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Francia: Fortalecer el PCF, restablecer el marxismo

Preámbulo:

El gobierno Sarkozy es, sin lugar a duda, el más reaccionario que haya conocido Francia desde
la Segunda Guerra Mundial, es decir desde el gobierno del mariscal Pétain. La multiplicidad de
engaños y cortinas de humo cuidadosamente organizados desde el Palacio del Eliseo no logran
ocultar los verdaderos objetivos del poder establecido. “Reforma” tras “reforma”, de lo que se
trata es de desmantelar, trozo a trozo, todas las conquistas sociales del pasado, sometiendo la
vida social y económica del país, en todos sus aspectos, a la ley de la ganancia, de reducir al
trabajador a la condición de mera “materia prima” desechable según la conveniencia. Este
programa no cae del cielo. Responde a las necesidades de un sistema que ya no puede seguir
existiendo más que en detrimento de la inmensa mayoría de la población.

Durante la campaña de las elecciones presidenciales, Sarkozy alcanzó las más altas cumbres de
la mentira y la hipocresía. Iba a cuidar de los pobres, los oprimidos, los parados y los obreros. El
desencanto no tardó en apoderarse de aquellos que creyeron en sus promesas. La política de
Sarkozy responde exclusivamente a las exigencias de la clase capitalista. Pudo contar con el
apoyo de la poderosa industria mediática en manos de los capitalistas, siendo la manipulación
de la opinión pública por los medios un factor importante para la victoria de la derecha. Sin
embargo, la explicación fundamental de la derrota de la izquierda se halla en la deriva
derechista de la dirección del Partido Socialista.

Ségolène Royal y la dirección del PS basaron su campaña en el programa más vacío y


conservador que recuerda la historia del movimiento socialista. La deserción del secretario
nacional de economía del PS, Eric Besson, en víspera de la primera vuelta de las presidenciales,
no hizo más que subrayar las similitudes entre el programa del PS y el de Sarkozy. Los dirigentes
del PS, entregados en cuerpo y alma al capitalismo, bien considerados entre los burgueses y
cómodamente instalados en las instituciones, se pasaron el tiempo resaltando sus “puntos de
convergencia » con la UDF (1). El programa del PS no contenía ninguna medida capaz de
mejorar significativamente la situación de las víctimas del capitalismo, y por tanto de despertar
su entusiasmo, teniendo como consecuencia el que numerosos trabajadores y jubilados se
dejaran engañar por el discurso demagógico de Sarkozy.

Sin embargo, las perspectivas económicas, sociales y politicas que se auguran para Francia en
el próximo periodo no justifican de ninguna manera el sentimiento de desmoralización y
abatimiento que se pudo instalar entre algunos militantes de la izquierda en el momento de la
derrota de abril de 2007.

La “popularidad » de Sarkozy cayó de forma muy rápida. La montaña de subterfugios y falsas


promesas que lo aupó al poder se está derrumbando. El radiante horizonte descrito por el
ilusionista Sarkozy y sus aliados mediáticos, donde los méritos y el esfuerzo de todos se verían
recompensados, donde se reduciría la pobreza y las desigualdades, donde se castigaría a los
“patronos gamberros », jamás se alcanzará.

Como consecuencia de ello, Sarkozy se halla sentado sobre una carga cada vez más potente de
material social explosivo. Veremos grandes acontecimientos en el próximo periodo.
Frente a la regresión social y a los ataques de la derecha, los trabajadores y los jóvenes
necesitan más que nunca un Partido Comunista fuerte y combativo.

El partido debe mantenerse y fortalecerse, ampliar su influencia.

Esto implica una evaluación crítica, sin paliativos, del programa y de la orientación del partido
en el último periodo. No hay nada irremediable en los errores y extravíos que se hallan a la
base del debilitamiento del PCF. Rechazamos de manera categórica los argumentos de aquellos
que ven en las dificultades del último periodo las pruebas de una decadencia “histórica », y por
tanto irreversible, de nuestro partido.

Hay que descartar de forma definitiva la idea de disolver el partido o transformarlo en “otra
cosa ». Mediante el esfuerzo de todos los comunistas, se puede lograr que el programa y la
acción del partido esté a la altura de los desafíos de nuestra época, es decir la lucha para
liberar a la humanidad de la explotación capitalista.

1. El contexto internacional

La característica predominante de la economía, en nuestra época, es la intensificación de la


división internacional del trabajo. Hoy más que nunca, el mercado mundial imprime su huella
sobre el conjunto de las relaciones sociales, políticas y militares hasta el punto en que ningún
país, por poderoso que sea, puede escapar a su influencia.

Las perspectivas para Francia no son pues un asunto “francés” en primer término.

Es imposible comprender la posición real del capitalismo francés y las perspectivas económicas
y políticas que se derivan de esta posición sin tener en cuenta la evolución de la situación
internacional.

Contrariamente a lo que pretenden algunos intelectuales pequeño-burgueses, el fenómeno de


la “globalización” (2) no es nada nuevo. Marx ya lo había identificado y explicado en El
Manifiesto Comunista a mediados del siglo XIX. La dominación del sector financiero no es
tampoco un hecho novedoso, tal y como lo demuestra Lenin en El imperialismo, fase superior
del capitalismo, publicado en 1916. Ocurre, sin embargo, que estas características del
capitalismo han alcanzado un nivel de desarrollo mucho más elevado que en tiempos de Marx
o Lenin.

La concentración del capital ha alcanzado a su vez un nivel de desarrollo sin precedentes. Unos
pocos miles de individuos, situados a la cabeza de empresas capitalistas gigantescas, tienen en
sus manos el destino de todo el planeta.

Por ejemplo, una sola empresa de la gran distribución, Walmart, alcanza una facturación de
351.000 millones de dólares, sensiblemente superior al PIB de Bélgica (323.000 millones en
2005) y que duplica el PIB de Sudáfrica (165.000 millones). Los beneficios anuales de Walmart
superan los 11.000 millones de dólares, es decir el equivalente del PIB de Jordania. Con 20
millones de clientes diarios, la empresa emplea 1,9 millones de trabajadores. En el mercado
norteamericano, un artículo corriente de consumo de cada cinco y un juguete para niños de
cada dos son vendidos por Walmart.
El grupo Carrefour factura 77.000 millones de euros y emplea a cerca de medio millón de
trabajadores. Según la revista Forbes, un solo capitalista, Bill Gates, posee 59.000 millones de
dólares de fortuna personal.

La intensificación de la división internacional del trabajo alcanza tal nivel que la presión del
mercado mundial tiene una influencia predominante y, en última instancia, decisiva sobre la
evolución interna de todos los países. Aunque solamente en última instancia.

Contrariamente a una idea ampliamente difundida, el marxismo no puede reducirse a un


sencillo “determinismo económico”. No existe relación unilateral y mecánica entre la coyuntura
económica y los acontecimientos políticos y sociales. Marx y Engels no podían ser más
explícitos sobre este punto. En más de una ocasión se rebelaron en contra de las
interpretaciones esquemáticas de su concepción de la historia, interpretaciones según las
cuales, por ejemplo, los periodos de crecimiento crearían necesariamente las condiciones para
la paz social, mientras que las recesiones desencadenarían automáticamente las crisis
revolucionarias. La historia de Francia, al igual que la de otros países, ha desmentido en
numerosas ocasiones esta concepción simplista.

Por ejemplo, la mayor movilización de la clase obrera de la historia de Europa, la de mayo de


1968, tuvo lugar durante el auge de la posguerra del capitalismo europeo.

Más recientemente el gobierno Aznar fue desalojado del poder mediante una movilización
masiva de la población, ante su intento de instrumentalizar los atentados de Madrid. Este
último acontecimiento no guardaba ninguna relación con la coyuntura económica.Por
supuesto, es absolutamente necesario seguir rigurosamente los cambios en la situación
económica y tratar de averiguar el impacto que puedan tener sobre el curso de los
acontecimientos, pero no hay que perder de vista el hecho de que, en el contexto general de
nuestra época, las explosiones sociales e incluso las crisis revolucionarias, pueden producirse
en cualquier momento, independientemente de las fluctuaciones de la coyuntura económica.

El “nuevo orden mundial” en crisis

El derrumbamiento de la URSS y la restauración del capitalismo en Europa del Este


fortalecieron la confianza de los representantes del capitalismo en todo el mundo, más
particularmente en el caso de los imperialistas estadounidenses. El capitalismo había triunfado
frente al “comunismo”, en realidad frente a regímenes que no constituían más que caricaturas
burocráticas y totalitarias del mismo. Ya nada parecía poder oponerse a la aplastante
dominación del imperialismo norteamericano. El ‘nuevo orden mundial’ debía someter a todos
los pueblos de África, Asia, Latinoamérica y de Oriente Medio a su dominación económica,
política y militar.

El cambio brusco en la configuración de las relaciones internacionales se acompañó de una


poderosa ofensiva ideológica dirigida contra el marxismo y las ideas progresistas en general.
Inevitablemente, la restauración del capitalismo en los territorios de la antigua URSS, Europa
del Este y en China solo podía reducir, e incluso temporalmente casi aniquilar, la credibilidad de
las ideas marxistas. De ahora en adelante le tocaba al “mercado » decidirlo todo. Las
actividades económicas y las relaciones sociales en su totalidad debían someterse a las leyes de
la competencia y el beneficio. Era necesario privatizarlo todo. En todo el mundo, el carácter
feroz de la ofensiva ideológica capitalista y la pérdida de autoridad de las ideas marxistas, ha
tenido un impacto enorme en la consciencia de los trabajadores y de la juventud, quedando su
capa más militante y políticamente consciente desorientada y desmoralizada.

Las repercusiones negativas de este fenómeno cobraron aún mayor importancia en la medida
en que los partidos comunistas, pese a haberse distanciado de estos regímenes, seguían
presentándolos como regímenes “comunistas ». Los dirigentes de los PCs no habían anticipado
este derrumbamiento y no podían ofrecer la más mínima explicación al respecto. De forma
general, la reacción ideológica se tradujo en un deslizamiento hacia la derecha de la política de
los partidos socialdemócratas y comunistas, así como de la orientación de las organizaciones
sindicales. Por ejemplo, los dirigentes del Partido Socialista en Francia, han eliminado de su
programa toda referencia al marxismo y a la propiedad pública de los medios de producción. El
PCF tampoco se libró de la ofensiva ideológica pro-capitalista, como lo demuestran las
sucesivas modificaciones en su programa y el comportamiento de sus dirigentes en la época
del gobierno Jospin. En cuanto al Partido Comunista italiano, de tanto ‘innovar’ y ‘reinventar el
comunismo’, acabó por fusionarse con formaciones de derechas para fundar un nuevo partido
capitalista, el Partido Democrático.

Hoy, a casi 20 años de la caída del muro de Berlín, el triunfalismo de los representantes del
capitalismo ha sido remplazado por una profunda preocupación. Las guerras de Iraq y
Afganistán, que deberían haber demostrado de manera irrefutable el enorme poderío militar
de Estados Unidos, no hicieron más que mostrar los límites del mismo. EEUU y sus aliados,
entre los que se encuentra Francia en el caso de Afganistán, están perdiendo estas guerras. Por
otra parte, según algunos economistas, Estados Unidos está ya en recesión, mientras que le
seguirá probablemente Europa por esta pendiente a más o menos corto plazo. En China y en la
India, es inevitable una crisis de sobreproducción.

El ’nuevo orden mundial ‘ se hunde en el desorden. Latinoamérica está en plena ebullición. En


Venezuela, Bolivia, México y Ecuador, movimientos de masas de proporciones insurreccionales
han sacudido el sistema capitalista hasta los cimientos. El continente africano, Oriente medio y
los países asiáticos, Pakistán entre otros, han entrado en un periodo de turbulencias e
inestabilidad con movilizaciones masivas, también allí, de la juventud y los trabajadores. En el
lugar del optimismo conquistador de los años 90, los portavoces de las grandes potencias
sienten como el suelo se desvanece bajo sus pies.

El crecimiento económico relativamente sostenido de EEUU en los últimos años fue


cualitativamente distinto del que se obtuvo en el periodo de posguerra. Dicho crecimiento se
dio en base al aumento de la tasa de explotación de los trabajadores en detrimento de los
niveles de vida de la gran mayoría de la población. Entre 1998 y 2007, la productividad de los
trabajadores estadounidenses aumentó en un treinta por ciento, mientras que su poder
adquisitivo se ha reducido durante este mismo periodo. La demanda interna solo se ha
mantenido basándose en un endeudamiento masivo de las familias, mediante, entre otras
cosas, préstamos a tasa variable como las subprime. Este endeudamiento se vio enormemente
incrementado por la espiral inflacionaria de los valores inmobiliarios. Era inevitable, sin
embargo, que esta burbuja especulativa estallase. Debido a la saturación del mercado
inmobiliario, que se manifestó en el 2007, un millón de familias norteamericanas sobre-
endeudadas se vieron expulsadas de sus hogares.

Al endeudamiento de las familias norteamericanas, hay que añadir el de las empresas y el


Estado. La deuda pública estadounidense alcanza ya los 8,8 billones de dólares, el 67% del PIB.
Las guerras de Iraq y Afganistán, que EEUU están perdiendo, le añaden más de 1.000 millones
de dólares por semana al gasto público. Esta deuda, junto al enorme déficit comercial (800.000
millones de dólares en 2007) están minando el valor del dólar que ha perdido un 20% frente al
euro en el transcurso de los últimos meses de 2007. La bajada del dólar beneficia
considerablemente a las exportaciones norteamericanas en detrimento de los países europeos,
pero no bastará para reabsorber el déficit comercial, ni para evitar una importante bajada de la
producción. Pese a su caída, el dólar sigue estando sobrevalorado.

La entrada en el mercado mundial de China, Rusia, India y otros países ‘emergentes’, ha


aumentado de forma masiva el volumen de los intercambios internacionales, estimulando la
producción a nivel mundial. China constituye un inmenso mercado que les permitió a las
potencias occidentales deshacerse de una parte considerable de su producción. Además, las
condiciones de trabajo de los obreros chinos les proporcionan a las grandes potencias una
fuente de mano de obra extremadamente rentable. Sin embargo, desde el punto de vista de
los capitalistas europeos y estadounidenses, la integración de China en el mercado mundial es
un arma de doble filo ya que China inunda el mercado mundial con productos baratos. En
2007, el déficit comercial de Europa con china rondaba los 160.000 millones de euros. Al
mismo tiempo, las inversiones directas de China en el extranjero le proporcionan una
implantación cada vez más fuerte en todos los continentes en detrimento de EEUU y de las
principales potencias europeas.

El crecimiento del PIB chino ronda el 10% pero esta situación no podrá prolongarse
indefinidamente. El mercado chino, pese a su rápido desarrollo, no es lo suficientemente
grande como para poder absorber la producción masiva de su industria. Por ejemplo, tan solo
el 30% de los bienes industriales producidos en China se venden en el mercado interior. Los
restantes 70% deben venderse en el extranjero con lo que China depende en gran medida de
sus exportaciones. La desaceleración de la economía norteamericana y el débil crecimiento de
la zona euro tienden a restringir su capacidad de absorción de las mercancías chinas. Como
consecuencia, China se dirige hacia una crisis de sobreproducción, al igual que le ocurrió a
Japón en el pasado.

En los países europeos, el crecimiento del PIB, relativamente débil en la mayoría de los casos,
se logró en detrimento de la mayoría de la población. En todo el continente, la clase capitalista
dirige una ofensiva implacable contra los servicios públicos, las condiciones de trabajo, los
derechos de los trabajadores, de los parados, de los jubilados y de los jóvenes, generando de
paso una masa creciente de pobres. Para mantener sus beneficios, los capitalistas deben
necesariamente reducir la parte de riqueza que se les restituye, de una forma u otra, a los
trabajadores que la crearon. El lugar que ocupa la Unión Europea en la economía mundial se
está estrechando, lo cual solo puede avivar las tensiones entre los países miembros. Se
enfrentan en el mercado europeo y en el mercado mundial. Los capitalistas de cada país tratan
de defender sus beneficios en detrimento de los demás. La desaceleración de la economía
norteamericana y la crisis de sobreproducción, inevitable en el futuro, en China, arrastrarán en
su caída al conjunto de las economías europeas, con muy graves consecuencias para el
conjunto de los trabajadores del continente.

La reunificación de Alemania en 1989, provocó un importante aumento de su peso en Europa y


en el mundo. En Europa central y en los Balcanes, las economías planificadas, estranguladas
por regímenes burocráticos corruptos, se desplomaron uno detrás de otro, abriéndole a la
Alemania reunificada nuevos mercados y esferas de influencia. La posición dominante de
Alemania en Europa se expresa también a través de la política monetaria del BCE. Cuando
Sarkozy pidió una bajada de los tipos de interés para favorecer una depreciación del euro y
contrarrestar la caída del balance comercial de Francia, recibió un NO categórico por respuesta.
Alemania tiene un importante excedente comercial y no tiene ninguna necesidad de una
devaluación.

La crisis económica mundial, el enredo de EEUU en Iraq y Afganistán así como la reaparición de
movimientos revolucionarios, principalmente en Latinoamérica, influyen en la moral y la
combatividad de los trabajadores. También tiene consecuencias en el terreno de las ideas. Al
igual que ocurre con el poderío militar de EEUU, la ofensiva del capitalismo también tiene sus
límites. En Venezuela, millones de hombres y mujeres ‘normales’, los ‘esclavos del capital’ se
han levantado en masa en varias ocasiones, para tomar su futuro en sus propias manos. Los
sucesivos intentos contrarrevolucionarios fueron derrotados. La revolución venezolana ha
tenido un enorme impacto, mucho más allá de sus fronteras, y ha contribuido enormemente a
fortalecer la lucha de los trabajadores y campesinos en todo el continente. Los movimientos
insurreccionales en Bolivia y México se inspiraron en su ejemplo.

Entre los efectos más importantes de la revolución venezolana, hay que destacar su impacto en
la conciencia de los trabajadores y de la juventud, su impacto ideológico. La expropiación de
los capitalistas, las nacionalizaciones bajo control obrero, la redistribución de las tierras, en una
palabra, todo lo que el ‘nuevo orden mundial’ y el ‘fin de la historia’ habían mandado al
basurero de la historia, ha vuelto a colocarse en el centro de la acción y del pensamiento de las
víctimas del capitalismo. De citarlos Chávez tantas veces en sus intervenciones públicas, los
escritos y las ideas de Marx, Engels, Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo despiertan un vivo
interés entre amplias capas de la población. La revolución venezolana aún no se ha
completado, sin embargo ya le prestó un enorme apoyo a todos los que luchan contra el
capitalismo. Ha vuelto a poner las ideas revolucionarias, las ideas del marxismo, en el centro
del debate en el movimiento obrero latinoamericano e incluso a nivel internacional. Los
acontecimientos en Venezuela, Bolivia y otros países, significan que después de tantos años
durante los cuales los capitalistas habían decretado la muerte de nuestra causa, la revolución
socialista se encuentra de nuevo en el orden del día.

2. La decadencia del capitalismo francés

En la lucha despiadada que se libran las grandes potencias para conquistar mercados, “zonas
de influencia” y el control de los recursos naturales, el capitalismo francés pierde terreno. En
1980 Francia ocupaba el cuarto puesto mundial en cuanto a PIB y el octavo en términos de PIB
por habitante. Hoy su PIB es el sexto del mundo y su PIB por habitante el decimonoveno. La
reunificación alemana ha reducido de manera irreversible el peso específico de Francia en el
seno de la Unión Europea. El capitalismo francés retrocede respecto a Estados Unidos y
retrocede también respecto a sus principales competidores europeos así como respecto a
China y la India. El debilitamiento constante de su posición mundial se expresa a través del
derrumbamiento de su balance de comercio exterior. Entre 1997 y 2007, Francia pasó de tener
un excedente de 23.800 millones a tener un déficit de ¡39.200 millones! El capitalismo francés
produce cada vez menos cosas de interés para los mercados extranjeros. Exceptuando el
material de transporte como la aeronáutica, el TGV (3), etc., las exportaciones francesas de
todo tipo de mercancías están bajando.

Incluso en el mercado chino en el que, con la restauración del capitalismo, las potencias
occidentales se benefician de una mano de obra sobreexplotada y de las “ventajas” de un
régimen de dictadura, los capitalistas franceses se hallan muy por detrás de sus rivales. En
África, incluso en los países considerados antaño como “cotos privados” del capitalismo
francés, éste no deja de perder terreno. En Costa de Marfil, por ejemplo, China le pisa los
talones al capitalismo francés y lo rebasará probablemente en unos pocos años. En los países
del África central y del Magreb se desarrolla un proceso similar. En Oriente Medio, la influencia
del imperialismo francés ha sido prácticamente erradicada por Estados Unidos, al igual que en
el Sureste asiático.

El capitalismo francés no tiene ningún medio a su alcance para fortalecer su posición respecto
a Alemania en el seno de la UE. Por supuesto, el incremento de la tasa de explotación de los
trabajadores y los ataques constantes a sus niveles de vida han surtido efecto en la
competitividad del capitalismo francés, sin embargo, en la medida que los mismos ataques se
libran en los demás países, las ventajas relativas que les proporcionan a las distintas clases
capitalistas se anulan entre sí. El debilitamiento del capitalismo francés respecto a Alemania es,
por tanto, definitivo. Sobre bases capitalistas, la decadencia de Francia es irreversible.

El intento de explicar esta decadencia culpando a la bajada del dólar, exculpando de paso a los
capitalistas franceses, no resiste el análisis. El capitalismo francés también retrocede en la zona
euro, donde los tipos de cambio no entran en juego. La economía nacional padece una falta de
inversión crónica, particularmente en el sector industrial y manufacturero. Los capitalistas
franceses invierten en la producción a regañadientes. El nivel de inversión en todos los sectores
ha bajado en 1,8% de 2001 a 2002. Desde entonces progresa alrededor del 3%. Sin embargo, la
inversión industrial, cuya importancia estratégica resulta decisiva para el conjunto de la
economía, tan solo aumentó en un 1% en 2001 antes de estancarse o bajar entre 2002 y 2006.
Estas cifras constituyen una ilustración gráfica del carácter parasitario de la clase capitalista
francesa en la época actual, una clase cuya existencia se ha vuelto incompatible con el
progreso social.

Teniendo en cuenta los malos resultados obtenidos durante los primeros meses del año, la tasa
de crecimiento del PIB en 2008 no pasará probablemente del 2%. La producción se estanca,
aunque en realidad, hoy en día, incluso una tasa de crecimiento relativamente alta no tendría
prácticamente ningún efecto positivo en el nivel de vida de los trabajadores. Al contrario, el
crecimiento del PIB se da en gran medida sobre las espaldas de los asalariados. Quién no se
convenza de ello solo tiene que mirar la propaganda del MEDEF [la patronal francesa, NdT]
exigiendo, para favorecer el “crecimiento”, una revisión radical del Código del Trabajo en
beneficio de los empresarios y que todos los medios de defensa de los trabajadores, como por
ejemplo el derecho a la huelga, sean restringidos o incluso eliminados. El MEDEF exige la
supresión de las 35 horas y más “flexibilidad” para favorecer la generalización los contratos
precarios. Exige que todos los sectores de la economía y de la actividad social –educación,
sanidad, vivienda social, pensiones, servicios públicos- se conviertan en tantos “nuevos
mercados”, entregados a la voracidad de los capitalistas. El MEDEF explica con total claridad
que a falta de estas medidas, las inversiones seguirán estancándose, incluso bajarán.

Durante los últimos quince años, la tasa de crecimiento del PIB francés ha variado en una
horquilla del –1% al +4,1%. Desde 2001 no ha pasado del 2,3%. Sin embargo, en todo este
periodo, no hay un solo ámbito – empleo, condiciones de trabajo, sanidad, educación,
vivienda, pensiones – en el que se dio algún progreso social. Por el contrario, las desigualdades
sociales han empeorado y la precariedad en el empleo se ha generalizado. El alza de los precios
en casi todos los ámbitos del gasto doméstico se traduce mes tras mes en una reducción del
nivel de vida. La “miseria profunda” en sus diferentes formas – mendicidad, “sopas populares”,
enfermedades ligadas a la pobreza, etc., aumenta año tras año.

Carlos Marx explicaba que la ganancia del capitalista es el salario no pagado del trabajador. La
lucha de clase es una lucha por el reparto, entre los capitalistas y los asalariados, de la riqueza
creada por estos últimos. La pérdida de mercados a nivel mundial, en el mercado europeo e
incluso nacional, tan solo puede volver esta lucha más áspera e implacable. Para mantener y
aumentar sus beneficios, a pesar de la pérdida de mercados, los capitalistas no tienen más
remedio que redoblar su ofensiva contra los derechos y las condiciones de vida de los
trabajadores. Deben reducir cuanto sea posible y por todos los medios, la parte de los
trabajadores en la riqueza nacional. Cuanto más se reduce el pastel, más se aviva la lucha por
su reparto.

Los beneficios colosales de los capitalistas no proceden de la conquista de nuevos mercados, ni


de un desarrollo de las fuerzas productivas del país. Su explicación se encuentra en el carácter
cada vez más rapaz del capitalismo francés. La especulación financiera le genera miles de
millones a una clase de parásitos, mientras que las fusiones y absorciones de empresas
“racionalizan” la producción en detrimento de los asalariados. La plusvalía que se apropian los
capitalistas aumenta en detrimento de lo que les corresponde a los trabajadores. La tecnología,
la “flexibilidad”, el trabajo precario y mal pagado, la prolongación de la jornada laboral, la
reducción de plantilla, la deslocalización, la subcontratación, el chantaje, las innumerables
presiones morales y psicológicas a las que son sometidos los trabajadores : cualquier medio
sirve para extraer más beneficio del trabajo realizado por el asalariado.

El endeudamiento del Estado francés supera actualmente los 1,2 billones de euros, un 64% del
PIB. El importe de tan solo los intereses que el Estado les paga a los bancos supera ¡la
recaudación total del impuesto sobre la renta! Cuando Sarkozy dice que “las cajas están
vacías”, tiene razón, salvo que cuando se trata de hacerles concesiones a los capitalistas o
despilfarrar cantidades colosales de dinero en equipamiento y operaciones militares, como por
ejemplo en Afganistán, los fondos no escasean. Este argumento solo sirve cuando se trata del
salario de los trabajadores del sector público y de la administración, de las pensiones o del
subsidio de desempleo.
En El Capital Marx analizó el importante papel desempeñado por el crédito en la economía
capitalista. El crédito pone en circulación valores monetarios que corresponden a riquezas
materiales que aún no se han producido. En teoría, se supone que el Estado recupera más
tarde las cantidades gastadas mediante el crecimiento de la actividad económica y por tanto de
la recaudación fiscal. Sin embargo, debido al cuasi estancamiento de la producción, el Estado
recupera estas cantidades solo de forma muy parcial, con lo que se agrava año tras año su nivel
de endeudamiento.

Los sucesivos gobiernos trataron de llenar las cajas del Estado mediante privatizaciones y el
desmantelamiento de los servicios públicos. El gobierno socialista – comunista de 1997–2002
privatizó más patrimonio público que los gobiernos Balladur y Juppé juntos. Sin embargo, esto
no impidió la degradación de las finanzas públicas. El crecimiento exponencial de la deuda
pública constituye una de las expresiones más palpables del callejón sin salida en el que se
encuentra el capitalismo francés y, con él, la sociedad entera.

Regresión social permanente

El lugar cada vez más reducido que ocupa el capitalismo francés en los mercados exteriores le
obligan a ensañarse más y más con todo lo que representa un obstáculo a la rentabilidad del
capital a nivel interno. Este sistema se ha vuelto completa e irremediablemente incompatible
con las conquistas sociales del pasado. Si bien las clases capitalistas de toda Europa avanzan
bajo el estandarte de las “reformas” - en realidad contrarreformas – esta política adquiere, en
Francia, un carácter particularmente virulento y reaccionario. La regresión social es visible,
palpable, en todos los sectores de la economía, en los servicios públicos y las administraciones,
en las escuelas y las universidades, en el ámbito de la vivienda y la sanidad pública. Halla su
corolario en el incremento de las persecuciones y de la opresión de los trabajadores
inmigrantes y de los parados.

Sarkozy miente de forma descarada acerca de todo tipo de estadísticas, hasta el punto de
colocar al servicio de comunicación del Eliseo en situaciones embarazosas. Por ejemplo, afirmó
que los gruistas españoles trabajaban el doble que los gruistas franceses, es decir ¡4.000 horas
al año en lugar de 2.000! Esto explicaría la falta de competitividad de las zonas portuarias
francesas. Nadie sabe donde encontró estas cifras, pero tal y como señaló el periódico Le
Canard Enchaîné, esto significaría que los gruistas españoles trabajan más de 16 horas diarias!
Las cifras referentes al número de parados reciben un tratamiento similar. Pero más allá del
maquillaje de las estadísticas, la reducción oficial del número de parados tiene explicación en
base a la generalización del empleo precario. En lugar de un trabajador a tiempo completo y un
parado, nos encontramos con dos trabajadores precarios a tiempo parcial, con lo que el paro
disminuye! Mientras que el movimiento sindical siempre defendió la consigna del reparto del
trabajo, los capitalistas y sus gobiernos nos imponen el reparto del paro. A medida que las
condiciones de trabajo empeoran, el gobierno cambia las condiciones para obtener el subsidio
de desempleo, para que la amenaza del hambre y la enfermedad acorrale a los trabajadores y
los obligue a aceptar condiciones de trabajo espantosas. Ya hay más de 7 millones de pobres.
Entre las personas que acuden a las sopas populares, casi una de cada cinco tiene trabajo.

La crisis de la vivienda es un escándalo permanente que va agravándose un año tras otro. Cerca
de 150.000 personas “sin domicilio fijo” (SDF) duermen en tiendas de campaña, en refugios
improvisados o en la calle. Oficialmente, 3 millones de personas se alojan en condiciones
inapropiadas. Varios millones de familias y de particulares son víctimas de propietarios
avariciosos que exigen alquileres muy altos en relación a la superficie y la calidad de las
viviendas. Las listas de espera de los que solicitan viviendas sociales son interminables. Esta
situación es una prueba, entre otras muchas, de la incapacidad del sistema capitalista para
satisfacer las necesidades sociales más básicas.

La decadencia del capitalismo francés y la perspectiva de una recesión mundial entrañan serias
consecuencias para la masa de la población francesa. Las conquistas sociales se verán
amenazadas de forma constante, minadas y progresivamente destruidas. Lo que se gane hoy se
perderá mañana debido a la puesta en competencia de los trabajadores y los mecanismos
inexorables del mercado. Las bases económicas en las que descansa la ideología de los
reformistas ya no existe. En el contexto actual, en el que el sistema lo arrastra todo hacia abajo,
el reformista se parece a un hombre que sube lenta y penosamente los peldaños de una
escalera mecánica que va bajando. A medida que la clase obrera ve como su nivel de vida se
halla bajo una amenaza constante, su psicología – especialmente en el caso de su capa más
consciente políticamente – empieza a cambiar. Las ilusiones en torno a una superación gradual
de las desigualdades, incluso del propio sistema capitalista, en su conjunto, mediante una
acumulación progresiva de reformas sociales, se desvanecen frente a la dura realidad del
capitalismo. Los vendedores de este tipo de ilusiones, tanto si son de derecha como de
izquierda, ya no resultan creíbles. Hemos entrado en una época de regresión social
permanente

El actual gobierno es una verdadera máquina de guerra al servicio de los intereses de los
capitalistas. Sin embargo, la experiencia nos enseña que incluso si el Partido Socialista estuviera
en el poder, con o sin la participación del PCF en el gobierno, los capitalistas habrían utilizado
su control de la economía para forzar la aplicación de una política en acuerdo con sus
intereses, tal y como lo hicieron en el pasado. Cuando están en el poder, los dirigentes
socialistas justifican su abandono de las reformas – ya de por sí mínimas – explicando
básicamente que si las impulsara, habría menos inversiones, huida de capitales y más paro. Así,
la política del gobierno Jospin era una mezcla de reformas más o menos consecuentes y de
privatizaciones masivas. ¡El valor del patrimonio público transferido al sector capitalista
superaba los 31.000 millones de euros!

Estas privatizaciones no figuraban en el programa electoral del PS, menos aún en el del PCF. La
dolorosa experiencia de los años 1997–2002 encierra una lección fundamental para todos los
trabajadores deseosos de no revivirla, sobre todo para los comunistas: sean cuales sean las
ambiciones reformistas de un futuro gobierno de izquierda, con o sin la participación del PCF,
se enfrentará a una alternativa implacable. O bien movilizará a los trabajadores y la juventud
para romper el dominio de los capitalistas sobre la economía y el Estado, es decir para
expropiar a los capitalistas – o bien se verá obligado, por la fuerza de las cosas, a supeditar su
política a la leyes del capitalismo en todas las cuestiones esenciales. Entre estas dos opciones,
no existe ninguna “tercera vía”, ninguna forma de imponerle al capitalismo una “lógica
anticapitalista” contraria a los intereses de la propia clase capitalista.

3. Balance crítico
Según toda evidencia, el partido necesita efectuar un balance crítico acerca de su orientación y
su actividad. Para los militantes, la derrota del PCF en las elecciones presidenciales de 2007
constituyó una nueva decepción, un nuevo golpe que encajar. La secretaria nacional, Marie-
Georges Buffet declaró en su momento, que los resultados electorales no reflejaban el peso y
la influencia real del PCF en la sociedad. Esto es cierto, sin embargo estos resultados
representan, a pesar de todo, una nueva pérdida de terreno de esta influencia y la
responsabilidad de este retroceso se encuentra más que nada en la política llevada a cabo por
la dirección del partido. Es cierto que los resultados de las elecciones municipales y cantonales
le devolvieron el ánimo a un número importante de militantes. Pero incluso el análisis más
optimista de estos resultados no permite concluir que la recuperación del PCF va por buen
camino.

Los medios capitalistas presentan al PCF como un anacronismo, un superviviente trasnochado


e inútil del pasado. Con esta actitud, los portavoces del capitalismo tan solo cumplen con su
papel. Defender los intereses del sistema capitalista, marginar a aquellos que se rebelan contra
él, desmoralizar a los que se atreven a luchar por una sociedad emancipada de la ley de la
ganancia: ésta es la misión política de la industria audiovisual y de la prensa capitalista. Sin
embargo, la tarea de estos propagandistas de la “decadencia irreversible” del PCF se halla
facilitada por el hecho de que desde hace ya muchos años, el PCF ha entrado efectivamente en
un proceso de decadencia. La cuestión es averiguar el porqué.

Desde la huelga de transporte y servicios públicos de 1995, millones de jóvenes y trabajadores


se movilizaron en numerosas ocasiones, a veces en una escala no vista desde 1968.
Innumerables huelgas y movilizaciones masivas marcaron los años de los gobiernos Raffarin y
de Villepin: en contra del Frente Nacional (2002), contra la guerra en Iraq y la “reforma” de las
pensiones (2003), contra la Constitución Europea (2005) y contra el CPE (2006). Desde la
elección de Sarkozy, hubo otras luchas de gran envergadura, por ejemplo en defensa de las
pensiones y la educación pública, la lucha de los sin papeles, etc. El curso de la lucha contra el
CPE [Contrato de Primer Empleo, NdT] presentaba muchas similitudes con el que precedió la
huelga general de 1968, con una diferencia: la movilización de la juventud en 2006 fue aun más
masiva, más general y mejor organizada que la de los estudiantes de 1968. De no haber dado
marcha atrás, Chirac y de Villepin habrían perdido todo el control sobre la situación. No es por
casualidad que Bayrou hablara, en su momento, de un “ambiente de derrumbamiento” en la
cúpula del Estado.

A lo largo de este periodo, que muestra una curva ascendente de luchas y movilizaciones, el
Partido Comunista debería haber estado en su ambiente natural. Podría y debería haber
fortalecido su posición, no solamente en el plano electoral, sino también en términos de
implantación social, de influencia en las organizaciones sindicales, de número de militantes y
de finanzas. Sin embargo, durante este mismo periodo, la curva de su desarrollo va en sentido
contrario.

Tenemos, pues, un problema y grave. Todos los comunistas son conscientes de ello. El intento
de explicar la derrota electoral mediante el “voto útil” no resiste el análisis. El PCF retrocedió
también en las elecciones legislativas donde el “voto útil” no constituía un factor. Por otra
parte, el retroceso del partido es algo patente no solo en el plano electoral sino en todos los
aspectos más importantes de su actividad. Es por lo tanto preciso determinar si las causas de
esta regresión son externas – es decir, tal y como lo pretenden los medios capitalistas, se
deben a condiciones objetivas en la sociedad contemporánea – o si, por el contrario y tal como
nosotros lo creemos, son causas internas, es decir causas esencialmente ligadas al programa y
a las orientaciones políticas del propio partido.

En el pasado, la fuerza del PCF, lo que le permitía resistir a la represión y a la ofensiva


ideológica permanente de los capitalistas, radicaba en el hecho que la parte más militante y
consciente de la clase obrera y la juventud veía al PCF como un partido revolucionario. Para sus
militantes y simpatizantes, representaba la idea del derrocamiento del capitalismo y la
realización del socialismo.

Entre 1981 y 2002, la izquierda estuvo 15 años en el poder, durante 8 años con la participación
del PCF. Por supuesto hubo algunas reformas progresistas, pero en todas las cuestiones
fundamentales, los partidos de izquierda en el poder han puesto su política de acuerdo con los
intereses de los capitalistas, dando como resultado el que ninguno de los problemas sociales
fundamentales fuesen resuelto, más bien al revés. Esta experiencia ha minado la credibilidad
de los dirigentes socialistas y comunistas ante la masa de los trabajadores. En lo que se refiere
al PCF, el apoyo al “plan de austeridad”, en 1982-84 (desmantelamiento de la industria
siderúrgica, congelación de los salarios) y luego con Jospin (1997-2002), la participación en la
política de privatizaciones, han provocado el derrumbamiento de la credibilidad del PCF como
“partido revolucionario”. La capa más combativa y militante entre los trabajadores – la que le
proporcionaba al partido su base en la sociedad, en las empresas y en los barrios populares –
en gran medida se ha marchado. El partido ha perdido cientos de miles de afiliados. La total
incapacidad de los dirigentes para prever y explicar el colapso de los regímenes de dictadura
supuestamente “comunistas” también perjudicó duramente la autoridad política del PCF,
contribuyendo a la desorientación de sus militantes.

Contrariamente a lo que dicen los “liquidadores”, como Gayssot o Martelli, el problema no es


el comunismo o el marxismo, que según ellos ya carecen de porvenir, el problema es
precisamente el abandono del comunismo por los dirigentes del partido. El comportamiento
de los dirigentes en el gobierno y la progresiva dilución de su programa convencieron a la capa
más militante y combativa de la clase trabajadora que, pese al tono más radical de su discurso,
el PCF no representa, en la práctica, una alternativa seria al reformismo del Partido Socialista.
Para cientos de miles de trabajadores, que representaban los cimientos de la base social y
electoral del PCF, un partido comunista que apoya las privatizaciones no sirve para mucho.

Cuando el electorado de izquierda se encuentra ante dos partidos reformistas, gana


necesariamente el más grande, sean cuales sean las diferencias entre sus programas. La masa
de los trabajadores no lee los programas en detalle. Saca sus conclusiones sobre todo en base a
su experiencia. Desde este punto de vista, las diferencias entre los programas del PCF y del PS
tienen mucho menos importancia, para los electores de izquierda, que la política conjunta del
PS y el PCF cuando estaban en el gobierno. A partir de allí, lo único realmente importante, para
la masa de los trabajadores y la juventud, es cuál de los dos partidos tiene mejores opciones
para vencer a la derecha en las urnas, y en este terreno el PS es forzosamente el ganador. La
degeneración reformista del PCF ha favorecido al PS por un lado y ha abierto un espacio a la
LCR por el otro.

La situación actual abre enormes posibilidades al PCF, con la condición de darles la espalda a
las ideas deshilvanadas del reformismo “anti-liberal”, las cuales no pueden hacer más que
sembrar aún más la confusión. Es necesario rearmar políticamente al partido sobre la base de
las ideas marxistas y el programa socialista revolucionario.

Modificaciones en el programa del partido

Hacia la mitad de los años 90, Robert Hue (4) redefinió el proyecto del PCF como el de una
“economía de mercado”, es decir, una economía capitalista “con predominio social”. En el
fondo, solo se trataba de una variante de las ideas del ala derecha del Partido Socialista. Jospin
se mostraba “a favor de la economía de mercado pero en contra de una sociedad de mercado”
- como si las relaciones sociales pudiesen separarse del modo de producción e intercambio.
Esto es lo mismo que pretender mantener el capitalismo pero sin padecer sus consecuencias
sociales. En 1997, Robert Hue concretó este paso a la economía de mercado (el capitalismo)
declarando que la privatización ya no constituía un tema “tabú ” para la dirección del partido. Y
no fueron solo palabras al aire, tal y como demostró la participación del PCF en el gobierno
Jospin.

En aquella época, el PCF modificó también su política respecto a las subvenciones y demás
obsequios a los capitalistas. La introducción de las 35 horas se acompañó de subvenciones
masivas en beneficio de la patronal, con la aprobación de los dirigentes del PCF. Actualmente,
los dirigentes del PCF persisten en esta vía. Por ejemplo, en L’ Humanité del 21 de mayo de
2008, proponen que el Estado tome a su cargo la totalidad o parte de los intereses en los
préstamos contraídos por los capitalistas en materia de inversiones en equipos, investigación,
programas informáticos, con bajos intereses, hasta cero, con el fin de crear buenos empleos y
formaciones. Estos créditos a 0% de interés forman parte de un conjunto de propuestas de
“bonificaciones” y “penalizaciones” orientadas a incitar a los capitalistas a que se enriquezcan
mediante la explotación directa de los trabajadores, en lugar de otros procedimientos, como
por ejemplo, las operaciones financieras.

Muy pocos militantes comunistas se muestran de acuerdo con la defensa de este tipo de
subvenciones. Después de todo, cuando los trabajadores se endeudan -a veces tan solo para
poder sobrevivir– ¡tienen que pagar intereses! Entonces ¿por qué los capitalistas, que se
enriquecen mediante la explotación del trabajo asalariado, deberían librarse de pagarlos? Y ya
que no está en discusión la posibilidad de que los bancos dejasen de cobrar estas cantidades,
los partidarios de estas subvenciones proponen lisa y llanamente que dichas cantidades corran
a cargo de ¡los contribuyentes! Decir que este tipo de medidas se rigen por una “lógica
anticapitalista” es completamente absurdo. Por el contrario, estas propuestas se rigen por la
“mejor” lógica capitalista, la que dice que para beneficiar a los pobres, hay primero que
enriquecer a los ricos.

¿Es tarea del PCF defender que el Estado se haga cargo de varias decenas de miles de millones
de euros en concepto de intereses sobre créditos tomados por los capitalistas? Muchos
trabajadores pensarán que si el Estado tiene dinero que gastar en la creación de empleos, que
empiece por hacerlo en el sector público, en los hospitales, guarderías y escuelas, por ejemplo,
antes que recompensar la avaricie de los explotadores, con el pretexto que en uno u otro caso,
su búsqueda de ganancias genera empleo.

El programa del partido quedó progresivamente vaciado de cualquier cosa que se pareciese de
cerca o de lejos a las ideas del socialismo revolucionario, para volverse cada vez más
abiertamente reformista, cada vez más próximo, sobre las cuestiones esenciales, al programa
del Partido Socialista. La lucha para acabar con el capitalismo ha sido sustituida por el lenguaje
confuso e insípido del reformismo “anti-liberal”. Los textos del partido están salpicados con
nociones abstractas y estrafalarias sacadas de la jerga pequeño-burguesa y “alter mundialista”
de grupos como ATTAC o la Fundación Copernic. Naturalmente, cada paso en dirección al
reformismo “anti-liberal” fue aplaudido y apoyado por las redacciones de la prensa
“biempensante”, así como por los pequeños burgueses incorregibles y demás “bovistas” (5)
que pululaban en los “ colectivos anti-liberales ”. “ Por fin el PCF se libra de sus dogmas”
decían. “Con un poco más de esfuerzo… ” ¡En realidad lo que satisfaría a toda esta gente es que
el PCF desapareciese completamente!

En vez de luchar contra las ilusiones reformistas en el terreno ideológico, explicando la


imposibilidad para resolver los tremendos problemas creados por el capitalismo sin tocar los
fundamentos de este sistema, las ideas expresadas en L’Humanité y en la propaganda del
partido en general, tienden a fortalecer estas ilusiones. La realización del socialismo ha sido
sustituida por la ilusión de una economía capitalista “equitativa”, la lucha contra el
imperialismo por el “diálogo Norte-Sur”, la nacionalización de la banca y las empresas
capitalistas por un conjunto de propuestas fiscales y administrativas “reguladoras”.

El programa del partido postula la adopción de “nuevos derechos” para los asalariados. A lo
largo de los años, los trabajadores han oído numerosos discursos, en torno a este tema, por
parte de los dirigentes de los partidos de izquierda. Se les perdonará su escepticismo al
respecto. Cuando el PS y el PCF estaban en el poder, y cuando se trataba de actuar, los
dirigentes de ambos partidos no hicieron nada para instaurar estos nuevos derechos. Nos
explicaban que había que ser realistas. ¿Por qué? Por la simple razón de que si se les concede,
en una empresa, derechos a los trabajadores a la hora de tomar decisiones en materia de
inversiones o condiciones de trabajo y remuneración, el propietario de la empresa no
permanecerá inactivo. Una empresa capitalista tan solo existe con el fin de realizar beneficios,
tan elevados como sea posible. En el caso en que estos “nuevos derechos” fuesen legalmente
reconocidos, los capitalistas amenazarían con cerrar o deslocalizar sus empresas. Todos los
trabajadores saben eso. En las empresas, la más mínima bajada en la rentabilidad da lugar a la
amenaza de una reducción de la plantilla, de una deslocalización o de un cierre puro y simple
del establecimiento.

Ahora bien, ¿qué es lo que propone la dirección del PCF para impedir los cierres y las
deslocalizaciones? Nada en absoluto. En este comunismo “innovador” y “reinventado”
actualmente tan en boga entre las capas dirigentes del partido, ya no se plantea traspasar la
línea amarilla de la propiedad capitalista. La expropiación de los capitalistas se considera como
algo propia del comunismo “arcaico”. Nos encontramos pues, con un reformismo “anti-liberal”
que pretende imponerles a los empresarios todo tipo de impuestos, restricciones, obligaciones
y sanciones, que habla de otorgarles a los asalariados “verdaderos poderes”, pero que no se
atreve a plantear la cuestión de la propiedad de la empresa, de modo que acaba por renunciar
a todos estos proyectos en nombre del “realismo”.

Denunciar a los patronos, proponer medidas que perjudican sus intereses, que reduzcan sus
beneficios e impongan restricciones de todo tipo, pero que dejan intacto su poder –el poder de
la propiedad– no es un programa realista. Casi todos los trabajadores lo saben por experiencia.
Cuando leen los panfletos del PCF que hablan de estos “nuevos derechos”, el gravamen de los
beneficios y otras medidas “anti-liberales”, acaban por encogerse de hombros pensando”
¡gracias por haberse acordado de nosotros, pero si se aplicara la cuarta parte de estas medidas
en nuestra empresa, nuestro jefe cerraría el tinglado al día siguiente! Por otra parte, muchos
trabajadores sacarán la conclusión siguiente : si hasta el Partido Comunista piensa que no es
posible acabar con la propiedad capitalista, habrá que conformarse, ser realista, no pedir
demasiado, agachar la cabeza y esperar al menos conservar el empleo durante el mayor tiempo
posible.

Hay que añadir que un número importante de trabajadores –en Air France y Airbus, por
ejemplo. Probaron esto de los “nuevos derechos” al estilo “anti-liberal” en el momento de la
privatización de estas industrias por un ministro del PCF, Jean-Claude Gayssot. Para este último,
la privatización, rebautizada como “apertura de capital” no era ni más ni menos que una
‘¡conquista social!’ La creación de un dispositivo de “asalariados-accionistas” constituía, según
él, un bonito ejemplo de “reapropiación social de la empresa” tal y como se menciona en el
programa del partido. Gayssot no actuaba solo. Tenía el apoyo de casi todos los componentes
de la dirección del partido. Tal y como lo demuestran los textos publicados por L’Humanité en
su día, ni Robert Hue, ni los autoproclamados “economistas” del partido escatimaban esfuerzos
para justificar las privatizaciones en curso, envolviéndolas en un discurso acerca de los
“contrapoderes ciudadanos” y de los “nuevos derechos” que jamás vieron la luz del día.

El eje central de la política económica del partido radica en el establecimiento de un sistema de


gravamen particularmente fuerte hacia los capitalistas. La dirección del partido defiende una
serie de medidas fiscales que permitiría, según ella, hacer “otra política” : gravamen de los
activos financieros, cotización sobre los ingresos bursátiles, supresión de las exoneraciones
patronales, anulación del “ paquete fiscal ”, subida del impuesto sobre las rentas más altas y
duplicación del ISF (6). La suma de estas operaciones alcanzaría los 80.000 millones de euros,
según dicen, es decir el equivalente al 80% de los beneficios de las empresas del CAC40. En
otras palabras, lo que se propone no es otra cosa que una bajada masiva de la rentabilidad del
capital en Francia. Ahora bien, bajo el capitalismo, es precisamente la rentabilidad del capital lo
que constituye la justificación y la fuerza motora de toda la actividad económica. Un gobierno
que tratara de hacerse con un parte tan importante de los ingresos de los capitalistas se
encontraría de inmediato frente a una caída brutal de las inversiones, una huída masiva de
capital, una ola de deslocalizaciones y una fuerte subida del paro. ¿Y qué haría el PCF frente a
estas acciones en defensa de la rentabilidad del capital? El programa del partido no dice nada
al respecto, ¡y sin embargo, esto no es un pequeño detalle!

Los dirigentes del partido rechazan “la lógica capitalista”, pero las leyes económicas del sistema
capitalista seguirán en vigor, se las rechace o no, mientras el sistema no sea derrocado. Estas
leyes no cambiarán para agradar a los dirigentes comunistas. Un gobierno que tratase de
aplicar el programa resumido más arriba se vería obligado a abandonarlo de inmediato o bien
a llevar a cabo la expropiación de los capitalistas. Un programa que pretende perjudicar los
intereses de los capitalistas hasta tal punto, pero que, en nombre de un comunismo
“reinventado”, excluye medidas contra la propiedad capitalista de los sectores decisivos de la
economía, semejante programa es sencillamente inaplicable.

Para justificar el abandono de toda propaganda a favor del socialismo y la renuncia a toda
medida encaminada a suprimir la propiedad capitalista, el argumento preferido de los
dirigentes del partido radica en que el PCF no debe permanecer “de brazos cruzados esperando
la revolución”. Este es un argumento falaz, no se trata de esperar pasivamente la abolición del
capitalismo, pero tampoco se trata de proponer falsas soluciones mientras ¡se “espera” la
llegada de las verdaderas! Por supuesto, hay que luchar para defender las conquistas y, si es
posible, arrancar otras nuevas. Sin embargo, el PCF debe, al mismo tiempo, llevar a cabo un
trabajo constante de propaganda y explicación de las ideas del socialismo. Es necesario
explicarles a los trabajadores y a la juventud la imperiosa necesidad de acabar con el
capitalismo, de lo contrario no se podrá mantener las conquistas, sea cual sea la amplitud de
las luchas que se lleven a cabo. El socialismo solo se convertirá en una posibilidad real e
inmediata en el momento en que la masa de los trabajadores entable una lucha decisiva contra
el sistema capitalista. A falta del indispensable trabajo preparatorio de propaganda y educación
política, el PCF no desempeña su papel, pierde su razón de ser, se impide a sí mismo recuperar
el terreno perdido y se condena a perder más terreno aún.

El fondo del problema es que la dirección del PCF ha abandonado el objetivo de expropiar a los
capitalistas. Desde el periodo de Robert Hue, la dirección acepta la “economía de mercado”. El
programa actual no contiene casi ninguna nacionalización. Los dirigentes se conforman con la
búsqueda de “nuevas” astucias (de hecho ya muy antiguas y desacreditadas) para “regular” el
capitalismo, es decir incitar u obligar a los capitalistas a comportarse como si no lo fueran y
¡actuar en contra de sus propios intereses! Ocurre como si, según la percepción de las cosas
que se da en la cúpula del partido, la crisis del sistema capitalista y su incapacidad de satisfacer
las necesidades de la población se redujese a un problema de créditos y políticas fiscales. De
allí todos estos planes totalmente incoherentes de “ bonificaciones ” y “ penalizaciones ”, de
gravámenes e impuestos – sobre los beneficios, los movimientos de capitales, las operaciones
consideradas como “ especulativas ”, etc. – con el pretexto de favorecer el empleo, la
formación, la sanidad, el medio ambiente, la vivienda y demás.

La terminología, a menudo completamente vacía de contenido, empleada en los discursos, en


los carteles y hojas del partido, así como en las páginas de L’Humanité, solo sirve para añadir
más confusión. Decir que lo que quiere el partido es una “mejor convivencia”, “otra política” -
sin aclarar cual – no sirve para nada, aparte de aparecer ante los ojos de los trabajadores y la
juventud como si el partido no supiera adonde va ni lo que quiere.

Es necesario un cambio de orientación, es el futuro del partido el que está en juego. Los
debates en las secciones y en todos los niveles tratan demasiado a menudo de cuestiones
organizativas, alianzas, colectivos, foros, talleres, reagrupamientos, etc. No se puede resolver
un problema político mediante astucias y atajos de carácter organizativos. El destino del PCF
depende antes que nada de su programa.

Las “mutaciones sociológicas”

Uno de los argumentos “teóricos” que se esgrimen para justificar el abandono de las ideas
marxistas – y hasta la liquidación del PCF – se refiere a las “mutaciones sociológicas” que
estarían desarrollándose en la sociedad francesa. A grandes rasgos, sus partidarios afirman que
la clase obrera ocupa un lugar cada vez menos importante en la sociedad, y que esta evolución
genera el correspondiente cambio en las “mentalidades”. El abandono de los objetivos
comunistas del partido y su sustitución por el reformismo “anti-liberal” no haría más que
reflejar esta mutación sociológica. Sin embargo esta “teoría” no se corresponde con ninguna
realidad.

Hoy en día, muy pocos asalariados se calificarían a sí mismos como “proletarios”. Esto, sin
embargo, no más que una cuestión de terminología. Mediante la palabra proletariado, Marx y
Engels se referían a “la clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición de
encontrar trabajo, y que lo encuentran sólo mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos
obreros, obligados a venderse al detalle, son una mercancía como cualquier otro artículo del
comercio, sujeta, por tanto, a todas la vicisitudes de la competencia, a todas las fluctuaciones
del mercado” (El Manifiesto Comunista). Esta clase, la de los asalariados, representa hoy en día
cerca del 90% de la población activa. Jamás en toda la historia del país, su peso social ha sido
tan importante.

¿En qué piensan aquellos que sueltan discursos acerca de la desaparición de la clase obrera,
mientras caminan por la calle? ¿Nunca se preguntaron de donde vienen la construcción y el
mantenimiento de los edificios que les rodean, el mantenimiento de las aceras y la calzada, el
alumbrado, los coches, las bicicletas, etc.? ¿Nunca pensaron en los millones de manos y
cerebros que hacen “girar” la máquina económica en toda su vasta complejidad?

Lejos de debilitar a la clase obrera, las “ mutaciones sociológicas ” que se han ido desarrollando
desde la época de Marx, no han hecho sino colocarla en el mismo corazón del organismo
social, en un grado tal que hasta el propio Marx difícilmente hubiera podido imaginar. En el
terreno de la producción, de la distribución, de los transportes, de la construcción, de los
“servicios”, y también en todas las ramas de la administración y de los servicios públicos, los
asalariados asumen todas las funciones esenciales de la sociedad. En vísperas de la revolución
francesa, el Abbé Sieyès escribía acerca del “tercer estado”, considerado como “nada” por los
poderosos del Antiguo Régimen, que en realidad lo era “todo” en la sociedad. Hoy en día,
podemos decir con mucha más justicia, que los trabajadores asalariados – en otras palabras, la
clase obrera – constituye “toda” la sociedad y que sin ella, sin su consentimiento, nada se hace,
nada se mueve, pese a ser despreciada e ignorada por la clase que la explota.

En la época en que se escribió El Manifiesto del Partido Comunista, las relaciones capitalistas
de producción se establecían de forma progresiva en Europa, Norteamérica y en todos los
continentes, sin embargo, sólo se hallaban plenamente desarrolladas en un único país: Gran
Bretaña. Las ideas y perspectivas desarrolladas en el Manifiesto Comunista constituían una
brillante anticipación de la futura evolución del capitalismo. Las perspectivas adelantadas por
Marx y Engels – concentración del capital, reducción del peso de la pequeña propiedad,
división de la sociedad en dos clases fundamentales, internacionalización de las relaciones
capitalistas de producción – se confirmaron plenamente en el curso ulterior de la historia. Lejos
de haber quedado invalidadas, las ideas marxistas son aún más relevantes hoy que en la época
de Marx.

Los “colectivos anti-liberales”

Bajo la influencia de los malos resultados del partido en las elecciones presidenciales de 2002,
muchos comunistas se dejaron seducir por la estrategia de los llamados “colectivos anti-
liberales”. La dirección del partido presentaba esta orientación como una manera de ampliar la
base electoral del partido y recuperar así algo del terreno perdido. Sin embargo y de manera
general, los “colectivos” no permitieron conectar con una capa más amplia de la población,
sólo con grupos variopintos de ex-comunistas, ex-socialistas, izquierdistas diversos y otros
“independientes” de carácter más o menos pequeño-burgués, que no han aportado al
movimiento más que desmoralización y confusión.

Al realizarse la consulta en los colectivos, una mayoría importante se pronunció a favor de la


candidatura de Marie-Georges Buffet (62%), lo que no tenía nada de extraño tomando en
cuenta que el PCF constituía la columna vertebral de los colectivos a nivel nacional. Incluso,
nuestra candidata hubiera podido conseguir resultados mucho mejores en la medida en que
solo una pequeña minoría de militantes comunistas participó en la votación. Sin embargo
Bové, Autin, Salesse y la LCR, por su parte, tan solo veían en los colectivos una forma de poner
el PCF a remolque de sus ambiciones políticas, jamás habrían aceptado hacer campaña a favor
de un candidato procedente del PCF. Marie-Georges Buffet no era una candidata de
“consenso”, decían, el PCF “pasaba por la fuerza”. Esta idea se difundió ampliamente en los
medios, con el fin de desacreditar al partido. Aún así, hay que reconocer que la dirección del
partido cometió un grave error al aceptar la norma del “doble consenso”. Este método
antidemocrático le proporcionaba a una pequeña minoría – compuesta por organizaciones de
las, en su mayor parte, el público nunca había oído hablar – la posibilidad de bloquear la
candidatura mayoritaria.

El balance de esta operación fue negativo para el partido. El hecho de haber mantenido por
demasiado tiempo la incógnita en torno a una candidatura del PCF perjudicó a éste en las
elecciones, se perdió demasiado tiempo en rodeos con estos supuestos “anti-liberales” - de los
que muchos eran sobre todo “anti-PCF”. No se puede dejar de pensar que si desde el principio,
todo el tiempo y la energía del partido se hubiese empleado en hacer campaña en torno a su
propia candidatura, los resultados electorales habrían sido mejores.

En cuanto a José Bové, él no tiene ninguna organización, sólo se representa a sí mismo. Sus
ideas son una mezcla incongruente de vagas nociones “anti-liberales” (proteccionistas y
subvencionistas) y de ideas francamente reaccionarias, como el “descrecimiento sostenible” (la
desindustrialización y la desinversión tecnológica). Para decir las cosas como son, sin el apoyo
de los medios capitalistas, hace ya mucho que habría caído en el olvido. Dicho apoyo mediático
no es casual, como tampoco lo es, actualmente, el apoyo a Besancenot (7):
fundamentalmente, tiene como objetivo debilitar al Partido Comunista.
Incluso después del fracaso de los “colectivos”, la dirección del partido se empeñó en presentar
su candidata bajo la etiqueta de una “Izquierda popular y anti-liberal”. Nadie conoce a
semejante “izquierda” por la simple razón de que no existe tal cosa. ¿Por qué iba el electorado
a confiar en un partido que no cree en sí mismo, que no quiera mostrar sus propios colores,
que se esconde detrás de etiquetas ficticias? ¿Y por qué razón debería el PCF reducirse a una
maquinaria electoral en provecho de “personalidades del exterior”, sea José Bové u otra
persona? Semejantes individuos no tienen que rendir cuentas ante el partido, ni puede éste
ejercer el más mínimo control sobre ellos.

En adelante, el partido deberá siempre presentarse a las elecciones bajo su propio nombre,
elaborar y defender su propio programa y hacer campaña a favor de sus propios
representantes. Esto no excluye la posibilidad de formar alianzas, desistir en elecciones o de
eventuales listas comunes con otros partidos de izquierda, sin embargo el partido debe
mantener el control de las luchas que lleva a cabo y avanzar bajo su propia bandera.

Alianzas electorales y participación gubernamental.

Frente a la política cada vez más abiertamente procapitalista del Partido Socialista, se oye de
vez en cuando a ciertos camaradas defender la idea según la cual es necesario “ romper ” con
el PS, dejar de participar en listas comunes con él, incluso dejar de pedir el voto por los
candidatos socialistas en segunda vuelta. Estos camaradas consideran – con razón – que las
alianzas con el PS para “cortarle el paso a la derecha” o para obtener escaños, sirvieron
demasiadas veces como pretexto para hacer concesiones inadmisibles por parte del PCF

De manera general, es preferible hacer campaña a favor de los candidatos del partido y en
base, por supuesto, a su programa. Dicho esto, cuando una lista común representa el único
modo de asegurar la derrota de la derecha, hay que tomar en cuenta esta posibilidad. Es una
cuestión táctica, no de principio. Sin embargo, la presentación de listas comunes con el PS no
debe en ningún caso impedir al PCF de defender su propia política y diferenciarse del PS. En
caso de alianza, disociarse del reformismo del PS no solo es lícito sino que constituye un deber
para el PCF. Ahora bien, esto no es posible mientras las ideas del PCF sean también reformistas.
No son las alianzas y los acuerdos puntuales con el PS los que “desvirtuaron” el PCF, sino el
carácter reformista de su propio programa y la tendencia a contraer cualquier compromiso con
el fin de obtener escaños.

Si el PCF aceptase participar en un gobierno sobre la base del programa del PS, se colocaría en
una postura extremadamente comprometedora. Quedaría asociado a la política llevada a cabo
y volvería a caer en la misma trampa que le llevó a la debacle de 2002. Si el PCF hubiese tenido
las manos libres entre 1997 y 2002, podría haber apoyado las medidas del gobierno Jospin que
iban en la dirección correcta, mientras luchaba con energía en contra de todas aquellas
medidas que iban en dirección equivocada. De esta forma, su electorado no lo hubiera
castigado mediante el voto a la extrema izquierda o con la abstención, como ocurrió en 2002.

A esta idea, se le suele oponer el argumento según el cual hay que presentar al PCF como un
“partido de gobierno”, y no como una mera fuerza de “protesta”. No se trata, sin embargo, de
descartar por adelantado toda posible participación en el gobierno. El PCF puede
perfectamente explicar al electorado su disposición a participar en un gobierno con el PS, con
la condición que este gobierno tome medidas decisivas para romper el poder de los capitalistas
y mejorar sustancialmente las condiciones de vida de la mayoría. En cambio, la participación
del PCF en un gobierno de “izquierda” que privatiza a mansalva, como el de 1997-2002, debe
quedar totalmente descartada.

Una parte muy importante de la clase trabajadora y de la juventud comprendería y apoyaría


esta actitud, dejando al ala derecha del Partido Socialista en muy mala postura. Si los dirigentes
socialistas rechazan la participación del PCF en base a este programa, es decir si prefieren
gobernar en interés de los capitalistas, la experiencia de este gobierno solo podría desacreditar
a los dirigentes socialistas y fortalecer el PCF. Además, la responsabilidad de la no participación
del PCF en el gobierno pesaría en los solos dirigentes socialistas, siendo ellos los que habrían
rechazado las medidas progresistas defendidas por los comunistas.

Alianzas con el MoDem

Desgraciadamente, los círculos dirigentes del PCF se hallan contaminados por el mismo tipo de
oportunismo que los dirigentes del PS. Esto ha quedado más que demostrado con la
implicación de numerosos candidatos del partido en las listas comunes con el MoDem en las
elecciones municipales y por la negativa de la dirección nacional del partido de condenar esta
deriva. Parece claro que todo lo que les importa a ciertos dirigentes es obtener puestos y que
poco importa con qué medios.

Después de las elecciones legislativas, el PCF condenó, correctamente, la deriva “centrista” del
PS. Pero ¿qué debieron pensar los trabajadores cuando descubrieron, unos meses más tarde,
que los candidatos del PCF seguían el mismo camino? Todos queremos que el partido gane
elecciones y obtenga escaños, pero no a cualquier precio. En ningún caso el PCF debería figurar
en las mismas listas que el MoDem, es una forma de colaboración de clase que debe ser
rechazada sin contemplaciones.

Una política internacional incoherente

La política exterior de la dirección actual muestra las mismas incoherencias que su política
interior. Por ejemplo, mientras que el PCF participaba, en varias ciudades importantes, en
manifestaciones en contra de la visita de Bush y la “diplomacia de Sarkozy”, Marie-Georges
Buffet acompañaba a Sarkozy al Líbano, apoyando de forma implícita esta misma diplomacia. El
imperialismo francés ha desempeñado un papel particularmente pernicioso en el Líbano y lo
sigue desempeñando. La participación oficial del partido en esta delegación le permitió a
Sarkozy presumir del apoyo de todas las fuerzas políticas francesas hacia su política respecto al
Líbano.

Veamos otro ejemplo. La dirección del partido ha condenado, correctamente, el envío de


refuerzos militares a Afganistán. En efecto, Francia se halla envuelta en una guerra imperialista
en Afganistán, junto a las tropas estadounidenses. Sin embargo, la dirección ha denunciado el
envío de nuevas tropas, sin exigir la retirada completa de las tropas existentes. ¿Por qué?
Probablemente porque la dirección del PCF había apoyado la participación de Francia en la
coalición imperialista en 2001.
Muchos militantes del partido encuentran chocante la actitud distante de los dirigentes
respecto a Cuba. Cuestiones como estas exigen un compromiso firme y categórico por parte de
un partido como el nuestro, a la vez que le proporcionan una excelente oportunidad para
explicar las ideas socialistas y contrarrestar la propaganda de la derecha. Tanto en el ámbito
internacional como en el nacional, es preciso dotarse de un programa claro.

La abolición del capitalismo en Cuba constituyó uno de los acontecimientos más importantes
del siglo XX. Abrió paso a una transformación radical de las condiciones de vida de los
trabajadores y campesinos cubanos. El analfabetismo fue rápidamente erradicado. La
revolución estableció las condiciones para un inmenso progreso en el ámbito de la sanidad, la
educación y las condiciones de existencia de las masas. Por primera vez, la masa de la
población pudo acceder al arte y la cultura. Éste es el “crimen” que los imperialistas nunca le
perdonarán a Cuba. A lo largo de tres décadas, utilizaron los métodos más viles para destruir
esta revolución.

Ante esta lucha, el PCF no puede, naturalmente, permanecer neutral. Apoyamos a Cuba contra
el imperialismo norteamericano, apoyamos un país que eliminó el analfabetismo y cuyo
sistema sanitario es, con mucha diferencia, el más avanzado de Latinoamérica. Esto se logró
gracias a la planificación de los recursos y la abolición de la anarquía del mercado capitalista.
Cuba es una referencia para todos los pueblos de Latinoamérica y esto es lo que los
imperialistas no pueden tolerar. Quieren aplastar a Cuba porque este país encarna la idea de
una alternativa a la economía capitalista, de que el mercado no es el único sistema posible.
Éste es el motivo por el cual quieren destruir todas las conquistas de la revolución cubana y
existe un serio peligro de que lo consigan.

Si la revolución cubana quedara liquidada, como le ocurrió a la Revolución Rusa, esto tendría
un efecto desmoralizador en los trabajadores, la juventud y los campesinos de toda
Latinoamérica e, incluso, a escala mundial. Por el contrario, la regeneración de la revolución
cubana y la victoria de la revolución venezolana transformarían completamente la situación
internacional.

Pese a las dificultades actuales, Cuba logró enviar 15.000 médicos y enfermeros para participar
en el programa de sanidad pública lanzado por Chávez en Venezuela. ¿Cuántos médicos
hubieran podido enviar Francia, si su gobierno hubiese tenido esa intención? Así que, diga lo
que diga la propaganda imperialista contra Cuba y su gobierno, encontramos en esta pequeña
isla la prueba concreta e irrefutable de las enormes ventajas económicas y sociales de la
nacionalización de los medios de producción.

Los problemas a los que se enfrenta Cuba no proceden de la propiedad estatal de los medios
de producción. Estos problemas son causados por el aislamiento de la revolución. El socialismo
en un solo país es imposible de realizar, si no lo logró la poderosa URSS, ¿cómo iba a hacerlo
Cuba?

La solución pasa por la extensión de la revolución al resto de Latinoamérica, de ahí la crucial


importancia de los movimientos revolucionarios en Venezuela, Bolivia y otros países
latinoamericanos.
FMI, OMC, Banco Mundial y ONU

Leemos con regularidad, en las páginas de L’Humanité, cosas acerca de la necesidad de una
“reorientación política y monetaria de las instituciones financieras y comerciales
internacionales bajo la dirección de una ONU democratizada”. Las “instituciones financieras”
en cuestión – FMI, BM, OMC, etc. – son instituciones creadas por y para los capitalistas. Su
razón de ser es la organización del saqueo imperialista del planeta.

“Por lo tanto, hay que reformarlas”, se nos dice aporreando la mesa. Pero es que no todo
puede reformarse. En primer lugar, no se sabe muy bien a quién se dirige esta reivindicación.
Los trabajadores no pueden reformar el FMI porque no tienen ningún poder sobre él. ¿Quizás
deban hacerlo los gobiernos de las grandes potencias? ¿Pero a santo de qué iban a aplicar
reformas que van en contra de sus propios intereses?

Incluso si se lograse, mediante algún procedimiento misterioso, imponerles al Fondo


Monetario Internacional y al Banco Mundial un funcionamiento “anticapitalista”, ¿qué ocurriría
luego? Si estas instituciones empezaran a beneficiar a los pobres en detrimento de los
capitalistas, estos las abandonarían en seguida y dejarían de invertir en ellas. Exigir la
“reorientación política y monetaria” de estas instituciones en provecho de la mayoría de la
población mundial, equivale a pedirles a los capitalistas que dejen de comportarse como tales.
¿Por qué no exigimos una reforma del Pentágono, ya que estamos?

Con la ONU, ocurre otra cosa parecida. El programa actual del partido plantea su
“democratización”. Sin embargo, la ONU es una organización al servicio de los enemigos de los
trabajadores y la juventud del mundo entero. A lo largo de su historia, provocó guerras y causó
tremendos sufrimientos. Durante los doce años anteriores a la invasión de Iraq, en 2003, la
ONU le impuso un embargo muy severo al pueblo iraquí. Con esta política bárbara, provocó la
muerte de más de 1,2 millones de iraquíes, de los cuales 500.000 eran niños según cifras de
UNICEF. La “Carta” hipócrita de la ONU, tan llena de bellos sentimientos, no tiene otro objetivo
que el de ocultar su auténtica naturaleza.

Ningún comunista les concedería el menor apoyo a los dirigentes de las grandes potencias
imperialistas, como Bush, Brown, Putin, Sarkozy, etc. ¿Bastaría con reagrupar a estos mismos
reaccionarios bajo la bandera de la ONU para convertirlos en una fuerza de progreso y paz en
el mundo?

Exigir la “democratización” de la ONU, es hacer abstracción del carácter de clase de esta


organización, pero ¿cómo puede exactamente democratizarse a semejante institución? Sobre
este punto, el programa del partido es poco concreto, parece que defiende la idea de un
“reequilibrio de poderes”, otorgándoles más peso a los “países pobres” en detrimento de la
“hegemonía de EEUU”. Con toda probabilidad, los autores de esta idea ingenua no debieron
llevar su razonamiento hasta el final.

En primer lugar, nos preguntamos nuevamente a quién se dirige este llamamiento. ¿A las
potencias que controlan la ONU? ¿Por qué motivo aceptarían una reforma en detrimento
propio? Quizás se dirija este llamamiento a los “países pobres” para que estos presionen a las
superpotencias. Basta con plantear la idea para hacerse cargo de su futilidad. Sin embargo,
imaginemos una vez más que, por algún tipo de milagro, la ONU dejase de ser el instrumento
de los principales rapaces imperialistas del planeta para realmente convertirse en una fuerza
opuesta a su “hegemonía”. ¿Qué pasaría entonces? Pues simplemente que las grandes
potencias abandonarían la ONU como a un par de zapatos viejos con lo que los “países
pobres”- que, dicho sea de paso, casi siempre están dirigidos por gente muy rica, corrompida y
ultra reaccionaria – se quedarían entre ellos. Pero esta posibilidad ya la tienen, ¡no necesitan
en absoluto esperar la “reforma” de la ONU!

La cuestión de las “instituciones internacionales” no es nueva. Ya fue debatida en el momento


de la creación de la Internacional Comunista, al acabar la Primera Guerra Mundial. Los
vencedores en la carnicería imperialista engendraron a la hermana mayor de la Organización
de Naciones Unidas (ONU), la Sociedad de Naciones (SDN). En su día, muchos dirigentes de la
izquierda mantenían la misma actitud hacia esta institución que los actuales dirigentes del PCF
hacia la ONU. La Internacional Comunista entabló una lucha implacable en contra de estas
ilusiones reformistas y pacifistas. Para la Internacional, dirigida entonces por Lenin y Trotsky,
esta cuestión era de tan vital importancia, que se incluyó entre las condiciones de afiliación de
las secciones nacionales : “ Todo partido que quiera pertenecer a la III Internacional […] deberá
demostrar de forma sistemática a los obreros que, sin el derrocamiento revolucionario del
capitalismo, ninguna corte internacional de arbitraje, ninguna reorganización “ democrática ”
de la Sociedad de Naciones, podrá salvar a la humanidad de nuevas guerras imperialistas ”. Lo
que era válido para la Sociedad de Naciones sigue siéndolo, 90 años después, para su
equivalente moderno, la ONU.

El internacionalismo no es una cuestión sentimental o abstracta. Se deriva de la posición que


ocupa la clase obrera en el sistema capitalista. Es una clase a la vez sin propiedad e
internacional. Como decía Marx, “Los obreros no tienen patria”, ninguna concesión al
nacionalismo es aceptable, bajo ningún concepto. Todos los militantes del partido sacarían un
enorme provecho del estudio del programa y de las ideas revolucionarias adoptados por la
Internacional Comunista en sus primeros años. La Internacional les explicaba las cosas a los
trabajadores de todos los países, sin la menor ambigüedad. Los comunistas de la época
trataban de hacerles comprender a los trabajadores de todos los países, la necesidad de tomar
el poder – primero en un país, luego en varios – y de reconstruir la sociedad sobre nuevas
bases.

Para Europa, la Internacional Comunista expresaba esta idea mediante el proyecto de una
Federación Socialista de Estados Europeos. En el lugar de la rivalidad capitalista entre empresas
capitalistas y entre bloques capitalistas nacionales, el socialismo, en Europa como en el resto
del mundo, abrirá camino a la coordinación racional de las distintas ramas de la producción y la
distribución. En el lugar del mercado, el socialismo establecerá la planificación consciente y
democrática del proceso productivo en interés de la sociedad en su conjunto. Esto significará la
emancipación completa de todas las formas de opresión y explotación, creando las bases
materiales para una “sociedad de la abundancia” y una reducción masiva del tiempo de
trabajo, haciendo posible una verdadera democratización de la cultura, la ciencia y el arte.

Estas grandes ideas siguen siendo de actualidad. El PCF debería recuperarlas, explicarles, darles
vida y proporcionarles así una perspectiva revolucionaria a las generaciones actuales.
Tres orientaciones fundamentales

Desde hace muchos años, la dirección “dirige” el partido de retroceso en retroceso, en todos
los ámbitos: implantación electoral, efectivos militantes, implantación sindical, recursos
financieros, medios de acción y propaganda, etc. Junto a esta decadencia, se dio una caída de
la autoridad política de la dirección y un proceso de dislocación de la cúpula del partido. La
dirección se ha dividido en varias tendencias rivales: los “refundadores”, los “renovadores”, los
“huístas”, etc. El objetivo de estas rivalidades, a menudo, se reduce a una carrera para obtener
“buenos puestos” en las instituciones y en la estructura del partido. Esta triste realidad es
conocida de todos los comunistas.

Sin embargo, las luchas internas no se limitan a la cúpula del partido. También se desarrollan
en sus organizaciones de base, y constituyen una consecuencia inevitable del comportamiento
de la dirección en el último periodo. Cuando, en un partido comunista, la dirección – sin
distinción de “tendencias” - apoya la privatización masiva y no cuestiona la propiedad
capitalista, no puede sino generar enfrentamientos. El giro hacia el reformismo “anti-liberal”,
así como el interrogante que continúa planeando sobre la propia existencia del partido,
generan una fuerte oposición entre numerosos militantes. La idea según la cual es necesario
romper con el reformismo anti-liberal y “volver” a las ideas fundamentales del comunismo
gana terreno. Esta última “tendencia” es totalmente sana, a diferencia de las tendencias
reformistas que se enfrentan en la cúpula del partido, y constituye una prueba de la vitalidad
del partido

De forma general, tres grandes orientaciones se han desarrollado en el partido, en el


transcurso del último periodo.

La primera es la de los “liquidadores”. Como quedó muy claro durante la Asamblea


Extraordinaria del pasado mes de diciembre, esta tendencia es muy minoritaria entre las
secciones y células del partido. Se beneficia de una sobre-representación flagrante entre las
instancias dirigentes. Para los representantes de esta corriente, el comunismo ha quedado
irremediablemente desacreditado. Es necesario inventar “otra cosa”. Sus ideas son próximas a
las nociones vagas y estrafalarias de asociaciones “alter mundialistas” como ATTAC o la
Fundación Copernic. Básicamente, dicen lo siguiente : ya que el partido ha renunciado al “
comunismo ”, ya que tampoco pretende la conquista del poder por los trabajadores y el
derrocamiento del capitalismo y ya que ha aceptado la economía de mercado, debería asumir
plenamente esta mutación y dejar de llamarse “ comunista ”. Los comunistas también deberían
abandonar la “forma partido” y disolverse en una vaga “esfera de influencias populares”. Al
menos, lo que defiende esta corriente tiene el mérito de cierta coherencia interna, porque si ya
somos simple reformistas, ¿para qué llamarse “comunistas” y por qué mantener un partido
independiente? Si esta tendencia alcanzara sus objetivos, marcaría el final del PCF. No es casual
que la prensa capitalista le conceda una cobertura mediática de primera.

La segunda orientación, es la que de momento mantiene la mayoría del apoyo en las instancias
dirigentes. Para los partidarios de esta orientación, el programa del partido, del que son los
arquitectos, debe conservar su carácter reformista. En este punto no existe ninguna
divergencia con los “liquidadores”, sin embargo se oponen a la disolución del partido y al
abandono de su nombre, al menos de momento.
Finalmente, existe una tercera orientación, que se opone al reformismo de las dos otras
tendencias, de la que forman parte los firmantes de este texto. Consideramos que si el PCF
adoptara una política de adaptación al capitalismo, de manera definitiva, no podría optar a otra
cosa que ser la quinta rueda del carro socialdemócrata y seguiría perdiendo terreno. Nos
oponemos de manera categórica tanto a la disolución del partido como al abandono de su
denominación. En esto estamos en sintonía con la aplastante mayoría de los afiliados al
partido. Insistimos también, sin embargo, en la necesidad de poner el programa del partido en
sintonía con su nombre. Queremos dotar al partido de un programa claramente comunista y
revolucionario.

4. El Marxismo

La lucha de clases se desarrolla en varios planos. Tenemos la lucha sindical y “económica”para


lograr mejores salarios y condiciones de trabajo, la lucha política y electoral, así como la lucha
para la defensa y extensión de los derechos democráticos. Entre los aspectos más importantes
de esta última, se encuentra la lucha por la regularización de los sin papeles y el derecho de
voto para los extranjeros, una lucha en la que el PCF está profundamente implicado. También
está la lucha para construir y fortalecer los sindicatos, el partido, etc. Todas estas formas de
lucha son indispensables y muy importantes. Sin embargo, también existe otra cara de la lucha
de clases, que tiene una importancia decisiva: se trata de la lucha ideológica, la lucha por las
ideas, por la teoría. Al desatender esta lucha correríamos un serio peligro, y lo cierto es que la
misma ha sido muy desatendida por el partido en los últimos años, cuando no completamente
abandonada.

Esta carencia debilitó de manera considerable el partido en su lucha contra las ideas burguesas
y reformistas. Como consecuencia, el propio partido se ha vuelto permeable a toda clase de
ideas reformistas, pequeño-burguesas y estrafalarias, de entre las cuales una cantidad
importante alcanzó un puesto de honor en el programa del partido.

¿Qué es lo que piensa la dirección del partido de la revolución rusa? ¿Cuál es su valoración de
la evolución de China? ¿Está la dirección del partido de acuerdo con la teoría marxista del
Estado, con el materialismo dialéctico, con la teoría económica de Marx? ¿Cuál es su punto de
vista y sus perspectivas para Cuba y para la revolución venezolana? ¿Cómo explica la dirección
la degeneración burocrática de la URSS y su posterior derrumbamiento? La dirección nacional
del partido no aporta ninguna respuesta a estas preguntas – ni a decenas más del mismo tipo.
Es difícil no sacar la conclusión de que ni siquiera se las formula ella misma.

Tomemos como ejemplo al cuestión de la degeneración burocrática de la URSS y su


derrumbamiento. Esta experiencia histórica de enorme importancia, que marcó la historia con
su sello durante varias generaciones, necesita un análisis y una explicación serios. A menudo,
leemos en los textos de la dirección que el partido “criticó “los regímenes de la URSS y el Este
de Europa y que había “afirmado” hacía tiempo su “independencia política e intelectual”
respecto a los mismos. Sin embargo, esto no agota la cuestión. Por mucho que los dirigentes
del partido pretendan pasar página y olvidarse del estalinismo, esta cuestión no deja de ser un
factor determinante en la consciencia política de los trabajadores y la juventud. Todavía hoy,
los crímenes del estalinismo siguen siendo uno de los argumentos más poderosos contra el
comunismo. Los capitalistas y sus ideólogos explotan a fondo estos crímenes para desacreditar
el comunismo y el PCF.

La revolución rusa en sí, esta magnífica lucha contra la opresión y la guerra, es muy rica en
enseñanzas. Sin embargo, el estudio de las causas profundas de la instauración progresiva de
un régimen totalitario también nos enseña mucho. En el marco del aislamiento de la revolución
en un país extremadamente atrasado, destrozado por la guerra civil y por la intervención
militar de más de veinte potencias extranjeras, los revolucionarios de 1917 no pudieron
impedir el triunfo de la burocracia. Lenin no pensaba ni un instante que se podrían resolver los
problemas que asediaban la revolución si ésta no se extendía con rapidez a todo el continente
europeo. Centenares de miles de comunistas, dedicados en cuerpo y alma a la causa de la clase
obrera, intentaron resistir a la burocratización del régimen y lo pagaron con su vida. Hasta que
el partido no explique esta degeneración desde el punto de vista marxista, nunca
convenceremos a la juventud de que el comunismo no es portador en sí mismo del germen del
totalitarismo.

Durante mucho tiempo, el estudio de la teoría, la elaboración de perspectivas y las cuestiones


programáticas han ocupado un lugar central en la vida del partido. Esta tradición, en gran
medida, se ha perdido. Las cosas han llegado tan lejos que, para muchos camaradas y en todos
los niveles de la organización, la teoría se ha convertido en un “lujo” al que uno puede
dedicarse, como mucho, cuando no tiene otra cosa que hacer. Esta actitud se explica, en parte,
por el uso abusivo, en el pasado, de argumentos “teóricos” con el fin de justificar los zigzags y
las aberraciones en la política de la dirección nacional o de los dirigentes de los partidos
“hermanos” en el poder en la URSS y Europa del Este.

Sea como fuere, hoy, la recuperación del PCF pasa necesariamente por la vuelta a las ideas
fundamentales del marxismo, en toda su riqueza. El marxismo no es una doctrina estéril y
fijada, tal y como lo describen aquellos que quieren desacreditarlo. Todos los comunistas
deben interesarse por las cuestiones de teoría, deberían esforzarse para comprender el
marxismo, empezando con los “clásicos” de Marx y Engels. Deberían organizarse encuentros y
cursos de formación para fortalecer el conocimiento adquirido e intercambiar puntos de vista.
A falta de una actitud seria hacia las cuestiones teóricas, no será posible asegurar el rearme
político de los comunistas y poder desarrollar el partido auténticamente revolucionario que
necesitamos. No se trata de un ejercicio académico, no hay acción revolucionaria sin teoría
revolucionaria. La teoría es una guía para la acción.

Reforma o revolución

Marie-Georges Buffet tenía mucha razón cuando dijo, después de la derrota de 2002, que el
PCF había retrocedido por ir “de compromiso en compromiso, de renuncia en renuncia ».
Nadie podrá dudar seriamente de que la participación del PCF en el último gobierno de
izquierda y la sumisión de su dirección a la política procapitalista de Jospin, incluyendo las
privatizaciones y las intervenciones militares junto al imperialismo norteamericano (Serbia y
Afganistán), haya perjudicado gravemente la credibilidad del partido entre sus simpatizantes y
electores, sembrando al mismo tiempo la desorientación y la desmoralización entre sus propias
filas. Sin embargo, esta política de compromisos no ha sido abandonada desde entonces, al
contrario.
Contrariamente a un prejuicio ampliamente extendido, el marxismo no opone las luchas por
reformas a la revolución. Sin la lucha diaria para defender nuestras conquistas y obtener otras
nuevas, el socialismo sería imposible. Para Marx, Engels y Lenin, la participación en la lucha por
reformas, para arrancar concesiones al adversario capitalista, no solo era lícito sino que
constituía un deber absoluto. Sin embargo, consideraban las conquistas y protecciones
arrancadas por esta vía como tantos “subproductos”, en su propia palabra, de la lucha
revolucionaria para la conquista del poder. La caricatura estúpida según la cual los
revolucionarios, a diferencia de los reformistas “pragmáticos” no se interesan por las
cuestiones inmediatas y se conforman con esperar, cruzados de brazos, la llegada del “Gran Día
», no tiene nada en común con el marxismo.

Este no es el lugar para presentar un programa completo y detallado de reivindicaciones para


los numerosos frentes en los que hemos de luchar a diario. Pero algunas de estas
reivindicaciones serían, por ejemplo, las siguientes:

a) La defensa del poder adquisitivo, mediante, entre otras cosas, el ajuste de los salarios y
las pensiones conformemente a la subida de los precios. Esta subida ha de ser evaluada por los
sindicatos y las asociaciones de consumidores. Subida del SMIC (a 1.500 € netos) y de los
mínimos sociales. Ningún salario por debajo del SMIC (1). Los mínimos sociales deben
garantizarse para todas las personas sin recursos, sin excepciones.

b) La defensa del empleo. Deben mantenerse las 35 H y extenderse, limitando las horas
extras de manera estricta. No a los recortes de plantilla en las administraciones y servicios
públicos, en la educación pública, en los hospitales, etc. Amplios planes de obras públicas para
responder a las necesidades de infraestructuras sociales y viviendas. Oposición a todos los
proyectos de cierres o despidos en el sector privado, incluso mediante la ocupación de la
empresa, y lucha por su nacionalización bajo el control y la gestión de los trabajadores, sin
indemnización para los capitalistas.

c) Los jubilados deben poder vivir con dignidad. Pensión decente y garantizada para todos
a los 60 años como muy tarde, independientemente del número de años cotizados. Ninguna
pensión debe ser inferior al SMIC

d) La sanidad pública no debe ser una fuente de ganancias, ni un terreno en el que se


desarrolla la competencia. La industria farmacéutica, así como los proveedores de
equipamiento médico, las clínicas, los hospitales, etc., deben ser nacionalizados e integrados
en el servicio público de salud. Cuidados médicos gratuitos.

e) Por una educación pública, gratuita y de calidad. No a los recortes de plantilla y


presupuestarios y a toda medida encaminada a privatizar la universidad.

f) Vivienda para todos. Expansión masiva del parque de viviendas sociales, mediante la
construcción y también la expropiación de vivienda para el alquiler en el sector privado
mediante la nacionalización de las grandes constructoras responsables de la especulación
inmobiliaria. Congelación de todas las rentas de alquiler. No a las expulsiones, ninguna familia
debe acabar en la calle por falta de dinero.
g) No a la discriminación racial en todas sus formas. Regularización de los sin papeles.
Cierre de los centros de retención. Fin de la persecución policial y administrativa de los
“extranjeros”. Derecho de voto en todas las elecciones nacionales y locales para todos los
extranjeros residentes y empadronados en el territorio nacional desde hace 1 año.

Si el PCF no tuviera un programa de reivindicaciones “inmediatas” de este tipo, si no explicara


su punto de vista acerca de todas la cuestiones de la sociedad que afectan las condiciones de
vida de la gente, se condenaría, naturalmente, a la impotencia. Los comunistas se encuentran
en primera fila en todas las luchas para alojar a decenas de miles de sin techo que duermen en
tiendas de campaña, en refugios improvisados o en la calle. Los comunistas luchan por la
defensa de las conquistas sociales y la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores,
de la juventud, de los parados y de los jubilados. Luchan a diario contra las discriminaciones
raciales sabiendo que los inmigrantes hacen de chivo expiatorio para todos los males
generados por el sistema capitalista. Nadie ha sugerido permanecer de brazos cruzados,
limitándose a defender la necesidad del socialismo. Sin embargo, siempre hay que defender y
explicar esta necesidad, relacionándola con las luchas inmediatas y “concretas ». El programa
general del partido desempeña una función educativa, pedagógica, debe tratar de inculcarles a
los trabajadores la idea según la cual pueden y deben convertirse en los dueños de la sociedad,
de la economía y el Estado.

Debemos distinguir entre el reformismo y la lucha para defender y mejorar las condiciones de
vida de los trabajadores, son dos cosas distintas. Los comunistas deben, por supuesto,
participar en todas las formas de lucha contra las desigualdades y contra todas las formas de
explotación y opresión. Pero, a diferencia de los reformistas, no deben limitarse a simples
reformas y perder de vista su objetivo principal: el derrocamiento del capitalismo.

Nuestro partido tiene como responsabilidad, no sólo luchar contra la propaganda engañosa de
la derecha y los medios capitalistas, sino también de explicar a los trabajadores la impotencia
del reformismo en nuestra época, para que tomen consciencia de la imperiosa necesidad de
acabar con la dominación de la clase capitalista. Desde un punto de vista comunista, no se
deben aceptar argumentos tales como “las condiciones no están maduras”o “la correlación de
fuerzas no es favorable », “no hay que hablar de socialismo y de revolución, hay que avanzar
por etapas”, se nos dice. Es cierto, una revolución no se desencadena por mera voluntad, pero
dada las circunstancias descritas más arriba, es necesario prepararse para ella. Y en la lucha
para preparar el derrocamiento del capitalismo, la primera “etapa” consiste en convencer a los
trabajadores y a los jóvenes – empezando por la capa más militante y políticamente consciente
– de la necesidad de una ruptura revolucionaria con el sistema capitalista.

Concretamente, sólo se podrá romper el control de los capitalistas sobre la economía mediante
la nacionalización (o “socialización”) de la industria, de los servicios y de la gran distribución,
así como de todos los bancos, aseguradoras y empresas crediticias. Los trabajadores deberán
controlar democráticamente las empresas nacionalizadas. Este objetivo debe estar en el centro
de la propaganda comunista y ha de explicarse pacientemente al conjunto de los trabajadores,
no de forma abstracta, sino en relación directa con las preocupaciones y luchas inmediatas. De
manera general, el PCF debería conectar el conjunto de sus reivindicaciones y consignas con
este objetivo global. Incluso las luchas defensivas deben ligarse al objetivo del socialismo.
Frente a la demolición sistemática de todas las conquistas sociales del pasado, la lucha por la
defensa de estas conquistas y por la obtención de conquistas nuevas, queda inextricablemente
ligada a la necesidad de derrocar el orden capitalista.

La expropiación de los capitalistas significaría que los gigantescos recursos económicos del país
pudieran utilizarse para satisfacer las necesidades sociales en lugar de servir al enriquecimiento
de una pequeña minoría. Las nacionalizaciones del pasado, como las que se llevaron a cabo
bajo Mitterrand tan sólo afectaban a una fracción de la economía (20%), dejándola en su
mayor parte en manos de los capitalistas. Por otra parte, los trabajadores no ejercían el control
de las empresas nacionalizadas, cuyo funcionamiento y objetivos no diferían en nada de los de
las empresas privadas. La corrupción de los dirigentes del Crédit Lyonnais y de Elf-Aquitaine
constituye el ejemplo más clamoroso de ello. Incluso hoy, la Caisse des Dépots (8), pese a ser
una institución estatal, es propietaria de un importante número de empresas capitalistas, lo
que subraya el total enredo que existe entre las instituciones del Estado y los intereses de la
clase dirigente.

El socialismo no se reduce a la propiedad estatal. Es una forma de sociedad en la que todas las
grandes empresas, el conjunto del sistema bancario y toda la administración pública – es decir
la dirección del Estado – se hallan sometidos al control democrático de los trabajadores, a
todos los niveles. Es la única manera de instaurar una planificación racional y democrática de la
economía nacional, en beneficio del conjunto de la sociedad.

Evidentemente, un programa revolucionario como éste no sería comprendido y aceptado de


manera inmediata por todos los trabajadores y toda la juventud. La clase trabajadora no es
políticamente homogénea. En todos los periodos históricos “normales », es decir, no
revolucionarios, la gran mayoría de los jóvenes y de los trabajadores permanecen inactivos y
pasivos. Sin embargo, la “vanguardia”, compuesta por los elementos más conscientes y más
activos, saca más rápidamente conclusiones revolucionarias de la experiencia. Si se explica
correctamente un programa comunista, apoyándose en la experiencia colectiva y práctica de
los propios trabajadores, recibirá el apoyo de una parte importante de la capa más consciente,
más avanzada y más militante de entre los trabajadores y la juventud. Y a través de esta capa,
echará profundas raíces entre el conjunto de la clase obrera.

Vemos aquí la crucial importancia de las perspectivas, sin las cuales nos arriesgamos a caer en
la capitulación ante las “realidades” del presente – entre otras cosas con fines electorales. Se
oye a menudo decir que las ideas realmente comunistas, las que muestran objetivos
revolucionarios claros, no son “prácticas », que son “abstractas ». Hay algo de verdad en esta
afirmación, ya que, por definición, un programa revolucionario solo puede ponerse en práctica
en una situación revolucionaria. Sin embargo, aunque luche en el presente, un partido
comunista debe preparar el futuro. Tarde o temprano, bajo el impacto de los acontecimientos y
en un contexto de enfrentamientos mayores entre las clases, las capas de la clase obrera que
permanecían relativamente pasivas hasta entonces, se verán bruscamente empujadas a la
lucha.

Tal es la esencia de una situación revolucionaria. Una revolución se caracteriza por la entrada
en escena de la masa de la población como podemos ver actualmente en Venezuela y Bolivia.
En los próximos años, la inestabilidad social extrema que caracteriza el conjunto de
Latinoamérica se trasladará a Europa. En Francia, como ya hemos dicho, los capitalistas y sus
representantes en el gobierno imponen la regresión social permanente. En su intento de
restablecer el equilibrio económico, acabarán por destruir el equilibrio social y político en el
que descansa la estabilidad del orden establecido. Lo que mantiene este equilibrio, no son las
leyes, ni las sacrosantas “instituciones” o “valores” republicanos sino la inercia, la inacción, la
pasividad relativa de la masa de la población. Ahora bien, una política de contrarreformas con
la envergadura y la ferocidad que requiere el capitalismo francés, no puede aplicarse sin hacer
temblar la sociedad hasta sus cimientos, sin despertar a amplias capas de la clase obrera.

Llegados a cierto punto, una explosión de la lucha de clases a una escala masiva es inevitable.
En este escenario, un programa revolucionario, que aparecía hasta entonces como demasiado
radical y extremo para muchos trabajadores, obtendría un apoyo entusiasta entre amplias
capas de la población. En el transcurso de una revolución, la consciencia de los trabajadores
avanza a una velocidad vertiginosa, hay que prepararse para ello, por lo que los comunistas
deben ganar desde ahora a las partes más conscientes de la juventud y la clase obrera para el
programa de la revolución socialista, de otro modo la crisis revolucionaria en proceso de
maduración cogería el partido desprevenido.

A medida que las explicaciones y las perspectivas de los comunistas se vean confirmadas por el
curso de los acontecimientos, serán cada vez más numerosos los trabajadores en darle la razón
al PCF, sobre todo en condiciones de luchas masivas. Así es como el PCF podrá empezar
seriamente a fortalecer su base de apoyo entre los jóvenes y los trabajadores más conscientes
y combativos – y a través de ellos, enraizarse más profundamente en el movimiento obrero, en
los barrios y en las empresas. El programa del PCF ha de ser un arma para ayudar a los
trabajadores y los jóvenes a prepararse de forma consciente para el desarrollo de una situación
revolucionaria que les permitirá acabar de una vez por todas con el sistema capitalista

El futuro del partido

A pesar de las dificultadas sufridas en el último periodo, el partido ocupa un lugar muy
importante – y potencialmente decisivo – en el movimiento obrero francés y tiene una larga
tradición de lucha y resistencia a la opresión. El PCF dispone de enormes reservas sociales, lo
que explica la propaganda hostil y engañosa de la que es objeto de parte de los medios de
comunicación y de todos los representantes la sociedad “oficial ». En la consciencia colectiva
de millones de trabajadores, el partido continúa siendo una fuerza y un aliado en la lucha
contra las innumerables injusticias y opresiones que les inflige el capitalismo. El giro hacia la
derecha de la dirección del Partido Socialista refuerza aún más las perspectivas de desarrollo
del PCF, al menos potencialmente.

Nuestro partido puede y debe convertirse en una fuerza social y política extremadamente
poderosa. Se nos abren grandes perspectivas, pero para que se materialicen, es absolutamente
imprescindible que rompamos con la política insípida del reformismo “anti-liberal” y que
restablezcamos las tradiciones militantes y revolucionarias de nuestro pasado – es decir las
ideas marxistas. El Partido Comunista debe volver a ser un partido revolucionario, en su
programa, en su acción y en su carácter. Sobre esta base, recuperará de forma progresiva su
posición de partido de los sectores más combativos de la juventud y los trabajadores y su
arraigo masivo en el movimiento sindical y en los barrios populares.

Frente al desastre social provocado por el capitalismo, centenares de miles de trabajadores y


jóvenes buscan ideas serias, un programa que ofrezca una auténtica alternativa al sistema
actual. Es cierto que, a menudo, se muestran escépticos respecto a los partidos políticos. Es de
esperar, tomando en cuenta la experiencia de los últimos años. Sin embargo si permanecemos
firmes en nuestras ideas revolucionarias, si la explicamos pacientemente, sería perfectamente
posible vencer esta desconfianza.

El capitalismo ya no ofrece más perspectiva que la regresión, la decadencia, la crisis


permanente, la destrucción de las conquistas sociales. Ninguna sociedad puede seguir
indefinidamente en semejante pendiente. El socialismo no es, pues, una utopía sino una
necesidad. La tarea primordial de los comunistas consiste en darle una expresión concreta a
esta necesidad en el programa, la teoría y la práctica del partido.

Notas:

(1) UDF, Union pour la Démocratie Française, el partido de “centro”de François Bayrou,
fundado por el que fue presidente de la República de 1974 a 1981, Valéry Giscard d’Estaing.
Rebautizado como Mouvement Démocratique (MoDem) poco después de las elecciones
presidenciales de 2007.

(2) en el texto original se usa la palabra mondialisation (‘mundialización’) que es el término


francés habitual para lo que en castellano llamamos ‘globalización’.

(3) TGV : Train à Grande Vitesse, el homólogo francés del AVE.

(4) Robert Hue : Secretario nacional y luego Presidente del PCF entre 1994 y 2002, sucesor de
Georges Marchais. Impulsor de la llamada ‘mutación’.

(5) ‘Bovistas’ : partidarios del ‘altermundialista’ José Bové

(6) ISF : Impôt de Solidarité sur la Fortune, literalmente “impuesto de solidaridad sobre la
fortuna”que afecta, en Francia, a los que posean un patrimonio neto superior a 770.000 euros,
en 2007 unos 528.000 contribuyentes.

(7) Olivier Besancenot, figura pública y candidato a la presidencia de la República por la Ligue
Communiste Révolutionnaire (LCR), autodisuelta el 5 de febrero de 2009 en el marco del Nuevo
Partido Anticapitalista (NPA).

Caisse des Dépots et Consignations : institución financiera pública creada en 1816 que gestiona
diversas actividades de financiación del Estado como la gestión de fondos de ahorros, la (8)
financición de universidades o la gestión bancaria de la seguridad social, entre otras muchas
cosas. Tiene presencia en el capital de muchas empresas importantes, como PSA Peugeot
Citroën, EADS, Danone, Michelin, etc…

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