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Cómo Se Interpreta Un Hecho
Cómo Se Interpreta Un Hecho
Esto tiene el lado positivo de la pluralidad, pero la pluralidad podría esconderse en una
multiplicidad abstracta o ficticia, gobernada al fin por un criterio de jerarquización dominante
Y tiene el lado negativo del relativismo, pero el relativismo podría descifrarse como el devenir que
afecta y configura todo hecho
En todo caso, de lo que se trata es que nos detengamos a pensar cómo pensamos
En filosofía uno de los ejercicios más frecuentes que se hace es el de intentar pensar el propio
pensamiento
Ejercicios de este tipo llevaron a Sócrates a afirmar ¡Conócete a ti mismo!; a Descartes a descubrir
la importancia del método, de un punto de partida confiable y de los pasos del recto
razonamiento; a Hegel a notar que un concepto siempre será desbordado por una nueva realidad
la cual hay que pensar de nuevo; a Schopenhauer a plantear que la relación que tenemos con el
mundo puede ser una relación abstracta de representación, o una relación intensa con la voluntad
Cuando el filósofo intenta pensar el propio pensamiento con lo que se encuentra es con el
lenguaje. Pensamos con el lenguaje, o más precisamente, pensamos EN el lenguaje, es decir, si es
posible pensar, o sea vincularnos con la realidad, esto sucede por y gracias al lenguaje. Podríamos
incluso afirmar que lo único que experimentaremos en la vida es el lenguaje, porque el lenguaje es
el travestismo del objeto. Claro que los objetos están ahí en su materialidad y existencia propia,
pero la manera humana de captarlos será siempre a través del velo del lenguaje, nunca sin ese
velo. Es como si viéramos un fantasma sólo a través de un velo, y cuando este velo cae dejamos de
ver la silueta. Así el ser humano sólo puede experimentar a través del lenguaje, y sin lenguaje la
experiencia permanece indefinida, abierta en su abismal materialidad irreductible e inaprehensible
para el ser humano
Pero el lenguaje resulta ser un sistema, una estructura de signos que el individuo no decide, sino
que se configura cultural e históricamente independientemente de él.
La vida de todo individuo será la tensión entre el sistema de signos en el que le tocó nacer y cómo
esos signos encarnaron en su vida, por la fuerza de su voluntad y de cómo llegó a significarlos y
resignificarlos. A final de cuentas, la vida es esa tensión con los signos que alguien más decidió y
cómo los viví yo
Pensando y llegando al lenguaje nos encontramos con los sistemas de pensamiento que nos
permiten descifrar los hechos de una forma específica, sea x, y o z
Hoy las redes sociales ofrecen un espacio de respuesta inmediata, y, más importante aún, a la vista
de todos
Estas nuevas redes de comunicación han puesto de manifiesta la pluralidad de teorías, opiniones y
puntos de vista; y con ello han propagado la polémica y también la polarización.
Sin embargo, hay que considerar algunas cosas en torno a la actitud con la que discutimos.
¿Discutimos para tener la razón o para conocer el hecho? ¿Discutimos para que nos den la razón o
para ampliar nuestro conocimiento ¿Discutimos queriendo ganar o queriendo conocer?
Desde luego que hay cosas que se deben defender, ideas, formas de vida, pero este momento de la
defensa es de los últimos que sobrevienen a una discusión, no es su punto de partida ni su meta u
objetivo final. Porque el objetivo final, en todo caso, es la transformación de la realidad a la que la
defensa de las ideas sirve sólo como herramienta.
En filosofía existe la disciplina o el método hermenéutico, que consiste resumidas cuentas en el
intento de fusionar horizontes de sentido entre los sujetos que dialogan. Como decía un viejo
amigo: es mejor no estar de acuerdo pero entendiéndonos que estar de acuerdo sin entendernos.
Los dialécticos han acusado a la hermenéutica de ser demasiado dócil. Los dialécticos, que
comprenden la realidad como una construcción a partir de oposiciones específicas creen que
apelar a la fusión de horizontes, como gesto de tolerancia en un diálogo, hace que se pierda la
radicalidad de ambas posturas, que la historia y las luchas no tengan ya sentido por un afán
reconciliador y moderado que nubla o barra las oposiciones que existen en la vida real.
En todo caso, la hermenéutica así entendida sería un momento de la dialéctica, pero las
oposiciones y las perspectivas en choque continúan y continuarán debido al devenir de la propia
realidad que termina por convertir algo verdadero en falso y algo falso en verdadero, y que hace
necesario reconsiderar lo que se había considerado.
Ello se debe quizá a la propia manera en que nos enseñaron a pensar desde pequeños. Siempre
intentando definir, capturar, esencializar, buscar lo llamado objetivo como algo que permanece. No
nos enseñaron a pensar dialécticamente, por momentos, de acuerdo al desarrollo, por
antagonismos complementarios, mediante el devenir. Por eso adoptamos posiciones dicotómicas y
estáticas, por eso no podemos percibir que si algo brota del capitalismo se puede reapropiar y
convertirse en algo favorable a nivel local, y que si algo brota del socialismo se puede convertir en
manipulación y engaño para masas.
El pensamiento dialéctico enseña que toda afirmación genera su propia contradicción, y esto es
porque la realidad es cambiante. El sistema captura algo que fue genuino y lo convierte en
instrumento de manipulación. Pero los sujetos, que son activos, muchas veces reconvierten esa
manipulación en un instrumento de autonomía y lo tergiversan para su propia liberación, luego
vuelve a ser recapturado por el sistema y devuelto como imagen revolucionara para el consumo
ideológico masificado, pero la crítica renace y se reapropia del simbolismo muerte, y así y así, en
un ciclo infinito.
El pensamiento dialéctico trabaja por oposiciones, no le tiene miedo al conflicto, lo asume como su
tablero de juego. Pero las oposiciones no son arbitrarias, no es lo que se le ocurra a cualquiera
oponer. Las oposiciones son los hechos mismos, que ya no se dejan definir felizmente según lo
habíamos considerado al inicio.
En el pensamiento dialéctico hay rigor interpretativo, objetividad que pierde su fuerza para
inclinarse frente a la realidad la cual hay que pensar de nuevo. Pero se trata de un método que
hay que ejercitar sin miedo al error o la abstracción.
Los antagonismos dialécticos nos recuerdan que algo se le escapa necesariamente a mi punto de
vista, y puede que el otro haya visto algo que no he visto yo: la propia enajenación de mi
pensamiento. En ese sentido se parece a la hermenéutica, a fusionar mi horizonte con el horizonte
del otro que piensa distinto a mí. Pero la dialéctica recupera la radicalidad cuando observar el
punto ciego del otro que por un momento pareció tener la razón y nos remite de nuevo, a ambos
al fondo objetivo de la realidad, siempre cambiante, siempre en devenir pero no por ello imposible
de determinar y de pensar correctamente.
Hace falta dialéctica, una educación dialéctica, una formación dialéctica, para que en época de
efímeras y constantes polémicas la polémica sea algo más un simple pretexto para pelearnos, y se
convierta en una herramienta de conocimiento.