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¿Por qué se fue? ¿Por qué murió?

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Juan Velasco Alvarado

Sobre el ocaso de la primera generación del rock peruano

Por Fidel Gutierrez M.

Es muy simplista atribuir la debacle de la primera generación de bandas del rock


peruano a la dictadura de Juan Velasco Alvarado. Por lo general utilizan dicho argumento
los miembros de los propios grupos de esa época para justificar su súbito desinterés y
falta de visión frente a una escena que, gracias a su comportamiento poco decidido,
sucumbió ante el primer embate serio que sufrió.

Nadie habla del tema de fondo: la falta de identificación entre músicos de rock y su
audiencia. Hablo de identificación verdadera, de esa comunión intelectual y de valores
que caracterizó a la cultura rock en esos, sus años formativos.

Lo que pasó aquí fue lo siguiente: un puñado de grupos empezó a cantar en inglés con el
objeto de "distinguirse" de los "nuevaoleros". Contrariamente a lo que ocurrió en otros
países latinoamericanos, aquí en Perú los grupos de rock empezaron cantando en
castellano y traducían los éxitos anglos a nuestro idioma.

Cuando la escena había crecido de forma impresionante y el nivel cualitativo era el mejor
de Sudamérica (y podemos discutir ampliamente este punto en otro momento) los
miembros de los grupos más notorios y populares optan por el “original” camino de
cantar en inglés.

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Esto puede parecer un simple detalle, pero el que haya pasado en un momento en el
cual esta movida se hallaba en plena formación fue letal. De pronto se perdió la
oportunidad de crear referentes generacionales (canciones) y de establecer claramente
posiciones, más allá de las de dejarse la peluca o ser "hippie" de fin de semana. No
importó decir algo. Todo se diluyó en poses y en el placer arribista de formar parte de
una élite.

Resulta curioso que ello ocurriera, dada la pluralidad existente en la escena rock de la
década del 60; una etapa en la cual en cada provincia, en cada barrio – incluso en
aquellos de extracción socioeconómica más modesta -, existía por lo menos una banda
de rock de buen nivel (emblemático es el caso de Los York’s, grupo de beat sicodélico
proveniente del ahora tugurizado distrito limeño del Rímac, que fue uno de los mejores
de la época, como lo demuestran los cuatro discos que editaron).

Los festivales juveniles de la época (conocidos como matinees, por realizarse en cines los
fines de semana y tras la proyección de una película) mostraban en sus cárteles esta
gran diversidad. En ellos todos compartían escenario bandas y solistas de lo más
disímiles, sin distinción de origen, capacidad adquisitiva o raza.

Sería en los 70s cuando el rock se convertiría en patrimonio de elites por diversos
factores, entre ellos uno que puede atribuirse directamente al régimen dictatorial militar:
la aplicación de elevados aranceles e impuestos a la importación de instrumentos
musicales, considerados por el gobierno como artículos de lujo, accesibles a partir de
entonces solo para una minoría.

Gobierno militar de Velasco, Primera Fase

Curiosamente, los "viejos roqueros" que atribuyen al velascato la decadencia del género
en el Perú nunca mencionan este factor, consecuencia del proteccionismo aplicado a
favor de la industria nacional; pero sí otros, de índole cultural (la ideología izquierdista y

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de reivindicación nacionalista propugnada por los militares) y hasta racial, desnudando
con ello rasgos característicos de la sociedad peruana, como los de la discriminación y el
arribismo.

Sobre este punto vale detenerse ya que allí se encuentran ciertas claves para entender
mejor el proceso de desintegración de una manifestación artística y cultural tan
poderosa como el auroral rock peruano; una expresión juvenil truncada justo en el
momento en que tenía todo lo necesario para continuar su desarrollo y asentarse como
medio de expresión generacional y hasta como una boyante industria.

Desde la época incaica, la sociedad peruana siempre ha presentado una fuerte


segmentación. El imperio inca, tan grande y poderoso según lo presentan los textos
escolares, fue construido en base a la imposición, a la conquista. Los quechuas – la etnia
más numerosa y avanzada de los andes – sometieron a todos los pueblos, generando en
varios de estos resentimiento y rebeldía. Por tal motivo, uno de ellos, los huancas, no
dudó en aliarse a los españoles cuando estos llegaron, en 1535, para luchar contra sus
opresores incas.

La independencia no cambiaría las cosas: manejada desde las elites criollas, su influjo no
fue percibido concretamente por las clases media y baja. Esta última sobrellevó hasta
bien entrado el siglo XIX el peso de la explotación de los indios y el de la esclavitud de los
negros.

Esta forzada segmentación étnica y un sistema educativo que, a pesar de todas las
reformas, privilegiaba jerarquías y castas tanto en la forma como en el contenido,
moldearon una sociedad profundamente fragmentada, que es la que existe
actualmente; en la cual cada grupo vela por sus propios intereses, buscando escalar
peldaños y estatus para distinguirse de los demás y soslayando en el camino objetivos
que deberían ser comunes en la estructuración de una nación. Y el rock peruano, pese a
la rebeldía que en determinado momento empezaron a predicar sus cultores, no escapó
en lo absoluto a dicho influjo.

Paradójicamente, el comportamiento del régimen velasquista no fue la excepción en ese


sentido. Propugnar una radical (y desordenada) reforma del Estado, así como la
reinvindicación de la masa campesina, integrada mayoritariamente por las etnias
quechua, aymara y mestiza, generó los recelos de las clases dominantes, criollas y
blancas, con las cuales hizo pocos esfuerzos de conciliación.

En ese contexto, la suspensión del concierto de Santana en Lima, producida en


diciembre de 1971, y que para un sector representa el punto de partida de la decadencia
del rock en el Perú, ejemplifica muy bien este escenario de enfrentamiento de
idiosincrasias.

Sobre este episodio y acerca de la inmediata expulsión del grupo del país se han tejido
decenas de versiones, entre ellas aquella que la atribuye a la negativa de los visitantes de
satisfacer el afán de un militar miembro del gobierno de contar con sus servicios
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(gratuitos) para la fiesta de cumpleaños de su hijo.

La más fundamentada hasta el momento es la que atribuye la cancelación a la férrea


oposición de sectores estudiantiles de izquierda (el recital se iba a efectuar en el estadio
de la Universidad estatal de San Marcos) y a la escandalizada reacción mediática hacia el
comportamiento de los músicos – Lima aun era una aldea que, a duras penas, soportaba
el pelo largo y el olor a marihuana.

Súmense a ello aspectos menos públicos, como el que la organización del concierto
estuviera a cargo de Peter Koechlin y sus amigos; entonces jóvenes idealistas, sin duda,
pero de ascendencia extranjera e identificados con ese sector social privilegiado frente al
cual el velasquismo se alzaba en plan reinvindicativo. Así, paradójicamente, una banda
eminentemente mestiza como Santana (que atravesaba su mejor momento, lejos del
soporífero misticismo y el virtuosismo que la caracterizarían luego) fue la carne de cañón
en esta guerra.

TelegraphAvenue

Otro punto al que apelan quienes consideran a Velasco como el “verdugo del rock
peruano”, es el de la desaparición de las “matinees”. Correcto: hubo un hostigamiento
plasmado en la negativa de licencias para la realización de estos conciertos, pero
también debe considerarse que el esquema de estos (proveniente de la vieja escuela del
show business) iba quedando desfasado frente a las nuevas corrientes ideológicas y
libertarias que se apoderaban del rock, las cuales privilegiaban festivales esporádicos y
más abiertos, en los que poco espacio pudieran haber tenido los baladistas o grupos
melódicos que, junto a bandas más agresivas, también protagonizaban dichos recitales.

De otro lado, el auge de los ritmos tropicales modernos (nueva cumbia, salsa) y la plena
identificación de estos con la población rural que, al amparo de las facilidades y el
discurso velasquista, empezaba a emigrar con mayor fuerza hacia las ciudades, se

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convirtió en otra excusa para el divisionismo. Así, para muchos músicos, el declive del
rock peruano también se debió a “los privilegios” y al protagonismo que la población
mestiza ganó en los centros urbanos gracias a las medidas de tendencia reivindicativa
del gobierno militar de Velasco.

Resultan ilustrativas en ese contexto las declaraciones dadas en 1999 por integrantes del
grupo Frágil, uno de los más competentes de las últimas dos décadas, cultor de una onda
progresiva que le debe mucho al Genesis de los 70s.

Entrevistados por el suplemento Visto y Bueno del diario El Comercio (30 de julio de
1999) con motivo del retorno de su formación original, repitieron en determinado
momento la consabida afirmación de que la dictadura de Velasco estancó al rock
nacional. El reportero retrucó que en Argentina el género sobrevivió pese a regímenes
dictatoriales verdaderamente sangrientos. “Es que ellos tienen una raza más
homogénea, mientas que los limeños éramos invadidos por los pueblos de los
alrededores”, dijo el tecladista, a lo que el guitarrista añadió: “La indiada, compadre”.
Nuevamente el tecladista: “Como sea. Fue un choque total, y desapareció la clase
media”.

Estas palabras reflejan el sentir de muchos viejos músicos pertenecientes a los estratos
sociales más pudientes, que rehuyen la autocrítica y que utilizan prejuicios enraizados en
el inconsciente colectivo urbano, como el racismo y la discriminación, para justificar sus
culpas y falta de ímpetu; esos mismos elementos que los llevaron a encerrarse en
pequeños círculos, a privilegiar la emulación y no la creación y el discurso – sea este de
cualquier tendencia –, y a buscar a toda costa acceder a elites, incluso aquellas más
inalcanzables (Ejemplo de ello es la posición de Traffic Sound, una de las bandas más
notables de la era psicodélica, de menospreciar los escenarios locales para intentar
proyectarse hacia el mercado anglosajón y buscar allí el superestrellato, según cuenta su
líder Manuel Sanguinetti en el libro Alta Tensión: Los Cortocircuitos del Rock Peruano, del
filósofo Pedro Cornejo – Emedece Ediciones, 2000)

De haberse mantenido en la lucha, de haber asumido con valentía que el rock no era ya
más un mero género musical o un ritmo del momento, sino – y me van a disculpar los
clichés - un sentimiento y una forma de vida, otra hubiese sido la historia. El rock - como
ocurrió en Argentina, por ejemplo - habría pasado a ser parte de la cultura popular
peruana y no una moda a la cual la masa abandonó al no encontrar en ella un punto de
identificación y sí mucha pose y clasismo.

¿Qué podía decirle a un joven peruano la abigarrada lírica de Laghonia o Traffic Sound, si
esta se mostraba en un idioma distinto al utilizado cotidianamente? ¿Qué punto de
referencia con la realidad peruana podían tener los impecables covers de Hendrix,
Procol Harum o Iron Butterfly ejecutados por bandas como The (St. Thomas) Pepper
Smelter y Los Nuevos Shain’s? Frente a tanta alienación, solo unos cuantos (los folkies de
El Polen entre ellos) buscaron decir algo con un lenguaje propio.
Si todos, o por lo menos la mayoría de bandas de la época hubieran tomado ese camino,
ningún tipo de represión – ideológica o física – o traba (como las que les puso el
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velascato) podría haber borrado sus huellas. Si la gente se conformó con el súbito
declive de una escena hasta entonces vigorosa fue porque no encontró ninguna
respuesta en sus músicos, en sus artistas. Y por eso emigró (junto con los mismos
músicos) hacia otros géneros, mucho más próximos a sus vivencias, como, por ejemplo,
la cumbia, un campo de experimentación tremenda en esos años, con la introducción de
guitarras eléctricas en su estructura.

Los Destellos

Muchos artistas también optaron por ese camino, deseosos de experimentar ritmos y
acordes de naturaleza más espontánea que el rock que se hacía entonces, repleto de
discursos importados y temas de otros (la alienación llegó a tal extremo que en los 70s
muchos medían la calidad de los grupos por la capacidad de estos de imitar a sus
contrapartes del "primer mundo" no solo en lo musical, ¡sino también en vestimenta y
rostros!!!). Todo esto explicaría por qué se ha incluido a Los Mirlos, un grupo de cumbia,
al final del disco recopilatorio Back To Perú. Un detalle simbólico, sin duda, de parte de
Rafael Hurtado de Mendoza, compilador de la que, hasta el momento, es la mejor
antología del primer rock peruano, y uno de los responsables de Rock del Sur, una de las
publicaciones más lúcidas dedicadas al género durante los 70.

En ese contexto, el rock peruano no volvería a levantar la cabeza hasta mediados de los
80s, animado por numerosas bandas formadas bajo el influjo del punk y su discurso
nihilista y contestatario. Aquí también se levantaron las voces de protesta de los mismos
que dejaron morir el sueño diez años atrás. Ellos fueron los primeros en acusar a los
nuevos grupos de “improvisados”, “impresentables” y “poco profesionales” sin tomar en
cuenta el trasfondo social y artístico de toda esa espontánea movida.
El tiempo pondría las cosas en su sitio: la generación de bandas “subterráneas” o
“alternativas” de los 80s y sus sucedáneas, provenientes de todos los estratos sociales
del país, contribuyeron, con la fuerza de sus convicciones, a reintroducir el rock en la

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cultura popular del Perú. La masiva convocatoria actual de Leusemia es ejemplar por
haberse labrado independientemente, así no compartamos la evolución y posturas que
propugna.

Mientras tanto, las generaciones anteriores continúan relegadas a un olvido que de


alguna manera resulta injusto, dado el nivel cualitativo de varias de sus bandas y discos.
Hoy estos son más apreciados en las ferias de coleccionistas fetichistas que en la
cabecera de los aficionados a la música. Que rollos como este – bastante extenso, recién
me doy cuenta, pero abierto a cualquier observación o atingencia – sirvan para no
olvidarlos y para recordarlos – a ellos y a sus autores - con sus virtudes y falencias. La
historia del rock, por lo menos en el Perú, ya no aguanta más maquillaje.

Publicado en el blog Esculpiendo Milagros

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