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Excesos del goce en el estilo de vida swinger: La no

relación sexual y la época de la pornografía del goce


John James Gómez G[i]

swinger, goce, psicoanalisis

“…el goce se opone a la adaptación, trabaja contra la homeostasis y se ubica en la


vertiente de la repetición, y en ese sentido es insaciable.”[ii]

De acuerdo con los hallazgos de nuestro estudio,[iii] el estilo de vida Swinger aparece,-
tal como se nos muestra a través de los casos estudiados y la información en términos
generales-, como un intento más de velar lo que no anda en la relación sexual. Esto no
es en principio ninguna novedad, si observamos lo dicho por Lacan[iv] acerca de que,
en el caso del parlêtre, del ser hablante, no hay armonía posible entre los sexos. No hay
objeto predestinado para la pulsión sexual como tampoco un fin predicho. Esta
condición implica que al igual que cualquier otra variante de los intentos de velar la
falta de relación sexual, el estilo de vida Swinger se ve enfrentado a esa tendencia, al
parecer inevitable, de dirigirse hacia un más allá del placer e incluso, un más allá de los
diques que lo simbólico pudiese poner a los excesos propios de lo real de la pulsión.

Si bien en principio los casos estudiados[v] parecieron aportar elementos que podían
llevar a una cierta visión ideal, y tal vez ingenua del estilo de vida Swinger como forma
de saber hacer con la falta de relación sexual, entrevistas posteriores con los sujetos y el
trabajo clínico mismo, han dado cuenta a su vez del exceso que puede, allí, producirse.
Un exceso marcado por la tendencia al goce que intenta de manera insistente transgredir
la ley, derivado de la actual pornografía del goce que parece haber venido a sustituir la
represión del deseo que caracterizaba las neurosis de la época en que Freud inventó el
psicoanálisis.[vi] La época actual da cuenta de la precariedad del lazo, haciéndose
frágil, con lo cual es cada vez más difícil para los sujetos sostenerse con un partenaire,
lo que lleva a muchos sujetos al establecimiento de series infinitas donde cada pareja es
reemplazada por una con “mejores atributos”, a la manera en que se sustituye cualquier
objeto tecnológico que viene a ser reemplazado por otro que lo supera en capacidad y
funcionamiento. Soler,[vii] afirma que esta precariedad del lazo se manifiesta en la falta
de sentido que en la actualidad parece marcar a los sujetos y que los lleva a insertarse en
el juego de la oferta-demanda del discurso del capitalismo, tratando de encontrar en los
objetos el apaciguamiento de la angustia derivada de dicho sin sentido. El lazo con el
objeto, del cual el sujeto parece hacerse preso, sustituye paulatinamente el lazo entre los
sujetos a partir del cual, otrora, el pacto simbólico podía primar sobre la exacerbación
de las fascinaciones imaginarias que resaltan lo práctico, rápido, fácil y vacuo. Cada vez
se hace mayor el lugar para la fantasía neurótica que se adhiere desesperadamente a los
ideales de felicidad y completud, así como a la lógica del menor esfuerzo, en la que los
sujetos ven una esperanza que los confina al abismo de la vacilación, cuando no de la
inhibición del deseo. La promesa de la resolución de la angustia por vía de la oferta de
los nuevos goces se hace cada vez más fuerte y, con ello, la ilusión de los sujetos que no
encuentran una salida al sin sentido que experimentan en relación con su existencia y
del que ya poco, la sociedad, quiere saber o escuchar.

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Así, la pareja amorosa, es una forma de lazo que parece no escapar a la precariedad. Su
función sublimatoria, que antes ordenaba el esfuerzo de la pulsión en virtud de la
constitución de un deseo que podía ser compartido con otro para la construcción
conjunta a través de pactos, ha venido a ser reemplazada por la competitividad cínica
que el discurso capitalista promueve de manera permanente. La búsqueda del éxito,
desde una ética que no implica ya más el respeto por el lugar del otro, y que incita
incluso en ocasiones a su aniquilación, -como ocurre en la política actual para citar solo
un ejemplo-, invoca a los sujetos a una feroz lucha narcisista, que coincide con lo que
Colette Soler[viii] ha denominado “narcisnismo”. El sujeto, que a pesar de este juego no
pierde en el fondo la aspiración a otra cosa, a una búsqueda más allá de la fascinación
fantasiosa afincada en lo imaginario, busca la manera de inventar alguna forma que le
permita preservar el lazo con el otro a pesar de la precariedad y de los excesos de la
oferta de objetos. Creemos, de acuerdo con lo hallado en nuestra investigación, que el
Estilo de Vida Swinger, es una invención que apunta a esa búsqueda, particularmente en
la intención de preservar el lazo amoroso incluso allí donde el discurso capitalista lo
erosiona. Sin embargo, resulta en algunos casos en una invención fallida que sucumbe a
los excesos del goce. Es justamente esto lo que mostraremos a continuación a partir de
la información brindada por uno de los hombres integrante de una de las parejas
escuchadas durante el estudio.

De la Angustia Masculina a la Curiosidad por los Excesos del Goce

Luego de nuestras entrevistas iniciales con Julio César y Helena,[ix] a partir de las
cuales fue posible construir una ruta para comprender aquello que habría posibilitado la
instalación de la pareja en el estilo de vida Swinger desde la angustia masculina por el
no saber cómo responder a la ausencia de goce sexual y la búsqueda femenina del
mantenimiento del amor basada en los ideales del amor romántico, Julio César solicita
tener una entrevista a solas, orientado por la idea de comunicar un poco más sobre su
angustia, pues considera que esto puede, por un lado, ayudar a su apaciguamiento en la
medida en que tuviese un destinatario y por otro, aportar luces adicionales para nuestra
investigación.

En esta nueva entrevista, Julio César comenta que su angustia actual se basa en la
vacilación acerca de dar algunos pasos que irían más allá de lo pactado inicialmente con
Helena y, a través de lo cual, el estilo de vida Swinger que han llevado desde hace
varios años y que ha permitido el mantenimiento estable de un deseo que los vincula en
el lazo amoroso, se pondría en riesgo. Se sentía inquieto pues estaba experimentando un
impulso de trasgredir los límites acordados inicialmente con su pareja en relación con la
sexualidad. Se trataba de una curiosidad que lo “acosaba” acerca de lo que ocurriría si
Helena accediera al encuentro sexual con otro hombre que ella eligiera, pero por fuera
del espacio Swinger, lo cual implicaba que Julio César consentiría en no ser testigo de
dicho encuentro. No obstante, Julio César no comprendía de dónde provenía esta
curiosidad. Tampoco tenía claro los efectos que ello podría conllevar. Era algo que, en
definitiva, se encontraba por fuera de lo que él podía calcular en términos del goce
mortificante que se avecinaba. Lo único claro, era que eso lo invocaba como un
imperativo del que sentía que no podía escapar. Lo veía como algo inminente y como tal
consideraba que sólo era cuestión de tiempo para que, el momento de realizar la
propuesta a Helena, llegara.

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Si bien lo que en un primer momento llevo a Julio César al estilo de vida swinger, era la
mortificación experimentada por la respuesta de Helena a la pregunta por la satisfacción
sexual, limitada a una palabra que para él resultaba angustiante: rico. Ante esto, él
insistía explicando a Helena que debía haber algo más allá de ese rico, y que debía
alcanzar el orgasmo, en sus palabras: “yo le decía, mami las mujeres se desarrollan”.
Esta frase con la que Julio César trataba de introducir ese más allá en Helena, derivó en
el acceso a otro tipo de goce ligado al estilo de vida Swinger en el cual el orgasmo
devino cuando, luego de un intercambio, ellos llegan al encuentro sexual y “nos excitó
tanto lo que había pasado allá que llegamos a la casa y yo hacía lo que había visto que le
hacían allá y por fin ella se desarrolló, la primera vez fue conmigo”. Ese momento
resulta para Julio César en el encuentro con una salida posible a la angustia que había
marcado siempre su incertidumbre por no saber cómo hacer gozar sexualmente a
Helena, lo cual significaría, en apariencia, la salida de la vertiente en relación con la
cual operaba su mortificación. Así, lo que fracasaba en la relación sexual, queda velado
por la consecución del orgasmo, con lo que Helena se encuentra también con el acceso a
un goce del que antes no tenía conocimiento alguno, lo que le permite, según comenta,
disfrutar mucho más de la sexualidad con su pareja sin poner en riesgo el amor, pues
para ella se trataba de ceder al intercambio a razón de hacer lo que estuviese a su
alcance para mantener el amor. En este orden de ideas, se mantiene el objeto amoroso
idealizado y se propende por el intercambio del cuerpo como un acto que tiene como
destinatario al partenaire del amor, es decir, que se accede al intercambio como un signo
de amor para el otro. Esto implica una paradoja en la medida en que amor y sexualidad
encuentran una forma de condescender, distinta a la concebida desde la tradición del
amor romántico en occidente que tendría amalgamados amor y sexualidad a la
exclusividad del cuerpo a cuerpo, mientras que, en el estilo de vida Swinger, amor y
sexualidad pueden descentrarse del cuerpo a cuerpo a condición de que se garantice que
lo que allí se hace ingresa en un pacto que regula el acto y como tal, tiene la finalidad de
proteger a la pareja de los excesos del goce que podrían resultar mortificantes y
desbordar hacia la rivalidad imaginaria con los terceros que se introducen. Esto es algo
que Helena resalta al señalar que: “si veo que él está hablando mucho con la muchacha,
o que si le llega a coger la manito, o si se le está dedicando mucho, entonces es porque
le gusta, y entonces yo me enojo.” Esos actos, que para Helena hacen signo de angustia
por estar vinculados con el amor y no con la salida de la exclusividad cuerpo a cuerpo,
marcarían un exceso por fuera del pacto y por tanto colocaría a esa otra mujer en la
posición de rivalidad. Para Helena esto debe evitarse cuando se trata del estilo de vida
Swinger puesto que pondría en riesgo la vertiente amorosa en el lazo de la pareja.

Ahora bien, el impulso de Julio César hacia la curiosidad señalaba la introducción de


una escena en la cual él quedaría en el lugar de la exclusión, pues aunque fuese él quien
lo propusiera y avalara, su mirada ya no estaría como garante de lo acontecido, lo que
abriría un lugar a la fantasía con la que trataría de acceder, ya no a un saber hacer cómo
gozar a Helena, sino al goce propio de no saber hasta qué punto otro puede hacerla
gozar. Lo que estaba allí en juego es lo que Lacan llamaba un plus de goce, es decir, un
más allá en el goce que, en ocasiones, puede llevar al sujeto al encuentro con el horror.

De La Curiosidad por el Goce al Encuentro con el Horror

Pasado un tiempo, Julio César decide plantear su propuesta a Helena, quien luego de
cuatro años en el estilo de vida Swinger, ha variado de manera significativa su
impresión inicial acerca de la sexualidad, particularmente en relación con aquello que

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en principio se presentaba como un límite para el acceso al goce. Ya no se trata de la
satisfacción ligada al significante rico, sino, a un goce sexual marcado por el
intercambio, el orgasmo y la intención de estar dispuesta a ceder a las demandas de
Julio César a condición de conservar la unión interpretada por ella como un “amor
ideal”. Lo que a continuación presentamos es la experiencia que él nos comunica
cuando, luego de llevado a cabo el encuentro entre Helena y otro hombre, surge en Julio
César una angustia que se hace insoportable y que lo lleva a buscarme con el fin de
brindar esta información y pedir que le ofrezca mi opinión al respecto, es decir, que
brindara algún sentido a ese sin sentido que lo acosaba, pues no entendía por qué se
sentía de esa manera si era él mismo quien había decidido propiciar la situación por la
que ahora se encontraba enfrentado a algo que consideraba horroroso.

Julio César, entonces, plantea a Helena su petición de que acceda a un encuentro sexual
con un hombre que ella elija, encuentro en el cuál él, Julio César, no estaría presente. Si
bien en principio ella se mostró renuente, accede a ello luego de un poco de insistencia
por parte de Julio César, insistencia justificada en que él consideraba importante
continuar probando nuevas experiencias en la búsqueda de su satisfacción sexual. Ella
elije a un hombre conocido que, según comenta Julio César, le parecía bastante atractivo
y le inspiraba deseo sexual. Hasta ese momento Julio César no consideraba que lo que
estaba a punto de acontecer pudiera representar en medida alguna una fuente de
malestar o mortificación, por el contrario, se encontraba ansioso por la novedad que de
ello pudiese resultar. Sin embargo, la noche en que Helena salió con el hombre que
había elegido y que aquí llamaremos Pedro, Julio César comienza a experimentar algo
que describe como “una angustia, como ansiedad pero maluca”, cuestión que se
incrementaba en la medida en que surgían algunas preguntas acerca del goce sexual de
Helena en el encuentro con Pedro. Sea como fuere, Julio César trató de dejar de lado su
angustia apelando a la racionalidad, es decir, repitiéndose los beneficios que en
principio esperaba fuesen en pro de la vida sexual con Helena, así como recalcándose
haber sido quien propuso la situación. Estos esfuerzos resultaron vanos pues las
justificaciones racionales no eran del todo eficaces e incluso derivaban en preguntas
marcadas por el remordimiento, con lo cual la angustia, antes que menguar,
incrementaba: “¿yo por qué hice eso?… ¿Será que la embarré?”.

Julio César esperaba ansioso el reencuentro con Helena, en particular por las
inquietudes que lo angustiaban y que esperaba resolver al escuchar el relato de Helena
acerca de su encuentro sexual con Pedro. En efecto, la primera pregunta, sencilla en
apariencia: “¿cómo le fue?”, resultó en algo horroroso al encontrar en la respuesta de
Helena la presencia de satisfacción que, al parecer, era para él algo inesperado: “bien,
fue distinto”. Según comenta Julio César, esta respuesta marcó un paso de la angustia al
encuentro con algo desesperante, podríamos decir encuentro con lo siniestro, lo
ominoso; retomando el título del texto Freudiano.[x] En efecto Julio César se
encontraba con algo novedoso, sólo que la novedad no se situaba en lo que él esperaba
si no en lo inesperado, en lo que estaba por fuera de su cálculo consciente, pero que al
parecer pulsaba desde lo inconsciente: “yo no pensé que le fuera a gustar”. Devino pues
el encuentro, por primera vez, con los excesos del goce. Vemos tres momentos por los
que pasa Julio César hasta la llegada de su encuentro con lo ominoso: primero, el de una
angustia ligada al no saber cómo hacer gozar a Helena; segundo, el acceso al goce
posibilitado por el ingreso en el intercambio sexual enmarcado en el estilo de vida
Swinger; tercero, el retorno a una angustia caracterizada por el horror de la

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incertidumbre acerca de cómo goza Helena con otro cuando él no está como garante y
vigía de los límites de dicho goce.

Resulta muy interesante lo que implica en este caso la introducción del tercero, muy
diferente de las implicaciones en el intercambio Swinger, en donde parece existir un
marco de regulación ligado a la vigilancia del goce del otro. En cambio, en la novedad
del encuentro, sin su presencia, lo que irrumpe es el encuentro con lo real de su
ausencia, es decir, de su lugar de exclusión del goce, de su renuncia al goce que había
anudado con Helena y que es cedido a un tercero con el cual se establece una relación
especular en la que deviene la angustia.

A partir de este nuevo encuentro, ahora con un rostro horroroso de la angustia, Julio
César insiste en saber sobre lo que ocurrió en su ausencia, como si tratase de restituir la
posición de ser el UNO del goce para Helena, aquel que ostentaba el saber sobre cómo
hacerla gozar. Esto lógicamente resulta imposible debido a que el cambio en su
posición, ha abierto la puerta a un plus de goce, por lo que se mantiene una tendencia a
la acumulación de la tensión en la medida en que la escena de la que deriva su angustia
no puede restituirse más que en la fantasía y como tal lo que de ella se realiza, una y
otra vez, da cuenta de la posición masoquista del fantasma[xi]; “masoquismo es el
nombre freudiano más aproximado al concepto lacaniano de goce”.[xii] Habiendo
creído resuelto el impasse de la falta de armonía en el encuentro sexual a través del goce
derivado de la tramitación de la pulsión vía del intercambio Swinger, Julio César se
encuentra con un retorno de lo real que trae de nuevo el fracaso. Dicho fracaso acontece
como efecto de la caída del velo imaginario que cubría la falta de relación sexual, y con
ello se revela la insistencia de la pulsión como mortificante en la medida en que se liga
a la vertiente masoquista del fantasma.

Consecuencia de este giro sorpresivo para Julio César, que lo hace pasar de la
certidumbre de ser el amo del goce para Helena, surge la búsqueda de una restitución de
la escena a través de lo que ella puede decir y, sin embargo, en su respuesta: “bien, fue
distinto”, queda destituido del lugar de amo y por tanto enfrentado a su castración.
Busca entonces la forma de retornar a ese lugar, vale decir de manera desesperada. Así,
propone a Helena que vaya a vivir con él, cuestión a la que él mismo siempre se había
negado, pero que ahora resultaba, al menos en su fantasía, como una salida posible a la
angustia. Cuando se le pregunta acerca de esta decisión, Julio César responde: “Siento
que es lo que tengo que hacer, no sé por qué, pero creo que tiene que ver con lo que
pasó, entonces dudo de si lo estoy haciendo porque en realidad quiero eso o porque me
da miedo que me deje”. Esto resulta de sumo interés pues, en otro momento, Julio César
parecía estar totalmente seguro de ocupar el lugar del hombre idealizado que Helena
enunciaba de la siguiente manera: “estaba con él, si yo estaba con él no me iba pasar
nada”. Igualmente ella señalaba que:

… a mí no me gusta que el besito por acá en la oreja, no eso no me gusta, me parece que
eso es como más íntimo, como de la pareja, o sea otras cosas como acariciar, besar, no
me gusta […] para mí eso es como de la parte del amor, del cariño, o sea yo no besaría a
otro hombre si no me gusta, yo lo hago con él (pareja) porque a mí me inspira cariño,
amor, pasión, pero con otra persona no y creo que eso es como más del amor.

Lo íntimo, el amor, el cariño, la pasión, son significantes en los cuales el intercambio


encontraba su límite, pues representaban el lugar destinado a Julio César y como tal

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regulaban que el goce sexual estuviese al servicio del mantenimiento del nudo amoroso,
brindando así una cierta garantía para él, una identificación a la imagen idealizada que
ella le devolvía y con la cual cualquier posibilidad de angustia, de pérdida, estaba
velada. La presencia de Julio César para corroborar que Helena hacía efectivo dicho
límite, lo pacificaba y afianzaba el mantenimiento de su lugar en la identificación al
ideal, y por tanto, a la fantasía narcisista del yo. Pero, la nueva escena en la que Julio
César se instala en la exclusión, fractura esa fantasía narcisista pues implica la
imposibilidad de corroborar el mantenimiento del límite, ya que la intimidad y la pasión
entran en la posibilidad del encuentro entre Helena y Pedro. La caída del ideal da paso
al agujero de la falta en ser estructural, propia de todo ser hablante; no hay el hombre
ideal, no hay el Amo del amo(r), no hay LA Mujer (con mayúscula) que se abstenga
siempre del encuentro con un goce otro o que pueda llegar al goce pleno, no hay la
relación sexual plena o el goce pleno, la existencia de éstos está exclusivamente al nivel
de las fantasías narcisistas y por lo tanto lo real deviene siempre haciendo manifiesta la
falta. Lo que el sujeto buscará para tratar de apaciguar la angustia de esa falta es restituir
de alguna manera la fantasía que ha fracasado; es esto justamente lo que ocurre con
Julio César. Él podía soportar que Helena gozara con otro, pero no que gozara para otro.
En el intercambio Swinger el destinatario del goce de Helena seguía siendo Julio César,
lo que allí ocurría estaba dirigido a él, era una escena para sus ojos; ella ponía su cuerpo
en el juego del intercambio, pero siempre para él, por amor a él. En cambio, en el
encuentro con Pedro esta lógica cambia, pues se trata de un goce con otro y para otro,
pues aunque lo haya demandado, Julio César queda excluido al menos de la posibilidad
de ser testigo y, consecuencia de ello, termina enfrentado a su propio goce en una
vertiente tormentosa. A pesar que ella pueda decirle que aun lo ama, ha ocurrido algo
que da cuenta de que el amor no se sostenía por sí mismo, sino que requería el
anudamiento en una forma particular de goce que al cambiar su lógica, quita al amor su
efecto de apaciguamiento dando lugar a la cara horrorosa del goce. Vemos pues que “no
es tan fácil que vayan juntos el amor y el goce”.[xiii]

La Respuesta al Horror

La aparición de lo siniestro, como formación de la angustia, trae consigo el sinsentido.


Lógicamente el sinsentido tiene muchas otras formas en relación con las cuales puede
hacerse manifiesto y que de igual manera guardan vinculación con la angustia, entre
ellas: el síntoma, el aburrimiento, la pereza, la desesperación, la frustración; y, en todas
ellas, el sujeto se enfrenta a preguntas sobre su posición en aquello que le acontece, sin
embargo, éstas son usualmente dejadas y se coloca en su lugar algún tipo de fantasía
ilusoria que prometa un horizonte feliz.

La falta de armonía entre los sexos, su falta de complementariedad, abre también


preguntas que cuestionan la supuesta naturaleza de dos mitades: hombre/mujer, y abre
la pregunta por lo que no anda o, en términos lacanianos, por lo real. Esa puesta en duda
de lo natural de los sexos introduce un sinsentido a los ideales del amor romántico, de la
felicidad prometida en el “te amaré por siempre”, propio del amor romántico idealizado
en los finales felices que la iglesia, las producciones hollywoodenses y las telenovelas, e
incluso, muchas psicoterapias promueven. La vida cotidiana muestra a los sujetos los
impases del amor y la sexualidad, lo cual no quiere decir que no pueda hacérsele
perdurar, pues de lo que se trataría es de saber hacer con el impase. Pero lo que
ocurre cuando se trata de velar el impase, colocando un velo imaginario, es que se
obtura la posibilidad de construir un saber hacer a partir de lo que no anda, y en su lugar

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surgen lógicas de un goce que no cede en su acumulación de tensión y que por más que
insiste nunca encuentra algún tipo de saciedad. La repetición se instala en la oscilación
del surgimiento del impase repetitivo que avanza un poco más cada vez hacia un goce
que puede llegar a hacerse insoportable, afincado en la insistencia de los sujetos por
construir pequeñas fantasías ilusorias que sirvan como velo al sinsentido, sin tener que
preguntarse por el lugar que ocupan en ese discurso en el que hacen lazo con el otro, y
por lo tanto, sin lograr construir un saber hacer que sirva de límite a los excesos a los
que poco a poco el goce se dirige.

El caso al que aquí hacemos referencia da cuenta, a nuestro parecer, de esos excesos a
los que el goce puede llegar cuando se insiste en la búsqueda del reencuentro con un
goce pleno que en realidad ha estado perdido desde siempre. Una búsqueda por ser
el amo(r) del otro y de su goce, pero también del propio goce, que llevó a Julio César a
insistir para aproximar a Helena a un goce pleno en el que él pudiese ser el amo y que,
como hemos podido observar, conllevó un sinsentido que estaba más allá de lo que él
podía calcular. La introducción de ese tercero para la especularidad, vivifica los afectos
imaginarios y antes que brindar la satisfacción placentera o la movilización de un deseo,
desemboca en un horror inesperado desde el cual el sinsentido de la demanda propia
aflora encarnada en las fantasías que lo acosan con la característica ferocidad del súper
yo. Así, Julio César, que en principio se encontraba plenamente convencido del valor de
su acto, termina cuestionado por la angustia a la que se enfrenta cuando se introduce la
sospecha sobre su lugar en relación con Helena. Pasó entonces de un lugar en el que se
suponía amo(r) del goce del otro, a padecer los excesos del goce en las fantasías que
ahora lo aquejaban y de las cuales no hallaba manera alguna de deshacerse.

La respuesta a la angustia hace pasar a Julio César de un ideal que podríamos situar en
el yo ideal y que correspondería a ser el Amo(r), a una posición cercana al ideal del yo
basado en los imperativos de la buena moral social. En otras palabras, intenta pasar del
goce, por la vía de la búsqueda de la satisfacción plena en el estilo de vida Swinger y el
amor libre, a la posesión del objeto como forma de conservarlo, así que demanda a
Helena que vaya a vivir con él en unión libre, como su pareja definitiva, cuestión a la
que, como ya habíamos mencionado, él se había negado anteriormente. Este paso surge
entonces como intento de velar el ideal caído superponiendo otro ideal que vele el
sinsentido de la falta de ser el Amo(r) en la que había cifrado el tipo de discurso en el
que hacía lazo con Helena. Se trata pues de un giro producto de la desesperación efecto
de la pérdida del lugar que en su fantasía él, en tanto sujeto, ocupaba en relación con ese
objeto de goce que es Helena. La nueva respuesta no es ya un velo a lo que no anda en
el goce sexual, sino a lo que no anda en la manera en que él mismo puede ubicarse
frente al otro sexo en tanto objeto de deseo.

[i] Psicoanalista, Magister en Sociología. Profesor asociado de la Universidad de San


Buenaventura, Cali. www.usbcali.edu.co. Miembro del Colectivo de Análisis Lacaniano
(CANAL).

[ii] Velásquez, José. Del Inconsciente y su Reverso: el Goce. En: Genero, Inconsciente
y Sexuación. Ruíz, A. (Compilador). Serie de Cursos Introductorios-N°2. Nel Medellín.
2009. Pp. 78.

[iii] Nos referimos a la Investigación: Subjetividad y estructura simbólica en el estilo de


vida swinger, financiada por el Centro de Investigaciones de la Universidad de San

7
Buenaventura-Cali y adscrita a la línea de investigación Intersecciones del psicoanálisis,
en el grupo Estéticas Urbanas y Socialidades de la Facultad de Psicología.

[iv] Lacan, Jacques. Aun. El Seminario, libro 20. Editorial Paidos. Buenos Aires, 2004.

[v] Gómez, John. Algunas cuestiones en torno a la subjetividad en el estilo de vida


swinger: Apertura al debate. En: Revista Electrónica de Psicología Social Poiésis. Nº
18, dic de 2009. Fundación Universitaria Luis Amigó.
http://www.funlam.edu.co/poiesis/Edicion018/Subjetividadvidaswinger.JohnGomez.pdf

[vi] Sahovaler, Diana. El Sujeto Escondido en la Realidad Virtual. Editorial Letra Viva,
Argentina. 2009.

[vii] Soler, Colette. (2009). De un Trauma al Otro. Editorial Asociación Foro del
Campo Lacaniano de Medellín.

[viii] Soler, Colette. Qué se Espera del Psicoanálisis y del Psicoanalista. Editorial Letra
Viva, Buenos Aires. 2007.

[ix] Todos los nombres han sido cambiados.

[x] Freud, Sigmund. Lo Ominoso. En: Obras Completas, Vol, XVII. Editorial
Amorrortu, Buenos Aires. 1979.

[xi]Freud, Sigmund. “Pegan a un Niño”. Contribución al Conocimiento de la Génesis de


las Perversiones Sexuales. . En: Obras Completas, Vol, XVII. Editorial Amorrortu,
Buenos Aires. 1979.

[xii]Velásquez, José. Del Inconsciente y su Reverso: el Goce. En: Genero, Inconsciente


y Sexuación. Ruíz, A. (Compilador). Serie de Cursos Introductorios-N°2. Nel Medellín.
2009. Pp. 73.

[xiii] Torres, M. (2009). Masculinidades y Feminidades hoy. La Partición Sexuada. En:


Genero, Inconsciente y Sexuación. Ruíz, A. (Compilador). Serie de Cursos
Introductorios-N°2. Nel Medellín. Pp. 15.

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