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Si la relatividad resulta verdadera, los alemanes dirán que yo soy alemán, los suizos que soy
ciudadano suizo, y los franceses que yo soy un gran hombre de ciencia. Si la relatividad
resulta falsa, los franceses dirán que yo soy suizo, los suizos que yo soy alemán y los
alemanes, que yo soy judío.
Albert Einstein
¿Cómo vemos al otro?, ¿cómo percibimos su conducta?, ¿cómo explicamos las diferencias
entre los humanos? ¿Por qué desarrollamos sentimientos de atracción hacia algunas personas
y grupos, y de rechazo hacia otros? Estas son algunas de las preguntas que desde los años
veinte del siglo pasado, se han formulado varios psicólogos en el ámbito de lo grupal y de lo
social, tratando de describir y explicar las dinámicas subyacentes.
¿Pero de qué conciencia hablamos? Entendemos por conciencia esa capacidad interna que
tenemos los seres humanos para sentir a nivel intelectual e incluso corporal, bienestar o
malestar por las decisiones y los actos personales y/o grupales. Entonces, hablamos de una
buena o mala conciencia individual y grupal.[1] Entendiendo que lo que llamamos conciencia
individual está determinada por las interacciones sociales, las mismas que se inician en
nuestro grupo más primario, que es el grupo familiar. En este núcleo, desarrollamos también el
sentido básico de pertenencia e identidad.
Así mismo, nuestras relaciones sociales, reflejan nuestras formas mentales de procesamiento
de la información social. Nuestra mente recurre a la categorización, que tiene como función
brindar un máximo de información sobre el mundo con un mínimo de esfuerzo. Por ello, una
misma realidad puede ser categorizada de distintas maneras. Este proceso está determinado
por las interacciones que mantiene el sujeto que percibe con el objeto que es percibido. A
través del proceso de categorización, incluso llegamos a desarrollar taxonomías y hablamos
de similitudes y diferencias.
Cuando este proceso se desarrolla en el campo de lo social, estamos hablando de la
categorización social (Tajfel, 1972 en Lorenzi- Cioldi y Doise, 2004); o sea, de la construcción
de categorías sociales para definir a los grupos, como pueden ser: las categorías de hombres
y mujeres; blancos y negros; ricos y pobres, dejando abierta la inmensa gama de posibilidades
de inventar nuevas categorías sociales.
A través de estos tres conceptos: categorización social, comparación social e identidad social,
podemos explicar otros fenómenos que se dan en las relaciones entre las personas y los
grupos, como por ejemplo, la percepción social, la formación de estereotipos y de prejuicios,
los actos de discriminación y de exclusión social
Percepción social
En tanto creencias, los estereotipos funcionan como una suerte de imágenes interiores que se
cristalizan, filtrando la abundancia de informaciones que nos llegan del exterior con respecto a
los otros. No vemos antes de definir, sino que definimos antes de ver. Por ello, los estereotipos
son simplificaciones y generalizaciones abusivas. Funcionan como etiquetas sociales.
Prejuicio y discriminación
“El prejuicio es previo al juicio; nos inclina en contra de una persona con base sólo en su
identificación con un grupo particular.”[4] El prejuicio es una actitud de rechazo al otro en tanto
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miembro de un grupo hacia el cual tenemos sentimientos negativos. La discriminación en
cambio, se refiere a un comportamiento negativo hacia los individuos miembros de un grupo
que no es el nuestro (un exogrupo), y en relación al cual tenemos prejuicios.
En síntesis, el prejuicio es la actitud negativa; el estereotipo es la creencia; y, la discriminación
es el paso al acto de la negación y exclusión del otro.
Cuando hablamos desde el nosotros, hablamos desde una conciencia común, grupal,
compartida socialmente; donde las reglas y normas impuestas por el grupo determinan
nuestros comportamientos. Uno de los mayores miedos del ser humano es el miedo a perder
el derecho de pertenencia a su grupo de referencia, como por ejemplo, a la familia, al grupo
religioso, o al grupo político entre otros.
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Pero, dado el espíritu de los tiempos (zeitgeist), que impulsa al cambio de conciencia y de
comportamiento del ser humano, las formas explícitas de discriminación no son socialmente
aceptadas en muchas partes del mundo; aunque en otras, sean todavía prácticas cotidianas.
No obstante, siguen siendo frecuentes, e incluso inconscientes las formas menos explícitas y
sutiles de discriminación y exclusión, como por ejemplo, el olvido, la indiferencia, el hacer
como si no existiera, el negarle un lugar en el mundo al otro. No lo agredo directamente, pero
lo excluyo. También sucede, que etiqueto al otro grupo como minoritario y desestimo sus
aportes y propuestas.
Pongamos el caso del racismo, fenómeno bastante estudiado por la psicología social. En su
artículo sobre la discriminación y las relaciones entre grupos, Bourghis, Gagnon y Mosïse
describen las formas de intolerancia en los tiempos modernos, y en el caso del racismo,
identifican algunas perspectivas que han desarrollado los investigadores norteamericanos:
[…] Racismo regresivo. Esta perspectiva afirma que en nuestros días en los Estados Unidos,
los blancos compartirían una norma más igualitarista […] Sin embargo, en situaciones de
estrés, los miembros de la mayoría tendrían la tendencia a regresar hacia las maneras
antiguas de actuar, es decir, volver a comportamientos discriminatorios hacia los grupos
minoritarios. […] Racismo aversivo, tal como se aplica al contexto americano, sostiene
que ciertas personas blancas se esconden a sí mismas su racismo, particularmente las
personas liberales y bien informadas […] De manera general su comportamiento plegaría a la
norma que prohíbe la discriminación. Sin embargo sus verdaderos sentimientos se expresan
cuando su comportamiento discriminatorio podría ser atribuido a motivos que no tengan nada
que ver con el racismo.”[6]
En numerosos trabajos, los psicólogos sociales han planteado estrategias para disminuir la
discriminación. A continuación encontramos una síntesis de éstas (R. Bourghis, A. Gagnon y L.
C. Moïse, 1994):
c) Efecto de individuación de los miembros de los grupos para quitar peso a las categorías
(ellos/ nosotros). Por ejemplo, tratar a cada uno por sus nombres.
Varias de estas estrategias quizás han resultado efectivas en ciertas circunstancias, pero en
otras, el poder de la situación o del contexto ha sobrepasado la capacidad de auto-reflexión de
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los individuos, y ha sacado a la luz el lado oscuro de la condición humana.
La historia de la humanidad podría sintetizarse como una historia de las relaciones entre
víctimas y perpetradores; o entre vencedores y vencidos. No obstante, existen pocas
categorías sociales que aparezcan tan irreconciliablemente opuestas y engañosamente
excluyentes entre sí. Ante una mirada poco aguda, las víctimas son siempre víctimas y los
perpetradores son siempre victimarios. Y, haciendo uso de nuestros mecanismos de
percepción social, fácilmente podríamos caer en el sesgo de considerar que los buenos
siempre hacen cosas buenas y los malos son los que hacen las cosas malas. Sin embargo, un
análisis más profundo de la condición humana muestra que estas categorías son
absolutamente permeables, y que los seres humanos podemos jugar en ambos bandos y ser
ambas cosas a la vez.
Por su parte, el investigador inducía al sujeto que fungía como profesor a aumentar el voltaje
de las descargas eléctricas cada vez que el aprendiz cometía un error. El generador de
choques eléctricos iba de 15 a 450 voltios. Sorprendentemente, un alto porcentaje (63%) de
sujetos en el papel de profesores, llegaron a aplicar el máximo voltaje a los aprendices, que en
medio de súplicas y gritos de dolor, pedían detener el experimento. En realidad, quienes
hacían de aprendices eran cómplices del experimentador y nunca recibieron las descargas
eléctricas. No obstante, para Milgram, los resultados del comportamiento de quienes hacían de
profesores fueron bastante perturbadores, puesto que sin objeciones, estaban dispuestos a
castigar y torturar a sus aprendices, personas que no les habían hecho nada y que estaban
indefensos frente al castigo (Myers, 1995).
Este experimento fue diseñado por Milgram, como parte de sus preocupaciones no solamente
científicas, sino también humanas. Siendo él mismo judío, trató de explicarse cómo personas
normales, comunes y corrientes (como muchos oficiales, profesionales y ciudadanos
alemanes) pudieron participar en actos atroces como los ocurridos en el holocausto durante la
Segunda Guerra Mundial. En concreto, le llamó la atención el juicio televisado de uno de los
oficiales de confianza de Hitler, Adolf Eichmann, quien había participado en la denominada
Solución Final, y que fue capturado en 1960 en Argentina, donde vivía como un ciudadano
común y corriente con su esposa y sus tres hijos.
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hizo peor, no tener sentimientos. Presentar a Eichmann como un monstruo es hacerlo como
menos peligroso de lo que fue. Si matas a un monstruo puedes irte a la cama y dormir, porque
no hay muchos de ellos. Pero si Eichmann era normal, la situación es mucho más peligrosa”
(Myers, 1995: 239).
El efecto Lucifer[8]
En esta misma línea de investigación, otro experimento famoso fue el de Philip Zimbardo
(1971), profesor de psicología de la Universidad de Standford, quien igualmente, convocó a
voluntarios que deseaban participar en un experimento donde se simularía la vida carcelaria.
Se presentaron más de 70 postulantes, y se seleccionó a 24 sujetos, evaluados como
normales, quienes experimentarían durante dos semanas la vida de una prisión, a cambio de
un pago de 15 dólares diarios por su participación. Al azar, tirando una moneda, se seleccionó
a quienes harían el papel de guardias y quienes harían el papel de detenidos.
Los resultados de este estudio fueron igual de sorprendentes que los de Milgram, al constatar
que al cabo de un par de días, tanto guardias como detenidos interactuaban como
perpetradores y víctimas. Los casos de abusos, tratos degradantes y torturas, fueron en
escalada; hasta que, Zimbardo tuvo que interrumpir el experimento cuando apenas había
transcurrido una semana, reconociendo que él mismo, perdió la distancia experimental y se
involucró en esta dinámica. A esta transformación de personas normales en perpetradores, él
llamó, el Efecto Lucifer. En el año 2004, cuando a través de la televisión se veían escenas
degradantes en la cárcel de Abu Graib en Irak, Zimbardo, describió que las mismas escenas
por las que después fueron condenados estos oficiales, se reprodujeron en su experimento.
Dice Zimbardo, que no se trata de un puñado de manzanas podridas dentro de un grupo de
buenos soldados, como afirmaba el ex presidente Bush; sino, de personas normales
convertidas en perpetradores. Lo que Zimbardo ha puesto en evidencia, es el poder de las
situaciones sociales para llevar a mucha gente corriente, incluso buena, por lo que él llama, el
camino del mal.
En situaciones menos extremas como las descritas arriba, encontramos otras formas de
maltratar, discriminar y excluir a quienes consideramos diferentes o indeseables. Uno de estos
mecanismos consiste en categorizar a ciertos grupos como minoritarios. Entendiendo como
minoría -en algunos casos- no necesariamente a un grupo numéricamente inferior, sino a
aquel que se encuentra privado del ejercicio de ciertos poderes o impedido de acceder a éstos.
De esta manera, una mayoría puede estar constituida por un grupo numéricamente pequeño
que detenta un gran poder; y a su vez, una minoría puede estar constituida por un grupo
numéricamente mayoritario, desprovisto de poder.
En este sentido, la mayoría haciendo uso de su poder, buscará neutralizar a los grupos
minoritarios a través de la presión social, la amenaza o la represión. Pero también activará
mecanismos más sutiles como son: la psicologización, la denegación y la sociologización de la
minoría.
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dirá que proponen lo que proponen porque son amargados, resentidos, locos, emocionalmente
inestables, etc. La denegación en cambio, consiste en descalificar por completo la propuesta
de la minoría, quitándole toda verosimilitud o validez, sin atacar a sus miembros. En este caso,
no se descalifica a las personas, sino lo que ellas dicen. Y por último, a través de la
sociologización se descalifican las propuestas de la minoría por atribuirlas a características de
orden social. Como por ejemplo, decir que proponen lo que proponen porque son ignorantes,
pobres, religiosamente fundamentalistas. Es decir, que se puede recurrir a razones étnicas,
religiosas o de clase para descalificar sus propuestas.[9]
Si analizamos la historia humana, los grandes cambios han sido impulsados por individuos o
grupos minoritarios, que se han esforzado por introducir o crear ideas nuevas. Estos esfuerzos
suelen, por lo general, resultar perturbadores para las grandes mayorías, que a su vez, se
esfuerzan por mantener el status quo. ¿Pero qué es lo que permite que un grupo
numéricamente inferior y sin poder, pueda tener influencia y llevar a un cambio? En 1979,
Serge Moscovici, psicólogo social francés de origen rumano, escribió su libro Psicologie des
Minorités Actives, donde realiza un estudio sobre los factores que permiten a una minoría tener
influencia. La condición más importante es que la minoría sea activa; es decir, que tenga una
presencia con una posición definida.
Una minoría activa es una minoría coherente y consistente en su propuesta, que además
buscará aumentar su visibilidad social y lograr el reconocimiento por parte de la mayoría,
gracias justamente a su comportamiento consistente. Está claro que la influencia innovadora
de una minoría toma su tiempo y en muchos casos, comienza en el ámbito de lo privado.
Quizás los miembros de la mayoría sigan públicamente manteniendo comportamientos
contrarios a la minoría, pero en su fuero interno, se genera un conflicto, una suerte de
confusión, que les lleva a preguntarse sobre la pertinencia y validez de las propuestas de la
minoría. En lo privado se inicia un proceso de validación de las propuestas minoritarias, que es
a su vez, es el inicio de un camino de conversión, de un movimiento hacia un cambio.
Dice Moscovici[10] que a menudo la vida social se desarrolla como en el famoso cuento de
Hans Christian Andersen, El traje nuevo del emperador, en el que se cuenta que en un país
lejano vivía un emperador que tenía el orgullo de ser el soberano mejor vestido de su época. Y
un día, llegaron al palacio dos extranjeros que se decían ser sastres, pero que en realidad eran
dos bribones. Una vez delante del emperador, le ofrecieron confeccionar un traje, que según
ellos, solamente los más inteligentes podrían ver. El monarca accedió y los bribones fingieron
coser durante días un traje de tela invisible, mientras eran atendidos con todas las
comodidades del palacio. Al poco tiempo, mandó el soberano a sus ministros para revisar
cómo iba el trabajo, y éstos queriendo parecer inteligentes, lanzaron gritos de
admiración. Llegado el momento, los bribones anunciaron que el traje estaba listo y
presentaron al monarca un cofre vacío. Pero al igual que sus ministros, el rey fingió estar
maravillado con el esplendor del vestido. Llegó el gran día en que el emperador estrenaría su
traje nuevo. Entonces, los supuestos sastres probaron el traje al emperador fingiendo darle los
últimos toques. Así, salió el monarca a saludar a su pueblo con entusiasmo y magnificencia,
luciendo su traje nuevo. Todos miraban al emperador caminar desnudo, pero no se atrevían a
decir nada. Hasta que una pequeña vocecita infantil, una vocecita minoritaria gritó, ¡el
emperador está desnudo! Y todos los demás, se sintieron liberados en el momento en el que
alguien se atrevió a expresar lo que todos estaban percibiendo. Esta vocecita liberó una nueva
percepción de la realidad y liberó a las personas de su sumisión. Primero comienza como un
pequeño murmullo, hasta amplificarse y convertirse en un clamor general, burlándose de la
superchería del emperador y su corte, y ridiculizando al poder.
Muchas veces, las voces minoritarias son las más lúcidas y nos confrontan con las
contradicciones de la vida social. Nos permiten ver el abismo existente entre lo que decimos y
hacemos; entre lo que pensamos y deseamos. ¿Qué hubiese sucedido si en el cuento del
emperador, a la vocecita que gritó la verdad, se la descalificaba atribuyendo su impulso a un
acto de locura o de infantilismo? ¿Qué hubiese sucedido si contra toda evidencia, se
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imponía como verdad social que el emperador portaba un traje invisible que podía ser visto
solamente por los inteligentes? Sin duda, la vocecita hubiese sido aislada, castigada y
prohibida de contacto. Quizás esa verdad forjada tendría que mantenerse a fuerza de mucha
represión. Pero, en el fuero interno de la mayoría, habría quedado ya sembrada la semilla de
la duda y de la inconformidad. Y si esa vocecita, a pesar del castigo y del aislamiento, en la
primera oportunidad, en lugar de retractarse, se reafirmase, manteniendo valientemente su
posición coherente y consistente; probablemente provocaría en la mayoría un gran conflicto
cognitivo, un movimiento de influencia liberadora, un empujón hacia una percepción diferente
de la realidad.
Incluir significa mantener dentro de los propios límites, contener, tomar en cuenta, dar el lugar
que corresponde. Acostumbrados por condicionamiento social y conciencia grupal a excluir lo
diferente, lo molesto, lo doloroso, a quitarle valor y negarle el reconocimiento; sin duda, el
aprender a incluir representa una ardua tarea en un camino poco recorrido. O quizás, sería
más aproximado decir que es un camino poco recorrido por las mayorías. Y que, felizmente,
individuos y grupos minoritarios ya lo vislumbran y lo proclaman como una necesidad para
recomponer el desorden social.
Para hablar de inclusión, ayuda mucho entender el funcionamiento de la sociedad como un
sistema complejo, donde cada parte, o sea, cada individuo y cada grupo tienen un lugar y
cumplen una función específica. Pero además, lo fundamental de ese sistema es la relación
entre sus partes o miembros, y el impacto que cada uno tiene sobre los demás. En Sudáfrica
hay un concepto tradicional que resume bastante bien la mirada sistémica de la sociedad, y es
el concepto de Ubuntu, que entre sus varias traducciones quiere decir: Soy porque nosotros
somos. Este concepto se sostiene en la creencia de un enlace universal de compartir que
conecta a toda la humanidad. El sacerdote sudafricano Desmond Tutu lo explica así: “Una
persona con ubuntu es abierta y está disponible para los demás, respalda a los demás, no se
siente amenazado cuando otros son capaces y son buenos en algo, porque está seguro de sí
mismo ya que sabe que pertenece a una gran totalidad, que se decrece cuando otras
personas son humilladas o menospreciadas, cuando otros son torturados u oprimidos”.[11]
Manteniendo esta mirada sistémica podemos hacer una analogía entre lo que sucede en un
grupo social extenso y un grupo familiar. En toda familia existen personas que por diversas
razones han sido excluidas. Generalmente, los excluidos de la familia son aquellos que
causaron dolor, vergüenza o que de manera consciente o inconsciente son asociados con los
males o tragedias que vivió o vive la familia. Los efectos de la exclusión en un sistema familiar
son bastante graves, puesto que, como lo han comprobado varios autores dedicados al campo
de la psicogenealogía, como la francesa, Anne AncelinSchützenberger, el alemán Bert
Hellinger, o el chileno Alejandro Jodorowski, las consecuencias de la exclusión repercuten a lo
largo de varias generaciones. Cuando hay un miembro excluido en la familia, el sistema se
ocupará de representarlo a través de otro de sus miembros; por lo general, alguien de una
generación posterior. O sea que, cuando uno de los miembros del sistema se excluye, la
repercusión la sienten todos los demás, ya sea de manera consciente o inconsciente. Las
relaciones entres los miembros del sistema entran en desorden, y obviamente el amor deja de
fluir. ¿Cuál es el remedio para evitar las consecuencias de la exclusión?: la inclusión. Esto
quiere decir, permitir que cada miembro del sistema ocupe el lugar que le corresponde,
reconociéndole su igual derecho a pertenecer.
En el campo de lo social, desde la mirada sistémica, estaríamos hablando de algo que va más
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allá de la simple tolerancia ante la diferencia; de la aceptación políticamente correcta; o, de las
propuestas bien intencionadas del crisol o el famoso melting pot americano, entendido como la
fusión de diferentes nacionalidades, etnias y culturas.
En toda sociedad, como hemos visto, se experimenta la conciencia grupal como buena
conciencia; y desde allí, la exclusión está justificada. Se excluye a quienes son considerados
una amenaza, puesto que, son vistos como causantes de los males sociales, y en particular de
dos: la pobreza y la violencia. Esta visión predominante, adolece de dos grandes dificultades:
por un lado, es de corto alcance en el tiempo. Y por el otro, plantea un mundo de categorías
duales donde sólo hay, buenos y malos; víctimas y perpetradores; nosotros y ellos.
Como dice la historiadora y experta en el tratamiento de trauma social, Annwgyn St. Just, para
evitar la exclusión, se requiere que a todos se les dé su lugar.[12] Por ejemplo, en el caso de
víctimas y perpetradores, más allá del dolor, todos deben tener un lugar. Desde su punto de
vista, eso fue algo que sucedió en el proceso de la Comisión de la Verdad y Reconciliación en
Sudáfrica, con los esfuerzos del arzobispo Desmond Tutu.
Para finalizar podríamos decir que una nueva conciencia despierta al ampliar nuestras
categorías de pertenencia, indagando a profundidad lo que sostiene nuestra identidad
personal, familiar, cultural y social, y reconociendo que como los sujetos de los experimentos
de Milgram y Zimbardo, en ciertas circunstancias sociales, también nosotros probablemente
seríamos capaces de atravesar la línea. Entonces comprendemos que más allá de las
diversidades individuales y sociales, en la esencia de la condición humana, somos todos
iguales. Como dice Bert Hellinger, somos una suerte de jugadores de tablero, que a fuerza de
jugar largamente en ambos lados, y de muchas veces ganar y muchas veces perder,
adquirimos la maestría del juego.
Los Jugadores[13]
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y muchas veces pierde,
en ambos lados se convierte en maestro.
Bibliografìa
Montero, Maritza, Teoría y práctica de la psicología comunitaria, Buenos Aires, Paidós, 2003.
St. Just, Anngwyn, A question of balance. A systemic approach to understanding and resolving
trauma, s.l., 2008.
10
Mardaga, 1994
[3] Gerardo Pastor Ramos, Ensayo de Psicología Social Sistemática, Salamanca,
Publicaciones Universidad Pontificia Salamanca, 2000, p. 271.
[4] Myers, D., Psicología Social, México, McGraw –Hill, 1995, p. 346.
[5] Hellinger, Bert, El Centro se Distingue por su Levedad, Barcelona, Editorial Herder, 2002,
p. 59-60.
[6] Bourghis Richard, Gagnon André y Mosïse, Léna Céline, “Discrimination et Relations
Intergroupes” en Bourhis, Richard y Leyens, Jacques-Philippe, edit., Stéréotypes et Relations
Intergroupes, Liége, Mardaga, 1994, p. 198-199. (La traducción es de la autora)
[7] Philip Zimbardo, El Efecto Lucifer, 1971, en www.zimbardo.com
[8] Philip Zimbardo, El Efecto Lucifer, 1971, en www.zimbardo.com
[9] Maritza Montero, Teoría y práctica de la psicología comunitaria, Buenos Aires, Paidós,
2003.
[10] Serge Moscovici, Psychologie sociale, Paris, Presses Universitaires de France, 1984.
[11] Tutu, Desmond, concepto de Unbuntu, en http://es.wikipedia.org/wiki/Ubuntu
[12] Anngwyn, St. Just, A question of balance. A systemic approach to understanding and
resolving trauma, s.l., 2008.
[13] Bert Hellinger, El centro se distingue por su levedad, Barcelona, Herder, 2002, p.58.
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