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BRANKA KALENIÓ RAMéAK

Univerza v Ljubljani (Slovenija)

Ejemplos del amor romántico


en la literatura española del siglo XIX

Romanticismo es el movimiento literario que surge en Ingla-


terra y Alemania a finales del siglo XVIII y que en las primeras
décadas del siglo XIX se extiende a otros países de Europa y Amé-
rica. "La palabra romántico ha llegado a significar tantas cosas
que, por sí misma, no significa nada". (Amorós, 1999: 61) Las pala-
bras romántico en inglés y francés (romantic o romanesque) se rela-
cionan en el siglo XVII con lo novelesco, lo ficticio, igual que lo
romansesco en español. El término romántico adquiere en el siglo
XVIII el valor de lo pintoresco, pero también el significado peyora-
tivo -"soñador", "fantasioso" , "falto de realismo". En alemán roma-
tische se utiliza para el mundo caballeresco medieval, pero en Wer-
ther (1774) de Goethe adquiere el significado "pasional", "exaltado".
Al inicio del siglo XIX August Wilhelm Schlegel establece la oposi-
ción entre la literatura romántica y clásica y en Francia Mme. de
Stáel determina en sus escritos las bases teóricas del romanticis-
mo.
Pero el romanticismo no es sólo un fenómeno literario, sino
se refleja en las artes y en la sensibilidad general de la época. El
racionalismo de la ilustración y la belleza serena del neoclasicismo
se apoyaban en criterios de autoridad y de objetividad. La crisis
que da origen al romanticismo europeo refleja la insuficiencia de
ese orden estético y comienza la revolución lanzada en nombre de lo
subjetivo, lo irracional y lo imaginativo. Es una reacción contra una
concepción prescrita del arte y una exaltación de la fantasía indivi-
dual.
El movimiento romántico empieza en historia con el 26 de

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200 Ejemplos del amor romántico en la literatura española del siglo XIX

agosto de 1789 cuando la Asamblea Constituyente francesa aprue-


ba la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano que
empieza: "Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en de-
rechos", y continúa: "la libertad consiste en poder hacer todo aque-
llo que no dañe a otro". El desarrollo de la Revolución francesa de-
terminará las bases jurídicas, políticas e ideológicas en las que se
mantendrá la nueva sociedad burguesa del siglo XIX, caracterizada
por el desarrollo científico y técnico1, pero también por enfrenta-
mientos políticos, económicos y sociales. En Europa el siglo XIX es
caracterizado por el liberalismo que defiende las libertades perso-
nales, divide poderes dentro del Estado, otorga a los ciudadanos el
derecho a participar en la vida política y económica; el pensamiento
romántico, emparentado con el brillante movimiento Sturm und
Drang (Tempestad y Empuje -una exaltada defensa del genio artís-
tico, de las licencias poéticas, de la originalidad, del sentimiento, de
la subjetividad y libertad artísica y de la naturaleza), desembocó a
veces en excesos como son el nacionalismo, el anarquismo o el so-
cialismo utópico.
El triunfo ideológico del liberalismo produce en el campo ar-
tístico artistas independientes, que expresan libremente sus senti-
mientos e ideas y cuyas obras están destinadas al público amplio o
sea, a todos aquellos receptores que sepan apreciar sus mensajes
definitivamente liberados de rigideces académicas. En los últimos
años del siglo XVIII se produce un cambio en el pensamiento filosó-
fico europeo; se comprueba que la Razón no resuelve todos los pro-
blemas ni da explicación satisfactoria a las dudas que el hombre
encuentra a lo largo de su existencia. El individuo es la única fuen-
te de verdad, por lo que cada uno ha de interpretarla desde sí mis-
mo; no importa cómo es el mundo sino cómo me parece a mí que es
el mundo. De ahí la exaltación suprema de lo subjetivo y la

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La revolución científico-tecnológica fue apasionante: Watt inventa la
máquina de vapor en 1785, Volta la pila eléctrica en 1820, Morse el telégrafo en
1837, Thomson formula las leyes de la termodinámica en 1851, Darwin publica en
1859 su teoría del evolucionismo, Nobel inventa la dinamita en 1867, Bell el
teléfono en 1876, Edison la bombilla eléctrica en 1880, Benz el motor de gasolina
en 1885 etc.

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importancia del yo individual en la creación literaria.


Libertad es la palabra clave del Romanticismo. Explica la im-
portancia de la iniciativa personal, de lo espontáneo de los hombres
y pueblos, de las tradiciones nacionales de cada país, del individua-
lismo. Se crea un peculiar tipo, o más bien, estereotipo del héroe ro-
mántico (en Byron, Werther de Goethe o Rene de Chateaubriand),
personaje melancólico, pesimista, desesperado, derivado de algunos
mitos clásicos, bíblicos (Satán, Caín) y de la literatura española del
Siglo de Oro (don Juan, como rebelde, don Quijote como afirmación
del ideal frente al pragmatismo materialista). Hablando del mundo
exterior el autor nos hace sentir claramente que éste también es la
reflexión de su propio estado sentimental (de su estado de ánimo).
Toda la literatura adquiere un fuerte matiz subjetivo. Se ponen de
moda el mundo oriental y nórdico; este último sobre todo por su
paisaje de selvas misteriosas y leyendas mitológicas. Redescubrien-
do el mundo oriental, surge de nuevo el interés por la España árabe
y morisca que es también muy viva y presente en la literatura es-
pañola del Siglo de Oro. En la temporada romántica solía verse la
Edad Media como época de fantasía y de sueños; época de caba-
lleros andantes de virtudes heroicas, de trovadores enamorados, en
breve, como una época muy irracional. El autor romántico frecuen-
temente se inspiraba en las leyendas y héroes medievales (El Cid,
los Infantes de Larra, el rey Rodrigo, etc.).
La palabra romántico empezó a usarse en España bastante
tarde. Tal retraso se debió a las condiciones políticas, a la represión
contra los intelectuales y a la censura que la Monarquía absoluta
imponía. Muchos de los intelectuales hubieron de emigrar (en 1814,
inicio del reinado de Fernando VII, y en 1823, al término del trienio
liberal), por lo que se pusieron en contacto directo con las corrien-
tes románticas de Europa; en los periódicos y publicaciones nacio-
nales empezaron a verse reflejadas las ideas románticas, en forma
de noticias, comentarios y polémicas. Contribuyeron decisivamente
las tertulias y reuniones de los poetas jóvenes, en las que se leían y
comentaban las obras románticas, las ediciones del Romancero y
otras obras medievales por parte de editores españoles y extran-
jeros, etc.

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202 Ejemplos del amor romántico en la literatura española del siglo X K

La primera vez que aparece es en el periódico madrileño


Crónica Científica y Literaria, el 26 de junio de 1818. Con anterio-
ridad, la palabra no tuvo un significado muy preciso: equivalía a lo
que actualmente entendemos por "extravagante", "exagerado" o
"exótico".
En 1814 entre José Joaquín de Mora (1763-1664), editor de
Crónica, y Juan Nicolás Bòhl de Faber (1770-1864), erudito alemán
que vivía en Cádiz, surgió una polémica que inició el debate sobre
el romanticismo en España. Dado que Bòhl era un monárquico de
ideas reaccionarias y recién convertido al catolicismo y Mora un
liberal, la controversia tuvo, desde el principio, un cariz político.
Tanto es así que en España, en esta época, no había ni obra ni teo-
ría romántica alguna, ya que las primeras obras españolas que se
pueden llamar románticas, incluso en el sentido más vago de la pa-
labra, no serían editadas hasta los años veinte, en el extranjero,
por el mismo Mora, Blanco White y otros emigrados. De ahí que el
debate resultara obligatoriamente abstracto. Se centró en la defen-
sa de Calderón (y de las ideas absolutistas que Bòhl le atribuía)
frente al criticismo racionalista y de tendencia neoclásica de Mora.

Relacionado con los temas metafísicos (la relación del poeta


con la naturaleza, angustia del poeta ante el universo o la duda re-
ligiosa de la existencia de Dios y del más allá) y sociales (la reivin-
dicación de los marginados, la lucha contra la injusticia en función
de la libertad) aparece el amor como tema favorecido de la litera-
tura romántica, también la española. Se suele partir de la idea
(Amorós, 1989: 173) que el romanticismo se produjo por evolución y
no por revolución. La concepción amorosa romántica radica en el
amor cortés trovadoresco del siglo XII2, aunque este corresponde a
las circunstancias de la corte medieval. Se trata de un amor no co-
rrespondido, irrealizable que a veces se concibe como un servicio o
vasallaje del poeta a una dama inalcanzable, incluso divinizada;
otras veces la realización del amor impiden los acontecimintos del
destino que se imponen en medio de los amantes. En el fondo se

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Los trovadores difundían su poesía del sur de Francia.

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trata de un amor espiritual que debe olvidar toda esperanza de po-


sesión. Pese al ideal, el poeta siente deseos y pasiones carnales; co-
mo debe renunciarlos, el sentimiento amoroso va acompañado de
dolor, de sufrimiento, de padecimiento. El amor se reduce a opo-
siciones pasión/dolor, gloria/infierno, vida/muerte. El poeta es cau-
tivado por el destino, por el amar y sufrir, y hasta se complace en
ello porque el sufrimiento por amor ennoblece al alma.
Dentro del concepto amoroso romántico se pueden establecer
tres tipos de amor que frecuentemente se entrelazan:
1. hacia la naturaleza - símbolo de la mujer amada
2. hacia la mujer - símbolo del ideal amoroso más puro
3. hacia la mujer - símbolo de lo metafìsico, de lo infinito

adi)
Los románticos descubren la naturaleza, pero no se trata del
paisaje tranquilo, estático, armonioso, bucólico, sino de la naturale-
za rara, áspera, extraordinaria, más bien violenta; el mar es tem-
pestuoso de ondas altas que se rompen golpeando las rocas, el cielo
es gris, desgarrado por relámpagos. Entonces este paisaje corres-
ponde perfectamente a sus sentimientos tumultuosos, a su estado
de ánimo triste y turbulento. Se considera que el alma femenina se
encuentra más cercana a la naturaleza; por eso el autor romántico
expresa sus sentimientos amorosos describiendo a la naturaleza
personificada que corresponda a su estado de ánimo. El ejemplo de
la relación amorosa hacia la naturaleza es el poema corto de José
de Espronceda Himno de sol (1834). El contenido avanza en progre-
siva intensidad, hasta el momento del cataclismo final; el poeta se
dirige al sol con apasionadas palabras y describe su hermosura, le
aconseja que goce de su juventud porque un día horrible estallará y
desaparecerá (envejecerá) en la oscuridad. La naturaleza (o la
mujer amada) permanece indiferente ante el destino del hombre
(del poeta) -el sol continúa su brillante carrera despreocupado por
las desgracias humanas. Espronceda utiliza el lenguaje poético ro-
mántico que acentúa la subjetividad con el uso excesivo de adjeti-
vos, sobre todo epítetos (ojos anhelantes, trueno pavoroso, temerosa
voz, fantasía ardiente, noche sombría). La estrofa utilizada es silva,

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muy utilizada por los neoclásicos, pero también gusta a los román-
ticos; el verso utilizado es de extrema musicalidad que será una
constante de la poesía esproncediana y de toda la poesía del roman-
ticismo español.

ad 2)
El héroe romántico aparece como un ser misterioso, un rebel-
de, un seductor, un amante, cuyo amor puede ser no correspondido;
es perseguido por el destino. Las pasiones, que en la época del neo-
clasicismo están comprimidas en el interior del alma, ahora brotan
a la superficie del hombre romántico y frecuentemente emprenden
su vida independiente. La mujer idealizada simboliza el sentimien-
to amoroso más puro, el fin inalcanzable; en su trayectoria vital el
hombre romántico frecuentemente se ve amenazado por la muerte
que forma parte del destino trágico y determinado.
El sentimiento del amargo desengaño se acentúa con el dolor
por la muerte de Teresa Mancha, esposa de un militar liberal, en el
Canto a Teresa, el segundo canto del poema El diablo mundo (1840,
de seis cantos) de José de Espronceda. Se trata de la confesión au-
tobiográfica, reveladora de los sentimientos del autor. El diablo
mundo es una interpretación de la existencia humana, Canto a
Teresa interpreta el amor humano, a través de una dolorosa expe-
riencia. El poeta enamorado sufre del conflicto entre la pureza del
amor juvenil, la idealización de la mujer amada y las frustraciones
de la vida real, una vida sin esperanza a causa de la muerte de
Teresa.
En Don Alvaro o la fuerza del sino (1835) del Duque de Rivas
Leonor y don Alvaro son la pareja protagonista, impulsada por el
amor puro. El tema del drama es el triunfo del destino sobre el
amor. El sino que consta explícitamente en el título de la obra es
alusión a la fatalidad o al destino que pesa sobre los actos del pro-
tagonista y le conduce a la desesperación final. El amor apasionado
siempre es amenazado por la muerte. El drama alcanza su énfasis
dramático al final, en la última escena cuando ocurrirá la tragedia
final de don Alvaro; el fondo paisajístico es eminentemente román-
tico (un lugar árido, acompañado de un cielo tormentoso), adaptado

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perfectamente a la situación dramática.


Don Juan Tenorio (1840) de José Zorrilla es la versión don-
juanesca más popular en la literatura española. De la condena de
Tirso de Molina del siglo XVII hemos llegado en el siglo XDC a la
salvación por el amor puro. Zorrilla obsequia a su don Juan, a
pesar de sus pecados, con el más noble de los sentimientos que es el
amor, porque don Juan enamorado a su vez de doña Inés, se siente
purificado de su mala vida y preparado para el arrepentimiento
sincero. El desenlace del drama (la salvación por el amor) sitúa la
obra dentro del gusto romántico y a causa de este hecho el público
romántico sentía una sincera simpatía por el protagonista. Después
del arrepentimiento de don Juan, ahora el cielo, el destino debe
responder, debe decidir o sobre su condenación eterna o sobre su
salvación.
Otro ejemplo dentro del concepto del amor puro irrealizable
que lleva consigo la destrucción y la muerte es el drama El trova-
dor (1836, con la pareja Leonor y Manrique) de García Gutiérrez.

ad 3)
El amor también puede simbolizar en el romanticismo lo me-
tafisico, el anhelo del hombre de lo que debe ser y no es, la vanidad
de ese anhelo, discrepancia entre la idea y la realidad, desilusión
como arquetipo de discordancia entre el mundo exterior y la subje-
tividad. El individuo derrotado por la realidad toma esta derrota
como fundamento de su actitud metafísica subjetiva. El hombre na-
ce para padecer por no poder cumplir el deseo de saber quién es
Dios y dónde está. El bien y la ilusión son la esperanza perdida.
Gran ejemplo de tal concepto amoroso es La Regenta (1881)
de Leopoldo Alas Clarín. La novela es el estudio psicológico de la
protagonista, Ana Ozores, hermana espiritual de Emma Bovary,
que vacila entre el adulterio con un seductor profesional, un don-
juán, llamado Alvaro Mesía, y la admiración espiritual por la figura
del sacerdote don Fermín de Pas. En el ambiente mediocre de la
ciudad provinciana Vetusta (Oviedo) el romanticismo ha quedado
vacío, sin contenido. Sólo la mujer sensible e insatisfecha, Ana Ozo-
res, sueña con la poesía, con el amor que dé sentido a su vida, con

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el romanticismo verdadero. Decepcionada por el amor mediocre de


Mesía, vuelve sus ojos a la religión, a los anhelos místicos. Sueña
con un amor puro, pero metafisico, universal, divino. Pero en Ve-
tusta también la religión se ha reducido a la fachada, a ceremonias
exteriores y sociales. Como señala Gonzalo Sobejano (1973: 43) Ana
queda hasta el final una inadaptada:

Trasunto del aburrimiento metafisico que mantiene viva la


discordancia entre el sujeto y el mundo, el texto comentado
expresa en la extrañeza entre ambos la degradación del
mundo y la repetición sin término de la miseria de éste y de la
dolorida soledad de aquél. Del aburrimiento el sujeto saldrá,
en otros momentos de la novela, hacia un entusiasmo, ya
místico, ya erótico, tan engañoso como fugaz. Imposible la
adaptación. Vetusta logra derrotar a la regenta, arrastrarla
por su lodo: no puede asimilar a Ana, no puede someter su
alma.

En el poema narrativo El estudiante de Salamanca (1840)


José de Espronceda crea a un héroe, Félix de Montemar, cuya con-
ducta le hace ser "segundo don Juan Tenorio": irrespetuoso, des-
vergonzado, audaz, nada le detiene y a todo desafía. Sobre todo es
caracterizado por la rebeldía, por su actitud satánica. El tema del
poema, identificado por autor como un cuento3, es lo que le sucede a
don Félix de Montemar cuando abandona a Elvira. Del conflicto
amoroso, provocado por el cinismo de don Félix, la protagonista
pierde la razón y sufre silenciosa y misteriosamente su locura. El-
vira recoge flores, cantando, por la ribera del río, lo mismo que Ofe-
lia. En su carta de despedida hace una confesión de amor imposi-
ble, de abandono irremediable que conduce a la muerte. Pero sólo
mediante la muerte física Montemar consigue la divinidad: muere
don Félix en brazos del esqueleto de Elvira (símbolo de la muerte).
Sólo al final, gracias al amor incondicionado de doña Elvira, acaba
con su vida mujeriega y titánica y adquiere su verdadera dimensión

3
Mezcla de géneros fue muy característica para el romanticismo.

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simbólica, metafísica de que carece en la primera parte. En su bús-


queda de la existencia de Dios, de lo eterno, de lo universal el poeta
se sirvió de amor que venció la muerte física y dio respuesta al por-
qué de la muerte. Sólo los que mueren por amor pueden aspirar a
la salvación eterna.

Como el tema de amor es muy freceunte en la literatura del


romanticismo español, podrían encontrarse muchos otros ejemplos.
El amor humano es tratado con una enorme riqueza de matices,
pero el tema siempre trasciende lo meramente amoroso para con-
siderar el dolor, la muerte, las normas sociales en la desgracia de la
mujer o la indiferencia del mundo ante el sufrimiento de los hom-
bres.

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Bibliografía

Juan Luis Alborg, Historia de la literatura española. El Romanticismo,


Madrid, Gredos, 1980.
Leopoldo Alas - Clarín, La Regenta, Madrid, Cátedra, 1987.
Andrés Amorós, Antología comentada de la Literatura española. Siglo
XIX, Madrid, Castalia, 1999.
José de Espronceda, El diablo mundo, Madrid, Castalia, 1978.
José de Espronceda, Poesías líricas y fragmentos épicos, Madrid, Castalia,
1970.
José de Espronceda, El estudiante de Salamanca, Madrid, Cátedra, 1978.
Vicente Lloréns, El Romanticismo español, Madrid, March/Castalia, 1979.
Duque de Rivas, Don Alvaro o la fuerza del sino, Barcelona, Planeta, 1988.
D.L. Shaw, Historia de la literatura española. El siglo XIX, Barcelona,
Ariel, 19838.
Gonzalo Sobejano, La inadaptada, en El comentario de textos, Madrid,
Castalia, 1973.
José Zorrilla, Don Juan Tenorio, Madrid, Espasa-Calpe, 1982.

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