco el
espacio generador de las negaciones que el demostrativo pusiera en forma:
“[E]sto no es una pipa, sino el dibujo de una pipa; esto no es una pipa,
sino una frase que dice que es una pipa; la frase ‘esto no es una pipa’ no
es una pipa; en la frase ‘esto no es una pipa’ esto no es una pipa; este
191
cuadro, esta frase escrita, este dibujo de una pipa, todo esto no es una
pipa.” (Foucault, 1968, 44)
La objetividad visual también es una superficie, cuya clave debe ser entrevista en
los aspectos formales de su constitución. Lo visible, como representación, es una forma
a ser descifrada como un laberinto. La imagen, en tanto representación visual, se
identifica con la constelación formal que la soporta y configura:
17
Para Foucault, según el esquema expuesto en Las palabras y las cosas, Magritte disoció la similitud de
la semejanza, poniendo en acción aquella contra ésta. “Lo similar se desarrolla en series que no poseen ni
comienzo ni fin […] la similitud sirve a la repetición que corre a través de ella” (Foucault, 1968, 64).
Entendemos que la similitud, sostén del orden del caligrama, indica la proliferación metonímica del
significante. Esto es lo que puede verse en otra obra de Magritte, La representación (1962), en la que la
relación lateral de similitud desanda cualquier referencia exterior a un modelo. En la similitud, al igual
que en el orden significante, la pregunta por el referente, u original, es expulsada en la negatividad de la
articulación.
192
“[D]e manera que de cualquier modo que manipulemos la relación de la
imagen al objeto, resulta que es muy necesario que haya en alguna parte
este famoso sujeto que unifica la configuración, la constelación, para
limitarla a algunos puntos brillantes, que, en alguna parte, unifica ese
algo en lo que ella consiste.”
193
a retomar la distinción de los dos tipos de puntos, aunque, esta vez, desarrollándolos de
acuerdo a posiciones del sujeto:
Este segundo plano, en tanto plano distinto del punto de fuga metonímico, Lacan
propone sea considerado como el punto donde debe buscarse el objeto a. Este segundo
punto sujeto también es descrito por Lacan como “una distancia”, respecto de la que hay
que ubicarse para acceder a la mirada del cuadro. “La distancia se inscribe pues en la
estructura”. Este punto de acceso a la mirada, ausencia intrínseca al campo de visión,
determina a su vez la perspectiva. A decir verdad, esta distancia, más que una ausencia
es “un intervalo no marcado”, en el que se destaca la intersección entre la mirada de la
pintura y la del sujeto. Respecto de este último puede decirse que “su mirada cae, la
deposita en el intervalo buscado por el pintor, para estar completamente bajo la mirada
del artista que supo calmar su ardor” (Vinciguerra, 2006, 158). Este mismo argumento
es el que permite explicar por qué Lacan afirma que en la función cuadro el sujeto
deviene habitante de la escena. Sólo bastaría entender que es habitante del cuadro…
bajo la mirada del pintor. Luego de esta consideración Lacan comienza su análisis de
Las Meninas.
Una de las primeras precisiones que Lacan formula está en subrayar algo que el
análisis foucaultiano de la obra habría “elidido”:
“Es, en efecto, el punto alrededor del cual importa hacer girar todo el
valor, toda la función de este cuadro.”
194
esta consecuencia, luego de señalar los puntos relevantes del análisis lacaniano de Las
Meninas:
“Acá el personaje que ven enmarcarse en una puerta con fondo de luz, es
el punto muy preciso donde concurren las líneas de perspectiva, es un
punto más o menos situado según las líneas que se trazan entre las
figuras de este personaje –hay ligeras fluctuaciones de recortes que se
producen.”
195
el corazón mismo de todo lo que aparece, de todo lo que es Scheinen
para retomar la que está en el texto de Heidegger, una especie de
mitología, que es, justamente, aquella sobre la cual reposa la idea misma
de la idea que es la Idea del Bien, aquella donde está, donde se encuentra
la intensidad misma de la realidad de la consistencia y de donde, de
alguna manera, emanan todas las envolturas, que ya no serán, al fin de
cuentas, sino envolturas del ilusiones crecientes de representaciones,
siempre de representaciones.”
“Ahí está el punto pivote a partir del cual tenemos que si queremos dar
cuenta de los términos mínimos que intervienen en nuestra experiencia
como connotados por el término escópico y ahí desde luego no tenemos
que ver sino con el recuerdo encubridor, tenemos que ver con ese algo
que se llama el fantasma, tenemos que ver con ese término que Freud
llama, no representación, sino representante de la representación.”
La noción de pantalla permite integrar la función del cuadro con otros fenómenos
específicos de la experiencia analítica, como el recuerdo encubridor, el fantasma, y
podríamos agregar el sueño, si consideramos, por ejemplo, el análisis freudiano del
sueño del Hombre de los lobos, donde podría verse a Freud como un interrogador
denodado de la función de la pantalla. Un cuadro es una pantalla, una retícula y un
aparecer, siendo que su interrogación no sólo estará cernida a los elementos
significantes que lo constituyen, sino también a la posición del sujeto en la misma.
Piénsese, para el caso, en los recuerdos encubridores que suelen hacer notable que el
sujeto pueda reconocerse en la mirada que le permite verse en una escena infantil de un
196
modo hipernítido. La propuesta lacaniana no redime un formalismo de la imagen, sino
que también interroga el aporte que la función escópica desarrolla en el cuadro. Para un
análisis pictórico, esta función no puede ser rehabilitada sin considerar la participación
del espectador en la obra de arte. No quiere decir esto que de la teoría de Lacan se
desprenda una estética de la recepción; se trata aquí de un aporte irreductible de la
versión lacaniana de la obra de arte, dado que la función del sujeto en la mirada es una
contribución que no mienta al espectador en tanto persona, sino en tanto “habitante del
cuadro”:
La clase del 25 de mayo de 1966 comienza realizando una distinción propicia para
especificar el recorrido que venimos realizando en este capítulo: “La relación del cuadro
al sujeto es fundamentalmente diferente de aquella del espejo”. En esta tercera parte de
la tesis, hemos comenzado con una lectura de los modelos del registro imaginario en
Lacan (Cf. Capítulo 8). En un primer momento, dicho registro se determinó como
197
idéntico al fenómeno especular, entendiendo la imagen, primero, como Gestalt, y,
luego, de acuerdo con el modelo de la negatividad sartreana. La introducción del objeto
a llevó, entonces, a modificar esa apreciación, aportando al campo de lo especular lo no
especularizable. A partir de este punto, la noción de imagen se complejizó aún más: la
imagen no sólo es soporte de una falta y su veladura, sino también sustrato de un real
figurado como una cicatriz o, para terminar de decirlo con Lacan, una huella. Por eso el
cuadro no es el espejo, aunque el cuadro sí sea una determinación de la imagen. En esta
clase del seminario 13, Lacan busca circunscribir de modo definitivo el estatuto del
objeto mirada en esa imagen que es el cuadro de Las Meninas:
“Estas dos ranuras paralelas, este intervalo, este eje que constituye este
intervalo, para rematar a la terminología barroca de George Desargue,
ahí y solamente ahí está el Dasein. Es por esto que se puede decir que
Velázquez, el pintor, porque es un verdadero pintor, no está, entonces,
ahí para traficar su Dasein, si puedo decir la diferencia entre la buena y
la mala pintura, entre la buena y la mala concepción del mundo, es que,
al igual que los malos pintores, nunca hacen sino su propio retrato en
cualquier retrato que hagan y que la mala concepción del mundo, ve en el
mundo, el macrocosmos del microcosmos.”
198
jeroglífico –en la Traumdeutung–, cuando, según el significado que el término tiene
para la historia de la pintura alemana, hubiera correspondido decir anamorfosis. Todo
cuadro es anamórfico, de ahí que la pregunta por la representación esté fuera de juego
de inicio. La Vexierbild también podría haber sido traducida, literalmente, como imagen
vejadora, de tormento y agitación, de goce; o bien, imagen barroca.
199
En la clase que venimos comentando, a partir de considerar el carácter plano del
espejo que está suspendido en el fondo de la habitación del cuadro, Lacan reintroduce
su formulación del estadio del espejo:
Que la mayoría de las figuras miren hacia fuera del cuadro, y la presencia de este
espejo plano, conducen a Lacan a retomar la distinción entre imagen real e imagen
virtual, que hemos planteado precedentemente, destacando el papel de la infanta
Margarita. La infanta no sólo es la figura central de la composición, sino que también
convoca en su vestido la tensión reflejada del foco luminoso. La luz descarnada que se
concentra en el borde del bastidor, por una operación reflexiva, regresa, a mitad de
camino respecto del punto de fuga de la puerta, en el vestido de la infanta, abultándose
como un velo. La luz dorada se refugia, en el entre de la luz cruda del bastidor y la
luminosidad de la puerta abierta, como en un intervalo. De este modo es que Lacan
propone a la pequeña infanta como signo del falo, dado su reflejo en al campo del Otro
y el carácter de pliegue o hendidura que porta en la volanta de su vestido –no se debe
olvidar el armazón hueco que la soporta–. Al igual que en el análisis sobre Psique, el
cuerpo femenino es privilegiado en la ecuación fálica. En consecuencia, en la obra
visual trabajada en el seminario 13, quedan articulados los tres componentes de la
estructura que Lacan formalizó en los años precedentes: el objeto a, el falo imaginario,
el falo como símbolo. No puede sorprender a nadie que en la clase del 1 de junio de
1966 Lacan realice un largo excursus sobre su método, sobre el valor de su forma de
exponer y argumentar. Luego de nombrar, una vez más, el retorno a Freud, afirma:
“Repensar, ese es mi método”. Por nuestra parte, no otra cosa hemos intentado hacer en
200
esta parte de la tesis, que, sin embargo, deja planteadas una serie de preguntas: dado que
la elaboración teórica que hace Lacan del objeto mirada no puede ser separada del
método argumentativo, basado en fenómenos visuales (imágenes pictóricas), ¿en qué
sentido Lacan extiende las fronteras de la fenomenología? Por otro lado, ¿cómo plantear
distinciones clínicas en los aportes propuestos? Acaso, ¿es indistinto hablar de
“pantalla”, “velo” y “escena” como si fueran sinónimos? ¿No podrían proponerse
fundamentaciones de estos términos en estructuras formales sirvan para la experiencia?
La primera pregunta la retomaremos en el capítulo siguiente, con el cual concluirá la
tercera parte. La segunda parte será el motivo de la cuarta parte de la tesis.
201
Capítulo 11
La mirada como “fenómeno saturado”:
Un nuevo recurso a la fenomenología
202
En este capítulo conclusivo de esta tercera parte, realizaremos un balance de los
resultados obtenido a partir de la comparación de los desarrollos de Lacan sobre la
mirada con la propuesta de Jean-Luc Marion acerca de los “fenómenos saturados”.
A pesar de su relativa contemporaneidad, Jean-Luc Marion y Jacques Lacan no
tuvieron un intercambio intelectual explícito del que pudiera quedar algún rastro
documentado. Nunca se han citado; ni se encuentran referencias laterales que pudieran
suponer un interés recíproco. Es evidente que este hecho se deba a que la muerte de
Lacan precedió en muchos años el desarrollo de los libros más importantes de Marion.
No obstante, más allá de Lacan, es sorprendente que no haya habido un interés
semejante entre los más notables discípulos lacanianos. Es posible que el trasfondo
teológico de la fenomenología de Marion sea un motivo de este distanciamiento.
Aunque también cabría argüir un contra-motivo similar: es posible que la concepción
ordinaria del psicoanálisis como una práctica de dudosa fundamentación filosófica –si
bien Marion no propone en absoluto un proyecto fundacionalista para filosofía– haya
motivado que aquél nunca se haya explayado concienzudamente acerca del psicoanálisis
y su impacto en diversas cuestiones: el sujeto, el inconsciente, etc.
En este capítulo de conclusiones nos proponemos un intento de aproximación de
ambos autores, en función de un tema específico: el fenómeno de la mirada. Si bien la
noción de mirada tiene un alcance específico en la obra de Lacan –y no en la de
Marion–, en sentido amplio utilizamos el término como un modo de describir una
determinada experiencia que, consideramos, tanto Marion como Lacan han intentado
describir. En ambos casos, el hilo conductor se encuentra en la noción de cuadro, que
Marion utiliza como eje principal en la introducción de los que llama “fenómenos
saturados”. En el caso de Lacan, el cuadro es el motivo capital de su descripción de la
mirada.
203
desarrollar una nueva definición de fenómeno, ya no como objeto u ente, sino como
dado.
A partir de esclarecer el papel fundamental de la reducción en el acceso a la
fenomenalidad –al punto de considerar a aquella, en su correlación con la donación, el
principio capital de la fenomenología– Marion destaca que la reducción de la
fenomenalidad a la donación tiene como testimonio paradigmático la descripción de
ciertos fenómenos excepcionales, caracterizados por el exceso de intuición. Marion
llama a estos fenómenos “saturados” o “paradojas”. Esta orientación se presenta como
crítica de la concepción husserliana de la donación, que sometía todo fenómeno a un
horizonte de aparición y un sujeto constituyente.
Según Marion la fenomenología husserliana –que en La idea de la fenomenología
(1907) había subrayado la duplicidad del término “fenómeno”, designando a un tiempo
el “aparecer” y “lo que aparece”– permanece hipotecada en “el paradigma ininterrogado
de la objetividad” (Marion, 1997, 50). Este paradigma se expresa en diversos pares
correlativos y articulados: intención/intuición; significación/planificación;
nóesis/nóema; etc. Así, por ejemplo, la intención sobrepasa la donación intuitiva, que
debe ser completada con intenciones vacías y apresentaciones. Por eso Marion remite a
una “penuria” (Marion, 1997, 265) de la intuición cuando ésta es sometida a la
objetivación.
Confrontando este paradigma, en busca de hacer aparecer la donación en el
pliegue de lo dado, Marion presenta el caso del cuadro:
El cuadro sirve como fenómeno que permite dar cuenta de una reducción a lo dado
que no se confunde con la objetividad. En primer lugar, el cuadro no se reduce a su
soporte material; en todo caso, el objeto estético aparece a pesar de sus condiciones
materiales (esto es incluso evidente en el caso extremo de un ready-made, cuya
presentación estética muestra otra cosa más que un objeto de uso cotidiano).
204
En segundo lugar, el cuadro escapa a las determinaciones utilitarias: se manifiesta
a partir de sí mismo, dado que “escapa al estatuto del útil, porque, en última instancia,
no sirve a ningún manejo” (Marion, 1997, 65). Este aspecto es extensible a la
representación del cuadro, ya que –más allá de que la obra sea figurativa o no– el
cuadro da a ver algo, antes que manifestarse objetivamente; en él “no hay nada para ver,
sino la visión en su puro y simple surgimiento” (Marion, 1997, 67). El fenómeno
estético se caracteriza por “mostrar”, más allá de su estatuto figurativo; asimismo, la
distinción entre obra de arte y objeto utilitario puede ser reconducida a varios otros
autores de la tradición fenomenológica.
En función de lo anterior puede precisarse un tercer aspecto de la manifestación
privilegiada que pone en acto el fenómeno del cuadro para una concepción de la
donación: el cuadro no es; o, mejor dicho, es una nada:
Dicho de otro modo, “el cuadro no es visible, sino que otorga visibilidad”
(Marion, 1997, 77). Reducido a la donación, el cuadro es un fenómeno privilegiado para
dar cuenta de “el efecto, el surgimiento, la precedencia del acto de darse” (Marion,
1997, 77).
La obra de arte es un fenómeno cuya posición de existencia debe ser suspendida,
como condición para que en su aparición estética pueda manifestar un mundo, dando a
ver, antes que nada, su propia apariencia. El estatuto del fenómeno como representación
indicaría menos su referencia a un objeto que el modo en que hace visible esa aparición.
De este modo, siguiendo el hilo conductor del cuadro, Marion define al fenómeno
saturado –de acuerdo a las categorías del entendimiento definidas por Kant, aunque en
contraposición– como inabarcable (según la cantidad), insoportable o insostenible
(según la cualidad), absoluto (según la relación), inmirable (según la modalidad). En
resumidas cuentas, el fenómeno saturado es un “fenómeno incondicionado (por su
horizonte) e irreductible (a un Yo)” (Marion, 1997, 265).
Por esta vía, el fenómeno saturado “abre” el campo de la fenomenalidad,
desafiando no sólo el tradicional esquema hylemórfico, sino que también cuestiona la
noción de un Yo constituyente, cuya aprehensión intencional queda subvertida en un
205
efecto que lo constituye, en una inversión de la intencionalidad que se expone como
“efecto” de la correlación de aprehensión, en una suerte de “contra-experiencia”
(Marion, 1997, 300).
Como caso del carácter inabarcable del fenómeno saturado, Marion recurre a la
consideración del cuadro cubista, cuya simultaneidad de partes no es componible en una
unidad sintética, presentando siempre un exceso de exposición frente la idea de su
referente. En tanto insoportable o insostenible, es el caso del artista que pinta la luz el
que menciona Marion, que demuestra “la imposibilidad de mantenerlo [el cuadro] en el
horizonte de lo visible” (Marion, 1997, 288). Un objeto estético no se presenta jamás
para ser interrogado según sus perfiles, ampliado en intenciones vacías que requieren de
eventuales plenificaciones, defraudaciones, etc. En este sentido, podría decirse que toda
pintura tiende a enceguecer, en la medida en que busca causar el asombro del
espectador.
Absoluto, según la relación, el fenómeno saturado se sustrae a toda analogía de la
experiencia, libre de toda experiencia objetiva ya comprendida. En este sentido, Marion
continúa un designio kantiano que sostiene la ejemplaridad de la obra de arte –que no
sólo da que pensar, en cuanto símbolo estético–, sino que también se presenta como
incondicionada respecto de sus precedentes.
Por último, según la modalidad, el fenómeno saturado es inmirable, esto es, se
niega a dejarse mirar como un objeto, porque aparece con un exceso indescriptible que
anula todo acto de constitución. Aunque ejemplarmente visible, no se deja mirar:
206
repartido en apuntes y referencias parciales, se destaca el conjunto de clases del
seminario 11 dedicadas a la cuestión, y que J.-A. Miller titulara –con la anuencia de
Lacan, ya que el seminario fue publicado en vida de este último–: “De la mirada como
pequeño objeto a”.
En este conjunto de clases Lacan otorga especial atención a la consideración de
obras de arte; en sentido estricto, se concentra en la pintura:
19
“En el cuadro, siempre se manifiesta algo de la mirada” (Lacan, 1964, 116).
207
manifestaciones. Para que esto sea legítimo sería necesario que podamos
concebir por qué circuitos esta fuerza podría encontrarse en posición de
dominar, no solamente la forma misma del cuerpo mimético, sino su
relación con el medio.” (Lacan, 1964, 86)
20
“La función de la mancha es reconocida en su autonomía e identificada con la de la mirada” (Lacan,
1964, 87)
208
geométrico” –propio de la visión– al campo de la mirada, Lacan apunta que su objetivo
es precisar que “estamos en el cuadro literalmente llamados, y aquí representados como
capturados” (Lacan, 1964, 107). Esta “llamada” del cuadro, apunta a dar cuenta de que
el espectador no es un mejor interpretante del sentido de la pintura, sino que “a partir de
esta mirada, el sujeto intenta acomodarse, deviene […] este punto de ser desvanecido,
con el que el sujeto confunde su propio desfallecimiento” (Lacan, 1964, 97). De este
modo, la anamorfosis refiere a la acomodación que el sujeto debe realizar para poder
capturar la mirada, aunque el efecto concluya en reconocerse como capturado por una
mirada que lo precedía. Al igual que en al concepción de los fenómenos saturados de
Marion, el “llamado” un elemento central de la concepción lacaniana de la mirada. Por
eso, luego de este rodeo expositivo de los lineamientos generales de la fenomenología
de la mirada en Lacan, podemos detenernos en un análisis comparativo de ambos
trabajos, que destaque sus convergencias.
21
“En tanto estoy bajo la mirada, escribe Sartre, ya no veo el ojo que me mira, y si veo el ojo, es entonces
la mirada la que desaparece. ¿Es este un análisis fenomenológico justo? No. No es verdad que, cuando
estoy bajo la mirada, cuando pido una mirada, cuando la obtengo, ya no la veo como mirada” (Lacan,
1964, 97). Este pasaje es capital para advertir aquello que, en la concepción de Lacan se distancia de
Sartre, y podría acercarlo a Marion: la mirada es pasible de ser vista; no implica una cancelación de la
fenomenalidad, sino su expresión más lograda.
209
más que bajo la forma de una extraña contingencia” (Lacan, 1964, 85). Por lo tanto,
cabe retomar la pregunta acerca de qué clase de presentación se trata en este caso.
De acuerdo con el desarrollo de la tercera parte de esta tesis proponemos que la
mirada debe ser concebida como un “fenómeno saturado”, en el sentido en que esta
noción fuera propuesta –y desarrollada en el primer apartado– por Marion. La estrategia
argumentativa –en este tramo final de la exposición– radica en demostrar que las
condiciones del fenómeno saturado pueden ser aplicadas a los fenómenos que Lacan
asocia a la mirada y, en particular, al cuadro.
En el último párrafo del apartado anterior destacamos una primera convergencia
entre Lacan y Marion: la mirada se presenta a partir de un “llamado”. En segundo lugar,
es notable que ambos autores destaquen el fenómeno de la anamorfosis en la
manifestación del cuadro. En el mismo sentido, ambos enfatizan el carácter
“contingente” de su aparición, y su carácter no reproductivo. Aquí nos centraremos en
las dos cuestiones fundamentales del fenómeno saturado: su carácter no objetivo y el
sujeto que se le encuentra asociado. No obstante, como precedente a este motivo
correlacionaremos las cuatro notas distintivas del carácter excesivo del fenómeno –
según el hilo conductor que Marion toma en la concepción kantiana del entendimiento–
y los diversos modos de la mirada propuestos por Lacan.
Por un lado, en el caso del mimetismo, se destaca el carácter inmirable de la
mirada, en la medida en que “el mimetismo da a ver algo en tanto que es distinto de
aquello que podríamos llamar un sí mismo que está detrás” (Lacan, 1964, 114). Pero, en
este carácter de disfraz, o de simulación que posee la función mimética, lo importante es
destacar su condición intimidante. Disfraz, camuflaje e intimidación son los tres rasgos
propios del mimetismo que lo hacen inmirable, y que lo distinguen una intención de
adaptación u ocultamiento.
Por otro lado, la mancha implica el carácter inabarcable de la mirada, dado que no
es componible en una unidad sintética a la que puedan suponerse perfiles o escorzos.
“Hay hechos que no pueden articularse más que en la dimensión fenoménica de un
sobrevuelo, dado que me sitúo en el cuadro como mancha” (Lacan, 1964, 113).
Respecto de la incidencia del factor lumínico, su presentación califica a la mirada
como insoportable o insostenible, de acuerdo con la concepción propia de Marion de
que el artista pinta la luz como un modo de enceguecer:
210
“Se trata siempre de esa iridiscencia que estaba en el corazón de mi
pequeña anécdota [referida en el apartado anterior]; se trata de lo que me
retiene, en cada punto, como pantalla, al hacer aparecer la luz como
tornasol que la desborda.” (Lacan, 1954, 110)
211
Bibliografía de la Tercera Parte
212
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213
Cuarta Parte
Clínica de la mirada
214
Capítulo 12
El acting out como escena
215
Por último, en un apartado dedicado a las conclusiones, se plantearán preguntas y
expondrán líneas posibles de futuras investigaciones que continúen el desarrollo aquí
propuesto en los capítulos siguientes.
216
palabra. Ya que se trata para el sujeto de hacerse reconocer, un acto es
una palabra.” (Lacan, 1953-54, 355-356)
En este punto, podría decirse que el concepto no presenta límites discretos, ya que
pareciera solaparse con una concepción general del acto y con la transferencia misma;
es decir, Lacan no precisaría qué avatar de la transferencia es el acting out, cuestión a la
que se dedicaría en años posteriores.
En el seminario 2 (1954-55) Lacan vuelve a referirse al acting out en los
siguientes términos:
217
equivalentes, en función de los casos freudianos de Dora y de la joven homosexual (Cf.
Lacan, 1956-57, 133-149), que luego habrían de ser reelaborados en el seminario 10.
Una última vía de formalización del acting out, en el camino que lleva a “La
dirección de la cura y los principios de su poder” (1958) como primer momento fecundo
de una noción sistemática, se encuentra en el seminario 5 (1957-58). En este seminario,
Lacan conceptualiza el acting out en relación con el deseo y la demanda, a partir de
comentar un artículo de P. Greenacre –al que Lacan se refirió en más de una ocasión en
su enseñanza– “General problems of acting out” (1950). En términos específicos, Lacan
sostiene que el acting out no es el síntoma –caracterizado por ser una formación de
compromiso; “En el afecto del acting out, encontramos componentes que lo distinguen
por completo de lo que se llama un acto fallido, un síntoma” (Lacan, 1957-58, 428)–,
así como tampoco un modo de la repetición en transferencia: el acting out es un acción
recurrente, que se presenta con un carácter inmotivado –el paciente no sabe por qué
hace lo que hace–, cuya causa es escurridiza. De este modo, “el acting out contiene
siempre un elemento altamente significante, precisamente porque es enigmático”
(Lacan, 1957-58, 428). Nótese que en esta formulación Lacan aprecia el carácter
significante del acting out, es decir, en el acting out podría leerse el significante que el
analista no pudo escuchar, y es por eso que también se lo podría considerar una
restitución “alucinatoria” del deseo. Esta aclaración es importante ya que en su
articulación con la noción de escena, a través de la consideración del objeto mirada, el
acting out pasaría a tener otro estatuto, no tan próximo al de las formaciones del
inconsciente. En este contexto, la singularidad del acting out radica en acontecer como
cortocircuito del deseo a partir de la respuesta a la demanda:
“El acting out se produce sin lugar a dudas a lo largo del camino de la
realización analítica del deseo inconsciente.” (Lacan, 1957-58, 428)
Asimismo, el acting out queda asociado al fantasma, dado que está estructurado
como un guión, pero –como ya fuera anticipado–, en este momento de la enseñanza, la
escena es pensada a través de su vía de desciframiento significante (dado que, en esta
época, el fantasma es pensado principalmente a través de su condición simbólica); por
ejemplo, en el análisis de un caso de R. Lebovici –un sujeto que iba a espiar mujeres a
un lavabo, forzado al acting out por las intervenciones de la analista, que busca una
“correcta distancia respecto del objeto”–, Lacan lo dice en los siguientes términos: “en
218
la forma compulsiva del acting out, que llevaba a cabo la presentificación de un
significante en cuanto tal” (Lacan, 1957-58, 455; cursiva añadida). En tercer lugar, el
vínculo de dicha escena con el Otro es formulado por Lacan a través del recurso a la
dimensión de la hazaña: el acting out es un mensaje, un llamado, dirigido al analista:
“En la medida en que éste no esté demasiado mal situado, pero tampoco
está del todo en su lugar. En general, es un hint que nos lanza el sujeto, y
a veces llega muy lejos, a veces es muy grave.” (Lacan, 1957-58, 429)
219
“Es una recaída del sujeto […] es un efecto de nuestras estupideces […]
pero estos son casos particulares de la definición que les propongo para
el acting out. Como la acción analítica es tentativa […] de responder al
inconsciente, el acting out es aquel tipo de acción por la cual en
determinado momento del tratamiento –sin duda, si se ve especialmente
incitado a ello es quizás por nuestra estupidez, quizás por la suya, pero
esto es secundario, qué importa– el sujeto exige una respuesta más
justa. Toda acción, acting out o no, acción analítica o no, tiene alguna
relación con la opacidad de lo reprimido.” (Lacan, 1960-61, 374-375;
cursiva añadida)
Es a partir del seminario 10 (1962-63) que Lacan amplía este punto de vista de
conceptualización exhaustiva, con la interrogación de la noción de objeto a en sus
manifestaciones clínicas. En este nuevo contexto, el acting out –junto con el pasaje al
acto– es una respuesta frente a la angustia. Como fuera dicho anteriormente, dos casos
freudianos resultan paradigmáticos en esta elaboración: Dora y la joven homosexual.
Sin embargo, antes de considerar el modo de aproximación de Lacan a estos dos casos,
cabe precisar algunas notas fundamentales que se desprenden de esta nueva vía de
interrogación.
Uno de los aspectos notables de este seminario es que –ya en la sexta clase (Cf.
Lacan, 1962-63)– Lacan ubica que la angustia escapa al significante. De este modo, los
fenómenos que responden a la misma también son elaborados por fuera de la red de
significantes y se presentan como marginales a la intervención canónica de la
23
A pesar de que, en la nota anterior, hemos destacado la referencia a la condición alucinatoria del acting
out, asociada a la interrupción de la cadena simbólica, el modelo general de este período para pensar el
acting out es el retorno de lo reprimido. Sin intentar dirimir este problema, que debería llevar a un
examen exhaustivo de la concepción de la alucinación y la represión en la obra de Lacan, lo importante a
los fines de este capítulo es destacar que el retorno aquí es concebido en la vía del significante y no del
objeto.
220
interpretación. La posición del analista frente a estos “fenómenos” –cabe destacar la
etimología de la palabra, que claramente puede ser parafraseada como “aquello que se
muestra”– es diversa. Respecto del acting out, Lacan –en un nuevo comentario del
artículo de Greenacre que ya fue mencionado– sostiene que no sólo no hay que
interpretarlo, sino que tampoco requiere que sea prohibido –mucho menos que se
recurra al reforzamiento del yo–. En este punto, el carácter del acting out se desprende
de la indicación de no interpretarlo, ya que Lacan sostiene que se trata de una escena
dirigida al Otro –y que, por lo tanto, llama a la interpretación–. Así podría introducirse
su diferenciación con el síntoma:
“La mayoría de las veces […] el sujeto sabe perfectamente que lo que
hace en el acting out es para ofrecerse a la interpretación de ustedes […]
no es el sentido […] lo que cuenta, sino el resto.” (Lacan, 1962-63, 140)
En esta indicación puede notarse que Lacan explícitamente presenta el acting out
a través del objeto que se recorta en su manifestación. Y este resto no tiene estructura
significante, así como tampoco podría decirse que se trata de un objeto que se muestra
positivamente. La noción de escena que habremos de recortar en un próximo apartado,
de acuerdo con una forma de aparición específica, dará cuenta de cómo ese resto puede
mostrarse de un modo no objetivo, en función de considerar los planteos lacanianos
sobre la mirada. En última instancia, se precisará por qué “aquello” que se muestra no
es un “algo” –que, clínicamente, podría llevar a la confusión de que se trata de
aprehender positivamente un objeto en el acting out– sino el resto de una operación de
mostración. Pero, antes de exponer este desarrollo, es preciso terminar de elaborar la
referencia del seminario 10 –y su continuación en seminarios posteriores–, junto con los
casos de Dora y la joven homosexual.
221
En continuidad con el planteo precedente, que buscaba esclarecer su relación con
el síntoma –y según la consideración que en el seminario 1 había dejado inacabada la
relación con la transferencia–, Lacan sostiene lo siguiente:
En esta afirmación puede apreciarse un anticipo de los planteos del seminario 14,
según el cual el acting out es propicio como precedente para la entrada en análisis –y ya
no sólo como indicador de extravío para el analista–. Asimismo, respecto de la posición
del objeto a en el acting out, caben algunas distinciones a partir de su relación
comparativa con el pasaje al acto, dado que “todo lo que es acting out debe oponerse al
pasaje al acto” (Lacan, 1962-63, 135). No obstante, dejaremos esta cuestión para el
siguiente apartado, para que el contrapunto entre acting out y pasaje al acto sea uno de
los hilos conductores en la determinación de la noción de escena. Concluiremos esta
sección con la consideración de uno de los dos casos freudianos anticipados, según la
elaboración que Lacan realiza en el seminario 10, con el propósito de dejar planteada la
inquietud propia del apartado siguiente: la escena del acting out.
En el texto “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina”
(1920), Freud considera el caso de una muchacha de dieciocho años que “provoca el
disgusto y el cuidado de sus padres” (Freud, 1920, 141) por mantener una relación con
una cocotte mayor que ella. La joven no discute su mala fama “pero ello no le hace
desistir de su adoración por la dama, a pesar de que no le falta el sentido de lo
conveniente y decoroso” (Freud, 1920, 141). Esta joven actúa como un hombre con su
dama idealizada. Se trata de un amor cortés: le envía flores, la espera durante largas
horas en la puerta de su casa; no procura un comercio sexual. Su dama constituye el
centro de su interés. Pero, ¿qué lo motivaría? Cabe señalar aquí la palabra de Freud:
“provocación”. Más allá de que esta dama reúna dos orientaciones de deseo (la
homosexual en relación a la madre y la heterosexual con el hermano), hay un interés de
provocar al padre, tal como dos aspectos de su conducta, aparentemente opuestos,
demuestran:
222
“[Ambos aspectos] provocaron grandísimo desagrado a sus padres: que
no tuviese reparo alguno en exhibirse públicamente por calles concurridas
con esa su amada de mala fama, y por tanto le tuviese sin cuidado su
propia honra, y que no desdeñara ningún medio de engaño, ningún
subterfugio ni mentira para posibilitar y encubrir sus encuentros con
ella.” (Freud, 1920, 142)
“Es que el padre debía enterarse en ocasiones de sus tratos con la dama;
de lo contrario perdería la satisfacción de la venganza, que era la más
acuciante para ella. Así, exhibiéndose en público con la adorada,
procuraba ir de paseo por las calles próximas al local donde el padre tenía
su negocio, y cosas parecidas. Por cierto, esas faltas de precaución no
carecían de propósito.” (Freud, 1920, 153)
223
12.3 La función mostrativa acting out
“El macho cabrío que salta por el escenario, es el acting out. El acting out
del que les hablo es el movimiento inverso de aquello a lo que aspira el
teatro moderno, a saber, que los actores bajen al patio de la butacas –es
que los espectadores suban a la escena y digan lo que tienen que decir.”
(Lacan, 1962-63, 154)
“La fórmula del fantasma, el pasaje al acto está del lado del sujeto en
tanto que éste aparece borrado al máximo por la barra. El momento del
pasaje al acto es el del mayor embarazo del sujeto, con el añadido
224
comportamental de la emoción como desorden del movimiento […] el
sujeto se precipita y bascula fuera de la escena.” (Lacan, 1962-63, 128)
Por la barradura del sujeto, éste queda en posición del objeto, caído de toda su
determinación histórica; al profundizarse la barra, el sujeto queda como a, como resto.
En cambio, “el acting out es esencialmente algo, en la conducta del sujeto, que se
muestra. El acento demostrativo de todo acting out, su orientación hacia el Otro, debe
ser destacado” (Lacan, 1962-63, 136). De este modo, una primera forma de aproximarse
a la noción de escena es entenderla a partir de las coordenadas simbólicas que
representan al sujeto, o bien en función de cierta posición fantasmática que,
ocasionalmente, puede perder estabilidad. El caso de la joven homosexual –considerado
en el apartado anterior– puede ser un buen ejemplo de vacilación de la escena montada
para llamar la atención del padre; aunque también podría pensarse en el pasaje al acto
de Dora, cuando la proposición del señor K en la escena del lago hace vacilar su
complicidad histérica con las relaciones entre su padre y la señora K, en las cuales el
señor K jugaba el papel de soporte viril de su deseo; con dicha proposición, la posición
histérica fantasmática de Dora vacila y no tiene más representante que la cachetada que
le oferta al señor K. De este modo, la noción de escena podría ser considerada como una
forma de actuación fantasmática. Y este aspecto es importante si consideramos que en
la referencia anterior Lacan no deja de afirmar que el acting out es una “conducta”, esto
es, que pone en juego una acción.
El valor de esta última apreciación radica en no confundir acción y palabra,
porque, de hecho, un decir desafiante también puede ser una acción. La diferencia que
nombra la indicación de una “conducta” radica en que se trata de un modo de aparición
que no puede ser considerado de acuerdo con la articulación significante. Un modo de
entender este aspecto es a través de su condición inmotivada, porque el sujeto no se
reconoce en aquello que realiza; hace eso y no sabe por qué; no puede dar cuenta e
inclusive a veces ni se pregunta por qué lo hace. De esta manera, la expresión
“conducta” remite al carácter desubjetivado del acting out.
En lo que sigue indicaremos un decurso posterior de la noción de acting out en el
seminario de Lacan. En el seminario 14 Lacan presenta el acting out como algo singular
“de los análisis” (Lacan, 1966-67, clase del 22 de febrero), a partir de ciertas
distinciones con el acto y el pasaje al acto:
225
“El pasaje al acto cumple ciertas funciones por relación a la repetición, no
es al menos sugerido por una posición que esto debe ser lo mismo que
separa la sublimación del actinf out, en otro sentido, la sublimación con
relación al pasaje al acto debe tener alguna cosa en común en esto que
separa la repetición del acting out. Hay ahí un paso mucho más grande
que aquel que seguramente hace del acto analítico.” (Lacan, 1966-67,
clase del 22 de febrero)
Para dar cuenta de esta diferenciación, es importante destacar que en este contexto
Lacan sostiene que el acto analítico tiene la estructura de la represión –y que hay que
precisarlo, de acuerdo con la referencia del cuadrángulo de Klein trabajado en este
contrexto, en el nivel del inconsciente y del síntoma–. A propósito del acting out
propone los siguientes términos:
“Ciertos actos tienen una estructura que no están forzados a admitir, pero
de lo que se puede reconocer, que son susceptibles de producirse en el
análisis en una cierta dependencia, más o menos grande, en relación, no a
la situación o a la relación analítica, sino a un momento preciso de la
intervención del analista, de algo que debe tener alguna relación con lo
que considero aún no definido, a saber el acto psicoanalítico.” (Lacan,
1966-67, clase del 8 de marzo)
En este punto, Lacan nuevamente aproxima la relación del acting out con la
intervención del analista. No obstante, cabe destacar que no habla de su carácter
correctivo; en todo caso, cabría pensar que Lacan está extendiendo mucho más
ampliamente su noción de acting out, al punto de sostener que es un acting out todo
aquello que el analista sancione como acting out. Por lo tanto, el acting out no tendría
sentido que fuese pensado por fuera de la transferencia. Es cierto que este movimiento
puede realizarse porque, en este momento de la enseñanza lacaniana, transferencia y
repetición ya habían dejado de ser sinónimos en el seminario 11.24 En función de la
incumbencia de este capítulo es importante apreciar que Lacan vuelve a referirse aquí al
24
No es el objetivo de este capítulo plantear ni exponer las distintas concepciones de la transferencia y de
la repetición en la obra de Lacan, lo cual podría ser el objetivo de una investigación independiente. En
este punto, la aclaración pertinente radica en afirmar que si la transferencia ya no es concebida sólo como
obstáculo a la asociación libre, sino como su condición de posibilidad, el acting out –como transferencia
salvaje– puede ser la ocasión primera para la puesta en forma de un tratamiento analítico.
226
caso del Hombre de los sesos frescos –en el que nos detendremos a continuación– de
acuerdo con una indicación terminológica que vuelve a reestablecer la función de la
escena como noción capital para dar cuenta de este fenómeno clínico:
“Si los autores se han servido del acting out, sabían muy bien lo que eso
quería decir. […]. Me ha alcanzado con abrir el Webster […]; para
América aparece lo siguiente: To represent (as play story, an story, in
action), entonces, representar como un juego sobre una escena una
historia en acción […]. Supongan que las personas que han elegido ese
término en la literatura inglesa para designar el acting out sabían bien lo
que querían decir […]. Hay algo de costado, amortiguado en al acting
out.” (Lacan, 1966-67, clase del 8 de marzo)
En este punto, puede notarse de qué modo a partir del seminario 14 la cuestión del
acting out es trabajada principalmente en relación al acto analítico, y ya no sólo en
función de una mostración del paciente, siendo cada vez más ocasionales las referencias
a esta última acepción. No indagaremos aquí el comienzo de una tercera acepción
227
posible del acting out en la clínica –vinculada al acto analítico, tema principal de interés
de Lacan en los seminarios posteriores–, ya que ha quedado establecido el caso
particular de acting out que interesa relevar en este contexto, en función de las
referencias lacanianas sobre la mirada.
Antes de formular una lectura del caso clínico de E. Kris, que pueda articular la
noción de escena en función de un material de la experiencia, es preciso hacer explícitas
dos conclusiones provisorias que se desprenden del recorrido anterior: por un lado, que
el concepto de acting out dista de ser unívoco en la obra de Lacan; aspecto asociado a la
idea de que habría variedades clínicas del acting out, algunas articuladas a cierta
función correctiva del analista, cuya restitución podría ser por la vía significante, o no;
otras formas en las que cobra un acento particular su condición mostrativa, no
necesariamente como un retorno simbólico, en el que puede mostrarse una forma de
satisfacción pulsional; por otro lado, el acting out, al definirse como una conducta no
necesariamente se opone al decir, ya que puede haber un decir mostrativo, desafiante,
que eventualmente se dirija al analista y no necesariamente sea el de la asociación libre.
Para dar cuenta de este tipo de acting out es que realizaremos a continuación una lectura
del caso del Hombre de los sesos frescos –que permite apreciar un acting out que
responde a una intervención del analista–, para destacar otra variedad clínica del acting
out.
Como recensión preliminar al caso del Hombre de los sesos frescos caben algunas
especificaciones sobre la concepción de la interpretación tal como ésta se expone en “La
dirección de la cura…” –bajo la consideración de que en absoluto se trata de desarrollar
aquí una versión elaborada de su noción en la enseñanza de Lacan, sino de
operacionalizar la introducción de la lectura lacaniana del caso en cuestión–.
¿Cuál es el lugar de la interpretación? Según “La dirección de la cura…” podría
decirse que son, al menos, dos: por un lado, y en lo que a la utilización del término
respecta en la actualidad de la época del escrito, su lugar es mínimo; modalizado por
división y especificidad (explicación, gratificación, confrontación, etc.) Lacan denuncia
que la diversidad de especies se revela como una procesión degradada, es decir, la
pluralidad de nombres que vienen al lugar de la interpretación demuestran el extravío en
228
la conceptualización de su acto no sólo por deficiencia de su efecto, sino de su lugar.
Por otro lado, la interpretación es definida por Lacan como un decir esclarecedor, cuya
finalidad es la producción de algo nuevo, novedad entendida como una transmutación
en el sujeto. La pregunta de Lacan es por un “lugar”, es decir, se trata del interrogante
acerca de dónde actúa la interpretación.
Pero antes vale precisar la condición de ese lugar, su vía de acceso: la operación
de la interpretación tiene que soportarse en “nuestra doctrina significante” (Lacan, 1958,
574), dato primero (quizás axioma o postulado) de la subordinación del sujeto a la
función significante como sujeto del significante sobornado por él. Así, por ejemplo,
diría, años después, en Lacan en “Posición del inconsciente”:
“Toda vez que el deseo hace su lecho del corte significante en el que se
efectúa la metonimia, la diacronía […] retorna a la especie de fijeza que
Freud discierne en el anhelo inconsciente. Este soborno […] proyecta la
topología del sujeto en el instante del fantasma […] lo que es por no ser
otra cosa que el deseo del Otro.” (Lacan, 1964, 822, cursivas añadidas)
229
En el marco de “La dirección de la cura…”, luego de la definición de la
interpretación, Lacan ubica un tipo privilegiado de la misma sobre el modelo de la
rectificación subjetiva. Dicha rectificación consistiría en “introducir al paciente a una
primera ubicación de su posición en lo real” (Lacan, 1958, 576). En este punto, el caso
freudiano retomado en la lectura del escrito es el del Hombre de las ratas. He aquí la
introducción del entendimiento en la cura: el momento en que Freud le sugiere al joven
delirante su participación en su delirio a partir de introducirlo en la precipitada sospecha
de su saber anticipado sobre la persona que hubiese motivado la deuda, es decir, la
empleada de la estafeta postal.
El Hombre de las ratas es un deudor, y su deuda resuena como una deuda de juego
(Spielratten), abriendo el retorno de su destino en la vía del padre y en la diplopía del
obsesivo en la vida amorosa (el conflicto alrededor de la elección de la amada y el
matrimonio –Heirratten–). Dicho de otro modo, esa primera posición en lo real del
paciente consiste en la extracción de un significante de la cadena (S1) para comandar el
decurso de las asociaciones fundando el campo de la transferencia. El despeje de ese
significante privilegiado, significante de la transferencia, es la representación del sujeto
en un significante que capitanea el retorno de los otros significantes (S2) sobre los que
luego, sistemáticamente, opera la interpretación. Al cuestionar ese retorno, en las
llamadas formaciones del inconsciente, se iría despejando correlativamente el peso en lo
real de ese significante primero, para promover su derrocamiento. Curioso proceder el
del psicoanálisis: no habría promoción de despeje sin una operación de localización
inicial, siendo que el cierre del procedimiento coincide con su fórmula primera.
Hecha esta recensión inicial, cabe apreciar cómo Lacan resume el drama subjetivo
del Hombre de los sesos frescos:
230
El procedimiento de Kris no apuntaría, esta vez, a un acceso directo o rápido al
Ello por medio de la interpretación –tal su modificación técnica–; en todo caso, se
trataría, luego de una descripción exploratoria de la superficie psíquica, de clarificar el
mecanismo de defensa implicado en la inhibición de la actividad.
“Estoy en peligro de plagiar” es la expresión que comanda la presentación
sintomática del paciente. Poco importa al analista que éste formule su peligro con un
“tono paradójico de satisfacción y excitación”, ya que para Kris se trata de demostrarle
que quiere serlo para impedirse a sí mismo serlo de veras, es decir, el paciente se
escatimaría al impulso por medio de un inhibición defensiva. El modelo de la superficie
(peligro) y la profundidad (impulso del ello) se articula en un gráfico concéntrico de
fuerzas contrarias.
Y sin embargo, Kris no desestima del todo ese tono paradójico: “al relatármelo
me llevó a indagar con todo detalle sobre el texto que temía plagiar” (Kris, 1951, 147).
Pero, ¿qué sentido puede tener aquí esta indagación? No se trata de dilucidar cuál fue
esa acción que Kris llamó su “amplio escrutinio” (Kris, 1951, 148), sino de atisbar el
estatuto en que Kris formalizó el decir del paciente sobre su plagio. Podría decirse que
Kris dispone la oración a partir de su semántica proposicional. Para Kris se trata de
determinar si la proposición “Existe x, tal que x es P(lagiario)” tiene valor de verdad V
o F, tal su determinación semántica y significación:
“Una vez asegurada esta pista todo el problema del plagio se presentó
bajo una nueva luz. Sucedió que el eminente colega había tomado, en
repetidas ocasiones, las ideas del paciente…” (Kris, 1951, 147)
25
Esta intervención de Kris es retomada por Lacan en los siguientes términos: “Pide ver ese libro. Lo lee.
Descubre que nada justifica en él lo que el sujeto cree leer allí” (Lacan, 1954, 378).
231
A partir de los elementos anteriores puede ahora intentarse una lectura del acting
out de los sesos frescos. ¿Cuál es el acting out? ¿Ir a comer sesos frescos después de
sesión? ¿Decir que se va comerlos? Si el acting out es una escena mostrativa dirigida al
analista, con valor correctivo en este caso, en la que el deseo que sostiene al sujeto se
muestra como otra cosa, la respuesta es inequívoca: el acting out está en la “intuición
repentina” por la que el paciente informa de su conducta. Y su motivación no puede ser
sino una respuesta a la intervención del analista extraviado de su posición por “borrar el
deseo del mapa” (Lacan, 1958, 579) con las interpretaciones edípicas con que respondía
a la inhibición del paciente, ubicando, como factor determinante, la identificación con
su padre. Éste último, a diferencia de su abuelo, no había dejado huella en su campo
profesional:
232
pulsión: ir a ver un plato favorito antes de almorzar. La mostración no es de sesos
frescos, sino del hambre, de unas ganas anoréxicas de comer. El extravío de Kris no está
en la interpretación sino en la apertura del campo transferencial.
De este modo, el caso de Kris es paradigmático para esclarecer que si el conjunto
de interpretaciones que el analista produce en la cura no está orientado en la referencia
de una rectificación subjetiva que las incardine, la justeza de esas interpretaciones puede
ser motivo de acting out. Kris lo demuestra: allí donde alcanza al sujeto… no es sino
para desalojarlo, en vez de lograr su transmutación. El resultado de este trabajo se
establece del siguiente modo: no son las malas interpretaciones las que producen un
acting out, sino aquellas fuera de tiempo.
En este contexto, Lacan propone una interpretación posible de la escena en que se
recorta la satisfacción anoréxica, a través de la restitución de un deseo oral:
Para dar cuenta de la articulación entre la nada –como objeto de la pulsión oral– y
el acting out –como formación de la mirada– es que en el apartado próximo nos
detendremos en la estructura formal vacío/lleno.
“Se necesita ante todo poseer la combinatoria que preside su variedad sin
duda, pero, más útilmente aún, nos da cuenta de los trampantojos, mejor
233
aún, de los cambios a ojos vista del laberinto.” (Lacan, 1958, 610; cursiva
añadida)
234
el acting out requiere una intervención que le otorgue un estatuto sintomático, que lo
subjetive de acuerdo con el estatuto de una pregunta que motive la asociación libre.
Las estructuras de mostración de la mirada se caracterizan por un “dar a ver” que
es distinto a “dar a ver algo”, ya que el objeto a no es fenomenalizable, sino que su
presencia se hace patente a través de cierto modo de mostración, y la estructura
mostrativa del acting out se realiza a través de una condición específica que es preciso
esclarecer. En el acting out el sujeto monta una escena en la que se hace mirar, incluso
cuando esa mostración esté incardinada con otro objeto pulsional –un objeto oral, como
en el caso de Kris–.
Lo relevante para este trabajo es esclarecer el carácter mostrativo del acting out a
través de la mirada, y para lo cual recurriremos a una estructura formal habitualmente
presente en la obra de Lacan: la articulación entre el vacío y lo lleno. Lo singular de esta
estructura formal es que no considera el vacío como una forma estática, sino que lo
considera dinámicamente como resultado de una operación: un vaciamiento que arroja
como efecto una forma plena que, sin embargo, remite indirectamente a eso que no
puede mostrarse, porque, en última instancia, el vacío es condición de esa mostración.
La pertinencia del recurso a esta estructura formal para relacionarla con el objeto mirada
se comprueba, por ejemplo, en que Lacan la utiliza en el contexto de un análisis de la
pintura en el seminario 7, en una primera referencia al fenómeno de la anamorfosis –
cuyo centro es la famosa afirmación de que “todo arte se caracteriza por cierto modo de
organización alrededor de ese vacío” (Lacan, 1959-60, 160)–:
235
(que ya no vale como objeto), la obra de arte, etc., porque en cada uno de estos casos se
trata de objetos que son elevados al estatuto de la Cosa. Dicho de otro modo, no se trata
de objetos, sino de formas del vacío que representan a la Cosa:
“Esta Cosa, todas cuyas formas creadas por el hombre son del registro de
la sublimación, estará representada siempre por un vacío, precisamente en
tanto que ella no puede ser representada por otra cosa –o con más
exactitud ella sólo puede ser representada por otra cosa.” (Lacan, 1959-
60, 160).
236
“… lo sustituible entre los tarros, es el vacío en torno al cual está hecho
un tarro. […] el tarro de mostaza siempre está vacío.” (Lacan, 1962-63,
202-203)
En estos términos Lacan considera que, incluso cuando está lleno, un vaso no deja
de portar un vacío que es constitutivo, y que no puede manifestarse más que
indirectamente, a través de su plenitud. Lo importante para este contexto de exposición
es que Lacan sostenga “no soy en absoluto tacaño en cuanto al uso de los tarros. Lo
digo porque recientemente se nos planteó un problema de este orden” (Lacan, 1962-63),
por el cual Lacan se refiere a un caso de acting out que habría presentado Piera
Aulagnier. No se trata, en este punto, de un caso establecido y publicado, dado que
pareciera haber sido comentado de modo informal en el curso del seminario. No
obstante, la secuencia de la lógica del caso realizada por Lacan es clara para el objetivo
de este trabajo:
237
restitución de un deseo destituido simbólicamente. Por esta vía, la nada es el modo de
mostrar el vacío constitutivo del sujeto deseante, menos en la indicación de un objeto (o
un “algo”) que en la escenificación escópica de un deseo oral.
Que en la escena en cuestión se trate de un objeto oral, o, mejor dicho, que la nada
sea la mostración escópica de un objeto oral, debería ser el hilo conductor de un
conjunto de preguntas específicas que plantearemos en el apartado siguiente, dedicado a
las conclusiones y perspectivas de investigaciones posibles.
239
“Abogo, pues, porque en el tratamiento analítico la interpretación de
sueños no se cultive como un arte autónomo, sino que su manejo se
someta a las reglas técnicas que en general gobiernan la ejecución de la
cura.” (Freud, 1911, 90)
240
13.1 ¿Siempre se ‘debe’ interpretar un sueño?
Las indicaciones que Freud incluye dentro de sus escritos técnicos distan mucho
de ser protocolos para una adecuada acción terapéutica. La modalidad enunciativa que
sostiene el fundador del psicoanálisis es la del consejo, y no se trata aquí de una señal
de condescendencia hacia sus seguidores, sino que Freud elige esta tonalidad en tanto
que es un vehículo de transmisión privilegiado, en tanto que se acompasa con las
coordenadas concretas de la experiencia en que se forjó el concepto que quiere hacer
llegar a los practicantes.
¿Qué constelación precede al nacimiento de la noción de “uso”, en función de qué
“momento crucial” se enuncia el consejo? No es otro que el del haber pasado por un
obstáculo en el ejercicio de una praxis. El artículo titulado “El uso de la interpretación
de los sueños en psicoanálisis” no es el primer escrito freudiano acerca de la
interpretación de los sueños; pareciera un texto “anodino”, que no brinda –como lo
hacen otros– un despliegue sistemático de la técnica de la interpretación, sino que pone
el acento en un fenómeno que Freud ha encontrado típicamente en su práctica.
Encontramos en este escrito al hombre que “descifró” el sentido de los sueños, haciendo
una extraña declaración:
241
El analista, entonces, ve cómo la burocracia onírica invade poco a poco el espacio
de la cura: ¿a qué se debe este curioso fenómeno? Tal como es presentado y descrito, el
fenómeno es resultado de lo que en el diccionario analítico es designado como
“resistencia”. Una fuerza resiste a la tarea de la cura y llena el diálogo analítico de
elementos que imposibilitan el discernimiento. Si nos contentamos con esta atractiva
explicación metapsicológica quizás alcanzaría para proceder de acuerdo con el consejo
e ir por la interesante salida al impasse que propone Freud. Antes de explorar la salida
“técnica”, digamos que recurrir a “La bruja”, tal como Freud llamaba a la
metapsicología –en tanto armado conceptual útil para resolver, en un pase mágico, una
dificultad en el entendimiento clínico–, no deja de ser una apelación a un “Deus ex
machina” que invisibiliza las condiciones de producción del fenómeno. Según otro
modo de ver, el campo del entendimiento se abre en la medida en que no se le “echa la
culpa” a la resistencia como si esto fuera un fenómeno natural, sino en que se averigüe
acerca de aquello que hay en el núcleo de la resistencia. ¿Cuál es el núcleo del motivo
por el que los pacientes atiborraban de sueños a Freud? Quizás en el consejo que Freud
trasmite logremos aislar un retorno de aquello que está en la causa del detenimiento. La
indicación no es otra que la de guiar la escucha de acuerdo con la regla fundamental:
242
“¿Qué hacer con la interpretación de los sueños en análisis? Más o menos
esto: Uno se conforma cada vez con los resultados interpretativos que
pueda obtener en una sesión, y si no alcanzó a discernir por completo el
contenido del sueño, no anota esto como una deuda […]. Por lo tanto, no
se hace excepción a la regla de tomar siempre lo primero que al enfermo
se le pase por la mente, aun a costa de interrumpir la interpretación de un
sueño. Y cuando los sueños se vuelvan copiosos y extensos, uno
renunciará entre sí de antemano a una solución completa.” (Freud, 1911,
88, cursiva añadida)
“En general, hay que guardarse de mostrar un interés muy especial por la
interpretación de los sueños y de despertar en el enfermo la creencia de
que el trabajo se quedará por fuerza detenido si él no aporta sueños.”
(Freud, 1911, 88, cursiva añadida)
Lo desarrollado hasta aquí nos lleva a concluir que para hablar de “uso” –en
sentido estricto– es necesario referirse en un sentido positivo a un evento particular
acontecido en una cura dada, en tanto que su sentido analítico es una plasmación del
acto y no una forma deontológica abstracta que el analista debería adoptar.
243
13.2 Los límites de la interpretación
245
diferente: tomar el conjunto del sueño para ofrecer un sentido de otro tenor. Pero, ¿cuál
es este sentido y cómo lo obtiene?
1) Por un lado, Lacan toma la escena en que Freud revisa la garganta de Irma y
sostiene, a partir de destacar que la situación transcurre sobre un fondo de
discusión, que se pone en juego una “resistencia femenina” (Lacan, 1954-55,
234), vinculada con la presencia de otras dos mujeres: la mujer del propio Freud
y otra enferma: “Si Freud analizara sus comportamientos, sus respuestas, sus
emociones, su transferencia de cada momento en el diálogo con Irma, vería
igualmente que detrás de ésta se halla su mujer, que es su amiga íntima, y
también la seductora joven que se encuentra a dos pasos y que sería mejor
paciente que Irma” (Lacan, 1954-55, 235). En esta afirmación puede verse
cómo Lacan camina más allá del análisis de Freud.
2) Por otro lado, junto a este trío Lacan construye otro trío en el que está incluido
Freud mismo: “El doctor M. representa el personaje ideal constituido por la
seudoimagen paterna, el padre imaginario. Otto corresponde a ese personaje
que jugó un papel constante en la vida de Freud, […]. Y Leopoldo cumple el
del personaje que presta el servicio de estar siempre en contra del amigo-
enemigo” (Lacan, 1954-55, 238). Respecto de esta tríada se pone en juego,
según Lacan, la pregunta por la ley (si tiene razón o está equivocado, si ha
obrado bien o mal). De la conjunción de este triángulo con el precedente se
desprende un primer efecto de sentido: “Así llegamos lo que está detrás del trío
místico […]. El último término es sencillamente la muerte” (Lacan, 1954-55,
239). Lacan fundamenta este sentido con una mención lateral: la enfermedad de
Irma en el sueño expondría también el riesgo de muerte de una de las hijas de
Freud, vinculado a la culpa que habría padecido por la mala administración de
un medicamento.
246
241). Sin embargo, esta observación de Lacan no es conclusiva, ya que se
encuentra dicha en el marco de una afirmación metodológica específica: “El
sueño no cobra su sentido únicamente de la indagación de Freud sobre el
sentido del sueño” (Lacan, 1954-55, 24). Dicho de otro modo, por esta vía
habría una polisemia del sentido, uno de los cuales estaría asociado con Freud
como “hombre de agallas” e inventor del psicoanálisis. Lo mismo podría
decirse de la referencia de Lacan a la “jeringa” de Otto, que vincula con el
erotismo uretral –asociado a la ambición– a partir de las resonancias en francés
del verbo “glicer” (rociar). Es evidente, en este punto, que la pertinencia del
francés en un sueño escrito en alemán demuestra que Lacan no se contenta con
el método de Freud y hace otro uso del sueño. ¿Podría reprocharse que se traten
de las asociaciones del propio Lacan? Nos ocuparemos luego de este punto (el
saber del analista como condicionante del uso del sueño); pero, en todo caso,
subrayemos aquí que, más allá de esta indicación, Lacan busca un sentido de
otro orden, “el sueño lo muestra” (Lacan, 1954-55, 242), que aquí llamamos,
entonces, “mostrativo”.
247
seminario 11, donde nos detendremos en el sueño “Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?”,
dado que será importante, para completar la introducción del carácter mostrativo del
sueño, distinguir el ombligo del sueño (saldo de la operación de interpretación) de la
manifestación de la satisfacción pulsional en que se basa el carácter mostrativo del
sueño.
El capítulo VII de La interpretación de los sueños comienza de un modo curioso:
Freud anuncia que va a relatar un sueño cuya “verdadera fuente me es desconocida”
(Freud, 1900, 656) y que, en realidad, le fue relatado por una paciente, quien, a su vez,
lo oyó en un una conferencia. Es cierto que el efecto que produjo en esta paciente fue tal
que, ella misma, lo soñó por su cuenta también. No obstante, de un modo u otro (a pesar
de la repetición que, en la transferencia, podría localizar una coincidencia sobre un
punto), lo significativo es que Freud no analiza el sueño en función de las asociaciones
de la paciente. Este sueño se resume del modo siguiente:
248
antepuesto aquí a la reflexión del pensamiento despierto porque le era dado mostrar al
niño nuevamente con vida” (Freud, 1900, 657, cursiva añadida).
Antes de continuar con la delimitación del análisis del sueño, cabe detenerse en el
contexto argumentativo en que se presenta:
249
1900, 664) y, por cierto, eventualmente es preciso aceptar que una interpretación
completa, llena de sentido, puede esconder otra distinta. De este modo, Freud
realiza un pasaje de lo técnico a lo estructural, dado que por esta vía llega a la
noción de “ombligo del sueño”:
26
“Al principio del presente capítulo hemos expuesto un sueño que nos plantea un enigma cuya solución
no hemos emprendido todavía. La interpretación de este sueño no nos opuso dificultad alguna.” (Freud,
1900, 670)
250
“específico”, no es excluyente tampoco, dado que lo comparte con la
alucinación. Asimismo, este rasgo no se explica por la relajación de la censura
entre los sistemas inconsciente y pre-consciente, sino porque la excitación toma
un camino regresivo: en lugar de avanzar hacia el polo motor del aparato
psíquico, regresa hacia el sistema de las percepciones. Este aspecto es el que
permite reinterpretar lo que, en el capítulo VI del libro, Freud había llamado
“cuidado por la representabilidad [o figurabilidad]”.27 Sin embargo, este carácter
regrediente no satisface respecto de la explicación del sueño en cuestión: “Nos
consolaremos pensando en que nos vemos obligados a construir en las tinieblas”
(Freud, 1900, 679); como tampoco lo hace la elucidación de la realización de
deseos, en cuyo apartado Freud apenas puede justificar la no equivalencia entre
los diferentes deseos que pueden motivar un sueño, al dar privilegio al deseo
inconsciente de fuente infantil.28 En última instancia, estos esclarecimientos
sirven más a los fines de validar la construcción teórica del esquema del aparato
psíquico, coronado con la experiencia de satisfacción, en tanto arroja “viva luz
sobre la naturaleza psíquica del desear” (Freud, 1900, 689); pero respecto del
sueño mencionado Freud llega hasta la construcción del deseo de reposo, propio
de lo preconsciente (prestador de ayuda al deseo inconsciente), que permite
explicar la continuidad durante el sueño de un pensamiento de la vigilia. La
conclusión freudiana hasta podría ser catalogada como paradójica, dado que
finalmente se excusa detrás de que no fue un sueño proveniente de su práctica:
“No habiendo podido realizar el análisis de este caso, se nos escapan
probablemente otros deseos inconscientes en él contenidos” (Freud, 1900, 692,
cursiva añadida). Sin embargo, en este punto pareciera que Freud borra con el
codo lo escrito con la mano; el carácter sintomático de su gesto se advierte en la
cursiva que indicamos en la cita: Freud reconstruyó un sentido inconsciente sin
recurrir al desciframiento; por lo tanto, ¿cómo accedió a ese sentido que se
mostraba si la elaboración posterior no ofreció los resultados esperados? Por eso
se entiende que, luego, quisiera deshacerse de este sueño, así como que Lacan –
hábil lector– tomara la posta para su original aproximación en el seminario 11.
27
“Aquello que en el análisis de la elaboración onírica hemos descrito con el nombre de cuidado de la
representabilidad podría ser referido a la atracción selectora de las escenas visualmente recordadas,
enlazadas con las ideas latentes” (Freud, 1900, 679).
28
Indiquemos sólo algunas referencias del tono enunciativo de Freud en este contexto: “No puedo
demostrar aquí que en realidad…” (Freud, 1900, 681); “Sé que estas afirmaciones no pueden demostrarse
en general…” (Freud, 1900, 682).
251
A partir de estas dos consideraciones, que demuestran cómo la continuidad del
capítulo VII de La interpretación de los sueños no responde al enigma que plantea un
sueño cuyo sentido se muestra a expensas del desciframiento, es que puede entenderse
la importancia del análisis realizado por Lacan en el seminario 11. Detengámonos ahora
en este punto.
En el seminario Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Lacan se
ocupa del sueño “Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?” durante cuatro clases
consecutivas. En la clase del 29 de enero de 1964, formula una pregunta inquietante
para el planteo freudiano: “¿Por qué, entonces, sustentar la teoría según la cual el sueño
es la imagen de un deseo con este ejemplo […]?” (Lacan, 1964, 42). En este punto,
Lacan destaca el carácter de certeza que toma este sueño, vinculado con lo real y el
estatuto novedoso que buscar darle a la noción de repetición, ya no asociada a la cadena
significante, sino más bien a aquello que la interrumpe; en este sentido, en la clase
siguiente (del 5 de febrero), entronca la repetición con el trauma y, de este modo, el
sueño en cuestión pasa a asumir la condición de aquello que, incluso en el proceso
onírico, despierta. Así es que, en la clase del 12 de febrero, resume los dos puntos
anteriores en los siguientes términos:
“Esto es algo que parece poco indicado para confirmar la tesis de Freud
en la Traumdeutung: que el sueño es la realización de un deseo. […] Si la
función del sueño es permitir que se siga durmiendo, si el sueño después
de todo, puede acercarse tanto a la realidad que lo provoca, ¿no podemos
acaso decir que se podría responder a esta realidad sin dejar de dormir? –
al fin y al cabo, existen actividades sonámbulas.” (Lacan, 1964, 66)
“Este mensaje tiene, de veras, más realidad que el ruido con que el padre
identifica asimismo la extraña realidad de lo que está pasando en la
252
habitación de al lado. ¿Acaso no pasa por estas palabras la realidad
fallida que causó la muerte del niño?” (Lacan, 1964, 66, cursiva añadida)
“La frase misma es una tea –por sí sola prende fuego a lo que toca, y no
vemos lo que quema, porque la llama nos encandila ante el hecho de que
el fuego alcanza lo Unterlegt, lo Untertragen, lo real.” (Lacan, 1964, 67)
La frase del hijo muerto-vivo encarna un vector que orienta respecto de lo real, sin
que éste pueda manifestarse de modo directo; esto es, la función de velo expresa esa
estructura en la que algo puede mostrarse, pero de forma no objetiva, como mirada, a
partir de su ausencia, de manera “velada” o “envuelta”:
“Esto es lo que nos lleva a reconocer en esa frase del sueño arrancada al
padre […] el correlato de la representación. […] en este caso vemos el
sueño verdaderamente como reverso de la representación [en este
contexto, equivalente para Lacan del significante]. […] Lo real hay que
buscarlo más allá del sueño –en lo que el sueño ha recubierto, envuelto,
escondido.” (Lacan, 1964, 68)
253
13.3 Sueño hipernítido y sueño-índice
255
De esta manera, puede advertirse de qué modo el interés de Freud se fundamenta
en una cuestión de validación. No obstante, es curioso cómo hasta en este contexto la
riqueza del texto freudiano radica en su condición sintomática: él mismo admite que el
sueño puede tener otro tipo de tratamiento, sólo que intenta limitarlo –de ahí su tono
normativo (“Debe”)–; aunque también da cierto lugar (“mas no por ello…”), reservado
en que si no puede legitimarse en las asociaciones del paciente, no puede considerarse
demostrado. Ahora bien, volvamos a plantear nuestra pregunta, ¿no hay otros modos de
colaboración del paciente que autorizan un uso del sueño que no es el de formación del
inconsciente (que requiere del desciframiento), sin por eso recaer en una “conjetura” del
analista? Luego de estas dos consideraciones podemos detenernos en el caso del sueño
del Hombre de los lobos, donde puede verse cómo Freud realiza una “interpretación
inmediata” que no por eso se fundamenta en un saber del analista, sino que responde al
caso.
El Hombre de los lobos consulta a Freud después de haber sufrido un “quebranto
patológico” a los dieciocho años, por haber contraído una gonorrea. Esta herida
narcisista determinaría el inicio de su neurosis adulta. No obstante, lo que Freud
construye respecto del historial da cuenta de su neurosis infantil (de la cual la
enfermedad actual es una continuación). En este punto, el objetivo principal del material
clínico es terciar en un debate con Jung respecto de la incidencia de la sexualidad
infantil en la causa de los síntomas. Para ello, Freud buscará enfatizar el carácter de
“realidad” de lo vivido en la temprana infancia. El hilo conductor de la elaboración es la
consideración de un sueño, que el paciente tuvo por primera vez en la infancia, y que
luego se reprodujo en otras ocasiones incluido el análisis: se trata del sueño de los
lobos, cuya primera ocurrencia fue un poco antes de cumplir cuatro años.
Ahora bien, ¿qué tratamiento le da Freud al sueño? En principio, de acuerdo con
un comentario de S. Mattera (2003), es notorio que en Freud “se observa cierta
oscilación […] entre estar a la espera de un saber nuevo como de verificar hipótesis
previas” (Mattera, 2003, 59). Dicho de otro modo, podríamos proponer que el reproche
anteriormente mencionado –respecto del saber decantado por el analista– podría
aplicarse a Freud mismo; no obstante, en todo caso cabría ubicar que aquí es donde se
encuentra la tensión entre Freud como “teórico” y como “clínico”, en la medida en que
no sigue estrictamente las elaboraciones propias de la doctrina de los sueños:
256
“Esto último no se corresponde con La interpretación de los sueños
donde leemos que no hay la clave fija para la interpretación, sino las
asociaciones que a ese respecto el paciente pueda producir. Donde
especifica que no hay ningún saber posible si no es por el método de la
asociación libre.” (Mattera, 2003, 59)
257
el contrario, se trata de un momento en que “la cadena se interrumpe, operándose un
cercenamiento en la libertad originaria de asociación” (Mattera, 2003, 60). Por esta vía,
Freud se dirige a la “raíz pulsional del sueño” (Mattera, 2003, 61):
Según este uso del sueño, Freud se detiene en los aspectos que causan mayor
impresión: los lobos lo miraban atentamente, inmovilidad y un recuerdo que reclama ser
tomado como real. Así se obtiene la serie siguiente: episodio real / época temprana /
sexualidad / castración / algo terrorífico. Y luego, el paciente agrega una pieza
significativa: “Los ojos se abren de pronto […] y entonces veo” (Freud, 1918, 34).
A partir de estas consideraciones pueden destacarse, entonces, dos cuestiones: por
un lado, la “aprehensión intuitiva” o “interpretación inmediata” dista de ser una mera
ocurrencia del analista, sino que se fundamenta en un uso que el analista hace del sueño
en función de la singularidad del caso. Es la situación de un sueño que “indica” y ofrece
un vector hacia una participación pulsional del sujeto.
No obstante, no debe creerse que esta consideración buscaría validez solamente
para sueños que sean de angustia, pesadillas, etc. (a pesar de que no entraremos en este
contexto en esta distinción). Para exponer el alcance de estas elaboraciones en otras
circunstancias, tomaremos también el caso de los sueños de un análisis que se orientó
hacia la experiencia del pase. En particular nos interesa el trabajo de Marcelo Mazzuca,
en la medida en que su experiencia con el dispositivo analítico lo llevó a la diferencia
entre “sueños-significante” y “sueños-índice”:
258
nos interesará esclarecer el punto en que el sueño es un velo que apunta a la satisfacción
pulsional. A continuación formalizaremos la estructura del velo, con el propósito de
explicitar su función como forma de la mirada, que permitirá otorgar una
fundamentación a este uso de los sueños que puede reconocerse en la práctica del
psicoanálisis.
Los testimonios de Marcelo Mazzuca, recogidos en Ecos del pase, cuentan que la
elección del analista y la arteria principal del lazo transferencial se centró en derredor de
la imago del hermano mayor varón:
En síntesis, el lugar del analista está signado por esa frase: El que camina unos
pasos delante… y el que camina unos pasos detrás, término que en algunos pasajes de
la historia es también atribuido al padre, y a otros varones: profesores, amigos, etc.
Refiriéndose al sueño inaugural del análisis, pero al mismo tiempo también a las
características del lazo transferencial, Mazzuca dice:
259
encarnaba con su presencia se separó o se desvistió de aquella imagen o
imago que lo cubría.” (Mazzuca, 2011, 85)
“La sensación era que hasta cierto momento iba un paso adelante, pero
que ahora se había quedado atrás. Mejor dicho, estaba perdido, ya no
podía seguirme.” (Mazzuca, 2011, 85)
Durante las entrevistas con los pasadores, el pasante destaca que la interlocución
tiene lugar con “quien se elige por ser alguien que camina justo un paso atrás del
pasante”. También a posteriori de la nominación, cuando recibe la noticia:
260
De este modo, el testimonio de Mazzuca desarrolla que el dispositivo del pase
toma algo que excede al análisis. Se deja entrever el modo en que los restos
transferenciales entran al dispositivo del pase, quizás para tener la función de sostén de
la experiencia. Por esta vía, el resto transferencial –al ser tomado en este
procedimiento– es reubicado en cuanto a su función y, por ende, se hace algo diferente
con él, más que –por ejemplo– el de ser soporte del padecimiento.
Ahora bien, respecto del uso de los sueños en el curso de estos testimonios, es
notorio que aquellos son tomados con un vector que no relanza la asociación libre. Por
ejemplo: “Sexto sueño: Dejo a mí hijo recién nacido un tiempo en un hospital-
estacionamiento. Nos vamos con mi mujer a disfrutar un tiempo solos. Sentido: el hijo
es no todo mío y la mujer es no toda madre”. Puede notarse así como en el sueño-índice
el sentido obedece a casi una traducción inmediata que, retomando la afirmación de
Lacan respecto del sueño de la inyección de Irma, toma al sueño en su conjunto con un
sentido que decanta e indica. En este punto, este aspecto es importante porque
demuestra también que el vector del sueño hacia la satisfacción no es directo, sino que
tiene una referencia; de ahí la palabra “índice”, cuyo campo semántico contempla
términos asociados como huella, señal, vestigio (asociado a investigar, en el sentido de
“seguir la pista”). Dicho de otro modo, lo real no se manifiesta sino de forma velada;
cuando hablamos de un uso de los sueños que los pone en tensión hacia la relación del
sujeto con la satisfacción, no hablamos de un sueño que se volvería transparente a un
nuevo método. El sueño continúa siendo una forma opaca, pero no un jeroglífico.
Asimismo, luego de este apartado, en que hemos puesto en correlación el sueño del
hombre de los lobos con los de Marcelo Mazzuca, puede verse que este uso de los
sueños se encuentra afectado por los tiempos del análisis, en la medida en que el
análisis modifica la relación del analizante con la producción onírica; pero sin que
pueda afirmarse que este uso mostrativo valga para un momento específico. En la
diacronía se lee la pertinencia del concepto, mas no por eso se conduce este último a
una regla técnica. El uso de los sueños en cada caso corresponderá a la experiencia de
análisis, sin que puedan formularse prescripciones normativas. A continuación,
entonces, nos queda operacionalizar la función del velo –que fundamentaría este uso de
los sueños del que venimos hablando– para vincularla con el objeto mirada, de modo
que podamos exponer cómo el sueño, además de una formación del inconsciente, puede
ser también una formación del objeto a.
261
13.4 La función del velo: el sueño como formación de la mirada
Velo
262
consistencia, precisamente porque sobre ella se proyecta y se imagina la
ausencia.” (Lacan, 1956-57, 134)
En este “marco”, la nadificación del objeto en la imagen es, al mismo tiempo, una
ausencia e indicador de la función simbólica que la constituye. Respecto de la operación
que atrapa esta constitución del objeto, Lacan no duda en llamarla “metonímica”, lo
cual puede entenderse a partir de considerar que esa ausencia inscrita en la estructura es
un operador vacío.
A partir de lo anterior, entonces, puede advertirse cómo la función del velo es una
estructura fundamentada en el par formal presencia-ausencia: el velo es una función de
la imagen que encarna la ausencia, pero para darle valor a la presencia de eso que no
puede manifestarse de manera objetiva. Este objeto no objetivo es el que con el tiempo
Lacan llamó objeto a y, en particular, es el campo de la mirada el que se sirve de esta
función de veladura.
Luego de este rodeo por el seminario 4, continuemos entonces con el alcance de
la función del velo en el marco de la elaboración del objeto a, que permitirá
fundamentar el estatuto del sueño como formación de la mirada:
“La vez pasada abordé lo que entraña la repetición con el sueño del
capítulo siete de La interpretación de los sueños […]. La realidad que
determina el despertar, ¿es en verdad el ruido ligero contra el cual se
mantiene el imperio del sueño y del deseo? ¿No será más bien otra cosa?
[…] el acontecimiento sin sentido […] y lo conmovedor aunque velado
del ‘Padre, ¿acaso no ves que ardo?” (Lacan, 1964, 76-77)
263
“…en el estado llamado de vigilia está elidida la mirada […]. En el
campo del sueño, en cambio, a las imágenes las caracteriza el hecho de
que eso muestra. […] Remítanse a un texto de sueño cualquier […]
vuelvan a colocarlo en sus coordenadas y verán que el eso muestra está
antes. […] el carácter de emergencia, de mancha, de sus imágenes, la
intensificación de sus colores –nuestra posición en el sueño, a fin de
cuentas, es fundamentalmente la del que no ve.” (Lacan, 1964, 83)
Eso muestra. Está antes. He aquí el modo en que Lacan concede un valor
intensivo a las imágenes del sueño, para interrogar no sólo el sueño como texto sino a
partir de su relación con el soñante. La satisfacción escópica en el sueño no radica en
ningún contenido específico, sino en el modo mismo de aparición del sueño que,
eventualmente, recorta determinados elementos como prevalentes, cuyo sentido resiste
al desciframiento inconsciente; elementos que velan el vector hacia la pulsión, en tanto
vestigios de lo real.
264
la posibilidad de que el sueño pueda ser utilizado –de acuerdo con la situación
analítica– según una intención mostrativa, que pone en juego la relación del sujeto con
la satisfacción.
En este punto, nuestra conclusión dista de ser original, en la medida en que a un
resultado coincidente también han avanzado los autores de una compilación titulada El
escenario del sueño (1995), surgida de un premio otorgado por la Facultad de
Psicología de la UBA, cuando sostienen que en el sueño pueden mostrarse con
particular intensidad “sucesos que no han logrado transformación simbólica” (VV.AA.,
1995, 23):
265
Capítulo 14
La pantalla de la memoria
El recuerdo encubridor como formación de la mirada
266
En el presente capítulo nos dedicaremos, en un primer apartado, a exponer un
basamento de la teoría freudiana del recuerdo en La interpretación de los sueños; en el
segundo apartado, nos detendremos en el alcance clínico de la concepción del recuerdo
en psicoanálisis para, en el tercer apartado, ocuparnos específicamente del recuerdo
encubridor y su carácter fenoménico. El cuarto apartado, entonces, estará dedicado a
presentar una estructura formal que permita extraer del fenómeno en cuestión un modo
de relación con el objeto mirada. En última instancia, el objetivo final de este capítulo
es demostrar que si bien el recuerdo encubridor no se fundamenta en una teoría
abstracta del recuerdo, sino en ciertas coordenadas clínicas, su estatuto es igualmente
riguroso y puede ser tratado en función de su modo de aparición en la experiencia
analítica.
Uno de los contextos más elaborados en que Freud expone una concepción del
recuerdo es el último capítulo de La interpretación de los sueños. En dicho capítulo, la
teoría del recuerdo está al servicio de realizar una construcción de las bases del aparato
psíquico. En el apartado dedicado a la regresión remite a la Psicofísica de G. Th.
Fechner, y a su hipótesis de que los sueños se desarrollan en una escena distinta a la de
la vigilia, para afirmar lo siguiente:
De acuerdo con esta perspectiva, para Freud el aparato tiene un polo sensible y un
polo motor. En el primero se encuentra un sistema que recibe las percepciones, y en el
segundo, otro que abre a la motilidad. Ahora bien, las percepciones dejan en el aparato
psíquico una huella a la que Freud llama “huella mnémica” (Erinnerungsspur): “La
función que a esta huella mnémica se refiere es la que denominamos memoria” (Freud,
267
1900, 673). En función del propósito de adscribir a diversos sistemas los procesos
psíquicos, la huella mnémica consiste en modificaciones permanentes de los elementos
del sistema. No obstante, se plantea una dificultad:
Salvada esta dificultad, Freud sostiene que en la memoria las percepciones suelen
enlazarse, mientras que el sistema de percepción no puede conservar estas huellas (dado
que carece de memoria). Este aspecto apunta a poner de relieve que en la figuración del
sueño suelen desaparecer ciertos nexos entre las huellas mnémicas. Asimismo, a esta
consideración Freud añade otra, esta vez con el término de “observación” (en cursiva en
el texto):
De este modo, puede “observarse” cómo Freud busca esclarecer la función del
recuerdo más allá de su presencia para la conciencia. La noción de huella mnémica,
inconsciente por definición, no aporta a una teoría del recuerdo entendida a partir de la
presencia a sí del sujeto. Por el contrario, sólo subsidiariamente un recuerdo puede
devenir consciente: “…cuando los recuerdos se hacen de nuevo conscientes no
muestran cualidad sensorial alguna o sólo muy pequeña, en comparación con las
percepciones (Freud, 1900, 674). Por esta vía, entonces, la huella mnémica implica
pérdida de las cualidades perceptivas y, si fuera el caso de que el recuerdo advenga a la
conciencia, será de modo mermado. Este aspecto, como dijéramos anteriormente, es el
268
que a Freud le importa determinar en función de promover, a través de la regresión, la
recuperación sensible que implica la figurabilidad del sueño. Según anticipamos, la
concepción del aparato psíquico y las elaboraciones sobre el recuerdo son dependientes
de los rasgos que importa probar para la teoría del sueño. Sin embargo, también en este
contexto se formulan apreciaciones sobre el acto de recordar:
269
coordenadas? Para dar cuenta de esta circunstancia es que recurre a una pieza crucial
del cumplimiento de la asociación libre:
Por esta vía, entonces, el recuerdo en análisis no es arbitrario sino que encuentra
una condición psíquica; lo mismo podría decirse del sueño, y esto es lo que asegura el
pasaje del contenido manifiesto a las ideas latentes. En última instancia, el resorte
intrínseco al despliegue asociativo es el padecimiento, como en el sueño la realización
de deseo. Este es el aspecto que justifica la especial atención que requieren los
contenido hipervalentes, marcados por cierta intensidad. De acuerdo con este proceder
es que Freud incluso anticipa las leyes del significante de Lacan:
270
emplear en el chiste y en el juego de palabras, ha sido considerado como
una señal evidente de la asociación exenta de representaciones finales. De
esta clase son las asociaciones que nos llevan desde los elementos del
contenido manifiesto a los elementos colaterales y de estos a las
verdaderas ideas latentes.” (Freud, 1900, 668)
29
He aquí un aspecto que Lacan mismo subrayó en la última parte de uno de sus primeros escritos: “Más
allá del principio de realidad” (1936).
271
Detengámonos ahora, entonces, en el artículo (de los trabajos sobre técnica) que
nos concierne: “Recordar, repetir, reelaborar” (1914).
En un primer momento, Freud destaca que la fase inicial del análisis, vinculada a
la idea de catarsis, se enfocaba sobre el momento de la formación de síntoma y buscaba
hacer reproducir (Reproduzieren) los procesos psíquicos de aquella situación, con el
propósito de que vuelvan a la conciencia: “Recordar y abreaccionar eran en aquel
tiempo las metas que se procuraba enlazar con auxilio del estado hipnótico” (Freud,
1914, 149). Luego del abandono de la hipnosis, la vía de acceso al recuerdo fue otra, a
través de la asociación libre:
“…la tarea de colegir desde las ocurrencias libres del analizado aquello
que él denegaba recordar […]. Dominadas ellas [las resistencias] el
paciente narra con toda la facilidad las situaciones y los nexos
olvidados.” (Freud, 1914, 149)
1) Por un lado, en un apartado que en la primera edición del texto aparecía con letra
más pequeña, Freud aprecia que el olvido de ciertas escenas se reduce las más
de las veces a un “bloqueo”; y, por cierto, no pocas veces el paciente se refiere
a este hecho con la indicación de que se trataba de algo “sabido desde siempre”,
pero que no venía a cuento hasta ese momento, o bien de una circunstancia en
la que no había vuelto a pensar. De aquí se desprende nuevamente que el
recuerdo se delimita según el modo en que llega a la conciencia.
2) Por otro lado, hay ciertos recuerdos singulares, dado que sucede que el paciente
recuerde algo que nunca pudo ser olvidado “porque en ningún tiempo se lo
advirtió, nunca fue consciente” (Freud, 1914, 151). Dicho de otro modo, se trata
de recuerdos que anticipan aquello que, en la década de 1920, Freud ubicaría
“más allá del principio del placer”, esto es, aquello que el aparato psíquico no
logró “ligar”. Para estos casos, el convencimiento en el análisis se adquiere por
una vía diferente… a partir de la transferencia, tal como lo demuestra el
272
historial del Hombre de las ratas y la asunción de la escena en que debería haber
realizado un desaguisado en la infancia (Cf. Freud, 1909, 152-160).
3) Por último, Freud menciona otra restricción al olvido: el caso de los recuerdos
encubridores, cuya presencia es universal: “En muchos casos he recibido la
impresión de que la consabida amnesia infantil, tan sustantiva para nuestra
teoría, está contrabalanceada en su totalidad por los recuerdos encubridores”
(Freud, 1914, 150). De estos, dice Freud, que conservan lo esencial de la vida
infantil. Representan –“Repräsentieren” es la palabra utilizada, que remite a
una operación de “estar en lugar de” y no al sentido habitual de la palara
“representación”– los años infantiles… “como el contenido manifiesto del
sueño a los pensamientos oníricos” (Freud, 1914, 150). En función de esta
última observación puede advertirse por qué era necesario comenzar este
artículo, y el apartado anterior, con una elaboración en torno a La
interpretación de los sueños.
De este modo, para Freud el recuerdo encubridor tiene la estructura del sueño, es
decir, debe ser tratado de forma semejante. Sin embargo, a pesar de esta relativa
indistinción, que permitiría –por ejemplo– incorporar a la serie al síntoma (y decir que
el síntoma se analiza también como un sueño, en la medida en que requiere del
cumplimiento de la regla asociativa), cabría preguntarse: ¿qué distingue al sueño del
recuerdo encubridor? A partir de lo tematizado en el primer apartado, ha podido verse
que el recurso a la regresión facilitaba le explicación de los aspectos figurativos del
sueño, aquello que reclamaba una mayor pregnancia –representación directa de la
realización de deseo–. Sin embargo, ¿el recuerdo encubridor se presenta de la misma
manera? En primer lugar, es evidente que este último tiene un carácter consciente
inmediato, por lo cual no puede quedar apresado dentro de lo que Freud había llamado
el “recuerdo voluntario” (y su consecuente pérdida de intensidad); asimismo, el
recuerdo encubridor no tiene el carácter de la alucinación.
En segundo lugar, el sueño en su conjunto reclama un tinte alucinatorio, mientras
que en los recuerdos encubridores siempre se trata de un rasgo, un fragmento, una parte,
que se recorta como privilegiada. A partir de esta última indicación es que
propondremos que la estructura formal que permite esclarecer los recuerdos
encubridores es la de parte-todo, asociada a la forma del objeto a como mirada que
273
Lacan llamó “pantalla” en el seminario Los cuatros conceptos fundamentales del
psicoanálisis. A esta cuestión nos dedicaremos luego de explicitar en el apartado
siguiente el contenido específico de los dos artículos que Freud dedicó al tema de los
recuerdos encubridores.
274
aquellas impresiones que provocaron un intenso afecto o cuya
importancia quedó impuesta […]. Habrá, pues, de extrañarnos […] que
los recuerdos infantiles más tempranos de algunas personas tienen por
contenido impresiones cotidianas e indiferentes…” (Freud, 1899, 331)
Para dar cuenta de este rasgo, a expensas de los investigadores Henri, Freud
concede credibilidad a uno de los informantes de aquellos:
De este modo, el detalle indiferente recordado sería sólo una parte que remitiría a
la totalidad olvidada. La única salvedad que Freud realizaría a la explicación anterior es
la de reemplazar “olvidados” por “omitidos”. De todos modos, este esclarecimiento no
tiene un alcance mayor, dado que no permite dilucidar los motivos de la selección ni su
mecanismo.
Para dar cuenta de este último aspecto es que Freud plantea el proceso del
recuerdo a través de la transacción entre fuerzas, siendo una de ellas –la resistencia– la
que motiva un desplazamiento. En última instancia, un conflicto sobrevive gracias a una
formación indicadora, en la que algo se muestra de modo subrepticio; la pervivencia de
la imagen mnémica está polarizada por aquello que encubre. Respecto de la
particularidad del mecanismo, Freud dice lo siguiente:
275
esta vía, el recuerdo encubridor se explicaría a través de un mecanismo significante. Sin
embargo, Freud también afirma que “su génesis puede seguir aún otros caminos, y que
su aparente inocencia suele encubrir recuerdos insospechados” (Freud, 1899, 333).
Dicho de otro modo, se trata de la aparición de un sentido que escapa a la estructura del
significante y que nosotros vincularemos al objeto mirada. Para dar cuenta de este
aspecto, Freud menciona un recuerdo que atribuye a un paciente (pero que corresponde
a su propia persona):
“Veo una pradera cuadrangular, algo pendiente, verde y muy densa. Entre
la hierba resaltan muchas flores amarillas, de la especie llamada
vulgarmente ‘diente de león’. En lo alto de la pradera, una casa
campestre, a la puerta de la cual conversan apaciblemente dos mujeres:
una campesina, con su pañuelo en la cabeza, y una niñera. En la pradera
juegan tres niños: yo mismo, representando dos o tres años; un primo
mío, un año mayor, y su hermana, casi de mi misma edad. Cogemos las
flores amarillas, y tenemos ya un ramito cada uno. El más bonito es el de
la niña; pero mi primo y yo nos arrojamos sobre ella y se lo arrebatamos.
La chiquilla echa a correr, llorando, pradera arriba, y al llegar a la casita,
la campesina le da para consolarla un gran pedazo de pan de centeno. Al
advertirlo mi primo y yo tiramos las flores y corremos hacia la casa,
pidiendo también pan. La campesina nos da, cortando rebanadas con un
largo cuchillo. El resabor de este pan en mi recuerdo es verdaderamente
delicioso, y con ello termina la escena.” (Freud, 1899, 335)
276
respondería a la añoranza de la pasión por una muchacha que, en la primera
ocasión de verla, llevaba un vestido… amarillo.
2) Por otro lado, a partir del hecho de que el sabor del pan es el
elemento más ostensible en el recuerdo, se establece que la presencia del trío de
primos en el recuerdo reenvía a la situación en que los padres de quien recuerda
habían planificado un plan matrimonial con una prima, en vistas de que el joven
no padeciera la difícil carrera de ganar el sustento cotidiano.
277
operación significante. Para avanzar en esta dirección es que cabe atender a un segundo
rasgo específico que Freud introduce –además de la circunscripción del detalle–, a partir
del cual importa detenerse con mayor énfasis en la cuestión de la mirada: en el recuerdo
encubridor, además de recortarse una parte de una totalidad, esta última tiene una
particular intensidad mnémica asociada al rasgo de que el sujeto puede verse a sí mismo
en dicho recuerdo. El artículo que venimos comentando concluye con esta referencia:
278
maravillamos de retenerlos todavía” (Freud, 1901, 783); dicho de otro modo, el
olvido de nombres se engarza con un saber supuesto, mientras que el recuerdo
encubridor solicita una atención diferente.
279
modo de aparecer. Para dar cuenta del estatuto propio de los recuerdos encubridores, en
cuanto implican un tipo de satisfacción pulsional, se hace necesario recurrir a los
desarrollos lacanianos en torno del objeto mirada y su estructura propia de mostración,
que Lacan llamó “dar a ver”.
280
de ningún rasgo intrínseco, sino de lo que representa; su imagen refiere a una nada
(Rien) cuyo estatuto positivo no es el de la ausencia (la nada como Néant). El fetiche
realiza una detención imaginaria, recorta una parte de una totalidad, de la que adquiere
su significatividad por vía indirecta a través del proceso negativo indicado. Ahora bien,
este esquema del fetiche es el que Lacan aplica al recuerdo encubridor:
281
“…en el uso masivo que suele hacerse de la relación escoptofílica, se
supone siempre como algo evidente que el hecho de mostrarse es algo
muy simple, correlativo de la actividad de ver.” (Lacan, 1956-57, 169)
282
“En un sueño, es una mariposa. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que
ve a la mariposa en su realidad de mirada. ¿Qué son tantas figuras, tantos
dibujos, tantos colores? –no son más que ese dar a ver gratuito, donde se
marca para nosotros la primitividad de la esencia de la mirada.” (Lacan,
1964, 83-84)
Lacan parte de esta mención para retomar la idea freudiana de que en el sueño
siempre hay una conciencia implícita (a través de la cual muchas veces el soñante se
dice: “Esto es sólo un sueño”). Sin embargo, agrega algo más, dado que plantea que
Chuang-Tzú podría preguntarse –ya despierto– si no es la mariposa la que sueña que
ella es Chuang-Tzú. Esta observación le permite a Lacan extraer dos conclusiones: por
un lado, afirmar que Chuang-Tzú no está loco (en función de la definición lacaniana de
la locura como identificación inmediata con el propio ser); por otro lado, establecer una
distinción entre sueño y vigilia, dado que cuando es la mariposa, a Chuang-Tzú no se le
ocurre preguntarse si, cuando es Chuang-Tzú despierto, no es la mariposa que está
soñando que es. Dicho de otro modo, si bien no se refiere aquí al ser propio de la
identificación de la locura, sí se trata de la identificación con el objeto como mirada.
Porque, en efecto, Chuang-Tzú es la mariposa en su fantasma:
283
Para dar cuenta de este último punto es que en la clase del 26 de febrero de 1964
Lacan presenta un hilo conductor para explicitar el estatuto de la conciencia: la ilusión
“me veo verme” (Lacan, 1964, 87). Por esta vía, reformula la concepción del cogito
cartesiano, como sujeto de la representación, fundamentado en la reflexividad y la
autoconciencia: al percibir siempre soy consciente (de modo implícito) de que percibo:
“El privilegio del sujeto parece establecerse con esta relación reflexiva
bipolar, por la cual, en la medida en que yo percibo, mis representaciones
me pertenecen.” (Lacan, 1964, 88)
No obstante, Lacan califica esta formulación como una “ilusión” dado que elide
un aspecto central: “la conciencia, en su ilusión de verse verse, encuentra su
fundamento en la estructura vuelta de revés de la mirada” (Lacan, 1964, 89). En la
captación intuitiva de la identidad, se albergaría un elemento extraño. No es en la
captura solipsista de la reflexión que el sujeto se constituye, sino a través de una
exterioridad que hace de la conciencia una forma de gozar de la mirada. Ahora bien,
esta forma de conciencia que menciona aquí Lacan no es la indicada anteriormente para
el sueño: mientras que esta última implica la posibilidad de poner entre paréntesis lo
real en el sueño –lo real del sueño– y, por eso mismo, se consolida como un modo de
presentación de lo real, en la ilusión de verse verse se apunta a otro modo de
manifestación de la mirada, propio del recuerdo encubridor: al verse como parte del
recuerdo, el sujeto desconoce la satisfacción que lo comanda en este mismo acto de
verse. Cree que ve un objeto (sí mismo), pero se satisface en el acto de ver. De acuerdo
con este lineamiento específico es que puede entenderse la pregnancia de los elementos
hipervalentes del recuerdo encubridor, para lo cual cabe detenerse en una anécdota
singular –del propio Lacan– a la que no dudaríamos en calificar como un recuerdo de
este tenor:
“Es una historia verídica. Tenía yo entonces unos veinte años –época en
la cual, joven intelectual, no tenía otra inquietud, por supuesto, que la de
salir fuera, la de sumergirme en alguna práctica directa, rural, cazadora,
marina incluso. Un día, estaba en un pequeño barco con unas pocas
personas que eran miembros de una familia de pescadores de un pequeño
puerto. En aquel momento, nuestra Bretaña aún no había alcanzado la
284
etapa de la gran industria, ni del barco pesquero, y el pescador pescaba en
su cáscara de nuez, por su cuenta y riesgos. A mí me gusta compartirlos,
aunque no todo era riesgo, había también días de buen tiempo. Así que un
día, cuando esperábamos el momento de retirar las redes, el tal Petit-Jean,
como lo llamaremos […] me enseñó algo que estaba flotando en la
superficie de las olas. Se trataba de una pequeña lata, más precisamente
de una lata de sardinas. Flotaba bajo el sol, testimonio de la industria de
conservas que, por lo demás, nos tocaba abastecer. Resplandecía bajo el
sol. Y Petit-Jean me dice –¿Ves esa lata? ¿La ves? Pues bien, ¡ella no te
ve!” (Lacan, 1964, 102)
Dejaremos de lado aquí cualquier intento de interpretación del mismo, dado que
no se trata de un paciente en análisis, pero sí subrayaremos la presencia en este recuerdo
–cuya textura narrativa es florida, y ubica al joven Lacan y sus expectativas juveniles en
el centro–30 de ese elemento “iridiscente” que motiva su atención. En efecto, no tendría
sentido realizar un análisis de este recuerdo por nuestra cuenta, porque es el propio
Lacan quien se toma este trabajo en el seminario –cuya posición al enseñar era la del
analizante– cuando formaliza la estructura de la pantalla: “Sólo soy algo en el cuadro,
yo también, cuando soy esa forma de la pantalla” (Lacan, 1964, 104).
Ahora bien, esta función de la pantalla no encuentra una exposición del todo
precisa en el seminario. Por cierto, incluso permanece en una aproximación intuitiva y
Lacan mismo lo reconoce:
30
“…tal como me pinté […] yo constituía un cuadro vivo bastante inenarrable. Para decirlo todo, yo era
una mancha en el cuadro” (Lacan, 1964, 103).
285
En el libro La relación de desconocido (1978), de G. Rosolato, puede encontrarse
uno de los pocos trabajos dedicados por un lacaniano a la cuestión del recuerdo
encubridor. El artículo, titulado justamente “Recuerdo-encubridor” parte de la
presentación de dos materiales clínicos, con un objeto específico: vincular estas
formaciones con la posición pulsional fantasmática del sujeto.
Respecto del primer caso, se trata de un joven que asiste al cine con su madre y en
ocasión de contemplar la escena de un beso entre los protagonistas del film, recuerda
que su madre le deniega la mirada para reconducirla hacia la parte inferior del asiento,
donde advierte la presencia intensa de un charco. En este punto, el análisis demuestra
que la escena encubre una teoría sexual infantil, relacionada con la micción, siendo el
charco una forma de dar a ver el resultado de la acción elidida. No obstante, a través de
un segundo caso, Rosolato amplía su elaboración para darle un mayor énfasis a una
hipótesis propia. Citemos el recuerdo presentado:
286
madre y su tía […]. Su propia imagen articula los dos espacios contiguos
de la película, ilusorio y del recuerdo vivido en la sala oscura. Uno da un
indicio de la irrealidad el otro.” (Rosolato, 1978, 279)
Por esta vía, la duda respecto del montaje del recuerdo es tomada por el autor para
construir una posición fantasmática del sujeto: la dramatización de la escena
corresponde al peligro de la devoración que resulta del contacto establecido entre, por
un lado el mar, la piragua y el niño atado y, por otro lado, la tierra (materna) y los
caníbales. La orilla es el límite en el que se realiza la unión de los dos elementos y la
isla del Pacífico, su jungla y sus palmeras evocan un paraíso original.
En todo caso, antes que cuestionar la traducción de la escena que realiza Rosolato,
lo significativo es el método plástico al que se arriesga, basado en la figurabilidad del
recuerdo. Asimismo, el trasfondo de la hipótesis del autor radica en vincular los
recuerdos encubridores con las vivencias tempranas de seducción del niño, que así
verificarían su posición fálica. Dicho de otra manera, los recuerdos encubridores
elevarían recuerdo anodinos al estatuto de fantasías encubiertas que plasman la
seducción que, de modo traumático, introduce la sexualidad para el niño a través de la
presencia del Otro parental.
No discutiremos este resultado al que llega Rosolato, dado que excedería los
límites de este trabajo, aunque una observación crítica que podría realizarse es la que
atiende al fundamento que permitiría validar la generalización que formula a partir de la
mención de apenas dos casos. De todos modos, más allá de esta indicación, importa
subrayar de qué manera Rosolato destaca el vínculo entre el recuerdo encubridor y el
objeto mirada, al apuntar que aquél “pone en escena importantes experiencias
escoptofílicas de la infancia” (Rosolato, 1978, 271).
Para dar sustento a esta idea, Rosolato propone tomar en sentido estricto la idea
del recuerdo encubridor como pantalla, aunque podría darse este término una diversidad
de acepciones: en el sentido más vulgar, y anti-analítico, la pantalla sería simplemente
algo que cubre y oculta, mientras que lo significativo de la pantalla-analítica es cómo da
a ver algo; el recuerdo encubridor no debe ser tratado en términos de algo que debe ser
cancelado, sino como hilo conductor que en la conciencia paradójica que lo expone (al
reclamar autenticidad, pero asociada a cierta extrañeza) muestra a través de sí. En este
sentido, cabría mencionar una segunda acepción, para la cual Rosolato utiliza la
metáfora del “parachispas” (de una estufa):
287
“La imagen que viene a la mente para explicar esto podría ser la del
parachispas. Este objeto no tiene otra utilidad que la de proteger de la
radiación del fuego. Además, si su superficie representa la escena elegida
de un hogar incandescente, no hará más que reenviar al abrasamiento que
emite, un calor y chispas reales. Pero la pantalla de la chimenea sólo es
un panel o un filtro, mientras que el recuerdo encubridor es más que eso,
por lo menos en otros rasgos indicados por Freud.” (Rosolato, 1978, 268)
288
esta posición del sujeto, cuyo correlato es su objetivación en la escena –el verse verse,
según Lacan–.
En última instancia, el recuerdo encubridor definido desde su modo de
presentación en la experiencia, basado en la conciencia paradójica que lo sostiene,
implica el pasaje por una estructura formal (parte/todo) que guía desde la pregnancia
visual no hacia otro recuerdo “oculto” sino hacia la posición del sujeto y un modo de
satisfacción en la fantasía, un goce escópico en el que se expresa el deseo.
289
Bibliografía de la Cuarta Parte
291
Conclusiones
292
condiciones de posibilidad –en convergencia con el designio crítico de la epistemología
kantiana–.
En resumidas cuentas, no se suscribe la fenomenología por la afirmación de una u
otra tesis teórica, sino a través de un procedimiento. De ahí que, como afirmara Lacan
en la entrevista con P. Caruso que citamos como epígrafe de otro de nuestros capítulos,
la fenomenología puede ser “útil” para el psicoanálisis, en la medida en que se la “use”
de forma propicia.
En nuestra tesis de investigación nos hemos servido de la fenomenología en un
doble sentido: por un lado, en la segunda parte, como hilo conductor teórico que
permitió explicitar diversas referencias manifiestas en la enseñanza de Lacan, con el
objetivo de restituir ciertas nociones operativas en la formalización lacaniana; sin
embargo, por otro lado, también nos ha interesado seguir, en la tercera parte, el
procedimiento lacaniano de construcción de la noción de objeto a como mirada, en el
que ha podido advertirse una singular fenomenología que toma como fenómeno
privilegiado las imágenes pictóricas.
De este modo, puede afirmarse que Lacan construye su noción de objeto mirada en
función de una referencia “doble” a la fenomenología: por un lado, a partir de ciertos
“autores” a los que cita y comenta; por otro lado, desde cierta actitud metodológica que
interroga las condiciones de posibilidad de manifestación de ese invento que llamó
“objeto a”.
II
De acuerdo con este último punto de vista es que puede entenderse que esta tesis no
haya podido ser elaborada sin una referencia directa a la experiencia, dado que las
formas privilegiadas de aparición de la mirada –en el contexto de los seminarios que
van desde La transferencia hasta El objeto del psicoanálisis– son el acting out, el sueño
y el recuerdo encubridor. En este contexto nos hemos ceñido a estas “formaciones de la
mirada” –según el nombre que hemos adoptado en convergencia con una designación
propuesta por Nasio–, mientras que un estudio sobre la voz debería dedicarse a otras
formaciones (como la alucinación, el superyó, etc.).
En resumidas cuentas, esta última indicación permite cernir la experiencia desde la
cual surge esta tesis, una clínica de la mirada, a través del método fenomenológico, que
293
derriba cualquier idea de que habría una presentación per se de la mirada que no se
instancie en fenómenos concretos.
No obstante, los fenómenos elegidos no son excluyentes, dado que también podría
haberse tomado como un hilo conductor para el estudio de la mirada la alucinación
visual, la persecución paranoide, etc. En todo caso, lo que circunscribe la unidad de los
fenómenos retomados es –de acuerdo con la pregunta explícita que formulamos en la
primera parte de esta tesis– su relación con la fantasía. Tanto el acting out, como el
sueño y el recuerdo encubridor, son “expresiones” de posiciones fantasmáticas –de
formas de gozar de la fantasía–, aunque a partir de vías diferentes. Aquí es donde cobra
valor la distinción propuesta entre “estructuras de la mirada”:
294
III
De acuerdo con estos lineamientos, en los que reconstruimos de modo regresivo las
partes que componen esta tesis, quedan esclarecidos diversos motivos de la concepción
lacaniana de la mirada, al reconducirlos a ciertas condiciones de experiencia, lo que
permite desprenderse de cierto vocabulario metafórico que, eventualmente, pesa sobre
las indicaciones al tema en cuestión. Por ejemplo, a través de esta orientación
fenomenológica puede encontrarse una deriva conceptual para elaborar las referencias
lumínicas (el objeto “incandescente”, la mirada que “ciega” al sujeto, etc.) que Lacan
acostumbraba usar –y que muchos artículos de otros psicoanalistas utilizan sin pensar
sus fundamentos–, o bien las menciones ocasionales a fenómenos puntuales como los de
la experiencia estética, la contemplación de lunares, el mimetismo, etc.
Asimismo, en función del último punto mencionado, esta tesis se convierte en un
precedente para dos tipos de investigaciones: por un lado, futuros trabajos podrían
dedicarse a la cuestión de la regla fundamental del psicoanálisis y sus condiciones, en la
medida en que las formaciones de la mirada son vías de poner en cuestión la asociación
libre; por otro lado, investigaciones de otras formas de gozar de la mirada que no estén
295
sostenidas en la fantasía (a diferencias de las estudiadas en esta tesis). A estos dos
puntos dedicaremos los próximos dos apartados de este capítulo de conclusiones.
IV
31
“En ningún caso debe esperarse un relato sistemático, ni se debe hacer nada para propiciarlo” (Freud,
1912, 137).
296
Por un lado, consideremos la situación de que alguien no omita nada en el momento
de hablar. El cumplimiento exhaustivo de esta condición podría ser parafraseado con la
idea de que la regla fundamental es un imperativo de decirlo todo. Sin embargo, ¿puede
el psicoanálisis propugnar aquello que justamente trata de verificar en su experiencia,
que la estructura cuenta con un indecible? Por otro lado, consideremos el caso de que
alguien no sistematice en absoluto su discurso. En este punto, la regla podría ser
parafraseada como un imperativo de decir cualquier cosa. Pero, ¿no es esta la situación
que menos describe al analizante y mejor ejemplifica el goce vacío de la defensa frente
a un decir que importe? De este modo, el cumplimiento de ambas condiciones –la no
omisión y la no sistematicidad– no parece ofrecer una descripción precisa del uso de la
regla en el análisis. Quizá la dificultad radique en que lo hacen por la negativa, es decir,
formulan lo que no hay que hacer. Sin embargo, ¿no sería más provechoso deslindar
qué prescribe propositivamente la asociación libre?
En este punto, son las referencias a una “promesa de sinceridad”32 de la regla y la
“insinceridad”33 inicial de quien consulta, las que podrían colaborar con esta
formulación restante: en definitiva, la propuesta freudiana radica en decir aquello que
no quisiera decirse, lo que se preferiría callar (aquí se recorta el sentido de la omisión),
ya sea porque causa vergüenza, timidez, etc., o bien porque se lo considera dispensable
(aquí cobra sentido el valor de la sistematización), lo que podría marcar un antes y un
después a partir de su comunicación.
De acuerdo con lo anterior, entonces, ni en la obra de Freud ni en la de Lacan
encontramos una elaboración sistemática de la asociación libre que permita dar cuenta
de sus matices clínicos. En todo caso, encontramos elaboraciones en torno a indicadores
propios de la división subjetiva que se ponen de manifiesto con el cumplimiento de la
regla analítica. Sin embargo, ¿podría darse cuenta de la vergüenza sin una referencia a
la mirada? De este modo, esta tesis es la vía de acceso a una fundamentación de la regla
analítica en función de los afectos que pone en juego antes que en preceptos normativos
o técnicos.
Para avanzar en esta dirección investigativa, en convergencia con el segundo de los
puntos mencionados en el apartado anterior, dedicaremos el apartado siguiente a las
32
La cita anterior en el cuerpo del texto continúa: “Por último, no olvide nunca que ha prometido absoluta
sinceridad, y nunca omita algo so protexto de que por alguna razón le resulta desagradable comunicarlo”
(Freud, 1912, 136).
33
En el caso Dora, Freud se refiere a la insinceridad consciente de los pacientes, que deliberadamente no
informan aspectos que deberían comunicar: “Se guarda conciente y deliberadamente una parte de lo que
le es bien conocido y debería contar” (Freud, 1905, 17).
297
relaciones entre vergüenza y mirada, con el propósito de establecer un estado del arte
básico que entronque el trabajo aquí realizado con futuras producciones.
298
Dos observaciones pueden desprenderse de este apretado repertorio bibliográfico:
por un lado, el campo de estudios sobre la vergüenza desborda la perspectiva
psicoanalítica, e incluso en este último territorio dista de tratarse de un afecto que pueda
ser definido unívocamente; por otro lado, es preciso partir de distinguir la vergüenza de
otros afectos para poder realizar una primera aproximación.
Esta última orientación fue llevada a cabo por C. Soler en su libro Los afectos
lacanianos (2011):
299
De acuerdo con la perspectiva de esta autora, cabe añadir a la distinción entre
vergüenza y culpa, distintas formas de la vergüenza en la vida amorosa: por ejemplo, la
vergüenza de ser rechazado –ser visto como alguien que no fue amado, lo que
eventualmente lleva al acting out de la destreza de la seducción compulsiva en el
hombre, o al deseo prevenido que interactúa en condiciones de anonimato (como en las
redes sociales y otros modos de virtualidad), o la inhibición ocasional en la mujer– y la
vergüenza que se puede sentir frente a la iniciativa de otro –ocasionalmente vinculada a
la “vergüenza ajena” o al impudor del partenaire–. No obstante, dado su carácter de
breve comentario de una clase de Lacan, ciertas distinciones quedan solapadas o apenas
introducidas. En este punto, sería aconsejable, antes de detenerse en un análisis de la
estructura de la vergüenza en la vida amorosa, deslindar el alcance de tres conceptos
que suelen superponerse: vergüenza, pudor, timidez.
Ahora bien, la vergüenza es un afecto crucial en la práctica analítica. En principio,
porque es un indicador prístino de la división subjetiva, al punto de que el sujeto
avergonzado vacila en la situación de sentirse descubierto y, eventualmente, se detiene
en su decir y calla. Por lo tanto, a primera vista, la vergüenza pareciera una especie de
obstáculo concreto para el cumplimiento de la regla fundamental del psicoanálisis, la
asociación libre, ya que facilitaría cierto “disimulo” por parte del analizante. En estos
términos lo entendía Freud cuando, como mencionamos en el apartado anterior, se
refería a la “insinceridad consciente” que puede estar a la base del carácter fragmentario
y reticente del discurso del neurótico:
“En efecto, esa falla [la incapacidad para dar una exposición ordenada de
la propia biografía] reconoce los siguiente fundamentos: En primer lugar,
el enfermo, por los motivos todavía no superados de la timidez y la
vergüenza (o la discreción, cuando entran en cuenta otras personas)…”
(Freud, 1905, 17)
300
que se constituyen en el período de latencia y que inhiben la sexualidad, al punto de
calificar a la vergüenza como una formación reactiva (Cf. Freud, 1905b, 146-7; 149;
161-2). Vergüenza, asco y escrúpulos morales son el saldo de este modo de sublimación
–aunque puede haber sublimación por otras vías no reactivas–; y, entonces, cabe
preguntarse si acaso el asco no indica una referencia indirecta al pudor,34 es decir, la
violencia ejercida contra el pudor suele producir ese efecto: con estas coordenadas
podría considerarse el síntoma del asco en el caso Dora, cuando el Sr. K. le solicita que
lo espere junto a la puerta que daba a la escalera y, a al pasar, junta su cuerpo contra el
de ella y le estampa un beso que produce, en la joven muchacha, un “violento asco”
(Freud, 1905, 26). Podría pensarse que esta escena demuestra que el pudor –al igual que
la vergüenza– también requiere de la participación del otro, pero sus coordenadas serían
distintas.35 Si en la vergüenza, la barra recae sobre el avergonzado de modo directo,
frente al sentimiento de sentirse mirado, en el pudor es precisa una condición
suplementaria: que el otro actúe una forma de transgresión (incluso cuando dicho acto
no sea más que la realización de un deseo). En estos términos puede entenderse una
referencia de Lacan en “Kant con Sade” (1962), cuando sostiene el carácter
amboceptivo del pudor, que para ser violentado en uno no necesita más que un acto en
el otro:
34
Una referencia de Lacan que distingue vergüenza y pudor, e introduce el motivo del asco, se encuentra
en la clase del 3 de junio de 1959 en el seminario “El deseo y su interpretación”: “El objeto tiene esta
función, precisamente, de significar ese punto donde el sujeto no puede nombrarse, donde el pudor, diría,
es la forma regia de lo que se efectiviza en los síntomas de la vergüenza y el asco.”
35
Desde un punto de vista descriptivo, podría decirse que la vergüenza es una forma de sanción subjetiva
de la transgresión del pudor. De este modo, el pudor precedería a la vergüenza y sería una suerte de
barrera o inhibición objetiva contra aquella.
301
Por último, respecto de la timidez, cabría añadir que se trata de una posición
subjetiva que prácticamente no ha sido estudiada en psicoanálisis, con la excepción de
unos pocos artículos, entre ellos, uno de Winnicott, quien distingue una timidez normal
(ligada, eventualmente, a la retracción de un duelo) y una patológica, o sintomática,
vinculada a cuestiones persecutorias (Cf. Winnicott, 1938). En este último caso, la
timidez responde a temores de ser perseguido –nuevamente, es la dimensión
omnipresente de la mirada la que se pone en juego–.
En la clase del 17 de junio de 1970, en el seminario 17, Lacan presenta la idea de
una “vergonzontología”, neologismo que juega en francés con los términos “vergüenza”
(honte) y “ontología” (ontologie). Para el psicoanálisis, la ontología se defrauda en la
vergüenza, en la medida en que el estudio del ser del sujeto siempre queda confrontado
con la falta, dado que el significante no puede decir su ser íntimo, aquella satisfacción a
la que está fijado y, ocasionalmente, desconoce.
En este seminario, Lacan articula la vergüenza con el discurso universitario. En
términos generales, el discurso universitario puede ser definido a partir de la imposición
del trabajo de tener que develar las coordenadas que un saber encubre. No obstante, y
esto es lo que diferencia esta estructura del discurso del Amo –en el que el saber se
encuentra expuesto–, lo que se produce en el discurso universitario es la división
subjetiva de aquel que, en posición de objeto, no hace más que verificar su falta
respecto de este saber. El que quiere saber –o, mejor dicho, quien debe saber–, todo el
tiempo descubre, como su verdad, que no sabe (tanto como lo esperado). Y esto también
obedece a motivos estructurales, ya que el discurso universitario tiene como agente la
represión de las coordenadas del saber en cuestión.
Este modo de discurso, que articula una relación específica entre el saber y la
verdad, podría otorgar títulos aproximados a las formas de sensibilidad que,
esporádicamente, pueden representarlo. Al agente del saber se lo suele llamar
“profesor”, del que Lacan sostenía que se caracteriza por “enseñar sobre enseñanzas” y,
por lo tanto, es incapaz de producir una enseñanza propia. Al esclavo que acompaña
esta partida Lacan le concedió el nombre de “astudé”, neologismo que condensa una
referencia a la palabra “estudiante” aunque también a la palabra “estúpido” –por lo
tanto, se trata de aquel que sólo verifica, una y otra vez, su estupidez frente a un saber
respecto del cual está en falta–. En esta tesis hemos sido conscientes de esta
elaboración, y no por inscribirse en un contexto universitario consideramos que
responde al discurso universitario. En todo caso, hemos tensado nuestras ideas en un
302
contexto argumentativo que pretende validación, pero sin recaer en una justificación
impostada, agotada en una sistematización de citas sin enunciación.
Asimismo, en el seminario 17 Lacan introduce la idea de una vergüenza “propia”
del discurso universitario de esa época, que denomina “vergüenza por vivir” y que
marca “una degeneración del significante amo”. Esta vergüenza estaría asociada a
ciertas coordenadas que pueden resumirse en la expresión “morirse de vergüenza”
(Lacan, 1960-70, 195), es decir, la situación en que alguien preferiría la muerte a quedar
expuesto a la revelación de su división –en nuestro idioma, nos referimos a esta
posibilidad cuando decimos “que me trague la tierra”–. Para Lacan existió una época, ya
pasada, en que al rebajamiento de los ideales se prefería la muerte. Pero, según Lacan,
los tiempos han cambiado. Desde la perspectiva Lacan, la vergüenza hoy en día se
convirtió en una “vergüenza por vivir tan finamente” (Lacan, 1969-70, 198).
Actualmente, lo que avergüenza es vivir una vida que nunca merece la muerte, dado que
falta su inscripción en la genealogía de un S1. Todo se reduce a lo trivial, al vacío, lo
que se suele llamar “tiempo líquidos”.
No obstante, esta perspectiva no permite avanzar respecto de la articulación entre
mirada y vergüenza, a pesar de que la relación entre vergüenza y mirada es presentada
por Lacan desde el comienzo de su enseñanza. Así, por ejemplo, en el seminario 1 se
afirma la idea de una “fenomenología de la vergüenza, del pudor, del prestigio, del
temor particular engendrado por la mirada” (Lacan, 1953-54, 314). En este contexto, el
referente específico para dar cuenta de la cuestión es J.-P. Sartre y el apartado “La
mirada” de El ser y la nada (1943).
No obstante, antes de este apartado específico, la cuestión de la vergüenza se
plantea en desde el inicio de la tercera parte del El ser y la nada, dedicada al problema
de la existencia del otro. Contra la posición idealista, para la cual el solipsismo es un
punto de partida, y que requiere demostrar la existencia del prójimo a través de la
presentación de su cuerpo como un objeto más del mundo, la fenomenología sartreana
encuentra en el ser para otro un punto de partida, una estructura que no puede ser
deducida. La vergüenza se inscribe en el tipo de experiencias que exponen esta situación
radical:
303
que puedan obtenerse en la soledad por la práctica religiosa de la
vergüenza, la vergüenza, en su estructura primera, es vergüenza ante
alguien.” (Sartre, 1943, 250-51)
Por un lado, esta observación introduce la noción de que la presencia del otro no
necesariamente requiere de su presencia física. Podríamos pensar, por ejemplo, que
dicha injerencia se efectúa eventualmente a través de la participación de ideales desde
los cuales, sólo secundariamente, alguien reflexiona (se ve a sí mismo). Por otro lado, la
vergüenza requiere una forma específica de manifestación ante alguien: la mirada. Para
Sartre, “soy como el prójimo me ve” (Sartre, 1943, 251), donde el énfasis puesto en el
ser indica que el sujeto se reduce a un objeto para la mirada del otro, esto es, queda
fijado en alguna actitud “evidente”. Asimismo, cabe aquí una aclaración, para matizar la
idea de que esta fijación deba toda su responsabilidad al Otro:
“…este nuevo ser que aparece para otro no reside en el otro: yo soy
responsable de él, como lo muestra a las claras el sistema educativo
consistente en ‘avergonzar’ a los niños de lo que son. Así, la vergüenza es
vergüenza de sí ante otro; estas dos estructuras son inseparables.” (Sartre,
1943, 251)
“…si aprehendo la mirada, dejo de percibir los ojos […]. La mirada del
otro enmascara sus ojos, parece ir por delante de ellos.” (Sartre, 1943,
286)
304
Esta última indicación permite apreciar que la mirada no se confunde con la visión
–cuestión que, según vimos en esta tesis, habría de retomar Lacan en el seminario 11–.
Para tomar el ejemplo paradigmático de Sartre, podría considerarse el caso del celoso
que espía detrás de una puerta hasta que siente unos pasos en la escalera. No es
necesario que sea visto por unos ojos, porque –por decirlo así– ya fue visto por la
mirada; en esta situación, el sujeto queda asumido como celoso, objetivado incluso para
sí mismo, confundido “con este ser que yo soy que la vergüenza me descubre” (Sartre,
1943, 289). En este punto, la vergüenza es un indicador de la presencia del sujeto, de
que ese cuerpo es “habitado”, como lo demuestran el rubor, bajar la mirada, en
definitiva, no saber detrás de qué esconderse, cuando el sujeto se siente mirado desde
todos lados.
El “ser descubierto” de la mirada es sólo un modo de respuesta ante la mirada del
otro; también podría haberse pensado en el orgullo –y así lo propone Sartre, junto con la
posibilidad del miedo–, como una forma de responder a la división subjetiva de la
mirada. De hecho, desde la perspectiva psicoanalítica, es conocida la inflación narcisista
–aquello que Lacan llamara “infatuación” (Cf. Lacan, 1946, 146) como un modo de
encubrir la angustia–.
Resumamos, entonces, el planteo sartreano de la estructura de la mirada, con una
nueva consideración:
305
angustia (Cf. Lacan, 1962-63, 14). En este punto, podría decirse que la vergüenza
supone un pasaje por la angustia, propio de la división subjetiva, pero también es una
respuesta a esta última, en la medida en que hace consistir un modo de satisfacción en
que el sujeto se reconoce como descubierto. En última instancia, lo que cabría añadir es
que dicho “dar a ver” se realiza ante una forma indeterminada del Otro. “¿Qué va a
pensar de mí?”, suele preguntarse el avergonzado.
En un artículo como “El creador literario y el fantaseo” (1908) Freud ya se había
referido al paseante que camina por la calle envuelto en sus ensoñaciones, con una
sonrisa dibujada en el rostro. Se trata de una situación harto conocida, a la que cabría
añadir el detalle de que estos fantaseadores suelen esconder sus gestos al caminar
(miran para abajo, desvían la mirada, etc.). Ahora imaginemos la posibilidad de que uno
de ellos sea sorprendido e interrogado por alguien que le dijera: “¡Qué bonito reírse de
esas cosas!”. El efecto no se dejaría esperar: la más inclemente vergüenza inundaría el
rostro del sujeto. Esta intervención, que se yergue como una referencia a un saber
supuesto en el Otro, restituye el goce de la mirada. En todo caso, podría decirse que si el
goce de la visión consiste en la metonimia de apuntar a lo que no se ve –a través de un
develamiento continuo–, la mirada –en este caso, a través de la vergüenza– es una forma
de restitución del objeto perdido:
306
desconcierta, lo hace zozobrar, y lo reduce a un sentimiento de
vergüenza. […]. ¿No queda claro que la mirada sólo se interpone en la
medida en que el que se siente sorprendido no es el sujeto anonadante,
correlativo del mundo de la objetividad, sino el sujeto que se sostiene en
una función de deseo?” (Lacan, 1964, 92)
VI
Esta tesis concluye, a partir de los dos últimos apartados, con una indicación de los
temas que garantizan la continuidad de sus resultados en nuevas investigaciones.
Asimismo, en el último apartado en particular, puede advertirse de qué modo –en un
estudio sobre la vergüenza– la fenomenología continuaría siendo una referencia capital.
De esta manera, este fenómeno clínico, dada su exterioridad a la investigación presente,
se constituye en una suerte de excepción que confirma la regla. Una tesis que buscara
ser omnicomprensiva no demostraría nada, pero también el recorte de un tema debe
dejar de lado fenómenos cuya exclusión encuentre una justificación razonable, es decir,
cuya razonabilidad pueda explicitarse. Este el lugar que ocupa la vergüenza, como
formación de la mirada, en este caso.
Para concluir, entonces, realizaremos una última observación. La reducción de los
fenómenos clínicos estudiados (acting out, sueño, recuerdo encubridor) a formas de la
mirada, basados en funciones (con los términos “escena”, “velo”, “pantalla”) que
remiten a estructuras formales, permite no sólo sortear la equivocidad con que estos
términos son utilizados en la enseñanza de Lacan, sino también evitar la permanencia de
307
residuos psicológicos en la experiencia psicoanalítica. Dicho de otra manera, a partir de
nuestra tesis, un sueño no es lo que un paciente menciona cuando dice “Tuve un sueño”,
sino aquello que se presenta con la estructura de un sueño y, por lo tanto, motiva una
intervención del analista conforme con esta condición. De este modo, el sueño ya no es
una “función psíquica” sino un fenómeno fundamentado en la experiencia psicoanalítica
desde su aparición particular, de la misma manera que un recuerdo encubridor deja ser
aprehensible desde la indicación psicologista “Recuerdo que cuando era niño…” o bien
el acting out deja de nombrar cualquier conducta más o menos provocativa… El
resultado más interesante, para el caso, es que bien puede haber “sueños” que, desde la
experiencia analítica, “funcionen” como un acting out, o bien recuerdos de infancia
cuya estructura sea onírica. Por esta vía el psicoanálisis no debería nada a una
psicología de la mente o de las llamadas “facultades superiores”, porque sólo tendría
como piedra de toque fundamental interrogar las condiciones de su experiencia a partir
de la regla fundamental.
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Bibliografía de Conclusiones
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Doctorado en Psicología
Tesis
Abril de 2015
310
Índice
Introducción……………………………………………………………………………1
311
Capítulo 5: Merleau-Ponty y Lacan I: Deseo, inconsciente y lenguaje…………..…….98
5.1 Del comportamiento integrado al cuerpo deseante…………………………………99
5.2 Una concepción simbólica del inconsciente………………………………………105
5.2 El lenguaje como expresión y la doctrina del significante………………………..109
5.3 Conclusiones…………………………………………………………………….112
Capítulo 9: El objeto mirada en Lacan II: Del falo simbólico al objeto a…………… 161
9.1 El falo como símbolo……………………………………………………………162
9.2 El objeto a como mirada………………………………………………………..…165
9.3 Anamorfosis y “función cuadro”………………………………………………….176
312
10.1 La representación……………………………………………………..………….185
10.2 Las Meninas……………………………………………………………………...189
10.3 El representante de la representación…………….……………………………...192
10.4 Conclusiones a los capítulos 8, 9 y 10…………………………………………..197
Capítulo 13: El uso mostrativo del sueño. Función del velo y formación de objeto….239
13.1 ¿Siempre se ‘debe’ interpretar un sueño?..............................................................241
13.2 Los límites de la interpretación………………………………………………….244
13.3 Sueño hipernítido y sueño-índice……………………………….……………….254
13.4 La función del velo: el sueño como formación de la mirada…….………………262
13.5 Conclusiones y perspectivas……………………………………………………..264
313
14.4 El recuerdo escópico…………………………………………………………….280
Conclusiones…………………………………………………………………………..292
314