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CHOCOLATIER HELENA

HISTORIA:
Lo dulce hecho en casa
The taste of homemade sweetness

Corría el año 1975 en la soleada y apacible ciudad de Ica, donde Elena Soler
vivía con su familia. La vida transcurría sin sobresaltos, entre vecinos y
amigos queridos y las andanzas que trae consigo lo cotidiano. Fue allí donde
Elena, mujer inquieta y creativa, descubrió la mejor manera de engreír a
quienes la rodeaban: preparando con sus propias manos –y con la ayuda de
su esposo y de sus siete hijos– deliciosas tejas, una tradición que tiene más
de un siglo en esa región sureña del Perú.
Así nació su negocio, casero y familiar, bajo la alegre pero estricta batuta de
Elena, que dirigía todas las actividades. El trabajo prosperó, y junto con los
halagos y felicitaciones de clientes satisfechos, la empresa continuó
creciendo.
Con el tiempo, HELENA Chocolatier decidió dar el gran salto y ofrecer sus
productos en Lima, donde la competencia es enorme, así como el mercado.
Y si en Ica nació la teja, en HELENA la chocoteja. Las hay bañadas en fondant
o en chocolate; clásicas, con relleno de pecana, manjar blanco o guindones;
sorprendentes, como las que llevan frambuesa, naranjita o pasas
maceradas en Pisco; o exóticas, como las de guayaba, maracuyá o
aguaymanto, entre muchas más.
HELENA Chocolatier tiene, además, una cadena de tiendas de chocolates
boutique, y ha incursionado con éxito en Estados Unidos, multiplicando
exponencialmente su producción, gracias al apoyo de sus hijos y, en la
actualidad, de Fernando, el menor de la familia Soler, que se graduó en la
Universidad Internacional de Florida como administrador de empresas.
Hoy en día HELENA Chocolatier se complace llevando dulzura y alegría a los
hogares, compartiendo con todos sus clientes lo que mejor sabe hacer:
mostrar su afecto y fidelidad en forma de deliciosas tejas, chocotejas y
bombones de chocolate.
Los chocolates Helena son muy conocidos en nuestro medio y tienen más
de 36 años de trayectoria en el mercado. La especialidad de esta marca son
las chocotejas, inspiradas en las tejas iqueñas —cuya antigüedad rebasa los
100 años— que se preparaban con manjar y frutas almibaradas.

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