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La cultura como concepto central de la Antropología

Ariel Gravano
Sentidos amplio y restringido de cultura
En: Cristina Chiriguini (comp.): Apertura a la Antropología. Alteridad-Cultura-Naturaleza humana.
Proyecto Editorial, Buenos Aires, 2006.

Ya que el objeto de estudio de la Antropología ha quedado definido como la otredad


cultural y se ha identificado a la alteridad como eje de ese objeto, nos ocuparemos ahora
del segundo componente de la ecuación: lo cultural o, con mayor precisión, del concepto
de cultura, tomando en cuenta tanto sus usos más corrientes cuanto la forma como lo
trata el enfoque antropológico.
¿Para qué puede servir hablar de cultura? ¿Por qué la Antropología puede aportar al
enfoque de problemas mediante el uso de este concepto? Partimos de las siguientes
premisas: ningún concepto de ninguna ciencia se utiliza sin sentido o por inercia. Surge,
se construye y se define históricamente porque en un determinado momento y lugar se
torna necesario enfocar alguna cuestión o interrogante, de acuerdo con ciertos
intereses, aunque éstos no sean explícitos.
En segundo lugar, un concepto se define por el foco o conjunto de fenómenos a los que
refiere. Los antropólogos decimos que cultura es lo que el hombre crea y produce, un
modo de vida, o el conjunto de representaciones y prácticas de todo grupo humano.
Este sentido amplio del concepto de proviene de la definición clásica del antropólogo
inglés Edward Tylor (1871): “cultura ... es aquel todo complejo que incluye el conocimiento,
las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y
capacidades adquiridos por el hombre...”.
Pero, también hay otro uso, más corriente y más restringido: el que considera que la
cultura está compuesta por ciertas y especiales manifestaciones y comportamientos,
como las artes plásticas, la escritura y literatura, la educación, la música, la danza, la
poesía, el cine, la comunicación mediática, los espectáculos. A su vez, todo concepto se
define por oposición a otros fenómenos que no refiere, en este caso a lo que no es
cultura. En cuanto al sentido antropológico que vimos recién, lo opuesto a la cultura
sería lo que pertenece a la naturaleza, lo que el hombre tiene como animal, su físico, su
funcionamiento orgánico. Y en cuanto al otro sentido, cultura se distinguiría del sistema
o estructura económico-social, el sistema político, la tecnología industrial, para citar
algún ejemplo. Un autor contemporáneo, el galés Raymond Williams, llama a esto
cultura como “sistema significante”, esto es: como una especificidad que cada sociedad
y época pueden definir en forma acotada (obras de arte y comunicación), no solamente
por llamarlas de esa manera sino porque se aplican políticas y acciones hacia ella.
Estos dos sentidos de cultura -amplio y restringido- no se distinguen solamente porque
el primero abarca una realidad más total (todo lo que el hombre hace) y el segundo una
más reducida (cierto tipo de obras), sino porque conforman dos perfiles de una misma
moneda, ya que -como veremos- nada de lo que el hombre hace deja de tener un carácter
significante, y esto nos da pie para comenzar a abordar la complejidad del fenómeno y
los interrogantes ya citados.

Surgimiento del concepto: modernidad y expansión colonial


En principio, cultura es una categoría conceptual, una construcción que surge en
determinado momento histórico y que va modificándose según diversos usos. Su matriz
original es la época del Iluminismo, a la par de otras nociones y otras palabras que
emergen dentro del pensamiento de la Modernidad para encarar determinadas
cuestiones no vistas hasta ese momento como tales o no tenidas en cuenta. Es lo que
pasa con “humanidad” e “ideología”: junto a “cultura”, apuntan a definir el fenómeno
humano en forma autónoma y ya no como algo dependiente en sus determinaciones de
la Providencia Divina o como algo degradado respecto de ésta. Lo humano se va
constituyendo como un objeto de reflexión a partir de la ruptura con el paradigma del
pensamiento hegemónico medieval, previo a la Modernidad, en el que prevalece la
argumentación mística para explicar el mundo.
Las necesidades de las relaciones capitalistas de producción (en cuanto al desarrollo de
la tecnología, los procesos sociales y de trabajo) impulsan a explicar el mundo como
algo racional, analizable, manejable y, sobre todo, previsible, con precisión y garantía
de optimización de resultados y ganancias. Por eso comienza a perfilarse el racionalismo
como la forma de pensamiento más acorde con esos intereses, en puja con las posturas
místico-absolutistas que defendían el régimen feudal. No es casual que coincida esto
con la ponderación de la Razón como herramienta distintiva de la comprensión y acción
del ser humano respecto del mundo.
Desde el pensamiento moderno, científico, secular, las causas del acontecer histórico
van a ir a buscarse, entonces, también en los actos de los hombres, tanto los que se
definen como materiales o prácticos cuanto los “espirituales”. […]
A esto se suma que la expansión colonial europea había producido nuevos interrogantes
o bien nuevas respuestas a interrogantes previos. Una de esas cuestiones era si debía
concebirse a los seres humanos como conformando una unidad y, si era así, cuál de las
sociedades conocidas hasta el momento era la más perfecta y modelo a seguir. El
prejuicio generalizado en el pensamiento eurocéntrico colocaba a las sociedades
capitalistas mercantiles y en proceso de producir la revolución industrial como ideal de
ese modelo. Este es el terreno desde donde surgirán, en consecuencia, las ciencias
humanas y sociales.
La paradoja es que cuando el poderío económico, militar y organizativo de Occidente
logra la expansión y encuentra la amplia diversidad de imágenes de los Otros, comienza
a surgir la pregunta por los componentes comunes que pudieran hacer posible hablar
de una sola Humanidad. La diversidad pone en el tapete, entonces, la cuestión de la
unicidad humana. La Antropología dirá lo suyo cuando enuncie la noción de “unidad
psíquica” de la especie humana en su conjunto.
La cultura emerge, entonces, como una categoría construida en gran medida a partir de
esta nueva problemática que planteaba la expansión colonialista y su correspondiente
visión del mundo: el cruento y asimétrico encuentro con la diversidad respecto a
Occidente, con los “otros”. Lo que interesa puntualizar aquí es que la diversidad estuvo
representada tanto por el aspecto físico de los “otros” como -y principalmente- por las
distintas formas de comportamiento, de prácticas rituales, de sistemas de creencias, de
valores, de símbolos, en suma, de culturas.

La cultura como “tesoro de signos”


En realidad, la cultura del hombre -como fenómeno- existe desde que el hombre es
hombre y produjo el primer artefacto, como se verá cuando estudiemos los procesos de
hominización y humanización. Pero la palabra cultura aparece en 1750 (pleno
Iluminismo), enunciada por el estadista y filósofo francés Anne Robert Jaques Turgot:
cultura es -dice- el “tesoro de signos” que constituye la “herencia social” de la
Humanidad1, que propende, a la reproducción de los hombres sobre la base de la
transformación de la naturaleza.

1“Poseedor de un tesoro de signos que tiene la facultad de multiplicar hasta el infinito, el hombre es capaz de
asegurar la conservación de las ideas que ha adquirido, de comunicarlas a otros hombres y de transmitirlas
a sus sucesores como una herencia constantemente creciente”, decía Turgot [1750] (en Harris 1978: 12).
Con la expresión “tesoro de signos” se sintetizaba lo que nosotros hoy englobamos en la
noción de cultura en un sentido amplio, que incluye básicamente el lenguaje, sus
imágenes materializadas en relatos, íconos, gestos, que aluden a valores, metáforas,
símbolos, y que se “atesoran” precisamente porque los grupos sociales (y en conjunto la
Humanidad, dirá Turgot) le asignan valor, sentido y necesidad de preservarlos.
Mitos, creencias, tabúes, cultos, ideas, recetas, sistemas de clasificación, transformados
también en prácticas: ceremonias, ritos, oraciones, cantos, formas de conseguir y tratar
el alimento, criar a los niños, de saludar, de considerar a los mayores, a las mujeres, a
los hombres, todo de acuerdo con valores implícitos o expresados públicamente. Lo que
nosotros incluimos en el conjunto de representaciones simbólicas que refieren a
significados compartidos y a prácticas llevadas a cabo en forma regular precisamente
por estar valoradas culturalmente.
La primera asociación es con la noción de cultivo; esto es: lo que hacen o producen los
hombres, lo que no es natural. Y un eje inicial constitutivo del concepto puede ser
señalado por esta distinción entre herencia social y herencia biológica. Esta última es
lo que los hombres -a nivel de su especie- tienen en común con el resto de los seres
vivos. Pero la cultura, los signos, hacen que los hombres se diferencien cualitativamente
del reino de lo puramente orgánico, constituyendo un algo más, que el componente
biológico no puede explicar.
A ese algo más, la cultura, cada generación debe aprenderla en su totalidad, ya que no
se recibe por legado genético. De acuerdo con esta noción inicial, todos los hombres son
igualmente capaces de producir cultura, poseerla, transmitirla y fundamentalmente
renovarla, ya que en la cultura no hay copia; siempre implica innovación, porque el
signo es eso: un resultado de la relación dialéctica entre algo familiar (p.e. el significante,
la forma) y algo nuevo: el efecto de significado que puede tener en los receptores. Por
eso la cultura es un terreno de interminables interpretaciones de esos signos que, para
mayor precisión, llamaremos símbolos2.
Pero el símbolo sólo re-presenta (vuelve a presentar), no “es” esa cosa, estado o
situación, sino que, por medio de la abstracción y la síntesis, es posible incluir en él
numerosos casos particulares de referentes que se condensan en el mismo símbolo y
hacen posible la comunicación y la comprensión. Ser “estudiante de la Universidad” es

2La constitución misma de la cultura en el reino de lo simbólico implica situarnos en el terreno de lo


arbitrario y lo convencional, de lo que no tiene un sentido natural o fijo, como podría ser el sentido de las
señales que sirven para establecer la comunicación entre los animales, sino sentidos construidos en forma
explícita o implícita como valores de esa cultura.
una categoría meramente formal y hasta burocrática, pero que incluye y condensa -
como toda representación simbólica- una amplísima diversidad de posibles
identificaciones y proyecciones de cualidades que posee cada uno en forma particular y
como conjunto (sexos, edades, carreras en las que se inscribieron, ciudades donde
nacieron, barrios con los que se identifican, clubes, gustos musicales). Y cada una de
esas cualidades, a su vez, tiene su “carga” de valores simbólicos, porque el símbolo se
utiliza para trasuntar valores: en el ámbito universitario, no es visto de la misma manera
“estar en el CBC”, “ya estar en la Carrera”, o ser “alumno avanzado”, aunque todas esas
situaciones también se engloban en la categoría “estudiante”, y toda categoría no deja
de ser un símbolo, por su función de representar. El significado que adquieran va a
depender de la interpretación valorativa de los actores en situación.
Además de la representación, la cultura incluye los modelos o convenciones en que los
hombres hacen todo, incluyendo sus actividades más ligadas a lo orgánico y natural,
como las formas y normas para comer, vestirse, unirse sexualmente, más que ingerir
alimentos, abrigarse o reproducir la especie. En otras palabras: en ninguna cultura los
seres humanos solamente se nutren, se abrigan o se reproducen: siempre a cada una
de esas actividades se les da una significación, que implica gustos, identidades, orgullos
o desprecios compartidos, normas sobre lo que hay que comer y cómo y en qué
momento; qué ponerse sobre el cuerpo y sobre lo que no hay que hacer con él para no
recibir las burlas del conjunto (resultado de la perplejidad). Y los actos sexuales no
dejan de estar regidos por tabúes (eso no se hace, eso no se toca, eso no se dice, con ése
o aquélla no, etc.) y valores ponderados (económico, sentimental, estético, etc.).
La cultura, entonces, implica hablar de prácticas y representaciones simbólicas,
acciones de vida que adquieren significación establecida por los actores que las
comparten y no sentidos dados en forma natural. Y además implica el establecimiento
de modelos que sirven para la acción, que actúan como parámetros para la atribución
de esas significaciones y valores.

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