Está en la página 1de 11

Diversidad social y procesos de exclusión e

inclusión: una perspectiva psicológica

María Elena Sandoval*


Ecuador

Si la relatividad resulta verdadera, los alemanes dirán que yo soy alemán, los suizos que soy
ciudadano suizo, y los franceses que yo soy un gran hombre de ciencia. Si la relatividad
resulta falsa, los franceses dirán que yo soy suizo, los suizos que yo soy alemán y los
alemanes, que yo soy judío.

Albert Einstein

¿Cómo vemos al otro?, ¿cómo percibimos su conducta?, ¿cómo explicamos las diferencias
entre los humanos? ¿Por qué desarrollamos sentimientos de atracción hacia algunas personas
y grupos, y de rechazo hacia otros? Estas son algunas de las preguntas que desde los años
veinte del siglo pasado, se han formulado varios psicólogos en el ámbito de lo grupal y de lo
social, tratando de describir y explicar las dinámicas subyacentes.

En varios períodos, los hechos históricos y culturales han acelerado la necesidad de


explicaciones y respuestas al comportamiento humano. Por ejemplo, las guerras, los episodios
de racismo y de discriminación; la capacidad de causar daño intencionado a otro; la capacidad
de exterminar a poblaciones enteras, portando la bandera de las causas justas, las buenas
razones y la buena conciencia.

¿Pero de qué conciencia hablamos? Entendemos por conciencia esa capacidad interna que
tenemos los seres humanos para sentir a nivel intelectual e incluso corporal, bienestar o
malestar por las decisiones y los actos personales y/o grupales. Entonces, hablamos de una
buena o mala conciencia individual y grupal.[1] Entendiendo que lo que llamamos conciencia
individual está determinada por las interacciones sociales, las mismas que se inician en
nuestro grupo más primario, que es el grupo familiar. En este núcleo, desarrollamos también el
sentido básico de pertenencia e identidad.

La originalidad individual y la identidad propia, parecen ser parte de un proceso a ser


conquistado durante toda una vida; puesto que, todo aquello que consideramos como un rasgo
individual y propio, en realidad tiene un origen social. Lorenzi-Cioldi y Doise,[2] mencionan por
ejemplo, los estudios de, Kuhn y Mc Partland realizados desde 1954, en los cuales los
investigadores llegaron a la conclusión de que a la pregunta: ¿quién soy yo?, las personas de
forma casi generalizada y de manera reiterada recurrimos a términos sociales para definirnos a
nosotros mismos. Es decir que, a partir de los grupos a los que pertenecemos, elaboramos
categorías sociales de las cuales nos sentimos parte. Entonces, nuestra identidad personal
estará determinada por nuestra identidad social. Por ejemplo, yo soy mujer u hombre; soy
estudiante o profesional; soy ecuatoriano o extranjero; o, soy soltero o casado. Aquí empieza
la percepción de la diferencia entre yo y el otro. Y en el ámbito social, entre
nosotroso endogrupo, y ellos o exogrupo.

Así mismo, nuestras relaciones sociales, reflejan nuestras formas mentales de procesamiento
de la información social. Nuestra mente recurre a la categorización, que tiene como función
brindar un máximo de información sobre el mundo con un mínimo de esfuerzo. Por ello, una
misma realidad puede ser categorizada de distintas maneras. Este proceso está determinado
por las interacciones que mantiene el sujeto que percibe con el objeto que es percibido. A
través del proceso de categorización, incluso llegamos a desarrollar taxonomías y hablamos
de similitudes y diferencias.
Cuando este proceso se desarrolla en el campo de lo social, estamos hablando de la
categorización social (Tajfel, 1972 en Lorenzi- Cioldi y Doise, 2004); o sea, de la construcción
de categorías sociales para definir a los grupos, como pueden ser: las categorías de hombres
y mujeres; blancos y negros; ricos y pobres, dejando abierta la inmensa gama de posibilidades
de inventar nuevas categorías sociales.

Ligado a este proceso de categorización social, se encuentran también los procesos de


comparación social como soporte de los procesos de construcción de la identidad social. Es
decir, de una sensación de similitud y comunidad, evaluando a su propio grupo de referencia
con relación o en comparación con los demás grupos. De manera global, pertenecemos a una
categoría amplia, sintiéndonos miembros del género humano. En un nivel más básico, nos
sentimos miembros de tal o cual grupo en función del contexto; y a un nivel más particular, nos
vemos simplemente como individuos.

A través de estos tres conceptos: categorización social, comparación social e identidad social,
podemos explicar otros fenómenos que se dan en las relaciones entre las personas y los
grupos, como por ejemplo, la percepción social, la formación de estereotipos y de prejuicios,
los actos de discriminación y de exclusión social

Percepción social

Nuestras relaciones interpersonales e intergrupales están profundamente atravesadas por


nuestras percepciones sociales. Es decir, por las interpretaciones y significados que damos a
lo que llamamos la realidad, construidos a partir de un conjunto de saberes y creencias
previos. Así, jugamos a la psicología de los aficionados, juzgando a los demás a través de
nuestras percepciones. No obstante, los textos y manuales de psicología social están
cargados de estudios que muestran la cantidad de sesgos o errores de percepción que
utilizamos al juzgar la conducta propia y la de los demás. Por ejemplo, percibimos
erróneamente relaciones de causalidad y de correlación. Atribuimos los errores de los demás a
causas internas o rasgos de personalidad, mientras los propios errores son atribuidos a causas
externas o situacionales. Al juzgar a los demás, ignoramos una cantidad de información útil y
nos centramos solamente en aquella información que confirma nuestra creencia. Tenemos la
tendencia a percibirnos a nosotros mismos y a nuestro grupo de manera más favorable que a
los demás. Funcionamos socialmente con creencias inconscientes que dividen al mundo en
buenos y malos. Entonces, los buenos hacen cosas buenas y los malos hacen cosas malas. Y
estas creencias finalmente, construyen la realidad, en una suerte de profecía autocumplida.

Estereotipo y juicio social

Un estereotipo se puede conceptualizar como un conjunto de creencias compartidas a


propósito de las características personales, generalmente rasgos de personalidad y
comportamientos propios de un grupo de personas. “Se trata de creencias sobre las
características de un conjunto social (musulmanes, negros, mujeres, indios, católicos, vascos,
homosexuales, judíos, gallegos) que pueden ser verdaderas o falsas pero que, en todo caso,
denotan cierta rigidez perceptiva, tendencia a generalizar o poca capacidad de
pormenorización”.[3]

En tanto creencias, los estereotipos funcionan como una suerte de imágenes interiores que se
cristalizan, filtrando la abundancia de informaciones que nos llegan del exterior con respecto a
los otros. No vemos antes de definir, sino que definimos antes de ver. Por ello, los estereotipos
son simplificaciones y generalizaciones abusivas. Funcionan como etiquetas sociales.

Prejuicio y discriminación

“El prejuicio es previo al juicio; nos inclina en contra de una persona con base sólo en su
identificación con un grupo particular.”[4] El prejuicio es una actitud de rechazo al otro en tanto

2
miembro de un grupo hacia el cual tenemos sentimientos negativos. La discriminación en
cambio, se refiere a un comportamiento negativo hacia los individuos miembros de un grupo
que no es el nuestro (un exogrupo), y en relación al cual tenemos prejuicios.
En síntesis, el prejuicio es la actitud negativa; el estereotipo es la creencia; y, la discriminación
es el paso al acto de la negación y exclusión del otro.

Pertenencia y exclusión social

Una de las mayores necesidades humanas es la necesidad de afiliación o de pertenencia a los


grupos que sostienen nuestra vida. En un primer nivel está la necesidad de pertenencia al
grupo familiar, y así se va ampliando el campo hasta considerar a los grupos escolares,
religiosos, locales, nacionales, entre otros. Así pues, la identidad social se define por las
categorías de pertenencia y los procesos de comparación social entre grupos y categorías.
Como hemos visto anteriormente, el grupo de pertenencia (endogrupo) tendrá la tendencia a
ser mejor evaluado que el otro grupo (exogrupo) con el cual nos comparamos. Esto es lo
que llamamos sesgo endogrupal.

En un mundo de contactos multilingües y multiculturales, priman las distinciones entre


categorías como: nacionalidad, clase social, etnia, sexo y edad, entre otras. En estos
contextos, el otro, el diferente, podrá ser evaluado de manera positiva o negativa dependiendo
del grado de amenaza percibida respecto al grupo al que pertenece. Utilizando los
mecanismos de percepción social arriba mencionados, realizamos clasificaciones rápidas y por
lo general, dicotómicas: bueno-malo; confiable-no confiable; inofensivo-peligroso, etc. Y a
partir de allí, definimos las relaciones con los otros, que pueden ser migrantes, miembros del
sexo opuesto, personas que profesan un credo diferente, personas con opciones sexuales
diferentes, personas que hablan otra lengua, etc. De cierta manera, el mundo queda dividido
en nosotros y ellos; en mayorías y minorías.

Cuando hablamos desde el nosotros, hablamos desde una conciencia común, grupal,
compartida socialmente; donde las reglas y normas impuestas por el grupo determinan
nuestros comportamientos. Uno de los mayores miedos del ser humano es el miedo a perder
el derecho de pertenencia a su grupo de referencia, como por ejemplo, a la familia, al grupo
religioso, o al grupo político entre otros.

Desde un enfoque sistémico, esto se podría expresar así:

Tenemos la conciencia tranquila si nos comportamos de manera que podamos estar


seguros de tener aún el derecho de formar parte del grupo, y tenemos mala conciencia si nos
hemos desviado de las condiciones del grupo, hasta el punto de tener que temer la pérdida
total o parcial del derecho a la pertenencia. Ambas partes de la conciencia, sin embargo,
sirven a una misma meta […] La medida de la conciencia, por tanto, es aquello, que es válido
en el grupo al que pertenecemos. Así, personas que provienen de grupos diferentes también
tienen conciencias diferentes […] La conciencia nos mantiene con el grupo como un perro
manteniendo las ovejas con el rebaño. Pero en cuanto cambiamos de grupo, la conciencia
para protegernos, cambia de color como un camaleón. Así, tenemos otra conciencia con la
madre y otra con el padre. Otra con la familia y otra en el trabajo. Otra en la Iglesia, y otra en el
bar con los amigos. No obstante, siempre se trata del vínculo y del amor de vinculación, y del
temor ante la separación y la pérdida.[5]

Por un lado tenemos las necesidades de pertenencia y vinculación, y actuamos de acuerdo a


la conciencia de nuestro grupo para no ponerlas en riesgo. Es decir, que luchamos por
conservan nuestra inclusión, nuestro lugar en el grupo. Pero por otro lado, enfrentados a una
conciencia grupal diferente a la nuestra, cuando debemos convivir con personas, valores y
visiones del mundo diferentes, buscamos formas de protegernos frente a su amenaza o
influencia. Entre las estrategias de protección de nuestra conciencia grupal están, la
discriminación y la exclusión de aquellos que se manifiestan diferentes o contrarios a nuestro
grupo.

3
Pero, dado el espíritu de los tiempos (zeitgeist), que impulsa al cambio de conciencia y de
comportamiento del ser humano, las formas explícitas de discriminación no son socialmente
aceptadas en muchas partes del mundo; aunque en otras, sean todavía prácticas cotidianas.
No obstante, siguen siendo frecuentes, e incluso inconscientes las formas menos explícitas y
sutiles de discriminación y exclusión, como por ejemplo, el olvido, la indiferencia, el hacer
como si no existiera, el negarle un lugar en el mundo al otro. No lo agredo directamente, pero
lo excluyo. También sucede, que etiqueto al otro grupo como minoritario y desestimo sus
aportes y propuestas.

Pongamos el caso del racismo, fenómeno bastante estudiado por la psicología social. En su
artículo sobre la discriminación y las relaciones entre grupos, Bourghis, Gagnon y Mosïse
describen las formas de intolerancia en los tiempos modernos, y en el caso del racismo,
identifican algunas perspectivas que han desarrollado los investigadores norteamericanos:

“Racismo moderno: […] reconocen el hecho de que el racismo ya no es abiertamente


aceptado en la sociedad norteamericana y que la mayoría de la gente tiende a combatirlo de
una manera u otra. […] Racismo simbólico, aplicado a las relaciones étnicas en los Estados
Unidos, los blancos simplemente disimularían su racismo ante los ojos de otros,
manifestándolo de maneras más sutiles[…] Esta forma de racismo se encontraría
particularmente en las personas que defienden valores conservadores y que perciben que la
minoría negra constituye una amenaza para la mayoría blanca.

[…] Racismo regresivo. Esta perspectiva afirma que en nuestros días en los Estados Unidos,
los blancos compartirían una norma más igualitarista […] Sin embargo, en situaciones de
estrés, los miembros de la mayoría tendrían la tendencia a regresar hacia las maneras
antiguas de actuar, es decir, volver a comportamientos discriminatorios hacia los grupos
minoritarios. […] Racismo aversivo, tal como se aplica al contexto americano, sostiene
que ciertas personas blancas se esconden a sí mismas su racismo, particularmente las
personas liberales y bien informadas […] De manera general su comportamiento plegaría a la
norma que prohíbe la discriminación. Sin embargo sus verdaderos sentimientos se expresan
cuando su comportamiento discriminatorio podría ser atribuido a motivos que no tengan nada
que ver con el racismo.”[6]

En numerosos trabajos, los psicólogos sociales han planteado estrategias para disminuir la
discriminación. A continuación encontramos una síntesis de éstas (R. Bourghis, A. Gagnon y L.
C. Moïse, 1994):

a) Fomento del contacto entre grupos diferentes.

b) Fomento de la cooperación en lugar de la competencia, estableciendo un fin común o


meta supra ordenada (superior) para los grupos.

c) Efecto de individuación de los miembros de los grupos para quitar peso a las categorías
(ellos/ nosotros). Por ejemplo, tratar a cada uno por sus nombres.

d) Decategorización (des-construir las categorías)

e) Recategorización (construir categorías con nuevos criterios)

f) Categorización cruzada (incluir a una persona por lo menos en dos categorías).

g) Categorización múltiple (incluir a la persona en varias categorías. Por ejemplo,


reconociendo e incluyendo a todos sus ancestros: blancos, negros, indios; o españoles, rusos,
alemanes, etc.) Esto es particularmente importante en el caso de sociedades multiétnicas y
multiculturales.

Varias de estas estrategias quizás han resultado efectivas en ciertas circunstancias, pero en
otras, el poder de la situación o del contexto ha sobrepasado la capacidad de auto-reflexión de

4
los individuos, y ha sacado a la luz el lado oscuro de la condición humana.

De la intolerancia a la crueldad: un efecto de obediencia y conformidad social

La historia de la humanidad podría sintetizarse como una historia de las relaciones entre
víctimas y perpetradores; o entre vencedores y vencidos. No obstante, existen pocas
categorías sociales que aparezcan tan irreconciliablemente opuestas y engañosamente
excluyentes entre sí. Ante una mirada poco aguda, las víctimas son siempre víctimas y los
perpetradores son siempre victimarios. Y, haciendo uso de nuestros mecanismos de
percepción social, fácilmente podríamos caer en el sesgo de considerar que los buenos
siempre hacen cosas buenas y los malos son los que hacen las cosas malas. Sin embargo, un
análisis más profundo de la condición humana muestra que estas categorías son
absolutamente permeables, y que los seres humanos podemos jugar en ambos bandos y ser
ambas cosas a la vez.

Para fundamentar estas afirmaciones, haremos referencia a un par de estudios clásicos en el


campo de la psicología social. En primer lugar describiremos los experimentos que Stanley
Milgram realizó entre 1965 y 1974 en la Universidad de Yale, y que trataban sobre los efectos
de la obediencia a la autoridad. Posteriormente, haremos referencia al estudio del profesor
Philip Zimbardo,[7] realizado en la Universidad de Standford, en el que trataba de explicar
cómo la gente buena puede involucrarse en actos terribles. Este experimento es conocido
como el Efecto Lucifer.

El efecto de obediencia a la autoridad

Stanley Milgram, reclutó voluntarios para participar en un estudio realizado en un laboratorio


de Psicología de la Universidad de Yale, que aparentemente trataba sobre aprendizaje y
memoria. Este fue planteado como un estudio pionero que permitiría ver la relación entre
aprendizaje y castigo. A cambio, los voluntarios recibirían un pago mínimo. Una vez en el
laboratorio, el investigador (un hombre severo con bata gris), sorteaba a una pareja de
voluntarios los roles, y uno de ellos hacía de profesor, mientras el otro participaba como
aprendiz. El profesor leía una lista de pares de palabras, las mismas que debían ser
memorizadas y repetidas por el aprendiz. Como parte de las consignas del experimento, se
castigaría cada error cometido por el aprendiz con choques eléctricos que irían aumentando
en una intensidad de 15 voltios.

Por su parte, el investigador inducía al sujeto que fungía como profesor a aumentar el voltaje
de las descargas eléctricas cada vez que el aprendiz cometía un error. El generador de
choques eléctricos iba de 15 a 450 voltios. Sorprendentemente, un alto porcentaje (63%) de
sujetos en el papel de profesores, llegaron a aplicar el máximo voltaje a los aprendices, que en
medio de súplicas y gritos de dolor, pedían detener el experimento. En realidad, quienes
hacían de aprendices eran cómplices del experimentador y nunca recibieron las descargas
eléctricas. No obstante, para Milgram, los resultados del comportamiento de quienes hacían de
profesores fueron bastante perturbadores, puesto que sin objeciones, estaban dispuestos a
castigar y torturar a sus aprendices, personas que no les habían hecho nada y que estaban
indefensos frente al castigo (Myers, 1995).

Este experimento fue diseñado por Milgram, como parte de sus preocupaciones no solamente
científicas, sino también humanas. Siendo él mismo judío, trató de explicarse cómo personas
normales, comunes y corrientes (como muchos oficiales, profesionales y ciudadanos
alemanes) pudieron participar en actos atroces como los ocurridos en el holocausto durante la
Segunda Guerra Mundial. En concreto, le llamó la atención el juicio televisado de uno de los
oficiales de confianza de Hitler, Adolf Eichmann, quien había participado en la denominada
Solución Final, y que fue capturado en 1960 en Argentina, donde vivía como un ciudadano
común y corriente con su esposa y sus tres hijos.

El psicólogo David Myers en su explicación sobre el experimento de Milgram, reproduce al


respecto una reflexión de la judía Hannah Arendt: “Eichmann no odiaba a los judíos, y eso lo

5
hizo peor, no tener sentimientos. Presentar a Eichmann como un monstruo es hacerlo como
menos peligroso de lo que fue. Si matas a un monstruo puedes irte a la cama y dormir, porque
no hay muchos de ellos. Pero si Eichmann era normal, la situación es mucho más peligrosa”
(Myers, 1995: 239).

En el experimento de Milgram, los voluntarios eran personas normales, comunes y corrientes,


que siendo sometidas a una situación de obediencia a la autoridad, eran capaces de
convertirse en torturadores. Entre las explicaciones que atribuye Milgram a este fenómeno,
toma en cuenta de manera principal, la cercanía y legitimidad de la autoridad. En este caso, el
investigador de bata blanca, percibido como el que conoce y maneja todas las variables del
experimento. Por otro lado, la creación de una situación de distancia emocional con respecto a
la víctima, lo que favorece la crueldad. Y finalmente, la fuerza de una autoridad institucional,
como en este caso, la Universidad de Yale.

El efecto Lucifer[8]

En esta misma línea de investigación, otro experimento famoso fue el de Philip Zimbardo
(1971), profesor de psicología de la Universidad de Standford, quien igualmente, convocó a
voluntarios que deseaban participar en un experimento donde se simularía la vida carcelaria.
Se presentaron más de 70 postulantes, y se seleccionó a 24 sujetos, evaluados como
normales, quienes experimentarían durante dos semanas la vida de una prisión, a cambio de
un pago de 15 dólares diarios por su participación. Al azar, tirando una moneda, se seleccionó
a quienes harían el papel de guardias y quienes harían el papel de detenidos.

Los resultados de este estudio fueron igual de sorprendentes que los de Milgram, al constatar
que al cabo de un par de días, tanto guardias como detenidos interactuaban como
perpetradores y víctimas. Los casos de abusos, tratos degradantes y torturas, fueron en
escalada; hasta que, Zimbardo tuvo que interrumpir el experimento cuando apenas había
transcurrido una semana, reconociendo que él mismo, perdió la distancia experimental y se
involucró en esta dinámica. A esta transformación de personas normales en perpetradores, él
llamó, el Efecto Lucifer. En el año 2004, cuando a través de la televisión se veían escenas
degradantes en la cárcel de Abu Graib en Irak, Zimbardo, describió que las mismas escenas
por las que después fueron condenados estos oficiales, se reprodujeron en su experimento.
Dice Zimbardo, que no se trata de un puñado de manzanas podridas dentro de un grupo de
buenos soldados, como afirmaba el ex presidente Bush; sino, de personas normales
convertidas en perpetradores. Lo que Zimbardo ha puesto en evidencia, es el poder de las
situaciones sociales para llevar a mucha gente corriente, incluso buena, por lo que él llama, el
camino del mal.

Excluyendo a las minorías

En situaciones menos extremas como las descritas arriba, encontramos otras formas de
maltratar, discriminar y excluir a quienes consideramos diferentes o indeseables. Uno de estos
mecanismos consiste en categorizar a ciertos grupos como minoritarios. Entendiendo como
minoría -en algunos casos- no necesariamente a un grupo numéricamente inferior, sino a
aquel que se encuentra privado del ejercicio de ciertos poderes o impedido de acceder a éstos.
De esta manera, una mayoría puede estar constituida por un grupo numéricamente pequeño
que detenta un gran poder; y a su vez, una minoría puede estar constituida por un grupo
numéricamente mayoritario, desprovisto de poder.

En este sentido, la mayoría haciendo uso de su poder, buscará neutralizar a los grupos
minoritarios a través de la presión social, la amenaza o la represión. Pero también activará
mecanismos más sutiles como son: la psicologización, la denegación y la sociologización de la
minoría.

En el caso de la psicologización la propuesta o el discurso minoritario serán descalificados en


función de supuestas características psicológicas de los miembros del grupo. Por ejemplo, se

6
dirá que proponen lo que proponen porque son amargados, resentidos, locos, emocionalmente
inestables, etc. La denegación en cambio, consiste en descalificar por completo la propuesta
de la minoría, quitándole toda verosimilitud o validez, sin atacar a sus miembros. En este caso,
no se descalifica a las personas, sino lo que ellas dicen. Y por último, a través de la
sociologización se descalifican las propuestas de la minoría por atribuirlas a características de
orden social. Como por ejemplo, decir que proponen lo que proponen porque son ignorantes,
pobres, religiosamente fundamentalistas. Es decir, que se puede recurrir a razones étnicas,
religiosas o de clase para descalificar sus propuestas.[9]

El aporte innovador de las minorías

Si analizamos la historia humana, los grandes cambios han sido impulsados por individuos o
grupos minoritarios, que se han esforzado por introducir o crear ideas nuevas. Estos esfuerzos
suelen, por lo general, resultar perturbadores para las grandes mayorías, que a su vez, se
esfuerzan por mantener el status quo. ¿Pero qué es lo que permite que un grupo
numéricamente inferior y sin poder, pueda tener influencia y llevar a un cambio? En 1979,
Serge Moscovici, psicólogo social francés de origen rumano, escribió su libro Psicologie des
Minorités Actives, donde realiza un estudio sobre los factores que permiten a una minoría tener
influencia. La condición más importante es que la minoría sea activa; es decir, que tenga una
presencia con una posición definida.

Una minoría activa es una minoría coherente y consistente en su propuesta, que además
buscará aumentar su visibilidad social y lograr el reconocimiento por parte de la mayoría,
gracias justamente a su comportamiento consistente. Está claro que la influencia innovadora
de una minoría toma su tiempo y en muchos casos, comienza en el ámbito de lo privado.
Quizás los miembros de la mayoría sigan públicamente manteniendo comportamientos
contrarios a la minoría, pero en su fuero interno, se genera un conflicto, una suerte de
confusión, que les lleva a preguntarse sobre la pertinencia y validez de las propuestas de la
minoría. En lo privado se inicia un proceso de validación de las propuestas minoritarias, que es
a su vez, es el inicio de un camino de conversión, de un movimiento hacia un cambio.

Dice Moscovici[10] que a menudo la vida social se desarrolla como en el famoso cuento de
Hans Christian Andersen, El traje nuevo del emperador, en el que se cuenta que en un país
lejano vivía un emperador que tenía el orgullo de ser el soberano mejor vestido de su época. Y
un día, llegaron al palacio dos extranjeros que se decían ser sastres, pero que en realidad eran
dos bribones. Una vez delante del emperador, le ofrecieron confeccionar un traje, que según
ellos, solamente los más inteligentes podrían ver. El monarca accedió y los bribones fingieron
coser durante días un traje de tela invisible, mientras eran atendidos con todas las
comodidades del palacio. Al poco tiempo, mandó el soberano a sus ministros para revisar
cómo iba el trabajo, y éstos queriendo parecer inteligentes, lanzaron gritos de
admiración. Llegado el momento, los bribones anunciaron que el traje estaba listo y
presentaron al monarca un cofre vacío. Pero al igual que sus ministros, el rey fingió estar
maravillado con el esplendor del vestido. Llegó el gran día en que el emperador estrenaría su
traje nuevo. Entonces, los supuestos sastres probaron el traje al emperador fingiendo darle los
últimos toques. Así, salió el monarca a saludar a su pueblo con entusiasmo y magnificencia,
luciendo su traje nuevo. Todos miraban al emperador caminar desnudo, pero no se atrevían a
decir nada. Hasta que una pequeña vocecita infantil, una vocecita minoritaria gritó, ¡el
emperador está desnudo! Y todos los demás, se sintieron liberados en el momento en el que
alguien se atrevió a expresar lo que todos estaban percibiendo. Esta vocecita liberó una nueva
percepción de la realidad y liberó a las personas de su sumisión. Primero comienza como un
pequeño murmullo, hasta amplificarse y convertirse en un clamor general, burlándose de la
superchería del emperador y su corte, y ridiculizando al poder.

Muchas veces, las voces minoritarias son las más lúcidas y nos confrontan con las
contradicciones de la vida social. Nos permiten ver el abismo existente entre lo que decimos y
hacemos; entre lo que pensamos y deseamos. ¿Qué hubiese sucedido si en el cuento del
emperador, a la vocecita que gritó la verdad, se la descalificaba atribuyendo su impulso a un
acto de locura o de infantilismo? ¿Qué hubiese sucedido si contra toda evidencia, se

7
imponía como verdad social que el emperador portaba un traje invisible que podía ser visto
solamente por los inteligentes? Sin duda, la vocecita hubiese sido aislada, castigada y
prohibida de contacto. Quizás esa verdad forjada tendría que mantenerse a fuerza de mucha
represión. Pero, en el fuero interno de la mayoría, habría quedado ya sembrada la semilla de
la duda y de la inconformidad. Y si esa vocecita, a pesar del castigo y del aislamiento, en la
primera oportunidad, en lugar de retractarse, se reafirmase, manteniendo valientemente su
posición coherente y consistente; probablemente provocaría en la mayoría un gran conflicto
cognitivo, un movimiento de influencia liberadora, un empujón hacia una percepción diferente
de la realidad.

Explorando caminos de inclusión

Incluir significa mantener dentro de los propios límites, contener, tomar en cuenta, dar el lugar
que corresponde. Acostumbrados por condicionamiento social y conciencia grupal a excluir lo
diferente, lo molesto, lo doloroso, a quitarle valor y negarle el reconocimiento; sin duda, el
aprender a incluir representa una ardua tarea en un camino poco recorrido. O quizás, sería
más aproximado decir que es un camino poco recorrido por las mayorías. Y que, felizmente,
individuos y grupos minoritarios ya lo vislumbran y lo proclaman como una necesidad para
recomponer el desorden social.
Para hablar de inclusión, ayuda mucho entender el funcionamiento de la sociedad como un
sistema complejo, donde cada parte, o sea, cada individuo y cada grupo tienen un lugar y
cumplen una función específica. Pero además, lo fundamental de ese sistema es la relación
entre sus partes o miembros, y el impacto que cada uno tiene sobre los demás. En Sudáfrica
hay un concepto tradicional que resume bastante bien la mirada sistémica de la sociedad, y es
el concepto de Ubuntu, que entre sus varias traducciones quiere decir: Soy porque nosotros
somos. Este concepto se sostiene en la creencia de un enlace universal de compartir que
conecta a toda la humanidad. El sacerdote sudafricano Desmond Tutu lo explica así: “Una
persona con ubuntu es abierta y está disponible para los demás, respalda a los demás, no se
siente amenazado cuando otros son capaces y son buenos en algo, porque está seguro de sí
mismo ya que sabe que pertenece a una gran totalidad, que se decrece cuando otras
personas son humilladas o menospreciadas, cuando otros son torturados u oprimidos”.[11]
Manteniendo esta mirada sistémica podemos hacer una analogía entre lo que sucede en un
grupo social extenso y un grupo familiar. En toda familia existen personas que por diversas
razones han sido excluidas. Generalmente, los excluidos de la familia son aquellos que
causaron dolor, vergüenza o que de manera consciente o inconsciente son asociados con los
males o tragedias que vivió o vive la familia. Los efectos de la exclusión en un sistema familiar
son bastante graves, puesto que, como lo han comprobado varios autores dedicados al campo
de la psicogenealogía, como la francesa, Anne AncelinSchützenberger, el alemán Bert
Hellinger, o el chileno Alejandro Jodorowski, las consecuencias de la exclusión repercuten a lo
largo de varias generaciones. Cuando hay un miembro excluido en la familia, el sistema se
ocupará de representarlo a través de otro de sus miembros; por lo general, alguien de una
generación posterior. O sea que, cuando uno de los miembros del sistema se excluye, la
repercusión la sienten todos los demás, ya sea de manera consciente o inconsciente. Las
relaciones entres los miembros del sistema entran en desorden, y obviamente el amor deja de
fluir. ¿Cuál es el remedio para evitar las consecuencias de la exclusión?: la inclusión. Esto
quiere decir, permitir que cada miembro del sistema ocupe el lugar que le corresponde,
reconociéndole su igual derecho a pertenecer.

En el ámbito del grupo familiar, el remontarse en la historia de varias generaciones a través de


la reconstrucción del árbol genealógico, deja al descubierto muchos secretos, descubriéndose
-en más de un caso- que los buenos no eran tan buenos, y los malos no eran tan malos. Y
que, a pesar de los esfuerzos por negarlos o borrarlos, la genética y el inconsciente nos
delatan y nos impiden deshacernos de nuestros orígenes. Estos descubrimientos suelen dar
paso a nuevas comprensiones sobre las interrelaciones, paralelismo, y a veces, repeticiones
casi idénticas de nuestras vidas presentes y las vidas de nuestros ancestros. Entonces, los
procesos de inclusión y de reconciliación se activan para poder liberar el presente de las
cargas del pasado.

En el campo de lo social, desde la mirada sistémica, estaríamos hablando de algo que va más

8
allá de la simple tolerancia ante la diferencia; de la aceptación políticamente correcta; o, de las
propuestas bien intencionadas del crisol o el famoso melting pot americano, entendido como la
fusión de diferentes nacionalidades, etnias y culturas.

En toda sociedad, como hemos visto, se experimenta la conciencia grupal como buena
conciencia; y desde allí, la exclusión está justificada. Se excluye a quienes son considerados
una amenaza, puesto que, son vistos como causantes de los males sociales, y en particular de
dos: la pobreza y la violencia. Esta visión predominante, adolece de dos grandes dificultades:
por un lado, es de corto alcance en el tiempo. Y por el otro, plantea un mundo de categorías
duales donde sólo hay, buenos y malos; víctimas y perpetradores; nosotros y ellos.

Así mismo, en el plano de lo social, el conocimiento de la historia de los pueblos, permite


comprender las interrelaciones entre los acontecimientos del pasado y del presente. Las líneas
que dividen a las categorías duales se atenúan, y descubrimos que todos experimentaron
todo: unas veces buenos, otras veces malos; unas veces ricos, otras veces pobres; unas
veces víctimas, otras veces victimarios; unas veces vencedores, otras veces vencidos.

Como dice la historiadora y experta en el tratamiento de trauma social, Annwgyn St. Just, para
evitar la exclusión, se requiere que a todos se les dé su lugar.[12] Por ejemplo, en el caso de
víctimas y perpetradores, más allá del dolor, todos deben tener un lugar. Desde su punto de
vista, eso fue algo que sucedió en el proceso de la Comisión de la Verdad y Reconciliación en
Sudáfrica, con los esfuerzos del arzobispo Desmond Tutu.

Para finalizar podríamos decir que una nueva conciencia despierta al ampliar nuestras
categorías de pertenencia, indagando a profundidad lo que sostiene nuestra identidad
personal, familiar, cultural y social, y reconociendo que como los sujetos de los experimentos
de Milgram y Zimbardo, en ciertas circunstancias sociales, también nosotros probablemente
seríamos capaces de atravesar la línea. Entonces comprendemos que más allá de las
diversidades individuales y sociales, en la esencia de la condición humana, somos todos
iguales. Como dice Bert Hellinger, somos una suerte de jugadores de tablero, que a fuerza de
jugar largamente en ambos lados, y de muchas veces ganar y muchas veces perder,
adquirimos la maestría del juego.

Los Jugadores[13]

Se presentan como enemigos.


Luego se sientan, frente a frente,
y juegan
en el mismo tablero
con una gran variedad de figuras,
siguiendo reglas complicadas,
jugada por jugada.
El mismo juego real.

Ambos sacrifican diferentes figuras


a su juego,
y, atentamente, se mantienen en jaque,
hasta que el movimiento termina.
Cuando no va más,
la partida está acabada.

Después, cambian de lado


y de color,
y del mismo juego comienza
tan sólo otra partida.

Pero el que largamente juega,


y muchas veces gana,

9
y muchas veces pierde,
en ambos lados se convierte en maestro.

Bibliografìa

Bourghis Richard, Gagnon André y Mosïse Léna Céline, “Discrimination et Relations


Intergroupes” en Bourhis, Richard y Leyens, Jacques-Philippe, edit., Stéréotypes et Relations
Intergroupes, Liége, Mardaga, 1994

Hellinger, Bert, Los órdenes del amor, Barcelona, Herder, 2001.

Hellinger, Bert, El centro se distingue por su levedad, Barcelona, Herder, 2002.

Jodorowski, Alejandro, Donde mejor canta un pájaro, Barcelona, Siruela, 2005.

Lorenzi-Cioldi, Fabio y Doise, Willem, “Identité sociale et identité personnelle” en Bourhis,


Richard y Leyens, Jacques-Philippe, edit., Stéréotypes et Relations Intergroupes, Liége,
Mardaga, 1994

Montero, Maritza, Teoría y práctica de la psicología comunitaria, Buenos Aires, Paidós, 2003.

Moscovici, Serge, Psychologie sociale, Paris, Presses Universitaires de France, 1984.

Myers, David, Psicología social, México, Mc Graw-Hill, 1995.

Pastor Ramos, Gerardo, Ensayo de psicología social sistemática, Salamanca, Publicaciones


Universidad Pontificia Salamanca, 2000.

Schutzenberger, Ann-Ancelin, ¡Ay mis ancestros!, Buenos Aires, Edicial, 2002.

St. Just, Anngwyn, A question of balance. A systemic approach to understanding and resolving
trauma, s.l., 2008.

Tutu, Desmond, Concepto de Unbuntu, en http://es.wikipedia.org/wiki/Ubuntu_(filosofia).

Weber, Gunthard, Felicidad dual, Barcelona, Herder Editorial, 2006.

Zimbardo, Philippe, El efecto Lucifer, 1971, en http://www.zimbardo.com.

* María Elena Sandoval, ecuatoriana; Licenciada en Psicología Clínica, Pontificia Universidad


Católica del Ecuador, Quito; Magíster en Psicología Social, Universidad de Ginebra- Suiza;
Egresada de la Escuela Sudamericana de Psicología Transpersonal, Quito; Formación
continua en el Método de Constelaciones Familiares, Centro Bert Hellinger de Argentina y la
Hellinger Sciencia® con su creador, Bert Hellinger; Docente en la Escuela de Psicología,
Universidad de las Américas; terapeuta Grupo AlmaSophia- Constelaciones Familiares y
Soluciones Terapéuticas.
e-mail: male_sando@yahoo.com
[1] Gunthard Weber, Felicidad dual, Barcelona ,Herder Editorial, 2006.
[2] Fabio Lorenzi-Cioldi y Willem Doise, “Identité sociale et identité personnelle” en Bourhis,
Richard y Leyens, Jacques-Philippe, edit., Stéréotypes et Relations Intergroupes, Liége,

10
Mardaga, 1994
[3] Gerardo Pastor Ramos, Ensayo de Psicología Social Sistemática, Salamanca,
Publicaciones Universidad Pontificia Salamanca, 2000, p. 271.
[4] Myers, D., Psicología Social, México, McGraw –Hill, 1995, p. 346.
[5] Hellinger, Bert, El Centro se Distingue por su Levedad, Barcelona, Editorial Herder, 2002,
p. 59-60.
[6] Bourghis Richard, Gagnon André y Mosïse, Léna Céline, “Discrimination et Relations
Intergroupes” en Bourhis, Richard y Leyens, Jacques-Philippe, edit., Stéréotypes et Relations
Intergroupes, Liége, Mardaga, 1994, p. 198-199. (La traducción es de la autora)
[7] Philip Zimbardo, El Efecto Lucifer, 1971, en www.zimbardo.com
[8] Philip Zimbardo, El Efecto Lucifer, 1971, en www.zimbardo.com
[9] Maritza Montero, Teoría y práctica de la psicología comunitaria, Buenos Aires, Paidós,
2003.
[10] Serge Moscovici, Psychologie sociale, Paris, Presses Universitaires de France, 1984.
[11] Tutu, Desmond, concepto de Unbuntu, en http://es.wikipedia.org/wiki/Ubuntu
[12] Anngwyn, St. Just, A question of balance. A systemic approach to understanding and
resolving trauma, s.l., 2008.
[13] Bert Hellinger, El centro se distingue por su levedad, Barcelona, Herder, 2002, p.58.

Programa Andino de Derechos Humanos, PADH


Toledo N22-80, Edif. Mariscal Sucre, piso 2
Apartado Postal: 17-12-569 • Quito, Ecuador
Teléfono: (593 2) 322 7718 • Fax: (593 2) 322 8426
Correo electrónico: padh@uasb.edu.ec

11

También podría gustarte