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I.

Qué es un sacramento cristiano

Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del


Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios; pero, en cuanto signos, también
tienen un fin pedagógico. No sólo suponen la fe, sino que a la vez la alimentan, la
robustecen y la expresan por medio de palabras y cosas; por esto se llaman sacramentos
de la fe. Confieren ciertamente la gracia, pero también su celebración prepara
perfectamente a los fieles para recibir fructuosamente la gracia, rendir culto a Dios y
practicar la caridad.
Sacrosanctum concilium 59

1. Los sacramentos, símbolos de encuentro con Jesucristo

El término “sacramento” designa los rituales centrales en la vida de la Iglesia, los


“signos1 eficaces de la gracia”. El signo es un objeto material, que podemos ver, oír, tocar
y que representa un fenómeno o acción no material, es decir, que no está al alcance de los
sentidos. Los sacramentos son mucho más que signos, son experiencias profundas que nos
acercan a Dios. El símbolo es comunicación de una “experiencia”, especialmente cuando
comunica experiencias que dan sentido a nuestra vida. Los sacramentos son símbolos del
encuentro con Jesucristo en la Iglesia. El encuentro con Jesús se da en el contexto de su
Cuerpo, que es la Iglesia; son experiencias de comunidad, de pueblo. Cuando los pueblos se
encuentran con el Dios verdadero, su historia se convierte en símbolo, sacramento del Reino.

2. Los sacramentos, presencia de Jesucristo entre su pueblo

Los sacramentos son muestras vivas y realizaciones concretas de que la Iglesia es


signo del amor de Dios y expresión de la presencia de Jesucristo en medio de su pueblo,
instrumento de salvación, lugar de reconciliación, de comunión y de fraternidad.
A través de los sacramentos, la Iglesia se realiza como comunidad de fe y amor, como
pueblo amado de Dios, santificado por el Espíritu, Cuerpo de Cristo.

3. Sacramentos, celebración de los misterios de fe

A través de los sacramentos, la Iglesia celebra y realiza los misterios de fe:


 La inserción del cristiano en la vida de los hijos e hijas de Dios.
 Su incorporación a la obra del Reino.
 La congregación de los hijos de la Iglesia en torno a la mesa del Señor.

1
Señal que facilita la comprensión de algo que no percibimos por los sentidos.

1
 La irradiación del perdón en la comunidad que sufre el pecado.
 El auxilio de la fe ante las fuerzas destructoras del ser humano (enfermedad y
muerte).
 La revelación del amor de Cristo a la Iglesia en el amor entre el hombre y la mujer.
 La continuidad de la misión apostólica que se transmite a lo largo del tiempo en la
Iglesia.
 Se trata de los siete sacramentos que prolongan y actualizan, en el tiempo, las
acciones de Jesús y del Espíritu en favor de los herederos del Reino.

4. Los siete sacramentos

De acuerdo a la semejanza que los sacramentos presentan con las etapas de la vida natural y
espiritual, la tradición de la Iglesia los ha dividido de la siguiente forma (cf. CEC 1210-1211):

 Iniciación cristiana.
 Curación.
 Sacramentos al servicio de la comunidad.

Éste no es el único orden posible, pero permite ver que los sacramentos forman una estructura
en la cual cada sacramento tiene su lugar vital. Los siete sacramentos cubren los momentos
decisivos de la existencia humana, ya que toda experiencia humana es capaz del encuentro
con el misterio de Dios en Cristo Jesús. En este orden, la Eucaristía ocupa un lugar único,
por ser el sacramento de los sacramentos. Ella representa la cumbre y la fuente de la vida
sacramental de la Iglesia2.

5. Los sacramentos de la Iniciación Cristiana

Como podemos recordar, Bautismo, Confirmación y Eucaristía son los sacramentos


de la Iniciación Cristiana.

Fundamentan la vocación común de todos los discípulos de Cristo, que es vocación a


la santidad y a la misión de evangelizar el mundo. Confieren las gracias necesarias
para vivir según el Espíritu en esta vida de peregrinos en marcha hacia la patria (CEC
1533).

2
LG 11

2
6. Todos los sacramentos contenidos en la Eucaristía

Al ser la Eucaristía la fuente y la cumbre de toda la vida cristiana, todos los demás
sacramentos están referidos a ella.

 Con la Eucaristía culmina la Iniciación Cristiana.


 Por ella se consolida la comunión con Dios y los hermanos durante toda la existencia.
 Con ella culmina la existencia cristiana en la hora de la muerte.

Los siete sacramentos simbolizan una unidad. Cada sacramento contiene el todo y, en cierta
manera, los siete, son “la Eucaristía total”.
La vida cristiana surge en la Iniciación, tiene en la Eucaristía su cumbre y se concluye con la
Eucaristía final del viático.
Por lo anterior, los sacramentos no han de ser vistos como ritos que cumplir, sino como un
estilo de vida sacramental, personal y comunitario. La vida sacramental es una característica
de la vida cristiana.

II. Sacramentos de iniciación cristiana: bautismo y confirmación

1. El bautismo: entrada en la Iglesia

El bautismo es el primer sacramento. Alcanzados por el Espíritu, los hombres aceptan


la palabra y se ponen en camino hacia la comunidad de Jesucristo. Esta comunidad abre sus
puertas PARA COMPRENDER LOS SACRAMENTOS y ofrece su dinamismo vital. En la
celebración del bautismo, como en el nacimiento de un viviente, ya están marcadas las
líneas fundamentales de su desarrollo. Partiendo de esta celebración, tendremos el diseño
de la espiritualidad cristiana.

Según hemos dicho, los sacramentos cristianos son símbolos en acción; expresan
simbólicamente y actualizan la fe o vida de la comunidad creyente. Conociendo el
simbolismo de la celebración sacramental, tendremos acceso a la espiritualidad de cada
sacramento. Podríamos analizar sin más el símbolo sacramental del bautismo para deducir
su espiritualidad; pero nuestro discurso será más inteligible y completo presentando en
primer lugar la fe o experiencia de la comunidad cristiana que sustenta y da contenido al rito.

La fe de la comunidad cristiana

La experiencia o vida de la Iglesia que motiva, fundamenta y garantiza el rito


bautismal, emerge dentro de una experiencia humana, cuyo eco se deja sentir en las distintas

3
manifestaciones religiosas. Para el hombre, su propia libertad es un misterio; se siente capaz
de lo más sublime, y sin embargo cae mil veces en lo más rastrero. Los distintos movimientos
y grupos religiosos asumen la experiencia común de la humanidad, y tratan de dar su
explicación. Con variadas expresiones e interpretaciones, plasman ese anhelo de plenitud que
todos los hombres abrigamos en nuestra intimidad, mediante «la nostalgia del paraíso que ha
cuajado en mitos y leyendas sagradas».

Para explicar la situación de libertad alienada, se acude frecuentemente a una caída del
hombre tan antigua como la misma creación. En esa caída inciden todos los miembros del
género humano, que necesitan ser purificados. La vida y la felicidad conllevan una
exigencia de liberación, que se pretende llenar estableciendo con el misterio o divinidad
relaciones de humilde acatamiento.

El hombre tiene deseos de una realización definitiva, porque su creador le ha hecho imagen
suya y le ha destinado a la felicidad del paraíso. Como los demás hombres, también los
cristianos sufrimos la situación de ambigüedad en nuestra vida. Pero tenemos la experiencia
de que con Jesucristo ha llegado ya la salvación, la nueva humanidad, el reino esperado.

«Configurados a Cristo por el bautismo»

En estas palabras, el Vaticano II es fiel a la revelación neotestamentaria y a la


tradición viva de la Iglesia. Las primeras comunidades cristianas confesaban y celebraban
esta realidad: mediante el bautismo, el hombre queda introducido en el misterio de Cristo,
hace suyas las opciones fundamentales del Maestro y trata de «re-crearlas» en nueva
situación histórica.

A tomar en cuenta:

 El bautismo nos arranca del mundo perverso y nos introduce «al reino del Hijo de su
amor». La catequesis bautismal de los primeros siglos confesó y celebró esta fe con
expresiones bien elocuentes.
 Este sacramento significa el encuentro personal y vivo del hombre con el
acontecimiento de Jesucristo, celebrado en la comunidad cristiana.
 Al decir que los bautizados revisten a Cristo, se quiere afirmar que los rasgos del
salvador marcan ya la fisonomía del bautizado.
 La vocación del cristiano es «llevar el nombre de Cristo». Es el fruto del bautismo
que sugiere bien el rito de la signación: «Imprimo en tu pecho y en tu frente el sello
de Nuestro Señor Jesucristo».

4
 «Quienes son iluminados (bautizados) asumen la figura y el aspecto de Cristo, la
forma del Verbo queda impresa en ellos, de modo que en cada uno nace Cristo»; «al
salir de las aguas bautismales, llevas en ti al Hijo de Dios, has sido transformado en
él, has venido a ser de su misma familia, de su misma especie».
 La tradición llama al bautismo «sacramento de la resurrección del Señor». En la
liturgia bautismal del s. IV había un rito muy solemne: al salir de la piscina, el neófito
se ponía un vestido blanco, evocando así la figura del Resucitado cuyos vestidos
«eran blancos como la nieve».
 El bautismo es «don del Espíritu», «nuevo nacimiento del agua y del Espíritu», «baño
de regeneración y de renovación en el Espíritu».

Recibir el Espíritu de Cristo significa participar los rasgos fundamentales en la


experiencia de Jesús: Dios como amor gratuito, dedicación total a la causa del reino, una
vida en libertad y en confianza.

2. Confirmación: «Seréis mis testigos»

Bautismo, confirmación y eucaristía, «sacramentos de la iniciación», son ritos del


único proceso «en el cual los fieles, como miembros de Cristo vivo, son incorporados y
asimilados a él por el bautismo, y también por la confirmación y la eucaristía»3. Es como la
tierra común del pueblo de Dios, donde brotarán los distintos carismas y ministerios.

Observaciones previas:
 Pensamos que quizá con una catequesis adecuada para la confirmación puedan
descubrir la fe que otros profesaron en su nombre cuando fueron bautizados.
 No hay textos de los evangelios donde conste la institución inmediata de este
sacramento por Jesucristo; y durante los primeros siglos, la confirmación no aparece
como un sacramento distinto del bautismo.
 Es importante rastrear la peculiaridad del Espíritu en la catequesis y liturgia de la
confirmación.
 CVII: la confirmación es inseparable del bautismo y de la eucaristía.
 El simbolismo de la confirmación sólo es elocuente si se relaciona con el bautismo y
con la eucaristía.

3
Vaticano II, AG 36.

5
 «Por el sacramento de la confirmación, los fieles se vinculan más estrechamente a la
Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo, y con ello quedan
obligados más estrictamente a difundir y defender la fe como verdaderos testigos de
Cristo por la palabra, juntamente con las obras»4.

Experiencia o fe de la Iglesia

En el fondo, como base que sustenta y da sentido al rito sacramental, hay tres
convicciones fundamentales en la comunidad cristiana: que la Iglesia es signo y oferta del
reino de Dios, que cada bautizado participa esa condición y esa misión de la Iglesia, que
llega un momento de la vida en que los hombres tienen que asumir responsablemente su
vocación cristiana como testigos de la salvación.

En la comunidad cristiana, transformada por el Espíritu, desaparece cualquier dominación de


unos sobre otros: «Ya no hay griego ni judío, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, porque
todos sois uno en Cristo» (Gal 3, 28). Como nuevo pueblo de Dios, la Iglesia es signo y
germen de solidaridad para todos los hombres. Reino y solidaridad sin fronteras, vienen a ser
lo mismo.
En la tradición hay una idea muy metida: como Cristo fue ungido por el Espíritu, también el
bautizado es ungido para ser rey, sacerdote y profeta. La homilía bautismal de 1 Pe 2, 9-10
es bien clara.
Podemos ver por qué la confirmación puede ser un sacramento en sentido propio: «Hay un
efecto especial de la gracia que corresponde a una necesidad de la vida natural; en la
existencia del hombre hay un momento en que alcanza su mayoría de edad y puede actuar
por sí mismo; a este momento corresponde la confirmación»5.
La experiencia que tiene la Iglesia de ser pueblo de Dios enviado como testigo ante todas
las naciones de la tierra sustenta y da sentido al sacramento de la confirmación.

Simbolismo y espiritualidad

La confirmación respecto al bautismo es «como el aumento respecto a la generación»;


«es la última consumación del sacramento del bautismo; como lo dice su nombre, confirmar
lo que ya encuentra».6
Jesús promete a sus discípulos: «Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la
verdad completa». Con razón los neófitos son llamados «nuevos cristos o ungidos»:

4
LG 11
5
Santo Tomás, III,72, 1.
6
III, 72, 11.

6
«vosotros estáis ungidos por el Santo» (1 Jn 1, 20). Es la unción que nos permite discernir
dónde está la verdad y reconocer que «todo el que obra la justicia ha nacido de Dios» (1 Jn
2, 27-29).

La liturgia de la confirmación pide por quienes reciben este sacramento: «Que


contribuyamos a que la Iglesia, cuerpo de Cristo, alcance su plenitud». En realidad, el
bautizado será siempre un miembro de la Iglesia, marcado por la dimensión comunitaria;
todas sus actividades llevarán esta impronta; cada obra que realice u omita, beneficiará o será
nociva para la santidad y unidad de la Iglesia, comunidad de bautizados.
«Por el sacramento de la confirmación, los fieles quedan obligados a difundir y
defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra, juntamente con las obras»
(CVII).
La confirmación «nos configura más plenamente con Cristo, que también fue ungido en su
bautismo y enviado para que el mundo entero ardiera con la fuerza del Espíritu». La Iglesia
pide para los confirmados: «Que nos haga ante el mundo testigos valientes del evangelio de
Jesucristo». Y termina la liturgia con un deseo: «Que quienes han participado en tus
sacramentos, sean en el mundo buen olor de Cristo».
En este sacramento se celebra y ofrece a los hombres «la potestad espiritual para
confesar públicamente la fe de Cristo con palabras y ex officio». Y esta confesión
desencadena «una lucha contra los enemigos visibles que se oponen a la fe»7.
Alcanzados también por el Espíritu, los confirmados toman la palabra que anuncia la
buena noticia de Jesús. El Vaticano II recuerda «la obligación de ser testigos»; quiere decir,
«necesidad de ser testigos»; la misma necesidad que vivieron los primeros seguidores de
Jesús. Y aquí resulta ineludible un interrogante: ¿cómo puede haber tantos cristianos
confirmados que ni dentro ni fuera de la Iglesia toman y dicen su palabra?

III. La Eucaristía: centro de la existencia cristiana

«Cristo está presente siempre a su Iglesia, especialmente en las acciones litúrgicas;


está presente en el sacrificio de la misa, en la persona del ministro, ofreciéndose ahora por
ministerio de los sacerdotes el mismo que se ofreció en la cruz; está presente sobre todo bajo
las especies eucarísticas»8.

«Ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz o quicio en la celebración de la


santísima eucaristía»9.

7
III, 72, 5.
8
SC 7.
9
PO6.

7
En la llamada iniciación cristiana, la primera eucaristía era como explicitación o
último paso de lo celebrado ya en el bautismo. Actualmente, con el bautismo
generalizado de niños, se ha perdido esa visión; y para muchos, la primera comunión,
frecuentemente diluida en fiesta familiar y social, es también la última. Sólo
entendiendo el significado de la eucaristía como acto central de la comunidad
creyente, podrá la primera comunión recuperar su auténtico significado.

La experiencia o fe de la Iglesia

Como los demás sacramentos, la eucaristía es también un símbolo que manifiesta y


promueve la fe o experiencia de la comunidad cristiana. Sólo ahí el simbolismo es eficaz:
expresa y oferta la gracia o encuentro de salvación. La experiencia o fe que anima en la
celebración de la eucaristía incluye tres artículos fundamentales:

 Que el Resucitado se hace presente y activo en la Iglesia.


 Que en la vida y muerte de Jesús, los hombres tenemos acceso a Dios.
 Que así nace y crece la comunidad cristiana, «cuerpo espiritual del Resucitado» y
«nuevo pueblo» en que Dios recibe culto agradable.

Dios con los hombres, presencia y morada:

 Dios tiene un proyecto decidido: habitar entre los hombres para que vivan como
hermanos.
 El proyecto de Dios -poner su morada entre los hombres— se va realizando en
distintas fases de la revelación bíblica.
 La fe o experiencia cristiana vive tres artículos importantes: Cristo resucitado está
presente y actúa en la Iglesia, en la vida y muerte de Jesús los cristianos tienen acceso
a Dios, y en esa incorporación a Cristo crece la comunidad cristiana.
 La nueva oblación «no es la sangre de machos cabríos y de becerros», sino «la sangre
de Cristo que por el Espíritu eterno a sí mismo se ofreció».
 El verdadero sacrificio es la oblación de la propia existencia con la tarea, el sudor y
la esperanza de cada día (Rom 12, 1). Esa es «la oblación sagrada» (liturgia) del nuevo
pueblo (2 Cor 9, 12). Ayudar al necesitado es «suave aroma, sacrificio que Dios
acepta con agrado» (Flp 4, 18).

Para realizar la liberación definitiva, el Espíritu de Cristo transforma y


promueve a todos los bautizados creando esa comunidad de hombres libres y
corresponsables: «Así como el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros,

8
y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más
que un solo cuerpo, así también Cristo» (1 Cor 12, 12).

Simbolismo de la eucaristía

En este sacramento, la Iglesia expresa y celebra su fe cristiana. El punto de referencia


es la última cena de Jesús. En ese gesto profético aparecen ya las dimensiones o aspectos
permanentes de la eucaristía.

La eucaristía recibe distintos nombres: «fracción del pan», en la comunidad de los Hechos;
«eucaristía», «sacrificio», «misa», en los primeros siglos. Pero a partir del s. V se impone la
expresión «cena del Señor». De origen paulino, tuvo actualidad en la Reforma del s. XVI, y
nuevamente hoy se ha puesto de moda en el movimiento ecuménico. También la emplea el
Vaticano II.
La última cena es presentada como una comida de Jesús con sus discípulos. Una forma de
presencia interpersonal, de comunión y alianza. Es el significado e intencionalidad que
tienen las comidas de Jesús con los pobres según los evangelios: un signo de amistad y
aceptación para rehabilitar a los que socialmente nada cuentan; un signo también para los
bien situados, a fin de que compartan sus bienes con los demás10.

Esa comida viene a ser participación del «cuerpo y de la sangre» de Cristo que se ofrece
como alimento de la comunidad cristiana: «tomad y comed», «tomad y bebed». En lenguaje
bíblico, «cuerpo» significa la persona. En los relatos de la cena, Jesús expresa
simbólicamente lo que pretendió en su actividad mesiánica: crear un mundo solidario. Para
ello, realiza el gesto simbólico dando sentido a su martirio y en la esperanza de la resurrección
(Le 22, 18). «Comer la carne y beber la sangre de Cristo» significan dejarse alcanzar por su
causa, proyectos y objetivos; aceptar su proceso conflictivo y su destino.

El carácter sacrificial de la última cena debe ser interpretado en la novedad del


sacrificio cristiano. La «sangre derramada», la muerte de Jesús respondió a su opción y
compromiso por la fraternidad o reinado de Dios que motivaron su conducta histórica. Y
eso quiso simbolizar en la comida para despedirse de sus discípulos. Movido por el amor del
Padre, Jesús ha vivido en amor hacia los demás hasta entregar su propia vida. No es ya
ofrenda de un esclavo a la divinidad temible, sino entrega del Hijo en libertad a la causa de
Dios y del hombre. Por eso la comida como símbolo y deseo de compartir es la mejor
expresión teológica del sacrificio representado en la última cena. La cena se celebró en

10
Cf A Fermet, La eucaristía Teología v praxis de la memoria de Jesús (Santander 1980), J Espeja,
Visión iristologita de la eucaristía «Escritos del Vedat» XI (1981) 127-130.

9
contexto de fiesta pascual que, según la tradición judía, evocaba liberación o salvación del
pueblo, el reinado de Dios.

Finalmente, la ultima cena expresa otra dimensión: la entrega de Jesús es para que todos los
hombres tengan vida en abundancia.

La eucaristía es fuente de vida para las personas y para la comunidad creyente. San Pablo lo
dice así: «El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de
Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Aun siendo muchos,
un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos y cada uno participamos de ese único pan»
(1 Cor 10, 17). El término «cuerpo» se refiere al cuerpo del Resucitado y a la Iglesia; ésta
se construye y fragua su unidad participando el cuerpo de Cristo resucitado. Es el
simbolismo eficaz de la celebración eucarística.
En esta celebración simbólica, la comunidad creyente manifiesta su fe o experiencia: que el
Resucitado se hace presente y activo en su comunidad para la salvación de los hombres;
que todos tenemos acceso a Dios y podemos celebrar el sacrificio y culto nuevos; que así se
nutre y crece la vida no sólo de cada cristiano, sino de toda la Iglesia, para ser germen de
salvación y de unidad en el mundo.

«LA EUCARISTÍA QUE NO ES MESA ACABA SIENDO PURA BLASFEMIA.»11

La eucaristía renueva la última cena donde Jesús expresó lo que había intentado en su
actividad profética y estaba dispuesto a perseguir incluso aceptando la muerte: la llegada del
reino. Pero esta llegada, que ya es realidad, sigue siendo todavía meta esperada: «No beberé
del producto de la vid, hasta que llegue el reino» (Le 22, 18). Cuando celebramos la
eucaristía, hacemos lo que Jesús hizo en la última cena; pero debemos pensar también cuándo
y cómo lo hizo; a la hora de sufrir el fracaso, supo mantener viva la esperanza confiada. La
celebración y comunión eucarísticas deben ser medio para que los cristianos «se perfeccionen
día a día por Cristo, mediador en la unión con Dios y entre sí, para que finalmente Dios sea
todo en todos».

IV. Los sacramentos
 de la iniciación cristiana en su unidad y su orden

1. La unidad y el orden fundamental de los sacramentos de la iniciación cristiana.


11
P. Casaldáliga, Todavía estas palabras (Estella 1989) 95.

10
Como ya hemos visto, los sacramentos de la iniciación cristiana son tres: el Bautismo,
la Confirmación y la Eucaristía.

1) Los tres sacramentos, antes dichos, forman una unidad inseparable con la catequesis. La
iniciación cristiana une catequesis y liturgia. Aunque la catequesis está subordinada a la
liturgia.

 Esta unidad entre liturgia y catequesis viene de lo que en sí misma es la iniciación


cristiana. Podríamos definirla así:

 «La iniciación cristiana es la inserción de un candidato en el misterio de


Cristo, muerto y resucitado, y en la Iglesia por medio de la fe y los
sacramentos» (IC 19), 


Se entiende, que de los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la


Eucaristía. Son palabras de un documento de la Conferencia Episcopal Española que
lleva como nombre La Iniciación Cristiana. 


 ¿«Por medio» de qué se lleva a cabo la iniciación cristiana? «Por la fe y los


sacramentos»? Pues bien, la catequesis de iniciación tiene justamente la finalidad de
servir a la fe. Otro documento importante, el Directorio General para la Catequesis
(DGC) dirá:

«La catequesis es elemento fundamental de la iniciación cristiana y está


estrechamente vinculada a los sacramentos de la iniciación, especialmente al
Bautismo, “sacramento de la fe”. El eslabón que une la catequesis con el
Bautismo es la profesión de fe, que es, a un tiempo, elemento interior de este
sacramento y meta de la catequesis. La finalidad de la acción catequética
consiste precisamente en esto: propiciar una viva, explícita y operante
profesión de fe» DGC 66). 


 Aunque hay que decir, luego hablaremos de ello, que en esta relación quien manda es
la liturgia: primero porque la catequesis se ordena al don que Dios da en los
sacramentos o a partir de ese mismo don; segundo, porque ninguna acción en la iglesia
tiene una eficacia comparable a la de la liturgia (Cf. CONCILIO VATICANO II,
Sacrosanctum Concilium 7)

2) Estos tres sacramentos forman una unidad entre ellos.

11
 Tanto que durante siglos, en toda la Iglesia, al administrar el Bautismo se
administraban también la Confirmación y la Eucaristía. Tanto que aún hoy eso es así
en las iglesias orientales. Tanto que aún hoy eso es así en la Iglesia Católica occidental
cuando se bautiza a los adultos.

 Para explicar esto brevemente podríamos decir que los tres sacramentos de forma
progresiva nos llevan a la comunión con Cristo. El Bautismo nos une a Cristo, el Hijo
de Dios muerto y resucitado, y de esta unión resulta que el bautizado sea redimido de
sus pecados y le sea concedida una vida nueva. De esta unión resulta que el bautizado
se convierta en hijo de Dios, en templo del Espíritu Santo y en miembro de la Iglesia.
La unión con Cristo le confiere todo esto. En la confirmación recibe el don del Espíritu
Santo, que básicamente tiene en él dos efectos: le configura más a Cristo,
preparándole a una mayor comunión con él (la que llegará en la Eucaristía); y le hace
capaz también de participar con Cristo en su misión, le fortalece para el testimonio
cristiano. 


3) De lo que acabo de decir de la unidad de los sacramentos se deduce ahora su orden: el


Bautismo, que es la puerta —eso nadie lo duda—; la Confirmación, que es confirmación
de la gracia bautismal y conforma al cristiano para la plena comunión con Cristo en la
misión y en la Eucaristía —eso es en lo que menos claridad hay hoy—; y la Eucaristía
con la que se alcanza el culmen de la iniciación cristiana. 


 Dice al respecto el Catecismo de la Iglesia Católica:

«En efecto, los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el


sacramento de la Confirmación y finalmente, son alimentados en la
Eucaristía con el manjar de la vida eterna» (CCE 1212).

En estas palabras se expresa de forma sencilla, clara y sin lugar a duda tanto la unidad
como el orden de los tres sacramentos.

4) Es momento de recordar al papa emérito Benedicto XVI sobre la celebración eucarística


en la Exhortación postsinodal Sacramentum Caritatis (2007), 17:

Puesto que la Eucaristía es verdaderamente fuente y culmen de la vida y de la misión


de la Iglesia, el camino de Iniciación Cristiana tiene como punto de referencia la
posibilidad de acceder a este sacramento. A este respecto, como han dicho los Padres
sinodales, hemos de preguntarnos si en nuestras comunidades cristianas se percibe

12
de manera suficiente el estrecho vínculo que hay entre el Bautismo, la
Confirmación y la Eucaristía. En efecto, nunca debemos olvidar que somos
bautizados y confirmados en orden a la Eucaristía. Esto requiere el esfuerzo de
favorecer en la acción pastoral una comprensión más unitaria del proceso de
iniciación cristiana. El sacramento del Bautismo, mediante el cual nos configuramos
con Cristo, nos incorporamos a la Iglesia y nos convertimos en hijos de Dios, es la
puerta para todos los sacramentos. Con él se nos integra en el único Cuerpo de Cristo
(cf. 1 Co 12,13), pueblo sacerdotal. Sin embargo, la participación en el Sacrificio
eucarístico perfecciona en nosotros lo que nos ha sido dado en el Bautismo. Los
dones del Espíritu se dan también para la edificación del Cuerpo de Cristo (cf. 1 Co
12) y para un mayor testimonio evangélico en el mundo. Así pues, la santísima
Eucaristía lleva la Iniciación Cristiana a su plenitud y es como el centro y el fin de
toda la vida sacramental .

Este texto afirma:

 El vínculo entre los tres sacramentos de la iniciación cristiana: son una unidad.

 Su orden: están ordenados hacia la Eucaristía.

 La Eucaristía es vista como la plenitud, su fin.

 Además, dice que se requiere un esfuerzo para que en la acción pastoral esta
realidad teológica sea perceptible. Se ha de percibir en nuestra acción pastoral la
unidad intrínseca de los tres sacramentos y que la celebración eucarística es su
plenitud.

2. El punto de partida de la pastoral para la iniciación cristiana: la primacía de la


gracia.

Decía el papa Juan Pablo II en la Carta apostólica Novo millennio ineunte: «Cristo es
el fundamento absoluto de toda nuestra acción pastoral»12. Apliquemos este principio
fundamental a la pastoral de la iniciación cristiana. ¿Qué significa?

 Que todo nuestro trabajo se fundamenta en él. De él recibe el impulso y de él


recibe la eficacia.

o El impulso no está en nosotros. Si fuese así, aguantaríamos poco, porque

12
JUAN PABLO II, Carta apostólica Novo millennio ineunte (6 de enero de 2001), 15.

13
nuestras fuerzas son siempre muy limitadas y el campo de trabajo es muy
extenso; o nos llenaríamos enseguida de la tristeza que trae no ver siempre
frutos o no verlos de forma inmediata, una tristeza que hace imposible la
evangelización. El impulso viene de él, que después de vencer la muerte,
después de resucitar, nos da un mandato y con el mandato el poder del
Espíritu Santo para llevarlo a término: «Se me ha dado toda potestad en el
cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y
enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy
con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». (Mt 28,18–20).

o Y la eficacia de lo que hacemos obedeciendo su mandato, tampoco está


en nosotros, sino en él. Es él quien entra en el corazón de los hombres
con la fuerza de su palabra y con su gracia, quien los atrae y quien los
salva. Nosotros solo somos pobres siervos: «Cuando hayáis hecho todo lo
que se os ha mandado —nos recuerda el Señor– decid: “Somos unos
siervos inútiles. No hemos hecho más que lo que teníamos que hacer”».
(Lc 17, 10). Sus sacramentos son eficaces, su palabra es eficaz y nuestra
vida es fructífera si se mantiene en comunión con él. Por eso él es el único
fundamento de nuestra acción pastoral.

 Que «Cristo es el fundamento absoluto de toda nuestra acción pastoral» significa


también que no necesitamos inventar nada. Lo que tenemos que ofrecer no es el
producto de nuestra reflexión o de nuestra inteligencia. La única riqueza
permanente de la Iglesia a lo largo de los siglos, lo único que tenemos, lo único
que podemos ofrecer es la misma persona de Cristo. Recordemos aquella escena
del libro de los Hechos de los Apóstoles en la que Pedro y Juan se disponen a
entrar en el Templo de Jerusalén y un mendigo les pide limosna: «Pedro y Juan
subían al Templo para la oración de la hora nona. Había un hombre, cojo de
nacimiento, al que solían llevar y colocar todos los días a la puerta del Templo
llamada Hermosa para pedir limosna a los que entraban en el Templo. En cuanto
vio que Pedro y Juan iban a entrar en el Templo, les pidió que le dieran una
limosna. Pedro, junto con Juan, fijó en él la mirada y le dijo: “Míranos”. Él les
observaba, esperando recibir algo de ellos. Entonces Pedro le dijo: “No tengo
plata ni oro; pero lo que tengo, te lo doy: ¡En el nombre de Jesucristo Nazareno,
levántate y anda!”» (Hch 3,1-6).

o No tengo oro ni plata. Realmente no tenemos nada más que a Cristo, y si

14
creemos tener alguna otra cosa, entonces nos equivocaremos. El contenido
de nuestra enseñanza, de la catequesis es Cristo, lo que la Iglesia ofrece
en los sacramentos es a Cristo, y la vida que ofrece en su comunión, en la
vida de comunión, no es otra que la vida de Cristo. Y lo que esperamos
para la eternidad no tiene otro nombre que el de Cristo: «Cristo lo es todo
para nosotros», dirá san Ambrosio.

o Y con la cita de Hechos volvemos a lo que decíamos antes matizado un


poco más: todo el poder que necesitamos para llevar a cabo la
Evangelización ya nos lo ha dado Cristo. No necesitamos nada más. No
necesitamos ser más ricos, ni más inteligentes, ni tener más medios, ni ser
más numerosos... Todo el poder que necesitamos nos viene de él: «en
nombre de Cristo resucitado —le dice Pedro al paralítico—: “levántate y
anda”»

 La pastoral de la iniciación cristiana —¡Nada menos que hacer cristianos a los


hombres de hoy que ni saben que existe Dios ni tienen interés alguno en
saberlo!— tiene sus dificultades. Esas dificultades son bien reales y todos los que
hemos trabajado en esto las hemos experimentado y nos hemos topado con ellas.
Esas dificultades están ahí y son reales. Pero es más real y más definitiva la obra
de Cristo, la obra que ha llevado a cabo el amor de Dios venciendo el pecado y la
muerte, la obra de la redención del hombre es más real que todas las dificultades.
Cuando este mundo pase con todas sus dificultades, la obra del amor de Dios
seguirá ahí y ahí permanecerá para siempre: «El cielo y la tierra pasarán —dice
Cristo después de las Bienaventuranzas—, mis palabras no pasarán» (Mt 24,35).
Repito: las dificultades son reales, pero más real es la obra de Cristo. La realidad
definitiva es la obra de Cristo. 


 Cristo ha vencido y su gracia lo puede todo. En este mundo no hay nada más
poderoso que la gracia de Cristo. Ella es más poderosa que todos los ídolos, que
todas las ataduras que esclavizan a los hombres, más poderosa que todos los
pecados y todas las resistencias, más fuerte que la muerte... La gracia de Dios lo
puede todo. Si no fuese así podríamos ahora mismo irnos a casa y seguir con
nuestras vidas, todo sería en vano como dice el apóstol de los gentiles. Por eso
hemos de fiarnos de ella, por eso hemos de dar la primacía a la gracia. Ese es
nuestro punto de partida.

Podríamos resumir lo que estamos diciendo sobre la primacía de la gracia con otras
palabras con las que el papa Juan Pablo II introducía a la Iglesia en el tercer milenio cristiano:

15
«No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula
mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula
lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo
estoy con vosotros! No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El
programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición
viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar
e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta
su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste»13.

V. Praxis pastoral: catequesis mistagógicas.

Del griego mystagogheín (iniciar, introducir en los misterios). En la historia de las


religiones el término "mistagogia» se usa precisamente para indicar lo que se refiere a la
iniciación en los misterios. En la terminología cristiana, mistagogia indica el último período
del catecumenado antiguo, de ordinario la semana después de Pascua, durante la cual se
impartían a los neófitos las catequesis llamadas mistagógicas. Son famosas las de Ambrosio,
Cirilo de Jerusalén, Teodoro de Mopsuestia y Juan Crisóstomo. La explicación de los ritos
de iniciación no se había dado anteriormente, debido a la llamada " disciplina del arcano ».
La mistagogia ha sido revaluada por el nuevo Rito para la iniciación cristiana de los adultos
(RICA), nn. 37-40, como cuarto y último grado del itinerario de iniciación, como tiempo de
la experiencia de los sacramentos recibidos y como fase de la experiencia de la comunidad.
Los neófitos prosiguen su camino durante el período pascual mediante la meditación del
evangelio, la participación en la eucaristía Y el ejercicio de la caridad, e intentan- traducir
cada vez más el misterio mismo en la práctica de la vida. Renovados interiormente por la
experiencia de los sacramentos recibidos, los neófitos pueden entonces alcanzar un sentido
completamente nuevo de la fe, de la Iglesia Y del mundo.

Se habla a veces de mistagogia (como también de catecumenado) en relación con otros


aspectos de la vida sacramental (matrimonial, penitencial) Y para designar la preparación de
los candidatos a los ministerios.14

Mientras en algunas partes del mundo el sentido del misterio permanece verdaderamente
fuerte, en otras, en cambio, se nota una difundida mentalidad que no niega formalmente el
misterio de Dios, sino la posibilidad de reconocerlo con la razón y adherir a él libremente.
Un neopaganismo ofrece mensajes que invitan a evadirse de la realidad y a refugiarse en los
mitos, en los ídolos, que pueden consolar la existencia sólo por un instante. Al mismo tiempo,

13
NMI 29.
14
B, Studer Mistagogia, en DPAC, 11, 1456; E. Lodi, Iniciación,-catecumenado, en DTI, 111, 146-
158; D, Borobio, Catecumenado, en CFP, 99-120; C. Floristán, El catecumenado, PPC, Madrid 1972,

16
se manifiesta ampliamente también una exigencia de espiritualidad. Además, avanzan las
tendencias gnósticas que llevan a buscar el sentido de la historia en pocos privilegiados, que
lo conocerían por presunta revelación.
La Iglesia quiere ayudar a la humanidad a encontrar nuevamente el misterio escondido
desde siglos y manifestado en Jesucristo (cf. Ef 3,5-6). Dado que mistagogia significa
conducir por un camino que lleva al misterio, se comprende porqué no basta un itinerario
litúrgico sin una comprensión personal.

El método mistagógico consiste en leer en los ritos el misterio de Cristo y contemplar la


subyacente realidad invisible. Por ello, el mistagogo en la liturgia no habla en nombre
proprio, sino que se hace eco de la Iglesia, la cual le ha confiado aquello que a su vez ella
ha recibido. La liturgia no puede ser tratada por el celebrante y por la comunidad “como
propiedad privada”.15

Los santos padres

El Señor ha prometido: “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el
fin del mundo” (Mt 28, 20). No somos nosotros quienes lo hacemos presente, sino que es
Él quien se hace presente entre nosotros y permanece todos los días. Para tener acceso al
misterio de su presencia permanente, los fieles son instruidos a través de la catequesis para
los catecúmenos, íntimamente unida a la liturgia, y la mistagogía o catequesis postbautismal
para los iniciados.16

La iniciación cristiana alcanzó su estructuración teológico-litúrgica en los comienzos del V


siglo, gracias a las homilías catequísticas. Los alejandrinos, comenzando con Orígenes y
terminando con el Pseudo Dionisio, proponían una mistagogia alegórica: consideraban la
liturgia y la Escritura, como un camino de elevación de la letra al espíritu, de los misterios
visibles, los sacramentos, al misterio invisible. Así la liturgia seguía la narración bíblica y
proponía una escatología moral personal como itinerario de esta vida hacia Dios. La
mistagogía de los antioquenos, especialmente San Cirilo de Jerusalén, San Juan Crisóstomo
y Teodoro de Mopsuestia, consistía en describir a través de la liturgia los hechos históricos
y mistéricos de la salvación, vistos como tipológicos. Para ellos los sacramentos reproducen
imitando (mímesis) o hacen memoria (anamnesis) de los gestos salvíficos de la vida de Jesús
y anticipan la liturgia definitiva, más aún, la transfieren al presente a causa de la presencia
del Señor resucitado entre aquellos que se reúnen para el culto.

Cabe señalar la urgencia de las catequesis mistagógicas, como método perenne de enseñanza
sobretodo en este tiempo en que la iniciación cristiana está tan diluida al comprenderse los
sacramentos (de iniciación específicamente) como remedios “ad casum”, como píldoras de
fe, motivos para “la fiesta”. Cada vez más paganos la vivencia del misterio que encierra la
vida sacramental.

15
Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 52: AAS 95 (2003), 467-468.

16
Cf. Istruzione per l´Applicazione delle Prescrizioni Liturgiche del Codice dei Canoni delle Chiese
Orientali, 30.

17
18

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