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Para comenzar, creo que lo más importante es definir lo que se considera como apropiación

cultural. Según Wikipedia: "La ​apropiación cultural es la adopción o uso de elementos


culturales por parte de miembros de otra cultura." A priori, es algo que se lleva haciendo desde
el principio de los tiempos, desde la cultura helénica adoptada por Roma hasta la adopción de
parte de la cultura Islámica por los reinos de Castilla y Aragón. No obstante, un concepto que
podría ser positivo, ya que trata de lazos e intercambios entre culturas, pasa a tener pegas al
adentrarnos en el siglo XX y en las lógicas capitalistas de mercado.

La crítica se dirige principalmente a artistas de países occidentales, pertenecientes a la


burguesía, blancos y normativos. Desde un punto de vista más amplio, el rechazo al que se
enfrentó Gershwin a principio de siglo por escribir música perteneciente hasta entonces a los
negros de clase trabajadora es equivalente al que hoy en día Rosalía recibe por escribir música
ligada a las clases populares y racializadas andaluzas. En mi opinión, no se puede negar que
dentro de la globalización neocolonial en la que vivimos existe una relación de poder entre la
cultura occidental hegemónica y las culturas minoritarias periféricas. Por tanto, no podemos
tratar a la cultura judía-americana-burguesa de Gershwin, igual que al jazz.

Por otro lado, es importante entender que el flamenco, el jazz, el hip-hop... es política. No deja
de ser un modo de expresión de la clase obrera, y desde ahí se puede crear una fuerza
contra-hegemónica, como diría Gramsci. Esto es, la cultura hip-hop se crea en los barrios más
deprimidos de Nueva York, Harlem y el Bronx, y precisamente por eso, será una cultura
enfrentada a la hegemónica, con un gran componente de clase. Las posibilidades de que un
chaval criado en esas calles, con esa música, acabara votando al partido republicano eran
bastante pocas. Por eso la historia del hip-hop es una historia de asimilación por la clase
dominante, hasta la conversión en un género no despolitizado, sino vaciado de contenido y
rellenado de mensajes asimilables por el sistema. No es el mismo mensaje el de 2pac que el de
Eminem.

Por tanto, creo que añadir la idea de que la apropiación cultural es el enésimo ejemplo de la
famosa primera página de "El estado y la revolución" de Lenin es necesario: "En la vida de los
grandes revolucionarios las clases opresoras les someten a constantes persecuciones (...)
Después de su muerte se intenta convertirlos en iconos inofensivos, (...), castrando el contenido
de su doctrina revolucionaria." ¿No es esto lo que está pasando con Rosalía? El colectivo gitano
es posiblemente uno de los que más odio reciben en la población española, sin embargo, su
música, cantada por una blanca con dinero, es la más escuchada. O incluso con C.Tangana, un
pijo de colegio privado que utiliza estética (tanto musical como física) de barrio, despojándola de
las ideas contrahegemónicas que sí aparecen en Violadores del Verso o Los Chikos Del Maíz
(ambos grupos de barrio). Es muy interesante que haya que quitar al flamenco su color de piel y
su acento para que pueda salir en los 40 principales.

En definitiva, se trata de despojar a la música de su contenido subversivo. Subversión que


aparece en el jazz como en el flamenco como una de las funciones de la música que propone
Merriam: la función de contribución a la integración de la sociedad. Esto es, a la formación de un
un grupo fuera del sistema, como los negros americanos a principio de siglo o los gitanos hoy en
España.
Sin embargo, creo que es un error tomarla con el artista. Es un problema del sistema, Rosalía
no es consciente de esto, ni tampoco Gershwin lo era, ambos han triunfado por que han tenido
un apoyo detrás. Este apoyo, el que decide qué música nos va a gustar este verano, es el
problema. No quiero que Rosalía tenga que cantar copla por ser catalana ni que una persona
Africana no pueda cantar a Schubert, pero hemos de ser conscientes de que en el momento en
el que se convierte en un producto de mercado pasa a reproducir una ideología determinada.

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