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un mundo (fragmento)
Fue precisamente aquella noche de luna y mar iluminado que salí a caminar solo por la
playa. Yo tenía doce años. Las olas acariciaban las arenas, terminando a mis pies. En cada espuma,
el brillo de los dominutos bichitos me parecía la obra maravillosa de algún mago oculto en el
océano.
Llegué hasta las rocas en el extremo de la playa. Procurando no resbalar, salté de una roca
a otra y me fui alejando de la playa, internándome en aquella península rocosa que se metía mar
adentro.
Por momentos sentí miedo porque no podía distinguir bien dónde estaban las rocas y dónde
el mar. Tenía temor de caer al agua.
Al doblar alrededor de una roca del tamaño de una casa, pude ver los contornos de una
puerta sobre su lado más iluminado por la luna. Me acerqué y la vi en todo su esplendor. Era una
puerta de piedra, metida en la roca de color azul. Puse mi mano sobre el pestillo para tratar de
abrirla. No pude. Lo intenté varias veces pero fue inútil. Aunque el pestillo de piedra giraba, la
puerta no se movía. Me puse a inspeccionar detenidamente la roca. Entre los grabados había un
dibujo del sol cayendo sobre el horizonte, una mano sobre el pestillo de una puerta muy parecida a
esta y la cara de un niño con la boca abierta, luego había una gaviota, un caracol y una estrella
brillante. Eran dibujos parecidos a los jeroglíficos de antiguas civilizaciones que yo había visto en
libros de historia. Todo parecía indicar que esa era la clave para abrir la pesada puerta. En ese caso
debía abrirse al atardecer y no esa noche.
Regresé para la casa y luego de cenar un delicioso matambre a la leche que había
preparado la tía Alicia, me fui a dormir pensando en el trabajo del día siguiente y repasando la clave
que expresaban los grabados para tratar de descifrarla.
Ignacio Martínez
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