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ROMPE-CABEZA

Antonio Zúñiga

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Cuadernos de Dramaturgia Mexicana
Antonio Zúñiga es miembro del Sistema Nacional de Creadores,
ganador del Premio Nacional de Dramaturgia (2003) de la Univer-
sidad de Nuevo León y del Premio Internacional de Guiones de
Cortometraje de la Universidad de La Laguna, Tenerife, España (2006).
Entre sus obras se cuentan: Estrellas enterradas, El tiradito:
Crónica de un santo pecador, Panóptico y Pancho Villa y los niños
de la bola.
Participó en talleres de dramaturgia realizados por Jesús
González Dávila y Vicente Leñero, y ha impartido cursos y talleres
de creación dramática y actuación en diferentes centros del país,
además de que ha formado parte del cuerpo académico del Cen-
tro Dramático de Michoacán, dirigido por Luis de Tavira.
Rompe-cabeza se estrenó durante la Muestra Estatal de Teatro
de Morelia, Michoacán, el 31 de mayo de 2007.

Ilustración de portada:
Matías Álvarez
Pintura de contraportada:
Melvina Orozco
Acrílico, 240 × 222 cm
Fotografía:
Arnaldo Cruzado

ISBN: 978-607-8439-
® Registrada en Sogem
© Antonio Zúñiga Chaparro
© Toma, Ediciones y Producciones Escénicas y Cinematográficas
bajo el sello editorial de Paso de Gato
Eleuterio Méndez # 11, Colonia Churubusco-Coyoacán, C. P. 04120,
Ciudad de México, teléfonos: (0155) 5601 6147, 5688 9232, 5688 8756

www.pasodegato.com

Correos electrónicos: editor@pasodegato.com, editorialpdg@gmail.com


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Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra en cualquier soporte


impreso o electrónico, así como el montaje escénico de la misma, sin previa auto-
rización del autor.
Hombres y mujeres solos.
Abismados por la violencia e inmersos en ella.
Hombres y mujeres a los que les duele vivir, les es natural morir,
aunque lo único que desean es vivir bien.
Hombres y mujeres arropados por los tentáculos del crimen.
Hombres y mujeres que cuentan cuentos a su manera.
Hombres y mujeres de tierra caliente, con el alma en un hilo,
con la vida prestada.

PIEZA I
Dos gotas de sangre
Mujer I y mujer II

PIEZA II
Ese pez gordo y rojo
Juan y Daniel

PIEZA III
Pescadoras de pecado
Sofía y Carmen

PIEZA IV
Soy de sangre azul
Pez Gordo y Doctora
Hombre 1 (taxista)
Hombre 2 (profesor)

PIEZA V
Una sirena de vapor
Lola y Rubén

Rompe-cabeza 3 Antonio Zúñiga


Cuadernos de Dramaturgia Mexicana

PIEZA VI
El jinete sin cabeza
Licenciado
Muchacho

PIEZA VII 
¡Ay!, ¿te corté, corazón?
Lupita y Lisa

Rompe-cabeza se forma con siete piezas que se acomodan


en el orden que quiera el director.

PIEZA I
 Dos gotas de sangre 

Mujer 1: ¿Y?
Mujer 2: Ya.
Mujer 1: ¿Y?
Mujer 2: Pues ya.
Mujer 1: ¿Y?
Mujer 2: Ya dejaron de disparar, pues.
Mujer 1: Malditos.
Mujer 2: Dímelo a mí, estoy con el alma en un hilo.
Mujer 1: Ya no aguanto.
Mujer 2: Pero al menos ya dejaron de disparar.
Mujer 1: Vámonos por favor. ¿Qué necesitas tú para decidirte?
Mujer 2: Déjame en paz. Es en vano quebrarse la cabeza
pensando. Nomás estás a dale y dale, y eso también te hace daño.
Mujer 1: Quiero salir, respirar aire más limpio. Aquí huele
a cigarro. A cigarro viejo, a resumidero.
Mujer 2: Nadie te tiene amarrada.
Mujer 1: Eso dices tú, pero ellos no dicen lo mismo.
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Mujer 2: La puerta está muy ancha.
Mujer 1: ¿Cómo lo dices, así tan campante?
Mujer 2: Tampoco, eh; yo también estoy hasta la madre de
tanto encierro. Yo también quiero salir, pero sé que no puedo.
Mujer 1: A lo mejor sí nos deja salir. A lo mejor si hablamos
con él…
Mujer 2: ¿Él? Por favor, es un macho nomás.
Mujer 1: Yo ya no aguanto este encierro, te lo juro.
Mujer 2: Yo estoy igual, pues.
Silencio.

Mujer 1: ¿Y?
Mujer 2: …
Mujer 1: ¿Y?
Mujer 2: …
Mujer 1: ¡¿Y!?
Mujer 2: No grites. ¡Habla bajito, por Dios!
Mujer 1: ¿Así?
Mujer 2: ¿Así qué?
Mujer 1: ¿Así me oyes o hablo más bajito?
Mujer 2: No, así está bien. Creo.
Mujer 1: No hay mal que dure cien años, pero éste ya tiene mil.
Mujer 2: Mil años, mil días y mil horas, así me parece.
Mujer 1: La carne quemada me da ascos.
Mujer 2: Es época de quema y los aires traen ese humo
apestoso.
Mujer 1: ¡Ay, no sé qué hacer! No me gusta la tele, no me
gusta leer, no me gusta nada… ¡Me quiero jalar los pelos! ¡Ya
no aguanto este encierro! ¿Qué hago? ¡Dime qué hago!
Mujer 2: Cose, escribe cartas, juega damas… haz lo que
quieras.
Mujer 1: ¿Lo que yo quiera?
Mujer 2: Lo que sea.
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Cuadernos de Dramaturgia Mexicana

Mujer 1: No quiero hablar en susurros.


Mujer 2: Entonces no hables.
Mujer 1: No entiendes.
Mujer 2: Quédate callada.
Mujer 1: No entiendes.
Mujer 2: Sí entiendo.
Mujer 1: Quiero gritar mucho.
Mujer 2: …
Mujer 1: ¡¿Me oyes?!
Mujer 2: Te oigo muy bien, no estoy sorda.
Mujer 1: Entonces no me calles.
Mujer 2: Nos van a descubrir y van a saber dónde estamos.
Eso es muy peligroso. Llevamos meses así y ahora lo vas a echar
a perder todo. ¿Cuánto tiempo crees que se tarden en llegar?
Yo te quiero mucho, pero si gritas vas a tener que aguantar mi
odio. No te deseo ningún mal, nunca lo desearía, porque eres
mi hermana, mi sangre, pero si gritas y no sigues así como estás
ahora, calladita, si gritas y nos delatas, me vas a provocar el
odio y nunca ha existido odio más grande que el odio de una
Quintero. Si gritas soy capaz de…
Mujer 1: ¿De qué?
Mujer 2: …
Mujer 1: ¿De qué?
Mujer 2: No sé… muchas cosas.
Mujer 1: ¡¿De qué?! ¡¿De qué?!
Mujer 2: Soy capaz de todo, hermana.
Mujer 1: Pues no te tengo miedo, perra. Voy a salir a la calle
y voy a caminar tranquilamente. Voy a llegar al centro y me voy
a comer una nieve de zapote negro y me voy a reír como loca,
cuando al pelón del puesto de periódicos lo cague un pájaro
de la plaza. Voy a comprarme un vestido con más color que
este vestido gris que traigo puesto. Voy a dejar que me dé la
brisa de la fuente en la cara. Voy a ir a la estética de Lupita y
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me voy a pintar el pelo. Negro, muy negro y brillante, y le voy
a pedir a Lupita que me peine dos horas seguidas. Y luego voy a
salir de ahí y voy a gritar.
Mujer 2: Bueno pues, grita todo lo que quieras, hasta que
te raspes la garganta.
Mujer 1: ¿Lo dices en serio?
Mujer 2: Sí…
Mujer 1: ¿No me engañas?
Mujer 2: No, pues… no te engaño, cómo te voy a mentir a
ti que eres mi hermana del alma.
Mujer 1: Pero no me vas a pegar, no me vas a poner una
cinta gris en la boca, no me vas a amenazar con tu pistola ni
me vas a ver mal, ¿verdad?
Mujer 2: Nada de eso.
Mujer 1: Quiero llorar.
Mujer 2: Ya sabes que me revienta el hígado cuando te
pones de chillona.
Mujer 1: Entonces déjame gritar.
Mujer 2: Grita pues…
Mujer 1: ¿Grito en la ventana?
Mujer 2: No. Métete al baño y grita allí todo lo que quieras.
Mujer 1: ¿Aquí no puedo? Quiero gritar en tu cara.
Mujer 2: Ya no me chingues, nomás grita y ya.
Mujer 1: No puedo…
Mujer 2: No juegues.
Mujer 1: Ay, hermanita, no puedo ya. No sé qué me pasa,
pero no puedo gritar ya…
Mujer 2: ¿Qué te pasa?
Mujer 1: Es que ya no puedo. Es que ahora, hermanita, siento
algo muy raro aquí. Es como si…
Mujer 2: ¿No tienes voz?
Mujer 1: No siento la garganta.
Mujer 2: Mentirosa, ¿me quieres asustar?
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Cuadernos de Dramaturgia Mexicana

Mujer 1: No, ¿cómo crees?


Mujer 2: Entonces grita ya.
Mujer 1: Es que, siento la garganta invisible.
Un hilo de sangre corre por su cuello, sus ojos quedan blan-
queados por la muerte.

Mujer 2: ¡Ay!
Se lleva la mano a la boca para contener el grito.

PIEZA II
 Ese pez gordo y rojo 
Dos hombres esperan. Se escucha el ruido de coches enfrente.

Daniel: … Menos de dieciocho. Pero ya tengo credencial. ¿Y tú?


Juan: También tengo credencial.
Daniel: Deja ver si adivino, ¿treinta y cinco?
Juan: …
Daniel: ¿Menos?
Juan: Más.
Daniel: ¿Treinta?, ¿treinta y cuatro?
Juan: Qué pues… menos.
Daniel: ¿Treinta y tres? ¿Treinta y dos?
Juan: Treinta y uno. Los cumplí en septiembre.
Daniel: Te ves como de veinticinco.
Juan: ¿Neta?
Silencio.

Juan: ¿Cómo es que ya la tienes, si no tienes dieciocho?


Daniel: Así me la dieron.
Juan: Nadie la usa para lo que es.
Daniel: Pero la piden para todo: para el banco, para el ca-
mión, para todo. Con decirte que para este jale me la pidieron.
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Juan: Qué mamón.
Daniel: En serio.
Juan: Estás muy chavo para esas charras.
Daniel: Te lo juro.
Juan: No me gusta que me juren, chavo.
Daniel: No me digas “chavo” y no te juro.
Juan: Está bien, no te digo “chavo”, chavo.
Daniel: Te juro que no vuelvo a jurar.
Juan: Qué güey.
Daniel: Sí, neta que qué güey.
Silencio.

Daniel: ¿Te sientes muy verga?


Juan: No. Estoy en este jale por putito.
Daniel: Se nota.
Juan: No me hagas mucha confianza entonces.
Daniel: ¿Conoces los cara de niño?
Silencio.

Juan: ¿Cuáles?
Daniel: Unos como alacranes gordos y así de longos.
Juan: Ah sí, los he visto.
Daniel: En tierra caliente hay un chingo.
Juan: Son cabrones. Si te pica uno de esos, sí te va poniendo
una chinga.
Daniel: Neta que sí. Te engarrotas todo. La cara se te voltea,
se te tuercen los dedos. Te duele tanto la cabeza, que te dan
ganas de que te la corten.
Juan: Sí, los cara de niño son cabrones.
Silencio.

Juan: ¿Te sientes muy verga?


Daniel: Igual y no, pero no me dejo.
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Cuadernos de Dramaturgia Mexicana

Juan: ¿Cuántos llevas?


Daniel: Si tú no me cuentas, yo no te cuento.
Juan: Pero no llevas ninguno así, de encargo.
Daniel: No.
Silencio.

Daniel: ¿Qué hora es?


Juan: Ya mero.
Daniel: ¿Se tardará mucho?
Juan: Pues igual… pero aquí pagan por esperar.
Daniel: ¿Cuántos llevas?
Juan: …
Daniel: ¿Cuántos años llevas?
Juan: Antes de que tú nacieras, chavo, ya estaba en esto.
Daniel: Órale, qué aguante.
Juan: Sí. Se necesita mucho aguante, mucho colmillo, mu-
chos huevos, mucha puntería, mucha hambre, mucha seriedad,
mucha paciencia, pero sobre todo mucha suerte.
Daniel: Yo tengo buena suerte, en serio. ¿Apuestas? Te apuesto
que no me ganas tres volados de diez.
Juan: No mames.
Daniel: ¿Águila o sol?
Juan: No mames, chavo.
Daniel: ¡No me digas “chavo”, cabrón!
Juan: No te sulfures…
Daniel: ¡Pues no me digas “chavo”!
Juan: Te digo “chavo” porque eres chavo.
Daniel: ¿Águila o sol?
Juan: Está bien… Águila.
Daniel: ¡Sol! Va una. ¿Águila o sol?
Juan: Sol.
Daniel: ¡Águila! Dos cero. ¿Águila o sol?

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Silencio.

Daniel: Tengo suerte, te dije.


Juan: Nel, te chingué.
Daniel: No atinaste tres.
Juan: Atiné dos y uno que no quisiste aceptar que era sol,
son tres. Dijiste que si atinaba tres de diez yo ganaba. Así que
te chingas y si te chingas es que tienes mala suerte.
Daniel: ¿No sabes perder?
Juan: Claro que sí. Pero también me gusta reconocer cuando
gano.
Daniel: ¿Entonces?
Juan: ¿Entonces qué?
Daniel: ¿Cuántos dices que llevas?
Juan: Ohh, no mames, mi chavo.
Daniel: Mira, cabrón, si no me gusta que me digas “chavo”,
menos me gusta que me digas “mi chavo”, ¿eh?
Juan: Entonces no seas mamón, si no te gusta que te diga “mi
chavo”, no te comportes como “mi chavo”, ¿entiendes verdad?
Cuando uno está de pendejito, cuando uno está de niña, cuando
uno anda de mamoncito, mamando el pito, pues anda uno de
“mi chavo”, y pues uno se aguanta que le digan “mi chavo”.
Uno tiene que ser hombre en esto, tiene que tener los huevos
ya muy puestos, no andar de adolescente, de quinceañero…
para este jale se necesitan huevos de hombre.
Daniel: Pero tú no me conoces… no me conoces bien. Te
quiero decir la neta… Yo tengo huevos y coraje, mucho coraje,
¿entiendes cuando te digo? No es mal pedo mío, pero de todos
modos cálmate tu pedo y no me digas así.
Juan: ¿Por qué no te gusta?
Daniel: ¿Qué?
Juan: ¿Por qué no te gusta que te diga así?
Daniel: ¿Quieres que te diga por qué?
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Cuadernos de Dramaturgia Mexicana

Juan: Ohh, ¿ya ves?


Daniel: ¿Quieres que te diga?
Juan: Dime…
Daniel: Mejor luego.
Silencio.

Juan: Sí que estuvo cabrón.


Daniel: Lo vi cuando se metió al baño y oí cuando clarito le
decía así, “mi chavo”, clarito oí que le repetía y cómo mi carnal
le decía que no quería. Mi carnal era mayor que yo, pero la neta
pues era tranquilo. Igual que yo. Yo soy tranquilo. No me meto con
nadie. No me gusta. Te digo, oí cómo le decía “mi chavo”, “mi
chavo”, y la neta se me quedó muy grabado y por eso no me gusta.
Juan: ¿Otro cigarrito?
Daniel: Órale.
Juan: Ay, güey, ya no traigo.
Daniel: Voy a comprar.
Silencio.

Juan: No, “mi güey”, uno no se mueve nunca de su lugar de


espera. ¿Qué tal si llega ese cabrón y tú comprando cigarros?
Daniel: Dime como quieras, pero no me digas como ya te dije.
Juan: ¿Está bien que te diga “mi guey”, no? “Mi güey” no es
igual. Ni siquiera se parece, “mi güey” es más de camaradas,
más de profesionales…
Daniel: “Mi güey” está bien.
Juan: Es que, la neta, no sé si a ti te ha pasado, pero cuando
no digo una cosa así, cuando no digo un “mi güey”, como
que no me sale lo que sigue, como que no puedo seguir plati-
cando. Tengo que decir antes un “mi compita”, “mi buen” “mi
camarada”, “mi brother” “mi special key”, ¡ja! Ésa se la inventó
mi niña, ¿te dije? El otro día me salió la cabrona con esa. Me
dice, te quiero mucho mucho porque eres “mi special key”...
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Daniel: Sí se nota que te quiere mucho mucho, entonces.
Juan: Y yo a ella.
Daniel: ¿Y qué tal está?
Juan: ¿Mi niña? Está hermosa. Hermosa.
Daniel: Me imagino.
Juan: Yo no puedo vivir sin ella.
Daniel: No mames. ¿Tanto así?
Juan: La neta, cuando tú tengas una así, vas a saber.
Daniel: Pues la neta, sí me gustaría. Yo no… yo todavía no…
Juan: Ya sé…
Daniel: ¿Cómo sabes?
Juan: ¿Ves? Y luego quieres que no te lo diga. Estás muy…
verde.
Daniel: Te envidio.
Juan: Tampoco, no es para tanto.
Daniel: ¡Cómo no! Claro que te envidio. Yo no… no he
tenido manera pues. No he tenido, bueno, un arreglo con una
vieja. A lo más que he llegado ha sido a unas jaladitas con mi
prima la Chole, pero nada más… la neta a mí no me ha tocado
la suerte de tener una vieja como tu vieja…
Juan: ¿De qué estás hablando, “mi güey”?
Daniel: De eso… de tu niña, de tu vieja hermosa.
Juan: Pero no entendiste, “mi güey”, mi niña hermosa es mi
niña hermosa. ¿Entiendes?
Daniel: No la quiero para mí.
Juan: Pero no entiendes, mi niña es mi niña. Mi niña no es
como “mi güey” o como “mi chavo”, mi niña es mi niña. Mi
peque.
Daniel: Ya me dijiste.
Juan: Tiene cuatro años.
Daniel: ¿Cómo?
Juan: Es mi hija.
Daniel: Órale.
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Silencio.

Juan: ¿Has oído la canción esa que dice: “hay que pegarle
a la mujer, hay que pegarle a la mujer, hay que pegarle… con
el cariño”?
Daniel: De los Tigres…
Juan: Me gusta un chingo.
Daniel: A mí también.
Juan: Órale.
Silencio.

Daniel: Ya no llegó.
Juan: Siempre llegan esos güeyes.
Daniel: Sabes, yo nunca.
Juan: Ya me dijiste.
Daniel: ¿Cuándo te dije?
Juan: Antes. Me dijiste que nomás unas jaladas con tu prima.
Daniel: No hablo de eso.
Juan: Entonces de qué.
Daniel: De que yo nunca he hecho esto que vamos hacer.
Juan: ¡No mames!
Daniel: En serio. La neta, no.
Juan: Entonces, ¿qué haces aquí?
Daniel: Tengo mucho coraje, te dije, y además necesito el
dinero.
Juan: ¿Pero sí sabes a quién nos vamos a chingar, verdad?
Daniel: Pues a un güey muy cabrón.
Juan: Ese güey está cabrón. Es un “pez gordo” cabrón, muy
cabrón. Cabrón pero de los meros cabrones. Este güey se la
rifa donde quiera, ¿entiendes lo que es eso?
Daniel: Sí, está cabrón, creo.
Juan: No creas, chavo. Y aquí sí te digo chavo, porque te
lo mereces. No digas “creo”, entiéndelo bien en tu cabeza de
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chavo. Luego ya no hay reversa. ¿Sí sabes? ¿Sí sabes? Luego de
chingarte un “pez gordo” como éste, ya no hay reversa.
Daniel: Ya sé.
Juan: ¿Y así le vas a entrar?
Daniel: No hay de otra.
Juan: ¡Pues qué pendejo! ¡Qué pendejo, pendejito!
Daniel: ¡Tampoco!
Juan: ¿Pues cuántos años tienes?
Daniel: Menos de dieciocho ya te dije.
Juan: Sí, pero cuántos.
Daniel: Catorce.
Juan: ¡No mames! ¡No mames! ¡No mames!
Daniel: Pero les dije que tenía dieciocho.
Silencio.

Juan: Deja te digo cómo.


Daniel: No, para qué.
Juan: ¿Sí la sabes usar, verdad?
Daniel: Cómo crees que no.
Juan: No me extrañaría. Si apenas hace quince días usabas
pañal.
Daniel: Pero no tengo miedo, eso sí te digo. Y cuando llegue
ese güey me lo voy a chingar. No me tiembla. Eso dije que iba
a hacer y eso voy hacer.
Juan: Ya lo veremos.
Daniel: ¿Pero sí vendrá? Ya se tardó, ¿no?
Juan: A veces un día, a veces dos, a veces tres. Pero llegan.
Horas nalga, aquí te pagan por las horas nalga, “mi chavo”.
Daniel: Pues que llegue.
Juan: Sí, que llegue.
Silencio.

Juan: Ponte al tiro, ahí viene. Das vuelta al carro, abres la


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puerta o sueltas por la ventana el chorro cuando se baje. Yo


me lo chingo de este lado.
Daniel: Está bien.
Juan: Ponte al tiro.
Daniel: La neta sí está bien.
Juan: ¿Qué?
Daniel: Si quieres decirme “mi chavo”, dime.
Juan: Está bien, pero ponte al tiro.
Daniel: No me tiembla, te lo juro.
Juan: Es el carro rojo.
Daniel: Viene detrás un negro.
Juan: No viene con él.
Daniel: Ya pasó el negro.
Juan: Él viene siempre solo.
Daniel: En cuanto se baje.
Juan: Órale.
Daniel: Ya viste.
Juan: ¿Qué?
Daniel: No viene solo.
Juan: Pues ni pedo, chíngate a los dos.
Daniel: No me tiembla.
Juan: ¡No mames!
Daniel: ¡Es una niña!
Juan: ¡No mames!
Daniel: ¡Ponte al tiro!
Juan: ¡Es una niña! ¿Qué hago, “mi chavo”?
Daniel: Ponte al tiro, cabrón, no te culees, puto.
Juan: ¿Le disparo? No puedo “mi chavo”.
Daniel: ¡Dispara, cabrón! ¡Dispara!
Oscuro.

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PIEZA III
 Pescadoras de pecado 
Sofía y Carmen en el anfiteatro del ministerio público.

Sofía: Huele a cigarro seco.


Carmen: Es carne podrida. Llámalo.
Sofía: No puedo. Llámalo tú, por favor.
Carmen: Yo no soy la indicada.
Sofía: No seas malita.
Carmen: Yo también tengo asco y miedo, y no quiero verlo
así. Tú eres su esposa.
Sofía: ¡¿Y eso qué?!
Carmen: No grites. Hay que tener dignidad. Es mejor.
Sofía: Me voy a desmayar.
Carmen: Me imagino que sí. Eso hacen ustedes siempre que
hay un duelo.
Sofía: ¿A ti no te conmueve nada, verdad? Estás tan tranquila…
Carmen: Si te desmayas te vas a llenar de sangre la cara.
Sofía: ¿Si es él, vas a llorar?
Carmen: Además todavía no sabemos si él está metido en una
gaveta o si todavía anda por ahí vivito y coleando.
Sofía: Vas a llorar por dentro. Eso está más cabrón.
Carmen: Tú no sabes cómo me siento.
Sofía: ¿Tú sabes como me siento yo?
Carmen: No me importa.
Sofía: Yo, no sé. Pero a él…
Carmen: Eso no es cierto.
Sofía: ¿Qué es lo que no es cierto?
Carmen: Ibas a decir “lo quiero”. Eso no es cierto, no lo
quieres… Nunca lo quisiste.
Sofía: Sí lo quise, lo quiero todavía.
Carmen: No lo quieres, ni lo vas a querer nunca.
Sofía: Lo quiero…
Rompe-cabeza 17 Antonio Zúñiga
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Carmen: No seas hipócrita.


Sofía: Lo quiero más que tú.
Carmen: Puta.
Sofía: No me digas puta.
Carmen: Te digo puta porque eres puta, no te hagas. Y si él
está muerto es por tu trabajo de puta.
Sofía: Yo no fui la que le dijo que se metiera con esa “mujer”.
Le gusta cómo canta esa puta. Iba todos los días a verla cantar a
ese antro. En todo caso, el chile caliente es él y si está muerto,
está muerto por seguirla a ella.
Carmen: No quiero hablar de ella. Aquí huele feo. Hace frío.
Está húmedo. Está todo sucio.
Sofía: Este lugar me da miedo, me pone nerviosa, me hace
temblar sin que yo quiera.
Carmen: El olor se pega en la ropa.
Sofía: Me gustaría poder caminar por la plaza y dejar que
la brisa de la fuente me pegue en la cara, como cuando era su
novia y me llevaba a comer nieve de zapote negro.
Carmen: ¿Cómo nos pueden tener aquí esperando? Llama
al guardia.
Sofía: De nada sirve que lo llame. Va a venir cuando él quiera.
Carmen: Ya no aguanto este olor a sangre negra. Vamos afuera
para no estar oliendo esta porquería.
Sofía: Tenemos que verlo.
Carmen: ¿Cuál será El Güero? ¿Cuál será su número?
Sofía: Dios quiera que no sea ninguno.
Carmen: Jala ésa, y yo ésta.
Sofía: Me da miedo.
Carmen: Jala, te digo.
Sofía: No abren. Todas tienen llave.
Carmen: ¿Por qué no viene?
Sofía: Hay mucha gente esperando afuera.
Carmen: ¿Cuántos muertos habrá?
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Sofía: No sé, pero la mayoría ya están podridos porque
huele a rayos.
Carmen: Hay por lo menos cincuenta.
Sofía: ¿Y los que hay afuera? La calle está llena de muertos
sin cristiana sepultura.
Carmen: Tengo la piel chinita, mira.
Sofía: Te presto mi suéter.
Carmen: No quiero tu suéter. Pero de todos modos se agradece.
Sofía: No te queda hacerle a la cabrona.
Carmen: Si él está muerto ya no me queda nada.
Sofía: Nos tenemos una a la otra.
Carmen: No te quiero ver nunca más.
Sofía: Yo sí quiero seguir frecuentándote.
Carmen: Algo me dice que él no está ahí dentro. Algo me
dice que fue un error, que él está en el mar muy quitado de la
pena y disfrutando la vida con ella.
Sofía: ¿No se te hace un nudo en la garganta para decir
esas mamadas?
Carmen: No tengo ningún nudo en la garganta, tengo asco y
me estoy aguantando las ganas de vomitar. Algo me dice que
no está aquí.
Sofía: En la foto tenía la misma ropa.
Carmen: Todos ellos se visten igual.
Sofía: ¿Tiemblas?
Carmen: Tiemblo por un frío bien raro. Me paro en el sol de
la plaza y de todos modos tiemblo.
Sofía: Esa perra me las va a pagar. Si cree que me lo va a
quitar, está pendeja la pendeja.
Carmen: Llevo dos días temblando.
Sofía: ¿Y tú por qué no me dijiste? Me acusas de puta y tú
andas ahí de solapadora.
Carmen: También te solapé a ti muchas veces.
Sofía: ¿Tanto me aborreces?
Rompe-cabeza 19 Antonio Zúñiga
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Carmen: Ella no sabía que estaba casado contigo también.


Sofía: Por eso no entiendo cómo le hiciste el juego a esa
pinche vieja.
Carmen: No te aborrezco.
Sofía: ¿Ya no me quieres?
Carmen: ¿No va a venir ese hombre a abrir o qué?
Sofía: Eres hermana del güero, pero ¿a ella por qué la solapas?
Carmen: Me voy a vomitar.
Sofía: Vomita para que se te salga la culpa. ¿Por qué no me
dijiste nada?
Carmen: Porque contigo él no tiene futuro.
Sofía: Y mira qué futuro tan chingón tuvo con ella.
Carmen: Él no está aquí.
Sofía: Aunque estuviera vivo, no puede seguir viviendo
con el cuerpo partido en dos. Prefiero que esté allí adentro
que con esa vieja. Yo sí te respeto, Carmen. Pero lo prefiero
muerto que con ella.
Carmen: Si él está muerto nos vamos a quedar solas y sin dinero.
Sofía: Prefiero sola.
Carmen: Si él está muerto nos vamos a quedar solas y tu
hijo huérfano.
Sofía: Yo te quiero, Carmen.
Carmen: Si él está muerto, yo a ti te necesito.
Sofía: Cuentas conmigo. Puedes venir a la casa cuando quieras.
Carmen: Es mi hermano. Llevo tres días sin dormir, desde
que avisaron que viniera a identificarlo y no me imagino verlo
sin ojos, sin pelo, sin rostro, sin sonrisa. No hizo nunca nada
malo. No me hizo nunca mal a mí. Yo lo quiero, y no quiero
verlo mutilado.
Sofía: ¿Y si nos vamos?
Carmen: ¿Qué dices? ¿Sin saber la verdad?
Sofía: Igual y no está, y si está muerto, mejor no enterarse.
Carmen: ¿Y a dónde vamos?
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Sofía: A esperar en la casa, juntas. Se han dado casos en
que se pierden unos meses y luego regresan.
Carmen: ¿A tu casa?
Sofía: Mi casa, que es tu casa.
Carmen: Quiero descansar.
Sofía: Entonces vamos a la casa.
Carmen: Este olor a sangre negra ya se me metió al cuerpo.
Sofía: ¿Quieres que te prepare un baño?
Carmen: Quiero dormir.
Sofía: Yo te quiero mucho, Carmen. Te quiero mucho de verdad.
Carmen: Yo quiero cerrar los ojos. Dormir sin soñar, desper-
tar en tres días, comer en la cama, volver a dormir tres días y
esperar a que este olor a sangre podrida se vaya.
Sofía: Vamos a esperar dormidas las dos, pues.
Van a salir.

Carmen: ¿Y si El Güero llega mañana muy quitado de la pena?


Sofía: Entonces nos ponemos a llorar por su muerte.
Se abre la puerta pero no entra nadie. Ellas salen.

PIEZA IV
 Soy de sangre azul 

Pez Gordo: Sí.


Hombre 1: Pues sí…
Hombre 2: Eso sí…
Doctora: Sí…
Hombre 2: Eso me dijeron.
Hombre 1: A mí ni siquiera eso me dijeron.
Pez Gordo: Tampoco es para tanto.
Doctora: Cuiden su corazón y su familia. Eso es muy im-
portante para lo que viene.
Rompe-cabeza 21 Antonio Zúñiga
Cuadernos de Dramaturgia Mexicana

Pez Gordo: ¿Cuántos hijos tienen?


Hombre 1: Tengo 3 hijos.
Hombre 2: Tengo 3 hijos.
Hombre 1: Dos niños y dos niñas.
Hombre 2: Dos niños y dos niñas.
Hombre 1: Uno en la primaria.
Hombre 2: Uno en la primaria.
Hombre 1: Los otros no…
Hombre 2: Los otros no…
Pez Gordo: Yo tengo una niña de cuatro años…
Doctora: Yo nomás tengo la ilusión de que un día…
Hombre 1: Voy a salir con ellos a comer sandía. Me gusta
ver que ellos abren los ojos como iluminados cuando ven que
yo saco un billete grande de mi bolsa.
Hombre 2: Yo nomás quiero ir con ellos a la plaza a comer
gomitas de colores.
Doctora: ¿Cómo se sienten?
Hombre 1: Me siento bien aquí.
Hombre 2: Yo más o menos. ¿Su nombre?
Hombre 1: Me llamo Josué y trabajo en la central de taxis,
lado oriente.
Hombre 2: Juan Esparta. Maestro de primaria.
Pez Gordo: Yo no tengo nombre.
Doctora: No se van a arrepentir.
Pez Gordo: ¿Saben a lo que vienen?
Hombre 1: No.
Hombre 2: No.
Pez Gordo: Dígales doctorcita…
Doctora: Vienen a ser otros.
Silencio.

Pez Gordo: ¡Son un portento! ¡Y usted es una mujer grande,

22
tan grande como una madre! ¿Dónde los encontró? ¿Dónde
abrió los ojos para verlos, dónde estaban estos dos?
Doctora: Bueno, si somos estrictos, tenemos que reconocer
que falta trabajarlos con “algo” más.
Pez gordo: Lo que sea, lo que se necesite. Usted haga lo
que tenga que hacer con ellos.
Silencio.

Hombre 1: Yo soy capaz de todo.


Hombre 2: Yo tengo mis dudas.
Hombre 1: Yo estoy listo.
Hombre 2: A mí me gusta mucho dar mi clase de matemá-
ticas aplicadas.
Hombre 1: Sólo con dinero baila m’ija con el señor.
Hombre 2: Tendría que ser mucho dinero para cambiar mi
forma de pensar.
Silencio.

Doctora: Le digo…
Pez Gordo: Yo los veo igualitos.
Doctora: No.
Pez Gordo: Si hasta cuando se ríen, se ríen igualito.
Doctora: No hay que cegarse. No es fácil cambiar por dentro.
Pez Gordo: ¿Qué me quiere decir, chingado?
Doctora: No podemos cambiar lo que ellos piensan, lo
que ellos sienten.
Pez Gordo: Todo mundo cambia de manera de pensar y de
sentir con una buena lana en la bolsa.
Doctora: Usted es un niño en el fondo, un niño adorado y
por eso mira esto con ilusión.
Pez Gordo: ¿A qué le tiene miedo?
Doctora: A que ellos no estén preparados.
Pez gordo: ¿Usted cree que no quieran?
Rompe-cabeza 23 Antonio Zúñiga
Cuadernos de Dramaturgia Mexicana

Doctora: Lo creo.
Pez gordo: Pues si no quieren participar, se van a la chingada
con las patas por delante.
Silencio.

Hombre 2: Nunca le hago mal a nadie y menos a una mujer…


Hombre 1: ¿Sabe cuánto pagan por pasaje? Una mierda.
Hombre 2: Ni con el pétalo de una rosa.
Hombre 1: ¿Cómo dice que se llama?
Hombre 2: ¿Escarmentarla, por qué? ¿Qué hizo?
Hombre 1: Nomás es hacerla cantar, ¿verdad?
Hombre 2: ¿Ella se lo merece?
Hombre 1: Unas cachetadas y ya. Eso sí lo hago.
Hombre 2: Que Dios me perdone.
Hombre 1: ¿Dónde le firmo?
Hombre 2: Yo tengo mucha necesidad… pero no sé si pueda.
Hombre 1: Por esa lana, yo le saco las uñas una por una a
esa puta.
Hombre 2: Un trato es un trato y aunque no quiera lo tengo
que hacer.
Silencio.

Doctora: ¡Qué pena!


Pez Gordo: No estaban listos.
Doctora: No pensaron, no fueron capaces de pensar.
Pez Gordo: ¿Qué esperaba de estos dos pobres cabrones
tan jodidos?
Doctora: Yo soy responsable…
Pez Gordo: El único que tuvo la culpa fui yo.
Doctora: No hay comparación. Ellos no eran como usted.
Pez Gordo: Esos pobres cabrones estaban muy jodidos. Años
hacía que no comían con manteca. No se midieron. Actuaron por
su cuenta y actuaron mal. Yo soy de sangre azul. ¿Qué se puede
24
esperar de gente con hambre? ¡Qué le vamos hacer, así está el
mundo de injusto y uno no puede hacer nada para cambiarlo!
Doctora: Tengo ganas de llorar.
Pez Gordo: Quiere llorar porque es buena gente. A usted le
duele porque es como una madre.
Doctora: Usted es un niño adorado.
Pez Gordo: Esos dos infelices no merecen una lágrima suya.
Sabe madrecita, cuando pasa una desgracia como ésta, cuando
uno cree en alguien y le da toda la confianza, uno se atiene a
las consecuencias.
Doctora: Nadie les pidió eso. ¿Por qué lo hicieron?
Pez Gordo: Son gente que come gente.
Doctora: ¡Tanta crueldad, tanta saña, tanto dolor, tanta
violencia!
Pez Gordo: ¡Si pues… pierden la cabeza!
Doctora: ¿Por qué así?
Pez Gordo: Yo ahora siento mucha tristeza.
Doctora: Ya no hay que pensar en ellos. Hay que seguir…
Pez Gordo: Yo siento tanta vergüenza, que me dan unas
ganas de… le juro que me dan unas ganas inmensas de cam-
biar de rostro…
Él se recarga en ella y ella lo acaricia mientras le canta una tierna
canción de cuna.

PIEZA V
 Una sirena de vapor 
Lola y Rubén solos.

Lola: Con razón dijiste que me invitabas unos baños de vapor.


Rubén: Es un sauna, te dije.
Lola: Hace mucho humo.
Rubén: Como en un sauna.
Rompe-cabeza 25 Antonio Zúñiga
Cuadernos de Dramaturgia Mexicana

Lola: No, aquí el humo ahoga.


Rubén: El humo de las pollerías se mete por debajo y apesta
todo el taller. No me gusta el pollo a las brasas. No sé por qué,
pero siempre que veo cómo despedazan a los pollos, pienso
que los pollos un día están libres en el campo, corriendo de un
lado para otro, persiguiendo alguna gallina para pisarla, y de
pronto ya no. Su vida se vuelve un infierno… ¿O no?
Lola: Me imagino que sí. Si es pollo a las brasas tiene que
estar bien doradito para que sepa bien. De todos modos aquí
no me siento bien. Siento que me ahogo.
Rubén: Te dije que te pusieras algo más ligero, más cómodo.
Lola: Esto es cómodo. Y como venía contigo, quería verme
muy chic.
Rubén: Me gusta tu vestido, pero no aquí. Aquí es mejor
estar desnudo.
Lola: Yo nunca me quito la ropa.
Rubén: ¿Ni para dormir?
Lola: Sí pues… pero no me quito la ropa en ninguna otra
parte. Soy muy recatada. Muy yo. ¿Me entiendes? “Muy Lola”.
Rubén: Pero aquí hace calor. Y con ese vestido tan rojo rojo,
se me hace que te pones más roja tú.
Lola: Nada que ver, ¿cómo pasas a creer eso?
Rubén: Sí pues… como dicen que el rojo es el fuego, la
pasión… yo pienso que el rojo te sube el calor.
Lola: A lo mejor por eso estoy tan colorada.
Rubén: Igual y sí…
Lola: Pues sí…
Silencio.

Lola: ¿Por qué te quedas callado?


Rubén: Estaba pensando que esta ciudad está roja. Porque
todo está caliente. Cuando vas por la calle, o vas de paseo
en el campo de aguacates, o ves a la gente caminar con su
26
familia, jalando sus carriolas los domingos, las ves rojas. Con
los ojos rojos. Como si la sangre de las personas se saliera en
su mirada. ¿No te has fijado que en la calle los señores traen
las venas saltando? La gente de tierra caliente tiene la sangre
más roja que en otras partes. Como si la sangre roja hirviera
dentro de ellos.
Lola: Lo que pasa es que es tiempo de cosechar el aguacate
y la gente baja del cerro con las manotas así de gruesas de tanta
chinga. Con las venas de las manos y de los brazos y de las
sienes y del cuello saltonas saltonas. Cuando yo veo a esos
hombres con las venas saltonas, sobre todo aquí, en las manos
y los brazos, me excito mucho la verdad.
Rubén: Eres una caliente, Lola.
Lola: Sí soy, Rubén. ¿Entonces qué?
Rubén: ¿Qué de qué?
Lola: ¿Para que me trajiste a este horno, pues?
Silencio.

Lola: “Su sangre corrió por todo el piso de la cabaña. Entonces


el cabrón agarró un cuchillo carnicero y le atravesó el pescuezo.
Los ojos se le hicieron blancos y los labios le crecieron. Empezó
a jalar aire poco a poco, luego de un ratito y de dos que tres
patadas dejó de existir el pobre.”
Rubén: ¡Ay, me gusta, me gusta mucho! ¡Me gusta, me encanta,
me reencanta! Siempre me ha gustado que me cuentes.
Lola: A ver tus recortes de periódico.
Rubén: ¿Ya vamos a empezar?
Lola: Tú empezaste primero.
Rubén: Sí pues, pero…
Lola: ¿Tienes nuevos?
Rubén: Ya sabes, todos los días salen y salen más.
Lola: Los últimos dieciséis estaban enterrados en un patio de
aquí cerquita. Quince hombres y una mujer. Ya no respetan nada.
Rompe-cabeza 27 Antonio Zúñiga
Cuadernos de Dramaturgia Mexicana

Rubén: No tienen llenadera. ¿Cómo los mataron? ¿Se los


echaron a todos juntos o qué?
Lola: Si no me enseñas tus recortes ya no te cuento nada, ¿eh?
Rubén: Se me van a ensuciar.
Lola: Aquí en mis piernas no.
Rubén: Está bien. Uno y uno, ¿ok?
Lola: Sí pues…
Rubén: Apenas ayer los recorté.
Lola: Están muy jevi. ¿Por qué te gusta ver esto?
Rubén: A ti también te gusta, no te hagas.
Lola: No es que me guste, es que te quiero.
Rubén: No empieces.
Lola: Si no te quisiera, no te seguiría la corriente.
Rubén: Dame una muestra y lléname la cabeza con esa voz
que tú sabes hacer.
Lola: ¿Quieres uno nuevo que me inventé ayer?
Rubén: Uno nuevo, uno viejo, si tú me lo dices me da igual.
Lola: Nomás no te vayas a calentar de más, porque se te
salen las venitas de la frente y eso sí me mata.
Rubén: ¡Qué loca estás, Lola!
Silencio.

Rubén: ¡Eres una reina, Lola!


Lola: Ya lo sé.
Rubén: Mira cómo se le saltan los ojos.
Lola: Está bien fea ésa.
Rubén: Qué cabrón con su jeta volteada.
Lola: No sé cómo te puede gustar.
Rubén: Me gusta, sólo me gusta y no me para de gustar. A
ver si ésta te inspira Lola, a ver si ésta te pone creativa. Mira.
¿Y si te quitas el vestido?
Lola: Cálmate o me voy.
Rubén: Te vas a deshidratar.
28
Lola: Y el pelo se me va a poner horrible.
Rubén: Bueno, sirve que cambias de “luck”.
Lola: Esta cabellera tiene su historia. Si yo te lo contara…
Hace más de diez hombres que la tengo igual.
Rubén: Qué curiosa cara ponen, los ojos que ponen, los
labios que ponen, mira las manos torcidas… ¿te has fijado que
siempre salen desnudos o semidesnudos?
Lola: Sí, pero dime, ¿qué es lo que te pone más colorado, el
calor de este cuarto, el cuento que te cuento con mi voz bonita,
mi vestido rojo entallado o esas fotos malditas?
Rubén: Tú me pones la piel chinita. Me gusta que hagas esa
voz delicada y que me narres esas historias así, bonito bonito.
Dime otra, porfa. La de la mujer esa que agarraron entre varios
güeyes. ¿Sí?
Silencio.

Lola: “En los ojos se le empezaron a notar las venas. Su


cuello se tensó y sus venas de la parte de la yugular se pu-
sieron a punto de explotar. Le decían La Sirena porque llegó
del océano Pacífico. Se enredó con un agente del Ministerio
Público primero, cuando le sacó hasta el último billete, lo
mandó a la verga. Nunca se imaginó lo que le esperaba. Uno,
dos, tres pedacitos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco dedos.
Uno, dos párpados; uno, dos, tres, cuatro, cinco, diez, veinte
uñas. Un labio superior, un labio inferior. Un ojo morado ya
sin pestañas postizas. Otro con la pestaña enorme dibujando
el ojo maravilla. Una, dos piernas; zurcos de navaja en las dos
piernas. Una mordida, dos. Le saltaron los pezones, y ellos
pensaban que era de placer. Los pezones en su piel blanca,
muy blanca. La mujer se cuidaba, la mujer tenía una cintu-
rita de avispa. La mujer tenía mucha gracia, mucho carisma,
mucho calor, y de todos modos sus costillitas tronaron como
palomitas de maíz en el horno de microondas. Sus costillas
Rompe-cabeza 29 Antonio Zúñiga
Cuadernos de Dramaturgia Mexicana

eran de marfil, por eso no le aguantaron casi nada. En las


nalgas hermosas, le pintaron muchos mapas. Mapas del tesoro.
En ellas dejaron marcado el camino adonde la felicidad se
vuelve cuerpo. Cada golpe que le dieron fue para tatuarle en el
cuerpo una cruz mexicana. Le dibujaron muchos viajes en
la espalda, ahí fue donde esos perros la mordieron con más
violencia. Ella gritaba y ellos se volvieron locos de placer,
porque pensaron que ella cantaba como siempre han cantado
las sirenas en el mar. Eran unas montañas sus nalgas y eran
unos valles sus muslos. La mujer vivía bien, comía bien. Se
gastaba su dinero bien. La mujer usaba sus cremas, se cuidaba
la piel de terciopelo. La mujer podía y tenía, y si no tenía lo
conseguía aquí o allá. Les dijeron que sólo era una calentadita,
y no hicieron caso. Les pidieron que le quitaran esas ideas de
cobrar dinero fácil, dinero que no era de ella. Les dijeron que
le dejaran muy claro a La Sirena que mentir en ese negocio
es un pecado mortal. Les dijeron que le calentaran la torta
a La Sirena. Y le calentaron la torta hasta que se les quemó.
Se pusieron como locos. Le rompieron cada hueso, le mor-
dieron toda la cara de sirenita. Ella era la reina en el antro,
porque un antro es como el mar, el antro es un océano azul
y profundo donde los peces gordos y los peces grandes, los
grandes peces y las sirenitas nadan en libertad, como en su
casa. Pero afuera la sirenita se ahogaba, jalaba aire y gritaba
sin que nadie pudiera ayudarle, las piernas se le amorataron;
las uñas, unas uñas de este vuelo fue lo primero que le sacaron.
Le quebraron los dedos de manos y pies. Él quiso darle un
escarmiento; él sólo les pidió que la calentaran, que la hicieran
escarmentar, que le quitaran a cachetadas lo interesada. Él
fue quien ordenó. Cuando le llevaron su cabellera amarilla,
cuando le enseñaron las fotos de La Sirena sin pelo, sin uñas,
sin pezones, sin pestañas postizas, sin maquillaje, cuando le
enseñaron cómo era en verdad La Sirena de agua caliente,
30
él se quiso morir. Ella tuvo la culpa por no cantar. Esa sirena
se quedó de pronto sin voz y no quiso cantar, no quiso sacar
ese canto que embriaga a los hombres, ese canto que hace
soñar, ese canto que hace temblar a los hombres que tienen
poder y que tienen miedo a perderlo, ese canto que pone a
los hombres calientes, ese canto que pone la verga dura. Se
negó a soltar la sopa. Ellos querían saber qué onda con el
güey ese que la estaba visitando en su propia casa. Porque ese
güey era un cabrón muy pero muy pesado, dicen que de muy
arriba de arriba, de los que se sientan a la diestra del padre.
Y ese güey no le convenía a la sirenita, porque todos sabían
que era un pescador, de esos que le gusta atrapar para luego
chantajear a los peces más gordos del negocio. Entonces él
mandó calentar a La Sirena para que se alejara del pescador.
Pero ella ya había mordido el anzuelo, y ya sabes, cuando una
sirena muerde el anzuelo, pierde su magia. Ella se confundió,
porque él, este pez gordo que te digo, sí que la quería bien.
Él sí que la amaba, más que a su vida, más que a su negocio
turbio, más que a sus hijos. La Sirena lo encantó y él se puso
loco de celos por el pescador, por eso la mandó escarmentar.
Le mandó decir con estos pendejos que hiciera caso, que se
alejara del pescador de peces gordos, que no quería verla
en esas relaciones. Pero ella no entendió nunca. Antes de
andar con él, La Sirena ya había andado con un Secretario
de Seguridad Federal. Ése no pudo seguir con ella porque
estaba casado, y La Sirena era, eso dicen, muy posesiva. Y
es que además de bonita y güenota, la mujer era preparada.
Un tiempo se metió a la política. Con los conectes que tenía,
consiguió un hueso de aviadora en la Secretaría de Salud.
¿Cómo ves? Una jinetera profesional en Salubridad. Bueno,
ahí estuvo ganándose la vida. Ya nomás iba al antro de vez
en cuando. Ahí la conocí y ahí nos hicimos amigas. Ahí tam-
bién me enseñó a bailar. Ella era preparada te digo, había
Rompe-cabeza 31 Antonio Zúñiga
Cuadernos de Dramaturgia Mexicana

estudiado en no sé qué escuela de Madrid y había salido de


ahí lista para la fama. Me enseñó a bailar y por eso yo sólo le
agradezco a la vida haberla conocido. ‘Gracias a la vida que
me ha dado tanto, me ha dado la dicha de quererla tanto…’
Ella me enseñó a cantar con esta voz que a ti te vuelve loco.
La Sirena del océano Pacífico, es la mujer de mis sueños, es la
hembra que todos queremos ser. La habían llevado a un lugar
apartado para darle una calentadita, pero se les pasó la mano.
Cuando le trajeron la foto, el pez gordo se quiso morir. Sólo
les pidió que le dieran un escarmiento, una calentadita nada
más, pero se les pasó la mano.”
Silencio.

Rubén: ¡Fue genial!


Lola: ¿Ya?
Rubén: Ya mero….
Lola: ¿Terminaste?
Rubén: Falta poco…
Lola: ¿Cómo estás?
Rubén: ¡Chingón!
Lola: Pero no hiciste ruido.
Rubén: Se me fue la voz.
Lola: No te sentí agitado, no sentí que se acelerara tu cora-
zón. No te vi poner cara de satisfacción.
Rubén: Todo está aquí adentro, Lola. Además, aquí no se
puede hacer mucho ruido y además no quería que te distraje-
ras… Te vi tan bonita, Lola, te vi tan metida en ti, que casi casi
vi a un ángel bajar.
Lola: ¿Y ahora?
Rubén: Bájate el vestido, juega contigo mientras yo recorto
tu periódico.
Lola: ¿Quieres acabar ahora?
Rubén: Sí, quiero.
32
Lola: ¿Estás seguro?
Rubén: Necesito que me ayudes.
Ella se baja el vestido y deja ver su torso de hombre. Se levanta la
falda y sale a relucir una enorme verga de plástico. Él se coloca
de frente a la pared. Ella se levanta y lo penetra con rabia. El
lugar se va llenando de humo hasta desaparecerlos.

PIEZA VI
 El jinete sin cabeza 
Un cuarto pequeño. Una gota categórica marca el tempo.

Licenciado: Por eso lo hicimos.


Muchacho: Sí, licenciado.
Licenciado: ¿Lo entiendes?
Muchacho: Lo entiendo todo.
Licenciado: No es contigo.
Muchacho: No.
Licenciado: Quiso ir por su cuenta.
Muchacho: Eso no se hace.
Licenciado: Jugó al pez gordo.
Muchacho: Ya lo sé.
Licenciado: A mí me pagan por esto. Es mi trabajo y mi trabajo
lo hago bien. ¿Entiendes?
Muchacho: Sí, lo entiendo.
Licenciado: ¿Cómo está Carmen?
Muchacho: Está.
Licenciado: Ya sabes, sola no se va a quedar.
Muchacho: Tiene a Sofía. Ellas se aman.
Licenciado: ¿Cuántos años tienes?
Muchacho: Dieciocho.
Licenciado: Eres muy maduro. Te quiero conmigo, de mi lado.
Muchacho: Por eso vine.
Rompe-cabeza 33 Antonio Zúñiga
Licenciado: Pero te quiero bien.
Muchacho: Sí pues…
Licenciado: Sin rencores.
Muchacho: No tengo rencores.
Licenciado: Sabes, te conozco desde niño. Jugabas aquí,
en esta casa, corrías de aquí para allá, jugabas futbol con él.
Muchacho: Todavía juego. Pero ya no con él, claro.
Licenciado: Gracias por el pastel.
Muchacho: Se lo merece, ¿no?
Licenciado: Ya no me gusta cumplir años.
Muchacho: Ya no los cumpla.
Licenciado: No me dejan.
Muchacho: Mejor descanse. Vaya a alguna playa y quédese
viendo el sol a la orilla del mar. Cuando el sol se muere en la
orilla de la tierra, saca todos los colores del cielo. Del rojo al
gris, del gris al morado.
Licenciado: Que más quisiera, pero no me dejan.
Muchacho: ¿Por qué lo mataron?
Licenciado: No sé…
Muchacho: Carmen y Sofía no lo quisieron ver así.
Licenciado: ¿Y tú?
Muchacho: Yo lo identifiqué. Nunca se me va a olvidar.
Licenciado: ¿Tienes novia?
Muchacho: No, ¿para qué?
Licenciado: Para que no te llenes de amargura, de rencor.
Muchacho: No.
Licenciado: No es contigo.
Muchacho: No pienso eso.
Licenciado: Lo que él hizo fue muy grave y en el negocio
no se perdona.
Muchacho: Rompió las reglas. Yo se lo dije.
Licenciado: ¿Cuándo?
Muchacho: Siempre.
Rompe-cabeza 34 Antonio Zúñiga
Licenciado: ¿Cuándo rompió las reglas?
Muchacho: Cuando se enamoró. Se lo dije.
Licenciado: ¿Y él qué te dijo?
Muchacho: Ya sabe cómo era de fierros.
Licenciado: ¿Te dijo algo de mí?
Muchacho: ¿Qué?
Licenciado: Algo solamente
Muchacho: Me dijo.
Licenciado: ¿Y?
Muchacho: ¿Quiere saber?
Licenciado: Sí, dime.
Muchacho: Me dijo que nunca me olvidara de su cumpleaños.
Licenciado: ¡Pinche Juan! ¿Y ellas qué dicen?
Muchacho: Ellas ya no lo extrañan. Se tienen una a la otra.
Licenciado: ¿Has oído esa canción que dice: “¡mátalas,
con una sobredosis de ternura, asfíxialas con besos y dulzura,
contágialas de todas tus locuras…!”?
Muchacho: No, soy muy chavo.
Licenciado: No es tan vieja.
Muchacho: ¿Sí?
Licenciado: Él la cantaba en mi cumpleaños.
Muchacho: Nunca me dijo.
Licenciado: Le gustaba mucho.
Muchacho: Está fea. Es cursi. Es tonta. Es de machos pen-
dejos. Es una canción idiota ¡Para cerdos que comen cerdos!
Licenciado: ¿Por qué tiemblas?
Muchacho: No.
Licenciado: Tiembla tu mirada.
Muchacho: Ah, sí, eso me pasa siempre que miro a la gente
sin cerrar los ojos.
Licenciado: ¿No hay rencor?
Muchacho: Ya le dije que no.
Licenciado: Cierra los ojos.
Rompe-cabeza 35 Antonio Zúñiga
Cuadernos de Dramaturgia Mexicana

Muchacho: ¿Para qué?


Licenciado: Ciérralos…
Muchacho: No.
Licenciado: ¿Te vas a poner igual de terco que tu padre?
Muchacho: No me gusta la oscuridad.
Licenciado: ¡Cierra los ojos, chingada madre!
Muchacho: No se enoje, licenciado. ¿Así? No veo nada.
Licenciado: Ahora mira adentro de ti. Busca una cara. La cara
de él. Esa que no es él, sino lo que recuerdas de él. Una cara
que nunca volverás a ver más en la vida. Cerrando los ojos,
en cambio, la puedes ver. Y te aseguro que así como lo ves no
se veía antes, porque así como lo ves con los ojos cerrados es
más bueno, más limpio y más padre.
Muchacho: Él está ahí. Se llama Juan.
Licenciado: Juan es tuyo, cada vez que quieras venganza, que
pienses en él, que te parezca la vida imposible sin él, cada vez
que el veneno corra por tus venas, cierra los ojos y tráelo a tu
vida. Alegre, sonriente, guapote, así como era el muy cabrón.
Muchacho: Lo veo claro.
Licenciado: Abre los ojos ya. ¡Poco a poco!
Muchacho: ¿Y eso?
Licenciado: Tómala
Muchacho: ¿Para qué?
Licenciado: ¿Para qué son?
Muchacho: No me gustan.
Licenciado: Si quieres ser feliz mientras vivas, tienes que
tener una.
Muchacho: Tengo una, él me la dio, pero no me gustan.
Licenciado: Ésta es mejor porque era la que él traía al morirse.
Está cargada como él la dejó.
Muchacho: Pero la tiene usted.
Licenciado: Porque tengo amigos y tengo “empleados”.
Muchacho: Me da miedo. Poquito nomás, pero sí, es miedo.
36
Licenciado: Por eso te tiembla la mirada. Oyes esa gota que
chinga y chinga. Yo le llamo gota categórica. Cada vez que una
gota cae, un hombre muere. Si no quieres ser el que sigue,
tienes que llevar encima una pistola.
Muchacho: ¿Por qué se oye tan cerca, por qué se oye tan viva?
Licenciado: Gota aferrada, gota negra, gota transparente, gota
líquida, gota de acero, gota sucia, gota de café, gota de aire,
gota de aire que se acaba, gota roja, gota de sangre.
Muchacho: Duele. No lo voy a negar, ver a tu padre muerto
duele. Aunque haya sido un culero, aunque todos lo odien,
aunque se lo merezca, duele ver a tu padre sin vida. ¿Sabe
por qué duele? Porque uno no escoge. Uno no dice deme ése.
Uno no lo toma para llevarlo a dormir a la cuna. Los hijos
no parimos a los padres. Nos tocan y ya. Entonces uno se
conforma a huevo. Uno se conforma con ellos para siempre.
Por eso duele.
Licenciado: Vas a pensar que no, pero te entiendo.
Muchacho: ¿Cuántos cumple?
Licenciado: Cuarenta y uno.
Muchacho: Igual que él.
Licenciado: Nacimos el mismo mes. Los dos éramos del signo
libra… ¿Sabes esa canción? ¡Era del signo libra...!
Muchacho: No me sé ninguna canción. No me gusta la música.
Licenciado: Eso está mal. La música es nuestra mejor vieja.
La más fiel y la más barata. Sólo necesitas tener oído para
tenerla. No te amargues. No te llenes de sentimientos. No te
resientas. No repitas en tu cabeza toda esa mierda. Ya te recibí.
Estás aquí, en mi casa. Ésta es tu casa. Esta casa es tuya y de
Sofía, cuando quieras dile que venga.
Muchacho: Le voy a decir.
Licenciado: Así es esto. Es una carrera más corta que la de
un futbolista. Pero ganas más. Si sigues los pasos, si no te saltas
las trancas, si no te metes con los cabrones de arriba, si das la
Rompe-cabeza 37 Antonio Zúñiga
Cuadernos de Dramaturgia Mexicana

cara tú y no pides que ellos salgan a la luz, si cuidas tu cabeza


y tu espalda, puede durar mucho. ¿Cuántos años tienes?
Muchacho: Dieciocho.
Licenciado: Me das ternura, muchacho. Dieciocho años es
la edad justa para empezar una pasión. ¿Tienes novia?
Muchacho: Ya le dije.
Licenciado: Todo se me olvida.
Muchacho: A mí también y eso que apenas tengo dieciocho.
Licenciado: Toma la pistola y vete. No pienses en él. Mira, mi
niño, las fosas están llenas de muertos que no tienen sepultura.
De norte a sur, del desierto al mar, de arriba a abajo se llena
el territorio de carne muerta. Tú por lo menos lo metiste a la
fosa que quisiste.
Silencio.

Muchacho: Pero… ¿no va a probar su pastel?


Licenciado: ¿De qué es?
Muchacho: De pescado.
Licenciado: ¿Cómo?
Muchacho: De sirena, quiero decir.
Licenciado: No me digas… ¿Tienes huevos para eso? Me
dejas con la boca abierta, niño. Eres listo, ¿no?
Muchacho: Perdón, no es venganza, no es rencor, no es
resentimiento, es por su cumpleaños solamente.
Licenciado: Estás pirado, por eso te ríes.
Muchacho: Ábralo.
Licenciado: Por eso te tiembla la mirada.
Muchacho: Un poquito de miedo, nomás.
Licenciado: Ya tienes pistola. Ya puedes irte.
Muchacho: Sí, ya me voy. Ábralo.
Silencio.

Licenciado: ¿La quería mucho?


38
Muchacho: ¿Por qué crees que tengo una gota categórica
en mis ojos?
Abre la caja. Acaricia los cabellos rubios de La Sirena mientras
llora desconsoladamente.

PIEZA VII
 ¡Ay!, ¿te corté, corazón? 
Lupita y Lisa, con batas blancas y cubrebocas. Enfrente de ellas,
una hilera de cabezas con su peluca. En la plancha, una mujer
desnuda y con la cabeza tapada.

Lupita: Traes muy dañadas las del índice y pulgar. ¿Por qué?
¿Qué te pasó? Parece que te mordió un perro, criatura. ¿Cómo
vas allá?
Lisa: Este color me encanta. Un rojo nuevo para las uñas de
los pies. Un rojo antiguo para los labios. Un rojo ocre para que
dé brillo a la mirada. Vas a quedar hermosa, criatura.
Lupita: En cuanto estés lista, va.
Lisa: Un último toque aquí.
Lupita: Eres una reina, amor.
Lisa: Es una diosa.
Lupita: Eres una ninfa.
Lisa: Es una virgen.
Lupita: Eres una amazona.
Lisa: Es una diva.
Lupita: Una reina se conserva siempre, lo sé.
Lisa: Una reina no deja que el tiempo pase por encima de
ella. ¡Qué piel, ya viste!
Lupita: Una reina cuida la piel. ¿Mira cómo estás? Este color
no te va para nada, oíste. Y el tono amarillo no te sienta nada.
¿Lista? Pásame la reductora.
Lisa: ¡Fuera las estrías!
Rompe-cabeza 39 Antonio Zúñiga
Lupita: Quince minutos para cada pierna. Dos piernas son
treinta minutos. Quince minutos circulares en el vientre. Una
retocada en el pecho, diez minutos, diez minutos por cada
brazo, sobre todo en el área del codo para deshacernos de
toda la piel dañada. Diez minutos en el cuello y quince en
la espalda.
Lisa: Una hora y media más o menos, criatura. En una hora
y media, ese color de muerta que tenía se fue para siempre
de su piel.
Lupita: Luz y sombra en las mejillas. Luz y sombra en las
caderas, luz y sombra en los párpados, luz y sombra en la nariz,
luz y sombra en el cabello, luz y sombra en las manos, entre
los dedos, luz y sombra en tus orejitas de niña coqueta, luz y
sombra en tu cuello, luz y sombra en toda tú y quedarás como
nueva, sin señas particulares visibles.
Lisa: Luz y sombra mientras termino de contarte cómo fue.
Lupita: Ay, sí, corazón. Soy toda oídos.
Lisa: Pues se enamoró de ella el tal por cual. Se enamoró
como niño. La traía para acá, la traía para allá. Y ella feliz, cómo
no. ¡Que un hombre de esos te eche los perros! ¡Pocas veces! Y
así empezó todo. Un anillito de oro. Un collar de perlas de las
buenas. Un brazalete de azul brillante, una gargantilla de dia-
mantes, un reloj pulsera con incrustaciones. Un crucifijo más
pesado que la cruz de Dios mismo. Una camioneta del año.
Un viaje aquí, otro allá, todo lleno de luz. Todo por amor, todo
por placer. Hasta que le ganó la ambición.
Lupita: Como siempre. Por eso terminan así.
Lisa: Sí. Lo quiso chantajear. Él se dejó primero, total, dinero
le sobra y amor también le sobraba. Ésta se avoraza y le pide
más y más. Hasta que se pasa de tueste y llega adonde no debía
llegar. Lo traiciona. Empieza a soltar información a través de
un licenciado de los de arriba, de los que sentados a la diestra
del padre hacen sus negocios sucios.
Rompe-cabeza 40 Antonio Zúñiga
Lupita: Qué tonta, de verdad. Pero así es la ambición. Entre
más tienes, más quieres. ¡Qué tonta fuiste, mujer!
Lisa: Y como el otro, por no perderla le daba todo, ésta no se
mide. La descubre el otro y ésta lo niega. Pero a esas alturas es
demasiado tarde, el señor se pone como fiera. Y entonces llama
a estos que te digo. Unos que no tienen nada que ver. Gente del
pueblo, pues, de la calle, comunes y corrientes. Los llama y les
hace el encargo. ¿Y qué crees? Ésta se entera y no corre, muy
confiada estaba la mujer de que el licenciado la iba a cuidar.
Lupita: Sí pues… Pobre criatura tan bonita y tan confiada.
Lisa: El licenciado sólo la quería para que ella cantara. Y
ella cantó.
Lupita: ¿Luz y sombra aquí, a un lado de la oreja?
Lisa: En todo el cuerpo tiene el color ausente esta mujer.
Lupita: ¿Y luego…?
Lisa: Lo que nadie imaginó: estos pobres infelices no sabían
hacer su trabajo. La calentadita se les pasó. Locos se volvieron.
No sé… la sangre trae más sangre. La llevaron a quién sabe qué
lugar, la golpearon, la despelucaron, la torturaron, la violaron
y luego la mataron.
Lupita: ¡Ay corazón, qué tonta fuiste!
Lisa: El otro se puso como loco. De nada les sirvió esconderse,
los infelices se metieron debajo de las piedras y de debajo de
las piedras los sacaron.
Lupita: Va para el otro lado. La limpieza va de abajo arriba,
cuidando la piel.
Lisa: ¿Tú la conoces?
Lupita: Tiene años de clienta.
Lisa: Entonces tiene que quedar muy bien.
Lupita: Muy bien, muy bien, muy bien.
Lisa: ¿Qué sigue?
Lupita: Repasa, por favor, repasa de nuevo. No te voy a estar
repitiendo cada vez. Ponte lista, niña.
Rompe-cabeza 41 Antonio Zúñiga
Lisa: Sí pues… dame chance tú.
Lupita: Ya te había dicho. Aquí hay mucha piel manchada.
Aquí hay mucha piel machacada por la vida. Aquí hay mucha
mancha. Pero no te asustes, m’ija. Un poco más de trabajo nomás.
Lisa: Sí pues.
Lupita: Empezamos por la depilación completa. Luego fuimos
a las piernas abajo, las piernas arriba, la entrepierna, el pubis, el
ombligo y las axilas. Estómago y espalda, masaje en cara para
quitar rictus de cadáver y deshacernos de piel reseca. Para la
cara ella recibe lo que merece. Tratamiento completo. Facial
hidratante es muy fundamental antes de maquillaje. “Maniquiur,
pediquiur” y, por supuesto, esmalte de uñas en pies y manos.
Si es preciso ponemos uñas postizas. Peinado y maquillaje al
último. Eso incluye un probable tinte de pelo, un tono discreto y
natural para que no se vea rara. Si se requiere y las condiciones
del pelo dejan, se intenta un corte. De buen gusto, ya sabes,
corazón, que el gusto no se trae, se cultiva. ¿Y?
Lisa: ¿Y?
Lupita: ¿Cómo fue?
Lisa: Una carnicería humana. No volvieron a mirar la luz,
no supieron nunca más de sus sombras. La muerte les llegó
como le había llegado a La Sirena.
Lupita: ¿La Sirena?
Lisa: La Sirena de luz y sombra, así le decían a esta puta.
Lupita: ¡Ay!, ¿te corté corazón? Perdón, pero es que tienen
que estar al ras.
La mujer desnuda se levanta. Se enreda en una toalla y sale. Las
dos estilistas se miran una a la otra y bajan la mirada.

Lupita: ¿Sabes?
Lisa: ¿Qué?
Lupita: Tengo ganas de comprarme un vestido con más color
que este gris que traigo.
Rompe-cabeza 42 Antonio Zúñiga
Lisa: Yo tengo ganas de una nieve de zapote negro. ¿Sabes?
Lupita: Dime.
Lisa: Tengo ganas de gritar.
Lupita: Grita. Grita hasta que te desgarres la garganta. Grita
mientras yo me pinto las uñas.
Lisa abre la boca desmesuradamente, no sale ningún ruido. Una
de las cabezas con peluca cae de pronto.
Oscuro.

Rompe-cabeza 43 Antonio Zúñiga


Rompe-cabeza
se terminó de imprimir en febrero de 2017
en los talleres de Impresiones Editoriales FT,
S. A. de C. V. Calle 31 de Julio de 1859,
Mz. 102, Lt. 1090, Col. Leyes de Reforma,
C. P. 09310, Iztapalapa, Ciudad de México

El cuidado de la edición estuvo a cargo


de Leticia García y Hugo Wirth.

El diseño editorial es de José Bernechea Iturriaga.


El tiraje consta de 1 000 ejemplares.

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