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1. Introducción
Pero antes de empezar, quiero que tengamos una idea de quiénes nos
acompañan en la clase de hoy. Podemos hacerlo rápidamente: Me gustaría
que cada uno nos dijera su nombre, dónde vive, cuánto tiempo ha vivido
en ese vecindario, y ¿qué hizo que le interesara esta clase?
Habiendo dicho eso, permíteme comunicar los dos propósitos para la lección
de hoy:
A. Durante las siguientes seis semanas, quiero darte una idea de lo que es
para el cristiano aprovechar las oportunidades de amar mejor a su vecino.
Cubriremos algunas de las obligaciones básicas de ser un buen vecino, pero
principalmente hablaremos de las oportunidades y sugerencias para ser
mejores vecinos, las cuales cada uno de nosotros aplicará de manera diferente.
Esto significa, que casi todo lo que diré en esta clase entra dentro de la
categoría «poder» y no dentro de la categoría «deber». Haré mi mayor
esfuerzo para no ser legalista, y decir cosas como: «Estás en pecado si no te
sabes todos los nombres de tus vecinos» (por cierto, no pienso que estés en
pecado si ese es el caso). Creo que es importante que todos nosotros
tengamos una perspectiva bíblica de cómo tratar a nuestros vecinos, aun
cuando en nuestro discipulado individual, algunos de nosotros terminemos
especializándonos en esta área más que otros. Incluso si no te enseñamos
algo que sea nuevo, solo espero que pasar seis módulos de cincuenta minutos
pensando en tus vecinos te ayuden ser más como Cristo en la forma en que te
relacionas con ellos.
B. Quiero que tengas una idea de la complejidad que implica «amar al prójimo»
en una sociedad moderna. Eso es importante para que no seamos ingenuos
cuando pensemos en esta categoría de nuestras vidas; es importante que
entendamos por qué algunas personas no se han involucrado tanto en esta
área del discipulado cristiano, y es importante que podamos elaborar
estrategias para amar bien a pesar de algunas de esas dificultades.
«Ama a tu prójimo» parece algo bastante claro, ¿cierto? Entonces, ¿por qué
tener una clase que hable de ello? ¿No deberíamos usar ese tiempo
para limpiar el vestíbulo, o visitar a los miembros que no pueden asistir, o
hacer campañas por una mejor escuela local? Sin embargo, antes de llegar a la
aplicación, primero hay algunas cosas que necesitamos entender acerca de
este mandamiento.
Comenzaremos con la parábola de Jesús del Buen Samaritano. En Lucas
10:25 un intérprete de la ley aparece para probar a Jesús. Le pregunta:
«Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?». Y Jesús le pregunta
qué dice la ley de Moisés. Quizá había escuchado a Jesús antes, porque
resume la ley de la misma manera que lo hace Jesús: Ama a Dios y ama a tu
prójimo (Marcos 12). «Haz esto, y vivirás», dice Jesús.
Esto es lo que Jesús quería enseñar: amar a tu prójimo significa amar incluso a
tu enemigo. «Ama a tu prójimo como a ti mismo» no es solo una enseñanza del
Nuevo Testamento; Jesús y este intérprete de la ley citan Levítico 19:18, donde
Dios dice: «No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino
amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy Jehová». Ahora bien, en ese
contexto, la palara «prójimo» hace referencia al pueblo de Dios. Así que
cuando Jesús describe el amor del samaritano despreciado, destruye cualquier
clase de límites para ese mandamiento. Amar a nuestro prójimo significa amar
a todos; a personas que no esperamos, a personas que no respetamos, a
personas que creemos sospechosas. El problema no es decidir quién es digno
de nuestro servicio y quién no lo es; nuestro trabajo es ser un buen prójimo
para aquellos cuyas necesidades podemos satisfacer[1].
Como dijo Agustín hace más de 1500 años: «La ley ordena, que nosotros,
después de intentar hacer lo que se nos ordena, y sintiendo nuestra debilidad
bajo la ley, podamos aprender a implorar la ayuda de la gracia»[2]. Nuestra
justicia no proviene de obedecer la ley, porque Cristo obedeció la ley por
nosotros. Entonces, y solo entonces, habiendo sido perdonados a través de su
muerte pese a nuestra desobediencia emprendemos el camino de la verdadera
obediencia. Somos perdonados por Dios en base a la justicia de Jesús, y por
gratitud por tal perdón, queremos agradarle y obedecerle. Pero ahora, de este
lado del perdón, nuestra obediencia no es un intento de hacer que Dios nos
ame más, sino una respuesta al amor que él nos ha mostrado. Y esto es
exactamente lo que el intérprete que habló con Jesús no entendía; él hizo esta
pregunta para «justificarse» (v. 29). Su clase de «amor» solo se enfocaba en sí
mismo porque su amor por él era una obra que podía manipular para intentar
ganar su entrada al cielo. Al él realmente no le preocupaba amar a su prójimo.
Observa la cruel ironía: Estaba intentando escapar de tener que amar a su
prójimo y, sin embargo, llegar al cielo. Y al hacerlo, demostró que no podía
amar cómo Jesús lo ordenó, y nosotros tampoco podemos.
Por tanto, en resumen, la ley nos señala a Cristo, y una vez hecho esto, un
segundo propósito de la ley es mostrarnos cómo podemos vivir para agradarle.
Debes entender que, de lo contrario, tus esfuerzos por amar a tu prójimo harán
una o dos cosas. Te conducirán al farisaísmo, cuando pienses que estás
triunfando, o a la desesperación, cuando, ante las necesidades abrumadoras
de este mundo, crees que estás fallando.
Como dijo alguien, la mejor forma de cumplir los Grandes Mandamientos (amar
a Dios y a tu prójimo) es la Gran Comisión (llevar el evangelio a todas las
naciones y enseñarles a seguir a Jesús).
Y, sin embargo…
Al pensar en esta clase sobre lo que significa amar a nuestros vecinos, existen
dos peligros básicos que queremos evitar.
Por otro lado, si los cristianos somos los que estamos siempre ocupados que
no tenemos tiempo para hablar en la acera con nuestros vecinos, servir en la
junta escolar local, organizar la limpieza del callejón, ¿debería sorprendernos
que las personas no quieran hablar acerca del evangelio? Cuando amas tu
vecindario, amas a tus vecinos, y ese amor es el mejor contexto para
conversaciones del evangelio.
Es valioso amar a tus vecinos incluso más allá del beneficio que puedes
obtener de ello. La madre de Lois Watson, Vera, falleció hace algún
tiempo. En su funeral, Lois habló acerca de cómo fue al Ayuntamiento
de Arlington una noche que era solo para gente de piel blanca —aunque
ella era negra—, para discutir sobre las instalaciones de juego bastante
separadas y desiguales en Arlington para los niños de piel oscura.
Supongamos por un momento que nadie sabía que ella era cristiana y
que su valentía provino de vivir su fe en Jesús. Supongamos por un
momento que no había ningún beneficio evangelístico para sus vecinos
al hacer esto. ¿No se glorifica Dios cuando un elemento del racismo
estructural es derribado? Cuando amamos a los demás, demostramos
quién es Dios, porque estamos hechos a su imagen. Cuando amamos a
nuestros vecinos mostramos el amor de Dios que motiva nuestro amor
por los demás. Cuando vamos más allá e invertimos en nuestros
vecindarios, y los convertimos en lugares más adecuados para el
crecimiento humano, también restablecemos los principios de Dios y
reflejamos su sabiduría.
Así que esa es nuestra visión para esta clase: que compartamos el
evangelio con nuestros vecinos, pero sin reducir nuestro amor por ellos
a la evangelización, y que a veces incluso amemos a nuestros
vecindarios como parte de amar a nuestros vecinos.
AMAR A LA FAMILIA Y A LOS VECINOS
AMAR A TODAS LAS PERSONAS
Amar a DIOS
Amar a la VERDAD
Amar y OBEDECER
Amar, pero DESOBEDECER
A. ¿Cuál amor es más importante? ¿El amor por las personas o el amor por
la verdad divina? Al considerar seriamente todo lo que hace la verdad de Dios,
según los textos citados a continuación, tendríamos que responder que el
amor por la verdad revelada por Espíritu Santo es, definitivamente, más
importante que el amor por las personas.
B. ¿Hay quienes aman más a las personas que a la verdad? Sin duda, ¡gran
número!
A todo aquel que ama la verdad divina por encima de todo, no hay por
qué seguir dando vueltas al asunto, pues para el tal es del todo
evidente el eslabón inquebrantable entre, por un lado, el “amor a
Dios” que salva, y, por el otro, conocer y guardar los
mandamientos de Cristo. ¿Amar a Dios sin aprender y obedecer su
palabra? Será posible, pero es obvio que ese tipo de amor no satisface a
Dios, y por ende, no salva. Por mucho que satisfaga o llene al que lo
siente, no es el amor que nos enseña Cristo. Reiteramos: “Si me amáis,
guardad mis mandamientos.”
D. ¿Es más importante socorrer a los afligidos que enseñar la verdad de Dios
en el Nuevo Testamento? Ambas obras son extremadamente importantes,
pero enseñar la verdad de Dios es la más importante.
Temo que mientras más tiempo pasemos quejándonos de dónde nos tiene
Dios, menos tiempo pasaremos amando a la gente que Dios ha puesto a
nuestro alrededor. De hecho, yo diría que es imposible hacer un buen trabajo
amando a los vecinos de los que vives quejándote con frecuencia. Esto no
significa que no podamos estar en desacuerdo con el mundo que nos rodea.
Nuestro Señor Jesús no transigió en su compromiso con el mundo, pero
tampoco le faltó compasión. Él no estaba de acuerdo con la misma gente con
la que se sentaba a la mesa durante una comida. En los Evangelios, parece
que Él pasó más tiempo reprendiendo a la institución religiosa de su tiempo
que no buscaba a los pecadores, que lamentando la presencia de los mismos
en Judea. Ellos eran el campo misionero, él era el médico. Los campos están
blancos hoy, y en lugar de ir a la cosecha, nos quejamos de los enfermos.
Lo que menos abunda hoy en día son personas que eligen arraigarse en su
comunidad, buscando ser sal en una ciudad herida. Esto puede incluso
significar renunciar a la mejor decisión económica, por el bien de tus vecinos.
Este tipo de cosas suena a locura para la mayoría de la gente hoy en día, pero
el evangelio de Jesucristo les da a los cristianos la habilidad de estar
arraigados porque nos enseña a poner el bien de nuestro prójimo por encima
de nuestro propio deseo de consuelo. Nuestro Dios es uno que plantó raíces
profundas en un lugar oscuro, rodeado de hipocresía religiosa y depravación
moral, porque nos amó. En la elección de Cristo de arraigarse, Él se hizo pobre
para enriquecer a su prójimo (2 Cor. 8, 9).
A la luz de esto, oremos por los lugares en los cuales Dios nos tiene. Amar el
lugar donde vives significa llevarlo ante el Señor en oración. Da gracias a Dios
por el bien, y ora para que Él cambie las cosas que causan ofensa. Habla bien
del lugar donde Dios te tiene. Especialmente para compartir el evangelio, esto
es extremadamente importante. Cuando nos quejamos constantemente de
dónde vivimos y con quién vivimos, empezamos a crear una mentalidad acerca
de nosotros mismos que nos impide alcanzar intencionalmente a nuestros
vecinos. Si podemos demonizarlos, se vuelve fácil justificar el no acercarnos a
la cerca para ofrecerles nuestro amor. Después de todo, la gente puede ser
salvada, pero los demonios están más allá de la gracia de Dios.
Busca el bien del lugar donde Dios te tiene por el momento. Como Dios dijo a
Jeremías: “Y buscad el bienestar de la ciudad adonde os he desterrado, y
rogad al Señor por ella; porque en su bienestar tendréis bienestar” (Jer.
29:7). Los cristianos son extranjeros y exiliados que son diferentes, pero no
están separados del mundo. Debido a que Jesús escogió amar a los pecadores
y no tuvo miedo de ensuciarse las manos al alcanzarnos y levantarnos del
fango de la iniquidad, podemos ser un pueblo que ama a aquellos que todavía
se hunden en él. Querido cristiano, Dios vino y vivió entre nosotros y nos amó.
Deja que esa realidad moldee la forma en que ves a tus vecinos y la ciudad en
la que vives.
¿Qué significa ser un “buen vecino”? En los Estados Unidos existe una
compañía de seguros que dice ser tan confiable “Como un buen vecino” —
como alguien que siempre estará ahí cuando lo necesitamos.
Pero primero, definamos a qué nos referimos con “vecinos”. ¿Qué hay de las
personas que viven fuera del vecindario? ¿Tenemos la responsabilidad de ser
“buenos vecinos” con quienes viven en otras calles u otras partes de la ciudad?
Hace mucho tiempo, alguien hizo la misma pregunta al Maestro más sabio de
la historia y la Biblia nos da la respuesta.
¿Quién es mi prójimo?
Aunque parezca sorprendente, las Escrituras tienen mucho que decir acerca de
cómo ser un buen vecino o buen “prójimo”. La palabra “prójimo” proviene del
latín proximus, que significa “próximo, siguiente” (Diccionario universal español-
latino, 1822, p. 853), como lo son nuestros vecinos en forma literal.
Sin embargo, este concepto va mucho más allá de las personas que viven en
nuestro vecindario y tiene mucha importancia desde el punto de vista bíblico.
De hecho, Cristo ilustró cuán importante es ser un buen “vecino” con una
parábola, explicando que es incluso un requisito para heredar la vida eterna.
“¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquél, respondiendo, dijo: Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus
fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:26-27).
Su respuesta fue la correcta; y como Cristo le dijo, eso era exactamente lo que
debía hacer. Pero, tratando de justificarse, el intérprete volvió a preguntar: “¿Y
quién es mi prójimo?” (vv. 28-29).
Cuando esto sucedió, los primeros dos viajeros que pasaron y lo vieron —
aunque tal vez sintieron lástima por él y le desearon lo mejor— no tuvieron el el
tiempo ni la voluntad para ayudarle. Lo peor de todo es que uno de ellos era un
sacerdote y el otro un levita, hombres que deberían haber dado el ejemplo de
lo que significa ser un “buen vecino”.
Pero fue el samaritano —pueblo despreciado por los judíos— el que, además
de sentirse mal por el hombre, tuvo compasión de él y permitió que su
compasión actuara. Luego de curar sus heridas, lo llevó a una posada y se
aseguró de que le dieran todo el cuidado necesario para reponerse. Al irse,
pagó la cuenta y le dijo al dueño que le pagaría cualquier gasto extra si fuese
necesario.
El relato no dice que el samaritano hizo todo esto después de preguntar por la
identidad, raza o nacionalidad del hombre. Tampoco dice que sus actos hayan
sido una retribución por alguna buena obra que le hicieron o un intento por
reivindicar al pueblo samaritano ante la opinión de los judíos. Nada de eso; el
samaritano simplemente fue un “buen vecino”.
Esto por supuesto debió incomodar bastante al intérprete de la ley; más aún
cuando Cristo le preguntó quién de los tres había sido el prójimo del hombre
herido y “El dijo: El que usó de misericordia con él” (Lucas 10:37).
Otra respuesta correcta, pero una que probablemente le costó más admitir.
Finalmente, Cristo le dijo: “Ve, y haz tú lo mismo” (v. 37).
Volvamos al presente
Casi siempre es más fácil convertirse en un buen vecino cuando todo está
tranquilo que cuando enfrentamos dificultades o algún desastre natural; y dar o
pedir ayuda durante una crisis será mucho más fácil si hemos construido una
buena relación desde antes.
Ser un “buen vecino” puede comenzar con algo tan sencillo como una taza de
azúcar; a veces los pequeños detalles abren el camino a algo mucho mayor.
Como escribiera el apóstol Pablo: “No adulterarás, no matarás…y cualquier
otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo” (Romanos 13:9.10).