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Facultad de Filosofía y Humanidades/ UNC/ 2019

Escuela de Filosofía/ Cátedra de Estética


Examen Final

Sobre la relación y contraposición entre la figura del historiador moderno y el filólogo en


Friedrich Nietzsche

…un hombre que estuviera absolutamente desprovisto de la facultad de olvidar y que


estuviera condenado a ver en todas las cosas el devenir, tal hombre no creería ni siquiera en
su propio ser, no creería en sí mismo. Vería todas las cosas agitándose en una serie de
puntos movedizos, se perdería en este mar del devenir. Como verdadero discípulo de
Heráclito, acabaría por no atreverse ni a mover el dedo. Toda acción exige el olvido, como
todo organismo tiene necesidad, no sólo de la luz, sino también de la oscuridad.
Nietzsche, Segunda Intempestiva

Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de
todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi
intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales.
[…]Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras.
Borges, Funes el memorioso

Pensador sutilísimo, Nietzsche nos invita a quebrar lecturas dicotómicas o simplificadoras, y


su figura se resiste a ser fácilmente encasillable, poniendo a prueba en todo momento nuestras
nomenclaturas, clasificaciones y métodos de investigación. En esta ocasión, me propongo a
explorar brevemente la figura del historiador moderno a partir de los tres modos de concebir y
usar la historia abordados en De la utilidad y los inconvenientes de los estudios históricos para
la vida (1932, de ahora en adelante HL, según lo propuesto por la edición crítica), comparándola
y contraponiéndola con la figura del filólogo.
Si bien, es complicado rastrear la segunda figura que nos proponemos contraponer a la del
historiador moderno -debido por un lado a la a- sistematicidad de su obra, y por otro a su vasta
producción intelectual- tendremos en cuenta la lectura propuesta por Giuliano Campioni en
Nietzsche y el Espíritu latino (2004), y particularmente algunos pasajes de Humano, demasiado
Humano (de ahora en adelante MA, según lo propuesto por la edición crítica). A modo de
aclaración metodológica, seleccionamos sólo pasajes de MA por la cercanía en los tiempos de
escritura1. Entendemos que en el transcurso de la evolución de su pensamiento su concepción
de la historia (tanto teórica como “metodológicamente”-si nos lo permiten-) se modifica y los
límites entre una y otra figura terminan fundiéndose en el marco de su abordaje crítico. De todos

1
MA, publicado en 1878, y HL escrito entre 1873-1875.
1
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modos aquí no abordaremos este problema. Lo que nos interesa remarcar es su crítica a las
concepciones de la historia que, según entendemos, se empalma con la crítica a la cultura
moderna. En este sentido, la figura del filólogo, y en general las herramientas de las que nos
provee la filología, se remiten a la parte constructiva y activa de su propuesta, y que aunque no
las explicita en HL podemos detectar algunos movimientos que nos permiten entenderlo como
un gesto apenas tímido de lo que luego expondrá en su obra madura. Sin embargo, en un
fragmento de HL el autor menciona la figura del filólogo, y dice:
Pues no sé qué fin podría tener la filología clásica en nuestra época, si no es el de obrar de
una manera inactual, es decir, contraria a los tiempos, y por esto mismo sobre los tiempos
y en favor, así lo espero, de un tiempo futuro. (HL, Prólogo, las itálicas son nuestras)
Este es el único fragmento en el cual encontramos la mención de la filología clásica relacionado
con el “obrar de manera inactual”, que, según interpretamos, alude al carácter supra- histórico
(y a- histórico) que resaltará a lo largo del escrito. En el presente, tomaremos este rasgo a la luz
también de MA.
El escrito estará dividido en dos apartados; por un lado, reconstruiremos lo que entendemos por
“historiador moderno” de la obra mencionada, tomando las críticas a los usos de la historia en
la medida que contribuyan a entender la crítica al “hombre moderno”; es decir, entendemos que
la figura del historiador moderno está imbricado entre los usos nocivos de la historia, la cual se
cristaliza en el hombre moderno y sus vicios, que decantan, a su vez, en un envejecimiento
precoz de la vida. Por otro lado, la herramienta de la filología en MA se asocia al “arte de leer”
en pos de la “vivisección crítica”. Aquí, veremos en qué sentido podemos hablar de una
continuidad entre la propuesta de HL y la de MA, y si la primera puede leerse a la luz de la
segunda obra.
***

I.
En una primera instancia, quisiéramos hacer una aclaración que nos parece importante.
Entendemos, junto a Campioni, que si bien en la Segunda Intempestiva, Nietzsche no se ha
separado totalmente de sus maestros –Schopenhauer y Wagner- comienza a tejer su propia
teoría, aunque marcando ya puntos de inflexión importantes respecto de las posturas de las
obras de juventud. Así, las lecturas que enmarcaban a Nietzsche como un filósofo defensor del
espíritu germánico (en un sentido peyorativo y fuerte) “del genio, del superhombre, de la
intuición romántica” (Sánchez, 2004, p. 11) se encuentran diluido de algún modo. Tanto Sobre
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verdad y mentira en sentido extramoral (de ahora en adelante WL) como las Consideraciones
que estamos analizando pueden leerse a la par, y por este motivo podemos decir, que en ninguna
de las dos obras aun ha abandonado totalmente la distinción entre Apolos y Dionisos, pero sí
hay ya los primeros esbozos de rasgos menos románticos.
Campioni, en el recorrido que propone ilustra un fuerte componente “latino”, y lo va detectando
a lo largo de diversas obras (Campioni, 2004). De todas maneras, el punto culmine de la
recuperación de Nietzsche del “espíritu latino” se encuentra principalmente y en todo su
esplendor en su obra madura. En este marco, la tarea del filólogo alude a la capacidad de un
análisis minucioso y detenido, emparentado con la capacidad de detenerse en le petit faits, los
pequeños sucesos de la vida. Ahondaremos más sobre esto en el siguiente apartado.
Ahora bien, Nietzsche al final del prólogo de HL acusa un vicio, una enfermedad de nuestra
época y nuestra cultura histórica, a la que contrapone a su “profesión de filólogo clásico”, que
mencionamos arriba. Entendemos que este es el punto de partida para empezar a hilar la crítica
a este modo de conocimiento histórico que se ha desarrollado principalmente en la época
moderna, esto es cierta forma de historicismo.
La “cultura histórica”2 se nutre de una incapacidad de olvidar que decanta en una abulia
generalizada hacia la vida. El hombre, dice Nietzsche, […] se considera superior a la bestia, y
sin embargo, envidia su felicidad (HL, 1, p. 73). La posibilidad de olvidar así está ligada aquí
a la “felicidad”, y permite el desligamiento del pasado. Este primer pasaje podemos leerlo a la
par de Funes el memorioso¸ quien debido a su incapacidad de olvidar, se le vetó la posibilidad
de pensar3. Aquí, la memoria de este personaje borgiano, alude a una incapacidad de poder
abstraer, y recordar hasta la nimiedad más vacua de su vida: “le molestaba que el perro de las
tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto
de frente)” (Borges, 1974, p. 73)4. Diecinueve años, dice Borges, había vivido como quien

2
En el presente escrito no ahondaremos en la complejidad y riqueza que esta obra en realidad demanda, ni haremos
juicio al pedido nietzscheano, a nuestro pesar, de una lectura lenta. Es por eso que tampoco haremos distinciones
entre los sentidos de “historia” más sutiles de los que podría hablar Nietzsche, sino que se trata más bien de
empezar a detectar, a modo de primeras lecturas, algunos puntos de inflexión relevantes para ingresar al texto, y
en ese sentido, aún no podríamos expresar a modo de hipótesis esta propuesta de lectura, pero sin dudas son
inquietudes pendientes.
Entendemos que a lo largo del texto uno puede detectar algunas sutilezas que construyen los primeros
delineamientos sobre su concepción de la historia, que luego serán relevantes para pensar las reapropiaciones y
lecturas de otros autores contemporáneos.
3
“Pensar es olvidar, diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino
detalles…” (Borges, 1974, p. 74)
4
“…un hombre que estuviera absolutamente desprovisto de la facultad de olvidar y que estuviera condenado a ver
en todas las cosas el devenir, tal hombre no creería ni siquiera en su propio ser, no creería en sí mismo. Vería todas
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sueña- refiriéndose a su vida pasada, antes de convertirse en “el memorioso”- como quien preso
de los mundo oníricos cree que conoce un segundo mundo real (MA, I, 5).
A su vez, actuar exige el olvido dirá el Nietzsche. El olvido se entiende como el carácter no-
histórico que alberga esta pulsión de vida, por lo cual se puede edificar algo verdaderamente
humano (HL, 1), que abre la posibilidad de un doble movimiento; por un lado, de ruptura con
el pasado, pero por otro, también de afirmación, a partir de la cual logremos construir otros
horizontes históricos. Es decir, que el “el hombre adquiere la fuerza de utilizar lo que ha pasado,
en vista de la vida, para transformar los acontecimientos en historia. […] ¿Qué actos se hubiera
atrevido a realizar el hombre, si no hubiera estado primeramente envuelto en esa nube no-
histórica?” (HL, 1). E incluso, si el hombre no tuviese la capacidad de romper el pasado,
albergando ese carácter no- histórico, jamás hubiese comenzado a ser, jamás se atrevería a
comenzar. Y por este motivo entendemos que el movimiento histórico engendrado en la
modernidad no sólo está en contra de la pulsión vital, sino que está en contra de la historia
misma, en contra de los acontecimientos que luego se transforman en historia, y la transforman.
Si bien la historia, como se ha concebido hegemónicamente en la época moderna, conlleva
ciertos vicios en detrimento de la vida, la pregunta que abre el autor en este punto es si hay
entonces algún tipo de utilidad de los estudios históricos, sin que se convierta en sepulturera
del presente (HL, 1). Lo que aquí se sugiere es que tanto el punto de vista histórico como el no-
histórico son necesarios para la preservación de este instinto vital, para la salud del individuo5;
la pregunta es cuáles son los usos patológicos de la historia para un individuo, un pueblo o
cultura en general. Aquí el autor, diferencia tres modos de concebir la historia que pueden ser
patológicos –según cómo se los use-: 1) la historia como monumental; 2) como anticuaria; 3)
como crítica. A modo de síntesis, diremos que, la historia como monumental no hace sino
seleccionar los grandes hitos de la historia pasada, y querer brutalmente imitarlos. La segunda,
la anticuaria, se erige con un afán meramente conservador hasta querer custodiar los hechos
vacuos del pasado, aún fueran contrarios a las pulsiones vitales. Por último la crítica, asume
una tarea un poco más “arriesgada”, en el sentido que en la crítica reside el riesgo de “destruir”
el pasado, pero eso puede ser en pos de ella, o en su detrimento. Así:

las cosas agitándose en una serie de puntos movedizos, se perdería en este mar del devenir. Como verdadero
discípulo de Heráclito, acabaría por no atreverse ni a mover el dedo.”(HL, I)
5
“Sin embargo, algunas veces sucede que la vida, esta misma vida que tiene necesidad de olvido, exige la
paralización momentánea. de este olvido. Entonces se trata de darse cuenta de cuán injusta es la existencia de una
cosa, por ejemplo, de un privilegio, de una casta, de una dinastía; de darse cuenta de hasta qué punto ésta cosa
merece desaparecer. Y se considera el pasado de esta cosa bajo el ángulo crítico, se atacan sus raíces con el
cuchillo, se atropellan despiadadamente todos los respetos. Este es un proceso peligroso” (HL, 3).
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Este es un proceso peligroso; peligroso, digo, para la vida. Los hombres y las épocas que
sirven a la vida jugando y destruyendo el pasado, son siempre peligrosos y están siempre
en peligro. Pues desde el momento en que nosotros somos los extremos de generaciones
anteriores, somos también el resultado de los errores de estas mismas generaciones, de sus
pasiones, de sus extravíos y hasta de sus crímenes. No es posible desprenderse
completamente de esta cadena. Si condenamos estos extravíos creyendo que nos hemos
deshecho de ellos, no por eso suprimimos el hecho de que de ellos traemos nuestro origen.
En el mejor caso llegamos a un conflicto entre nuestra naturaleza transmitida y heredada y
nuestro conocimiento; quizá también llegamos a la lucha de una nueva disciplina severa
contra lo que ha sido adquirido por la herencia y la educación desde la más tierna edad (HL,
2).
Así, cada pueblo puede hacer los usos que crea convenientes de la historia según sus fines, dirá
Nietzsche, y en este punto la historia irá acorde a las propensiones vitales. Sin embargo, luego
la pregunta se dirige a los historiadores, a los pensadores que se ocupan de elaborar
epistemológicamente, de enmarcar filosóficamente los usos de la historia. Ahora bien, lo que
denuncia el autor es que durante la modernidad se ha asociado la ciencia con la historia, y
pretensión de hacer de la historia una ciencia genera una especie de desidia de la vida, y desde
entonces no es la vida la que doma el conocimiento del pasado (HL, 4). La historia como ciencia
del devenir universal, es decir la concepción de la historia bajo una perspectiva hegeliana,
propicia el escenario para el detrimento de este impulso vital. Este fenómeno intelectual, nace
así del espíritu del hombre moderno (HL, 4). Aquí el hombre moderno se expresa en principio
como una antonimia, entre su intimidad y todo lo exterior6 a ella. Nietzsche detecta en la cultura
moderna una primacía de ese mundo interior sobre el exterior. Según entendemos aquí hay dos
movimientos argumentativos que van encadenados; por un lado, al relegar el lugar de “lo
exterior” a un aspecto “bárbaro”, y por otro, señalando esta antinomia como deshonesta o
errónea, dice: “De aquí nace el hábito de no tomar ya en serio las cosas verdaderas, de allí nace
la "débil personalidad", en razón de la cual lo que es real, lo que existe no hace más que una
débil impresión” (HL, 4). Esta coincidencia desafortunada entre hombres “cultivados” y
“cultura histórica” ha decantado en el peligro de la separación del contenido y la forma, cuyo
resultado amenaza a las civilizaciones, a los pueblos, a las culturas en caer en decadencia, y a
los historiadores en convertirse en “enciclopedias ambulantes”, despreocupados por los
acontecimientos situados7.

6
Entendemos que en este punto la alusión es al dualismo moderno, que a lo largo de su obra presentará como su
crítica radical a la metafísica tradicional, y uno de los puntos que objetará son las algunas de las consecuencias
que aquí trata, aunque con más precisión analítica.
7
Los cuales, podríamos decir, que son materia prima de la Historia en mayúsculas, si nos permiten la expresión.
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La pretensión de pensar la historia como ciencia implica concebirla como neutral y “objetiva”8.
Este tratamiento alberga muchas de las ideas luego desarrolladas en su obra madura, como
ciertos puntos de conexión con la “ontología de la fuerza” de los años 80’9, así como también
con WL; aunque no ahondaremos en la maduración de su pensamiento nos parecía importante
mencionarlo para aclarar algunos puntos. El apartado 6 de HL comienza vinculando tres
elementos: la “objetividad” histórica, la fortaleza y la justicia. De este modo, entendemos que
la fortaleza de la objetividad, según las virtudes del hombre moderno, residiría en la justicia
que ella le hace a la “verdad”, y en seguida pone a prueba esta idea y sus consecuencias: “¿Es
verdad que esta objetividad trae su origen de una necesidad de justicia más intensa y más viva?
¿O bien, siendo efecto de otras causas completamente distintas, no hace más que despertar la
apariencia de que es el espíritu de justicia la verdadera causa de este efecto?” (HL, 6). Acá la
idea de objetividad, según entendemos, está estrechamente relacionada con la idea de “verdad”,
y la “justicia” que aquí ostenta en realidad hace alusión al componente moral10 de ese binomio.
Sin embargo, la justicia muchas veces no parece aplicarse hasta sus últimas consecuencias, pues
ellas pueden ser nefastas para la vida. Es decir, si bien la historia desde la perspectiva
cientificista implica un debilitamiento del espíritu de época, descubrir, mostrar lo endeble de
estas ideas estructurantes implican otro tipo de debilitamiento vital, según entendemos. Así:
Si fuera un frío demonio del conocimiento –el justo-, difundiría a su alrededor la atmósfera
glacial de una majestad sobrehumana y espantosa, que debemos temer y no venerar. Pero
es un hombre, y trata de elevarse de la duda indulgente a la austera certidumbre, de una
indulgente tolerancia al imperativo "tú debes", de la rara virtud de la generosidad a la virtud
más rara aún de la justicia; se parece a ese demonio, sin ser en su origen otra cosa que un
pobre hombre; a cada momento expía en sí mismo su humanidad; está devorado por lo que
hay de trágico en una virtud imposible. (HL, 6)
Entendemos que, de este modo:
En esta aspiración a la verdad (…) sólo hay grandeza en la medida en que lo verídico posee
la voluntad de ser justo. Toda una serie de instintos muy diferentes, tales como la
curiosidad, el miedo al aburrimiento, la envidia, la vanidad, la afición al juego, que no
tienen nada que ver con la verdad, serían, a los ojos de ciertos observadores menos sagaces,

8
Si bien en apartados anteriores ha mencionado la idea de objetividad histórica -científica-, no es sino a partir del
6 en donde comienza a analizarlo in extenso en el marco del tratamiento de la historia -universal-. Entendemos
que podemos comenzar a leer el apartado 6 a la par del tratamiento propuesto en WL, en donde el conocimiento
intelectual es concebido como un “medio para la conservación del individuo”.
9
Cf. Sergio Sánchez, Nietzsche: la filosofía de los años 80’. (Texto inédito de Cátedra “Filosofía contemporánea”
-2017-)
10
En WL la concepción de la verdad como correspondencia reside en un malentendido podríamos decir, en realidad
ella es una ilusión que le hace justicia a nuestra propensión vital, y allí se establece este componente moral. Aquí,
nuestro intelecto es para nosotros lo que son los colmillos para un tigre, una herramienta biológica adaptativa para
permanecer un minuto más en la existencia. La verdad en sentido extramoral, la cosa en sí, es inalcanzable para
nosotros, y en realidad para hacerle justicia debemos dar cuenta del entramado complejo de las relaciones que
implican el tejido moral de la idea de cosa en sí. De este modo, la verdad/ objetividad de la cual se jacta la historia
desde la perspectiva cientificista puede leerse desde esta crítica.
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idénticos a ese instinto de verdad que tiene su raíz en el espíritu de justicia (HL, 6, las
itálicas son nuestras).
Por este motivo, el autor distinguirá dos tipos de historiadores en lo que sigue. Por un lado,
quienes son virtuosos de la época presente, y quienes aún honrados, son estrechos de cerebro
(HL, 6). El primero, bajo cierto impulso artístico, hace sonar su lira con sonidos análogos, y
equipara no- idénticos, es decir, equipara épocas y personas diferentes. Y aunque la historia
no haga más que mostrársele como terrible, en algún punto, él se adapta en una suerte de
diletantismo débil. El segundo, es más bruto, sus juicios son falsos, y su “arte” no hace sino

[…] medir las opiniones y las acciones pasadas por las opiniones corrientes en el momento
en que ellos escriben. Allí es donde encuentran el canon de todas las verdades. Su trabajo
es adaptar el pasado a la trivialidad actual. Por el contrario, llaman "subjetividad" a toda
forma de escribir la historia que no considera como canónicas estas opiniones populares.
(HL, 6)
En otras palabras, si la “objetividad” no tiene nada que ver con este impulso hacia la justicia,
es porque la primera implica una equiparación de casos no idénticos (al modo de la “verdad en
sentido moral”11), apelando a la construcción de generalidades, y de este modo se erigen como
meros “artículos de fe”. Es preciso por eso que la historia no se busque en ideas generales, sino
que su valor residiría en ser “una melodía de todos los días, para elevarla basta el símbolo
universal, a fin de dejar entrever, en el tema primitivo, todo un mundo de profundidad, de
poderío y de belleza” (HL, 6)12. Y sin embargo, no son sino a quienes en MA llamará “espíritus
libres” (MA, I, Prólogo “dedicatoria a Voltaire”) los puedan asumir esa tarea.
De todas maneras, aún bajo esta óptica de la historia, bajo la propuesta nietzschena (si es que
hay tal cosa en los márgenes de esta crítica), el sentido histórico es perentorio para el porvenir,
ya que:

[…] desarraiga el pasado, porque destruye sus ilusiones, quita a las cosas existentes la
atmósfera que les rodea y de que tienen necesidad para vivir. Cuando, detrás del instinto
histórico, no actúa un instinto constructivo, cuando no se destruye ni se descombra para
que un porvenir ya vivo en la esperanza construya su vivienda en el suelo descombrado,
cuando sólo reina la justicia, el instinto creador se debilita y se abate. Toda verificación
histórica saca a luz tantas cosas falsas, groseras, inhumanas, absurdas, violentas, que
forzosamente se disipa la atmósfera de ilusión piadosa, en la que únicamente puede
prosperar todo lo que tiene el deseo de vivir. Pues el hon1bre no podría crear sino con amor;

11
Cf. Nota anterior (10), p. 6
12
“Más para llegar a esto es preciso, ante todo, un gran poder artístico, altas visiones creadoras, un sincero
profundizar en los datos empíricos, un desarrollo por la imaginación de los tipos · dados; a decir verdad, lo que
hace falta es objetividad, pero como cualidad positiva. Ahora bien, con frecuencia la objetividad no es más que
una frase. En vez de la calma tranquila y sombría del ojo artístico que oculta una claridad interior, no se advierte
más que una calma afectada; del mismo modo que la ausencia de brío y de fuerza moral se disfraza generalmente
de observación fría e incisiva.” (HL, 6)
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confortado por la ilusión del amor, alcanzará la fe absoluta en la perfección y en la justicia”


(HL, 7, las itálicas son nuestras).

II.
Ahora bien, el filólogo en este texto no se contrapone estrictamente a este sentido histórico, ni
le hace justicia a los historiadores modernos. Sino que se presenta como una “herramienta de
lectura”. Se asume como una modesta inclinación hacia la “justicia”. Sin embargo, no es
garantía, ni se erige como una suerte de “método” estricto, sino que es un “artes de leer”,
asumiendo todos los riesgos de una mala lectura, pero intentando hacerle juicio a cierta
“objetividad”13. Aunque sabe que su lectura puede ser sesgada, “La reconstrucción y depuración
de los textos, junto con la explicación de los mismos, practicadas a lo largo de siglos por un
gremio, han permitido finalmente encontrar ahora los métodos correctos”. En estos “métodos
correctos”, de lectura lenta y detenida, “ha conseguido –la ciencia- continuidad y estabilidad
por haber llegado a su apogeo el arte de la correcta lectura” (MA, I, 270).
De todas maneras, el filólogo no se los entiende como los “espíritus libres”, sino como quienes
allanan el camino para poder edificar luego sobre cimientos14 modestos. Así: “La historia de la
filología es la historia de un género de hombres aplicados pero poco dotados. (MA, I, [19 [2]
Octubre-diciembre de 1876])

13
La aludida en la Nota 12.
14
Creemos que la palabra “cimientos” está mal escogida, o es poco virtuosa para el tema que nos convoca, ya que
puede malentenderse una suerte de “fundacionalismo”, lo cual, claramente, por todo lo que venimos diciendo sería
contrario a lo que venimos sosteniendo.
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