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Visiones de Oxford.

Levana y nuestras señoras de las tristezas

En Oxford vi muchas veces en sueños a Levana. La reconocía por sus símbolos


romanos. Pero ¿quién es Levana? Era la Diosa romana que se hacía cargo del niño
recién nacido, la que le otorgaba, por así decirlo, la dignidad humana. En el momento
mismo de nace, cuando el niño probaba por primera vez el aire turbio de nuestro
planeta, le ponían en el suelo. Pero a los pocos instantes, para que una criatura tan
noble no se arrastrara por el suelo mucho tiempo, el padre, en nombre de la diosa
Levana, o algún pariente cercano, en nombre del padre, le levantaba en alto, le hacía
que se pusiera recto, como rey que era de este mundo, y presentaba la frente del niño
a las estrellas, diciéndoles quizá en su corazón: “Contemplad a quien es más grande
que vosotras”. Este acto simbólico constituía la función de Levana. Y esa diosa
misteriosa, que nunca mostró su rostro (excepto a mí en sueños), y que actuaba
siempre por delegación, debía su nombre al verbo latino levare, levantar, alzar.

Naturalmente, algunos han entendido que Levana es el poder tutelar que vigila y rige
la educación de los niños. Pero no creáis que nos estamos refiriendo a esa pedagogía
que se reduce a alfabetos y gramáticas, sino que hemos de pensar principalmente en
<<ese vasto sistema de fuerzas centrales, oculto en el seno profundo de la vida
humana, que actúa continuamente sobre los niños, enseñándoles sucesivamente lo
que es la pasión, la lucha, las tentaciones, la energía de la resistencia>>. Levana
ennoblece al ser humano a quien vigila; pero para ello utiliza crueles medios. Esta
buena nodriza es dura y severa, y entre los procedimientos que más emplea para
perfeccionar a la criatura humana el que prefiere por encima de todos es el dolor. En
el cumplimiento de sus misteriosos objetivos, le ayudan tres diosas, que están
sometidas a ella. Lo mismo que existen tres Gracias, tres Parcas, tres Furias y,
primitivamente, tres musas, hay también tres diosas de la tristeza. Son Nuestras
Señoras de las Tristezas.
<<Las he visto, a menudo, conversando con Levana; incluso a veces hablando de mí.
Pero, ¿es que hablan? ¡Oh, no! Esos espíritus tan poderosos desprecian el lenguaje por
su insuficiencia. Pueden pronunciar palabras mediante los órganos humanos cuando
moran en un corazón humano; pero entre ellas no utilizan la voz, no emiten sonidos;
en sus dominios reina un silencio eterno. (…) La mayor de las tres hermanas se llama
Mater Lachrymarum o Nuestra Señora de las Lágrimas. Ella es la que delira y gime día
y noche, invocando rostros que han desaparecido. Era la que estaba en Rama cuando
se oyó una voz que lamentaba, la voz de Raquel llorando a sus hijos, que no quería
consuelo. También se hallaba en Belén la noche en que la espada de Herodes
exterminó a los inocentes (…) Sus ojos son a veces dulces y penetrantes , a veces
despavoridos y somnolientos, y a menudo se alzan hacia las nubes y acusan con
frecuencia a los cielos. Lleva en la cabeza una diadema. Y por mis recuerdos infantiles,
sé que puedo viajar en alas de los vientos cuando oye el sollozo de las letanías o el
trinar del órgano o cuando ve deshacerse las nubes del verano. Esta hermana mayor
lleva a la cintura unas llaves que son más poderosas que las llaves papales, con las que
abre todas las chozas y todos los palacios. Sé que fue ella la que, durante todo el último
verano, permaneció junto a aquel mendigo ciego con quien tanto me gustaba hablar y
cuya buena hija, de ocho años y luminoso rostro, resistía en la tentación de participar
en los juegos y diversiones de la aldea, para acompañar el día entero a su pobre padre
por los caminos polvorientos. Por ello Dios le concedió una gran recompensa. La
llamó a su lado en primavera, cuando también ella empezaba a florecer. Su padre, el
ciego, todavía la llora, continua soñando a medianoche que tiene aún en su mano la
manita que le guiaba, y se despierta siempre en una oscuridad que ahora es doble y
más profunda (…) Gracias a sus llaves, Nuestra Señora de las Lagrimas se desliza
(como un fantasma tenebroso) en los aposentos de los hombres que no duermen, de
las mujeres que no duermen, de los niños que no duermen, desde el Ganges hasta el
Nilo, desde el Nilo hasta el Mississippi. Como es la primogénita y posee el imperio más
grande, la honramos con el título de Madonna.
<<La segunda hermana se llama Mater Suspiriorum, Nuestra Señora de los Suspiros.
Ésta nunca sube a las nubes, ni viaja en alas de los vientos. No lleva diadema en la
cabeza. Si pudiéramos verle los ojos, sólo encontraríamos en ellos una masa confusa
de sueños agonizantes y restos de un delirio olvidado. Nunca alza los ojos; su cabeza,
cubierta por un turbante hecho de harapos, está siempre inclinada y mirando al suelo.
No llora ni gime. De cuando en cuando, suspira cosas incomprensibles. Su hermana la
Madonna, se muestra a veces agitada y frenética, lanza amenazas al cielo y exige que
le devuelva sus seres queridos. Nuestra Señora de los Suspiros, en cambio no grita ni
acusa nunca, jamás sueña con rebelarse. Es humilde hasta la abyección. Tiene la
mansedumbre de quien ha perdido toda esperanza. Si alguna vez murmura, sólo lo
hace en lugares solitarios y tan desolados como ella, en las ciudades en ruinas, cuando
el sol ya ha descendido a descansar. Esta hermana es la que visita al paria, al judío, al
esclavo atado al remo de una galera; (…) a la mujer que se sienta en la oscuridad, sin
un amor que abrigue su cabeza, ni una esperanza que ilumine su soledad; (…) al
cautivo en su mazmorra; a todo el que ha sido traicionado o rechazado; a quienes son
proscritos por la ley de la tradición, y a los hijos de la desgracia hereditaria. A todos
ellos acompaña Nuestra Señora de los Suspiros. También ella tiene una llave, pero
apenas la necesita, pues su reino principal lo constituyen las tiendas de Sem y los
vagabundos de todos los climas. No obstante, tiene algunos altares en los rangos mas
elevados de la humanidad, y hasta en la gloriosa Inglaterra hay quien alza la cabeza
delante de la gente con tanto orgullo como un ciervo, pero que en secreto lleva en su
frente la marca de Nuestra Señora de los Suspiros.>>
<< Y en cuanto a la tercera de las hermanas, que es también la más joven… Pero,
¡silencio!, pues sólo debemos hablar de ella en voz baja. Su dominio no es muy grande,
ya que, si lo fuera, no existiría ningún ser vivo; pero el poder que ejerce en su reino
absoluto (…) A pesar del triple velo de crespón que cubre su cabeza y por alta que
lleve ésta, cabe vislumbrar desde abajo la luz salvaje que mana de sus ojos: es la luz de
la desesperación que siempre llamea, mañana y tarde, al mediodía y a la medianoche,
cuando sube y baja la marea. Ésta desafía a Dios, y es también la madre de las locuras
y la consejera de los suicidas. (…) La Madonna anda a pasos irregulares, rápidos o
lentos, pero siempre con una gracia trágica. Nuestra Señora de los Suspiros se desliza
tímidamente y con cuidado . Pero la mas joven de las hermanas se mueve de forma
imprevisible: salta bruscamente como un tigre. No lleva ninguna llave, pues, aunque
raras veces visita a los hombres, cuando se le permite acercarse a una puerta, se
apodera de ella por asalto y la derriba. Su nombre es Mater Tenebrarum, Nuestra
Señora de las Tinieblas.>>
<<Estas eran las tres Euménides o Diosas Benéficas (como se les llamaba en la
antigüedad para adularlas a causa del miedo que inspiraban) que poblaban mis
sueños de Oxford. La Madonna hablaba con sus manos misteriosas. Me tocaba la
cabeza; llamaba con el dedo a Nuestra Señora de los Suspiros y, en unos signos que
nadie podría entender más que en sueños, decía; “Aquí tienes al que consagré a mis
altares desde niño, para que fuese mi favorito. Le aparté del buen camino, le seduje y
robé al cielo su corazón para unirlo al mío. Por mí se ha hecho idólatra; por mí, lleno
de ansias y de indolencia, ha adorado al gusano de la tierra y ha dirigido sus oraciones
a la tumba agusanada. La tumba era sagrada para él y le han parecido amables sus
tinieblas y santa su corrución. He preparado a este joven idólatra para ti, querida y
dulce Hermana de los Suspiros. Abrázalo ahora sobre tu corazón y prepáralo para
nuestra terrible hermana. Y tú –decía dirigiéndose a la Mater Tenebrarum—recíbelo
de ella después. Que tu cetro pese gravemente sobre su cabeza. No permitas que una
mujer, con su ternura, venga en su noche o sentarse junto a él. Ahuyenta todas las
flaquezas de la esperanza, seca los bálsamos del amor, ciega la fuente de las lagrimas,
maldícelo como sólo tu sabes. Así llegará a ser perfecto, moldéalo en el ardiente horno,
así verá las cosas que no debieran verse, los espectáculos abominables y los secretos
inefables. Así descifrará las antiguas verdades, las grandes, tristes y terribles
verdades. Así resucitará antes de morir. Y habremos cumplido la misión que Dios nos
encomendara: atormentar su corazón hasta que hayamos desarrollado las facultades
de su espíritu.>>

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