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Crash! - J. G. Ballard PDF
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Crash
ePub r1.2
minicaja 15.06.14
Título original: Crash
J. G. Ballard, 1973
Traducción: Francisco Abelenda
ePub base v2.0
–¿Gozaste?
Helen Remington me acariciaba el
hombro con una mano trémula, como si
yo fuera un paciente a quien no
conseguía reanimar. Me quedé tendido
en el asiento trasero del coche, y ella se
vistió con movimientos bruscos,
acomodándose la falda como una
empleada de tienda que está vistiendo al
maniquí del escaparate.
Mientras íbamos al Laboratorio de
Investigación de Accidentes de Tránsito
yo había sugerido que nos detuviéramos
entre los depósitos de agua al oeste del
aeropuerto. Desde la semana anterior,
Helen se había alejado de mí, como si el
accidente y yo perteneciéramos a una
vida pretérita cuya realidad ya no
reconocía. Me daba cuenta de que Helen
estaba a punto de entrar en ese período
de irreflexiva promiscuidad en que cae
la mayoría después de una desgracia. La
colisión de nuestros coches y la muerte
del marido se habían transformado en
las claves de una nueva sexualidad. En
los primeros meses después del
accidente, Helen tuvo una serie de
amoríos fugaces, como si al recibir en
las manos y la vagina los genitales de
esos hombres, ella devolviera de algún
modo la vida a su marido, como si esos
espermas mezclados dentro de su vientre
pudieran reanimar la imagen
evanescente del muerto.
Al día siguiente de su primer coito
conmigo, había tomado otro amante, el
patólogo más joven del hospital de
Ashford. Luego siguieron otros hombres:
el marido de una colega, un radiólogo,
el gerente de su garaje. Yo no dejaba de
advertir que en esas aventuras, descritas
por Helen en un tono desenfadado, la
imagen del automóvil estaba siempre
presente. Todo ocurría dentro de un
coche, en la azotea del garaje del
aeropuerto, mientras le engrasaban el
coche, o en las cercanías de la autopista
periférica norte, como si sólo el coche
pudiera provocar el elemento que daba
sentido al acto sexual. De algún modo,
presumí, el coche recreaba en las nuevas
posibilidades del cuerpo de Helen el
papel que ya había desempeñado en la
muerte del marido. Sólo en un coche
llegaba ella al orgasmo. No obstante,
una noche, mientras nos abrazábamos en
la azotea del garaje de Northolt, sentí
que el cuerpo se le endurecía en un
espasmo de hostilidad y frustración. Le
apoyé la mano en el oscuro triángulo del
pubis humedecido, que relucía como
plata en la penumbra. Ella apartó los
brazos y clavó los ojos en la cabina del
coche, como si estuviera a punto de
desgarrarse los pechos desnudos en esta
trampa de cuchillos de vidrio y metal.
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