Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
RATZINGER, J., Significado de Los Padres para La Teologia Actual
RATZINGER, J., Significado de Los Padres para La Teologia Actual
Die Bedeutung der Väter für die Gegenwärtige Theologie, Tübinger Theologische
Quartalschrift, 148 (1968) 257-282
Quien intenta poner de relieve la importancia de los Santos Padres para la teología
actual tropieza inmediatamente con dificultades y contradicciones. El movimiento de
renovación que se despertó en la teología católica a partir de la primera guerra mundial
se definió como un "renacimiento", como una vuelta a las fuentes, que se querían leer
directamente en sus originales, y sin los anteojos del sistema escolástico. Las fuentes
redescubiertas fluían, como es natural, de la Escritura. Pero partiendo de la Escritura, en
la búsqueda de una nueva forma de trabajo teológico, se realizó el encuentro con los
Padres de los primeros tiempos de la Iglesia. Basta recordar los nombres de Odo Casel,
H. Rahner, Lubac, Daniélou, para encontrar una teología profundamente escriturística
precisamente por su conocimiento y proximidad a los Padres.
Pero la situación parece haber cambiado. Las necesidades y urgencias de nuestro tiempo
hacen que la mirada al pasado se convierta en un romanticismo que no tiene nada que
ver con nosotros. En lugar de un renacimiento buscamos un "aggiornamento".
Intentamos encararnos con el presente y el futuro para que la teología se haga eficaz y
operante. Los Padres están en un rincón del pasado y nos dejan la imp resión, con sus
exégesis alegóricas de la Escritura, de cosa ya superada.
Evidentemente admitimos la vuelta a las fuentes. Pero ¿por qué volver a los Padres?,
¿no basta la Escritura? A primera vista podría parecer que para el teólogo católico el
problema está ya resuelto. El Concilio Vaticano I, repitiendo al de Trento, afirmó que el
verdadero sentido de la Escritura hay que buscarlo en la Tradición de la Iglesia: "A la
Santa Madre Iglesia pertenece juzgar el verdadero sentido e interpretación de las
JOSEPH RATZINGER
Sagradas Escrituras; y, por tanto, a nadie le está permitido interpretar esta Sagrada
Escritura contra este sentido ni tampoco contra el sentimiento unánime de los Padres"
(D 3007; cfr. 1507). Un eco amortiguado de estas afirmaciones se encuentra en el
Vaticano 11. Después de haber recomendado el empleo de métodos críticos, la
Constitución del Verbum añade: "Puesto que la Sagrada Escritura hay que leerla e
interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió para sacar el sentido de los
textos sagrados, hay que atender no menos diligentemente al contenido y a la unidad de
toda la Sagrada Escritura, teniendo en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia y la
analogía de la fe" (DV 12). Y en el capitulo sexto afirma: "La Esposa del Verbo
encarnado, es decir, la Iglesia, enseñada por el Espíritu Santo, se esfuerza en acercarse,
de día en día, a la más profunda inteligencia de las Sagradas Escrituras para alimentar
sin desfallecimiento a sus hijos con las divinas enseñanzas; por lo cual, fomenta
también convenientemente el estudio de los Santos Padres, tanto del Oriente como del
Occidente, y las sagradas liturgias" (DV 23).
Pero con estos textos, que parecen zanjar la cuestión, se agudiza el problema en vez de
solucionarse. El Vaticano II recomienda el método crítico y pide una exégesis inserta en
la Tradición. Con ello plantea un antagonismo, en cierto modo irreconciliable. La
exégesis patrística que recomienda el Concilio está dominada por la idea de unidad,
unidad que da Cristo, presente en toda la Escritura. La tarea critica, por el contrario,
consiste en la división. No busca el espíritu que unifica la diversidad, sino que trata de
descubrir los distintos hombres que contribuyeron, cada uno a su manera, a la formación
del conjunto. Su trabajo se apoya en aquello que los Padres llamaron "interpretación
carnal, a la manera de los judíos", labor comentada despectivamente por Jerónimo en
estos términos: "Si litteram sequimur, possumus et nos quoque nobis novum dogma
componer" (Adversus Lucif PL 23,182). El investigador crítico no puede admitir un
trabajo encuadrado previamente en una tradición dogmática. Esto seria lo más opuesto a
su método.
De aquí podemos sacar una primera consecuencia: la pregunta sobre la actualidad de los
Padres no queda resuelta con estos textos conciliares que los recomiendan como
intérpretes de la Escritura. Pues el binomio ciencia- fe, auctoritas-ratio, interpretación
patrística-interpretación crítica, que plantean dichos textos, ofrece más dificultad que
luz. Deberíamos matizar mucho las frases y llegaríamos a una conclusión decepcionante
sobre la importancia de los Padres en materia de exégesis.
Hemos visto que los Padres no significan gran cosa para una exégesis científica de la
Escritura. Pero tal vez su importancia radique en que son los testigos de la Tradición.
Veamos si es así.
Ante todo debemos aclarar qué se entiende en teología por Tradición y qué relación
tiene ésta con los Padres.
Existen diversas concepciones sobre la Tradición. Indiquemos las dos más importantes
actualmente. La primera podríamos resumirla en las ideas de Geiselmann. Según este
teólogo, la Tradición no es otra cosa que la presencia viva de la Escritura en la fe de la
Iglesia. Hay que desterrar la idea de un plus sobreañadido a la Escritura para
JOSEPH RATZINGER
Por lo tanto, tampoco a partir del concepto de Tradición, en cualquiera de estas dos
teorías, encontramos una solución al problema que nos ocupa. No solamente las
exigencias del método histórico-crítico en la interpretación de la Escritura, sino la
esencia misma de Tradición relegarían a los Padres a un papel secundario.
Esta apreciación de Lutero nos ilumina paradójicamente. Los Padres fueron en verdad
católicos, como el Reformador decía, en el sentido de que interpretaron en forma poco
"protestante" o paulina el Evangelio. Con ello se desvalorizan; ya no pueden ser
utilizados por ninguna de las dos partes en las controversias sobre la Escritura. Sin
embargo, siguen teniendo importancia para ambas, católica y reformada, pues entre el
catolicismo de un Agustín o un Cipriano y el de un Tomás o un Manning hay ciertas
JOSEPH RATZINGER
diferencias. Por esta dirección tenemos una pista para encontrar dónde radica la
verdadera importancia de los Padres.
Como ha criticado con acierto el his toriador protestante A. Benoit, no se les puede
seguir encuadrando en las clásicas notas: pureza u ortodoxia en la doctrina, santidad de
vida, aceptación o reconocimiento por parte de la Iglesia y "antigüedad", es decir,
pertenencia a los primeros siglos. De manera particular son discutibles los criterios de
ortodoxia y antigüedad. Aparte de que siempre resulta arbitrario poner un límite de
tiempo, la sobrevaloración de lo antiguo es una categoría mental mítica, propia del
platonismo. Para Platón los orígenes (arjaîoi), lo de otro tiempo (pálai), tienen singular
importancia puesto que "están más cerca de los dioses". Cuanto más lejos de los
orígenes, más depravado; la verdad, con el paso del tiempo y la lejanía de los
comienzos, se pervierte. Por el contrario, la teología cristiana debe tener como lema
programático aquella frase, dejada caer de paso en la regla benedictina: "A menudo
revela el Señor a los jóvenes qué es lo mejor". El cristiano no vive de una fe en un
pasado muerto, sino que cree en el Espíritu, siempre actual y nuevo en su continua
presencia.
Los Padres no son testigos de la fe porque tengan más años, porque sean "antiguos". El
hecho de que estén cercanos "temporalmente" al nacimiento del NT no quiere ya decir
sin más que lo estén "interiormente". Si su antigüedad tiene una cierta significación
teológica, no proviene del hecho mismo de haber vivido en años pasados, sino del
relieve que tuvieron en ellos, de la función que allí desempeñaron.
Sin excluir totalmente las cuatro características arriba citadas, pues cada una aporta un
rasgo no despreciable, digamos lo que nos parece definitivo en la figura de los Padres:
los Padres son los maestros de la Iglesia todavía unida. Éste es el verdadero criterio para
delimitar las fronteras patrísticas. Según esto, nos parece excesivamente artificial poner
los límites en el año 1054, como hace Benoit, y muy restringida la fecha del 451,
determinada por Studer. Es verdad que la disputa en torno al canon 28 del Concilio de
JOSEPH RATZINGER
Calcedonia señala la primera amenaza grave de división y que las consecuencias que
trajo fueron muy graves. Pero la unidad de la Iglesia continuó afirmándose todavía
muchos años, y sucesivos Concilios se esforzaron por no extremar los puntos de
fricción. El año 1054 tampoco nos parece fecha acertada. Lo acontecido entonces fue
sólo la expresión de algo que se venía arrastrando durante mucho tiempo. Hacía ya años
que Oriente y Occidente hablaban lenguajes completamente distintos, que sólo había
teologías particulares y que había dejado de existir una "teología ecuménica". Más bien
nos inclinamos a afirmar que el tiempo de los Padres termina con el corte que supone la
invasión de los bárbaros y del Islam. Como fechas más concretas podríamos destacar el
comienzo del Sacro Romano Imperio, con el cual el Papa se une al Occidente y se
quiebra definitivamente la antigua ecumene. A partir de entonces el Occidente comienza
a entenderse en una forma autónoma. Ha nacido la Edad Media. Nótese bien que con
ello hemos conseguido una delimitación de los Padres no sólo cronológica sino más
bien teológica.
Ya hemos dicho que la Escritura hay que leerla inevitablemente en el marco u horizonte
que forman unos determinados Padres que nos antecedieron. Escritura y Padres se
corresponden como pregunta y respuesta. Sólo porque la palabra (Wort) ha tenido una
respuesta (Antwort) es eficaz y permanece como palabra. La palabra necesita tanto al
que la dice como al que la escucha. Esto vale también para la Palabra de Dios. Es
verdad que, en este caso, la Palabra supera y trasciende todas las respuestas, que
permanece inagotable y que, por ello, la tarea de la teología y de la Iglesia nunca cesa ni
termina con las sistematizaciones teológicas alcanzadas en una época determinada. Pero
también es verdad que la Palabra de Dios no nos ha llegado sin el eco que produjo. No
la podemos leer pasando por alto las respuestas que ha recibido y que han llegado a
formar algo constitutivo de ella misma. Aun cuando rechacemos algunas de estas
respuestas no podemos negar que en general constituyen el horizonte en que
encontramos la Palabra. La forma histórica del cristianismo seria indudablemente otra si
la respuesta de la fe de los primeros tiempos no se hubiera desarrollado en el ámbito
greco-romano, sino en el semitaoriental. Evidentemente que esto ensancha las
posibilidades de la misión, en vez de restringirlas, pues nos hace concebir otras
respuestas como igualmente válidas. Pero no podemos negar como un hecho dado,
imposible de suprimir, la realidad e influencia de las primeras respuestas que dieron a la
Palabra su forma histórica.
Concreciones históricas
d) Los Padres concibieron la fe como una filosofía, no porque pensaran que se podía
llegar a ella racionalmente, sino porque apreciaron la responsabilidad intelectual que la
fe lleva consigo. Por ello hicieron ciencia teológica. Este apoyo en lo racional era el
presupuesto necesario para la supervivencia del cristianismo en el mundo antiguo y lo
sigue siendo para su continuidad hoy y mañana. Se ha criticado este "racionalismo" de
los Padres, pero cualquier intento de auténtica teología no ha conseguido liberarse de él.
Una prueba de ello es la monumental obra de Karl Barth. Su protesta radical contra todo
intento de fundamentación de la fe aparece junto al esfuerzo más fascinante y grandioso
por hallar una comprensión más honda de lo que Dios ha revelado. La teología debe el
JOSEPH RATZINGER
Conclusión
En estos cuatro apartados hemos señalado algunas razones por las que los Padres siguen
teniendo importancia para la teología actual. Podríamos indicar otros muchos aspectos.
Seria conveniente desarrollar el problema de la exé gesis patrística, la estructura de su
pensamiento, la unidad que en él se da entre Escritura, liturgia y teología... Seria
interesante reflexionar sobre un punto apenas insinuado: que no podemos poner la nada
entre la Biblia y nosotros, y olvidar que la Escritura nos llega a través de una historia,
sin quedar prisioneros de nuestro propio pensamiento. En la imposibilidad de tratar
todos estos puntos, terminemos con las palabras con las que A. Benoit concluye su
importante estudio sobre los Padres: "El patrólogo es el hombre que estudia los
primeros siglos de la Iglesia. Pero debe ser también el que prepara su futuro. Ésta es su
vocación". La dedicación estudiosa a los Padres no consiste en un trabajo de
catalogación, sumergidos en el museo del pasado. Los Padres son el pasado común de
todos los cristianos. En su reencuentro radica la esperanza del futuro de las Iglesias. Ahí
tenemos una de nuestras tareas actuales.