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Nadie Nada Nunca La Inaprehensibilidad de La Realidad PDF
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La obra de Juan José Saer Nadie nada nunca se presenta al lector como una obra atemporal,
la cual, por medio de la iteración esboza, además del relato mismo, una concepción filosófica
del mundo, de su carácter, la cual se traduce en la incapacidad que tiene el ser humano para
lograr abracar la realidad de manera integral por medio del lenguaje.
«No hay al principio, nada. Nada». Esta es la clave con la que el autor comienza varios
apartados de su libro, lo que, en una primera instancia, hace creer al lector que se trata de un
error de impresión, pues este apartado no solo inicia de modo similar, sino que parece
desarrollarse del mismo modo que el ya leído. Sin embargo, después de un examen
superficial o profundo, el lector llega a la conclusión de que no se trata de un error y que el
Santafesino ha repetido todo lo que ya había sido narrado. Pero, como si esto no fuera
suficiente, no solo se repite una vez, todo el relato, de principio a fin, es narrado una y otra
vez como en una especie de «eterno retorno». La pregunta que esta forma de narrar suscita
resulta más que evidente: ¿Para qué o por qué narrar de esta manera? Como acercamiento a
una posible respuesta, creo encontrarla en Dalmaroni y Merbilhaá (2000): «La prosa narrativa
de Juan José Saer (1937) puede entenderse como una indagación obsesiva sobre lo real o,
mejor, sobre las posibilidades de la percepción para aprehender lo real» (p.321). De esta
forma, se podría asociar dicha repetición con esta obsesividad que los autores adjudican a la
prosa narrativa del autor argentino, pero dicha condición subraya una particularidad
fundamental de la repetición, a saber, que aun cuando se repite lo ya narrado, no se dice lo
mismo.
El examen superficial que el lector hace para colegir que no se trata de un error, sino de una
característica de la obra, lo lleva a encontrar en cada una de estas repeticiones elementos que
permanecen, pero, aún más importante, elementos que no permanecen, que cambian, que no
estaban, que mutan: personajes, espacios, tiempos, pero, sobre todo, percepciones. De la
propuesta de respuesta a nuestra pregunta inicial, es claro que surge una nueva interrogante:
¿Qué desencadena esa obsesión en Saer? En la lectura de Nadie nada nunca esta obsesión
parece patente por medio de la repetición, pero nunca se da un indicio explícito sobre la
naturaleza de dicho comportamiento, todo queda bajo la escena. De nuevo, la respuesta la
podemos encontrar en una comentarista, María Teresa Gramuglio (1979), quien afirma,
hablando de una de las obras de Saer:
De este modo, la obsesividad de Juan José Saer con lo real, con la capacidad del hombre para
aprehender la realidad, parte de una convicción sobre la limitación del ser humano para dar
cuenta de una realidad generalizada, que Dalamaroni y Merbilhaá llaman en su texto
«desconfianza», la cual lo lleva en una dirección completamente opuesta a la perseguida por
gran parte de los filósofos griegos, quienes pretendían encontrar el en sí del mundo, lo
objetivo, lo universal; antes bien, en la obra de Saer, en cada una de las repeticiones se puede
encontrar, como se mencionó antes, variaciones de lo narrado, pero variaciones que no
obedecen a un cambio efectuado en la realidad, es decir, que al repetir no se dan variaciones
porque el referente sea diferente, sino porque el punto de vista ya no es el mismo. Al respecto,
Nietzsche (1986) afirma:
Contra el positivismo, que se queda en el fenómeno «sólo hay hechos», yo diría, no,
precisamente no hay hechos, sólo interpretaciones. No podemos constatar ningún
factum «en sí»: quizás sea un absurdo querer algo así. «Todo es subjetivo», decís
vosotros: pero ya eso es interpretación, el «sujeto» no es algo dado sino algo inventado
y añadido, algo puesto por detrás. — ¿Es en última instancia necesario poner aún al
intérprete detrás de la interpretación? Ya eso es invención, hipótesis.
De acuerdo con esto, es posible notar que lo que Saer hace con Nadie nada nunca (así como
con otras obras, pues Gramuglio se centra en su artículo, sobre todo, en El limonero real), es
mostrar un cuadro «realista» visto desde diferentes perspectivas, fragmentando la realidad de
manera atómica, atentando de manera directa contra la idea de una realidad única a la que es
posible acceder por medio del conocimiento y, en este caso, por medio de la literatura, como
se quiso en el siglo XIX.
Aristóteles consideraba que, en cuanto a lo bello, había ciertas condiciones que, si algo o
alguien las cumplía, cualquier entendimiento debía, por necesidad, reconocerlo como bello;
por el contrario, Saer parece proponer que, en cuanto al fenómeno, si hay un número ingente
de personas que confluyen en considerar que tal o cual suceso es de tal o cual manera, esto
no es más que la coincidencia fortuita de subjetividades que, por un gran movimiento del
azar, coincidieron es espacio y tiempo. Sin embargo, considero que no se debe llegar a pensar
en que Saer asigna una valoración de falsedad a la representación individual de la realidad,
antes bien, la validez de este tipo de representaciones es lo que las hace dignas de ser
narradas, de modo que, por el hecho de ser solo aproximaciones parciales de la realidad, no
por esto es lícito denominarlas falsas. Tomando como ejemplo una ilustración de la Alegoría
de la Caverna de Platón y cuidándonos de sugerir que esto es lo que Saer propone:
Podemos visualizar cómo para cada uno de los personajes representados la realidad se
presenta de manera distinta, mas nunca falsa. Es claro que cada individuo percibe, acorde
con sus limitaciones o, más bien, con su propio contexto, la realidad de una manera que, para
tal individuo, se presenta como una realidad completa: para los primeros, las sombras son su
realidad y eso es lo que narrarían; para los segundos, su montaje es la realidad y eso es lo que
narrarían; para los terceros, la luz es su realidad y eso es lo que narrarían; para el último, el
exterior es la realidad y eso es lo que narraría; para nosotros, que podemos ver todo el cuadro,
todo esto es la realidad y eso sería lo que narraríamos si se nos pidiera referirlo. Dejando de
lado la propuesta epistemológica del filósofo griego, en esta escena podemos corroborar que
«Los materiales percibidos, inevitablemente resultan si no falsos, al menos relativos (es decir
dependientes del enfoque sesgado por una ubicación en el mundo, la nuestra) y por tanto
parciales, fragmentarios y atados a los avatares de la conciencia» (Dalmaroni y Merbilhaá,
2000, p. 323). Cabe anotar, sin embargo, que en Saer no existe este último sujeto que refiero
y que puede asir completamente la totalidad de subjetividades interpretantes, pues si
existiera, carecería de sentido toda su empresa, ya que sería si no inútil, al menos sí necio,
emplear la repetición para mostrar el carácter fragmentario de la realidad y el carácter
insuficiente de cada versión cuando existe al menos una que podría echar abajo toda esta
propuesta y que, de ser referida, ofrecería una mirada omniabarcadora al lector.
Así pues, Nadie nada nunca es una de las obras de Saer en la que el autor se esfuerza por
mostrar al lector el carácter fragmentario de la realidad, por medio de un proceso de iteración
de la narración, que devela la situación en la que se encuentra el ser humano frente al mundo
y las limitaciones que tiene este para expresar ese mismo mundo por medio del lenguaje.
Referencias bibliográficas
Dalmaroni, M. & Merbilhaá M. (2000). Un azar convertido en don. Juan José Saer y
el relato de la percepción. En: Historia critica de la literatura argentina, Buenos
Aires, Emecé, disponible en: https://vdocuments.site/dalmaroni-y-merbilhaa-un-
azar-convertido-en-don-saer-y-el-relato-de-la-percepcion.html, consulta: 2018
Gramuglio, M. (1979, julio). Juan José Saer: el arte de narrar. Revista Punto de vista,
3-8.