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Nabokov, Lolita, y el número dos en La Gaviota, de Juan García Ponce

Miguel Á. M. Hernández

Juan García Ponce nació en Mérida, Yucatán, en 1932. La importancia de la procedencia


del autor, casi siempre, se deja a los ensayistas académicos o a los estudiantes de prepa-
ratoria; sin embargo, en este ensayo, por ser académico y literario, partirá de nociones
hasta cierto punto biográficas sin llegar a ser un simple análisis de la vida del autor, y
cómo esta influye en su obra.

García Ponce muere en diciembre del 2003, en la Ciudad de México. Escritor de múltiples
géneros: teatro, crítica, ensayo, novela y cuento. Compartió, como autor activo, escena-
rios e ideas con movimientos literarios y pictóricos como “La generación de la ruptura”,
“La generación del medio siglo” y “La generación de la Casa del Lago”. El tema o los
grandes temas de García Ponce son el deseo y el amor.

La novela o cuento largo La gaviota la escribió en un solo año, junto a otras obras,
después de recibir el diagnóstico de que se iba a morir muy pronto1, a los cuarenta años;
es su obra número 28. Ponce comenzó escribiendo teatro, luego escribió cuentos, la no-
vela forma parte de su tercer etapa, en la que surge La Gaviota y El gato. Es una etapa de
simbolismos, nos cuenta en su discurso de recibimiento al Premio Juan Rulfo 2001.

Sin duda alguna, García Ponce conoce los estados anímicos que conducen a una
tragedia; entre ellos se encuentran tres estados que han sido repetidos desde la tragedia
griega hasta la prosa latinoamericana de los “contemporáneos”, “la generación de medio
siglo” y la actualidad, los elementos son: Amor, Muerte y Locura. García Ponce teje su
literatura con estos tres elementos más uno implícito, éste es el hilo del deseo. Todo lo
que toca, cada movimiento literario, tiene que ver con el deseo; es decir, con el Eros. “Mi
pensamiento es erótico”, confiesa Ponce en su ensayo “Santuario Treinta y cinco años
después”, recogido en el libro De viejos y nuevos amores, Vol. 2., dedicado a la Literatura.

En ese libro tiene otro ensayo que viene al caso, se titula“Nabokov: Un sueño y
un ensayo”. Para los que conozcan la Lolita, de Nabokov, podrán encontrar un parale-
lismo o una referencia bastante clara entre la Lolita de Nabokov y la Katina de García

1
Lo cuenta García Ponce en su discurso al recibir el Premio Juan Rulfo 2001, dos años antes de su muerte.
Ponce. Desde el nombre, compuesto por tres sílabas que, además, comparten las dos úl-
timas sílabas, las más, precisamente, sonoras y emblemáticas. Lo(-li-ta), y Ka(-ti-na). En
cuanto a las descripciones físicas de Lolita y de Katina también se encuentran semejanzas,
como palabras que se reiteran como “doradas” “blancas” y “azules” para describir el fí-
sico de Lolita y de Katina.

De hecho, en La gaviota, hay una escena en la que Katina se sube encima de las
piernas de su papá, lo llena de besos en las mejillas, en el cuello, en el pecho, brinca y
juguetea sobre él, a pesar de que ya es una adolescente de la que Luis pensará que tiene
ya caderas, pechos y nalgas de mujer. Ponce recrea la clásica escena de Lolita en las
piernas de Humbert Humbert; Katina juguetea como Lolita y Luis finge no verla, indife-
rente, Luis lee el periódico en la sala; el papá de Katina la levanta y la deja en el piso,
pues es un alemán, suponemos grande, corpulento. Katina, entonces, recrea o intenta re-
crear su juego de Lolita en las piernas de Luis; pero éste no se deja. Para ese punto de la
novela, Luis está enojado con Katina, está en la etapa de transición del amor a la locura.
Regresando al paralelismo Lolita-Katina, la dualidad es bastante visible en las descrip-
ciones y las acciones: el carácter de Katina es un espejo de Lolita, aunque distinto, pues
Katina es todavía más exótica y erótica que Lolita; Katina es Alemana, Mexicana y en
parte Brasileña. Tiene el cabello negro, la piel dorada, los ojos azules. Lleva bikinis rojos
y azules bastante pequeños. Hasta aquí, los hombres que lean la novela o la descripción
simplona que hago en paráfrasis de Ponce, podrán imaginar, y quizá desear, a una mujer
como Lolita. Y lo digo así, sin moralizar la edad y la situación civil. Porque ya Ponce
dice sobre Nabokov y su Lolita: “Todos los lectores de Lolita estamos seducidos por
Lolita, pero sólo como lectores y nuestra seducción puede permanecer secreta: ése es el
mérito de Nabokov y de todos los grandes narradores. (García Ponce, Nabokov: Un sueño
y un ensayo)”. Por último, la relación entre Lolita y Katina queda establecida en las pri-
meras páginas, cuando el narrador dice:

Katina. Cuando ella se lo dio, después de que él había creído escucharlo sin
entender lo dicho por su padre, las tres sílabas representaron para siempre esa
figura tan delgada como la suya y no menos alta que él, que encerraba su piel
ligeramente dorada ya, sus ojos azules protegidos por unos párpados increí-
blemente frágiles, casi transparentes, de los que salían las pestañas tan largas
y negras como su pelo, que caía partido en dos a ambos lados de sus hombros,
y como el doble arco de sus cejas, alrededor del cual se desplegaba toda la
cara con su frente larga, su nariz recta, sus pómulos salientes que hacían pa-
recer ligeramente hundidas las mejillas, sus labios delgados y pálidos y el
firme trazo de la quijada, rematando en la barbilla redonda, que lograba hacer
tan independiente el largo cuello curvado. Todo en ella era exótico y dife-
rente, pero él sabía que ella también debía verlo a él así. En cambio, cuando
se lo dijo a ella, su nombre no sonaba a nada y le dio vergüenza. Luis. Una
sola sílaba y detrás quizás sólo una furia inexplicable. (García Ponce, La
Gaviota)

La similitud está en: que el nombre Katina tiene tres sílabas, al igual que Lolita, y
en que ambos lo hacen explícito, visible para el lector, existe, por lo tanto, una intención
estética al visibilizarlo; además, comparte las dos últimas vocales: i, a.
La descripción también es poética, aunque no al grado de Nabokov, al menos en
esta parte, pues me parece que, en momentos, Ponce logra párrafos tan poéticos como los
habría escrito Nabokov.

“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía.
Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo
hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.

Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, cuando estaba derecha, con
su metro cuarenta y ocho de estatura, sobre un pie enfundado en un calcetín.
Era Lola cuando llevaba puestos los pantalones. Era Dolly en la escuela. Era
Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos fue siempre Lolita.” (Nabokov
1)

A lo largo de la novela que, en mi edición consta de 65 páginas, podemos encon-


trar al Amor, que surge, se desarrolla, se corresponde y evoluciona del inicio a la mitad
del libro, pues a partir de la llegada de los “demás amigos” la relación entre Luis y Katina
se desvirtúa por los celos que Luis comienza a tener con cada acción que hace Katina con
otro personaje: se le puede observar a Luis, en esas escenas, como a un Humbert Humbert
acechante, celoso, dispuesto a matar. Aunque claro, no en el mismo grado. Quizás sea
exagerado decir matar, pero lo hago, porque hacia el final, y ya en el inicio, aparece una
escopeta; misma que, como diría Chéjov, debe ser disparada o empleada de alguna forma.
Y lo es. A pocas páginas del final la escopeta es disparada. La tensión es liberada en ese
acto que, como lectores, vemos imposible que no ocurra. Ponce escribe consciente de la
transición entre amor y locura, tan típica en los héroes, en los adolescentes y en los aman-
tes, como dice Octavio Paz, “El adolescente se abre al mundo: al amor, a la acción, a la
amistad, al deporte, al heroísmo” (Paz 127), pues “El adolescente tiene “Un espíritu siem-
pre ávido e irónico, apasionado y reticente.” (Paz 71). Si se considera la descripción que
hace Octavio Paz sobre el adolescente y se bajo estas características analizamos a Luis,
de La gaviota¸ podemos decir que Ponce elabora a un personaje adolescente hasta cierto
punto típico, o, mejor dicho, su personaje está logrado por contener esas características,
y el mayor acierto de Ponce es dotarlo de características propias. Aquí, la diferencia entre
Ponce y Nabokov se establece: es en el protagonista, en el hombre; el enfoque resulta
claramente distinto: uno es un adulto de más de cuarenta años, y otro es un joven en plena
adolescencia. En Nabokov encontramos a la experiencia narrando e interactuando con la
juventud; en Ponce vemos a la juventud experimentando consigo misma, enfrentándose
a si misma contra el mundo y sus emociones. Aprendiendo a relacionarse. En Nabokov
toda relación tiene una intención erótica; en Ponce el erotismo surge a partir de las
relaciones que se establecen con ese imán erótico que se encuentra en Katina, y en su
espejo, Lolita.

En la construcción narrativa de la novela, García Ponce emplea un recurso numé-


rico, el dos. El dos en las oraciones bimembres, sean dos adjetivos, dos acciones, dos
sujetos o dos oraciones subordinadas, o yuxtapuestas. El dos en la negación: “Ni al agua,
ni a la tierra”, por ejemplo. También se emplea el dos en las mitades. Hacia la mitad del
libro, cuando el amor entre Luis y Katina se ha desarrollado a tal punto que, en palabras
de Luis, es “natural, abierto y directo”, y en palabras del narrador, “tanto, que hace pensar
que son hermanos”, Katina, en la comida, parte su sándwich por la mitad, bebe la mitad
del refresco y le da las dos mitades correspondientes a Luis; para enfatizar más, Katina le
dice: “Todo por la mitad.” Así, en ese instante, estamos en la etapa del amor correspon-
dido, el amor de los dos, para los dos, y nada más. Pero Luis es, dentro de todo, un ado-
lescente que, como muchos, es egoísta, bobo, violento, y como una bestia es contenido y
amansado por una mujer bella, que le hable y lo haga sentir lindo. El miedo de Luis, el
miedo de los animales y de las bestias, surge: el sentido de pertenencia, de celos, de estú-
pida propiedad y exclusividad. Luis siente que Katina le pertenece. O mejor dicho, desea-
ría que le perteneciera; y sólo a él. Desea que sus amigos se vayan. Que dejen de hablar
con ella. Que no los interrumpan cuando, por fin, logran estar solos. Así comienza el
desamor, que si bien no es un eje es una consecuencia. Del amor se pasa a la locura, luego
a los pensamientos que enfurecen a Luis, finalmente a la contención mental y física que
lleva a un estallar, justo en el final.

Bibliografía
García Ponce, Juan. La Gaviota. México: ERA, 2013. Libro impreso.

García Ponce, Juan. «Nabokov: Un sueño y un ensayo.» García Ponce, Juan. De viejos y
nuevos amores. México: Joaquín Mortiz, 1998. 23. Libro.

García Ponce, Juan. «Santuario Treinta y cinco años después.» García Ponce, Juan. De
viejos y nuevos amores. Volumen 2, Literatura. México: Joaquín Mortiz, 1998. 7-
16. Libro.

Nabokov, Vladimir. Lolita. Barcelona: Anagrama, 1955. Libro Impreso.

Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. México: Fondo de Cultura Económica


Mexicana, 1950. Libro impreso.

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