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Los

tres campos de la lucha espiritual por Francis Frangipane © 1996 Todos los derechos de esta edición
en español reservados por Asociación Editorial Buena Semilla bajo su sello de Editorial Desafío.
Publicado originalmente en ingles bajo el titulo: The Three Battlegrounds by Francis Frangipane , 3801
Blairs Ferry Road NE, Cedar Rapids IA 52402 EUA © 1989 all rights reserved by autor.
Prohibida la reproducción total o parcial por sistemas de impresión, fotocopias, audiovisuales, grabaciones o
cualquier medio, menos citas breves, sin permiso por escrito del editor.
Traducción: Pablo Barreto, M.D.
Diseño y diagramación: www.tribucreativos.com
Conversión digital: www.tribucreativos.com
Publicado y Distribuido por Editorial Desafío Cra. 28A No. 64A-34, Bogotá, Colombia Tel. (571)630 0100
E-mail: desafío@editorialbuenasemilla.com
www.libreriadesafio.com
Categoría: Vida cristiana, Guerra espiritual
Producto: 603004
ISBN: 978-958-935-412-4
PREFACIO

Deseamos animar a los lectores a familiarizarse con el glosario que aparece al final del libro. También de
tiempo en tiempo actualizaremos nuestro texto. Si ustedes ven algunas cosas de modo diferente al nuestro,
por favor les rogamos que nos lo comuniquen. Seguiremos la guía del Señor para hacer las revisiones
necesarias en una próxima edición.
Toda nuestra búsqueda se centra en el hecho que estamos explorando regiones desconocidas, carentes de
mapas, de un tema que nunca termina. Sin embargo, hay todavía mucho conocimiento por descubrir en estas
dimensiones. Por tanto, acerquémonos a estos estudios con la plena conciencia de nuestra imperfección
actual.
Al mismo tiempo este volumen servirá como compañero para aquellos serios guerreros de oración y líderes
dedicados que se preparan para los días que vienen. Nuestra confianza a medida que pasamos a ustedes
nuestras informaciones es que el Señor mismo ha puesto su corazón para guiarnos. En Él todas las cosas
están completas y, al descansar en Él, todas las cosas se vuelven adecuadas.
RECONOCIMIENTOS

Gracias especiales a:
Allen Bond, Marilyn Bryan, Kewin Dwyer, Erma Lam, Lila Nelson y Orv Schinke, por sus muchas horas
dedicadas a la edición, su paciencia y sacrificios para reunir todas las partes de esta obra.
También quiero agradecer especialmente a mi esposa Denise, y a nuestros cinco hijos, quienes llenos de
amor y con toda paciencia dieron de sí mismos para que yo pudiera terminar esta tarea.
Y lo más importante: cada uno de nosotros anhela reconocer al Señor su gracia continua y su fidelidad en
la guía de este trabajo, hasta su terminación.
CONTENIDO

INTRODUCCIÓN
EL CAMPO DE BATALLA DE LA MENTE

1. El dominio de Satanás: el reino


de las tinieblas
2. Humildad, la fortaleza de los
justos
3. Destrucción de fortalezas
4. Una casa hecha de
pensamientos
5. Tres fuentes de fortalezas
6. La fortaleza de la semejanza a
Cristo
7. Gobierna en medio de tus
enemigos
EL CAMPO DE BATALLA DE LA IGLESIA
8. El Señor cuya espada está
desenvainada
9. Cuidado con la fortaleza del
amor frío
10. El don del discernimiento
11. Eliminación del falso
discernimiento
12. Reparadores de portillos
13. El ejército de adoradores de
Dios
14. Derribar al acusador de
nuestros hermanos
EL CAMPO DE BATALLA DE LOS LUGARES
CELESTIALES

15. La guerra sobre la realidad


16. Exposición del espíritu del
anticristo
17. Discernimiento del espíritu de
Jezabel
18. Elias, Jehú y la guerra contra
Jezabel
19. Nuestra experiencia con
Jezabel
20. Estrategia contra el espíritu de
Jezabel
21. Dios juzgará nuestro juicio
22. Discernir la naturaleza del
enemigo

UNA PALABRA FINAL


GLOSARIO
INTRODUCCIÓN

Este es un libro sobre guerra espiritual. Sin embargo, antes de seguir, tengo dos inquietudes. La primera
tiene que ver con nuestra necesidad de sabiduría. Hay un antiguo proverbio europeo que es digno de
atención. Dice: “La edad y la perfidia siempre derrotarán a la juventud y al celo”. Antes de comprometernos
en la guerra espiritual, deberíamos saber esto sobre Satanás: es un enemigo viejo y extremadamente pérfido.
Por otra parte, la fuerza de casi todos los cristianos está sobre todo en el idealismo y en un fervor que no se
han puesto a prueba. No es necesario que pase mucho tiempo, por lo general de cinco a diez años en el
ministerio, y casi todo el celo se habrá desvanecido. En el ministerio mismo, imperceptiblemente, se produjo
un empeoramiento, pues de una altísima vocación se pasó a un simple oficio rutinario.
Sucedió que el celo, por sí mismo, desafió la falsedad del infierno y perdió. El brillo de la visión juvenil se
empañó bajo los negros nubarrones de los ataques satánicos implacables. Con el peso del desaliento y la
frustración creciente, se instalaron primero los términos medios y luego el mal.
Pero el villano verdadero no ha sido el pecado, sino la ignorancia. Metemos al diablo en una caja doctrinal
y esperamos que se quede allí. No lo hace. Socavó las relaciones y nuestro amor se hizo desconfiado y
cauteloso. Nos resistió en la oración y nuestra fe se debilitó. La desilusión se ha instalado. Después de pasar
mucho tiempo con pastores que están en esa lucha, he visto un rasgo común en la mayoría. Fracasaron en
discernir los ataques del demonio. Estaban desprotegidos contra un enemigo viejo, mañoso y lleno de
falsedad.
Jesús preparó a sus discípulos para todo, inclusive para la guerra. Le vieron expulsar demonios. De hecho,
les mandó hacer lo mismo. Pero antes de enviarlos, les ordenó ser sabios y prudentes como serpientes, pero
llenos de inocencia y sencillez como palomas (Mateo 16:10). Esta fusión de la sabiduría de Dios y la sencillez
de Cristo, es la raíz clave de toda victoria espiritual. Obviamente podemos derrotar al enemigo, pero la
prudencia debe preceder a la batalla y la virtud debe ir antes del triunfo.
En consecuencia, la meta de este libro es darte entrenamiento en sabiduría y hacerte un llamado a la
sencillez. No desconoceremos lo aprendido antes; todavía viviremos por fe. Pero debemos aprender los
caminos del Señor, lo que significa que debemos pensar con sabiduría. Hemos intentado emplear la “fe”
mucho más de lo que ha pretendido el Señor. La usamos cuando primero deberíamos haber buscado la
sabiduría de Dios y conocer sus caminos. Claro que esta misma ignorancia nos ha hecho vulnerables a los
ataques satánicos. Debemos ser entrenados para la batalla o no tendremos éxito.
De mi segunda inquietud, permítanme decir que no hay atajos en una guerra que tiene éxito; los atajos son
sólo modos de hacerla más larga y más peligrosa. Un camino hacia el peligro es entrar en la lucha mientras
se está cegado por la presunción. Cuando se llega a la batalla espiritual efectiva, es necesario considerar el
cuidado como la esencia de la victoria.
En cualquier plan espiritual eminente donde nos imaginemos estar, recordemos que Adán se encontraba en
el Paraíso cuando cayó. Antes que nuestras experiencias religiosas y el aumento de nuestra sabiduría nos
hagan confiados en exceso, recordemos que aunque Salomón escribió tres libros de la Biblia y en verdad
pudo contemplar la gloria de Dios, también cayó. Sí, inclusive en nuestra más profunda adoración al
Todopoderoso no olvidemos que en un pasado remotísimo Lucifer mismo estuvo una vez en el cielo, mientras
dirigía y cantaba alabanzas a Dios.
Todos hemos visto a muchos que han caído. Jesús advirtió que el amor de muchos se podría enfriar. No
presumamos que eso no nos pueda suceder. Nuestro enemigo ha estado engañando a la humanidad por miles
de años. En cambio, nuestra experiencia es apenas de un breve momento. Es sabio reconocer que no
sabemos todo lo que se debe saber con respecto a la guerra.
Por tanto, sé firme, pero nunca insolente o arrogante en tu vida de oración. Usa tu autoridad espiritual
administrándola bien, compasivamente, pero nunca en forma presuntuosa. Muchos cristianos con buenas
intenciones pero ignorantes se han acercado al enemigo en actitud de petulancia y han sufrido en gran
manera por eso. Estudia varios libros y busca la confirmación del Señor para tu estrategia. Como está
escrito: “Los pensamientos con el consejo se ordenan; y con dirección sabia se hace la guerra”
(Proverbios 20:18).
Debes estar listo para abrazar un modo de vida, no tan solo una enseñanza sobre la guerra. No puedes
atacar las fortalezas del infierno el lunes y luego el martes decidir que no quieres pelear más. Si desafías a
Satanás a luchar, se levantará más vigorosamente contra ti. Debes estar preparado.
Por tanto, el propósito de este libro es equiparte para la guerra en cada uno de los tres principales campos
de batalla: la mente, la iglesia y los lugares celestiales. Hay otros frentes de pelea, pero es aquí donde casi
todos enfrentamos los conflictos.
Una palabra final. Algunos lectores servirán como instrumentos en la liberación y sanidad de muchas
personas en sus ciudades. Es mi oración que los capítulos que vienen, ayuden a guiarlos y equiparlos para
esas tareas. La promesa del Espíritu dice: 14 “Una pequeña ciudad y unos pocos hombres en ella; y
viene contra ella un gran rey y la asedia y levanta contra ella grandes baluartes; 15 y se halla en ella
un hombre pobre, sabio, el cual libra a la ciudad con su sabiduría; y nadie se acordaba de aquel
pobre hombre” (Eclesiastés 9:14-15).
Mientras muchos predicen la destrucción de la patria y el colapso de nuestras ciudades, no han tenido en
cuenta el poder de Cristo en nosotros. Es bueno recordar que: 16 “...Mejor es la sabiduría que la fuerza
y... 18 mejor es la sabiduría que las armas de guerra” (Eclesiastés 9:16,18).
Francis Frangipane
1
PARTE

El campo de batalla de la mente

Usted recordar á que el sitio donde Jesús fue crucificado se llamaba “Gólgota” que quiere decir
“sitio o lugar de la Calavera” (Juan 19:17). Si queremos ser efectivos en la guerra espiritual, el primer
campo de batalla que debemos conquistar será la mente, es decir, “el sitio o lugar de la Calavera”.
Porque el territorio de una vida sin crucifixión es la cabeza de playa de los ataques satánicos en
nuestra vida. Para que derrotemos al demonio, de la misma manera como lo fiizo Jesús, debemos ser
crucificados en el lugar de la Calavera. Nos debemos renovar en el espíritu de nuestra mente (Efesios
4:23).
1
Capítulo

El dominio de Satanás: el reino de las tinieblas

Muchos cristianos d iscuten sobre si el diablo está en la tierra o en el infierno. Sobre si puede vivir
en los cristianos o solamente en el mundo. El hecho es que el diablo está en las tinieblas.
Dondequiera que haya tinieblas espirituales, allí estará el diablo.
Preparación para la guerra espiritual
Para casi todos los creyentes el té rmino “guerra espiritual” introduce una dimensión nueva, pero no
necesariamente bien recibida, en su experiencia cristiana. El pensamiento de enfrentar en batalla a los
espíritus del mal, es un concepto inquietante, sobre todo porque llegamos a Jesús como ovejas perdidas, y no
como guerreros. En definitiva, algunos en verdad nunca podemos iniciar la guerra espiritual, pero todos
debemos enfrentar el hecho que el demonio ha comenzado la guerra contra nosotros. Por tanto, es esencial
para nuestro bienestar básico que podamos discernir las áreas de nuestra naturaleza que están sin vigilancia
y abiertas a los ataques satánicos.
Las Escrituras dicen: “Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su
propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día”
(Judas 6).
Cuando Satanás se rebeló contra Dios, fue puesto bajo el juicio eterno en lo que la Biblia llama “abismo’ o
“prisiones” de oscuridad. Satanás, y los ángeles caídos con él, han sido relegados a vivir en las tinieblas.
Estas tinieblas no solamente significan “regiones sin luz” o áreas desprovistas de luz visible. Las tinieblas
eternas a las cuales se refiere este versículo son sobre todo y en esencia las tinieblas morales, que
degeneran en la oscuridad literal, pero su causa no es simplemente la ausencia de luz; es la ausencia de Dios
que es la luz.
Es vital reconocer que estas tinieblas a las cuales se desterró a Satanás, no se limitan a áreas fuera de la
humanidad. Sin embargo, al contrario de quienes no conocen a Jesús, nosotros fuimos sacados del dominio o
potestad de las tinieblas (Colosenses 1:13). Ya no somos más prisioneros de la oscuridad si hemos nacido de
la Luz. Pero si mediante la tolerancia al pecado, toleramos las tinieblas, nosotros mismos nos hacemos
vulnerables a los asaltos del enemigo. Pues dondequiera que haya una desobediencia voluntaria a la Palabra
de Dios, hay tinieblas espirituales y la virtual actividad de los demonios.
Es bueno recordar que el propio Señor Jesús advirtió: “Mira pues, no suceda que la luz que en ti hay,
sea tinieblas” (Lucas 11:35). Dentro de ti hay una luz muy fuerte. En efecto, las santas Escrituras afirman
de manera categórica y firme: “Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre, la cual escudriña lo más
profundo del corazón” (Proverbios 20:27). Tu espíritu, iluminado por el Espíritu de Cristo, se convierte en
la lámpara de Jehová por cuyo medio El escudriña tu corazón. Desde luego hay un resplandor santo
alrededor del cristiano que en verdad está lleno del Espíritu. Pero cuando albergas el pecado, “la luz que hay
en ti se vuelve tinieblas”. Satanás tiene acceso legal, dado por Dios, para morar en el dominio de la
oscuridad. Debemos fijar este punto: Satanás se puede mover en cualquier área de tinieblas, inclusive en las
tinieblas que todavía haya en el corazón de un creyente.
La trilladora d e Dios
Un ejemplo de cómo Satanás tiene acceso al lado carnal de la naturaleza humana, se ve en la negación que
hizo Pedro del Señor Jesucristo. Es obvio que Pedro falló. Pero no podemos ver con la misma facilidad o
rapidez lo que sucedía en el mundo invisible del espíritu.
El Señor había advertido a Pedro que lo negaría tres veces, y así sucedió. Cualquiera que observara las
acciones de Pedro esa noche, podría pensar simplemente que su negativa era una manifestación de temor.
Pero, Pedro no era de naturaleza miedosa. Fue el discípulo que pocas horas antes, esgrimió una espada
contra la multitud que había venido para arrestar a Jesús (Juan 18:10). No, el temor humano no hizo que
Pedro negara al Señor. La negación de Pedro fue inducida satánicamente.
En efecto, Jesús había dicho al apóstol: 31 “Simón, Simón, he aquí, Satanás os ha pedido para
zarandearos como a trigo; 32 pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto,
confirma a tus hermanos” (Lucas 22:31-32). Detrás de la escena, Satanás había pedido y recibió permiso
para zarandear a Pedro como trigo. Satanás había tenido acceso a un área de tinieblas en el corazón de
Pedro.
Exactamente, ¿cómo causó Satanás la caída de Pedro? Después de comer la Pascua, Jesús dijo a sus
discípulos que uno de ellos le iba a traicionar. Entonces comenzaron a discutir entre sí cuál de ellos sería el
que iba a hacer esto (Lucas 22:23). Era un tiempo muy difícil y amargo. Pues bien, durante este terrible
momento dice la Biblia: “Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor”
(Lucas 22:24). Iban de una actitud de choque y debilidad a una contienda sobre quién era el mayor. Sin duda,
Pedro el “camina-aguas”, que era el más firme, el más audaz y el más elocuente de los apóstoles ganó la
discusión. Podemos imaginar que la alta visibilidad de Pedro entre los discípulos le dejó un aire superior que
fue abanicado por Satanás hacia una actitud de presunción y jactancia. En una forma muy desganada, los
otros apóstoles evidentemente estuvieron de acuerdo, que Pedro era mejor que ellos. Al levantarse sobre su
orgullo, Pedro estaba listo para la caída.
La Escritura nos dice: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de
espíritu” (Proverbios 16:18). La soberbia causó la caída de Satanás y éste usó la misma oscuridad para
provocar la caída de Pedro. Lucifer, por su propia experiencia, conocía bien el juicio de Dios contra la envidia
y el orgullo religioso. Satanás no tenía derecho a asaltar y destruir indiscriminadamente a Pedro. Antes de
poder ir contra el apóstol, debía obtener permiso de su Señor. Pero el hecho es que el diablo solicitó
permiso...y lo consiguió.
Someteos a Dios
La caída de Pedro se indujo satánicamente por medio del propio pecado de orgullo del discípulo.
Reconozcamos antes de entrar en la lucha espiritual que las áreas que ocultamos en tinieblas son las mismas
áreas de nuestras derrotas futuras. A menudo las batallas que enfrentamos no cesarán sino hasta cuando
descubramos las tinieblas que hay en nosotros y nos arrepintamos de ellas. Si queremos ser efectivos en la
batalla espiritual, debemos discernir nuestro propio corazón; debemos caminar humildemente con nuestro
Dios. Por tanto, nuestro primer curso de acción debe seguir siempre el sabio consejo de la Biblia:
“Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7).
Las buenas nuevas para Pedro y para nosotros mismos, es que a Satanás nunca se le dará permiso para
destruir a los santos, sino más bien está limitado a zarandearlos “como trigo”. Dentro de cada uno de
nosotros “hay trigo”. El resultado de este tipo de asalto satánico, que es aprobado por la voluntad permisiva
de Dios, es limpiar el alma de orgullo y producir mayores transparencia y mansedumbre en nuestra vida. Se
puede sentir como algo terrible, pero Dios hará que obre y ayude para bien. Nuestra naturaleza exterior,
semejante al afrecho y a la cáscara, debe morir para permitir que brote la naturaleza similar al trigo, del
hombre que es la nueva criatura. Como en el caso del trigo, tanto el afrecho como la cáscara eran
necesarios; nos protegían para que no fuésemos destruidos por los elementos contrarios de la vida. Pero
antes que Dios verdaderamente nos pueda usar, pasaremos por un tiempo de zarandeo para dejarnos
preparados.
En el caso de Pedro su naturaleza anterior, su vieja naturaleza, era presuntuosa e impulsiva. Sus éxitos
iniciales le habían hecho ambicioso y autosuficiente. Dios nunca puede confiar su reino a cualquiera que no
haya roto su orgullo. Así, cuando Satanás pidió permiso para zarandear a Pedro, Jesús le dijo en efecto: “Muy
bien, puedes zarandearlo, pero solamente hacer eso; no lo puedes destruir”. La batalla contra Pedro fue
devastadora, pero medida. Servía para el propósito de Dios.
Pedro era ignorante de las áreas de tinieblas dentro de él y su ignorancia le dejó abierto al ataque. El
Señor nos preguntará a cada uno: “¿Conoces las áreas donde eres vulnerable al asalto satánico?” Jesús no
quiere que ignoremos nuestras necesidades. De hecho, cuando revela el pecado en nuestro corazón, lo hace
para que El pueda destruir las obras del demonio. Deberíamos darnos cuenta que la mejor defensa que
podemos presentar contra el diablo es mantener un corazón honesto delante de Dios.
Cuando el Espíritu Santo comience a mostrarnos un área que necesita arrepentimiento, debemos vencer la
tendencia a defendernos instintivamente. Debemos silenciar el abogadito que surge del cuarto oscuro de
nuestra mente para alegar: “Mi cliente no es tan malo, dice tal y tal, porque ellos hicieron así y así”. Nuestro
abogadito nos defenderá hasta el día de nuestra muerte, y nunca veremos lo que hay errado en nosotros, ni
lo que necesita cambio. Para tener éxito en la batalla y alcanzar la justicia de Dios, los instintos de
autoconservación se deben someter a nuestro Señor Jesucristo, pues solamente Jesús es nuestro verdadero
abogado.
No podemos seguir adelante en la batalla espiritual sin captar y aprender bien estos conceptos que se
acaban de decir. Es bueno, sobre el tema recordar la sabiduría de las Escrituras: “...Dios resiste a los
soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6). Dios se opone al orgulloso. Este es un versículo
muy importante. Si Dios se enfrenta al orgulloso y si somos demasiado orgullosos para humillarnos y
arrepentimos, entonces Dios se nos opone.
Por esta razón la Biblia dice: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo y huirá de vosotros”
(Santiago 4:7). Cuando vemos este versículo, usualmente todo por sí mismo es como un monumento a la
guerra espiritual. Sin embargo, sólo en el contexto del arre pentimiento, de la humildad, y de la posesión de
un corazón limpio, encontraremos que Satanás huye de nosotros.
Debemos ir más allá de una sumisión vaga a Dios. Le debemos someter el área exacta de nuestra batalla
personal. Cuando vamos contra el poder del demonio, eso se debe hacer desde un corazón que está en pleno
sometimiento a Jesús.
Hay un principio repetitivo a través de todo este libro. Es vital que entiendas y apliques este principio para
alcanzar el éxito futuro en tu batalla espiritual. El principio es el siguiente: La victoria comienza con el
nombre de Jesús en tus labios, pero no se consumará sino hasta cuando la naturaleza de Jesús esté
en tu corazón. Esta regla se aplica a toda faceta de la lucha espiritual. Obviamente a Satanás se le
permitirá ir contra el área de tu debilidad, hasta cuando te des cuenta que la única respuesta de Dios es ser
como Cristo. A medida que comienzas a apropiarte no solamente del nombre de Jesús, sino también de su
naturaleza, el adversario se retirará. Satanás no continuará en sus ataques si las circunstan cias que diseñó
para destituirte, trabajan ahora para perfeccionarte.
Como resultado de la experiencia de Pedro, después de Pentecostés, cuando Dios le usó para sanar al cojo,
un Pedro humilde, nuevo, habló a la multitud reunida: “...¿o por qué ponéis los ojos en nosotros, como si
por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste?” (Hechos 3:12b). La victoria de Pedro
sobre el orgullo y sobre el diablo se inició con el nombre de Jesús en sus labios, y se consumó por la
naturaleza de Jesús en su corazón. La luz desplazó las tinieblas en Pedro; el orgullo en Pedro fue
reemplazado con Cristo.
2
Capítulo

Humildad, la fortaleza de los justos

Satanás t eme a la virtud. Le aterroriza la humildad y la aborrece. Ve a una persona humilde y


siente escalofríos por la espalda. Se le paran los pelos cuando los cristianos se arrodillan, porque
la humildad es rendir el alma a Dios. Satanás tiembla ante el manso, pues en las mismas áreas
donde una vez tuvo acceso ahora se levanta el Señor y él se aterra de Jesucristo.
¿Realmente contra quién luchamos?
Se recordará que, en la caída del hombre en el huerto del Edén, el juicio de Dios contra el demonio fue que
él “comería polvo” . Recordemos también que del hombre Dios dijo: “Eres polvo” (Génesis 3:14-19). La
esencia de nuestra naturaleza carnal —de todo lo que sea carnal en la naturaleza— es polvo. Es necesario
ver la conexión aquí: Satanás come nuestra naturaleza carnal, terrenal, hecha de “polvo ”. Satanás cena
sobre aquello que rehusamos a Dios. Por tanto, necesitamos reconocer que la fuente inmediata de muchos de
nuestros problemas y opresiones no es demoníaca, sino carnal en su naturaleza. Debemos enfrentar el hecho
que un aspecto de nuestra vida, nuestra naturaleza carnal, siempre será blanco del diablo. Estas áreas
carnales suministran a Satanás una avenida de acceso lista para minar nuestras oraciones y neutralizar
nuestro caminar con Dios.
Sólo nuestro exagerado sentido de autojustificación evita que nos miremos con honradez nosotros mismos.
Sabemos que el Señor Jesús está en nosotros, pero también debemos saber lo que hay en nuestro interior, si
queremos tener éxito en nuestra guerra contra el maligno. En consecuencia, seamos específicos cuando
sometemos nuestro yo a Dios. No racionalicemos nuestros pecados ni nuestras fallas. El sacrificio de
Jesucristo es un abrigo perfecto de gracia, que capacita a todos los hombres para buscar con honestidad sus
necesidades. Por tanto, seamos honrados con Dios. El no se horrorizará ni se disgustará con nuestros
pecados. Si Dios nos amó sin restricciones inclusive cuando nuestro pecado se levantaba dentro de nosotros,
¿cuánto más no ha de seguir amándonos a medida que buscamos su gracia para ser libres de la maldad?
Antes de emprender una guerra agresiva, debemos darnos cuenta que muchas de nuestras batallas
simplemente son consecuencias de nuestras propias acciones. Para luchar con efectividad, debemos separar
lo que es de nuestra carne y lo que es del diablo. Permítanme dar un ejemplo. Mi esposa y yo vivimos una vez
en un sitio donde un hermoso cardenal había hecho su nido. Los cardenales poseen un sentido muy peculiar
sobre la territorialidad y pelearán con mucho celo contra cualquier otro cardenal que entre en su territorio.
Teníamos una camioneta con grandes espejos laterales y con grandes parachoques cromados. De manera
ocasional, a veces el cardenal atacaba a los parachoques o a los espejos, pues pensaba que en su reflejo veía
a otro pájaro. Un día cuando observaba al cardenal que aleteaba y atacaba al espejo, pensé para mí: “Qué
criatura tan ignorante, su enemigo es únicamente el reflejo de sí mismo”. En ese momento, el Señor
interrumpió mis pensamientos y habló a mi corazón: “Así también algunos de nuestros enemigos son sólo el
reflejo de nuestro yo”.
Antes de tener cualquier estrategia para atacar a Satanás debemos estar seguros que nuestro enemigo no
sea nuestra propia naturaleza carnal. Debemos preguntarnos honradamente: ¿Las cosas que nos oprimen
hoy no serán la cosecha de lo que plantamos ayer?
Ponte de acuerdo con tu adversario
Se recordará que Jesús enseñó: 25 “Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás
con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas
echado en la cárcel. 26 De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último
cuadrante” (Mateo 5:25-26).
Jesús habla aquí de algo más que simplemente evitar los pleitos. De hecho, dice que como lo indica con
respecto a este adversario especial y a este juez particular, siempre perderemos nuestros casos y
terminaremos en prisión.
La parábola explica la justicia humana desde el punto de vista de Dios. En el relato el adversario es el
demonio y el juez es el Señor Jesús. La palabra “adversario” traducida literalmente es “Satanás”, y como él
es el acusador de los hermanos, se levanta delante de Dios, el Juez de todos (Apocalipsis 12:10). Cristo
quiere que veamos la verdad que cuando nos acercamos a Dios con base en nuestra propia justicia, el
adversario siempre tendrá un terreno legal para echarnos en la cárcel, porque nuestra justicia y la mejor de
nuestras justicias, son como trapos inmundos (Isaías 64:6).
Cuando Jesús nos dice: ponernos pronto de acuerdo con el adversario, con el diablo, no nos quiere decir
que “obedezcamos al diablo”. Jesús quiso decir que cuando Satanás nos acusa de algún pecado o algún
defecto, y el diablo es inclusive minuciosamente recto, o certero, es nuestra ventaja y nuestro provecho,
ponernos de acuerdo con nuestra falta de justicia. Si él nos acusa de no ser suficientemente puros, o de no
amar suficientemente, o de no orar suficientemente, él tiene razón. La clave no es discutir con el diablo
sobre nuestra propia justicia, pues ante Dios nuestra justicia es inaceptable. No importa cuánto nos
defendamos o nos justifiquemos, sabemos íntimamente que a menudo las acusaciones del diablo tienen
trozos de verdad.
Nuestra salvación no se basa sobre lo que hacemos, sino sobre quién viene a ser Jesús para nosotros.
Cristo mismo es nuestra justicia. Hemos sido justificados por fe; nuestra paz con Dios viene por medio de
nuestro Señor Jesucristo (Romanos 5:1). Cuando Satanás se levanta contra nosotros, procura engañarnos al
enfocar nuestra atención sobre nuestra propia justicia. Entre más reconozcamos que solamente Jesús es
nuestra justicia, el adversario nos podrá atacar mucho menos en la arena de nuestras faltas.
Cuando el acusador venga y busque condenarnos por no haber amado suficientemente, nuestra respuesta
debe ser: “Eso es cierto, no tengo mucho amor. Pero, el Hijo de Dios, murió por todos mis pecados, inclusive
por el pecado de mi amor imperfecto”. Salgamos de la sombra del ataque satánico y levantémonos en el
resplandor del amor de nuestro Padre. Sometámonos a Dios y pidámosle el amor y el perdón de Cristo para
suplir nuestro débil e imperfecto amor.
Cuando Satanás busca condenarnos por nuestra impaciencia, de nuevo nuestra respuesta deberá ser: “Sí,
en mi carne soy muy impaciente. Pero como nací de nuevo, Jesús es mi justicia y por medio de su sangre
recibo limpieza y he sido perdonado”. De nuevo volvámonos a Dios. Usemos la acusación como recordatorio
que no estamos ante el trono del juicio, sino ante el trono de la gracia, que nos permite acercarnos
confiadamente a Dios e implorar el oportuno socorro de su misericordia (Hebreos 4:16).
Por tanto, la llave vital para vencer al diablo es la humildad. Humillarnos es negarnos a defender nuestra
imagen. En verdad, estamos llenos de corrupción y de pecado en nuestra vieja naturaleza. Pero como
tenemos una naturaleza nueva creada a la semejanza de Cristo (Efesios 4:24), podemos ponernos de acuerdo
con nuestro adversario sobre la condición de nuestra carne.
Pero no limitemos este principio de humillarnos solamente cuando estemos comprometidos en la lucha
espiritual. Este principio es aplicable también a otras situaciones, pues la fuerza de la humildad construye un
muro espiritual alrededor de nuestra alma que nos impide las contiendas, las competencias, y muchas de las
irritaciones de la vida que nos roban la paz.
Un sitio maravilloso para practicar esto son las relaciones familiares. Como esposos, las esposas nos
pueden criticar por no ser más sensibles. Una respuesta carnal con facilidad puede convertir la conversación
en un conflicto. La alternativa es simplemente humillarnos y estar de acuerdo con la esposa. Con toda
probabilidad, claro que sí hemos sido insensibles. Luego, orar juntos y pedir a Dios un amor más tierno.
Como esposa, quizás el esposo acusa de no comprender las presiones que hay en el trabajo. Muy
probablemente tiene razón, no es posible conocer todas las cosas que debe enfrentar. En lugar de responder
con un contraataque humillémonos con humildad y pongámonos de acuerdo con él. Oremos juntos y
pidámosle a Dios que nos dé un corazón que entienda. Si permanecemos humildes en nuestro corazón,
recibiremos abundante gracia de Dios y Satanás quedará desarmado en muchos frentes.
Recordemos que Satanás teme a la virtud. Le aterroriza la humildad y la aborrece, porque la humillación es
rendir el alma a Dios y él está aterrorizado de Jesucristo.
3
Capítulo

Destrucción de fortalezas

Lo que los hombres llam amos “salvación” simplemente es la primera etapa del plan de Dios para
nuestra vida que es conformarnos en carácter y en poder a la imagen de Jesucristo. Si fallamos en
ver nuestra relación con Dios de esa manera, permitiremos que muchas áreas de nuestra vida
queden sin cambio alguno. El derribar fortalezas es la demolición y el retiro de aquellas formas
antiguas de pensar, de tal manera que la presencia verdadera de Jesucristo se pueda manifestar a
través de nosotros.
¿Qué es una fortaleza?
3
“Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; 4 porque las armas de nuestra
milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10:3-
4).
Toda liberación exitosa debe comenzar primero al quitar aquello que defiende al enemigo. Al hablar de
lucha espiritual, el apóstol Pablo pone en la lista la palabra “fortalezas” para definir las fortalezas
espirituales dentro de las cuales Satanás y sus legiones se ocultan y se protegen. Estas fortalezas existen en
los patrones de pensamientos y de ideas que gobiernan los individuos, las iglesias, las comunidades y las
naciones.
Antes que se pueda reclamar la victoria, es necesario derribar tales fortalezas y quitarle la armadura a
Satanás. Entonces las armas poderosas de la Palabra y del Espíritu podrán saquear la casa de Satanás con
toda eficacia.
Pero, ¿cuál es el significado bíblico de este término “fortalezas ”? En el Antiguo Testamento, una fortaleza
era una habitación fortificada que se usaba como medio de protección contra los enemigos. Encontramos
que David se ocultó del rey Saúl en lugares fuertes en el desierto de Zif en Hores (1 Samuel 23:14-19). Eran
estructuras físicas que por lo general quedaban en lo alto de una colina o una montaña, muy difíciles de
asaltar. Con esta idea en mente, los autores inspirados de la Biblia adaptaron la palabra “fortaleza” para
definir la realidad poderosa, rigurosamente protegida, en el ámbito espiritual.
Una fortaleza puede ser para nosotros una fuente de protección contra el demonio, como es el caso cuando
el Señor se convierte en nuestra fortaleza (Salmo 18:2). O por el contrario, una fortaleza puede ser una
fuente de defensa para el diablo donde la actividad demoníaca o pecaminosa en realidad se defiende dentro
de nosotros, por medio de nuestra simpatía hacia los pensamientos del mal. Las fortalezas que vamos a
exponer primero, son aquellas actitudes incorrectas que protegen y defienden la vida del viejo yo, que muy a
menudo se convierten en habitaciones o lugares fuertes de opresión demoníaca en la vida de una persona.
Cuando el apóstol Pablo habla de las fortalezas en la definición dice: “...argumentos y toda altivez que se
levanta contra el conocimiento de Dios... ” (2 Corintios 10:5). No es tan solo un “bloqueo mental”. Una
fortaleza demoníaca es cualquier tipo de pensamiento que se exalte a sí mismo por encima del conocimiento
de Dios y que, por tanto, da al diablo un lugar seguro desde donde puede influir la vida mental de un
individuo.
En casi todos los casos no se habla de “posesión espiritual”. El autor no cree que un cristiano pueda ser
poseído. Pues cuando una persona está “poseída” por un demonio, ese demonio llena su espíritu de la misma
forma que el Espíritu Santo llena el espíritu de un cristiano.
Sin embargo, los cristianos pueden ser oprimidos por demonios que pueden ocupar cualquier espacio en la
vida de pensamientos no regenerados, especialmente si esos pensamientos están protegidos por el auto-
engaño o por las falsas doctrinas satánicas. La idea “no puedo tener un demonio porque soy cristiano”,
simplemente no es cierta. Un demonio no nos puede tener en el sentido eterno de posesión, pero sí podemos
tener un demonio si nos negamos a arrepentimos de los pensamientos que simpatizan con el mal. Nuestra
rebeldía contra Dios le dará al diablo un sitio en nuestra vida.
A muchos cristianos, sobre todo mujeres, literalmente les atormentan muchísimos temores. Se les aconseja
y se ora por ellos, pero eso no resulta porque no necesitan oración; necesitan liberación. Pero la liberación
estará lejos de ellos hasta cuando se confronte y se ate el espíritu de temor y se le derribe su fortaleza de
incredulidad por medio del arrepentimiento.
A muchos creyentes se les enseña que, como cristianos que tienen el Espíritu Santo, no pueden ser
engañados. También esto no es verdad. Una de las razones para que el Espíritu de Verdad fuese enviado, es
la facilidad con que caemos en el auto-engaño. De hecho el mismo pensamiento que a un cristiano no se le
puede engañar, es de por sí un engaño. Una vez que esta peculiar mentira comienza a invadir la mente del
cristiano, sus ideas y opiniones se cristalizan y permanecen en el estado de inmadurez espiritual que tenía
cuando le creyó al engaño. Toda clase de espíritus le atormentarán el alma, pues saben que están protegidos
por la armadura de los pensamientos y doctrinas de la propia persona.
Es muy difícil romper el poder del auto-engaño religioso, pues la misma naturaleza de la “fe” no da lugar a
la duda. Una vez que una persona está engañada, no reconoce ni sabe que está engañada, porque está
engañada. Sobre todo lo que pensamos que sabemos, también debemos saber esto: podemos ser objeto del
engaño. Si nos negamos a aceptar esta verdad, ¿cómo seremos corregidos de nuestros errores?
Toda área de nuestro corazón o de nuestra mente que no se haya rendido a Jesucristo es un área
vulnerable al ataque satánico. Y aquí, tan solo en los procesos de pensamiento no crucificados en la mente
del cristiano, es de vital importancia derribar las fortalezas. Por esta razón, debemos alcanzar lo que las
Escrituras llaman un nivel de “humildad de mente” antes que la verdadera liberación sea posible. Cuando
descubrimos dentro de nosotros rebeldía hacia Dios, no debemos defendernos ni excusarnos. Mas bien,
debemos humillar nuestro corazón y arrepentimos y tener fe en Dios para que nos cambie.
Así es posible ver que Satanás se alimenta de todo pecado donde no ha habido arrepentimiento.
Dondequiera que haya un hábito de pecado en la vida del creyente, se debe esperar que en esa área se
encuentre una actividad demoníaca. El hábito de un pecado a menudo es la “habitación” de un espíritu que
le roba al creyente poder y gozo, y esa habitación (o hábito) es lo que la Biblia llama una fortaleza. La Biblia
se refiere a una fortaleza como “...argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de
Dios...” (2 Corintios 10:5).
Quizás no estemos de acuerdo con la idea que los espíritus malignos suelen ocupar y frecuentar actitudes
en la vida de los creyentes, pero es necesario estar de acuerdo en que cada uno de nosotros tenemos mente
carnal que es el origen de imaginaciones vanas y de pensamientos que se exaltan a sí mismos por encima de
Dios (2 Corintios 10:3-5). Trataremos con el demonio en la medida en que tratemos con los sistemas de
pensamientos carnales, las fortalezas, que protegen al enemigo.
Recordemos que justamente antes de ir el Señor Jesucristo a su muerte, hizo esta afirmación: “...viene el
príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí” (Juan 14:30). No había fortalezas, no había actitudes
erradas, no había procesos de pensamientos equivocados en la mente de Jesús. Satanás nada tenía en Jesús.
Desearíamos que también fuésemos capaces de decir que Satanás no tiene áreas secretas dentro de
nosotros, ningún “timbre de tentación” que él pueda oprimir para que se le abra la puerta de nuestra alma y
darle acceso a nuestros pensamientos. Cuando se derriben las fortalezas de nuestra mente, aunque podamos
ocasionalmente caer en pecado, caminaremos y viviremos en gran victoria. Y seremos instrumentos para
también ayudar a otros en su liberación.
El arrepentimiento precede a la liberación
Para derribar las fortalezas hay que com enzar con el arrepentimiento. Cuando Jesús envió a sus discípulos
leemos: 12 “Y saliendo, predicaban que los hombres se arrepintiesen. 13 Y echaban fuera muchos
demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos, y los sanaban” (Marcos 6:12-13). Con respecto a la
liberación de espíritus que atacan la mente, el arrepentimiento precede a la liberación y la liberación con
mucha frecuencia lleva a la sanidad en otras áreas.
Si hemos sido cristianos por algún tiempo, ya hemos roto fortalezas. Esas fortalezas se rompieron al
arrepentimos de nuestros pecados, cuando vinimos a Jesús. La liberación es con frecuencia simplemente así
de sencilla, cuando hay voluntad en el alma. Pero, donde hay rebelión contra Dios, la liberación no siempre
es tan fácil. Sin arrepentimiento, la liberación es casi imposible, pues aunque se puede expulsar un espíritu
de la vida de una persona, si en la vieja estructura de sus pensamientos no ha habido cambio, la actitud de
simpatía hacia su pecado le dará la bienvenida a los espíritus para que regresen a su vida.
Un aspecto del ministerio de Cristo estriba en que sean revelados los pensamientos de muchos corazones
(Lucas 2:35). Si verdaderamente queremos caminar con Jesús, se expondrán muchas áreas de nuestros
procesos de pensamiento. Allí habrá gracia y poder del Espíritu Santo a fin de capacitarnos y hacernos arre-
pentir para creerle a Dios que imparte su poder en nuestra vida. Veremos que las fortalezas caen y viene la
victoria. Pero es bueno saber que también habrá presiones de la carne, así como del demonio y del mundo
mismos, para minimizar e ignorar lo que Dios pide de nosotros. Podemos ser tentados a rendir un pecado o
alguna falta menor apenas como señal, mientras permitimos que nuestros problemas principales
permanezcan atrincherados y bien ocultos. Démonos cuenta que las energías que gastamos al mantener
secretos nuestros pecados son los verdaderos “materiales” con los que se construye una fortaleza. Ese
demonio contra el que luchamos, usa nuestros pensamientos para proteger su acceso a nuestra vida.
Por tanto, necesitamos orar: Padre Celestial, hay áreas en mi vida (nombrar en alta voz los pecados
habituales) que no he rendido por completo a mi Señor Jesús. Te pido, Señor, perdonarme el hecho de
contemporizar con el pecado y la rebeldía. También te ruego que me alientes para enfocar y derribar
las fortalezas sin ninguna vacilación ni repugnancia o sin que haya engaño en mi corazón. Por el
poder del Espíritu Santo y en el nombre de Jesús ato las influencias satánicas que en mi vida me
obligaban a ceder y que reforzaban el pecado dentro de mí. Me someto a la luz del Espíritu de la
Verdad para exponer las fortalezas del pecado en mi pensamiento. Con las armas poderosas del
Espíritu y de la Palabra derribo esas fortalezas (de nuevo nombrar en alta voz el pecado) y cubro mi
corazón con la sangre de Cristo. Me propongo, por la gracia de Dios, tener tan solo una fortaleza en
mi interior: la fortaleza de la presencia de Jesús.
Te agradezco Señor por perdonarme y limpiarme de toda maldad y de toda injusticia (1 Juan 1:9). Y
por la gracia de Dios, me comprometo a perseverar con todo cuidado en esta área, hasta cuando
inclusive las ruinas de esta fortaleza se quiten de mi mente. Gracias Padre, en el nombre de Jesús.
Amén.
4
Capítulo

Una casa hecha de pensamientos

Hay fortalezas satánicas sobre los países y las comunidades y hay fortalezas que influyen a las
iglesias y a los ind ividuos. Dondequiera que haya una fortaleza, hay un patrón de pensamiento
inducido por el demonio. Específicamente, ésta es la “casa hecha de pensamientos” que se ha
convertido en morada para la actividad satánica.
Una advertencia antes de la liberación
43
“Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo
halla. 44 Entonces di ce: Volveré a mi casa de donde salí...” (Mateo 12:43-44).
Aunque la naturaleza de un espíritu inmundo es, por definición, espiritual y no física, a pesar de todo,
busca un sitio dónde vivir, una casa donde pueda descansar. Jesús reveló que hay una dimensión en la
naturaleza humana que en realidad puede albergar un espíritu del mal y suministrar ese tipo de reposo.
Si esto es así, expongamos la naturaleza del hombre y descubramos en nosotros esos aspectos que pueden
venir a ser los “materiales de construcción” donde se pueden alojar los espíritus.
Primero que todo, es necesario darse cuenta que un demonio no puede habitar en el espíritu del verdadero
cristiano. Por medio del nuevo nacimiento, el espíritu humano pasa a ser el hogar del Espíritu Santo.
Obviamente, debido a que el Espíritu Santo está dentro de nosotros, tenemos discernimiento en relación con
las embestidas del enemigo.
El aspecto de la naturaleza humana más similar en substancia y disposición a la naturaleza del maligno, es
la vida de pensamientos carnales, que hace parte de una dimensión del alma o personalidad del hombre.
Unicamente en nuestros pensamientos no crucificados y en nuestras actitudes no santificadas, los espíritus
inmundos —que se disfrazan a sí mismos como nuestras ideas y se esconden en nuestras actitudes— hallan
acceso a nuestra vida.
Vale la pena recordar que Jesús siguió su enseñanza así: “...y cuando llega, la halla desocupada,
barrida y adornada. 45 Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados,
moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero” (Mateo 12:44-45).
Si quieres tener éxito en la batalla espiritual, tu guerra se debe hacer de acuerdo con las Escrituras. Pues
si ignoras la necesidad de introducir a Cristo dentro del alma liberada, existe el peligro que el postrer estado
de ese hombre venga a ser peor que el primero (Mateo 12:45; 2 Pedro 2:20). Cristo debe entrar y se le
debe permitir que construya su morada de justicia en las mismas áreas donde vivía Satanás. Excepto en los
casos de enfermedades físicas, no se debe intentar la liberación de alguien que no quiera someter
voluntariamente su vida de pensamiento a Jesucristo.
Quitarle la armadura a Satanás
Rec ordemos que Jesús enseñó sobre la batalla, y lo hizo con estas palabras: 21 “Cuando el hombre fuerte
armado guarda su palacio, en paz está lo que posee. 22 Pero cuando viene otro más fuerte que él y le
vence, le quita todas sus armas en que confiaba, y reparte el botín” (Lucas 11:21-22).
Antes de ser salvos tú y yo éramos posesiones del demonio; Satanás era como el hombre fuerte armado
que guardaba el palacio de nuestra alma. Sin embargo, el día de nuestra salvación, otro más fuerte, el
Señor Jesucristo, atacó y venció a Satanás y le quitó todas sus armas. Nuestra experiencia del nuevo
nacimiento puede variar muchísimo en los niveles naturales pero, en el ámbito espiritual, por cada uno de
nosotros se condujo y se ganó una guerra muy similar. Si hubiésemos podido contemplar el mundo invisible,
habríamos observado al Espíritu Santo que trabajaba con los ángeles de Dios, para destruir las primeras
líneas de defensa de nuestro enemigo, su “armadura”. Exactamente, ¿qué era esa armadura que protegía al
diablo y nos impedía la salvación? La armadura en que confiaban los demonios estaba formada por todos los
pensamientos, actitudes y opiniones donde nos encontrábamos de acuerdo con el mal.
Lo que Jesús describió como “armadura”, el apóstol Pablo lo consideró como “fortalezas” (2 Corintios
10:1-4). Es importante reconocer que al hablar de fortalezas, Pablo se dirige a la Iglesia. Es una necedad
suponer que nuestra experiencia de salvación ya eliminó todas las actitudes e ideas incorrectas, las
fortalezas, que todavía influyen nuestro comportamiento y nuestras percepciones. Sí, las cosas viejas
pasaron, y en verdad ha habido cosas nuevas, pero hasta cuando caminemos en la plenitud de Cristo, no
deberíamos asumir que haya terminado el proceso de cambio. Más adelante, en este capítulo,
identificaremos algunas de estas fortalezas. Por ahora digamos que, a nivel individual, el fundamento en el
éxito continuo de nuestros combates espirituales, vendrá como resultado de ceder al Señor Jesús esas
fortalezas, a medida que El las revele, y, para derribarlas, es ponernos de acuerdo con El, por medio del
arrepentimiento.
Es importante reconocer que al hablar de fortalezas, no hablamos de pensamientos al azar o de pecados
ocasionales. Más bien las fortalezas que nos afectan al máximo, son las que se hallan tan escondidas en
nuestros patrones de pensamiento que no las reconocemos ni las identificamos como malas. En nuestro texto
inicial Jesús reveló que los espíritus inmundos buscan “reposo”. El sentido del reposo que buscan se origina
de estar en armonía con su ambiente. En otras palabras, cuando nuestra vida mental está de acuerdo con la
incredulidad, el temor o los pecados habituales, el enemigo tiene reposo.
Es significativo que el proceso de liberación con bastante frecuencia implica un período de conflictos y
agitaciones interiores. Es un buen signo que traduce el deseo de la voluntad del individuo para ser libre.
Debemos esperar un tiempo donde ejerceremos nuestra autoridad en Cristo, a medida que resistimos al
adversario (1 Pedro 5:8-9). Pablo habla de “lucha” de la Iglesia contra principados y potestades. Habrá un
período de lucha en el proceso de derribar las fortalezas, pues vas a romper tus acuerdos con un enemigo
que peleará para permanecer dentro de tu vida.
Llevar cautivo todo pensamiento a Cristo
Mientras podemos encontrar cierta comodidad en ser cristianos, el hecho de serlo no nos ha vuelto
perfectos. Hay todavía muchas fortalezas dentro de nosotros. Por tanto, identifiquemos algunas de esas
fortalezas espirituales. Raro es el creyente que no está limitado por lo menos por una de las siguientes
fortalezas: amor frío, falta de perdón, temor, codicia, concupiscencia, orgullo, gula, incredulidad o cualquier
combinación de ellas, así como de muchas otras.
Debido a que nos excusamos tan rápidamente es difícil discernir las áreas de opresión en nuestra vida.
Después de todo, estos son nuestros pensamientos, nuestras actitudes, nuestras percepciones, y justificamos
y defendemos nuestras ideas con el mismo grado de intensidad con que justificamos y defendemos nuestro
propio yo. Como está escrito: “Porque cual es su pensamiento en su corazón tal es él” (Proverbios
23:7). En otras palabras, la esencia de lo que somos está en nuestra vida de pensamiento. Por tanto, antes
que cualquier liberación se pueda cumplir, de cierto, debemos reconocer y confesar con toda honestidad
nuestras necesidades. Debemos dejar de pretender que todo está muy bien, y debemos humillarnos y buscar
ayuda. Desde luego, la primera fortaleza que Dios debe quitar es el orgullo. Pues hasta cuando no se tenga
voluntad para admitir que se necesita liberación, nunca será libre de las fortalezas. La mente de una persona
así, no será más que “cuarto y comida” para toda suerte de demonios y de diablillos, de temores y de
opresiones.
A fin de percibir lo que es error en nosotros, debemos tener un patrón de lo que Dios considera como recto.
David en el cénit del éxtasis y Job en lo más profundo de la miseria, así como todos los hombres en un
momento u otro de la vida, hicieron la misma antiquísima pregunta: “¿Qué es el hombre?” El escritor
sagrado también la hizo, pero luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo la contestó así: “Pero vemos a
aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús...” (Hebreos 2:9). Jesucristo es el modelo
de aquello que Dios considera típico para el hombre como nueva criatura (Efesios 4:23-24). El no es
solamente nuestro Salvador. Es el único que por virtud de su presencia dentro de nosotros, nos conforma a
su imagen, el primogénito de toda una familia de hijos gloriosos (Hebreos 2:10; Romanos 8:28-29).
Pero necesitamos darnos cuenta que solamente Jesús puede ser como Jesús. A medida que cedemos a El en
grados crecientes de rendimiento, a medida que permanecemos en El y que su palabra permanece en
nosotros, El nos trae una clase de vida que no es simplemente como la suya, sino que es su misma propia
vida. Cristo mismo vive dentro de nosotros para llenar el propósito eterno de Dios, que es hacer al hombre a
su imagen. Esta presencia constante en nosotros, la presencia del Señor Jesucristo, hace poderosas las
armas de nuestra lucha espiritual, le da poder a nuestras palabras con autoridad, a medida que derribamos
las fortalezas.
Por tanto, debemos aprender a mirar de manera más que objetiva y fría todo pensamiento y toda actitud
que fallen en conformarse a la semejanza y a las enseñanzas de Jesús. Se deben capturar y crucificar esos
pensamientos y esas actitudes erróneas. Debemos hacer en nosotros mismos un camino para la venida del
Señor. Debemos permitir el aumento de su gobierno para que crezca hasta cuando estemos tan absortos en
su Espíritu que no solamente creamos en El, sino que creamos como El. Su amor, sus pensamientos, y sus
deseos deben fluir desde nuestro interior (Gálatas 2:20; 1 Juan 2:6).
En consecuencia, cuando busquemos identificar y destruir las fortalezas demoníacas, en el sistema de
nuestro pensamiento se debe derribar una fortaleza mucho mayor que nos dice que la semejanza con Cristo
es imposible. Tal patrón de ideas tiene en cautiverio todo crecimiento espiritual. Esa mentira y las cadenas
que coloca sobre nuestro corazón, se deben suprimir de nuestra vida.
Por tanto, a partir de este momento comencemos a orar en el Espíritu. Permitamos que el Espíritu Santo
salga a la superficie e inunde nuestros corazones. Si sufrimos de esta fortaleza que nos dice que nunca
seremos como Cristo, esa fortaleza se debe destruir inmediatamente. Oremos:
Señor Jesús, me someto a ti (Filipenses 3:21). Declaro, de acuerdo con la Palabra de Dios, que a causa
de tu poder para sujetar todas las cosas bajo tus pies, las armas de mi batalla son poderosas para
derribar fortalezas (2 Corintios 10:3-4). Me arrepiento de usar la mentira: “nunca seré como Jesús,”
como una excusa para pecar y para ceder en mis convicciones. En el nombre de Jesús, renuncio a mi
antigua naturaleza pecaminosa, llena de defectos, y por la gracia de Dios y el poder de tu Espíritu
Santo, derribo la fortaleza de incredulidad que existe en mi mente. Declaro que debido al perfecto
sacrificio de Jesús, soy una criatura nueva. Creo que iré de gloria en gloria, y seré constante y
continuamente transformado en la imagen de Jesucristo a medida que camino con Dios (2 Corintios
3:18).
Derrotemos la fortaleza del fra caso
Miremos otras fortalezas que puede haber en nuestra vida, busquemos sus orígenes y, de mucha más
importancia, cómo se pueden quitar. Primero que todo, recordemos que una fortaleza es una casa hecha de
pensamientos. Por tanto, respecto a este tipo de batalla, Pablo explicó que nuestro éxito se basa en:
“...llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo ...” (2 Corintios 10:5). Como nuestra meta
es permitir al Espíritu de Cristo un acceso completo en nuestra vida, debemos tomar todo el ejército de
nuestros pensamientos, y hacerlos esclavos de Cristo.
Para tratar con la fortaleza del fracaso, debemos arrepentimos de nuestro modo de vida. Sin embargo,
tengamos en mente que el arrepentimiento significa “cambio” y no sólo remordimiento. Debemos, por tanto,
en primer término, cambiar nuestra manera de pensar. Hay rebaños de pensamientos erróneos que cruzan
nuestra mente alimentándose de nuestra derrota y nuestra incredulidad. Pensamientos como: “siempre seré
una falla, siempre seré un fracaso”, “no soy sino un pecador”, o “procuré caminar en el Espíritu, pero eso no
me sirvió”, convergen y forman las paredes, el techo y el piso, el “material de construcción” de la fortaleza
de la derrota. Para asegurar la victoria debemos capturar esos pensamientos errados.
Detengamos el pensamiento: “soy un fracaso”. Arrepintámonos de ese pensamiento, pidámosle a Dios
perdón por nuestra incredulidad. Dejemos que nuestra mente se renueve con la Palabra de Dios que afirma:
“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13). Inclusive, aunque hayamos fracasado y
probablemente caigamos otra vez en el futuro, debido a que Dios está en nuestra vida, podemos
confiadamente proclamar: “Aunque fui un fracaso, mi suficiencia viene de Dios, no de mí mismo. Puedo hacer
todas las cosas, porque Cristo es quien me conforta”.
Detengamos el pensamiento: “No soy sino un pecador”. Reemplacémoslo con la confesión de la fe que
dice: “Aunque era un pecador, ahora soy un hijo amado de Dios, y aunque ocasionalmente pueda caer, la
sangre de Cristo me limpia de todo pecado. A causa de la sangre, el sacrificio de Cristo me hace tan puro
como El mismo lo es” (1 Juan 1:9). De esta manera se derriba una fortaleza de derrota que una vez nos
oprimía y la reemplazamos con la fortaleza benigna y buena de la fe, que se construye con base en la Palabra
de Dios. Una vez expuestas las fortalezas antiguas y con el patrón de pensamiento del derrotismo que se
derrumba, se destruyen las fortalezas del fracaso en nuestra vida. A medida que continuamos renovándonos
en el espíritu de nuestra mente, por la Palabra de Dios, comenzaremos a caminar en paz y poder tremendos.
En lugar de la incredulidad, ahora tenemos la buena fortaleza de la fe.
Establezcamos en nuestras actitudes que la meta y propósito de la salvación es que seamos conformados a
la semejanza con Jesucristo, por Jesucristo y de Jesucristo, en pensamiento, palabra y obra. En efecto, la
Biblia dice: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos
conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”
(Romanos 8:29). El mismo Señor que conquistó al demonio y liberó nuestro corazón en la salvación, aún obra
para renovar nuestra mente. Así como es cierto que Él es nuestra tierra prometida, también es cierto que
nosotros somos su tierra prometida. Aunque los gigantes en nuestro corazón nos resistieron y nos
humillaron, no le resistirán a Él. Él es el eterno Josué, el Unico que jamás ha conocido ni conocerá la derrota.
A medida que reconozcamos que nuestra salvación es una transformación constante y continua, y que
vamos cambiando de gloria en gloria en la imagen de Cristo, ya no nos desalentaremos con las fortalezas que
descubramos, ni los reveses ocasionales o momentáneos nos volverán impotentes. Amedida que veamos
nuestras necesidades, nos regocijaremos al saber que sólo es cuestión de tiempo antes de derrotar a otros
gigantes.
Destrucción de la fortaleza del temor
Otra fortaleza que oprime a los hombres es el terror, el miedo. Nuestra ex periencia nos dice que si una vez
tratamos de hacer algo nuevo, especialmente delante de las personas, pudimos haber quedado avergonzados
y experimentar rechazo. Para contrarrestar esto, toda una serie de reacciones emergen en nuestra mente.
Retrocedemos cuando deberíamos adelantar, permanecemos silenciosos cuando deberíamos hablar, nos
acobardamos dentro de nosotros cuando deberíamos saltar de gozo. Esa retirada silenciosa y llena de miedo
en nosotros mismos, se convierte en una casa hecha de pensamientos (una fortaleza), donde habita un
espíritu de temor.
Dios no nos quiere en cautiverio. Por tanto, miremos algunos de los pensamientos y experiencias que
pueden haber formado la estructura de esta fortaleza demoníaca. Quizás cuando éramos niños intentamos
hacer algo nuevo. Tal vez la reacción entre los miembros de la familia y amigos fue el ridículo. La herida de
aquellas palabras impensadas fue tan honda que, al recobrarnos del dolor, inconscientemente decidimos que
jamás volveríamos a ser vulnerables a la crítica. Desde entonces nos negamos a colocarnos en situaciones
donde podamos ser criticados. Puede que ni siquiera recordemos el incidente, pero no hemos dejado de
retirarnos de él, inclusive hasta en el día de hoy.
Recordemos que Jesús nos dijo que el Padre nos perdonaría si nosotros perdonamos a los demás. Tan
injusto como pueda parecer, nuestra reacción a cuanto nos hirió estaba tan lejos de la voluntad de Dios,
como las acciones de quienes nos hirieron. De hecho, nuestra reacción se ha convertido realmente en parte
de nuestra naturaleza. Podemos ser liberados de esa opresión en nuestra alma, si dejamos en libertad y
perdonamos a quienes nos hirieron. Hasta el grado en que en verdad olvidemos el incidente y perdonemos a
los ofensores, en el mismo grado Dios restaurará nuestra alma en una actitud equilibrada y sana hacia esas
personas. A medida que incrementemos ese proceso de perdón, creceremos en el amor y, como la Escritura
dice: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor...” (1 Juan 4:18). De
esta manera, la fortaleza del temor se verá reemplazada por la fortaleza del amor.
Siempre recordemos que “La victoria comienza con el nombre de Jesús en nuestros labios, pero no se
consumará sino hasta cuando la naturaleza de Jesús esté en nuestro corazón”. No es suficiente tener la
casa barrida y ordenada (Mateo 12:43); la persona de Cristo debe ocupar nuestra vida de pensamiento.
Pero a medida que perseveremos en ceder nuestro yo a Jesús, Él quitará la armadura de Satanás de nuestra
mente. El nos mostrará lo que necesitamos derribar. ¡Veremos que las armas de nuestra batalla espiritual
son divinamente poderosas para la destrucción de fortalezas!
5
Capítulo

Tres fuentes de fortalezas

Si queremos identificar las fortalezas ocultas en nuestra vida, sólo es necesario que hagamos una
encuesta de las actitudes de nu estro corazón. Toda área en nuestro pensamiento que resplandece
con la esperanza en Dios, es un área que será liberada por Cristo. Pero, cualquier sistema de
pensamiento que no tenga esa esperanza, es una fortaleza que se debe derribar.
La primera fuente de fortalezas: el mundo
Hablando en forma general, las fortalezas tienen su origen en una de tres fuentes. La primera, es el mismo
mundo en que hemos nacido. La corriente de información y de experiencia que continuamente dieron forma
a nuestra percepción infantil es la fuente mayor de fortalezas en nuestro interior. La cantidad de amor (o la
falta de amor) en nuestro hogar, nuestro ambiente cultural, las presiones y los valores de nuestros iguales,
así como los temores del rechazo y de la exposición, e inclusive nuestro parecer e inteligencia físicos, todo se
combina para formar nuestro sentido de identidad y nuestro punto de vista de la vida.
Desde el nacimiento hay una jornada puesta delante de todo hombre: es la peregrinación del alma para
encontrarse a sí misma. Nuestra alma, envuelta en inseguridades, es altamente sensible a la crítica y a los
elogios de los demás. En la búsqueda de encontrarnos a nosotros mismos, tales palabras se vierten en
nuestro corazón juvenil como acero derretido y, cuando se enfrían, se funden en nuestra naturaleza.
¿Cuántos adultos de hoy creen que son mentalmente lentos debido a que de manera muy simple como niños,
absorbieron en su auto-concepto los regaños negativos e impensados de un maestro o quizás de uno de sus
padres?
Así pues, muchos de nuestros conceptos y limitaciones se construyen desde la niñez, y se edifican en
nuestros patrones de pensamiento, por medio de las ideas y de las palabras de otros. Muchas de nuestras
ideas sobre la vida son nuestras sólo porque no conocemos ninguna otra forma de pensar Sin embargo,
defendemos y protegemos nuestras ideas, justificamos nuestros conceptos como si hubieran nacido en el
vientre de nuestra propia creatividad. A pesar de eso, la verdad es que casi todas las ideas y valores que
como adultos nos motivan, son sistemas de pensamiento que hemos recibido, bien sea por herencia de
nuestros padres o ambientalmente de otras personas.
Otro ejemplo de estos limitantes es la astrología. Los cristianos saben que esta religión falsa es una
mentira, pero aún hay multitud de creyentes atados subconscientemente a las características y debilidades
de su “signo zodiacal”. En la búsqueda de la propia identidad, estas mezclas de ilusiones y hechos engañosos
se absorben en nuestra alma, donde se levantan, inclusive en el día de hoy, en oposición directa a la obra
salvadora y transformadora de Dios.
Como cristianos, la única verdad apropiada para la eternidad es la verdad de Cristo. Si fallamos en darnos
cuenta de esto, sólo seremos “como nuestros maestros” (Lucas 6:40), sin hacer otra cosa más que “las obras
de nuestros padres” (Juan 8:41). Nuestros “maestros” y nuestros “padres,” muy probablemente hicieron lo
mejor que podían. Pero nuestra meta no es tan solo hacer las obras de nuestros padres, sino sobre todo
hacer las obras de Jesús. Antes de defender la manera como somos, necesitamos mirar en la vida de las
personas que nos enseñan. Jesús dijo: “...todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro”
(Lucas 6:40). Los que nos enseñan, ¿están tan llenos de amor, son tan capaces en la adversidad, tan
cuidadosamente seguros, que quisiéramos ser como ellos?
Por tanto, la Biblia nos instruye a “considerar el producto”, o el fin, en el camino de la vida de un
hombre, antes que nos sometamos a sus conceptos sobre la vida (Hebreos 13:7). Al considerarlo así, es obvio
que sólo una persona, el Señor Jesucristo, probó con su resurrección que conocía los secretos de la vida. Al
conquistar la muerte, simplemente nos reveló que entendía la vida.
Aunque Jesús ha de usar gente para enseñarnos, no debemos volvernos seguidores de los simples hombres
que son aquellos hombres que desde luego no están conformados como Cristo. Nuestra meta es ser
conformados a la imagen de Jesucristo y a Él solamente. No debemos permitir que nos gobierne cualquier
enseñanza que no apoye esta meta singular.
En esta peregrinación del alma para encontrarse a sí misma, debemos rendir todo cuanto éramos a Dios,
pues a menos de perder nuestra vida y entregarla a Jesús, no podremos encontrarla. Cuando llegamos a
Cristo, todo lo que éramos en naturaleza y en carácter está destinado a cambiar. La Biblia nos dice que Dios
ha provisto para nosotros un corazón nuevo, una mente nueva, un espíritu nuevo, una nueva naturaleza y, al
final, hasta un nombre nuevo (Hebreos 8:10; 1 Corintios 2:16; 2 Corintios 5:16-17; Apocalipsis 2:17).
Recordemos que cuando nacimos de nuevo, fuimos llenos con el Espíritu de Dios, y por medio de su Espíritu
fuimos nacidos a otro ámbito: el reino de los cielos. Aunque nuestros pies todavía estén sobre la tierra, por
medio del vehículo del Espíritu Santo, nuestro espíritu se unió, se ligó, con la persona verdadera de nuestro
Señor Jesucristo que está sentado en el Trono de Dios. Así como nuestros miembros están adheridos al
tronco, de la misma manera nuestro corazón se adhiere al poder de Dios. Nunca estamos solos. Cristo está
siempre con nosotros. Todo lo que éramos como personas cuando venimos a Jesús, nunca lo volveremos a ser
de nuevo. La promesa de Dios es que: “...si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Todo lo nuestro —aun nuestro parecer e
inteligencia físicos está sujeto a cambiar hacia lo mejor. Los viejos fracasos, los prejuicios y las actitudes
deben desaparecer. La nueva fe y la nueva esperanza deben crecer dentro de nosotros diariamente”. ¿Cómo
alcanzamos tan maravilloso comienzo nuevo? Recibimos en nuestro corazón el Espíritu de Cristo que nos da
poder y estudiamos las palabras de Cristo que nos dan dirección. Y todo lo que encontremos en nosotros que
no sea como Jesús, lo crucificamos. Así la vía por la cual alcanzamos esta vida nueva, es la de rendir nuestra
vida vieja al Espíritu y a las palabras de Jesús.
La fortaleza de nuestras experiencia s
Otra forma a través de la cual las fortalezas se construyen en nosotros, es por medio de nuestras
experiencias y las conclusiones que obtenemos de ellas. Estas experiencias para bien o para mal, son lo que
llamamos realidad. Démonos cuenta que la vida, según la percibimos, se basa en redes de pensamientos y
opiniones a las que en la actualidad les permitimos que gobiernen nuestra alma. Por otra parte, Dios define
la realidad como “la verdad” que se encuentra en su Palabra. Para que viajemos de nuestro mundo a la
realidad de Dios, debemos aprender a ver las palabras de Jesús como puertas a través de las cuales
entramos al reino eterno de Dios. Al combinar el significado de todas las enseñanzas de Jesús, encontramos
la realidad viviente del reino de Dios. La victoria viene cuando nos alineamos con la realidad de la vida de
Dios.
Para que superemos las “fortalezas de nuestras experiencias”, debemos permitir lo que dice la Escritura:
“...sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso” (Romanos 3:4). El único que tiene derecho a formar
nuestra vida es Dios. Debemos decidir que nada ni nadie, ni siquiera nuestras experiencias personales le den
forma a nuestra vida, a menos que el producto de esas experiencias sea consistente con las promesas de
Dios.
Debemos preguntarnos: ¿Quién gobernará nuestra vida, Dios o nuestras experiencias humanas? Hasta el
grado en que nuestras experiencias no guarden conformidad con la Palabra de Dios, subconscientemente nos
enseñan que Dios no es quien dice ser. Por tanto, debemos guardar nuestro corazón y las opiniones que nos
formamos sobre la vida, pues a menos que los sucesos de nuestra vida terminen en la semejanza de Cristo,
son incompletos. No debemos permitir que ninguna experiencia que no sea consumada en la victoria de
Cristo, defina nuestro concepto de la vida.
En otras palabras, aun cuando no seamos sanados, no debemos concluir que “la sanidad no es para el día
de hoy”. La provisión de Dios es una provisión eterna; esto significa que hasta cuando pasen el cielo y la
tierra, Él ha provisto nuestra sanidad. Con respecto al pecado, aunque caigamos repetidamente en un
pecado particular, debemos continuar creyendo que Dios tiene gracia y poder para vencerlo. Debemos
darnos sitio para crecer en nuevas percepciones espirituales. Nunca debemos rendir nuestra fe en la Palabra
de Dios como el patrón de la verdad para nuestra vida. No importa cuán reales parezcan ser nuestras
percepciones, ni cuán válidas nuestras experiencias, pero si ellas nos han hecho pensar que Jesús no es el
mismo hoy que como era en los evangelios, la conclusión que hemos sacado está equivocada. Por tanto, esa
es una fortaleza que se debe destruir.
La fortaleza de las doctrinas erróneas
Una tercera fuente de fortalezas viene de doctrinas y de enseñanzas falsas. Recordemos, que Jesús dijo:
“...mirad que nadie os engañe” (Mateo 24:4). Otra persona nos puede guiar, pero la responsabilidad de no
ser engañados por ese individuo es únicamente nuestra. Nosotros mismos debemos conocer y estudiar la
Biblia. Si no es así, ¿cómo podremos discernir los errores en las enseñanzas que oímos? Por mucho que
amemos a un maestro en particular, o a un pastor determinado, o por mucho que hayamos sido construidos y
edificados por ellos, humildemente debemos pedirle al Señor la confirmación de cualquier doctrina
cuestionable. Ningún maestro es tan cierto ni tan verdadero, ningún autor es tan en forma de Cristo, ningún
profeta es tan puro, que podamos ciegamente tomar su mano y permitirle que nos guíe. Nos pueden
conducir, pero nuestros ojos se deben abrir y nuestros oídos deben ser sensibles a la voz confirmatoria de
Jesús. En efecto, la Biblia dice: “...Por boca de dos o de tres testigos se decidirá todo asunto” (2
Corintios 13:1). Inclusive, algunos maestros muy buenos pueden comunicar inocentemente doctrinas falsas.
De nuevo, no importa cuán sincero parezca o haya parecido nuestro maestro bíblico. Si lo que nos enseña no
nos lleva al conocimiento del triunfo de Cristo en todo lugar (2 Corintios 2:14; Romanos 8:37), al amor de
Jesús, a su santidad, o a su poder, si no nos prepara en estas dimensiones espirituales para Jesús y, por medio
de El, para otros, esa doctrina se vuelve una fortaleza que al final no solamente nos limitará, sino que
también nos oprimirá.
El mejor método para estar seguros que nadie nos engañe, es ver que nosotros mismos no nos guiemos
equivocadamente. Debemos ser honestos con Dios, y sensibles a su amor y a su Palabra. El plan de Satanás
es hacer que de alguna forma aceptemos, ya sea por medio de nuestras circunstancias o por medio de
dogmas eclesiásticos, que ciertas porciones de la vida de Cristo no son verdaderas, no son ciertas o no son
válidas para nuestro caso. Al final, toda batalla que enfrentemos en la existencia es sobre la Palabra, y si
podemos o no construir nuestra vida con base en la fidelidad e integridad eternas de Dios. Si permanecemos
firmes en las cosas de las cuales estamos seguros, Dios será fiel para liberarnos de toda fortaleza y guiarnos
por completo a su reino.
6
Capítulo

La fortaleza de la semejanza a Cristo

La victori a comienza con el nombre de Jesús en nuestros labios. Se consuma por la naturaleza de
Jesús en nuestro corazón.
El más alto propósito de Dios
La mayoría de cristia nos sólo se compromete en la batalla espiritual con la esperanza de aliviar sus
problemas del momento, o para alcanzar existencias “normales”. Sin embargo, el propósito de todos los
aspectos de la espiritualidad, inclusive el de la batalla, es llevarnos a la imagen de Cristo. Nada, ni la
alabanza, ni la guerra, ni el amor, ni la liberación, se obtienen en verdad, si fallamos en ese objetivo singular
de nuestra fe: la semejanza con Cristo.
Recordemos que Dios liberó a los antiguos hebreos y los sacó de Egipto para poder llevarlos a la tierra
prometida. De manera similar, El nos liberó y nos sacó del pecado, no para permitirnos vivir para nosotros
mismos, sino para que pudiéramos llegar a la semejanza con Jesús. Nuestras metas se deben identificar con
las de Dios, pues si nuestra naturaleza no cambia, invariablemente nos encontraremos metidos en los
mismos problemas que originaron nuestras dificultades en el primer lugar.
Entre tanto, quizás no querramos escuchar esto: muchos de nuestros conflictos espirituales simplemente
no van a cesar sino hasta cuando el carácter de Jesús se forme en nuestro corazón. El objetivo del Padre en
la liberación es mucho más que tan sólo ver a nuestras cargas o al demonio fuera de nuestro hombro. En
realidad, el propósito específico al cual Dios dirige la obra de todas las cosas en nuestra vida, es
conformarnos a la imagen de su Hijo. La finalidad del Padre en nuestra salvación fue que Jesús viniera a ser:
“...el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29). En otras palabras, la forma como Dios
realiza su victoria final es alcanzar su meta definitiva, es decir, nuestra transformación completa en la
semejanza de Cristo.
Hay una interpenetración del espíritu entre Dios y nosotros, donde nuestro espíritu está completamente
saturado con la Presencia viviente del Señor Jesús, donde su gloria inunda de tal manera nuestra vida, que
dentro de nosotros no ha quedado parte alguna de tinieblas (Lucas 11:36). Esta contigüidad de la presencia
del Todopoderoso, produce una defensa indestructible contra el maligno, una fortaleza en cuyo interior nos
ocultamos del mal. Por medio de Jesús, seguimos la excelencia de sus senderos en nuestra relación, tanto
con el Padre como con los demás. Así andaremos en completa inmunidad contra los incontables ataques
satánicos. Naturalmente, a medida que aumenta su plenitud en nosotros, entonces se cumple lo que está
escrito: “...pues como él es, así somos nosotros en este mundo” (1 Juan 4:17). “...pues Aquel que fue
engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca” (1 Juan 5:18).
Debemos damos cuenta que no es Satanás el que nos derrota; en cambio, es nuestra apertura a él. Para
someter completamente al diablo, debemos caminar y habitar al abrigo del Altísimo (Salmo 91:1). A
Satanás se le tolera con un propósito: la guerra entre el demonio y los santos de Dios nos impele a buscar la
semejanza de Cristo, donde la naturaleza de Cristo se vuelve nuestro único sitio de descanso y seguridad.
Dios permite la batalla espiritual para facilitar su plan eterno, que es hacer al hombre a su imagen y
semejanza (Génesis 1:26).
Una vez que nos damos cuenta que la meta del Padre es transformar nuestra vida en la vida de Cristo,
continuamente encontraremos que Dios tiene una respuesta para la batalla espiritual: apropiarnos de la
naturaleza de su Hijo. En la misma área donde hemos sido atacados, sometámonos a Dios. ¿Hemos sido
víctimas de demonios de miedo o de duda? Sometamos esas áreas a Dios, arrepintiéndonos de nuestra
desconfianza y arrojándonos en la fe del Cristo que está dentro de nosotros. ¿Hemos sido perturbados con
espíritus de lujuria y de vergüenza? Presentemos esas mismas áreas de pecado a Dios, arrepintámonos de
nuestra naturaleza antigua, descansemos en el perdón de Cristo y en la pureza de su corazón.
Al Padre le interesa más conformar a su Hijo dentro de nosotros que derrotar a Satanás. ¿Quién es el
diablo para que pueda desafiar al Dios viviente? De manera muy natural la máxima verdad es esta: una vez
que el demonio reconoce que sus ataques contra nuestra vida no nos apartan de Dios, sino que nos acercan a
El, una vez que percibe que sus tentaciones en realidad nos llevan a apropiarnos de todo el poder de Cristo,
el enemigo tendrá que retirarse.
La meta es la semejanza a Cris to, no la lucha
Hay una época, de la cual se hablará más adelante, cuando el Señor nos llama a derribar las fortalezas del
infierno sobre nuestras iglesias y sobre nuestras comunidades. Sin embargo, también hay otra época cuando
comprometernos en mucha batalla es una distracción de nuestra obediencia a Dios. Jesús derrotó a Satanás
en Getsemaní y en la cruz, no al atacarlo directamente, sino al cumplir el destino para el que había sido
llamado al Calvario. La más grande de las batallas que nunca jamás se haya ganado, se realizó con la muerte
aparente del vencedor, sin siquiera una palabra de reprensión contra su adversario. Al príncipe de este
mundo se le juzgó, y a sus potestades y principados se les desarmó, no al enfrentarlos en batalla directa, sino
mediante la rendición de Jesucristo en la cruz.
Hay ocasiones en que nuestras batallas contra el diablo, no son en verdad sino distracciones frente a los
más altos propósitos de Dios para nuestra vida. Intercesores y capitanes de batalla espiritual, tomen nota:
hay un demonio cuyo objetivo es atraer nuestra mente al infierno. Su nombre es “Enfoque Erróneo” . Si
continuamente vemos espíritus malignos en la gente o en el mundo físico que nos rodea, en realidad, quizás
estemos luchando contra este demonio. Su meta final es producir enfermedades mentales en los santos que
trabajan en liberación. Escúchese esto cuidadosamente: no somos llamados a enfocarnos sobre la batalla o
sobre el diablo, excepto cuando esa batalla es un obstáculo para nuestra inmediata transformación espiritual
hacia la semejanza de Cristo. Nuestro llamamiento se debe enfocar en Jesús. La obra del diablo, por otra
parte, es hacer que retiremos nuestros ojos de Jesús. Volvámonos a Cristo y casi inmediatamente terminará
la batalla.
Una vez conocí a un hombre dueño de una compañía de discos, Además de dirigir las labores de grabado,
pasaba muchas horas en la edición, mientras escuchaba la “matriz” del disco de donde se imprimirían todas
las otras grabaciones. Con el curso de los años sus oídos se hicieron peritos en captar los “chasquidos y
crepitaciones” que se debían eliminar del disco matriz. Un día le dije que pensaba cómo sería de agradable
trabajar con música. Su respuesta fue muy ilustrativa, pues respondió: “Vea usted, no he oído música por
años. Cuando en casa conecto mi estéreo, no importa qué disco suene, todo lo que oigo son ruidos e
imperfecciones”.
Así como sus oídos se inclinaban sólo a las imperfecciones musicales, del mismo modo Enfoque Erróneo
hará orientar nuestros pensamientos continuamente hacia el enemigo. De pronto, todo cuanto veamos han
de ser diablos y demonios. El verdadero “discernimiento de espíritus” es un don equilibrado que nos capacita
para reconocer en forma clara, por lo menos, tanto los espíritus angélicos como los diabólicos. Las
manifestaciones adecuadas de este don, tienen una influencia y un foco mucho más positivos que aquello que
de manera tan común se disfraza con el nombre de discernimiento.
El ministerio de Eliseo (2 Reyes) da un ejemplo de equilibrio correcto en el discernimiento. El ejército sirio
había rodeado una ciudad en Israel, y esto causó mucha consternación en el criado del profeta. Para calmar
su temor, Eliseo pidió que los ojos de este hombre se abrieran. Con el objeto de animarlo, le dijo: “...No
tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos” (2 Reyes
6:16). Como respuesta a la oración del varón de Dios, se abrieron los ojos del criado, y éste pudo ver lo que
contemplaba Eliseo: “...he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego
alrededor de Eliseo” (2 Reyes 6:17).
En la guerra espiritual, la batalla nunca se limita a un asunto humano de “nosotros frente a ellos”. Siempre
incluye “los que están con nosotros”contra “los que están con ellos”. El discernimiento verdadero
siempre está consciente por completo de la enorme multitud de ángeles leales a Dios, como lo está de la
actividad del ámbito demoníaco. También tiene plena conciencia que las huestes angélicas de nuestro lado
son mucho más fuertes y más numerosas que las enemigas. Recordemos: si fallamos en “oír la música” en
nuestros momentos de batalla, nuestro discernimiento, en el mejor de los casos, es incompleto.
Debemos aprender que, a nivel personal, es mejor desarrollar virtudes piadosas que pasar nuestros días en
oración contra el diablo. Naturalmente, el gozo del Señor echa fuera los espíritus de depresión; nuestra fe
viviente destruye los espíritus de incredulidad; y el amor activo expulsa el temor.
A medida que de manera continua cedamos nuestro yo a Cristo, que nos rindamos por fe a su naturaleza y
a sus palabras, literalmente construiremos la fortaleza inexpugnable de su Presencia alrededor de nosotros.
La vía a la fortaleza del Todopoderoso es simple: “La victoria comienza con el nombre de Jesús en
nuestros labios. Se consuma por la naturaleza de Jesús en nuestro corazón”.
7
Capítulo

Gobierna en medio de tus enemigos

N uestra paz no viene de una indiferencia extrema, ni de ser tan “espirituales” que fallemos en
darnos cuenta de un problema. Viene de estar tan confiados en el amor de Dios por nosotros que
sabemos—sin tener en cuenta la batalla a que nos enfrentemos, y sin importar cuán imposibles
parezcan las cosas en el exterior— “que mayor es el que está en nosotros que el que está en
el mundo” (1 Juan 4:4). Si no tenemos confianza en nosotros mismos, tengamos confianza en
Dios.
El Dios de paz aplastará a satanás bajo nues tros pies
Para sostener una lucha espiritual efectiva, debemos entender la autoridad espiritual. La autoridad espiritual
no consiste en ser “el amo,” e imponer a la fuerza nuestra voluntad sobre todos los demás. Cuando tenemos
autoridad espiritual hemos establecido la paz de Dios en un área que una vez estaba llena de conflictos y
opresión. Por tanto, para en verdad ser capaces de movernos en autoridad, primero nosotros mismos
debemos tener paz.
Por esta razón el apóstol Pablo pudo escribir a los hermanos de la iglesia en Roma, unas palabras que
tienen plena vigencia para los cristianos de la época actual: “...el Dios de paz aplastará en breve a
Satanás bajo, vuestros pies” (Romanos 16:20). Mantener la paz durante la lucha es dar un golpe mortífero
y aplastante a la opresión y al temor satánicos. Nuestra victoria nunca viene de las ansiedades, las
emociones o nuestra agudeza intelectual. Nuestra victoria viene cuando nos negamos a juzgar según lo que
nuestros ojos ven o nuestros oídos escuchan; viene por confiar en que todo lo que Dios ha prometido,
sucederá.
Nunca conoceremos la victoria de Cristo en su plenitud, si no hasta cuando dejemos de reaccionar como
seres humanos a nuestras circunstancias. Cuando verdaderamente tenemos autoridad sobre algo, podemos
mirarlo sin preocupaciones, sin temores, sin ansiedades. Nuestra paz es la prueba de nuestra victoria. La
autoridad del Señor Jesucristo sobre la horrible tormenta (Mateo 8:23-27), fue el ejercicio y expansión de su
paz sobre los elementos. El no luchó contra la tormenta, ni demostró miedo. Enfrentó su furia y la sometió a
su autoridad con una paz perfecta. En la corte de Pilato, en un mundo agitado hasta un delirio emocional por
los poderes del infierno, una santa tranquilidad rodeaba a Cristo, una paz que nacía de su resolución para
hacer la voluntad de Dios, sin importar el costo. De su espíritu salía una calma que representaba
perfectamente la paz en el trono de Dios. En cuestión de instantes, ya no era Jesús a quien se juzgaba, sino
los que estaban sometidos a juicio eran Satanás, Pilato y toda la nación de Israel.
El arsenal de Satanás está compuesto por miedo, pena, duda, autocompasión, etc. Cada una de esas armas
nos roba la paz y nos deja turbados interiormente. ¿Queremos discernir dónde viene el enemigo contra
nosotros? En la red de nuestras relaciones, dondequiera que no tengamos paz, tendremos guerra. Por el
contrario, dondequiera que haya victoria, tendremos paz. Cuando Satanás nos arroja sus dardos de fuego,
entre más paz tengamos durante la adversidad, más verdaderamente caminaremos en la victoria de Cristo.
Pablo nos dice que debemos estar: “...en nada intimidados por los que se oponen, que para ellos
ciertamente es indicio de perdición, mas para nosotros de salvación...” (Filipenses 1:28). Nuestra paz,
nuestra firmeza inconmovible sobre la Palabra de Dios, es signo de estar correctamente puestos en perfecta
sumisión a la voluntad de Dios. El mismo hecho de no estar “en nada intimidados” por nuestro adversario,
es una señal de tener autoridad sobre él.
Los pacificadores son los hijos de Dios
La paz es el poder del Espíritu Santo. Un pacificador no es simplemente alguien que protesta contra la
guerra, es aquel que interiormente ha cedido tanto a Cristo, en su espíritu y propósito, que puede ser
llamado “hijo de Dios”. Cuando va, Dios va y dónde Dios va, él va. El carece de miedo, está siempre calmado,
y siempre firme. Su paz le rodea y sale de él en la misma forma como la luz y el calor se irradian del fuego.
Por extraño que parezca, en las batallas de la vida, nuestra paz se constituye en una verdadera arma.
Necesitamos reconocer que Jesús dijo que el diablo es un mentiroso y el padre de todas las mentiras.
Satanás es el amo del ilusionismo. Pero el primer paso para tener autoridad espiritual sobre el adversario, es
tener paz a pesar de nuestras circunstancias. Cuando Jesús confrontó al diablo, no lo confrontó con sus
emociones o en temor. Como sabía que el diablo es un mentiroso, el Señor rehusó responder a las
sugerencias satánicas y ser influido por toda otra voz distinta a la de Dios. Su paz abrumó a Satanás. Su
autoridad entonces derribó y aplastó a la mentira, y esto hizo huir a los demonios.
Descansar antes de gobernar
David declaró: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú
estarás conmigo...” (Salmo 23:4). Hay un sitio al caminar con Dios donde simplemente no temeremos el
mal. David se enfrentó a leones, a osos y a un gigante sin ningún temor. En este Salmo permaneció firme en
el valle de sombra de muerte y no temió mal alguno. Como la confianza de David estaba en el Señor, pudo
decir: “...porque tú estarás conmigo...” Como Dios está con nosotros, cada adversidad que enfrentemos se va
a volver bendiciones y victoria a medida que permanecemos en fe. David continuó: “Aderezas mesa delante
de mí en presencia de mis angustiadores...” (Salmo 23:5). La batalla en que estamos, pronto se
convertirá como en un banquete para nosotros, en una experiencia que nos nutrirá y nos construirá
espiritualmente.
Solamente la paz de Dios domará nuestras reacciones carnales en la batalla. La fuente de la paz de Dios es
Dios mismo. El mejor lugar para obtener esa paz es el trono de Dios, pues al trono de Dios lo rodea una paz
perfecta, “...delante del trono había como un mar de vidrio, semejante al cristal...” (Apocalipsis 4:6a).
El mar de vidrio es un símbolo de la verdad que no hay agitaciones, ni ondas, ni ansiedades que perturben a
Dios. El Señor nunca se encuentra preocupado, nunca está en afanes y siempre tiene una respuesta. El mar
que le rodea es perfectamente píano, totalmente calmado. Todas nuestras victorias y nuestra propia paz
fluyen desde allí con El.
Dios es nuestro Padre. La Jerusalén Celestial es nuestra madre, el sitio de nacimiento de nuestra
naturaleza nueva (Gálatas 4:26). Y nosotros, nosotros somos hijos amados de Dios; ya no somos extranjeros
ni advenedizos, somos conciudadanos y miembros de la familia de Dios (Efesios 2:19). Es indispensable tener
la revelación que no debemos luchar por subir a los cielos; en lugar de eso, hemos nacido de nuevo en un
nacimiento espiritual (Juan 3:1-8). Debemos estar firmes y puestos correctamente en nuestra relación con el
Todopoderoso.
A quienes han nacido de nuevo, de lo alto, El dice: “...Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus
enemigos por estrado de tus pies” (Salmo 110:1). Antes de ir a la batalla, reconozcamos que el diablo no
está asustado de nosotros, sino de Cristo que está en nosotros. La Biblia nos dice que Dios nos ha levantado
y nos tiene sentados junto con Cristo en lugares celestiales (Efesios 2:6). De ahí porqué el Espíritu Santo nos
habla de hacer un alto por medio de la adoración antes de responder a la batalla. Coloquémonos en posición
ante la presencia de Dios. Sentémonos a descansar con el conocimiento y la certeza que Cristo ya ha puesto
a nuestros enemigos como estrado para nuestros pies. Desde esta posición de descanso, la Palabra del Señor
continúa diciendo: “Jehová enviará desde Sion la vara de tu poder; domina en medio de tus
enemigos” (Salmo 110:2).
El descanso antecede al gobierno. La paz precede al poder. No busquemos gobernar sobre el demonio a
menos que estemos sometidos al gobierno de Dios sobre nosotros. El punto principal de toda victoria viene
de buscar a Dios hasta que le encontremos y habiéndole encontrado, permitir que su presencia llene nuestro
espíritu con su paz. Aceptemos primero que estamos sentados, en confianza, en seguridad, a su diestra, en
paz y en victoria, y luego gobernemos en medio de nuestros enemigos
2
Parte

E l campo de batalla de la Iglesia

Las otras iglesias en nuestras ciudades no son nuestros enemigos. Debemos aprender a luchar
contra las ilusiones y las contiendas, los temores y los celos, enviados desde el infierno para
dividirnos. Si Jesús eternamente ora por nuestra unidad (Juan 17:20-23), entonces debemos reconocer
que Satanás de manera continua lucha contra esa unidad. El demonio sabe que cuando seamos uno
con Cristo y, por medio de El, uno con los demás, sólo es cuestión de tiempo antes que esta Iglesia
construida sobre Jesús, destruya el imperio del infierno.
8
Capítulo

El Señor cuya espada está desenvainada

De todos los nombres que el Padre Celestial pudo haber dado a su Hijo, lo más significativo fue la
elección del nombre “JESUS”, pues JESUS es la forma griega de la palabra hebrea JOSHUA
(Josué). Josué, como general hebreo, condujo a su pueblo a la guerra. A fin de estar preparados
para mayores victorias, necesitamos una mayor revelación de Jesucristo; necesitamos verle como
se revelará en los últimos momentos de la presente edad: un guerrero santo, vestido para la
batalla.
¿Reconoceremos a Jesús cuando venga?
“Estando Josué cerca de Jericó, alzó sus ojos y vio un varón que estaba delante de él, el cual tenía
una espada desenvainada en su mano. Y Josué, yendo hacia él, le dijo: ¿Eres de los nuestros o de
nuestros enemigos?” (Josué 5:13).
Hay algo en el momento justo antes del mover de Dios, que hace que muchos se pregunten si el Señor en
realidad está a favor o en contra de ellos. El parece que nos enfrentara, muy “distinto” de aquel en quien
hemos aprendido a confiar. Sin embargo, durante los últimos años, esa es exactamente la situación en las
relaciones del Señor con la iglesia. El Señor ha estado de pie ante nosotros, con su espada desenvainada.
Quizás nosotros mismos hemos tenido un tiempo donde la espada del Señor parece como dirigida hacia
nuestro corazón.
Tengamos la certeza que Dios está por nosotros. De hecho, su propósito expreso es liberar esa misma
espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios (Efesios 6:17), por medio de nuestras palabras y oraciones.
Pero antes que la espada del Señor salga por nuestra boca, debe pasar primero por nuestro corazón. Dios
debe confrontar la fortaleza de temor dentro de nosotros, antes que podamos ser efectivos contra el enemigo
en los lugares celestiales.
Pero no nos retiremos, ni nos asustemos por esta nueva revelación del Hijo de Dios, pues es la manera
como Dios comienza nuestro entrenamiento para la batalla. Cuando llegue el tiempo en que estemos
completamente preparados, seremos en su ejército guerreros intrépidos y sin miedo. Sin embargo, en la
actualidad somos un pueblo indisciplinado que no hemos entendido que el día de la batalla se apresta
delante de nosotros. Debemos darnos cuenta que en los últimos tiempos de esta edad, a fin de prepararnos
para la ira de Satanás, a medida que su tiempo se acorta (Apocalipsis 12:12), el Señor Jesús levantará un
ejército al que El se revelará en una forma que no es familiar a la mayoría de los cristianos.
Por esto el profeta dijo: “Jehová saldrá como gigante, y como hombre de guerra despertará celo;
gritará, voceará, se esforzará sobre sus enemigos” (Isaías 42:13). Hemos conocido al Señor como
nuestro Salvador y como nuestro Pastor. Estas revelaciones de nuestro Amado no son menos ciertas porque
se vaya a mostrar un nuevo aspecto de su naturaleza. Simplemente, esta nueva dimensión será
sorprendentemente distinta de las formas como le conocemos hasta ahora. Pero, animémonos porque este
pavoroso Rey Guerrero, con su espada desenvainada, con el grito de lucha en sus labios, es el mismo bendito
Salvador que murió en la cruz por nuestros pecados.
Pero, en verdad, no podemos atenuar el impacto de esta siguiente revelación del Señor Jesús. Nuestro
desaliento inmediato no será en ninguna forma menos dramático, que el que experimentó Josué cuando Jesús
se le apareció en las llanuras de Jericó. Nuestros conceptos temblarán y tendremos que enfrentar temores.
Volvamos de nuevo a Josué y tengamos en mente que Josué conocía al Señor en una forma íntima y
maravillosa en el tabernáculo del desierto. Pero ahora, de pie ante Él, había una nueva revelación de Cristo.
El Señor mismo había venido para llevar a su pueblo a una guerra que implicaba lucha contra gigantes, así
como contra otras naciones mucho más numerosas que los propios israelitas. Al final, esos refugiados de
Egipto y sus hijos del desierto, derrotarían a muchos pueblos más fuertes y más numerosos que ellos
(Deuteronomio 9:1). Iban a hacer hasta lo imposible gracias al poder del Señor.
Josué estaba alarmado, pero tanto Josué como la gente que le acompañaba para esa batalla, estaban más
listos de lo que pensaban. El tiempo en el desierto les sirvió de preparación para la guerra. De modo similar,
el desierto donde hemos estado, no ha sido un castigo, sino un tiempo de entrenamiento y de aprendizaje de
obediencia. Con temor hemos visto la muerte espiritual de líderes de la iglesia que desobedecieron al Señor.
Pero no hemos tropezado sobre su desobediencia; hemos aprendido de ella.
Pero antes que el Señor regrese, quienes han pasado la prueba, y en realidad han aprendido obediencia en
el desierto, recibirán y aprenderán otra revelación: Cristo se les revelará como “Príncipe del Ejército”.
Estarán listos para seguir al Cordero dondequiera que El vaya.
14
‘...Entonces Josué, postrándose sobre su rostro en tierra, le adoró; y le dijo: ¿Qué dice mi Señor
a su siervo? 15 Y el Príncipe del ejército de Jehová respondió a Josué: Quita el calzado de tus pies
porque el lugar donde estás es santo. Y Josué así lo hizo” (Josué 5:14-15).
Esta nueva revelación del Señor es santa. No contradigamos ni critiquemos lo que no podemos entender
completamente. Comenzamos a percibir al Señor tal como es Él, y así como es, así se manifestará en los días
que vienen.
Isaías 42:13 nos dice que en los últimos días, “el Señor Jehová saldrá como gigante y como hombre
de guerra... voceará, se esforzará sobre sus enemigos”. Dentro de las filas de la iglesia que avanza,
Jesús está levantando un grito de batalla. ¿Podemos oír el grito de guerra de Jesús en la intercesión? Hay
una nueva autoridad que se levanta, una nueva generación cuya voz truena con el clamor de la oración
profética. Por medio de la iglesia, Cristo mismo prevalece sobre sus enemigos. Desde luego, las puertas del
infierno no prevalecerán contra la iglesia que Jesús construye (Mateo 16:18). Ha llegado la hora para que la
iglesia crezca en todos los aspectos en El, que es nuestra cabeza, Jesús, el Rey Guerrero, como la Escritura
dice: “...crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efesios 4:15). Esta nueva
revelación de Cristo el Guerrero se manifestará en su cuerpo, así como Cristo el Pastor y como Cristo el
Sanador se ha visto en medio de nosotros. Tal como el carácter de los hebreos cuando dejaron a Egipto, fue
marcadamente distinto en comparación con el de los que llegaron a la tierra prometida y la tomaron, de la
misma manera, muchos de nuestros conceptos de la iglesia se alterarán drásticamente a medida que el
Espíritu de Cristo, el Rey Guerrero, salga de nuestro interior.
9
Capítulo

Cuidado con la fortaleza del amor frío

¿Nuestro amor crece y se hace más blando, más tierno, más brillante, más atrevido y más visible?
O, por el contrario, ¿se ha vuelto más discrimin ador, más calculador, menos vulnerable y
disponible? Este es un hecho muy importante, pues nuestro cristianismo solamente es tan
verdadero como lo sea nuestro amor. Un descenso medible en nuestra capacidad de amar es
evidencia que en nosotros se ha desarrollado una fortaleza de amargura.
Advertencia contra la falta de perdón
“y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará” (Mateo 24:12).
Una de las áreas principales de lucha espiritual que ha venido contra l a iglesia, está en la esfera de las
relaciones. Satanás sabe que una iglesia dividida contra sí misma no puede sostenerse. Podemos gozar de
bendiciones temporales, pero para ganar una guerra que comprenda toda la ciudad, Jesús levanta y edifica
una iglesia que abarque toda la ciudad. Una señal inequívoca de esta iglesia corporativa, unida, vencedora,
será su compromiso con el amor. Pero, debido a la creciente iniquidad en el fin de estos tiempos, el amor
cristiano verdadero sufrirá muchos ataques graves.
No hay unidad espiritual, y por tanto una victoria duradera, sin amor. El amor es una pasión por la unidad.
La amargura, por el contrario, se caracteriza por una notoria falta de amor. Este amor frío es una fortaleza
demoníaca. En nuestra generación este tipo de pensamiento se ha vuelto cada vez más común. La falta de
perdón cierra el poder de la oración e incapacita e impide el flujo de la sanidad y de la extensión. De hecho,
donde haya una falta de perdón persistente y endurecida en una persona o en una iglesia, el mundo
demoníaco (conocido en Mateo 18:34 como los “atormentadores”) tiene acceso sin obstáculos de ninguna
clase.
Las Escrituras advierten que en la vida de una persona puede saltar hasta una raíz pequeña de amargura y
muchos pueden resultar contaminados (Hebreos 12:15). La amargura es una venganza que no se ha
cumplido. La crueldad impensada de otros puede habernos herido muy hondo. Es inevitable que, en un
mundo de crecientes asperezas y de crueldad cada vez mayor, a veces seamos heridos. Pero si fallamos en
reaccionar con amor y perdón, si guardamos en nuestro espíritu la deuda que el ofensor nos debe, esa ofensa
robará de nuestro corazón la capacidad de amar. Imperceptiblemente vendremos a convertirnos en
miembros de la mayoría de cristianos del fin de los tiempos, cuyo “amor se enfría”.
La amargura es un síntoma clásico de la fortaleza del “amor frío”. Para tratar con esto, debemos
arrepentimos de nuestra actitud y perdonar a quien nos haya herido. Esa dolorosa experiencia fue permitida
por Dios para enseñarnos cómo amar a nuestros enemigos. Si no perdonamos a alguien que nos ofendió, en
esa relación hemos fallado en la prueba. Afortunadamente, era sólo una prueba y no un examen final. En
verdad necesitamos agradecer a Dios la oportunidad de crecer en el amor divino. Gracias a él la amargura y
el resentimiento no devoran toda nuestra vida. Millones de almas mueren y llegan al juicio eterno cada día,
sin la posibilidad de conocer cómo escapar de la amargura; pero Dios nos ha dado la respuesta para nuestro
dolor. Dios nos da un camino por delante: amor.
A medida que abrazamos el amor de Dios y comenzamos a caminar en el perdón, en realidad derribamos la
fortaleza de amargura y la manifestación de la obra del amor frío en nuestro corazón. Debido a estas
experiencias, eventualmente tendremos más amor para obrar por medio de nuestra vida de lo que nunca
hemos tenido. En verdad, es indispensable agradecer a Dios.
Amor sin compromiso no es amor
“Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán. 11 Y
10

muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; 12 y por haberse multiplicado la


maldad, el amor de muchos se enfriará ” (Mateo 24:10-12).
Esto debe quedar perfectamente claro: no hay amor sin compromiso. Los cristianos se asustan de
comprometerse entre sí. Cuán a menudo se oye a la gente que dice: “Amé a alguien en alguna ocasión, pero
eso me trajo muchas heridas”. O, “me comprometí con el servicio cristiano, pero abusaron de mí”. Y de esta
manera la gente se retira del compromiso sin darse cuenta que su amor se está enfriando. Puede inclusive
que no parezca que se hayan enfriado, aún van a la iglesia, leen la Biblia, diezman, cantan y parecen como
cualquier cristiano, pero dentro de sí se han vuelvo distantes y se apartan de otras personas. Se han retirado
del amor de Dios.
Jesús dijo: “¡Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay
de aquel hombre por quien viene el tropiezo!” (Mateo 18:7). En nuestro caminar habrá veces en que,
inclusive gente buena, tiene días malos. Mientras vivamos en la tierra, siempre encontraremos tropiezos.
Muchos de estos tropiezos inevitables han sido colocados en nuestra vía por otros. La gente no tropieza
sobre cosas grandes, sino sobre piedritas o cosas pequeñas. Tropezar es dejar de caminar y caer. ¿Hemos
tropezado debido a la debilidad de alguien o por el pecado de alguien últimamente? ¿Nos hemos echado para
atrás y hemos continuado amando, como lo hacíamos antes, o esa caída nos ha hecho retirar y no mostramos
amor como una vez lo hicimos? Para conservar la calidad del amor en nuestro corazón, debemos perdonar a
quienes nos han hecho tropezar.
Cada vez que nos negamos a perdonar o a pasar por alto una debilidad en otros, nuestro corazón se
endurece, no solamente hacia ellos, sino también hacia Dios. No podemos formar una opinión negativa de
alguien (aun cuando la merezca), y permitir que esa opinión cristalice en una actitud. Pues cada vez que
hacemos esto, un aspecto de nuestro corazón se endurecerá hacia Dios. Aun podemos decir que todavía
estamos abiertos a Dios, pero las Escrituras son muy claras: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a
su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a
Dios, a quien no ha visto?” (1 Juan 4:20). Quizás no nos gusta lo que alguien nos haya hecho, pero no
tenemos opción distinta a amarlo. El amor es nuestra única alternativa.
¿Qué significa aquí el término amor? Primero que todo, no significa “amor duro”. Quiere decir amor
persistente, amor abierto, amor suave, amor afectuoso, amor sensible. Con toda seguridad Dios va a ser duro
cuando necesita serlo, y seremos firmes cuando nos diga que seamos firmes, pero bajo nuestra firmeza debe
haber un río de amor que espera para saltar en acción. Con el término “amor” se indica una compasión que
está llena de poder mediante la fe y la oración para ver que lo mejor de Dios surge en aquel a quien amamos.
Cuando tenemos amor por alguien, hemos decidido que vamos a permanecer con él sin tener en cuenta lo
que vaya a suceder de ahí en adelante.
Cada uno de nosotros necesita personas que estén comprometidas con nosotros como individuos. Personas
que saben que no somos perfectos, pero que de todas maneras nos aman. La manifestación del reino de Dios
no vendrá sin que haya personas que estén comprometidas entre sí para alcanzar ese reino, la plenitud de
Dios. No se habla aquí de salvación. Se habla de crecimiento en esa salvación hasta cuando amemos y
estemos comprometidos unos a otros con el amor de Jesús.
Habrá muchos que son salvos, pero pueden también tropezar debido a las pequeñas faltas y a la debilidad
humana, cosas mínimas que el enemigo hará engrandecer y ver como grandes problemas. Esas pequeñas
faltas les hará que se justifiquen y se retiren de la gente. En realidad esos problemas a menudo con un
pastor o una iglesia, son como una cortina de humo para excusar la falta de amor.
Necesitamos vencer nuestra actitud respecto del compromiso, pues nadie alcanzará la plenitud del reino
de Dios en la tierra sin estar comprometido con gente imperfecta a lo largo del camino.
“Bueno, tan pronto como encuentre una iglesia que crea como lo hago, me comprometeré”. Esta es una
excusa peligrosa, porque tan pronto como decidamos que no queremos perdonar o Dios comienza a tratar
con la calidad de nuestro amor, achacaremos nuestro retiro a alguna pequeña diferencia doctrinal
insignificante. El reino de Dios no se basa en simples doctrinas, se fundamenta sobre relaciones, relaciones
con Dios, y a causa de Dios, con los demás. Las doctrinas solamente ayudan a definir esas relaciones. No
estamos en contra de ninguna doctrina. Es decir, no somos “antidoctrinas”, pero sí vamos contra doctrinas
huecas que parecen como virtudes, mas en realidad son sólo excusas para que la gente se retire de los
demás y justificar el amor frío.
Los mayores mandamientos
A Jesús una vez le preguntó un experto en la Ley cuá l era el más grande mandamiento y su respuesta fue
maravillosa. Dijo: 30 “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu
mente, y con todas tus fuerzas... 3 3 Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo...” (Marcos 12:30-31). Jesús dijo que el segundo mandamiento es como el primero. Cuando se ama a
Dios nuestro amor a los otros debe ser como nuestro amor a Dios; el segundo es como el primero. Entre más
amemos incondicionalmente a Dios, más deberemos amar incondicionalmente a otras personas.
Para aquellos cuya actitud es “apenas Jesús y yo” es necesario decir que es maravilloso haber encontrado a
Jesús. Pero no es posible verdaderamente tener a Jesús y simultáneamente no hacer lo que Él dice. El fruto
del amor y de la fe en Jesús es amor en fe como el de Jesús, lo que quiere decir que debemos estar
comprometidos, así como El lo está, con su gente.
Es necesario ver que el reino de Dios no está en nosotros, sino que está corporativamente dentro de
nosotros. Venimos a ser perfeccionados en la unidad (Juan 17). Para tener el reino debemos comprometernos
con otros como individuos y como iglesia. Si Cristo nos acepta mientras aún somos imperfectos, también
debemos aceptar a los demás. Las personas que poseen el reino de Dios en su realidad, son personas que
vencen los obstáculos de las faltas de los demás. Estas personas se ayudan entre sí para llegar a ser lo que
Dios nos ha llamado a ser, el cuerpo viviente de Jesucristo.
Recordemos que la meta de la destrucción de las fortalezas del amor frío es ver la unidad del cuerpo de
Cristo tal como se debe revelar. Seremos desafiados en esto, pero si perseveramos, descubriremos las
alturas y las profundidades, la longitud y la anchura del amor de Cristo. Y nosotros, cada uno de nosotros,
vendremos a ser un cuerpo lleno e inundado con Dios mismo.
10
Capítulo

El don del discernimiento

El Espíritu Santo hablará en sueños, visiones y palabras proféticas, pero mucho de lo que se nos
revele vendrá en verdad por medio de nuestra capacidad para percibir correctamente.Las
Escrituras nos dicen que Jesús percibía los pensamientos de los hombres “en su Espíritu”.De la
misma manera será con nosotros, si nos vamos a mover en el discernimiento espiritual, nuestra
percepción de la vida se debe limpiar de reacciones y pensamientos humanos.
Para discernir no podemos juzgar
El comienzo del discernimiento verdadero no se descubre, sino hasta cuando crucificamos nu estros
instintos para juzgar. Toma muchos meses, y habitualmente años, desarraigar todos los sistemas de
pensamiento que no se hayan plantado en el terreno divino de la fe y el amor por las personas. Para
apropiarnos del discernimiento que está en la “mente de Cristo” (1 Corintios 2:16), primero debemos
encontrar el corazón de Jesús. Su corazón y su amor se resumen en sus propias palabras: “...no he venido a
juzgar al mundo, sino a salvar al mundo” (Juan 12:47).
El discernimiento espiritual es la gracia de ver dentro de lo invisible. Es un don del Espíritu para percibir lo
que está en el espíritu. Su propósito es ver dentro de la naturaleza de lo que está velado. Mas el primer velo
que se debe quitar es el velo de nuestro corazón. Debemos vernos nosotros mismos a la medida de nuestra
necesidad. Pues la capacidad para ver dentro de lo que está en el exterior, viene de Cristo que revela todo lo
que hay en el interior. Jesús pide que entendamos nuestra propia necesidad de su misericordia, de manera
que además de la gracia que hemos recibido, con toda compasión podamos ministrar a otros. En este
proceso descubriremos la depravación y el egoísmo de nuestra naturaleza carnal. Sabremos a cabalidad que
el don de discernimiento no es una facultad de nuestra mente.
Siempre debemos estar conscientes que la meta de Cristo es salvar, no juzgar ni condenar. Somos llamados
a navegar en una angosta y bien escondida vía, dentro de la verdadera naturaleza de las necesidades de los
hombres. Si realmente vamos a ayudarles, debemos recordar que seguimos al Cordero.
Este cimiento se debe poner correctamente, pues si discernimos, no podemos reaccionar. Para percibir,
debemos hacernos ciegos a todo aquello que parece aparente. Los hombres pueden reaccionar contra
nosotros, pero no debemos reaccionar contra ellos. Siempre deberemos permanecer con una naturaleza
perdo- nadora, porque los demonios que expulsemos nos pueden hablar con voces de hombre, y se
disfrazarán como ese mismo hombre. Por esta misma razón Jesús dijo: “A cualquiera que dijere alguna
palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado...” (Mateo 12:32) Jesús estaba preparado en su
corazón para perdonar a los hombres inclusive antes que siquiera hubieran pecado contra El. Sabía que su
misión era morir por ellos, no condenarlos.
No sólo somos llamados a (vivir) la vida de Cristo, sino también a su misión. En efecto, el Señor dijo:
“Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo” (Juan 17:18). Somos llamados a
morir para que otros vivan. Por tanto, debemos darnos cuenta que antes que nuestra percepción se
desarrolle, nuestro amor se debe desarrollar hasta cuando nuestra actitud normal sea la de perdonar. Si Dios
nos va a mostrar el corazón de los hombres y nos va a usar para liberarlos de la cautividad satánica, no
podremos reaccionar a todo lo que digan. A medida que nuestra percepción crece, y viene a ser más como la
del mismo Cristo y se nos revela el corazón de los hombres, ni siquiera podremos reaccionar a cuanto
piensen.
Si no nos movemos en el perdón divino, caminaremos en mucho engaño. Presumiremos de tener
discernimiento, cuando en verdad sólo vemos a través del velo de un “espíritu de crítica”. Debemos vernos
nosotros mismos antes de poder realmente ver a otros. Debemos conocer nuestras debilidades, pues si
somos ciegos a nuestros pecados, lo que pensamos que discernimos en los hombres no será sino el reflejo de
nosotros mismos. Desde luego, si no nos movemos en amor, en realidad vendremos a convertirnos en una
amenaza para el cuerpo de Cristo.
Esta es exactamente la enseñanza de Jesús cuando dijo: 1 “No juzguéis, para que no seáis juzgados. 2
Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será
medido. 3 ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que
está en tu propio ojo? 4 ¿0 cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga
en el ojo tuyo?
5
“¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del
ojo de tu hermano” (Mateo 7:1-5).
El arrepentimiento es quitar las “vigas” dentro de nuestra visión; es el comienzo de ver con claridad. Hay
quienes suponen que reciben el discernimiento del Señor respecto a una y otra cosa, y quizás en algo lo
reciben; solo Dios sabe. Pero hay muchos que simplemente juzgan a los demás y de manera atrevida lo
llaman discernimiento. Jesús ordenó: No juzguéis. La misma mano eterna del Todopoderoso que en el
Antiguo Testamento escribió la ley moral en tablas de piedra (Exodo 31:18), escribe hoy la ley del reino en
tablas de carne. Estas palabras “no juzguéis” son tan inmutablemente finales y definitivas como sus diez
mandamientos. Todavía es DIOS quien habla.
La meta es ver con claridad
La mente carnal, que siempre está juzgando, ve de manera constante la imagen de sí misma en los demás.
Sin darse cuenta que se ve a sí misma, supone que percibe a otros. Jesús se refiere a la persona qiie juzga
como “hipócrita”. El Señor no dice que debamos dejar de pensar respecto de las demás personas. Quiere
que seamos capaces de ayudarnos unos a otros. El énfasis en el mandamiento de Jesús de “no juzguéis,” se
resume en la nota con que construye este mandamiento “...saca primero la viga de tu propio ojo, y
entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7:5). El Señor desea que
podamos ayudarnos entre nosotros mismos. Pero la forma como nos ayudamos no es por medio del juicio,
sino al ver con claridad. Y no vemos con claridad sino hasta cuando hayamos sido lo suficientemente
cuidadosos para ir en un arrepentimiento profundo y verdadero. Hasta cuando el instinto para juzgar según
la carne, sea desarraigado por completo.
Hemos visto que Jesús hizo un paralelo cuando habló a la gente sobre sus pecados, respecto a quitar o sacar
la viga del ojo propio. El ojo es la parte más tierna, más sensible del cuerpo humano. ¿Y cómo vamos a sacar
algo como una paja del ojo de alguien? Con todo cuidado. Debemos ganar la confianza de esa persona. Esto
significa que en forma consistente hay que demostrar una actitud que no juzga, que carece de la
condenación instintiva. Para ayudar a la gente, debemos ver con claridad. Debemos ser capaces de ver
dónde está obstruida la visión de las personas, desarrollar confianza entre ellas y nosotros, y quitarles su
paja, sin juzgarlas ni condenarlas.
Si buscamos tener un corazón que no condene, si en verdad crucificamos nuestros instintos de juzgar,
habremos puesto una base verdadera para recibir el don del discernimiento. Pues, entonces habremos
preparado nuestro corazón para recibir visiones, profecías, sueños y profundidades de Dios que no estarán
teñidos ni por la corrupción ni por el desvío humano.
11
Capítulo

Eliminación del falso discernimiento

Si lo que tenemos que decir a alguien es muy importante, no le permitiremos que continúe en su
trabajo mientras hablamos. Exigimos que la atención no se vaya a distraer. De la misma manera
Dios no habla sino hasta cuando nosotros disminuimos nuestra velocidad, hasta cuando apagamos
todos los aparatos y le damos a El toda nuestra atención. Para caminar en el discernimiento
verdadero, nuestro corazón debe estar callado delante de Dios. Debemos aprender a escuchar.
Dejar el esfuerzo y cono cer
Dios quiere que aprendamos cómo esperar y cómo escuchar. En efecto, encontramos esta orden del Señor
en las Escrituras: “Estad quietos [dejar de esforzarnos], y conoced que yo soy Dios...” (Salmo 46:10).
No podemos ocuparnos en batallas espirituales sin que primero estemos conscientes de Dios y, por su
intermedio, discernir al enemigo. Todo discernimiento verdadero viene de un corazón que ha dejado de
esforzarse, un corazón que sabe, inclusive en la prueba más dura de la lucha personal, que el Señor es Dios.
Pero hay una “estación que produce interferencia” e inhibe nuestro poder de discernimiento. Nuestras
ideas y reacciones nos impiden oír a Dios. Hasta cuando el motor de nuestra mente carnal no se apague, no
vendrá el verdadero discernimiento. Debemos morir a los juicios personales, a los pensamientos de
venganza, a los motivos egoístas y a las decisiones apresuradas. Jesús dijo: “No puedo yo hacer nada por
mí mismo [ por mi propia iniciativa]; según oigo, así juzgo...” (Juan 5:30). El “dejó de tratar”, dejó de
esforzarse”. Debemos aprender a escuchar la voz del Espíritu Santo. A medida que dejemos nuestro
esfuerzo, a medida que escuchemos, juzgaremos y discerniremos.
El amor abundante trae consigo el discernimiento
“Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aun más y más en ciencia, y en todo
conocimiento [discernimiento]” (Filipenses 1:9).
El discernimiento viene de un amor abundante. ¿Qué es el amor abundante? Es el amor que salta de
nosotros hacia los demás. Está motivado por un compromiso a largo plazo; tiene la unción de la caridad
sacrificial.
Hay un discernimiento falso que se basa en la desconfianza, la sospecha, el temor. Lo podremos reconocer
por la frialdad que lo rodea. El falso discernimiento se puede disfrazar de amor, pero no se origina en el
amor, pues resulta de la crítica. En cambio, el discernimiento verdadero tiene raíces muy profundas en el
amor verdadero y es producto del amor.
Imaginémonos un joven de cabellos largos y descuidados. Sus ropas son sucias, malolientes y sus brazos
tienen tatuajes. Oscurece y le vemos en una calle solitaria. Es fácil juzgar a este joven según lo superficial y
lo obvio. Ahora veámoslo, en su mismo aspecto, pero con los ojos de su madre. Aún podemos apreciar su
apariencia exterior, pero al mirarlo, tenemos cierta comprensión de su vida y esperanza por su futuro.
Veremos un niño que crece sin padre, a menudo rechazado hasta por sus amigos. Tendremos hacia este joven
un compromiso que va muy hondo y se sustenta en el amor, pues se ha llevado desde el sufrimiento que se
tuvo al darle la vida.
El discernimiento falso ve lo exterior de una persona o una situación y pretende que conoce el interior. Sus
juicios son falsos porque no se comprometen con la limpieza de la iglesia, ni tienen voluntad para trabajar
por ella. El discernimiento bueno viene de motivos bondadosos. Los buenos motivos tienen sus raíces en un
compromiso de amor.
“No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio” (Juan 7:24).
El juicio justo es el resultado directo del amor. Si no es posible que oremos en amor por una persona o por
la iglesia, no presumamos de tener discernimiento verdadero. El amor precede a la paz y la paz precede a la
percepción. Sin amor y sin paz en nuestro corazón, nuestros juicios usualmente serán muy ásperos. Sin tener
en cuenta la sonrisa en nuestro rostro, nuestro corazón puede tener demasiada ira. El discernimiento falso
siempre es lento para oír, rápido para hablar y pronto para airarse.
La paz debe gobernar nuestro corazón
Hay una tensión subyacente al falso discernimiento, una ansiedad que presiona las ideas, para hacer un
juicio. El discernimiento verdadero sale de un corazón tranquilo y puro que casi se sorprende de la sabiduría
y la gracia al oír la voz de Dios. Nuestros pensamientos siempre estarán coloreados por la actitud de nuestro
corazón. Jesús dijo: “...de la abundancia del co razón habla la boca” (Mateo 12:34). “...de dentro del
corazón de los hombres salen los malos pensamientos... ” (Marcos 7:21) “...los de limpio corazón..
.verán a Dios” (Mateo 5:8). La boca habla del corazón, los ojos ven y la mente piensa. La Biblia dice que:
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23).
La vida, como la percibimos, se basa en las condiciones de nuestro corazón. Esto es muy importante
porque los dones del Espíritu deben pasar por nuestro corazón, antes de ser presentados al mundo que nos
rodea. En otras palabras, si nuestro corazón no es justo, los dones tampoco lo serán.
Cuando el corazón tiene inquietud, no puede oír de Dios. Por consiguiente, debemos aprender a desconfiar
de nuestros juicios cuando nuestro corazón tiene amargura, ira, codicia o alberga discusiones o contiendas
por cualquier motivo. Las Escrituras dicen que la paz de Dios debe gobernar (actuar como árbitro) en
nuestros corazones (Colosenses 3:15). Para oír de Dios con toda claridad, debemos tener paz.
Salomón escribió: “Más vale un puño lleno con descanso, que ambos puños llenos con trabajo y
aflicción de espíritu” (Eclesiastés 4:6). Hay demasiado trabajo, demasiado afán, demasiada fatiga en
nuestra mente, demasiada aflicción de espíritu tras la brisa. Si queremos discernimiento debemos ser
calmados. Esto no es un estado pasivo de mente, sino un esperar expectante, que se enfoca en Dios. El
discernimiento viene de nuestra sensibilidad a Cristo en el ámbito del Espíritu Santo. Resulta del amor de
nuestras motivaciones, la paz en nuestro corazón, y en el corazón y en la mente una actitud equilibrada de
espera hacia Dios. Por medio de una vida así preparada por Jesús, se revela el don del discernimiento
verdadero y real.
12
Capítulo

Reparadores de portillos

“Y los tuyos edificarán las ruinas antiguas; los cimientos de generación y generación levantarás, y
serás llamado reparador de portillos, restaurador de calzadas para habitar” (Isaías 58:12).
La reunión de los santos
Casi todos los cristianos verdaderos comparten una doctrina llamada el “rapto de la Iglesia” (1
Tesalonicenses 4:16-17). En esta enseñanza, la iglesia es arrebatada para encontrar al Señor en las nubes.
Desde luego, esto sucederá a la final trompeta (1 Corintios 15:52). Y mientras el estudio y las discusiones
rodean el tiempo de este hecho, la Biblia nos asegura que tendrá lugar antes que el mismo Jesús regrese. Sin
embargo, antes que así suceda, habrá una época extraordinaria de gracia donde la iglesia viviente de
Jesucristo, se “prepara como una esposa” (Apocalipsis 19:7). En este período sin paralelo de preparación,
quienes estén vivos en Cristo alcanzarán un nivel tan santo y tan intachable como el que tuvo Jesús, y que El
quiere para la iglesia, donde ésta viene a ser santa y sin mancha, irreprensible (1 Tesalonicenses 3:11-13;
Efesios 5:26-27; Filipenses 1:9-10).
El resultado de este nuevo nivel de santidad será un nivel nuevo de unidad. Desaparecerán la murmuración
y el hallar faltas. En su lugar habrá intercesión y amor. La sanidad regresará a la iglesia. Esto también
significa que las ambiciones, contiendas y divisiones que hoy vemos entre las diversas comunidades, se
identificarán como pecados, de los cuales habrá que arrepentirse antes de la segunda venida del Señor.
La verdad de este mensaje debe quedar bien clara, porque casi todos los cristianos consideran que la
unidad dentro del cuerpo de Cristo es inconcebible antes del regreso de Jesús. No han podido discernir ni
luchar contra el espíritu del anticristo que ha condicionado a los creyentes para que acepten las divisiones y
el sectarismo dentro de la iglesia. Pero debemos saber por la Palabra del Señor (1 Tesalonicenses 3:11- 13;
Efesios 5:26-27; Filipenses 1:9-10), que la iglesia que será arrebatada, ha de ser una iglesia libre de
contiendas y de divisiones carnales.
Durante el arrebatamiento nuestro cuerpo cambiará. Pero nuestro carácter, es decir, la esencia de quienes
hemos venido a ser, permanecerá lo mismo, sin cambio. No habrá pesares ni admirarse de “cómo los de esa
iglesia lo hicieron”, porque la novia viviente será una iglesia construida en la unidad del amor, que se reúne
en locales o edificios separados, pero donde se sirve y se adora a un solo Jesucristo. Los verdaderos
discípulos del Señor se conocerán por su intenso y santo amor entre sí, no solamente en sus congregaciones
individuales, sino también dentro del contexto de una iglesia que comprende a toda la ciudad.
También es significante que el término escritural para el rapto sea “juntar, reunir, congregar”
(2Tesalonicenses 2:1; Mateo 24:31, etc.). Lo que al final se consumará en nuestra reunión juntos físicamente
en uno, con el Señor, ya está comenzando a acontecer ahora espiritualmente con El dentro de su cuerpo.
Respecto al “fin del siglo” Jesús enseñó que los “peces buenos” serán “recogidos en cestas” (Mateo
13:47-48). Asimismo, en el contexto de la batalla espiritual, sus labios dijeron: “El que no es conmigo,
contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Mateo 12:30).
Este proceso separatista y divisor de las ovejas del Señor ha tenido lugar durante un tiempo demasiado
largo. Jesús entregó su corazón para traer sanidad y unidad a su cuerpo. En este aspecto, por medio de su
profeta, el Espíritu Santo hizo una sombría advertencia: “¡Ay de los pastores que destruyen y dispersan
las ovejas de mi rebaño!...” (Jeremías 23:1). ACristo no le agradan las divisiones carnales de su cuerpo.
Obviamente habrá un tiempo de sanciones, y viene pronto, donde el Señor habrá de castigar a esos pastores
que continúan en la construcción de sus reinos, sin que se reúnan con otros para levantar el reino de Dios. A
ellos les dice: “...yo castigo la maldad de vuestras obras...” (Jeremías 23:2).
Asimismo, en el Nuevo Testamento, el Señor expone con toda claridad su meta y su objetivo: “También
tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un
rebaño y un pastor ” (Juan 10:16). También reveló que la naturaleza de pastores asalariados permite al
lobo arrebatar las ovejas y dispersarlas. Pero su promesa a sus ovejas es así: 3 “...yo mismo recogeré el
remanente de mis ovejas de todas las tierras...y las haré volver a sus moradas; y crecerán y se
multiplicarán. 4 Y pondré sobre ellas pastores que las apacienten; y no temerán más, ni se
amedrentarán, ni serán menoscabadas... ” (Jeremías 23:3-4). Al final los pastores de la Iglesia de Cristo
serán subpastores del Señor Jesús; serán ungidos para reunir y recoger su remanente y bajo esa unción las
ovejas crecerán y se multiplicarán.
Precisamente ahora, en el contexto de humillarnos y someter nuestro corazón a su voluntad, participamos
en ser “reunidos juntos”, y ese proceso aumentará progresivamente hasta cuando las barreras entre
hermanos se derritan por el calor y la naturaleza vencedora del amor de Cristo que vive en nosotros. Antes
de la segunda venida del Señor, seremos verdaderamente “un rebaño con un pastor”. Seremos un rebaño
santo e intachable que se reúne en edificios o locales diferentes, pero bautizados en un solo cuerpo.
No critiquemo s las brechas, reparémoslas
3
“Así ha dicho Jehová el Señor: ¡Ay de los profetas insensatos, que andan en pos de su propio
espíritu, y nada han visto! 4 Como zorras en el desierto fueron tus profetas, oh Israel. 5 No habéis
subido a las brechas, ni habéis edificado un muro alrededor de la casa de Israel, para que resista
firme en la batalla en el día de Jehová” (Ezequiel 13:3-5).
Dios necesita personas que, cuando vean una grieta en el muro que rodea a la iglesia, suban a las brechas
y reconstruyan el muro, de manera que la iglesia permanezca firme en el día de la batalla. En toda ciudad,
pueblo y aldea, necesitamos a las otras iglesias, si queremos resistir firmes en el día de la pelea.
Quizás se pueda pensar: “No entiendes, tengo la revelación del tiempo final del mover de Dios. Esas
iglesias escasamente creen en Jesús”. La Biblia nos dice que: “...sin discusión alguna, el menor es
bendecido por el mayor” (Hebreos 7:7). Si en verdad somos mayores que ellos, siempre buscaremos quitar
temores, calmar tensiones, bendecir a otras iglesias y construir el cuerpo de Cristo. Nuestro amor, a
semejanza del de Jesús, expulsará miedos. Verdaderamente tendremos una carga por ver edificado todo el
cuerpo de Cristo, no tan solo nuestra congregación local. Con razón el Señor dijo:
“...Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos” (Marcos 9:35).
Si una iglesia en nuestra ciudad se adhiere a Jesús y lo confiesa, nos necesitamos unos a otros para
completar la obra de Dios allí. Encontremos los caminos a fin de unirnos con otros para la oración diaria o
semanal en la mañana. Vamos a quedar sorprendidos al ver cómo Dios ha preparado a los demás. No
vayamos con una actitud de enseñar o dirigir, sino con amor y servicio. En esto, Dios no busca líderes, sino
seguidores de nuestro Señor Jesucristo.
Si no nos ajustamos a la voluntad de Dios, seremos incapaces de permanecer firmes contra el enemigo.
Claro está que el día en que vivimos no es un día de paz, es un tiempo de guerra. Dios nos está juntando no
solamente con El, sino también con otros, pero también contra las fuerzas espirituales de maldad en toda
región. Por tanto, las brechas que haya entre nosotros se deben llenar, se deben reparar los muros, y
debemos juntos aprender a permanecer firmes en el día del Señor.
Seamos el pueblo
No necesitamos ir a la universidad para encontrar fallas en la iglesia. De hecho, si recordamos bien, debimos
encontrar fallas en la iglesia antes de ser cristianos. No necesitamos ser muy hábiles para encontrar fallas,
pero si queremos ser como Cristo, tenemos que morir por los pecados del pueblo. Tenemos que ser
intercesores que se paren en la brecha. La “brecha” es la distancia que hay entre la forma como las cosas
son y la manera como deberían ser . Permanezcamos firmes en ese espacio, expulsemos al acusador de los
hermanos e intercedamos por ellos. ¿Hemos visto algo que es necesario cambiar? Eso es solamente porque
Jesús quiere que permanezcamos firmes en la brecha y veamos que se cambie. Esa es la única razón.
Algunos de nosotros hemos clamado por años: “¿Dónde están los hombres que nos llevarán a la plenitud de
Cristo?” Hemos supuesto que Dios tenía otros en mente para sus propósitos. Quizás hemos estado buscando
líderes que se paren firmes en el agua mientras enseñan. Sin embargo, Dios dice: “Ustedes son los hombres
o mujeres a quienes los otros buscan”. Debemos ser los pacificadores, los hijos de Dios que traen sanidad y
orden a la iglesia. Eso es una batalla, pero como somos hijos de Dios lo haremos.
La responsabilidad está sobre cada uno de nosotros como individuos. Hay un tremendo trabajo por delante,
pero el mismo Espíritu Santo ha prometido: “Y los tuyos edificarán las ruinas antiguas; los cimientos
de generación en generación levantarás, y serás llamado reparador de portillos, restaurador de
calzadas para habitar” (Isaías 58:12).
Pongamos nuestra vida bajo un compromiso de fe, de tal calidad que en el espacio de nuestra existencia en
esta tierra y en nuestras comunidades, la iglesia corporativa de Jesús sea restaurada, unida y santa.
13
Capítulo

El ejército de adoradores de Dios

Cuando las Escrituras se refieren a las “huestes celestiales”, usualmente pensamos en “coros de
ángeles”. La palabra “hueste” en la Biblia, significa “ejército” (Lucas 2:13). Percibamos que las
huestes de los cielos son ejércitos de adoradores. Obviamente nadie puede hacer batalla si no es
primero un adorador de Dios.
El principi o central en la tribulación: Adoración
Uno no tiene que penetrar profundamente en el Apocalipsis de Juan para descubrir que Dios y el demonio,
ambos buscan adoradores (Apocalipsis 14:7; 7:11; 13:4; 14:11). Una y otra vez hay una línea divisoria, entre
quienes “adoran a la bestia y a su imagen” y quienes adoran a Dios.
Démonos cuenta de antemano que, en la gran batalla final, antes de la segunda venida de Jesús, el
resultado de toda la vida del hombre se pesará en la balanza de la adoración: en medio de las luchas y de la
guerra, ¿delante de quién nos inclinaremos, ante Dios o ante Satanás?
Sin embargo, mientras esta contienda ha de culminar en el establecimiento del Reino de Dios sobre la
tierra (Apocalipsis 11:15), debemos darnos cuenta que la esencia de cada batalla, de cada pelea que
enfrentamos hoy es el mismo tema: ¿Seguiremos siendo sinceros en nuestra adoración de Dios, inclusive en
medio de las tentaciones y de los asaltos satánicos? La adoración verdadera debe brotar ahora en el contexto
de nuestra vida diaria, pues nadie adorará en las grandes batallas de mañana, si se queja en las simples
escaramuzas de hoy.
Recordemos que el llamado de Dios a los israelitas fue que le adoraran y le sirvieran en el desierto (Éxodo
5:3; 7:16).Cuando Moisés primero habló a los israelitas de la preocupación del amor de Dios, “...se
inclinaron y adoraron...” (Éxodo 4:31). Pero cuando las pruebas y las presiones vinieron sobre ellos,
cayeron rápidamente en murmuración, en queja y en franca rebeldía. Su adoración era por entero
superficial; simplemente era una forma de culto exterior, sin que tuviesen corazón de adoradores.
Esta misma actitud de adoración superficial prevalece en el cristianismo hoy. Si se da un mensaje que
habla del gran cuidado de Dios acerca de su pueblo, nos inclinamos y adoramos a Dios. Pero inmediatamente
cuando se levantan las presiones diarias de la vida, o cuando las tentaciones vienen, entonces nos rebelamos
contra Dios y resistimos el trato del Señor. El enemigo tiene un fácil acceso al alma que no está protegida
por la verdadera adoración a Dios. El propósito de Dios en el desierto, antes de entrar a la tierra prometida,
era perfeccionar la verdadera adoración, que se basa sobre la realidad de Dios, no sobre las circunstancias.
El Señor sabe que el corazón que le adora en el desierto de la aflicción, continuará adorándole en la tierra
prometida de la plenitud.
Sin adoración verdadera a Dios, no puede haber victoria en la batalla. Todo lo que sangremos bajo el asalto
satánico o bajo las circunstancias difíciles da la verdadera medida de nuestra adoración. Es necesario ver
que todo cuanto sale de nuestro corazón en los tiempos de prueba, se encontraba en nosotros, pero
escondido durante los tiempos fáciles. Si somos verdaderos adoradores, cuando Satanás venga contra
nosotros, de nuestro espíritu brotará la adoración a Dios, sin que importe la batalla a que estemos
enfrentados. En la guerra, la adoración es un muro de estabilidad alrededor del alma.
Protejamos nuestro corazón por medio de la adoración
Casi todos n osotros comprendemos la dinámica básica del alma humana. Se nos ha enseñado, y es correcto,
que “el alma es la combinación de nuestra mente, voluntad y emociones”. Hablando en una forma general,
cuando el enemigo ataca a la iglesia, tiene como su blanco una de esas tres áreas. Por tanto, debemos ver
que la protección de ellas tiene importancia vital en el éxito de nuestra lucha y de nuestra guerra contra
Satanás.
Para comprendernos y para entender mejor cómo viene el demonio contra nosotros, agreguemos algo a la
definición del alma. En términos muy amplios, la esencia de quienes somos está hecha de experiencias y de
nuestras respuestas subjetivas a esos sucesos. Lo que hoy somos es la suma de cuanto hemos encontrado en
la vida, y de nuestras subsecuentes reacciones. Nuestra naturaleza actual resulta de cuántas veces nos
hemos apartado de los maltratos, así como de las ocasiones en que nos hemos abierto al valor. Nuestra
reacción a cada suceso, ya sea negativa o positiva, se ha derramado en la médula creadora de nuestra
individualidad, donde se mezcla en la naturaleza de nuestro carácter.
Lo que llamamos “memoria” es en verdad la forma como nuestro espíritu contempla la esencia de nuestra
alma. Y, al depender de esas reacciones, nuestra personalidad ha venido a ser valiente o tímida, confiada o
ansiosa, etc. Con pocas excepciones, desde luego, el impacto que la vida ha tenido sobre nuestra memoria,
es la medida de cómo los hechos han dado forma a nuestra alma. Porque recordamos la esencia de nosotros
mismos. Los sucesos que más recordamos, son los que nos han moldeado al máximo. Claro está que la razón
para que nuestra mente no pueda olvidar ciertos hechos, es porque esas experiencias, literalmente, se han
convertido en parte de nuestra naturaleza.
Somos como el pasado nos haya hecho. Sin embargo, se nos ordena “...no mirar atrás” y “olvidar las cosas
que quedaron atrás” (Lucas 9:62; Filipenses 3:13; Hebreos 11:15). Con Dios esto es posible, porque aunque
los hechos de nuestras vidas sean irreversibles, nuestras reacciones y respuestas a esos sucesos aún se
pueden cambiar. Y a medida que nuestras reacciones cambien, nosotros cambiaremos. En otras palabras,
aun cuando no podemos alterar el pasado, podemos poner nuestro pasado sobre el “altar” como un acto de
adoración. Un corazón adorador verdaderamente permite a Dios restaurar el alma.
Todos nosotros recibimos una porción tanto de bien como de mal en este mundo. Pero para que la vida sea
buena, Dios, que es la esencia de la vida, debe profundizar en nuestras experiencias y debe redimirnos de
nuestras reacciones negativas. La vía por medio de la cual Dios se extiende a sí mismo hasta en nuestro
pasado, es nuestro amor y adoración de El.
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien.. .” (Romanos 8:28a). La
clave para el cumplimiento de este versículo es que seamos adoradores de Dios y amantes de Dios en
nuestro espíritu. Cuando somos dados a amarle, todo lo que hemos pasado en la vida, se lava en ese amor, se
redime y se hace bueno en nosotros.
Por consiguiente, es esencial, tanto para la salvación de nuestra alma como para la protección en la batalla,
que seamos adoradores. Porque el bote que nos lleva con toda seguridad a través de las adversidades, es la
adoración.
Las Escrituras expresan en alabanza a Dios el efecto maravilloso que tiene la adoración en el alma del
hombre: 5 ‘Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas, en cuyo corazón están tus
caminos. 6 Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente, cuando la lluvia llena los
estanques” (Salmo 84:5-6). Si perpetuamente alabamos a Dios (Salmo 84:4), nuestra adoración de Dios
transformará el asalto negativo del enemigo en una fuente de agua que nos refrescará. No importa lo que le
suceda al adorador, “su valle de lágrimas” siempre se convierte en una fuente que está cubierta con
bendiciones. No podemos hacer una guerra con éxito, ni pasar con seguridad por el desierto de esta vida sin
que primero seamos adoradores de Dios.
Adoración: el propós ito de la creación
Fuimos creados para el placer de Dios. No fuimos creados con el fin de vivir para nosotros mismos, sino
para Dios. Y mientras el Señor desea que gocemos de sus dones y de la gente que El nos da, quiere que
sepamos que fuimos creados en primer lugar para su gozo. En estos momentos finales de los siglos, el Señor
tendrá un pueblo cuyo propósito para vivir es agradar a Dios con su vida. En ellos Dios encuentra su propia
recompensa por crear al hombre. Son los adoradores suyos. Están sobre la tierra sólo para agradar a Dios y
cuando El se agrada, ellos también se agradan. El Señor les lleva más lejos, quizá por medio de más dolor y
conflicto que a cualquier otro. En lo exterior, a menudo parecen, como el siervo de Jehová: herido de Dios y
abatido” (Isaías 53:4). Pero para Dios, son sus elegidos. Cuando son aplastados, como los pétalos de una
flor, de ellos brota la adoración, cuya fragancia es tan hermosa y rara, que los ángeles lloran en admiración
callada por su entrega. Son el propósito de Dios para la creación.
Se podría pensar que Dios los protegería guardándolos de tal forma que nunca fuesen maltratados. En
lugar de eso son más estropeados que los otros hombres. De hecho, parece que el Señor se agradara en
aplastarlos, y en colocarlos en situaciones de dolor. ¿Por qué? Porque en medio de su dolor físico y emocional
su lealtad a Dios crece pura y perfecta. Y al enfrentar las persecuciones, su amor y adoración por Cristo se
convierten en algo que todo lo consume.
Ojalá que todos los siervos de Cristo fuesen tan perfectamente rendidos, que Dios pudiese encontrar placer
en todos nosotros. Pero a medida que los días del Reino se acercan y que aumenta la batalla del final de esta
edad, quienes han sido elegidos para adorar al Todopoderoso, saldrán adelante en el poder y en la gloria del
Hijo. Con las más excelsas alabanzas de Dios en su boca, ejecutarán sobre sus enemigos el juicio decretado
(Salmo 149:9). Dirigirán como generales en el ejército de adoradores del Señor.
14
Capítulo

Derribar al acusador de nuestros hermanos

Uno puede preguntars e ¿cómo vendrá el reino de Dios y qué clase de personas lo poseerán? El
reino se verá en quienes motivados por el amor, conocen el poder de la oración. Pues cuando ven
una necesidad, en lugar de juzgarse entre sí. interceden hasta cuando son edificados en todos los
aspectos en Cristo Jesús, que es su cabeza.
Cómo viene el reino
“...Ahora ha venido la salvación, el poder, y el re ino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo;
porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de
nuestro Dios día y noche” (Apocalipsis 12:10).
Hay un punto verdadero en el tiempo cuando la salvación, el poder y el reino de Dios, así como la autoridad
de Cristo, se manifiestan en la tierra. Mientras esperamos pacientemente el cumplimiento de ese hecho
glorioso, el espíritu de esta realidad eterna se puede poseer en el mismo momento en que un pueblo decide
caminar libre de críticas y de hallar faltas, y vuelve sus ojos hacia la pureza, el amor y la oración unos por
otros.
Hay procedimientos ordenados por Dios para iniciar la corrección dentro de una iglesia. Estas correcciones
se deben hacer según uno de los modelos escritúrales: “...si alguno fuere sorprendido en alguna falta,
vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti
mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gálatas 6:1). Nuestro motivo debe ser: restaurar. Las
acusaciones contra un anciano ni siquiera se deben admitir, excepto con base en dos o tres testigos (1
Timoteo 5:19). Los “testigos” que aquí se mencionan son testigos oculares, no los llamados “testimonios
espirituales” que alguien, muy aparte de los hechos reales y visibles, alega haber recibido. Con demasiada
frecuencia, a estos supuestos “testigos” los envía el infierno para destruir la armonía de una iglesia con
rumores, murmuraciones y chismes.
Si se ignora el enfoque escritural para rectificar una situación, se abre la puerta al hallar faltas, a las
críticas carnales, a la chismografía y al juicio, pruebas del ataque a la iglesia por parte del “acusador de los
hermanos”. Cuando obran estos pecados, se obstaculiza el movimiento del Espíritu Santo: las salvaciones
disminuyen, el poder es mínimo y se pierde la autoridad. Una iglesia así está en serio peligro.
Para ser verdaderamente ungido y llevar las correcciones de Cristo a una iglesia, debemos tener la unción
de los motivos de Jesús. Las Escrituras son muy simples: el Señor vive siempre para interceder por los
santos (Romanos 8:34; Hebreos 7:25). Dios no nos llama a juzgar a los demás, sino a orar unos por otros. Si
vemos una necesidad en el cuerpo de Cristo, debemos interceder y no tan sólo criticar.
Nuestro patrón debe seguir el de Cristo para edificar y restaurar, y no convertirnos en el eco del acusador
de los hermanos para ser apenas “halla faltas”.
Hace muchos años pertenecí a una buena organización cristiana que tenía una visión verdadera de Dios
pero, al mismo tiempo, varios problemas serios. En ese tiempo pastoreaba una pequeña iglesia, y sentí que
debería dejar el grupo por todo lo que estaba mal. Juntos, la iglesia y yo comenzamos a buscar al Señor con
períodos de ayuno hasta de cuarenta días. Al final de ese tiempo, tomé mi lista de quejas y sosteniéndola
delante de Dios (con mucha autojustificación), oré así: “Señor Jesús, mira estas cosas por las que te estamos
pidiendo. ¿Qué vamos a hacer?”
Inmediatamente el Señor contestó: “¿Has visto esas cosas?”*
-“Sí, Señor. He visto sus pecados”.*
A esto Jesús dijo: “También yo, pero di mi vida por ellos; ve y haz lo mismo”. Desde ese día en adelante,
encontré la gracia del Señor para buscar ser una fuente de vida y oración dondequiera que sirviese a Dios.
A medida que maduramos en Cristo, descubrimos que siempre serviremos en iglesias donde las cosas
andan mal. Nuestra respuesta a cuanto vemos, define en verdad cuán semejantes a Cristo hemos venido a
ser, y mide la espiritualidad en la que realmente caminamos. Si observamos debilidades en el cuerpo de
Cristo, nuestro llamado es suministrar fortaleza. Si vemos pecado, nuestra respuesta debe ser un ejemplo de
virtud. Cuando descubrimos temores, debemos impartir valor. Nuestro llamado es ir al lugar de intercesión y
permanecer allí, en súplica, con toda firmeza, hasta cuando el cuerpo de Cristo sea completamente
reconstruido y afirmado en esa área particular.
¿Está el demonio en el trono de Dios?
Efesios 2:6 dice que Dios nos resucitó y que estamos sentados juntamente con Cristo en los lugares
celestiales. Entendamos que mientras nuestro cuerpo y alma están bastante fijos aquí en la tierra, por
medio del ministerio del Espíritu Santo, nuestro espíritu ha sido levantado y se encuentra en compañerismo
directo con Cristo en el cielo. Desde esta posición podemos denodadamente, con toda firmeza, acercarnos al
trono de la gracia de Dios, y entrar a través del velo en el verdadero lugar santísimo (Hebreos 4:16; 10:19-
20; Mateo 5:8; Colosenses 3:1-5).
En las Escrituras hay muchos versículos que apoyan la realidad de esta posición de estar sentados con
Cristo. Es importante que entendamos este concepto, pues vamos a examinar una doctrina que ha sido
fuente de confusión para muchos santos: ¿Está Satanás también en el cielo? ¿Realmente está en pie ante el
trono de Dios?
Al estudiar el Capítulo 4 del Apocalipsis, en la descripción del trono de Dios, veremos que allí no hay
ningún espíritu del mal. En el cuadro de la Jerusalén Celestial en Hebreos 12:18-29, tampoco vamos a
encontrar a ningún demonio en los cielos.
Para mayor énfasis sobre este punto, durante una reunión de oración en Toronto, mientras estábamos en
adoración profunda ante el Señor, el Espíritu Santo, nos dio a cada uno de nosotros, en grados variables, una
visión de la Jerusalén Celestial. Allí no había muerte ni oscuridad. Todo estaba vivo y tenía la luz de la
presencia de Dios dentro de sí. No sólo no había necesidad de sol, ni de otra luz, sino que no había sombras
por ninguna parte. En esta experiencia hubo también gran cantidad de otros aspectos, pero el punto
pertinente es que allí no había ni un solo demonio.
Entonces, ¿dónde esta el diablo? De hecho, una vez que Dios lo juzgó, está recluido para siempre, junto
también con todas las legiones de sus ángeles malignos “...bajo oscuridad en prisiones eternas...” (Judas
6). Satanás es prisionero de las tinieblas. Pensar que el Padre Celestial —que es luz y en quien no hay
ningunas tinieblas (1 Juan 1:5b)— apruebe la intromisión del demonio en la adoración eterna, para acusar
a la misma iglesia por la que su Hijo dio la vida, es inimaginable.
Si esto es así, ¿cómo se explican las Escrituras donde se lee que el demonio está en el cielo? Antes,
debemos entender que en la Biblia hay tres regiones que reciben el nombre de “cielo”. El primero, y más
comúnmente identificado así, es el eterno domicilio de los benditos; la morada celestial de la Trinidad, los
ángeles y los redimidos. Luego, la palabra “cielo” se usa para describir el firmamento, p.e., en el Salmo 19:1.
Pero cuando la Palabra de Dios dice que Satanás está en las “regiones celestes” o “cielo” (Efesios 6:12;
Apocalipsis 12:10-11; Lucas 10:18), se refiere a una relativamente desconocida dimensión de la vida, el reino
espiritual.
Este “cielo” que está inmediatamente alrededor de la conciencia del hombre, es el territorio “espiritual”
desde donde el demonio busca controlar al mundo. Sería una necedad presumir que sabemos más de lo que
conocemos sobre esta dimensión, pero sí tenemos seguridad en esto: desde aquí Satanás libra su guerra
contra la iglesia.
Si es cierto que el diablo no está en el más alto de los cielos, ¿entonces cómo acusa a los santos ante el
trono de Dios? Se comenzó esta sección diciendo que Cristo ha colocado nuestro espíritu en El, delante del
trono de su Padre. Mientras nuestro espíritu nos une con Dios, nuestro cuerpo y nuestra alma está aquí en la
tierra. Aunque el demonio no tiene un acceso inmediato a Dios, sí tiene acceso a nuestros pensamientos y
palabras. Cuando albergamos actitudes de simpatía hacia el hallar faltas, cuando justificamos la
murmuración y la crítica negativa, en realidad le permitimos a Satanás que utilice nuestros labios para
acusar a los santos delante de Dios.
Hemos supuesto equivocadamente que nuestras murmuraciones dichas en la oscuridad, permanecen
ocultas inclusive a Dios. Debemos damos cuenta que, de acuerdo con la Biblia: “...no hay cosa creada que
no sea manifiesta en su presencia; antes bien, todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos
de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13). Además, el mismo Señor enseñó que: “...todo
lo que habéis dicho en tinieblas, a la luz se oirá; y lo que habéis hablado al oído en los aposentos,
se proclamará en las azoteas” (Lucas 12:3). Claro está que Dios que es la luz, oye la voz del acusador,
inclusive hasta en las más secretas confidencias que se vierten en los oídos de los cónyuges.
Guardemos nuestra lengua
Mucho de lo que el Padre suministra al cuerpo de Cristo, lo suple por medio de nuestras confesiones. Esta no
es simplemente nuestra confesión premeditada, “positiva,” que se expresa en oración. Consiste en todo
aquello que sale de nuestra boca. ¿Acaso el propio Señor Jesús no dijo que los hombres serían juzgados por
“...toda palabra ociosa...” que hablasen? (Mateo 12:36).
Nuestra palabra es el fluir de la condición de nuestro corazón. Cristo, como el “...sumo sacerdote de
nuestra profesión...” (Hebreos 3:1), toma nuestras palabras, de fe o de incredulidad, y nos las pone en la
vida eterna, en proporción con ellas. Cuando nuestra lengua carece de freno, la Biblia nos dice que nuestra
confesión negativa: “...contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación...” (Santiago 3:6).
Si nos sostenemos unos a otros, si nos amamos unos a otros, si nos cubrimos unos a otros, experimentaremos
mucho crecimiento y una protección muy grande. Sin embargo, si hallamos faltas, si criticamos y llevamos
cuentos o chismes, la voz del acusador se va a manifestar ante el trono de Dios, en los cielos, y seremos
juzgados por nuestras palabras necias y malas. Dios mirará lo que hemos dicho y nos va a dar realmente de
acuerdo con eso.
En consecuencia, debemos llegar a entender que cada uno de nuestros pensamientos, e inclusive nuestras
charlas más íntimas con los hombres, son oraciones que ofrecemos al Padre que ve todas las cosas de
manera continua y en lo secreto. Estas oraciones que no llevan una dirección específica, son tan parte de
nuestra confesión como las que dirigimos directamente a nuestro “querido Padre Celestial”, y tienen de
manera exacta y precisa el mismo tipo de influencia. Por tanto, nuestras palabras sobre los demás, así como
las que nos dirigimos unos a otros, deberían llevar en ellas el mismo sentido de reverencia como cuando
hablamos con Dios. Porque El, sin duda alguna, escucha.
¿Otras lenguas o lenguas de fuego?
Es muy significativo que cuando el profeta vio a Dios, no sólo no había ningún diablo en los cielos, sino que
se sintió culpable debido a sus palabras. En efecto, dijo: “—¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo
hombre inmundo de labios, y habitando en medio de un pueblo que tiene labios inmundos, han
visto mis ojos al Rey...” (Isaías 6:5). El hecho es que nuestras críticas hacia todas las demás personas, se
convierten en la voz de Satanás para acusar a los santos delante de nuestro Dios.
Los labios de Isaías quedaron limpios cuando los tocó un carbón encendido que se tomó del altar de Dios.
Entre más nos acerquemos verdaderamente a Dios, mucho más nos sentiremos culpables por nuestras
palabras impuras y sucias. Cuando el Espíritu Santo se manifestó sobre Jesús, vino simbólicamente en forma
de paloma. Pero cuando se reveló en Pentecostés, apareció como lenguas de fuego. Ciertos segmentos del
cristianismo han hecho del “hablar en lenguas” un signo de la llenura del Espíritu Santo. Pero el hecho debe
ser no sólo hablar en lenguas extrañas, sino lenguas de fuego; lenguas que han sido purificadas por el fuego
del altar de Dios, lenguas limpias de hallar faltas y limpias de críticas.
Derribar al ac usador
“Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos,
y menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Apocalipsis 12:11).
En lugar de hablar sobre los pecados de las personas y sobre las faltas que vemos en los demás, debemos
pedir a Dios la gracia de ver satisfechas nuestras necesidades comunes. Instintivamente, debemos entrar
entonces en la intercesión de Cristo, y llenos de pasión interceder por quienes Jesús murió. En Apocalipsis
12 vemos cómo vencieron al acusador de los hermanos.
Miremos cada uno de los aspectos de esta victoria en forma separada:

1. La Sangre del Cordero. Espiritualmente fluye una misma sangre por todos nosotros, y nos hace
literalmente un solo cuerpo, donde se comparte una fuente de limpieza y una fuente de vida. Una
misma sangre nos hace una misma familia: comprados por sangre y parientes de sangre. La sangre
paga nuestra redención y en el ataque del acusador, desarma sus acusaciones. La sangre nos
establece en una actitud de mansedumbre, más que en una actitud de autojusticia, pues el Señor
Jesús al verter su sangre inocente en favor nuestro, declara nuestra necesidad del Salvador.
Juzgamos con dureza cuando pensamos que somos más justos que los demás. La sangre declara que
no hay ningún justo, excepto Jesús. Todos necesitamos de Él; no hay lugar para el juicio cuando
nosotros, personalmente, estamos en una enorme y desesperada necesidad de misericordia.
2. La Palabra del Testimonio de Ellos. Esto es más que decir a los otros lo que Dios ha hecho por
nosotros, “...el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” (Apocalipsis 19:10). Para
vencer de verdad al enemigo, debemos vivir y pensar proféticamente. Es decir, debemos vernos unos
a otros como Dios nos ve y “buscar el fin desde el comienzo”, animados por vidas de visión, y
confesando nuestra fe por los demás. La palabra que nos guía en la lucha es, por tanto, la palabra
viviente y profética. Saber y hablar la viva Palabra de Dios nos capacita para derrotar y vencer por
completo las ilusiones temporales del enemigo (1 Timoteo 1:18-19).
3. Y Menospreciaron Sus Vidas Hasta la Muerte.
No podemos vencer a Satanás y simultáneamente albergar tolerancia, autocompasión, y simpatía
ninguna por aquellas cosas dentro de nosotros que es necesario llevar a la crucifixión. En
realidad, nuestra victoria se consuma por nuestra voluntad para ir a la muerte, más que por
traicionar nuestras convicciones respecto de la verdad. Pablo no estimó preciosa su vida para sí
mismo con tal de acabar su carrera con gozo, así como el ministerio que recibió del Señor Jesús
(Hechos 20:24). Quienes establecen el reino de Dios, no tienen en absoluto ningún compromiso
con sus propias “heridas”. Estas les pueden causar algún sufrimiento pero no pueden hacer que
se retiren. Viven completamente por fe.

El acusador se debe derribar, en primer lugar, en nuestra mente. No podemos tolerar para nuestros
hermanos palabras o críticas de disciplina que no sean del mismo corazón de Dios. El reino de Dios y la
autoridad de su Cristo se verán solamente en quienes conocen el poder de la oración motivada por el amor.
Porque cuando ven una necesidad, en lugar de convertirse en críticos y jueces, primero derriban al acusador
de los hermanos, y luego oran.
* Juego de palabras por la semejanza en la pronunciación de “things” (cosas) y “sins” (pecados). Nota de
Pablo Barreto (Traductor).
3
PARTE

El campo de batalla de los lugares celestiales

La última frontera de la batalla espiritual está en los lugares celestiales, la dimensión conocida hoy
como el reino del espíritu: la guerra en los cielos. Aquí los ángeles y los demonios entablan su lucha
por nuestras ciudades. Pero, atención, que los lectores tomen nota: ¡en la actualidad esta dimensión
es territorio enemigo! Quienes gobiernen en los lugares celestiales, gobernarán sobre la tierra. Sólo
de acuerdo con la medida en que nuestro corazón sea como el de Cristo, tendremos autoridad en los
lugares celestiales. Unicamente una iglesia cristocén- trica, que abarque toda una ciudad, puede
desplazar los poderes de las tinieblas en el plano espiritual.
Nota: Sería útil leer el glosario al final del libro, para obtener claridad en las definiciones que se relacionan
con los capítulos de esta sección.
15
Capítulo

La guerra sobre la realidad

Creado a la imag en de Dios, el hombre recibió ciertos poderes inherentes, limitados pero bien
distintos. Se le dio el poder de imaginar, así como la facultad de definir y luego de establecer la
realidad. Y, al obrar dentro de los límites establecidos por Dios, el hombre lo hace, para bien o
para mal, de acuerdo con la libre elección de su voluntad. A medida que comprendemos esto,
vemos que la esencia de la batalla espiritual está en quién defina la realidad: la Palabra de Dios o
las ilusiones del presente siglo.
Sobre lo que haya acuerdo
¿Qué es la realidad? ¿Có mo nos parece la vida? El diccionario define la realidad como: “...lo que es
verdadero, una situación, una cosa o un hecho real”. Tal es la realidad en términos del análisis objetivo. Pero
la realidad no es tan sólo objetiva, hay también un lado subjetivo o personal cuyas raíces están en nuestros
sentimientos, actitudes y creencias. Desde esta perspectiva, la vida se nos hace como hemos creído
(Mateo 8:13).
En este aspecto personal de la realidad, lo que parece real para uno, con mucha frecuencia es irreal para
otro. Consideremos el punto de vista de la realidad para un esquimal: viajar y cazar con un trineo tirado por
perros, vivir en un iglú y habitar en la tierra de las auroras boreales y del sol de medianoche. Comparemos
eso para un oficinista que vive en un apartamento de un edificio que tiene treinta pisos de altura en Nueva
York, con “subways” y automóviles y horas pico y la presión de un trabajo de alto estrés en una firma de
corredores de bolsa de Manhattan. La realidad en ambos lugares, aunque distinta por completo, es por
entero funcional y subjetivamente verdadera para cada uno de estos hombres.
Aprendamos, por tanto, de estos ejemplos un principio interesante: cualquier cosa sobre lo que hay un
acuerdo en una sociedad y se establece por medio de un consenso, un compromiso y un uso consistente,
definirá una realidad. Entender esto es de mucha importancia, porque a medida que entramos en acuerdo
con los patrones y principios del reino de Dios, nuestra definición total de la realidad y de la sociedad va a
sufrir un cambio.
Un ejemplo de esto, aparece en las Escrituras así: “Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno, y todos
éstos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que
han pensado hacer” (Génesis 11:6). Así dijo el mismo Dios respecto de los impíos babilonios. Que todo lo
que la humanidad imagina lo puede llevar a cabo. Si hay duda sobre la validez de esta afirmación,
deberíamos estar entre los incrédulos cuando los soñadores imaginaban llegar y pararse en la luna.
Habríamos reído ante la sugerencia que las voces y las imágenes se pudieran transmitir alrededor del
mundo, por medio de frecuencias invisibles. Nos habríamos burlado de la idea que las armas fuesen tan
poderosas como para ser capaces de destruir toda la vida sobre la tierra. Sin embargo, hoy estas cosas son
parte de nuestro mundo debido al poder del hombre para establecer la realidad. Si la mente de alguien
puede imaginar algo y hace que otros lo crean, se puede llevar a cabo. Y con muy pocas excepciones nada
será imposible, inclusive para un grupo de dos o tres, una vez que lo aceptan y creen que puede suceder.
Sobre esto exactamente se centra la batalla en la iglesia actual. Satanás quiere que aceptemos el
cristianismo como es hoy, aunque las divisiones, el pecado y la impotencia espiritual fuesen la última
realidad que Dios hubiera provisto para los creyentes en la tierra. Satanás quiere que en nosotros haya un
acuerdo y, por tanto, un refuerzo de esta visión engañosa de la iglesia. Hay muchísimas promesas, que aún
no se han cumplido respecto al pueblo de Dios —propósitos santos y nobles que se realizarán en los últimos
días. Por tanto, nuestro acuerdo debe ser con el plan de Dios para una iglesia santa, sin divisiones, poderosa,
pues El nos llama a establecer su reino, no el status quo. Mientras debemos trabajar con la iglesia, tal como
es, debemos darnos cuenta que lo que hoy vemos en el cristianismo, nunca es como la iglesia será cuando
Jesús regrese por segunda vez. De hecho, nuestro llamado es a cooperar con Dios en la edificación y en el
avivamiento del cuerpo de Cristo.
“a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa
semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efesios 5:27). Antes que Jesús regrese, el Padre ha
prometido a su Hijo una esposa santa; será sin mancha ni arruga, ni nada por el estilo —un poderoso
testimonio del mismo Cristo en la tierra.
Guerra en los cielos: el principio del desplazamiento
7
“Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el
dragón y sus ángeles; 8 pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo” (Apocalipsis 12:7-8).
Este es un hecho difícil de comprender para muchos de nosotros. ¿Cómo pueden los ángeles y los
demonios, seres que no pueden morir, tener una batalla? ¿Con qué luchan? ¿Y cómo se conquistan unos a
otros? Sin exceder los límites de nuestro conocimiento, podremos decir con toda seguridad: Toda batalla
espiritual se centra sobre un hecho básico. ¿Quién controlará la realidad en la tierra? ¿El cielo o el infierno?
Cuando se llega a la batalla entre ángeles y demonios, la lucha descansa no tanto en el armamento físico,
como en el poder de concordancia entre la humanidad y el ámbito espiritual. En la Biblia leemos que las
potestades y los principados ocupan las regiones celestes (Efesios 6:12). Pero también que el expreso
propósito del Padre es reunir en Cristo todas las cosas, las que están en los cielos y las que están en la tierra
(Efesios 1:10). Además, nos revela el glorioso plan del Altísimo: por medio de la iglesia. El se ha propuesto
hacer conocer la multiforme sabiduría de Dios a los principados y a las potestades en los lugares
celestiales (Efesios 3:10). Por tanto, a medida que el cuerpo de Cristo en la tierra se pone de acuerdo con su
cabeza en los cielos, el Espíritu de Cristo mismo desplaza las potestades de las tinieblas en las regiones
celestiales.
En otras palabras, cuando la iglesia en la tierra es activa en sus acuerdos con la voluntad de Dios y su
Palabra, entonces el Espíritu de Dios y su presencia aumentan en el ámbito espiritual, inundan los cielos
espirituales y proporcionalmente desplazan la influencia del infierno sobre la tierra. Inmediatamente
después, al manifestarse en el mundo de los hombres, vienen avenamientos con sanidades y milagros. Por el
contrario, cuando la iglesia es pasiva, indiferente o carnal, las potestades del infierno gobiernan en forma
proporcional las actividades e intereses humanos: los matrimonios se rompen, el crimen aumenta, la
violencia crece y la liviandad se desenfrena. Debemos ver que nuestras oraciones, actitudes y acuerdos con
Dios, son una parte integral para establecer la realidad del reino de Dios en la tierra.
El diablo es un mentiroso
Recordemos que las Escrituras desenm ascaran a Satanás y le llaman “el engañador, el mentiroso, y el
padre de las mentiras” (Juan 8:44). Su campo de acción es el mundo espiritual que rodea y cubre
inmediatamente la conciencia de toda la humanidad. Este ámbito se conoce en la Biblia como “las regiones
celestes” (Efesios 6:12). Desde este campo espiritual Satanás trabaja para corromper y controlar la mente
del hombre por medio de ilusiones que se construyen en la carne a partir de deseos, temores y ambiciones.
Pero el poder de la mentira no sólo está en hablar falsedad, ni es solamente que el mundo sea una ilusión. La
mentira del enemigo aparece más poderosamente cuando los hombres creen que este mundo, tal como es, es
el único mundo donde podemos vivir. Desde luego, la verdad es que Dios está estableciendo su reino, y que
todas las otras realidades muy pronto se someterán y serán gobernadas por ese reino (Hebreos 12:26-28;
Apocalipsis 11:15).
El arma que el Señor nos ha dado para combatir la mentira del enemigo es la Palabra de Dios que en las
Escrituras se llama la “espada del espíritu” (Efesios 6:17). Jesús dijo que sus palabras son: “...espíritu y
vida” (Juan 6:63). Es decir que las palabras de Cristo en su sustancia o significado representan una realidad
verdadera, el Espíritu viviente del reino de Dios.
Debemos también reconocer que en griego, el idioma en que se escribió el Nuevo Testamento, no hay un
término para “realidad”. En esa lengua “verdad” y “realidad” tenían la misma esencia. Entonces cuando
pensemos en el Espíritu de la Verdad, debemos incluir en nuestra comprensión el concepto de realidad; es
decir, el Espíritu Santo y la Palabra de Dios son la realidad misma.
Este punto es esencial: en nuestra batalla sobre quién controla el mundo del hombre (la realidad), el arma
singular que Dios ha dado a su iglesia es su palabra viviente y llena del poder de su Espíritu. La Palabra
viviente del Espíritu de Dios es la verdad. Pablo enseñó que la batalla espiritual trata específicamente con el
derrumbamiento de las fortalezas. ¿Pero, qué son esas fortalezas? Son las mentiras que el diablo ha
sembrado en nuestros procesos mentales, y como las aceptamos y las creemos, se han convertido en realidad
para nosotros. No caemos tanto en pecado, cuanto somos seducidos por él; no hay pecado que no esté
cubierto con un manto de mentira o engaño. Pero a medida que tales mentiras salen a la luz y se destruyen, a
medida que nuestro proceso de pensamiento es liberado de las ilusiones, encontraremos la perfección y la
verdad inmaculada de la esperanza de gloria: ¡Cristo vive en nosotros! (Gálatas 2:20).
Permanecer en la Palabra de Dios
Por tanto, para tener éxito en la batalla debemos conocer la Palabra de Dios. Si ne cesitamos una liberación
o si somos usados en el ministerio de la liberación, los siguientes versículos serán muy útiles para establecer
y guardar la victoria, mientras tiene lugar el proceso de la transformación. No es sabio enfrentarse a
cualquier clase de lucha espiritual sin saber perfectamente, de memoria, estas porciones de la Biblia:
4
“Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la
destrucción de fortalezas, 5‘’ derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el
conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios
10:4-5).
Destruimos las discusiones y las especulaciones y todo cuanto se levante en altivez contra el conocimiento
de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo. “...Y no participéis en las obras
infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas...” Efesios 5:( 11)8-13. Cuando exponemos y
confesamos nuestros pecados ya no están más en la oscuridad, (en lo secreto). Cuando se enciende la luz en
un cuarto oscuro, las tinieblas desaparecen. De la misma manera, cuando sacamos nuestros pecados de la
oscuridad y los exponemos a la luz, se desvanecen frente al perdón de Dios; se van, y sólo queda la luz.
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos
de toda maldad” 1 Juan l:(9)-2:2. De nuevo, confesar nuestros pecados. Dios es fiel y justo para
perdonarnos y limpiarnos de toda clase de injusticia y de TODA maldad.
“Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros
manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento” (2 Corintios 2:14). Hay victoria, justamente aquí,
en este mismo momento, porque la misma presencia de Cristo se ha encarnado dentro de cada uno de
nosotros.
“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2
Timoteo 1:7). No hay que temer las amenazas de Satanás. Debemos recordar siempre que el diablo es un
“mentiroso” y que “la verdad no está en él”.
14
“...él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el
imperio de la muerte, esto es, al diablo, 15 y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban
durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:14-15). Satanás procurará hacernos creer que él
tiene poder sobre nosotros, pero Jesús nos dice que ha derrotado por completo a Satanás en nuestra vida.
Usemos el nombre de Jesús y la Palabra de Dios para romper el poder de las mentiras de Satanás.
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que
conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28). Si Dios hace que todo se produzca y obre para
nuestro bien, entonces al final nada malo nos puede acontecer. Dios nos predestinó para conformarnos a la
imagen de su Hijo. Si confiamos en Él, no nos fallará y responderá a nuestra fe.
“He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y
nada os dañará” (Lucas 10:19). Jesús nos ha dado autoridad sobre TODO el poder de Satanás. No
solamente tenemos autoridad, sino que El prometió que nada nos hará daño.
“...Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8b). Hemos sido
puestos en libertad, no porque nos sintamos libres, sino porque tenemos fe. Cada vez que hablamos en
nuestra fe, establecemos nuestra libertad como una realidad verdadera. Nuestra confianza es que mientras
estamos en oración, las huestes angélicas de Dios, que superaron a las del diablo por dos a uno, como
mínimo, se unen a nosotros contra el mal. Con Jesús a nuestro lado no podemos fallar (ver también
Efesios6:18; Santiago 4:7; Isaías 42:13; Isaías 53; Isaías 54:11-17; Romanos 10:8-9).
Confesemos la Palabra, creámosla, construyamos nuestro futuro sobre ella. Y a medida que creamos en
nuestro corazón y confesamos con nuestra boca, vendremos a estar de acuerdo con Dios mismo. ¡Entonces,
como cosa maravillosa, veremos que la guerra sobre la realidad ya comenzó a ganarse en nuestra vida!
16
Capítulo

Exposición del espíritu del anticristo

Hay un orden de seres cuyo puño de hierro gobierna el imperio del infierno; su nube de tinieblas
malignas oscurece casi todas las facetas de la vida sobre la ti erra. Para vencer este reino de
maldad, y prevalecer en victoria en nuestra batalla espiritual, debemos discernir nuestros
enemigos y hacer que huyan los comandantes que los gobiernan.
Más que simplemente un hombre
Hay un gobernador de las tinieblas, un principado del más mortífero orden, que ha sido tolerado por los
creyentes durante tanto tiempo, que su influencia se considera norma l en la iglesia. Esta entidad diabólica
es el espíritu del anticristo. Mientras este espíritu se manifiesta dondequiera que se persigue abiertamente
al verdadero cristianismo, es un demonio cuya naturaleza principal es sobre todo religiosa. Se levanta con
firmeza y se opone a que se manifieste la restauración de la iglesia de Cristo.
Tal como es su nombre, así es él. Es simplemente anti, o contra Cristo. Esta potestad, este principado, usa los
poderes demoníacos, a saber, celos, temores, ambiciones, y todo cuanto sea necesario para mantener
independientes a las iglesias locales e impedirles que se conviertan en el cuerpo viviente, unido, armado,
santo y poderoso del Señor Jesucristo.
Es fácil encerrar nuestra interpretación del “anticristo” en un personaje particular que se revelará
justamente antes de la segunda venida de Jesús. Casi todos los cristianos están de acuerdo en que tal
hombre debe aparecer, pues las Escrituras se refieren a un individuo único que al final cumplirá las profecías
que tienen que ver con el anticristo. Eventualmente, este individuo: “...se opone y se levanta contra todo
lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios,
haciéndose pasar por Dios” (2 Tesalonicenses 2:4). Pero si este es el anticristo en su forma humana y
manifiesta, entonces también describe la naturaleza o esencia del espíritu del anticristo, en su forma
invisible.
Este espíritu del anticristo ha existido en la iglesia desde los primeros años. En efecto, el apóstol enseñó
que desde los primeros tiempos de la vida cristiana, ya había muchos anticristos en el mundo, según se
puede leer: “Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así
ahora han surgido muchos anticristos...” (1 Juan 2:18). Cuando comparamos este versículo con 2
Tesalonicenses 2:4, vemos que nuestra comprensión del término “anticristo” es muy estrecha, si la limitamos
sólo a un hombre en el futuro. Juan dijo: “...ahora han surgido muchos anticristos...” (1 Juan 2:18).
Es importante darnos cuenta que, en realidad, Juan habla de personas que una vez parecían ser parte de la
comunidad cristiana, unidas a todo lo ancho y lo largo de una congregación, pero rompieron el
compañerismo y “salieron” de entre los santos. Además dijo que si hubiesen sido de la iglesia, habrían
permanecido en ella (1 Juan 2:19).
¿Qué motivó el extravío de estas almas? Las Escrituras revelan que fue el espíritu del anticristo, pues la
Biblia dice: “y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este
es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el
mundo” (1 Juan 4:3). Aquí Juan hace una muy clara referencia al espíritu del anticristo , cuya presencia ya
estaba en la tierra.
Lo identifica como el que no confiesa a Jesús. Para los santos del primer siglo confesar a Jesús significaba
mucho más que simplemente mencionar su nombre después de una plegaria. En esencia era hablar de un
estado de unidad con El, lo que capacitaba a su Espíritu verdadero para manifestarse (Mateo 10:32).
Confesaban a Jesús como persona, no tan sólo a Jesús como nombre. ¡El mismo Cristo se revelaba por medio
de sus actitudes de amor, compromiso y sacrificio!
Juan en sus siguientes escritos explicaba de manera perfecta la naturaleza del espíritu del anticristo. En
efecto, con toda autoridad afirmó: 6b “...En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error. 7
‘Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de
Dios y conoce a Dios. 8 E1 que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:6b-8).
Discernimos el espíritu de verdad del espíritu de error —o con más exactitud, el Espíritu de Cristo del
espíritu del anticristo— por la medida del amor de Dios que obra en la vida de un individuo o en una iglesia.
Juan dijo: “el que no ama, no ha conocido a Dios”. Un individuo o una iglesia que piensan que Dios se
agrada con ellos, pero no caminan en amor, en realidad pueden estar al servicio del espíritu del anticristo.
Los cristianos deben ser reconocidos “...por su amor...” y no tan sólo por su teología (Juan 13:35). Para
nosotros es vital comprender que cuando Juan escribió sobre la verdad y el error, hablaba específicamente
con referencia al espíritu del anticristo y sobre nuestra apertura a este espíritu por medio de las actitudes
sin amor de la iglesia.
Este despliegue del anticristo es mucho más sutil y mucho más subversivo de lo que pueda tener lugar,
cuando se manifieste abiertamente el hombre de pecado, el hijo de perdición. El espíritu del anticristo
endurece el corazón y le impide amar. Nutre las actitudes no perdonadoras, y hace que quienes están bajo su
influencia se separen de la iglesia debido a varias críticas y a diferencias doctrinales menores. Es el “hombre
fuerte” detrás de la mayoría de las divisiones en las iglesias.
El seguir a Jesús, sin embargo, nos llama a abrazar el perdón y el amor como una forma de vida.
Simplemente “anti” Cristo es justificar la falta de perdón, las divisiones y la ambición egoísta. El espíritu del
anticristo se disfrazará detrás de cualquier número de hechos que, al final, se convertirán en herramientas
utilizadas por esta potestad para dividir la iglesia.
El espíritu del anticristo es simplemente ese espíritu que es anti-Cristo. Es anti-amor, anti-perdón, anti-
reconciliación. Quizás más que todos los demás, ese principado singular mantiene a las buenas iglesias
divididas entre sí.
El anticristo es la fuente verdadera de casi todas las divisiones de la iglesia. Si se orara contra ese espíritu
más de lo que pueda parecer como una necesidad inmediata, se habrían evitado muchas de las divisiones en
la iglesia. En este sentido debemos guardarnos muy cuidadosamente de apegarnos con mucha fuerza a
nuestras ideas y críticas. Pues si nuestros pensamientos se exaltan por encima de la capacidad para
corregirlos, con toda certeza nos convertiremos en uno de los blancos preferidos para el espíritu del
anticristo.
Recordemos que el espíritu del anticristo puede usar los celos, el temor o hasta el color de los baños en la
iglesia como una cortina de humo. Pero la causa esencial de casi toda división, simplemente está en personas
que ceden a algo o a alguien distinto al Espíritu y a las enseñanzas de Jesús en sus actitudes hacia los demás.
Toda situación se puede reconciliar si se vuelve a las palabras y al espíritu de Cristo, una vez que ambas
partes estén de acuerdo en ceder sobre lo que Jesús enseña. Entonces vendrán pronto el amor y la victoria.
Liberación del anticristo a nivel personal
Más que probable mente, cada uno de nosotros tiene procesos de pensamiento, fortalezas en la mente que se
han formado y condicionado por el espíritu del anticristo. Recordemos que una fortaleza es cualquier modo
de pensar contrario a la Palabra y al Espíritu de Dios. No defendamos esos pensamientos que son anticristo o
contra Cristo, más bien expongámoslos como pecado y veámoslos derrotados. El anticristo ha estado
alrededor de nosotros durante un tiempo muy largo; su modo de pensar puede que no salga repentinamente
de cualquiera de nosotros. Pero si logramos discernir las diferencias entre la \oz amorosa de Cristo y la
arrogante rebeldía del anticristo, podremos dar un paso muy importante para ver nuestra vida conformada a
la imagen del Señor Jesús.
¿Cómo saber si la falta de amor que sentimos hacia otras personas o iglesias, sólo es nuestra carne que
actúa en rebeldía, o si es una fortaleza del espíritu del anticristo? Arrepintámonos de la rebeldía y luego,
audiblemente, oremos contra el espíritu del anticristo y atémoslo por medio del nombre de Jesús.
Inmediatamente descubriremos una gran distancia entre nosotros y el enemigo y una enorme cercanía entre
nosotros y el Señor.
Cristianismo sin la influencia del anticristo
Hay muchas formas en que el espíritu del anticristo busca manifestarse como Dios, p.e., el Movimiento de la
Nueva Era, el Comunismo, etc. Pero el único modo en que se disfraza como Dios en la iglesia es por medio de
la reverencia religiosa natural que los hombres tenemos hacia la muerte. El anticristo usa este fenómeno
para condicionar a las congregaciones y llevarlas a que acepten la solemnidad de la muerte como si fuera la
verdadera reverencia a Dios. El Todopoderoso no es Dios de muertos sino de vivos (Lucas 20:38), y la
reverencia verdadera es la que se acompaña con admiración, gozo y acción de gracias. Podemos discernir el
anticristo en una comunidad que sea reverente hacia la falta de vida. La atmósfera no está llena de santidad
sino de vacío. Es la misma esencia que persiste en una funeraria desocupada. El anticristo se sentará con las
personas en los bancos y emitirá un aura de frialdad que literalmente llena la atmósfera del local de la
iglesia.
Cuando el Espíritu Santo primero nos comenzó a revelar esta entidad, vimos de forma muy clara cómo
había distorsionado nuestro concepto básico del cristianismo. De hecho, la fortaleza del anticristo piensa que
es una condición “aceptable” para la iglesia. Este espíritu ha trabajado de tal manera su camino en el
templo de Dios (la iglesia corporativa pero dividida de una ciudad) que en muchas congregaciones y para
muchos creyentes “...se sienta en el templo de Dios, haciéndose pasar por Dios” (2 Tesalonicenses
2:4).
Para nosotros era obvio que este principado busca exaltarse a sí mismo por encima de todo lo que se
llama Dios. Cuando procuramos enseñar a la gente, nuestro mensaje cayó al vacío, en medio de una
tremenda resistencia, como si una frazada las cubriera. Vimos, cuántas personas en realidad han llegado a
creer que el cristianismo es una religión quieta, muerta, como una casa de funerales. Fue muy fácil ver cómo
esta potestad se había levantado contra todo lo que era Dios. Entonces luchamos contra ella, sólo para
encontrar mucha resistencia en el espíritu. Dos semanas más tarde, sin embargo, cuando en una mañana me
desperté muy temprano, el Espíritu Santo reveló el discernimiento que nos faltaba. Iluminó solamente dos
palabras en 2 Tesalonicenses 2:4, “se opone”.
El espíritu anticristo es una fuerza espiritual verdadera. Literalmente se opone a la verdad, sobre todo a la
verdad nueva que revela su naturaleza. En el cuerpo de Cristo resiste cualquier movimiento hacia la vida. En
las iglesias donde gobierna, si alguien dice “amén” para apoyar al predicador, este espíritu echa fuego por
los ojos de aquellos en cuya mente tiene su fortaleza.
Cuando entendimos mejor al espíritu del anticristo, pudimos luchar con éxito contra él. Nuestros
intercesores comenzaron a orar contra la influencia de esa potestad sobre nuestro condado y nuestro
municipio. En menos de una semana, otros cinco pastores y yo mismo, así como varios ministros para-
eclesiales, nos unimos por el Espíritu Santo, y nos comprometimos a encontrarnos para una batalla espiritual
intensa con el fin de orar unos por otros, en las diversas iglesias cada semana. Luego de tres meses el
número se había duplicado y desde entonces ha ido en aumento. ¿Cómo sucedió? Los intercesores pudieron
discernir y atar el espíritu anticristo. Muy pronto los deseos piadosos de reunirse y orar con otros pastores,
comenzaron a prevalecer en nuestra comunidad. Esto puede suceder en cualquier ciudad del mundo.
La Iglesia a lo largo y ancho de una ciudad
Dios ve a la congregación de las iglesias como cuerpos unidos, en el fuego del amor de Cristo. Dios quiere
que oremos juntos, que trabajemos y construyamos nuestras iglesias juntos, en el Espíritu del reino. Nadie
conoce mejor la batalla local que los pastores locales. Cuando Jesús habló a las iglesias en el Apocalipsis, se
dirigió a ellas como iglesias individuales, con batallas y problemas propios en sus respectivas regiones. No
dijo: “A los ángeles de las iglesias equis y zeta, cuyos centros están en Roma”. No. Eran hombres de
determinada localidad, que conocían las necesidades del pueblo, y el Señor los veía como tales.
Todos los pastores en una ciudad, aunque únicos y diversificados en su llamamiento, sin embargo, se deben
unir en un solo frente común contra el enemigo. Entonces los hombres podrían contar tanto para Dios como
para los demás; se podría establecer así una verdadera pluralidad de ancianos en cada comunidad. Una
iglesia a lo largo y ancho de una ciudad, como Dios la ve, estaría libre de celos, del “robo de ovejas,” de las
ambiciones personales y de la autojustificación. Sería verdaderamente un cuerpo.
El anticristo es un espíritu gubernamental que dirige el mundo. Su influencia es tan vasta y su penetración
en el pensamiento cristiano típico es tan profunda, que sus mentiras y sus falsas doctrinas se predican desde
los púlpitos y se aceptan en las bancas de las iglesias. Por tanto, debemos perseverar por amor de Cristo en
nuestras comunidades. Que nuestra fe sea gigantesca y nulas nuestras ambiciones. La ambición personal es
el motivo del anticristo; es el nombre de la fortaleza que nos ha dividido. No debemos acercarnos a otros con
ambiciones personales, sino como sus siervos. Si hay un llamado a un papel de liderazgo, los demás lo
reconocerán por la mansedumbre y el buen fruto. El ministerio vendrá de manera natural, sin auto-
promoción. Cualquier cosa que hagamos, no nos coloquemos en el papel de maestros de la congregación,
pues no seríamos entonces de ningún éxito sino que estaríamos trabajando en nuestra propia voluntad. Es
bueno recordar las palabras de nuestro Señor Jesucristo: “Ni seáis llamados maestros; porque uno es
vuestro Maestro, el Cristo” (Mateo 23:10). En verdad, Dios no levanta maestros ni líderes; entrena
seguidores-servidores, hombres y mujeres que al orar juntos busquen el liderazgo y la dirección de Jesús.
Por tanto, cuando nos encontremos con un pastor o con otro cristiano, convirtámonos en su siervo y
busquemos bendecirle. Llenemos sus necesidades de manera que podamos unirnos con él en oración. Quizás
necesita una persona que toque piano, y si en nuestra congregación hay dos, prestémosle el mejor pianista.
(Lucas 3:11). Casi todos los pastores están amenazados de temores y de inseguridades. Si nosotros vamos en
el amor de Dios desarmaremos esos temores por nuestra sincera preocupación sobre la vida de ese pastor.
Debemos comprender que como el anticristo es uno de los espíritus gobernadores de las tinieblas de
este siglo (Efesios 6:12), no se puede “echar fuera”, o expulsar, tal como se puede hacer con los demonios
inferiores o menores.
Por medio de la batalla espiritual, y de la oración, se le puede atar y se puede romper la influencia de esta
potestad. Pero la victoria final viene por medio del desplazamiento definitivo, donde el aliento, el amor y la
visión de Cristo mismo inunden la vida de pensamiento común de la comunidad cristiana local. A medida que
nos convertimos en lo exactamente opuesto al anticristo, veremos a las iglesias unirse de nuevo, veremos a
los creyentes restaurados entre sí, veremos que la voluntad de Dios se está cumpliendo en la tierra, así como
se cumple en los cielos, y veremos en breve al espíritu del anticristo aplastado bajo nuestros pies.
17
CAPITULO

Discernimiento del espíritu de Jezabel

Vamos a confro ntar una fo rtaleza de inmensas proporciones. Una forma de pensar que existe casi
sin ningún control en todas las iglesias. Vamos a exponer y luego destruir ios sitios donde se
esconde Jezabel.
Comprensión del espíritu de Jezabel
“Pero tengo unas pocas cosas c ontra ti: que toleras que esa mujer Jezabel, que se dice profetisa,
enseñe y seduzca a mis siervos a fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos” (Apocalipsis
2:20).
Si se usa la cita anterior, para dirigirla a las iglesias cristianas, es posible no estar de acuerdo con tal
empleo. También es posible discutir que ninguno de los pastores que conocemos tenga a alguien que
abiertamente instruya al pueblo a cometer actos inmorales, fornicación por ejemplo. Es comprensible este
sentido de alarma. Estamos de acuerdo en que probablemente nadie sabe de alguien que en forma
desvergonzada predique que la concupiscencia sexual y la idolatría no sean pecado. Cuando hablamos de
Jezabel, identificamos en nuestra sociedad la fuente de la sensualidad obsesiva, la hechicería desenfrenada,
y el odio hacia la autoridad de los varones.
Para comprender el espíritu de Jezabel, debemos entender la génesis de esta personalidad en la Biblia. La
primera mención a la persona de Jezabel se ve en la esposa rebelde y manipuladora del rey Acab. En
realidad, este espíritu que operaba por medio de la reina Jezabel, había hecho que de más de diez millones
de hebreos, todos, menos siete mil almas fieles, se inclinasen ante Baal y: “...han dejado el pacto, han
derribado los altares y han matado a espada a los profetas” (1 Reyes 19:14-18). Este único espíritu era
casi totalmente responsable de corromper a toda una nación y este principado viene ahora con toda su
fuerza contra nuestra patria.
Jezabel es independiente a toda costa y tiene una intensa ambición por los puestos de eminencia y sobre
todo por el control. Es digno de notar que el nombre Jezabel, literalmente traduce: “sin cohabitación”. Esto
simplemente significa que se rehúsa a cohabitar o vivir junto con alguien. Jezabel no vive con nadie a menos
que pueda controlar y dominar la relación. Cuando parece sumisa o con apariencia de sierva, solamente
tiene la finalidad de ganar algunas ventajas estratégicas. Desde lo más íntimo de su corazón, no se rinde a
nadie.
Tengamos en mente que el espíritu que produjo a Jezabel, existía mucho antes que este nombre se hubiese
utilizado. Aunque nos referimos a Jezabel como mujer, este espíritu no tiene género masculino ni femenino. A
pesar de eso, al espíritu le atrae, sin embargo, la característica única de la psiquis femenina y su capacidad
sofisticada para manipular sin esfuerzo físico.
Busquemos a Jezabel en aquellas mujeres que están amargadas contra los hombres, ya sea por el descuido
del hombre, o por la falta del uso de la autoridad espiritual. Este espíritu obra a través de mujeres que, a
causa de la inseguridad, los celos o la vanidad, desean controlar o dominar a otros. Jezabel está allí, tras la
mujer que humilla públicamente a su esposo con su lengua, y después le controla por medio del temor que él
tiene a la vergüenza pública.
Aunque usa todos los medios de perversidad sexual que se conocen en el infierno, la inmoralidad no es su
punto fuerte. En cambio, el control es su objetivo final y a fin de obtenerlo utiliza las pasiones sexuales con el
propósito de poseer a los hombres. Para una mujer bajo la influencia de Jezabel, conquistar a un hombre no
necesariamente indica el contacto físico, si una simple mirada de sus ojos le puede seducir.
La batalla se ha extendido
Desde la época de los primeros apóstoles, y sobre todo desde la aurora de la edad electrónica, la escala de la
batalla se ha aumentado enormemente. Para nosotros en nuestra generación, es difícil discernir el alcance
de la guerra que golpea a la iglesia y al mundo en general. En verdad podríamos suponer que la guerra
debería disminuir, pues hoy no hay más demonios en nuestro universo de 5.000 millones de personas que
cuando era el primer siglo y había escasamente 300 millones de habitantes. Sin embargo, el acceso que el
diablo tiene a las almas en nuestro mundo, ha aumentado por el uso de los medios masivos de comunicación.
El apóstol predijo este lapso así: “Y la serpiente arrojó de su boca, tras la mujer, agua como un río,
para que fuese arrastrada por el río” (Apocalipsis 12:15).
Agua, en este contexto, significa “palabras”. En nuestro mundo tenemos un río de palabras e imágenes
visuales que salen de la boca de Satanás, y se desconocían en el tiempo antiguo. Nuestra sociedad, por
medio de los avances tecnológicos, ha hecho mucho más accesibles y fáciles de ejecutar los pecados de la
mente y el corazón. Más que antes, la mente carnal, con su apertura a este diluvio satánico de impurezas y
rebeldías, se ha estructurado en una poderosa fortaleza para el demonio.
En nuestro mundo moderno, lleno de toda clase de informes, de propagandas, y orientado por las
comunicaciones hacia la diversión, inclusive los demonios más pequeños pueden ejercer una influencia muy
grande, simplemente al poseer a los escritores de guiones y a los productores de cine y de televisión.
Satanás siempre ha sido: “el príncipe de la potestad del aire” (Efesios 2:2).
Pero debemos darnos cuenta que la potestad del aire no es simplemente el viento. Hoy vemos que el poder
del aire, casi en forma única, se refiere a las ondas electrónicas que llevan las señales de televisión y de
radio. En este aspecto, debemos discernir exactamente, dónde tienen lugar las embestidas en nuestra propia
existencia y cortarlas. En otras palabras, no podemos adorar a Dios en la iglesia el domingo en la mañana y
luego, en la noche, tolerar a Jezabel por medio del entretenimiento inmoral de una película. Con esto en la
mente, y respecto a la lucha contra Jezabel, Jesús de manera específica se describió a sí mismo, como: “...yo
soy el que escudriña la mente y el corazón...” (Apocalipsis 2:23). Parece mentira, pero en el interior de
lo más íntimo, en el santuario de la vida privada de nuestra alma, comienza la tolerancia a Jezabel. Y,
precisamente aquí, exactamente en el mismo sitio, esta tolerancia debe terminar.
Libera a los cautivos
El espíritu de Jezabel fluye sin obstáculos a través de la industria del espectáculo, las diversiones, las modas,
los departamentos de filosofía en las universidades e instituciones superiores de educación. ¿Adonde
podemos ir en nuestra sociedad que su influencia no se sienta? Este espíritu destruye tanto al político como
a los predicadores. Es el motivador cruel de los abortos. Y hace que los esposos y las esposas estén
mutuamente insatisfechos.
Este espíritu se sentaba en la iglesia de Tiatira cuando el Espíritu Santo lo expuso va a hacer ya casi dos
mil años (Apocalipsis 2:19-29). Y hasta tiene su asiento preferido en nuestras congregaciones. Hay hombres
respetables que aman a Dios y buscan servirle en la iglesia, pero en lo secreto de su corazón, están
prisioneros del espíritu de Jezabel. Inclusive ahora, están profundamente avergonzados de sus ataduras con
la pornografía; escasamente pueden controlar sus deseos de mujeres. Pídales orar y sus espíritus están a flor
de agua, con culpa y vergüenza. Sus oraciones no son sino los lamentos de hombres que se han convertido
en los eunucos de Jezabel, en Acabs. Contra los poderes de Jezabel, quedan sin ninguna energía, en el
servilismo más abyecto.
Hay mujeres buenas que vienen a la iglesia para buscar a Dios, pero este espíritu las tiene cautivas con
fantasías sobre los hombres de la congregación. Se lamentan que sus esposos no son tan espirituales como
Fulano y Mengano. Muy pronto, estas mujeres desarrollan profundos problemas que solamente el pastor o
un determinado anciano puede “comprender”. Por favor, señoras, ustedes necesitan consultar a “las
ancianas”, a las mujeres piadosas en la iglesia, y no al pastor o a los ancianos (Tito 2:3-5). Si les es
indispensable recibir palabras de ayuda de un líder de la iglesia, no se ofendan cuando él pida que su esposa,
o una anciana y piadosa mujer, les acompañen en la consejería.
Cualquiera que es golpeado por este espíritu necesita, primero que todo, arrepentirse profundamente de
haberse abierto a él y luego luchar contra él. No desperdiciemos días ni semanas en sentirnos bajo
condenación. En lugar de eso, separémonos de ese pensamiento jezabeliano que nos fue inculcado desde la
niñez, tomemos la espada del Espíritu y ataquemos el principado de Jezabel. Oremos por los santos de
nuestra iglesia. Oremos por los creyentes de nuestra comunidad. Si peleamos contra Jezabel, en el momento
que seamos tentados, al final vamos a convertirnos en un peligro para Jezabel. Este espíritu dejará de
atacarnos una vez que reconoce que nuestro contraataque intercesor está liberando a la gente.
Blancos posibles
A medida que identificamos a aq uellos en quienes este espíritu es más probable que influya, reconozcamos
que también puede obrar en los hombres. De hecho, Jezabel busca las cualidades altamente refinadas del
músico profesional, sobre todo cuando hombres así tienen tanto la ambición como la oportunidad de
convertirse en líderes o directores de la adoración. También buscará hacer superficial la vida del pastor
mismo, en cuyo caso él será o se convertirá en una persona muy autoritaria sin ceder en el control de la
iglesia. Tal pastor invariablemente se aislará del compañerismo y de las responsabilidades con otros
pastores. El hombre se encontrará envuelto en coqueteos y en tratos cariñosos, en “intimidades especiales”
con una o más mujeres de la iglesia. Con el tiempo, lo más probable es que caiga en adulterio.
Sin embargo, este espíritu prefiere la disposición de la naturaleza femenina. Y como ciertos ministerios
femeninos están más comprometidos que otros, se deduce que son más susceptibles al espíritu de Jezabel.
Los líderes en la iglesia deberían escuchar esto con toda atención. Este espíritu buscará ponerse en
posiciones de liderazgo. En este contexto, es bueno recordar la afirmación de Jesús respecto de Jezabel
“...que se dice profetisa...” (Apocalipsis 2:20). Ciertamente una mujer puede funcionar de manera pro-
fética, puede ser ungida por Dios para servir, bajo autoridad delegada, como profetisa. Pero cuando insiste
en el reconocimiento, cuando manipula o desprecia por completo el liderazgo masculino en la iglesia, cuando
ella se llama a sí misma profetisa: ¡Cuidado!
Los líderes de oración, los secretarios de la iglesia, los líderes de adoración y alabanza, e inclusive el
pastor y su esposa, son todos blancos especialmente tenidos en cuenta por este espíritu. Quienes sirven en
estos papeles, deberían recibir instrucción y ser advertidos sobre la guerra que, a veces, puede venir contra
ellos. De hecho, cada uno de ellos debería hacer parte del “equipo de batalla” de la iglesia que discierne y
lucha contra las influencias de Jezabel.
Lo que Jezabel aborrece
Los peores enemigos de Jezabel son los profetas. Su peor temor es que la ge nte llegue al arrepentimiento.
Jezabel aborrece el arrepentimiento. Aunque este espíritu se infiltra en la iglesia y, por medio de doctrinas
cristianas verdaderas, enmascara su deseo de control, se ocultará del verdadero arrepentimiento.
Jezabel odia la humildad. Jesús enseñó que la grandeza en el reino se mediría en la honradez infantil de
corazón, no en lo que aparentamos ser delante de otros. Un verdadero ministro es voluntario y está pronto a
someterse y responder a otros ministros. Esto es típico de quienes tienen una mente y un corazón de
servicio. Por tanto, debemos aprender que la espiritualidad se vive y se mide por la mansedumbre, no por el
poder.
Jezabel aborrece la oración. La oración de intercesión le quema y hace que saque los dedos del corazón y
del alma de los hombres. Esa oración intercesora libera a las personas en el espíritu. Cuando oramos, atamos
ese espíritu. Cuando oramos contra la inmoralidad, la hacemos perfectamente inútil. Cuando oramos
pidiendo un corazón sumiso, es como cuando el caballo de Jehú pisoteó su cuerpo.
Jezabel aborrece a los profetas, pues los profetas hablan contra ella. Los profetas son sus peores enemigos.
Cuando Jezabel pelea, lo hace para agitar al pueblo contra el mensaje de la iglesia profética. Más que a los
profetas mismos, aborrece la palabra que ellos hablan. Su enemigo verdadero es la Palabra hablada de Dios.
El odio final y último de Jezabel es contra el mismo Dios. Aborrece la gracia de Dios que Él derrama sobre
sus siervos, inclusive después que éstos pecan. Aborrece el hecho que Dios toma al más débil y al más bajo y
los unge para hacer que ella descienda. Aborrece la santidad y la pureza de corazón que vienen de Dios y
rodean a quienes sirven en sus atrios.
Oremos. Padre, nos sometemos a ti y a tu patrón de justicia en el reino. Pedimos pureza,
mansedumbre y santidad de corazón. Perdónanos nuestra tolerancia con el espíritu de Jezabel, tanto
en nuestra mente como en nuestras obras.
Padre, porque nos sometemos a ti, tenemos fortaleza sobrenatural y tu autoridad para resistir al
diablo. En el nombre de Jesús, atamos los principados de Jezabel. Derribamos las fortalezas de sus
pensamientos sobre nuestra comunidad y sobre nuestro departamento. Vamos contra las fortalezas
que este demonio ha levantado en el ámbito espiritual en estas áreas y liberamos el Espíritu Santo por
medio de nuestras plegarias para saquear la casa de Jezabel y distribuir sus bienes.
También hablamos fidelidad de ojos y de corazón a los esposos y a sus esposas. Liberamos la pureza
del corazón y la gracia para cada miembro del cuerpo de Cristo, sea soltero o casado. Cubrimos a tu
pueblo con la sangre bendita de tu Hijo nuestro Señor Jesucristo, quien por medio de su sacrificio en
la cruz perdonó todos nuestros pecados. Desatamos el gozo del humilde de espíritu que tiembla a tu
Palabra y derribamos las imaginaciones de la ambición y del orgullo. Todo esto lo pedimos en el poder
de tu Santo Espíritu y en el nombre que es sobre todo nombre, en el nombre precioso de tu Hijo
nuestro Señor Jesucristo. Amén.
18
Capitulo

Elias, Jehú y la guerra contra Jezabel

Hay una guerra, muy antigua, entre el espíritu de Elias y el espíritu de Jezabel. En esta batalla tan
antigua como el tiempo, Elias representa los intereses del cielo: el llamado al arrepentimiento y la
vuelta a Dios. Por el contrario, Jezabel representa ese principado único del infierno cuyo propósito
es obstaculizar y derrotar la obra del arrepentimiento.
Nuestra nación va al lado del victorioso
Para comprender el conflicto entre Elías y el espíritu de Jezabel, debemos entender estos dos enemigos tal
como s e ven en las Escrituras. Cada uno es la antítesis espiritual del otro. ¿Es Elías denodado? Jezabel es
descarada. ¿Es Elias cruel e inhumano con respecto del mal? Jezabel es maligna y rencorosa hacia la justicia.
¿Habla Elías de las formas, los caminos y la Palabra de Dios? Jezabel está llena de sistemas de hechicería y
de palabras de engaño. La guerra entre Elías y Jezabel continúa hoy. Los principales guerreros a cada lado
son los profetas de ambos enemigos. Nuestra nación va hacia el alma del lado victorioso.
En la tradición de Samuel, Elìas era la cabeza de la escuela de profetas. Bajo él estaban los hijos de los
profetas, literalmente centenares de videntes y ministros proféticos que proclamaban la Palabra del Señor.
En esta guerra, sin embargo, Jezabel, de manera depravada y en forma sistemática, había asesinado a todos
los siervos de Dios, hasta cuando sólo quedó el profeta Elías (1 Reyes 18:22). Elìas, como el último de los
profetas, retó entonces a los 450 profetas de Baal y a los 400 profetas de Asera para una demostración de
poder: sus dioses contra el poder del Señor.
Estos 850 falsos profetas eran los profetas de primera línea, los sacerdotes satánicos que comían de la
mesa de Jezabel (1 Reyes 18:19). Eran los individuos más poderosos y mejor entrenados diabólicamente,
que las huestes de las tinieblas podían producir. El esposo de Jezabel, el rey Acab, envió un mensaje a todos
los hijos de Israel, y la nación entera fue a observar el encuentro entre el Dios de Elías y los dioses
demoniacos de Jezabel.
Los términos del desafío eran simples: cada uno debía colocar un buey sobre un altar de madera. Después
dijo Elías: “Invocad luego vosotros el nombre de vuestros dioses, y yo invocaré el nombre de Jehová;
y el Dios que respondiere por medio de fuego, ése sea Dios...” (1 Reyes 18:24). Pasaron seis horas y los
sacerdotes de la secta de Baal no habían logrado producir fuego. Después del mediodía Elías comenzó a
burlarse de ellos: “...Gritad en alta voz, porque dios es; quizá está meditando, o tiene algún trabajo,
o va de camino; tal vez duerme, y hay que despertarle” (1 Reyes 18:27). Inmediatamente antes del
sacrificio de la tarde, Elías oró sobre el altar y: ‘ 38‘ Entonces cayó fuego de Jehová, y consumió el
holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y... 39 Viéndolo todo el pueblo, se postraron y dijeron:
¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios!” (1 Reyes 18:38-39). Después de este milagroso testimonio del
Señor, Elías hizo prender a los sacerdotes de Baal, para que no escapase ninguno, los llevó al arroyo de
Cisón, y allí los exterminó.
Se puede suponer que, en este mismo momento, Elías podría haber ido a pedirle a Dios que liquidara a
Jezabel, pero no lo hizo. De hecho —y esto quizá es motivo de sorpresa— Elías fue víctima de la guerra
espiritual. Jezabel, en un ataque de rabia, soltó un diluvio tan grande de hechicerías y un poder satánico tan
enorme, que llenó de miedo el corazón del siervo del Señor. Elías huyó. Podemos preguntarnos: “Por qué este
hombre poderoso en la palabra profética, se oculta y escapa? La respuesta no es fácil. De hecho, la situación
empeoró. Luego vemos que Elias, bajo un enebro, se lamenta de no ser mejor que sus padres y anhela la
muerte (1 Reyes 19:4)”. Qué presión abrumó a este gran hombre de Dios, para que cayera presa del temor y
del desaliento? El espíritu de Jezabel.
Y ahora, que en todos quede claro esto: cuando enfrentemos el principado de Jezabel, aunque nos
levantemos firmes contra sus codicias, y hechicerías, debemos guardarnos contra los poderes demoníacos de
Temor y Desánimo, porque Jezabel los enviará en contra nuestra a fin de distraernos de la batalla y de la
victoria.
El drama continúa
Hay un principio esta blecido en el ámbito espiritual. Es posible impartir una porción del espíritu que se
tiene, sin que la plenitud de la propia medida disminuya. Se ve esto cuando el espíritu de Moisés se repartió
entre los setenta ancianos del pueblo de Israel (Números 11:24-25). También se puede ver en el proceso del
paso del pecado de los padres a los hijos. Y, desde luego, en la forma como el Espíritu de Cristo mora en
los creyentes de todas las épocas. Con este concepto en mente, es posible entender cómo el espíritu de Elías
se envió a ministrar por medio de Juan el Bautista.
Ya antes el espíritu de Elías había pasado a otra persona. Recordemos que Elíseo, el profeta que sucedió a
Elias, rec ibió una doble porción de su espíritu (2 Reyes 2:9-10). De nuevo el espíritu de Elias ministraba,
inspiraba, activaba y creaba en Juan el Bautista la misma clase de urgencia y de intensidad que tenía el
propio Elías. En efecto, Juan fue como un precursor del Señor Jesucristo, en el espíritu y el poder de
Elias (Lucas 1:15-17). Jesús dijo de Juan con toda autoridad: “Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías
que había de venir” (Mateo 11:14). Inclusive, Juan tenía mucho parecido físico, también en el traje y en el
comportamiento, con el profeta Elías. Una vez más su espíritu volvió al mundo.
Tal como Elías, Juan proclamó la necesidad de arrepentirse dondequiera que veía pecado. Una de tales
áreas se encontraba en la vida adúltera del rey Herodes y su esposa, Herodías. Cuando Juan los confrontó,
Herodías hizo apresar al profeta (Marcos 6:17- 19). Pero, ¿quién manipulaba y controlaba desde las tinieblas
el alma y la voluntad de Herodías? De la misma manera en que el espíritu de Elias ministraba a través de
Juan, el espíritu de Jezabel se manifestó en este mundo por medio de Herodías.
Lo que le aconteció a Elías en el desierto, ahora le pasó a Juan. Jezabel desató contra el siervo de Dios,
temor y desaliento, que lo llevaron a la confusión, e inclusive a dudar de sí mismo. Juan el Bautista, que
había visto al Espíritu Santo descender como paloma sobre Jesús, y que oyó de manera clara a la voz del
Padre dar testimonio que Cristo era el Hijo de Dios, ahora preguntaba si el Señor era realmente el Mesías, o
si se debía esperar a otro (Mateo 11:3).
“Pero venido un día oportuno, en que Herodes...daba una cena a sus príncipes...” (Marcos 6:21).
“Día oportuno” es un término perfecto para describir el tiempo de este suceso. Porque en esta guerra entre
Elías y Jezabel, Herodías había hecho danzar a su propia hija ante Herodes, y obtuvo de él la promesa de
concederle lo que pidiera. A solicitud de la madre —en realidad, a solicitud de Jezabel— pidió la cabeza de
Juan el Bautista. Y temporalmente, se calmó la confrontación entre estos dos eternos enemigos.
¡Elías vuelve!
Hace dos mil años, el Señor Jesús dijo que el ministerio de Elías no se había acabado, y prometió: “...A la
verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas” (Mateo 17:11). Además, la Biblia dice al
respecto: 5 “He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible.
6
E1 hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los
padres...” (Malaquías 4:5-6). Elías REGRESA para luchar, restaurar y hacer volver. Vendrá antes que el día
grande y terrible del Señor hiera la tierra con maldición.
Sin embargo, recordemos el principio espiritual que se mencionó atrás. Es posible compartir con otros una
porción del espíritu, sin que disminuya la plenitud del espíritu propio. Pues bien, hoy, así como Dios hizo con
Elíseo, Elías y Juan el Bautista, el Señor levanta una compañía de profetas “elías”. Hombres y mujeres llenos
del Espíritu Santo, enviados a preparar el camino para el regreso de Cristo.
Sepamos también que asi como Elías regresa antes que Jesús vuelva, Jezabel hará lo mismo. Desde luego,
¿no la vemos ya en nuestra tierra, en la abundancia de hechicería y prostitución? ¿No oímos su descarada
voz que rechaza la autoridad espiritual y exalta el feminismo? ¿Inclusive, no nos damos cuenta cómo enseña
y seduce a los siervos de Dios a fornicar (Apocalipsis 2:20)? Pero al observar que Jezabel se manifiesta
así, de manera tan constante, tengamos en cuenta que también el espíritu de Elías está aquí para traer
arrepentimiento y levantar una hueste de profetas guerreros por toda la tierra. El hecho es simple: si cada
uno de nosotros va a servir a Dios durante el reino de una Jezabel, la lucha misma nos arrojará en una unción
del ministerio profético, simplemente para que podamos sobrevivir.
En el Antiguo Testamento vimos cómo Dios acabó con Jezabel. Jehú, el recién ungido y coronado rey de
Israel, recibió la palabra del Señor por medio del sucesor de Elías, Elíseo, para llevar a cabo la promesa del
Todopoderoso. A medida que Jehú y sus hombres cabalgaban hacia Jezreel, los reyes de Israel y Judá salieron
para encontrarlo. “...¿Hay paz, Jehú? Y él respondió: ¿Qué paz, con las fornicaciones de Jezabel tu
madre, y sus muchas hechicerías?” (2 Reyes 9:22). Luego Jehú dio muerte a los dos reyes.
Inmediatamente después siguió su camino hacia la ciudad para confrontar a Jezabel. La Biblia dice que: 30
“...y cuando Jezabel lo oyó, se pintó los ojos con antimonio, y atavió su cabeza, y se asomó a una
ventana. 31 Y cuando entraba Jehú por la puerta, ella dijo:
¿Sucedió bien a Zimri que mató a su señor?
32
Alzando él entonces su rostro hacia la ventana dijo:
¿Quién está conmigo? ¿quién? Y se inclinaron hacia él dos o tres eunucos.
Y él les dijo: Echadla abajo. Y ellos la echaron; y parte de su sangre salpicó en la pared, y en los
33

caballos; y él la atropelló ” (2 Reyes 9:30-33).


Hay algo en el espíritu de Jehú que todos debemos poseer como actitud en nuestra guerra contra Jezabel.
Mientras debemos ser compasivos hacia quienes han sido víctimas de Jezabel, Jehú no mostró misericordia,
ni esperó reformas, ni hubo componendas, ni dio simpatía alguna hacia ese espíritu satánico. Jehú “...la
atropelló”. Mientras Jezabel yacía sangrante, cerca de la muerte, la terminó con las patas de su caballo.
Lo mismo debemos hacer nosotros. No debemos mostrar ninguna clase de tolerancia, ningún compromiso,
hacia el espíritu de Jezabel. No puede haber paz ni descanso sino hasta cuando Jezabel deje de existir.
Debemos cesar en la vida cómoda mientras sus fornicaciones y sus hechicerías sean tantas en nuestra tierra.
Debemos rechazar una falsa paz que se basa en avenencias, arreglos, componendas y temor, especialmente
cuando el Espíritu de Dios nos llama a la guerra y a la batalla espirituales.
Es bastante significativo que los eunucos echaran abajo a Jezabel. Ellos eran incapaces de secundarla en su
inmoralidad y en sus fornicaciones. Para derribar este espíritu, debemos ser tan intolerantes como cuando
Jehú la atropelló con su caballo, y ser tan impotentes hacia su sensualidad como los eunucos. Algunos de
quienes lean esto pueden haber sido eunucos, esclavos de ese espíritu maligno. Hoy, ahora mismo, Dios nos
da el privilegio de participar en el juicio eterno contra Jezabel. Derribémosla. Pongámonos al lado del Señor
y permitamos que los juicios de Dios sigan adelante.
Es el tiempo para que los profetas se unan contra este espíritu. Con la misma unción de Elías, en el
poder del Espíritu Santo, levantémonos con la indignación de Jehú y derribemos a Jezabel.
Ahora mismo, lavémonos con la sangre preciosa de Jesús, y una vez limpios de toda contaminación de
pecado, atemos a Jezabel y asaltemos la fortaleza donde tiene su casa.
Espíritu de Jezabel, en la autoridad que Cristo Jesús nos da como sus siervos, liberamos tus cautivos.
Dejamos libres a tus esclavos. Hablamos a los eunucos para que derriben las fortalezas de simpatía
que te puedan tener. Echamos fuera de sus mentes todas tus malignas imaginaciones. Con la fuerza y
la potencia del nombre de Jesús, libramos sus almas de la presa psíquica con que los tenías
prisioneros. Y en el poder de nuestro Señor Jesucristo, vivo y resucitado, proclamamos guerra santa
contra el espíritu de Jezabel. Amén.
19
Capítulo

Nuestra experiencia con Jezabel

Aquí se presenta nuestra experiencia. No ofrecemos teorías ni especulaciones. Esto que


compartimos, ha obrado.
Para liberar debemo s ser liberados
“El libertará al inocente, y por la limpieza de tus manos éste será librado ” (Job 22:30).
Hay una diferencia entre arrepentimos de un pecado y derribar verdaderamente las fortalezas que en
nuestro interior producían el pecado. Lo primero implica fe en la cruz de Cristo; lo segundo exige que
abracemos la crucifixión. A este respecto, en 1971 el Señor comenzó desde los cimientos una obra para
limpiar en mi corazón las influencias del espíritu de Jezabel.
Esta temporada de arrepentimiento duró alrededor de cuarenta días. Durante ese tiempo, por medio del
Espíritu Santo, se derribó la fortaleza que era tolerante hacia el espíritu de Jezabel. Debo aclarar que no
volví a arrepentirme otra vez por pecados que, al confesarlos, el Señor Jesús había perdonado y cubierto con
su sangre. Como se dijo antes, mi arrepentimiento no era por el pecado, sino por la naturaleza que causaba
mis pecados. Esta es la esencia de derribar las fortalezas: destruimos el sistema de pensamiento
contaminante y opresor que, a través de los años, se ha construido dentro de nuestra naturaleza. Mi objetivo
era, en forma muy simple, que me debía renovar en el espíritu de mi mente (Efesios 4:23).
Esto sucedió de la siguiente manera: el Espíritu Santo trajo a mi memoria muchos de los pecados que
cometí mientras era un joven perdido. Dos o tres veces al día, todos los días, en sueños o mientras trabajaba,
el Señor me recordaba ciertos hechos. A medida que Él me revelaba esos incidentes, cubría cada recuerdo
con la sangre de Jesús. Cuando oraba así, sabía que había quitado otra “piedra” de esa fortaleza en mi
mente.
Por último el Señor mostró, por medio de un sueño, que la fortaleza había sido destruida por completo. En
el sueño vi dos hombres que hablaban, mientras uno de ellos alzaba un niño. El que tenía al niño usó una
palabra sucia en su charla. Repentinamente avergonzado, a causa del niño, con toda rapidez se reaseguró
que el pequeño era tan inocente que no entendía lo que significaba esa palabra. En el sueño, me di cuenta
que yo tampoco sabía su significado y que la gracia del Señor había dado una nueva inocencia a mi corazón,
de la cual el niño del sueño era un símbolo. Aunque en esa época no sabía nada del espíritu de Jezabel, el
Señor estaba construyendo dentro de mí una cierta inmunidad contra ese demonio.
Nuestro primer encuentro con Jezabel
Durante la década de 1970 pastoreaba en una orga nización donde había muchos hombres que trabajaban
con los dones de revelación: palabra de ciencia, discernimiento de espíritus y palabra de sabiduría.
Había hombres que funcionaban bajo las unciones apostólica y profética. Allí se encontraba oración
constante de día y de noche, guerra espiritual continua, y una hermosa adoración sostenida que podía durar
varias horas. La organización tenía compromiso, creatividad y poder. En la misma forma como el Señor
estaba con Israel en las llanuras de Moab, también lo estaba con nosotros (Números 22-25). Parecía no
haber maldición ni agüero que obrara en contra nuestra; Dios nos había dado su bendición y el éxito era
inevitable. Pero así como Balaam aconsejó a Balac para seducir a los israelitas con las mujeres de Moab, así
el espíritu de Jezabel dirigió sus ataques contra esta obra de Dios.
Si el enemigo no te puede atacar directamente, buscará hacerte caer en pecado, y por tanto ponerte bajo
los juicios de Dios. Cuando el espíritu de Jezabel comenzó a manifestarse, y aumentó la tolerancia hacia los
pecados sexuales, me acerqué al fundador del grupo en privado, con mis preocupaciones, para rogarle como
un hijo hace con el padre. No quiso oír mis consejos. Tres meses después volví a acercarme otra vez y, en
esta ocasión, apelé al equipo gobernante que estaba con él. De nuevo, con todo respeto y con toda humildad,
les advertí con lágrimas, que en la Biblia el juicio del Señor contra quienes toleraban a Jezabel era
“enfermedad y muerte” (Apocalipsis 2:22-23). En esta nueva oportunidad, tampoco se me escuchó. Varios
meses después de esto, me quitaron del liderazgo y me vi obligado a salir del grupo, justamente antes que el
líder se divorciara de su esposa. En el curso del año siguiente se casó con la secretaria. Antes de tres años
había muerto de cáncer en la próstata.
Esta experiencia fue devastadora en su impacto, pero también dio mucha luz. Aunque personalmente pasé
por un período de gran desaliento, me sirvió para aprender mucho sobre Jezabel y el pecado de presunción.
Vi que cuando los hombres suponen que Dios no los va a juzgar, es sólo cuestión de tiempo antes que el
tentador busque destruirlos. Es muy significativo recordar que mientras Jesús tenía la gama de los espíritus
de sabiduría, inteligencia, consejo, poder, y conocimiento, su delicia estaba en el temor de Jeho vá (Isaías
11:2-3). El pecado de presunción es la antítesis del temor de Dios. Es el precursor de la derrota futura.
Liberaci ón por medio del clamor
Esta fue mi primera experiencia con el espíritu de Jezabel, pero no la última. En 1985, durante un tiempo de
consejería, discernimos que ese espíritu era la influencia que controlaba y dirigía los demonios menores de
la homosexualidad y el lesbianismo. El Señor nos instruyó a hacer guerra contra Jezabel y, en el curso de un
mes, tres personas fueron libres de esas perversiones. Nuestra batalla espiritual continuó y al mes siguiente
pudimos ser testigos de cómo el canal local de televisión por cable retiró del aire el programa “Playboy”. La
gente comenzó a pedir ayuda por problemas sexuales y muchos solicitaron liberación de las fantasías que los
atormentaban. Inclusive varios pastores y sus esposas, sin saber que se estaba orando contra Jezabel,
llamaban para confesar sus pecados y recibir liberación. Al enfocar nuestra guerra espiritual contra esta
potestad, muchos de los que estaban bajo sus garras, fueron puestos en libertad.
Al mismo tiempo, la guerra espiritual aumentó en forma considerable contra mi familia y nuestra iglesia.
Un demonio de nombre “Halla Faltas” (que no se pudo discernir sino algún tiempo después), causó divisiones
y problemas en la iglesia. Ciertas personas a quienes amábamos muchísimo se volvieron contra nosotros con
odio repentino y mordaz. La sospecha se introdujo en la iglesia y hubo un tiempo de gran inestabilidad. A
pesar de todo, continuamos batallando contra este espíritu, convencidos de la efectividad de nuestra lucha.
Sin embargo, una noche el espíritu de Jezabel apareció a los pies de mi cama. Quedé paralizado, incapaz de
hablar o pedir ayuda. El odio que salía de los ex-miembros de la iglesia, estaba ahora presente, ya sin tener
el filtro de un cuerpo humano, en una forma espiritual verdadera y aterradora delante de mí. De no haber
estado el Señor conmigo, con seguridad habría muerto, pues toda la vida natural abandonó mi cuerpo y sólo
me sostuvo la vida de Cristo en mi interior.
No hubo voces audibles, pero por medio de la transferencia de pensamientos, ese demonio puso en mi
mente estas palabras: “Si sigues orando como lo has hecho, te mataré a ti, y a la gente de la iglesia contigo”.
El espíritu se desvaneció pero, inclusive después de haberse ido por lo menos en apariencia, escasamente
podía moverme. Mi mente era un pantano de pensamientos depresivos: “¿Por qué sigo orando por esta
gente? ¿Por qué sufrir por esta iglesia cuando, en cualquier momento, no sé quiénes se han de volver contra
mí?” Por último, el Espíritu Santo rompió todas las fortalezas y la opresión desapareció.
Pero la amenaza mortal de Jezabel no fue en vano. Menos de una semana después, muy temprano en la
mañana de un sábado, una señora de la iglesia llamó para pedir auxilio. El marido era drogadicto y, bajo el
efecto de la droga, pretendía matarla a ella y a los niños con su cuchillo. Se hicieron arreglos con una familia
de la iglesia y pudo escapar. A la una de la madrugada del domingo me llamó el enfurecido hombre. Este era
autoritario, con un estilo como de nazi, dueño de 34 armas de fuego, y me ordenaba a voz en cuello que le
informara dónde estaba la señora con sus hijos. Al final me gritó: “Si no me dices dónde está mi mujer, te
mataré a ti, y a la gente de la iglesia contigo ”.
¡Exactamente las mismas palabras que el espíritu de Jezabel había dicho en mi dormitorio, ocho días antes!
Era obvio que Jezabel había encontrado un vehículo para llevar a cabo su amenaza mortal de la semana
anterior.
No es una práctica normal que los pastores oren y pidan una tormenta para la mañana del domingo. Sin
embargo, así oramos esa madrugada y la ligera nevada que caía, se transformó en una tormenta que
acumuló doce pulgadas de nieve en el momento del culto dominical. De nuevo oramos en la iglesia y atamos
el espíritu de Jezabel para impedirle que usara a ese hombre que nos había amenazado a todos. Por último,
para la gloria de Dios, el hombre en realidad vino y aceptó al Señor como su Salvador personal.
Esto ha sido un resumen de nuestra experiencia con el espíritu de Jezabel. Mucho más se podría decir de
este encuentro, pero el espacio no lo permite. Si hay testimonio de la realidad sobre lo que he escrito,
entonces oremos por nuestro compromiso para luchar contra este principado. Recordemos que no importa lo
que vayamos a enfrentar en la batalla, pues el Señor nos ha dejado además de todo su poder, también el
convencimiento de la fidelidad de su promesa: “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y
escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará” (Lucas 10:19).
20
CAPITULO

Estrategia contra el espíritu de Jezabel

No podemos derrotar al enemigo simpl emente con oración. Para derribar el imperio de Satanás,
debemos ser transformados a la semejanza de Cristo.
Nuestra guerra contra Jezabel
La iglesia que luche con éxito contra Jezabel, ser á una iglesia heredera de la maravillosa “estrella de la
mañana” que será como un producto visible de la gloria, un símbolo de la pureza interior oculta. Será una
iglesia que ejerza “autoridad sobre las naciones”, únicamente porque conquistó el espíritu de Jezabel que
buscaba despojar a los siervos de Dios de su autoridad. Ha de ser una iglesia donde el don de la sanidad es
una parte integral en el ministerio del cuerpo (Apocalipsis 2:26-28).
Hay grandes premios por ganar la guerra contra Jezabel. Aunque toda victoria se inicia en oración, las
recompensas de Dios no se alcanzarán sólo mediante la intercesión. Como se dijo antes, la victoria comienza
con el nombre de Jesús en nuestros labios. Pero no se consuma sino hasta cuando la naturaleza del Señor
esté en nuestro corazón.
Por tanto, respecto a nuestra lucha con Jezabel, a medida que oramos contra esta potestad y su naturaleza,
debemos permitir al Espíritu Santo que exponga dónde hemos sido tolerantes o dónde hemos simpatizado
con los caminos de Jezabel. No podemos tener éxito en la guerra espiritual si no somos victoriosos en el
campo de batalla de nuestra mente. Recordemos por consiguiente, que sólo hay un ámbito de victoria final
contra el enemigo y es alcanzar la semejanza a Cristo y ninguna otra cosa más. En toda batalla, la vida y la
naturaleza de Cristo son el camino del triunfo.
En relación con la lucha contra este espíritu, recordemos que Jesús dijo: “...yo soy el que escudriña la
mente y el corazón...” (Apocalipsis 2:23). En toda batalla nuestra victoria comienza aquí: en el corazón y
en la mente. En consecuencia, no podemos tolerar el pensamiento de Jezabel en ninguna área de nuestra
vida. Nuestro concepto de iglesia se debe extender más allá de los edificios, a una forma de vida que
practiquemos en todas partes y en todo momento. Como somos la iglesia, debemos darnos cuenta que aún
estamos en “la iglesia” cuando nos encontramos en el hogar. Cuando encendemos el televisor y vemos un
programa inmoral, todavía nos hallamos en “la iglesia”, y toleramos así el espíritu de Jezabel.
Si un esposo se atemoriza por la dominación de la esposa o es incapaz de actuar como la cabeza de su
hogar, aunque no esté en el edificio donde tiene lugar la adoración, aún está en “la iglesia” y acoge el
espíritu de Jezabel. El tiempo que pasamos en el servicio de adoración es necesario, pero es una parte
mínima en la continuación de nuestra vida de iglesia. En las cosas rutinarias del diario vivir, debemos
también confrontar y destruir las fortalezas de Jezabel.
Es necesario un “Acab” Para tolerar a Jezabel
Hay un espíritu que obra con Jezabel. El efecto de este demonio es inundar el alma del hombre con debilidad
y temor. Su nombre es Acab. Su naturaleza es ceder su autoridad a Jezabel.
El espíritu de Acab ocupa las áreas de tolerancia dentro de la mente del hombre. El hombre se siente casi
como narcotizado en su lucha para resistir a Jezabel. Para ganar la batalla contra Jezabel, debemos también
conquistar la naturaleza de Acab.
El hombre casado con una esposa dominante exhibirá una de dos respuestas: mostrará temor en otras
relaciones de la vida o tenderá a resentirse de las mujeres en general. Si es jefe o patrón, será muy áspero y
brusco, orientado a controlar a las mujeres, siempre listo para “ponerlas en su sitio”. Esto es sólo una
manifestación del resentimiento hacia su esposa.
La esencia del espíritu de Acab es un título, “esposo”, y una posición, “cabeza”, pero el hombre carece de
autoridad real. Cuando Acab era rey, Jezabel gobernaba. El esposo que no puede gobernar su hogar en amor,
piadosamente, con una autoridad espiritual protectora, no ejercerá su autoridad espiritual en ninguna otra
parte. Tal hombre necesita arrepentirse de sus temores y, firmemente, con amor, poner su casa en orden.
Necesita luchar en el espíritu contra las influencias de Jezabel en su esposa y con todo su amor ser para ella
una fuente de seguridad anímica.
Pero antes de seguir, aclaremos el concepto de autoridad. La autoridad no es otra cosa sino
responsabilidad delegada. El énfasis no está en ser el jefe, sino en ser responsable. La subestructura sobre la
cual se sostiene la autoridad divina es el amor divino. El liderazgo en el hogar surge cuando el hombre toma
una responsabilidad amorosa por la condición de su familia. Ningún hombre tendrá paz en su hogar si ve la
autoridad como simplemente el dominio sobre su esposa. Dios quiere parejas donde las decisiones sean
conjuntas, donde el uno descanse y confíe en la sabiduría del otro, donde se gocen como amigos en
comunión abierta y amorosa. La respuesta de Dios para tratar con Jezabel no es el cambio de una forma de
opresión (la de Jezabel), por otra (la del hombre). Nuestro objetivo es reemplazar el concepto de seguridad
de Jezabel, con la seguridad que una mujer recibe cuando es amada tiernamente por su marido. De esta
forma el hombre gana la guerra contra Jezabel, cuando viene a ser como Cristo.
Nunca he encontrado un hombre que pudiera funcionar con toda autoridad espiritual, después de tolerar el
espíritu de Jezabel, ya sea en la vida sexual, en su mente, o al ceder a la intimidación del control de una
esposa dominadora. Somos llamados a luchar contra este espíritu y a ganar. El hombre vence la influencia de
Jezabel en su familia, no sólo con la oración, sino también al convertirse en el esposo a semejanza de Cristo
que Dios Padre quiere que sea.
La mujer vence la influencia de la altivez de Jezabel al buscar la influencia creativa de la sumisión y la
mansedumbre de Cristo. Debe perseguir un espíritu afable y apacible (1 Pedro 2:23-3:4) que es semejante al
de Jesús. Debe ver la sabiduría de Dios en el orden divino de la familia, y honrar a su esposo como su cabeza.
Si es soltera, debe estar sometida como al Señor, en el orden que Dios ha establecido para la iglesia. Su
humildad y paz al servir a otros es una señal de haber destruido la naturaleza de Jezabel en su vida
(Filipenses 1:28).
La mujer vence el aspecto sensual e inmoral de Jezabel al renunciar a sus encantos femeninos, que son
engañosos y vanos (Proverbios 31:3a) y a sus muchas zalamerías o persuasiones que son seductoras
(Proverbios 7:21). Debe renunciar a la apariencia sensual de los ojos y a la melosería seductora de la voz. Si
es casada, su belleza debe ser para el esposo. Si es soltera, que adorne su interior con las cualidades
espirituales del fruto del Espíritu, sabiendo que si se acomoda a las normas de Dios, encontrará
inevitablemente un hombre que se acomodará a las normas de ella. El hombre verdadero que Dios tiene para
ella es un hombre piadoso que busca una mujer virtuosa. Su victoria, la victoria de ella, comienza con
oración y se consuma en la transformación a la semejanza de Cristo.
Lo que vengamos a ser en Cristo, como su pueblo, debe ser la antítesis del espíritu de Jezabel. ¿Es ella
rebelde? Nosotros debemos ser sumisos. ¿Es orgullosa y altiva? Debemos ser mansos y humildes de corazón.
¿Es un control demoníaco? Debemos ser gentiles y siempre estar dispuestos a ceder. ¿Jezabel hace uso de la
hechicería, la inmoralidad, el temor, la brujería y el desaliento? Debemos vivir una vida anímica de
crucifixión en la pureza de Cristo, llenos de amor y fe en nuestra visión. De nuevo, Cristo en nosotros es
quien establece nuestra victoria contra Satanás y, en forma única, vence y conquista al espíritu de Jezabel.
Guerra unida contra las potestades de Satanás
“...Alzaron unánimes la voz a Dios... ” (Hechos 4:24).
Por importante que sea ganar la guerra contra Jezabel en el hogar, también debemos unirnos para la
batalla y la oración corporativas. La oración corporativa es la intercesión unida de la iglesia contra las
potestades de las tinieblas. Este tipo de combate se puede llevar a cabo con una gran variedad de
expresiones y con un rmnimo de requerimientos. Sin embargo, hay requisitos esenciales para una lucha
efectiva.

1. La adoración debe ser parte de la batalla. En las batallas se deben integrar grandes variedades
de alabanza y adoración. Durante estos encuentros diversas personas, en forma muy espontánea,
deben dirigir cánticos e himnos apropiados. Mantengamos nuestros ojos en Jesús y seamos
agradecidos.
2. La intercesión debe ser dirigida por el espíritu. Esto es más que “orar en lenguas”. Requiere
que aprendamos a escuchar. A menudo, la oración corporativa en verdad se ve obstaculizada por
alguien que domina el grupo con “lenguas” ruidosas e insensibles. En la oración corporativa hay una
“fuente común” de donde deben sacar quienes oran. Aquí se necesita ser sensible a los cambios
sutiles del Espíritu, a medida que El guía al grupo en acuerdos creativos. Como personas debemos
buscar que nuestras oraciones sean cortas (2-5 minutos); hay que tratar con una necesidad en cada
oportunidad y dejar la puerta abierta para que otros expresen su acuerdo en oración.
3. Respetemos los tiempos de oración asignados. Esto puede parecer como si se buscara controlar
al Espíritu Santo, pero entre más se respete el horario propuesto, más personas se van a
comprometer. Sin embargo, seamos sensibles a las ocasiones especiales cuando el Señor ordena
intercesión adicional.
4. No seamos presumidos. De hecho, si alguien recurre a llamar al diablo por sus nombres, y lo
desafía a pelear, se le debe advertir que está fuera de orden. En la oración usemos la Palabra, el
Espíritu Santo y el nombre de Jesús; lo demás es carnalidad.
5. Evitemos charlar. Procuremos no interrumpir con conversaciones innecesarias. Dejemos todo lo
que no sea esencial, para después del tiempo de oración.
6. Quienes entran en batalla deben tener el entrenamiento y la aprobación del liderazgo de la
Iglesia. Toda iglesia debe tener un “equipo de batalla” así como un “equipo de refuerzo” que ora
por quienes están en la vanguardia. Este equipo de apoyo puede consistir de los que están en
tratamiento o de aquellos cuyo llamado es solamente la oración.
21
Capítulo

Dios juzg ará nuestro juicio

El espíritu de Babilonia es el espíritu de acomodarse con el mundo. Dondequiera que hay una
avenencia en nuestro corazón con el demonio, esa componenda, ese acomodo, nos coloca sobre el
lomo de la bestia que al final sólo busca nuestra destrucción.
Identificación del espíritu de Babilonia
El espíritu de Babilonia ha estado en la tierra desde cuando comenzó la civilización. Es esencial comprender
este espíritu, si deseamos caminar en el reino de Dios sin transigencias de ninguna clase. Porque el espíritu
de Babilonia compendia la auto- exaltación y la auto-exaltación es la fuente de toda componenda.
Originalmente, Babilonia fue más que una ciudad hermosa y llena de riquezas; sobre todo era una ciudad
religiosa. La Biblia nos dice que el intento común de sus habitantes fue construir para ellos una ciudad, “...y
una torre, cuya cúspide llegue al cielo...” (Génesis 11:4). Más que sus avanzadas habilidades en el arte y
en la guerra, el orgullo de su corazón estaba en su religión. Cuando Dios confundió sus lenguas y los
diseminó por toda la tierra, el espíritu de Babilonia se extendió por todo el mundo y el deseo de “llegar al
cielo” por medio de las religiones hechas por el hombre, proliferó en todas las civilizaciones.
También vemos en este espíritu la ambición de hacerse un nombre. Tan grande es esta influencia que se
ha convertido en parte de la sociedad, que Salomón observó: “...todo trabajo y toda excelencia de obras
despierta la envidia del hombre contra su prójimo”.
(Eclesiastés 4:4). La rivalidad y el deseo de hacerse un nombre aún están implícitos en la naturaleza del
espíritu de Babilonia.
Algo final sobre los orígenes de Babilonia. La Escritura dice que las personas salieron de oriente hasta la
tierra de Sinar y se establecieron allí (Génesis 11:2). Cada vez que una iglesia suspende la presión y
comienza a “establecerse”, es de esperar que surja algo de naturaleza babilónica.
Otro cuadro que ilustra la influencia de la filosofía babilónica se ve en el libro de Daniel. Se debe recordar
que Babilonia conquistó a los hebreos y los transportó al cautiverio. Allí, Daniel fue elevado hasta hacerlo
sentar con los sabios caldeos y con los astrólogos que aconsejaban al rey Nabucodonosor. Vemos este
espíritu claramente en la respuesta de los sacerdotes de Babilonia cuando el rey les ordenó que revelaran un
sueño sin darles a conocer los detalles. Dijeron: “...el asunto que el rey demanda es difícil, y no hay
quien lo pueda declarar al rey, salvo los dioses cuya morada no es con la carne” (Daniel 2:11).
Es así posible reconocer la influencia de Babilonia en las personas y en las iglesias que ofrecen sacrificios
de labios a dioses lejanos, cuyo sitio de habitación no es con los hombres. Por el contrario, Jesús es nuestro
Emmanuel: “Dios con nosotros”. La misma esencia del verdadero cristianismo es Cristo en nosotros, la
esperanza de gloria. Es posible discernir el espíritu de Babilonia en una iglesia que honra a Dios en los
cielos, sin tener con El ninguna relación aquí en la tierra.
Babilonia será destruida
El espíritu de Babilonia nos rodea por todas partes, tan to en nuestra sociedad en general, como en la iglesia
de Cristo en particular. En la Biblia vemos a quienes han cedido a este espíritu. Se les aprecia como: 3 “...una
mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia... 5 ... y en su frente un
nombre escrito.-.BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS...” (Apocalipsis 17:3,5).
Para discernir el espíritu de Babilonia busquemos primero el orgullo: “Hagámonos un nombre”. Luego,
busquemos la mundanalidad: ...“la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y adornada de oro, de
piedras preciosas y de perlas...” (Apocalipsis 17:4a). Por último, donde la gente está embriagada con las
concupiscencia de los placeres, veremos: ...“en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la
inmundicia de su fornicación” (Apocalipsis 17:4b).
La orden en la Santa Biblia: “...Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni
recibáis parte de sus plagas” (Apocalipsis 18:4).
Cuando se nos llama a salir de Babilonia, es un llamado hacia la semejanza de Cristo. En este momento
Dios ciertamente llama a la iglesia para entrar en mansedumbre, moderación y pureza de corazón. El
Espíritu Santo ha estado juzgando y limpiando las fortalezas babilónicas dentro de la iglesia. Desde luego,
los pecados de Babilonia pronto se han de disciplinar con las plagas que inclusive desde ahora ya caen sobre
ella. En su misericordia Dios llama para que salgamos de la perversidad.
La Biblia nos dice: “Y los diez cuernos que viste en la bestia, éstos aborrecerán sus carnes, y la
quemarán con fuego” (Apocalipsis 17:16). En todo momento que decidamos coexistir con el demonio, nos
deja desolados y desnudos, bajo el suplicio de un fuego que no es posible apagar. Esta advertencia la debe
oír cada uno de nosotros como individuos. En lo más íntimo de nuestro corazón debemos decidir que nunca
cederemos al espíritu de Babilonia, en ninguna forma.
Los que vencen
Al mismo tiempo, las Escrituras hablan de personas que no sólo salieron de Babilonia, sino que se levantaron
como un ejército que bajo la dirección del Señor, fue un instrumento en el juicio de Dios contra ella.
Respecto de la caída de Babilonia, la Biblia dice lo siguiente: “Alegraos sobre ella, cielo, y vosotros,
santos, apóstoles y profetas; porque Dios os ha hecho justicia en ella” (Apocalipsis 18:20). Juan
escribió aquí de santos, apóstoles y profetas en los últimos días, cuyo estilo de vida y cuyas palabras serán
una fuente de juicios sobre el espíritu de Babilonia. De hecho, Dios juzgará su juicio, el juicio de ellos.
El Señor Jesús no sólo quiere que nos separemos de este espíritu, sino que además lo combatamos. En
otras palabras, a medida que estamos de acuerdo en espíritu y en carácter, en palabra y en comportamiento
con la Palabra de Dios respecto a la justicia, Dios pondrá en nuestros labios sus juicios en lo referente al mal.
La sencillez y pureza de nuestra vida, así como nuestras palabras serán un instrumento para atar las
potestades de Babilonia y para liberar a sus prisioneros.
No luchamos contra “carne y sangre”, sino contra las potestades de las tinieblas que mantienen cautivas a
las personas: “para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la
iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales” (Efesios 3:10). Antes que Jesús
regrese, su iglesia llenará toda sus normas en todos los aspectos (Efesios 4:11-15); y eso incluye convertirse
en un ejército que aborrece la maldad y ama la justicia, un ejército que a medida que sigue a Cristo, inicia la
guerra espiritual contra las puertas del infierno, y trae el gobierno y la voluntad de Dios para regir sobre
todos los negocios de hombres.
Jesús: nuestro Rey y guerrero
Jesús no va a volver como el Cordero manso y humilde a quien el mundo crucificó. No; no regresará otra vez
para ser humillado. Vuelve para ser glorificado en sus santos y para maravillar a quienes creen en El
(2 Tesalonicenses 1:10). Dentro de sus santos primero establecerá su reino y su gobierno en gloria y se
revelará en poder (Apocalipsis 2:26; Judas 14-15). Vuelve como Rey de reyes y el Señor de señores. Este
Cordero regresa a la tierra en una forma donde: “...él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios
Todopoderoso” (Apocalipsis 19:15).
Al hablar por medio del profeta, el Espíritu Santo dice: “Jehová saldrá como gigante, y como hombre de
guerra despertará celo; gritará, voceará, se esforzará sobre sus enemigos” (Isaías 42:13).
¿Oyes el grito de guerra que levanta nuestro Rey? Es la llamada para derribar los ídolos de Babilonia y
para avisar que se acerca la hora de nuestro destino con celo y con una voluntad de obediencia a Jesús.
Como está escrito: “Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder...” (Salmo 110:3).
Precisamente ahora, sobre todo a medida que nos acercamos al fin de la presente edad, es esencial entender
que el propósito de Dios con nosotros es conformarnos a la imagen de su Hijo. Vamos a crecer en todos los
aspectos de su Hijo que regresa como el capitán de los Ejércitos Celestiales.
Quizás podamos sentir: “No sé nada sobre la guerra. Espiritualmente estoy ciego y tengo miedo”. El
versículo del profeta Isaías que se citó arriba, continuaba más adelante así: “y guiaré a los ciegos por
camino que no sabían, les haré andar por sendas que no habían conocido; delante de ellos
cambiaré las tinieblas en luz, y lo escabroso en llanura. Estas cosas les haré, y no los
desampararé” (Isaías 42:16).
A medida que entramos en la administración de la victoria de Jesucristo, lo que una vez fue un camino lleno
de tinieblas y de ceguera, ahora se convertirá en un sendero de visión y de luz. Las palabras declararán el
propósito de Dios y su propósito cargará nuestras palabras con autoridad y de poder contra las potestades
del infierno. Nos regocijaremos a medida que veamos que el Espíritu de Dios “Juzga nuestro juicio” sobre
Babilonia.
Padre celestial, te adoramos. Declaramos que tu nombre será exaltado en toda la tierra, así como el
nombre que diste a tu Hijo, Jesús. Señor, renunciamos a la búsqueda de hacer nombres para nosotros
mismos, nos despojamos de las ilusiones del mundo, nos arrepentimos de las concupiscencias de la
comodidad y del placer.
Señor, juzgamos el espíritu de Babilonia. Liberamos a tu pueblo de sus embriagueces, de sus
fornicaciones y de sus inmoralidades. Levantamos nuestra vida de acuerdo con los niveles de tus
justos juicios de rectitud, para que puedas juzgar nuestro juicio de este espíritu de hombres. En el
nombre de Jesús.Amén.
22
Capítulo

Discernir la naturaleza del enemigo

El Señor une a su pueblo, levanta un ejército , lo equipa y lo prepara para capturar sus ciudades.
Golpea al corazón de tu Adversario
En el reino del espíritu el nombre de una entida d siempre corresponde a su naturaleza. Notemos que la
Biblia dio muchos nombres al Señor. Pero en cada nombre nuevo que se revelaba, había en realidad una
revelación mucho más profunda y completa de su naturaleza (Génesis 22:14; Exodo 3:14). De manera
semejante, los nombres de los ángeles de Dios, son auto-descriptivos.
Este principio de consistencia entre el nombre y la naturaleza de los seres espirituales, sirve en verdad
para discernir la actividad y los propósitos de los espíritus malignos. A fin de derrotar a los gobernadores de
las tinieblas, debemos conocer su naturaleza -qué esperar, cuáles son sus tácticas y cómo las aplican contra
nuestras debilidades.
En la Biblia el término “espíritu inmundo” es un vocablo genérico que simplemente se usa para distinguir
entre los espíritus angélicos y los espíritus malignos. Pero si queremos hacer una liberación, necesitamos
saber la naturaleza específica de un determinado espíritu inmundo. Es decir, si se trata de un espíritu de
temor, de lujuria, de rechazo, de codicia, etc. No necesitamos hacer más preguntas, una vez que conocemos
su naturaleza.
Consideremos el nombre del Espíritu inmundo que poseía al endemoniado gadareno; era “Legión” ¿Por
qué? “...porque somos muchos” (Marcos 5:9). Conocer el nombre ayuda a discernir la naturaleza y facilita
la verdadera liberación. Cuando Juan describe al ángel caído como el “rey” sobre los demonios en el abismo,
revela los nombres hebreo y griego de este gobernante como Abadón y Apolión (Apocalipsis 9:11). En
nuestro idioma esos nombres se pueden traducir de la siguiente manera: “Destrucción”, y “Destructor”,
respectivamente. Una vez más coinciden el nombre y la naturaleza.
Sin embargo, si conocemos la naturaleza, no es indispensable conocer el nombre. Si fuésemos a enfrentar a
“Abadón” podríamos identificar ese espíritu con los nombres “Destrucción” o “Destructor” o decirle
“Abadón”. Si el Señor nos dirige a combatirlo, lo podríamos llamar simplemente “espíritu destructor”. ¿Cómo
derrotamos al enemigo? La victoria comienza con el nombre de Jesús en nuestros labios; y se consuma con la
naturaleza de Jesús en nuestro corazón.
Sigamos al Cordero
Hemos mencionado en este libro unos pocos de los enemigos de Dios. Es muy importante no embestir a la
cabeza, atacar a los principados, si n tener estrategias y sin que haya personas que oren y pidan la
protección de quienes se enfrentan en batalla espiritual a los demonios.
La Biblia nos da un cuadro muy claro del adecuado equilibrio que debe tener todo encuentro: “Y los
ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían...” (Apocalipsis 19:14).
Hay una frase que en la batalla espiritual alcanza todo su valor y su más completa certeza: “El poco
conocimiento es un gran peligro”. Los ejércitos que estaban en los cielos le seguían. ¿Y a quién seguían? ¡A
Jesucristo!
Por tanto, seamos seguidores del Señor muy conscientes y cuidadosos. De acuerdo con las experiencias de
muchos maestros, es vital que las personas de nuestras iglesias reciban entrenamiento en la batalla, antes de
poner un sitio a gran escala contra el enemigo. Nuestros ataques contra las fortalezas del infierno, deberán
ser en áreas donde tengamos conocimientos muy profundos, porque Satanás, por su parte, contra-atacará en
las áreas de nuestra ignorancia.
Es esencial comprender la diferencia entre recibir enseñanzas y recibir adiestramiento . Este libro, y otros
por el estilo, pueden dar enseñanzas. Pero ser dirigidos personalmente por Dios, es tener adiestramiento. Por
tanto, al referirse al Señor, David pudo escribir: “(Dios es) quien adiestra mis manos para la batalla...”)
Salmo 18:34). El objeto de este libro es mencionar la necesidad de recibir entrenamiento y al mismo tiempo
ofrecer algo de luz y ciertas guías de penetración en los ámbitos de la guerra espiritual. Lo que se aprenda
en la lucha de confrontación y en obediencia a Jesús en el verdadero campo de batalla, sobrepasará
muchísimo lo que pueda proporcionar cualquier manual de enseñanzas. Nuestra confianza debe estar en el
Señor, no en los textos.
El Rey levanta su ejército
Por todo el mundo el Señor reúne un número creciente de iglesias para la guerra. En la actualidad muchos
buscan las estrategias y la sabiduría de Dios, en relación co n sus regiones de ministerio. Si eres un líder
cristiano interesado en unirte con otras iglesias de tu área para estos fines, te rogamos el favor de ponerte
en contacto con nosotros. Agregaremos tu nombre a la lista de quienes oran en tu zona. Juntos creeremos al
Señor por los hombres y mujeres que, con toda unción, unidos en el Espíritu de Jesucristo, “...perseguirán a
diez mil...” (Levítico 26:8).
UNA PALABRA FINAL

A medida que abrazamos el plan eterno de Dios, que es hacernos a la imagen de Jesús, recordemos
que ninguna arma forjada contra nosotros prosperará y que condenaremos toda lengua que nos acuse
enjuicio (Isaías 54:17). A medida que llevemos cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo,
sepamos con certeza, que quienes nos han precedido inclusive ahora, están listos para castigar toda
desobediencia cuando nuestra obediencia sea perfecta (2 Corintios 10:1-6; Judas: 14-16; Marcos
4:29).
Tengamos la seguridad del poder de nuestras armas a medida que oramos con el denuedo de la
potencia de Cristo (Efesios 6:19). Confiemos con firmeza en que nuestras oraciones, como saetas,
penetrarán en el corazón de los enemigos del Rey (Salmo 45:5), pues Jesús mismo ha ido delante de
nosotros y el temor de El lleva la derrota a los campamentos del enemigo.
A quienes tienen la naturaleza de Gedeón, el Señor dice: “No te asustes de tu llamado, porque Dios
escogió lo vil del mundo, lo menospreciado, lo que no es, para deshacer lo que es” (1 Corintios 1:28).
“Gózate y regocíjate en gran manera, porque yo mismo me he propuesto consumar la batalla con la
revelación de mi plenitud en tu vida. He visto a Satanás caer del cielo como un rayo. Recuerda que te
he dado potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada te
dañará” (Lucas 10:18-19).
GLOSARIO

“Porque no t enemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra
potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes
espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12).
Lugares celestiales o regiones celestes (Efesios 3:10; 6:12). Cuando las Escrituras se refieren al “cielo”
pueden hablar de uno de tres sitios, según se interprete el contexto de la referencia. El primer cielo es el
atmosférico, el firmamento (Salmo 19:1). El tercero corresponde a la más familiar de las definiciones de los
cielos: el primero de muchos niveles de gloria, cuya corona es el cielo altísimo y, como enseñó Jesús, el lugar
de la morada del Padre Celestial (Mateo 6:9).
El cielo que es objeto único de este estudio, es el reino espiritual que rodea en forma inmediata la
conciencia de la humanidad. Este reino, mencionado con frecuencia en la Biblia como “lugares celestiales”,
es el campo de batalla de nuestras guerras en el espíritu. Dentro de su ámbito, los espíritus buenos y malos
chocan en sus encuentros por el alma de los hombres. Al final, cuando el Señor Jesús regrese, y se extinga
toda perversidad en el universo, la gloria de Dios llenará este cielo.
Demonios, diablo (griego: daimon, demonios). Algunas versiones de la Biblia han traducido
incorrectamente “demonios” como “diablos”. Solamente hay un diablo: Satanás, pero hay muchos demonios.
Los demonios fueron una vez ángeles que “abandonaron su propia morada ” (Judas 6). Los demonios son
ángeles caídos (Apocalipsis 12:9; Mateo 25:41).
En el griego del Nuevo Testamento hay dos palabras distintas que se tradujeron como “diablo”. Cada una
representa una entidad espiritual aparte. Los demonios difieren en grados de maldad (Mateo 12:45). Todos,
desde hadas, duendes, tragos, diablillos, hasta principados y potestades se pueden clasificar bajo demonios,
cuando el término “demonio” es palabra genérica. Sin embargo, cuando es término específico, usualmente se
refiere a cualquiera de los muchos espíritus inmundos, p.e., los espíritus sordos y mudos, así como a los
espíritus que se disfrazan en los pensamientos humanos.
Los demonios son las tropas de tierra del infierno. Son los más numerosos de los espíritus del mal y,
evidentemente, Dios les ha dado el derecho legal de ocupar todo territorio que se alce en rebeldía desafiante
contra su voluntad, incluyendo a los hombres. Judas 6 dice que estos ángeles caídos se guardan bajo
oscuridad en prisiones eternas. La oscuridad no es tan solo una región sin luz, sino un lugar de depravación
moral. La responsabilidad de “echar fuera demonios” pertenece a todos los creyentes (Marcos 16:17).
Griego: diablos, acusador, calumniador. Es uno de los nombres de Satanás. De este término se deriva la
palabra “diablo”, que se debe aplicar sólo a Satanás (Vine’s Expository. Dictionary W.E. Vine: Diccionario
expositivo de palabras del Nuevo Testamento. Ed. Clie, Terrassa, España, 1984).
Principados (griego: arche. Efesios 3:10; 6:12). La palabra significa “comienzo, gobierno, dirección” y se
usa para describir cierta clase de seres espirituales en la jerarquía satánica. Los principados gobiernan
sobre las “potestades” así como sobre otras numerosas categorías de demonios. Los principados influyen a
países, regiones dentro de los países, estados, provincias, departamentos, condados, municipios, cantones,
ciudades e inclusive iglesias. Son espíritus líderes en el sistema del infierno y son la contraparte espiritual de
los “arcángeles” del cielo. Tienen el papel de fijar asignaciones y dirigir batallas contra la iglesia a nivel
local. Casi siempre son los “ministradores” del mal en una determinada área.
Los medios que tiene la iglesia para luchar con éxito contra los principados son la autoridad espiritual de
Cristo y el principio del desplazamiento. Los principados no se pueden “echar fuera” porque no moran en las
personas; viven en las “regiones celestes”. Se desplaza en el ámbito del espíritu según el ascendente que
tenga Cristo en la iglesia y, por medio de Cristo, en la comunidad.
Potestades (Mateo 24:29; Efesios 3:10; 6:12). Obran de acuerdo con los principados, pero están en
sujeción a ellos. La energía de una potestad se dirige hacia el exterior, desde sí misma, y se extiende como
las ondas de radio, sobre un territorio. Una potestad es un espíritu demoníaco importante, cuya actividad
principal es cubrir un área definida con la energía de su maldad especializada y particular. Se les llama
potestades porque eso es lo que son: poderes de las tinieblas. Es la contraparte maligna de la clase de
ángeles que se llaman virtudes. Una iglesia puede tener una virtud peculiar que ministra por medio de ella,
como gozo o fe. De la misma manera una potestad de depresión o de temor, puede ministrar a cierta sección
de un pueblo. Muchas personas durante algún tiempo especial lucharán con un mismo y único problema. Con
frecuencia, la fuente de esta actividad es una potestad particular que influye y actúa sobre esa área. En lugar
de tratar en forma directa con cada individuo, se atará la potestad sobre la zona y luego se cubrirá a las
personas, espiritualmente, con la sangre de Jesús. Esto hace que la intensidad de las batallas disminuyan y
pronto vendrá la victoria.
Las potestades ocupan una jurisdicción que, por lo general, corresponde a un municipio (condado, cantón,
parroquia), aunque puede haber algunas que frecuenten pensamientos de personas influyentes de la
comunidad o, inclusive, pueden construir una determinada actitud negativa dentro de una iglesia. Las
potestades principales también influyen el ámbito espiritual sobre regiones enteras de países. Varias
potestades pueden trabajar juntas, bajo las órdenes de un principado, pero usualmente una o dos serán las
de mayor influencia para afectar comportamientos, conductas, costumbres, hábitos o hasta los manerismos
del lenguaje en los habitantes de determinadas áreas. Por ejemplo, compárense los acentos de las diversas
regiones de Colombia, o de España, los de Argentina con los de Venezuela, los de Bolivia con los de
Guatemala, etc., para comprender estas acciones de las potestades.
Como en el caso de los principados, los medios que tiene la iglesia para luchar con éxito contra las
potestades, son ministrar la autoridad espiritual de Cristo y el principio del desplazamiento. Las potestades
tampoco se pueden expulsar. Se desplazan en el ámbito espiritual, mediante la plenitud del reino de Cristo
en la iglesia y por medio de la guerra intercesora de los santos en una determinada región.
Gobernadores de las tinieblas de este siglo (Efesios 6:12). La Biblia se refiere aquí a ciertas entidades
espirituales que, a escala nacional, gobiernan sobre los principados y las potestades. El alcance de la
influencia de los gobernadores, tienen nivel mundial.
En el libro de Daniel, uno de tales demonios se llamaba “príncipe de Persia”. Este gobernador particular
luchó con el ángel que fue enviado como respuesta a la oración del profeta. En el ámbito natural, Ciro era el
rey de Persia, pero en el plano espiritual, había otro líder. Como se recordará, la intercesión de Daniel fue el
instrumento para lograr que el rey Ciro permitiera el regreso de los judíos que iban a reconstruir a
Jerusalén. Sin embargo, en el aspecto espiritual había la resistencia de ese gobernador satánico. Por último,
Miguel, un arcángel protector de la nación israelita (equivalente a la categoría de los gobernadores de este
siglo), se unió al mensajero que se envió al profeta y derrotaron al enemigo. Se puede observar la influencia
de los gobernadores del siglo, así como la de los principados y potestades, en los diferentes temperamentos y
culturas de los diversos países en los distintos continentes.
Satanás (griego: “Satanás”= adversario, el que resiste o se opone). Es uno de los nombres del diablo,
quizás el más común e importante. Satanás acusa y calumnia a los hombres delante de Dios, y calumnia y
acusa a Dios ante los hombres. En sus ataques contra la humanidad, hace que los hombres pequen y que, en
consecuencia, se emita el juicio de Dios contra el género humano. Nuestra lucha con
Satanás tiene éxito cuando permanecemos puros y hacemos que Dios dé su juicio contra el diablo (Juan
16:11). Satanás es el origen último del engaño y las mentiras, así como de los actos de violencia. Según las
propias palabras de Jesús, Satanás es un ladrón que tiene tres funciones principales: “hurtar, matar y
destruir”. Satanás es el tentador y también el acusador de los hermanos. El autor del presente libro no
considera que el mismo Satanás aparezca para atacar directamente a la generalidad de las personas, sino
que reserva sus embestidas contra siervos ungidos del Señor: Abraham, Moisés, David, Job, Pedro, Pablo,
etc. Desde el punto de vista bíblico a Satanás se le reprende, pero no se le “echa fuera” en la forma como se
trata con los demás demonios. La iglesia combate con éxito contra Satanás cuando se somete a Dios, cuando
vive, habla y se apega a la Palabra de Dios, cuando conoce y aplica el poder de la sangre en el sacrificio
expiatorio de Cristo y cuando vive una vida de crucifixión (Apocalipsis 12:10-12).
Reino de Dios (Marcos 1:14-15; Mateo 5:3, 10; 6:33, etc.). Si se habla escrituralmente, estas palabras
siempre se refieren a la realidad espiritual donde se origina el gobierno de Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo. La extensión de este reino celestial tiene dos manifestaciones primarias: el cielo en la eternidad y
la fragancia de los cielos en el plan del tiempo que se revela, y donde se entra, por medio de Cristo. Cuando
el autor de este libro habla de “establecer el reino”, lo hace en el contexto de esta última definición. No es
nuestro punto de vista que toda la tierra se debe someter y estar sujeta a Cristo antes de su regreso. Mas
bien, hablamos del reino de Dios como esa dimensión de vida eterna que heredan los redimidos por medio
del nacimiento espiritual y que los obedientes descubren en el significado de las palabras de Cristo Jesús.

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