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FOMENTAR LA ALIANZA DE TRABAJO
La relación entre la familia y el médico es el medio óptimo para incidir sobre los pacientes en
cuestiones de salud y enfermedad. Los médicos influyen en sus pacientes y los pacientes en sus
médicos. La relación doctor‐paciente es un subsistema esencial del enfoque biopsicosocial del
tratamiento. Como tal, es un tema que merece especial atención y consideración, y exige una
evaluación meticulosa cuando esta alianza plantea problemas. El mejor o peor cumplimiento por
parte del médico de su responsabilidad en la relación doctor‐paciente puede afectar a la sensación
de bienestar de los enfermos, al grado de cooperación de mi paciente y su familia en el plan de
tratamiento, y no digamos al sentimiento de satisfacción con su trabajo del propio médico.
Por estos importantes motivos presentaremos a continuación algunas sugerencias prácticas para
fomentar el establecimiento de una alianza de trabajo constructiva entre el médico, los pacientes y
sus familias. Nos centraremos en el papel que desempeña el médico, ya que es el término de la
ecuación que podemos modificar. Enumeremos tres habilidades técnicas fundamentales en toda
entrevista que aumentan las posibilidades de entablar una relación eficaz entre el médico y la
familia: el fomento de la reciprocidad, la estructuración de la entrevista y la capacidad de
transformar la resistencia en cooperación.
Fomento de la reciprocidad
Durante la primera parte de la entrevista, médico y paciente se evalúan mutuamente. Los médicos
intentan descubrir si un paciente será una fuente de información clara y fiable sobre el problema que
le trae a consulta: ¿Se entenderán con facilidad el médico y el paciente y trabajarán conjuntamente?
o tendrán que esforzarse más para que esta alianza funcione? Mientras los médicos escudriñan a
fondo a sus pacientes, estos últimos, como es natural, hacen lo propio con sus médicos. Por lo
general los pacientes evalúan en primer lugar al médico en las siguientes cuestiones: ¿Hace las
preguntas adecuadas, pide los análisis correctos, receta los medicamentos convenientes y
proporciona suficiente información sobre el problema por el que consulta el paciente?, ¿escucha el
médico con atención y en actitud empática los problemas del paciente? A partir de esta valoración, el
paciente decide si se encuentra ante un médico competente y comprensivo.
Durante esta fase de la consulta es importante que el médico se concentre, casi en exclusiva, en
fomentar una relación de reciprocidad. Los terapeutas familiares usan el término acomodación (1)
para describir el proceso que caracteriza esta primera etapa del establecimiento de la relación
cooperativa. El ir al encuentro de todo paciente individual, o de los miembros de su familia, es como
engrasar la pieza esencial de una máquina. Si está bien engrasada, lo más seguro es que la máquina
funcione bien y eficazmente cuando sea necesario. De lo contrario, chirriará, hará demasiado ruido y
funcionará de forma deficiente o, a veces, dejará de funcionar por completo. La acomodación, como
la lubrificación, es una tarea de mantenimiento que por sí sola no obtendrá el resultado deseado,
pero cuya ausencia amenazará el resultado final de la interacción.
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El proceso de acomodación se produce de forma más consciente en la fase de acogida de una
consulta o sesión familiar. Empieza con el intercambio de saludos y el establecimiento de un primer
contacto que da inicio a la relación con cada una de las personas. Desde una perspectiva individual,
entraña un proceso de sintonización, de búsqueda de un lenguaje común con el que comunicarse. La
búsqueda de puntos de interés común podrían incluir comentarios sobre el tiempo o un rasgo en
común, o preguntar al paciente por su trabajo. Se trata de encontrar una forma respetuosa de
establecer una conexión, de persona a persona, antes de abordar los asuntos principales de la
consulta. Por ejemplo:
• “Hola, señor Gómez, soy el doctor Pardo. ¿Cómo ha conseguido llegar a pesar de la
nieve?”
• “Hola, soy el doctor Pardo. ¿Se llama usted Sr. Mancini? Es un apellido italiano, ¿no
es cierto? La familia de mi mujer procede de Italia.”
• “Es un placer conocerle, Sr. Sierra. Veo en su ficha médica que es usted carpintero.
Cuando estaba en la universidad, trabajé un tiempo en la construcción. Es un trabajo
duro.”
En estas primeras interacciones el médico puede servirse, de forma consciente o inconsciente, de
diferentes facetas de su propia historia médica o de determinadas conductas para conectar con un
paciente en particular. Esto se puede conseguir a un nivel verbal, como en los ejemplos expuestos, o
a nivel no verbal o de procedimiento. Por ejemplo, si se trata de una mujer deprimida, el médico
puede dirigirse a ella en tono tranquilizador. Si el paciente es un varón enérgico y ansioso que acaba
de sufrir un infarto de miocardio, el médico podría hablarle con seguridad y determinación. Con los
pacientes particularmente difíciles, el proceso de entablar una relación de reciprocidad podría
requerir imitar sus conductas, como sentarse de la misma forma, acompasar nuestro ritmo de voz al
suyo o imitar algunos de los gestos del paciente hasta que éste se sienta lo suficientemente cómodo
como para permitir un intercambio productivo.
Una vez forjado el vínculo, la acomodación requiere escuchar con atención para conocer el sistema
de “creencias” sobre salud del paciente, sus explicaciones culturales para la enfermedad y, sobre
todo, su diagnóstico personal del problema. El entendimiento de la posición del paciente
proporciona un punto de partida para negociar el diagnóstico (si el médico está de acuerdo con el
que propone el paciente) y para colaborar en la planificación eficaz del tratamiento.
PACIENTE. “Creo que tengo algunos bultos en el cuello, doctor. Quiero que me los
examine.”
DOCTOR. “Así que ha notado algunos bultos extraños en el cuello. ¿Está preocupado
por algo en especial?”
PACIENTE. “Bueno, digamos que sí. Hace unos años, mi hermano murió de la
enfermedad de Hodgkin, y temo que yo la padezca también.”
Este sencillo ejemplo muestra cómo hacer explícitas las intenciones de un paciente y entender su
propio diagnóstico para poder iniciar el plan de tratamiento adecuado.
Cuando se interacciona con más de una persona a la vez, corno ocurre en las sesiones familiares, la
acomodación significa además prestar atención a la triangulación emocional y las coaliciones
familiares (y en el capítulo 3 la explicación de estos conceptos). Para ser eficaz, es importante que el
médico fomente una alianza de trabajo positiva tanto con el paciente como con los restantes
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miembros de su familia, en lugar de dejarse arrastrar por parte del paciente hacia el establecimiento
de una coalición contra otros miembros de su familia o viceversa.
DOCTOR. “Gracias por venir para ayudarme a entender los problemas que padece
últimamente su mujer para conciliar el sueño, Sr. Herrero.”
SR. HERRERO. “No veo en qué puedo ayudarle. Estoy seguro de que mi mujer ya le ha
dicho que ronco, y seguramente le ha comentado que ése es el motivo de que no
pueda dormir. Pero dudo de que ésa sea la razón. Hace años que ronco. Quizá si le
recetara algún somnífero todos podríamos descansar un poco.”
DOCTOR. “Su punto de vista es indudablemente muy importante para mí. Quizá
todos podamos trabajar juntos para resolver este problema. Me gustaría conocer las
opiniones de los dos sobre la causa de este trastorno de sueño.”
En este ejemplo, el Sr. Herrero supuso que el médico ya había tomado partido por su esposa. Esta
suposición es frecuente cuando el paciente ha mantenido una larga entrevista con un médico en la
que no haya incluido a otros miembros de su familia. Sólo por este motivo ya resulta útil conocer
cuanto antes a los miembros de la familia de un paciente nuevo. Esto no sólo permite al médico
imaginar la cara de la persona que menciona un paciente cuando habla de su familia, sino también
establecer un primer contacto que facilite futuras interacciones.
Cuando se produce una emergencia o en medio de una crisis grave, puede ser incómodo tener que
realizar un proceso de acomodación con familiares desconocidos. En el ejemplo mencionado, el
médico se concentró en el Sr. Herrero en una fase temprana de la interacción y le pidió su opinión
sobre el problema. Le hizo saber que estaba dispuesto a oír su opinión sin culparle, y que con ello
podía contribuir a mitigar el problema, más que a agudizarlo. Luego, el médico concedió la misma
oportunidad a la Sra. Herrero de expresar su opinión sin que eso implicara culparlo o tomar partido.
En el mismo ejemplo, el médico vuelve a adoptar una postura flexible desde la que puede mostrar su
empatía y apoyar a cada persona de forma alterna.
DOCTOR. “Sr. y Sra. Melero, les agradezco que se hayan tomado la molestia de venir
a yerme para hablar de los problemas que recientemente ha tenido su hijo para
mantener su nivel de azúcar en un límite favorable. Como dije a Rafael, la diabetes
puede ser difícil de controlar y necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir.”
SR. MELERO. “Bueno, creo que si mi mujer alimentara debidamente al niño, quizá no
habría ningún problema. Se lo he dicho, pero no me hace caso.”
SRA. MELERO. “Por qué tengo que hacerte caso? Nunca estás en casa para saber lo
que come.”
DOCTOR. Evidentemente creo importante conocer la opinión de los dos. Para mí,
está claro que están preocupados por su hijo, de lo contrario no estarían aquí hoy.
Empecemos con Rafael y díganme qué problemas tiene para seguir su dieta.”
Si el médico logra establecer una alianza con cada uno de los miembros de esta familia, podrá darse
como resultado una conversación productiva en la que los padres actúen de común acuerdo para
ayudar a su hijo a observar su dieta. Pero si la Sra. Melero y Rafael recriminan constantemente al Sr.
Melero, esta coalición madre‐hijo podría indicar al médico la necesidad de consultar o derivar a la
familia a un terapeuta familiar. Cuando la triangulación o las coaliciones dificultan continuamente el
tratamiento, se hace necesario un nuevo enfoque. Es importante ser capaz de negociar la
triangulación o las coaliciones problemáticas y desarrollar unas alianzas de trabajo constructivas para
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fortalecer la confianza del paciente, así como la de su familia, en la competencia profesional del
médico. Si esto no se consigue, el médico se puede ver envuelto en interacciones problemáticas.
A lo largo de los años, el doctor C siempre había trabajado de forma gratamente satisfactoria
con el Sr. Alegría. El año anterior, la hija del Sr. Alegría se había mudado a la ciudad, en parte
para estar más cerca de su padre cada vez más anciano. El Sr. Alegría estaba un poco obeso y
padecía una moderada hipertensión. Su hija empezó a acompañarle a sus citas médicas y no
tardó en exigir al doctor C que vigilara su medicación más de cerca y que sometiera a su padre
a un “examen médico completo”. Mientras que ella era bastante exigente y difícil de
complacer, el Sr. Alegría seguía contento con la atención médica que recibía, consideraba que
los análisis adicionales no eran necesarios y defendía a su médico ante su hija. Puesto que el
doctor C consideraba al Sr. Alegría como “el paciente”, siguió adelante con el tratamiento
esforzándose por minimizar o ignorar las exigencias y protestas de la hija.
Desgraciadamente, unos meses más tarde el Sr. Alegría sufrió un grave ataque de apoplejía,
que le dejó en coma hasta que finalmente murió. Al parecer de la hija del Sr. Alegría, lo que
había hecho el doctor C había sido alentar en su padre una actitud que ella consideraba
minimizar sus problemas de salud y, por lo tanto, después del ataque estaba furiosa con el
doctor C y le echaba la culpa de lo ocurrido. Esta relación difícil entre el médico y los
familiares del paciente convirtió en una situación compleja y desagradable las decisiones a
tomar sobre la atención médica, y complicó el duelo posterior a la muerte del paciente,
haciéndolo difícil tanto para la hija como para el médico.
Después de esta experiencia, el doctor C prometió dedicar más tiempo y energías a establecer
una alianza con los familiares de sus pacientes, ya que reconoció que no tenerlos en cuenta
suele ser perjudicial a largo plazo.
Asumiendo el liderazgo durante la entrevista
Asumir el liderazgo estructurando una entrevista bien organizada también aumenta la confianza del
paciente en la competencia del médico. Una entrevista bien organizada significa algo más que
formular preguntas abiertas para que el paciente pueda expresar libremente sus sentimientos.
También significa fijar unos objetivos a la sesión, dotarla de una estructura y asignar unas tareas para
alcanzar esos objetivos y llenar de sentido las responsabilidades propias de los roles tanto del médico
como del paciente. En lo referente a estos roles, el terapeuta familiar Whitaker conceptúa las
primeras etapas de una relación psicoterapéutica como una lucha por estructurar la sesión y la
motivación hacia el cambio (2). En su opinión, el terapeuta ha de hacerse responsable de estructurar
la sesión, reconociendo al tiempo la necesidad de que la iniciativa del cambio debe permanecer en
manos del paciente. Whitaker cree que, en muchos casos, el impasse terapéutico es resultado de la
confusión en torno a quién se hace cargo del tratamiento y quién del cambio. Adaptando estos
conceptos al contexto de la atención primaria, nos gustaría considerar que es el médico quien se
hace cargo de la sesión de consulta y el plan de tratamiento, al tiempo que reconoce que los
miembros de la familia son necesariamente quienes conservan la responsabilidad de su propia salud
y recuperación. La manera en la que un médico decide estructurar una sesión es fundamental para
definir su propio rol, además de formar parte de su contribución al éxito del tratamiento.
Algunas reglas básicas para la estructuración de una entrevista o sesión de consulta pueden ayudar al
médico a mantener el control sobre la misma, a evitar que un miembro de la familia domine la
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discusión y a emplear el tiempo de la forma más eficaz. En una consulta familiar creemos que el
médico necesita dirigir los intercambios, lo que requiere unas habilidades técnicas significativamente
diferentes de las que son necesarias en una consulta individual. Las siguientes reglas básicas ayudan
al médico a dirigir una entrevista familiar de forma eficaz:
1. Procure que las personas respeten los turnos para hablar. Durante una consulta o sesión, el
médico necesita imponer su liderazgo para salvaguardar el derecho de cada persona a expresar sus
opiniones.
2. Asegúrese de que cada persona hable en la primera persona del singular. Insista en que
cada persona del grupo sólo hable por sí misma y así evitará que la discusión degenere en los
reproches o las acusaciones.
PACIENTE A SU MARIDO. “Siempre me estás regañando por mi peso. Nadie podría
perder peso viviendo con un criticón como tú.”
DOCTOR. “Mientras discutamos estos problemas difíciles, le agradecería que se
ciñera a la regla de empezar todas las frases por ‘Yo...’ o ‘a mí...”
PACIENTE. “Bueno, a mí me cuesta seguir la dieta que usted me recomendó.”
DOCTOR AL MARIDO. “El seguir una dieta a menudo es un reto para las personas más
voluntariosas. En su opinión, ¿en qué momentos su esposa respeta mejor la dieta?”
En este ejemplo, la paciente pasó rápidamente a echar la culpa de sus problemas a su marido. Al
pedirle que hablara en primera persona del singular, el médico fue capaz de volver a encauzar la
discusión para que fuera más constructiva y menos recriminatoria.
3. Insista en los puntos fuertes. Incluso durante las interacciones más difíciles o con los pacientes
más enfermos, se puede observar y emplear algún recurso o punto fuerte para el tratamiento. Este
enfoque aumenta la autoestima de las personas, reconoce los progresos positivos, minimiza el
conflicto y anima a la familia a responsabilizarse tanto como le es posible de la salud de sus seres
queridos.
PACIENTE. “Bueno, me cuesta seguir la dieta que usted me recomendó.”
DOCTOR AL MARIDO. “El seguir una dieta a menudo es un reto para las personas más
voluntariosas. En su opinión, ¿en qué momentos su esposa respeta mejor la dieta?”
MARIDO. “Bueno, parece que la respeta bastante cuando estoy fuera, de viaje de
negocios.”
ESPOSA. “No sabía que te hubieras dado cuenta. Cuando estás fuera, para mí es más
fácil comer bien.”
DOCTOR. “En primer lugar, me impresiona mucho que usted, Sr. García, sea tan
observador. En segundo lugar está claro, Sra. García, que, hasta cierto punto, es
capaz de comer bien cuando se encuentra sola en casa. Quizá les apetezca
aprovechar esta oportunidad para decidir juntos cómo podrían sacar fruto de estas
cualidades cuando ambos se encuentran en casa, como suele ser el caso.”
4. Haga usted mismo de modelo de esta conducta. En calidad de líder de la consulta o sesión, el
médico establece el tono de la discusión según la forma de hablar que adopte. Si habla en primera
persona del singular y de forma respetuosa con cada persona, y muestra confianza en la capacidad
del paciente y su familia para movilizar sus recursos con el fin de combatir la enfermedad o el
problema, su conducta suele resultar contagiosa.
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Transformar la resistencia en cooperación
La cooperación y la resistencia son fenómenos interpersonales que constituyen procesos
bidireccionales. Es difícil cooperar con una persona que se muestra indiferente o agresiva. También
resulta difícil vencer la resistencia de alguien que se niega a luchar. En el contexto de la atención
primaria, esto significa que tanto la cooperación como la resistencia nos dan, hasta cierto punto, una
medida de la calidad de la relación establecida entre el médico y el paciente o su familia. Preferimos
el término “cooperación” al término “cumplimiento”, porque la cooperación implica un intercambio
de naturaleza colaboradora e interpersonal.
El cumplimiento, en cambio, implica que el médico da órdenes que el paciente está obligado a
cumplir. Este marco conceptual autoritario puede degenerar en situaciones en las que los pacientes
mienten u omiten información para protegerse a sí mismos, simulando un buen cumplimiento para
salvaguardar la relación con un médico al que aprecian. La cooperación supone un esfuerzo tanto por
parte del médico como por parte del paciente para expresar el propio punto de vista y entender el
del otro.
La cooperación es el resultado de muchos factores, sobre todo del vínculo establecido entre el
médico, el paciente y su familia, y de la aceptación general de un plan de tratamiento acordado y
comprensible para todos.
PACIENTE. “Entiendo que tengo que comer menos y renunciar por completo a los
dulces si quiero controlar mi diabetes.”
MARIDO. “¿Cree usted recomendable que toda nuestra familia cambie de dieta?”
DOCTOR. “¿Qué le parece la idea?”
MARIDO. “Creo que debo apoyar a mi mujer, pero también temo acabar guardándole
rencor si tengo que dejar de comer cosas que me gustan.”
PACIENTE. “Yo no espero que lo hagas.”
DOCTOR. “Muchos aspectos de la dieta de su esposa son aconsejables en una
nutrición sana, así quizá quiera aprovechar esta oportunidad para cambiar algunos
de los hábitos alimentarios de su familia. Pero es muy importante que los de su casa
no hagan demasiados sacrificios, pues creará resentimiento. Usted y su esposa
pueden echar mano de su inventiva y descubrir platos alternativos que ella puede
comer cuando el resto de la familia desee tomar dulces de postre.”
MARIDO. “Entiendo. Haremos todos un esfuerzo. Su bienestar es importante para
toda la familia.”
La resistencia surge cuando el médico y el paciente o su familia se enzarzan en una
lucha en torno al tratamiento. Esta lucha puede ser evidente y dejar claro el motivo
por el que el paciente no mejora; pero también puede ser encubierta y, aunque el
paciente no mejore, el médico puede no darse cuenta de que él o su familia no están
de acuerdo con el plan de tratamiento y, por lo tanto, no lo cumplen en su totalidad.
En el siguiente ejemplo, las insinuaciones del marido ofrecen indicios de que no está
totalmente de acuerdo con el plan de tratamiento y, por lo tanto, dejará que sea su
esposa quien se encargue de cumplirlo.
PACIENTE. “Entiendo que tengo que comer menos y renunciar a los dulces si quiero
controlar mi diabetes.”
DOCTOR AL MARIDO. “Qué le parece la idea?”
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MARIDO. “No me gusta, pero supongo que ella tiene que hacer lo que le diga ‘el
médico’.”
DOCTOR. “Es muy importante que su esposa mantenga la enfermedad bajo control.
Lo mejor que puede hacer por el bien de su salud es perder peso.”
MARIDO: “Eso es cosa suya.”
Cuando se trabaja con pacientes resistentes, suele darse una marcada tendencia a creer que la falta
de cooperación es el resultado de una falta de información o un malentendido. Cuando un paciente
no hace lo que le pedimos, alzamos el tono de voz para repetir, cada vez con mayor detalle, la misma
información sobre el mismo plan de tratamiento.
PACIENTE. “Bueno, doctor, he probado a prescindir de los dulces, pero mi nivel de
glucemia no deja de aumentar.”
DOCTOR. “Quizá deba volver a ver a la especialista en nutrición para examinar de
nuevo su dieta.”
PACIENTE. “Ya he ido tres veces. No estoy segura de que me esté ayudando.”
Cuando el paciente ha sido informado claramente una vez, o incluso dos, es útil
plantearnos la hipótesis de que insistir en “más de lo mismo” difícilmente vaya a ser
productivo y que el paciente o su familia quizá no estén de acuerdo o dispuestos a
participar en el plan de tratamiento tal y como está organizado actualmente (3).
PACIENTE. “Bueno, doctor, he probado a prescindir de los dulces, pero mi nivel de
glucemia no deja de aumentar.”
DOCTOR. “Bueno, dice que ha probado a prescindir de los dulces. ¿le ha costado
mucho?”
PACIENTE. “Bueno, a decir verdad, doctor, mi madre tuvo diabetes. De vez en cuando
tomaba de postre algún dulce y murió de vieja. Yo soy hija suya, así que supongo que
lo puedo hacer también. No puedo dejar de lado todo lo que me gusta.”
DOCTOR. “Tampoco querría que lo hiciera. Examinemos su diabetes para ver hasta
qué punto se parece a la de su madre. Puede que sea similar y puede que no. Puesto
que su nivel de glucemia es alto, desafortunadamente tenemos que suponer que no
puede saltarse el régimen tan fácilmente como hacía su madre. Durante las
siguientes dos semanas, me gustaría que escribiera un diario. Anote lo que come
cada día, incluyendo los dulces que toma en ocasiones, y apunte su nivel de
glucemia. De este modo podemos averiguar hasta qué punto puede tratar su
diabetes como lo hacía su madre. Si surge algún problema, necesitaremos encontrar
la manera de que usted disfrute de la comida, con platos especiales que no sean
dulces. Quizá sería conveniente que su familia le acompañara a la próxima consulta
para que nos ayuden con este problema.”
PACIENTE. “Espero que no tengamos que hacerlo, doctor, pero supongo que tendré
que afrontar las cosas como son.”
Una situación común en la que nos encontramos con una exacerbación de los síntomas del paciente
por motivos inexplicables, es la que se da cuando el “cliente”, es decir, la persona más motivada e
interesada en el tratamiento, no es el paciente (3). Por ejemplo, el cliente en una revisión periódica
de un niño sano suelen ser los padres del mismo, pero también puede ser un abuelo que opina que el
padre no está abordando el problema debidamente. Cuando un varón de mediana edad acude ala
consulta para someterse a un reconocimiento médico completo, el cliente puede ser él mismo, pero
a menudo es su esposa quien está preocupada porque considera que “trabaja demasiado”. Un
adolescente que se queja de una vaga molestia puede acudir a la consulta sólo porque sus padres le
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han obligado. Por lo general, la cooperación es mayor cuando el “cliente” se implica en el
tratamiento. La resistencia se podría presentar cuando el paciente y el cliente no coinciden en la
misma persona y el médico no se da cuenta de ello.
DOCTOR. “En qué le puedo ayudar hoy?”
PACIENTE. “He venido para hacerme un chequeo.”
DOCTOR. “¿Hay algún motivo en particular que le haya hecho venir para un
reconocimiento médico?”
PACIENTE. “Bueno, el padre de mi mujer murió de un infarto cuando tenía mi edad, y
ella quiere que me comprueben el corazón.”
DOCTOR. “¿Qué piensa usted sobre eso?”
PACIENTE. “Pienso que son manías de mi mujer. Mi corazón está bien. Corro un par
de kilómetros todos los días.”
DOCTOR. “¿Por qué no se hace de todos modos el reconocimiento y le propone a su
esposa que le acompañe la próxima vez para discutir los resultados de las pruebas?”
PACIENTE. “Me parece una buena idea, doctor. A mí seguramente no me creería.”
Por último, el médico podría encontrar resistencia al tratamiento cuando no entiende el auténtico
significado que tiene el síntoma para el paciente o su familia. Corno se mencionó en el capítulo 1,
algunos síntomas o enfermedades, además de causar dolor o dificultades, pueden también
desempeñar alguna función adaptativa para el paciente. En tal caso, el paciente podría temer que, en
cierto sentido, renunciar al síntoma le produzca más dolor que la propia enfermedad. Este problema
se suele manifestar con frecuencia en los pacientes que cobran una pensión por invalidez o en los
niños que padecen fobia escolar. ¿Son mayores las ventajas que brinda la enfermedad que el miedo
a las posibles consecuencias del tratamiento? Del mismo modo, una mujer con un marido adicto al
trabajo que sólo le presta atención cuando está enferma, podría mostrar, consciente o
inconscientemente, cierta ambivalencia a la hora de seguir meticulosamente las recomendaciones de
su médico sobre el tratamiento.
Claro que estos casos no son habituales. No obstante, cuando persiste la resistencia de un paciente o
su familia al tratamiento, es útil explorar los riesgos que implica la curación para dicho paciente: “Si
de la noche a la mañana se recuperara usted de su enfermedad, ¿cómo cambiaría su vida?” “Cómo
cambiarían sus relaciones significativas?” En esta situación puede ser útil ayudar al paciente o a su
familia a examinar si la curación podría inducir una situación peor que la enfermedad. De esta
manera, la continuación o modificación del tratamiento será posible sin que las personas expresen
indirectamente sus ambivalencias a través de la resistencia al mismo.
DOCTOR. “No entiendo, Juana, por qué tu nivel de azúcar sigue tan alto. Soy
consciente de que comprendes las indicaciones dietéticas que debes seguir. Y sé que
eres una chica lista para tener quince años. Quizá haya algo que no acabo de
entender de tu situación.”
JUANA. “No sé, doctor. Es un misterio para mí.”
DOCTOR. “Me pregunto qué pasaría si de ¡a noche a la mañana te curaras y ya no
tuvieras que afrontar el problema de la diabetes.”
JUANA. “Sería maravilloso, doctor. Se solucionarían todos mis problemas.”
DOCTOR. “Cómo cambiaría la relación que tienes con tus padres?”
JUANA. “Bueno, supongo que tendrían que entrometerse con algún otro aspecto de
mi vida.”
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DOCTOR. “Así que el tratamiento de la diabetes es una de las facetas de tu vida en la
que tú y tus padres tenéis diferencias. Ellos intentan decirte lo que tienes que hacer,
y tú estás resuelta a hacerlo a tu manera.”
JUANA.”Lo que dice es cierto. Es mi cuerpo.”
DOCTOR. ¿Haces lo que te parece, incluso si a veces te perjudica?”
JUANA. “Bueno, tal vez.”
DOCTOR. “Qué te parece si invito a tus padres a discutir sobre tu enfermedad? Quizá
logremos encontrar una forma en la que puedas hacerte cargo del problema y, al
mismo tiempo, asegurarles de que estarás bien.”
En este ejemplo, el tratamiento de la diabetes de esta adolescente se ha entrelazado con su lucha
por independizarse de sus padres. Cuando estos últimos la aconsejan o la regañan por no cuidar
adecuadamente de sí misma, ella lo toma como una intromisión y se rebela. Sin entender primero
qué función ha llegado a desempeñar el tratamiento en esta familia, es probable que cualquier
intento de supervisarlo fracase.
Para entablar una relación de colaboración y cooperación con los pacientes es fundamental que el
médico reconozca claramente cuáles son las áreas sobre las que tiene control y cuáles no. Aunque
podemos dar consejos, recetar medicamentos, recomendar tratamientos y tratar de persuadir a
nuestros pacientes, en última instancia sólo ellos pueden efectuar directamente el cambio. Nuestros
pacientes tienen el derecho y la responsabilidad de decidir hasta qué punto van a seguir nuestras
recomendaciones. Por lo tanto, en el proceso del tratamiento, hemos de concentrar la atención en
nuestra propia conducta: en estructurar la sesión de la forma más útil, en idear el mejor plan de
tratamiento, en emplear los puntos fuertes y recursos del paciente y su familia para ayudar al
primero a curarse, y en disfrutar con nuestro trabajo.
Conflictos personales del médico que contribuyen
a generar resistencia
Las experiencias personales de los médicos pueden ser enriquecedoras para su ejercicio profesional y
facilitar una mayor empatía con los pacientes y un mayor número de estrategias para la atención a
los mismos (4). (Para una exposición más detallada de estos temas, véase el capítulo 23.) No
obstante, los conflictos personales sin resolver pueden afectar negativamente nuestra capacidad
para comprender claramente las necesidades de los pacientes y para realizar nuestro trabajo lo
mejor posible. Esta interferencia en el funcionamiento del médico puede contribuir a generar
resistencia y puede provenir de muchas fuentes. Algunos casos pueden parecerse a nuestra situación
familiar actual, de tal forma que enturbien nuestro criterio. Un médico cuyo padre acabe de morir de
un infarto repentino podría empezar a remitir un número mayor de pacientes para la implantación
de un catéter y discutir agriamente con aquellos que pusiesen objeciones.
Las situaciones de los pacientes podrían reactivar conflictos sin resolver de nuestra propia familia de
origen (5,6). Un médico cuya madre fue alcohólica podría enfadarse más de lo necesario cuando
trate con pacientes que abusan del alcohol. Otros problemas más comunes, como la fatiga, la
enfermedad y la falta de energías en general pueden afectar a nuestra capacidad para pensar con
claridad cuando encontramos que un paciente se resiste a lo que consideramos el procedimiento
médico correcto. Las interacciones que tenemos con los pacientes durante las primeras horas de una
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tarde pueden influenciarnos de tal forma que afecten al tratamiento que damos a los pacientes
siguientes el resto de la tarde (7).
A veces, la conducta de un paciente o de un miembro de su familia va tan en contra dé los valores de
un médico que éste tiene problemas para crear o mantener una alianza con esa persona o para llegar
a entender la conducta que él considera ofensiva. Los casos de malos tratos o abusos sexuales u otra
actividad delictiva son ejemplos comunes de situaciones que constituyen un reto para crear una
buena alianza de trabajo entre los pacientes implicados y su médico. Incluso la más ligera sospecha
de la existencia de tales problemas, o de algo que vaya en contra del propio código ético del ejercicio
médico, puede contribuir a dificultar la relación terapéutica entre el médico y el paciente y su familia.
La doctora R, una activa militante del movimiento feminista, disfrutaba de su consulta de obstetricia.
Era muy comprensiva y competente cuando orientaba a las mujeres ante las dificultades físicas y
emocionales del embarazo y el parto.
La Sra. de Hernández vino a ver a la doctora R cuando estaba embarazada de 18 semanas. Apenas
hablaba inglés, puesto que acababa de afincarse en el país. Había conocido a su marido cuando vino
a visitar a unos parientes; se quedó embarazada y se casó con él. Su embarazo transcurría sin
complicaciones, aunque la Sra. de Hernández acusaba el estrés por todos los cambios que había
experimentado en un período de tiempo tan corto. La Dra. R la veía con frecuencia y le daba todo el
apoyo que podía.
A las 36 semanas de embarazo, la Sra. de Hernández acudió a la consulta de la doctora R quejándose
de unas leves hemorragias intermitentes que parecían producirse después de mantener relaciones
sexuales con su marido, ante la insistencia de este último. Después de hacerle una serie de
preguntas, la Sra. de Hernández reconoció que, llegado a este punto del embarazo, no quería
mantener relaciones sexuales con su marido, pero que éste hacía caso omiso de sus deseos. La
doctora R sólo había visto al marido durante breves momentos, pero consideró su conducta
censurable e inaceptable. Cogió un formulario y escribió una receta prohibiendo a la Sra. de
Hernández que, por razones médicas, mantuviera relaciones sexuales hasta después del parto.
El Sr. Hernández había expresado que no deseaba presenciar el alumbramiento de su hijo, pero
estaba presente cuando la doctora R entró en la sala de partos. Cuando recordó la descripción que
había hecho la Sra. de Hernández de la conducta anterior de su marido, se llenó de ira. La impresión
que la doctora R tenía de aquel hombre no cambió cuando, durante las horas siguientes, se dedicó a
mofarse y hacer bromas fuera de lugar mientras su mujer soportaba los dolores del parto. Dejó bien
claro que el bebé iba a ser un niño que se llamaría como él. Ni siquiera había pensado en un nombre
para el caso de que fuera una niña. La doctora R se mostró fría con él y no le dirigió ni una sola
palabra, al tiempo que seguía apoyando a la Sra. de Hernández.
Durante la última hora del parto, el Sr. Hernández abandonó la sala. Volvió a entrar justo cuando
nació el bebé: una niña. La doctora R siguió dirigiéndose sólo a la madre y al bebé, y le dijo a la recién
nacida: “Tienes una madre estupenda. Va a cuidar muy bien de ti.” Al día siguiente, durante las
visitas, la doctora R encontró a la Sra. de Hernández algo deprimida, y ésta le informó de que su
marido aún no había venido a visitarla y que sabía que si el bebé hubiese sido un niño, él no se habría
marchado del hospital.
Al cabo de un tiempo, la doctora R comentó esta experiencia con una compañera de profesión. Se
preguntaba cómo podía haberse logrado una buena acomodación con alguien tan odioso. Su colega
le planteó varias cuestiones que la ayudaron a reconsiderar la situación: ¿Qué motivó la
desagradable conducta del Sr. Hernández?. Aquella situación, ¿hasta qué punto fue resultado de la
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ansiedad, la inseguridad y los valores culturales? Al final, ¿habría sido útil para la paciente el
establecimiento de algún tipo de alianza entre la doctora y el padre? La doctora R se vio en un
conflicto entre sus propios valores y su compromiso y responsabilidad para ayudar a sus pacientes.
Por último, las interacciones con otros profesionales pueden influir también en la manera en que
tratamos a determinados pacientes, especialmente en casos polémicos. Si entre los especialistas se
crea una división de opiniones y éstos se enzarzan en una lucha para imponer su criterio sobre un
caso, la situación puede agudizar los problemas del médico, además de la resistencia del paciente.
Por ejemplo, un oncólogo puede recomendar intentar todos los tratamientos al alcance con un niño
de cinco años que padece un tumor cerebral maligno, aun cuando los efectos secundarios sean
graves y el pronóstico no sea favorable. El médico de atención primaria del niño que se encuentra en
esta situación quizá prefiera interrumpir los tratamientos intensivos cuando parece que el niño va a
morir sin remedio. La familia, a la que conoce desde hace muchos años, recurre a él para que les
aconseje sobre el tratamiento. En situaciones de gran intensidad como ésta, las luchas entre los
especialistas y los médicos de atención primaria son comunes y pueden reflejar la ambivalencia de la
familia acerca de la decisión de continuar o suspender el tratamiento.
La supervisión de un experto en terapia familiar sistémica y los grupos Balint ofrecen algunas de las
mejores soluciones para vencer la “resistencia del médico”. La supervisión sistémica puede estar
indicada cuando el médico colabora con un colega de orientación sistémica que está dispuesto a ver
a familias problemáticas. Es raro que otro médico no vea a un paciente o a una familia bajo otra luz,
lo que facilita dar un nuevo enfoque al tratamiento (8). Para los médicos, los grupos Balint también
son un medio importante de examinar nuestras propias reacciones ante los pacientes con la ayuda
de compañeros con los que existe una relación de confianza (9,10). Todo médico de atención
primaria necesita contar con un sistema que le permita abordarlos problemas personales que
inevitablemente surgen a raíz de su profesión. Este proceso estimulará nuestra creatividad y nos
permitirá encontrar el tratamiento más eficaz. También logrará hacer de las dificultades con nuestros
pacientes una vía de perfeccionamiento, tanto personal como profesional.
Para concluir este capítulo, presentaremos un cuestionario con diez preguntas que se pueden aplicar
para evaluar la alianza médico‐paciente. Esta herramienta sirve para valorar la probabilidad de que
surjan futuros problemas en la relación médico‐paciente que pudieran perjudicar o influir
negativamente en el tratamiento. Las dificultades de la alianza médico‐paciente o la alianza médico‐
familia pueden deberse al paciente, al problema por el que consulta y al enfoque del médico. Estas
preguntas se centran sobre todo en la contribución del médico a la creación de esta alianza, lo que
incide claramente en un solo término de la ecuación, pero que es el término sobre el que tenemos
cierto control. Esta herramienta será útil para decidir cuáles son las familias que requieren especial
atención en el momento de establecer la alianza terapéutica.
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PROTOCOLO
Evaluación de la interacción médico‐familia
1 Basándose en el problema/los problemas por el/los que consulta el paciente, ¿cómo evalúa su
disposición de colaborar?
(4)[ ] Paciente dispuesto a cooperar que presenta problemas agudos limitados a sí mismo.
(3)[ ] Paciente dispuesto a cooperar con problemas estables a largo plazo.
(2)[ ] Paciente dispuesto a cooperar con problemas inestables a largo plazo que requieren
supervisión atenta.
(1)[ ] Paciente no dispuesto a cooperar con problemas estables a largo plazo que requieren
supervisión atenta.
(0)[ ] Paciente con numerosos problemas, que rechaza cualquier ayuda.
2. ¿Cómo evalúa el grado de participación del “cliente” en el tratamiento?
(4)[ ] El cliente, sea el paciente o un miembro de su familia, participa activamente en el
tratamiento.
(3)[ ] El cliente es un miembro de la familia al que conozco un poco.
(2)[ ] El cliente parece ser un miembro de la familia, pero no le conozco.
(1)[ ] El cliente podría ser el paciente, pero no estoy seguro.
(0)[ ] No sé quién es el cliente.
3. ¿Cuáles son los miembros de la familia con los que ha establecido
una relación de reciprocidad?
(4)[ ] Con todos los interesados.
(3)[ ] Con el paciente y algunos de los miembros de su familia.
(2)[ ] Sólo con el paciente.
(1)[ ] Con algunos de los miembros de la familia, pero no con el paciente.
(0)[ ] Con nadie.
4. ¿Qué esperan el paciente y su familia de usted?
(4)[ ] Una relación de colaboración.
(3)[ ] Información y apoyo.
(2)[ ] Consejo.
(1)[ ] Una curación rápida.
(0)[ ] Nada.
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5. ¿Qué espera usted del paciente y su familia?
(4)[ ] Su participación activa en el tratamiento.
(3)[ ] Respeto y colaboración.
(2)[ ] Que sigan mis indicaciones y se recuperen.
(1)[ ] Que no me hagan perder demasiado tiempo.
(0)11 Que se vayan.
6. ¿Hasta qué punto se integra la familia en el equipo de tratamiento?
(4)[ ] La familia participa activamente en el tratamiento.
(3)[ ] Participan algunos miembros importantes de la familia.
(2)[ ] Solicité cierta participación familiar, pero no me he puesto en contacto con los
miembros de la familia más importantes.
(1)[ ] No conozco a la familia, pero creo que existe la posibilidad de que esté dispuesta a
participar.
(0)[ ] No conozco a la familia y dudo de que esté dispuesta a participar.
7. ¿De qué forma ha especificado las responsabilidades de todos los implicados y establecido su
liderazgo como jefe del equipo de tratamiento médico‐familia?
(4)[ ] Yo me hago cargo del tratamiento y el paciente y su familia se hacen cargo de su salud y
recuperación.
(3)[ ] Las responsabilidades están claras, pero no siempre se cumplen.
(2)[ ] Las responsabilidades están confusas o mal repartidas.
(1)[ ] Tengo el sentimiento de asumir demasiadas responsabilidades o sentir cierta irritación.
(0)[ ] El paciente se hace cargo del tratamiento, y de algún modo yo me hago cargo del
paciente.
8. Comparando la familia de este paciente con su familia actual:
(4)[ ] Mi propia experiencia me ayuda a tratar a esta familia con más eficacia.
(3)[ ] Esta familia no se parece a la mía, y me gusta trabajar con ella.
(2)[ ] Esta familia no se parece a la mía, y no me gusta especialmente trabajar con ella.
(1)[ ] Mi familia actual padece algunas enfermedades o problemas similares, y me resulta
desconcertante y difícil trabajar con ella.
(0)[ ] Parece haber algunas similitudes, pero no puedo precisarlas.
9. Comparando la familia de este paciente con su propia familia de origen:
(4)[ ] Mi propia experiencia me ayuda a tratar a esta familia con más eficacia.
(3)[ ] Esta familia no se parece a la mía, y me gusta trabajar con ella.
(2)[ ] Esta familia no se parece a la mía, y no me gusta especialmente trabajar con ella.
(1)[ ] Mi familia de origen padece algunas enfermedades o problemas similares, y me resulta
desconcertante y difícil trabajar con ella.
(0)[ ] Parece haber algunas similitudes, pero no puedo precisarlas.
10. Con respecto a este paciente y a su familia, los profesionales del equipo de tratamiento:
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(4)[ ] Cooperan en el tratamiento y coordinan sus intervenciones.
(3)[ ] Cooperan en algunos aspectos del tratamiento.
(2)[ ] Se comunican cuando es imprescindible.
(1)[ ] Tienen diferentes opiniones sobre el tratamiento.
(0)[ ] Se han declarado la guerra a raíz de este caso.
Evaluación de la alianza médico‐familia
0‐10 Pronóstico: mar de fondo.
Es importante y necesario convocar una sesión familiar.
Si la sesión fracasa, piense en una posible derivación a un terapeuta de confianza.
11‐20 Pronóstico: fuerte marejada.
Es probable que la familia sea un estorbo.
Piense en la posibilidad de solicitar la supervisión de un profesional de orientación familiar.
21‐30 Marejadilla.
La alianza médico‐familia es básicamente sólida.
Es probable que la familia participe en el tratamiento.
Proceda, pero siga intentando mejorar la relación doctor‐familia.
31‐40 Mar en calma.
La alianza médico‐familia es fuerte.
La participación familiar es fiable y constructiva.