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La privatización en el sistema penitenciario: viejos remedios e insatisfactorias soluciones


Por Enrique Sanz Delgado
La Ley Penal, Nº 56, Sección Estudios, Enero 2009, Editorial LA LEY
LA LEY 41446/2008

El término prisión privada, como fenómeno de trascendencia en el campo penitenciario, implica, en su


manifestación práctica de máxima autonomía, la dirección y administración completa de una institución
penitenciaria por parte de una corporación privada bajo un régimen contractual con el Estado. En este trabajo se
critican tales manifestaciones, contempladas en el derecho comparado, desde la consideración de los fines que la
legislación española asigna a la pena privativa de libertad.

Disposiciones comentadas

I. INTRODUCCIÓN. TÉRMINOS ADYACENTES


La extensión y la diversidad de parcelas, en un tema como el que se aborda, dificulta necesariamente una visión
concienzuda acerca de los modos de implicación o intervención privada que tienen lugar en el ámbito penitenciario,
por lo que, en un primer momento, como cuestión previa, será de la mayor utilidad restringir el objeto de la
exposición, diferenciando, entre los binomios «participación privada» y «prisión privada» (1) . El segundo supone la
extensión máxima del primero. El primero, el amparo argumental y el sustrato reivindicativo del segundo. Y así ha
sido, en cualesquiera entornos del Derecho comparado que han visto potenciada la intervención del sector privado,
asumiendo competencias en ámbitos de tradicional titularidad pública (2) .

La presencia de colaboradores no estatales, de actuación desinteresada, auxiliar, de implicación religiosa e incluso


compromiso social, no es una novedad, por cuanto la historia penitenciaria ofrece numerosas muestras dignas de
consideración (3) . En el actual marco penitenciario se ha experimentado, no obstante, en los últimos años, una
evolución constante, y el propio sistema una favorable tendencia a la incorporación de tales nuevos agentes de
naturaleza auxiliar, ejemplo de cooperación pública y privada en este ámbito, incrementándose, en todo caso, por
la vía no gubernamental, las posibilidades de actuación que se preceptúan legal y reglamentariamente.

El intento de asimilación progresiva de los anteriormente citados vocablos, la consecución de tal estrechamiento
conceptual, ha servido y sirve en la actualidad, a los partidarios de la expansión de la idea privatizadora, para
postular mayores competencias; para pretender dignificar incluso su cometido y fines. Y el ánimo de lucro, ni
necesario ni deseable, para todo modo de participación, permanecerá, no obstante, como sustrato real de la
expresada idea privatizadora en su máxima configuración.

La participación del sector privado en el entorno ejecutivo-penal ha adoptado diversas formas o manifestaciones
prácticas en el devenir histórico de los modos de reclusión y de la pena privativa de libertad en los sistemas
occidentales. Una brevísima referencia de tal infiltración incluiría localizaciones y actividades de contenido procesal

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y penitenciario, como lo fueron, entre otras: a) las primitivas prácticas de derechos de carcelaje que tuvieron lugar
en Europa hasta principios del siglo xix; b) las casas de corrección de Ámsterdam, a partir de 1595, como primeras
prisiones propiamente dichas y la colaboración en ellas no lucrativa; c) los modelos de transportación y
asentamientos coloniales británicos y franceses con la cesión de penados a empresarios privados; d) las
penitenciarías y organizaciones regimentales del trabajo penitenciario decimonónico en los Estados Unidos de
América y en alguna asimilación europea, con idénticas prácticas cesionarias; e) la cesión de la mano de obra
penada en las minas de Almadén; f) la colaboración desinteresada, sin ánimo de lucro, de cofradías y asociaciones
privadas en los comienzos del xix en las cárceles españolas; g) los sistemas de contratación y cesión competencial
pública propios del siglo xix; h) la previsión del Reformatorio de Elmira surgido como establecimiento privado; e i) la
insoslayable referencia, por su vinculación o enlace teórico, al menos, con la más llamativa realidad presente: el
Proyecto Panóptico de Bentham, publicado en 1791, basado en el conocido principio de inspección central y en el
menos recordado y citado de administración contractual (4) , esto es, el primer diseño específico de prisión
privada. Las ideas adelantadas por Jeremy Bentham, respecto del necesario control y supervisión gubernamental
de los contratos a firmar con el Estado por el empresario privado, constituido en administrador de la prisión,
mantienen una actual e inusitada vigencia. Se anticipaban, así, por el jurisconsulto británico, tanto la polémica
cuanto algunas soluciones garantistas en mayor o menor medida. Entonces se trató de un contenido de mínimos,
como el de hoy: la supervivencia del recluso, habida cuenta de la realidad carcelaria de la época.

Tras esta delimitación, el presente foráneo, restringido en este trabajo a las actividades privadas con ánimo de
lucro y en referencia directa al fenómeno de mayor resonancia, el de las denominadas prisiones privadas de la
actualidad, requiere, aun sintéticamente, de cierta atención. Desde mediados de la década de los años ochenta del
siglo pasado, empresas privadas, con intereses lucrativos, y bajo concesión estatal, empezaban a dirigir y
gestionar centros de internamiento y prisiones en los Estados Unidos de América. En realidad, la idea privatizadora
de los servicios públicos surgía en Gran Bretaña en los primeros años de aquella década y son los norteamericanos
quienes perfeccionan la idea original europea. Algo similar a lo ocurrido, a principios del siglo xix, con los primeros
sistemas penitenciarios, con ideas europeas que llegaban al continente americano y que allí se perfeccionaban y
exacerbaban, creándose y divulgándose las primeras e imponentes penitenciarías, e importándose tales sistemas y
modelos, años después, por Europa, para terminar poblándose el viejo continente de prisiones radiales. Incluso los
viajes de estudio para contemplar aquellos sistemas y modelos de ejecución penal, que llevaran a cabo los
especialistas decimonónicos con la intención de dar noticia en Europa de las realizaciones norteamericanas,
encuentra otro paralelismo en el viaje que los especialistas europeos y de otras latitudes que, preocupados por los
gastos de la privación de libertad para el erario público, realizaron y realizan a partir de mediados de la década de
los ochenta del siglo xx, para conocer y asimilar, en determinados supuestos, los fundamentos y puesta en
práctica de los modelos privatizados. Se ha pretendido incluso, por parte de los partidarios de la privatización —
usualmente beneficiarios del incremento accionarial—, ofrecer una explicación ideológica a tal fenómeno político-
empresarial, como justificación posterior a una puesta en práctica pragmática y enfocada sustancialmente al lucro
corporativo. Empero, los fundamentos ideológicos no resuelven el problema (5) .

Aunque la idea no era nueva, sí suponía una transformación, una mutación expansiva, la máxima extensión de
actividades recientes, desempeñadas hasta ese momento en establecimientos destinados a jóvenes delincuentes,
en centros de detención de inmigrantes, centros de rehabilitación de drogodependencias y programas privados de
reinserción social. Comenzando por tales centros de reclusión o internamiento para jóvenes, de gasto
ostensiblemente menor, se presentaban entonces como la experiencia iniciática de intervención y gestión privadas
en los EE.UU. (aunque en la mayor parte de los casos sin ánimo de lucro), y así se convertían en el vivero de
experimentación, en la vía de entrada, en la plataforma propagandística o escaparate de la fórmula privatizadora,

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ya sí diseñada con fines lucrativos, en la intención de justificar la confianza gubernamental desplegada hacia tales
medidas (6) .

Las prisiones privadas se muestran, desde entonces, en su correcta acepción, como algo más y diferente de los
establecimientos penitenciarios con industrias privadas integradas, y han de distinguirse, asimismo, de aquellos
servicios auxiliares a la prisión como contratas médicas, de suministros, alimentación, educación o actividad
vocacional y de asistencia social. El término prisión privada, como fenómeno de trascendencia en el campo
penitenciario, implicaría, en su manifestación práctica de máxima autonomía, la dirección y administración completa
de una institución penitenciaria, por lo común añadida a la construcción por una empresa no estatal,
permaneciendo la función, si no el desempeño, bajo la responsabilidad final del sector público mediante un régimen
contractual de la empresa con el Estado, encargado éste, en último término, del control y supervisión de tales
contratos. La privatización de un centro penitenciario supone, como se ha señalado, en la práctica, la firma de un
contrato entre la Administración estatal y una corporación privada que, respondiendo a un justo equilibrio
interpartes, debe preservar la responsabilidad en el proceso de privatización (7) . En síntesis, a través de tales
convenios, el Estado se comprometería a enviar al centro penitenciario un número de presos a cambio de un precio
a pagar por recluso y día.

Por ello, cuestión delicada y nuclear en la cesión de cualesquiera servicios propios de un sistema de ejecución
penal, será la relativa al modelo de contratación de tales cometidos y al modo de llevarse a cabo ésta. La
importancia de la redacción y detalles de un contrato eficaz y de la regulación para su posterior supervisión y
control, no puede omitirse, ni ha dejado de ser señalada por los partidarios y críticos de la privatización
penitenciaria (8) . Tal protagonismo de la actividad contractual y el necesario despliegue de garantías que los
contratos hayan de incluir han sido, por ello, elementos fundamentales de estudio en la bibliografía interesada en la
privatización correccional (9) .

II. EL CONTENIDO DEL ESCAPARATE Y DE LA OFERTA PRIVATIZADORA


El contexto de la moderna idea privatizadora, desde sus inicios en la realidad penitenciaria norteamericana, ha
conllevado, en cualquier caso, un sentido ideológico-político que soporta tal concepción. La oferta de participación
del sector privado norteamericano, para una población reclusa sobredimensionada, con constantes órdenes
judiciales, durante la década de 1970, exigiendo la liberación anticipada de reclusos por problemas de hacinamiento
era una materia arrinconada, prácticamente relegada, a un segundo plano de interés; olvidada por aquel Estado
durante bastantes años del siglo xx, no se queda ahí. Las críticas al sector público, amplificadas por los partidarios
de las medidas privatizadoras, y las posteriores propuestas de los mismos en orden a la posibilidad de reducción de
costes, diligencia administrativa, y ofrecimiento de más eficiente gestión (10) , se traducirían en lo que se ha
mostrado como una estrategia mercantilista bien definida. El resultado se percibe claro: el desarme estatal en
favor del lucro corporativo-empresarial.

Desde las posiciones privatizadoras pareció idearse un plan: justificar unas prácticas previas (el desempeño
competencial cedido de determinadas parcelas en la ejecución penitenciaria, en centros de mínima seguridad y
juveniles principalmente con menor coste) y extenderlas mediante fundamentos teóricos que, sin embargo, surgen
en la doctrina posteriores a la consumación de estas actividades: la búsqueda y la consecución de la disociación
entre los conceptos de asignación y administración de la pena (11) . A partir de ahí, los partidarios de estas
medidas, algunos con participación accionarial en tales modelos, sientan el principio y fomentan la aplicación
práctica. Las empresas y los Gobiernos afines e implicados se encargarán de su expansión. Consecuencia práctica
y trascendente es que la concentración de poder en tales corporaciones, en ordenamientos similares, en una

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economía que busca la globalización, se enfocará en la pretensión de influir peligrosamente en las decisiones de
política criminal gubernamentales.

A ello podría añadirse el apenas mencionado ámbito federal de alguno de tales entornos, descentralizado, sin
directrices unitarias, como idea política preexistente, que coadyuva a la dispersión administrativa y abonaría el
terreno para la intención empresarial apoyada por gobiernos neoliberales afines. Parece como si, en nuestro ámbito
cultural occidental, se estuviera hablando de una doble coincidencia: el Estado descentralizado y el furor
privatizador. Pues, aun cuando pudieran existir Estados federales que no acepten la privatización, como de hecho
los hay, ésta ha tenido un efectivo mayor auge en ese preciso sistema político. El supuesto español, aun con las
garantías normativas que impiden esta política, muestra síntomas de contagio cuando comienza a ceder
competencias autonómicamente, y especialmente en lo referente a la responsabilidad de menores.

Los fines de la pena sufrían, con estos planteamientos, transformaciones sustanciales. Desde la crítica a la idea
rehabilitadora del penado, que encuentra su cenit en los últimos veinticinco años del siglo xx, se desemboca, en
tales sistemas penal-penitenciarios, en el fomento del sentido incapacitador de la sanción penal aplicable a la
persona (12) , mediante su reclusión en establecimientos penitenciarios. Motivo perfectamente adecuado a la
inversión mínima en medios materiales reinsertadores y al beneficio económico empresarial. A la naturaleza
corporativo-empresarial resulta, así, útil y rentable un planteamiento que excluye cualquier otra responsabilidad
que no sea la de la extracción social y la mera retención y custodia, la segregación en fin, extendiendo el legislador
interesado su aplicación a un número importante de conductas delictivas convenientemente tipificadas. Por tanto,
y según la perspectiva privatizadora, se estaría colaborando activamente con el sistema de justicia criminal al
suplir tales necesidades.

En cualquier caso, el pretendido y principal argumento de las doctrinas favorables a la privatización penitenciaria,
en favor de la mayor eficiencia económica y el logro de reducción de costes, ha resultado en gran medida ilusorio
(13) , pues no se aprecia de manera palpable, tan generalizada en la práctica, tras los estudios que las propias
agencias gubernamentales norteamericanas, o de otras latitudes, hayan llevado a cabo, pasado un respetable
tiempo de aclimatación —más de veinte años— de las «nuevas» experiencias (14) . En el momento de mayor
empuje de esta política privatizadora correccional, se realizaron estudios oficiales comparativos entre las prisiones
dirigidas y gestionadas por el Estado y las de similares características cedidas al sector privado. La propia Oficina
General de Contabilidad de los Estados Unidos de América (GAO) concluyó, en 1996, que, en base a los informes y
estudios realizados sobre la viabilidad económica de la privatización de este sector, no existían sustanciales
diferencias económicas que lo justificasen (15) . El argumento de mayor peso para los sectores económicos que
impulsaban la privatización de las prisiones se venía, así, abajo. La cesión de tales servicios públicos no supone
finalmente ahorros reales para las arcas estatales, pues los contratos con las empresas que se ofrecen para llevar
a cabo esa labor no suelen ser, a largo plazo, satisfactorios para el Estado, por incumplirse en muchos supuestos
los términos de los mismos. Si bien en los Estados Unidos de América se ha detenido la expansión privatizadora a
partir del año 2000, a causa, entre otras cuestiones, de la inexistencia de datos que corroboren el cacareado éxito
en la eficiencia y en la reducción de costes de los establecimientos privados, y aunque el Gobierno federal continúe
haciendo uso de las mismos (sujeto a contratos de larga duración), tras la reducción experimentada asimismo en
Gran Bretaña y Australia, las grandes corporaciones empresariales penitenciarias con ánimo de lucro dirigen hoy su
interés en los últimos años hacia los entornos en vías de desarrollo, donde los Gobiernos encuentran verdaderas
dificultades para afrontar la superpoblación y la dignidad mínima exigible en los establecimientos de reclusión (16) .

En cambio, la participación de la sociedad o del sector privado, sin ánimo de lucro, en los servicios auxiliares a la
ejecución de la pena, corresponsabilizándose de la tarea social de la aplicación y ejecución de las leyes, no plantea

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tantos problemas. Se trata en el fondo de un compromiso constitucional-ideológico. Si el fin primordial que se


persigue constitucionalmente (como ocurre en la legislación española), con la pena privativa de libertad, es el de la
resocialización de los penados, entendido como la búsqueda de la no desocialización o, en la práctica, otorgar la
posibilidad de que el penado liberado, mediante los medios puestos a su alcance por la Administración, consiga vivir
en sociedad respetando la ley penal, tal participación privada no lucrativa, articulada por lo común mediante la
colaboración de organizaciones no gubernamentales, parece deseable, por cuanto acerca al interno a la sociedad y
ésta toma parte en tal labor reintegradora.

Pero el ánimo de lucro de la empresa privada se constituye en un elemento distorsionador de cualquier fin
resocializador (que, como la sanidad pública, debiera ofrecerse con control del gasto público, con eficiencia en su
gestión, pero sin limitaciones especulativas), por cuanto la empresa en una sociedad de mercado atenderá,
naturalmente, a sus intereses económicos, relegando a un segundo plano el fin al que se destina
constitucionalmente la privación de libertad. Se sustraen, como consecuencia práctica, los fines no meramente
retributivos o custodiales, esto es, aquellos señalados como de relativo fracaso durante décadas, la rehabilitación
y resocialización de los penados.

Sin embargo, la oferta privada, el escaparate que ofrecen las empresas que persiguen la privatización, resulta ser
únicamente un señuelo comercial que pretende, en última instancia, absorber competencias que no les son propias,
y el peligro siempre queda sobre la parte más débil, el interno, que no encontrará el interés institucional en su
posible reinserción, sino en la mera custodia y separación de la sociedad en la que vive. No obstante, como se ha
señalado, la intervención privada o ciudadana en el ámbito ejecutivo penal es, sin embargo, necesaria e
interesante, pero dirigida a los fines que se pretenden por el legislador y nunca cediendo el Estado el control en la
actividad nuclear penitenciaria. La educación y en el terreno laboral, la formación y capacitación profesional de los
internos, así como la oferta de plazas de trabajo productivo en los centros penitenciarios, o fuera de ellos
(mediante la externalización en virtud del principio de flexibilidad), han sido, y seguirán siendo, los verdaderos
mecanismos reinsertadores; y la colaboración de empresas contratadas por el Estado que faciliten puestos
laborales, mediante procedimientos de licitación pública, y siempre bajo el control de cualquier posibilidad de
explotación de la mano de obra, inevitablemente más barata, se nos muestra como la mejor posibilidad para ello. La
búsqueda de una mejor competitividad en los mercados de los productos que se elaboran en el centro penitenciario
ha de ser tarea estatal y desde ahí ofertar a las empresas condiciones fiscales favorables, o los medios materiales
que precisen para este cometido.

No obstante, ante el interés que suscita esta materia y posibilidad privatizadora para los exiguos presupuestos de
algunos países que la plantean, convenientemente aderezada con promesas de futuras reducciones del gasto y de
mejor gestión, y que la vislumbran como medio de construir establecimientos penitenciarios de manera rápida y
poco costosa para el erario público, dejando esta responsabilidad en manos privadas, como se ha afirmado, la
elección supone una solución inmediata, pero que se complica a la larga. El control estatal habría de ser inequívoco
y minucioso, estableciendo de antemano objetivos a cumplir y posibilidades reales de rescisión de los contratos por
parte del Estado, en cuanto fuera necesario para proteger el cumplimiento de tales fines. Las cláusulas
contractuales que se firmen, entre el Estado responsable de la ejecución penal y las empresas adjudicatarias, son
realmente el núcleo del problema posterior, y ahí debe recaer la auténtica protección de los derechos de los
internos, de las expectativas acerca de la posible reinserción o reeducación de los mismos, como fines legales de la
privación de libertad (reiterados, a modo de ejemplo, en la mayor parte de los ordenamientos latinoamericanos), así
como del mantenimiento de las labores puramente custodiales y disciplinarias en manos del Estado, para evitar que
la maximización empresarial prime sobre los fines atribuidos a la pena. Los blindajes y la duración de tales contratos

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han sido, hasta hoy, uno de los más intrincados problemas en esta materia.

Desde ese punto de vista, la supervisión de tales fines habría de responder al interés propio estatal por el
cumplimiento de las estipulaciones contractuales convenidas entre los contratistas privados y el Estado. Se torna
así, en opinión de gran parte de los autores (17) que han tratado la materia, en una cuestión de la mayor
trascendencia en cuanto proporciona garantías de responsabilidad en el ejercicio de una función asignada a
corporaciones que llegan a ser, en los últimos tiempos, económicamente muy poderosas, autónomas y
prácticamente independientes de cualquier control externo (18) . La necesidad de una figura judicial (Juez de
ejecución o de vigilancia penitenciaria), para realizar eficazmente ese control y protección de los derechos de los
reclusos, no deja de ser patente.

Y es que, como es hasta cierto punto lógico, si una corporación empresarial correccional fija su meta principal en la
consecución de beneficios económicos, este fin condicionará e influirá efectivamente en sus operaciones y
políticas de administración. Servir al accionariado, y al Estado subsidiariamente, inclinará de manera efectiva la
balanza hacia el lado inversor, del accionista, hacia el que más pone en juego, hacia el más poderoso, esto es,
hacia la empresa concesionaria. El Estado, desde una visión incapacitadora de la sanción penal, parece que en
esta cesión competencial solo apuesta, delega, lo que no desea, poco le importa e, incluso, rechaza, cuando no
desprecia. Los estudios de mercado y eficiencia que las empresas hayan realizado al respecto, podrán atender a
reducciones de gasto y utilidades innecesarias, incluso predicar una más eficaz organización administrativa, cuando
efectivamente tenga lugar, pero es difícil que alguno de los fines atribuidos a la pena privativa de libertad no se
vea discriminado a favor de la maximización económica empresarial. Así se advierte con mayor claridad el efecto de
esta resta.

III. EL SIMBOLISMO EN LA EJECUCIÓN: LA CUESTIÓN OCULTA


La idea de la privatización de la justicia criminal, comparada con la privatización de otras actividades y empresas
del Estado, es mucho menos ambiciosa en alcance, pero mucho más potente para la percepción ciudadana por el
simbolismo que encierra (19) . Así, en la discusión planteada acerca de la legitimidad de la autoridad en el entorno
penitenciario, la cuestión relativa al simbolismo propio de la ejecución penal ha sido ofrecida como otra de las
materias a debate. El carácter simbólico de determinadas prácticas y manifestaciones externas, en este ámbito, es
reivindicado como referencia inequívoca del carácter público de la labor correccional por los críticos a la
privatización penitenciaria. En este sentido, la relevancia de los símbolos ha de subrayarse, pues «representan
conceptos e ideas. Hay quienes ven en los símbolos la base del comportamiento humano y en el uso de éstos la
fuente de todas las civilizaciones» (20) . En postura divergente, otros autores minimizarán la trascendencia del
simbolismo como factor de relevancia a tener en cuenta, tachándola de cuestión ligera y emocional (21) . No
obstante, se ha destacado la relevancia del papel que en la justicia criminal tiene el simbolismo y el carácter
público y aparente legitimidad de la diversidad de actuaciones integradas en la ejecución penal. Así, David Shichor
lo hace desde una doble perspectiva. Por un lado, referida al campo penitenciario: «Los símbolos de la autoridad
pública transmiten el mensaje de la sociedad que, a través de sus representantes oficiales, ejercita su autoridad
para penar a aquellos que violan sus leyes. A este respecto, sí existe una diferencia entre el oficial que viste los
distintivos del Estado y el empleado de la empresa correccional» (22) .

De este modo, como lo ha entendido Diiulio, «la coerción es ejercida en nombre del público ofendido. La insignia del
oficial de policía, la toga del juez y los distintivos del funcionario de prisiones, son símbolos de la inherente
naturaleza pública del crimen y la pena» (23) . En este sentido, a su juicio, «la autoridad para gobernar a aquellos
que se encuentran tras las rejas, para privar a los ciudadanos de su libertad, para el uso de la coerción sobre ellos
[...], debe permanecer en las manos de las autoridades gubernativas» (24) . Es más, como bien señala Shichor

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(25) , con la delegación del poder legítimo estatal a la corporación privada, el gobierno pierde de alguna manera el
control directo sobre el personal penitenciario que trabaja con los internos penados, en todo caso, para el sistema
de justicia criminal que representa a la sociedad. En este sentido, se ha destacado el vínculo de obligada lealtad y
directa responsabilidad exigida de los empleados privados hacia su empresa, cuando tal compañía es contratada
para la dirección y administración de una prisión. Los empleados privados son, en primera instancia, directamente
responsables ante la corporación para la que trabajan y ante sus ejecutivos, que son, al fin, quienes les
remuneran, contratan, despiden, degradan y disciplinan en el ejercicio de su función. Si, por cualquier razón,
aparecieran discrepancias entre las metas gubernamentales y privadas o se tratara de un desacuerdo entre las dos
administraciones, el personal de la corporación privada responderá, en toda lógica, a las órdenes directas de la
empresa privada. Tales empleados, incluso si la corporación empresarial está bajo un contrato gubernamental,
habrán de seguir las instrucciones de los administradores privados a fin de evitar ser despedidos o expedientados.
Además, esta dependencia de la gerencia privada crece toda vez que, por lo común, no existe una adecuada
protección sindical (26) .

La disciplina inherente a la vida prisional, así como la gran cantidad de control desplegado sobre los internos en el
entorno penitenciario, también han sido materias destacadas por estos autores, al cuestionar la conveniencia o no
de delegar tales capacidades a los empleados privados. A este respecto, se hace mención a las funciones cuasi
judiciales que, sin duda, se confieren a la administración penitenciaria en cada establecimiento. Se resalta, en este
sentido, cómo la duración de la estancia en prisión depende, en gran medida, de los beneficios penitenciarios (good
time); y en el ámbito norteamericano, de las decisiones relativas a la Parole (o Libertad condicional continental
europea), informadas, en todo caso, por el personal penitenciario, cuya dependencia empresarial ha sido puesta de
manifiesto anteriormente y teniendo en cuenta las posibilidades lucrativas, para la corporación contratada, que
supone la extensión en el tiempo de las condenas (27) , por cuanto sus ingresos crecen por el tiempo que
permanece cada interno.

El mismo razonamiento, que realza las características simbólicas en la ejecución penal, ha sido puesto de
manifiesto por Robbins, quien lo denomina la cuestión verdaderamente encubierta, y la sitúa entre los problemas
políticos de mayor dificultad en materia de privatización (28) . En opinión de este autor, y siguiendo el argumento
presentado por la American Bar Association (Asociación Norteamericana de Juristas) en 1986, en contra de la
privatización de las prisiones: «al llevar a cabo un juicio condenatorio e imponer una sentencia, el Tribunal ejercita
su autoridad, tanto real como simbólicamente. Cuando un recluso contempla el uniforme de su guardián y, en lugar
de encontrarse con un emblema que diga Oficina Federal de Prisiones o Departamento Correccional del Estado, se
topa con otro que reza Compañía Correccional Acme ¿no se debilitará esa autoridad, como asimismo la integridad
de un sistema de justicia ?» (29) . Otra consecuencia respecto del simbolismo surge, del mismo modo, en la
privatización penal, en lo referente al fin perseguido por las empresas y el efecto de la imagen que pudieran
proyectar. Así, Weiss señala: «una acción tan atrevida como confiar el poder penal a buscadores de lucro dice algo
sobre lo que el Estado políticamente piensa respecto de los presos» (30) .

Otra cuestión adyacente que se presentaría sería la derivada de la inmanente conflictividad de los centros
penitenciarios. El propio hecho de la reclusión amplifica tensiones y puede suponer, como de hecho ocurre en
ocasiones, un foco de conflictos entre internos y personal penitenciario. Las medidas disciplinarias surgen para
esas y otras contingencias, pero la representación pública estatal que los funcionarios de prisiones ostentan en el
ejercicio de sus atribuciones, el carácter público oficial del que se encuentran investidos, puede favorecer un trato
más respetuoso de los internos hacia los profesionales que los custodian sin regirse por criterios dirigidos en última
instancia al lucro empresarial. Las propias prerrogativas de seguridad y estabilidad en el empleo que el Estado

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ofrece al funcionariado, permite confiar en la resistencia de éste ante la presiones propias del entorno (31) y ante
conductas diversas por parte de los internos (incluida la posibilidad de soborno) o ante cualesquiera de los
sinsabores que pudieran surgir en el desempeño de la profesión. Esta protección también será percibida por el
interno. Y es que, como McConville ha subrayado, «aparte de las atribuciones legales y de la responsabilidad
dimanante de éstas, se podría decir que hay algo intrínsecamente detestable en la idea de que un empleado de
una empresa privada use la fuerza sobre un preso. Cuando todos los argumentos en contra de las prisiones
privadas hayan sido considerados, uno sospecha que ésta aparentemente instintiva repugnancia hacia esa
posibilidad es el núcleo del problema» (32) .

La autoridad del Estado se vislumbra clara cuando el propio Estado «se queda detrás» de la función pública,
respaldándola y sancionando su ejercicio. No puede sentirse lo mismo cuando la ejecución se lleva a cabo por
agentes de corporaciones privadas. Aquí, lo empresarial es difícil que confiera esa auctoritas, sólo idea lucrativa sin
fines sancionados colectivamente, reconocidos en el mundo europeo occidental. El interno ostenta una posición
diferente: objeto o de intervención tratamiento y posible resocialización en un caso, o de pura custodia
economicista en otro. Es decir, un mundo de distancia ideológica, de respeto humano, de valoración personal. La
propia terminología utilizada por los partidarios de la privatización apunta al descuido y a los orígenes ante todo
pragmáticos de esta política. La expresión que destinan a los establecimientos prisionales: «Corrections» o
«Correctional Facilities» o, en esta materia, «Correctional privatization», sorprende por el desatendido contenido
rehabilitador que la propia expresión conllevaba. El vocablo «Penitenciario», más europeo, casi inédito en este
ámbito, contiene, sin embargo, una mayor carga retributiva y se adecuaría más a la idea liberal privatizadora, que
hallaba en la prevención general y la incapacitación fines bastantes para la pena y para el negocio.

Otra cuestión, no soslayable, es la derivada de la actuación de las corporaciones en el mercado correccional de


construcción y administración de prisiones. El denominado, por algunos autores, «Criminal Justice-Industrial
Complex» (33) adquiere en esta materia, en mi opinión, una inusitada relevancia a los efectos de la correcta
interpretación de una reciente realidad penitenciaria. Este complejo, en su evolución, está llegando a un alto grado
de internacionalización y actividad multinacional. Así, el contexto nos ha acercado a cómo algunos países adoptan
las medidas privatizadoras de la actividad correccional (nunca tan impropio el término anglosajón «correctional»,
usado en esta materia, por tan alejado de la actividad penitenciaria reciente y tan dispar a su significado práctico,
bajo criterios penitenciarios orientados a la mera incapacitación, y por mostrarse, por ello, como un vocablo casi
del pasado o, más bien, como un escaparate atractivo, como un reclamo para un producto a la venta). De la mano
e influencia de las grandes corporaciones norteamericanas en este terreno, en especial de la CCA (Corrections
Corporation of America), algunos otros ordenamientos han hecho uso de esas medidas privatizadoras y del apoyo
empresarial ofertado por estas mismas grandes compañías. En este sentido, el llamado complejo industrial opera
fuera del escrutinio público y se ofrecería como un sistema de interferencia en el funcionamiento político criminal de
algunos Estados (34) . Los vínculos parecen claros en una actualidad decisivamente influida por importantes
intereses económicos que fluyen en los mercados de capital y de valores. En esta dirección, cada vez más autores
hablan de tal complejo como parte interesada en altos índices de encarcelamiento.

Se ha sugerido (35) que los participantes de este complejo serían: a) las corporaciones privadas que se lucran de
las políticas de internamiento; b) las agencias gubernamentales que formulan las políticas de justicia criminal; y c)
las organizaciones profesionales involucradas en el sistema penitenciario. Pero, como ha destacado Shichor (36) ,
la expansión de la actividad internacional de negocio no se enfoca sólo sobre el mercado prisional, sino que de
hecho éste es sólo una porción de tal mercado. Existe una importante actividad relativa a la vigilancia electrónica
(37) , así como la referente a transporte de reclusos y escolta, llevada a cabo por empresas de seguridad privada,

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que llega a penetrar en los últimos años hasta los departamentos norteamericanos de Probation que, de este
modo, han dejado la puerta abierta a la privatización. El mismo autor (38) recuerda hasta qué punto la principal
organización profesional norteamericana en el campo de ejecución penal, la American Corrections Association
(ACA), se encuentra ampliamente influenciada por la industria penitenciaria privada. Aporta en apoyo de tal
argumento el dato de que la principal publicación de la asociación, el catálogo y revista profesional, Corrections
Today, contiene en su interior cientos de anuncios de compañías productoras de equipamientos penitenciarios
ofreciendo variados servicios. Asimismo, hace notar que, en las convenciones de la ACA, se dejan ver numerosos
«stands» de la industria correccional, que también esponsoriza recepciones, reuniones y fiestas destinadas a
profesionales del mundo penitenciario, lo que le lleva a concluir en el reconocimiento de las importantes conexiones
financieras entre la ACA y el citado «criminal justice-industrial complex». En esta misma dirección, Lippke se ha
pronunciado advirtiendo, de igual forma, que «existen ya evidencias de que, las prisiones privadas, están
flexionando sus músculos políticos hacia el lado que incrementa el encarcelamiento. Esa industria estará
improbablemente a favor de la promoción de alternativas que supongan un menor coste a la sociedad» (39) . Este
autor ofrecería, en todo caso, como única solución aceptable, la posibilidad de privatización de las alternativas,
dejando en manos públicas la ejecución de las penas de prisión. Sin embargo, concluye en el necesario recelo ante
la creciente influencia privada sobre políticas públicas. En este sentido, reclama prudencia y «la manera de limitar
la influencia de los intereses económicos privados sobre los procedimientos de decisión política [...]. La evidencia
disponible sugiere que hemos fallado estrepitosamente a la hora de aislar a nuestros legisladores y otros políticos
de los esfuerzos de las grandes corporaciones privadas por mediatizar las decisiones políticas públicas» (40) .

El interés del legislador español, alejado de la desregulación y la cesión competencial integral de la ejecución penal,
se advertía ya en la LOGP (LA LEY 2030/1979) (41) , si bien se vino a abrir una nueva vía de menor intensidad en
la legislación orgánica de menores (LO 5/2000 (LA LEY 147/2000)), a similitud de las primeras manifestaciones
citadas de la mitad de la década de 1980 en los EE.UU. de América. Las previsiones de reforma de la legislación
orgánica española, sustantiva para adultos, se dirigen hacia el refuerzo de la competencia pública. En este sentido,
el Anteproyecto de Reforma de la Ley Penitenciaria, que en estos momentos se encuentra en tramitación, incluye
preceptos aseguradores de la gestión pública de la actividad nuclear penitenciaria, si bien se impulsa la
participación no gubernamental sin ánimo de lucro.

IV. CONCLUSIONES

Comparto, en todo caso, la crítica hacia los resultados de esa doble o múltiple responsabilidad que se atribuiría a
las corporaciones privadas en esta materia. Como se afirmó supra, servir al accionariado y al Estado inclinará el
interés hacia el lado del inversor, hacia el que más pone en juego. Este desequilibrio terminará por repercutir en las
condiciones de custodia y retención, deshumanizando el marco penitenciario (42) .

En cuanto al efecto final de la pena privativa de libertad privatizada, en una sociedad como la contemporánea,
habría de afirmarse, en cualquier caso, la lógica consecuencia de una expansión del control social formal (43) , y
un deterioro de los fundamentos que pretende la reforma penal internacional, en el sentido de reducir al máximo el
internamiento mediante el impulso de alternativas (44) , pues en esta nueva cultura del control (45) , que lleva a
poner en tela de juicio cualquier visión postmoderna de la penalidad (46) , el gobierno, haciendo uso de estas
políticas privatizadoras, terminará siendo capaz de aplicar, de manera más extensa, su poder coercitivo, y de
manejar un mayor número de personas de variadas formas, relegando a un lado las políticas preventivas y las
alternativas penales. En este sentido, por ejemplo, muchos de los internos que habrían sido liberados
anticipadamente en políticas de descongestión aplicadas a los centros penitenciarios, así como por falta de espacio
real en los establecimientos, o que no hubieran siquiera ingresado en prisión en función de la aplicación de

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principios como los de ultima ratio o intervención mínima, se verán de este modo emplazados en instituciones
privadas de reclusión (47) . Desde ese punto de vista, la oportunidad de negocio abierta a la iniciativa privada no
dejaría lugar a dudas. Y la presión expansionista de determinadas políticas penales, incentivada por la iniciativa
legislativa con sustento privado, se materializa en propuestas aceptadas por los gobiernos. Es claro que la política
legislativa, en manos de los representantes electos de los ciudadanos, algunos de los cuales se hallan directa o
indirectamente interesados en las posibilidades de mercado abiertas por estos modelos, ha determinado la
orientación penal y su posterior plasmación en concretas líneas de actuación penitenciaria (48) . Como han
destacado diversos especialistas (49) , los grandes intereses corporativos surgen en estos ámbitos de influencia,
organizándose con frecuencia en comités de acción política, a través de los cuales pueden hacer sustanciosas
contribuciones a los candidatos políticos en el intento de influir hacia una legislación favorable a los intereses de
tales comités. Las corporaciones americanas consideran, así, la cuestión de los comités de acción política, como
un relativamente nuevo y efectivo instrumento para influir en el provechoso proceso político legislativo.

Consecuencia de todo ello son las cuestiones a tener en cuenta de índole ético-moral (50) , habida cuenta que la
privación de libertad es la pena más extrema (tras la pena de muerte, donde desgraciadamente aún se aplica) que
puede imponer un Estado y los cambios que sufra la política criminal de un Estado, así como los fines de la pena; y
para eso empujarán las grandes empresas interesadas en este negocio: en la intención de crear una opinión
pública, de intoxicar e impulsar, desde los partidos políticos de su influencia, modificaciones normativas que se
dirijan a cambiar el sentido de las penas privativas de libertad y, con ello, justificar finalmente la menor inversión en
los contenidos resocializadores, poniendo el énfasis en la retención y custodia (Derecho penal del enemigo, ley y
orden, etc.). El gran peligro viene a ser precisamente ese, la modificación de las leyes penales para favorecer la
privación de libertad (donde hay negocio), en lugar de impulsar las alternativas penales. Los grandes lobbies
económicos que vieron la oportunidad de ganar mucho dinero en los años ochenta, llevaron a cabo esa política de
influir en los legisladores. En países donde los Diputados mantienen acciones en las grandes empresas que se
encargarán de gestionar la privación de libertad en establecimientos privados, ganando dinero por cada interno en
virtud de tales concesiones estatales, las leyes pueden transformarse peligrosamente (con el conveniente apoyo
mediático-empresarial) y dirigirse a impulsar muchos más ilícitos penales que lleven aparejada sanción privativa de
libertad. El negocio estaba hecho. Y eso ha sido así en los Estados Unidos de América y en otros ordenamientos
afines.

La normativa española limita la participación privada, en la ejecución penitenciaria, a la colaboración de


asociaciones sin ánimo de lucro. Tal exigencia para los sujetos privados intervinientes de tal actividad denota
cierta cavilosidad o actitud preventiva en el legislador. El origen de tal precaución proviene de la experiencia
histórica y mantiene plena vigencia contrastada por las realizaciones foráneas. Si los problemas de gestión son el
caballo de batalla, la realidad española me parece, no obstante, una forma correcta de afrontar el asunto,
mediante la creación de sociedades anónimas estatales (organismos autónomos), que compitan en igualdad de
condiciones con las empresas privadas, ofertando igual diligencia y agilidad, y restringiendo la participación privada
a las actividades de ONG y, en el terreno empresarial, privado, a actividades desempeñadas en las Instituciones
penitenciarias, pero adyacentes a la función esencial, que no constituyen el núcleo del ius puniendi,
distanciándome evidentemente de los modelos anglosajones de EE.UU. o Australia, por poner dos ejemplos en los
que priman los intereses empresariales en perjuicio normalmente de las metas de reinserción y resocialización, que
aún perseguimos en algunas de las legislaciones europeas. Tales intereses económicos cuadran mucho mejor con
políticas penitenciarias más ligadas a la pura incapacitación o estricta retención y custodia de los penados, porque
suponen el sistema de ahorro empresarial más sencillo y directo. El énfasis ha de ser puesto no tanto en la
construcción de nuevos establecimientos, despersonalizados y tecnológicamente distanciadores de la cardinal

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relación humana entre funcionarios y reclusos (que son los ofertados por las empresas privatizadoras), sino
precisamente en la formación del personal penitenciario que se adecue a las posibilidades materiales, sin perjuicio
de una mejor administración de los recursos económicos y una reforma dirigida a hacer habitables y dignos los
establecimientos existentes. Sólo tras una eficiente formación de los recursos humanos que persigan y se
involucren activamente en los fines destinados a la privación de libertad, se puede afrontar una reforma del
sistema.

En Europa, el horizonte a perseguir se encuentra recogido en las Reglas penitenciarias europeas. La Regla 71 de tal
conjunto normativo de 2006 prescribe, bajo el sugestivo título de «La prisión como servicio público» (51) , que
«Las prisiones deben estar bajo la responsabilidad de las autoridades públicas [...]». Y, al respecto, la Regla 88
viene a establecer: «En aquellos países que contemplen la posibilidad de que existan prisiones regidas por
sociedades privadas, en dichos establecimientos deben aplicarse íntegramente las Reglas Penitenciarias Europeas».
Los fundamentos ideológicos que soporten tales normas, esto es, los fines que impulsen para las instituciones
penitenciarias, serán el freno determinante para las iniciativas privatizadoras dirigidas al lucro empresarial, por
cuanto tales fines exigen inversiones económicas de importancia, y todavía no se ha demostrado que las
corporaciones privadas con ánimo de lucro regalen su inversión, trabajo y dedicación, así como nadie da euros a
peseta.

(1) Véase Sanz Delgado, E., «Los límites de la participación privada en el ámbito penitenciario», en Anuario de Derecho
Penal y Ciencias Penales, vol. LII, 1999, pág. 385; más recientemente, Otero González, P., Control telemático de penados.
Análisis jurídico, económico y social, Valencia, 2008, pág. 83.
Ver Texto

(2) Véase, en un análisis detenido al respecto, Sanz Delgado, E., Las prisiones privadas: La participación privada en la
ejecución penitenciaria, Madrid, 2000, págs. 210 y ss.
Ver Texto

(3) Véase, al respecto, Sanz Delgado, E., «Las viejas cárceles: Evolución de las garantías regimentales», en Anuario de
Derecho Penal y Ciencias Penales, n.º LVI, año 2004, págs. 261 y ss.
Ver Texto

(4) Véase, al respecto de tales desarrollos históricos, y especialmente acerca de tal vinculación, por todos, Sanz Delgado,
E., Las prisiones privadas..., ob. cit., págs. 65 y ss.
Ver Texto

(5) Véase Sanz Delgado, E., «Las prisiones privadas: Una solución insatisfactoria al problema penitenciario», en El rapto
de Europa, n.º 11, noviembre 2007, pág. 32.
Ver Texto

(6) Véanse, entre otros autores que afirmaban el nexo de intervención o darían noticia de lo ocurrido al respecto, Logan,
C.H./Rausch, S. P., «Punish and Profit: The Emergence of Private Enterprise Prisons», en Justice Quarterly, vol. 2, n.º 3,
Sept., 1985, pág. 307; Curran, D. J., «Destructuring, Privatization, and the Promise of Juvenile Diversion:
Compromising Community-Based Corrections», en Crime & Delinquency, vol. 34, n.º 4, 1988, págs. 363-378; Donahue,
J. D., The Privatization Decision. Public ends Private Means. New York, 1989 (hay edición castellana por Paidós, trad.

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por Lorenzo J. González Videla, Buenos Aires, 1991, por la que se cita, págs. 211, 213, 222 y 225); Ryan, M./Ward, T.,
Privatization and the Penal System: The american experience and the debate in Britain, Suffolk, 1989, pág. 4; Logan,
C. H., Private Prisons. Cons and Pros. New York/Oxford, 1990, págs. 15 y 17 y ss.; CHAN, J., «The Privatisation of
Punishment: A Review of the Key Issues», en VV.AA., Moyle (Ed.), Private Prisons and Police. Recent Australian
Trends. Leichhardt NSW, 1994, pág. 38; Shichor, D., Punishment for Profit. Private Prisons/public concerns. London,
1995, págs. 14 y 112; Beyens, K./Snacken, S., «Prison Privatization: An International Perspective», en VV.AA.,
Matthews/Francis (Eds.), Prisons 2000. An International Perspective on the Current State and Future of
Imprisonment. New York, 1996, pág. 242; Bates, E., «Private Prisons», en The Nation, January 5, 1998, pág. 16 (hay
traducción al castellano de este sintético, si bien interesante artículo, acerca de la privatización correccional en
http://www.zmag.org/Spanish/0010priv.htm), o respecto del caso británico, Rutherford, A., «British Penal Policy and
the Idea of Prison Privatization», en VV.AA., McDonald (Ed.), Private Prisons and the Public Interest, New
Brunswick/London, 1990, pág. 58; o, por todos, también en castellano, Sanz Delgado, E., «Los límites de la
participación privada en el ámbito penitenciario», en Anuario de Derecho Penal y Ciencias Penales, vol. LII, 1999, págs.
388.
Ver Texto

(7) Véase Robbins, I. P., The legal dimensions of private incarceration. American Bar Association, Washington, D.C., 1988,
pág. 135.
Ver Texto

(8) Véase Harding, «Models of accountability for the contract management of prisons», en Moyle, P. (Ed.), Private Prisons
and Police. Recent..., ob. cit., págs. 71 y ss.; Shichor, D., «Private Prisons», en VV.AA., McShane/Williams (Eds.),
Encyclopedia of American Prisons, New York/London, 1996, pág. 367; el mismo: Punishment for..., ob. cit., págs. 111 y
112; en este sentido, el último citado resalta acertadamente, a mi entender, «lo que revelaría un cierto grado de
desconfianza en las capacidades, motivos y ética de las corporaciones privadas. Así, la característica más
contradictoria en esta materia es que los proponentes de la privatización, esperan que las agencias
gubernamentales y sus empleados, que han sido constantemente denostados por esos mismos partidarios
tachándoles de ineptitud, incompetencia, falta de interés en su trabajo e ineficiencia, sean capaces de hacer un buen
y efectivo trabajo en la supervisión y control de las prisiones privadas. Básicamente, los teóricos y partidarios de la
privatización aceptan el papel del gobierno en lo referente al planeamiento, supervisión, imposición fiscal y pago de
las cuentas de los ejercicios [...], el problema es que siguiendo este argumento, el gobierno disminuiría su capacidad
de hacer cumplir los contratos y no podría reaccionar con efectividad si los contratos dejaran de cumplirse por la otra
parte, excepto cambiando a los contratistas proveedores del servicio, lo cual no parece ser una prometedora opción
en el negocio de prisiones». Cfr. el mismo: últ. ob. cit., pág. 132.
Ver Texto

(9) Véanse, por todos, en desarrollo de esta materia, los definitorios trabajos de Mullen, J./Chabotar, K.J./Carrow, D. M.,
«The Privatization of Corrections». National Institute of Justice. U.S. Department of Justice. February, 1985, págs. 55-
85; la extensa y, por analítica, valiosa obra de Robbins, I. P., The legal dimensions of private incarceration..., ob. cit.,
págs. 135-461; asimismo, Logan, C. H., Private Prisons: Cons and pros. New York/Oxford, 1990, págs. 76-78; Avio, K. L.,
«On Private Prisons: An Economic Analysis of the Model Contract and Model Statute for Private Incarceration», en New
England Journal on Criminal and Civil Confinement, vol. 17, n.º 2, Summer, 1991, págs. 276-300; Shichor, D., Punishment
for..., ob. cit., págs. 111-119.
Ver Texto

(10) Véase Liebling, A./Arnold, H., Prisons and their moral performance. A Study of Values, Quality, and Prison Life. Oxford,

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2004, págs. 97 y 98.


Ver Texto

(11) Véase, al respecto de tal interesada división, a favor, por todos, Logan, C. H., «The Propriety of Proprietary Prisons»,
en Federal Probation, vol. LI, n.º 3, septiembre 1987, págs. 35-40; el mismo: Private Prisons..., ob. cit., págs. 52 y ss.;
o, con argumentos en contra, Moyle, P., «Separating the Allocation of Punishment from its Administration», en The
British Journal of Criminology, vol. 41, n.º 1, Winter, 2001, págs. 77-100.
Ver Texto

(12) Véase, al respecto de este ya no tan reciente concepto definitorio de este fin de la pena, Zimring, F. E./Hawkins, G.,
Incapacitation. Oxford University Press, New York, 1995; y, de forma global, Beyens, K./Snacken, S., «Prison
Privatization: An International...», ob. cit., pág. 241; o, de modo sintético en la bibliografía española, Del Rosal Blasco,
B., «Las prisiones privadas. Un nuevo modelo en una nueva concepción sobre la ejecución penal», en Anuario de
Derecho Penal y Ciencias Penales, vol. XLIII, fascículo II, 1990, págs. 562 y ss.; el mismo: «La privatización de las
prisiones. Una huida hacia la pena de privación de libertad», en Eguzkilore, núm. extraordinario 12, diciembre de 1998,
págs. 118 y ss.; Sanz Delgado, E., «Las prisiones privadas...», ob. cit., págs. 147 y ss.; el mismo: «Los límites de la
participación...», ob. cit., pág. 397; el mismo: «Las prisiones privadas: Una solución insatisfactoria...», ob. cit., págs.
31 y 32; Muñoz Conde, F., «Excurso: Incapacitación: La pena de prisión como simple aseguramiento o inocuización del
condenado», en VV.AA., Derecho y prisiones hoy (De León Villalba, F. J. Coord.), Cuenca, 2003, págs. 13 y ss; y Téllez
Aguilera, A., Nuevas penas y medidas alternativas a la prisión, Madrid, 2005, pág. 53.
Ver Texto

(13) Cfr. Bronstein, A. J., «Privatización de prisiones», en la página de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito
Federal de México: http://www.cdhdf.org.mx/index.php?id=dfeabr04priva (4/09/2008).
Ver Texto

(14) Véase General Accounting Office (G.A.O.): Private and Public Prisons. Studies Comparing Operational Costs and/or
Quality of Service, en Report to the Subcommitee on Crime, Committee on the Judiciary, House of Representatives,
Washington D.C., August, 1996, págs. 3 y 7; del mismo modo se han expresado autores como Shichor, D., Punishment
for..., ob. cit., págs. 163 y 164; Donahue, J. D., The Privatization Decision..., ob. cit., pág. 160; Bates, E., «Private
Prisons...», ob. cit., pág. 13, quien se refiere al fracaso en el intento de ahorro de las prisiones privadas y a la
contrapartida del beneficio generado en favor de las compañías privadas propietarias; o, incluso, desde una posición
favorable a la privatización, también se relativizan tales resultados económicos. Así, véase Mcdonald, D. C., «The Cost
of Operating Public and Private Correctional Facilities», en VV.AA., McDonald (Ed.), Private Prisons and the..., ob. cit.,
pág. 103; o, el propio Logan, C. H., Private Prisons..., ob. cit., pág. 76, como principal valedor de esta política desde la
academia, quien habida cuenta de los resultados obtenidos en los estudios comparativos niega relevancia a esta
cuestión.
Ver Texto

(15) Otros trabajos más recientes, evaluadores de la calidad, constatan la inexistencia de superioridad ni mejor gestión,
en las prisiones privadas. Véase, al respecto, Liebling, A./Arnold H., Prisons and their moral performance. A Study of
Values, Quality..., ob. cit., págs. 97-127.
Ver Texto

(16) Tales realizaciones, como las llevadas a cabo en algunos países latinoamericanos, pueden consultarse, con sus

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factores políticos y empresariales coadyuvantes, en el permanente espacio que mantiene en Internet la Escuela de
Negocios de la Universidad de Greenwich, con el trabajo de actualización constante de Stephen Nathan en la Public
Services International Research Unit. Así, véase Nathan, S., Prison Privatisation Report International, en
http://www.psiru.org/ppri.asp. Véase, asimismo, de modo particular, los estudios pormenorizados de los sistemas
penitenciarios iberoamericanos en Federación Iberoamericana de Ombudsman (Escobar, G., Dir.), Sistema
penitenciario. V Informe sobre Derechos Humanos, Madrid, 2007, passim.
Ver Texto

(17) Véase, al respecto, Mullen, J./Chabotar, K.J./Carrow, D. M., «The Privatization of Corrections...», ob. cit., pág. 75;
Roberts, A. R./Powers, G. T., The Privatization of Corrections: Methodological Issues and Dilemmas Involved in
Evaluating Research», en The Prison Journal, vol. 65, n.º 2, 1985, pág. 103; RING, C., Contracting for the Operation of
Private Prisons. American Correctional Association, s./l., 1987, passim; Gentry, J. T., «The Panopticon Revisited: The
Problem of Monitoring Private Prisons», en The Yale Law Journal, December, 1986, págs. 353-375; Durham III, A. M.,
«Evaluating Privatized Correctional Institutions: Obstacles to Effective Assessment», en Federal Probation, vol. LII, n.º
2, June, 1988, págs. 65 y ss.; Robbins, I. P., The legal dimensions..., ob. cit., págs. 439-441; Harding R. W., «Models of
accountability...», ob. cit., en Moyle, P. (Ed.), Private Prisons and Police. Recent..., ob. cit., 1994, págs. 63-90, y
especialmente 71 y ss.; el mismo: Private prisons and public accountability..., ob. cit., págs. 33-50, 51 y ss., 99-109;
Logan, C. H., Private Prisons..., ob. cit., págs. 194-210, especialmente, 204; Keating, J. M. Jr., «Public over Private:
Monitoring the Performance of Privately Operated Prisons and Jails», en VV.AA., McDonald (Ed.), Private Prisons and
the Public Interest. Rutgers University Press, New Brunswick/London, 1990, págs. 130-154; Shichor, D., Punishment
for... ob. cit., págs. 119-133; Gold, M. E., «The Privatization of Prisons», en Urban Lawyer, Summer, 1996, pág. 397;
Mcaffe, W. M., «Tennessee s Private Prison Act of 1986: An Historical Perspective With Special Attention to California s
Experience», en Vanderbilt Law Review, vol. 40, n.º 4, May., 1987, págs. 855 y ss.; Sabatino, J. M., «Privatization and
punitives: should government contractors share the sovereign s immunities from exemplary damages», en Ohio State
Law Journal, vol. 58, 1997, págs. 175-239; Matthews, R., «Reflexiones en torno al debate sobre las prisiones en Gran
Bretaña», en El Derecho penal y la Víctima, Papers D Estudis i Formació, n.º 8, marzo, 1992, pág. 112.
Ver Texto

(18) Véase Shichor, D., Punishment for..., ob. cit., pág. 119; o Warren Ratliff, quien afirma: «Las prisiones privadas, cuando
son cuidadosamente supervisadas pueden suponer ahorros en los costes y mejoras en la calidad del servicio, pero
cuando los motivos de lucro se muestran desenfrenados, o la normativa que ampare la privatización no se ha
redactado con precisión, las prisiones privadas pueden resultar en un desastre». Cfr. Ratliff, W. L., «The Due Process
Failure of America s Prison Privatization Statutes», en Seton Hall Legislative Journal, vol. 21, 1997, pág. 381.
Ver Texto

(19) Véase Chan, J. B. L., «The privatisation of punishment...», ob. cit., pág. 39.
Ver Texto

(20) Cfr. Shichor, D., Punishment for..., ob. cit., pág. 258.
Ver Texto

(21) Cfr. Thomas, C. W./Lanza-Kaduce, L./Calvert Hanson, L. S./Duffy, K. A., The Privatization of American Corrections. An
Assesment of its Legal Implications. Center for Studies in Criminology and Law. University of Florida, June 15, 1988,
pág. 33.
Ver Texto

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(22) Cfr. Shichor, D., Punishment for..., ob. cit., pág. 258.
Ver Texto

(23) Cfr. Diiulio, J. J. Jr., «The Duty to govern: A critical perspective on the private management of prisons and jails», en
McDonald (Ed.), Private Prisons and the Public Interest, New Brunswick/London, 1990, pág. 173; el mismo: No Escape.
The Future of American Corrections. United States, 1991, pág. 197; véase, asimismo, Shichor, D., Punishment for...,
ob. cit., pág. 56.
Ver Texto

(24) Cfr. Diiulio, J. J. Jr., últ. ob. y loc. cit.


Ver Texto

(25) Véase Shichor, D., Punishment for..., ob. cit., pág. 57.
Ver Texto

(26) Véase Shichor, D., Punishment for..., ob. cit., pág. 56; en el mismo sentido, realzando la dependencia laboral y los
condicionamientos económicos en la toma de decisiones, Silvester, D. B., «Ethics and Privatization in Criminal Justice:
Does Education Have a Role to Play?», en Journal of Criminal Justice, vol. 18, n.º 1, 1990, pág. 68.
Ver Texto

(27) Véase Shichor, D., Punishment for..., ob. cit., pág. 53.
Ver Texto

(28) Véase Robbins, I. P., «Privatization of Corrections. Defining the Issues». en Symposiun: Privatization of Prisons.
Vanderbilt Law Review... ob. cit., pág. 827.
Ver Texto

(29) Cfr. Robbins, I. P., Statement before the Subcommittee on courts, civil liberties and the Administration of Justice of the
House Committee on the Judiciary concerning «Privatization of Prisons», november 13, 1985, págs. 21 y 22; el mismo:
«Privatization of Corrections. Defining...», ob. cit., pág. 826; esta afirmación procede, no obstante, del informe de la
A.C.A. (American Correctional Association): National Correctional Policy on Private Sector Involvement in Corrections
(January 1985). Después igualmente recogido en el informe de la A.B.A. (Asociación de Tribunales Americanos):
«Report on the Privatization of Prisons». Midyear Meeting, 1986, pág. 12. En contra de esta perspectiva se han
mostrado algunos partidarios de la solución privatizadora, que critican la idea simbólica de Robbins acusando a éste
(desde una opinión que fragmenta escandalosamente la completa obra de Robbins al respecto de la privatización
correccional), de utilizar un argumento entre divertido y preocupante al atender únicamente al problema simbólico y
dejar de lado cuestiones tales como si el guardia privado sería más rentable económicamente hablando o satisfaría
de modo más eficiente las necesidades de los internos. Véase, al respecto, Thomas, C. W./Lanza-Kaduce, L./Calvert
Hanson, L. S./Duffy, K. A., The Privatization of American..., ob. cit., págs. 33 y 34; esta cuestión ha sido asimismo
contemplada, entre otros, a favor y en contra, por Weiss, R. P., «Private Prisons and the State...», ob. cit, págs. 38 y
39; Donahue, J., The Privatization Decision..., ob. cit., pág. 156; McConville, S., «Aid from Industry...», ob. cit., pág. 230;
Logan, C. H., Private Prisons..., ob. cit., pág. 55; Shichor, D., Punishment for..., ob. cit., pág. 55; Bates, E., «Private
Prisons...», ob. cit., pág. 12.
Ver Texto

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(30) Cfr. Weiss, R. P., «Private prisons and...», ob. cit., pág. 43.
Ver Texto

(31) Un ejemplo de tal protección puede observarse en legislaciones como la española, donde el Código penal prevé
entre los supuestos típicos el delito de atentado cuando se comete contra funcionarios públicos (art. 550 CP 1995)
con tipos atenuado y agravados en el art. 556 CP y 552 CP, respectivamente, aplicables, en todo caso, a las
conductas agresivas contra los funcionarios de Instituciones Penitenciarias.
Ver Texto

(32) Cfr. McConville, S., «Aid from Industry...», ob. cit., pág. 230.
Ver Texto

(33) Véase, al respecto, Lilly, J. R./Knepper, P., «An international perspective on the privatization of corrections», en The
Howard Journal, vol. 31, n.º 2, 1992, págs. 174-191; los mismos: «The Corrections-Commercial Complex», en Crime
and Delinquency, vol. 39, n.º 2, April, 1993, págs. 150-166, especialmente págs. 157 y 158, donde analizan el destino
de las partidas monetarias destinadas a prisiones y el amplio beneficio que se reporta para las empresas; Shichor, D.,
Punishment for..., ob. cit., págs. 238-241; King, R. D./Mcdermott, K., The State of Our Prisons. Clarendon Press, Oxford,
1995, pág. 47.
Ver Texto

(34) Véase Lilly, J. R./Knepper, P., «The Corrections-Commercial Complex...», ob. cit., pág. 160; asimismo, Bowditch,
C./Everett, R. S., «Private Prisons. Problems within Solution», en Justice Quaterly, September, 1987, pág. 451.
Ver Texto

(35) Véase Lilly, J. R./Knepper, P., «An international perspective...», ob. cit., pág. 175; Shichor, D., Punishment for..., ob. cit.,
págs. 239 y 239.
Ver Texto

(36) Cfr. Shichor, D., Punishment for..., ob. cit., pág. 239.
Ver Texto

(37) Véase Otero González, P., Control telemático de penados..., ob. cit., pág. 84.
Ver Texto

(38) Cfr. Shichor, D., ob. y loc. cit.


Ver Texto

(39) Véase Lippke, R. L., «Thinking About Private Prisons», en Criminal Justice Ethics, vol. 16, n.º 1, winter/spring, 1997,
pág. 31.
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(40) Cfr. Lippke, R. L., «Thinking About...», ob. cit., pág. 33.

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(41) En el art. 79 LOGP se establece: «Corresponde a la Dirección General de Instituciones Penitenciarias del Ministerio de
Justicia la dirección, organización e inspección de las Instituciones que se regulan en la presente Ley [...]».
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(42) Así lo han entendido numerosos autores. Véase, por todos, la visión global de Beyens, K./Snacken, S., «Prison
Privatization: An International...», ob. cit., pág. 259; del mismo modo, más recientemente, Moyle ha señalado el
peligro que representa el ánimo de lucro como motor de estas corporaciones y la influencia de tal motivación en las
condiciones de internamiento. Así, Véase Moyle, P., «Separating the Allocation...», ob. cit., págs. 84, 86 y 92.
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(43) Véase, al respecto, Silva Sánchez, J. M., La expansión del Derecho penal. Aspectos de la política criminal en las sociedades
postindustriales, 2.ª ed., Reimpresión Montevideo/Buenos Aires, 2006, págs. 78-82, en una certera referencia al
pretendido proceso deslegitimador de lo público por parte de los partidarios de la privatización sobre criterios de
supuesta ineficiencia.
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(44) Véase Bronstein, A. J., «Privatización de prisiones», ob. cit., en http://www.cdhdf.org.mx/index.php?id=dfeabr04priva.


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(45) Cfr., por todos, Garland, D., The Culture of Control, Oxford, 2001.
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(46) Cfr. Téllez Aguilera, A., Nuevas penas..., ob. cit., pág. 52; asimismo, con anterioridad, Garland, D., Castigo y sociedad
moderna. Un estudio de teoría social, Introd. Berta Ruiz de la Concha, Madrid/México, 1999, págs. 209 y ss.
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(47) Véase, entre otros, Shichor, D., Punishment for..., ob. cit., págs. 60 y 75; y en la bibliografía española el artículo de Del
Rosal Blasco, B., «La Privatización de las prisiones...», ob. cit., pág. 132.
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(48) Véase, como ejemplos, al respecto de tales conexiones, los citados por, Lilly, J. R./Knepper, P., «The Corrections-
Comercial Complex», en Crime and Delinquency, April, 1993, págs. 150 y ss.; o Bates, E., «Private Prisons...», ob. cit.,
pág. 16.
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(49) Véanse, entre otros, Mullen, J./Chabotar, K. J./Carrow, D. M., The Privatization of Corrections. National Institute of
Justice. Issues and Practices. U.S. Department of Justice, February 1985, pág. 72; Weiss, R. P., «Private Prisons and
the State», en Matthews, R. (Ed.), Privatizing Criminal Justice. London, 1989, págs. 33 y 41; Matthews, R., «Reflexiones
en torno al debate...», ob. cit., págs. 112, 114 y 115; Shichor, D., Punishment for..., ob. cit., págs. 158, 235 y 236;
Cavadino, M./Dignan, J., The Penal System. An Introduction, London, 1997, pág. 164; Bates, E., últ. ob., y loc. cit.
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(50) Véase, al respecto, por todos, Sanz Delgado, E., Las prisiones privadas..., ob. cit., págs. 174 y ss.
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(51) Véase, al respecto, la crítica a la posibilidad privatizadora de Téllez Aguilera, A., Las nuevas reglas penitenciarias del
Consejo de Europa (una lectura desde la experiencia española), Madrid, 2006, pág. 142.
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