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Señal que facilita la comprensión de algo que no percibimos por los sentidos.
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La irradiación del perdón en la comunidad que sufre el pecado.
El auxilio de la fe ante las fuerzas destructoras del ser humano (enfermedad y
muerte).
La revelación del amor de Cristo a la Iglesia en el amor entre el hombre y la mujer.
La continuidad de la misión apostólica que se transmite a lo largo del tiempo en la
Iglesia.
Se trata de los siete sacramentos que prolongan y actualizan, en el tiempo, las
acciones de Jesús y del Espíritu en favor de los herederos del Reino.
De acuerdo a la semejanza que los sacramentos presentan con las etapas de la vida natural y
espiritual, la tradición de la Iglesia los ha dividido de la siguiente forma (cf. CEC 1210-1211):
Iniciación cristiana.
Curación.
Sacramentos al servicio de la comunidad.
Éste no es el único orden posible, pero permite ver que los sacramentos forman una estructura
en la cual cada sacramento tiene su lugar vital. Los siete sacramentos cubren los momentos
decisivos de la existencia humana, ya que toda experiencia humana es capaz del encuentro
con el misterio de Dios en Cristo Jesús. En este orden, la Eucaristía ocupa un lugar único,
por ser el sacramento de los sacramentos. Ella representa la cumbre y la fuente de la vida
sacramental de la Iglesia2.
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LG 11
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6. Todos los sacramentos contenidos en la Eucaristía
Al ser la Eucaristía la fuente y la cumbre de toda la vida cristiana, todos los demás
sacramentos están referidos a ella.
Los siete sacramentos simbolizan una unidad. Cada sacramento contiene el todo y, en cierta
manera, los siete, son “la Eucaristía total”.
La vida cristiana surge en la Iniciación, tiene en la Eucaristía su cumbre y se concluye con la
Eucaristía final del viático.
Por lo anterior, los sacramentos no han de ser vistos como ritos que cumplir, sino como un
estilo de vida sacramental, personal y comunitario. La vida sacramental es una característica
de la vida cristiana.
Según hemos dicho, los sacramentos cristianos son símbolos en acción; expresan
simbólicamente y actualizan la fe o vida de la comunidad creyente. Conociendo el
simbolismo de la celebración sacramental, tendremos acceso a la espiritualidad de cada
sacramento. Podríamos analizar sin más el símbolo sacramental del bautismo para deducir
su espiritualidad; pero nuestro discurso será más inteligible y completo presentando en
primer lugar la fe o experiencia de la comunidad cristiana que sustenta y da contenido al rito.
La fe de la comunidad cristiana
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manifestaciones religiosas. Para el hombre, su propia libertad es un misterio; se siente capaz
de lo más sublime, y sin embargo cae mil veces en lo más rastrero. Los distintos movimientos
y grupos religiosos asumen la experiencia común de la humanidad, y tratan de dar su
explicación. Con variadas expresiones e interpretaciones, plasman ese anhelo de plenitud que
todos los hombres abrigamos en nuestra intimidad, mediante «la nostalgia del paraíso que ha
cuajado en mitos y leyendas sagradas».
Para explicar la situación de libertad alienada, se acude frecuentemente a una caída del
hombre tan antigua como la misma creación. En esa caída inciden todos los miembros del
género humano, que necesitan ser purificados. La vida y la felicidad conllevan una
exigencia de liberación, que se pretende llenar estableciendo con el misterio o divinidad
relaciones de humilde acatamiento.
El hombre tiene deseos de una realización definitiva, porque su creador le ha hecho imagen
suya y le ha destinado a la felicidad del paraíso. Como los demás hombres, también los
cristianos sufrimos la situación de ambigüedad en nuestra vida. Pero tenemos la experiencia
de que con Jesucristo ha llegado ya la salvación, la nueva humanidad, el reino esperado.
A tomar en cuenta:
El bautismo nos arranca del mundo perverso y nos introduce «al reino del Hijo de su
amor». La catequesis bautismal de los primeros siglos confesó y celebró esta fe con
expresiones bien elocuentes.
Este sacramento significa el encuentro personal y vivo del hombre con el
acontecimiento de Jesucristo, celebrado en la comunidad cristiana.
Al decir que los bautizados revisten a Cristo, se quiere afirmar que los rasgos del
salvador marcan ya la fisonomía del bautizado.
La vocación del cristiano es «llevar el nombre de Cristo». Es el fruto del bautismo
que sugiere bien el rito de la signación: «Imprimo en tu pecho y en tu frente el sello
de Nuestro Señor Jesucristo».
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«Quienes son iluminados (bautizados) asumen la figura y el aspecto de Cristo, la
forma del Verbo queda impresa en ellos, de modo que en cada uno nace Cristo»; «al
salir de las aguas bautismales, llevas en ti al Hijo de Dios, has sido transformado en
él, has venido a ser de su misma familia, de su misma especie».
La tradición llama al bautismo «sacramento de la resurrección del Señor». En la
liturgia bautismal del s. IV había un rito muy solemne: al salir de la piscina, el neófito
se ponía un vestido blanco, evocando así la figura del Resucitado cuyos vestidos
«eran blancos como la nieve».
El bautismo es «don del Espíritu», «nuevo nacimiento del agua y del Espíritu», «baño
de regeneración y de renovación en el Espíritu».
Observaciones previas:
Pensamos que quizá con una catequesis adecuada para la confirmación puedan
descubrir la fe que otros profesaron en su nombre cuando fueron bautizados.
No hay textos de los evangelios donde conste la institución inmediata de este
sacramento por Jesucristo; y durante los primeros siglos, la confirmación no aparece
como un sacramento distinto del bautismo.
Es importante rastrear la peculiaridad del Espíritu en la catequesis y liturgia de la
confirmación.
CVII: la confirmación es inseparable del bautismo y de la eucaristía.
El simbolismo de la confirmación sólo es elocuente si se relaciona con el bautismo y
con la eucaristía.
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Vaticano II, AG 36.
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«Por el sacramento de la confirmación, los fieles se vinculan más estrechamente a la
Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo, y con ello quedan
obligados más estrictamente a difundir y defender la fe como verdaderos testigos de
Cristo por la palabra, juntamente con las obras»4.
Experiencia o fe de la Iglesia
En el fondo, como base que sustenta y da sentido al rito sacramental, hay tres
convicciones fundamentales en la comunidad cristiana: que la Iglesia es signo y oferta del
reino de Dios, que cada bautizado participa esa condición y esa misión de la Iglesia, que
llega un momento de la vida en que los hombres tienen que asumir responsablemente su
vocación cristiana como testigos de la salvación.
Simbolismo y espiritualidad
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LG 11
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Santo Tomás, III,72, 1.
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III, 72, 11.
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«vosotros estáis ungidos por el Santo» (1 Jn 1, 20). Es la unción que nos permite discernir
dónde está la verdad y reconocer que «todo el que obra la justicia ha nacido de Dios» (1 Jn
2, 27-29).
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III, 72, 5.
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SC 7.
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PO6.
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En la llamada iniciación cristiana, la primera eucaristía era como explicitación o
último paso de lo celebrado ya en el bautismo. Actualmente, con el bautismo
generalizado de niños, se ha perdido esa visión; y para muchos, la primera comunión,
frecuentemente diluida en fiesta familiar y social, es también la última. Sólo
entendiendo el significado de la eucaristía como acto central de la comunidad
creyente, podrá la primera comunión recuperar su auténtico significado.
La experiencia o fe de la Iglesia
Dios tiene un proyecto decidido: habitar entre los hombres para que vivan como
hermanos.
El proyecto de Dios -poner su morada entre los hombres— se va realizando en
distintas fases de la revelación bíblica.
La fe o experiencia cristiana vive tres artículos importantes: Cristo resucitado está
presente y actúa en la Iglesia, en la vida y muerte de Jesús los cristianos tienen acceso
a Dios, y en esa incorporación a Cristo crece la comunidad cristiana.
La nueva oblación «no es la sangre de machos cabríos y de becerros», sino «la sangre
de Cristo que por el Espíritu eterno a sí mismo se ofreció».
El verdadero sacrificio es la oblación de la propia existencia con la tarea, el sudor y
la esperanza de cada día (Rom 12, 1). Esa es «la oblación sagrada» (liturgia) del nuevo
pueblo (2 Cor 9, 12). Ayudar al necesitado es «suave aroma, sacrificio que Dios
acepta con agrado» (Flp 4, 18).
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y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más
que un solo cuerpo, así también Cristo» (1 Cor 12, 12).
Simbolismo de la eucaristía
La eucaristía recibe distintos nombres: «fracción del pan», en la comunidad de los Hechos;
«eucaristía», «sacrificio», «misa», en los primeros siglos. Pero a partir del s. V se impone la
expresión «cena del Señor». De origen paulino, tuvo actualidad en la Reforma del s. XVI, y
nuevamente hoy se ha puesto de moda en el movimiento ecuménico. También la emplea el
Vaticano II.
La última cena es presentada como una comida de Jesús con sus discípulos. Una forma de
presencia interpersonal, de comunión y alianza. Es el significado e intencionalidad que
tienen las comidas de Jesús con los pobres según los evangelios: un signo de amistad y
aceptación para rehabilitar a los que socialmente nada cuentan; un signo también para los
bien situados, a fin de que compartan sus bienes con los demás10.
Esa comida viene a ser participación del «cuerpo y de la sangre» de Cristo que se ofrece
como alimento de la comunidad cristiana: «tomad y comed», «tomad y bebed». En lenguaje
bíblico, «cuerpo» significa la persona. En los relatos de la cena, Jesús expresa
simbólicamente lo que pretendió en su actividad mesiánica: crear un mundo solidario. Para
ello, realiza el gesto simbólico dando sentido a su martirio y en la esperanza de la resurrección
(Le 22, 18). «Comer la carne y beber la sangre de Cristo» significan dejarse alcanzar por su
causa, proyectos y objetivos; aceptar su proceso conflictivo y su destino.
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Cf A Fermet, La eucaristía Teología v praxis de la memoria de Jesús (Santander 1980), J Espeja,
Visión iristologita de la eucaristía «Escritos del Vedat» XI (1981) 127-130.
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contexto de fiesta pascual que, según la tradición judía, evocaba liberación o salvación del
pueblo, el reinado de Dios.
Finalmente, la ultima cena expresa otra dimensión: la entrega de Jesús es para que todos los
hombres tengan vida en abundancia.
La eucaristía es fuente de vida para las personas y para la comunidad creyente. San Pablo lo
dice así: «El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de
Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Aun siendo muchos,
un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos y cada uno participamos de ese único pan»
(1 Cor 10, 17). El término «cuerpo» se refiere al cuerpo del Resucitado y a la Iglesia; ésta
se construye y fragua su unidad participando el cuerpo de Cristo resucitado. Es el
simbolismo eficaz de la celebración eucarística.
En esta celebración simbólica, la comunidad creyente manifiesta su fe o experiencia: que el
Resucitado se hace presente y activo en su comunidad para la salvación de los hombres;
que todos tenemos acceso a Dios y podemos celebrar el sacrificio y culto nuevos; que así se
nutre y crece la vida no sólo de cada cristiano, sino de toda la Iglesia, para ser germen de
salvación y de unidad en el mundo.
La eucaristía renueva la última cena donde Jesús expresó lo que había intentado en su
actividad profética y estaba dispuesto a perseguir incluso aceptando la muerte: la llegada del
reino. Pero esta llegada, que ya es realidad, sigue siendo todavía meta esperada: «No beberé
del producto de la vid, hasta que llegue el reino» (Le 22, 18). Cuando celebramos la
eucaristía, hacemos lo que Jesús hizo en la última cena; pero debemos pensar también cuándo
y cómo lo hizo; a la hora de sufrir el fracaso, supo mantener viva la esperanza confiada. La
celebración y comunión eucarísticas deben ser medio para que los cristianos «se perfeccionen
día a día por Cristo, mediador en la unión con Dios y entre sí, para que finalmente Dios sea
todo en todos».
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P. Casaldáliga, Todavía estas palabras (Estella 1989) 95.
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Como ya hemos visto, los sacramentos de la iniciación cristiana son tres: el Bautismo,
la Confirmación y la Eucaristía.
1) Los tres sacramentos, antes dichos, forman una unidad inseparable con la catequesis. La
iniciación cristiana une catequesis y liturgia. Aunque la catequesis está subordinada a la
liturgia.
Aunque hay que decir, luego hablaremos de ello, que en esta relación quien manda es
la liturgia: primero porque la catequesis se ordena al don que Dios da en los
sacramentos o a partir de ese mismo don; segundo, porque ninguna acción en la iglesia
tiene una eficacia comparable a la de la liturgia (Cf. CONCILIO VATICANO II,
Sacrosanctum Concilium 7)
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Tanto que durante siglos, en toda la Iglesia, al administrar el Bautismo se
administraban también la Confirmación y la Eucaristía. Tanto que aún hoy eso es así
en las iglesias orientales. Tanto que aún hoy eso es así en la Iglesia Católica occidental
cuando se bautiza a los adultos.
Para explicar esto brevemente podríamos decir que los tres sacramentos de forma
progresiva nos llevan a la comunión con Cristo. El Bautismo nos une a Cristo, el Hijo
de Dios muerto y resucitado, y de esta unión resulta que el bautizado sea redimido de
sus pecados y le sea concedida una vida nueva. De esta unión resulta que el bautizado
se convierta en hijo de Dios, en templo del Espíritu Santo y en miembro de la Iglesia.
La unión con Cristo le confiere todo esto. En la confirmación recibe el don del Espíritu
Santo, que básicamente tiene en él dos efectos: le configura más a Cristo,
preparándole a una mayor comunión con él (la que llegará en la Eucaristía); y le hace
capaz también de participar con Cristo en su misión, le fortalece para el testimonio
cristiano.
En estas palabras se expresa de forma sencilla, clara y sin lugar a duda tanto la unidad
como el orden de los tres sacramentos.
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de manera suficiente el estrecho vínculo que hay entre el Bautismo, la
Confirmación y la Eucaristía. En efecto, nunca debemos olvidar que somos
bautizados y confirmados en orden a la Eucaristía. Esto requiere el esfuerzo de
favorecer en la acción pastoral una comprensión más unitaria del proceso de
iniciación cristiana. El sacramento del Bautismo, mediante el cual nos configuramos
con Cristo, nos incorporamos a la Iglesia y nos convertimos en hijos de Dios, es la
puerta para todos los sacramentos. Con él se nos integra en el único Cuerpo de Cristo
(cf. 1 Co 12,13), pueblo sacerdotal. Sin embargo, la participación en el Sacrificio
eucarístico perfecciona en nosotros lo que nos ha sido dado en el Bautismo. Los
dones del Espíritu se dan también para la edificación del Cuerpo de Cristo (cf. 1 Co
12) y para un mayor testimonio evangélico en el mundo. Así pues, la santísima
Eucaristía lleva la Iniciación Cristiana a su plenitud y es como el centro y el fin de
toda la vida sacramental .
El vínculo entre los tres sacramentos de la iniciación cristiana: son una unidad.
Además, dice que se requiere un esfuerzo para que en la acción pastoral esta
realidad teológica sea perceptible. Se ha de percibir en nuestra acción pastoral la
unidad intrínseca de los tres sacramentos y que la celebración eucarística es su
plenitud.
Decía el papa Juan Pablo II en la Carta apostólica Novo millennio ineunte: «Cristo es
el fundamento absoluto de toda nuestra acción pastoral»12. Apliquemos este principio
fundamental a la pastoral de la iniciación cristiana. ¿Qué significa?
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JUAN PABLO II, Carta apostólica Novo millennio ineunte (6 de enero de 2001), 15.
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nuestras fuerzas son siempre muy limitadas y el campo de trabajo es muy
extenso; o nos llenaríamos enseguida de la tristeza que trae no ver siempre
frutos o no verlos de forma inmediata, una tristeza que hace imposible la
evangelización. El impulso viene de él, que después de vencer la muerte,
después de resucitar, nos da un mandato y con el mandato el poder del
Espíritu Santo para llevarlo a término: «Se me ha dado toda potestad en el
cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y
enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy
con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». (Mt 28,18–20).
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creemos tener alguna otra cosa, entonces nos equivocaremos. El contenido
de nuestra enseñanza, de la catequesis es Cristo, lo que la Iglesia ofrece
en los sacramentos es a Cristo, y la vida que ofrece en su comunión, en la
vida de comunión, no es otra que la vida de Cristo. Y lo que esperamos
para la eternidad no tiene otro nombre que el de Cristo: «Cristo lo es todo
para nosotros», dirá san Ambrosio.
Cristo ha vencido y su gracia lo puede todo. En este mundo no hay nada más
poderoso que la gracia de Cristo. Ella es más poderosa que todos los ídolos, que
todas las ataduras que esclavizan a los hombres, más poderosa que todos los
pecados y todas las resistencias, más fuerte que la muerte... La gracia de Dios lo
puede todo. Si no fuese así podríamos ahora mismo irnos a casa y seguir con
nuestras vidas, todo sería en vano como dice el apóstol de los gentiles. Por eso
hemos de fiarnos de ella, por eso hemos de dar la primacía a la gracia. Ese es
nuestro punto de partida.
Podríamos resumir lo que estamos diciendo sobre la primacía de la gracia con otras
palabras con las que el papa Juan Pablo II introducía a la Iglesia en el tercer milenio cristiano:
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«No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula
mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula
lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo
estoy con vosotros! No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El
programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición
viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar
e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta
su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste»13.
Mientras en algunas partes del mundo el sentido del misterio permanece verdaderamente
fuerte, en otras, en cambio, se nota una difundida mentalidad que no niega formalmente el
misterio de Dios, sino la posibilidad de reconocerlo con la razón y adherir a él libremente.
Un neopaganismo ofrece mensajes que invitan a evadirse de la realidad y a refugiarse en los
mitos, en los ídolos, que pueden consolar la existencia sólo por un instante. Al mismo tiempo,
13
NMI 29.
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B, Studer Mistagogia, en DPAC, 11, 1456; E. Lodi, Iniciación,-catecumenado, en DTI, 111, 146-
158; D, Borobio, Catecumenado, en CFP, 99-120; C. Floristán, El catecumenado, PPC, Madrid 1972,
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se manifiesta ampliamente también una exigencia de espiritualidad. Además, avanzan las
tendencias gnósticas que llevan a buscar el sentido de la historia en pocos privilegiados, que
lo conocerían por presunta revelación.
La Iglesia quiere ayudar a la humanidad a encontrar nuevamente el misterio escondido
desde siglos y manifestado en Jesucristo (cf. Ef 3,5-6). Dado que mistagogia significa
conducir por un camino que lleva al misterio, se comprende porqué no basta un itinerario
litúrgico sin una comprensión personal.
El Señor ha prometido: “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el
fin del mundo” (Mt 28, 20). No somos nosotros quienes lo hacemos presente, sino que es
Él quien se hace presente entre nosotros y permanece todos los días. Para tener acceso al
misterio de su presencia permanente, los fieles son instruidos a través de la catequesis para
los catecúmenos, íntimamente unida a la liturgia, y la mistagogía o catequesis postbautismal
para los iniciados.16
Cabe señalar la urgencia de las catequesis mistagógicas, como método perenne de enseñanza
sobretodo en este tiempo en que la iniciación cristiana está tan diluida al comprenderse los
sacramentos (de iniciación específicamente) como remedios “ad casum”, como píldoras de
fe, motivos para “la fiesta”. Cada vez más paganos la vivencia del misterio que encierra la
vida sacramental.
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Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 52: AAS 95 (2003), 467-468.
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Cf. Istruzione per l´Applicazione delle Prescrizioni Liturgiche del Codice dei Canoni delle Chiese
Orientali, 30.
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