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CAPÍTULO ÚNICO

CONTRA LA VANIDAD DE ESTE MUNDO

1. Ciertamente es grave y demasiado peligroso el trato con el mundo.


Pues peligra la castidad en las delicias, la humildad en las riquezas, la piedad en los negocios, la verdad en
el mucho hablar y la caridad en este siglo perverso.
Porque así como es difícil que el árbol que está junto al camino lleve su hermoso fruto hasta la sazón, así
también es difícil que el hombre que vive en el siglo guarde inmaculada su justicia hasta el fin.
2. ¡Oh, cuán ciegos son los que buscan la gloria mundana!
Porque ¿qué cosa es la alegría del siglo sino la malicia impune, es decir, vivir lujuriosamente, entregarse a la
embriaguez y a comilonas, pretender vanidades y por estas cosas sufrido todo en esta vida?
Porque los malos juzgan que están seguros en sus delicias cuando no son corregidos por sus maldades;
pero también ignoran que nada hay más infeliz que la felicidad de los pecadores, por la cual incurren, como
por castigo, en debilidad, y su mala voluntad se robustece.
3. Si, pues, buscas la primicia y dices: en ella me propongo vivir bien y santamente, te alabo. Pero pocas
veces encuentro a quien pueda alabar.
Porque es cosa rara que se encuentren juntos grado elevado y ánimo abatido; lugar distinguido y vida
oscura; grande autoridad y condición humilde.
Y de tantos tormentos son acreedores los prelados cuantos son los ejemplos de perdición que a sus
súbditos dan.
4. ¡Si buscas la sabiduría mundana, a cuántos peligros te sujetas.
Porque la sabiduría del mundo es terrenal, animal y diabólica (JAC., III, 10); enemiga de la salvación, asfixia
la vida y es madre de las pasiones.
Si tal vez amas las riquezas del mundo, las pompas seculares y las delicias carnales, considera cuán frágiles
y caducas son todas estas cosas, porque todo 10 mundano es como sueño.
5. Porque ¿de qué aprovechan la soberbia y la jactancia de las riquezas a los que estas cosas aman?
Pasó todo como sombra y como nave que atraviesa el mar, de cuyo surco no podrás hallar vestigio.
Quedaron consumidos en su maldad y muchos, ¡ay!, ninguna señal dejaron de virtud (SAP., V, 9, 10, 13).
6. ¿Dónde están los príncipes y los que dominaron sobre las bestias de la tierra: los que atesoraron oro y
plata (BAR;III, 16, 18); los que edificaron ciudades y castillos, y peleando vencieron a reyes y naciones?
¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el letrado? ¿Dónde el varón diligente y avisado de este siglo? (1 COR., 1,
20).
¿Dónde el hermosísimo Absalón? ¿Dónde el poderosísimo Alejandro? ¿Dónde el fortísimo Sansón? ¿Dónde
los poderosísimos Césares? ¿Dónde los ínclitos reyes y príncipes?
7. ¿De qué aprovechó la fútil gloria, la pasajera alegría, la mundana influencia, la dilatada familia, la
voluptuosidad de la carne, la mentira de las riquezas y la suavidad de las concupiscencias?
¿Dónde están las risas y la alegría? ¿Dónde la vanagloria
y la arrogancia? ¿Dónde la nobleza de la sangre? ¿Dónde la hermosura corporal?
8. i Ay de mí, todas estas cosas se desvanecieron, y pasaron, y quedaron reducidas a la nada.
Nada de esto queda, ni los huesos de ellos pueden distinguirse de los de los demás.
Sus cuerpos se pudrieron en la tierra y fueron comidos de los gusanos; y sus almas gozan de la felicidad o
están sujetas a las penas que merecieron.
9. Renunciemos, pues, las delicias externas y terrestres, y sigamos las internas, que pertenecen al espíritu,
para que volvamos de todo corazón a Dios, y nos convirtamos y hagamos la voluntad de Aquél a quien sólo
sea tributada toda gloria, honor y acción de gracias (1 TIM., 1, 17; Apoc., VII, 12), y el cual únicamente es el
principio, el medio y el fin de nuestra consolación interior. Así sea.

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