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Clara Obligado & Ángel Zapata

Cartas eróticas
Para seducir, amar
y disfrutar

–26–
índice
La lectura de este libro no está recomendada a menores de 16 años.
CAPITULO UNO
Palabras entreabiertas como labios ................13

CAPITULO DOS
El lenguaje figurado, la metáfora erótica........51

CAPITULO TRES
Secretos al oído (la confesión).........................91
COLECCIÓN BIBLIOTECA ERÓTICA
© CLARA OBLIGADO MARCO DEL PONT, 1993
© ÁNGEL ZAPATA SANTA ÚRSULA, 1993 CAPITULO CUATRO
© EDICIONES TEMAS DE HOY, S.A. (T.H.), 1993 Los placeres de Onán ................................... 125
PASEO DE LA CASTELLANA, 93 28046 MADRID
DISEÑO DE CUBIERTA: BRAVO LOFISH
ILUSTRACIÓN DE CUBIERTA: FRANCIS PICA-BIA, CAPITULO CINCO
PORTADA DISEÑADA PARA LA REVISTA LITTERATURE, 1922-1923. Con los cinco sentidos................................... 165
© V.E.G.A.P., FRANCIS PICABIA, MADRID, 1993
ILUSTRACIONES DE INTERIOR: LETICIA ROS-SON MASSA
PRIMERA EDICIÓN: MARZO DE 1993
ISBN: 84-7880-237-1
DEPOSITO LEGAL: M. 3.669/1993
COMPUESTO EN FERNANDEZ CIUDAD, S. L.
IMPRESO EN FERNANDEZ CIUDAD, S.L.
PRINTED IN SPAIN-IMPRESO EN ESPAÑA
A todos los alumnos que durante estos años han par-
ticipado con nosotros en los cursos de escritura creativa
en el Círculo de Bellas Artes, la Librería Mujeres de Ma-
drid, la Librería Fuentetaja y tantos otros lugares; a su
entusiasmo por la literatura.
Agradecimientos

A Ramón Cañelles, que impulsó este proyecto; a Jo-


sé María Parreño, coordinador del área de Literatura del
Círculo de Bellas Artes; a las libreras de la Librería Muje-
res de Madrid; a Alfonso Fernández Burgos, a Mariánge-
les Fernández, y a Roco González Leandri, por su fe,
esperanza y, a veces, caridad.
Querido lector, querida lectora:
¿Cuántas veces has abierto tu buzón con ansias, para
cerrarlo luego, descorazonado, llevando entre tus manos
sólo el recibo de la luz? ¿No es verdad que, con la sorpresa
de la mañana, siempre esperas que tu casillero encierre esa
carta memorable que luego guardarás entre las páginas de
un libro amado (un libro que, con el paso del tiempo, tendrá
las páginas amarillas, pero la carta, oh, esa carta, siempre
la misma emoción)?
Has tomado la carta entre tus manos; si tu nombre
asoma por una ventanita a la derecha, bajo la transparencia
del celofán, probablemente la dobles, la escondas bajo el
párpado de tu bolsillo, o la dejes olvidada por cualquier
rincón, como a una virgen sin misterio.
Quizá tu nombre no aparezca por una ventanita; tus
dedos, en cambio, tropiezan ahora con un borde más frío
que el papel: se ha marchitado el asombro. Una etiqueta de
ordenador encierra tus datos; el remite, colocado en el an-
verso del sobre, delata una institución, una empresa: es

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posible que sea una multa.
Pero hay, tú lo sabes, otras cartas. Cartas que anhelan
tu tacto, en la penumbra del buzón, leves como una caricia.
Cartas que guardan las noches, el confuso perfume del
abrazo, las bocas que se buscan, la música perdida que
escondían los cuerpos, la huella del temblor...
Abres la carta, en el mismo rellano de la escalera, y el
mundo se borra de un solo plumazo, gira, te envuelve, te
ciega, te arrastra: quema la tinta en tus dedos. Las frases
repiten el rumor de las sábanas, la pasión y sus sombras, se
desdibuja el día.
Tal vez ha sido un polvo de una noche: ¿dónde habrá
encontrado mi dirección?, ¿qué amigo indiscreto, qué listín
Esa carta que has recibido, el papel que un día tembló
fogoso, qué guía imprudente...? Escondes la carta, tu pareja entre tus manos, es parte de una cadena que atraviesa toda la
desciende por las escaleras silbando Perfidia, tiemblas, humanidad; cada vez que dos amantes se han visto separados
temes, temes, tiemblas, es más celosa que Ótelo. han intentado reunirse: una celosía abierta, los oficios de una
celestina, el pañuelo mojado en llanto que cruza la línea de
La carta, sin embargo, estará todo el día al acecho. fuego, el íntimo jeroglífico, las trenzas cortadas, el rosario de
mi madre, la perversa llave de un cinturón de castidad...
Antes de la introducción del papel en Occidente, los
mensajes amorosos encontraban aquí pesadas barreras; no es
flaco oficio el de acarrear menhires, escribir pergaminos,
dibujar sobre cueros de animales, o grabar a cincel.
Liviano vestigio de tantas distancias, la carta sobrevive
en su intimidad de papel y tinta, emergiendo de un fax o
brillante en la pantalla de un ordenador.
Ni siquiera el teléfono, que borra meridianos, la puede
remplazar del todo: a la vibración de la voz amada se une el
desespero de su fugacidad; las ondas sonoras se escapan y
una estela perpleja, aturdida, divide la extensión del abando-
no, intenta recordar.

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Sólo la carta permanece, atrapa la pasión, y la convierte jes que usen la correspondencia como un truco literario su-
en historia. mamente efectivo; este es el recurso de Choderlos de Lacios
en Las amistades peligrosas Estaremos hablando entonces
de la carta como género literario: un género sin duda eficaz,
Porque todos, probablemente, hemos recibido en algún ya que todo lector sucumbe a la tentación de asomarse a una
momento de nuestra vida una carta memorable; todos, tam- correspondencia ajena (nada mueve tanto a la curiosidad, y
bién, la hemos escrito alguna vez; y junto a la elocuencia que la curiosidad, ya se sabe, es uno de los grandes atractivos de
nace de la pasión, emerge a veces en el escritor esa expresión toda literatura).
incontrolada, vacilante, que empobrece su sentimiento.
¿Cómo nombrar el deseo, cómo llevar al papel el fragor de Es posible también escribir a un amante real desde
las noches?: faltan las palabras. El amor intransferible resulta nuestra verdadera personalidad, o fingirnos personajes como
tópico; el arrebato, un coñazo; la lujuria, cursi. ¿Rompo la parte del juego amoroso, pero sin otra pretensión que incitar
carta? ¿Llamo por teléfono? ¿O entrego mi novia a Cyrano a nuestro destinatario. (¿Por qué no ser hoy Cleopatra y
de Bergerac, es decir, a alguien con dotes literarias, que mañana un pescador napolitano, por qué no permitirnos por
probablemente me suplante luego en el amor? escrito lo que nunca llevaríamos a los hechos, por qué no
incitar, en ese paréntesis de la distancia?)
No seamos trágicos: existe sin duda –en la correspon-
dencia de los amantes célebres y en la tradición amorosa en
general– una serie de recursos que sirve para colocar la escri-
tura al mismo nivel que la pasión.
Para comenzar con estos ejemplos hemos elegido dos
textos cuyo estilo y cuya fragmentación del amor –físico en
uno, espiritual en el otro– es diametralmente opuesta. Ambos
se refieren también a dos momentos muy diferenciados de-
ntro de lo pasional: la exaltación carnal en James Joyce, y la
endecha, la queja amorosa, en las cartas de Sor Mariana
Alcoforado.
Pero antes de comentar estos textos, nos parece oportu-
no reflexionar sobre una serie de detalles propios del género.

Cuando se escribe una carta, cuando un emisor o emi-


sora quiere dirigirse a su destinatario, descubrimos que pue-
de hacerlo de muchas formas: cabe, por ejemplo, fingir una
historia cuya estructura sea epistolar y dar vida así a persona-

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Claro que también podemos desahogarnos: llenar folios por esa ebriedad, que su pasión lo embellece. La carta, en ese
y folios que nunca echaremos en el buzón, o redactar breví- instante, es un espejo benévolo. Nada enturbia el disfrute del
simos telegramas, notas bajo el imán del frigorífico, tarjetas que ama. En la planicie del cristal se refleja un joven dios.
postales... incluso en la vida de todos los días –tan próxima Pero más allá, al otro lado del papel, alguien aguarda en
que la carta parece inservible– pintamos con el vapor que silencio. Alguien en cuyas manos temblarán esas frases;
emana de la ducha unas palabras sobre el espejo del boti- porque además de escribir para sí mismo, el autor aspira a
quín, para que las lea quien ahora llama a la puerta: un men- suscitar ciertos ardores en el otro. La magia se evapora.
saje erótico que sólo durará segundos. ¿Tendrán las palabras pensadas, las palabras escritas, el valor
Cartas de todo tipo, cartas eróticas, mensajes: formas de un susurro al oído?
peculiares de la escritura. En ellas, todos lo sabemos, rigen Más allá, al otro lado del papel, alguien aguarda. Abre
unas reglas distintas a las de la correspondencia normal: el buzón, reconoce la letra, y pasa revista a sus ocupaciones,
hablamos ahora del verdadero texto erótico; el que todos – mientras saborea por adelantado esa pausa callada, ese mo-
como antes decíamos– hemos escrito o recibido en algún mento íntimo que le permitirá sumergirse en la lectura.
momento de nuestra vida, y en el que importan poco la sínte-
sis o la información. El sobre palpita en la chaqueta, en el bolso, irradia su
aroma: promete.
Rompiendo con las fórmulas de cortesía, la carta eróti-
ca aspira a ser un mensaje original. No es fácil, sin embargo, Después, apagada la prisa, vencida la rutina, abre la
descubrir nuevos territorios en un mundo tan explorado, carta. Sin duda en el autobús, entre un compromiso y otro,
aunque bien es cierto que cada amante vive su correspon- espió fugazmente esas líneas, adelantó el disfrute. Ahora, en
dencia como un hecho único. la penumbra quieta, el deseo se crece, se tensa, se inflama.
Se vierte.
En los autores que han trabajado este género se encierra
sin duda una serie de trucos fiables orientados a provocar la La carta ha terminado; pero cuántas veces habrá de re-
sorpresa. Pero de ellos hablaremos luego. iniciarse su lectura, para encontrar entre las frases la caricia
especial de un adjetivo, el sustantivo eficaz que nombra el
cuerpo, que lo tienta; el vaivén de los verbos, su balanceo
Volvamos, pues, a la situación inicial: una persona de- suave o agitado, la mordiente imprevista de un adverbio...
cide escribir a otra una carta erótica. El que escribe, es decir,
el emisor, se sienta frente al papel. Pluma en ristre, puede
elegir entre un mensaje corto, que habrá de ser preciso y Dentro de la correspondencia real entre amantes, hemos
atractivo, o un largo desahogo que se prolongue durante elegido para comenzar este libro la carta que James Joyce le
varias páginas. En ambas situaciones hay algo de monólogo: escribe a Nora, y que puede servir como ejemplo de una
un íntimo regodeo en los propios furores. El que desea se escritura que suele llamarse pornográfica.
descubre deseante, se recrea en sí mismo y siente, arrastrado En segundo lugar presentaremos otra, que cabría situar

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en el extremo opuesto del registro erótico: la carta de amor
de una monja portuguesa.
Ambas son, sin duda, cartas eróticas, aunque el tono
elegido resulte antagónico; ambas se refieren también al
amor, aunque de forma muy distinta.
Si ubicamos la carta de Joyce dentro de la pornografía,
8 de diciembre de 1909
la carta de Sor Mariana Alcoforado caería en el extremo del
44 Fontenoy Street, Dublín
amor espiritual. Sin embargo, ¿quién dice que la ausencia de
descripciones físicas convierte a la monja en una escritora
pacata? ¿Y por qué llamamos pornografía a lo que escribe
Mi dulce, pequeña, lasciva Nora, hice
Joyce?
lo que me dijiste, so marranita, y me pajeé
Todavía hoy sigue abierto el debate sobre los límites dos veces mientras leía tu carta. Me siento
entre erotismo y pornografía, y en las diferentes opiniones se entusiasmado de saber que te gusta que te
filtra a menudo esa pasión por el escándalo que es, a fin de jodan por el culo. Ahora puedo sacar a re-
cuentas, una pasión puritana. Para todo buen lector de litera- lucir aquella noche en que te jodí tantísimo
tura erótica esta disyuntiva resulta ingenua: poco queda por por detrás. Nunca he pasado contigo una
decir, poco por nombrar. velada de jodienda con más mierda, cari-
Tal vez lo importante haya estado siempre en el modo ño. Mi polla estuvo clavada en ti durante
de expresar una idea, pero esto nos coloca ya en una orilla horas, entrando y saliendo por la parte in-
distinta a la del celo moral. Hablaremos aquí sobre buena o ferior de tu culo levantado. Sentía unos
mala literatura, y no sobre la literatura de los buenos o de los gruesos y sudados jamones bajo mis pelo-
malos. Como bien escribió Oscar Wilde: «No hay libros tas y veía tu cara sonrojada y tus ojos en-
morales o inmorales; los libros están bien o mal escritos, eso febrecidos. A cada estocada mía, tu lengua
es todo.» enfebrecida brotaba ardiente por entre tus
labios, y si la estocada era más enérgica
De todas formas, en los «Apuntes de Erotomanía» que
que de costumbre, te manaban de atrás pe-
incluimos al final del capítulo comentaremos la historia de
dos recios y cochinos. Tenías el culo pedo-
estas palabras.
rriento aquella noche, cariño, y te los fui
Abandonando esta ya larga digresión, os dejamos ahora sacando, gordos ellos, huracanados, rápi-
con el autor de Ulises, y con un texto en el que felicita a dos, menudos, alegres petardeos, y muchos
Nora por sus capacidades, al tiempo que la incita a nuevos
deleites.

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pedos breves y desobedientes que acaba- Te estremecerás inquieta cuando lama los
ban en un prolongado farfullar de tu agu- labios del coño de mi amor. Te quejarás,
jero. Es maravilloso joder a una hembra gruñirás, suspirarás Y peerás de gusto en
pedorrera si a cada embestida le sacas un tus sueños (...).
pedo. Creo que reconocería los pedos de Buenas noches, Nora, pequeña pedo-
Nora en cualquier parte. Ruido juvenil, y rra, mañanita, chocholoco. Hay una pala-
no como esos follones húmedos que supon- bra adorable, cariño, que has subrayado
go han de tener las casadas gordas. Re- para que me pajee más a gusto. Escríbeme
pentino, seco y hediondo, como el que una más cosas por el estilo y también de ti, con
muchacha descarada se tiraría por la no- dulzura, con mierda, con más mierda.
che y para divertirse en el dormitorio de
un pensionado. Espero que Nora no deje
de tirárselos en mis barbas para que pueda
reconocer su olor.
Dices que me la chuparás cuando
vuelvas, y que quieres que te coma el coño, James Joyce
granujilla depravada. Espero que me sor-
prendas en alguna ocasión en que me que-
de dormido con ropa, te me acerques con
fuego de puta en tus ojos soñadores, des-
abroches mi bragueta botón a botón, des-
enfundes con amabilidad el recio pájaro de
tu amante, te lo introduzcas en la boca
húmeda y lo chupes hasta que se ponga
gordo y tieso tieso y se corra en tu boca.
También yo te sorprenderé dormida, te al-
zaré la falda, te abriré las calientes bragas
con suavidad, me tenderé junto a ti y co-
menzaré a lamer sin prisas tu pelambrera.

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En la carta que acabamos de leer, Joyce plantea a Nora amante», muestra de lenguaje figurado, del que nos ocupa-
un encuentro erótico que en realidad no sucede, o que sucede remos en el próximo capítulo.
–mejor dicho– en el espacio imaginario del papel.
Se trata, pues, de una estrategia literaria especialmente Dejemos ahora los furores priápicos de Joyce, y cam-
acertada, donde se remplaza el follaje por su descripción. biemos de época y de registro. Con un salto abrupto en el
Así, la amenaza de la cópula sustituye, en cierta medida, a la tono, volvamos el tiempo hacia atrás hasta situarnos en el
cópula misma. año del Señor de 1669, año en el cual se publican las cartas
Vemos también cómo la segunda persona –«te queja- de una monja portuguesa, Sor Mariana Alcoforado, escritas a
rás, gruñirás, suspirarás y peerás de gusto en tus sueños...»– su amante, Guilleragúes, oficial francés.
adquiere todo su vigor expresivo, ya que la voz que enuncia, Como se desprende del texto que vais a leer, Mariana
o musita, o susurra el texto, se dirige directamente a su des- ha sido seducida y abandonada, y las tiernas palabras verti-
tinatario: el «tú» de la carta interpela siempre al lector, lo das sólo tienden a reclamar los favores del caballero que
coloca en su punto de mira. De ahí que la primera persona – fuera su amante. Sin embargo, a partir de este año y de tal
el «yo» de los deseos y las fantasías de Joyce– juegue un publicación, va a ponerse de moda en toda Europa escribir
contrapunto perfecto con el «tú» que emplea el autor del cartas con ese estilo, fingiéndose mujer, y cumpliendo unas
Ulises para dirigirse a su amante. Ambas perspectivas con- reglas tan estrictas como las de un soneto.
fluyen, se asimilan, se enriquecen en esa cópula imaginaria,
en ese juego de a dos. Escribir una portuguesa significa demostrar la locura
que sólo excusa el amor, pintar a una mujer abandonada que
De este punto de vista desdoblado –un «yo» deseante, se entrega al único recurso de la carta.
un «tú» que se convierte en el objeto activo del deseo– de-
pende la eficacia de la carta, su peculiar temperatura, su Decíamos que estas cartas, o más bien serie de cartas,
fuerza de convicción: podemos decir que da igual que Nora deben estar siempre escritas por una mujer y retratar, a partir
«se lo chupe hasta que se le ponga gordo y tieso tieso y se de una cierta progresión, la tragedia que se vive. Así, el
corra en su boca» ya que la escena sucede para Joyce mien- modelo portugués siempre supone una serie de cartas. Y,
tras escribe. El texto se despliega en esa zona inexistente claro está, el amante no responde o, si lo hace, su misiva no
entre lo ya hecho –darle por culo a Nora– y lo que habrá de forma parte de esa pequeña escena dramática, donde a partir
hacerse: «Te alzaré la falda, te abriré las calientes bragas con de un «yo» narrador se asiste al desarrollo de una pasión que
suavidad.» Este espacio utópico es el espacio de la carta se revela en la ausencia.
erótica, logrado mediante el uso de verbos en tiempo futuro. El amante –como indica Francisco Castaño en su edi-
Nos gustaría destacar también el empleo de enumera- ción de esta correspondencia– es pues «evanescente, lejano,
ciones como las referidas a los pedos de Nora («huracana- y se define sobre todo negativamente como anónimo, inter-
dos, rápidos, menudos, alegres petardeos, y muchos pedos cambiable, inconstante por naturaleza, incapaz de toda res-
breves y desobedientes») y la metáfora «el recio pájaro de tu puesta».

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Así, y según el comentario del mismo autor, todo el in-
terés de estas cartas se centra en la mujer, en su psicología
pintada hasta en los más mínimos detalles. Y el amante, en
ellas, no está nunca a la altura de la amada.
Tenemos, pues, una palabra dicha a solas, un monólogo
enfático. «Escribo el amor, luego estoy enamorada.»
completo; vuestro alejamiento, algunos
impulsos de devoción, el temor de arruinar
del todo lo que queda de mi salud con tan-
tas vigilias y tantas inquietudes, el apenas
inicio de vuestro regreso, la frialdad de
vuestra pasión y de vuestros últimos adio-
ses, vuestra partida, fundada en tan mise-
rables pretextos y otras mil razones dema-
siado buenas e inútiles, parecían prome-
terme un auxilio lo bastante seguro, si lle-
¿Qué será de mí? ¿Qué queréis que gara a serme necesario (...). ¡Ay! Pobre de
haga? Qué lejos estoy de todo cuanto mí que no puedo compartir mis penas con
había previsto; esperaba que me escribie- vos y que estoy, desdichada, completamen-
rais desde todos los lugares por donde pa- te sola. Esta idea me mata y muero de te-
sarais y que vuestras cartas serían muy mor de que nunca hayáis sido excesiva-
largas, que mantendríais mi pasión con la mente sensible a todos nuestros placeres.
esperanza de volveros a ver, que una total Sí, ahora conozco la hipocresía de todos
confianza en vuestra fidelidad me daría vuestros impulsos: me habéis traicionado
una forma de sosiego y que permanecería cuantas veces me habíais dicho que esta-
mientras tanto en un estado lo bastante so- bais encantado de estar conmigo a solas;
portable sin excesivo dolor; había pensado sólo debo a mis inoportunidades vuestros
incluso en algunos leves propósitos de apremios y vuestros arrebatos; vos habéis
hacer todos los esfuerzos de que fuera ca- hecho de la frialdad un propósito para en-
paz para curarme, si pudiera saber con to- cenderme, sólo habíais considerado mi pa-
da certeza que me habíais olvidado por sión como victoria, y vuestro corazón

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jamás ha sido profundamente conmovido dad, estoy furiosamente celosa de todo
por ella (...). Sólo siento por vuestro amor cuanto os da gozo y conmueve vuestro co-
los infinitos placeres que habéis perdido; razón y vuestro gusto en Francia (...).
¿es posible que no hayáis querido gozar- Siento rabia contra mí misma cuando pien-
los? ¡Ahí si los conocierais veríais sin du- so en todo lo que os he sacrificado; he
da que son mucho más tangibles que el de perdido mi reputación, me he expuesto al
haberme engañado, y habríais comproba- furor de los míos, a la severidad de las le-
do que se es mucho más dichoso, que se yes de mi país contra las religiosas y a
siente algo mucho más conmovedor cuan- vuestra ingratitud que es para mí la más
do se ama violentamente que cuando se es grande de mis desdichas (...). ¡Ah! Me
amado. No sé ni lo que soy, ni lo que hago, muero de vergüenza; ¿acaso mi desespera-
ni lo que deseo: estoy desgarrada por mil ción existe sólo en mis cartas? Si os amara
impulsos contrarios (...). Os amo perdida- tanto como os he dicho mil veces, ¿no esta-
mente y os cuido lo bastante para no atre- ría muerta hace ya tiempo? Os he engaña-
verme, acaso, a desear que seáis sacudido do, sois vos quien tenéis que quejaros de
por los mismos arrebatos; me mataría, o mí. ¡Ay! ¿Por qué no os quejáis? Os he
moriría de dolor sin matarme, si estuviera visto partir y no puedo esperar a veros de
segura de que no tenéis jamás sosiego al- regreso un día, y sin embargo respiro: os
guno, que vuestra vida no es sino inquietud he traicionado y os pido perdón por ello.
y agitación, que lloráis sin cesar y que to- Mas, ¡no me lo otorguéis! ¡Tratadme seve-
do es odioso para vos; no doy abasto a mis ramente! (...) ¡Hacedme saber que queréis
males, ¿cómo podría soportar el dolor que que muera por amor a vos! Os ruego que
me darían los vuestros, que para mí serían me prestéis ese auxilio, para que pueda
mil veces más penosos? Sin embargo, no sobreponerme a la debilidad de mi sexo, y
puedo decidirme a desear que no penséis ponga fin a todas mis vacilaciones con una
en absoluto en mí; y hablando con sinceri- verdadera desesperación; un final trágico

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gencia con esta pobre insensata, que no lo
era, como bien sabéis, antes de que os
amara. Adiós, me parece que os hablo a
os obligaría sin duda a pensar a menudo menudo del estado insoportable en que me
en mí, mi memoria sería querida para vos, hallo; sin embargo, os agradezco desde el
y estaríais, acaso, visiblemente conmovido fondo de mi corazón la desesperación que
por una muerte extraordinaria; ¿no vale me causáis y detesto la tranquilidad en que
más que el estado a que me habéis reduci- he vivido antes de que os conociera. Adiós,
do? Adiós, desearía no haberos visto nun- mi pasión aumenta a cada instante. ¡Ah!
ca. ¡Ah! Cuán vivamente siento la falsedad ¡Tengo tantas cosas que deciros!
de este sentimiento y sé, en el momento en
que os escribo, que prefiero ser desdicha-
da amándoos a no haberos visto nunca; así
pues, consiento sin queja en mi aciago des-
tino, pues no habéis querido hacerlo ven-
turoso. Adiós, prometedme que me echa-
réis de menos tiernamente, si muero de do-
lor, y que al menos la violencia de mi pa-
sión os haga aborrecer y alejaros de todo;
este consuelo me bastará y si tengo que
abandonaros para siempre, desearía no
entregaros a otra. ¿No sería cruel por
vuestra parte serviros de mi desesperación
para haceros más adorable y para mostrar
que habéis provocado la mayor pasión del
mundo? Adiós otra vez, os escribo cartas
demasiado largas, casi no tengo conside-
ración con vos, os pido perdón por ello, me
atrevo a esperar que tengáis alguna indul-
dad nada desdeñable. De este modo el «yo» se vertebra en el
Sobre estas cartas de Sor Mariana ha escrito Rilke: «tú», el emisor y el receptor se funden.
Entre la tensión espiritual de la ausencia absoluta y la
¿Cómo resistirnos a la admiración que se apodera de
tensión física de un próximo encuentro discurre, sin duda,
nosotros cada vez que leemos estas cartas? Este fluir de
todo el registro de la escritura en la correspondencia erótica:
reproches y esperanzas, dudas y decepciones se precipita
dos estilos que enmarcan el límite del género, desde sus más
con idéntica potencia sobre nosotros y carecemos de fuerza
remotas orillas.
para detenerlo. Cada vez se nos vienen encima las mismas
preguntas, los mismos reproches, y las mismas promesas Cuando el texto oculta y desvela, cuando la frase es
habituales del amor, cuya lectura nos ha hartado tan a me- metáfora del gozo, cuando la letra es marca del deseo: escri-
nudo. Pero aquí se les añade, al presentarse, un significado bir, inscribir, seducir, incitar; desflorar palabras entreabiertas
que aún no hablamos sido capaces de darles 1. como labios.

Hemos leído dos cartas muy distintas. Allí donde Joy-


ce, que siente próximo un encuentro con Nora, se deleita en
el recuerdo y el porvenir, la monja portuguesa sólo encuentra
un amor incorpóreo, ya que su amante la ha abandonado para
siempre.
¿Escribe para sí misma? Sin duda, pero pese a lo trági-
co del abandono, hay en la carta de Sor Mariana Alcoforado
la fuerza de la distancia que es, en cierta medida, uno de los
ejes de la escritura erótica. «Te escribo porque no estás»,
dirá Roland Barthes, y la propia escritura se convierte así en
el reconocimiento de la ausencia.
«Te escribo porque pronto estarás conmigo», diría Joy-
ce a su pequeña Nora, y el amor, entonces, despliega en el
espacio de la carta los fervores del gozo.
En ambos textos observamos uno de los juegos más
frecuentes en la carta erótica, que consiste en remplazar la
cópula física por la cópula literaria con un nivel de intensi-

1
Citado en: Alcoforado, Sor Mariana, Las cinco cartas de amor de la monja
portuguesa, Hiperión, Madrid, 1987.

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– Tú, escritor libertino, utilizas este libro para elaborar,
desde sus técnicas y propuestas, una serie de textos eróticos.

Pero, ¿se puede aprender a escribir cartas eróticas? El


escritor Augusto Monterroso –quien dicta habitualmente
talleres de escritura– aburrido ya de aquella inevitable pre-
gunta sobre «si el escritor nace o se hace», responde en uno
de sus libros que no conoce hasta el momento escritor que no
haya nacido; por eso –y con la ironía a la que nos tiene acos-
Esperamos que las cartas que acabas de leer te sirvan tumbrados–, sospecha, en fin, que el escritor se hace.
como estímulo para tu propia escritura de textos eróticos. Sin embargo, esta visión de Monterroso no es del todo
Porque este libro puede ser entre tus manos un instrumento frecuente: afincados en la idea del genio romántico, envuel-
de placer; en ellas cobrará vida, pulso, ritmo y movimiento: tos en el manto de una musa que sopla cuando quiere, exis-
más allá del disfrute onanista de la lectura, sus páginas te ten aún ciertos prejuicios contra este tipo de aprendizaje;
invitan a entrar en el jardín vedado del escritor. prejuicios que no tuvieron los clásicos, acostumbrados a
En esta sección iremos proponiendo una serie de ejerci- elaborar en sus retóricas auténticas propuestas de escritura.
cios para que entables una correspondencia real con tu aman- ¿Por qué no rescatar, dentro de la amplia tradición de la
te. Que los ejercicios sean ora físicos ora espirituales, depen- literatura, todos esos recursos que apoyan la inspiración, que
derá de tu buena forma, discreción y don de lengua. A partir apuntalan al genio? ¿Por qué no rescatarlos, también, para la
de ellos, puedes elegir entre estas posibilidades: escritora y el escritor de cartas eróticas, atrapados a menudo
– Una correspondencia real entre amantes reales. entre la intensidad del sentimiento y las dificultades del
– Una correspondencia ficticia, en la que tú te disfrazas lenguaje?
con las características de un personaje literario, y en la que Pero una de cal y otra de arena: que Erato, musa del
escribes a otra persona que se compromete en un juego idén- himeneo y de la poesía erótica nos proteja, y que los autores
tico. (Por ejemplo: tú, Safo, mantienes una relación epistolar que nos han precedido en estos lances nos ayuden a escribir.
con una joven cita griega; o bien, tú, Rhett Butler, ardes en Hablaremos ahora, antes de proponerte el primer ejer-
deseos de tirarte a Escarlata O'Hara. Huelga decir que todo cicio, del simbolismo y el valor de los nombres.
travestismo puede incitar a la creación.) 2

2
El límite de los sexos, ya se sabe, es cada vez más borroso; pensábamos de
niños que sólo había dos, pero las cosas nunca son tan simples. Como decía
Alfred Jarry: «Aunque seas mujer, veo en el muro la sombra de la barba, como
un árbol contemplado en el agua, como un liquen sobre una piedra (...)»

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Ejercicio n.° 1 mán. Quien sabe nuestro nombre ya es dueño de un poder
sobre nosotros. Un nombre, uno solo, limpia nuestra culpa:
Lo que encierran los nombres la pasión, pecadora, multiplica los nombres. Así, con el de-
leite de un nombre, se abre Lolita, de Nabokov:
«Sería necesario que un rostro
respondiera a todos los nombres del mundo.»
Paul Eluard

El nombre de una persona, el que atribuimos a un per-


sonaje de ficción, tiene su importancia. No es lo mismo
llamarse María que Vanessa, Juancho que Roldan, o incluso
carecer de nombre, como le ocurre a la protagonista de His-
toria de O. Hay nombres irónicos –Justine, de Sade– nom-
bres que denotan un origen –Marquesa de Merteuil– nom-
bres de guerra –la Pegaso– nombres que señalan un destino –
Culculine o Alexine Mangetout, en Las 11.000 vergas de
Apollinaire 3– y nombres, también, que no prometen nada:
Sonsoles, José María, Jesús 4...
«¿Qué hay en un nombre?», se pregunta Julieta. Un Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado
nombre puede ser una frontera, un salvoconducto, un talis- mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un
viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyar-
3
se, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.
Apollinaire, Guillaume, Las 11.000 vergas, Icaria, Barcelona, 1986.
4
Si usted o su amante padecen alguno de estos nombres, les ofrecemos los
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro
siguientes remedios: cuarenta y ocho de estatura con los pies descalzos. Era Lola
I) Un silabeo goloso, donde Sonsoles, sin duda, evoca a una amante pastoril y con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuan-
rellenita, de modo que son-soles pueda ser aplicado, indistintamente: a) a los
ojos; b) a las tetas; c) a las nalgas.
do firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita 5.
II) La abreviatura del nombre en una sílaba, cuidando de pronunciarla ya en
tono cariñoso, ya exclamativo. De José María cabe elegir la sílaba «Jo», que Dejemos que Humbert Humbert, el personaje narrador
puede indicar nuestra admiración hacia ciertos detalles de la anatomía. (Debido
a la polisemia de «Jo», conviene afinar mucho en la elección del tono. La síla- de la novela, siga paladeando el nombre de su amante, y
ba nunca debe repetirse con énfasis («Jo, Jo»), pues podría resultar contrapro- volvamos ahora a nuestros ejercicios.
ducente).
III) Sublimación de los significados, recurriendo a la cantera de posibilidades En este momento, lector entusiasta, fogosa lectora, te
que para un nombre como este, Jesús, nos proporcionan las jaculatorias: «Dul-
ce Jesús», «Jesusito de mí vida», etc. 5
Nabokov, Vladimir, Lolita, Grijalbo, Barcelona, 1975
IV) En las situaciones que así lo demanden, cambiarse el nombre.

38/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/39/


inicias en el deporte de la escritura. A lo largo de las páginas Ejercido n.° 2
de nuestro libro habrá siempre una sección, ésta, destinada a
mantenerte en forma: para llevar a cabo nuestras propuestas «Las palabras vuelan –dijo el clásico– y lo escrito per-
necesitas no sólo una mente clara, sino un cuerpo en buen manece.» Cuando escribimos una carta, algo de nosotros
estado; ya lo dijeron los latinos: «Mens sana in corpore queda atrapado en el papel, y si bien firmaríamos por la
sano.» noche lo que escribimos esa misma mañana, es frecuente que
al releer una carta escrita diez años antes nos preguntemos
Tiéndete sobre la cama, o sumerge tu cuerpo en un cá-
cómo fuimos capaces de decir semejantes tonterías.
lido baño de burbujas. Las ropas, si las hubiere, deberán ser
holgadas, transparentes, sedosas al tacto. (En caso de poseer Nuestras palabras se alejan de nosotros; tanto, que a
una sensibilidad de corte masoquista, se proponen sencillas veces parecen dichas por otra persona. ¿Firmaría un viejo
soluciones domésticas, tales como pellizcarse con una pinza escritor sus libros de juventud?, ¿imaginaría un escritor jo-
de la ropa distintas partes del cuerpo.) ven los libros de su vejez? Todos somos –como decía Piran-
dello– uno, ninguno y cien mil.
Abre la ventana, si fuese del año la estación florida, y
deja entrar el aire perfumado, el caudal sonoroso de lo verde, Dentro de la tradición literaria –y sobre todo en el gé-
o ciérrala en seguida, si araña los cristales la ventisca de nero erótico– es frecuente que un autor no publique sus obras
enero. con su propio nombre. Historia de O y Emmanuelle, por
citar dos ejemplos célebres, aparecieron bajo seudónimo.
Si la aspereza de los quehaceres te ha distraído de la
Para burlar la censura, por pacatería, o por el regusto de
paz del campo, si trabajas en un ministerio, si no tropieza
convertirse en otros, los escritores han jugado a menudo con
pura el agua en la cascada, si ningún arroyo rumorea en tu
la alteración de sus nombres.
oído, abre el grifo, tira de la cadena, cierra los ojos: imagina.
Abundando en esta idea del desdoblamiento, puede
En fin, relájate. Y si de tus manos el diestro tocamiento
plantearse también el escritor un alter ego, que incluya parte
interrumpe de pronto un jefe hostil: fantasea, los sueños son
de su personalidad y deje fuera todo el resto. Tal es el caso
libres.
de Juan de Mairena –pensador– respecto de Antonio Macha-
Ya está tu cuerpo dispuesto. Ahora podemos plantearte do –poeta– o los varios heterónimos en que se desdobla el
el ejercicio sobre los nombres: escritor portugués Fernando Pessoa y que encarnan, cada
– Vuelve a leer el texto de Nabokov. Paladea después el uno de ellos, un aspecto vivido o fantaseado por él.
nombre de tu amante, sepáralo en sílabas, lima las consonan- Los ejercicios de este capítulo siguen la línea de tales
tes duras, déjate acariciar por sus sonidos, y escríbele una escisiones.
carta –¿extensa, breve?– donde juegues con la música del
nombre, con todas las sugerencias (aromas, recuerdos, obje- a) Como decíamos antes, la imaginación es libre; el
tos, texturas, sueños, situaciones...) que esa palabra despierte cuestionario que te ofrecemos ahora es una ayuda para la
en ti. creación de un alter ego, un doble de ficción que cumpla, sin

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obstáculos ni reticencias, todas tus expectativas eróticas. ¿A qué sexo pertenece?
¿Qué edad tiene tu alter ego? (Este cuestionario es un ejercicio individual; la segunda
¿A qué se dedica? propuesta debe ser elaborada por parejas.)
¿Cómo se llama?
(Elige despacio el nombre de tu personaje. Pruébale b) Una vez creado el alter ego, con estos datos y todos
más de uno, invéntale el apodo que tenía de niño, un nombre los que te parezcan oportunos, vamos a sumirlo en una histo-
que guarde para la intimidad, y ese nombre persecutorio que ria (marca con una cruz la que más te guste):
la gente le pone al buen tuntún, porque lo lleva escrito en la
cara.) † I) De aventuras (en las selvas vírgenes, en un barco
¿De qué sexo le gustaría ser? pirata, en el transiberiano, en un camping nudista...)
¿Cómo es su familia? † II) Policíaca (novela negra, en la Inglaterra del siglo
¿A qué huele su habitación? XIX, en una trama de espionaje...)
¿Dónde nació? † III) De ciencia-ficción (tipo La guerra de las galaxias,
¿Cómo es su boca? utopía de un mundo futuro –positiva o negativa–; en el
¿Cual es su primer recuerdo? estilo heroico de Conan el Bárbaro...)
¿Qué se pone para dormir? † IV) De ultratumba (fantasmas, vampiros, muertos vi-
¿Cuándo se masturbó la primera vez? vientes, el más allá...)
¿Cual era su fantasía preferida en el momento de † V) En el mundo de las altas finanzas.
masturbarse? † VI) Otras.
¿Quién lo/la desvirgo?
¿De qué color tiene los ojos? La historia, que irá tomando cuerpo a lo largo de la co-
¿Qué hace los domingos por la tarde? rrespondencia, debe tener en todos los casos un fuerte com-
¿Qué es lo que le daría más vergüenza? ponente erótico. Se recomienda, para la buena marcha del
¿Cómo es su cepillo de dientes? ejercicio, llegar a un acuerdo argumental mínimo entre am-
¿Dormía con alguna mascota? bos cómplices.
¿Pertenece a esta época o a otra (incluido el futuro)? También puede ser conveniente manejar una cierta do-
¿Dónde vive? (Imagina el lugar con toda la precisión cumentación (fotos, planos de ciudades, etc.). Corno es ob-
que sea posible) vio, la correspondencia puede incluir, eventualmente, a más
¿Qué sueño le asustaba? de dos participantes.
¿Tiene amante ahora?
¿Qué ropa interior usa?
¿Quién fue su primer amor imposible?
¿Cuál es la parte de su cuerpo que más le gusta?

42/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/43


cía, llevó a los comerciantes a colgar cédulas o tablillas en el
cuello de las esclavas. Quien redactaba estas tablillas fue
llamado pornógrafos.
El término pornografía –que hoy designa, en un sentido
amplio y con matiz negativo, a un determinado enfoque
relativo al arte amatorio– no aparece recogido en el dicciona-
rio hasta la tardía fecha de 1925.

II. Obsceno
El origen de las palabras
Cuando se cuenta el deseo, cuando el amor se narra, El término obsceno nos lleva ahora a la antigua Roma.
vienen a nuestra memoria múltiples palabras que definen, o Los romanos tuvieron una lengua consagrada a ]o religioso,
intentan definir, los matices, los enfoques que esta experien- dentro de la cual estaba incluido el lenguaje de los augurios:
cia ha ido revistiendo (o desvistiendo) a lo largo de los tiem- en este ámbito del «auspicio» (de avis spicio, consultar a las
pos. aves) encontramos la palabra que nos interesa: obsceno, y
que alude a lo que no se dice porque trae mala suerte. Lo
Pornografía, erotismo, obscenidad, literatura licenciosa,
obsceno, pues, entra en lo fatalis, es decir, en las cosas en-
términos que delimitan un campo de fronteras difusas. Aquí
viadas por el hado.
os relataremos la historia de algunas de estas palabras.
En el siglo III d. C. el término pierde su valor augural,
y pasa a denominar lo que no se dice porque es desagradable,
I. Pornografía extendiéndose luego a las «partes pudendas». Aparece en
castellano dentro del Diccionario Universal de Latín y Len-
guas Romances, de Fernández de Falencia, en Sevilla, 1490.
¿Comprarías un esclavo sin conocer sus vicios y virtu-
des? ¿Cómo señalar la calidad de la mercancía que se ofre- De todos modos, la tradición literaria recoge para la pa-
ce?... En el origen del término pornografía se esconde la labra obsceno un significado distinto. En opinión de Law-
siguiente historia: Pornografía viene del griego, de la unión rence –autor, entre otras obras, de El amante de Lady Cha-
del verbo péremi, que quiere decir vender personas (de don- terley–, obsceno correspondería a lo que ha de quedar fuera
de la palabra porné, pl. pornai, es decir, mujer que se vende: de escena: «Aquello que no puede representarse en el esce-
esclava y, con el tiempo, prostituta) con grafós, o lo que es nario.» 6
igual, persona que escribe.
La necesidad de vender, de informar sobre la mercan-
6
Lawrence, D. H. y Miller, Henry, Pornografía y obscenidad, Argonauta, Barce-

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III. Erotismo merece sin duda una mención aparte. Para este filósofo,
Eros sería hijo de Penía, la escasez, y de Poros, el recurso, y
Así nos cuenta Hesíodo, en su Teogonia, el origen de así lo cuenta en el texto que sigue:
Eros: Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un ban-
Antes de todo existió el Caos. Después Gea, la de am- quete y, entre todos, estaba también Poros, el hijo de Metis.
plio pecho, sede segura de todos los inmortales que habitan Después de que terminaran de comer, vino a mendigar Pe-
las nevadas cumbres del Olimpo. Por último Eros, el más nía, como era de esperar en una ocasión festiva, y estaba
hermoso entre los dioses inmortales, que afloja los miem- cerca de la puerta. Mientras, Poros, embriagado de néctar,
bros y cautiva de todos los dioses y hombres el corazón y la se durmió. Entonces Penía, maquinando, impulsada por su
sensata voluntad en sus pechos. carencia de recursos, hacerse un hijo de Poros, se acuesta
a su lado y concibe a Eros. Por esta razón precisamente, es
En la Grecia antigua, el Amor fue elevado a la catego- Eros también acompañante y escudero de Afrodita, al ser
ría de dios, y hay distintas tradiciones que explican su ori- engendrado en la fiesta del nacimiento de la diosa y al ser,
gen. a la vez, por naturaleza amante de lo bello, dado que Afro-
dita también es bella... 7
Algunas hablan de Eros como de un dios primigenio,
anterior incluso a Cronos, el tiempo. En ellas se dice que De este modo, el doble origen del amor explica su na-
Nux, la noche, puso un huevo: cuando el huevo se rompió, turaleza inquieta, insatisfecha, dinámica: el amor aparece en
salieron de dentro Gea, la tierra, y Uranos, el cielo; también El banquete como carencia que alumbra la invención, como
Eros escapa de allí y desde entonces vaga por el mundo, hambre que nutre el ingenio.
como una fuerza sin ataduras, revolviendo las cosas. Comentando la misma obra, el filósofo neoplatónico
Otras historias lo hacen hijo de Afrodita y Ares, la be- Marsilio Ficino nos ofrece en su tratado De Amore esta
lleza y la guerra. A este amor tan peculiar le nacen cinco glosa sobre las cualidades de Eros:
hijos: Eros, o el amor puro; Anteros, o el amor. recíproco;
Deimos, o el terror, y Fobos, por último, que encarna al Se dice que el amor es joven, porque comúnmente los
miedo. jóvenes son seducidos por el amor, y llevados por sus ase-
chanzas se acercan a los de edad joven. Suave, porque los
Como oveja negra en esta estirpe llega Príapo, el de la temperamentos amables son seducidos más fácilmente. Y
gran verga, que será arrojado a la tierra por ese detalle los que son seducidos, aunque antes fueran feroces, se vuel-
monstruoso: allí lo recogen los pastores, y lo convierten en ven mansos. Ágil y flexible, porque penetra a escondidas y
el dios de la fertilidad. de la misma forma desaparece. Proporcionado y armonioso,
El mito que acuña Platón refiriendo el origen de Eros porque desea cosas hermosas y ordenadas, y huye de las

7
lona, 1981 Platón, Diálogos III, Gredos, Madrid, 1986.
contrarias. Brillante, porque en la florida y espléndida edad mas resplandecen de blancura como flores cubiertas de
inspira el ingenio del hombre y desea lo que está en flor 8. rocío y, aun estando las alas en reposo, el suave y delicado
plumón que las rodea se estremece y juguetea jovialmente.
Dentro ahora de la literatura helenística hay una nove- El resto del cuerpo, hermoso y sin vello, de modo que
la que os aconsejamos leer, El Asno de Oro, de Apuleyo, Venus no se arrepentiría de haberle dado a luz. Al pie del
quien narra cómo un personaje, debido a su falta de piedad, lecho yacían el arco, el carcaj y las flechas: las propicias
es convertido en burro perdiendo así sus características armas de la poderosa divinidad 9.
humanas pero ganando, a cambio, aquella poderosa cuali-
dad del animal: una verga desmesurada. En el curso de la En ese momento, habiendo visto al dios, admiróse la
obra encontramos la fábula de Eros y Psique, donde apare- joven y en su maravilla se distrajo: una gota del aceite de la
ce una de las más bellas descripciones de Cupido que haya lámpara cae sobre Eros, lo saca de su sueño, y entonces...
dado la literatura.
Os recomendamos que leáis esta fábula milesia –y la
Pero antes de que leáis este retrato os ponemos en novela completa– para saber por qué causas el asno de oro
antecedentes: la bellísima Psique fue dada en matrimonio a volvió a convertirse en hombre, y qué fue ]o que entonces,
un ser invisible. Sus hermanas –envidiosas como todas las recobrado su cuerpo, echó de menos.
hermanas de los cuentos maravillosos– quieren destrozar
su felicidad, y la incitan así a romper el pacto que estable-
ciera con su evanescente esposo: no me veas, no intentes
mirarme, porque la desgracia caerá sobre nosotros.
La hermosa joven –espoleada por sus hermanas y
también por su propia curiosidad– una noche, como estu-
viera dormido su esposo, enciende la lámpara de aceite y
ve que a su lado descansa el mismo Amor. Así lo describe
Apuleyo:
(Psique) ve la rubia cabellera de su noble cabeza im-
pregnada de ambrosía; ve su cabello en bucles graciosa-
mente enmarañados cayéndole en cascadas sobre su cue-
llo, blanco como la leche, y sobre sus mejillas de púrpura,
unos por delante, otros por detrás; y el resplandor que
despiden hace palidecer con sus vivos destellos a la misma
luz de la lámpara. En la espalda del dios volador, las plu-

9
8 Apuleyo, El Asno de Oro, Akal, Madrid, 1988.
Ficino, Marsilio, De Amore, Tecnos, Madrid, 1986

48/CLARA
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ERÓTICAS/47
«Dómine meo es término muy feo, decid Dómine ori-
no, que es término más fino.» Esto enseñaba a sus monjas
una madre abadesa preocupada por el decoro de los rezos, y
en el recato de la buena religiosa podemos ver una de las
tendencias más frecuentes del lenguaje erótico.
Porque el afán por moralizar es sin duda responsable
de estas ingenuas transformaciones donde el hablante, dis-
frazando las palabras, trata de solapar, de eludir, la supues-
ta crudeza de alguna idea: «donde la espalda pierde su
casto nombre» es un rodeo ingenioso en el cual, después de
todo, no deja de asomar el culo; más tonto aún resulta
«pompis», más timorato; y al final, todo ello redunda en un
empobrecimiento del idioma.
Decir y no decir, mostrar y no mostrar, es el juego de
toda seducción. Hay en la perífrasis un rodeo que apura el
disimulo, una torpeza de los sentimientos que no da en la
diana.
Por qué no emprender otros viajes; por qué no buscar
ese punto de choque, ese arabesco; ese encuentro imprevisto
–la metáfora– que aviva las hogueras de la carne, que ilu-
mina el deseo.

CARTAS ERÓTICAS/53
Steinberg en su novela Amatista 1, donde el argumento avan-
za desde la relación de una sexóloga –que ejerce a la vez
como cuerpo docente– con un paciente adinerado. De este
modo –llegados al último y terapéutico fornicio– dice la
doctora al restablecido garañón:
(...) ¿Nos despedimos ahora con un coito directo y vi-
goroso?
–Se lo ruego, señora. ¿Ya penetro?
–Sí, doctor. Haga una penetración no muy lenta y que
sea firme y afondo. Luego el movimiento de retroceso muy
lento y muy suave, y vuelva a entrar firme y afondo, un poco
Hablamos pues de aquellas perífrasis encubridoras, de más rápido que la primera vez. Continúe de esta manera y
yo lo acompañaré con movimientos de la pelvis y las con-
aquellos eufemismos que como una enfermedad, como una
tracciones y aflojamientos adecuados. Cuando sienta que va
erupción cutánea, acompañan de modo pertinaz al vocabula-
a culminar, déjese ir.
rio erótico.
–Si usted todavía no ha culminado, ¿debo ocuparme de
Hay, por ejemplo, la pilila infantil, que es palabra gaz-
usted, señora?
moña, pendulona, y de futuro poco prometedor; como tam-
–No, doctor, después de eyacular déjese caer de espal-
bién la vulvita «progre» –amputación curiosa del coñito
das a mi lado y me masturbaré yo misma.
femenil– o aquella otra cosita incierta, tierniza, perdediza;
por no citar el bajo vientre, ubicado en no importa qué sitio
En el texto que acabamos de leer la autora consigue, a
entre el ombligo y los pies.
través del distanciamiento, un efecto cómico. También Pierre
Claro que si alguno de estos melindres ofende nuestra Louys –escritor francés de principios de siglo– ironiza en su
pureza, siempre podemos recurrir al léxico de la medicina obra Manual de urbanidad para jovencitas sobre estas ex-
que nos abastece de palabras asépticas, envueltas entre gasas, presiones eufemísticas, donde las fórmulas de cortesía cu-
ahogadas en formol: «él introdujo su pene en la vagina de bren con su manto pudoroso todo lo que resultaría inacepta-
ella, convenientemente lubricada» describe quizá una situa- ble para la buena sociedad.
ción, pero qué lejos está de la cópula.
En este caso, el juego consiste en remplazar mediante
Tan lejos como esa fórmula banal –hacer el amor– que, frases elusivas –entre lo tópico y lo cortés– el lenguaje eróti-
además de ser un galicismo, tiene algo de factoría, y resulta co directo:
quizá tan poco atractiva como hacer la sopa.
Sin embargo, esta misma asepsia del lenguaje se ha uti-
lizado alguna vez como recurso expresivo. Así lo hace Alicia 1
Steinberg, Alicia, Amatista, Tusquets, Barcelona, 1989.

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No diga: «Mi coño.» Diga: «Mi No diga: «Es la más puta de todas las
corazón.» putas de la tierra.» Diga: «Es la mejor
No diga: «Tengo ganas de joder.» chica del mundo.»
Diga: «Estoy nerviosa.» No diga: «Se deja dar por culo por
No diga: «Acabo de correrme como todos los que la lamen.» Diga: «Es un
una loca.» Diga: «Me siento un poco poco coqueta.»
cansada.» No diga: «La he visto joder por los
No diga: «Voy a hacerme una paja.» dos agujeros.» Diga: «Es una ecléctica.»
Diga: «Ahora vuelvo.» No diga: «Se empina como un
No diga: «Cuando tenga pelos en el caballo.» Diga: «Es todo un señorito.»
culo.» Diga: «Cuando sea mayor.» No diga: «Su polla es demasiado
No diga: «Me gusta más la lengua grande para mi boca.» Diga: «Me siento
que el rabo.» Diga: «Sólo me gustan los muy niña cuando hablo con él.»
placeres delicados.» No diga: «El se corrió en mi jeta y yo
No diga: «Entre las comidas no bebo en la suya.» Diga: «Es un chico alegre.»
más que leche.» Diga: «Tengo un régimen No diga: «Tengo doce consoladores
especial.» en mi cajón.» Diga: «Jamás me aburro
No diga: «Las novelas honestas me sola.»
tocan los cojones.» Diga: «Quisiera algo No diga: «Es una tortillera furiosa.»
interesante para leer.» Diga: «No es nada coqueta.»
No diga: «Ella se corre como una No diga: «Él echa tres polvos sin
burra que mea.» Diga: «Está exaltada.» desempalmar.» Diga: «Tiene un carácter
No diga: «Cuando le enseñan una firme.»
polla se enfada.» Diga: «Es una original.» No diga: «Él folla muy bien a las
No diga: «Es una chica que está en niñas, pero no sabe dar por el culo.» Diga:
las últimas por hacerse pajas.» Diga: «Es «Es un poco simple.»
una sentimental.»

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Teniendo en cuenta, pues, que un nombre eficaz susti-
tuye con ventaja a cualquier construcción del idioma, tam-
bién se vuelve evidente que en la erótica en general el uso
Evite las comparaciones arriesgadas. del lenguaje figurado, libre de pacatería, puede convertirse
No diga: «Duro como una polla, redondo en uno de los instrumentos más valiosos para el escritor.
como un cojón, mojado como mi raja,
salado como la leche de tío, no mayor que En la pasión, en el erotismo, en la cópula, se trenza una
mi capullo», y otras expresiones que no cadena de sensaciones que a veces precisa, para evocarla, de
están admitidas por el Diccionario de la elementos retóricos elaborados y capaces de sintetizar no
Real Academia de la Lengua 2. sólo esa fiesta de los sentidos, sino también la tensión entre
el pasado y el futuro, los recuerdos que se agolpan, la frescu-
ra irrescatable de un primer amor.
Como un juego de prestidigitación, como la chistera de
un ilusionista es la escritura. Siempre que escribimos rem-
plazamos personas, objetos, anécdotas, climas, por las pala-
bras que los representan. La magia del texto nos invita a
asistir, a participar, en una historia. Así, cuando leemos nos
envuelve una realidad fingida, tan fuerte, tan deslumbradora,
que vuelve borroso lo cotidiano.
Del mismo modo que un artículo de prensa, un tratado
de jardinería o una página del BOE, la escritura artística nos
informa de algo. Sin embargo, los datos que aparecen en un
texto literario –personajes, ambientes, peripecias y tramas–
se orientan hacia un fin especial: despertar la emoción del
lector.
Conmover, remover, provocar, evocar... Este es el pro-
pósito del lenguaje literario. Un periódico, un manual, son
objetos útiles; el lector los emplea, igual que una herramien-
ta, para satisfacer necesidades prácticas.
Una novela, en cambio, abre un paréntesis en nuestra
vida, nos introduce en el espacio de la ficción. No somos, en
un caso y en otro, los mismos lectores: de un manual de
2 electrónica esperamos orden, economía y claridad; del texto
Louys, Pierre, Las tres hijas de su madre, Tusquets, Barcelona, 1990.

58/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/59


literario, la sugestión, el juego, la sorpresa.
Para ello, el lenguaje del escritor se aparta del uso cas-
to, estrecho, rutinario, y propicia el encuentro furtivo de los Ni diez años tenía Nikolai cuando su
signos; las palabras se acoplan, intercambian su aroma más aya, temerosa de los declives de la edad, lo
oculto, entremezclan su pulso y su aliento: el cuerpo es un llevó con ella a la isba.
jardín, los ojos de la amada son palomas... –Siéntate –le dijo–, comeremos
Pero el idioma se desgasta: trillado por el roce de tantos golosinas los dos. Mira lo que cocinaré
amantes, esconde sus tesoros en la obviedad de las frases para ti.
hechas. Así, junto con el entusiasmo de su pasión única y Mientras la saludable mujer amasaba
nueva, el escritor o la escritora de cartas eróticas se enfrenta con harina de trigo las finísimas hojuelas,
a la rutina de un lenguaje cansado, al tópico que acecha en Nikolai, aseado y formal, esperaba con un
cada línea. Necesita estrenar las palabras, el brillo de una tazón de leche a que el aroma surgiera del
imagen que vista su deseo. ¿Dónde encontrarlo? horno.
Como decíamos antes, hay en la tradición retórica –y Los arrullos de ternura de la mujer,
especialmente en la metáfora– un camino original para el los «palomita», los «luz de mi vida» se
acoplamiento de las ideas; en ese trueque de las palabras las iban intercalando con las caricias que el
sensaciones se enriquecen, se desbordan los significados, y niño recibía contento, acostumbrado al
perfilan así toda la complejidad de la experiencia erótica: mimo de la cariñosa sierva.
levísimas cadenas, saetas de recorrido inesperado, las metá- Sacó las hojuelas del horno la mujer
foras alumbran zonas sorprendentes, tejen afinidades, y y las ofreció al niño en una gran fuente
nombran la pasión por sus nombres no sabidos. decorada con dibujos azules, untadas con
En las páginas que siguen os proponemos dos ideas que mantequilla fresca, y cuando él comenzó a
tal vez puedan resultar útiles para quienes deseen practicar la catarlas, se remangó el aya y desnudán-
erotografía. dolo, lo acostó sobre la harina que aún
Viajamos a la primera mitad del siglo XIX y allí, en nevaba la mesa. El niño, acostumbrado a
plena Rusia, Nikolai –nuestro protagonista en ambas esceni- los sobeteos de la mujer, no se negó; ella,
tas libertinas– se entrega por dos veces a los deleites carna- ungidas las manos con mantequilla, fue
les. Veremos, en primer lugar, cómo pierde su virginidad en esparramándola con fruición sobre el
manos de una sierva, en una escena pintada desde el lenguaje rabito del niño que de inmediato se creció;
de la gastronomía. y continuó ella amasando, sobando con

60/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/61


la habilidad que desplegara antes con la Qué hermoso era aquello.
masa. Luego le dijo: –Matushka... –murmuraba el niño.
–Ya he cocinado para ti. Ahora Por los ventanucos de la isba Niko-lai
quiero mi golosina. vio cómo perseguía la oscuridad a la luz,
Y quitándose el pañuelo de algodón cómo se le escapaba el día.
que recogía su pelo, lo dejó caer, y deshizo Aquellas fueron las mejores tardes de
las largas trenzas mientras lo miraba con su infancia.
apetito. El niño, tibio y desnudo, la miraba
Pronto pasó Nikolai de los ahogos
hacer, y seguían sus manos recorriendo la
entre las tetas a lamer pezones, de los
cabellera. Sintió en su pequeño corazón
besos en las mejillas a la investigación
una oleada de ternura.
papilar, de la mesa de la cocina a la cama
–Y qué te puedo dar yo –preguntó el de la rubicunda sierva, que introdujo un
pequeño mientras tiraba de su colita–. No día con sus manos el portentoso pan en su
sé cocinar como tú, matushka. Dime qué horno, y lo desvirgó.
deseas.
Entonces la matrona, rojas las
mejillas, sudorosa, se dedicó –tomando a
Nikolai por las caderas– a chuparle el
instrumento con un apetito tal, con
delicadeza, con tal fruición, que el niño
olvidó incluso las hojuelas que le llenaban
la boca, para quedarse relajado y quieto:
la boca de la matrona, el pelo sedoso
acariciándole los hombros, los labios que
rodeaban como un anillo suave aquella
parte de su anatomía hasta entonces
insensible.

62/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/63


Años más tarde Nikolai, ya mayor, evocando aquella barca. Luego, aplastándola contra la arena, inmovilizándo-
escena de su infancia, poseerá, o más bien será poseído, por la, se removió con un impulso bestial. Ella se dejó hacer,
una campesina italiana. El lenguaje elegido ahora proviene considerando de momento perdida la batalla, pero cuando
de la náutica. Nikolai ya bramaba fuera de sí, ella lo empujó, y desengan-
chando el arpón lo obligó de nuevo a girar. Entonces, como
Ella se reía cuando le tomó las manos y lo obligó a una diosa omnipotente, impuso sus manos sobre el velludo
acostarse en la arena: arrodillada a su vera, acarició el pecho para dirigir la entrega, sin permitirle hundirse a
portentoso instrumento de Nikolai, los testículos grandes y fondo, jugando con el anzuelo de tal forma que el enorme
suaves, tan grandes que le llenaban las manos como una pez ardía de deseos de caer en las redes hasta que, levan-
bendición. Luego tomó el pan que un minuto antes estaba tando su cara hacia el sol, dio tales embestidas, embrave-
comiendo y, untándose las manos con aceite, abrazó el más- cióse tanto la mar que en dos minutos, mientras él la miraba
til, tendió hacia abajo la fina piel, y encerrando con el pan –y parecíale, así descubierta, un bruñido mascarón de
la formidable polla, comenzó a mordisquear a su alrededor. proa–, la barca hacía agua, rompían las olas contra la
Qué delicioso desayuno. Conforme se desmigajaba el escollera, desbordábase la mar y él sólo atinaba a musitar,
pan ella lamía la cabeza roja, chupaba, disfrutando del en el vórtice del torbellino: «Matushka... »
banquete, devoraba la corteza para llegar a la pulpa. Luego, Luego arrió las velas.
cuando terminó de comer y quedó con la boca llena de mi-
gas, Nikolai, riendo, le dijo: En los dos textos que acabamos de leer, se emplea una
–¿Quieres ahora beber tu leche? serie de palabras y construcciones que dicen sin decir, que
Agradecióle la muchacha, que tenía sed, y acercando nombran sin nombrar, y que juegan, en fin, con hacer viajar
la boca al vaso mamó con tal entusiasmo que en pocos mo- las ideas desde un sentido hacia otro.
mentos ordeñólo, y quedó satisfecha.
–Ahora yo –dijo ella. Partiendo de la descripción de ambas cópulas de Niko-
Revolotearon las faldas para montarlo mientras Niko- lai –nuestro protagonista–, el texto cambia las descripciones
lai le clavaba el espolón que revivió al contacto de la tópicas por otras que, a la vez que pintan una situación, seña-
humedad y el pececito ya estaba en el agua, ella, con las lan también la localización de la escena: en este caso, la
rodillas apoyadas en la arena, se quedó quieta un momento cocina de una isba y una playa italiana.
y luego, isócrona, acariciándose el pecho jadeó quedo, De este modo las situaciones se condensan, dejan espa-
acercando los oscuros pezones a la boca de Nikolai que, cio para que el lector imagine y así se amplía su significado.
navegando en un mar de placeres, amenazaba con inundar Al mismo tiempo, las ideas viajan, alteran los campos léxi-
en cualquier momento la playa. Entonces él, haciendo un cos, e intentan enriquecer las posibles sensaciones: los con-
esfuerzo supremo para contenerse, la tomó por las caderas y ceptos, las imágenes, se organizan de nuevo en un mundo
rodó con ella sobre la arena, poniendo en peligro el mástil donde la lógica de las descripciones y los sentimientos pare-
que los unía, que por un momento pareció abandonar la ce ser otra.

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El amor se describe trasladando ideas desde un mundo Este viaje de sustantivo a sustantivo es también el re-
carnal a otro náutico o gastronómico; es decir. se hacen pe- curso que lea el escritor renacentista italiano
queños viajes con el sentido (inundar la playa equivale a Pietro Arentino riéndose ahora a la íntima unión de los
correrse, anzuelo y pececito a polla...), se remplazan unas cuerpos:
palabras con otras, se crean metáforas o metonimias 3.
No en vano hablamos del viaje de las palabras, porque, – (ella) Quiso ver con qué instrumento se las componía
¿sabías que en el griego de hoy metáfora es el nombre que el villano para labrarle las tierras.
reciben, en general, los medios de locomoción? Una metáfo-
ra es eso: lo que nos lleva de un lugar a otro. – Tenía la pértiga como para limpiar de hollin cual-
quier chimenea por larga que fuese.
La Real Academia de la Lengua recoge la siguiente de-
finición, menos ligada a los medios de transporte: – Quedó, pues, maravillada la señora por la desmesu-
«Del griego, meta, más allá, y fero, llevar. Tropo que rada mercancía, que le llenó la aduana hasta el colmo.
consiste en trasladar el sentido recto de las voces en otro
figurado, en virtud de una comparación tácita.» – Introdujo el cayado en el morral, echando adelante,
Ya Aristóteles, en el siglo IV a. C, habla de la metáfora sin importarle lo estrecho del sendero.
como «trasposición (a un objeto) de un nombre que pertene-
ce a otra cosa». «El poeta es aquel que percibe lo semejante» –escribe
Aristóteles– y es esta asimilación, este parecido entre las
Así, en el texto de Las mil y una noches que transcribi- cosas, lo que permite el cambio de sus nombres.
remos más adelante, el autor toma la palabra vulva y elabora,
entre otras, las siguientes metáforas: También la comparación se basa en la semejanza, pero
ie ntes on el filósofo, la metáfora –al prescindir de la partícu-
la como– supera a la comparación en elegancia.
– El sésamo descortezado
La comparación de Las mil y una noches diría:
– La albahaca de los puentes
– La posada de Aby Mansur. – La vulva es olorosa como el sésamo descortezado.

Al suprimir ese rodeo, la imagen llega, igual que un re-


3
Sobre los difusos límites entre metáfora, metonimia y sinécdoque se desarrolla, galo imprevisto, hasta los ojos del lector.
todavía hoy, una importante controversia. A los interesados en este tema os
recomendamos:
Pero el viaje que es la metáfora puede detenerse, a lo
largo de la frase, en distintas estaciones. De este modo, po-
–Grupo μ, Retórica General, Paidós, Barcelona, 1987.
demos encontrar a la metáfora:
–Le Gren, Jacques, La metáfora y la metonimia, Cátedra, Madrid, 1985.
–Ricoeur, Paul, La metáfora viva, Cristiandad, Madrid, 1980.

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– en un sustantivo: Para terminar con estos ejemplos, leeremos ahora el ri-
«Son tus pechos dos crías mellizas de gacela paciendo sueño texto de Las mil y una noches que os habíamos prome-
entre azucenas» tido; en él tres doncellas se encuentran con un recadero –
Cantar de los cantares desnudos todos–, y mediando un juego de adivinanzas (tan
similar al de la metáfora) van nombrando, enriqueciendo, ese
– en un adjetivo: campo de la sensualidad en el que se definen las partes de
sus cuerpos:
«La fuente del jardín, es pozo de agua viva que baja
desde el Líbano» Entonces la doncella aceptó la copa de las manos del
Cantar de los cantares mandadero, y tras vaciar su contenido, fue a sentarse junto a
sus hermanas. Y todos comenzaron a danzar y a jugar con
– en un participio: exquisitas flores. Y mientras, el mandadero las iba besando
«Sus brazos, torneados en oro» y abrazando. Y una le dirigía chanzas, otra lo atraía hacia sí
Cantar de los cantares y la tercera le golpeaba la cara con flores. Continuaron
bebiendo hasta que el vino se les subió a la cabeza. Cuando
– en un adverbio: éste los dominó a todos, la hermana que había abierto la
«Oh, llama de amor viva que tiernamente hieres...» puerta se puso en pie y, quitándose la ropa, se echó al es-
San Juan de la Cruz tanque donde comenzó a jugar con el agua, y llenándose la
boca, roció al mandadero. Esto no impedía que el agua
– en un verbo (o verboide): corriese por todos sus miembros y por entre sus juveniles
muslos. Al fin, salió del estanque, se echó sobre el pecho del
«Tu boca es un río generoso que fluye acariciando» mandadero y, volviéndose boca arriba, dijo señalando el
«Tus cabellos de púrpura,con sus trenzas, cautivan a lugar entre sus muslos:
un rey» –Querido mandadero, ¿sabes cómo se llama esto?
Cantar de los cantares A lo que respondió el mozo:
–Por lo general, la casa de la misericordia.
– en aposición:
Pero ella le increpó:
«Tu vientre, montón de trigo, rodeado de azucenas» –¡Yu, yu! ¿No te avergüenzas de tu ignorancia?
Cantar de los cantares Con lo que lo agarró del pescuezo y comenzó a gol-
pearlo. El mandadero gritó:
– o en forma predicativa: –¡Basta, basta! Se llama vulva.
«Eres jardín cerrado, esposa y novia mía» Pero ella insistía:
Cantar de los cantares –Tampoco es así.
El mandadero aventuró:

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–Tu pedazo de atrás. Cuando la tercera hermana invitó al mandadero a que
Y ella continuaba: dijese el nombre de la cosa, éste respondió dando distintos
–Tampoco es así. nombres. Enumerándolos con los dedos decía:
– Tu zángano –dijo el mandadero. –El estornino mudo, el conejo sin orejas, el pollo sin
Pero al oírlo, ella le golpeó con tanta fuerza que k ara- voz, el padre de la blancura, la fuente de todas las gracias.
ñó la piel. Y entonces él pidió: Al fin, en vista de sus protestas, acabó preguntando:
–Dime cómo se llama. –¿Sabes tú su nombre?
–La albahaca de los puentes –le explicó ella. Y ella respondió:
Entonces gritó el mandadero: –La posada de Aby Mansur.
–¡Al fin! ¡Loado sea Alá y que El te guarde, oh, mi al- Entonces, el mandadero se desnudó para meterse en el
bahaca de los puentes! estanque. ¡Y su espalda sobresalía, majestuosa, en la super-
(...) Entonces, se desnudó la segunda hermana (...) y, ficie! Se lavó todo el cuerpo, igual que se habían lavado las
señalando con el dedo sus muslos y lo que tenía entre ellos, doncellas. Luego salió del baño y fue a echarse en el regazo
preguntó: de la más joven. Apoyando los pies en el de la otra hermana,
–¿Qué nombre tiene esto, luz de mis ojos? señaló su virilidad mientras preguntaba a la mayor:
Y él dijo: –¿Sabes, oh soberana mía, cuál es su nombre?
–Tu agujero. Al oírle, las tres rompieron a reír tan a gusto, que ca-
Y ella protestó: yeron sobre sus posaderas al tiempo que exclamaban jubilo-
–¡Qué palabras tan abominables dice este hombre! sas:
(...) –¡Tu zib!
–Será albahaca de los puentes. Y él respondió:
Pero ella replicaba: –No, no es eso.
–¡No es eso, no es eso! –Tu herramienta.
–¿Pues cómo se llama? Y él negó.
Y ella contestó: –Tampoco es eso.
–El sésamo descortezado. Y a cada una le dio un pellizco en el seno. Ellas, sor-
A lo que él comentó: prendidas, replicaron:
–¡Sea para ti el más descortezado de los sésamos, la –Sí, es tu herramienta porque arde, y tu zib porque está
mejor de las bendiciones! vivo y se mueve.
Luego se levantó la tercera de las hermanas, (...) y fue El mandadero negaba con la cabeza y las besaba, las
a tenderse entre las piernas del mandadero, a quien pregun- mordía, las pellizcaba y las abrazaba y ellas reían muy di-
tó señalando sus partes delicadas: vertidas. Al cabo le dijeron:
–Adivina su nombre. –¿Pues cómo se llama?
(...) Entonces él meditó un instante, se miró los muslos para

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contemplar el zib, y guiñando los ojos dijo:
–¡Señoras mías, vais a oír lo que ese niño acaba de
comunicarme: «Me llaman el macho poderoso y sin castrar,
que come la albahaca de los puentes, se deleita saboreando
el sésamo descortezado y se alberga en la posada de Aby
Mansur»!
En los ejercicios de este capítulo pondremos en práctica
el uso del lenguaje figurado.
Te recordamos que se trata de un recurso especialmente
importante en el género que nos ocupa, ya que la repetición
de palabras como polla, chichi, u otras adyacentes (es decir,
que suelan yacer a tu lado) puede convertir la carta en una
lección de anatomía, o en un desahogo meramente soez.
Tu amante, sin duda, espera de labios tan ardorosos no
sólo experiencia, sino también imaginación. Con el fin de
ejercitarla, te proponemos el siguiente trabajo:

Ejercicio n.° 1
a) Elige una parte de tu cuerpo o del cuerpo de tu
amante –la que más te guste– y elabora metáforas sobre ella.
(Sírvete, como estímulo, de las imágenes de Aretino y de las
Hemos visto, a lo largo de este capítulo, distintos pro- del texto de Las mil y una noches. Una lectura de El cantar
cedimientos para elaborar metáforas. En el texto que acaba- de los cantares, en la Biblia, puede aportarte también mu-
mos de leer, tanto la vulva de las tres hermanas como el zib chas sugerencias útiles.)
del mandadero se benefician de ese recurso particular que es
b) Teniendo en mente a ese alter ego cuya invención te
el lenguaje figurado, y que enriquece sus nombres con aro-
proponíamos en el primer capítulo, elabora metáforas sobre
mas, descripciones y todo tipo de juegos.
las siguientes partes de su cuerpo:
Las páginas que siguen te invitan a entrar en un juego
† Manos
análogo al del recadero y las tres doncellas.
† Ombligo
† Tobillos
† Nalgas

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† Ojos
† Otra parte que tú elijas

Ejercicio nº 2
1. Hemos seleccionado, para este segundo ejercicio,
dos postales que encontrarás al final de esta sección, y que
recogen escenas de finales del siglo XIX o principios del
XX, en las que dúos y tercetos se entregan a aquellas activi-
dades libidinosas que el pudor nos impide mencionar, no
sólo por lo casto de tus oídos, sino porque ojos que ven,
corazón que siente.
Ahora vamos a proponerte que describas una de estas
escenas, remplazando el léxico amoroso por el vocabulario
correspondiente a alguno de estos apartados:
† Náutico
† Hortícola
† Deportivo
† Religioso
† Mecánico
† Culinario (con perdón)
† Taurino
Para este ejercicio, puedes buscar inspiración en las
aventuras de Nikolai, que te ofrecíamos en páginas anterio-
res.
2. Una vez pintada la escena con el vocabulario elegi-
do, lleva a los personajes hasta la cópula dentro del mismo
léxico. Utiliza para este ejercicio los folios que vienen a
continuación.

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3. Con todas estas claves que vienes manejando (metá- varios, pócimas, tules, amores diversos, sensualidad.
foras del cuerpo, del placer, de la cópula) escribe una carta a Os damos ahora el comienzo de la historia:
tu amante, donde le anticipes los gozos de vuestra próxima
cita. Hubo una doncella –Alá es grande, Alá es magnífico–
a quien su virginidad pesaba más que todas las arenas del
Ejercicio nº 3 desierto.

Como homenaje al texto de Las mil y una noches que Se envía este inicio de historia a cualquiera de los cóm-
acabáis de leer, os proponemos un ejercicio que puede reali- plices, quien imitando el estilo de Las mil y una noches debe
zarse por parejas o entre un grupo de amigos, ya sea por continuar la narración, para dejarla suspendida en el momen-
carta, ya en una amena y estimulante reunión. También pue- to culminante.
de llevarse a cabo durante una clase aburrida, una junta de El relato, así, irá girando entre todos los componentes
dirección, un claustro de profesores o un oficio religioso; en del grupo hasta encontrar su final. (Resulta esencial para la
tales casos, hay que evitar las sonrisas y simular que se to- cohesión de la historia que cada participante imite el estilo
man notas. general del texto.) 5
Volvamos pues a nuestro ejercicio.
Bien es sabido que Sherezade fue la mayor cuentista de Ejercicio nº 4
la historia y la maga de la intriga, ya que de sus narraciones Otra de las figuras que puede dar juego en la escritura
–interrumpidas una noche tras otra en el momento de mayor de cartas amorosas es la hipérbole. El diccionario de retórica
intensidad– dependía su propia vida y la de otras mujeres. de Marchese y Forradellas 6 define la hipérbole como un
Sherezade, en fin, es el paradigma de la fabuladora, que procedimiento que consiste en «emplear palabras exageradas
transforma la realidad a través de la ficción: como ya sabréis, para expresar una idea que está más allá de la verosimilitud».
sus historias socavan poco a poco la crueldad del sultán, que
termina enamorándose de ella 4. ¿Qué amante no ensalzaría su potencia orgásmica apu-
rando lo creíble? En este ejercicio te proponemos que escri-
Estas son las reglas del juego: bas una carta a tu pareja haciendo halago supino de sus vir-
– Personajes: un sultán, un efrit o demonio, una bellí- tudes, tamaños, técnicas, acrobacias, y otras cualidades difí-
sima doncella, un bufón, un guapísimo etíope con un zib ciles de imaginar.
descomunal y un camello.
5
– A discreción: el harén, soldados, mercaderes, genios Este ejercicio se realizó en los cursos de Literatura Erótica del Círculo de Bellas
Artes, y se publicó en el volumen de relatos Encuent(r)os Breves donde apare-
ce una solución de la historia debida a Ana de Miguel. Círculo de Bellas Artes,
4 Madrid, 1992.
Te recomendamos esa aventura que es leer el texto de Las mil y una noches;
6
pero no olvides que, según la tradición árabe, debes saltar al menos una página, Márchese, A. y Forradellas, J. Diccionario de retórica, crítica y terminolo-
pues la lectura completa de la obra acarrearía la muerte inmediata del lector. gía literaria, Ariel, Barcelona. 1989

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(Conviene no pasarse, claro, porque entonces la ironía
latente puede provocar un efecto distinto del que se busca.) 7
Como ejemplo de desmesura, te ofrecemos ahora una
cadena de fornicaciones narrada por Apollinaire en Las once
mil vergas. Esta novelita erótica –que recorre todos los tópi-
cos del género con la intención de parodiarlos– cuenta la
llegada del príncipe rumano Vibescu a París, la «ciudad-luz»
donde las mujeres, bellas todas, son también de muslo fácil.
Allí, junto a sus amigas Alexine Mangetout y Culculine, se
dedica a consumar cuanta tropelía amatoria esté a su alcance.
Un día Culculine le da una cita, y el príncipe se prepara
de este modo:
Tan pronto leyó la carta el príncipe miró la hora. Eran
las once de la mañana. Llamó para hacer subir al masajista
que le masajeó y le enculó limpiamente. Esta sesión le vivifi-
có. Tomó un baño y se sentía fresco y dispuesto al llamar al
peluquero que le peinó y le enculó artísticamente. El pedicu-
ro-manicura subió de inmediato. Le hizo las uñas y le enculó
vigorosamente. El príncipe, entonces, se sintió completa-
mente a gusto.
Vivescu, al final de la novela, morirá tan hiperbólica-
mente como ha vivido, recordando la promesa que le hiciera
a Culculine: «Si no hago el amor veinte veces seguidas, que
las once mil vírgenes, o las once mil vergas 8, me castiguen.»
Así se despide el príncipe, ahito de placer masoquista, bajo
los vergazos de los japoneses.

7
Si tu amante no estuviera demasiado dotado, alábale los ojos; si ella es tímida
como una liebre, su vida interior; si él es algo bestia, sus abrazos de gigante; si
ella se ha tirado a todos tus amigos, su don de gentes.
8
Apollinaire, Guillaume, Las once mil vergas, Icaria, Barcelona, 1986.

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Vocabulario para enamorar
Dice Borges que Kipling maneja todo el diccionario sin
que se note, y esta observación podemos situarla entre dos
tendencias frecuentes en la literatura: por un lado, la escasez
de vocabulario –que gana terreno en nuestra época–, y por
otro, la búsqueda intencionada de palabras difíciles.
Y si bien es cierto que un léxico rebuscado convierte a
la escritura en un ejercicio de vacuidad, también el empleo
de un lenguaje pobre y sin relieve genera textos planos, de
escaso atractivo.
La riqueza en el vocabulario es un elemento esencial
para todo escritor, y en especial para el de textos eróticos,
que se enfrenta muchas veces con un lenguaje manoseado,
donde los tópicos ponen en peligro la vivacidad de su narra-
ción.
Frente a este riesgo, hay un recurso común entre los
buenos autores que consiste en trabajar con el diccionario
sobre la mesa: tal costumbre puede convertirse en una aven-
tura apasionante, si el diccionario es etimológico y nos per-
mite indagar en el pasado de las palabras.
Este es el caso del diccionario de Corominas, donde el

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origen de los términos relacionados con el erotismo nos Palabras útiles para la correspondencia amorosa
proporciona algunas de las siguientes historias:
1. Cuyo sonido provoca lujuria:
– Testículo: palabra derivada del latín, quiere decir tes- mórbido lustroso
tigo de la virilidad. ansias sonrosado
– Glande: del latín glans-glandis, bellota. ablución modorra
lánguido blando
– Piropo: del griego pür, fuego, y ops, aspecto: varie-
ubre fruición
dad del granate de color rojo de fuego, muy apreciada corno
carne turgente
piedra fina.
lascivo balbucir
– Ramera: el origen de este nombre explica que la «ra- voluptuoso mullido
mera», al principio, era una prostituta disimulada, que fin- libidinoso sosegada
giendo tener taberna colocaba un ramo a su puerta, para que lúbrico almohadón
sirviese de reclamo. lóbulo labio
arrobo rubor
Un buen diccionario de ideas afines, como el de Julio murmullo ronroneo
Casares, nos proporciona –cuando trabajamos sobre algún mimoso suntuoso
concepto– una lista nutrida de palabras que nos ayudan a susurro musitar
perfilarlo, y lo enriquecen también con otras sugerencias tumulto libertino
útiles. penumbra
En un campo más específico, el del erotismo, Camilo 2. Verbos que pueden ser utilizados como sinónimos del
José Cela ha realizado un espléndido trabajo filológico ras- fornicio y de sus adyacencias:
treando el origen, la historia y el uso en diversos autores de
sumirse hurgar
un amplio vocabulario erótico.
vibrar gozar
También del análisis de buenos escritores puede el ero- empujar jadear
tógrafo tomar recursos. Ya Quintiliano recomendaba utilizar someter agitar
listas de palabras, y así hemos seleccionado –en Elogio de la entreverar demorar
madrastra, de Mario Vargas Llosa– 9, una serie de términos soldar sacudir
que por su sonido, su doble significado o su precisión, pue- embestir animar
den convertirse en instrumentos valiosos a la hora de elabo- tocar (tocamientos) excitar
rar un texto. ansiar vaciarse en
poseer incrustar
9
Vargas Llosa, Mario, Elogio de la madrastra, Tusquets, Barcelona, 1988. verter hundir

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clavar volcarse encaramarse (sobre) explorar
culminar estremecer afanarse acomodar
pujar ensanchar juguetear girar
copular demorar adherirse
sacudir fierecilla
3. Caricias, desnudeces, tocamientos, y detalles del cuerpo vibrar arrasar
a los que normalmente se presta poca atención: retozar algarabía
palmear geografía (del cuerpo, ímpetu escarceo
rozar del deseo) arrebato
descalzar mordisquear
expuesta arropar Vocabularios específicos
poro deslizándose a) Para nombrar los ardores
tender confín
separar (los labios, rubor arder febril
las piernas) pliege/repliege inflamar llamear
lavar explorar caldear arropar
acomodar perfumar hervir crepitar
ablandar insinuar sudar encender
enternecer delinear volcán lava
semiadormecida orografía (del cuerpo) calentar tibio
prepucio ranura b) Ligadas con la vehemencia de la conquista o la cacería
soldar (los labios) semimodorra
manar (el esperma, los adherir refugio batalla
humores) desenredarse dominar escarbar
hilillo (de saliva, de enclave (del sexo) brío luchar
semen) ombligo conquistar lanza
desnudamiento espolón sabueso
escudo (virginal) cacería
4. Palabras que pueden indicar movimientos eróticos resistir invadir
(más o menos vehementes) embestir combate
danza espasmo fauces huella
vehemencia acrobacia asalto (amoroso) blandir
trenzarse deslizarse arisco ladrar
rozar revoloteo trinar aullar

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c) Para romances pastoriles Del Diccionario del erotismo, de C. J. Cela 10, recoge-
fronda sumergir mos las siguientes palabras, útiles para la definición de situa-
cascada túnel ciones amorosas:
chapoteo sátiro – cunnilinguo: del latín cunnum, coño, y lingua-re, la-
ninfa pagano mer; o sea, lamer el coño.
maduro torrente – coitolalia: del latín coitus, y del griego lalia, charla,
brisas (seminales) manar locuacidad; dícese de aquella molesta o agradable tendencia
sombrar revoloteo a hablar durante el coito.
libélula hundirse
risueño acuoso – cinepimastia: del griego kinein, mover; epi, sobre;
pedillo espuma y mastia, seno; costumbre o deporte que consiste en envolver
remolino arriate el pene entre los pechos de la mujer, que se sirve de ellos
capullo (en ambos sentidos) para masajearlo.
– andropausia: del griego andros, hombre, y del latín
d) Relacionadas con cabalgamientos pausis, cesación; análoga a la menopausia femenina.
brioso palpar – fodidencul: del latín futus in culum, sodomizado
grupa (redonda y solar) desbocado
montar cubrir
sobar cabalgar Por último, en El jardín perfumado, obra clásica de la
potro (¿potra?) arisco erotología árabe, tomamos estas listas de palabras para de-
galope piafar signar:
relinchar
a) las partes femeninas
e) Gastronómicas el pasillo libidinoso primitiva
endulzar lamer estornino grieta
libar esencias (secretas) cresta chata
mordisquear comer erizo taciturna
devorar néctar exprimidera inoportuna
jugos sorber regadera ansiosa
miel dulce dilatable giganta
gustar carnes glotona pozo sin fondo
amasar golosa
almíbar embriaguez
10
condimento aderezo (sexual) Cela, Camilo José, Diccionario del erotismo, Grijalbo, Barcelona, 1988

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cedazo removedora
duelista siempre a punto
evasiva resignada
húmeda obstruida
abismo mordedora
mamona calentadora
deliciosa
b) las partes masculinas
fuelle del herrero paloma
cascabel indomable
liberador reptil
excitador burlador
dormilón abrecaminos
extintor alborotador
aldaba nadador
intruso fugitivo
tuerto calvo
monóculo tropezador
peludo cogotudo
desvergonzado tímido
llorón removedor
escupidor chapoteador
rompedor frotador
buscador el fofo
explorador descubridor

90/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA


Charlas, cursillos, jornadas, fascículos colecciona-
bles, programas de televisión: el sexo sale a la luz, deja el
secreto de los dormitorios, la penumbra cómplice del cine,
la clandestinidad de los hoteles, y reclama un espacio homo-
logado, normalizado, un hueco en la sobremesa familiar y
una asignatura –¿por qué no?– en los programas de estudio.
En todas partes, a todas horas, se habla y se escribe en
torno a la sexualidad, que es un eufemismo deslizante, leve,
una palabra de buen tono para nombrar la jodienda, de
modo que el sexo, ahora, forma parte de una vida equilibra-
da, lo mismo que la dieta o la gimnasia rítmica.
Porque hemos llegado a un sexo saludable, atlético y
locuaz, simple como tomarse una aspirina, tonificante como
una ducha helada. Hablemos de sexo, sí, pero hablemos
como es debido: con datos y estadísticas, con técnicas preci-
sas y sondeos de opinión; hablemos, sobre todo, en esa jerga
sanitaria donde conviven, sin trampa y sin rubor, la fellatio
y el climax, la flora vaginal y el decúbito prono.
La televisión, pues, nos da permiso para practicar el
sexo –quién sabe si para follar–, pero es que así se quitan
las ganas. Al fornicio se le ponía intención por aquello de

CARTAS ERÓTICAS/93
que era pecado. En los placeres del libertino, en las licen-
cias de la cortesana, despuntaba un gusto por la perdición
que ahora –perdidos para tantas cosas– no sabríamos dis-
frutar de nuevo. El sexo tolerado, desnatado, bajo en calorí-
as, nos entrega a un placer rutinario, tan apasionante como
una excursión de boy-scouts.
Al temor y el temblor de los infiernos lo ha sustituido
una pedagogía de bata blanca; al murmullo del confesona-
rio, el sonido dual de nuestros receptores: sin brío, sin pa-
sión, sin argumento, el sexo se resuelve, se disuelve, en un
manual de primeros auxilios.
Desde que ya no hablamos de actos impuros –¡ay!– el
parchís, el cinquillo, el hijoputa, son los pecados que nos Estudiar la pasión con la cabeza, fría, pronunciar cun-
van quedando. nilingus con una impavidez sabihonda y vacua, son formas
encubiertas de restarle atractivo al placer, temperatura al
goce, y alegría a esta carne pecadora, tan falta de alegrías,
calenturas y goces.
El sexo por apuntes, el sexo como indicio de calidad de
vida –ese aire respetable que va tomando la lujuria– nos hace
añorar los retozos urgentes, los placeres furtivos, la media
luz que el gozo ya no tiene, el secreto que le han arrancado.
Pero también en ese espacio de lo íntimo, como un jar-
dín abierto para pocos, se sitúa la carta. Y si ya hemos
hablado del trecho que separa a los amantes, de la soledad
que asalta en el momento de escribir, hay algunas ventajas
en la ausencia que no conviene pasar por alto.
Porque acaso el silencio –las cosas que escondemos y
callamos– tenga que ver con una excesiva cercanía, y sólo en
la presencia atenuada que favorece la carta podemos dar
rienda suelta a nuestros deseos y nombre a las pasiones más
ocultas.
A plena luz, los negativos de la imaginación se velan y
por eso la carta hace las veces de un cuarto oscuro: en él

94/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/95


cabe decir, en voz muy queda, las cosas nunca dichas, airear do al listo, al bacilón, al gamba, al pijo engominado de la
los rincones donde durmió el pecado. visa platino, al buscavidas y al llorón; por eso nos absuelve
De este modo, el género epistolar nos pone en contacto de perfil, muy a lo suyo, y sin más padrenuestro que una
con un recurso frecuente en la literatura –la confesión– que propina.
es, al mismo tiempo, una práctica antigua y venerable, de También la puta –¡pobre!– es diestra en escuchar, en
probados efectos en la higiene del alma. escucharnos, pero en materia de confesiones hablaremos más
Hablaremos aquí del afán de la escucha, del goce y la bien de la chica de alterne, que a veces putea y a veces no;
zozobra del oído; y de ese gusto por decirlo todo que mali- según. Porque el alterne es una escuela de comprensión, que
ciamos en la penitencia, más fuerte que el pudor, más atrac- alegra la confidencia con el disfrute párvulo del toqueteo.
tivo que ningún secreto. El cliente llega al top-less en busca de la teta buena y
eso, claro, no va a encontrarlo allí ni en ningún otro sitio;
pero al despecho del varón la camarera le opone el suyo –
La confesión, que empezó como un rito, se ha converti- más rotundo casi siempre–, y por eso comprende mejor que
do en una lacra social y todos somos, según gire la torna, la nadie, y no da que sentir:
oreja dócil en que vierte el prójimo, o los lampistas del so-
siego ajeno. –¿A ti te gusta Roberto Carlos?
El pub, la barra americana, el asiento de un taxi, la con- –Tengo todos sus discos.
sulta del psicoanalista, son los nuevos rincones del desahogo Hay, en cambio, una oreja que tira a desleal, la del
más caros que el reclinatorio, es cierto, pero también menos taxista, porque si al principio te busca la boca, tres calles
solemnes, más informales, y sin que anden por medio cielos después, y al menor descuido, mete la cuña de su cuñado y te
e infiernos, que los ánimos, ya, no nos dan para tanto. enfila el bodorrio de la hija, su mili en Ronda, o el gilipollas
El barman, por ejemplo, nos confiesa mientras retira un de las seis maletas, todas vacías.
vaso, cambia los filtros de la cafetera, o pasa un trapo soño- El taxista discreto y al trantrán es una pieza rara; parece
liento por los cromados de la barra. Nuestra vida, al barman, que el volante dispara la elocuencia, y está el taxista que
no le importa ni mucho ni poco, pero basta con no atosigarlo repasa la actualidad o el que te echa una copla por Antonio
para que el hombre se quede allí, haciéndole bulto a nuestros Molina.
secretos, y uno tampoco necesita más. Ninguna oreja, sin embargo, como ese tímpano de oro
Y si la noche anda floja, o nuestra charla es pasadera, a que gasta el psicoanalista: lo mismo que el barman, te escu-
lo mejor nos pone tres dedos de Beefeater que hay que agra- cha sin un pestañeo; al igual que la puta, te ofrece su consue-
decerle –dónde vas, vale, vale– con aspavientos de sobriedad lo mercenario, y te lleva después por donde él quiere, como
herida. el taxista, sólo que encima le das las gracias.
El barman tiene una oreja todoterreno, que ha soporta- El psicoanalista se coloca detrás tuyo, por lo común en

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una chaise longue, y se entrega a la «escucha flotante», que siempre esta tutela de lo íntimo que lleva aparejada la confe-
es como llaman los freudianos a la siesta del cura. A fuerza sión, y ha puesto un cuidado especial en la promiscuidad
de no verle, uno se acostumbra a hablar con el techo y es entre hombres y mujeres que favorece el secreto. Así, toda
como si tu vida fuera a aparecer allí, sobre los grumos del precaución es poca para San Alfonso María de Ligorio, que
gotelé, como una estampita de Santa Gema. en su obra «Práctica del confesor» advierte a los sacerdotes
La consulta, el taxi, la misma barra –americana o no– contra los peligros de este sacramento:
son espacios anónimos, fugaces, y por eso permiten el balan-
ce de nuestra desventura y el recuento moroso de nuestros
pecados. Pero hay también sablistas de la oreja, que envene-
nan la calma de los parques, el rumor confortable de los
cafés, o la modorra del ambulatorio.
Ya no queda refugio seguro, el hombre es una oreja pa-
ra el hombre, y hemos llegado a un darwinismo de la confi-
dencia que no promete nada bueno. Domar la oreja, volverla
esquiva como el cervatillo, darle musculatura de confesor, o
sufrir con paciencia la monserga del prójimo –Dios te bendi-
ga, vete consolado–, que es obra de misericordia.

Pero no toda confesión es despareja: hay la vecina que,


con los brazos en jarra, te canta las cuarenta y tú le contestas
–claro que sí– y luego las dos tan ricamente; hay la charla de
las amigas, que es gratuita y confortante, porque hoy por mí,
mañana por ti, que para eso estamos; una confesión que los
hombres no practican, porque son demasiado tímidos, o
porque siempre hay algo más.

Parece, sin embargo, que la sociedad contemporánea no El confesor debe ser sumamente cauto en recibir las
ha sabido encontrar –¿todavía?– un buen sucedáneo de la confesiones de las mujeres. Y en primer lugar ha de notarse
penitencia: ¿qué ceremonia remplazaría del todo a la escucha que en el Decreto de la S. C. de Obispos se lee: «Los confe-
del confesor?, ¿qué alivio podría equipararse al perdón que sores no deben oír sin necesidad las confesiones de lasmuje-
nos otorga un funcionario del cielo? Consciente de sus ries- res después del crepúsculo de la tarde y antes de la aurora.»
gos, celosa de sus desvíos, la propia Iglesia ha vigilado

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Hablando de la prudencia del confesor, sea éste regu- La confesión, pues, toma la forma de un sacramento
larmente más rígido que benigno para con las jóvenes, no público entre los primeros cristianos, si bien la virulencia de
permita que se pongan delante para hablarle y mucho menos algunos pecados, o el talento para describirlos que exhibie-
para besarle la mano. ron ciertos penitentes, hizo desaconsejable esta práctica. Así,
Absténgase también de recibir regalos y, sobre todo la confesión pública de una mujer llegada a Constantinopla
nunca vaya a sus casas, menos cuando se hallen gravemente en el siglo IV, que escandalizó a los pastores de la Iglesia y
enfermas y entonces únicamente cuando le llamen. En este provocó la abolición del rito.
caso vayase con toda cautela en oír sus confesiones dejando Habrá que esperar hasta el siglo VIII para que la confe-
siempre la puerta abierta y sentándose en paraje donde sión se implante en Occidente. Con los mismos caracteres
pueda ser siempre visto por los de la casa, sin fijar nunca que reviste hoy en día –es decir, como un diálogo secreto
los ojos en la penitente. Y en especial si son personas espiri- entre penitente y confesor–, este procedimiento tuvo su ori-
tuales. (...) Porque las tales personas (...) en breve llegan a gen en la vida monástica, donde los abades comenzaron a
tal punto que no obran entre sí como angeles, sino como pedir a sus monjes que los visitaran dos veces por año para
vestidas de carne: se miran mutuamente, y se hieren sus declarar sus faltas.
almas con suaves coloquios, que parecen proceder todavía Cinco siglos más tarde, el IV Concilio de Letrán pres-
de la primera devoción: de donde proviene que el uno desee cribirá para todos los fieles con uso de razón el deber de
la presencia del otro. Y, ¡oh, cuántos sacerdotes hay que confesarse al menos una vez al año.
antes eran inocentes, y que por estas adhesiones que empe-
zaron por el espíritu perdieron a un tiempo a Dios y al espí- Pero tal como ocurre en toda institución humana, el
ritu! perdón de los pecados ofrece varios flancos débiles y se
presta, sobre todo, al abuso: baste recordar el caso de Luis
XI, que corría a confesarse nada más cometer un crimen y –
Se adivina, sin duda, una larga experiencia tras los avi- de nuevo, según Voltaire– se confesaba muy a menudo.
sos del santo, y una solera en los percances, los malentendi- No obstante, todos los especialistas coinciden en seña-
dos y las distracciones, que sólo dan los siglos. lar al siglo XIX como la edad de oro de la penitencia. A lo
De hecho, sabemos por la historia que antes de ser in- largo de esta centuria se generaliza el uso del confesionario,
corporada al Cristianismo la confesión aparece como un y el sacerdote pasa a convertirse en un guardián escrupuloso
procedimiento habitual en numerosas religiones mistéricas. de la moral familiar. Del relieve social que adquiere la con-
Este es el caso de los cultos de Isis, Orfeo y Ceres, donde el fesión en esta época nos da testimonio el caso del cura de
iniciado debía declarar sus culpas ante el sacerdote y los Ars: hasta su parroquia acudían miles de peregrinos de toda
demás cofrades; en la opinión impía de Voltaire: «Ya que los Francia, que lo mantuvieron dieciséis horas diarias en el
misterios eran expiaciones, era muy necesario confesar que confesionario, durante cerca de treinta años.
se habían cometido crímenes dignos de expiación.» Dentro ya de la tradición literaria, la primera confesión

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se debe a la pluma de Agustín de Hipona, profesor de Retó- confesiones de Rousseau nos colocan ante un ejercicio de
rica, varón de costumbres libertinas, gran escritor, filósofo y autoconocimiento: la vida pasional, los flujos y los reflujos
santo: todas las características del género aparecen ya en las del deseo, pasan a ser entonces la materia misma de la escri-
Confesiones de San Agustín, donde convergen el sentimiento tura. Al decoro que preconizaba la estética de su tiempo,
religioso de la escritura hebrea y la estilística grecolatina 1. Rousseau le opone esa verdad del corazón que habrá de
A través del relato de su vida, Agustín deja constancia convertirse, pocos años después, en motivo central del idea-
en esta obra de su propio camino espiritual: sus búsquedas, rio romántico.
sus errores, sus extravíos, se convierten allí en una peregri- Se ve con ello que la confesión, como género literario,
nación del alma, que aspira a la presencia de su Creador: es algo propio de la cultura de Occidente y cobra un auge
«Escribo –dice– para que tú me veas y me recojas.» especial durante las épocas de crisis. En esto se aproxima a
Este mismo afán por hacerse visible, este empeño en re- otro género muy señalado –la novela– con la que comparte
tratar la intimidad, será el que inspire a mediados del siglo además dos rasgos de importancia.
XVIII las Confesiones del filósofo ginebrino Jean-Jacques De entrada, lo mismo la novela que la confesión tienen
Rousseau. como protagonistas a personajes individualizados. No se
Publicadas de manera postuma, estas confesiones adop- trata ya, como en los cantos ceremoniales o la epopeya, de la
tan la estructura de una autobiografía íntima donde el autor emoción colectiva del pueblo, de las hazañas de sus héroes,
de Emilio no escamotea episodios como el exhibicionismo sino que es ahora una voz personal –un «yo»– quien toma la
sexual de su infancia, amores ilícitos o intrigas palaciegas. palabra y nos refiere su historia.
Aunque puestos a exhibir, difícil es igualar en abun- Y también, al igual que la novela, la confesión tiene en
dancia a ciertos libros de confesiones eróticas como Mi vida mira a un individuo libre –más allá del destino, la tradición,
secreta, escrito en varios tomos en la Inglaterra victoriana, las leyes– que goza sus aciertos, padece sus errores, y cuya
enumeración abrumadora de acoplamientos tan sólo equipa- suerte, no prefijada de antemano, depende por entero del
rable a la del seductor Casanova, o a aquellas memorias – temple de sus obras.
también anónimas– de un ruso que propone su vehemencia Sin embargo, mientras el autor de una novela puede
masturbatoria como objeto de estudio de prolijos psiquiatras. manipular el tiempo a su antojo y mezclar lo pasado y lo
Pero volviendo al hilo de nuestra exposición, si Agustín futuro, lo posible y lo real, la confesión sucede como una
buscaba en la confidencia una vía hacia lo trascendente, las palabra presente, que corre pareja al tiempo de la lectura:
«La confesión –ha escrito María Zambrano– 2 2 es palabra a
viva voz, es una larga conversación y desplaza el mismo
1
No existen precedentes, entre los autores griegos y romanos, de un género como tiempo que el tiempo real.»
la confesión. Más allá de su origen religioso, esta ausencia parece apuntar a la
sobriedad del mundo clásico, que consideraba de mal gusto la exhibición de lo
íntimo: «El varón noble –escribe Aristóteles– no habla en bien ni en mal mu-
2
cho de sí mismo.» Zambrano, María, La confesión, Mondadori, Madrid, 1988

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Se confiesa, pues, un individuo, una voz que nos habla go, el celo en detallar los pecados, la minucia de las descrip-
en nombre propio, un yo pecador, y en esta conciencia que ciones, el recreo en el cuándo, el cómo, el hasta dónde, des-
se descarga en lo escrito aflora siempre un doble movimiento plazan el diálogo por un filo dudoso, que no permite distin-
de inquietud y de espera. La confesión clausura y abre; nace guir la contrición de la concupiscencia.
del desasosiego ante lo que hemos sido y aspira a restable- Esta es la ambigüedad que recoge Anaïs Nin en un pa-
cer, por medio de las palabras, la integridad de una vida en saje de su obra Delta de Venus:
claro.
Tal como señala María Zambrano, hay en toda confe-
sión un hambre de ser visto, un rechazo de la confusión
presente y un ansia por revelarse –por hallarse de nuevo,
también– en la unidad que sólo puede darnos la mirada del En la confesión, el sacerdote
otro. importunaba a los chicos con
preguntas. Cuanto más inocentes
Por eso mismo, y más allá de la curiosidad, la confe- parecían ser, más de cerca los
sión provoca en el lector un movimiento reflejo: la ventana interrogaba en la oscuridad del reduci-
por la que espiamos los secretos del otro termina abriéndose do confesionario. Los penitentes,
sobre nuestra propia intimidad, el resplandor que guía la arrodillados, no podían ver al
mirada acaba por delatarnos 3. presbítero, sentado en su interior. Su
De modo que ese gesto de exhibirse –inevitable en toda voz baja, les llegaba a través de una
confidencia– propicia, del otro lado, el disfrute goloso de un celosía.
–¿Has tenido alguna vez fantasías
mirón. Por encima del juicio que la confesión reclama, o por sexuales? ¿Has pensado en mujeres?
debajo de él, quien habla y quien escucha, quien escribe y ¿Has tratado de imaginar a una mujer
quien fisga la desnudez del otro, quedan unidos por una desnuda? ¿Cómo te comportas por la
tácita complicidad. noche en la cama? ¿Te has tocado?
Hay en el acto de la confesión una cara visible y exter- ¿Te has acariciado tú mismo? ¿Qué
na, que es el relato de una vida empecatada, y la escucha, haces por la mañana cuando despier-
juiciosa y serena, de quien recibe ese testimonio. Sin embar- tas? ¿Estás en erección?
(...)
3
Menos entusiasta frente a esa claridad que emanaría de la confidencia, el
pensador francés Michel Foucault entiende el afán de decirlo todo como una
obligación impuesta desde el poder: la pregunta, la indagación, todo ese empe-
ño por hacer público lo que sólo concierne a la privacidad del deseo, cobra en
el pensamiento de este filósofo el valor de una «policía del sexo», destinada a
reglamentar los placeres. (Véase M. Foucault, Historia de la sexualidad, Siglo
XXI España, Madrid, 1978.)

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Sin ese añadido del disimulo –y más festivo que San Alfonso
María de Ligorio– el escritor francés Gervais de Latouche
nos sigue instruyendo, en El portero de los cartujos, sobre el
El chico que no sabía nada, pron- oficio de los confesores:
to aprendía qué se esperaba de él, y
esas preguntas lo instruían. El que sa- No hablaré de las excelencias del cargo de confesor;
bía, experimentaba placer confesando debéis aprender a ser discreto, suave y condescendiente con
detalladamente sus emociones y sue- las debilidades humanas, y las mujeres os adorarán. No
ños. Un muchacho soñaba todas las comentaré nada sobre el provecho que podéis sacar de sus
noches. Ignoraba qué aspecto tendría propicias disposiciones en relación a vuestro peculio, eso os
una mujer, cómo estaba hecha, pero atañe sólo a vos; pero os aconsejo desplumar implacable-
había visto a los indios hacer el amor a mente a las viejas beatas que vayan a vuestro confesionario,
las vicuñas, que se parecían a delica- menos para reconciliarse con Dios que para contemplar a
dos ciervos. Soñaba que hacía el amor un apuesto y joven cura. Perdonad a las hermosas, como yo
con una vicuña y despertaba todas las hacía: ellas podían pagarme de otra guisa.
mañanas húmedo. El anciano sacerdote
estimulaba estas confesiones. Las escu- Una muchacha, por ejemplo, no puede ofreceros rega-
chaba con una paciencia infinita e im- los, pero puede entregaros su preciosa virginidad 5.
ponía extrañas penitencias. A un chico
que se masturbaba continuamente, le El secreto, pues, hace difícil una escucha neutra, desin-
ordenó que fuera con él a la capilla teresada, y este es un detalle que debe aprovechar el escritor
cuando no hubiera nadie en ella, y que o la escritora de cartas eróticas para influir en su destinatario.
metiera el pene en agua bendita, a fin
de purificarse 4.
En este mismo sentido, toda confesión se beneficia de
una ventaja suplementaria: que en ella se da por supuesta la
veracidad del narrador y cualquier reserva, cualquier suspi-
cacia, va a quedar entre paréntesis mientras dure la historia.
La confesión es siempre una palabra sobre otro, una
voz que remueve lo escondido, y en ese lado oscuro que
ahora traemos a la luz nadie esperaría reconocernos del todo.

5
Latouche, Gervais de, El portero de los cartujos, Blanco Satén, Barcelona,
4
Nin, Anaïs, Delta de Venus, Bruguera, Barcelona, 1982 1991

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Más allá de la congruencia, tensando los hilos de lo verosí-
mil, la confesión debe proponerse, antes que nada, sorpren-
der al lector.
«Uno debe ser siempre un poco improbable», escribió
Osear Wilde, y también la carta erótica, el strip-tease que
encierra la confidencia, está sujeta a ese juego del velar y el
desvelar –al trabajo sutil del claroscuro–, que da a lo consa-
bido la atracción del misterio. Ejercicio nº 1
El ejercicio que ahora te proponemos se basa en una de
las novelas más célebres que, usando como técnica la corres-
pondencia erótica, se ha escrito jamás: Las amistades peli-
grosas, de Choderlos de Laclos.
A lo largo de sus páginas, los personajes intercambian
una abundante correspondencia que pasa de lo cínico a lo
sincero, de la posición de ataque para asegurar la conquista a
la entrega más total.
Así escribe la marquesa de Merteuil:
Observe bien que cuando escribe a alguien es para él,
no para usted: usted debe buscar menos decirle lo que pien-
sa que lo que le agrada más.

Podemos decir que –en este juego que no consigue


abandonar a tiempo– la marquesa no entra en contacto real
con su amante, sino que entabla una pugna puramente mili-
tar. Aunque parece claro que en todo coqueteo desempeñan
un papel importante el cálculo y la estrategia, también es
cierto que la marquesa no sabe darse por vencida en el mo-
mento opor tuno, y eso será, justamente, lo que fragüe su
desgracia.
Esta trama de poder y deseo que elabora en su novela
Choderlos de Laclos habrá de servirnos como ejemplo litera-

108/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/109


rio de las diferentes perspectivas que pueden enriquecer una mi felicidad, estaba para escapárseme, la contenía, sirvién-
narración. dome del mismo temor cuyos efectos había ya experimenta-
Así, en la primera de las cartas que hemos seleccionado do. Pues vea vmd., sin valerme de otros medios, ni practicar
veremos cómo el vizconde de Valmont cuenta a la marquesa más diligencias, la tierna y cariñosa muchachita olvidó sus
de Merteuil la seducción de la joven Cécile de Volanges; en juramentos, cedió por el pronto, y al fin consintió, aunque a
la segunda, será la propia Cécile quien refiera la escena, de éstos se siguieron inmediatamente las reconvenciones y las
modo que una transparencia se superponga a otra, y la ima- lágrimas, que ignoro si eran verdaderas o fingidas: pero,
gen brille enriquecida con todos sus matices. como sucede siempre, cesaron luego que me ocupé en darle
un nuevo motivo. Finalmente, de debilidad en reconvención,
no nos separamos sino satisfechos el uno del otro, y de
El vizconde de Valmont a la marquesa de Merteuil acuerdo para la cita de esta noche (...).

(...) vuelva a ser yo mismo para tratar de otro asunto


más alegre, de su pupila de vmd., ahora ya mía; y espero Cécile Volanges a la marquesa de Merteuil
que en esto va a conocer vmd. mi carácter. Como hace algu-
nos días que me trata mejor mi tierna devota, y dado que por (...) ¡Ay, Dios mío, marquesa, cuan afligida estoy, y
lo mismo me ocupo menos de ella, había observado que la cuan desgraciada soy! (...) Lo que más me echo en cara, y lo
señorita Volanges era ciertamente muy bonita, y que si era que es necesario, sin embargo, referir a vmd., es que tengo
una gran tontería enamorarse de ella como Danceny, no era miedo de no haberme defendido tanto como podía. Aseguro
quizá menor no buscar cerca de ella una distracción que mi a Ud que no sé cómo esto sucedió, porque no quiero a Val-
soledad me hacía necesaria. mont, antes bien le detesto: y hubo momentos no obstante en
que estuve como si le amase (...) Es verdad que Valmont
(...) Después de haberme asegurado de que todo estaba tiene un modo de insinuarse que no se sabe qué hacer para
tranquilo en la quinta, armado de mi linterna sorda, y vesti- contestarle. En fin, creerá vmd. que casi sentí que se fuese, y
do según la hora y las circunstancias lo exigían, fui a hacer que tuve la debilidad de consentir en que volviese esta no-
mi primera visita a su pupila de vmd. (...) Después de haber che, lo que me desconsuela también más que todo lo restan-
calmado sus primeros temores, como yo no había ido allí a te. ¡Oh! A pesar de esto, prometo a vmd. que le impediré que
hablar, me tomé las primeras libertades. Sin duda no le han venga (...) 6
enseñado en el convento a cuántos peligros está expuesta la
tímida inocencia, y todo lo que tiene que guardar para no
ser sorprendida: porque mientras ponía su atención en de- Toda guerra lleva consigo cierto camuflaje, ya que na-
fenderse de un beso, que no era más que un falso ataque, die avanza posiciones con el cuerpo al descubierto, y no es
dejó lo restante sin defensa.
(...) Sólo cuando mi encantadora enemiga, abusando de 6
Laclos, Choderlos de, Las amistades peligrosas, Bruguera, Barcelona, 1982

110/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/111


propio de cobardes tratar de disimularse en la maleza. municipal, explicándole en varios folios los deterioros que
Estas mínimas estrategias o disfraces sutiles invaden, sufre tu vivienda.
cómo no, los lances cotidianos. Así, un amigo nos contaba
cómo para ligar con las cajera de un banco –que al parecer
Ejercicio nº 2
estaba como un tren– intercaló entre el dinero que le entre-
gaba un falso billete con un mensaje amoroso. Cuántas veces Retomemos ahora el espíritu de Las amistades peligro-
no desearíamos hacer lo mismo, y practicar esa difícil seduc- sas, y supongamos que tenemos que contar nuestros deslices
ción sin poner en un brete la libertad del otro, sin importu- clandestinos –sin mentir demasiado, de forma convincente y
narlo. preservando nuestra integridad física– a las siguientes perso-
Los ejercicios que aquí te propondremos, están ligados nas, involucradas todas en una misma historia:
con la guerra amorosa que lleva consigo todo galanteo. † Tu amante
† Tu pareja
† El amante de tu pareja
– Escribe una carta apasionada a tu amante de turno, y
† La pareja de tu amante
luego vuelve a transcribirla con las siguientes perspectivas:
† Tu madre (viene a pasar el fin de semana y debes au-
sentarte)
a) Supón que la carta va a caer en manos de tu marido, † La canguro, de la que dependen tus horas de libertad y
y que deseas mantener la misma información. ¿Cómo la que es una cotilla de cuidado
disfrazarías? † Una ex compañera de colegio que te detesta, y que
siempre envidió tu suerte con el sexo contrario.
b) Quieres ligar con tu profesor o tu profesora; ¿qué † Tu hija adolescente
examen entregarías para que a la vez que apruebas la asigna-
tura se sienta atraído/a por ti? El examen es: La realización de este ejercicio te dará sin duda cono-
cimientos de perspectiva literaria, a la vez que te convierte
† De anatomía en un candidato ideal para las próximas elecciones.
† De informática
† De ética o religión Ejercicio n.° 3
c) ¿Cómo ligarías con un juez o una juez que ha de leer Volvemos ahora al aura religiosa que nos ha rodeado a
tu pliego de descargo de una multa? lo largo de este capítulo, para proponerte un ejercicio centra-
do en el salmo.
d) Te propones conquistar al aparejador de tu distrito Los salmos reunidos en el Antiguo Testamento son bá-
sicamente una estructura poética dedicada a la alabanza de

112/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/113


Dios; pero también en el terreno de los cuerpos, la exaltación – Sujeto (o vocativo) y luego una pregunta:
tiene un lugar fundamental. ¿Por qué no servirnos de este
género para ensalzar nuestros amores terrenales? Tú, el terrible, quién puede resistir ante tu faz, bajo tu
golpe.
Para este ejercicio, hemos elegido un tipo de salmo, el
«himno», que comienza siempre por una exhortación a la En primer lugar, hemos copiado la estructura del salmo,
alabanza. integrando algunos versos directamente de la Biblia, tales
El cuerpo del himno detalla después los motivos de esta como «qué hombre nacido no surge de ti», verso que repeti-
alabanza, los prodigios realizados en la naturaleza, y la obra mos al comienzo y al final de la gozosa exaltación. Luego, y
creadora. como mencionábamos hace un momento, hemos incluido
En cuanto a su estructura general, el salmo suele ceñir- una serie de elementos ligados con la naturaleza. Y, para
se a las siguientes pautas: terminar, la mayoría de los versos comienzan con palabras
que, en sentido figurado, son sinónimos de aquel miembro
masculino especialmente mencionado en la literatura erótica
– Uso de imágenes ligadas con lo natural:
y cuyo nombre vulgar es «polla».
El llena la tierra de estupores. Para simplificar el ejercicio te daremos algunos versos
La tierra se amedrenta y enmudece. completos y el inicio de otros, dejando blancos para que los
cubras con tu imaginación:
Estremece las encinas.
Árbol inicio de vida .................................................
Las selvas descuaja.
¿qué hombre nacido no surge de ti? ........................
– Comparaciones: columna, pilar ...........................................................
ballesta ......................................................................
Recoge, como un dique, las aguas.
daga ...........................................................................
Apetecible más que el oro fino.
....................................................................................
Más dulce que la miel.
Tizona.........................................................................
– Repetición de los dos versos iniciales al final del salmo. estoque ......................................................................
....................................................................................
– Uso del imperativo al principio del verso: La tierra se derrite, se oculta el sol ...........................
Alégrense los cielos, regocíjese la tierra. Es larga la noche que tu sed abrasa ..........................
Ajusta mi flanco a tu .................................................

114/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/115


acallara mis ansias .....................................................
....................................................................................
Ruiseñor ....................................................................
serpiente ....................................................................
cetro terrible ..............................................................
Dichosas las que conozcan tu simiente.
¿Qué hombre nacido no mana de ti?

Hemos trabajado con la Biblia, y con el Diccionario En los brazos del diablo
secreto de Camilo José Cela 7, ya que ambos son una cantera
Entre los muchos pecados que hubo de confesar la
para dinamizar la imaginación erótica.
humanidad a lo largo de su historia está el del trato sexual
Utiliza ahora este recurso con cualquier otra parte del con el demonio. Antes de que la Inquisición –con su misogi-
cuerpo dándole, si es posible, un tono solemne. nia salvaje y su odio a la ciencia– formulara sus interrogato-
rios por medio de la tortura, la imagen de estas uniones ve-
hementes era más bien festiva, y útil para justificar virgos
extraviados, sofocones en los monasterios, hijos demasiado
parecidos al señor cura, deslices. Porque fue común, antes
del Santo Oficio, que las jóvenes achacasen sus amores al
demonio –cómo resistirse al mismísimo ardor de los infier-
nos– que habíalas obligado a copular con él.
Pero en 1484, cuando el papa Inocencio VIII clasificó
tales fornicios de herejía, y viendo las doncellas que podían
ser acusadas de brujas, hubo que desarrollar la imaginación
para explicar de otra forma los amores ilícitos.
Los demonios copulantes se llaman íncubos o súcubos,
según sea masculino su aspecto, como en el primer caso, o
femenino como en el segundo.
Claro es que esto de tirarse al demonio no resulta tan
simple, porque, como todos sabemos, no es más –ni menos–
7
Cela, Camilo José, Diccionario secreto, Alianza / Alfaguara, Madrid, 1975. que un ángel caído. Y los ángeles, ¿tienen sexo? Ya le pre-

116/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/117


ocupaba el tema a San Agustín, quien, en su De civitate Dei, Sutilísimo matiz para el celestial follaje, sobre el cual, y
soluciona el conflicto a medias preguntándose si los ángeles, diez siglos más tarde, abundará Tomás de Aquino –llamado
siendo espíritus, son capaces de comercio sexual. Sí, claro el Doctor Angélico– quien resuelve el problema con su lógi-
que sí –se responderá luego el santo–; la diferencia es que ca impecable: copular copulan, pero tomando en préstamo el
aunque todos «podrían» aparearse, tan sólo los ángeles caí- cuerpo (tan necesario para estos menesteres) de un muerto, o
dos «querrían» hacerlo. constituyendo cuerpos nuevos, mediante los distintos ele-
mentos. Por esta misma razón, pudiendo elegir materia y
apariencia, eran los íncubos jóvenes muy guapos y los súcu-
bos, agraciadísimas doncellas.
¿Y el semen? ¿Tienen semen los ángeles? No, claro
que no. Pero pueden obtenerlo; así resume la cuestión J. K.
Huysmans 8:
...el íncubo se apodera del semen que el hombre pierde
en sueños y se sirve de él para sus fornicaciones con las
mujeres...

8
Huysmans, J. K., Allá lejos, Iberia, Barcelona, 1974.

118/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/119


También sabemos que el semen del diablo es frío e in- quien durmió con un íncubo (cuyo aspecto coincidía de for-
cluso su miembro: un miembro constituido por tal variedad ma notable con el del señor obispo Sylvanus), el cual «en
de materias primas –según numerosas confesiones vertidas lenguaje libidinoso le declaró falsamente ser el obispo».
frente al inquisidor– que nos hace pensar en un diablo trans- Pero, por suerte, no llegó la sangre al río, ni el obispo y la
formista. monja a la hoguera, pues las hermanitas del convento acepta-
¿Y los hijos, si los hubiere? ¿Son del demonio o del ron la explicación del buen religioso, quien atribuyó tales
hombre que, involuntariamente, regaló su simiente? Así desafueros a la malignidad de un íncubo 10.
continúa nuestro autor:
...se plantean dos cuestiones. La primera consiste en
saber si de esa unión puede nacer un hijo. Esta procreación
la han juzgado posible los doctores de la Iglesia, quienes
incluso afirman que los hijos creados por este comercio son
más pesados que los otros y pueden secar a tres nodrizas,
sin engordar, la segunda cuestión consiste en saber cual es
el padre de este niño, si el demonio que ha copulado con la
madre, o el hombre cuyo semen tomó. A lo que responde
Santo Tomás, con argumentos más o menos sutiles, que el
verdadero padre no es el íncubo sino el hombre.
No todos los estudiosos de la sexualidad del ángel han
coincidido con esta teoría, ya que –según dicen– los hijos del
diablo bien pueden nacer con aspecto de animal o con mons-
truosas deformaciones. En todo caso, y para evitar proble-
mas, conviene al hombre una extrema vigilancia de sus polu-
ciones nocturnas, no sea que luego se le reclame manuten-
ción de un hijo inseminado artificialmente por el demonio.
Y es que los íncubos eran visitantes asiduos de los
Decíamos antes que muchos amores se explicaron por conventos, con el resultado de que las monjitas se desperta-
la presencia oportuna de los íncubos, tal y como le aconteció ban violadas exactamente como si hubieran tenido contacto
a una monja –según certifica el Malleus Maleficarum 9–, con un hombre. También buscaban la compañía de las jóve-
nes hermosas, de las casadas apetecibles, y no es de extrañar
9
El Malleus Malefícarum de Spranger, o Martillo de las brujas, impreso por
primera vez en 1486, es la obra más importante y siniestra de la demonología.
Antes de finalizar la persecución habían salido a la luz sesenta y cuatro edicio- 10
Citado en: Donovan, Frank, Historia de la brujería, Alianza, Madrid, 1988
nes, traducidas a varios idiomas.

120/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/121


que ellas describieran la unión como placentera, ya que se Tan gozoso fornicar termina cuando el Santo Oficio
decía que el órgano viril era bifurcado, y el bien dotado consideró la unión con ambos demonios como prueba indis-
demonio, con sus dos puntas, podía penetrar al mismo tiem- cutible de brujería.
po en los dos vasos de la mujer. Es decir, que mientras una Hasta ese momento, y bajo la advocación de Asmodeo
de las dos ramas de la horquilla trabajaba por la vía lícita, la –demonio que induce a los seres humanos a la lujuria–, tales
otra atacaba por la vía posterior. acoplamientos eran placenteros y altamente satisfactorios, a
Así se explica con bastante claridad el éxito que tenían la par que un grave problema para la Iglesia, ya que los de-
entre las hembras, que no encontrarían en cualquier varón – monios no obedecían ni temían a los exorcismos, y sus víc-
por bien munido que estuviese– las artes dobles del diablo. timas también parecían poco dispuestas a abandonar comer-
Los íncubos, dado que las mujeres eran más licenciosas cio tan agradable.
que los hombres, fueron muchísimo más numerosos que los
súcubos, pero tampoco el sexo masculino se mantuvo inmu-
ne frente a los galanteos del demonio, quien eventualmente
practicaba también la sodomía masculina.
Así los súcubos –o diablos femeninos– turbaron a San
Hilarión que, cuando se echaba a dormir, se veía «rodeado
de mujeres desnudas»; y también a San Hipólito, casto varón
que fuera visitado por una mujer en traje de Eva, y a la cual
arrojó su casulla para cubrirla en su desnudez: pero la mujer
se convirtió de inmediato en un cadáver, a quien el súcubo
había robado la apariencia.
Según otro relato fabuloso, Gerberto de Aurillac –quien
llegaría a ser el papa Silvestre II– convivió durante muchos
años con un súcubo, que le ofreció a cambio de su fidelidad
(también las diablesas tienen sentimientos) sabiduría y dine-
ro, con lo que llegó a la máxima dignidad dentro de la Igle-
sia, en el año del Señor de 1003. Todo esto se supo cuando el
Papa, viendo próximo su fin, confesó oportuna y pública-
mente, para luego morir arrepentido.
Súcubos eran también muchas veces las mujeres de los
burdeles, conocidas prostitutas, y casi toda aquella fémina en
cuyas redes cayera un eclesiástico.

122/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/123


La mano, en materia de amor, es más que nada el ton-
to útil. Hay la mano floja y la mano imprevista. La mano
aventurera, que se escabulle por cualquier rendija, y la
mano humilde, mansa y remediadora.
La mano, y no las manos, porque entonces estamos en
otra cosa: las manos te presienten en lo oscuro, rozan tu
sueño, alumbran la caricia... Hay algo populoso en las ma-
nos que las convierte en pájaros, racimos, nubes, espigas,
olas, y hace que parezcan más de dos.
Se dice casi todo de las manos, y de la mano, en cam-
bio, casi todo se calla. La mano laboriosa, servicial, apaci-
ble, es el secreto a voces del deseo, que empieza en un ensa-
yo, sin libreto ni atriles, donde la mano, a pulso, nos apunta
el papel. Con ella debutamos: en sus líneas leemos nuestra
primera carta de amor.
Antes que nadie nos quiera ya nos quiere la mano, con
la devoción de quien cumple un destino. La mano guarda,
para nosotros, sus cinco pilares de sabiduría. Su calor nos
conforta, su firmeza nos crece, su empuje hace brotar, desde
lo oculto, la fuente encendida de nuestros tesoros.
La mano encierra un paraíso urgente, un ángel cinco

CARTAS ERÓTICAS/127
veces forajido, se pierde algunas tardes por otras latitudes,
merodea en los claros hemisferios del ansia, y reares mal-
trecha, no sé si arrepentida, igual que un perro golfo
Tiene días afilados la mano, como de arco de violín, y
días ceguerones, de almirez y tormenta. Días raudos, escue-
tos, de ardilla sabia, y días de hijo pródigo, manirroto y
hambrón.
Percha veloz de lentas soledades, ramaje de ternura
grial de las distancias la mano, árbol que abraza la ausen-
cia
A los cuerpos se va. A la mano se vuelve, como al am-
paro fiel de una costumbre. La mano nos acoge, nos congre-
ga, nos salva, es la última tierra de asilo, el tonto imprescin-
dible, la aventura que traemos puesta.
Las noches y sus gozos van y vienen: la mano es el pa-
ciente guardián de tu desvelo.
«Judá dijo a Onán: "Cásate con la mujer de tu hermano
y cumple como cuñado con ella, procurando descendencia a
tu hermano." Onán sabía que aquella descendencia no sería
suya, y así, si bien tuvo relaciones con su cuñada, derramaba a
tierra, evitando el dar descendencia a su hermano. Parecióle
mal a Yahveh lo que hacía y le hizo morir también a él.»
Génesis 38, 8-11

Con estos versículos del Génesis que acabamos de citar


Onán entra, a gusto o a disgusto, en la literatura erótica:
Yahveh lo castigó por lo que hoy llamaríamos coitus inte-
rruptus, bajarse en marcha o espaldarazo, pero la palabra
«onanismo» se utiliza como sinónimo de masturbación, de
aquella música –casi siempre privada– que se ejecuta con
una sola mano; y es esta mano, orfebre del amor, la que se
percibe como separada del cuerpo, dotada de vida propia.

128/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/129


Rara vez pensamos en un seno, una pierna, una nalga: ni expresiones dulces y al mismo tiempo obscenas;
cualesquiera de estas partes son siempre plurales La mano no tiene mirada ingenua, y si va de lista, aún es peor.
no; como el ojo, puede recorrer, en su orfandad de mellizo, Por detrás, todas son frías. Pero es lo principal, en fin,
un camino propio, caprichoso, y por eso mismo perverso. que no hay donde poner la mano vagabunda.
Los ojos miran: el ojo espía Las manos acarician las teclas
de un piano, la mano masturba. A. P., XII, 7 (trad. Luis Antonio de Villena)
Sin el contenido erótico del que hablamos aquí, la lite-
ratura ha recogido este carácter solitario de la mano en múl- Dentro de los divertimentos para una sola mano está la
tiples ocasiones. Resulta en este sentido memorable la frase escritura. Igual que la masturbación, el gesto de escribir
con la que Patricia Highsmith abre sus Cuentos misóginos: envuelve un placer solitario y en él participa, más tarde, el
lector.
Un hombre le pidió a otro la mano de su hija y la reci- Todo texto inaugura una escena ficticia; en
bió en una caja: era su mano izquierda. el caso que nos ocupa –la carta erótica– se aña-
den a este espacio el recuerdo de un cuerpo
ausente, la fantasía de una posible unión, y el
reconocimiento, irremediable, de la propia sole-
dad: me empuja la ausencia a escribirte, pero la
carta abre entre nosotros un recinto privado.
Allí, en esa cita a deshora,
cada uno de los amantes debe
envolver al otro en su deseo. Algo
de los placeres compartidos ha de
avivarse en la carta; describo,
recuerdo, imagino, me vuelco en el
Años antes Maupassant, en un cuento también llamado papel, cierro los ojos, y vuelve aquella tarde, su luz adorme-
La mano, le daba a ésta, desprendida de su cuerpo, faculta- cida, la sed de tu desnudo bebiendo en los espejos: una ima-
des asesinas. El propio Don Quijote se refiere a ella con gen, entonces, basta para llenar la soledad, para encender el
admiración, como si no formara parte de sí mismo. La mano, gozo; la mano se desliza inadvertida, explora con cautela los
en suma, puede modelar el gusto, tomar la rienda de nuestro rincones oscuros...
deseo, y así lo muestra –con un lirismo agrio– este poema de En toda carta erótica hay un ingrediente masturbatorio,
Estratón recogido en la Antología Palatina: manifiesto o callado. Pero también en toda masturbación
La muchacha no tiene esfínter, ni sabe besar aflora un componente narrativo. La mano gira en torno a lo
llanamente; no tiene buen olor natural en la piel, fantástico; su vaivén nos complica en una historia.

130/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/131


Porque imaginar es una destreza de la mano, un arte
manual: la pasión se enmadeja en nosotros, amontona sus
naipes marcados, sus letras devueltas, y la mano, después,
compone todo eso en un relato urgente, donde no importa lo
verosímil, sino el vigor de los detalles.
Hay historias de un día, de una noche, y escenas con
sabor clásico que enriquecemos a cada lectura. En lo afinado
de nuestras devociones se oculta un narrador minucioso, un
retratista; de sus relatos clandestinos toma argumentos el
deseo, que modela lo vivo según lo pintado.
La ausencia, pues, lo que sólo imaginamos, encierra un
disfrute especial que corre en paralelo al encuentro amoroso.
Por eso conviene ver en la carta un modo de multiplicar los
placeres, más que un remedio ante lo inevitable. Así lo avisa
La misma incontinencia que vamos a encontrar en este
Ibn Hazm de Córdoba en El collar de la paloma, al tiempo
texto de Philip Roth, cuyo protagonista, Portnoy, confía
que previene contra algún exceso:
poco, nada más bien, en los deleites de lo imaginario:

Yo me acuerdo de haber conocido algunos enamorados ¿Dónde estaba ese sano juicio aquella tarde en que
que hablaban con desembarazo, describían con soltura, volví de la escuela y encontré que mi madre había salido de
sabían decir sus sentires de manera acabada y tenían pers- casa, y vi en nuestro refrigerador un grande y purpúreo
picacia y sutileza para apreciar la realidad, y, con todo, no pedazo de hígado crudo? (...) aquello no fue mi primer pe-
renunciaban a la correspondencia, aun siéndoles hacedero dazo, mi primer pedazo de hígado lo tuve en la intimidad de
unirse con el amado, por vivir cerca y serles posible la visi- mi propia casa, enrollado en torno a mi pene en el cuarto de
ta. Y es que se cuenta que en la correspondencia hay muchas baño, a las tres y media, y luego lo tuve otra vez, a las cinco
suertes de placer. Hasta me han dicho de un hombre depra- y media, en compañía de los demás miembros de aquella
vado y de bajos instintos, que ponía la carta de su amada pobre e inocente familia mía.
sobre su miembro; pero esto es un género de fea rijosidad y Bien, ahora sabe la peor cosa que he hecho jamás. Jodí
un ejemplo de excesiva incontinencia 1. con la comida de mi propia familia.

Este libro –narrado a un interlocutor que a su vez es


psicoanalista– abunda en lances masturbatorios a los que
1
Jeque Nefzawi, El jardín perfumado, Ediciones 29, Barcelona, 1987. sucede la correspondiente sensación de culpa. Sin embargo,

132/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/133


no todo son remordimientos entre los adictos del placer soli- no poder masturbarme en público, me hurgaba la nariz con
tario, y así lo enseña Félix de Samaniego en esta fábula in- los dedos, sacaba un moco consistente y me lo comía. ¡Esta-
cluida en El jardín de Venus: ba tan bueno! ¡Estaba tan bueno!
LA VIEJA Y EL GATO Para Apollinaire –y no sin cierta perspicacia– la paja es
Tenía cierta vieja por costumbre virtud militar, pues «todo buen soldado debe saber en tiempo
al meterse en la cama de guerra que el onanismo es el único acto amoroso permiti-
arrimarse en cuclillas a la lumbre, do», idea que aparece también en este texto de Ventura de la
en camisa, las manos a la llama. Vega:
En este breve rato No debe perder momento
le hacía un manso gato el militar en campaña,
dos mil caricias tiernas ni tampoco debe andarse
pasaba y repasaba entre sus piernas. con repulgos de empanada;
Y como en tales casos la enarbola
tocaba en cierta parte con la cola. que a lo mejor, cuando tiene
Y la vieja cuitada a la musa puesta en jacha
muy contenta decía: –Peor es nada 2. y con las piernas abiertas
suena el toque de llamada.
Pero ni siquiera Portnoy, con sus escrúpulos de con- Tal acontecióle un día
ciencia permanentes, hubiera imaginado el sustitutivo de la al teniente Paja-larga
masturbación que retrata Apollinaire en Las 11.000 vergas 3, que teniendo a su patrona
una novela que ya hemos citado en el capítulo dos, y que a ya preparada en la cama
través de la hipérbole ironiza continuamente sobre la solem- el toque de la corneta
nidad del género erótico. Así el personaje principal, como se de sus brazos lo separa
encontrase con una diva a quien admiraba en la distancia, le y no tuvo otro desquite
dice: que hacerse después la paja.
–Estelle, hubiera debido reconocerla. Soy un apasio-
nado admirador suyo desde hace mucho tiempo. ¿No habré Como vemos en la literatura, los recursos del amor
pasado tardes enteras en el Teatro Francés admirándola en propio son infinitos: filetes, botellas, una manzana agujerea-
sus papeles de enamorada? Y para calmar mi excitación, al da, olisbos griegos de piel de perro, bellos masturbadores
renacentistas de cristal, decoradísimos marfiles japoneses, el
rabo de un gato, y todos los procedimientos que la imagina-
2
Samaniego, Félix María de, El jardín de Venus, A-Z, Madrid, 1991 ción permita, y que revisaremos después en los «Apuntes de
3
Apollinaire, Guillaume, op. cit Erotomanía».

134/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/135


adivinatorio y de ahí la importancia de las reglas, los proce-
dimientos Y los trucos: ¿cómo alterar el pulso del amante?,
¿cómo llevar a la carta el mismo compás de nuestro deseo?
Si nos dicen que el amor tiene un ritmo, probablemente
no nos asombremos. Desde el suave inicio al galope final,
nadie dudaría que en cada momento del amor la respiración
es diferente: pausada, nerviosa, violenta, pausada otra vez...
Ya los clásicos sabían que en cada situación, en cada
estado del ánimo, convenía marcar un ritmo distinto. Para
ello se servían de los acentos, de su disposición dentro de la
frase, y jugaban con ellos a fin de conseguir climas variados:
porque una cosa es hablar solemnemente de la guerra y otra
hacer sonreír; como también hay –tomando ahora el ejemplo
de la música– un cambio de ritmo muy evidente entre una
¿Peor es nada, como concluye el poema de Samaniego, melodía heroica y otra sentimental: no elegimos la misma
o hemos de ver en la masturbación un juego más de la larga música para un encuentro íntimo y para incitar al combate.
cadena erótica?
Lamentablemente, en la actualidad –y debido en parte a
Del disfrute alusivo de la carta a ese consuelo demasia- la falta de formación clásica– los escritores no utilizan en
do explícito que retratan los textos anteriores, hay un trecho general este recurso 4. Porque si bien el manejo del ritmo y
muy amplio medido por la incitación. Lo tangible y lo expre- los acentos dentro de la frase exige, al menos al principio,
so anulan la emoción del juego erótico, que se libra mejor en una cierta labor artesanal, también ofrece, a la escritora o al
la media distancia: demasiado cerca –dentro de mi fantasía– escritor, la posibilidad de generar ideas a partir de la música,
y a la vez demasiado lejos –¿a cuántas horas de avión?– en de la sonoridad misma del idioma, experiencia que envuelve
ese espacio improbable que la carta, ahora, tiene que entibiar un disfrute estético peculiar, tanto para el autor como para
–como un fuego que enciende otro fuego– con la llama tenue sus lectores.
de las palabras.
Hablar del placer o hablar desde el placer, narrar el de-
seo y a la vez comunicarlo: de esta alternativa depende la 4
Para profundizar en estos temas os recomendamos:
eficacia de una carta erótica. Sin duda, así como la mastur- –Navarro Tomás, Tomás, Métrica española, Labor, Barcelona, 1986.
bación necesita una mano fecunda en ardides, también la –Paraíso del Leal, Isabel, Teoría del ritmo de la prosa, Planeta, Barcelona, 1976.
prosa que la inscribe en la turgencia del papel debe ser abun- Dentro de la literatura actual, cabe destacar en este sentido el trabajo de Agustín
dante en recursos: quien escribe anticipa el disfrute del otro, García Calvo, quien frecuentemente ha abordado el tema, o el impecable trata-
lo evoca y lo provoca; pero incitar, a veces, tiene algo de arte miento rítmico que encontramos en la obra de Francisco Umbral Mortal y rosa.

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A la objeción sobre las dificultades que plantea este uso observamos cómo el suspiro –situación ciertamente melan-
del ritmo acentual, cabe responder que la eficacia de un texto cólica, no demasiado dinámica– está sugerido además por
ha de buscarse por todos los caminos posibles, y que una una serie de acentos bastante distanciados en la frase:
resolución métrica a determinados problemas de la escritura
no hace sino facilitar la tarea expresiva. «Los suspiros se escapan de su boca de fresa.»
En cualquier caso, tampoco se propone para la prosa un Para utilizar un código común a todos los autores que
trabajo rítmico que abarque la totalidad del texto, sino sola- analizan este tema, vamos a marcar la sílaba acentuada con
mente los momentos más intensos, más relevantes, o también el signo ó, y la sílaba que no lleva acento con el otro signo o.
los comienzos de frase, los incisos, o el final de los párrafos.
Así, el verso de Darío quedaría planteado, desde el pun-
Además de estos elementos que hemos comentado, si to de vista de sus acentos, de la siguiente forma:
ahora tomamos en cuenta que toda palabra encierra un soni-
do propio, una cierta musicalidad, ya estaremos completando ooóooóoooóooóo
la idea que nos ocupa. Sin duda, esta música de las palabras
puede provocarse de muchas formas: repitiendo vocales o Tomemos ahora un ejemplo distinto:
consonantes (no suena igual la palabra «oscuro», cuyas vo-
«Y Sonia va, y va su pelo, y va su cara. ¡Ay, mujer!»
cales ya nos anticipan la idea, que la palabra «repipi», vana
en su sonido de íes repetidas; no nos evoca la misma sensa- que transcribimos así:
ción «lúgubre» o «profundo» que «plasta» o «pirulí»). No
sólo el significado de la palabra pinta en nosotros la idea, o ó o ó, o ó o ó o, o ó o ó o, ó o ó
sino también su sonido. A estos trucos retóricos los llama-
mos aliteraciones. Vemos que en este caso los acentos son mucho más
próximos, y dan a la frase un ritmo agitado; no se evoca ya
Pero aparte de la sonoridad de las palabras –y como an- calma sino actividad. A través de esta colocación, podemos
tes apuntábamos– hay otro elemento muy importante a la llevar al texto un aire cómico, tal como hacían los clásicos.
hora de escribir y es la cadencia que impone, dentro de la
frase, la sucesión de los acentos. En síntesis: cuanto más alejados estén los acentos entre
sí, más solemne o lenta es la prosa; cuanto más próximos,
Tomemos como ejemplo este verso, probablemente co- más nerviosa o agitada.
nocido por todos, que pertenece a «Sonatina» de Rubén
Darío: Os estaréis preguntando qué tiene que ver todo esto con
la escritura de textos eróticos. Volvamos, pues, al inicio de
«Los suspiros se escapan de su boca de fresa.» nuestra explicación.
Decíamos al principio que el amor tiene ritmos diferen-
Por un lado, podemos ver cómo Darío repite el sonido tes que distinguen sus momentos o estados, y que no es lo
«s», que le sirve para evocar el suspiro. Y por otro, también mismo describir una caricia aproximatoria que un orgasmo.

138/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/139


Dentro de esta idea que acabamos de exponer, se entiende
que daremos a los preliminares del amor, a los miembros Rebulle mi cuerpo sobre el cetro des-
relajados, la mayor separación de acentos que podamos, y al nudo, pero no lo dejo penetrar.Me tiendo
jadeo la mayor proximidad: de este modo, el texto, como la sobre su pecho; los pezones, duros, rozan la
respiración o los cuerpos, se agita. piel caliente, el vello tupido.
Intentemos ahora algunos ejemplos, centrados en el te- Parece que sueña cuando lo dejo.
ma que nos ocupa: Húmeda, acerco mi mejilla a su polla y con
pequeños impulsos se yergue, la serpiente
ciega péndula, baila, se balancea, sujeta
apenas la desmesura de su peso y mi lengua
–Lamer tú falo, vuelvo a decir. por fin la toca; la piel, la piel fina y cálida
Bella es la edad en la que aún incitan que contiene el cuerpo duro que aún crece
las palabras. Bajo las sábanas, la suave cur- un poco más. Y yo lamo, libo la augusta ca-
va pareció revivir. Lamerlo, alentarlo, alar- beza, la flecha roma y redonda, rodeo, re-
gar bajo las sábanas la lengua, tensarla, busco, hundo, la piel tensa y roja acollara el
buscar el musgo del pubis, el acre olor. Ser glande, mi lengua se esconde en la piel roja,
poro y papila. rebusca el frenillo que la sostiene erguida y
Sólo susurro: Guillaume se tiende con Guillaume trata de atrapar mi cabeza por la
las piernas abiertas y los brazos en cruz, nuca, de apurar el lentísimo vaivén.
fluctuando entre el sueño y el deseo. Vuelvo a estirar sus brazos –no te mue-
Sinuosa, la sábana de seda rueda, des- vas o no sigo, susurro–, me libero mientras
vela todo su esplendor. él protesta, se coge a los barrotes de la ca-
ma, se remueve. Obedece, los ojos cerrados.
–Sólo lamerlo, alentar con mi lengua la
piel que se tensa. Qué hermoso su cuerpo, cómo lo reco-
rre mi mirada; leve, la lengua vuelve y dibu-
Me desnudo y monto sobre sus caderas. ja espirales de saliva, trepa, liba, lame.

140/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/141


Hundo su polla en mi garganta; el
paladar con su bóveda oscura recibe el re- Cómo sufre. La atrapo con un puño y
galo, los dientes hienden un poco amino- aprieto y pinto con ella mis pezones casi
rando el placer. Lo poseo, lo domino, sólo oscuros, rodeo la areola, froto la cima de
con mis labios controlo su cuerpo. Pero él mis pechos que humedecen y queman. Có-
me posee a mí. mo palpita entre mis manos el solitario
animal.
Ser sólo hueco, vaina, boca, orificio.
Vuelvo a besarlo. Guillaume, deses-
Clavarme, como una llave en la ce- perado de deseo, estruja la seda con las
rradura. Pero no, sólo la lengua. manos, levanta las caderas buscando mi
Lamer tu falo. boca; lo arrastra, busca cobijo la cabeza
A tu fuerza me entrego y bajo tu po- ciega. Qué soledad tan terrible, la de la
der yazgo, tótem terrible, tensa victoria del espada sin vaina.
dios. Oprimen mis labios, y suben y bajan Ah, la lengua, las papilas, la lengua
como una vaina estrecha, como una funda, larga, blanda, que lame y lame, la lengua
como un embudo, y subo y bajo y lo suelto. que liba, que envuelve, los labios; el mór-
Sin entregarse, Guillaume gime. Sólo bido tronco palpita; ronco Guillaume rue-
su falo señala el norte y esgrime un tre- ga, arrasa con rápidos golpes la cima de
mendo poder. El no sabe de su dominio; es mi garganta, arremolina el falo rojo, la
demasiado joven; no puede saberlo aún. lengua enloquecida, el cetro, los labios que
Luego se lo dirán tantas veces... aprisionan cansados y chupan, y lamen, y
liban; y ruge, y palpita; y jadea, galopa. Y
Me alejo, se bambolea, sigo con mi se calma.
lengua las venas azules que trepan la co-
lumna caliente; como una seta carnosa y Ya libre, acida en mi boca, salta por
brillante entre la hierba del pubis, la cabe- fin. La leve lágrima de semen.
za.

142/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/143


En este texto podemos ver el uso de aliteraciones (repe-
tición de sonidos) y el cambio de ritmo que anuncia, y des-
encadena hacia el final, el supremo placer, subrayado igual-
mente por una enumeración de verbos. Así intentamos mos-
trar cómo sonido y acentos pueden emular la cópula, sus
distintos estadios, creando urgencias o distensiones.
La carta erótica, con sus claros elementos masturbato-
rios, padece, o disfruta, de una necesidad de melodía particu- Ejercicio n.° 1
lar, y los elementos analizados –que luego reforzaremos en
El onanismo, la modesta paja, es un gesto de todos los
los ejercicios– son algunas de las técnicas que pueden llevar
días. Quizá sentimos que la pasión erótica requiere una bri-
a los destinatarios de nuestra correspondencia a un alto grado
llante puesta en escena, pero lo más frecuente es que convi-
de combustión. Un fuego cuyo aplacamiento está, como
van –en un matrimonio bien avenido– la efusión amorosa y
antes decíamos, al alcance de su mano.
los detalles cotidianos. Así sucede en esta carta de Paul
Eluard a Gala que os ofrecemos a continuación:

(París, abril de 1930)


Mi hermosa Gala, maravilloso tesoro
de carne y espíritu, llevo una vida bastante
triste sin ti. Mis únicas delicias son mirar
incesantemente las jotos en que estás des-
nuda, donde tus senos son un alimento tan
dulce, donde tu vientre respira y lo lamo y
lo como, tu sexo está todo abierto sobre mi
rostro entero, después mi sexo penetra en
él todo entero, y te cojo las nalgas que se
mueven maraviliosamente, como la prima-
vera. Tienes los ojos más bellos del mundo,

144/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/145


El ejercicio que ahora te planteamos consiste en escribir a tu
amante una carta, tan larga como quieras, donde mezcles el
te amo, tomas mi sexo en tu mano, tienes refinamiento lúbrico de tus goces solitarios con los asuntos
las piernas abiertas, tu cuerpo se ahonda de andar por casa.
lentamente, me masturbas con furia, te
aplasto los senos, los cabellos, y de pronto
tienes la mano llena de esperma y eres Ejercicio n.° 2
fuerte y segura de mi poder sobre ti, de tu Dejando el terreno de lo cotidiano, te proponemos en
poder sobre mí, sobre Todo. Sigues siendo este ejercicio un viaje sublime, una ascesis espiritual. Porque
la niña inquieta de Clavadel. Voy a luchar entre los amores con un objeto ausente se cuenta también el
para conseguir dinero, para enviártelo y arrebato de los poetas místicos, que han dado a la literatura
para ir a verte, para hacerte regalos. De erótica sus obras más perfectas.
momento atravieso un periodo muy difícil,
pero voy a poner todo en marcha para sa- Integrando en el propio texto imágenes, metáforas,
lir de él. Ya verás. La Pomme se fue a Ber- construcciones o elementos léxicos de las poesías de San
lín hace unos días. Todavía no he visto a Juan de la Cruz, escribe al amante una carta de amor humano
mi madre, pero le diré que has estado in- que culmine en un clima de orgasmo.
dispuesta y que te han aconsejado reposo y En este ejercicio te recomendamos aprovechar los ele-
que estás en Málaga desde hace unos días, mentos sobre el ritmo de la prosa que han aparecido a lo
invitada por conocidos nuestros. Puedes, largo del capítulo. Nada mejor que utilizar para ello el si-
por tanto, escribir diciéndoselo. Y ten la guiente papel pautado:
seguridad de que quiero que seas dichosa,
a cualquier precio, quiero que tengas la
sensación de irradiar, de disfrutar de todo.
Te adoro, te cubro de besos.
Paul

Te mando Varietés y un libro de


Freud.

146/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/147


Ejercicio n.° 4
En el segundo ejercicio del capítulo uno, te proponía-
mos la creación de un personaje que fuese tu alter ego a
través de un cuestionario erótico.
Aquí se trata de que, siguiendo un procedimiento simi-
lar, des cuerpo a tu mujer u hombre ideal; aquel o aquella
que invade tus ensoñaciones, que un día te cruzaste por la
calle, pero que nunca llegarás a poseer: el ideal, ya se sabe,
es evanescente por naturaleza.
Llamaremos a este personaje ideal ensoñación onanista,
ya que es imaginario, pero a la vez absolutamente concreto
para ti. Tal como decíamos al principio de este capítulo, el
goce solitario despierta en nosotros una serie de fantasías,
que a menudo se encadenan dando forma a un pequeño ar-
gumento.
Ejercicio n.°3 El ejercicio, pues, consiste en que desprendas suave-
mente a este personaje de tu imaginación y lo introduzcas en
En los «Apuntes de Erotomanía» que encontrarás al fi- una ficción literaria.
nal de los ejercicios, hablamos sobre distintos instrumentos,
medios y recursos, destinados todos al consuelo de nuestras Para ello, te proponemos los siguientes pasos:
soledades. Como esta relación no pretende ser exhaustiva, y
como en materia de consuelo cada cual se las ingenia a su 1. Describe en detalle a tu personaje, sirviéndote del
modo, te proponemos ahora que recuerdes o inventes artilu- cuestionario del primer capítulo. (Añádele todas las pregun-
gios, reales o ficticios, eficaces o inútiles –tal como hace tas que te parezcan necesarias para que tome vida. No olvi-
Carelman con su Catálogo de objetos imposibles–, pero des que todo escritor tiene en su cabeza, es decir, maneja con
relacionados, eso sí, con el vicio solitario. precisión, muchos más datos de los que luego aparecen en el
En este ejercicio puedes escoger entre dos opciones: texto. Flaubert, para escribir Madame Bovary, leyó los libros
que ella hubiera podido leer de niña; Umberto Eco, cuando
– Escribir una carta a tu amante donde le expliques con escribía El nombre de la rosa, imaginó muchos más frailes
detalle su funcionamiento (el del artilugio, no el de tu aman- de los que luego rondarían por el monasterio: no de otro
te) y todas sus ventajas insospechadas. modo se consigue el denso espacio de la ficción. Utiliza
– Patentar tus descubrimientos. fichas, toma apuntes, dibuja la casa donde vive tu personaje,

148/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/149


hasta que lo veas alzarse frente a ti. Razona con su lógica, no sor.
con la tuya; invéntale una forma de hablar.) Para que vayas – Acabas de salvarlo del peligro.
creando este personaje –y además de lo que ya te hemos – Ha terminado el mundo, y sólo quedáis vosotros dos.
comentado– te proponemos que realices los siguientes ejer- – Os cruzáis por la calle.
cicios: – Coincidís, al atardecer, en el embarcadero de una isla
a) Supongamos que el personaje de tu imaginación tie- griega; el último barco ya ha partido hacia el continente.
ne, por ejemplo, veinticinco años. Escribe un fragmento de – Coincidís en la cancha de squash, y el gimnasio está de-
su diario fechado diez años antes. Utiliza para ello el folio sierto.
que aparece en la página 157. – Os encontráis en los urinarios de una estación de trenes
de Estambul.
b) Haz avanzar el reloj, arranca las hojas del calendario,
y hazle cumplir los treinta y cinco: ¿en qué se ocupa ahora?
3. Ya tenemos los dos personajes, tú y tu ficción, y una
c) Tu personaje se ha enterado de un rumor que circula pequeña historia. Desarróllala en primera persona y lleva el
en torno a él. ¿Cuál es este rumor? ¿Qué parte de verdad argumento hasta el logro de tus fantasías, que sospechamos
contiene? terminarán siempre en el mismo lugar.
Según recomiendan los grandes escritores, y una vez
2. Teniendo en cuenta que tu personaje nace de una concluida la historia, te aconsejamos que releas el texto,
fantasía onanista: teniendo en cuenta las siguientes pautas para corregirlo un
a) Colócalo en una situación que te resulte incitante. poco:
Por ejemplo: – Evita que las palabras próximas rimen entre sí.
– Es tu jefe/a o tu subordinado/a. – No lo llenes todo de adverbios terminados en «mente»
– Lo salvas de algún peligro (en un callejón oscuro es ata- ni de gerundios.
cado por una banda de gamberros; lo raptan los piratas; – Quita los adjetivos innecesarios, es decir, todos los que
lo persigue el lobo por el bosque...). no le añadan algo importante al texto.
– Es tu profesor/a. – Ten cuidado con la repetición de palabras.
– Es el repartidor de butano. – Intenta que la primera frase de tu relato sea tan atractiva
– Es la mujer de tu mejor amigo (o viceversa –¿por qué que el lector no pueda reprimir el deseo de seguir leyen-
no?–, el mejor amigo de tu mujer). do.
– Huye de los tópicos como de la peste, a menos que sean
b) Ingresa tú mismo o tú misma en esa historia, con lo importantes para la historia.
cual te conviertes en personaje de ficción. Para ello te suge- – No empieces todas las frases igual: siempre con un ver-
rimos los siguientes desarrollos: bo, siempre con sujeto.
– Te has quedado con él o con ella encerrado en un ascen- – Combina, si es adecuado para tu texto, las frases largas

150/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/151


con las frases cortas. no, era guapa, guapa de abofetearla. Allí estábamos todos
– No uses constantemente un mismo tiempo verbal. empalmados.
Y pasaron las horas en un placer que no cesaba; uno
Estos son consejos para escritores principiantes, ya que de esos placeres infinitos, que la desarmaron, que la desma-
en un escritor avezado los aparentes errores pueden conver- yaban. Tan desnuda entre tantos, que no lo estaba. Y las
tirse en recursos literarios. piernas desparramadas sobre un suelo negro y agrietado y,
Luego –cuando hayas completado la historia– presenta en las grietas –esto es seguro– polvo, basura y anonimato.
tu relato a un concurso, dáselo a leer a tus amigos, intenta – Tenía una forma de mirar..., y la sonrisa..., la sonrisa
venderlo a un teléfono erótico, pero si la fantasía no coincide le llegaba a los pezones y claro que la mirábamos. Y, si
con la realidad, nunca dejes que lo lea tu amante. alguien le decía algo, nos escupía en la cara.
Como ejemplo de la creación de un personaje femenino Sucedió a las tres de la tarde. A las tres, varios altavo-
en el que la masturbación se une al sadomasoquismo, os ces invitaron a los pasajeros a salir del tren. Luego, exigie-
invitamos a la lectura de un fragmento del relato «El res- ron el abandono definitivo de la máquina.
plandor asumido», de la joven escritora Karim Taylhardat 5: –Se quedó allí, masturbándose. La insultaban; nosotros
no, porque era gratis y fíjese usted, eso no se ve todos los
(Ella) ocupó el penúltimo vagón del tren veintisiete y días. Pues tenía las piernas tal que así.
esperó, con mirada insistente, a que un anciano abandonara
el asiento junto a las barras –tan firmes, erectas, irresisti- Es difícil saber en qué vía muerta y oscura los vagones,
bles– afianzadas al techo y al suelo. Se acomodó o se apoyó ya sea por viejos, por inservibles o, quizás, por rutina, fue-
o poco puede saberse lo que hizo en aquel asiento ya calien- ron arrumbados en algún túnel.
te, con olor a borracho y salpicaduras de a saber qué. –No, yo cuando hice la revisión no vi a nadie. ¿La mu-
Sin discreción alguna, pasadas ya dos horas, asomaron jer atada a la barra? No, no me creo esa historia.
de sus bolsillos y por entre sus largos dedos las esposas con De cuántos días, noches, pasó ella dentro del vagón,
su tintineo, cargadas de brillos plateados. nadie ha sabido algo coherente. Y, en qué momento pudo
Aún hay testigos de lo ocurrido; de cómo tomó los aros sentir el cuerpo magullado sobre los duros asientos, es fácil
y los aprisionó –en la muñeca, uno; y en el tobillo, el otro-–, de adivinar. Y del hambre, de cualquier hambre, ya es inútil
quedando fundidos a su piel, y de cómo, callada y con los hablar.
ojos ardientes, hizo sonar un clac con el que quedó unida a –Hace tanto tiempo... Pero recuerdo a un tipo alto y
la barra. fuerte y muy nervioso que preguntaba por el tren veintisiete.
–Llevaba una chaqueta de hombre y nada más. Y, bue- Tenía un sobre blanco y, dentro, una llave y no sé qué histo-
rias sobre una carta que había recibido.
5
Taylhardat, K., «El resplandor asumido», Sado Maso, n° 35, Barcelona, 1989 Es posible que fuera un viaje planeado. Es posible que

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ella escribiera una o varias cartas con la copia de la llave El clítoris. Qué bien suena la palabra «clítoris». Es
de sus esposas y que, dulcemente, diera algún tipo de ins- una palabra elegante y acuática. La sílaba «cli» al comienzo
trucciones a algún desconocido elegido al azar. de la palabra es un acierto colosal. Clí. Clí. Podríamos
–Insistió mucho tiempo, pero yo no sabía nada de ese usarla como diminutivo, como sobrenombre cariñoso para
tren ni a qué venía ese nerviosismo. Y, luego, parece ser que esa parte del cuerpo de una mujer. Pero el nombre entero
apareció la mujer. me deleita, la palabra «clítoris». Podría ser un nombre de
mujer (...) Podría ser el nombre de una flor 7.
Pero la historia puede tener mil cabezas y, además,
una llave. Y esa historia puede tener un hombre al que se A partir de las sugerencias presentes en este texto, te
elige después de muchos hombres. Y, quizás, la necesidad de proponemos que te abandones también a la seducción de los
ser dominada, dominando ella antes.Pero es difícil apresar sonidos con distintas partes de tu cuerpo o el de tu amante.
el S.O.S. de una sadomita. Y cómo saber que ella, en defini- Mantén este juego a lo largo de un folio, que bien puede
tiva, buscaba sin tregua un placer último: el de la sorpresa, servir como carta erótica.
el de sorprenderse o el de ser sorprendida.

Resulta interesante observar en este texto el uso de la Ejercicio n.° 6


primera persona del plural (nosotros) como óptica narrativa,
Dentro de estos campos de asociación de los sonidos
que añade al relato un enfoque aún más anónimo, multipli-
hay un recurso, la jitanjafora, practicado con éxito por Julio
cando el placer –y la soledad– de la sadomita.
Cortázar en las páginas de Rajuela; la jitanjáfora consiste en
inventar palabras, cuyo significado se entiende por el contex-
Ejercicio n.° 5 to o por su parecido con otras.
Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el
Hemos hablado en este capítulo sobre la aliteración, fi- clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en
gura que consiste, según define la Academia, en la «repeti- sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar
ción notoria del mismo o de los mismos sonidos, sobre todo las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y
consonanticos, en una frase». tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo
Entre las posibilidades expresivas de este recurso está poco a poco las amulas se espejunaban, se iban apeltronan-
el jugar con la sonoridad de una palabra, de modo que evo- do, reduplimiendo, hasta quedar tendidos como el trimalcia-
que en nosotros ideas y sugerencias que no corresponden con
su sentido real. A ello se entrega Alicia Steinberg en el si- 7
guiente pasaje de su novela Amatista 6: La palabra clítoris viene del verbo griego cleio, cerrar. Dice la leyenda que
Clítoris, pequeña por naturaleza, pertenecía a un pueblo de hormigas y era hija
de un gladiador mirmidón. Son bien conocidas las tendencias vengativas de
Zeus, que convirtió al diminuto pueblo en hombres. Pero más tarde, enamorado
6
Steinberg, A., op. cít el dios de la minúscula belleza, hubo de convertirse él en hormiga para poseerla

154/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/155


to de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas
de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, por-
que en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios,
consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelu-
nios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los
encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era
el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la
jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del
merpasmo en una sobrehumitica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohél
Volposados en la cresta de murelio, se sentían balparamar,
perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las maño-
plumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en
niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles
que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias 8.

– Tomando como ejemplo el texto de Cortázar –y


cuando no hubiese mejor remedio– confiésale un desliz a tu
amante, con el auxilio de la jitanjáfora 9.

8
Cortázar, Julio, Rayuela, Sudamericana, Buenos Aires, 1969
9
En la ya larga trayectoria de los Talleres de Escritura Creativa, se ha abusado a
menudo de técnicas o figuras como la jitanjáfora. Este tipo de enfoque corres-
ponde a la etapa de gestación de los talleres, y también a distintas corrientes
ideológicas de los años sesenta, donde primaba el juego sobre la teoría.
Hoy –treinta años después– la concepción predominante es que toda aportación,
teórica o práctica, puede suponer en sí misma un elemento valioso para el traba-
jo del escritor. En la línea antes citada se ubican textos como los Ejercicios de
estilo de Queneau –de publicación tardía en España– o la Gramática de la Fan-
tasía de Rodari, muy innovadora en su momento; también se caracteriza esta
etapa por el febril seguimiento de los surrealistas o la adhesión al formalismo
del «Oulipo». No obstante, en el énfasis que estas corrientes ponían sobre el
juego parece leerse entre líneas una cierta desconfianza hacia el atractivo de la
propia literatura. En la actualidad, y aceptando el valor motivacional de aquellos
enfoques, se tiende a la formación del escritor mediante todos los recursos que
le sean precisos.

156/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/157


maquilladas, pasáramos a su lado desnudas, con sólo las
camisitas transparentes y con el triángulo depilado, y a
nuestros maridos se les pusiera dura y ardieran en deseos de
follar pero nosotras no les hiciéramos caso, sino que nos
aguantáramos, harían la paz a toda prisa, bien lo sé 10.

Tales continencias en pro de la concordia obligarán a


las mujeres al uso del ólisbos –instrumento de cuero o made-
ra fabricado en Mileto (Asia Menor)– con el que estas mili-
tantes pacifistas habrán de suavizar tan largo ayuno.
Masturbadores ingeniosos: un premio Sabemos igualmente que en el Renacimiento italiano
de consolación los consoladores llegan a ser bellísimos objetos de cristal de
Carrara, provistos de uno o dos grandes glandes, o glandes
«Aunque a veces sabe Onán mu- grandes, a fin de que pudieran ser disfrutados por dos muje-
cho que ignora Don Juan.» res al mismo tiempo.
Antonio Machado
En realidad, este tipo de consoladores, los bicéfalos, se
considera que fueron de invención árabe, y se utilizaron para
Consuélase la carne, cuando ello es menester, con los solaz de las concubinas recluidas en el harén. Habrían sido
ingenios más variados. Sin duda estos aparatos, confortado- tallados en marfil o en ébano –según fantasearan la piel del
res del ansia, han permanecido a lo largo del tiempo en el amante– y en algunos casos tenían un conducto en el que se
seno de lo privado, pues ya avisa el refrán que no está bien podía inyectar agua caliente. La materia de este amante ima-
hacerse la paja en el ojo ajeno. Pero a pesar de ello, y a tra- ginario era múltiple: madera, cuero, caucho, cristal, materia-
vés de diferentes textos literarios, ha llegado a nosotros noti- les a los que en la actualidad se añade el plástico, con el
cia segura sobre las muchas formas que han tenido las muje- disgusto de los/las ecologistas reacios a estos elementos no
res, y también los hombres, de calmar sus apremios. reciclables.
El primer testimonio en torno a los consoladores nos lo Así describe Apollinaire 11 el uso de estos objetos:
proporciona Aristófanes en su comedia Lisístrata, donde se
cuenta cómo las féminas, a fin de evitar la guerra, se niegan Era bonita como la primavera, y parecía que dos abe-
a entregarse a sus hombres mientras ellos no firmen la paz. jas estaban continuamente posadas en la punta de sus senos.
Nos satisfacíamos con un trozo de mármol amarillo tallado
Así expone Lisístrata sus planes, ante la asamblea de
las atenienses:
10
Aristófanes, Lisístrata, Alianza, Madrid, 1989
Porque si nos quedáramos quietecitas en casa, bien 11
Apollinaire, Guillaume, op. cit

158/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/159 /


por los dos extremos en forma de miembro. Eramos insacia- dilataba, zaheríalo el anillo, evitando así la erección y sus
bles y la una en brazos de la otra, desenfrenadas, encrespa- consecuencias tan temidas entre los varones puritanos del
das y aullando, nos agitábamos con furia como dos perros siglo XIX.
que quieren roer el mismo hueso. Siguiendo en esta línea de guerra a los masturbadores –
y también por la misma época– se ideó un cinturón de casti-
Sin embargo, hay gustos para todo, y como la objeción dad masculino, compuesto por dos bolsas de cuero rígido
ecologista nos parece válida, no se debe olvidar el uso de que encerraban las partes (pudendas) de la víctima, o un
remedios provisionales, como son el bucólico pepino, la dogal que hacía, si no imposible, al menos muy dolorosa la
caribeña banana, el piadoso cirio, o cualquier otro adminícu- erección.
lo con la forma y el grosor adecuados.
Parece mentira que, un siglo antes y en Escocia, se
formara un club especializado en la masturbación comunal,
club en cuya insignia se representaba un falo, hueco y de
tamaño natural, con un sello en forma de vulva y el lema:
«La vista perfecciona el deleite.»
Hay entre los masturbadores masculinos –como tam-
bién recoge Cela en su Diccionario del erotismo– el caso
algo increíble de los cosquilladores del norte de las Célebes,
quienes se masturban insertando sus pollas entre el párpado
y las pestañas de una cabra, lo que les produce, en las partes
que acabamos de mencionar, el efecto de un aro elástico
rodeado de una suave pilosidad.
Un alivio casero, practicable, de bajo coste y ligera Tan sofisticadas como ellos –pero posiblemente más
proporción, es el anillo chino que utilizaban las mujeres: certeras– las mujeres japonesas, provistas de tres bolas del
confeccionado con caucho, se colocaba en el dedo para fric- tamaño de un huevo de paloma, las organizaban de aquesta
cionar con él, lánguida o enardecida-mente, el interior de la guisa: la primera, hueca, la introducían tan profundamente
vagina. como era posible en la vagina; tras ella colocaban la segun-
da, que contenía mercurio; y tras ésta, la última, pequeña y
Muy distinto resultado obtenían los hombres de la In- pesada. Cualquier movimiento hacíalas vibrar –y con ellas el
glaterra victoriana con el anillo automático de Nuch, que cuello del útero– despertando así una intensa y duradera
lejos de acrecentar el placer los protegía de su acecho. Era sensación de placer. Este refinado artefacto fue conocido en
este anillo pequeño y niquelado, y se emplazaban en su inter- Inglaterra hacia el siglo XVI.
ior unos diminutos dientes rígidos. Colocado en el onceno
dedo del cuerpo masculino, si aquél –debido a los sueños– se A los ardores de las mujeres respondieron también los

160/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/161 /


hombres, tal y como menciona el Kama Sutra, con el recurso Así como se perforan las orejas de una niña, el joven
del apadravya: un objeto peculiar que se colocaba alrededor hindú puede perforarse el lingam con un instrumento muy
del lingam, o polla propiamente dicha, de manera que llenase fino, y dentro del orificio abierto colocar apadravyas de
el yoni, o cono. distintas formas, todos ellos rasposos por la parte exterior, de
Estos apadravyas han de estar hechos con oro, plata, acuerdo con su finalidad.
cobre, hierro, marfil, cuernos de búfalo, maderas varias, Similar costumbre existe en Indonesia, donde la opera-
estaño o plomo, y deben ser suaves, frescos, aptos para pro- ción se repite a medida que desarrolla el mozo. Entre los
vocar el vigor sexual, y del todo adecuados, en fin, para el Dayak de Borneo el hecho de que el marido se niegue a
desempeño de su cometido. No obstante, cada cual puede utilizar estos adminículos, implantados en sus partes, puede
darles la forma que le apetezca. ser incluso motivo de separación.
El Kama Sutra, entre otros, recoge los siguientes apa- Si bien hubo otras compañías para las soledades noc-
dravyas: turnas –como la almohada entre los muslos o las vaginas de
– El brazal, que debe tener el mismo tamaño que el lin- animal rellenas de paja y rodeadas por un paño suave que
gam, y su superficie llena de asperezas. utilizaban los marineros–, nuestro siglo añade al ingenio
artesanal las ventajas de la técnica con el consolador a pilas;
– El brazalete simple, formado por un sencillo alambre o incluso la posibilidad de desplazarse, si es que se utiliza la
que se enrolla alrededor del lingam. bicicleta creada por Robert Müller, y presentada en la expo-
– El kantuka, o tubo abierto por los dos extremos, con sición surrealista de París bajo el título La viuda del ciclista.
un orificio a lo largo, rugoso por fuera y lleno de protuberan- A los placeres de la locomoción sumaba el artista un ólisbos
cias suaves, que se ata a la cintura. También pueden atarse a que se ponía en movimiento con los pedales, emergiendo del
la cintura otros tubos hechos de madera de manzano, o el sillín y consolando a la solitaria viajera que en él se sentara.
tallo tubular de una calabaza, o una caña untada de aceite y
extractos de diversas plantas.

162/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/163 /


Todos los sentidos –los que conocemos, los que se in-
tuyen– se aunan en el encuentro erótico. La mano que se
pierde bajo el roce de una falda o en la cremallera de un
pantalón –una cremallera que hace poco anunciaba con su
sonido de fauces de metal el futuro regocijo–, la mano per-
cibe ya el aroma del sexo sin haberlo visto; y es su oscuro
resplandor el que se yergue hacia la mano, que palpa la
promesa agria de su sabor en los labios, entre los dientes.
Con nostalgia de animal en celo la piel perfuma al
hundirse en un cuerpo, abre poros y papilas y se asombra de
percibir con la vista lo que el olfato ya saboreaba, lo que el
tacto había dicho.
Aroma la piel que recibe la caricia, relumbra un suspi-
ro y las piernas –verticales aún– se trenzan husmeando
dibujos imposibles.
Es la claridad de los cuerpos lo que por última vez es-
pía el ojo.
Y antes de apagar la luz, antes de gustar el banquete,
somos sólo lo que anuncian los sentidos.

CARTAS ERÓTICAS/167 /
No sabríamos decir qué es lo que nos gusta de una per-
sona; su aspecto, el color de su voz, la altivez de su mirada:
todas las sensaciones que despierta en nosotros las vislum-
bramos de un fogonazo. Así también en el encuentro amoro-
so, y en la escritura que lo refleja, las impresiones se mez-
clan y llegan a confundirse.
A esta unión –o matrimonio entre disímiles– la retórica
lo llama sinestesia, es decir: una mirada ardiente, un malva
chillón, una voz agria...
Sin embargo, hay otro espacio llamado perverso –y qui-
tamos a esta perversión todo tinte negativo– donde los senti-
dos se aislan: la cortina rasgada del mirón, los azotes de la
Así, de estos cruces entre lo sensible, de estos viajes sádica, nos colocan ante enfoques muy distintos que parce-
insospechados, se nutre frecuentemente la correspondencia lan, según su capricho, un área restringida de la sensibilidad.
erótica; quizá porque las propias sensaciones no se dan nun- Siempre se trata en estas devociones de un más y un menos,
ca aisladas, sino que llegan hasta nosotros formando un haz: pero cada autor, cada perversión, cada encuadre de la expe-
el olor nos sugiere una imagen, las notas de un piano nos riencia erótica, coloca el acento sobre un sentido particular,
recorren como un escalofrío, y hay un tacto repentino que explora sus matices, y extrae de él su propia riqueza.
acecha siempre en la oscuridad.
El furor anal en los libertinos de Bataille, el sexo glotón
que impregna las páginas de Miller, o esa mirada de Nabo-
kov, que se recrea en la infancia ambigua de Lolita, encarnan
otras tantas preferencias –¿otras tantas fijaciones?–, en las
cuales un sentido vale por los demás y resume, en sí mismo,
todo el espacio del gozo.
En este capítulo os invitamos a una visita guiada por
esas experiencias particulares, más o menos perversas, que
toman como punto de partida a los cinco sentidos.

168/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/169 /


El ojo en la cerradura Estábase la monja
en el monesterio,
«Descubre tu presencia, sus teticas blancas
y máteme tu vista y hermosura»
de so el velo negro.
San Juan de la Cruz Más, que me matarás.
Y el mismo sentimiento inspira a Juan Vásquez en es-
La mirada, los gozos de la vista, aparece una y otra vez tos versos de los Villancicos:
como motivo central en la literatura erótica. Quizá porque a
la mirada se asocia, dentro de nuestras costumbres, una larga Abaja los ojos, casada,
lista de ritos y prohibiciones. Sirva como ejemplo el tabú del no mates a quien te miraba.
desnudo –vigente aún en gran medida– pues si bien hoy se Casada, pechos hermosos,
tolera la exhibición de la pornografía, lo que en ella encon- abaja los ojos graciosos.
tramos, o nos sale al encuentro, es un desnudo anónimo, el No mates a quien te miraba.
desnudo de nadie, intercambiable como una ortopedia. Claro Abaja los ojos, casada,
que también podemos disfrutar el sol nudista de las playas, (no mates a quien te miraba).
que nos coloca ante un desnudo cívico, pedagógico, y como
militante de algo: un desnudo de flor en la oreja, frondoso de Fascina a la mirada lo que ya contempló en algún lugar,
niños, canarios y barbacoas. no sabe dónde, y por eso el voyeur es un amante desmemo-
De modo que el desnu- riado y un lazarillo de su afán a oscuras. Así podemos verlo
do/desnudo sigue estando, como en este texto inolvidable de Nabokov, donde los ojos de
siempre, en ese entreluz de lo do- Humbert Humbert rescatan y descubren, en Lolita, a un amor
méstico y lo canalla, y es el desnudo ya perdido por la bruma del tiempo:
que se le roba a la vecina, al vecino, Sin embargo, no siempre se mira lo mismo, ni de la
el cabaret golfo de todas las solterí- misma manera, y se acaba, tal vez, mirando poco, lo impres-
as, el arrebato picaro del santo, o la santa sorpresa, en satén, cindible, por no perder el son. Hay una biografía de la mira-
de la santa. da que no coincide con la nuestra. La mirada del niño, por
Parece, pues, que hay un peligro en la mirada, o un pe- ejemplo, tiende a abultar las cosas con su fijeza y a enrique-
ligro de la mirada, y tal vez el pecado, como avisaba el cate- cer sus puntos ciegos, sus mínimos espionajes, con la propi-
cismo, entra siempre por los ojos. Del pecar con la vista, de na de la fantasía. La mirada adulta, templada, sabedora, trata
sus riesgos, se duele ya la lírica del Renacimiento en este después de disminuirlas, por recelo quizá, o en un empeño de
poema de Diego Sánchez de Badajoz: volverlas manejables.
No me las enseñes más, Porque la vista corre a la zaga del apetito, casi nunca al
que me matarás. revés, de manera que ver es recordar, y no gastamos mira-

170/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/171 /


mientos hacia las cosas que nos dejan fríos: los ojos sueñan y Una espalda, unos hombros, un lunar; una «nínfula» re-
esculpen; el torso, las piernas que miro, son una arcilla que cién descubierta –Lolita–, que aviva en Humbert Humbert la
se entrega, dócil, a los envites de mi deseo. reminiscencia de un amor antiguo: tal como muestra Nabo-
Fascina a la mirada lo que ya contempló en algún lugar, kov, el deseo que se recobra en la mirada es un deseo frag-
no sabe dónde, y por eso el voyeur es un amante desmemo- mentado, detallado. No hay una panorámica de la pasión,
riado y un lazarillo de su afán a oscuras. Así podemos verlo sino una serie de vistas parciales, y lo mismo que el paleon-
en este texto inolvidable de Nabokov, donde los ojos de tólogo reconstruye el animal a partir de un hueso, la avidez
Humbert Humbert rescatan y descubren, en Lolita, a un amor de los ojos, de la mirada, toma consigo alguna zona de su
ya perdido por la bruma del tiempo: objeto, cualquier pieza del puzzle, y a partir de una boca
vuelve a trazar el rostro entero, o resume una figura en el
Aún seguía a la señora Haze por el comedor cuando, dibujo de sus manos.
más allá del cuarto, hubo un estallido de verdor –«la gale- Recortar y recordar es el secreto simple de la mirada, y
ría» entonó la señora Haze– y entonces sin el menor aviso, un procedimiento, también, usado con frecuencia en la litera-
una oleada azul se hinchó bajo mi corazón y vi sobre una tura: la sinécdoque.
estera, en un estanque de sol, semidesnuda, de rodillas, a mi
amor de la Riviera que se volvió para espiarme sobre sus Hablamos de sinécdoque cuando alguna parte basta pa-
anteojos negros. ra recordarnos el todo (o viceversa), y por eso –como ocurría
en la metáfora– toma su lugar y lo sustituye; llamar «espada»
Era la misma niña: los mismos hombros frágiles y co- al torero o «vela» al barco son usos de la sinécdoque que han
lor de miel, la misma espalda esbelta, desnuda, sedosa, el hecho fortuna en el lenguaje coloquial.
mismo pelo castaño. Un pañuelo a motas anudado en torno
al pecho ocultaba a mis viejos ojos de mono, pero no a la Dentro del género narrativo este recurso se amplía –
mirada del joven recuerdo, sus senos juveniles. Y como si yo desde la frase hasta la propia historia– y llega a convertirse
hubiera sido, en un cuento de hadas, la nodriza de una prin- en una pauta muy eficaz a la hora de componer el texto. Así,
cesita (perdida, raptada, encontrada en harapos gitanos a es corriente que la descripción de una prenda, un objeto
través de los cuales su desnudez sonreía al rey y a sus sa- especial, o una parte del cuerpo, se utilicen para retratar a un
buesos), reconocí el pequeño lunar en su flanco. Con ansia y personaje en lo que tiene de más característico, o que unos
deleite (el rey grita de júbilo, las trompetas atruenan, la días, un acontecimiento pasajero, basten para sugerir, en la
nodriza está borracha) volví a ver su encantadora sonrisa, imaginación del lector, una idea precisa de su vida.
en aquel último día inmortal de locura, tras las «Roches De este procedimiento se sirve Flaubert en Madame
Roses». Los veinticinco años vividos desde entonces se em- Bovary, cuando nos muestra cómo un solo detalle de Emma,
pequeñecieron hasta un latido agónico, hasta desaparecer 1. la protagonista, basta para dar al traste con las resoluciones
de su amante:

1 Hasta se proponía dejar de amarla. Pero luego, en


Nabokov, Vladimir, op. cit

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cuanto volvía a oír el taconeo de sus botitas, desfallecía,
como un borracho ante un licor fuerte 2.
mallas del cañamazo; cada puntada de la
En otro momento de la historia será suficiente con la aguja habría dejado allí una esperanza o
descripción de un objeto –la petaca que ha encontrado Char- un recuerdo, y todos aquellos hilos de
les, su marido– para que la fantasía de Emma reconstruya seda entretejidos no eran sino la prolon-
ese mundo lejano y fascinador de la nobleza, vedado para gación de una misma pasión callada.
siempre a la estrechez de su vida provinciana: Hasta que luego, un día el vizconde se la
habría llevado a vivir con él. ¿De qué
hablarían mientras la petaca reposaba
allí, en el reborde de una chimenea de al-
A veces, cuando Charles no estaba ta campana, entre jarrones con flores y
en casa, Emma iba al armario y, de entre relojes Pompadour?
los pliegues de la ropa blanca donde la
había escondido, sacaba la petaca de se-
da verde.
La miraba, la abría y hasta aspira-
ba el perfume, mezcla de tabaco y verbe-
na, que impregnaba el forro. ¿De quién
sería? Seguro que del vizconde. Tal vez
se la hubiera regalado su amante.
Habría hecho el bordado en un bastidor
de palisandro, primoroso enser que es-
condiera de todas las miradas, labor que
le habría llevado tantas horas y sobre la
cual se habrían inclinado los suaves bu-
cles de la bordadora pensativa. Un soplo
de amor se habría filtrado por entre las

2
Flaubert, Gustave, Madame Bovary, Sociedad Española de Librerías, S. A.,
Madrid, 1982

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Pero volviendo a los ojos, a sus licencias y sus prohibi- Así que lo vio él, se aflojó los calzones inmediatamente,
ciones, la literatura erótica suele tomar la sinécdoque para así como el cinto y las ligas, que deslizó hacia abajo y se
transmitir esa intensidad selectiva de la mirada que se vincu- sacó por los pies. También se desabrochó el cuello de la
la al descubrimiento, al acecho, y al placer de asomarse a lo camisa, y tras dar a Polly un beso de aliento, le robó, por así
escondido. decirlo, la camisola. Supongo que habituada a este capri-
En el ojo que espía por la cerradura tenemos, sí, un cho, se sonrojó, pero me nos que yo al verla
ejemplo de sinécdoque narrativa, y una escena usual dentro ante mis ojos comple tamente desnuda, tal
del género que adquiere, casi siempre, el significado de una como su madre la ec hó al mundo, con los
iniciación. Todo el asombro de la mirada se hace patente en negros cabellos suel tos y derramados
el texto de John Cleland que os ofrecemos ahora, donde la sobre cuello y hom bros, de cegadora
curiosidad recién despierta de Fanny Hill se verá sorprendida blancura, mien tras que el pro-
por los juegos de Polly con un muchacho genovés: fundo carmín de las mejillas se
aclaraba gradual mente hasta trans-
Sentadas en las cajas podíamos ver cómoda y clara- formarse en la albu ra de la nieve helada
mente todos los objetos sin que nos vieran, con sólo acercar pues tales eran los ma tices y pulimento de
los ojos a la rendija en donde una moldura se había comba- su piel. La muchacha no podía tener arriba
do y salido de su lugar. Vi primeramente al joven caballero de dieciocho años: era de rostro regular y
de espaldas a mí. Se hallaba contemplando un grabado. cuerpo bellísimo. No pude sino admirar los
Polly aún no había llegado, pero al cabo de un minuto, se pechos, maduros y encantadores hemo-
abrió la puerta y apareció ella. El ruido de la puerta hizo samente torneados en carne y de tan
que se volviera él y se acercara para saludar a Polly con grande redondez y firmeza que se
expresión de gran ternura y contento. mantenían alza dos con despre-
Después de saludarla, la condujo hasta un diván que cio de todo cor sé. Y los pezo-
quedaba enfrente de nosotras y los dos tomaron asiento en nes, que apuntaban en direcciones distintas, denotaban su
él. El joven genovés le sirvió a Polly un vaso de vino y le placentera separa don. Por debajo de ellos se extendía la
ofreció unas galletas napolitanas de una bandeja. subyugadora planicie del vientre que acababa en unasepa-
Más tarde, así que se besaron varias veces y después ración o hendidura apenas perceptible, que dijérase buscar
de hacer él varias preguntas en inglés entrecortado, comen- pudorosamente huir hacia abajo y refugiarse entre dos mus-
zó a desabrocharse las ropas y pronto quedó en camisa. los carnosos y gordezuelos. El rizado vello se extendía por
Como si esto fuera la señal acordada para despojarse su delicioso frontispicio y lo adornaba con la marta cebelli-
de ropas, plan que el calor de la estación hacía más plausi- na más rica de este mundo.
ble, Polly comenzó a desprender alfileres, y como no llevaba En pocas palabras, tratábase de un espléndido modelo
corsé que desatar, con la gentil ayuda de su galán quedó en para los pintores que quisieran representar la belleza feme-
un dos por tres en camisola. nina en todo el orgullo y la pompa de su desnudez.

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El joven italiano, aún encamisado, permaneció absorto dulces que el vino.» La boca y el amor, el hambre y el sexo;
contemplando unas bellezas capaces de encender a un ere- toda la urgencia del instinto, el animal de fondo, esa callada
mita agonizante; los ojos anhelantes del mozo la devoraron, voracidad que disfrazan las reglas, la honradez del caníbal.
según Polly cambiaba de postura a discreción del amador.. No logra ocultar el sexo lo que aún encierra de depre-
Fuera imposible no advertir el levantamiento de la par- dación. Los amantes se devoran con la vista, con los labios, y
te inferior de la camisa, que demostraba el estado en que se se comerían de buena gana, como en
encontraban las cosas detrás del telón. Pero pronto se quitó una vuelta a la Edad de Oro: comer y
la camisa por la cabeza y quedaron los dos sin tener nada ser comido, reintegrarse en el otro,
que reprocharse en cuanto a desnudez 3. saborearlo. En el festín que es la
Hacia adelante o hacia atrás, como recuerdo o anticipa- pasión erótica lo más sublime, lo más
ción, la vista y sus placeres ocupan un lugar señalado dentro brutal, se mezclan sin remedio como
de la escritura erótica. Un estallido de verdor ponía ante devoración y eucaristía como dice la
nuestros ojos, en el testimonio de Humbert Humbert, todo el Biblia:
deleite de su descubrimiento; el volumen de un telón echado, Entra, amor mío, en tu jardín
en el texto de Cleland, nos vuelve, por unos instantes, espías a comer de sus frutos deliciosos.
de lo invisible.
Más prolija o más breve, la carta –pues en ella desem- Hay, sí, una dulzura del amor, un preciado alimento en
bocamos– debe respetar una cierta extensión. De ahí la im- el cuerpo del otro. Comerse a quien se ama es lo imposible
portancia de esos detalles, tantas veces inadvertidos, que del deseo, su frontera interior, su meta y su extravío.
pueden resumir ante el destinatario los muchos caminos de Un canibalismo con buenos modales es el amor, y qui-
nuestro deseo. zá por eso –por la oscura raíz que los une– comer y amar
pueden sustituirse tantas veces, como hermanos gemelos, en
la ficción y en la vida.
Cómeme
«En general, disfrutamos de los "placeres de la Comer con el corazón, amar con la boca llena: la pasión
carne" a condición de que sean insípidos.» envuelve una forma de glotonería, un hambre que no admite
saciedad, y así lo hace ver el protagonista de Sexus en esta
Georges Bataille
hambrienta demanda:

«Que él me bese con besos de su boca –pide la esposa Soy insaciable. Comería pelo, cera sucia, coágulos de
de El cantar de los cantares– porque son sus amores más sangre, cualquier cosa y todo lo que sea tuyo. Preséntame a
tu padre con sus trapisondas, con sus caballos de carreras,
sus entradas gratis para la ópera; los comeré a todos, los
3
Cleland, John Fanny Hill. Memorias de una mujer galante, Akal, Madrid, 1977. tragaré vivos. ¿Dónde está la silla en que te sientas, dónde

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está tu peine favorito, tu cepillo de dientes, tu lima de uñas?
Sácalos para que los pueda devorar de un bocado. Dices
que tienes una hermana más hermosa que tú. Muéstrame-
la..., quiero arrancarle la carne de los huesos 4. Cuando al despuntar el día me pongo
en camino para ir a mi nido de Wahleim y
Pero el gusto, tal como se ha dicho, puede ser el suplen- en el mismo jardín de la casa dondt me
te de un amor desairado. En el extremo opuesto de esa furia hospedo cojo yo mismo los guisantes y me
carnívora que hace presa en Miller, el joven Werther 5 – siento para quitarles las briznas al mismo
enamorado de la mujer de otro– halla consuelo a su desespe- tiempo que leo a Hornero; cuando tomo un
ranza entre el candor de los guisantes, la suavidad de la man- puchero en la cocina, corto la manteca,
teca, y el alborozo manso de las coles: pongo mis legumbres al fuego, las tapo y
me coloco cerca para menearlas de cuan-
do en cuando, entonces comprendo perfec-
tamente que los orgullosos amantes de Pe-
nélope pudiesen matar, descuartizan y asar
por sí mismos los bueyes y cerdos No hay
nada que me llene de ideas más pacíficas y
verdaderas que estos rasgos dt costumbres
patriarcales, y, gracias al cielo, puedo em-
plearlos, sin que sea afectación, en mi mé-
todo de vida.
¡Cuan feliz me considero con que mi
corazón sea capaz de sentir el inocente y
sencillo regocijo del hombre que sirve en
su mesa la col por él mismo cultivada, y
que, adem ás del placer de comerla, tiene
otro mayor recordando en aquel instante
los hermosos días que ha pasado cultiván-
dola, la alegre mañana en que la plantó,
las serenas tardes en que la regó, y el gozo
con que la vio medrar de día en día!
4
Miller, Henry, Sexus, Seix Barral, Barcelona, 1984
5
Goethe, J. W., Las penas del joven Werther, Alianza, Madrid, 1989

180/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/181 /


Del feroz apetito de Miller a esa dieta –quién sabe si
casta o perversa– que le impone a Werther su amor culpable,
la escritura erótica encuentra en el gusto, en los sabores, en dores jugos de arándanos y moras. A qué-
todos los deleites del paladar, una mesa surtida de metáforas sabe el tuyo, di. O mejor, déjame descu-
y una fuente copiosa donde nutrir su inspiración. La carta, brirlo. Acaricíalo un poco, así, por encima
pues, puede demorarse cuanto quiera en los placeres del de la ropa, muy suavemente. No te importe
gusto, y a ese recreo nos entregamos en el ejemplo que si- que mire. Noto el pulso en las sienes, la
gue: garganta que arde, y estoy siguiendo con
fijeza hipnótica el vaivén de tus dedos. Sí,
me encanta mirarte: a cada movimiento de
tu mano me atraviesa una astilla encendi-
Querida Nuria: da. Por qué parar ahora. No hay leyes del
Eres una niña cochina y deliciosa. deseo, no hay distancias, y tu carta me ha
Quizá tendría que reprenderte por tu últi- hecho desearte ciegamente, furiosamente.
ma carta, pero no pienso hacerlo: a mí me Estoy a tu lado .
vuelven loco las niñas tan cochinas como He hundido la cabeza entre la fronda
tú. oscura de tu sexo, y allí quiero perderme.
Tienes razón, esa era la carta que yo Quiero apresar en mi boca ese rescoldo
deseaba, la que no me atrevía a pedirte. terso y abultado, esa rosa carnal, pulsante,
Pero me pones la miel en los labios, los la- mínima, que hiere desde lejos. La tomo en-
bios en tu miel caliente y turbia, y en se- tre los labios con esmero, y dejo que mi
guida me quitas el premio. No seas impa- lengua la vaya acariciando, muy despacio
ciente. Déjame demorarme en tu sexo: al principio, con más brío después. A ve-
apenas he podido saborearlo, y mi boca ces, cuando siento más hondos tus gemi-
está hambrienta de esa pulpa dulcísima. dos, me detengo un instante para besar los
No me has dicho a qué sabe. pliegues ya entibiados, el dintel de la gruta
que se adentra en lo oscuro.
Hay sexos ácidos, intensos, retadores,
como la carne del pomelo, hay sexos agri- No me sacia tu fruto más sabroso. No
dulces como cerezas tiernas; hay sexos que me basta escuchar tus gemidos. Quiero oír
rezuman deliciosos almíbares, embriaga las palabras más sucias manchando tus la-
bios. Soy un perro encelado lamiéndote el

182/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/183 /


Pero el gusto admite muchas variedades, y en ese exceso que
lleva consigo la pasión erótica no faltan adictos del beso
coño, un animal que ansia tu vulva estre- negro, que no tiritan ante nada.
mecida, tus muslos oscilantes, tus piernas «Amor es el lugar del excremento», sugería Keats, y
como esbeltas lianas de blancura. Tu sexo hay otras bocas más literales, embigotadas de amor. Habla-
es ya un torrente que fluye por mi boca, mos pues de la coprofagia (de cópros, excremento; y fagein,
una brasa muy dulce desgajada del día, tu comer) que no es, precisamente, una devoción insípida.
sexo es una gema, cegadora y terrible, que
arrastra el oleaje creciente de los astros. Del disfrute que pueda encerrarse en un menú tan aro-
mático y particular, nos da cuenta el texto de Apollinaire que
os ofrecemos ahora:
–¡Caga ya! –gritaba Mony.
Enseguida apareció una puntita de mierda, picuda e
insignificante, que mostró la cabeza y se retiró inmediata-
mente a su caverna. Al poco reapareció, seguida lenta y
majestuosamente por el resto del salchichón, que constituía
uno de los más bellos cagajones que un intestino haya pro-
ducido jamás.
La mierda salía untuosa e ininterrumpidamente, hilada
con cuidado como un cable de navio. Oscilaba con gracia
entre las bellas nalgas que se separaban cada vez más.
Pronto se balanceó con mayor brío. El culo se dilató aún
más, se agitó un poco y la mierda cayó, caliente y humeante
toda ella, en las manos de Mony que se tendían para recibir-
la. Entonces él gritó: «¡No te muevas!», y, agachándose, le
lamió cuidadosamente el orificio del culo, amasando el
cagajón con sus manos. Luego lo aplastó con voluptuosidad
y se embadurnó todo el cuerpo con é 6l.

Según vemos, cada cual puede elegir a la carta los in-


gredientes de su pasión: la berza cuaresmal del joven Wert-

6
Apollinaire, Guillaume, op. cit

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her, los jugosos bocados de Miller, o esa receta del príncipe table de la mansión, sino también por lo extraordinariamen-
Vibescu que haría –quién lo duda– las delicias de un paladar te bien parecido del hijo de mi huésped; pronto me tracé un
rupestre. plan, para no resultar al señor de la casa sospechoso de
Sazonar la escritura, aderezar sus cartas, es la tarea del enamorarme del muchacho. En efecto, cada vez que se men-
escribiente erótico: el punto de cocción –o de caución–, la cionaba en la mesa los placeres con garzones, me irritaba
cantidad, los toques personales, son materia de tiento y de tanto, con tan severo ceño me oponía a que mis oídos se
apetito. mancillasen con la obscena charla, que la madre especial-
mente me miraba como si fuese uno de los grandes sabios
del mundo. Ya había empezado a llevar al efebo al gimnasio
La trampa del oído yo mismo, a actuar yo de director de sus estudios, a darle yo
«Esa espuma ligera que son siempre los dientes clases y preceptos, para que ningún seductor hubiese de
cuando van a decirse las palabras oscuras.» entrar en la casa.
Vicente Aleixandre Un día estábamos en el comedor, porque una festividad
había acortado las horas de clase y la satisfacción que se
Del oído y sus gozos hemos hablado ya en las páginas prolongaba más y más nos había emperezado para retirar-
de este libro, dentro del capítulo que dedicábamos a la con- nos; más o menos a medianoche, me di cuenta de que el
fesión. Sin embargo, hay otras formas del susurro menos muchacho estaba despierto. Por consiguiente, en un murmu-
ligadas a la piedad, y de ellas se han servido, desde siempre, llo lleno de temor hice esta promesa: «Venus, señora mía, si
las estrategias seductoras. En esa media voz que nos regala yo logro robar un beso a este muchacho sin que él se dé
el oído, la promesa, el halago, adquieren cuenta, mañana prometo regalarle un par de palomas.» Al
un vigor que de otro modo no tendrían: oír el precio de mi capricho, el muchacho empezó a roncar.
por el oído llega la perdición de Otelo, Entonces me acerqué a él, que seguía haciendo la comedia,
que cede a las sugerencias de Yago; y en y le arranqué algunos besos. Satisfecho de este comienzo,
el oído de Melibea practica Celestina sus muy de mañana me levanté y elegí un par de palomas; él
malas artes. estaba esperándolas: se las di y quedó cumplido mi voto.
Abundando así en los pormenores de la escucha, os in- La noche siguiente pude hacer lo mismo; por lo tanto,
vitamos a la lectura de esta fabulita de Petronio que entresa- cambié el deseo: «Si le puedo acariciar descaradamente con
camos de El satiricón, y donde se muestra cómo un oído mi mano –dije– y él no se da cuenta, dos gallos de pelea de
sabiamente trabajado puede ser, por igual, motivo de placer los más ardorosos prometo darle si se deja.» Ante esta nue-
y de fastidio: va promesa, el efebo se me arrimó él mismo y –tengo esa
Una vez, cuando estuve por razón de mi servicio mili- impresión– llegó a temer que yo me quedase dormido. Cal-
tar con un cuestor de la provincia de Asia, recibí hospedaje mé, pues, su preocupación, y con excepción del placer su-
en Pérgamo. Residía allí muy a gusto, no sólo por lo confor- premo me regodeé con todo su cuerpo. Luego, en cuanto fue

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de día, le llevé en medio de su alegría lo que le había prome- contentarlo mi atrevimiento; luego, por un largo rato se me
tido. quejó de que yo lo había engañado, burlado y puesto en
Cuando una tercera noche me dio la misma posibili evidencia ante sus condiscípulos, a los cuales había pasado
dad, suavemente me acerqué al oído del supuesto durmiente. por las narices el tributo que yo le pagaba: «Sin embargo –
«Dioses inmortales –dije–, si yo consigo de este muchacho, me dijo– yo no voy a ser como tú. Si quieres, comienza de
a pesar de estar dormido, un placer completo y de acuerdo nuevo.» Yo torné a la confianza del muchacho, gocé del
con mis deseos, por esta felicidad le daré el más brioso favor concedido y luego caí dormido. Pero no se quedó
corcel de Macedonia, con la condición, sin embargo, de que contento con esta repetición el efebo, en plena madurez y
él no se dé cuenta.» Jamás durmió con sueño más profundo con una edad que lo incitaba a jugar su pasividad. Yo estaba
mi efebo. Y así lo primero llené mis manos con sus pechos profundamente dormido cuando me despertó y me dijo: «¿Es
blancos como la leche, luego lo besé con un beso prolonga- que no quieres?» Todavía no me molestaba el regalo. Mal
do, y finalmente conseguí juntos todos mis anhelos. Por la que bien, entre resuellos y sudores, hecho polvo yo, recibió
mañana, sentado en la habitación, esperó la costumbre. lo que quería; luego, nuevamente, caí en profundo sueño,
Caes en la cuenta de cuan más jácil es adquirir unas palo- cansado de gusto. Había pasado menos de una hora cuando
mas o unos gallos que un corcel; y además yo tenía miedo de comenzó a pellizcarme y decirme: «¿Por qué no repetimos?»
que un regalo tan abultado hiciera sospechosa mi generosi- Entonces yo, tantas veces despertado, me puse rojo de ira y
dad. Pues bien, me di un paseo de varias horas, regresé a mi le respondí con su propia cantinela: «Duerme, o se lo digo a
alojamiento y me limité a darle solamente un beso. El, en- tu padre.» 7
tonces, mirando a un lado y a otro, se abrazó a mi cuello y El joven efebo es símbolo de la fuerza y dureza de la
me dijo: «¿Por favor, señor, dónde está el corcel?» seducción auditiva: susurros, gemidos, gruñidos, bramidos,
Aunque con este engaño me había cerrado la entrada quejas, jadeos, negativas fervientes que en el fondo son con-
que había ido preparando, pude volver a las andadas. sentimientos (¿cuántas veces decimos no por decir sí?):
Transcurridos en efecto unos cuantos días, como una cir- voces en la oscuridad.
cunstancia semejante nos pusiese en la misma coyuntura, en Así resuena la carta, en su intimidad de papel.
cuanto observé que el padre roncaba, me puse a suplicar al
efebo que hiciese las paces conmigo; es decir, que consintie-
se en que le diera gusto, y los demás arreglos que una pa-
Seducir por la nariz
sión desatada exige. Pero él, muy brusco, no me respondía «Tan dulce es su aroma que suplicarás a los dio-
más que esto: «Duerme, o se lo digo a mi padre.» ses que el tacto y el gusto desaparezcan en el ol-
fato y que todo tu ser se convierta en nariz.»
Nada hay tan dificultoso que la insistencia no logre su-
perar. En tanto que me seguía diciendo: «Voy a despertar a Catulo
mi padre», me metí a su lado y le saqué del cuerpo un gozo
pleno, bien que él hacía aspavientos de oponerse. No dejó de 7
Petronio, Satiricón, Lumen, Barcelona, 1975

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De todos los sentidos, es tal vez el olfato el que nos de- ra que luego los perfumistas se preocupen de imitarla: para-
ja más indefensos. Algo del animal que fuimos permanece en dojas.
nosotros, remora del cortejo de los ciervos en primavera, del
gato maullando en los tejados, o del bramido de la leona en
celo; algo de ello asoma, cuando de pronto –y sin saber por
qué– una persona nos gusta. Pasa a nuestro lado y nos gusta.
Pasa a nuestro lado, y lanza un aroma que, tomando como
trampolín nuestra nariz, salta veloz al cerebro y acierta en la
diana.
Al tiempo que nuestro siglo borra con jabón tales re-
clamos, la perfumería se afana en reproducir estos anzuelos
para la nariz, en cazar los efluvios ahora, cuando nos aleja-
mos del instinto.
Relegado al campo de la higiene, el olfato no olvida
cuando husmeaba para aparearse en primavera, cuando de su
agudeza dependía la cópula con la hembra esquiva o la su-
pervivencia y la velocidad en el peligro de la caza, cuando el
olor a sangre anunciaba la pelea por poseer el mando y el
amor.
Saben los perfumistas que el aroma que tiene más in- Aunque sin duda el perfume elaborado resulta también
tensidad no es el de las plantas, sino el que procede del reino un fuerte reclamo. Así comenta El jardín perfumado la utili-
animal; de ese animal sometido que es el hombre, y que ya dad de tales ungüentos para el coito:
mencionábamos en este capítulo. Porque incluso en el ser
humano es tan fuerte el aroma, que contribuye al carisma Los perfumes tienen el poder de excitar los deseos
sexual de cada individuo junto con sus atributos más perso- sexuales tanto en el hombre como en la mujer.
nales; el aroma femenino erecciona al macho, y el masculino Cuando una mujer inhala la fragancia de un hombre
humedece a la hembra. perfumado, pierde completamente su capacidad de control, y
Esta sustancia de efectos incontrolables, llamada fero- a menudo es este un poderoso medio para poseerla.
mona, emana de la axila y de la zona de la ingle, y en algu- Menos sofisticado, más próximo a la naturaleza, el es-
nos países se prohibe utilizarla en la perfumería, ya que es critor ítalo Calvino, en su relato El hombre, la nariz, narra
equiparable a un mensaje subliminal. tres historias en las cuales la posesión parte de la nariz, y
Ocultamos nuestra llamada odorífera con perfumes, pa- debido a lo evanescente de este sentido –no en vano, «per-

190/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/191 /


fume» quiere decir por humo– los amantes se buscan sin O las mejillas del amado, como dice la Biblia:
encontrarse, se pierden.
Mi bien amado es para mí como una almohadilla per-
Como en un cuarto oscuro en el que somos poseídos fumada de mirra (...) sus mejillas, como un plantío de hier-
por alguien invisible, es la nariz a un tiempo vínculo inolvi- bas aromáticas.
dable, tatuaje en la memoria, levísimo lazo. No se olvida un
olor, pero a la vez qué difícil, a través de su tenue pista, O el reposo de la barbarie y la orgía, en el lecho de ro-
reencontrar a la persona amada. sas donde descansara Nerón.
De modo que el perfume dibuja y esconde, graba y bo- Limpieza, o mejor, manto que cubre la pestilencia,
rra a la vez; de su naturaleza volátil surge también la re- cuando ducharse era una hazaña, o cuando en ciudades sin
membranza, la imaginación. Así, para Rousseau, era el olfato alcantarillado como París se perfumaba las fuentes; remedio
el sentido de la fantasía. contra la peste, o exhibición de riqueza:
Escondido o evidente, íntimo y pertinaz, si bien el olor
–el llamado animal– se solapa entre los pliegues de nuestro Se baña en una gran bañera de oro
cuerpo, el perfume se exhibe allí donde la sangre fluye: en la y se pone en los pies
nuca, en los lóbulos de las orejas, en las muñecas, entre los y en las piernas ricos ungüentos egipcios;
senos. O en una cabellera que deja flotando su efluvio dul- se frota el mentón con espeso aceite de palma
zón. O en las cartas perfumadas que acercan al olfato del y los brazos con suave extracto de menta;
amante el recuerdo de una noche reproducida por un instante las cejas y el pelo con espliego
con todo su esplendor. O en la ropa: el forro de un abrigo de las rodillas y el cuello con esencia de tomillo
pieles, el pañuelo de seda o encaje, los guantes perfumados dice el poeta griego Antífanes.
del Renacimiento. Perfumes que matan, pues bajo el aroma
de sus guantes murió envenenada por Catalina de Médicis la Incluso con la brujería guarda el perfume relaciones
madre de Enrique IV. muy particulares. Así en Francia, en el siglo XVI, encontra-
mos la siguiente receta para lograr una belleza eterna, que
La historia es larga, y recorre su camino acompañando bien podría elaborarse a la par que se invoca a las fuerzas del
a la humanidad: fueron al principio homenaje a los dioses mal:
exigentes y compañía para los muertos en la pira funeraria y
en el sepulcro, impecable puesta en escena de la divinidad, Tomad el nido de un polluelo de cuervo, alimentadlo
ofrenda. con huevos duros durante cuarenta días, matadlo y destilad-
Fueron también el regalo tembloroso de un cuerpo que lo con hojas de arrayán, talco y aceite de almendras.
se entrega al himeneo:
¿Brujería? ¿Alquimia? Algo de esto hay en todo per-
He perfumado con mirra, áloe y cinamomo mi lecho fume con su química mágica, en todo aroma que atrae, que
permanece.

192/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/193 /


Y aun cuando hemos olvidado un rostro, un día su re- comparar el orgasmo (superación de todo límite) con la
cuerdo vuelve impredecible, volátil, a poseernos por la nariz. muerte (lo inexplicable) es probablemente –como señala
Bataille– una forma espontánea de percibir lo que hay de
Todo tacto quema común en ambas transgresiones, de expresar el misterio.
Pero más allá de este sutil trasfondo violento que late
«Amar es ser yunque o martillo.»
en toda pasión (qué deseo de poseer no es, en cierta medida,
Sacher-Masoch violento), hay en el caso que vamos a tratar ahora una confu-
sión curiosa entre el escritor y su obra, entre el lector de
Además de la caricia, además del beso –función más textos crueles y el criminal.
evidente del tacto y el contacto entre amantes–, existen dos
tendencias de las que vamos a hablar, teniendo siempre en
cuenta que nos referimos al goce estético y no a la práctica
real.
Algunas escuelas psiquiátricas de principios de siglo
describieron cierta insensibilidad cutánea en sus pacientes,
quienes debían recurrir a medios harto violentos para comu-
nicarse en situaciones eróticas: según esta opinión, sádicos y
masoquistas serían, por decirlo así, sujetos con piel de ele-
fante. Esta peculiar teoría nos acerca al sadomasoquismo
Si nos situamos en otra temática tal vez sea más senci-
desde la perspectiva del tacto, del deseo de herir o ser herido
llo el ejemplo: hablemos pues de la novela policiaca o de la
por la persona deseada como fuente principal de placer. Y
de aventuras. Nadie pensaría que escribir o leer literatura de
decimos como fuente principal, porque sin duda en toda
crímenes significa ser criminal, y muchas veces los lectores
relación humana subyacen elementos de este tipo, puntadas
de textos de aventuras son miedosos, padecen vértigo, o
escondidas que se dibujan en un casual arañazo por la espal-
detestan otra forma de viaje que no sea la que organizan las
da, en la marca redonda y morada de un beso demasiado
prudentes agencias, dedicadas al turismo más convencional.
efusivo en el cuello, o en el inconfesado deseo de dominar,
de poseer al otro por completo. Así, también el escritor de textos crueles no lleva a ca-
bo necesariamente tales acciones sino que, sobre todo, es
«Mátame», «Te comeré a besos», «Ay, me muero»,
capaz de imaginarlas, de convertir en un placer estético lo
«Eres mío», son frases coloquiales en el vocabulario amoro-
que fuera de la ficción nos parece brutal.
so que muestran cómo se tocan, inevitablemente, los campos
semánticos de la muerte y el amor. El erotismo entraña un Hay en la historia personajes para quienes el ejercicio
complicado juego de fronteras y transgresiones, de rutas de la vejación ha sido real y no meramente retórico –como
prefijadas, tanteos y extravíos: aludir a la muerte en el amor, venimos comentando–, y podemos citar, por poner dos cono-

194/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/195 /


cidos ejemplos, a Gilíes de Rais y a Erszébet Báthory. Del tación erótica: en él se mezclan de nuevo las ideas de amor y
primero se dice que, en siete años, aniquiló a ochocientos muerte, pero un amor imposible esta vez, porque nadie, en
niños en orgías particulares, y que fluctuando cíclicamente realidad, puede vencer al tiempo.
entre el crimen y el arrepentimiento, llegó a salar las cabezas Ya en las páginas de Las mil y una noches encontramos
de aquellos que le parecían más guapos para mantenerlas la figura del vampiro:
frescas 8.
El joven príncipe sintió lástima y emprendió la marcha
Le gustaba contemplar las cabezas que, en proceso de con la joven, llevándola a la grupa de su caballo. Cuando
putrefacción, se conservaban en sal en un arca, y las besaba pasaban frente a un bosquecillo, la esclava dijo:
en los labios 9 –¡Oh señor, desearía satisfacer una necesidad!
Entonces el príncipe la ayudó a descabalgar junto al
Así nos lo presenta la escritora surrealista Valentine bosquecillo y, viendo que tardaba mucho, marchó tras ella
Penrose, optando por el lado cruel de un personaje difícil de sin que ésta se diera cuenta. La esclava era un vampiro y le
interpretar, pues su personalidad contradictoria hace que estaba diciendo a sus niños:
cuide lealmente de Juana de Arco, y que inspire a la vez a –¡Niños míos, os traigo a un joven muy robusto!
Perrault su famoso Barba Azul. Ya J. K. Huysmans, en su Y ellos contestaban:
novela Allá lejos, apunta este conflicto: –Tráelo para que lo devoremos.
Nada explica cómo un hombre piadoso se tornó repen-
tinamente satánico; cómo un hombre erudito y plácido se De menos instinto maternal hace gala El vampiro de
convirtió en un violador y degollador de muchachos y mu- Polidori, o la magnífica novelita corta Carmillia, de Sheridan
chachas 10. Le Fanu, que cuenta la historia de una vampiresa lesbiana.
Todo esto, antes de que se escribiese el célebre Drácula, de
Este tema del vampiro, al que nos remite desde los Bram Stoker.
Cárpatos la condesa Báthory, tiene una larguísima tradición. Pero volviendo a los personajes que nos ocupan, los si-
Vivir de la sangre de otros ha sido una actividad bastante niestros Gilles de Rais y la condesa Báthory, hemos de co-
corriente a través de la historia y hasta nuestros días, pero en mentar también que ambos emergen en épocas especialmen-
el personaje del vampiro aparece también una fuerte conno- te crueles, y los mismos castigos a los que ambos fueron
condenados nos hablan de ello: Gilles de Rais terminó en la
8
La culpabilidad de Gilíes de Rais es puesta en duda en 1992 por un jurado que
horca, y su cuerpo fue quemado más tarde en la hoguera; la
decide en Nantes revisar la sentencia que lo condenó a muerte. Para el escritor condesa sangrienta murió de hambre y de frío, emparedada
Gilbert Proteau, Gilíes de Rais fue víctima, hace quinientos años, «del primer en su propio castillo.
juicio estalinista de la historia»
9
Penrose, Valentine, La condesa sangrienta, Siruela, Madrid, 19H7 Todos eran soldados, crueles, y habían contemplado
10
Huysmans, J. K., op. cit muchas veces los horrores de las tomas de las ciudades.

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Pero, en aquellos trances, Gilles era el único que se dejaba el manicomio– y a quien se atribuyen las acciones de sus
transportar por un extravagante ensueño oriental de barba- libertinos.
rie y púrpura romana, que lo hacía sumergirse y revolcarse Así Huysmans, en la novela antes citada, se confunde
en la sangre 11. comparando las supuestas tropelías de Gilíes de Rais –
personaje real– con las crueles ficciones elaboradas por el
Ahorremos a nuestros lectores detalles sobre estos su- marqués:
plicios reales (que por cierto –aunque en proporciones más
modestas– no escasean en los archivos de la policía) para Y seguramente al lado de Gilles de Rais, el famoso
destacar que la crueldad imaginada o literaria está relaciona- marqués de Sade sólo resulta un burgués, un infeliz capri-
da con lo real, tanto como Jack «el destripador» con los choso.
cineastas que lo tomaron como personaje o, ya en el campo
de la ficción, El fantasma de la Opera con Gastón Lerroux, o Es evidente que en su vida real –y según comentan sus
Mary Shelley con Frankenstein, el monstruo que cobró vida biógrafos– Sade no realizó más que alguna acción cruel
en su imaginación. (donde actuó como víctima y verdugo) y se dedicó, en los
Nadie imaginaría, por ejemplo, a Agatha Christie –con pocos años en que no estuvo recluido, a practicar la coprofa-
su encantador aspecto de abuelita inglesa– empuñando una gia: nunca mató a nadie ni lo juzgaron por ello.
pistola. ¿Por qué, entonces, se tiende a confundir, dentro de Más que de su crueldad, la prisión de Sade tendía a pre-
la literatura erótica, al autor o la autora con las prácticas de servar a la familia de Sade-Montreuil de las calaveradas del
sus personajes? marqués, que hacían peligrar la fortuna y el buen nombre de
Confusión de la vida privada con la literaria, en donde su suegra. La amplia correspondencia que mantiene con su
el lector piensa que se asoma a una vida real; tal es el encan- mujer desde la cárcel nos muestra a un ser muy poco cruel y
to de la literatura y, muy en especial, de la temática que nos a una amante esposa dispuesta a ayudar –al menos durante
ocupa ahora. En este sentido, y por citar un ejemplo contem- gran parte de su vida– al marido en prisión.
poráneo, el fenómeno de ventas producido por la novela Las Comentábamos antes, refiriéndonos a Gilles de Rais,
edades de Lulú, de Almudena Grandes, tiene en parte conno- que la época en la que este personaje viviera determinó tam-
taciones similares, ya que la relación entre personaje y autora bién la crueldad de sus acciones; no hemos de olvidar, en el
es hipotéticamente posible –por época, sexo y edad, por el caso de Sade, que su vida coincidió con la Revolución Fran-
mismo tono de la obra– y esto, sin duda, contribuye a su cesa, con el Terror, y con costumbres libertinas muy simila-
éxito. res a las que a él le costaron la cárcel.
Algo similar sucede con el marqués de Sade –quien pa- Dejando atrás la biografía de Sade, la relación que
só más de treinta años de su vida encerrado, entre la cárcel y guarda con su obra, y esa peculiaridad del género que nos
ocupa que hace que se confunda a menudo la historia perso-
11
Penrose, Valentine, op. cit nal del escritor con la obra misma, resulta interesante poner

198/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/199 /


de relieve el afán didáctico con que el marqués enfrenta el (...) él cuenta haber conocido a un hombre que copuló
género, convirtiendo así el cuerpo copulante en un vehículo con los tres hijos que tenía con su madre, entre los cuales
de aprendizaje razonado, muchas veces filosófico, y siempre había una muchacha a la que casó con su hijo, de modo que
transgresor de las ideas dominantes. al copular con ella, copulaba con su hermana, su hija y su
Para Sade sólo hay erótica si se razona el crimen, si el nuera, y obligaba a su hijo a copular con su hermana y su
crimen se somete al lenguaje; el universo sadiano se configu- suegra.
ra como un cosmos, un mundo dominado por el orden, donde
todo obedece a un reglamento estricto y la lujuria es inconte- Ambas citas pueden servirnos como ejemplo de la
nible, pero nunca desordenada: una auténtica organización transgresión sadiana. Todavía escandaloso, hoy sigue resul-
social, también, que actúa en contradicción con el Estado, o tando difícil encontrar un texto meramente literario sobre el
en paralelo. Divino marqués, ya que sus estudiosos continúan defendien-
do o atacando su vida, sin separar realmente a la obra de su
Figuras, cuadros, escenas, estructuras físicas de copu- autor.
lantes que descoyuntarían a un contorsionista, son cadenas
lógicas que se arman y desarman, y en las que todos los
orificios se ocupan a la vez, saturando el horror al vacío, Dejemos ya a Sade para situarnos ahora en el lugar de
siempre lejos del caos, siempre dentro de la Razón. la víctima, en el otro extremo de la escala del dolor, donde
Por eso mismo todo se contabiliza en la escritura sa- encontraremos a Sacher-Masoch, un autor que juega un
diana; así las cuentas que saca Juliette, después de una orgía contrapunto perverso con Sade, pero cuya obra literaria tiene
entre los carmelitas: fue poseída 128 veces de una manera, sin duda bastante menos interés.
128 de otra, o sea, 256 veces. Evidentemente, la práctica del Nacido en 1836 en Galizia, provincia del imperio aus-
sexo en la obra de Sade se acerca mucho más a la literatura tríaco, de su obra, bastante extensa, sólo nos resta el recuer-
maravillosa que al realismo, en donde suelen sumergirlo sus do de La Venus de las pieles, en la que Masoch nos narra su
detractores. relación con Fany Pistor, de quien, en la vida real, se institu-
Además de este intento de organizar y racionalizar el yó esclavo bajo el seudónimo de Gregor, y con quien firmó
caos, decíamos que existe en Sade la intención de enseñar, un contrato que permitía a Fany, durante seis meses, «ser su
una particular «pedagogía» en la que es ley la transgresión ama y castigarlo como le parezca bien».
del orden social mismo, de todas sus estructuras: En las páginas de su novela, Fany se convierte en Wan-
da von Dunajew y, en los Cárpatos («¡los Cárpatos otra
Para reunir el incesto, el adulterio, la sodomía y el sa- vez!), se compromete a mantener relaciones ama-esclavo con
crilegio, él coloca una hostia en el culo de su hija casada. el protagonista de la obra:
O bien: (...) necesito apurar la copa de los sufrimientos y de las
torturas, ser maltratado y engañado por la mujer amada,

200/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/201 /


cuanto más cruelmente, mejor. ¡Es un verdadero goce! 12 La víctima masoquista tiene, como su torturador, un lu-
gar de poder, ya que obliga a su partenaire a la elección del
papel de verdugo, como aparece en Ma-soch, o en este texto
de Marguerite Duras:

Están acostados en el pasillo como dormidos mientras


otra cosa se prepara en el lento reflujo del deseo. Con gestos
apenas perceptibles vuelven a acercarse. Las pieles, los
sudores que se tocan, los rostros, la boca de ella reencon-
trada por él. Permanecen así, trastocados, a la espera. Lue-
go ella le dice que desea ser golpeada, dice que en la carta
se lo pide a él, ven. El lo hace, va, se sienta a su lado y la
mira otra vez. Ella dice: golpeada, con fuerza, como antes
en el corazón. Dice que quisiera morir.
Así es, el rectángulo de la puerta abierta queda ocupa-
do por el cuerpo sentado del hombre que se dispone a gol-
pear.
De la infinita inmensidad llega una niebla, un color
violeta ya encontrado en caminos de otros lugares, de otros
O bien ríos, en monzones muy lejanos de la lluvia.
¡Hágalo usted! ¡Pisotéeme usted! La mano del hombre se yergue, vuelve a caer y vuelve
a abofetear. Primero suave, luego secamente.
Hablamos, sin duda, de una víctima particular, es decir, La mano abofetea la comisura de los labios, luego, con
de aquella que acepta y elige su condición, tal como señala, más fuerza, abofetea contra los dientes.
bajo el seudónimo de Pauline Reagé, el prólogo de Historia Ella dice que sí, que eso es. Vuelve a levantar la cara
de O: no hay que olvidar que el masoquista disfruta y, en con el fin de mejor ofrecerla a los golpes, la distiende más a
estos casos particulares, elige su papel. No hablamos, en merced de su mano, más material.
ningún caso, de la víctima real que cae en manos de un o una
sádica, como los cientos de jovencitas y jovencitos indefen- Tras diez minutos, se habrían instalado los dos en una
sos asesinados por Gilíes de Rais o Erszébet Báthory. precisión paralela. El golpea siempre con más fuerza.
La mano baja, golpea los pechos, el cuerpo. Ella dice
que sí, que eso es. Sus ojos lloran. La mano pega, golpea,
12
Sacher-Masoch, L., La Venus de las pieles, Iberia, Barcelona, 1970 siempre más firme está a punto de alcanzar una velocidad

202/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/203 /


mecánica. Volviendo a Masoch, y aunque el final de su novela sea
El rostro se ha vaciado de toda expresión, atolondrado, moralizante (el protagonista pierde el amor, pero se cura de
ya no se resiste en absoluto, desbaratado, se mueve a volun- sus malas inclinaciones) es evidente que el autor de La Ve-
tad alrededor del cuello como algo muerto. nus de las pieles aporta a la literatura un estereotipo amplia-
mente utilizado: el del personaje que cumple sus deseos
Veo que el cuerpo también se deja golpear, que está sexuales a través del sufrimiento.
entregado, ajeno a todo dolor. Que el hombre insulta y gol-
pea. Y luego, de pronto, los gritos, el miedo.
Y luego veo que esa gente ha quedado sumergida en el
silencio 13.

El texto de Marguerite Duras define bien la relación sa-


domasoquista que se establece entre dos sujetos: la mano
(que golpea) y el rostro vapuleado; ambos han aceptado el
juego. Antes fueron un hombre, una mujer; luego, bajo la
mirada que recorre todo el texto, son sólo dos bases para el
dolor; una víctima, un verdugo.

13
Duras, Marguerite, El hombre sentado en el pasillo, Tusquets, Barcelona,
1985.

204/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/205 /


que Vd. tan bien conoce– y se entregaron a los jugueteos
ingenuos que son tan propios de la edad. Ah, Mme. Lulú,
como nosotras, en otros tiempos...
Confío en que esta transacción entre su institución y la
mía sea de mutuo provecho, y nos lleve a estrechar los lazos
de una amistad tan antigua como tierna, que se iniciara bajo
Ejercicio n.° 1 la tutela de la tan recordada Mme. Margot.
Suya, afectísima, siempre,
Los argumentos del sexo son inescrutables y más vale
probarlos todos, aunque sea en la ficción, que resignarse a la Lula Descharmes Blondes.
sosería. Como señala Griselda Gámbaro en su novela Lo
impenetrable: «Para escribir una novela erótica no es im- Adelantando un poco el tiempo, supongamos que la
prescindible que el autor/a haya perdido la virginidad o tenga remesa de jovencitos llega al burdel y allí los presenta Lulú
una gran experiencia (...). Lo que sí resulta esencial es poseer Descharmes a sus jóvenes pupilas. Entre juegos, risas y re-
un sexo elucubra-tivo.» 14 suellos, ambas cohortes se entregan a las siguientes lides
La Real Academia define el verbo pervertir, en su pri- amorosas:
mera acepción, como «perturbar el orden o estado de las – sadomasoquistas
cosas». – coprofágicas
Pues bien, en este ejercicio te proponemos que viertas – fetichistas
tu imaginación por los canales voluptuosos que te sean más – mironas
gratos.
Lee la siguiente carta: Elige entre éstas una perversión y desarrolla una pe-
queña historia donde se trate del cruce de los cuerpos, en los
París. En los albores del siglo. folios que encontrarás a continuación.
Querida Mme. Virginia: Puede resultarte útil, para elaborar el relato, que tengas
Recibí conforme la remesa de jovencitos que Vd. tuvo en mira las pautas de corrección propuestas en los «Apuntes
la gentileza de enviar a mi burdel, todos ellos nubiles, be- de Erotomanía» correspondientes al capítulo cuatro, y que se
llos, inocentes y sanos. detallan en el ejercicio n.° 4, 3.
Entre risas y bromas los acogieron mis pupilas –a las

14
Gámbaro, Griselda, Lo impenetrable, Torres Agüero, Buenos Aires, 1984.

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208/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/209 /
Ejercicio n.° 2
A veces la experiencia amorosa necesita un toque de
fantasía, un tacto sólo imaginado, un ojo que espíe por la
cerradura. Te sugerimos aquí que pienses en esas situaciones
que nunca has vivido, y que superpongas al cuerpo de tu
pareja, real y cotidiana, la perspectiva de lo imaginario.

Escribe las siguientes cartas:


a) Mientras él o ella se desnudan en la cándida soledad
de la habitación, tú espías y haces una descripción pormeno-
rizada de su cuerpo, de sus velos y desvelos, al estilo de
Fanny Hill. (Véase texto en páginas anteriores.)
b) Te has sentado a la mesa y allí, tendida o tendido so-
bre una gran fuente, picaro y desnudo, encuentras a tu aman-
te. Describe el festín, el primer bocado, paladea.
c) Huele, husmea, entierra las narices, con tu imagina-
ción, donde nunca lo hubieras hecho de verdad: rastrea los
perfumes, los dulces y los agrios, inventa el aroma de un
pestañeo, el olor tenaz de un músculo, la fragancia de su
sombra.
d) ¿Víctima o verdugo? Elige. Y ahora, amenaza o su-
fre. Te espera todo un cotillón.
e) Imagina que te desdoblas, que sales de la habitación
donde tú y tu pareja os entregáis a un crescendo de suspiros:
descríbelo aquí.

210/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/211 /


Ejercicio n.° 3 primera vez.
Esta sorpresa de lo cotidiano es la que recrea Alicia
La literatura comenzó tal vez como una narración de lo
Steinberg 16 –a propósito de un sujetador– en el pasaje de
extraordinario y este factor –los hechos asombrosos, las
Amatista que os ofrecemos ahora:
cosas que encandilan nuestra imaginación– pervive todavía
en géneros como el relato fantástico, los cuentos de hadas y De todas formas, señora, quiero pedirle que se incor-
gigantes, o la ciencia-ficción. pore para quitarle la blusa, y para quitarle esa prenda con
Sin embargo, no siempre el asombro depende de ele- dos tazas gemelas que atesora sus redondos y apetecibles
mentos mágicos o fabulosos, sino que es en la mirada que pechos.
lanzamos sobre la realidad donde reside la extrañeza.
Menos formal quizá, el ojo del culo –de cuyas desgra-
«Hay otros mundos pero están en éste», nos avisa Paul
cias se dolió Quevedo– sabrá desafiarnos con su enigma en
Eluard, y esta fue también la experiencia de los primeros
esta escena de Las 11.000 vergas:
viajeros por Oriente y América, que contemplan desde la
ignorancia una realidad distinta. Un rinoceronte puede ser el Lo sacó del coño y se lo introdujo en otro agujero
mítico unicornio para una mirada nueva, y las selvas de completamente redondo situado un poco más abajo, como
América central los alrededores del paraíso 15. un ojo de cíclope entre dos globos carnosos, blancos y vigo-
Contar lo habitual como si fuera extraño es un recurso rosos. El miembro, lubrificado por los licores femeninos,
frecuente en la literatura, que nos devuelve a ese entusiasmo penetró con facilidad y, tras haber vivamente culeado, el
de la infancia, cuando cada cosa aparecía con el brillo de la príncipe soltó todo su esperma en el culo de la preciosa
camarera 17.
15
Esta forma del extrañamiento –la que procede de la distancia– es muy frecuen- – Describe pues, una vez leídos los ejemplos, algún de-
te en el género epistolar, y adquiere a menudo una intención de crítica social.
Así en las Cartas persas, donde Montesquieu observa la sociedad europea des- talle del cuerpo de tu amante, como por ejemplo su espalda,
de la mirada de un oriental; o en las Cartas marruecas, de José Cadalso, donde el lóbulo de su oreja, sus bigotes o su rodilla, con un lengua-
la perspectiva de un marroquí será el ángulo de enfoque para la España de su je extrañado. Intenta que el texto tenga por lo menos un folio
tiempo.
Mediante este recurso las cosas más comunes se revisten de un aire de no- de extensión.
vedad, y las descripciones –aparentemente obvias– cobran un tinte insólito,
cómico a veces, negativo casi siempre.
Dentro del extrañamiento –y en la época actual– cabe citar un texto como
Los papalagi, que recoge las impresiones de un jefe samoano tras su visita a
Nueva York. En estas páginas la descripción de un zapato, prenda incompren-
sible para Samoa, puede prolongarse durante un folio.
Idéntico recurso emplea Henry Michaux en su obra En otros lugares –
donde nos invita a un recorrido por diversos países imaginarios–, o Julio Cor- 16
Steinberg, Alicia, op. cit.
tázar en Instrucciones para subir una escalera, al describir un hecho mecánico 17
Apollinaire, Guillaume, op. cit.
como si fuera una tarea racional.

212/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/213 /


Qué papel elegir
Sin duda, la elección del papel es un aspecto importante
del mensaje erótico. A partir de la tradicional esquela del
siglo XIX nuestra época ofrece un vistoso abanico de posibi-
lidades: papeles artesanales de trama abierta, en los que se
incita al tacto; papeles de colores, que van desde los elegan-
tes grises y beiges al negro sadomasoquista –sobre el que se
escribe con tinta blanca– pasando por el castísimo azul cielo,
el cándido rosa, y el rústico papel reciclado, para sensibili-
dades ecologistas.
Si tu economía te lo permite, utiliza papel con tus ini-
Incitar con el papel ciales o tu nombre.
Identificarse mediante un papel, un color, un tamaño de
sobre, personaliza la correspondencia y evita que se confun-
En este último apunte de erotomanía, y al abrigo de los da, pasado el tiempo, entre las cartas de otros amantes.
comentarios que sobre los cinco sentidos hemos hecho du-
rante todo el capítulo, nos parece oportuno, querido lector,
querida lectora, proponerte una serie de trucos –coquetos, Un toque personal
artesanales, insólitos– con los que podrás envolver tu corres-
Píntate los labios de un rojo intenso y besa con la boca
pondencia erótica en un aire muy especial.
abierta el papel: no hay firma más eficaz.
Porque no sólo es importante el mensaje. Además del
Una variante más atrevida de esta costumbre encanta-
contenido de tu carta –del cual ya hemos hablado lo suficien-
dora, la conocimos en un caballero, quien pintándose la polla
te– interesa también el trémulo soporte en el que se vierte la
y en ostensible erección rubricaba así sus efusiones amoro-
pasión; nada escapa a los ojos enardecidos que han de leer tu
sas.
mensaje; el color del papel, la disposición de las palabras, el
aroma del sobre, volátil, tenaz. Ignoramos el éxito de este procedimiento con otras par-
tes del cuerpo, pero es de sospechar que un pezón o un om-
Recuerda que todo aquello que indique a tu amante que
bligo pueden actuar también como una plancha de grabado
has pensado en él o en ella redundará, al fin y al cabo, en tu
convincente.
provecho.

214/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/215 /


Cómo perfumar la carta
Si deseas que tu amante reciba una carta perfumada
donde al placer de la escritura se sume la excitación olfativa, Saquito oriental
hay una serie de trucos sencillos que te sugerimos a conti- Polvo de iris 750 g
nuación. Madera de rosa 150 g
Según recomienda la condesa Drillard en su libro Para Benjuí 150 g
Sándalo 125 g
ser elegante, para ser bella, libro que alcanzó, a principios
Clavo 15 g
de este siglo, más de veintiséis ediciones en Francia, la co- Canela 90 g
rrespondencia puede perfumarse cumpliendo con las siguien-
tes recetas. Saquito de rosa
Pétalos de rosa seca 100 g
Madera de sándalo pulverizada 100 g
Saquitos de olor Esencia de ámbar 1g
Esencia de rosas 1g
Todas las personas elegantes saben confeccionar saqui-
tos aromáticos que se utilizan para dar perfume al papel de Saquito imperio
cartas. Hojas de tomillo 100 g
Flores de espliego 200 g
Los saquitos más sencillos se confeccionan con satén; Verbena 100 g
los más finos, con piel. El saquito mejor, por ser más durade- Romero 50 g
ro, se confecciona con ambas materias a la vez: en una bolsa Clavo 50 g
de buen satén, se pone el perfume, y luego se forra con piel Canela 10 g
de calidad. La de camello es la preferida. Así se hacía a Hinojo 40 g
principios de este siglo.
Saquito a la violeta
Polvo de iris 250 g
Flores de Casia 150 g
Bergamota 30 g
Ámbar 4g
Clavo 4g
Violetas secas 30 g

216/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA CARTAS ERÓTICAS/217 /


Además de esta técnica propuesta por la condesa 18, se Para amantes clandestinos
puede proceder también de la siguiente forma:
Si temes que tu correspondencia caiga en manos ene-
Se coloca el saquito en una caja herméticamente cerra-
migas, puedes utilizar el mismo recurso que el marqués de
da junto a los papeles y los sobres elegidos, o bien –si que-
Sade, que debía ocultar de los carceleros y de su suegra los
remos añadir al perfume de los pliegos la reminiscencia del
verdaderos sentimientos que lo poseían: escribe entre líneas
aroma personal– se guarda el tapón del perfume que se utili-
con tinta simpática (puede ser un palillo mojado en jugo de
ce siempre (mejor extracto) junto a los pliegos, y se deja
limón, que al calor de una plancha se hará visible sobre el
aproximadamente once semanas para que impregne el papel.
papel).
También puede elaborarse un sencillo popurrí de péta-
Redacta un doble mensaje, que pueda leerse de distintas
los de flores y de plantas aromáticas que agraden a los aman-
formas: una, tal y como está escrito, y, solapándose dentro
tes silvestres, y guardar entre ellos, en una caja bien cerrada
de lo convencional, una serie de palabras dirigidas a tu
o en una bolsita de plástico, el papel que utilizaremos más
amante secreto (por ejemplo, todas las que comienzan o
tarde.
terminan un renglón).
Este tipo de mensaje, si bien es muy laborioso, no care-
Mensajes desconcertantes ce del morbo que produce el peligro.
Utiliza para tu correspondencia sobres, envoltorios, y
soportes absurdos: un folleto publicitario, un impreso de El caligrama
Hacienda, un sobre con orla fúnebre (para amantes maca-
bros), la botella de un náufrago, una lámpara estilo Aladino, Un caligrama es un texto en el cual las letras, dispues-
la simulación de un recibo de la luz, e incluye dentro de ellos tas en forma de dibujo, imitan el contenido.
una ardiente misiva. Aunque se trata de una técnica practicada ya en la An-
Envía enormes paquetes con regalos minúsculos, glo- tigüedad, serán las vanguardias artísticas de los años veinte
bos escritos –cuya lectura dependa de los pulmones del las que lo desarrollen de forma más atractiva.
amante–, cintas grabadas, collages provocativos; escribe Te proponemos, pues, que utilices este recurso en tu co-
sobre cualquier objeto: bragas, sujetadores, condones perfu- rrespondencia, dibujando con las letras de tu texto labios,
mados... corazones, muslos, y todas las partes del cuerpo de las que
Si eres un clásico impenitente, mándale las gardenias hubieras menester, tal como hace en este caligrama el artista
de Machín. francés Pierre Etaix.

18
Condesa Drillard, Para ser elegante, para ser bella, Imprenta Clarasó, Barce-
lona

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Yo no soy un obseso sexual yo
no soy un obseso sexual yo
no soy un obseso sexual yo
no soy un obseso sexual
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sexual yo no soy un
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seso sexual
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220/CLARA OBLIGADO & ÁNGEL ZAPATA


CLARA OBLIGADO (Buenos Aires, 1950) ANGEL ZAPATA (Madrid, 1961)

es licenciada en Literatura. Desde 1976 vive en Madrid, es escritor. Finalista en el certamen poético "Vicente
donde ha organizado con otros profesores los primeros gru- Aleixandre" (1986), colabora habitualmente con críticas y
pos de escritura creativa de España, actividad que actual- reseñas en diversos medios de la prensa naciona, y coordina -
mente coordina en el Círculo de Bellas Artes y en la Libreria -dentro del campo de la escritura creativa-- el Area de Esti-
Mujeres. Como escritora ha investigado particularmente sobre lística en el Taller de Creación Literaria de la Libreria
el tema femenino, ha publicado varios libros de relatos, y ha Fuentetaja de Madrid.
recibido el Premio de Narrativa Femenina en 1991. Además
dirige para la Editorial Horas y Horas una colección de
narradores jóvenes.

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