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¿CÓMO DEBEN LOS CRISTIANOS AMAR A SUS VECINOS?

1. Introducción

¡Bienvenido a la primera clase de este seminario! Mi esperanza y oración es


que usemos las próximas seis semanas para examinar cómo podemos
obedecer mejor el mandamiento de Jesús de amar a nuestro prójimo… con
nuestros vecinos.

Pero antes de empezar, quiero que tengamos una idea de quiénes nos
acompañan en la clase de hoy. Podemos hacerlo rápidamente: Me gustaría
que cada uno nos dijera su nombre, dónde vive, cuánto tiempo ha vivido
en ese vecindario, y ¿qué hizo que le interesara esta clase?

Habiendo dicho eso, permíteme comunicar los dos propósitos para la lección
de hoy:

A. Durante las siguientes seis semanas, quiero darte una idea de lo que es
para el cristiano aprovechar las oportunidades de amar mejor a su vecino.
Cubriremos algunas de las obligaciones básicas de ser un buen vecino, pero
principalmente hablaremos de las oportunidades y sugerencias para ser
mejores vecinos, las cuales cada uno de nosotros aplicará de manera diferente.
Esto significa, que casi todo lo que diré en esta clase entra dentro de la
categoría «poder» y no dentro de la categoría «deber». Haré mi mayor
esfuerzo para no ser legalista, y decir cosas como: «Estás en pecado si no te
sabes todos los nombres de tus vecinos» (por cierto, no pienso que estés en
pecado si ese es el caso). Creo que es importante que todos nosotros
tengamos una perspectiva bíblica de cómo tratar a nuestros vecinos, aun
cuando en nuestro discipulado individual, algunos de nosotros terminemos
especializándonos en esta área más que otros. Incluso si no te enseñamos
algo que sea nuevo, solo espero que pasar seis módulos de cincuenta minutos
pensando en tus vecinos te ayuden ser más como Cristo en la forma en que te
relacionas con ellos.

B. Quiero que tengas una idea de la complejidad que implica «amar al prójimo»
en una sociedad moderna. Eso es importante para que no seamos ingenuos
cuando pensemos en esta categoría de nuestras vidas; es importante que
entendamos por qué algunas personas no se han involucrado tanto en esta
área del discipulado cristiano, y es importante que podamos elaborar
estrategias para amar bien a pesar de algunas de esas dificultades.

Pasemos al segundo punto en el folleto: «¿Por qué debo amar a mi prójimo?».

2. ¿Por qué debo amar a mi prójimo?

«Ama a tu prójimo» parece algo bastante claro, ¿cierto? Entonces, ¿por qué
tener una clase que hable de ello? ¿No deberíamos usar ese tiempo
para limpiar el vestíbulo, o visitar a los miembros que no pueden asistir, o
hacer campañas por una mejor escuela local? Sin embargo, antes de llegar a la
aplicación, primero hay algunas cosas que necesitamos entender acerca de
este mandamiento.
Comenzaremos con la parábola de Jesús del Buen Samaritano. En Lucas
10:25 un intérprete de la ley aparece para probar a Jesús. Le pregunta:
«Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?». Y Jesús le pregunta
qué dice la ley de Moisés. Quizá había escuchado a Jesús antes, porque
resume la ley de la misma manera que lo hace Jesús: Ama a Dios y ama a tu
prójimo (Marcos 12). «Haz esto, y vivirás», dice Jesús.

«29 Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi


prójimo? 30 Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a
Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se
fueron, dejándole medio muerto. 31 Aconteció que descendió un sacerdote por
aquel camino, y viéndole, pasó de largo. 32 Asimismo un levita, llegando cerca
de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. 33 Pero un samaritano, que iba de
camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; 34 y
acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su
cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. 35 Otro día al partir, sacó dos
denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de
más, yo te lo pagaré cuando regrese. 36 ¿Quién, pues, de estos tres te parece
que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? 37 Él dijo: El que usó
de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo».

Esto es lo que Jesús quería enseñar: amar a tu prójimo significa amar incluso a
tu enemigo. «Ama a tu prójimo como a ti mismo» no es solo una enseñanza del
Nuevo Testamento; Jesús y este intérprete de la ley citan Levítico 19:18, donde
Dios dice: «No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino
amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy Jehová». Ahora bien, en ese
contexto, la palara «prójimo» hace referencia al pueblo de Dios. Así que
cuando Jesús describe el amor del samaritano despreciado, destruye cualquier
clase de límites para ese mandamiento. Amar a nuestro prójimo significa amar
a todos; a personas que no esperamos, a personas que no respetamos, a
personas que creemos sospechosas. El problema no es decidir quién es digno
de nuestro servicio y quién no lo es; nuestro trabajo es ser un buen prójimo
para aquellos cuyas necesidades podemos satisfacer[1].

¿Cuál es tu respuesta básica a la parábola de Jesús? ¿Acaso es: Genial,


¡amemos de esa manera!? Entonces creo que no has entendido la enseñanza
de Jesús. Y esa es la razón por la que iniciamos esta clase con esa parábola.

Es sospechoso que este maestro de la ley pueda obedecer completamente el


mandamiento de «amar a su prójimo», incluso en la forma en que los judíos
podrían entender que Levítico 19 exigía, recuerda que Levítico 19 hace
hincapié en amar al pueblo de Dios. Sin embargo, si el intérprete de la ley
amplía la definición de «prójimo» para incluir incluso a sus enemigos, este
mandamiento parece imposible. Lo cual, por supuesto, es exactamente lo que
Jesús quería mostrar.

Cuando vemos un tema como el de «ama a tu prójimo», es fácil pensar


simplemente en términos de imperativos éticos. Cómo podemos amar mejor,
para poder ser mejores personas. Esa mentalidad ve esta parábola como una
guía ética. Pero antes de verla como una guía ética, deberíamos ver esta
parábola como una catástrofe ética. No podemos «ir y hacer lo mismo» y, por
ende, no podemos «heredar la vida eterna». Solo una persona ha obedecido
este mandamiento a la perfección: Jesús, quien murió por nosotros «cuando
éramos enemigos de Dios» (Romanos 5:10).

Como dijo Agustín hace más de 1500 años: «La ley ordena, que nosotros,
después de intentar hacer lo que se nos ordena, y sintiendo nuestra debilidad
bajo la ley, podamos aprender a implorar la ayuda de la gracia»[2]. Nuestra
justicia no proviene de obedecer la ley, porque Cristo obedeció la ley por
nosotros. Entonces, y solo entonces, habiendo sido perdonados a través de su
muerte pese a nuestra desobediencia emprendemos el camino de la verdadera
obediencia. Somos perdonados por Dios en base a la justicia de Jesús, y por
gratitud por tal perdón, queremos agradarle y obedecerle. Pero ahora, de este
lado del perdón, nuestra obediencia no es un intento de hacer que Dios nos
ame más, sino una respuesta al amor que él nos ha mostrado. Y esto es
exactamente lo que el intérprete que habló con Jesús no entendía; él hizo esta
pregunta para «justificarse» (v. 29). Su clase de «amor» solo se enfocaba en sí
mismo porque su amor por él era una obra que podía manipular para intentar
ganar su entrada al cielo. Al él realmente no le preocupaba amar a su prójimo.
Observa la cruel ironía: Estaba intentando escapar de tener que amar a su
prójimo y, sin embargo, llegar al cielo. Y al hacerlo, demostró que no podía
amar cómo Jesús lo ordenó, y nosotros tampoco podemos.

Por tanto, en resumen, la ley nos señala a Cristo, y una vez hecho esto, un
segundo propósito de la ley es mostrarnos cómo podemos vivir para agradarle.
Debes entender que, de lo contrario, tus esfuerzos por amar a tu prójimo harán
una o dos cosas. Te conducirán al farisaísmo, cuando pienses que estás
triunfando, o a la desesperación, cuando, ante las necesidades abrumadoras
de este mundo, crees que estás fallando.

3. ¿Cómo debo amar a mi vecino?

Si queremos obedecer el mandamiento de Jesús de amar a nuestro prójimo


con nuestros vecinos, necesitamos tener un entendimiento correcto del porqué
lo hacemos. No lo hacemos para probar nuestro valor ante Dios, sino como
respuesta a que Jesús se convierte en nuestro valor ante Dios. No obstante, la
siguiente pregunta es cómo. ¿Cómo podemos hacerlo?

¿Cuál es la mejor manera de amar a tu vecino? Predicarle el evangelio, ¿no?


Entonces, en el libro de Hechos, cuando la iglesia en Jerusalén se dispersó por
la región, ¿qué hizo por sus nuevos vecinos? Hechos 8:4: «Pero los que fueron
esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio».

Como dijo alguien, la mejor forma de cumplir los Grandes Mandamientos (amar
a Dios y a tu prójimo) es la Gran Comisión (llevar el evangelio a todas las
naciones y enseñarles a seguir a Jesús).

Y, sin embargo…

Incluso si la evangelización es la mejor manera de amar a tu vecino, no quiero


reducir ese amor a la evangelización. Esa es una parte importante de esta
clase. Parece que con mucha frecuencia nosotros, los cristianos evangélicos,
tenemos solo dos niveles: «lo más importante» o «lo que no es importante». Al
pensar en amar a nuestros vecinos, eso parece traducirse en dos enfoques.
Algunos cristianos reducen todo a la evangelización. Si no resulta en personas
siendo salvas, no vale la pena. Pero como veremos en nuestra siguiente clase,
eso no le hace justicia a la enseñanza bíblica, y termina elevando nuestras
obras a expensas de la obra de Dios. Otros cristianos ven ese problema, y
desean poner todos los aspectos de amar a su prójimo —la evangelización, la
lucha contra el hambre, la reforma de la educación—, en el mismo nivel. Así
que en su terminología, plantar árboles es como «ir de misiones», como
compartir las buenas noticias de Jesús. Las personas que creen esto incluso
podrían usar frases horribles como: «Predica el evangelio; si es necesario, usa
las palabras». ¡Pero el evangelio es un mensaje! Son palabras, pero de nuevo,
hablaremos más al respecto la próxima semana.

Al pensar en esta clase sobre lo que significa amar a nuestros vecinos, existen
dos peligros básicos que queremos evitar.

 Primer peligro: No compartirles el evangelio. Muy a menudo, parece que


nuestra relaciones a largo plazo, digamos con la familia y los vecinos,
son las más difíciles para la evangelización. Puedes compartir el
evangelio con tu taxista, pero con tu padre, que conoce todas tus fallas y
debilidades, parece muy complicado tener conversaciones al respecto.
Con nuestros vecinos puede suceder algo similar; son conocidos, así
que es posible que no conozcan todas nuestras imperfecciones. Pero los
vemos todo el tiempo, es fácil caer en la trampa de pensar: «esperaré un
mejor momento para hablarles del evangelio». Por lo que mi oración,
como resultado de esta clase es que, siembres más semillas del
evangelio con tus vecinos.
 Pero existe un segundo peligro que ya he mencionado: que solo veamos
a nuestros vecinos en términos de evangelización. Como si la única
forma en que podemos amarles que verdaderamente importa es
hablarles de Jesús. Esa tal vez sea la mejor forma de hacerlo, pero no
debería ser la única manera de amarles. Permíteme desentrañar esto
brevemente: Aquí tienes tres razones por las que amar a tu vecino debe
incluir la evangelización, pero no debe limitarse a la misma:
 Reducir nuestro amor hacia el prójimo a la evangelización no es ser
fieles a la Escritura. Cuando la Biblia habla de amar a quienes no son
cristianos, su principal objetivo es ciertamente evangelístico, pero no
exclusivamente evangelístico. Quizá uno de los mejores ejemplos de
esto es la parábola del Buen Samaritano.
 Las necesidades espirituales y las necesidades físicas están
conectadas. Es un poco como amar a tus hijos. Efesios 6:4 dice a los
padres que críen a sus hijos en la disciplina y amonestación del Señor.
Esa es tu meta principal. ¿Pero cuán efectivo será ese mentoreo
espiritual si nunca juegas con ellos en el parque? La paternidad tiene
que ver con la relación, no solo con la evangelización. Lo mismo sucede
con amar a nuestros vecinos. Así que Patrick Hulehan, que vive al otro
lado de la calle, se mudó hace poco. Decidió plantar flores en el jardín
delantero de la casa que renta. Su vecino está impresionado ¡Nadie en
esa casa había hecho eso! E invita a Patrick a la fiesta que hay en su
casa en la que presenta a Patrick a todos sus amigos vecinos como el
«chico que plantó las flores». Gran ejemplo. Plantar flores, una forma
realmente sencilla de invertir en el vecindario, termina siendo una
excelente forma de entablar relaciones.

Por otro lado, si los cristianos somos los que estamos siempre ocupados que
no tenemos tiempo para hablar en la acera con nuestros vecinos, servir en la
junta escolar local, organizar la limpieza del callejón, ¿debería sorprendernos
que las personas no quieran hablar acerca del evangelio? Cuando amas tu
vecindario, amas a tus vecinos, y ese amor es el mejor contexto para
conversaciones del evangelio.

 Es valioso amar a tus vecinos incluso más allá del beneficio que puedes
obtener de ello. La madre de Lois Watson, Vera, falleció hace algún
tiempo. En su funeral, Lois habló acerca de cómo fue al Ayuntamiento
de Arlington una noche que era solo para gente de piel blanca —aunque
ella era negra—, para discutir sobre las instalaciones de juego bastante
separadas y desiguales en Arlington para los niños de piel oscura.
Supongamos por un momento que nadie sabía que ella era cristiana y
que su valentía provino de vivir su fe en Jesús. Supongamos por un
momento que no había ningún beneficio evangelístico para sus vecinos
al hacer esto. ¿No se glorifica Dios cuando un elemento del racismo
estructural es derribado? Cuando amamos a los demás, demostramos
quién es Dios, porque estamos hechos a su imagen. Cuando amamos a
nuestros vecinos mostramos el amor de Dios que motiva nuestro amor
por los demás. Cuando vamos más allá e invertimos en nuestros
vecindarios, y los convertimos en lugares más adecuados para el
crecimiento humano, también restablecemos los principios de Dios y
reflejamos su sabiduría.

 Así que esa es nuestra visión para esta clase: que compartamos el
evangelio con nuestros vecinos, pero sin reducir nuestro amor por ellos
a la evangelización, y que a veces incluso amemos a nuestros
vecindarios como parte de amar a nuestros vecinos.
AMAR A LA FAMILIA Y A LOS VECINOS
AMAR A TODAS LAS PERSONAS
Amar a DIOS
Amar a la VERDAD
Amar y OBEDECER
Amar, pero DESOBEDECER

¿Confusión sobre distintos amores y prioridades espirituales?

A. ¿Cuál amor es más importante? ¿El amor por las personas o el amor por
la verdad divina? Al considerar seriamente todo lo que hace la verdad de Dios,
según los textos citados a continuación, tendríamos que responder que el
amor por la verdad revelada por Espíritu Santo es, definitivamente, más
importante que el amor por las personas.

1. “Las personas” no pueden salvarnos del castigo eterno ni otorgarnos


inmortalidad en el nuevo mundo venidero. En cambio,"toda la verdad" de
Dios revelada por el Espíritu Santo en el Nuevo Testamento (Juan
16:13) tiene poder para:

a) Santificar. “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es


verdad” (Juan 17:17).

b) Librar de engaños, mentiras, falsedades, ritos estériles,


tradiciones vanas (Mateo 15:1-9) y el yugo del Antiguo
Testamento (Gálatas 5:1-4). “Conoceréis la verdad, y la verdad
os hará libres” (Juan 8:32).

c) Hacernos nacer de nuevo. “Él, de su voluntad, nos hizo


nacer por la palabra de verdad” (Santiago 1:18).

d) Purificarnos a través del sacrificio de


Cristo. “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia
a la verdad ”(1 Pedro 1:22).

e) Salvar. Es preciso recibir “el amor a la verdad para ser


salvos” (2 Tesalonicenses 2:10).
f) Llevarnos a la luz. “Mas el que practica la verdad viene a la
luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en
Dios” (Juan 3:21).

g) Producir gozo. “El amor… se goza de la verdad” (1 Corintios


13:4-6).

h) Lograr que escapemos de la ira y el enojo de Dios. “Pero ira y


enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la
verdad” (Romanos 2:8). “Vosotros corríais bien; ¿quién os
estorbó para no obedecer a la verdad?” (Gálatas 5:7; 3:1).

i) Hacer crecer. “Sino que siguiendo la verdad en amor,


crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es,
Cristo” (Efesios 4:15).

2. El propio Jesucristo amaba a la verdad más que a las personas. Lo


entendieron aun sus enemigos quienes dijeron: “Maestro, sabemos
que eres AMANTE de la VERDAD, y que enseñas con verdad el
camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras las
apariencias” (Mateo 22:16). Estimado lector, ¿es usted “amante de la
verdad”, enseñando “con verdad el camino de Dios”? ¿O acaso esté
más pendiente a las personas que a la verdad? Desde luego,
equivocarnos de prioridades espirituales puede que resulte fatal para el
alma.

B. ¿Hay quienes aman más a las personas que a la verdad? Sin duda, ¡gran
número!

1. ¿Cuántos seres humanos aman a sus padres, hijos, abuelos y demás


familiares, sin preocuparse, en absoluto, por la verdad de Dios en la
Biblia? ¿Los salvará su “amor por familia” en el Juicio de las almas? No
leen la Biblia, ni oyen “la palabra de verdad, el evangelio de…
salvación” (Efesios 1:18). El “amor por familia”, sin aprender y obedecer
la voluntad de Dios el Padre, no es suficiente para alcanzar salvación
eterna.

¿Amaba Cristo a su familia terrenal? Sin lugar a dudas. Sin embargo,


ordenando distintas clases de amor y prioridades espirituales,
pregunta: “¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?”,
contestando él mismo: “Todo aquel que hace la voluntad de mi
Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y
madre” (Mateo 12:46-50). ¿Dónde se divulga “la voluntad de mi
Padre”? En el Nuevo Testamento. ¿Conoce usted y está
obedeciendo “la palabra de verdad, el evangelio de nuestra
salvación” en el Nuevo Testamento?

2. ¿Cuántos seres humanos aman a amigos, compatriotas y aun a toda


la humanidad, sin que les importe en nada la verdad de Dios en la
Biblia? ¡Elevado número!, al juzgar por las muchas profesiones al
respecto. No leen la Biblia; desprecian a iglesias, predicadores, pastores
y sacerdotes. Su criterio se recoge en la siguiente expresión: “Las
personas primero; la “verdad” es relativa, y, por consiguiente,
secundaria”. La filosofía de los tales es de índole humanista, o sea, “el
bien y la felicidad de los humanos, de la humanidad, por encima de
todo, sin incomodar a ninguno con supuestas verdades absolutas”.
Entre los humanistas no faltan quienes confiesan “creer en Dios”, pero
está en tela de juicio su “fe”, pues no aman la verdad de Dios revelada
en la Biblia. De no amarla, ¿en qué “dios” creen?

3. ¿Cuántos creyentes en Dios aman más a las personas que a la


verdad? Un porcentaje muy alto, conforme al comportamiento y las
actitudes observadas. Creen en el Dios de la creación y de la Biblia,
pero aman más a sus líderes espirituales, a sus compañeros de la
misma fe o a su iglesia que a la verdad revelada en el Nuevo
Testamento. No toleran que se analice críticamente su doctrina, práctica,
iglesia, pastor, evangelista, predicador, profeta, sacerdote, etcétera. Se
enojan. Rehúsan someterse al escrutinio espiritual objetivo. Al
señalárseles alguna verdad de la Biblia que están contradiciendo o que
no están practicando, se les nublan los ojos, se muda el semblante y
terminan rechazando, aun con coraje, la verdad presentada, porque
aman más su propio ego que no admite corrección, o aman más a “mi
iglesia”, “a mis hermanos y hermanas”, que la pura verdad de Dios.

“Amo a mi pastor. Él es un verdadero siervo de Dios, tan humilde,


amoroso, bueno. Él sí que sabe Biblia y no me va a engañar.” ¡Ojala
que no lo haga! Con todo, el Espíritu Santo exhorta, mediante la
pluma de Juan, el apóstol de amor:“Amados, no creáis a todo
espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque
muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1 Juan 4:1).

C. ¿Se puede amar a Dios, sin conocer, amar u obedecer la Biblia, en


particular, el Nuevo Testamento de Cristo?

1. De cierto, existen personas que afirman tener tal “amor”. “Yo no sé


casi nada de Biblia. La leo de vez en cuando, sin entender gran cosa.
Pero, veo a Dios en la naturaleza y en los seres humanos, y le amo
mucho.” Las personas de este género no suelen preocuparse por la
verdad revelada en el Nuevo Testamento; no la buscan, no la aman,
pero “aman a Dios”, según afirman confiadamente.

2. Semejante “amor a Dios”, ¿cómo clasificarlo? Quizás como mal


informado, incompleto, sentimental. ¿Podrá salvar? Pues, no nos
toca emitir juicios sobre destinos eternos. Sin embargo, nos convendría
a todos saber, entender y aplicar a nosotros mismos los siguientes
textos bíblicos.

a) “Pues ESTE ES EL AMOR A DIOS, que guardemos sus


mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan
5:3).

b) “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15).

c) “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el


que me ama” (Juan 14:21).

d) “El que me ama, mi palabra guardará… El que no me ama,


no guarda mis palabras” (Juan 14:23-2 ).

e) “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi


amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y
permanezco en su amor” (Juan 15:10).

A todo aquel que ama la verdad divina por encima de todo, no hay por
qué seguir dando vueltas al asunto, pues para el tal es del todo
evidente el eslabón inquebrantable entre, por un lado, el “amor a
Dios” que salva, y, por el otro, conocer y guardar los
mandamientos de Cristo. ¿Amar a Dios sin aprender y obedecer su
palabra? Será posible, pero es obvio que ese tipo de amor no satisface a
Dios, y por ende, no salva. Por mucho que satisfaga o llene al que lo
siente, no es el amor que nos enseña Cristo. Reiteramos: “Si me amáis,
guardad mis mandamientos.”

“¡Ah!, pero Señor, yo te amo sin conocer tus mandamientos. ¡Tan


grande amor siento por ti! ¿Qué tienen que ver los mandamientos
con mi amor, Señor? Tú sabes que no me gusta leer mucho;
todavía menos estudiar doctrina. Pero, te amo, y eso es lo que
cuenta, ¿verdad?” ¿Pensamientos y expresiones de espíritu
chiquillo? “Papito, me mandaste a limpiar mi cuarto. No lo hice,
("ni pienso hacerlo", cruce, acaso, por su mente). Pero, ¡te amo
tanto, papito! Estás contento conmigo, ¿sí?”

¿Amor infantil? De cierto, no se trata de un amor maduro,


inteligente o bíblico.
Ese amor sentimental de “Papito Dios, ¡bendito!, tú eres tan
bueno para con todos nosotros los seres humanos”,más
nos vale no sustituirlo por “Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu
mente” (Mateo 22:37). ¡Qué conste: no solo con el corazón y
el alma sino también con la “mente”! O sea, también con el
intelecto, el entendimiento y la razón, facultades que nos
capacitan para aprender los mandamientos de Dios, la verdad
de Dios.

D. ¿Es más importante socorrer a los afligidos que enseñar la verdad de Dios
en el Nuevo Testamento? Ambas obras son extremadamente importantes,
pero enseñar la verdad de Dios es la más importante.

1. Supongamos que aliviáramos los sufrimientos de todos los


desventurados en todo el mundo, ¿nos salvaría Dios, eternamente,
aunque no aprendiéramos ni obedeciéramos su “palabra de verdad…
el evangelio de salvación”? Desde luego, él es quien tiene la última
palabra. Sin embargo, nos ha instruido ampliamente sobre la
importancia para él de “la verdad”, conforme a sus designios, para
nuestra reconciliación y eterna salvación. ¿Suprimirá él sus
condiciones para perdón en virtud de nuestras buenas
obras? Personalmente, no pienso arriesgarlo. Seguiré, con el favor del
Señor, enseñando “palabra de verdad” (2 Corintios 6:7), sin dejar de
hacer “bien a todos, y mayormente a los de la familia de la
fe” (Gálatas 6:10).

2. Sustituir obras de caridad por la proclamación de “la verdad del


evangelio” (Gálatas 2:5) es frustrar el propósito de Dios de“salvar a
los creyentes por la locura de la predicación” (1 Corintios 1:21). Las
obras, por importantes e indispensables que sean, no salvan.
El “evangelio… es poder de Dios para salvación” (Romanos
1:16), pero ¿lo callaremos, optando por hacer “obras de caridad”? Esto
es precisamente lo que muchos “cristianos” e “iglesias” están haciendo
últimamente: ya no proclaman ni sufren la “sana doctrina”, teniéndola por
demasiado “controversial”. Prefieren dar prioridad a “obras”. En
realidad, invierten prioridades espirituales.

3. Nuestras "buenas obras" se validan ante Dios al obedecer


nosotros la verdad de Dios.

a) Muchos pecadores impenitentes, incluso mafiosos de todo tipo,


hacen obras de caridad. Algunos escépticos, ateos y paganos
tienen misericordia de personas que sufren. ¿Aseguran sus obras
salvación en el Juicio de las almas?
b) Gran número de religiosos de toda categoría moviliza
proyectos y misiones a favor de las masas carentes de lo más
básico. ¿Recibirán todos y cada uno la corona de vida, no siendo
determinantes en nada sus creencias o prácticas religiosas, bien
que sean idólatras, herejes, judaizantes, falsos apóstoles, falsos
profetas o falsos maestros; usurpadores, dictadores eclesiásticos
o de cualquier otro grupo condenado por Dios? Bien se sabe que
no. Aun lo bueno que tienen les será quitado si no obedecen la
verdad de Dios para salvación. "Y al que no tiene, aun lo que
tiene le será quitado. Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de
afuera" (Mateo 25:29-30).

c) Recitar sus buenas obras ante el Juez Cristo en aquel día de


arreglar cuentas, ¿de qué le aprovechará si no obedeció los
demás mandamientos del Señor? No le salvarán sus obras sino el
haber obedecido el evangelio de salvación: creer, arrepentirse,
confesar el nombre de Cristo, bautizarse para perdón de pecados,
perseverar en la doctrina de los apóstoles, vivir en
santidad (Marcos 16:15-16; Hechos 2:37-47; Romanos 6:3-7),
etcétera, etcétera. En fin, reconciliarse para con Dios por medio
de obedecer su verdad, luego hacer buenas obras. Prioridad a la
obediencia, y no a las obras. Pero, al obedecer, no olvidarse de
las obras, "porque somos hechura suya, creados en Cristo
Jesús para buenas obras" (Efesios 2:10).

E. ¿Es más importante meternos los predicadores y maestros del evangelio de


Jesucristo en barras, prostíbulos, pubs, discotecas, puntos de droga, clubes
nocturnos, pistas de baile, cines, negocios de materias pornográficas, playas
donde pululan bañistas casi desnudas o desnudos, etcétera, proclamando
arrepentimiento, que “enseñar… redargüir… corregir… e instruir en
justicia” (2 Timoteo 3:16-17) a multitudes de seres humanos más serios,
sobrios, inteligentes y deseosos de conocer a Dios; de llegar al“conocimiento
de la verdad” (1 Timoteo 2:4) de Dios y salvarse eternamente?

1. Sin duda, los viciados, chiflados, burladores, hedonistas, humanistas y


ateos del mundo necesitan urgentemente de la verdad de Dios. Con
todo, ¿cuántos de ellos caen en la categoría
de “perros” o “cerdos” que jamás aprueban “tener en cuenta a
Dios” (Romanos 1:28)? Aconseja el propio Señor: “No deis lo santo a
los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea
que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen” (Mateo
7:6). Algunos atrevidos “siervos del Señor” han sufrido en carne viva las
consecuencias dañinas de hacer caso omiso a este consejo divino.
2. En contraste con las personas más depravadas, violentas y lejos de
Dios, identificamos a una gran multitud más decente, tranquila y
ordenada, consciente de Dios, más cerca de él, más propensa a
buscar de él, más interesada en su mensaje, aun deseosa de
complacerlo en su vida cotidiana, reconciliarse y salvarse
eternamente. ¿Con qué lógica desatender a estas almas más nobles,
dándo prioridad a los más malos? De mi parte, daré prioridad a quienes
tienen “sed de Dios”, sed de la verdad, de justicia; a quienes “buscan
gloria y honra e inmortalidad” (Romanos 2:7).

a) Una parte sustancial de los estudios espirituales que


ofrecemos se preparó y se presenta para estas almas nobles que
aman la verdad de Dios.

b) Los recursos para investigaciones religiosas disponibles en


este sitio de Internet se desarrollan para estas almas nobles,
amantes de la verdad, que no temen profundizar en doctrinas,
credos, prácticas, etcétera, precisamente, porque su propia
prioridad es descubrir la pura y completa verdad de Dios.

c) “¡Malgastan energías y dinero!”, exclaman algunos que nos


visitan, escandalizados por ciertos temas no a su gusto,
añadiendo: “¿Por qué no dedicarse más bien a rescatar a
alcohólicos y drogadictos, o a brindarles socorro a los
menesterosos?” Pues, querido lector, respetada lectora, esto lo
hacemos, pero no es nuestra prioridad número uno por las
razones expuestas desde el principio de este estudio. La
predicación y la exposición de “toda la verdad” revelada por
el Espíritu Santo en el Nuevo Testamento (Juan 16:7-15) es
nuestra misión prioritaria, misión que entienden y respaldan
quienes aman la verdad de Dios por encima de todo, pero que no
entienden y censuran quienes aún no hayan aprendido a amar la
verdad divina más que cualquier otra cosa.

F. Prioridades espirituales. Sobre todo, ¡amar la verdad de Dios!

1. Amar la verdad es amar a Cristo, pues él es “el camino, y la verdad,


y la vida” (Juan 14:6).

2. Amar la verdad es amar al Espíritu Santo “porque el Espíritu es la


verdad” (1 Juan 5:6).

3. Amar la verdad es amar a Dios, el Padre de la verdad. “Todas las


cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer”(Juan
15:15). “Porque yo no he hablado de mi propia cuenta; el Padre que
me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que
he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo
que yo hablo, lo hablo como el Padre me la ha dicho” (Juan 12:49-
50).

4. Enseñar al prójimo toda la verdad de Dios evidencia amor por el


prójimo. Denegarle la verdad “por no lastimarlo” es hacerle una
gran injusticia.

5. Enseñar al prójimo menesteroso la verdad de Dios, pero no atender a


sus necesidades materiales, pudiendo hacerlo, sería fallar gravemente
en la plena aplicación práctica de la ley del amor divino.

G. Conclusión. Ordenemos nuestras prioridades espirituales conforme a las


instrucciones de la Deidad para poder cumplir cabalmente su voluntad en la
tierra, evitando malgastar palabras, mensajes, energías, talentos o tiempo.

Amar el lugar donde vives significa amar a la gente donde vives

Temo que mientras más tiempo pasemos quejándonos de dónde nos tiene
Dios, menos tiempo pasaremos amando a la gente que Dios ha puesto a
nuestro alrededor. De hecho, yo diría que es imposible hacer un buen trabajo
amando a los vecinos de los que vives quejándote con frecuencia. Esto no
significa que no podamos estar en desacuerdo con el mundo que nos rodea.
Nuestro Señor Jesús no transigió en su compromiso con el mundo, pero
tampoco le faltó compasión. Él no estaba de acuerdo con la misma gente con
la que se sentaba a la mesa durante una comida. En los Evangelios, parece
que Él pasó más tiempo reprendiendo a la institución religiosa de su tiempo
que no buscaba a los pecadores, que lamentando la presencia de los mismos
en Judea. Ellos eran el campo misionero, él era el médico. Los campos están
blancos hoy, y en lugar de ir a la cosecha, nos quejamos de los enfermos.

Recientemente, el senador Ben Sasse escribió un artículo para el Wall Street


Journal donde destacó el trabajo del cientista social Richard Florida. Sasse
utilizó las categorías de movilidad, atascamiento y arraigo laboral en el estado
de Florida. Señaló que muchos estadounidenses ya no eligen estar arraigados
en sus comunidades. Si estamos sin un centavo, nos vemos a nosotros
mismos como atascados (a menudo donde no queremos vivir), y muchas veces
salimos quejándonos de nuestro entorno. Si tenemos medios, somos
itinerantes y podemos viajar a cualquier lugar que queramos, a algún lugar
donde nuestras afinidades sean bienvenidas y no se nos trate como a extraños.

Lo que menos abunda hoy en día son personas que eligen arraigarse en su
comunidad, buscando ser sal en una ciudad herida. Esto puede incluso
significar renunciar a la mejor decisión económica, por el bien de tus vecinos.
Este tipo de cosas suena a locura para la mayoría de la gente hoy en día, pero
el evangelio de Jesucristo les da a los cristianos la habilidad de estar
arraigados porque nos enseña a poner el bien de nuestro prójimo por encima
de nuestro propio deseo de consuelo. Nuestro Dios es uno que plantó raíces
profundas en un lugar oscuro, rodeado de hipocresía religiosa y depravación
moral, porque nos amó. En la elección de Cristo de arraigarse, Él se hizo pobre
para enriquecer a su prójimo (2 Cor. 8, 9).

Ora por el lugar donde vives

A la luz de esto, oremos por los lugares en los cuales Dios nos tiene. Amar el
lugar donde vives significa llevarlo ante el Señor en oración. Da gracias a Dios
por el bien, y ora para que Él cambie las cosas que causan ofensa. Habla bien
del lugar donde Dios te tiene. Especialmente para compartir el evangelio, esto
es extremadamente importante. Cuando nos quejamos constantemente de
dónde vivimos y con quién vivimos, empezamos a crear una mentalidad acerca
de nosotros mismos que nos impide alcanzar intencionalmente a nuestros
vecinos. Si podemos demonizarlos, se vuelve fácil justificar el no acercarnos a
la cerca para ofrecerles nuestro amor. Después de todo, la gente puede ser
salvada, pero los demonios están más allá de la gracia de Dios.

Busca el bien del lugar donde Dios te tiene por el momento. Como Dios dijo a
Jeremías: “Y buscad el bienestar de la ciudad adonde os he desterrado, y
rogad al Señor por ella; porque en su bienestar tendréis bienestar” (Jer.
29:7). Los cristianos son extranjeros y exiliados que son diferentes, pero no
están separados del mundo. Debido a que Jesús escogió amar a los pecadores
y no tuvo miedo de ensuciarse las manos al alcanzarnos y levantarnos del
fango de la iniquidad, podemos ser un pueblo que ama a aquellos que todavía
se hunden en él. Querido cristiano, Dios vino y vivió entre nosotros y nos amó.
Deja que esa realidad moldee la forma en que ves a tus vecinos y la ciudad en
la que vives.

Cómo ser un buen vecino


Todos queremos tener buenos vecinos. Pero, ¿cómo ser la clase de
vecino que los demás quisieran tener? ¿Qué caracteriza a un
buen vecino?

¿Qué significa ser un “buen vecino”? En los Estados Unidos existe una
compañía de seguros que dice ser tan confiable “Como un buen vecino” —
como alguien que siempre estará ahí cuando lo necesitamos.

¿Qué es un buen vecino?

Hoy en día, muchas personas tienen incontables amistades en todo el mundo,


especialmente si han crecido con Facebook y Twitter. Pero, ¿cuántas de ellas
son amistades verdaderas? Claramente, el significado
de amigo y amistad difiere mucho según cada persona. Y lo mismo sucede con
el concepto de “buen vecino”.

Como Rose Alexander explica en su artículo “Being Neighborly Without Being


Nosy” [“Cómo ser un buen vecino sin ser entrometido”], “Dependiendo de la
persona, un buen vecino puede ser aquél que parecería invisible de no ser por
el ocasional saludo que nos dirige mientras busca su correspondencia. O
puede ser aquél que siempre está dispuesto a ayudar cuando surge algo
inesperado, ya sea que necesitemos un huevo o que lleven a nuestro hijo a su
clase de fútbol porque nuestro auto no enciende”.

¿Qué tipo de vecino le gustaría ser a usted? Si la respuesta es “un buen


vecino”, ¿qué implica esto?

La clase de vecino que seamos en parte depende de nuestra personalidad —si


somos introvertidos o extrovertidos, tímidos o sociables. Pero también
debemos recordar que no todos en el vecindario serán iguales a nosotros; por
lo tanto, necesitamos tiempo para conocerlos.

Podemos comenzar incluso antes de mudarnos, buscando información sobre


nuestro futuro barrio y los colegios disponibles para nuestros hijos. Esto nos
dará una idea de cómo es nuestro nuevo vecindario y nos mostrará las cosas
que podamos tener en común con nuestros futuros vecinos.
Conocer a nuestros vecinos y sus costumbres puede ayudarnos a convertirnos
mejores vecinos para ellos.

Pero primero, definamos a qué nos referimos con “vecinos”. ¿Qué hay de las
personas que viven fuera del vecindario? ¿Tenemos la responsabilidad de ser
“buenos vecinos” con quienes viven en otras calles u otras partes de la ciudad?
Hace mucho tiempo, alguien hizo la misma pregunta al Maestro más sabio de
la historia y la Biblia nos da la respuesta.

¿Quién es mi prójimo?

Aunque parezca sorprendente, las Escrituras tienen mucho que decir acerca de
cómo ser un buen vecino o buen “prójimo”. La palabra “prójimo” proviene del
latín proximus, que significa “próximo, siguiente” (Diccionario universal español-
latino, 1822, p. 853), como lo son nuestros vecinos en forma literal.

Sin embargo, este concepto va mucho más allá de las personas que viven en
nuestro vecindario y tiene mucha importancia desde el punto de vista bíblico.
De hecho, Cristo ilustró cuán importante es ser un buen “vecino” con una
parábola, explicando que es incluso un requisito para heredar la vida eterna.

En cierta ocasión, un intérprete de la ley le preguntó qué debía hacer para


recibir la vida eterna y, sabiendo que el hombre conocía muy bien la ley de
Dios, Cristo respondió con otra pregunta:

“¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquél, respondiendo, dijo: Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus
fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:26-27).

Su respuesta fue la correcta; y como Cristo le dijo, eso era exactamente lo que
debía hacer. Pero, tratando de justificarse, el intérprete volvió a preguntar: “¿Y
quién es mi prójimo?” (vv. 28-29).

Entonces, Cristo aprovechó la oportunidad para relatar una parábola que se


oponía fuertemente a algunas de las creencias judías de la época. Según
el Albert Barnes’ Notes on the New Testament [Notas del Nuevo Testamento
de Albert Barnes], los fariseos creían que no tenían la responsabilidad de ser
buenos “vecinos” o buen prójimo más que con sus compatriotas. “Los fariseos
estipulaban que sólo los ‘judíos’ eran sus prójimos, y sus obligaciones no se
extendían hacia los gentiles” (comentario de Lucas 10:29).

Un buen vecino muestra compasión

La parábola con la que Cristo respondió la pregunta del intérprete de la ley —


“¿Y quién es mi prójimo?”— es la parábola del buen samaritano, historia de un
hombre que fue asaltado, herido y tirado en el camino por unos ladrones (vv.
30-37).

Cuando esto sucedió, los primeros dos viajeros que pasaron y lo vieron —
aunque tal vez sintieron lástima por él y le desearon lo mejor— no tuvieron el el
tiempo ni la voluntad para ayudarle. Lo peor de todo es que uno de ellos era un
sacerdote y el otro un levita, hombres que deberían haber dado el ejemplo de
lo que significa ser un “buen vecino”.

Pero fue el samaritano —pueblo despreciado por los judíos— el que, además
de sentirse mal por el hombre, tuvo compasión de él y permitió que su
compasión actuara. Luego de curar sus heridas, lo llevó a una posada y se
aseguró de que le dieran todo el cuidado necesario para reponerse. Al irse,
pagó la cuenta y le dijo al dueño que le pagaría cualquier gasto extra si fuese
necesario.

El relato no dice que el samaritano hizo todo esto después de preguntar por la
identidad, raza o nacionalidad del hombre. Tampoco dice que sus actos hayan
sido una retribución por alguna buena obra que le hicieron o un intento por
reivindicar al pueblo samaritano ante la opinión de los judíos. Nada de eso; el
samaritano simplemente fue un “buen vecino”.

Esto por supuesto debió incomodar bastante al intérprete de la ley; más aún
cuando Cristo le preguntó quién de los tres había sido el prójimo del hombre
herido y “El dijo: El que usó de misericordia con él” (Lucas 10:37).

Otra respuesta correcta, pero una que probablemente le costó más admitir.
Finalmente, Cristo le dijo: “Ve, y haz tú lo mismo” (v. 37).

¿Habrá sido un mejor vecino después de esto?

Volvamos al presente

Ahora volvamos al presente. Si queremos ser buenos vecinos, debemos


encontrar el balance en nuestras interacciones —un grado de cercanía
cómodo, sano y razonable. Esto en parte implica conocer las tradiciones de
nuestro barrio o ciudad. En algunos lugares, por ejemplo, se acostumbra
preparar un platillo especial para dar la bienvenida a un vecino nuevo o dar el
pésame a quien ha perdido a un ser querido. Oportunidades como estas tal vez
nos permitirán entablar conversaciones casuales que a su vez podrían dar pie
a relaciones de respeto muto, admiración y hasta amistad.

Casi siempre es más fácil convertirse en un buen vecino cuando todo está
tranquilo que cuando enfrentamos dificultades o algún desastre natural; y dar o
pedir ayuda durante una crisis será mucho más fácil si hemos construido una
buena relación desde antes.

La Regla de Oro y los vecinos

No siempre sabremos cuál es la mejor forma de interactuar con nuestros


vecinos. Cuando esto suceda, podemos plantear la situación aplicando el
consejo de Cristo —que nunca falla si queremos ser agradables a los demás:
“todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también
haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mateo 7:12).
Este pasaje comúnmente se conoce como “la Regla de Oro”.
Un buen “vecino” o prójimo es aquél que está ahí cuando lo necesitan,
dispuesto a ayudar en las buenas y en las malas. Para Dios es muy importante
que aprendamos a ser buenos “vecinos”, y no sólo con las personas de nuestro
vecindario.

En Proverbios 3:28-29, Salomón nos dice: “No digas a tu prójimo: Anda, y


vuelve, y mañana te daré, cuando tienes contigo qué darle. No intentes mal
contra tu prójimo que habita confiado junto a ti”. ¿Cómo nos ganamos esta
confianza? Preocupándonos por el bienestar de los demás y, al mismo tiempo,
respetando su propiedad y privacidad.

Ser un “buen vecino” puede comenzar con algo tan sencillo como una taza de
azúcar; a veces los pequeños detalles abren el camino a algo mucho mayor.
Como escribiera el apóstol Pablo: “No adulterarás, no matarás…y cualquier
otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo” (Romanos 13:9.10).

Aun si las personas a nuestro alrededor no entienden o no valoran la


importancia de ser buenos vecinos, nosotros sin duda podemos serlo. Para
más información acerca de cómo hacer amigos y ser un buen vecino, le
invitamos a leer el artículo “Cómo hacer amigos”

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