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Pontificia Universidad Católica de Chile

Magister Ciencia Política, mención Políticas Públicas y Gobierno


Ensayo Final – 28/06/2019
Carolina Villacura Céspedes

La inmunización obligatoria como medida de bienestar colectivo.

El desarrollo de las vacunas durante el siglo XVIII y su paulatina incorporación como una
herramienta de las políticas públicas sanitarias para el combate y la erradicación de
enfermedades que anualmente implicaban un alto número de muertes, ha sido una de las
mayores contribuciones al progreso de las sociedades modernas. El impacto de este avance
tecnológico no solo ha sido desde el ámbito de la de salud, sino que también al desarrollo
económico y social de estas además de un impacto directo en la mejora de la calidad de vida
de sus ciudadanos. Sin embargo, a partir de las últimas décadas gracias a la masificación del
acceso a la información (ya sea verídica, basada en inciertos, mitos o desconocimiento) el
rechazo a las vacunas como un fenómeno social se ha presentado como una realidad cada
vez más patente a considerar.

Este fenómeno, si bien hasta la fecha se ha mantenido reducido a una cantidad menor de
individuos que rechazan la vacunación, implican igualmente un peligro para la comunidad
en cuanto este pequeño grupo, considerada como una excepción por ciertas visiones, tiene
igualmente un impacto patente en las cifras totales de aumento de enfermedades que pueden
combatirse con la vacunación y en caso de que estas visiones anti vacunas se masifican como
lo ha demostrado la tendencia en los últimos años es esperable que una duplicación en la
cantidad de personas no inoculadas causará una potencial duplicación de las enfermedades.

Cabe preguntarse si en este contexto, donde individuos optan de manera cada vez más
frecuente por abstenerse de estos procesos de inmunización, se debería implementar la
vacunación obligatoria como una medida forzosa en situaciones específicas donde la
sociedad este enfrentándose a crisis sanitarias con consecuencias mortales de enfermedades
comunes y evitables, como es el caso de la influenza.
Es necesario especificar en este punto que la pregunta se plantea basándose en aquellas
vacunas existentes para enfermedades transmisibles caracterizadas por afectar grandes
proporciones de la población de manera periódica (influenza invernal), dejando de este modo
fuera del presente ensayo aquellas vacunas para enfermedades que se encuentran por ser
erradicadas pero que presentan brotes controlados cada cierta cantidad de años como lo serían
la polio, rubéola, el sarampión, etc. y también a las enfermedades no transmisibles
caracterizadas por afectar de manera específica a ciertos individuos de la sociedad frente a
situaciones determinadas, como es el caso de la vacuna en contra del tétano.
Si consideramos la premisa del utilitarismo sobre «las mejores consecuencias para el mayor
número de personas» (Escobar y Escobar, 2010) como forma para determinar si un acto es
bueno o malo moralmente, la obligatoriedad de la vacunación en las condiciones
mencionadas debería configurarse como una prioridad, en cuanto el conjunto de la sociedad,
tanto estado como ciudadanía, persigue como fin último alcanzar el mayor grado de felicidad
asociado a un bienestar generalizado de los individuos, en cual para este caso específico
vendría dado tanto por una sanidad generalizada donde las tasas de muertes asociadas a
enfermedades evitables, sea reducida.
De este modo el camino óptimo para alcanzar este fin se configura como la consecución de
la llamada inmunidad colectiva también conocida como de rebaño o de grupo (herd
inmunity). Esta inmunidad se basa en la mantención de altos niveles de vacunación, es decir
donde idealmente más del 95% de la población se encuentre inoculada en contra de la
enfermedad que se busca erradicar, para crear un efecto de bloqueo o de contención para la
propagación de la enfermedad. De este modo, ante el brote especifico por ejemplo de una
cepa de influenza estacional fuerte, la contención social evita su propagación a grupos de la
sociedad que por motivos particulares no pueda participar dentro de esta inmunización como
aquellos pacientes inmunodepresivos o alérgicos a algún componente en específico de la
vacuna.
Altos niveles de rechazo a la vacunación conducen de manera inevitable a una reducción de
la inmunidad colectiva (Giubilini et al., 2018) causando de manera más frecuente brotes dada
el alto riesgo de transmisión por contacto y aumentando el rango de afectados fuera del grupo
mencionado de personas que no pueden participar en la inmunización. Este resultado
indeseable para la sociedad se compone entonces de un amplio número de personas afectadas
por una enfermedad evitable y que puede causar desde la saturación de los sistemas de
atención de salud, una disminución en las tasas de productividad nacional por la inactividad
temporal de los individuos enfermos y en casos extremos el aumento en las tasas de
mortalidad.
La vacunación al consistir en un proceso donde se produce el ingreso del virus que se espera
erradicar al organismo humano de manera controlada, puede implicar en casos particulares,
que los individuos vacunados manifiesten síntomas de la enfermedad de manera mucho más
reducida. Esta consecuencia ha transformado a este prejuicio en torno a los efectos
segundarios de la vacuna, como uno de los principales argumentos para justificar la no
vacunación. Sin embargo, considerando como prioridad el bienestar de la colectividad frente
a la individualidad resultaría pertinente realizar un cálculo de los riesgos y beneficios que
conllevan la vacunación.
Si consideramos que estos efectos adversos se configuran como un perjuicio para el individuo
en cuanto menoscaba su bienestar particular podríamos pensar que la vacunación podría
resultar en un mal evitable, sin embargo si consideramos que este malestar es temporal y de
intensidad mucho menor a lo que sería contraer la enfermedad en su real magnitud además
de evitar todas las posibles consecuencias mayores que puede implicar, ya estamos hablando
de un potencial mayor beneficio de la inmunización individual.
Sin embargo, resulta necesario incorporar a este análisis como, además, este beneficio no
solo se mantiene en la esfera individual, sino que se expande a la comunidad dado que este
individuo que opta por vacunarse se configura como un elemento menos dentro de la escala
de transmisión y por tanto parte de los procesos de barrera para evitar la expansión de
enfermedades. Por lo cual, si bien la contribución de un individuo visto como parte porcentaje
total de personas inmunizadas puede resultar insignificante para el resultado final, si es
analizado desde esta perspectiva como parte de una cadena de transmisión que puede ser el
punto de origen de la expansión a otros individuos que tampoco se encuentran inoculados,
permite recalcar de mejor manera su rol individual dentro de las consecuencias en la
comunidad.
Por otro lado, si consideramos el cálculo de los efectos de esta medida desde su dimensión
temporal, no puede negarse que de manera inmediata es posible que la sociedad se vea
afectada negativamente por los efectos segundarios de la vacunación, sin embargo, como se
mencionaba anteriormente estos efectos suelen presentarse en menor grado que la
enfermedad original, por lo cual el retorno a una condición optima tanto a nivel individual
como del bienestar de la comunidad previo a la afectación, es una situación sobre la que
existe seguridad en un plazo más largo de tiempo.
A pesar de que se han plasmado de manera reiterada los beneficios colectivos de la
inmunización a través de la vacunación obligatoria por medio de campañas, promociones y
facilidades a las poblaciones más vulnerables, es importante considerar en esta etapa como
se incorpora el principio de autonomía de los individuos dentro de esta ecuación. El derecho
individual a decidir sin injerencias o control de otros, es decir, de manera autónoma, la
aceptación o rechazo a los servicios sanitarios que se le ofrezcan es un factor fundamental al
momento de proponer la obligatoriedad de la vacunación.
En casos donde un ciudadano voluntariamente opta por no participar de la vacunación
colectiva ya sea por sus creencias religiosas, por pertenecer al movimiento antivacunas o
cualquiera sea su motivación, se encontraría en pleno derecho, siempre y cuando haya sido
informado de manera conveniente de las consecuencias de esta decisión para su salud.
Sin embargo, este principio fundamental de la bioética debe ser puesto en entredicho cuando
la acción individual (y la suma de estas) es seguida de consecuencias negativas para la
comunidad. Si las consecuencias de la no vacunación cada vez más frecuente y el
consecuente detrimento del efecto de inmunidad colectiva conllevan una disminución en la
calidad de vida general dada por un aumento de las personas que sufren de estas
enfermedades prevenibles y la saturación de los sistemas de servicio de salud, entonces nos
encontramos frente a un dilema entre establecer medidas de obligatoriedad a ciertos grupos
ciudadanos en miras de mantener controlados estos factores perjudiciales, entendiendo esta
opción como una acción en pos de la seguridad colectiva.
Esta situación, puede ser entendida desde el principio del daño enunciado por John Stuart
Mill ante situaciones donde la libertad individual se encuentra en conflicto con el bienestar
comunitario. Según este principio se justificaría las limitaciones a las libertades individuales
si este acto de restricción se realiza con el objetivo de la protección (Carbonell, 2008).
Aplicado al caso, la decisión de no vacunación y la contribución al daño que puede producirse
a la sociedad por esta, son justificación necesaria para poder intervenir a nivel legal
estableciendo una inmunización obligatoria.
El caso de Chile ejemplifica de manera muy precisa como el rechazo a las vacunas puede
traer implicaciones serias para la sociedad en su conjunto y el efecto de rebaño. Para junio
del 2019, 26 muertes ya se habían producido por el brote estacional de la influenza, que
previa a su llegada a territorio nacional, se había presentado internacionalmente como una
cepa especialmente mortífera y resistente a los tratamientos convencionales. De estas muertes
el 80% no había sido vacunado. Si bien en el caso chileno la vacunación es promovida de
manera activa para ciertos grupos objetivos (mayores de 65 años, menores de 5 años, etc.)
más propensos al contagio y tener consecuencias mayores, esta acción no resulta excluyente
para el resto de la población por lo tanto es sobre este grupo sobre el cual recae la
responsabilidad de vacunarse contribuir al efecto colectivo de protección.
Esta decisión de no vacunarse se convierte entonces en una decisión de inacción en donde
las consecuencias no solo deben considerarse desde el plano de la afectación personal que
puede llegar a sufrir el individuo como se mencionaba anteriormente, sino que también de
como esta acción puede conllevar serias consecuencias para la comunidad, de este modo este
individuo adquiere una responsabilidad moral (Jamrozik et Al., 2016) en cuanto contribuidor
directo del bienestar de todos.
La obligación y responsabilidad moral entonces puede ser entendida como el deber de evitar
adicionar un riesgo extra de contagiar a otros en cuanto este acto puede ser fácilmente
evitable a través de la vacunación como un costo pequeño que debe realizar individuo en pos
de un mayor beneficio entendido como la contribución a mantener la inmunidad colectiva.
Esta responsabilidad moral si bien puede ser discutida por parecer arbitraria debe entenderse
en un contexto donde el contacto entre individuos que potencialmente pueden formar parte
de una cadena de transmisión impone y/o expone a la generalidad de la comunidad a un
riesgo que pudo ser evitado al ser una situación que podría ser controlable a través de la
vacunación. El principio que debería primar en esta situación, tal como lo menciona Mill no
es evitar el daño propio ya que como dueño de su individualidad su autonomía debe ser
respetada, sin embargo, el daño a otros debe es aquel que debe ser disuadido.
Evitar el mal al resto, en cuanto nuestras facultades, habilidades y capacidades lo permitan
(Giubilini, 2018), es decir si la vacunación como un acto cuyas consecuencias se encuentran
estudiadas y permanecen dentro del rango de una afectación menor para el individuo, debe
ser una obligación moral de cada individuo en cuanto estas acrecientan el bienestar social o
en su defecto no contribuir en su deterioro traduciéndose en un significativo beneficio para
la comunidad.
Finalmente, la necesidad de lograr altos porcentajes de inmunidad en la sociedad no
corresponde a una intensión antojadiza del estado y sus políticas públicas. En el caso de
enfermedades recurrentes que por diversos factores actuales han presentado mayores grados
de resistencia a los tratamientos clásicos, es necesario la implementación de medidas que
pueden llegar a ser cuestionadas por verse invasivas de la libertad capacidad deliberativa de
las personas pero que pueden ser una de las pocas medidas efectivas para hacerles frente.
Sin embargo el determinar qué enfermedad cumple con las características para establecer
como medida la obligatoriedad de la vacunación debe ser un trabajo realizado considerando
las distintas consecuencias en la sociedad desde ámbitos transversales y evaluando las
condiciones mismas en que surge la patología, dado que no será igual proponer vacunación
obligatoria en Chile a hacerlo en paises centroamericanos donde no existe una capacidad
institucional para exigir y garantizar este cumplimiento.
Paralelamente, la vida en comunidad implica ciertas responsabilidades para con los otros, asi
la frase clásica «mi libertad empieza donde termina la de mi vecino» es un claro reflejo de
como la libertad individual y los actos que se realizan en nombre de esta, deben estar siempre
en consideración con los efectos que las acciones propias implican para el resto.
Entonces, si consideramos que cualquier sociedad en cuanto construcción social y política
surge con la finalidad de garantizar el bienestar a su ciudadanía, entonces los estados pueden
incluir dentro de sus lineamientos de acción, la presencia de imposiciones de parámetros de
actuación que garanticen y no obstaculicen la consecución del bienestar en cuanto felicidad.
Bibliografía:
Carbonell, M. (2008). Volviendo a leer a John Stuart Mill: claves para comprender la
libertad en el siglo XXI. Boletín Mexicano de Derecho Comparado, México
Fundamentos de la bioética
Equipo Bioética (2018) Inmunización y salud pública: la importancia de una buena
información. Biblioteca del Congreso Nacional
Escobar, E. y Escobar, A. L. (2010). Principales corrientes filosóficas en bioética. Boletín
Médico del Hospital Infantil de México, Vol. 67.
Giubilini, A., Douglas, T. y Savulescu, J. (2018). The moral obligation to be vaccinated:
utilitarianism, contractualism, and collective easy rescue. Med Health Care Philos; 21(4):
547–560.
Jamrozik, E., Handfield, T., Selgelid, M. (2016) Victims, Vectors and Villians: are those
who opt out of vaccination morally responsible for the deaths of other?. Med ethics;
42:762-768
Padres no dejaron que más de 70 mil niños recibieran vacuna contra la influenza (17 de
junio 2019). Consultado el 25 de junio 2019, desde: https://www.cnnchile.com/pais/padres-
no-dejaron-que-70-mil-ninos-no-recibieran-vacuna-contra-la-influenza_20190617/

Vigésima sexta víctima de Influenza: Fallece niño de 9 años en Hospital de Carabineros (26
de junio 2019) consultado el 25 de junio 2019, desde:
https://www.cnnchile.com/pais/vigesima-sexta-victima-influenza_20190623/

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