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Jarchas
Jarchas
U. de Chile
U. Católica de Valparaíso
El análisis de estos textos significa, todavía hoy, hacerse cargo de una serie de
problemáticas bastante polémicas, especialmente las referidas a su origen y el
singularizador tono popular que conllevan, la reconstrucción del discurso, su
traducción y las distintas versiones que circulan. 2
En este paraje, ingresar a las jarchas significa asumir el riesgo de trabajar con una
escritura que se resiste a su fijación definitiva. Pero, desde esta precariedad
podemos reconocer, en parte del corpus establecido, una mirada y una palabra de
mujer que nos procura un sitio para atisbar, o sólo conjeturar oblicuamente, ese
lejano mundo medieval en el que ella habitó.
Procurando acotar este quiebre del discurso, podemos esbozar una identidad
femenina que alienta en esta memoria lírica y, desde este sitio fronterizo
reconocer, además, aquellos tradicionales tópicos del requerimiento y de las
quejas, que más tarde se recubrirán con otros formatos poéticos.
Pero luego va emergiendo el cuerpo del otro, con fijaciones muy evidentes en la
boca, siempre roja y dulce; el cuello, a menudo blanco y el cuerpo desnudo, a
veces blanco y otras moreno.
Deja mi ajorca
y coge mi cinturón,
mi amigo Ahmad,
vidita mía,
Amiguito, decídete,
ven a tomarme,
bésame la boca
¿Cuál es mi culpa?
me ha roto mi pecho
En el ámbito literario, a su vez, la obra que nos ocupa manifiesta su afinidad con la
novela de caballería, la sentimental y la bizantina, géneros que fundan una imagen
del héroe cristiano, connotada por la hermosura, la virtud y la valentía, rasgos que
replica el héroe moro.
De este modo, los personajes se alinean bajo diferentes estatutos. De una parte el
esfuerzo y, de otra, la variación de la fortuna.
Ante la inminente partida, Jarifa asume una actitud que recupera, en gran medida,
ese erotismo demandante propio de la vertiente originaria que se expresaba en las
jarchas. En este sentido, su discurso resulta ejemplar: «-Abindarráez, a mí se me
sale el alma en apartándome de ti; y porque siento de ti lo mismo, yo quiero
ser tuya hasta la muerte: tuyo es mi corazón, tuya es mi vida, mi honra y mi
hacienda; y en testimonio desto, llegada a Coín, donde agora voy con mi
padre, en teniendo lugar de hablarte, o por ausencia, o por indisposición
suya (que ya deseo), yo te avisaré: irás donde yo estuviere, y allí yo te daré
lo que solamente llevo conmigo, debajo de nombre de esposo: que de otra
suerte ni tu lealtad ni mi ser lo consentirían; que todo lo demás muchos días
ha que es tuyo.» (p. 35)
Esta relación también se ve favorecida con la ayuda de una criada, quien cita al
amante a un lugar secreto. Sin embargo, la mujer cristiana se enfrenta a un dilema
moral y su conciencia se transforma en el primer obstáculo para la consumación
erótica: « (...) y allí ella echó de ver el yerro que había hecho, y la vergüenza que
pasaba en requerir a aquel de quien tanto tiempo había sido requerida. Pensaba
también en la forma que descubre todas las cosas; temía la inconstancia de los
hombres y la ofensa del marido (...)» (p. 46)
Desde esta mirada, las mujeres del Abencerraje evidencian una singular fractura,
en la tensión que cruza su deseo erótico y la contención de las pasiones que
determina la legitimidad vigente. La pareja cristiana se somete al imperativo moral
y los moros terminan por «ordenar» su desborde pasional bajo la protección de
Rodrigo de Narváez.
Junto al tránsito de los siglos, parte de esa libertad erótica que alentaba en las
jarchas se nos escabulle para siempre.