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DICCIONARIO DE CONCEPTOS CARTESIANOS BASICOS

a través de los propios textos de Descartes


Beatriz von Bilderling*

Análisis y síntesis
[…] La manera de demostrar es doble: una procede por análisis o resolución, otra por síntesis o
composición.
El análisis muestra el verdadero camino por el que una cosa ha sido metódicamente construida,
y manifiesta cómo los efectos dependen de las causas; de suerte que, si el lector sigue dicho
camino, y se fija bien en todo cuanto encierra, entenderá la cosa así demostrada tan
perfectamente, y la hará tan suya, como si él mismo lo hubiera trazado.
Mas este género de demostración no sirve para convencer a los lectores testarudos o poco
atentos: pues si escapa a la atención el más mínimo detalle de ella, sus conclusiones no
parecerán necesarias; y no hay costumbre de expresar con cierta amplitud las cosas que son por
sí mismas claras, aunque de ordinario sean ésas las que más necesiten de advertencia.
Al contrario, la síntesis, siguiendo un camino muy distinto, como si examinase las causas por
sus efectos (aunque, con mucha frecuencia, la prueba en ella contenida sea también la de los
efectos por sus causas), demuestra claramente lo contenido en sus conclusiones, y usa de una
larga serie de definiciones, postulados, axiomas, teoremas y problemas, a fin de hacer ver, si
alguna consecuencia se le niega, cómo estaba incluida en sus antecedentes, y obtener así el
consentimiento del lector, por obstinado y testarudo que éste sea. Mas la síntesis no satisface
por entero, como sí lo hace el análisis, a quienes desean aprender: pues no enseña el camino
seguido para construir la cosa.
Los antiguos geómetras solían usar tan sólo de la síntesis en sus escritos; no porque ignorasen
el análisis, sino, en mi opinión, porque le daban tanta importancia que lo guardaban para ellos
solos, como un gran secreto. Por lo que a mí toca, en mis meditaciones he seguido sólo el
camino analítico, pues me parecía el más verdadero, y el más apto para enseñar; en cambio, la
síntesis (que es sin duda lo que me solicitáis), aunque sea útil añadirla al análisis en las
cuestiones de geometría, no se acomoda tan bien a las materias de la metafísica. Explicaré la
diferencia. Las nociones primeras que se suponen a fin de demostrar las proposiciones

*
La primera versión data del curso de HISTORIA DE LA FILOSOFIA MODERNA de 1998. Se ha ampliado en 2004
y ahora en 2013. En general, no incluye textos de las Meditaciones metafísicas y del Discurso del método, porque
intenta ser un complemento para dichas obras.
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geométricas, como guardan relación con los sentidos, son admitidas fácilmente por todos; y por
eso la única dificultad reside en sacar bien las consecuencias, lo que cualquiera puede hacer,
hasta los menos perspicaces, sólo con recordar lo anterior; y se les fuerza fácilmente a
recordarlo, distinguiendo tantas proposiciones diversas cuantas cosas sean dignas de nota en la
dificultad propuesta, para que se fijen en cada una por separado, y poder así citárselas luego, a
fin de llamar su atención sobre aquéllas en que deben reparar. Pero, al contrario, tocante a las
cuestiones que conciernen a la metafísica, la cuestión principal es precisamente concebir con
claridad y distinción las primeras nociones. Pues aunque por naturaleza no sean menos claras, e
incluso lo sean más, que las consideradas por los geómetras, sin embargo, como parecen
contradecir muchos prejuicios que hemos tomado de los sentidos, y a los que estamos
acostumbrados desde la infancia, sólo son comprendidas de quienes, con el mayor cuidado, se
esfuerzan en apartar su espíritu tanto como les es posible del comercio de los sentidos. Por ello,
si se las propone sin más, sería fácil que las negasen quienes son inclinados a la contradicción.
RESPUESTAS A LAS SEGUNDAS OBJECIONES, [AT, IX, 121-123. Alfaguara, Trad. de
Vidal Peña [VP], 1977, pp. 125-127.]

Atributo
Que son modos, cualidades, atributos. Y aquí en verdad entendemos ciertamente por modos lo
que en otra parte entiendo por atributos o cualidades. Empero, cuando consideramos que una
sustancia es afectada o variada por ellos, los llamamos modos; cuando consideramos que por
esa variación se puede llamar así, los llamamos cualidades; y, por último, cuando observamos
en forma más general que sólo existen en la sustancia, los llamamos atributos. Y por eso
decimos que en Dios no hay propiamente modos o cualidades, sino tan sólo atributos, porque
no se debe concebir en Él ninguna variación. Y aun en las cosas creadas no se debe llamar
cualidad o modo, sino atributo, a lo que nunca se muestra de modo diverso en ellas, como la
existencia y la duración en la cosa que existe y dura. PRINCIPIOS DE LA FILOSOFIA – I , a.
LVI. [AT, VIII, 26; Sudamericana, Trad. de la versión latina de Olaso y Zwanck [OZ], 11967, p.
335].

Atributo principal
En cada sustancia hay un atributo principal, como el pensamiento, en la mente, la extensión,
en el cuerpo. La sustancia se reconoce, ciertamente, por cualquier atributo; pero, sin embargo,
una propiedad principal de cada sustancia constituye su naturaleza y esencia, y a ella se refieren
todas las demás. Por ejemplo, la extensión en largo, ancho y profundidad constituye la
naturaleza de la sustancia corpórea, y el pensamiento constituye la naturaleza de la sustancia

HISTORIA DE LA FILOSOFÍA MODERNA – 2013 – Turno Mañana| Beatriz von Bilderling


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pensante. Pues todo lo que puede atribuirse a un cuerpo presupone la extensión, y es tan solo
cierto modo de la cosa extensa, así como también todo lo que hallamos en la mente son sólo
diversos modos de pensar. Así, por ejemplo, sólo puede entenderse la figura en una cosa
extensa, el movimiento en el espacio extenso, la imaginación o el sentimiento o la voluntad en
la cosa pensante. Pero la extensión, por el contrario, puede entenderse sin la figura o el
movimiento y el pensamiento sin la imaginación o el sentimiento, y así en los demás casos, de
modo que sea manifiesto a cualquiera que atienda a ello. PRINCIPIOS DE LA FILOSOFIA – I,
a. LIII. [AT, VIII, 25; Sudamericana, OZ, 11967, p. 334].

Atributo como principio cognoscitivo


De qué modo podemos tener nociones claras y distintas de le sustancia pensante, de la
corpórea y también de Dios. Y así fácilmente podemos tener dos nociones, o ideas, claras y
distintas, una de la sustancia pensante creada, otra de la sustancia corpórea, si, en verdad,
distinguimos con exactitud todos los atributos del pensamiento de los atributos de la extensión.
Como también podemos tener idea clara y distinta de la sustancia pensante increada e
independiente, esto es, de Dios, siempre que no supongamos que presenta adecuadamente todo
lo que hay en Dios, ni imaginemos tampoco que hay algo en ella; sino que sólo notemos lo que
realmente contiene y que evidentemente percibimos que pertenece a la naturaleza de un ser
sumamente perfecto. Y por cierto nadie puede negar que exista en nosotros tal idea de Dios, a
no ser quien piense que en las mentes humanas no hay en absoluto ninguna noticia de Dios.
PRINCIPIOS DE LA FILOSOFIA – I, a. LIV, [AT, VIII, 25-6; Sudamericana, OZ, 11967, pp.
334-335].

De qué modo el pensamiento y la extensión pueden conocerse distintamente como


constituyendo la naturaleza de la mente y del cuerpo.
El pensamiento y la extensión pueden ser considerados como constituyendo la naturaleza de la
sustancia inteligente y de la sustancia corpórea, y entonces no deben concebirse sino como la
misma sustancia pensante y la sustancia extensa, es decir, como la mente y el cuerpo; de tal
manera se entienden muy clara y distintamente. Y aun entendemos más fácilmente la sustancia
extensa o la sustancia pensante que la sustancia sola, prescindiendo de si piensa o es extensa.
En efecto, hay alguna dificultad en abstraer la noción de sustancia de las nociones de
pensamiento o de extensión, que sólo son diferentes de aquélla por la razón misma, y el
concepto no se hace más distinto porque comprenda menos cosas, sino sólo porque
distinguimos cuidadosamente lo que comprendemos en él de todo lo restante. PRINCIPIOS DE
LA FILOSOFIA – I, a. LXIII [AT, VIII, 30-31; Sudamericana, OZ, 11967, p. 339].

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Claridad y distinción
Que es percepción clara, que es percepción distinta.
Y aun muchísimos hombres en toda su vida no perciben absolutamente nada bastante bien
como para formular juicio cierto acerca de ello. / En efecto, para que un juicio cierto e
indudable pueda basarse en una percepción no sólo se requiere que sea clara, sino también que
sea distinta. Llamo clara a aquella [percepción] que está presente y manifiesta a la mente atenta:
como decimos que vemos claramente las cosas que, presentes al ojo que las mira, lo
impresionan con bastante fuerza y claridad. En cambio llamo distinta a la que siendo clara está
tan separada y recortada de todas las demás que no contiene en sí absolutamente más que lo
que es claro. PRINCIPIOS DE LA FILOSOFIA – I, a. XLV. [AT, VIII, 21-22; Sudamericana,
OZ, 11967, p. 330]

[En el artículo siguiente, a. 46, Descartes ofrece un ejemplo, del cual se infiere que la percepción clara
puede ir acompañada de lo opuesto de la distinción, esto es, la confusión. Por el contrario si una
percepción es distinta, necesariamente también es clara.]

Según muestra el ejemplo del dolor, la percepción puede ser clara, aunque no sea distinta;
pero no puede ser distinta si no es clara.
Así, mientras alguien siente un dolor intenso, esta percepción del dolor es para él por cierto
clarísima, pero no siempre es distinta; pues por lo general los hombres la confunden con el
juicio oscuro que forman acerca de su naturaleza, porque consideran que hay en la parte
doliente algo análogo a la sensación de dolor, única cosa que perciben con claridad. Y así
puede ser clara la percepción que no es distinta, pero no hay ninguna distinta si no es clara.
PRINCIPIOS DE LA FILOSOFIA – I, a. XLVI. [AT, VIII, 22; Sudamericana, OZ, 11967, p.
330-331]

Cualidad (ver Atributo)

Cuerpo (ver también Movimiento como Traslación)


La sustancia que es sujeto inmediato de la extensión, y de los accidentes que presuponen
extensión, como la figura, la situación, el movimiento local, etc., se llama cuerpo. […]
RESPUESTA A LAS SEGUNDAS OBJECIONES. RAZONES que prueban la existencia de
Dios y la distinción que existe entre el espíritu y el cuerpo humano, dispuestas de una manera
geométrica. Definición VII. [AT, IX, 125. Alfaguara, VP, 1977, p. 130]

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Deducción (ver Intuición)

Dios como Suma perfección


Llamamos Dios a la sustancia que entendemos supremamente perfecta, y en la cual nada
concebimos que incluya defecto alguno, o limitación de la perfección. RESPUESTA A LAS
SEGUNDAS OBJECIONES. RAZONES que prueban la existencia de Dios y la distinción que
existe entre el espíritu y el cuerpo humano, dispuestas de una manera geométrica. Definición
VIII. [AT, IX, 125. Alfaguara, VP, 1977, p. 130]

Conociendo la existencia de Dios de este modo simultáneamente conocemos todos los atributos
de Él que pueden ser conocidos por la fuerza natural del espíritu. Ahora bien, este modo de
probar la existencia de Dios, es decir, por su idea, presenta la gran ventaja de que reconocemos
al mismo tiempo quién es en cuanto lo permite la debilidad de nuestra naturaleza. Pues
considerando su idea, innata en nosotros, vemos que es eterno, omnisciente, omnipotente, fuente
de toda bondad y verdad, creador de todas las cosas y, en fin, que posee todo aquello en que
podemos advertir claramente alguna perfección infinita, o sea no limitada por ninguna
imperfección. PRINCIPIOS DE LA FILOSOFIA – I, a. XXII. [AT, VIII, 13; Sudamericana, OZ,
1
1967, p. 321]

Dios no es corpóreo ni siente como nosotros ni quiere la malicia del pecado.


Pues hay ciertamente muchas cosas en las que si bien reconocemos alguna perfección, sin
embargo, hallamos también alguna imperfección o limitación y, por consiguiente, no pueden
corresponder a Dios. Así como en la naturaleza corpórea la divisibilidad está incluida
simultáneamente con la extensión espacial, y el ser divisible es una imperfección, es cierto que
Dios no es un cuerpo. Y aunque en nosotros hay alguna perfección, pues sentimos, sin embargo,
como en toda sensación / hay pasión y padecer es depender de algo, de ninguna manera se debe
pensar que Dios siente, sino que sólo entiende y quiere: y esto no ya como nosotros, por
operaciones en cierto modo distintas, sino por una acción única, simplicísima y siempre la
misma, todo lo entiende, quiere y realiza a la vez. Digo todo, esto es, todas las cosas: pues no
quiere la malicia del pecado porque [el pecado, el mal] no es una cosa. PRINCIPIOS DE LA
FILOSOFIA – I, a. XXIII. [AT, VIII, 13-14; Sudamericana, OZ, 11967, pp. 321-322]

Dios como Sustancia (ver Sustancia)

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Discurso
Pero no he acertado a entender lo que usted objeta respecto del título, porque no pongo Tratado
del Método, sino Discurso del Método, lo que es lo mismo que Prefacio u Observación
respecto del Método, para mostrar que no tengo el propósito de enseñarlo, sino sólo de hablar
de él. Pues, como se puede ver por lo que he dicho, consiste más en práctica que en teoría y
llamo a los tratados siguientes Ensayos de este Método, porque pretendo que las cosas que
contienen no han podido ser halladas sin él y que por ellas se puede conocer lo que vale: del
mismo modo he insertado algo de metafísica, física y medicina en el primer discurso para
mostrar que se extiende a toda clase de materias. CARTA A MERSENNE – Leyden, 27 de
febrero de 1637 (?). [AT, I, 349; Sudamericana, OZ., p. 358].

Distinción (ver Claridad)

Distinciones
Distinción real
De las distinciones; y en primer lugar de la distinción real. Ahora bien, el número, en las cosas
mismas, surge de la distinción de ellas; distinción que es triple: real, modal y de razón. La real
se encuentra propiamente sólo entre dos o más sustancias; y percibimos que éstas son en
realidad distintas entre sí, sólo porque podemos concebir clara y distintamente una sin la otra.
En efecto, reconociendo a Dios, estamos ciertos de que El puede hacer todo lo que concebimos
distintamente; de tal modo que, por ejemplo, por el solo hecho de que ya tengamos idea de la
sustancia extensa o corpórea, aun cuando todavía no sepamos con certeza que existe en realidad
alguna cosa tal, sin embargo, tenemos la certeza de que aquélla puede existir; y de que, si
existiera, cada parte de ella definida por nosotros con el pensamiento es realmente distinta de
las demás partes de la misma sustancia. Y también, como cada uno entiende que él mismo es
una cosa pensante, y que puede excluir de sí mismo con el pensamiento a toda otra sustancia,
tanto pensante como extensa, es cosa cierta que cada uno, así considerado, se distingue
realmente de toda otra sustancia pensante y de toda sustancia corpórea. Y aunque supusiéramos
que Dios ha unido a una tal sustancia pensante alguna sustancia corpórea tan íntimamente que
no pudieran estar más estrechamente unidas, y que de esta manera de esas dos formara un
compuesto (unum quid), permanecerían, sin embargo, realmente distintas, porque por más
estrechamente que las haya unido no pudo despojarse del poder que antes tenía de separarlas o
para conservar la una sin la otra; y las que pueden ser separadas por Dios, o conservadas por
separado, son realmente distintas. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA – I, a. LX. [AT, VIII, 28-29;
Sudamericana, OZ, 11967, pp. 337-8].

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Distinción modal
De la distinción modal.
Hay dos tipos de distinción modal, a saber: una, entre el modo propiamente dicho y la sustancia
de la cual es modo; otra entre dos modos de la misma sustancia. La primera se conoce porque
podemos por cierto percibir claramente la sustancia sin el modo que decimos difiere de ella,
pero no podemos recíprocamente entender aquel modo sin la sustancia. Por ejemplo, como la
figura y el movimiento se distinguen modalmente de la sustancia corpórea en que se hallan;
como también la afirmación y el recuerdo se distinguen de la mente. La segunda, en cambio, se
conoce porque podemos ciertamente reconocer un modo sin otro y viceversa, pero ninguno de
los dos, en cambio, sin la misma sustancia en que se hallan. Por ejemplo: si una piedra se
mueve y es cuadrada, por cierto puedo entender su figura cuadrada sin el movimiento, e
inversamente, su movimiento sin la figura cuadrada, pero no puedo entender ni aquel
movimiento ni aquella figura sin la sustancia de la piedra. Pero la distinción por la cual el modo
de una sustancia difiere de otra sustancia, o del modo de otra sustancia, como el movimiento de
un cuerpo difiere de otro cuerpo o de la mente, y como el movimiento difiere de la duración,
parece que se debe llamar real antes que modal: porque aquellos modos no se entienden
claramente sin las sustancias realmente distintas de las cuales son modos. PRINCIPIOS DE
FILOSOFIA – I, a. LXI [AT, VIII, 29-30; Sudamericana, OZ, 11967, p. 338].

Distinción de razón
De la distinción de razón.
Por último, la distinción de razón tiene lugar entre la sustancia y algún atributo suyo, sin el cual
no puede ser entendida, o entre dos atributos tales de una misma sustancia. Y se reconoce
porque no podríamos formar idea clara y distinta de esa sustancia si excluyéramos de ella aquel
atributo; o bien no podríamos percibir claramente la idea de uno de tales atributos si lo
separásemos del otro. Por ejemplo, como toda sustancia deja también de ser cuando deja de
durar, solo se distingue de su duración por la razón; y todos los modos de pensar a los que
consideramos como si se hallaran en los objetos, sólo difieren por la razón, ya de los objetos de
que se piensan, ya recíprocamente entre sí en un solo y mismo objeto. Recuerdo por cierto que
en otra parte he unido este tipo de distinción con la modal, esto es, al final de mi respuesta a las
primeras objeciones a mis Meditaciones metafísicas; pero allí no era ocasión de disertar
rigurosamente sobre las mismas y bastaba a mi propósito distinguir ambas de la real.
PRINCIPIOS DE FILOSOFIA – I, a. LXII [AT, VIII, 30; Sudamericana, OZ, 11967, pp. 338-9].

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Duración
De qué modo la duración, el orden y el número se entienden también distintamente.
Entendemos también distintamente la duración, el orden y el número si no les asignamos
ningún concepto de sustancia, sino consideramos la duración de cada cosa sólo como un modo,
bajo el cual concebimos esta cosa en cuanto persevera en el ser. Y que, igualmente, ni el orden,
ni el número son algo diferente de las cosas ordenadas y numeradas, sino tan sólo modos bajo
los cuales las consideramos. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA – I, a. LV [AT, VIII, 26;
Sudamericana, OZ, 11967, p. 335].

Ciertos atributos están en las cosas, otros en el pensamiento. Y lo que es duración y tiempo.
Pero unos [atributos] están en las cosas mismas / de las que se dice que son atributos o modos.
Otros, en cambio, están sólo en nuestro pensamiento. Así, cuando distinguimos el tiempo de la
duración tomada en general y decimos que es el número del movimiento, es sólo un modo de
pensar; en efecto, no entendemos en el movimiento una duración distinta de la de las cosas no
movidas: como resulta manifiesto de que si dos cuerpos se mueven durante una hora, uno
lentamente y el otro con rapidez, no contaremos más tiempo en uno que en otro, por más que el
movimiento sea mucho mayor. Pero para medir la duración de todas las cosas la comparamos
con la duración de aquellos movimientos máximos y máximamente regulares, de los que nacen
los años y los días, y a esta duración llamamos tiempo. Éste, por consiguiente, no agrega nada a
la duración tomada en general, salvo un modo de pensarla. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA – I, a.
LVII [AT, VIII, 26-27; Sudamericana, OZ, 11967, pp. 335-6].

Error como negación y como privación


Nuestros errores, con respecto a Dios, sólo son negaciones; con respecto a nosotros son
privaciones. Pero, sin embargo, como a menudo sucede que nos engañemos aunque Dios no
sea engañoso, es necesario advertir, para investigar el origen y causa de nuestros errores y
aprender a precavernos de nosotros mismos, que aquéllos no dependen tanto del entendimiento
como de la voluntad, ni tienen necesidad del concurso real de Dios para ser producidos, sino
que, cuando se relacionan con este último, son sólo negaciones, y cuando se relacionan con
nosotros, privaciones. PRINCIPIOS DE LA FILOSOFIA – I, a. XXXI. [AT, VIII, 17,
Sudamericana, OZ, 11967, p. 325]

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Error como privación - Su causa


La voluntad se extiende mucho más que el entendimiento, y de ahí procede la causa de los
errores. Y en verdad la percepción del entendimiento no se extiende sino a aquellas pocas
cosas que se le presentan y es siempre muy limitada. En cambio puede decirse que la voluntad
es en cierto modo infinita, porque jamás hemos advertido nada que pueda ser objeto de alguna
otra voluntad, incluso de la voluntad inmensa que hay en Dios, a lo que también la nuestra no
pueda extenderse, a tal punto que fácilmente solemos extenderla más allá de las cosas que
percibimos claramente; y cuando hacemos esto no es sorprendente que lleguemos a
equivocarnos. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA – I, a. XXXV. [AT, VIII, 18; Sudamericana, OZ,
1
1967, p. 326].

Nuestros errores no pueden ser imputados a Dios.


Y, sin embargo, de ningún modo se puede imaginar que Dios sea el autor de nuestros errores
por el hecho de que no nos ha dado un entendimiento omnisciente. Pues es propio de la
naturaleza del entendimiento creado que sea finito, y de la naturaleza del entendimiento finito
que no se extienda a todo. PRINCIPIOS DE LA FILOSOFIA – I, a. XXXVI [AT, VIII, 18;
Sudamericana, OZ, 11967, pp. 326-7].

De qué modo, aunque no queremos engañarnos, nos engañamos, sin embargo, por nuestra
voluntad. Pero ahora, sabiendo que todos nuestros errores dependen de la voluntad, puede
parecer sorprendente que nos equivoquemos alguna vez, ya que no hay nadie que quiera
equivocarse. Pero querer equivocarse es muy diferente de querer asentir a aquellas opiniones en
las que pueda encontrarse un error. Y por más que en realidad no hay nadie que quiera
engañarse expresamente, con todo, apenas hay alguien que no quiera asentir a menudo a
aquellas [opiniones] que contienen un error sin saberlo él. Y aun el mismo deseo de alcanzar la
verdad hace muy a menudo que aquellos que no saben bien cómo se ha de lograr, formen juicio
acerca de lo que no perciben, y por eso mismo yerren. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA – I, a.
XLII. [AT, VIII, 20-1; Sudamericana, OZ, 11967, p. 329].

Siempre juzgamos mal cuando asentimos a 1o no claramente percibido, aun si por casualidad
acertamos con la verdad; y eso ocurre porque suponemos que antes lo hemos percibido
suficientemente.
Es cierto también que, cuando asentimos a una razón que no percibimos, nos equivocamos o
sólo acertamos por casualidad con la verdad y de esa manera ignoramos que no erramos. Mas
muy rara vez sucede que asintamos a aquello que advertimos no haber percibido, porque la luz

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natural nos dicta que no debe juzgarse nunca sino de cosa conocida. Ahora bien, erramos muy
frecuentemente por creer que hemos percibido muchas cosas anteriormente, y asentimos a ellas,
que están grabadas en la memoria, como si se tratara de cosas perfectamente percibidas, aunque
en realidad nunca las hemos percibido. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA – I, a. XLIV. [AT, VIII,
21; Sudamericana, OZ, 11967, p. 330].

Esencia
[…] por esencia entendemos la cosa en cuanto es objetivamente en el entendimiento, por
existencia en cambio la cosa misma, en cuanto es fuera del entendimiento, [por tanto] es
manifiesto que las dos se distinguen realmente. CARTA A UN CORRESPONSAL
DESCONOCIDO, Egmond, 1645 o 1646 [AT, IV, 350; Sudamericana, OZ, 11967, p. 444].

Espíritu
La substancia en que está inmediatamente ínsito el pensamiento es llamada aquí Espíritu. Con
todo, tal nombre es equívoco, dado que a veces se le atribuye al viento o a licores muy sutiles;
pero no encuentro otro mejor. RESPUESTA A LAS SEGUNDAS OBJECIONES. RAZONES
que prueban la existencia de Dios y la distinción que existe entre el espíritu y el cuerpo
humano, dispuestas de una manera geométrica. Definición VI. [AT, IX, 125. Alfaguara, VP,
1977, p. 130]

Evidencia
[La primera de las cuatro reglas que Descartes enumera en la segunda parte del Discurso del método
[Discours de la méthode, pour bien conduire la raison et chercher la vérité dans les sciences, 1637] –comunmente
llamada "regla de la evidencia"– dice así]
“Fue el primero [el primer precepto], no admitir como verdadera cosa alguna, como ‘no supiese
con evidencia que lo es; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no
comprender en mis juicios nada más que lo que se presentase tan clara y distintamente a mi
espíritu, que no hubiese ninguna ocasión de ponerlo en duda." [AT, VI, 18; Austral-Espasa,
Trad. de García Morente [GM], 131975, p. 40.]

[La evidencia, pues, coincide con la verdad, siendo sus notas definitorias la claridad y la distinción,
términos que Descartes aclara en los Principios de la Filosofía.]

Existencia (ver Esencia)

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Filosofía, Árbol de la
Así toda la filosofía es como un árbol, cuyas raíces son la metafísica, el tronco es la física y las
ramas que salen de este tronco son todas las demás ciencias, que se reducen a tres principales, a
saber, la medicina, la mecánica y la moral. CARTA AL ABATE PICOT, Prefacio a los
PRINCIPIOS DE FILOSOFIA, [AT, IX, B, 14; Sudamericana, OZ, 11967, p. 307].

Idea
Con la palabra idea, entiendo aquella forma de todos nuestros pensamientos, por cuya
percepción inmediata tenemos conciencia de ellos. De suerte que, cuando entiendo lo que digo,
nada puedo expresar con palabras sin que sea cierto, por eso mismo, que tengo en mí la idea de
la cosa que mis palabras significan. […] Y así, no designo con el nombre de idea las solas
imágenes de mi fantasía; al contrario, no las llamo aquí ideas en cuanto están en la fantasía
corpórea (es decir, en cuanto están pintadas en ciertas partes del cerebro), sino sólo en cuanto
informan el espíritu mismo aplicado a esa parte del cerebro. RESPUESTA A LAS
SEGUNDAS OBJECIONES. RAZONES que prueban la existencia de Dios y la distinción que
existe entre el espíritu y el cuerpo humano, dispuestas de una manera geométrica. Definición II.
[AT, IX, 124. Alfaguara, VP, 1977, p. 129]

Idea - Su Realidad objetiva (ver Realidad objetiva)

Indefinido (ver Infinito e indefinido)

Infinito e indefinido
Nunca se ha de discutir acerca del infinito, sino solamente considerar que todo aquello en que
no advertimos límite, por ejemplo, la extensión del mundo, la divisibilidad de las partes de la
materia, el número de las estrellas, etc., es indefinido.
De manera que nunca nos enredaremos en ninguna discusión sobre el infinito. Pues, en verdad,
siendo finitos sería absurdo que determináramos algo de aquél, e intentáramos de esa manera
algo así como delimitarlo y comprenderlo. Por consiguiente, no procuraremos responder a
quienes preguntan si, dada una línea infinita, su mitad también es infinita, o si el número
infinito es par o impar, y cosas por el estilo: porque nos parece que solo deberían pensar en
ellas quienes creen que su mente es infinita. Nosotros en cambio, no vamos a afirmar que son
infinitas todas aquellas cosas, a las que en ningún sentido encontramos límite alguno, sino que
las vamos a considerar como indefinidas. Así, como no podemos imaginar una extensión tan
grande sin concebir que aún puede ser mayor, diremos que la magnitud de las cosas posibles es

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indefinida. Y como no se puede dividir un cuerpo en tantas partes, que cada una de ellas no se
conciba aun divisible, consideraremos que la cantidad es indefinidamente divisible. Y como no
puede imaginarse un número tan grande de estrellas que no pensemos que Dios no pudiera
crear todavía más, supondremos también que su número es indefinido. Y así sucesivamente.
PRINCIPIOS DE LA FILOSOFIA – I, a. XXVI. [AT, VIII, 14-5; Sudamericana, OZ, 11967, p.
323].

Qué diferencia hay entre indefinido e infinito.


Y diremos que estas cosas son indefinidas más que infinitas: ya para reservar a Dios solamente
la denominación de infinito, porque no sólo no reconocemos en Él límite alguno en ningún
sentido, sino que entendemos también positivamente que no hay ninguno; ya también porque
no entendemos positivamente del mismo modo que otras cosas carezcan de límites en algún
sentido, sino que declaramos sólo negativamente que, si tienen límites, nosotros no los
podemos hallar. PRINCIPIOS DE LA FILOSOFIA – I, a. XXVII. [AT, VIII, 15; Sudamericana,
OZ, 11967, p. 323].

Intuición y deducción
[En la Regla III de las Reglas para la dirección del espíritu [Regulæ ad directionem ingenii, inacabadas, escritas
entre 1620 y 1628, publicadas en latín por primera vez en 1701], Descartes define la intuición, y la
distingue de la deducción de la siguiente manera:]

[...] vamos a enumerar aquí todos los actos de nuestro entendimiento por los cuales podemos
llegar al conocimiento de las cosas, sin temor de errar; no admitimos más que dos, a saber, la
intuición y la deducción.
Entiendo por intuición no la confianza incierta que proporcionan los sentidos ni el juicio
engañoso de una imaginación que realiza mal las composiciones, sino un concepto que forma la
inteligencia pura y atenta con tanta facilidad y distinción, que no queda ninguna duda sobre lo
que entendemos, o, lo que es lo mismo: un concepto que forma la inteligencia pura y atenta sin
ninguna duda y que nace sólo de la luz de la razón y que, por ser más simple, es más cierto que
la misma deducción, la cual, sin embargo, tampoco puede ser mal hecha por el hombre, como
ya hemos apuntado [Regla II]. Así, cada cual puede ver por intuición, que existe, que piensa,
que el triángulo está limitado sólo por tres líneas, la esfera por una sola superficie, y otros
hechos semejantes, más numerosos de lo que comúnmente se cree por el desdén que inspira
aplicar el espíritu a cosas tan sencillas.

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Por lo demás, para que algunos no se sorprendan del nuevo uso de la palabra intuición y otras
cuya significación ordinaria me veré obligado a modificar en lo sucesivo, advierto aquí, en
forma general, que no tengo en vista el sentido con que esas expresiones han sido empleadas en
estos últimos tiempos en las escuelas, porque sería muy difícil servirse de los mismos términos
teniendo ideas enteramente diferentes, sino que únicamente me atengo a la significación latina,
a fin de que, cuando falten vocablos apropiados, tome los que me parezcan más adecuados para
darles el sentido que me interesa.
Ahora bien, se requiere esta certeza y evidencia de la intuición no sólo para las enunciaciones,
sino también para cualquier clase de razonamiento discursivo. Así, por ejemplo, dada esta
consecuencia: 2 y 2 hacen lo mismo que 3 y 1, no sólo es preciso intuir que 2 y 2 hacen 4 y que
3 y 1 hacen también 4, sino, además, que de estas dos proposiciones se sigue necesariamente
aquella tercera. De donde puede surgir ya la duda sobre los motivos de haber añadido aquí,
además de la intuición, otro modo de conocer que se cumple por deducción: por deducción
entendemos todo lo que es consecuencia necesaria a partir de otras cosas conocidas con certeza.
Pero fue necesario proseguir así porque se pueden conocer muchas cosas por sí mismas con
certeza, aunque no sean evidentes, siempre que se deduzcan de principios verdaderos y
conocidos mediante un movimiento continuo e ininterrumpido del pensamiento que intuye
claramente cada cosa en particular: de este modo sabemos que el último eslabón de una larga
cadena está unido con el primero —aunque no podamos ver intuitivamente con un único y
mismo golpe de vista todos los eslabones intermedios que constituyen aquella conexión–
recorriéndolos sucesivamente y recordando que, desde el primero al último, cada uno está
enlazado al inmediato. Aquí distinguimos, pues, la intuición intelectual de la deducción cierta
en que en ésta se concibe un movimiento o cierta sucesión, pero no en aquélla, y en que,
además, la deducción no necesita la evidencia presente, como la intuición, sino que en cierto
modo pide prestada su certidumbre a la memoria. De todo esto se puede decir, por consiguiente,
que aquellas proposiciones, que son consecuencia inmediata de los primeros principios, pueden
ser conocidas tanto por intuición como por deducción, según se las considere; en cuanto a los
primeros principios, lo son sólo por intuición, y, en cambio, las conclusiones remotas sólo
pueden serlo por deducción.
Y estas son las dos vías más seguras que llevan a la ciencia, y el espíritu no debe admitir
ninguna otra, sino que se debe rechazar todas las demás como sospechosas y sujetas a error [...]
REGLAS PARA LA DIRECCIÓN DEL ESPÍRITU, Regla III. [AT, X, 368-370,
Sudamericana, OZ, 11967, pp. 42-44].

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Juicio como operación de la voluntad


Para juzgar se requiere no sólo el entendimiento, sino también la voluntad. Para juzgar se
requiere por cierto el entendimiento, porque no podemos formular juicio alguno de algo que no
hemos percibido de modo alguno, pero se requiere también la voluntad para que se preste de
algún modo asentimiento a la cosa percibida. Mas no se requiere (al menos para juzgar de
cualquier modo) una percepción completa y omnímoda de la cosa: pues podemos asentir a
muchas cosas que sólo conocemos muy oscura y confusamente. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA
– I, a. XXXIV [AT, VIII, 18; Sudamericana, OZ, 11967, p. 326].

Libre Arbitrio
La libertad del arbitrio se conoce por sí misma. [Versión francesa: La libertad de nuestra
voluntad se conoce sin prueba, por la simple experiencia que tenemos de ella.]
Que hay libertad en nuestra voluntad, y que podemos asentir o no asentir según nuestro arbitrio
a muchas cosas, es tan manifiesto que debe contarse entre las nociones primeras y más
comunes innatas en nosotros. Y esto fue muy claro poco antes cuando empeñándonos en dudar
de todo hemos llegado al punto de imaginar que un poderosísimo autor de nuestro origen
intentaba engañarnos en toda forma; pero, sin embargo, experimentábamos que había en
nosotros esta libertad de podernos abstener de creer en aquellas cosas que no eran plenamente
ciertas y averiguadas. Y nada puede ser de suyo más evidente y claro que todo lo que entonces
nos parecía dudoso. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA, I, a. XXXIX [AT, VIII, 19-20;
Sudamericana, OZ, 11967, p. 328].

[...] Tocante a la libertad, nada he supuesto que no experimentamos a diario en nosotros


mismos, y que no sea muy bien conocido por luz natural; por eso no puedo comprender que se
diga que hay contradicción en ello, respecto de lo antedicho.
Mas aunque acaso haya muchos que, al considerar la preordenación divina, no puedan entender
cómo se concilia con nuestra libertad, sin embargo, no hay nadie que, observándose solamente
a sí mismo, deje de sentir que la voluntad y la libertad son una sola cosa, o, más bien, que no
hay diferencia entre lo voluntario y lo libre. Y no es éste el lugar para examinar la opinión de
los calvinistas. RESPUESTA A LAS TERCERAS OBJECIONES - Contestación a la
duodécima de las objeciones formuladas por Hobbes. AT IX-2a, 148, VP, Alfaguara, 1977, p.
155)

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[...] En cuanto al libre albedrío no he visto lo que el reverendo Padre Petau ha escrito, pero de
la manera que usted explica su opinión sobre este tema me parece que la mía no está muy
alejada de la de él. Pues en primer lugar le suplico que note que de ningún modo he dicho que
el hombre sólo fuera indiferente cuando carece de conocimiento, sino que es tanto más
indiferente cuantas menos razones conoce que lo impulsen a elegir un partido más que otro, lo
que me parece que nadie puede negar. Y estoy de acuerdo con usted en lo que usted dice sobre
que se puede suspender el juicio, pero he tratado de explicar el medio por el que se lo puede
suspender. Pues me parece cierto que ex magna luce in intellectu sequitur magna propensio in
voluntate [de la mayor luz en el intelecto se sigue la mayor inclinación en la voluntad]: de
manera que, viendo muy claramente que una cosa nos es propia, es difícil, e incluso creo
imposible, mientras se permanezca en este pensamiento, detener el curso de nuestro deseo. Pero
puesto que la naturaleza del alma es tal que no puede estar más que un momento atenta a una
misma cosa, tan pronto como nuestra atención se vuelve de las razones que nos hacen conocer
que esta cosa nos es propia y que sólo retenemos en nuestra memoria lo que nos ha parecido
deseable, podemos representar a nuestro espíritu alguna otra razón que nos haga dudar de ella y
así suspender nuestro juicio e incluso también acaso formar uno contrario. Así, ya que usted no
pone precisamente la libertad en la indiferencia, sino en una potencia real y positiva de
determinarse, nuestras opiniones sólo difieren en las palabras, pues confieso que este poder está
en la voluntad. Pero puesto que de ningún modo veo que sea otra cuando está acompañada de la
indiferencia, que según usted confiesa es una imperfección, que cuando no está acompañada de
ella, y que no hay nada en el entendimiento sino luz, como en el de los bienaventurados que son
confirmados en la gracia, llamo en general libre a todo lo que es voluntario, y usted quiere
restringir este nombre a la potencia de determinarse que está acompañada de indiferencia. Pero
en lo que se refiere a los nombres nada deseo tanto como seguir el uso y el ejemplo. CARTA A
MESLAND, 2 de mayo de 1644 [AT, IV, 115-6; Sudamericana, OZ, 11967, pp. 423-424].

Libertad y preordenación
Es cierto también que todo ha sido preordenado por Dios. Pero como después de haber
reconocido ya a Dios percibimos que hay en Él tan inmenso poder que pensamos que es ilícito
estimar que alguna vez podamos hacer algo que previamente no lo haya preordenado Él mismo,
fácilmente podemos enredarnos en grandes dificultades si intentaremos conciliar esta
preordenación de Dios con la libertad de nuestro arbitrio y comprender simultáneamente una y
otra. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA – I, a. XL [AT, VIII, 20; Sudamericana, OZ, 11967, p.
328].

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Cómo se concilian a la vez la libertad de nuestro arbitrio y la preordenación de Dios. Pero


evitaremos esas dificultades si recordamos que nuestra mente es finita; que es, en cambio,
infinito el poder de Dios, por el que no sólo ha conocido anticipadamente desde la eternidad
todo lo que es o puede ser, sino que también lo quiso y preordenó; y, por consiguiente,
alcanzamos por cierto lo suficiente como para percibir clara y distintamente que existe en Dios,
pero no lo comprendemos bastante como para ver de qué modo deje indeterminadas las libres
acciones de los hombres; pero somos tan conscientes de la libertad y de la indiferencia que
existen en nosotros, que nada hay que comprendamos con más evidencia y perfección. Sería,
por consiguiente, absurdo, por no comprender una cosa, que por su naturaleza sabemos que nos
debe resultar incomprensible, dudar de otra que comprendemos íntimamente y experimentamos
en nosotros mismos. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA, I, a. XLI [AT, VIII, 20; Sudamericana,
OZ, 11967, pp. 328-9].

Libertad divina
[...] En cuanto a la dificultad de concebir cómo Dios ha sido libre e indiferente para hacer que
no fuera cierto que los tres ángulos de un triángulo fuesen iguales a dos rectos o en general que
los contradictorios no puedan existir juntos, se la puede suprimir fácilmente considerando que
el poder de Dios no puede tener ningún límite; después también considerando que nuestro
espíritu es finito y creado de tal naturaleza que puede concebir como posibles las cosas que
Dios ha querido que fueran verdaderamente posibles, pero no de tal naturaleza que pueda
también concebir como posibles las que Dios hubiera podido hacer posibles pero que, sin
embargo, ha querido hacer imposibles. Pues la primera consideración nos hace conocer que
Dios no puede haber sido determinado a hacer que fuese verdadero que los contradictorios no
puedan existir juntos y que, por consiguiente, ha podido hacer lo contrario; después el otro nos
asegura que, aunque esto sea verdadero, no debemos tratar de comprenderlo, porque nuestra
naturaleza no es capaz de ello. Y aunque Dios haya querido que algunas verdades fuesen
necesarias, esto no significa que las haya querido necesariamente, pues es completamente
diferente querer que fueran necesarias y quererlo necesariamente, o estar necesitado a quererlo.
Confieso que hay contradicciones que son tan evidentes que no las podemos representar a
nuestro espíritu sin juzgarlas enteramente imposibles como la que usted propone: Que Dios
hubiera podido hacer que las criaturas no fuesen dependientes de Él. Pero no debemos
representárnoslas para conocer la inmensidad de su poder, ni concebir ninguna preferencia o
prioridad entre su entendimiento y su voluntad, pues la idea que tenemos de Dios enseña que en
Él hay una sola acción, completamente simple y completamente pura, lo que expresan muy

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bien estas palabras de San Agustín: Quia vides ea, sunt, etc. [porque las ves son], puesto que en
Dios videre et velle [ver y querer] no son más que una misma cosa. CARTA A MESLAND, 2
de mayo de 1644 [AT, IV, 118-9; Sudamericana, OZ, 11967, pp. 425-426].

[...] Pero no dejaría de tocar en una física muchas cuestiones metafísicas y particularmente ésta:
que las verdades matemáticas, que usted llama eternas, han sido establecidas por Dios y
dependen enteramente de Él, lo mismo que todo el resto de las criaturas. En efecto, decir que
estas verdades son independientes de Él es hablar de Dios como de un Júpiter o Saturno y
someterlo a la Estigia y a los destinos. De ningún modo tema, se lo ruego, asegurar y publicar
en todas partes que es Dios quien ha establecido estas leyes en la naturaleza como un rey
establece leyes en su reino. Ahora bien, no existe ninguna en particular que no podamos
comprender, si nuestro espíritu se aplica a considerarla, y todas ellas son mentibus nostris
ingenitae [innatas en nuestros espíritus], como un rey que grabara sus leyes en el corazón de
todos sus súbditos, si pudiera hacerlo. Por el contrario, nosotros no podemos comprender la
grandeza de Dios aunque la conozcamos. Pero por lo mismo que la juzgamos incomprensible la
estimamos más; lo mismo que un rey tiene más majestad cuando es conocido menos
familiarmente por sus súbditos, siempre que, sin embargo, no piensen por esto estar sin rey y
que lo conozcan bastante como para no dudar en nada de él. Le dirán a usted que si Dios ha
establecido estas verdades, las podría cambiar como un rey hace con sus leyes; a lo que hay que
responder que sí, si su voluntad puede cambiar. –Pero yo las comprendo como eternas e
inmutables. –Y pienso lo mismo de Dios. Pero su voluntad es libre. –Sí, pero su poder es
incomprensible; y generalmente podemos asegurar que Dios puede hacer todo lo que podemos
comprender; pero no que no puede hacer lo que no podemos comprender; pues sería temerario
pensar que nuestra imaginación tiene tanta extensión como su poder. Espero escribir esto,
incluso antes de quince días en mi física, pero de ningún modo le pido por esto que lo
mantenga en secreto; por el contrario, lo invito a decirlo tan a menudo como se lo permita la
ocasión siempre que sea sin nombrarme, pues me gustaría conocer las objeciones que se podrán
formular y también que la gente se acostumbre a oír hablar de Dios más dignamente, me parece,
de lo que habla el vulgo, que casi siempre lo imagina como una cosa finita. CARTA A
MERSENNE, 15 de abril de 1630, [AT, I, 145-6; Sudamericana, OZ, 11967, pp. 353-4].

Usted me pregunta in quo genere causae Deus disposuit aeternas veritates [en qué género de
causa Dios colocó las verdades eternas]. Le respondo que ha creado todas las cosas in eodem
genere causae [dentro del mismo género de causa], es decir, ut efficiens et totalis causa [como

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causa eficiente y total]. Pues es cierto que es autor tanto de la esencia como de la existencia de
las criaturas: ahora bien, esta esencia no es otra cosa que esas verdades que no concibo que
emanan de Dios, como los rayos del sol, pero sé que Dios es autor de todas las cosas y que esas
verdades son algo y, por consiguiente, que es Él su Autor. Digo que lo sé y no que lo concibe ni
que lo comprendo. Pues se puede saber que Dios es infinito y todopoderoso, aunque nuestra
alma por ser finita no lo pueda comprender ni concebir; lo mismo que podemos muy bien tocar
con las manos una montaña pero no abrazarla, como haríamos con un árbol o con cualquier
cosa que no excediera el tamaño de nuestros brazos; pues comprender es abrazar con el
pensamiento; pero para saber algo basta con tocarlo con el pensamiento. También me pregunta
qué necesidad ha tenido Dios de crear esas verdades y digo que Él ha sido tan libre de hacer
que no fuera verdadero que todas las líneas tiradas del centro a la circunferencia fuesen iguales
como de no crear el mundo. Y es cierto que estas verdades no están unidas con mayor
necesidad a su esencia que las demás criaturas. Usted me pregunta qué ha hecho Dios para
producirlas. Le digo que ex hoc ipso quod illas ab aeterno esse voluerit et intellexerit, illas
creavit [porque ha querido y entendido que ellas existieran desde la eternidad, las creó] o –si
usted sólo atribuye la palabra creavit [creó] a la existencia de las cosas– illas disposuit et fecit
[las estableció e hizo]. Pues en Dios es lo mismo querer, entender y crear, sin que uno preceda
a lo otro, nequidem ratione [ni siquiera lógicamente]. CARTA A MERSENNE, Amsterdam, 27
de mayo de 1630, [AT, I, 151-2; Sudamericana, OZ, 11967, pp. 356-357].

Mathesis universalis
[…] Y habiéndome llevado estos pensamientos del estudio especial de la aritmética y la
geometría a una investigación general de la matemática, me preguntaba en primer lugar qué se
entiende exactamente por este nombre y por qué se consideraban como partes de la matemática
no sólo las disciplinas ya nombradas, sino también la astronomía, la música, la óptica, la
mecánica y muchas otras ciencias. Pues aquí no basta conocer la etimología de la palabra, ya
que siendo disciplina el significado exacto del término matemática [las ciencias que acabamos
de mencionar] no tendrían menos derecho que la geometría al nombre de matemática. Pero
vemos que no existe casi nadie, con tal que apenas haya pisado los umbrales de las escuelas,
que no distinga fácilmente, entre los objetos que se le presentan a su consideración, los que
pertenecen a la matemática de los que se refieren a otras disciplinas. Y si se reflexiona en esto
con mayor atención se descubre al fin que únicamente se refiere a la matemática todo aquello /
en que se examina el orden o la medida, importando poco si se busca tal medida en números,
figuras, astros, sonidos, o cualquier otro objeto; y por lo tanto, que debe existir una ciencia
general que explique todo aquello que puede investigarse acerca del orden y la medida sin

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aplicación a ninguna materia especial, y que el nombre de esa ciencia no es un barbarismo, sino
el antiguo y usual de matemática universal, porque contiene todo aquello que hace que
llamemos partes de la matemática a las demás ciencias. La medida en que esta disciplina supera
en utilidad y facilidad a las demás que de ella dependen la da claramente el hecho de que se
extiende a los mismos objetos a que se extienden las restantes y a muchos más, y si contiene
algunas dificultades, se las encuentra también en aquéllas, junto con otras dificultades que
proceden de sus respectivos objetos particulares y de las que ella carece. Pero si todo el mundo
conoce ahora su nombre y comprende su objeto, aunque no fije su atención en él, ¿por qué la
mayoría se dedica trabajosamente a la investigación de las otras disciplinas que dependen de
ella y ninguno en cambio se preocupa de aprenderla a ella misma? Me extrañaría en verdad si
no supiera que todos la consideran facilísima, y si no hubiera caído en la cuenta hace ya tiempo
de que el espíritu humano, haciendo a un lado lo que espera conseguir fácilmente, se apresura a
lanzarse hacia lo nuevo y más elevado.
Pero por lo que a mí respecta, consciente de mi debilidad me propuse observar tenazmente en
la investigación del conocimiento un orden tal, / que comenzando siempre por las cosas más
fáciles y simples, no me permita pasar a otras sino cuando parezca que ya nada ignore de las
primeras; por eso cultivé hasta ahora, en lo que ha dependido de mí, esta matemática universal,
de modo que creo poder tratar en adelante, sin ningún esfuerzo prematuro, ciencias un poco
más elevadas. […] REGLAS PARA LA DIRECCIÓN DEL ESPÍRITU, Regla IV, [AT, X,
377-379; Sudamericana, OZ, pp. 50-52.]

Método
[…] Entiendo por método, reglas ciertas y fáciles, cuya / rigurosa observación impide que
jamás se suponga verdadero lo falso y hace que la inteligencia sin gasto inútil de esfuerzos sino
aumentando siempre la ciencia, llegue al verdadero conocimiento de todo lo que es capaz.
REGLAS PARA LA DIRECCIÓN DEL ESPÍRITU, Regla IV, [AT, X, 371-372; Sudamericana,
OZ, p. 45.]

Método - Su carácter innato


Puesto que la utilidad de este método es tan grande que entregarse sin él al estudio de las letras
parece más nocivo que provechoso, he llegado fácilmente a la convicción de que ya hace
tiempo los espíritus superiores lo entrevieron, sin otro guía tal vez que la naturaleza. Tiene, en
efecto, la inteligencia humana un no sé qué de divino, y las primeras semillas de los
pensamientos útiles fueron depositadas en ella de modo que, aun desdeñadas y sofocadas por

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estudios contrarios, producen a menudo un fruto espontáneo. Experimentamos esto en las


ciencias más fáciles, la aritmética y la geometría; pues alcanzamos a vislumbrar que los
antiguos geómetras utilizaron una forma de análisis que extendían a la solución de todos los
problemas, aun cuando tuvieron recelo de transmitirlo a la posteridad. Y ahora florece una
especie de aritmética –la denominan álgebra– que permite hacer con los números lo que los
antiguos hacían con las figuras. Y estas dos disciplinas no son más que los frutos espontáneos
surgidos de los principios innatos de este método; y no me extraña que estos frutos hayan
alcanzado más afortunado desarrollo en estas artes cuyos objetos son muy simples que en las
otras, en donde suelen ahogarlos mayores obstáculos. Pero donde, sin embargo, podrán
alcanzar también perfecta madurez con un cultivo muy cuidadoso. REGLAS PARA LA
DIRECCIÓN DEL ESPÍRITU, Regla IV, [AT. X 373, Sudamericana, OZ, pp. 46-47]

Método – Su carácter metafísico


[…] Este es el fin principal que me he propuesto en el presente tratado [Reglas para la
dirección del espíritu]; y no tendría mucho aprecio por estas reglas, si no bastaran más que
para resolver los vanos problemas con que los calculadores [los aritméticos] y los geómetras
han solido entretener sus ocios; pues entonces creería no haberme distinguido sino por
ocuparme de bagatelas acaso con mayor sutileza que los demás. Y aunque / voy a hablar con
frecuencia aquí de figuras y de números, porque no hay ninguna otra disciplina de la que
puedan extraerse ejemplos tan evidentes y tan ciertos, sin embargo, cualquiera que siga mi
pensamiento con atención observará fácilmente que de ningún modo pienso aquí en la
matemática usual, sino que expongo otra disciplina, de la cual aquéllos [las figuras y los
números] son su envoltura, más que una parte. Pues esta disciplina debe contener los primeros
rudimentos de la razón humana y debe extenderse hasta extraer de cualquier asunto las
verdades que encierra; y para decirlo francamente, tengo la convicción de que es preferible a
todo otro conocimiento que nos hayan transmitido los hombres, puesto que es la fuente de
todos los demás. Y si he hablado de envoltura no es que quiera cubrir con ella esta doctrina y
envolverla, para alejarla del vulgo, sino, por el contrario, quiero vestirla y adornarla de modo
que pueda estar más al alcance del espíritu humano. […] REGLAS PARA LA DIRECCIÓN
DEL ESPÍRITU, Regla IV, [AT. X 373-4, Sudamericana, OZ, pp. 47-48]

Modo (ver Atributo)

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Modos de la sustancia extensa y de la sustancia pensante


De qué modo pueden conocerse [pensamiento y extensión] distintamente también como modos
de la sustancia.
El pensamiento y la extensión también pueden ser tomados por modos de la sustancia, a saber,
en cuanto una y la misma mente puede tener muchos pensamientos diversos, y uno y el mismo
cuerpo, conservando su misma cantidad, puede ser extenso de muchos modos diversos, ya más
en largo y menos en ancho o profundidad, y poco después, por el contrario, más en ancho y
menos en largo. Y entonces se distinguen modalmente de la sustancia y se pueden entender tan
clara y distintamente como ella misma: con tal de que no sean considerados como sustancias, o
ciertas cosas separadas de otras, sino solamente como modos de las cosas. Pues, como los
consideramos en las sustancias de las que son modos, los distinguimos de estas sustancias y los
reconocemos como realmente son. Pero si, por el contrario, quisiéramos considerarlos sin las
sustancias en que están, por eso mismo los consideraríamos como cosas subsistentes y
confundiríamos así las ideas de modo y de sustancia. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA – I, a.
LXIV, [AT, VIII, 31; Sudamericana, OZ, 11967, p. 340].

En nosotros sólo hay dos modos de pensar, a saber: la percepción del entendimiento y la
operación de la voluntad.
Porque todos los modos de pensar que experimentamos en nosotros pueden referirse a dos
modos generales: uno es la percepción, o sea la operación del entendimiento; el otro, la
volición, u operación de la voluntad. Pues sentir, imaginar y simplemente entender, son sólo
diversos modos de percibir; como también desear, sentir aversión, afirmar, negar, dudar, son
diversos modos de querer. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA – I, a. XXXII, [AT, VIII, 17;
Sudamericana, OZ, 11967, p. 325].

Movimiento local
Sobre lo que es el movimiento según el uso común.
El movimiento (es decir, aquel movimiento que se desarrolla desde un lugar a otro, pues el
único que concibo y tampoco creo que sea preciso suponer otro en la naturaleza), no es otra
cosa, tal y como de ordinario se entiende, que LA ACCIÓN POR LA CUAL UN CUERPO PASA DE UN

LUGAR A OTRO LUGAR. Y de igual modo que anteriormente hemos señalado que una misma cosa
en un mismo tiempo cambia de lugar y no cambia, de igual modo podemos decir que se mueve
y no se mueve. Es así, pues, por ejemplo, quien está sentado en la popa de un barco al que el
viento impulsa, cree moverse cuando solamente presta atención a la ribera de la que ha partido

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y a la que considera inmóvil, y no cree moverse cuando solamente atiende al barco sobre el que
se encuentra por cuanto no cambia de situación respecto de sus partes. Sin embargo, a causa de
que estamos acostumbrados a pensar que no hay movimiento sin acción, diremos que está en
reposo quien permanece sentado del modo indicado, puesto que no siente en sí acción alguna;
tal es la forma común de hablar. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA – II, a. XXIV, [Alianza,
Traducción de la versión francesa de Guillermo Quintás [GQ]; 1995, p. 87].

Movimiento como Traslación


Ahora bien, si en vez de satisfacernos con lo que solamente tiene como fundamento el uso
ordinario, deseamos saber lo que en verdad es el movimiento, diremos, con el fin de atribuirle
una naturaleza determinada, que es LA TRASLACIÓN DE UNA PARTE DE LA MATERIA O DE UN

CUERPO DE LA VECINDAD DE LOS QUE CONTACTAN INMEDIATAMENTE CON ÉL Y QUE

CONSIDERAMOS COMO EN REPOSO A LA VECINDAD DE OTROS. Entiendo por UN CUERPO o bien


por UNA PARTE DE LA MATERIA todo lo que es transportado a la vez, aunque esté compuesto de
partes diversas que emplean su agitación para producir otros movimientos. Y digo que es LA
TRASLACIÓN y no digo la acción o la fuerza que transporta con el fin de mostrar que el
movimiento siempre está en el móvil y no en aquel que mueve, pues me parece que no existe
costumbre de distinguir con cuidado estas dos cosas. Además, entiendo que es una propiedad
del móvil y no una substancia, de igual modo que la figura es una propiedad de la cosa que
tiene figura y el reposo lo es de la cosa que está en reposo. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA – II,
a. XXV, [Alianza, GQ; 1995, pp. 87-88].

Nociones comunes
Las verdades eternas no pueden ser enumeradas así, ni tampoco es necesario.
[…] Mas cuando reconocemos que no puede suceder que de la nada se haga algo, entonces,
esta proposición: De la nada, nada se hace¸ no se considera como una cosa existente, ni
tampoco como un modo de la cosa, sino como una verdad eterna que reside en nuestra mente y
que se llama noción común o axioma. / De este género son: Es imposible que algo sea y no sea
a la vez; lo que ha sido hecho no puede ser no hecho; el que piensa no puede no existir
mientras piensa y otras innumerables a las que por cierto no se puede fácilmente enumerar,
pero tampoco ignorar cuando se presenta la ocasión de pensar en ellas y no estamos cegados
por ningún prejuicio. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA, I, a. XLIX, [AT, VIII, 23-24;
Sudamericana, OZ, 11967, p. 332].

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Esas verdades son claramente percibidas, pero no todas por todos a causa de los prejuicios.
Y en verdad, en cuanto a estas nociones comunes, no es dudoso que pueden ser percibidas clara
y distintamente, pues de otro modo no deberían llamarse nociones comunes; como también no
cabe duda en verdad que no todos consideran a algunas de ellas igualmente merecedoras de ese
nombre, porque no todos las perciben igualmente. Pero no, según pienso, porque la facultad de
conocer de un hombre se extienda más que la de otro, sino porque casualmente esas nociones
comunes se oponen a las opiniones prejuiciosas de algunos hombres, que por eso mismo no las
pueden aprehender fácilmente, aunque algunos otros que están libres de esos prejuicios las
perciben con toda evidencia. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA, I, a. L, [AT, VIII, 24;
Sudamericana, OZ, 11967, pp. 332-333].

Pensamiento
Con el nombre de pensamiento, comprendo todo lo que está en nosotros de modo tal, que
somos inmediatamente conscientes de ello. Así, son pensamientos todas las operaciones de la
voluntad, del entendimiento, de la imaginación y de los sentidos. Mas he añadido
inmediatamente, a fin de excluir las cosas que dependen y son consecuencia de nuestros
pensamientos: por ejemplo, el movimiento voluntario cuenta con la voluntad, desde luego,
como principio suyo, pero él mismo no es un pensamiento. RESPUESTAS A LAS
SEGUNDAS OBJECIONES, RAZONES que prueban la existencia de Dios y la distinción que
existe entre el espíritu y el cuerpo humano, dispuestas de una manera geométrica. Definición I.
[AT, IX, 124. Alfaguara, VP, 1977, p. 129]

Realidad formal y eminente de las causas de las ideas


Toda cuanta realidad o perfección hay en una cosa, se halla formalmente, o bien
eminentemente, en su causa primera y total. RESPUESTAS A LAS SEGUNDAS
OBJECIONES, RAZONES que prueban la existencia de Dios y la distinción que existe entre el
espíritu y el cuerpo humano, dispuestas de una manera geométrica. Axioma IV [AT, IX, 128.
Alfaguara, VP., 1977, p.133]

De ello se sigue también que la realidad objetiva de nuestras ideas requiere una causa que
contenga esa misma realidad, no sólo objetivamente, sino formalmente, o eminentemente. Y
debe notarse que este axioma es tan necesario, que de él solo depende el conocimiento de todas
las cosas, tanto sensibles como no sensibles. Así, por ejemplo, ¿por qué sabemos que el cielo

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existe? ¿Será porque lo vemos? Mas dicha visión no afecta al espíritu sino en tanto que idea:
una idea, digo, inherente al mismo espíritu, y no una imagen pintada en la fantasía; y, a
propósito de esa idea, no podemos creer que existe el cielo, si no suponemos que la realidad
objetiva de toda idea debe tener una causa que exista realmente, cuya causa juzgamos ser el
cielo mismo; y lo mismo ocurre con las demás ideas. RESPUESTAS A LAS SEGUNDAS
OBJECIONES, RAZONES que prueban la existencia de Dios y la distinción que existe entre el
espíritu y el cuerpo humano, dispuestas de una manera geométrica. Axioma V. [AT, IX, 125.
Alfaguara, VP., 1977, p. 133]

De las mismas cosas, se dice que están formalmente en los objetos de las ideas, cuando están en
ellos tal como las concebimos nosotros; y se dice que están eminentemente, cuando no están de
ese modo, pero son tan grandes que pueden suplir ese defecto con su excelencia.
RESPUESTAS A LAS SEGUNDAS OBJECIONES, RAZONES que prueban la existencia de
Dios y la distinción que existe entre el espíritu y el cuerpo humano, dispuestas de una manera
geométrica. [AT, IX, 125. Definición IV - Alfaguara, VR, 1977, p. 130.]

Cuanto mayor es la perfección objetiva de cualquiera de nuestras ideas, tanto mayor debe ser
su causa.
Pero avanzando en la consideración de las ideas que tenemos en nosotros realmente vemos que,
en cuanto son ciertos modos de pensar, no difieren mucho entre sí; pero que son muy diferentes
en cuanto una representa una cosa y otra representa otra; y que tanto más perfecta debe ser su
causa cuanto mayor perfección objetiva contienen. Pues lo mismo que el que tiene la idea de
una máquina muy complicada puede preguntarse con razón la causa de que la tenga: ya sea
haber visto una máquina semejante que otro fabricó, o bien haber aprendido tan
concienzudamente la ciencia de la mecánica o poseer un ingenio tan vigoroso que haya podido
inventarla por sí mismo, sin verla en ninguna parte. Pues toda la complejidad que en aquella
idea está contenida solo objetivamente o como en imagen debe estar contenida en su causa, sea
la que fuere, no sólo objetiva o representativamente, sino en realidad formal o eminentemente,
al menos en la primera y principal. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA, I, a. XVII, [AT, VIII, 11;
Sudamericana, OZ, 11967, p. 319].

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Realidad objetiva de las ideas


Por realidad objetiva de una idea, entiendo el ser o la entidad de la cosa representada por la
idea, en cuanto esa entidad está en la idea; y en el mismo sentido puede hablarse de una
perfección objetiva, un artificio objetivo, etc. Pues todo cuanto concebimos que está en los
objetos de las ideas, está también objetivamente, o por representación, en las ideas mismas.
RESPUESTAS A LAS SEGUNDAS OBJECIONES, RAZONES que prueban la existencia de
Dios y la distinción que existe entre el espíritu y el cuerpo humano, dispuestas de una manera
geométrica. Definición III. [AT, IX, 124. Alfaguara, VR, 1977, pp. 129-130.]

La idea de sol es el sol mismo tal como existe en el entendimiento, no en verdad formalmente
tal como está en el cielo, sino objetivamente, es decir, de la manera en que los objetos suelen
existir en el entendimiento. RESPUESTAS A LAS PRIMERAS OBJECIONES, [AT, IX, 82.
Alfaguara VP, 1977, p. 88.]

Síntesis (ver Análisis y síntesis)

Sueño, Objeción de Hobbes al límite del argumento del


Pregunto si es o no cierto que una persona que está soñando que duda de si sueña o no, puede
soñar que su sueño está unido y enlazado con las ideas de una larga serie de cosas pasadas. Si
puede, las cosas que al durmiente le parecen ser acciones de su vida pasada, pueden ser tenidas
por verdaderas, como si estuviera despierto. […] TERCERAS OBJECIONES, [AT, IX, 152.
Alfaguara VP, 1977, p. 159.

Sueño, Respuesta de Descartes a la objeción de Hobbes acerca del alcance del argumento del
Quien duerme y sueña no puede enlazar y juntar, de un modo perfecto y verdadero, sus
ensueños con las ideas de las cosas pasadas, aun cuando puede soñar que las une. Pues ¿quién
niega que el que duerme puede equivocarse? Mas, una vez despierto, conocerá con facilidad su
error. […] RESPUESTAS A LAS TERCERAS OBJECIONES, [AT, IX, 152. Alfaguara VP,
1977, p. 159]

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Sustancia
Toda cosa en la cual, como en su sujeto, está ínsito algo, o sea, por la cual existe algo que
concebimos, es decir, alguna propiedad, cualidad o atributo del que tenemos en nosotros una
idea real, es llamada Substancia. Pues la sola idea precisa de substancia que tenemos es la de
que se trata de una cosa en la cual existe formalmente o eminentemente lo que concebimos, o
sea, lo que está objetivamente en alguna de nuestras ideas, pues la luz natural nos enseña que la
nada no puede tener atributo alguno real. RESPUESTA A LAS SEGUNDAS OBJECIONES.
RAZONES que prueban la existencia de Dios y la distinción que existe entre el espíritu y el
cuerpo humano, dispuestas de una manera geométrica. Definición V. [AT, IX, 125. Alfaguara,
VP, 1977, p. 130]

Qué es sustancia y por qué ese nombre no conviene unívocamente a Dios y a las criaturas.
Ahora bien, en cuanto a aquellas que miramos como cosas o modos de las cosas, vale la pena
considerarlas a cada una por separado. Por sustancia no podemos entender ninguna otra cosa
sino la que existe de tal manera que no necesita de ninguna otra para existir. Y, en verdad,
sustancia que no necesite en absoluto de ninguna otra sólo puede concebirse una: Dios. Pero
percibimos que todas las otras no pueden existir sin el concurso de Dios. Y por eso el término
sustancia no conviene a Dios y a ellas unívocamente, como se suele decir en las Escuelas, esto
es, no puede concebirse distintamente ninguna significación de ese término que sea común a
Dios y a las criaturas. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA — I, a. LI, [AT, VIII, 24; Sudamericana,
OZ, 11967, p. 333].

Sustancia finita o creada


Por qué conviene unívocamente a la mente y al cuerpo, y cómo se conoce.
Ahora bien, la sustancia corpórea y la mente, o sea la sustancia pensante creada, pueden
entenderse bajo este concepto común de sustancia: porque son cosas que sólo necesitan del
concurso de Dios para existir. Sin embargo, no se puede advertir en primer término la sustancia
sólo porque sea una cosa que existe, puesto que esto no nos afecta por sí mismo: pero
fácilmente la reconocemos por cualquier atributo suyo, por aquella noción común de que no
hay ningún atributo o ninguna propiedad, o cualidad de la nada. Del hecho, pues, de percibir la
presencia de algún atributo, concluimos que necesariamente está presente también alguna cosa
existente o sustancia a la que se pueda atribuir aquél. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA – I, a. LII,
[AT, VIII, 24-25; Sudamericana, OZ, 11967, p. 333-334].

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Tiempo (ver Duración)

Tiempo, Independencia de las partes del


El tiempo presente no depende del inmediatamente anterior; por ello, no es menor la causa que
se precisa para conservar una cosa, que para producirla por vez primera. RESPUESTA A LAS
SEGUNDAS OBJECIONES. RAZONES que prueban la existencia de Dios y la distinción que
existe entre el espíritu y el cuerpo humano, dispuestas de una manera geométrica. Axioma II.
[AT, IX, 127. Alfaguara, VP, 1977, p. 133]

Universales
Cómo se forman los universales; y que son cinco universales conocidos: género, especie,
diferencia, propio, accidente.
Estos universales [como el número] se forman por el mero hecho de que empleamos una sola y
misma idea para pensar todos los individuos que son semejantes entre sí: como también
imponemos un solo y mismo nombre a todas las cosas representadas por esta idea, nombre que
es universal. Así, cuando vemos dos piedras y no atendemos a la naturaleza de las mismas, sino
tan sólo al hecho de que son dos, formamos la idea del número que llamamos dos; y cuando
luego vemos dos aves o dos árboles y tampoco consideramos su naturaleza, sino sólo que son
dos, repetimos la misma idea que antes, la cual por eso es universal, de suerte que también a
este número lo llamamos con el mismo nombre universal dos. Igualmente cuando / miramos
una figura comprendida entre tres líneas nos formamos una idea de ella que llamamos idea del
triángulo, y luego nos servimos de ella como universal para presentar a nuestro espíritu todas
las demás figuras comprendidas entre tres líneas. Y cuando advertimos que de los triángulos
unos tienen un ángulo recto y otros no, formamos la idea universal de triángulo rectángulo que,
referida a la precedente como más general, se llama especie. Y aquella rectitud del ángulo es la
diferencia universal, por la cual todos los triángulos rectángulos se distinguen de los demás. Y
el que en ellos el cuadrado de la base sea igual al cuadrado de los lados es una propiedad que
conviene a todos éstos y sólo a éstos. Y por último, si supusiéramos que de estos triángulos
algunos se mueven y otros no, esto sería en ellos un accidente universal. Y de esta manera se
suelen contar cinco universales: el género, la especie, la diferencia, el propio y el accidente.
PRINCIPIOS DE FILOSOFIA – I, a. LIX, [AT, VIII, 17-18; Sudamericana, OZ, 11967, pp.
336-7].

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Veracidad
Nunca nos equivocamos cuando asentimos sólo a lo percibido clara y distintamente.
En cambio es cierto que nunca admitiremos nada falso como verdadero si tan sólo prestamos
asentimiento a lo que percibimos clara y distintamente. Cierto, digo, porque como Dios no es
engañoso, la facultad de percibir que nos ha dado no puede tender a lo falso, como tampoco la
facultad de asentir, cuando se extiende tan sólo a lo que se percibe claramente. Y aun cuando
esto no se pudiera probar de ningún modo, de tal manera la naturaleza lo ha impreso en todos
los espíritus, que siempre que percibimos algo claramente asentimos a ello de modo espontáneo
y de ninguna manera podemos dudar de que sea verdadero. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA – I,
a. XLIII, [AT, VIII, 21; Sudamericana, OZ, 11967, pp. 329-330].

Nosotros no nos equivocamos sino cuando juzgamos de una cosa insuficientemente percibida.
Ahora bien, cuando percibimos algo, con tal de que no afirmemos o neguemos absolutamente
nada de ello, es manifiesto que no nos equivocamos; como tampoco nos equivocamos cuando
afirmamos o negamos que sólo lo que percibimos clara y distintamente debe afirmarse o
negarse así; sino únicamente nos equivocamos cuando, como suele suceder, juzgamos sobre
algo, aunque, sin embargo, no lo percibamos bien. PRINCIPIOS DE FILOSOFIA – XXXIII,
[AT, VIII, 17-18; Sudamericana, OZ, 11967, p. 326].

Verdad (ver Evidencia)

Verdad como noción innata

Por lo demás, me he procurado tiempo para leer el libro que tuvo la gentileza de enviarme [De
Veritate (Sobre la verdad) de Herbert de Cherbury (1538-1648)], y como me ha pedido mi
parecer y trata de un tema en el que he trabajado toda mi vida, pienso que le debo escribir de
él aquí. Encuentro en él muchas cosa muy buenas, sed non publici saporis [pero no del
agrado de la gente] pues pocas personas son capaces de entender la metafísica. Y el libro en
general toma un camino muy diferente del que yo he seguido. Examina qué es la verdad; y en
cuanto / a mí nunca he dudado de ella, pues me parece una noción tan trascendentalmente
clara que es imposible ignorarla: en efecto, tenemos muchos medios para examinar una
balanza antes de emplearla, pero no tenemos ninguno para aprender lo que es la verdad si no
la conociéramos por naturaleza. Pues, ¿qué razón tendríamos para asentir al que nos la
enseñara si no supiéramos que es verdadera, es decir, si no conociéramos la verdad? Así se
puede explicar bien quid nominis [el sentido de la palabra] a los que no entienden el lenguaje

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y decirles que esta palabra verdad, en su apropiada significación, denota la conformidad del
pensamiento con el objeto, pero que cuando se lo atribuye a las cosas que están fuera del
pensamiento significa sólo que estas cosas pueden servir de objetos a pensamientos
verdaderos, sea a los nuestros, sea a los de Dios; pero no se puede dar ninguna definición
lógica que ayude a conocer su naturaleza. Y creo lo mismo de muchas otras cosas que son
muy simples y se conocen naturalmente, como la figura, la magnitud, el movimiento, el lugar,
el tiempo, etc., de manera que cuando se quiere definir estas cosas se las oscurece y se las
complica. Pues, por ejemplo, el que se pasea por una sala da a entender mejor qué es el
movimiento que el que dice: est actus entis in potentia prout in potentia [es el acto del ser en
potencia en cuanto es en potencia] y así las demás. [...] CARTA A MERSENNE del 16 de
octubre de 1639, [AT, II, 596-597; Sudamericana, OZ, 11967, pp. 371-372].

Verdades eternas (ver Libertad divina y Nociones comunes)

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