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TAREAS DE LA SOCIALDEMOCRACIA REVOLUCIONARIA EN LA GUERRA

EUROPEA

LA SOCIALDEMOCRACIA DE RUSIA ACERCA DE LA GUERRA EUROPEA

Se nos informa de fuentes dignas del mayor crédito que hace poco se ha celebrado una
reunión de cuadros dirigentes del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia para tratar
de la guerra europea. Esta reunión no ha tenido un carácter plenamente oficial, pues el
Comité Central del POSDR no ha podido reunirse aún como consecuencia de las
detenciones en masa y de las inauditas persecuciones por parte del Gobierno zarista.
Pero sabemos con toda exactitud que la reunión mencionada ha expresado realmente las
opiniones de medios influyentes del POSDR.

La reunión ha aprobado la siguiente resolución, cuyo texto íntegro publicamos como


documento:

Resolución de un grupo de socialdemócratas

l) La guerra europea y mundial tiene un carácter claramente definido de guerra


dinástica, imperialista, burguesa. La lucha por los mercados y el saqueo de países
ajenos, la aspiración a reprimir el movimiento revolucionario del proletariado y de la
democracia dentro de los países y el afán de embaucar, desunir y aplastar a los
proletarios de todos los países, azuzando a los esclavos asalariados de una nación contra
los de otra en provecho de la burguesía, constituyen el único contenido y significación
reales de la guerra.

2) La conducta de los jefes del Partid0 Socialdemócrata Alemán, el más fuerte e


influyente de la II Internacional (1889-1914), que ha votado el presupuesto de guerra y
repite las frases chovinistas burguesas de los junkers2 y la burguesía prusianos, es una
franca traición al socialismo'. La conducta de los jefes del Partido Socialdemócrata
Alemán no puede ser justificada en modo alguno, ni aun en el supuesto de que dicho
partido fuera absolutamente débil y se viese en la necesidad de someterse de manera
temporal a la voluntad de la mayoría burguesa de la nación. En la práctica, dicho partido
ha aplicado actualmente una política nacional-liberal.

3) Es digna de la misma condenación la conducta 9e los jefes de los partidos


socialdemócratas belga y francés, que han traicionado al socialismo al entrar en
ministerios burgueses".

4) La traición al socialismo cometida por la mayoría de los jefes de la II Internacional


(1889-1914) significa la bancarrota política e ideológica de esta Internacional. La causa
principal de rucha bancarrota está en el predominio efectivo en ella del oportunismo
pequeñoburgués, cuyo carácter burgués y cuyo peligro vienen señalando desde hace
largo tiempo los mejores representantes del proletariado revolucionario de todos los
países. Los oportunistas venían preparando hace ya tiempo la bancarrota de la II
Internacional, -al negar la revolución socialista y sustituirla con el reformismo burgués;
al negar la lucha de las clases y su indispensable transformación, en determinados
momentos, en guerra civil, y al propugnar la colaboración entre las clases; al
preconizar el chovinismo burgués con los nombres de patriotismo y defensa de la patria
L al omitir o negar la verdad fundamental del socialismo expuesto ya en el Manifiesto
1
Comunista, de que los obreros no tienen patria, al limitarse en la lucha contra el
militarismo al punto de vista sentimental pequeñoburgués en lugar de reconocer la
necesidad de la guerra revolucionaria de los proletarios de todos los países contra la
burguesía de todos los países; al convertir la utilización ineludible del parlamentarismo
burgués y de la legalidad burguesa en un fetichismo de esta legalidad y en el olvido de
que, en épocas de crisis, son obligadas las formas clandestinas de organización y de
agitación. U no de los órganos internacionales del oportunismo, los Cuadernos
Mensuales Socialistas6 alemanes, que ocupa desde hace mucho tiempo una posición
nacional-liberal, celebra ahora con pleno derecho su victoria sobre el socialismo
europeo. De hecho, el llamado "centro, del Partido Socialdemócrata Alemán y de otros
partidos socialdemócratas ha capitulado cobardemente ante los oportunistas. Debe ser
tarea de la futura Internacional desembarazar de manera terminante y decidida al
socialismo de esta corriente burguesa.

5) Entre los sofismas burgueses y chovinistas con que más engañan a las masas los
partidos y gobiernos burgueses de las dos principales naciones rivales del continente -la
alemana y la francesa- y que repiten los oportunistas socialistas descarados y
encubiertos, que se arrastran servilmente tras la burguesía, hay que destacar y condenar
de manera especial los siguientes:

Los burgueses alemanes mienten cuando invocan la defensa de la patria, la lucha contra
el zarismo, la salvaguardia de la libertad de desarrollo nacional y cultural, pues los
junkers prusianos, con Guillermo al frente, y la gran burguesía de Alemania han
aplicado siempre una política de defensa de la monarquía zarista y no dejarán de
orientar sus esfuerzos a apoyarla, cualquiera que sea el desenlace de la guerra; mienten,
porque, de hecho, la burguesía austríaca ha emprendido una campaña expoliadora
contra Serbia, y la burguesía alemana oprime a los daneses, a los polacos y a los
franceses en Alsacia-Lorena, sosteniendo una guerra ofensiva contra Bélgica y Francia
con el fin de saquear los países .más ricos y más libres, organizando la ofensiva en el
momento que consideraba más propicio para emplear sus últimos perfeccionamientos en
el material de guerra y en vísperas de la aplicación del llamado gran programa militar
por Rusia.

Mienten también los burgueses franceses cuando invocan exactamente igual la defensa
de la patria, etc., pues, de hecho, defienden a países más atrasados en el terreno de la
técnica capitalista y que se desarrollan con mayor lentitud, contratando con sus miles de
mill0nes -a las bandas ultrarreaccionarias del zarismo ruso para una guerra ofensiva, es
decir, para expoliar las tierras austríacas y alemanas.

Ambos grupos de naciones beligerantes no ceden en nada el uno al otro en crueldad y


barbarie de la guerra.

6) La socialdemocracia de Rusia tiene en particular, y en primer término, la tarea de


luchar implacable e ineludiblemente contra el chovinismo ruso y monárquico-zarista y
contra su defensa sofistica por los liberales, los demócratas constitucionalistas7, parte
de los populistas y otros partidos burgueses de Rusia. Desde el punto de vista de la clase
obrera y de las masas trabajadoras de todos los pueblos de Rusia, el mal menor sería la
derrota de la monarquía zarista y de sus tropas, que oprimen a Polonia, a Ucrania y a
toda una serie de pueblos de Rusia y atizan la enemistad nacional para reforzar el yugo

2
de los rusos sobre otras nacionalidades y fortalecer el Gobierno reaccionario y bárbaro
de la monarquía zarista.

7) En la actualidad deben ser consignas de la socialdemocracia: Primero. Hacer amplia


propaganda, extendiéndola tanto a las tropas como al teatro de operaciones militares, de
la revolución socialista y de la necesidad de dirigir las armas no contra nuestros
hermanos, los esclavos asalariados de otros países, sino contra los gobiernos y partidos
reaccionarios y burgueses de todos los países. Organizar obligatoriamente células y
grupos clandestinos entre las tropas de todas las naciones para realizar esa propaganda
en todas las lenguas.

Combatir implacablemente el chovinismo y el "patriotismo" de los pequeños burgueses


y burgueses de todos los países sin excepción. Contra los cabecillas de la Internacional
actual, que han traicionado el socialismo, apelar obligatoriamente a la conciencia
revolucionaria de las masas obreras las cuales soportan sobre sus espaldas todo el peso
de la guerra y, en la mayoría de los casos, son enemigas del oportunismo y del
chovinismo.

Segundo. Hacer propaganda, como una de las consignas inmediatas, de la república


alemana, polaca, rusa, etc., a la par con la transformación de todos los Estados de
Europa en los Estados Unidos republicanos de Europa9.
Tercero. Luchar especialmente contra la monarquía zarista y contra el chovinismo ruso,
paneslavo, y propugnar la revolución en Rusia, así como la liberación y la
autodeterminación de los pueblos oprimidos por Rusia, con las consignas inmediatas de
república democrática, confiscación de las tierras los terratenientes y jornada de ocho
horas.

La guerra y la socialdemocracia de Rusia

Escrito: Antes del 28 de septiembre (11 de octubre) de 1914.


Primera publicación: En el idioma ruso el 1 de noviembre de 1914 en el núm. 33 de
Sotsial-Demokrat.
Fuente: V. I. Lenin, Sobre el Internacionalismo Proletario, Editorial Progreso, 1975,
páginas 86-94.
Transcripción: Alberto M., noviembre de 2008.
Esta edición: Marxists Internet Archive, noviembre de 2008.

3
La guerra europea, preparada durante decenios por los gobiernos y los partidos
burgueses de todos los países, se ha desencadenado. El aumento de los armamentos, la
exacerbación extrema de la lucha por los mercados en la época de la novísima fase, la
fase imperialista, de desarrollo del capitalismo en los países avanzados y los intereses
dinásticos de las monarquías mas atrasadas, las de Europa Oriental, debían conducir
inevitablemente y han conducido a esta guerra. Anexionar tierras y sojuzgar naciones
extranjeras, arruinar a la nación competidora, saquear sus riquezas, desviar la atención
de las masas trabajadoras de las crisis políticas internas de Rusia, Alemania, Inglaterra y
demás países, desunir y embaucar a los obreros con la propaganda nacionalista y
exterminar su vanguardia a fin de debilitar el movimiento revolucionario del
proletariado: he ahí el único contenido real, el significado y el sentido de la guerra
presente.

A la socialdemocracia le incumbe, ante todo, el deber de poner al descubierto este


verdadero significado de la guerra y denunciar implacablemente la mentira, los sofismas
y las frases “patrióticas” propagandas por las clases dominantes, por los terratenientes y
la burguesía en defensa de la guerra.

A la cabeza de un grupo de naciones beligerantes se halla la burguesía alemana, que


engaña a la clase obrera y a las masas trabajadoras, asegurándoles que hacen la guerra
en aras de la defensa de la Patria, de la libertad y de la cultura, en aras de la
emancipación de los pueblos oprimidos por el zarismo, en aras del derrocamiento del
zarismo reaccionario. Pero en realidad, precisamente esta burguesía, servil lacayo de los
junkers prusianos encabezados por Guillermo II, fue siempre la más fiel aliada del
zarismo y enemiga del movimiento revolucionario de los obreros y campesinos de
Rusia. En realidad, esta burguesía, juntamente con los junkers, orientará todos sus
esfuerzos, cualquiera que sea el desenlace de la guerra, a sostener la monarquía zarista
contra la revolución en Rusia.

En realidad, la burguesía alemana ha emprendido una campaña de rapiña contra Servia,


con el deseo de sojuzgar este país y sofocar la revolución nacional de los eslavos del
Sur, dirigiendo a la par el grueso de sus fuerzas militares contra países más libres,
Bélgica y Francia, a fin de despojar a un competidor más rico. Al difundir la fabula de
una guerra defensiva por su parte, la burguesía alemana ha elegido, en realidad, el
momento más propicio, desde su punto de vista, para hacer la guerra, aprovechándose
de sus últimos perfeccionamientos en la técnica militar y adelantándose a los nuevos
armamentos, ya proyectados y predeterminados por Rusia y Francia.

A la cabeza del otro grupo de naciones beligerantes se encuentra la burguesía inglesa y


francesa, que engaña a la clase obrera y a las masas trabajadoras asegurándoles que
sostienen la guerra por la Patria, la libertad y la cultura contra el militarismo y el
despotismo de Alemania. Mas en realidad, esta burguesía, con sus miles de millones, ha
contratado y preparado hace ya tiempo para el ataque contra Alemania a las tropas del
zarismo ruso, la monarquía más reaccionaria y bárbara de Europa.

En realidad m la lucha de la burguesía inglesa y francesa tiene por objetivo apoderarse


de las colonias alemanas y arruinar a la nación competidora, que se destaca por un
desarrollo económico más rápido. Y para este noble fin, las naciones “avanzadas” y
“democráticas” ayudan al zarismo salvaje a oprimir más aun a Polonia, a Ucrania, etc., a
sofocar con mayor violencia todavía la revolución en Rusia.
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Ambos grupos de los países beligerantes no ceden en nada el uno al otro en lo que se
refiere a los interminables saqueos, ferocidades y crueldades de la guerra. Mas para
embaucar al proletariado y distraer su atención de la única guerra verdaderamente
emancipadora, es decir, de la guerra civil contra la burguesía, tanto de su “propio” país
como de los “ajenos”, para este fin elevado, la burguesía de cada país se esfuerza, con
frases mendaces acerca del patriotismo, por enaltecer el significado de “su” guerra
nacional y por asegurar que aspira a vencer al adversario no en aras del saqueo y las
conquistas territoriales, sino en aras de la “emancipación” de todos los demás pueblos,
salvo el suyo propio.

Pero cuanto mayor es el celo con que los gobiernos y la burguesía de todos los países
tratan de dividir a los obreros y de azuzarlos a unos contra otros, cuanto mayor es la
ferocidad con que se aplica para este elevado fin el sistema del estado de guerra y de la
censura militar (que incluso ahora, durante la guerra, persigue al enemigo “interior”
mucho más que al exterior), mas imperioso es el deber del proletariado consciente de
salvaguardar su cohesión de clase, su internacionalismo, sus convicciones socialistas
frente al de todo los países. Renunciar a esta tarea equivaldría, por parte de los obreros
conscientes, a renunciar a todas sus aspiraciones emancipadoras y democráticas, sin
hablar ya de las aspiraciones socialistas.

Es preciso constatar con un sentimiento de profundísima amargura que los partidos


socialistas de los principales países europeos no han cumplido esa tarea suya, y que la
conducta de los jefes de dichos partidos –en partículas del alemán- linda con la franca
traición a la causa del socialismo. En el momento de la mayor trascendencia histórica de
la II Internacional Socialista (1899-1914), tratan de suplantar el socialismo por el
nacionalismo. Gracias a su conducta, los partidos obreros de estos países no se han
opuesto a la criminal conducta de sus gobiernos, sino que han llamado a la clase obrera
a fundir su posición con la de los gobiernos imperialistas. Los jefes de la Internacional
han cometido una traición contra el socialismo al votar los créditos de guerra al repetir
las consignas chovinistas (“patrióticas”) de la burguesía de “sus” países, al justificar y
defender la guerra, al entrar en los ministerios burgueses de los países beligerantes, etc.,
etc. Los jefes socialistas más influyentes y los órganos más influyentes de la prensa
socialista de la Europa contemporánea adoptan un punto de vista burgués chovinista y
liberal que nada tiene que ver con el punto de vista socialista. La responsabilidad de esta
deshonra del socialismo recae, ante todo, sobre los socialdemócratas alemanes, cuyo
partido era el más fuerte e influyente de la II Internacional. Pero tampoco se puede
justificar a los socialistas franceses, que aceptan carteras ministeriales en el gobierno de
esa misma burguesía que traiciono a su Patria y se alió con Bismarck para aplastar a la
Comuna.

Los socialdemócratas alemanes y austriacos tratan de justificar su apoyo a la guerra con


el pretexto de que así luchan contra el zarismo ruso. Nosotros, los socialdemócratas
rusos, declaramos que consideramos puro sofisma semejante justificación. En los
últimos años, el movimiento revolucionario contra el zarismo había vuelto a adquirir en
nuestro país enormes proporciones. A la cabeza de ese movimiento ha marchado todo el
tiempo la clase obrera de Rusia. Las huelgas políticas de estos últimos años, en las que
habían participado millones de trabajadores, se hacían bajo la consigna del
derrocamiento del zarismo y la reivindicación de una república democrática. En las
vísperas mismas de la guerra, Poincaré, Presidente de la República Francesa, Pudo ver
en las calles de Petersburgo, en el curso de su visita a Nicolás II, las barricadas
5
levantadas por los obreros rusos. Ningún sacrificio detenía al proletariado de Rusia en
su obra encaminada a liberar a toda la humanidad de la ignominia que representa la
monarquía zarista. Pero debemos decir que si algo puede aplazar, en ciertas
condiciones, el hundimiento del zarismo en la lucha contra toda la democracia de Rusia,
es precisamente la guerra actual, que ha puesto al servicio de los fines reaccionarios del
zarismo la bolsa de oro de la burguesía inglesa, francesa y rusa. Y si algo puede
dificultar la lucha revolucionaria de la clase obrera de Rusia contra el zarismo, es
precisamente la conducta de los jedes de la socialdemocracia alemana y austriaca, que
no cesa de sernos presentada como ejemplo por la prensa chovinista de Rusia.

Incluso si se admite que la escasez de fuerzas de la socialdemocracia alemana era tan


grande que podía obligarla a renunciar a toda acción revolucionaria, incluso en tal caso
no hubiera debido incorporarse al campo chovinista, no hubiera debido dar pasos que
han permitido a los socialistas italianos declarar con razón que los jefes de los
socialdemócratas alemanes deshonran la bandera de la internacional proletaria.

Nuestro partido, el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, ha sufrido ya y seguirá


sufriendo aun enormes pérdidas con motivo de la guerra. Toda nuestra prensa obrera
legal ha sido destruida. La mayoría de los sindicatos han sido clausurados, numerosos
camaradas nuestros han sido encarcelados y deportados. Pero nuestra representación
parlamentaria –la minoría del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia en la Duma de
Estado- considero un incondicional deber socialista no botar los créditos de guerra e
incluso abandonar la sala de sesiones de la Duma para expresar más enérgicamente aun
su protesta; considero un deber estigmatizar la política de los gobiernos europeos como
política imperialista. Y, a pesar de la opresión decuplicada del gobierno zarista, los
obreros socialdemócratas de Rusia publican ya las primeras proclamas clandestinas
contra la guerra, cumpliendo así su deber ante la democracia y la Internacional.

Si los representantes de la socialdemocracia revolucionaria, personificados por la


minoría de los socialdemócratas alemanes y por los mejores socialdemócratas de los
países neutrales, experimentan el más punzante sentimiento de vergüenza con motivo de
esta bancarrota de la II internacional; si se oyen voces de socialistas en Inglaterra y en
Francia contra el chovinismo de la mayoría de los partidos socialdemócratas; si los
oportunistas, personificados, a título de ejemplo, por los Cuadernos Mensuales
Socialistas (“Sozialitische Monatshedfte”) alemanes, que ocupan desde hace mucho
tiempo una posición nacional-liberal, celebran muy legítimamente su victoria sobre el
socialismo europeo, quien más flaco servicio presta al proletariado son las gentes que
(como el “centro” del Partido Socialdemócrata Alemán) vacilan entre el oportunismo y
la socialdemocracia revolucionaria y procuran silenciar o encubrir con frases
diplomáticas la bancarrota de la II Internacional.

Es preciso, por el contrario, reconocer abiertamente esta bancarrota y comprender sus


causas, a fin de poder edificar una nueva agrupación socialista, más firme, de los
obreros de todos los países.

Los oportunistas han hecho fracasar los acuerdos de los Congresos de Stutgart,
Copenhague y Basilea, que obligaban a los socialistas de todos los países a luchar
contra el chovinismo, cualesquiera que fuesen las condiciones, que obligaban a los
socialistas a responder a toda guerra iniciada por la burguesía y los gobiernos con la
predica redoblada de la guerra civil y de la revolución social. La bancarrota de la II
6
internacional es la bancarrota del oportunismo, que se ha desarrollado sobre la base de
las particularidades de la época histórica pasada (la llamada época “pacifica”) y ha
obtenido durante los últimos años un predominio efectivo en la Internacional. Los
oportunistas venían preparando hace ya tiempo esta bancarrota, al negar la revolución
socialista y sustituirla por el reformismo burgués; al negar la lucha de clases y su
indispensable transformación, en determinados momentos, en guerra civil y al
propugnar la colaboración de clases; al preconizar el chovinismo burgués bajo el
nombre de patriotismo y de defensa de la Patria y al pasar por alto o negar la verdad
fundamental del socialismo expuesta ya en el Manifiesto Comunista, según la cual los
obreros no tienen Patria; al limitarse en la lucha contra el militarismo al punto de vista
sentimental filisteo, en lugar de reconocer la necesidad de la guerra revolucionaria de
los proletarios de todos los países contra la burguesía de todos los países; al convertir la
utilización ineludible del parlamentarismo burgués y de la legalidad burguesa en un
fetichismo de esa legalidad y en el olvido de la necesidad obligatoria de las formas
ilegales de organización y agitación en las épocas de crisis. El Complemento natural del
oportunismo, la corriente anarcosindicalista –concepción igualmente burguesa y hostil
al punto de vista proletario, es decir marxista-, se ha manifestado no menos
ignominiosamente por una repetición fatua de las consignas del chovinismo durante la
presente crisis.

En los momentos actuales es imposible cumplir las tareas del socialismo, es imposible
conseguir la verdadera agrupación internacional de los obreros sin romper
decididamente con el oportunismo y explicar a las masas la inevitabilidad del fracaso de
este.

La tarea de los socialdemócratas de cada país debe consistir, ante todo, en luchar contra
el chovinismo en su propio país. En Rusia, este chovinismo se ha adueñado por
completo del liberalismo burgués (los demócratas constitucionalistas) y de parte de los
populistas, incluyendo a los socialistas revolucionarios y a los socialdemócratas “de
derecha”. (Es imprescindible, sobre todo, estigmatizar las declaraciones chovinistas, por
ejemplo, de E. Smirnov, P. Máslov y J. Plejánov, recogidas y utilizadas ampliamente
por la prensa “patriótica” burguesa)

En la situación actual es imposible determinar, desde el punto de vista del proletariado


internacional, la derrota de cuál de los dos grupos de naciones beligerantes constituiría
el mal menor para el socialismo. Pero para nosotros, socialdemócratas rusos, no puede
caber duda alguna de que, desde el punto de vista de la clase obrera y de las masas
trabajadoras de todos los pueblos de Rusia, el mal menor seria la derrota de la
monarquía zarista, el gobierno más reaccionario y bárbaro que oprime a un mayor
número de naciones y a una mayor masa de población de Europa y de Asia.

La consigna política inmediata de los socialdemócratas de Europa debe ser la formación


de los Estados Unidos republicanos de Europa; pero a diferencia de la burguesía, que
está dispuesta a “prometer” cuanto se quiera con tal de arrastrar al proletariado a la
corriente general del chovinismo, los socialdemócratas habrán de poner al descubierto
toda la falsedad e inconsistencia de esta consigna sino son derrocadas por la revolución
las monarquías alemana, austriaca y rusa.

En Rusia, las tareas de los socialdemócratas, en virtud del mayor atraso de este país, que
no ha llevado aun a termino su revolución burguesa, deben ser, lo mismo que antes, las
7
tres condiciones fundamentales de la trasformación democrática consecuente: república
democrática (con plena igualdad de derechos y autodeterminación de todas las
naciones), confiscación de las tierras de los terratenientes y jornada de ocho horas. Pero
en todos los países avanzados, la guerra pone al orden del día la consigna de la
revolución socialista, que se hace tanto más urgente cuanto más pesen sobre los
hombros del proletariado las cargas de la guerra, cuanto más activo haya de ser su papel
en la reconstrucción de Europa después de los horrores de la barbarie “patriótica”
contemporánea, dados los gigantescos progresos técnicos del capitalismo. La utilización
por la burguesía de las leyes de tiempos de guerra para amordazar por completo al
proletariado plantea ante este la tarea indiscutible de crear formas ilegales de agitación y
de organización. Pueden los oportunistas “conservar” las organizaciones legales a costa
de la traición a sus convicciones; los socialdemócratas revolucionarios utilizaran los
hábitos de organización y los vínculos de la clase obrera para crear formas ilegales de
lucha por el socialismo, correspondientes a la época de crisis, y unir estrechamente a los
obreros, no con la burguesía chovinista de su país, sino con los obreros de todos los
países. La internacional proletaria no ha perecido ni perecerá. Las masas obreras crearan
la nueva Internacional por encima de todos los obstáculos. El actual triunfo del
oportunismo es efímero. Cuanto mayor sea el número de victimas causadas por la
guerra, más clara aparecerá ante las masas obreras la traición a la causa obrera cometida
por los oportunistas y la necesidad de volver las armas contra los gobiernos y la
burguesía de cada país.

La transformación de la actual guerra imperialista en guerra civil es la única consigna


proletaria justa, indicada por la experiencia de la Comuna, señalada por la resolución de
Basilea (1912) y derivada de todas las condiciones de la guerra imperialista entre los
países burgueses altamente desarrollados. Por muy grandes que parezcan las
dificultades de semejante transformación en uno u otro momento los socialistas jamás
renunciarán a efectuar un trabajo preparatorio sistemático, perseverante y continuo en
esta dirección, ya que la guerra es un hecho.

Solo siguiendo esta vía podrá librarse el proletariado de su dependencia de la burguesía


chovinista y dar, en una u otra forma y con mayor o menor rapidez, los pasos decisivos
hacia la verdadera libertad de los pueblos y hacia el socialismo.

¡Viva la fraternidad internacional de los obreros contra el chovinismo y el patriotismo


de la burguesía de todos los países!

¡Viva la Internacional proletaria depurada del oportunismo! Escrito Publicado


Información bibliográfica “

LA SITUACION Y LAS TAREAS DE LA INTERNACIONAL SOCIALISTA

Lo más penoso de toda la crisis actual es la victoria del nacionalismo burgués y del
chovinismo sobre la mayoría de los representantes oficiales del socialismo europeo. No
en vano los periódicos burgueses de todos los países se mofan de ellos o los elogian
condescendientes. Para quienes deseen seguir siendo socialistas, no hay tarea más
importante que la de explicar las causas de la crisis socialista y la de analizar las tareas
de la Internacional.

8
Hay gentes que temen reconocer la verdad de que la crisis, o mejor dicho, la bancarrota
de la II Internacional es la bancarrota del oportunismo.

Se remiten, por ejemplo, a la unanimidad de los socialistas franceses, al supuestamente


completo cambio de frente de las viejas fracciones del socialismo en punto a la actitud
ante la guerra. Pero estas referencias no son exactas.

La defensa de la colaboración de clases, el abandono de la idea de la revolución


socialista y de los métodos revolucionarios de lucha, la adaptación al nacionalismo
burgués, el olvido de las fronteras históricamente transitorias de la nacionalidad o de la
patria, la transformación de la legalidad burguesa, en fetiche, la renuncia al punto de
vista de clase y a la lucha de clases por temor a que se aparten "las amplias masas de la
población" (léase: la pequeña burguesía): tales son, indudablemente, los, "fundamentos
ideológicos del oportunismo. Sobre esta base, precisamente, ha surgido el actual espíritu
chovinista y patriotero de la mayoría de los lideres de la II Internacional. El predominio
efectivo de los
oportunistas entre ellos ha sido señalado hace mucho desde las posiciones más diversas
por diferentes conservadores. La guerra no ha hecho sino dejar al descubierto con
particular celeridad y agudeza las proporciones reales de este predominio. No es de
extrañar que la extraordinaria agudización de fa crisis haya suscitado una serie de
cambios de posición en las viejas fracciones. Pero, en general, estos cambios han
afectado tan sólo a las individualidades. Las tendencias dentro del socialismo han
seguido siendo las mismas.

Entre los socialistas franceses no existe unanimidad completa. El propio Vaillant, que
ha seguido una orientación chovinista junto con Guesde, Plejánov, Hervé y otros, se ha
visto precisado a reconocer que está recibiendo cartas de protesta de socialistas
franceses, los cuales señalan que la guerra es imperialista y que la burguesía francesa es
no menos culpable de ella que la de los demás países. No hay que olvidar que estas
voces son ahogadas no sólo por el oportunismo triunfante, sino también por la censura
militar. Entre los ingleses, el grupo de Hyndman (los socialdemócratas ingleses, o
Partido Socialista Británico)'ª se ha lanzado por la pendiente del chovinismo, lo mismo
que la mayoría de los lideres semiliberales de las tradeuniones. MacDonald y Keir
Hardie, del oportunista Partido Laborista Independiente 39, ofrecen resistencia al
chovinismo. En realidad, esto es una excepción de la regla. Pero algunos
socialdemócratas revolucionarios, que lucharon hace mucho contra Hyndman, han
abandonado ahora las filas del Partido Socialista Británico. Entre los alemanes el cuadro
es claro: los oportunistas han vencido, cantan victoria, "están en la gloria". El "centro",
con Kautsky a la cabeza, ha rodado hasta el oportunismo y lo defiende con sofismas
singularmente hipócritas, viles y fatuos.

Entre los socialdemócratas revolucionarios se oyen voces de protesta: de Mehring, de


Pannekoek, de K. Liebknecht y voces anónimas de Alemania y de la Suiza alemana. En
Italia también es clar0 el alineamiento: los oportunistas extremos, Bissolati y Cía., están
a favor de la "patria", a favor de Guesde, Vaillant, Plejánov y Hervé. Los
socialdemócratas revolucionarios ("Partido Socialista"), con Avanti en cabeza, luchan
contra el chovinismo y desenmascaran el carácter burgués y egoísta de los llamamientos
en favor de la guerra, contando con el apoyo de la inmensa mayoría de los obreros
avanzados. En Rusia, los oportunistas extremos del campo de los liquidadores40 han
alzado ya su voz en defensa del chovinismo en las disertaciones y en la prensa.
9
P. Máslov y E. Smirnov defienden al zarismo so pretexto de defender la patria (dicen
que Alemania amenaza con imponemos "a nosotros" "por la fuerza de las armas"
tratados comerciales, mientras que el zarismo, por lo visto, no ha asfixiado ni asfixia
con las armas, el látigo y la horca la vida económica, política y nacional de las nueve
décimas partes de la población de Rusia) y justifican la entrada de socialistas en
gabinetes burgueses reaccionarios y la votación de los créditos de guerra, hoy, y de
nuevos armamentos, mañana!! Han caído en el nacionalismo Plejánov, encubriendo su
chovinismo ruso con la francofilia, y Aléxinski. Mártov, a juzgar por Golos, de París,
es, de toda esta cofradía, el que mantiene una actitud más pasable, ofreciendo resistencia
al chovinismo alemán y francés, alzándose contra Vorwarts, contra el señor Hyndman y
contra Máslov, sin embargo, temiendo declarar una guerra decidida a todo el
oportunismo internacional y a su "influyente" defensor, el
"centro" de la socialdemocracia alemana. Los intentos de presentar el servicio militar
voluntario como la realización de tareas socialistas (véase la declaración del grupo de
voluntarios rusos en París, socialdemócratas y socialistas revolucionarios, así como de
los socialdemócratas polacos, Leder y otros) han tenido por único defensor a Plejánov.
La mayoría de la Sección de París de nuestro Partido ha condenado estos intentos. Los
lectores podrán ver la posición del CC de nuestro Partido en el editorial del presente
número*.

Para la historia de cómo se ha llegado a la formulación de los puntos de vista de nuestro


Partido, debemos -en evitación de malentendidos- hacer constar los hechos siguientes:
un grupo de miembros de nuestro Partido, venciendo las enormes dificultades que
suponía el restablecimiento de los vínculos orgánicos rotos por la guerra, elaboró
primero las "tesis", que dio a conocer a los camaradas entre el 6 y el 8 de septiembre del
nuevo calendario. Después las entregó a través de socialdemócratas suizos a dos
miembros de la Conferencia ítalo-suiza de Lugano (27 de septiembre). Hasta mediados
de octubre no se consiguió restablecer el enlace y formular el punto de vista del CC del
Partido. El editorial de este número es la redacción definitiva de las

"tesis".
Tal es, brevemente expuesto, el estado de cosas de la socialdemocracia de Europa y de
Rusia. La bancarrota de la Internacional es un hecho. La polémica de prensa entre los
socialistas franceses y alemanes lo ha demostrado definitivamente. Así lo han
reconocido no sólo los socialdemócratas de izquierda (Mehring y Bremer Bürger-
Zeitung), sino también los órganos moderados de la prensa suiza (Volksrecltt). Los
intentos de Kautsky de disimular esta bancarrota son un subterfugio medroso. Esta
bancarrota no es sino la bancarrota del oportunismo, prisionero de la burguesía.

La posición de la burguesía es clara. No menos claro es que los oportunistas repiten


simplemente de una manera ciega los argumentos de aquélla. A lo dicho en el editorial
queda, tal vez, por añadir una simple alusión a las peroraciones injuriosas de Neue Zeit
en el sentido de que el internacionalismo consiste ni más ni menos en que los obreros de
un país disparen contra los obreros de otro en nombre de la defensa de la patria!

La cuestión de la patria -replicaremos a los oportunistas es posible plantearla haciendo


caso 'omiso del carácter histórico concreto de esta guerra. Es una guerra imperialista, es
decir, una guerra de la época del capitalismo más desarrollado, de la época final del
capitalismo. La clase obrera debe comenzar "organizándose en los límites de la nación",
10
dice el "Manifiesto Comunista", indicando así los límites y las condiciones de nuestro
reconocimiento de la nacionalidad y de la patria, como formas necesarias del régimen
burgués y, por consiguiente, de la patria burguesa. Los oportunistas desfiguran esta
verdad trasplantando lo que es cierto con relación a la época del surgimiento del
capitalismo a la época final del capitalismo. En cuanto a esta época y a las tareas del
proletariado en la lucha por la destrucción del capitalismo, y no del feudalismo, dice de
modo claro y terminante el Manifiesto Comunista: "los obreros no tienen patria". Se
comprende por qué los oportunistas temen reconocer esta verdad del socialismo y por
qué temen incluso en la mayoría de los casos tenerla abiertamente en cuenta. El
movimiento socialista no puede vencer dentro del viejo marco de la patria. Este
movimiento crea formas nuevas y superiores de convivencia humana, en las que las
necesidades legítimas y las aspiraciones progresivas de las masas trabajadoras de toda
nacionalidad se verán satisfechas por vez primera en la unidad internacional a condición
de derribar los actuales tabiques nacionales. A los intentos de la burguesía moderna de
dividir y desunir a los obreros mediante hipócritas invocaciones a la "defensa de la
partía", los obreros conscientes contestarán con nuevos y reiterados intentos de
establecer la unidad de los obreros de las distintas naciones en la lucha por el
derrocamiento del dominio de la burguesía de todas las naciones.

La burguesía embauca a las masas, encubriendo la rapiña imperialista con la vieja


ideología de la "guerra nacional".

El proletariado desenmascara este engaño, proclamando la consigna de la


transformación de la guerra imperialista en guerra civil. Esta es precisamente la
consigna señalada por las resoluciones de Stuttgart y Basilea, que previeron no la guerra
en general, sino la guerra actual, y se referían no a la "defensa de la patria", sino a la
"aceleración del hundimiento del capitalismo", a la utilización con este fin de la crisis
creada por la guerra y al ejemplo de la Comuna. La Comuna fue la transformación de
una guerra entre pueblos en una guerra civil.

Esta transformación, claro está, no es fácil y no puede ser obra de la "voluntad" de


determinados partidos. Pero se deriva de las condiciones objetivas del capitalismo en
general y de la época final del capitalismo en particular. Y en este sentido, sólo en este
sentido, deben desplegar su labor los socialistas. No votar los créditos de guerra, no
consentir el chovinismo de "su" país (y de los países aliados), luchar en primer término
contra el chovinismo de "su propia" burguesía, no limitarse a las formas legales de
lucha cuando ha comenzado la crisis y la misma burguesía ha echado por tierra la
legalidad creada por ella: tal es la línea de actuación que conduce a la guerra civil y
llevará a ella en uno u otro momento del incendio europeo.

La guerra no es una casualidad, no es un "pecado". como creen los curas cristianos (que
predican el patriotismo, el humanismo y la paz no peor que los oportunistas), sino una
fase inevitable del capitalismo, una forma de vida capitalista tan legítima como lo es la
paz. En nuestros días participan en la guerra pueblos enteros. De esta verdad no se
deduce que haya que seguir la corriente "popular" del chovinismo, sino que en tiempo
de guerra, en la guerra, continúan existiendo al modo militar y han de manifestarse las
contradicciones de clase que desgarran a los pueblos. La negativa a prestar servicio
militar, la huelga - contra la guerra, etc., son una simple tontería, una ilusión pobre y
medrosa de luchar sin armas contra la burguesía armada y suspirar por destruir el
capitalismo sin una encarnizada guerra civil o sin una serie de guerras. La propaganda
11
de la lucha de clases entre las tropas es un deber de cada socialista; la labor dirigida a
transformar la guerra de los pueblos en guerra civil es la única labor socialista en la
época del choque armado imperialista de la burguesía de todas las naciones. ¡Abajo la
sentimental y estúpida lamentación clerical suspirando por "la paz a toda costa"! ¡En
alto la bandera de la guerra civil! El imperialismo ha apostado a una carta los destinos
de la cultura europea: a esta guerra, si no hay una serie de revoluciones victoriosas, no
tardarán en seguir otras guerras; la fábula de la "última guerra" es una ficción vana y
perniciosa, un "mito" filisteo (según la atinada expresión de Golos). La bandera
proletaria de la guerra civil, si no hoy, mañana- si no en esta guerra, después de ella-, si
no en esta guerra, en la próxima que siga, agrupará alrededor de ella no sólo a cientos de
miles, de obreros conscientes, sino a millones de semiproletarios y pequeños burgueses,
embaucados hoy por el chovinismo, a quienes los horrores de la guerra no sólo les han
de intimidar y aturdir, sino que les han de instruir, enseñar, despertar, organizar, templar
y preparar para la guerra contra la burguesía, tanto de "su propio" país como de los
países "ajenos".

La II Internacional ha muerto, vencida por el oportunismo. ¡Abajo el oportunismo y


viva la III Internacional, depurada no sólo de los "tránsfugas" (como desea Golos), sino
también del oportunismo!

La II Internacional cumplió su cometido, realizando una útil labor preparatoria para la


previa organización de las masas proletarias dentro de la larga época "pacífica" de la
más cruel esclavitud capitalista y del más rápido progreso capitalista del último tercio
del siglo XIX y de comienzos del XX. ¡La III Internacional tiene ante sí la tarea de
organizar las fuerzas del proletariado para la ofensiva revolucionaria contra los
gobiernos capitalistas, para la guerra civil contra la burguesía de todos los países por el
poder político y por la victoria del socialismo!

CHOVINISMO MUERTO' Y SOCIALISMO VIVO

(COMO RECONSTITUIR LA INTERNACIONAL)

Durante los últimos decenios, la socialdemocracia alemana ha servido de modelo a la


socialdemocracia de Rusia en alguna medida incluso más que a la socialdemocracia del
mundo entero. Se comprende, por ello, que sea imposible adoptar una posición
consciente, es decir, crítica, frente al socialpatrioterismo o chovinismo "socialista" hoy
reinante sin dilucidar del modo más exacto nuestra actitud ante ella. ¿qué fue la
socialdemocracia alemana?, ¿qué es?, ¿qué será?

A la primera pregunta puede responder el folleto de K. Kautsky El camino al poder,


editado en 1909 y traducido a muchas lenguas europeas. Este folleto es la exposición
más completa y favorable para los socialdemócratas alemanes (en el sentido de las
esperanzas que infundían) de las opiniones sobre las tareas de nuestra época, salida de la
pluma del escritor más prestigioso de la II Internacional. Veamos con mayor detalle este
folleto, lo que será tanto más útil porque ahora se repudian con frecuencia creciente las
"palabras olvidadas".

La socialdemocracia es un partido revolucionario (primera frase del folleto),


revolucionaria no sólo en el sentido de como lo es la máquina de vapor, sino "también
en otro sentido". Aspira a la conquista del poder político por el proletariado, a la
12
dictadura del proletariado. Kautsky decía, mofándose de "los que dudan de la
revolución": "Por supuesto, en todo movimiento e insurrección importante debemos
tener presente la posibilidad de la derrota. Antes de la lucha, sólo un majadero puede
estar completamente seguro de la victoria". Sería "una traición flagrante a nuestra
causa" negarse a admitir la probabilidad del triunfo. La revolución, relacionada con la
guerra, es posible durante la contienda y después de ella. No se puede precisar cuándo
exactamente conducirá a la revolución el agravamiento de las contradicciones de clase,
pero "yo puedo afirmar sin temor a equivocarme que la revolución implícita en la guerra
estallará o durante ésta o inmediatamente después de ella": no hay nada más trivial que
la teoría de la "integración pacífica en el socialismo". "No hay nada más erróneo que la
0pinión de que la conciencia de la necesidad económica significa un debilitamiento de
la voluntad." "La voluntad, como deseo de lucha, está determinada: 1) por el precio de
la lucha; 2) por el sentido de la fuerza, y 3) por la fuerza verdadera." Cuando se intentó
(por cierto, en Vorwarts) interpretar con un criterio oportunista la famosa Introducción
de Engels a Las luchas de clases en Francia,
Engels se indignó y calificó de "vergonzosa" la suposición de que él era "un admirador
pacífico de la legalidad a toda costa" 112• "Tenemos razones de sobra para pensar que
entramos en un período de lucha por el poder político"; esta lucha puede durar decenios,
no lo sabemos, pero "con toda probabilidad conducirá en un futuro no lejano a un
fortalecimiento considerable del proletariado, si no a su dictadura en Europa
Occidental." Los elementos revolucionarios crecen: en 1895, de los diez millones de
electores de Alemania, seis millones eran proletarios y tres millones y medio estaban
interesados en la propiedad privada. ¡En 1907, el número de estos últimos aumentó en
0,03 millones, y el de los primer0s, en 1,6 millones! Y "el ritmo de avance, se hace al
punto muy rápido cuando llegan momentos de efervescencia revolucionaria,'. Las
contradicciones de clase, lejos de atenuarse, se exacerban, aumenta la carestía cobran
virulencia la competición imperialista y el militarismo. Se acerca una nueva era de
revoluciones. El demencial crecimiento de los impuestos "habría conducido hace ya
mucho a la guerra como única alternativa de la revolución... si precisamente esta
alternativa de la revolución después de la guerra no se hallase más cerca aún que
después de la paz armada".

"La guerra universal es inminente; y la guerra significa también la revolución." Engels


pudo temer aún en 1891 una revolución prematura en Alemania, pero desde entonces
"la situación ha cambiado mucho". El proletariado "no puede ya hablar de una
revolución prematura" (la cursiva es de Kautsky). La pequeña burguesía es muy
insegura y más hostil cada día al proletariado, pero en una 'época de crisis
"es capaz de pasarse a nuestro lado en masa". El quid de la cuestión está en que la
socialdemocracia "siga siendo firme, consecuente e intransigente". No cabe duda que
hemos entrado en un período revolucionario.

Así escribía Kautsky en tiempos lejanos, muy remotos, hace nada menos que cinco
años. Ahí tenemos lo que era, o, más exactamente, lo que prometía ser la
socialdemocracia alemana. He ahí una socialdemocracia que se podía y debía respetar.

Veamos lo que escribe ahora ese mismo Kautsky. He aquí las manifestaciones más
importantes de su artículo La socialdemocracia durante la guerra (Neue Zeit, núm. 1, 2
de octubre de 1914): "Nuestro partido discutió con mucha menos frecuencia de cómo
comportarse durante la guerra que de cómo impedirla" ... "Jamás un Gobierno es tan
fuerte, ni los partidos tan débiles, como al comienzo de una guerra." "El tiempo de
13
guerra es el menos oportuno para discutir con serenidad." "En la práctica, la cuestión
ahora es: o la victoria o la derrota de su propio país." ¿Acuerdos entre los partidos de los
países beligerantes sobre acciones contra la guerra? "En la práctica, jamás se. probó
antes nada semejante. Siempre impugnamos la posibilidad de eso"... La divergencia
entre los socialistas franceses y alemanes "no es de principios" (unos y otros defienden
la patria) ... "Los socialdemócratas de todos los países tienen el mismo derecho o el
mismo deber de participar en la defensa de la patria: ni una sola nación debe reprochar
eso a otra" ...

"¿Está en bancarrota la Internacional?" "¿Ha renunciado el partido a defender


francamente sus principios de partido durante la guerra?" (Palabras de Mehring en el
mismo número 114.) Es errónea la opinión... No hay ningún fundamento para tal
pesimismo... La divergencia no es de principios ...

La unidad de los principios sigue existiendo... El desacato a las leyes del tiempo de
guerra habría conducido "simplemente a la prohibición de nuestra prensa". El
acatamiento a esas leyes "significa en grado tan ínfimo la renuncia a defender los
principios de partido como semejante labor de nuestra prensa partidista bajo la espada
de Damocles de la Ley de excepción contra los socialistas".

Hemos aducido adrede citas auténticas, pues cuesta trabajo creer que hayan podido
escribirse tales cosas. No es fácil encontrar en las publicaciones (excepto, quizá, en los
"escritos" de los apóstatas declarados) una trivialidad tan llena de suficiencia,... un
alejamiento de la verdad tan desvergonzado, subterfugios tan indecorosos para encubrir
la más patente abjuración tanto del socialismo en general como de los inequívocos
acuerdos internacionales, aprobados por unanimidad (por ejemplo, en Stuttgart y, sobre
todo, en Basilea) precisamente con vistas a una guerra europea del mismo carácter que
la actual! Sería una falta de respeto al lector que tomásemos "en serio" los argumentos
de Kautsky y tratásemos de "analizarlos": porque si la guerra europea se diferencia en
mucho de un simple y "pequeño" pogromo antisemita, los argumentos "socialistas" en
defensa de la participación en esa guerra se asemejan por entero a los argumentos
"democráticos" en pro de la participación en un pogromo antisemita. Los argumentos en
defensa de un pogromo no se analizan: se- los señala simplemente para poner en la
picota a sus autores a la vista de todos los obreros conscientes.

Pero ¿cómo ha podido ocurrir, preguntará el lector, que la más destacada autoridad de la
II Internacional, que un autor que defendía las opiniones expuestas al comienzo de este
artículo se haya deslizado a una posición "peor que la de un renegado"? Eso es
incomprensible, respondemos, sólo para quienes -quizá de una manera inconsciente-
sustentan el punto de vista de que, en el fondo, no ha nada de particular, de que no es
difícil "reconciliarse y olvidar", etc., es decir, precisamente quienes sustentan el punto
de vista de los renegados. Pero quienes profesaban seria y sinceramente las
convicciones socialistas y compartían las opiniones reproducidas al comienzo del
artículo no se sorprenderán de que "haya muerto Vorwarts" (expresión de L. Mártov en
Golos, de París) ni de que ''haya muerto" también Kautsky. El fracaso de algunos
individuos no es un hecho insólito en épocas de grandes virajes mundiales. Kautsky, a
pesar de sus méritos inmensos, jamás figuró entre quienes adoptaron en el acto una
combativa posición� marxista durante las grandes crisis (recordemos sus vacilaciones
en el problema del millerandismo.

14
Y estamos viviendo una época precisamente así. "¡Disparen ustedes los primeros,
señores burgueses!", escribía Engels en 1891, defendiendo (y con plena razón) la
utilización de la legalidad burguesa por nosotros, los revolucionarios, en la época del
llamado desarrollo constitucional pacífico. La idea de Engels no podía estar más clara:
nosotros, los obreros conscientes, dispararemos en respuesta; nos trae más cuenta ahora,
para pasar de la papeleta electoral al "tiroteo" (o sea, a la guerra civil), aprovechar el
momento en que la propia burguesía viole la base legal creada por ella. Kautsky
expresaba en 1909 las opiniones incontestables de todos los revolucionarios
socialdemócratas al decir que en Europa no puede haber ya una revolución prematura y
que la guerra significa la revolución.

Pero los decenios de la época "pacífica" no han pasado sin dejar huella: han creado de
manera ineluctable el oportunismo en todos los países, asegurándole el predominio entre
los “jefes" parlamentarios, sindicales, periodísticos, etc. No hay un solo país de Europa
en el que no se haya librado, en una forma o en otra, una lucha larga y tenaz contra el
oportunismo, apoyado por toda la burguesía con infinidad de medios para corromper y
debilitar al proletariado revolucionario. El mismo Kautsky escribía hace quince años, al
empezar la bernsteiniada, que si el oportunismo dejara de ser un estado de ánimo y se
convirtiera en una tendencia, la escisión se plantearía al orden del día. También en
nuestro país, en Rusia, la vieja Iskra, creadora del Partido Socialdemócrata de la clase
obrera, decía en su número 2 (a comienzos de 1901), en un artículo titulado En los
umbrales del siglo XX, que la clase revolucionaria del siglo XX tiene (a semejanza de la
revolucionaria del siglo XVIII, la burguesía) su Gironda y su Montaña.

La guerra europea significa una grandiosa crisis histórica, el comienzo de una nueva
época. Como toda crisis, la guerra ha exacerbado las contradicciones, profundamente
ocultas, y las ha hecho salir a la superficie, desgarrando todos los velos hipócritas,
rechazando todos 'los convencionalismos, demoliendo todas las autoridades podridas o
tocadas por la podredumbre. (Dicho sea entre paréntesis, en esto consiste la acción
bienhechora y progresista de todas las crisis, incomprensible únicamente para los
obtusos admiradores de la "evolución pacífica".) La II Internacional, que en veinticinco
o cuarenta y cinco años (según se cuente a partir de 1870 o de 1889) llevó a cabo una
labor extraordinariamente importante y útil de amplia difusión del socialismo y de
organización previa, inicial, elemental de sus fuerzas, ha cumplido su misión histórica y
ha muerto, vencida no tanto por los von Kluck como por el oportunismo. Dejad que los
muertos entierren ahora a sus muertos. Dejad que los zascandiles (si no lacayos
intrigantes de los chovinistas y oportunistas) "trajinen" ahora para juntar a los
Vandervelde y los Sembat con Kautsky y Haase, como si nos encontrásemos ante Iván
lvánovich, que, después de llamar "ganso" a lván Nikíforovich, necesita que los amigos
le "empujen" para reconciliarse con su adversario 118• La Internacional no consiste en
que se sienten en tomo a una mesa y escriban resoluciones hipócritas y marrulleras
personas para quienes el internacionalismo auténtico equivale a que los socialistas
alemanes justifiquen los llamamientos de la burguesía alemana a disparar contra los
obreros franceses, y los socialistas franceses el llamamiento de la burguesía francesa a
disparar contra los alemanes ¡¡¡"en nombre de la defensa de la patria"!!! La
Internacional consiste en el acercamiento mutuo (primero ideológico y después, en su
tiempo, orgánico) de hombres capaces de defender de verdad en nuestros difíciles días
el internacionalismo socialista, es decir, de agrupar sus fuerzas y "disparar en respuesta"
contra los gobiernos y las clases dirigentes de sus "patrias" respectivas.

15
Es una obra difícil que requerirá no poca preparación y grandes sacrificios y en la que
serán inevitables las derrotas.

Mas precisamente porque se trata de una obra difícil hay que realizarla únicamente con
quienes quieren hacerla, sin temor a romper por completo con los chovinistas y con los
defensores del social chovinismo.

Quienes más hacen en pro de la reconstitución sincera, y no hipócrita, de la


Internacional socialista, y no chovinista, son hombres como Pannekoek, que ha dicho en
el artículo La bancarrota de la Internacional: "si los jefes se reúnen e intentan encolar las
discrepancias, eso no tendrá ningún valor".

Digamos francamente las cosas como son: la guerra obligará de todos modos a hacer
eso, si no mañana, pasado mañana. En el socialismo internacional existen tres
corrientes: 1) los chovinistas, que aplican de manera consecuente la política del
oportunismo; 2) los enemigos consecuentes del oportunismo, que en todos los países
empiezan ya a hacer oír su voz (los oportunistas los han derrotado por completo en su
mayor parte, pero "los ejércitos derrotados aprenden. bien") y que pueden efectuar una
labor revolucionaria orientada hacia la guerra civil; 3) hombres desconcertados y
vacilantes, que ahora van a la zaga de los oportunistas y causan el mayor daño .al
proletariado precisamente con sus tentativas hipócritas de justificar el oportunismo con
argumentos casi científicos y marxistas (¡bromas aparte!). Una parte de los que se
hunden en esta tercera corriente puede ser salvada y reincorporada al socialismo, pero
sólo de una manera: mediante una política de rompimiento y escisi0n categóricos con la
primera corriente, con cuantos son capaces de justificar la votación de los créditos, "la
defensa de la patria", "la sumisión a las leyes del tiempo. de guerra", la conformidad con
la legalidad y la abjuración de la guerra civil. Únicamente quienes aplican esta política
construyen de verdad la Internacional socialista. Por lo que respecta a nosotros, después
de haber entrado en contacto con el organismo colegiado del CC en Rusia y con los
elementos dirigentes del movimiento obrero de Petrogrado, después de haber
intercambiado opiniones con ellos y de habernos convencido de que existe solidaridad
en lo fundamental, podemos declarar como Redacción del Órgano Central, en nombre
de nuestro Partido, que sólo la labor efectuada en esa dirección es labor de partido y
socialdemócrata.

La escisión de la socialdemocracia alemana parece una idea que asusta demasiado a


muchos por su "carácter insólito". Pero la situación objetiva es garantía de que o se
produce ese insólito (¿acaso no declararon Adler y Kautsky en la última reunión del
Buró Socialista Internacional en julio de 1914, que no creían en milagros y que, por
ello, no creían en una guerra europea?) o seremos testigos de la atormentadora
putrefacción de lo que fue en otros tiempos la socialdemocracia alemana. A quienes
están acostumbrados a "creer" demasiado en la (ex) socialdemocracia alemana les
recordaremos únicamente, para terminar, cómo enfocan la idea de esa escisión hombres
que durante muchos años han sido adversarios nuestros en toda una serie de cuestiones;
cómo L. Mártov escribió en Golos: “ha muerto Vorwarts"; "la socialdemocracia, que
hace pública la renuncia a la lucha de clases; haría mejor en reconocer sin rodeos lo que
hay, disolvió provisionalmente su organización y clausuró sus órganos de prensa";
cómo Plejánov, según una información de Golos, dijo en una conferencia: "soy gran
enemigo de la escisión; pero si se sacrifican los principios en aras de la integridad de la
organización, será preferible la escisión a una unidad falsa". Plejánov dijo eso
16
refiriéndose a los radicales alemanes: ve la paja en el ojo de los alemanes y no ve la viga
en el propio. Es una peculiaridad individual suya, a la que todos nos hemos
acostumbrado demasiado durante los diez años últimos de radicalismo plejanovista en
teoría y oportunismo en la práctica. Pero si hasta hombres con tales… rarezas
individuales hablan de escisión entre los alemanes, eso es un signo de la época.

¿QUÉ HACER AHORA?

(LAS TAREAS DE LOS PARTIDOS OBREROS CON RESPECTO AL


OPORTUNISMO Y AL SOCIAL CHOVINISMO)

La tremenda crisis provocada en el socialismo europeo por la guerra mundial originó


primero (como ocurre durante las grandes crisis) una enorme confusión; después esbozó
toda una serie de nuevos agrupamientos entre los representantes de las diferentes
tendencias, matices y opiniones en el socialismo; por último, planteó con singular
agudeza e insistencia el problema de qué cambios específicos, en lo que toca a las bases
de la política socialista, derivan de la crisis e impone la crisis. Estas tres "fases" las han
vivido también, de forma muy palpable, los socialistas de Rusia de agosto a diciembre
de 1914. Todos sabemos que al principio hubo no poca confusión y que ésta se acentuó
debido a las persecuciones zaristas, la conducta de los "europeos" y la alarma provocada
por la guerra. En París y en Suiza, donde había el mayor número de emigrados, mayores
contactos con Rusia y una mayor libertad, los meses de septiembre y octubre fueron el
período en que en debates, conferencias y periódicos se producía, del modo más amplio
y completo, la nueva demarcación entre varias actitudes ante problemas suscitados por
la guerra. Puede afirmarse con seguridad que no quedó un solo matiz de ideas en
ninguna tendencia (o grupo) del socialismo (y del seudosocialismo) de Rusia que no se
viera expresado y evaluado. Todos sienten que ha llegado el momento de formular
conclusiones precisas y positivas, capaces de servir de base para la actividad práctica
sistemática, la propaganda, la agitación y la organización: la situación se ha definido y
todos han emitido su opinión. ¿Sabremos por fin, entonces, quién está con quién y hacia
dónde va cada uno?

El 23 de noviembre (del nuevo calendario), al día siguiente de publicarse en Petrogrado


el comunicado del Gobierno sobre el arresto del Grupo OSDR 126, en el Congreso del
Partido Socialdemócrata Sueco, reunido en Estocolmo, se produjo un incidente que
puso al orden del día, definitiva e irrevocablemente, los dos problemas que acabamos de
subrayar. Nuestros lectores encontrarán más adelante un relato de lo ocurrido, a saber:
la traducción íntegra, según el informe socialdemócrata sueco oficial, tanto de los
discursos de Belenin (representante del Comité Central) y de Larin (representante del
Comité de Organización 12ª), como de los debates sobre la cuestión planteada por
Branting.

Era la primera vez, desde que estalló la guerra, que un representante de nuestro Partido,
de su CC, se encontraba con un representante del CO liquidacionista, en un congreso de
socialistas de un país neutral. ¿Qué características tuvieron sus discursos? Belenin
adoptó una posición muy clara sobre los problemas graves y difíciles, pero
verdaderamente importantes del actual movimiento socialista, y remitiéndose al OC del
Partido, a Sotsial-Demokrat, hizo la más categórica declaración de guerra al
oportunismo y calificó de traición la conducta de los líderes socialdemócratas alemanes
17
(y de "muchos otros"). Larin no adoptó posición alguna y eludió por completo con su
silencio el fondo de la cuestión, refugiándose tras frases banales, vacías Y. viciadas, de
esas que aseguran los aplausos de los oportunistas y de los socialchovinistas de todos
los países. En cambio, Belenin guardó absoluto silencio sobre nuestra actitud ante los
demás partidos o grupos socialdemócratas de Rusia como insinuando: nuestra posición
es ésta; en cuanto a los demás, callaremos y aguardaremos hasta ver cómo se definen.
Larin, por el contrario, desplegó la bandera de la "unidad", vertió una lágrima por "los
amargos frutos de la escisión en Rusia" y describió con vivos colores la labor
"unificadora" del CO, que ha unido a Plejánov, a los caucasianos, a los bundistas, a los
polacos y así sucesivamente. Y a hablaremos en especial (véase más adelante el suelto
¿Qué "unidad” ha proclamado Larin?) * de lo que quiso decir Larin. Por el momento
nos interesa el problema de principios de la unidad.

Tenemos ante nosotros dos consignas. Una es: guerra a los oportunistas y a los social
chovinistas, son unos traidores. La otra: unidad en Rusia, en particular con Plejánov
(que, dicho sea de paso, se comporta entre nosotros exactamente como Südekum entre
los alemanes, Hyndman entre los ingleses, etc.). ¿No es evidente que por temor a llamar
a las cosas por su verdadero nombre Larin se pronunció en el fondo en favor de los
oportunistas y de los social chovinistas?

Pero examinemos, en un plano general, el significado de la consigna de "unidad" a la


luz de los acontecimientos actuales. El arma más poderosa del proletariado en la lucha
por la revolución socialista es su unidad. De esta verdad indiscutible se deriva, de modo
no menos indiscutible, que, cuando al partido proletario se adhieren en gran número
elementos pequeñoburgueses que pueden obstaculizar la lucha por la revolución
socialista, la unidad con esos elementos es perjudicial y funesta para la causa del
proletariado. Los acontecimientos actuales han mostrado, precisamente, que estaban
maduras las condiciones objetivas de una guerra imperialista (es decir, de la que
corresponde a la etapa superior y última del capitalismo), por un lado, y que, por el otro,
los decenios de la llamada época pacífica habían acumulado en todos los países de
Europa una gran cantidad de estiércol pequeñoburgués, oportunista, dentro de los
partidos socialistas. Hace ya cerca de quince años, desde los tiempos de la famosa
"bernsteiniada" en Alemania, y en muchos países incluso antes, el problema de este
elemento oportunista, extraño, en los partidos proletarios, ha pasado al orden del día, y
será difícil encontrar un solo marxista destacado que no haya reconocido muchas veces
y por diferentes motivos que los oportunistas son en efecto un elemento no proletario,
hostil a la revolución socialista. Es indudable que este elemento social ha crecido con
especial rapidez en los últimos años: son funcionarios de sindicatos obreros legales,
parlamentarios y otros intelectuales, que se han acomodado fácil y tranquilamente en el
movimiento legal de masas; ciertas capas de los obreros mejor retribuidos, de pequeños
empleados, etc., etc. La guerra ha mostrado claramente que, en un momento de crisis (y
la época del imperialismo será inevitablemente una época de crisis de todo tipo), una
masa enorme de oportunistas, apoyada, y en parte directamente guiada, por la burguesía
(¡esto es de particular importancia!), se pasa al campo de esta última, traiciona al
socialismo, perjudica la causa obrera y la conduce a su ruina. En cada crisis, la
burguesía ayudará siempre a los oportunistas y tratará de aplastar a la parte
revolucionaria del proletariado, sin detenerse ante nada y empleando las medidas
militares más arbitrarias y más despiadadas. Los oportunistas son los enemigos
burgueses de la revolución proletaria, que, en tiempos de paz, realizan furtivamente su

18
labor burguesa incrustándose en los partidos obreros, pero que, en las épocas de crisis,
se revelan al
punto como francos aliados de toda la burguesía unificada, desde la conservadora hasta
la más radical y democrática, desde la librepensadora hasta la religiosa y clerical. Quien
no haya comprendido esta verdad después de los acontecimientos que hemos vivido, se
engaña sin remedio a sí mismo y a los obreros.

Las deserciones individuales son en este caso inevitables, pero hay que recordar que su
importancia está determinada por la existencia de una, capa y de una tendencia de
oportunistas pequeñoburgueses. Nada significarían los socialchovinistas Hyndman,
Vandervelde, Guesde, Plejánov, Kautsky, si sus apagados y triviales discursos en
defensa del patriotismo burgués no fuesen acogidos por capas sociales enteras de
oportunistas y por verdaderas nubes de periódicos y políticos burgueses.

El partido socialista tipo de la época de la II Internacional era un partido que toleraba en


sus filas el oportunismo, que se fue acumulando de modo creciente a lo largo de los
decenios del período "pacifico", pero que se mantenía en secreto, adaptándose a los
obreros revolucionarios, tomando de ellos su terminología marxista y evitando toda
clara delimitación en el terreno de los principios. Este tipo de partido ha caducado. Si la
guerra termina en 1915, ¿en 1916 habrá alguien entre los socialistas sensatos dispuesto a
iniciar una nueva reconstitución de los partidos obreros con los oportunistas, sabiendo
por experiencia que, en la próxima crisis, sea ésta cual fuere, todos ellos (más todos los
débiles de carácter y los desorientados) estarán en favor de la burguesía, la cual
encontrará indefectiblemente un pretexto para prohibir que se hable del odio de clase y
de la lucha de clases?

El partido italiano fue una excepción para la época de la II Internacional: expulsó del
partido a los oportunistas, con Bissolati a la cabeza. En la presente crisis los resultados
fueron excelentes: la gente de las diversas tendencias no engañó a los obreros, no los
deslumbró con los vivos colores de la retórica sobre la "unidad", cada uno siguió su
propio camino.

Los oportunistas (y los desertores del partido obrero, tales como Mussoliru) se han
ejercitado en el social chovinismo, exaltando (como Plejánov) a la "heroica Bélgica" y
encubriendo así la política de la Italia no heroica, sino burguesa, deseosa de saquear a
Ucrania y a Galitzia ... mejor dicho, a Albania, Túnez, etc., etc. Los socialistas, en
cambio, han hecho contra ellos la guerra a la guerra y preparado la guerra civil. No
idealizamos en absoluto al Partido Socialista Italiano, tampoco podemos garantizar en
modo alguno que se mantenga del todo firme si Italia entra en la guerra. No hablamos
del futuro de este partido; sólo hablamos ahora del presente. Hacemos constar el hecho
indiscutible de que los obreros de la mayoría de los países europeos han resultado
engañados por la unidad ficticia de los oportunistas y los revolucionarios y de que Italia
es una feliz excepción de esta regla, el país donde, en este momento, no existe
semejante engaño. Lo que ha sido una feliz excepción para la II Internacional debe ser y
será la regla para la III.
Mientras subsista el capitalismo, el proletariado siempre tendrá por vecina a la pequeña
burguesía. Sería irrazonable renunciar a establecer a veces alianzas temporales con ella,
pero hoy sólo pueden defender la unidad con ella, la unidad con los oportunistas, los
enemigos del proletariado o los rutineros embaucados de una época caduca.

19
La unidad de la lucha proletaria por la revolución socialista exige ahora, después de
1914, que los partidos obreros procedan a su separación incondicional de los partidos
oportunistas. Lo que entendemos por oportunistas ha quedado dicho claramente en el
manifiesto del CC núm. 33, La guerra y la socialdemocracia de Rusia).

Ahora bien, veamos qué ocurre en Rusia. ¿Es útil o perjudicial para el movimiento
obrero de nuestro país la unidad entre quienes, de uno u otro modo, de manera más o
menos consecuente, luchan contra el chovinismo, tanto de Purishkévich cuanto, de los
demócratas constitucionalistas, y quienes, como Máslov, Plejánov y Smirnov, hacen
coro a este chovinismo; entre quienes actúan contra la guerra y quienes declaran, como
los influyentes autores del "documento"
(núm. 34), que no actúan contra ella? Sólo a los que quieren cerrar los ojos puede
resultarles difícil responder a esta pregunta.

Nos objetarán tal vez que Mártov polemizó con Plejánov en Golos y que, junto con
varios otros amigos y partidarios del CO, combatió el social chovinismo. No lo
negamos, y en el núm. 33 del OC felicitamos abiertamente a Mártov. Nos habría
alegrado mucho que a Mártov no lo “hubieran hecho virar" (véase la nota El viraje de
Mártov); desearíamos de veras que la línea del CO fuese una línea decididamente
antichovinista. Pero no se trata de nuestros deseos, ni de los deseos de quien quiera que
sea. ¿Cuáles son los hechos objetivos? En primer lugar, Larin, el represen tan te oficial
del CO, guarda silencio, no se sabe por qué, sobre Golos, pero nombra al social
chovinista Plejánov, nombra a Axelrod que ha escrito un artículo (en Berner Tagwacht)
para no decir una sola palabra concreta. En cuanto a Larin, además de su cargo oficial,
está cerca del núcleo influyente de los liquidadores de Rusia, y TUJ sólo desde el punto
de vista geográfico. En segundo lugar, tomemos la prensa europea. En Francia y
Alemania, los periódicos no dicen nada de Golos, pero hablan de Rubanóvich, Plejánov
y Chjeídze. (En su número del 8 de diciembre, Hamburger Echo, uno de los órganos
más chovinistas de la prensa "socialdemócrata" chovinista de Alemania, llama a
Chjeídze partidario de Máslov y Plejánov, cosa a la que también algunos periódicos de
Rusia hicieron alusión. Se entiende que los amigos conscientes de los Südekum
aprecien en todo su valor el apoyo ideológico que Plejánov presta a los Südekum.) En
Rusia, los periódicos burgueses han difundido entre "el pueblo", en millones de
ejemplares, la noticia sobre Máslov-Plejánov-Smimov, sin dar ninguna acerca de la
tendencia de Golos. En tercer lugar, la experiencia de la prensa obrera legal de 1912 a
1914 ha demostrado rotundamente que la fuente de determinada fuerza social y de la
influencia de la corriente liquidacionista no está en la clase obrera, sino en el sector de
los intelectuales demócratas burgueses, del que ha salido el núcleo fundamental de los
escritores legalistas. Toda la prensa de Rusia, en correspondencia con las cartas del
obrero de Petrogrado (núms. 33 y 35 de Sotsial-Demokrat) y con el "documento" (num.
34), atestigua la mentalidad nacionalchovinista de este sector como sector. Es muy
posible que dentro de este sector se produzcan importantes reagrupamientos
individuales, pero es del todo improbable que él, como sector, TUJ sea "patriota" y
oportunista.

Tales son los hechos objetivos. Si los tenemos en cuenta y recordamos que para todos
los partidos burgueses deseosos de influir sobre los obreros es muy ventajoso tener un
ala izquierda para exhibir (sobre todo si no es oficial), debemos reconocer que la idea de
la unidad con el CO es una ilusión nociva para la causa obrera.

20
La política del CO -que en la lejana Suecia hizo el 23/XI declaraciones sobre la unidad
con Plejánov y pronunció discursos gratos a los oídos de todos los social chovinistas,
pero que en Pm y en Suiza no da señales de vida desde el 13/IX (día de la aparición de
Golos) hasta el 23/XI, ni desde el 23/XI hasta la fecha (23/XII)- es muy similar a la peor
politiquería. En cuanto a las esperanzas de que Otkliki tenga carácter oficial de partido,
han quedado destruidas en Zúrich por la declaración publicada en Berner Tagwacht (del
12/XII) de que el periódico en cuestión no tendrá tal, carácter…

(A propósito: en el número 52 de Golos la Redacción declara que mantener ahora la


escisión con los liquidadores sería el peor de los "nacionalismos"; esta frase, desprovista
de sentido gramatical, tiene sólo un sentido político, a saber: que la Redacción de Golos
prefiere la unidad con los social chovinistas al acercamiento con quienes son
intransigentes con el social chovinismo. La Redacción de Golos ha hecho una mala
elección.) Para completar el cuadro, nos quedan por agregar dos palabras sobre el
periódico eserista Misl, de París, que también elogia la "unidad", oculta (compárese con
el núm. 34 de Sotsial-Demokrat) el social chovinismo de Rubanóvich, dirigente de su
partido, defiende a los oportunistas y ministerialistas franco-belgas, pasa en silencio los
temas patrióticos del discurso de Kerenski, uno de los trudoviques rusos más de
izquierda, y publica trivialidades pequeñoburguesas, increíblemente trilladas, sobre la
revisión del marxismo en un espíritu populista y oportunista. Esta actitud de Misl viene
a confirmar entera y cabalmente lo que decía la resolución de la Conferencia "de
verano" (1913) del POSDR sobre los eseristas.

Algunos socialistas rusos creen, por lo visto, que el internacionalismo consiste en estar
dispuesto a recibir con los brazos abiertos Ja resolución que se disponen a escribir
Plejánov con Südekum, Kautsky con Hervé, Guesde con Hyndman, Vandervejde con
Bissolati, etc., sobre la justificación internacional del socialnacionalismo de todos los
países.

Nos permitimos opinar que el internacionalismo consiste únicamente en aplicar una


inequívoca política internacionalista dentro del partido propio. Trabajando con los
oportunistas y los social chovinistas es imposible llevar a cabo una política
verdaderamente internacionalista del proletariado, es imposible propugnar la acción
contra la guerra y reunir fuerzas para ello. Pasar en silencio o rehuir esta verdad, amarga
pero necesaria para un socialista, es perjudicial y funesto para el movimiento obrero.

CONFERENCIA DE LAS SECCIONES DEL POSDR EN EL EXTRANJERO

Hace unos días terminó sus labores la Conferencia de las Secciones del POSDR en el
Extranjero; celebrada en Suiza. Además de examinar los problemas propios de la
emigración, que trataremos de exponer, aunque sea brevemente, en los próximos
números del Órgano Central, la conferencia elaboró resoluciones acerca de la guerra,
problema importante y de palpitante actualidad. Publicamos estas resoluciones a
continuación, esperando que sean útiles a todos los socialdemócratas que buscan
seriamente el camino hacia una causa viva para salir del caos actual de opiniones, el
cual se reduce, en el fondo, a reconocer de palabra el internacionalismo y a propender
en la práctica a la conciliación a toda costa, de un modo u otro, con el social
chovinismo. Agreguemos que los debates en torno a la consigna de los "Estados Unidos

21
de Europa" tomaron un carácter político unilateral y se acordó aplazar el planteamiento
de esta cuestión hasta que se discuta en la prensa el aspecto económico del problema.

RESOLUCIONES DE LA CONFERENCIA

Tomando como base el manifiesto del CC, publicado en el núm. 33, la conferencia
señala las siguientes tesis para dar una mayor sistematización a la propaganda:

ACERCA DEL CARÁCTER DE LA GUERRA

La guerra actual tiene carácter imperialista. Esta guerra es producto de las condiciones
de una época en la que el capitalismo ha alcanzado la fase superior de desarrollo; en la
que tiene ya la importancia más esencial no sólo la exportación de mercancías, sino
también la exportación de capital; en la que la cartelización de la producción y la
internacionalización de la vida económica han adquirido proporciones considerables; en
la que la política colonial ha conducido al reparto de casi todo el globo terráqueo; una
época en la que las fuerzas productivas del capitalismo mundial han rebasado el marco
limitado de las divisiones en Estados nacionales; una época en la que han madurado por
completo las condiciones objetivas para realizar el socialismo.

La verdadera esencia de la guerra actual consiste en la lucha entre Inglaterra, Francia y


Alemania por el reparto de las colonias y por el saqueo de los países competidores, así
como en la aspiración del zarismo y de las clases dominantes de Rusia a apoderarse de
Persia, Mongolia, la Turquía Asiática, Constantinopla, Galitzia, etc. El elemento
nacional en la guerra austro-serBia tiene un significado completamente subalterno y no
modifica el carácter imperialista general de 1a guerra.

Toda la historia económica y diplomática de los últimos decenios muestra que ambos
grupos de naciones beligerantes han venido preparando de modo sistemático una guerra
precisamente de este carácter. El problema de qué grupo ha asestado el primer golpe
militar o ha sido el primero en declarar la guerra no tiene importancia alguna para
determinar la táctica de los socialistas. Las frases acerca de la defensa de la patria, de la
resistencia a la invasión enemiga, de la guerra defensiva, etc., son por ambas partes un
completo engaño al pueblo.

Las guerras verdaderamente nacionales registradas, sobre todo, en la época de 1789-


1871 se fundaban en un largo proceso de movimientos nacionales de masas, de lucha
contra el absolutismo y el feudalismo, de derrocamiento de la opresión nacional y de
creación de Estados sobre una base nacional, como premisa del desarrollo capitalista.

La ideología nacional formada por esta época dejó profundas huellas en la masa de la
pequeña burguesía y de una parte del proletariado. De ello se aprovechan ahora, en una
época completamente distinta, en la época imperialista, los sofistas de la burguesía y los
traidores al socialismo que se arrastran tras ellos para dividir a los obreros y apartarlos
de sus tareas de clase y de la lucha revolucionaria contra a burguesía.

Hoy son más justas que nunca las palabras del Manifiesto Comunista de que "los
obreros no tienen patria". Sólo la lucha internacional del proletariado contra la
burguesía puede preservar sus conquistas y abrir a las masas oprimidas el camino a un
futuro mejor.
22
LAS CONSIGNAS DE LA SOCIALDEMOCRACIA REVOLUCIONARIA

"La transformación de la actual guerra imperialista en guerra civil es la única consigna


proletaria justa, indicada por la experiencia de la Comuna, señalada por la resolución de
Basilea (1912) y derivada de todas las condiciones de la guerra imperialista entre los
países burgueses de alto desarrollo".

La guerra civil a que exhorta la socialdemocracia revolucionaria en la época presente es


la lucha del proletariado con las armas en la mano contra la burguesía, por la
expropiación de la clase de los capitalistas en los países capitalistas avanzados, por la
revolución democrática en Rusia (república democrática, jornada de ocho horas y
confiscación de las tierras de los terratenientes), por la república en los países
monárquicos atrasados en general, etcétera.

Las calamidades extremas que la guerra acarrea a las masas han de engendrar
forzosamente estados de ánimo y movimientos revolucionarios, para cuya
generalización y orientación debe servir la consigna de guerra civil.

En la actualidad, la organización de la clase obrera está fuertemente quebrantada. Sin


embargo, la crisis revolucionaria madura. Después de la guerra, las clases dominantes
de todos los países tensarán aún sus esfuerzos para hacer retroceder por largos decenios
el movimiento emancipador del proletariado. La tarea de la socialdemocracia
revolucionaria, tanto en el caso de que el desarrollo revolucionario tenga un ritmo
rápido, como en el de que la crisis adquiera carácter prolongado, consistirá en no
renunciar a la larga labor cotidiana, no menospreciar anteriores métodos de la lucha de
clase. Su tarea consistirá en enfilar contra el oportunismo, en el espíritu de la lucha
revolucionaria de las masas, tanto el parlamentarismo como la lucha económica.

Como primeros pasos hacia la transformación de la actual guerra imperialista en guerra


civil hay que señalar los siguientes: l) negarse incondicionalmente a votar los créditos
de guerra y salir de los ministerios burgueses; 2) romper por completo con la política de
"paz civil" (bloc national, Burgfrieden); 3) crear una organización clandestina en todas
partes donde los gobiernos y la burguesía supriman las libertades constitucionales al
implantar el estado de guerra; 4) apoyar la confraternización de los soldados de las
naciones beligerantes en las trincheras y en los teatros de operaciones en general; 5)
apoyar todo género de acciones revolucionarias de masas del proletariado.

EL OPORTUNISMO Y LA BANCARROTA DE LA INTERNACIONAL

La bancarrota de la II Internacional es la bancarrota del oportunismo socialista. Este


último es producto de la precedente época "pacífica" de desarrollo del movimiento
obrero. Dicha época ha enseñado a la clase obrera medios de lucha tan importantes
como la utilización del parlamentarism0 y de todas las posibilidades legales, la creación
de organizaciones económicas y políticas de masas, de una amplia prensa obrera, etc.
Por otra parte, dicha época ha engendrado la tendencia a negar la lucha de clases y a
predicar la paz social, a negar la revolución socialista, a negar por principio las
organizaciones clandestinas, a admitir el patriotismo burgués, etc. Ciertos sectores de la
clase obrera (la burocracia del movimiento obrero y la aristocracia obrera, que recibía
de cuando en cuando una reducida parte de los beneficios procedentes de la explotación
23
de las colonias y de la situación privilegiada de su "patria" en el mercado mundial), así
como los compañeros de viaje pequeñoburgueses en el seno de los partidos socialistas,
han sido el principal .punto de apoyo social de esas tendencias y los vehículos de la
influencia burguesa en el proletariado.

La funesta influencia del oportunismo se ha manifestado con claridad particular en la


política seguida durante la guerra por la mayoría de los partidos socialdemócratas
oficiales de la II Internacional. Votar los créditos de guerra, participar en los
ministerios, aplicar la política de "paz civil" y negarse a crear una organización ilegal
cuando la legalidad ha sido suprimida significan sabotear importantísimos acuerdos de
la Internacional y traicionar abiertamente al socialismo.

LA III INTERNACIONAL

La crisis provocada por la guerra ha puesto al desnudo la verdadera esencia del


oportunismo, mostrándolo en el papel de auxiliar directo de la burguesía contra el
proletariado.

El llamado "centro" socialdemócrata, con Kautsky a la cabeza, ha rodado en los hechos


por completo hacia el oportunismo, encubriéndolo con frases hipócritas altamente
perjudiciales y con una falsificación del marxismo que lo adapta al imperialismo. La
experiencia muestra que, en Alemania, por ejemplo, sólo contraviniendo decididamente
la voluntad de la mayoría de la cúspide del partido ha sido posible salir en defensa del
punto de vista socialista. Sería una ilusión dañina confiar en la reconstitución de una
Internacional socialista de verdad sin deslindarse por completo de los oportunistas en el
terreno de la organización.
El POSDR debe apoyar todas las acciones internacionales y revolucionarias de masas
del proletariado, esforzándose por acercar a todos los elementos antichovinistas de la
Internacional.

EL PACIFISMO Y LA CONSIGNA DE PAZ

El pacifismo y la prédica abstracta de la paz son una de las formas de embaucar a la


clase obrera. Bajo el capitalismo, y sobre todo en su fase imperialista, las guerras son
inevitables. Mas, por otra parte, los socialdemócratas no pueden negar el significado
positivo de las guerras revolucionarias, es decir, de las guerras no imperialistas, como
las que tuvieron lugar, por ejemplo, de 1789 a 1871 para derrocar la opresión nacional y
crear Estados capitalistas nacionales sobre la base de los Estados feudales fraccionados,
o las guerras que son posibles para salvaguardar las conquistas del proletariado
triunfante en la lucha contra la burguesía.

En la actualidad, una propaganda de la paz que no vaya acompañada del llamamiento a


la acción revolucionaria de las masas sólo puede sembrar ilusiones, corromper al
proletariado, infundiéndole confianza en el humanismo de la burguesía, y hacer de él un
juguete en manos de la diplomacia secreta de los países beligerantes. Es profundamente
errónea, en particular, la idea sobre la posibilidad de la llamada paz democrática sin una
serie de revoluciones.

LA DERROTA DE LA MONARQUÍA ZARISTA

24
En cada país, la lucha contra el Gobierno propio que sostiene la guerra imperialista no
debe detenerse ante la posibilidad de la derrota de dicho país como resultado de la
agitación revolucionaria. La derrota del ejército gubernamental. debilita a ese Gobierno,
contribuye a la liberación de las nacionalidades que oprime y facilita la guerra civil
contra las clases gobernantes.

Esta tesis es acertada especialmente si se la aplica a Rusia. La victoria de Rusia traería


consigo el fortalecimiento de la reacción mundial, la intensificación de la reacción
dentro del país, e iría acompañada del sojuzgamiento completo de los pueblos de las
regiones ya conquistadas. En vista de ello la derrota de Rusia es, en todas las
condiciones, el mal menor.

LA ACTITUD HACIA LOS DEMAS PARTIDOS Y GRUPOS

La guerra, que ha provocado una ola de chovinismo, ha descubierto que son prisioneros
de este tanto los intelectuales demócratas (populistas) y el partido de los socialistas
revolucionarios, siendo total la inestabilidad de su corriente de oposición en Misl, como
el núcleo fundamental de los liquidadores (Nasfta Zariá), apoyado por Plejánov. En la
práctica, son también partidarios del chovinismo el Comité de Organización -
comenzando por el apoyo disimulado que le prestan Larin y Mártov y terminando por la
defensa de principios que hace Axelrod de las ideas del patriotismo-, y el Bund, en el
que predomina el chovinismo germanófilo. El Bloque de Bruselas (del 3 de julio de
1914) se ha disgregado por completo. En cuanto a los elementos que se agrupaban en
torno de Nasfte Slovo, pendulan entre la simpatía platónica por el internacionalismo y el
anhelo de unidad a toda costa con Nasha Zariá y el CO. La misma vacilación manifiesta
el grupo social-demócrata de Chjeídze: por un lado, ha expulsado al plejanovista, es
decir, al chovinista, a Mankov, y, por el otro, desea encubrir a cualquier precio el
chovinismo de Plejánov, de Nasha Zariá, de Axelrod, del Bund, etcétera.

Es tarea del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia fortalecer en lo sucesivo la


unidad proletaria forjada en 1912-1914, sobre todo por Pravda 114, y reconstituir las
organizaciones socialdemócratas partidistas de la clase obrera sobre la base de
deslindarse decididamente de los social-chovinistas en el terreno de la organización. Los
acuerdos temporales sólo son admisibles con los socialdemócratas que sean partidarios
de un rompimiento categórico, en el plano de la organización, con el CO, con Nasha
Zariá y con él Bund.

ACERCA DE LA DERROTA DEL GOBIERNO PROPIO EN LA GUERRA


IMPERIALISTA

En una guerra reaccionaria, una clase revolucionaria no puede "dejar de desear la


derrota de su Gobierno.

Esto es un axioma que sólo pueden discutir los partidarios conscientes de los social
chovinistas o sus lacayos impotentes. En el primer grupo figura, por ejemplo,
Semkovski, del CO (núm. 2 de su Izvestia). Entre los segundos se encuentran Trotski y
Bukvoed, y, en Alemania, Kautsky. Desear la derrota de Rusia, escribe Trotski, es "una
concesión no suscitada ni justificada por nada a la metodología política del
socialpatriotismo, que sustituye la lucha revolucionaria contra la guerra y contra las
25
condiciones que la han engendrado con una orientación de lo más arbitraria en las
condiciones actuales, que sigue· la línea del mal menor" (núm. 105 de Nashe Slovo.

He aquí un ejemplo de las frases ampulosas con las que Trotski justifica siempre el
oportunismo. La "lucha revolucionaria c0ntra la guerra" no es más que una de esas
exclamaciones vacías y sin contenido en las que son maestros los héroes de la II
Internacional, si no se entiende por ello las acciones revolucionarias contra su propio
Gobierno también en tiempos de guerra. Basta pensar un instante para comprenderlo.
Pero las acciones revolucionarias contra el Gobierno propio en tiempos de guerra
significan indudable e indiscutiblemente no sólo e1 deseo de su derrota, sino también
aportar un concurso activo a esa derrota. (Señalemos al "lector perspicaz": esto no
significa "volar puentes", organizar infructuosas huelgas en las industrias de guerra, ni,
en general, ayudar al Gobierno a infligir una derrota a los revolucionarios.)

Al escudarse tras las frases, Trotski se ha ahogado en un vaso de agua. Cree que desear
la derrota de Rusia significa desear la victoria de Alemania (Bukvoed y Semkovski
expresan más francamente este "pensamiento" -mejor dicho, esta inepcia-, que
comparten con Trotski).

¡Pero Trotski ve en esto "la metodología del social patriotismo"!

Para ayudar a la gente que no es capaz de pensar por sí misma, la resolución de Berna
(núm. 40 de Sotsial-Demokrat) ponía en claro que, en todos los países imperialistas, el
proletariado debe desear ahora la derrota de su Gobierno*.

Bukvoed y Trotski han preferido eludir esta verdad; en cambio, Semkovski (un
oportunista que presta a la clase obrera más ayuda que todos los demás, al repetir con
franqueza e ingenuidad las sutilezas burguesas) "mete gentilmente la pata" diciendo que
eso es absurdo porque puede vencer o sólo Alemania o sólo Rusia (núm. 2 de Izvestia).

Tomemos el ejemplo de la Comuna. Alemania venció a Francia, ¡pero los obreros


fueron vencidos por Bismarck y Thiers !Si Bukvoed y Trotski reflexionaran,
comprenderían que ellos adoptan el mismo punto de vista en cuanto a la guerra que los
gobiernos y la burguesía, es decir, se arrastran ante "la metodología política del
socialpatriotismo", dicho con el ampuloso lenguaje de Trotski.

La revolución durante la guerra es la guerra civil, pero, de un lado, la transformación de


la guerra de los gobiernos en guerra civil se ve facilitada por los reveses milita.res (por
la "derrota") de los gobiernos, y, de otro lado, es imposible tender en la práctica a esa
transformación sin contribuir con ello a la derrota.

Los chovinistas (con el CO, con el grupo de Chjeídze) niegan la "consigna" de derrota
precisamente porque esta consigna es la única que significa un llamamiento consecuente
a las acciones revolucionarias contra su propio Gobierno durante la guerra. Y sin esas
acciones los millones de frases archirrevolucionarias sobre la guerra contra "la guerra y
las condiciones, etc.,, no valen un comino.

Quien quisiera refutar en serio la "consigna" de derrota de su propio Gobierno en la


guerra imperialista, debería demostrar una de las tres cosas siguientes: o 1) que la guerra
de 1914-1915 no es reaccionaria; o 2) que la revolución es imposible en relación con
26
ella; o 3) que son imposibles la concordancia y la cooperación de los movimientos
revolucionarios de todos los países beligerantes. La última consideración tiene una
importancia particular para Rusia, pues eS el país más atrasado, un país en el que la
revolución socialista es imposible de manera directa. Precisamente por eso los
socialdemócratas rusos debieron ser los primeros en exponer "la teoría y la práctica" de
la "consigna" de derrota. Y el Gobierno zarista tenía toda la razón al decir que la
agitación del Grupo 0brero socialdemócrata de Rusia -único ejemplo en la Internacional
no sólo de oposición parlamentaria, sino de agitación verdaderamente revolucionaria
entre las masas contra su propio Gobierno-, que esta agitación debilitaba la "potencia
militar" de Rusia y contribuía a su derrota. Esto es un hecho. Y es poco inteligente
ocultarse de él.

Los adversarios de la consigna de derrota se tienen simplemente miedo a sí mism0s, no


deseando mirar cara a cara el hecho evidentísimo de que existe una ligazón indisoluble
entre la agitación revolucionaria contra el Gobierno y la cooperación a su derrota.

¿Son posibles la concordancia y la cooperación del movimiento revolucionario, en el


sentido democrático burgués, en Rusia y el movimiento socialista en Occidente?
Durante los últimos diez años no ha dudado de ello ni un salo socialista que haya
expuesto públicamente su opinión, y el movimiento en el proletariado austríaco después
del 17 de octubre de 1905 ha demostrado de hecho esa posibilidad.

Pregúntese a cualquier socialdemócrata que se llame internacionalista si simpatiza con


un acuerdo de los socialdemócratas de los distintos países beligerantes sobre acci0nes
revolucionarias conjuntas contra todos los gobiernos beligerantes. Muchos responderán
que ese acuerdo es imposible, como lo ha hecho Kautsky (Neue Zeit, 2 de octubre de
1914), demostrando plenamente con · ello su social chovinismo.

Porque, de una parte, eso es una falsedad evidente y claramante, en contradicción con
hechos de todos conocidos y con el Manifiesto de Basilea. Y, de otra parte, si eso fuera
cierto, ¡los oportunistas· "tendrían entonces rázón en muchas cosas!

Muchos responderán que simpatizan con tal acuerdo. Y entonces diremos: si esa
simpatía no es hipócrita, será ridículo pensar que en la guerra y para la guerra es
imprescindible un acuerdo "con todas las formalidades": elección de representantes,
entrevista, firma del acuerdo, fijación del día y la hora. Sólo los Semkovski pueden
pensar así. El acuerdo sobre acciones revolucionarias, incluso en un solo país, para no
hablar ya de varios, es realizable
únicamente dando el ejemplo de acciones revolucionarias serias,
empezándolas, desarrollándolas. Pero este empiece, a su vez, es imposible sin el deseo
de la derrota y sin la cooperación a la derrota. La transformación de la guerra
imperialista en guerra civil no puede ser "hecha", de la misma manera que es imposible
"hacer" la revolución: esa transformación surge de toda una serie de diversos
fenómenos, aspectos, rasgos, propiedades y consecuencias de la guerra imperialista. Y
ese surgimiento es imposible sin una serie de reveses y derrotas militares de los
gobiernos a les que asestan golpes sus propias clases oprimidas.

Renunciar a la consigna de derrota es convertir el espíritu Revolucionario propio en una


frase vacía g en pura hipocresía.

27
¿Y con qué se proponen sustituir la "consigna" de derrota? Con la consigna "ni victorias
ni derrotas" (Semkovski, en el núm. 2 de Izvestia. Lo mismo que todo el CO en el núm.
1). ¡Esto no es más que una paráfrasis de la consigna de "defensa de la patria"! ¡Esto es
precisamente trasladar el problema al plano de la guerra de los gobiernos (que, según
esta consigna, <deben permanecer en la antigua situación, "conservar sus posiciones") y
no al terreno de la lucha de las clases oprimidas contra su Gobierno! Esto es justificar el
chovinismo de todas las naciones imperialistas, cuyas burguesías están siempre
dispuestas a decir -y dicen al pueblo-que ellas luchan "sólo" "contra la derrota". "El
sentido de nuestra v0tación del 4 de agosto es el siguiente: nosotros no votamos por la
guerra, sino contra la derrota", escribe en su libro E. David, jefe de los oportunistas. Los
“del CO”, con Bukvoed y Trotski, se instalan exactamente en el terreno de David, ¡al
defender la consigna ni victorias ni derrotas!

Esta consigna, si se reflexiona en su sentido, significa la "paz civil", el abandono de la


lucha clasista de la clase de los oprimidos en todos los países beligerantes, pues la lucha
de clase es imposible si no se asestan golpes a "su" burguesía y a "su" Gobierno; pero, a
su vez, asestar golpes a su propio Gobierno en la guerra es (¡que Bukvoed tome nota!)
delito de alta traición, es cooperar a la derrota de su Propio país. Quien acepta la
consigna "ni victorias ni derrotas", solo está hipócritamente en favor de la lucha de
clases, en favor de la "ruptura de la paz civil"; en los hechos, abjura de la política
independiente, proletaria, subordinando el proletariado de todos los países beligerantes a
una tarea burguesa por excelencia: preservar de las derrotas a esos gobiernos
imperialistas. La única política de ruptura real, y no verbal, de la "paz civil", de
reconocimiento de la lucha de clases, es la política en que el proletariado aprovecha las
dificultades de su Gobierno y de ·su burguesía para derrocarlos. Pero esto no se puede
alcanzar, no se puede obrar en este sentido sin el deseo de derrota y sin la cooperación a
la derrota de su Gobierne.

Cuando los socialdemócratas italianos, ante la guerra, plantearon la cuestión de l1a


huelga general, la burguesía les contestó -con toda razón desde s u punta de vista- que
eso será alta traición y se los tratará como a traidores. Esto es verdad, como es verdad
también que la confraternización en las trincheras es alta traición. Quien escribe contra
la "alta traición", como Bukvoed, o contra la "desagregación de Rusia", como
Semkovski, mantiene un punto de vista burgués, no un Plillt0 de vista proletario. El
proletario no puede asestar un golpe de clase a su Gobierno ni tender ( de verdad) la
mano a su hermano, al proletario de un país "extranjero" en guerra con "nosotros", si n
cometer un "delito de alta traición", sin cooperar a la derrota, sin ayudar a la
desagregación de una "gran" potencia imperialista, "la suya".

Quien defiende la consigna "ni victorias ni derrotas” es un chovinista consciente o


inconsciente; en el mejor de los casos, es un pequeño burgués conciliador; pero, de
todos modos, es un enemigo de la política proletaria, un partidario de los gobiernos
actuales, de las clases dominantes actuales.

Examinemos ahora la cuestión bajo otro aspecto. La guerra no puede dejar de suscitar
en las masas los sentimientos más turbulentos, que perturban el estado habitual de su
mentalidad soñolienta. Y es imposible aplicar una táctica revolucionaria si no
corresponde a esos sentimientos nuevos, turbulentos.

28
¿Cuáles son las principales fuentes de esos sentimientos turbulentos? 1) El horror y la
desesperación. De ahí, el fortalecimiento de la religión: las iglesias se llenan de nuevo, y
los reaccionarios se regocijan. "Allí donde hay sufrimientos, allí está la religión", dice el
ultrarreaccionario Barres.

Y tiene razón. 2) El odio al "enemigo", sentimiento especialmente atizado por la


burguesía (más que por los sacerdotes) y ventajoso sólo para ella desde el punto de vista
económico y político. 3) El odio a su propio Gobierno y a su propia burguesía,
sentimiento de todos los obreros conscientes, que, de una parte, comprenden que la
guerra es la "continuación de la política" del imperialismo y responden a ella con la
"continuación" de su odio a su enemigo de clase, y, de otra parte, comprenden que la
"guerra a la guerra" es una frase trivial sin la revolución contra "su" propio Gobierno.

Es imposible despertar el odio hacia el Gobierno propio y hacia la burguesía propia sin
desear su derrota; no se puede ser un adversario no hipócrita de la "paz civil" ("paz entre
las clases"), ¡sin estimular el odio hacia su propio Gobierno y hacia su propia burguesía!

Los partidarios de la consigna "ni victorias ni derrotas" están en los hechos al lado de la
burguesía y de los oportunistas, al "no creer" en la posibilidad de acciones
revolucionarias internacionales de la clase obrera contra sus propios gobiernos, al no
desear contribuir al desarrollo de esas acciones, tarea sin duda difícil, pero la única
digna de un proletario, la única socialista. Precisamente el proletariado de la más
atrasada de las grandes potencias beligerantes, sobre todo ante la vergonzosa traición de
los socialdemócratas alemanes y franceses, debió exponer por intermedio de su partido
una táctica revolucionaria, que es absolutamente imposible sin "la cooperación a la
derrota" del Gobierno propio, pero que es la única que conduce a la revolución europea,
a la paz sólida del socialismo y a librar a la humanidad de los horrores calamidades,
brutalidades y ferocidades que hoy imperan.

LA CUESTION DE LA PAZ

La cuestión de la paz, como programa de actualidad de los socialistas, y el problema de


las condiciones de paz, vinculado a aquélla, interesan a todo el mundo. No podemos
dejar de expresar nuestro reconoc1m1ento al periódico Berner Tagwacht por haber
encontrado en él intentos de plantear esta cuestión no desde el punto de vista corriente,
pequeñoburgués y nacionalista, sino desde un punto de vista auténticamente proletario,
internacionalista. Es excelente la observación hecha por la Redacción en el núm. 73
(Friedenssehnsucht*) de que los socialdemócratas alemanes que deseen la paz deben
romper (sich lossagen) con la política del Gobierno junker. Es excelente el artículo del
camarada A. P. (números 73 y 75) contra "la pedantería de los charlatanes impotentes"
(Wichtigtuerei machtloser Schonredner), que intentan en vano resolver el problema de
la paz desde un punto de vista pequeñoburgués.
Veamos cómo deben plantear esta cuestión los socialistas.

La consigna de paz puede lanzarse en ligazón con determinadas condición, es de paz o


sin condición alguna, como lucha no por una paz determinada, sino por la paz en
general (Frieden ohne weiters). Está claro que en el último caso nos encontraremos ante
una consigna que, además de no ser socialista, carecerá por completo de contenido y de
sentido.

29
Por la paz en general están absolutamente todos, hasta Kitchener, Joffre, Hindenburg y
Nicolás el Sanguinario, pues cada uno de ellos desea poner fin a la guerra; pero el quid
de la cuestión está, precisamente, en que cada uno presenta condiciones de paz
imperialistas (es decir, de expoliación, de opresión de pueblos ajenos) en provecho de
"su" nación. Las consignas deben ser lanzadas para explicar a las masas, en el curso de
la propaganda y de la agitación, la diferencia irreconciliable que existe entre el
socialismo y el capitalismo (el imperialismo) y no para conciliar a dos clases hostiles y
dos políticas hostiles por medio de una palabreja que "une" las cosas más distintas.

Prosigamos. ¿Es posible unir a los socialistas de los distintos países sobre la base de
unas determinadas condiciones de paz? Si es posible, entre esas condiciones debe
figurar inexcusablemente el reconocimiento del derecho de autodeterminación a todas
las naciones y la renuncia a toda "anexión", es decir, a la transgresión de ese derecho.

Pero si se reconoce ese derecho exclusivamente a algunas naciones, ello significará


defender los privilegios de ciertas naciones, es decir, ser nacionalista e imperialista,
pero no socialista. Si se reconoce ese derecho a todas las naciones, es imposible
destacar, por ejemplo, sólo a Bélgica; hay que tornar a todos los pueblos oprimidos de
Europa (los irlandeses en Inglaterra, los italianos en Niza, los daneses, etc., en
Alemania, el 57% de la población de Rusia, etc.) y de fuera de Europa, o sea, a todas las
colonias. El camarada A. P. las ha recordado muy oportunamente. Inglaterra, Francia y
Alemania tienen, juntas, unos 150 millones de habitantes,
pero oprimen en las colonias a más de 400 millones de seres!! La esencia de la guerra
imperialista, es decir, de la guerra en aras de los intereses de los capitalistas, no consiste
solo en que se hace para oprimir a nuevas naciones, para repartirse las colonias, sino
también en que esa guerra la hacen, principalmente, las naciones avanzadas, que
oprimen a una serie de pueblos, que oprimen a la mayor parte de la población de la
Tierra.

Los socialdemócratas alemanes que justifican la anexión de Bélgica o que se resignan


con ella no son en la práctica, socialdemócratas, sino imperialistas y nacionalistas, pues
defienden el "derecho" de la burguesía alemana (y, en parte, de los obreros alemanes) de
oprimir a los belgas, alsacianos, daneses, polacos, negros de África, etc. No son
socialistas, sino lacayos de la burguesía alemana, a la que ayudan a saquear naciones
ajenas. Pero también los socialistas belgas que presentan sólo una reivindicación -
libertar y recompensar a Bélgica- defienden, de hecho, la reivindicación de la burguesía
belga, que desea seguir expoliando a 15 millones de personas en el Congo y recibir
concesiones y privilegios en otros países. Los burgueses belgas han invertido en el
extranjero unos 3.000 millones de francos. Y el "interés nacional" de la "heroica
Bélgica" consiste, de hecho, en proteger los beneficios que proporcionan esos miles de
millones por medio de toda clase de engaños y astucias. Lo mismo puede decirse -y en
grado muchísimo mayor- de Rusia, Inglaterra, Francia y el Japón.

Por consiguiente, si la reivindicación de libertad de las naciones no es una frase


embustera, destinada a encubrir el imperialismo y el nacionalismo de unos cuantos
países, debe hacerse extensiva a todos los pueblos y a todas las colonias.

Mas esa reivindicación carece, evidentemente, de contenido sin una serie de


revoluciones en todos los países avanzados.

30
Más aún: es irrealizable sin la revolución socialista victoriosa.

¿Significa esto que los socialistas puedan permanecer indiferentes ante la exigencia de
paz por masas cada vez más amplias? En modo alguno. Una cosa son las consignas de
la vanguardia consciente de los obreros y otra las reivindicaciones espontáneas de las
masas. Los anhelos de paz son uno de los síntomas más importantes de la incipiente
desilusión de la mentira burguesa acerca de los objetivos "liberadores" de la guerra,
acerca de la "defensa de la patria" y demás engaños de la plebe por la clase de los
capitalistas. Los socialistas deben prestar la mayor atención a este síntoma. Hay que
orientar todos los esfuerzos a utilizar el estado de ánimo de las masas a favor de la paz.

Mas ¿cómo utilizarlo? Reconocer la consigna de paz y repetirla significaría estimular


"la pedantería de los charlatanes impotentes" (y con frecuencia todavía peor: hipócritas).
Sería embaucar al pueblo con la ilusión de que los actuales gobiernos, las actuales
clases que mandan, son capaces, sin "instruirlos" (o más exactamente, sin apartarlos)
mediante una serie de revoluciones, de concertar una paz que satisfaga lo más mínimo a
la democracia y a la clase obrera. No hay nada que pueda cegar más a los obreros,
infundiéndoles la engañosa idea de que la contradicción entre el capitalismo Y el
socialismo no es profunda; no hay ''nada que pueda embellecer mejor la esclavitud
capitalista. No, debemos utilizar d estado de ánimo a favor de la paz para explicar a las
masas que las venturas que esperan de la paz son imposibles sin una serie de
revoluciones.

Acabar con las guerras, instaurar la paz entre los pueblos, lograr que cesen los saqueos y
las violencias: ése es, precisamente, nuestro ideal; pero sólo los sofistas burgueses
pueden sembrar ilusiones con él en las masas, apartando este ideal de la prédica
inmediata y directa de las acciones revolucionarias. Existe el terreno apropiado para esa
prédica; lo único que hace falta para efectuarla es romper con los aliados de la
burguesía, con los oportunistas, que impiden directa (llegando incluso a la delación) e
indirectamente la actividad revolucionaria.

La consigna de autodeterminación de las naciones debe ser planteada igualmente en


relación con la época imperialista del capitalismo. No somos partidarios del status quo,
de la utopía pequeñoburguesa de apartarse de las grandes guerras. Somos partidarios de
la lucha revolucionaria contra el imperialismo, es decir, contra el capitalismo*. El
imperialismo consiste precisamente en el deseo de las naciones que oprimen a una serie
de naciones ajenas de ampliar y afianzar esa opresión, de repartirse de nuevo las
colonias. Por eso, la clave del problema de la autodeterminación de las naciones reside
en nuestra época, precisamente, en la conducta de los socialistas de las naciones
opresoras. El socialista de una nación opresora (Inglaterra, Francia, Alemania, Japón,
Rusia, Estados Unidos, etc.) que no reconoce ni defiende el derecho de las naciones
oprimidas a la autodeterminación (es decir, a la libre separación)" no es, de hecho, un
socialista, sino un chovinista.

Únicamente este punto de vista lleva a una lucha consecuente, no hipócrita, contra el
imperialismo, a un planteamiento proletario y no pequeñoburgués (en nuestra época) de
la cuestión nacional. Únicamente este punto de vista aplica de modo consecuente el
principio de la lucha contra toda opresión de las naciones, disipa la desconfianza entre
los proletarios de las naciones opresoras y los de las naciones oprimidas, conduce a la
lucha solidaria, internacional, por la revolución socialista (o sea, por el único régimen
31
factible de plena igualdad de derechos de las naciones) y no a la utopía
pequeñoburguesa de la libertad para todos los Estados pequeños en general bajo el
capitalismo.

Ese es, precisamente, el punto de vista que defiende nuestro Partido, es decir, los
socialdemócratas de Rusia identificados con el CC. Ese es, precisamente, el punto de
vista que mantenía Marx, quien enseñó al proletariado que "el pueblo que oprime a
otros pueblos no puede ser libre".
Marx reclamaba que Irlanda se separase de Inglaterra precisamente desde este punto de
vista, desde el punto de vista de los intereses del movimiento emancipador de los
obreros ingleses (y no sólo de los irlandeses).

Si los socialistas de Inglaterra no reconocen ni defienden el derecho de Irlanda a la


separación; los franceses, el de la Niza italiana; los alemanes, el de Alsacia -y Lorena, el
Schleswig danés y Polonia; los rusos, el de Polonia, Finlandia, Ucrania, etc., y los
polacos, el de Ucrania; si todos los socialistas de las "grandes" potencias, es decir, de las
potencias que cometen grandes saqueos, no defienden este mismo derecho con relación
a las colonias, es precisa y exclusivamente porque, de hecho, son imperialistas y no
socialistas. Y es ridículo hacerse la ilusión de que son capaces de aplicar una política
socialista gentes que no defienden el "derecho a: la autodeterminación" de las naciones
oprimidas, perteneciendo ellos mismos a las naciones opresoras.

En lugar de dejar que los charlatanes hipócritas engañen al pueblo con frases y
promesas sobre la posibilidad de una paz democrática, los socialistas deben explicar a
las masas que es imposible una paz algo democrática sin una serie de revoluciones y sin
la lucha revolucionaria en cada país contra su Gobierno. En vez de permitir a los
politicastros burgueses que engañen a los pueblos con frases acerca de la libertad de las
naciones, los socialistas deben explicar a las masas de las naciones opresoras la
imposibilidad de su liberación si ayudan- a oprimir a otras naciones, si no reconocen ni
defienden el derecho de estas naciones a la autodeterminación, es decir, a la libre
separación. Tal es la política socialista, y no imperialista, común para todos los países,
en la cuestión de la paz y en el problema nacional. Es cierto que esta política es
incompatible en su mayor parte con las leyes de alta traición, pero con esas leyes es
incompatible también la resolución de Basilea, que tan vergonzosamente han
traicionado casi todos los socialistas de las naciones opresoras.

Hay que decidirse: por el socialismo o por el s<;>metimiento a las leyes de los señores
Joffre e Hindenburg, por la lucha revolucionaria o por el servilismo lacayuno ante el
imperialismo. No hay términos medios. Y los inventores hipócritas (u obtusos) de la
política de "línea intermedia" causan el mayor daño al proletariado.

La consigna de los Estados Unidos de Europa

32
Escrito: En 1915.
Primera publicación: En Sotsial-Demokrat, núm. 44, 23 de agosto de 1915.[1]
Fuente: Biblioteca de Textos Marxistas.
Esta edición: Marxists Internet Archive, 1 enero 2001.

En el número 40 de Sotsial-Demokrat[2], hemos informado de que la conferencia de las


secciones de nuestro Partido en el extranjero ha acordado aplazar la cuestión de la
consigna de los "Estados Unidos de Europa" hasta que se discuta en la prensa el aspecto
económico del problema[3].

Los debates en torno a esta cuestión tomaron en nuestra conferencia un carácter político
unilateral. Quizás ello se debiera, en parte, al hecho de que en el manifiesto del Comité
Central dicha consigna estaba formulada directamente como consigna política ("la
consigna política inmediata. . .", se dice en él), además, no sólo se proponían los
Estados Unidos republicanos de Europa, sino que se subraya especialmente que "si no
se derroca por vía revolucionaria las monarquías alemana, austríaca y rusa", esta
consigna es absurda y falsa[4].

Es absolutamente erróneo oponerse a semejante forma de plantear el problema dentro de


los límites de la apreciación política de dicha consigna, por ejemplo, desde el punto de
vista de que eclipsa o debilita, etc., la consigna de la revolución socialista. Las
transformaciones políticas realizadas en un sentido auténticamente democrático, y tanto
más las revoluciones políticas, no pueden nunca, en ningún caso, y sean cuales sean las
circunstancias, eclipsar ni debilitar la consigna de la revolución socialista. Por el
contrario, siempre contribuyen a acercar esta revolución, amplían su base e incorporan a
la lucha socialista a nuevas capas de la pequeña burguesía y de las masas
semiproletarias. Por otra parte, las revoluciones políticas son inevitables en el proceso
de la revolución socialista, que no debe considerarse como un acto único, sino como una
época de violentas conmociones políticas y económicas, de lucha de clases más
enconada, de guerra civil, de revoluciones y contrarrevoluciones.

Pero si la consigna de los Estados Unidos republicanos de Europa, que se liga al


derrocamiento revolucionario de las tres monarquías más reaccionarias de Europa,
encabezadas por la rusa, es absolutamente invulnerable como consigna política, queda
aún la importantísima cuestión del contenido y la significación económicos de esta
consigna. Desde el punto de vista de las condiciones económicas del imperialismo, es
decir, de la exportación de capitales y del reparto del mundo por las potencias coloniales
"avanzadas" y "civilizadas", los Estados Unidos de Europa, bajo el capitalismo son
imposibles o son reaccionarios.

33
El capital se ha hecho internacional y monopolista. El mundo está ya repartido entre un
puñado de grandes potencias, es decir, de potencias que prosperan en el gran saqueo y
opresion de las naciones. Cuatro grandes potencias de Europa -- Inglaterra, Francia,
Rusia y Alemania --, con una población de 250 a 300 millones de habitantes y con un
territorio de unos 7 millones de kilómetros cuadrados, tienen colonias con una
población de casi quinientos millones de habitantes (494,5 millones) y con un territorio
de 64,6 millones de kilómetros cuadrados, es decir, casi la mitad de la superficie del
globo (133 millones de kilómetros cuadrados sin contar la zona polar). A ello hay que
añadir tres Estados asiáticos -- China, Turquía y Persia --, que en la actualidad están
siendo despedazados por los saqueadores que hacen una guerra de "liberación", a saber,
por el Japón, Rusia, Inglaterra y Francia. Estos tres Estados asiáticos, que pueden
denominarse semicolonias (en realidad, ahora son colonias en sus nueve décimas
partes), cuentan con una población de 360 millones de habitantes y una superficie de
14,5 millones de kilómetros cuadrados (es decir, casi el 50% más que la superficie total
de Europa).

Además, Inglaterra, Francia y Alemania han invertido en el extranjero un capital de no


menos de 70 mil millones de rublos. Para obtener una rentita "legítima" de esta
agradable cantidad -- una rentita de más de tres mil millones de rublos anuales --, sirven
los comités nacionales de millonarios, llamados gobiernos, provistos de ejércitos y de
marinas de guerra, que "colocan" en las colonias y semicolonias a los hijitos y
hermanitos del "señor Billón" en calidad de virreyes, de cónsules, de embajadores, de
funcionarios de todo género, de curas y demás sanguijuelas.

Así está organizado, en la época del más alto desarrollo del capitalismo, el saqueo de
cerca de mil millones de habitantes de la Tierra por un puñado de grandes potencias. Y
bajo el capitalismo, toda otra organización es imposible. ¿Renunciar a las colonias, a las
"esferas de influencia", a la exportación de capitales? Pensar en ello significa reducirse
al nivel de un curita que predica cada domingo a los ricos la grandeza del cristianismo y
les aconseja regalar a los pobres. . . , bueno, si no unos cuantos miles de millones, unos
cuantos centenares de rublos al año. Los Estados Unidos de Europa, bajo el capitalismo,
equivalen a un acuerdo sobre el reparto de las colonias. Pero bajo el capitalismo no
puede haber otra base ni otro principio de reparto que la fuerza. El multimillonario no
puede repartir con alguien la "renta nacional" de un país capitalista sino en proporción
"al capital" (añadiendo, además, que el capital más considerable ha de recibir más de lo
que le corresponde). El capitalismo es la propiedad privada de los medios de producción
y la anarquía de la producción. Predicar una distribución "justa" de la renta sobre
semejante base es proudhonismo, necedad de pequeño burgués y de filisteo. No puede
haber más reparto que en proporción "a la fuerza". Y la fuerza cambia en el curso del
desarrollo económico. Después de 1871, Alemania se ha fortalecido tres o cuatro veces
más rápidamente que Inglaterra y Francia. El Japón, unas diez veces más rápidamente
que Rusia. No hay ni puede haber otro medio que la guerra para comprobar la verdadera
potencia de un Estado capitalista. La guerra no está en contradicción con los
fundamentos de la propiedad privada, sino que es el desarrollo directo e inevitable de
tales fundamentos. Bajo el capitalismo es imposible el crecimiento económico parejo de
cada empresa y de cada Estado. Bajo el capitalismo, para restablecer de cuando en
cuando el equilibrio roto, no hay otro medio posible más que las crisis en la industria y
las guerras en la política.

34
Desde luego, son posibles acuerdos temporales entre los capitalistas y entre las
potencias. En este sentido son también posibles los Estados Unidos de Europa, como un
acuer do de los capitalistas europeos . . . ¿sobre qué? Sólo sobre el modo de aplastar en
común el socialismo en Europa, de de fender juntos las colonias robadas contra el Japón
y Norteamérica, cuyos intereses están muy lesionados por el actual reparto de las
colonias, y que durante los últimos cincuenta años se han fortalecido de un modo
inconmensurablemente más rápido que la Europa atrasada, monárquica, que ha
empezado a pudrirse de vieja. En comparación con los Estados Unidos de América,
Europa, en conjunto, representa un estancamiento económico. Sobre la actual base
económica, es decir, con el capitalismo, los Estados Unidos de Europa significarían la
organización de la reacción para detener el desarrollo más rápido de Norteamérica. Los
tiempos en que la causa de la democracia y del socialismo estaba ligada sólo a Europa,
han pasado para no volver.

Los Estados Unidos del mundo (y no de Europa) constituyen la forma estatal de


unificación y libertad de las naciones, forma que nosotros relacionamos con el
socialismo, mientras la victoria completa del comunismo no conduzca a la desaparición
definitiva de todo Estado, incluido el Estado democrático. Sin embargo, como consigna
independiente, la de los Estados Unidos del mundo dudosamente sería justa, en primer
lugar, porque se funde con el socialismo y, en segundo lugar, porque podría dar pie a
interpretaciones erróneas sobre la imposibilidad de la victoria del socialismo en un solo
país y sobre las relaciones de este país con los demás.

La desigualdad del desarrollo económico y político es una ley absoluta del capitalismo.
De aquí se deduce que es posible que el socialismo triunfe primeramente en unos
cuantos países capitalistas, o incluso en un solo país en forma aislada.

El proletariado triunfante de este país, después de expropiar a los capitalistas y de


organizar dentro de él la producción socialista, se alzaría contra el resto del mundo
capitalista, atrayendo a su lado a las clases oprimidas de los demás países, levantando en
ellos la insurrección contra los capitalistas, empleando, en caso necesario, incluso la
fuerza de las armas contra las clases explotadoras y sus Estados. La forma política de la
sociedad en que triunfe el proletariado, derrocando a la burguesía, será la república
democrática, que centralizará cada vez más las fuerzas del proletariado de dicha nación
o de dichas naciones en la lucha contra los Estados que aún no hayan pasado al
socialismo. Es imposible suprimir las clases sin una dictadura de la clase oprimida, del
proletariado. La libre unión de las naciones en el socialismo es imposible sin una lucha
tenaz, más o menos prolongada, de las repúblicas socialistas contra los Estados
atrasados.

Estas son las consideraciones que, tras repetidas discusiones del problema en la
conferencia de las secciones del POSDR en el extranjero y después de ella, han llevado
a la Redacción del Organo Central a la conclusión de que la consigna de los Estados
Unidos de Europa es errónea.

35
NOTAS

[1] En el artículo "La consigna de los Estados Unidos de Europa" se explicaba la teoría
sobre la posibilidad de la victoria del socialismo primeramente en unos pocos países
capitalistas e inclusive en un solo país, en forma aislada. Este artículo fue escrito en
agosto de 1915, se publicó el 23 del mismo mes en calidad de editorial del periódico
Sotsial-Demokrat, N.ƒ 44.

[2] Sotsial-Demokrat: periódico clandestino, Organo Central del POSDR, que se


publicó de febrero de 1908 a enero de 1917, y del cual aparecieron 58 números. El
primer número fue impreso en Rusia, más tarde su publicación se trasladó al extranjero,
primeramente a París y luego a Ginebra. Conforme con la decisión del CC del POSDR,
la redacción fue compuesta por representantes bolcheviques, mencheviques y
socialdemócratas polacos.
      En el Sotsial-Demokrat aparecieron más de 80 artículos y sueltos de Lenin, así como
muchos artículos de J. V. Stalin. En el seno de la redacción, Lenin llevó a cabo una
lucha por la consecuente línea del bolchevismo. Una parte de los redactores (Kámenev y
Zinovíev) adoptó la actitud conciliadora respecto a los liquidacionistas e intentó frustrar
la aplicación de la línea leninista. Mártov y Dan, miembros mencheviques de la
Redacción del Organo Central, saboteaban el trabajo de ésta y, al mismo tiempo,
defendian abiertamente el liquidacionismo en el periódico Golos Sotsial-Demokrata de
su grupo fraccional.
     La implacable lucha de Lenin contra los liquidacionistas motivo, en junio de 1911, el
retiro de Mártov y Dan, del Sotsial-Demokrat. Desde diciembre de 1911, el Sotsial-
Demokrat fue redactado por Lenin.

[3] Véase V. I. Lenin "La Conferencia de las secciones del POSDR en el extranjero",
Obras Completas, t. XXI.

[4] Véase V. I. Lenin "La guerra y la socialdemocracia de Rusia", Obras Completas, t.


XXI.

EL SOCIALISMO Y LA GUERRA
(La actitud del P. O. S. D. R. ante la guerra)

Escrito: En julio-agosto de 1915[1].


Primera publicación: En forma de libro a fines de 1915 por la Redacción del periódico
Sotsial-Demokrat, Ginebra.
Fuente: V. I. Lenin, Tres artículos de Lenin sobre la guerra y la paz. Pekín: Ediciones
en Lenguas Extranjeras, 1976.
Preparado para el MIA: Por Juan Fajardo, diciembre de 2000.

36
INDICE

PROLOGO A LA PRIMERA EDICION (PUBLICADA EN EL EXTRANJERO)

PROLOGO A LA SEGUNDA EDICION

I: LOS PRINCIPIOS DEL SOCIALISMO Y LA GUERRA DE 1914-1915


La actitud de los socialistas ante la guerra |  Tipos históricos te guerras modernas | 
Diferencia entre guerra ofensiva y guerra defensiva |  La guerra actual es una guerra
imperialista |  La guerra entre los más grandes esclavistas por el mantenimiento y
fortalecimiento de la esclavitud |  "La guerra es la prolongación de la política por otros
medios" (a saber: por la violencia) |  El ejemplo de Bélgica |  ¿Por qué combate Rusia? | 
¿Que es el socialchovinismo? |  El manifiesto de Basilea |  Las falsas referencias a Marx
y a Engels |  La bancarrota de la II Internacional |  El socialchovinismo es el
oportunismo más acabado |  La unidad con los oportunistas es la alianza de los obreros
con "su" burguesía nacional y la escisión de la clase obrera revolucionaria
internacional |  El "kautskismo" |  La consigna de los marxistas es la consigna de la
socialdemocracia revolucionaria |  El ejemplo de la fraternización en las trincheras | 
Importancia de la organización ilegal |  Sobre la derrota del "propio" gobierno en la
guerra imperialista |  Sobre el pacifismo y la consigna de la paz |  Sobre el derecho de
las naciones a la autodeterminación

II: LAS CLASES Y LOS PARTIDOS EN RUSIA


La burguesía y la guerra |  La clase obrera y la guerra |  La fracción obrera
socialdemócrata de Rusia en la Duma del Estado y la guerra

III: LA RECONSTRUCCION DE LA INTERNACIONAL


El método de los socialchovinistas y del "centro" |  La situación en la oposición |  El
Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia y la III Internacional

IV: HISTORIA DE LA ESCISION Y SITUACION ACTUAL DE LA


SOCIALDEMOCRACIA EN RUSIA
Los "economistas" y la vieja Iskra (1894-1903) |  El menchevismo y el bolchevismo
(1903-1908) |  El marxismo y el liquidacionismo (1908-1914) |  Marxismo y
socialchovinismo (1914-1915) |  La situación actual en la socialdemocracia rusa |  Las
tareas de nuestro Partido

NOTAS

37
PROLOGO A LA PRIMERA EDICION
(PUBLICADA EN EL EXTRANJERO)

La guerra dura ya un año. Nuestro Partido fijó su actitud ante ella, en su comienzo
mismo, en el manifiesto del Comité Central, redactado en setiembre de 1914 y
publicado (después de ser distribuido a los miembros del Comité Central y a los
representantes responsables de nuestro Partido en Rusia, y de recibir su conformidad) el
1 de noviembre de 1914 en el núm. 33 de Sotsial-Demokrat, órgano del Comité Central
de nuestro Partido*. Más tarde, en el número 40 (29 de marzo de 1915), aparecieron las
resoluciones de la Conferencia de Berna**, que of recen una exposición más precisa de
nuestros principios y de nuestra táctica.

En el momento actual, el estado de ánimo revolucionario de las masas crece


evidentemente en Rusia. Sintomas del mismo fenómeno se observan por doquier en
otros países, pese a que las aspiraciones revolucionarias del proletariado se ven
ahogadas por la mayoráa de los partidos socialdemócratas oficiales, que se han puesto
del lado de sus gobiernos y de su burguesía. En virtud de tal estado de cosas, es muy
necesaria la publicación de un folleto que haga un balance de la táctica socialdemócrata
respecto de la guerra. Reeditamos integramente los documentos del Partido antes
citados, acompañándolos de breves explicaciones en las que tratamos de tomar en
cuenta los principales argumentos que, en favor de la táctica burguesa y la táctica
proletaria, han sido expuestos en las publicaciones y en las reuniones del Partido.

PROLOGO A LA SEGUNDA EDICION

El presente folleto fue escrito en el verano de 1915, en la vispera de la Conferencia de


Zimmerwald. Apareció también en alemán y francés, y ha sido reimpreso en noruego en
su totalidad en el órgano de la Juventud Socialdemócrata Noruega. La edición alemana
del folleto fue introducida clandestinamente en Alemania -- en Berlín, Leipzig, Bremen
y otras ciudades --, y difundida ilegalmente por los partidarios de la izquierda de
Zimmerwald y por el grupo de Karl Liebknecht. La edición francesa, impresa
clandestinamente en París, fue difundida allí por los zimmenvaldianos franceses. De la
edición rusa llegaron al país muy contados ejemplares, y en Moscú fue copiada a mano
por los obreros.

Ahora reimprimimos íntegramente este folleto, a título de documento. El lector debe


recordar siempre que fue escrito en agosto de 1915. Hay que recordarlo sobre todo en
los pasajes en que se habla de Rusia: Rusia era todavía la Rusia zarista, la Rusia de los
Románov. . .

Editado en forma de libro en 1918.


38
EL SOCIALISMO Y LA GUERRA
(La actitud del P. O. S. D. R. ante la guerra)

CAPITULO I
LOS PRINCIPIOS DEL SQCIALISMO Y LA GUERRA DE 1914-1915

La actitud de los socialistas ante la guerra

Los socialistas han condenado siempre las guerras entre los pueblos como algo bárbaro
y feroz. Pero nuestra actitud ante la guerra es distinta, por principio, de la que asumen
los pacifistas burgueses (partidarios y propagandistas de la paz) y los anarquistas. Nos
distinguimos de los primeros en que comprendemos el lazo inevitable que une las
guerras con la lucha de clases en el interior del país, y en que comprendemos que no se
puede suprimir las guerras sin suprimir antes las clases y sin instaurar el socialismo;
también en que reconocemos plenamente la legitimidad, el carácter progresista y la ne
cesidad de las guerras civiles, es decir, de las guerras de la clase oprimida contra la clase
opresora, de los esclavos contra los esclavistas, de los campesinos siervos contra los
terratenientes y de los obreros asalariados contra la burguesía. Nosotros, los marxistas,
diferimos tanto de los pacifistas como de los anarquistas en que reconocemos la
necesidad de estudiar históricamente (desde el punto de vista del materialismo
dialéctico de Marx) cada guerra en particular. La historia ha conocido muchas guerras
que, pese a los horrores, las ferocidades, las calamidades y los sufrimientos que toda
guerra acarrea inevitablemente, fueron progresistas, es decir, útiles para el progreso de
la humanidad, contribuyendo a destruir instituciones particularmente nocivas y
reaccionarias (como, por ejemplo, la autocracia o la servidumbre), y las formas más
bárbaras del despotismo en Europa (la turca y la rusa). Por esta razón, hay que examinar
las peculiaridades históricas de la guerra actual.

Tipos históricos de guerras modernas


39
La Gran Revolucion Francesa inauguro una nueva época en la historia de la humanidad.
Desde entonces hasta la Comuna de Paris, es decir, desde 1789 a 1871, las guerras de
liberación nacional, de carácter progresista burgués, constituían uno de los tipos de
guerra. Dicho en otros términos: el contenido principal y la significación histórica de
estas guerras eran el derrocamiento del absolutismo y del régimen feudal, su
quebrantamiento y la supresión del yugo nacional extranjero. Eran, por ello, guerras
progresistas, y todos los demócratas honrados y revolucionarios, asé como todos los
socialistas, simpatizaban siempre, en esas guerras con el triunfo del país (es decir, de la
burguesía) que contribuía a derrumbar o a minar los pilares más peligrosos del régimen
feudal, del absolutismo y de la opresión ejercida sobre otros pueblos. Así, por ejemplo,
en las guerras revolucionarias de Francia hubo un elemento de saqueo y de conquista de
tierras ajenas por los franceses, sin embargo, ello no cambia en nada la significación
histórica fundamental de esas guerras, que demolían y que brantaban el régimen feudal
y el absolutismo de toda la vieja Europa, de la Europa feudal. Durante la guerra franco-
prusiana, Alemania expolió a Francia, pero ello no altera la significación histórica
fundamental de esta guerra, que liberó a decenas de millones de alemanes del
desmembramiento feudal y de la opresión de dos despotas: el zar ruso y Napoleón III.

Diferencia entre guerra ofensiva y guerra defensiva

La época de 1789 a 1871 ha dejado huellas profundas y recuerdos revolucionarios.


Antes de que fueran destruidos el régimen feudal, el absolutismo y el yugo nacional
extranjero, no cabía hablar siquiera del desarrollo de la lucha proletaria por el
socialismo. Cuando los socialistas hablaban del carácter legítimo de la guerra
"defensiva", refiriéndose a las guerras de esa época, siempre tenían en cuenta
precisamente esos fines, que se reducían a la revolución contra el régimen medieval y la
servidumbre. Los socialistas entendieron siempre por guerra "defensiva" una guerra
"justa " en este sentido (expresión empleada en cierta ocasión por W. Liebknecht). Sólo
en ese sentido, los socialistas admitían y siguen admitiendo el carácter legítimo,
progresista y justo de la "defensa de la patria" o de una guerra "defensiva". Si, por
ejemplo, mañana Marruecos declarase la guerra a Francia, la India a Inglaterra, Persia o
China a Rusia, etcétera, esas guerras serían guerras "justas", "defensivas",
independientemente de quien atacara primero, y todo socialista simpatizaría con la
victoria de los Estados oprimidos, dependientes, menoscabados en sus derechos, sobre
las "grandes" potencias opresoras, esclavistas y expoliadoras.

Pero imaginese que un propietario de cien esclavos hace la guerra a otro que posee
doscientos por llegar a una distribución más "equitativa" de los esclavos. Es evidente
que emplear en este caso el concepto de guerra "defensiva" o de "defensa de la patria"
sería falsificar la historia y, en la práctica, equivaldría pura y simplemente a un engano
de la gente sencilla, de los pequeños burgueses y de los ignorantes por hábiles
esclavistas. Pues bien, precisamente así engaña hoy la burguesía imperialista a los
pueblos, valiéndose de la ideologia "nacional" y de la idea de defensa de la patria, en la
guerra actual que los esclavistas libran entre si para consolidar y reforzar la esclavitud.

40
La guerra actual es una guerra imperialista

Casi todo el mundo reconoce que la guerra actual es una guerra imperialista, pero en la
mayor parte de los casos se tergiversa esta idea, ya sea aplicándola a una de las partes o
bien dando a entender que, pese a todo, esta guerra podría tener un carácter burgués
progresista, de liberación nacional. El imperialismo es la fase superior del desarrollo del
capitalismo, fase a la que sólo ha llegado en el siglo XX. El capitalismo comenzó a
sentirse limitado dentro del marco de los viejos Estados nacionales, sin la formación de
los cuales no habría podido derrocar al feudalismo. El capitalismo ha llevado la
concentración a tal punto, que ramas enteras de la industria se encuentran en manos de
asociaciones patronales, trusts, corporaciones de capitalistas multimillonarios, y casi
todo el globo terrestre esta repartido entre estos "potentados del capital", bien en forma
de colonias o bien envolviendo a los países extranjeros en las tupidas redes de la
explotación financiera. La libertad de comercio y la libre competencia han sido
sustituidas por la tendencia al monopolio, a la conquista de tierras para realizar en ellas
inversiones de capital y lle varse sus materias primas, etc. De liberador de naciones,
como lo fue en su lucha contra el feudalismo, el capitalismo se ha convertido, en su fase
imperialista, en el más grande opresor de naciones. El capitalismo, progresista en otros
tiempos, se ha vuelto reaccionario; ha desarrollado las fuerzas productivas a tal extremo,
que a la humanidad no le queda otro camino que pasar al socialismo, o bien sufrir
durante años, e incluso durante decenios, la lucha armada de las "grandes" potencias por
el mantenimiento artificial del capitalismo mediante las colonias, los monopolios, los
privilegios y todo género de la opresión nacional.

La guerra entre los más grandes esclavistas por el mantenimiento y fortalecimiento


de la esclavitud

A fin de mostrar con claridad la significación del imperialismo, citamos a continuación


datos precisos sobre el reparto del mundo entre las llamadas "grandes" potencias (es
decir, las que han tenido éxito en el gran saqueo):

Reparto del mundo entre las " grandes" potencias esclavistas

     
  Colonias Metrópolis Total

1876 1914 1914

  Kms.2 Habi- Kms.2 Habi- Kms.2 Habi- Kms.2


  Habi-
(en tantes (en tantes (en tantes (en
"Grandes" tantes
mill- (en mill- (en mill- (en mill-
potencias (en mill-
ones) mill- ones) mill- ones) mill- ones)
ones)
ones) ones) ones)

41
 
               
Inglaterra
22,5 251,9 33,5 393,5  0,3  46,5 33,8 440,0
Rusia
17,0  15,9 17,4  33,2  5,4 136,2 22,8 169,4
Francia
 0,9   6,0 10,6  55,5  0,5  39,6 11,1  95,1
Alemania
 ---  ---  2,9  12,3  0,5  64,9  3,4  77,2
Japón
 ---  ---  0,3  19,2  0,4  53,0  0,7  72,2
Estados
 ---  ---  0,3   9,7  9,4  97,0  9,7 106,7
Unidos
               
 

 
               
Todos de las
seis
               
"grandes"
40,4 273,8 65,0 523,4  16,5 437,2 81,5 960,6
potencias

Colonias que no
 
  pertenecen a    
 
  las   grandes        
 
  potencias (sino        
 
  a Belgica, Ho-        
 
  landa y otros        
 
  Estados . . . )  9,9 45,3    9,9
45,3
         
 
Tres pases "se-        
 
  micolonias"        
 
  (Turquia, Chi-        
 
  na y Persia)            14,5
  361,2  

 
T o t a l . . . 105,9
1.367,1  

42
Demás Estados y pa&oicute;ses   .   .   .   .   .   .   .   .   .
 28,0  289,9 
. . . .

 
Todo el globo (excepto las regiones polares)  .   .   .   .   133,9
1.657,0  

Este cuadro nos permite ver cómo los pueblos que de 1789 a 1871 lucharon, en la
mayoría de los casos al frente de los otros, por la libertad, se han convertido en nuestra
época, después de 1876 y gracias a un capitalismo altamente desarrollado y "pasado de
maduro", en los opresores y explotadores de la mayoría de la población y de las
naciones del globo. Entre 1876 y 1914, seis "grandes" potencias se apoderaron de 25
millones de kilometros cuadrados, ¡es decir, una superficie dos veces y media más
grande que la de toda Europa! Seis potencias subyugan a una población de más de
quinientos millones (523) de habitantes en las colonias. Por cada cuatro habitantes de
las "grandes" potencias hay cinco habitantes de "sus" colonias. Y todo el mundo sabe
que las colonias han sido con quistadas a sangre y fuego, que sus pobladores son
tratados barbaramente y explotados de mil maneras (mediante la exportación de
capitales, concesiones, etc., el engaño en la venta de mercancías, el sometimiento a las
"autoridades" de la nación "dominante", etc., y con otras cosas por el estilo). La
burguesía anglo-francesa engaña a los pueblos al decir que hace la guerra en aras de la
libertad de los pueblos y de Bélgica, cuando en realidad la hace para conservar los
inmensos territorios coloniales de los que se ha apoderado. Los imperialistas alemanes
evacuarian de inmediato Bélgica y otros países si los ingleses y franceses se repartiesen
"amistosamente" con ellos sus colonias. Lo peculiar de la situación actual consiste en
que la suerte de las colonias se decide con la guerra que se libra en el continente. Desde
el punto de vista de la justicia burguesa y de la libertad nacional (o del derecho de las
naciones a la existencia), Alemania tendría sin duda alguna razón contra Inglaterra y
Francia, ya que ha sido "defraudada" en el reparto de las colonias, y sus enemigos
oprimen a muchísimas más naciones que ella; en cuanto a su aliada, Austria, los eslavos
por ella oprimidos gozan sin duda de más libertad que en la Rusia zarista, verdadera
"carcel de pueblos". Pero la propia Alemania no lucha por liberar a los pueblos, sino por
sojuzgarlos. Y no corresponde a los socialistas ayudar a un bandido más joven y más
vigoroso (Alemania) a desvalijar a otros bandidos más viejos y más cebados. Lo que
deben hacer los socialistas es aprovechar la guerra que se hacen los bandidos para
derrocar a todos ellos. Para esto, es preciso ante todo que los socialistas digan al pueblo
la verdad, a saber, que esta guerra es, en un triple sentido, una guerra entre esclavistas
para reforzar la esclavitud. En primer lugar, es una guerra que tiende a consolidar la
esclavitud de las colonias mediante un reparto mas "equitativo" y una explotación
ulterior mas "coordinada" de las mismas; en segundo lugar, es una guerra que persigue
el reforzamiento del yugo que pesa sobre las naciones extrañas en el seno mismo de las
"grandes" potencias, pues tanto Austria como Rusia (y esta mucho mas y mucho peor
que aquélla) sólo se mantienen gracias a ese yugo que refuerzan con la guerra; en tercer
lugar, es una guerra con vistas a intensificar y prolongar la esclavitud asalariada, pues el
43
proletariado está dividido y aplastado, mientras que los capitalistas salen ganando,
enriqueciéndose con la guerra, avivando los prejuicios nacionales e intensificando la
reacción, que ha levantado la cabeza en todos los países, aun en los más libres y
republicanos.

"La guerra es la prolongación de la política por otros medios" (a saber: por la


violencia)[2]

Esta famosa sentencia pertenece a Clausewitz, uno de los más profundos escritores
sobre temas militares. Los marxistas siempre han considerado esta tesis, con toda razón,
como la base teórica de las ideas sobre la significación de cada guerra en particular.
Justamente desde este punto de vista examinaron siempre Marx y Engels las diferentes
guerras.

Apliquese esta tesis a la guerra actual. Se verá que durante decenios, casi desde hace
medio siglo, los gobiernos y las clases dominantes de Inglaterra, Francia, Alemania,
Italia, Austria y Rusia practicaron una política de saqueo de las colonias, de opresión de
otras naciones y de aplastamiento del movimiento obrero. Y esta política precisamente,
y sólo ésta, es la que se prolonga en la guerra actual. En especial, tanto en Austria como
en Rusia, la politica de tiempos de paz, al igual que la de tiempos de guerra, ha
consistido en esclavizar a las naciones y no en liberarlas. Por el contrario, en China, en
Persia, en la India y otros países dependientes vemos en los últimos decenios la política
del despertar de decenas y centenas de millones de hombres a la vida nacional, una
política que tiende a liberarlos del yugo de las "grandes" potencias reaccionarias. Sobre
este terreno histórico concreto, una guerra puede tener también hoy un carácter
progresista burgués, puede ser una guerra de liberación nacional. Basta considerar la
guerra actual como una prolongación de la política de las "grandes" potencias y de las
clases fundamentales de las mismas para ver de inmediato el carácter antihistórico, la
falsedad y la hipocresía de la opinión según la cual puede justificarse, en la guerra
actual, la idea de la "defensa de la patria".

El ejemplo de Bélgica

Los socialchovinistas de la Triple (hoy Cuádruple) Entente (en Rusia, Plejánov y Cía.)
gustan sobre todo de invocar el ejemplo de Bélgica. Pero este ejemplo se vuelve contra
ellos. Los imperialistas alemanes han violado desvergonzadamente la neutralidad de
Bélgica, como han hecho siempre y por doquier los Estados beligerantes que, cuando
les conviene, pisotean todos los tratados y todas las obligaciones. Admitamos que todos
los Estados que tienen interés en respetar los tratados internacionales hubieran
declarado la guerra a Alemania para exigir que este país evacuase a Bélgica y le pagara
una indemnización. En este caso, la simpatía de los socialistas estaría, como es natural,
del lado de los enemigos de Alemania. Ahora bien, la cuestión estriba precisamente en
que la "Triple (y Cuádruple) Entente" no hace la guerra por Bélgica. Esto lo sabe muy
bien todo el mundo, y solo los hipócritas lo disimulan. Inglaterra saquea las colonias de
Alemania y Turquía; Rusia hace lo propio con Galitzia y Turquía; Francia procura

44
conseguir la Alsacia-Lorena e incluso la orilla izquierda del Rin; con Italia se ha
firmado un tratado para repartir el botín (Albania y el Asia menor), y con Bulgaria y
Rumania se regatea también por el reparto del botín. En la guerra que hoy libran los
gobiernos actuales ¡no se puede ayudar a Bélgica más que ayudando a estrangular a
Austria o a Turquía, etc.! ¿¿A qué viene aquí la "defensa de la patria"?? Justamente en
esto reside el carácter peculiar de la guerra imperialista, guerra entre gobiernos
burgueses reaccionarios, que se han sobrevivido históricamente, destinada a sojuzgar a
otras naciones. Quien justifica la participación en esta guerra, contribuye a perpetuar la
opresión imperialista de las naciones. Quien preconiza la explotación de las dificultades
actuales de los gobiernos para luchar en favor de la revolución social, defiende la
libertad real de todas las naciones sin excepción, que sólo puede ser alcanzada con el
socialismo.

¿Por qué combate Rusia?

En Rusia, el imperialismo capitalista de novísimo tipo se ha revelado plenamente en la


política del zarismo con respecto a Persia, Manchuria y Mongolia; pero lo que
predomina, en general, en Rusia, es el imperialismo militar y feudal. En ninguna parte
del mundo está tan oprimida la mayoría de la po blación como en Rusia: los gran rusos
sólo constituyen el 43% de la población, es decir, menos de la mitad, y el resto de los
habitantes, por no ser rusos, carecen de derechos. De los 170 millones de habitantes que
tiene Rusia, cerca de 100 millones están oprimidos y carecen de derechos. El zarismo
hace la guerra para apoderarse de Galitzia y estrangular definitivamente la libertad de
los ucranianos, para apoderarse de Armenia, de Constantinopla, etc. El zarismo ve en la
guerra un medio para distraer la atención del descontento que aumenta en el interior del
país y aplastar el movimiento revolucionario que va en ascenso. Hoy por cada dos gran
rusos hay en Rusia de dos a tres "alógenos" privados de derechos. El zarismo pretende,
por medio de la guerra, aumentar el número de naciones oprimidas, intensificar su
opresión y, de este modo, minar la lucha por la libertad que libran los gran rusos
mismos. La posibilidad de oprimir y desvalijar a otros pueblos agrava el estancamiento
económico, pues en vez de desarrollarse las fuerzas productivas, se busca la fuente de
los ingresos en la explotación semifeudal de los pueblos "alógenos". Por tanto, por parte
de Rusia, esta guerra tiene un carácter sumamente reaccionario y opuesto a toda
libertad.

¿Que es el socialchovinismo?

El socialchovinismo es la sustentación de la idea de "defensa de la patria" en la guerra


actual. De esta posición derivan, como consecuencia, la renuncia a la lucha de clases, la
votación de los créditos de guerra, etc. Los socialchovinistas aplican, de hecho, una
política antiproletaria, burguesa, pues lo que propugnan en realidad no es la "defensa de
la patria" en el sentido de la lucha contra el yugo extranjero, sino el "derecho" de tales o
cuales "grandes" potencias a saquear las colonias y oprimir a otros pueblos. Los
socialchovinistas repiten el engaño burgués de que la guerra se hace en defensa de la
libertad y de la existencia de las naciones, con lo cual se ponen del lado de la burguesía

45
contra el proletariado. Entre los socialchovinistas figuran tanto los que justifican y
exaltan a los gobiernos y a la burguesía de uno de los grupos de potencias beligerantes
como los que, a semejanza de Kautsky, reconocen a los socialistas de todas las
potencias beligerantes el mismo derecho a "defender la patria". El socialchovinismo,
que defiende de hecho los privilegios, las ventajas, el saqueo y la violencia de "su"
burguesía imperialista (o de toda burguesía en general), constituye una traición absoluta
a todas las ideas socialistas y a la resolución del Congreso Socialista Internacional de
Basilea.

El manifiesto de Basilea

El manifiesto sobre la guerra, aprobado por unanimidad en Basilea en 1912, tenía en


cuenta precisamente la guerra entre Inglaterra y Alemania, con sus aliados actuales, que
estallo en 1914. El manifiesto declara abiertamente que ningún interés popular puede
justificar una guerra semejante, que se libra en áras de los "beneficios de los capitalistas
y por conveniencias dinásticas", sobre la base de la política imperialista, expoliadora, de
las grandes potencias. El manifiesto declara en forma expresa que la guerra es peligrosa
"para los gobiernos" (para todos sin excepción), hace notar que sienten el temor a la
"revolución proletaria" y señala con toda precisión el ejemplo de la Comuna de 1871 y
el de octubre-diciembre de 1905, es decir, el ejemplo de la revolución y de la guerra
civil. Así, pues, el manifiesto de Basilea establecía, justamente para la guerra actual, la
táctica de la lucha revolucionaria de los trabajadores contra sus gobiernos en escala
internacional, la táctica de la revolución proletaria. El manifiesto de Basilea repite las
palabras de la resolución de Stuttgart de que en caso de estallar la guerra, los socialistas
deben aprovechar la "crisis económica y política" creada por ella para "precipitar el
hundimiento del capitalismo", es decir, aprovechar en beneficio de la revolución
socialista las dificultades que la guerra causa a los gobiernos, así como la indignación
de las masas.

La política de los socialchovinistas, que justifican la guerra desde el punto de vista


burgués sobre los movimientos de liberación, que admiten la "defensa de la patria", que
votan en favor de los créditos de guerra y participan en los ministerios, etcétera, es una
traición abierta al socialismo, que sólo puede explicarse, como veremos más adelante,
por el triunfo del oportunismo y de la política obrera nacional-liberal en el seno de la
mayoría de los partidos europeos.

Las falsas referencias a Marx y a Engels

Los socialchovinistas rusos (con Plejánov a la cabeza) se remiten a la táctica de Marx


con respecto a la guerra de 1870; los alemanes (por el estilo de Lensch, David y Cía.)
invocan la declaración de Engels en 1891, sobre el deber de los socialistas alemanes de
defender la patria en caso de guerra contra Rusia y Francia coaligadas; finalmente, los
socialchovinistas del tipo de Kautsky, deseosos de transigir con el chovinismo
internacional y de legitimarlo, se remiten al hecho de que Marx y Engels, aun
condenando como condenaban la guerra, se pusieron constantemente, desde 1854-1855

46
hasta 1870-1871 y en 1876-1877, de parte de tal o cual Estado beligerante, una vez que
la guerra, pese a todo, había estallado.

Todas estas referencias constituyen una indignante desna turalización de las ideas de
Marx y Engels para complacer a la burguesía y a los oportunistas, de la misma manera
que los escritos de los anarquistas Guillaume y Cía. tergiversan las ideas de Marx y
Engels para justificar el anarquismo. La guerra de 1870-1871 fue, por parte de
Alemania, una guerra históricamente progresista hasta la derrota de Napoleón III, pues
él, de acuerdo con el zar, había oprimido a Alemania durante largos años, manteniendo
en ella el fraccionamiento feudal. Pero en cuanto la guerra se trasformó en un saqueo de
Francia (con la anexión de Alsacia-Lorena), Marx y Engels condenaron resueltamente a
los alemanes. E incluso al comienzo mismo de la guerra, Marx y Engels aprobaron la
negativa de Bebel y Liebknecht a votar los créditos y aconsejaron a los
socialdemócratas no mezclarse con la burguesía, sino defender los intereses
independientes, de clase, del proletariado. Extender esta apreciación sobre una guerra
progresista burguesa y de liberación nacional a la guerra imperialista actual, es mofarse
de la verdad. Lo mismo puede decirse -- y con mayor razón -- de la guerra de 1854-
1855 y de todas las guerras del siglo XIX, cuando no existían ni el imperialismo actual,
ni las condiciones objetivas ya maduras para el socialismo, ni partidos socialistas de
masas en todos los países beligerantes es decir, en una época en que no se daban
precisamente las condiciones en que se basaba el manifiesto de Basilea para trazar la
tactica de la "revolucion proletaria" en relación con la guerra entre las grandes
potencias.

Quienes invocan hoy la actitud de Marx ante las guerras de la época de la burguesía
progresista y olvidan las palabras de Marx, de que "los obreros no tienen patria" --
palabras que se refieren precisamente a la época de la burguesía reaccionaria y caduca, a
la época de la revolución socialista --, tergiversan desvergonzadamente a Marx y
sustituyen el punto de vista socialista por un punto de vista burgués.

La bancarrota de la II Internacional

Los socialistas del mundo entero declararon solemnemente en 1912, en Basilea, que
consideraban la guerra europea que se avecinaba como una empresa "criminal" y
archirreaccionaria de todos los gobiernos, que debía precipitar el hundimiento del
capitalismo engendrando inevitablemente la revolución contra él. Llegó la guerra y
estalló la crisis. En vez de aplicar una táctica revolucionaria, la mayoría de los partidos
social-demócratas aplicó una táctica reaccionaria, poniéndose del lado de sus gobiernos
y de su burguesía. Esta traición al socialismo marca la bancarrota de la II Internacional
(1889-1914), y nosotros debemos tener una clara idea de qué es lo que ha provocado
esta bancarrota, qué ha engendrado el socialchovinismo y qué le ha dado fuerza.

El socialchovinismo es el oportunismo más acabado

47
Durante toda la época de la II Internacional se libró en todas partes una lucha en el seno
de los partidos socialdemócratas entre el ala revolucionaria y el ala oportunista. En
varios países (Inglaterra, Italia, Holanda y Bulgaria) se llegó, con este motivo, a la
escisión. Ningún marxista dudaba de que el oportunismo expresa la política burguesa en
el movimiento obrero, los intereses de la pequeña burguesía y de la alianza de una
ínfima porción de obreros aburguesados con "su" burguesía, contra los intereses de las
masas proletarias, oprimidas.

Las condiciones objetivas de fines del siglo XIX reforzaron especialmente el


oportunismo, trasformando la utilización de la legalidad burguesa en servilismo ante
ella, creando una pequeña capa burocrática y aristocrática de la clase obrera e
incorporando a las filas de los partidos socialdemócratas a muchos "compañeros de
ruta" pequeñoburgueses.

La guerra aceleró este desarrollo, convirtiendo el oportunismo en socialchovinismo, y la


alianza secreta de los oportunistas con la burguesía en una alianza abierta. Además, las
autoridades militares han declarado en todas partes el estado de guerra y amordazado a
las masas obreras, cuyos viejos jefes se han pasado, casi en su totalidad, al campo de la
burguesía.

La base económica del oportunismo y del socialchovinismo es la misma: los intereses


de una capa ínfima de obreros privilegiados y de la pequeña burguesía, que defienden su
situación excepcional y su "derecho" a recibir unas migajas de los beneficios que
obtiene "su" burguesía nacional del saqueo de otras naciones, de las ventajas que le da
su situación de gran potencia, etc.

El contenido ideológico y político del oportunismo y del socialchovinismo es el mismo:


la colaboración de las clases en vez de la lucha entre ellas, la renuncia a los medios
revolucionarios de lucha y la ayuda a "su" gobierno en su difícil situación, en lugar de
aprovechar sus dificultades en favor de la revolución. Si consideramos todos los países
europeos en su conjunto, sin detenernos en personalidades aisladas (aunque se trate de
las más prestigiosas), veremos que precisamente la corriente oportunista ha sido el
principal sostén del socialchovinismo, y que del campo revolucionario se alza, casi en
todas partes, una protesta más o menos consecuente contra esa corriente. Y si
examinamos, por ejemplo, la manera cómo se agruparon las diversas corrientes en el
Congreso Socialista Internacional de Stuttgart, en 1907, veremos que el marxismo
internacional se pronunció contra el imperialismo, mientras que el oportunismo
internacional se manifestó ya entonces en su favor.

La unidad con los oportunistas es la alianza de los obreros con "su" burguesía
nacional y la escisión de la clase obrera revolucionaria internacional

En el pasado, antes de la guerra, el oportunismo fue considerado a menudo como un


componente legítimo, aunque "divisionista" y "extremista", del Partido
Socialdemócrata. La guerra ha demostrado que esto ya no será posible en el futuro. El
oportunismo "ha llegado a su plena madurez" y desempeñado hasta el fin su papel de
emisario de la burguesía en el movimiento obrero. La unidad con los oportunistas se ha

48
vuelto pura hipocresía, de la que vemos un ejemplo en el Partido Socialdemócrata
Alemán. En todas las grandes ocasiones (como por ejemplo en la votación del 4 de
agosto), los oportunistas presentan su ultimátum y logran imponerlo gracias a sus
múltiples vínculos con la burguesía, al hecho de tener la mayoría en las direcciones de
los sindicatos, etc. Hoy, la unidad con los oportunistas significa de hecho la
subordinación de la clase obrera a "su" burguesía nacional y la alianza con ella para
oprimir a otras naciones y luchar por los privile gios de toda gran potencia, lo cual
representa la escisión del proletariado revolucionario de todos los países. Por dura que
sea, en algunos casos, la lucha contra los oportunistas, que dominan en muchas
organizaciones, y sean cuales fueren en los distintos países las peculiaridades que
adopte el proceso de depuración de los partidos obreros para desembarazarse de los
oportunistas, este proceso es inevitable y fecundo. El socialismo reformista agoniza; el
socialismo que renace "será revolucionario, intransigente e insurreccional", según la
acertada expresión del socialista francés Paul Golay

El "kautskismo"

Kautsky, la más alta autoridad de la II Internacional, es el ejemplo más típico y claro de


cómo el reconocimiento verbal del marxismo ha llevado en la práctica a trasformarlo en
"struvismo" o en "brentanismo"[3]. Plejánov nos of rece otro ejemplo de ello. Mediante
sofismas evidentes, se extirpa del marxismo su espíritu vivo y revolucionario, y se
admite en él todo, excepto los medios revolucionarios de lucha y la propaganda y
preparación de los mismos, así como la educación de las masas en ese sentido.
Despreciando todo principio, Kautsky "concilia" la idea fundamental del
socialchovinismo, la aceptación de la defensa de la pa¿ria en la guerra actual, con
concesiones diplomáticas y ostensibles a la izquierda, tales como la abstención en la
votación de los créditos de guerra, la actitud verbal en favor de la oposición, etc.
Kautsky, que en 1909 escribió todo un libro sobre la inminencia de una época de
revoluciones y sobre las relaciones entre la guerra y la revolución ¡ Kautsky, que en
1912 firmó el manifiesto de Basilea sobre la utilización revolucionaria de la guerra que
se avecinaba, ahora justifica y exalta el socialchovinismo por todos los medios y, como
Plejánov, se une a la burguesía para ridiculizar toda idea de revolución, toda iniciativa
en el sentido de una lucha revolucionaria directa.

La clase obrera no puede cumplir su misión revolucionaria universal sin librar una
guerra implacable contra esa actitud de renegados, contra esa falta de principios, contra
esa actitud servil hacia el oportunismo y contra ese increíble envilecimiento teórico del
marxismo. El kautskismo no es fruto del azar, sino el producto social de las
contradicciones de la II Internacional, de la combinación de la fidelidad verbal al
marxismo con la sumisión, de hecho, al oportunismo.

Esta falsedad esencial del "kautskismo" se manifiesta de distintas formas en diferentes


países. En Holanda, Roland Holst, a la vez que rechaza la idea de la defensa de la patria,
aboga por la unidad con el partido de los oportunistas. En Rusia, Trotski, que también
rechaza esa idea, defiende asimis mo la unidad con el grupo oportunista y chovinista de
Nasha Zariá. En Rumania, Rakovski declara la guerra al oportunismo por considerarlo
culpable de la bancarrota de la II Internacional, pero al mismo tiempo está dispuesto a
admitir la legitimidad de la idea de la defensa de la patria. Todas estas no son más que
49
manifestaciones del mal que los marxistas holandeses (Gorter y Pannekoek) han
llamado el "radicalismo pasivo" y que se reduce a la suplantación del marxismo
revolucionario por un eclecticismo en teoría, y por el servilismo o la impotencia ante el
oportunismo en la práctica.

La consigna de los marxistas es la consigna de la socialdemocracia revolucionaria

Es indudable que la guerra ha creado la más grave de las crisis y acentuado


increíblemente las calamidades de las masas. El carácter reaccionario de esta guerra, las
mentiras desvergonzadas de la burguesía de todos los países, que disimula sus objetivos
de rapiña con una ideología "nacional", suscitan ineludiblemente, en la situación
revolucionaria objetiva que se ha creado, un espíritu revolucionario entre las masas.
Nuestro deber es ayudar a que las masas adquieran conciencia de ese espíritu,
profundizarlo y darle forma. Esta tarea sólo la expresa certeramente la consigna de la
trasformación de la guerra imperialista en guerra civil, y toda lucha consecuente de
clase durante la guerra, toda táctica de "acciones de masas", aplicada en serio, conduce
de modo inevitable a dicha trasformación. No podemos saber si un fuerte movimiento
revolucionario estallará con motivo de la primera o de la segunda guerra imperialista de
las grandes potencias, o si estallará en el curso de esta guerra o después de ella, pero de
todos modos nuestro deber ineludible es trabajar de un modo sistemático y firme en esa
dirección.

El manifiesto de Basilea se refiere directamente al ejemplo de la Comuna de París, es


decir, a la trasformación de una guerra entre gobiernos en guerra civil. Hace medio siglo
el proletariado era demasiado débil; las condiciones objetivas del socialismo no estaban
aún maduras; entre los movimientos revolucionarios de todos los países beligerantes no
podía haber coordinación ni cooperación; el entusiasmo de una parte de los obreros de
París por la "ideología nacional" (la tradición de 1792) fue manifestación de su
debilidad pequeñoburguesa, como señaló Marx en su oportunidad, y fue una de las
causas del fracaso de la Comuna. Medio siglo después de ésta han desaparecido las
condiciones que debilitaban entonces a la revolución, y hoy sería imperdonable en un
socialista admitir la renuncia a actuar precisamente en el espíritu de los comuneros de
París.

El ejemplo de la fraternización en las trincheras

Los periódicos burgueses de todos los países beligerantes han citado ejemplos de
fraternización entre los soldados de las naciones en guerra, incluso en las trincheras
mismas. Y los decretos draconianos dictados por las autoridades militares (de Alemania
y de Inglaterra) contra dicha fraternización demuestran que los gobiernos y la burguesía
le conceden una gran importancia. Si pudieron producirse casos de fraternización, pese
al dominio total del oportunismo en la dirección de los partidos socialdemócratas de la
Europa occidental y pese al apoyo que el socialchovinismo recibe de toda la prensa
socialdemócrata y de todas las autoridades de la II Internacional, ello viene a demostrar
hasta qué punto sería posible acortar la duración de la guerra criminal, reaccionaria y

50
esclavista que se hace en la actualidad y organizar el movimiento revolucionario
internacional, si se realizara un trabajo sistemático en este sentido, aunque sólo fuera
por los socialistas de izquierda de los países beligerantes.

Importancia de la organización ilegal

Los anarquistas más notables de todo el mundo se han deshonrado en esta guerra no
menos que los oportunistas por su socialchovinismo (en el espíritu de Plejánov o de
Kautsky). Uno de los resultados útiles de esta contienda será, indudablemente, acabar, a
la vez, con el oportunismo y el anarquismo.

Sin renunciar en ningún caso, y cualesquiera sean las circunstancias, a aprovechar la


menor posibilidad legal para organizar las masas y propagar el socialismo, los partidos
socialdemócratas deben romper con toda actitud servil ante la legalidad. "Disparad
vosotros primero, señores burgueses"[4], escribía Engels, aludiendo precisamente a la
guerra civil y a nuestra necesidad de violar la legalidad burguesa después que la
burguesía la haya violado. La crisis ha demostrado que la burguesía la viola en todos los
países, incluso en los más libres, y que no se puede llevar a las masas a la revolución sin
crear una organización clandestina que propague, discuta, aprecie y prepare los medios
revolucionarios de lucha. Así, en Alemania, todo lo que se hace de honesto por los
socialistas, se hace contra el vil oportunismo y el hipócrita "kautskismo", y se hace
precisamente en la clandestinidad. En Inglaterra envían a presidio a los que distribuyen
llamamientos impresos invitando al pueblo a no presentarse a filas.

Considerar que el repudio de los métodos ilegales de propaganda y la mofa de ellos en


la prensa legal es compatible con la pertenencia al partido socialdemócrata, es traicionar
al socialismo.

Sobre la derrota del "propio" gobierno en la guerra imperialista

Tanto los partidarios de la victoria de su propio gobierno en la guerra actual, como los
defensores de la consigna de "ni victoria ni derrota", adoptan igualmente el punto de
vista del socialchovinismo. En una guerra reaccionaria, la clase revolucionaria no puede
dejar de desear la derrota de su gobierno; no puede dejar de ver que existe una relación
entre los reveses militares de este gobierno y las facilidades que éstos crean para su
derrocamiento. Sólo el burgués que piense que la guerra iniciada por los gobiernos
terminará indefectiblemente como una guerra entre gobiernos, y que además así lo
desea, encuentra "ridícula" o "absurda" la idea de que los socialistas de todas las
naciones beligerantes expresen el deseo de que todos "sus" gobiernos sean derrotados.
Por el contrario, justamente esa posición respondería al pensamiento más íntimo de todo
obrero conciente y se situaría en el marco de nuestra actividad encaminada a la
trasformación de la guerra imperialista en guerra civil. Es indudable que la importante
labor de agitación contra la guerra, efectuada por una parte de los socialistas ingleses,
alemanes y rusos, "debilitó la potencia militar" de sus respectivos gobiernos, pero tal
agitación fue un mérito de los socialistas. Estos deben explicar a las masas que para

51
ellas no hay salvación fuera del derrocamiento revolucionario de "sus" gobiernos y que
las dificultades con que tropiezan estos gobiernos en la guerra actual deben ser
aprovechadas con ese fin.

Sobre el pacifismo y la concigna de la paz

El estado de ánimo de las masas en favor de la paz expresa con frecuencia un comienzo
de protesta, de indignación y de toma de conciencia del carácter reaccionario de la
guerra. Aprovechar ese estado de ánimo es un deber de todos los socialdemócratas.
Ellos participarán con el mayor entusiasmo en todo movimiento y en toda manifestación
en ese sentido, pero no enganarán al pueblo dejándole creer que sin un movimiento
revolucionario se puede alcanzar una paz sin anexiones, sin opresión de las naciones y
sin saqueos, una paz sin gérmenes de nuevas guerras entre los gobiernos de hoy y las
clases dominantes en la actualidad. Semejante engaño sólo haría el juego a la
diplomacia secreta de los gobiernos beligerantes y a sus planes contrarrevolucionarios.
Quien desee una paz firme y democrática, debe pronunciarse en favor de la guerra civil
contra los gobiernos y la burguesía.

Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación

El medio empleado con más amplitud en la guerra actual por la burguesía para engañar
al pueblo es el de ocultar los fines de rapiña con la ideología de la "liberación nacional".
Los ingleses prometen la libertad a Bélgica, los alemanes, a Polonia, etc. Pero en
realidad, como ya hemos visto, se trata de una guerra entre los opresores de la mayoría
de las naciones del mundo para afianzar y extender su opresión.

Los socialistas no pueden alcanzar su elevado objetivo sin luchar contra toda opresión
de las naciones. Por ello deben exigir absolutamente que los partidos socialdemócratas
de los países opresores (sobre todo de las llamadas "grandes" potencias) reconozcan y
defiendan el derecho de las naciones oprimidas a la autodeterminación, y justamente en
el sentido político de esta palabra, es decir, el derecho a la separación política. El
socialista de una gran potencia o de una nación poseedora de colonias, que no defiende
este derecho, es un chovinista.

La defensa de este derecho no solamente no estimula la formación de pequeños Estados,


sino que, por el contrario, conduce a que se constituyan, del modo más libre, más
deciclido y por lo tanto más amplio y universal, grandes Estados o federaciones de
Estados que son más ventajosos para las masas y más adecuados para el desarrollo
económico.

A su vez, los socialistas de las naciones oprimidas deben luchar absolutamente por la
unidad plena (incluida la unidad orgánica) de los obreros de las naciones oprimidas y
opresoras. La idea de una separación jurídica entre una y otra nación (la llamada
"autonomía cultural nacional" propugnada por Bauer y Renner) es una idea
reaccionaria.

52
El imperialismo es la época de la opresión creciente de las naciones del mundo entero
por un puñado de "grandes" potencias, razón por la cual la lucha por la revolución
socialista internacional contra el imperialismo es imposible sin el reconocimiento del
derecho de las naciones a la autodeterminación. "Un pueblo que oprime a otros pueblos
no puede ser libre" (Marx y Engels). Un proletariado que acepte que su nación ejerza la
menor violencia sobre otras naciones no puede ser socialista.

CAPITULO II
LAS CLASES Y LOS PARTIDOS EN RUSIA

La burguesía y la guerra

Hay un aspecto en el que el gobierno ruso no ha quedado a la zaga de sus cofrades


europeos: como ellos, ha sabido engañar a "su" pueblo en una escala grandiosa.
También en Rusia se ha puesto en juego un inmenso y monstruoso aparato de falsedades
y argucias para inocular el chovinismo a las masas, para dar la impresión de que el
gobierno zarista libra una guerra "justa", que defiende desinteresadamente a sus
"hermanos eslavos", etc.

La clase de los terratenientes y las capas superiores de la burguesía comercial e


industrial apoyan enérgicamente la política belicista del gobierno del zar. Esperan, con
toda razón, inmensos beneficios materiales y privilegios del reparto de la herencia turca
y austríaca. En toda una serie de sus congresos han saboreado ya por anticipado los
beneficios que afluirían a sus bolsillos si triunfase el ejército zarista. Además, los
reaccionarios comprenden muy bien que si hay algo que todavía puede aplazar la caída
de la monarquía de los Románov y detener una nueva revolución en Rusia es una guerra
exterior victoriosa para el zar.

Amplias capas de la burguesía urbana "media", de la intelectualidad burguesa, de las


profesiones liberales, etc., estaban también contaminadas -- por lo menos al principio de
la guerra -- por el chovinismo. El partido de la burguesía liberal de Rusia -- los kadetes
-- apoyó íntegra e incondicionalmente al gobierno zarista. En materia de política
exterior, hace ya tiempo que los kadetes son un partido gubernamental. El
paneslavismo, mediante el cual la diplomacia zarista realizó más de una vez sus
grandiosos fraudes políticos, se ha convertido en la ideología oficial de los kadetes. El
liberalismo ruso ha degenerado en nacional -liberalismo. Rivaliza en "patriotismo" con
las centurias negras, vota siempre de buen grado por el militarismo, la hegemonía naval,
etc. En el campo del liberalismo ruso se observa, aproximadamente, el mismo fenómeno
que en Alemania en la década del 70, cuando el liberalismo "librepensador" se
desintegró y dio nacimiento al partido nacional-liberal. La burguesía liberal rusa ha
emprendido definitivamente el camino de la contrarrevolución. El punto de vista del
P.O.S.D.R. en esta cuestión se ha confirmado en su plenitud. La realidad echó por tierra

53
la idea de nuestros oportunistas, según la cual el liberalismo ruso es aún la fuerza motriz
de la revolución en Rusia.

La camarilla gobernante ha logrado también, con ayuda de la prensa burguesa, del clero,
etc., provocar un estado de ánimo chovinista entre los campesinos. Pero a medida que
los soldados vayan volviendo del campo de batalla, el estado de ánimo en el campo
cambiará, indudablemente, y no a favor de la monarquía zarista. Los partidos
democrático-burgueses que tienen puntos de contacto con los campesinos tampoco han
resistido la ola de chovinismo. El partido de los trudoviques se negó en la Duma del
Estado a votar por los créditos de guerra. Pero por boca de su jefe Kerenski dio a
conocer una declaración "patriótica" que hace perfectamente el juego a la monarquía.
Toda la prensa legal de los "populistas" ha seguido, en general, los pasos de los
liberales. Incluso el ala izquierda de la democracia burguesa, el llamado partido
socialista-revolucionario, afiliado al Buró Socialista Internacional, ha seguido esta
corriente. El señor Rubánovich, representante de este partido en el B.S.I., se manifiesta
abiertamente como un socialchovinista. La mitad de los delegados de este partido en la
conferencia de los socialistas de la "Entente", celebrada en Londres, votó una resolución
chovinista (la otra mitad se abstuvo). En la prensa ilegal de los socialistas-
revolucionarios (en el periódico Nóvosti [5] y otros) predominan los chovinistas. Los
revolucionarios "salidos de un medio burgués", es decir, los revolucionarios burgueses
que no están ligados a la clase obrera, han sufrido un terrible descalabro en esta guerra.
La triste suerte de Kropotkin, Búrtziev y Rubanóvich es suma mentesignificativa.

La clase obrera y la guerra

El proletariado es la única clase en Rusia a la que no se ha logrado inocular el virus del


chovinismo. Algunos excesos cometidos al comienzo de la guerra no afectaron sino a
las capas más atrasadas de la clase obrera. La participación de los obreros en los
escandalosos actos de Moscú contra los alemanes ha sido muy exagerada. En general, la
clase obrera en Rusia se ha mostrado inmune al chovinismo.

Esto se explica por la situación revolucionaria existente en el país y por las condiciones
generales de vida del proletariado ruso.

Los años de 1912 a 1914 marcaron el comienzo de un nuevo y grandioso auge


revolucionario en Rusia. Nuevamente fuimos testigos de un vasto movimiento
huelguístico, sin precedentes en el mundo. Según los cálculos más modestos, las
huelgas revolucionarias de masas abarcaron en 1913 a un millón y medio de
participantes, para pasar en 1914 los dos millones y aproximarse al nivel de 1905. En
vísperas de la guerra, en Petersburgo los acontecimientos llevaron ya a los primeros
combates de barricadas.

El Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, partido ilegal, ha cumplido su deber ante


la Internacional. La bandera del internacionalismo no tembló en sus manos. Nuestro
Partido ha roto orgánicamente, desde hace ya tiempo, con los grupos y elementos
oportunistas. Los grilletes del oportunismo y del "legalismo a toda costa" no ataron de
pies y manos a nuestro Partido. Y esta circunstancia le permitió cumplir su deber re

54
volucionario, de la misma manera que la escisión con el partido oportunista de Bissolati
ayudó también a los camaradas italianos.

La situación general de nuestro país es hostil al florecimiento del oportunismo


"socialista" entre las masas obreras. En Rusia vemos toda una serie de matices del
oportunismo y del reformismo entre los intelectuales, en la pequeña burguesía, etc. Pero
ello sólo cuenta con una ínfima minoría de partidarios en las capas obreras
políticamente activas. El sector de obreros y empleados privilegiados es muy débil en
nuestro país. El fetichismo de la legalidad no ha podido surgir entre nosotros. Los
liquidadores (el partido de los oportunistas, dirigido por Axelrod, Potrésov, Cherevanin,
Máslov y otros) no contaban con ningún apoyo serio, antes de la guerra, entre las masas
obreras. A la IV Duma del Estado fueron elegidos seis diputados obteros, todos
adversarios del liquidacionismo. La tirada de la prensa obrera legal de Petrogrado y
Moscú, así como las colectas de fondos para ella, demostraron irrefutablemente que las
cuatro quintas partes de los obreros concientes están contra el oportunismo y la
corriente liquidacionista.

Al comenzar la guerra, el gobierno zarista detuvo y deportó a miles y miles de obreros


avanzados, miembros de nuestro P.O.S.D.R. ilegal. Este hecho, unido a la declaración
del estado de guerra en el país y a la clausura de nuestros periódicos etc., logró frenar
nuestro mivimiento. Sin embargo, la actividad revolucionaria clandestina de nuestro
Partido continúa a pesar de todo. En Petrogrado, el Comité de nuestro Partido publica
un periódico ilegal, Proletarski Golosfi.[6]

Los artículos del órgano central Sotsial-Demokrat, que se edita en el extranjero, se


reimprimen en Petrogrado y se envían a las provincias. Se publican proclamas ilegales
que se difunden incluso en los cuarteles. Fuera de la ciudad, en lugares apartados, se
celebran reuniones obreras clandestinas. Ultimamente, estallaron en Petrogrado grandes
huelgas de obreros metalúrgicos. Con este motivo, nuestro Comité de Petrogrado lanzó
varios manifiestos dirigidos a los obreros.

La fracción obrera socialdemócrata de Rusia en la Duma del Estado y la guerra

En 1913 se produjo una escisión entre los diputados social-demócratas de la Duma del
Estado. De un lado quedaron siete partidarios del oportunismo, dirigidos por Chjeídze,
que habían sido elegidos por siete provincias no proletarias, donde el número de obreros
era de 214.000. De otro lado quedaron seis diputados, todos ellos de la curia obrera,
elegidos en los centros más industriales de Rusia, que contaban en total con 1.008.000
obreros.

La cuestión principal de divergencia era esta: táctica del marxismo revolucionario o


táctica del reformismo oportunista. En la práctica, la divergencia se manifestaba, sobre
todo, en la actividad extra parlamentaria en el seno de las masas. Esta actividad debía
desplegarse en Rusia clandestinamente, si los que la llevaban a cabo querían mantenerse
en un plano revolucionario. La fracción de Chjeídze siguió siendo la aliada más fiel de
los liquidadores, que rechazaban el trabajo clandestino, y los defendía en todas las
charlas con los obreros, en todas las reuniones. De ahí la escisión. Los seis diputados

55
formaron la fracción O.S.D.R. Un año de trabajo demostró de modo irrefutable que con
ella precisamente estaba la inmensa mayoría de los obreros rusos.

Al comenzar la guerra, la divergencia alcanzó gran relieve. La fracción de Chjeídze se


limitó al terreno estrictamente parlamentario. No votó en favor de los créditos, porque si
hubiera procedido de otro modo habría suscitado una tempestad de indignación contra
ella entre los obreros. (Hemos visto que en Rusia ni siquiera los trudoviques,
pequeñoburgueses, han votado en pro de los créditos.) Pero tampoco alzó su protesta
contra el socialchovinismo.

De otro modo procedió la fracción O.S.D.R., que expresaba la línea política de nuestro
Partido. Llevó la protesta contra la guerra a lo más profundo de la clase obrera y
extendió la propaganda contra el imperialismo a las amplias masas de proletarios rusos.

Y los obreros acogieron con gran simpatía a esta fracción, lo que asustó al gobierno y le
obligó, violando flagrantemente sus propias leyes, a detener a nuestros camaradas
diputados y condenarlos a deportación perpetua a Siberia. Ya en su primer comunicado
oficial sobre la detención de nuestros camara das, el gobierno zarista escribía:

"Algunos miembros de las sociedades socialdemócratas, que se han planteado como fin
de su actividad quebrantar la potencia militar de Rusia realizando una agitación contra
la guerra, por medio de proclamas clandestinas y de una propaganda oral, han adoptado
a este respecto una posición muy especial."

Al famoso llamamiento de Vandetvelde pidiendo que se suspendiera "temporalmente"


la lucha contra el zarismo -- ahora se sabe por las declaraciones del emisario del zar en
Bélgica, príncipe Kudashiev, que Vandervelde no redactó él solo dicho llamamiento,
sino en colaboración con el mencionado enviado zatista --, sólo nuestro Partido dio una
tespuesta negativa, pot boca de su Comité Central. El centro dirigente de los
liquidadores se mostró de acuerdo con Vandervelde y declató oficialmente en la ptensa
que "con su actividad no se opondría a la guerra ".

El gobierno zarista acusó, ante todo, a nuestros camatadas diputados de haber difundido
entre los obreros esta respuesta negativa a Vandervelde.

Durante el ptoceso, el procutador zarista, señor Nenarókomov, puso de ejemplo a


nuestros camatadas los socialistas alemanes y franceses. "Los socialdemócratas
alemanes -- dijo -- han votado los créditos de guerra y se han mostrado amigos del
gobierno. Así procedieron los socialdemócratas alemanes, mientras que los tristes
caballeros de la socialdemocracia rusa no han actuado así [. . .]. Los socialistas de
Bélgica y Francia, como un solo hombre, olvidaron sus discordias con otras clases, sus
querellas de partidos, y se colocaron sin vacilación bajo la bandera." Sin embargo, los
miembros de la fracción obtera socialdemócrata de Rusia, que se subordinaron a las
directivas del Comité Central del Partido, no obraron de ese modo. . .

En el proceso se desplegó el imponente cuadro del amplio trabajo ilegal de agitación


contra la guerra, realizado por nuestro Partido entre las masas proletarias. Como es
natural, el tribunal zarista no logró, ni con mucho, "descubrir" toda la actividad de

56
nuestros camaradas en este dominio. Pero lo que se reveló demostró cuánto se había
hecho en el breve lapso de unos meses.

Durante el juicio se dio lectura a los manifiestos clandestinos de nuestros grupos y


comités contra la guerra y en favor de una táctica internacionalista. Los obreros
concientes de toda Rusia estaban en relación con los miembros de la fracción obrera
socialdemócrata de Rusia, que se esforzaba, en la medida de sus posibilidades, por
ayudarlos a enjuiciar la guerra desde el punto de vista del marxismo.

El camarada Muránov, diputado de los obreros de la provincia de Járkov, declaró ante el


tribunal:

"Comprendiendo que el pueblo no me había enviado a la Duma del Estado para


apoltronarme en mi escaño, iba a las localidades para conocer el estado de ánimo de la
clase obrera." Muránov reconoció también en el juicio que había asumido las funciones
de agitador ilegal de nuestro Partido y organizado un comité obrero en los Urales, en la
fábrica de Verjneisetsk, y en otros lugares. El proceso demostró que, desde el comienzo
de la guerra, los miembros de la fracción O.S.D.R. había recorrido, con fines de
propaganda, casi toda Rusia, que Muránov, Petrovski, Badáiev y otros habían
organizado numerosas asambleas obreras en las cuales se adoptaron resoluciones contra
la guetra, etc.

El gobierno zarista amenazó a los acusados con la pena de muerte. Esto hizo que no
todos se mostraran en el curso mismo del proceso tan valientes como el camarada
Muránov. Trataron de dificultar a los procuradores 2aristas su condena. De ello se
aprovechan hoy, indignamente, los socialchovinistas rusos para velar el fondo de la
cuestión, a saber: ¿cuál es el parlamentarismo que necesita la clase obrera?

Aceptan el parlamentarismo Sudekum y Heine, Sembat y Vaillant, Bissolati y


Mussolini, Chjeídze y Plejánov. También lo aceptan nuestros camaradas de la fracción
obrera socialdemócrata de Rusia, así como los camaradas búlgaros e italianos que han
roto con los chovinistas Pero hay parlamentarismo y parlamentarismo. Unos utilizan la
tribuna parlamentaria para hacer méritos ante sus gobiernos, o, en el mejor de los casos,
para lavarse las manos, como la fracción de Chjeídze. Otros utilizan el parlamentarismo
para ser revolucionarios hasta el fin, para cumplir su deber como socialistas e
internacionalistas, incluso en las circunstancias más difíciles. La actividad parlamentaria
de los unos conduce a los sillones ministeriales; la de los otros conduce a la cárcel, a la
deportación, al presidio. Los unos sirven a la burguesía; los otros, al proletariado. Los
unos son socialimperialistas, los otros marxistas revolucionarios.

CAPITULO III
LA RECONSTRUCCION DE LA INTERNACIONAL

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¿Cómo reconstruir la Internacional? Antes digamos algunas palabras sobre cómo no
debe ser reconstruida.

El método de los socialchovinistas y del "centro"

¡Oh, los socialchovinistas de todos los países son grandes "internacionalistas"! Desde
que estalló la guerra están abrumados de preocupación por la Internacional. Por un lado,
afirman que los rumores acerca de la bancarrota de la Internacional son "exagerados".
Pues en realidad no ha pasado nada extraordinario. Escuchen a Kautsky: la
Internacional es, simplemente, "un instrumento de tiempos de paz", y es natural que, en
tiempos de guerra, no haya estado a la altura de las circunstancias. Por otro lado, los
socialchovinistas de todos los países han encontrado un medio muy sencillo -- y lo que
es más importante, un medio internacional -- para salir de la situación creada. Ese medio
no es complicado: basta esperar el final de la guerra. Y mientras llega su fin, los so
cialistas de todos los países deben defender su "patria" y apoyar a "sus" gobiernos. Una
vez acabada la guerra, se "amnistiarán" unos a otros, reconocerán que todos tenían
razón, que en tiempos de paz vivimos como hermanos, pero que en tiempos de guerra --
y sobre la base concreta de tal o cual resolución -- exhortamos a los obreros alemanes a
exterminar a sus hermanos franceses y viceversa.

En este punto están igualmente de acuerdo: Kautsky, Plejánov, Víctor Adler y Heine.
Víctor Adler escribe: "Cuando hayamos pasado estos tiempos difíciles, nuestro primer
deber será no reprocharnos mutuamente cada menudencia." Kautsky afirma: "Hasta
ahora, en ninguna parte se alzaron voces de socialistas serios que puedan hacernos
temer" por la suerte de la Internacional. Plejánov dice: "Es desagradable estrechar la
mano (de los socialdemócratas alemanes), tinta en sangre de inocentes asesinados." Pero
de inmediato propone una "amnistía": "Será muy conveniente en este caso -- escribe --
someter el corazón a la cabeza. En nombre de su gran causa, la Internacional deberá
tomar en cuenta incluso las lamentaciones tardías." En Sozialistische Monatshefte,
Heine califica de "viril y orgullosa" la conducta de Vandervelde, y la pone de ejemplo a
los izquierdistas alemanes.

En una palabra, cuando la guerra haya terminado, habrá que nombrar una comisión
formada por Kautsky y Plejánov, Vandervelde y Adler, y en un abrir y cerrar de ojos
redactarán una resolución "unánime" en un espíritu de amnistía mutua. La controversia
se esfumará felizmente. En vez de ayudar a los obreros a comprender lo que ha pasado,
se los engañará con una aparente "unidad" en el papel. La unión de los socialchovinistas
y de los hipócritas de todos los países será bautizada con el nombre de reconstrucción
de la Internacional. No hay por qué ocultarlo: el peligro de semejante "reconstrucción"
es muy grande. Los socialchovinistas de todos los países están igualmente interesados
en ella. Ninguno quiere que las propias masas obreras de sus países se orienten en esta
cuestión: socialismo o nacionalismo. Todos se hallan interesados por igual en disimular
mutuamente sus pecados. Ninguno de ellos puede proponer otra cosa que no sea la que
propone Kautsky, el virtuoso de la hipocresía "internacionalista".

Sin embargo, este peligro no se comprende de la manera debida. En el curso de un año


de guerra hemos presenciado varias tentativas de restablecimiento de las relaciones

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internacionales. No hablemos de las conferencias de Londres y de Viena a las que
asistieron determinados chovinistas con el propósito de ayudar a los Estados Mayores
Generales y a la burguesía de "sus" patrias. Nos referimos a las conferencias de Lugano
y de Copenhague, a la Conferencia Internacional de Mujeres y a la Conferencia
Internacional de la Juventud[7]. Estas reuniones estuvieron animadas por los mejores
deseos, pero no vieron en absoluto el peligro señalado. No trazaron la línea de combate
de los internacionalistas. No mostraron al proletariado el peligro al que lo exponía el
método socialchovinista de "reconstrucción" de la Internacional. En el mejor de los
casos, se limitaron a repetir las viejas resoluciones, sin indicar a los obreros que, si no
luchan contra los socialchovinistas, la causa del socialismo es una causa desesperada.
En el mejor de los casos, no hicieron más que marcar el paso sin moverse del sitio.

La situación en la oposición

No cabe la menor duda de que la situación en la oposición socialdemócrata alemana


reviste el mayor interés para todos los internacionalistas. La socialdemocracia alemana
oficial, que era el partido más fuerte, el partido dirigente, en el seno de la II
Internacional, asestó el golpe más sensible a la organización internacional de los
obreros. Pero también en la socialdemocracia alemana resultó más poderosa la
oposición. Es el primero de los grandes partidos europeos en el que alzaron su vigorosa
voz de protesta los camaradas que permanecen fieles a la bandera del socialismo.
Hemos leído con alegría las revistas Lichtstrahlen y Die Internationale. Y con mayor
alegría aún nos hemos enterado de la difusión en Alemania de llamamientos
revolucionarios ilegales, como por ejemplo el titulado "El enemigo principal está dentro
del propio país". Esto demuestra que el espíritu del socialismo vive entre los obreros
alemanes, que en Alemania hay todavía hombres capaces de defender el marxismo
revolucionario.

En el seno de la socialdemocracia alemana se ha perfilado con el mayor relieve la


escisión del socialismo contemporáneo. Aquí vemos con toda nitidez tres tendencias:
los oportunistas chovinistas, que en ninguna parte han llegado a tal degradación y
apostasía como en Alemania; el "centro" kautskista, que demostró una incapacidad
absoluta para desempeñar otro papel que no sea el de lacayo de los oportunistas, y la
izquierda, que representa a los únicos socialdemócratas de Alemania.

Como es natural, lo que más nos interesa es la situación en la izquierda alemana. En ella
vemos a nuestros camaradas que son la esperanza de todos los elementos
internacionalistas.

¿Cuál es, pues, esta situación?

La revista Die Internationale tenía toda la razón al afirmar que en la izquierda alemana
todo se halla todavía en un proceso de fermentación, que deben producirse aún grandes
reagrupamientos y que en el seno de ella hay elementos más decididos y menos
decididos.

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Nosotros, los internacionalistas rusos, no pretendemos, de ninguna manera,
inmiscuirnos en los asuntos internos de nuestros camaradas de la izquierda alemana.
Comprendemos que sólo ellos son verdaderamente competentes para definir sus
métodos de lucha contra los oportunistas, de acuerdo con las condiciones de lugar y
tiempo. Sólo estimamos que tenemos el derecho y el deber de expresar con franqueza
nuestra opinión sobre la situación.

Estamos convencidos de que el autor del artículo editorial de la revista Die


Internationale tenía toda la razón al afirmar que el "centro" kautskista causa más daño al
marxismo que el socialchovinismo descarado. Quienes velan ahora las divergencias y
predican a los obreros, bajo una apariencia de marxismo, lo mismo que predica el
kautskismo, adormecen a los obreros y son más nocivos que los Sudekum y los Heine,
los cuales plantean el problema de frente y obligan a los obreros a analizarlo.

La fronda contra las "instancias superiores", que Kautsky y Haase se permiten en los
últimos tiempos, no debe engañar a nadie. Las divergencias entre ellos y los
Scheidemann no son divergencias de principio. Los unos consideran que Hindenburg y
Mackensen han vencido ya y que ahora pueden permitirse el lujo de protestar contra las
anexiones. Los otros estiman que Hindenburg y Mackensen no han vencido aún, y que
por lo tanto hay que "mantenerse firmes hasta el fin".

El kautskismo sólo lucha en apariencia contra las "instancias superiores", precisamente


con el propósito de esfumar, después de la guerra, a los ojos de los obreros, la discusión
sobre una base de principios y escamotear el asunto con una amplia resolución -- la mil
y tantas -- redactada en un estilo vagamente izquierdista, en lo que son verdaderos
maestros los diplomáticos de la II Internacional.

Es perfectamente comprensible que, en su difícil lucha con tra las "instancias


superiores", la oposición alemana deba aprovechar también esta fronda sin principios
del kautskismo. Ahora bien, para todo internacionalista, la piedra de toque debe seguir
siendo la actitud negativa hacia el neokautskismo. Sólo es verdadero internacionalista
quien combate el kauts kismo y comprende que el "centro" sigue siendo, desde el punto
de vista de los principios, incluso después del aparente viraje de sus jefes, el aliado de
los chovinistas y de los oportunistas.

Nuestra actitud hacia los elementos vacilantes de la Internacional tiene, en general, una
inmensa importancia. Estos elementos -- en su mayoría socialistas de matiz pacifista --
existen tanto en los países neutrales como en algunos países beligerantes (por ejemplo,
en Inglaterra, el Partido Laborista Independiente). Estos elementos pueden ser nuestros
compañeros de ruta. Es indispensable un acercamiento a ellos, contra los
socialchovinistas. Pero no hay que olvidar que son únicamente compañeros de ruta y
que en lo principal, en lo esencial, cuando se trate de reconstruir la Internacional, no
estarán con nosotros, sino contra nosotros, y seguirán a Kautsky, Scheidemann,
Vandervelde y Sembat. En las conferencias internacionales no podemos limitar nuestro
programa a lo que es aceptable para estos elementos, pues de otro modo nosotros
mismos seríamos prisioneros de esos pacifistas vacilantes. Así sucedió, por ejemplo, en
la Conferencia Internacional de Mujeres, celebrada en Berna. En ella, la delegación
alemana, que sostenia el punto de vista de la camarada Clara Zetkin, desempeñó de
hecho el papel de "centro". La conferencia de mujeres sólo dijo lo que era aceptable
para las delegadas del partido oportunista holandés de Troelstra y para las del I.L.P.
60
(Partido Laborista Independiente)[8]. Este último -- no lo olvidemos -- votó a favor de
la resolución de Vandervelde en la conferencia de chovinistas de la "Entente", que tuvo
lugar en Londres. Respetamos altamente al I.L.P. por su valiente lucha contra el
gobierno inglés durante la guerra. Pero sabemos que este partido no se ha situado ni se
sitúa hoy en el terreno del marxismo. Y consideramos que la tarea principal de la
oposición socialdemócrata es, en el momento actual, alzar la bandera del marxismo
revolucionario, decir a los obreros con firmeza y precisión qué pensamos acerca de las
guerras imperialistas y lanzar la consigna de acciones revolucionarias de masas, o sea,
la consigna de la trasformación de la época de las guerras imperialistas en el comienzo
de una época de guerras civiles.

A pesar de todo, en muchos países hay elementos socialde mócratas revolucionarios.


Los hay en Alemania, en Rusia, en Escandinavia (la influyente tendencia que representa
el ca marada Hoglund), en los Balcanes (el partido de los "tesnia kí" búlgaros), en Italia,
en Inglaterra (una parte del Partido Socialista Británico), en Francia (el propio Vaillant
reconoció en L'Humanité que había recibido cartas de protesta de los internacionalistas,
pero no publicó íntegramente ninguna de ellas), en Holanda (los tribunistas[9]), etc. Y
la tarea del día consiste en unir a estos elementos marxistas -- por poco numerosos que
sean al principio --, en recordar en su nombre las hoy olvidadas palabras del verdadero
socialismo y exhortar a los obreros de todos los países a que rompan con los chovinistas
y se agrupen bajo la vieja bandera del marxismo.

Las conferencias en torno a los llamados programas de "acción" se limitaban hasta


ahora a proclamar más o menos integramente un programa de pacifismo a secas. El
marxismo no es pacifismo. Es indispensable luchar por el cese más rápido de la guerra.
Pero la reivindicación de la "paz" sólo adquiere un sentido proletario cuando se llama a
la lucha revolucionaria. Sin una serie de revoluciones, la pretendida paz democrática no
es más que una utopía pequeñoburguesa. El único programa verdadero de acción sería
un programa marxista que dé a las masas una respuesta completa y clara sobre lo que ha
pasado, que explique qué es el imperialismo y cómo se debe luchar contra él, que
declare abiertamente que el oportunismo ha llevado la II Internacional a la bancarrota y
que llame abiertamente a fundar una Internacional marxista sin los oportunistas y contra
ellos. Sólo un programa así, que demuestre que tenemos fe en nosotros mismos y en el
marxismo, y que declaramos al oportunismo una guerra a vida o muerte, podrá
asegurarnos, tarde o temprano, la simpatía de las masas proletarias de verdad.

El Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia y la III Internacional

El P.O.S.D.R. se separó, hace ya tiempo, de sus oportunistas. Ahora los oportunistas


rusos se han vuelto, además, chovinistas. Esto no hace más que reafirmarnos en la
opinión de que la escisión con ellos era necesaria por el bien del socialismo. Estamos
convencidos de que las divergencias actuales entre los socialdemócratas y los
socialchovinistas no son menores, en modo alguno, que las que existían entre socialistas
y anarquistas al separarse los socialdemócratas de los segundos. El oportunista Monitor
tiene razón cuando dice, en preussische Jahrbücher, que la unidad actual es ventajosa
para los oportunistas y para la burguesía, ya que obliga a los elementos de izquierda a
someterse a los chovinistas e impide que los obreros vean claro en las disputas y creen
su propio partido realmente obrero y verdaderamente socialista. Tenemos la profunda
61
convicción de que, en el estado actual de cosas, la escisión con los oportunistas y los
chovinistas es el primer deber de un revolucionario, de la misma manera que la escisión
con los amarillos, los antisemitas, los sindicatos obreros liberales, etc., era necesaria
para educar con mayor rapidez a los obreros atrasados y atraerlos a las filas del partido
socialdemócrata.

A nuestro juicio, la III Internacional debiera fundarse precisamente sobre esta base
revolucionaria. Para nuestro Partido no existe el problema de si es oportuno o no romper
con los socialchovinistas. Este problema ya lo ha resuelto de manera irrevocable. Para él
sólo existe ahora la cuestión de realizar esa ruptura en un futuro inmediato, a escala
internacional.

Se comprende muy bien que para crear una organización marxista internacional es
indispensable que en los distintos países exista la disposición a crear partidos marxistas
independientes. Alemania, país del movimiento obrero más antiguo y poderoso, tiene
una importancia decisiva. El futuro inmediato dirá si ya han madurado las condiciones
para crear la nueva Internacional marxista. Si es así, nuestro Partido ingresará con
alegría en esa III Internacional, depurada del oportunismo y del chovinismo. Si no es
así, ello querrá decir que esa depuración exige todavía una evolución más o menos
larga. Y entonces nuestro Partido formará la oposición extrema en el seno de la antigua
Internacional, hasta que se cree en los diferentes países la base para una asociación
internacional obrera que se sitúe en el terreno del marxismo revolucionario.

No sabemos ni podemos saber cómo se desarrollarán las cosas en los próximos años
sobre el plano internacional. Pero lo que sabemos a ciencia cierta, y estamos firmemente
conven cidos de ello, es que nuestro Partido, en nuestro país, entre nuestro proletariado,
trabajará sin descanso en esa dirección y, con toda su actividad cotidiana, creará la
sección rusa de la Internacional marxista.

En Rusia no faltan tampoco socialchovinistas declarados ni grupos del "centro". Esa


gente luchará contra la creación de una Internacional marxista. Sabemos que Plejánov
está en la misma posición de principio que Südekum al que, desde ahora, ya tiende la
mano. Sabemos que el llamado "Comité de Organización", dirigido por Axelrod,
predica el kautskismo sobre el terreno ruso. Escudándose en la unidad de la clase
obrera, esa gente preconiza la unidad con los oportunistas y, por conducto de ellos, con
la burguesía. Pero todo lo que sabemos acerca del movimiento obrero actual en Rusia
nos permite abrigar la plena seguridad de que el proletariado conciente de Rusia seguirá
estando, como hasta ahora, con nuestro Partido.

CAPITULO IV
HISTORIA DE LA ESCISION Y SITUACION ACTUAL DE LA
SOCIALDEMOCRACIA EN RUSIA

62
La táctica del P.O.S.D.R con respecto a la guerra, que hemos expuesto anteriormente, es
el fruto inevitable del desarrollo de la socialdemocracia en Rusia en el curso de treinta
años. No se puede comprender bien esta táctica, como tampoco la situación actual de la
socialdemocracia en nuestro país, sin reflexionar sobre la historia de nuestro Partido.
Por ello, debemos recordar ahora al lector los hechos fundamentales de esa historia. La
socialdemocracia surgió, como corriente ideológica, en 1883, cuando el grupo
"Emancipación del Trabajo" expuso por primera vez en forma sistemática, en el
extranjero, las ideas socialdemócratas aplicadas a Rusia. Hasta el comienzo de la década
del 90, la socialdemocracia siguió siendo en Rusia una corriente ideológica, sin nexos
con el movimiento obrero de masas. A principios de la década mencionada, el ascenso
social, la efervescencia y el movimiento huelguístico de los obreros hicieron de la
socialdemocracia una fuerza política activa, ligada indisolublemente a la lucha (tanto
económica como política) de la clase obrera. Y de esa misma época arranca la escisión
de la socialdemocracia en "economistas" e "iskristas".

Los "economistas" y la vieja Iskra (1894-1903)

El "economismo" fue una corriente oportunista en el seno de la socialdemoctacia rusa.


Su esencia política se reducía al programa siguiente: "A los obreros, la lucha
económica; a los liberales, la lucha política". Su principal apoyo teórico fue el llamado
"marxismo legal" o "struvismo", que "admitía" un "marxismo" vaciado por completo de
todo espíritu revolucionario y adaptado a las necesidades de la burguesía liberal.
Arguyendo el estado atrasado de las masas obreras rusas, y deseosos de "ir con las
masas", los "economistas" limitaban las tareas y el alcance del movimiento obrero a la
lucha económica y al apoyo político del liberalismo, sin plantearse tareas políticas
independientes, ni tarea revolucionaria alguna.

La vieja Iskra (1900-1903) luchó victoriosamente contra el "economismo" en nombre


de los principios de la socialdemocracia revolucionaria. Toda la flor del proletariado
conciente cstaba al lado de Iskra. Años antes de la revolución, la social democracia
presentó el programa más consecuente e intransigente. Y la lucha de clases y la acción
de las masas en el curso de la revolución de 1905 confirmaron ese programa. Los
"economistas" se adaptaban al atraso de las masas. Iskra educaba a la vanguardia obrera
capaz de llevar a las masas hacia adelante. Los argumentos actuales de los
socialchovinistas (sobre la necesidad de contar con las masas, sobre el carácter
progresista del imperialismo, sobre las "ilusiones" de los revolucionarios, etc.) fueron ya
utilizados todos por los economistas. La Rusia socialdemócrata conoció hace veinte
años una revisión oportunista del marxismo en el espíritu del "struvismo".

El menchevismo y el bolchevismo (1903-1908)

La época de la revolución democrático-burguesa provoco en la socialdemocracia una


nueva lucha de tendencias que fue una prolongación directa de la anterior. El
"economismo" se trasformó en "menchevismo", y la defensa de la táctica revolucionaria
de la vieja Iskra dio origen al "bolchevismo".

63
En los turbulentos años de 1905 a 1907, el menchevismo era una corriente oportunista,
apoyada por los burgueses liberales, que llevaba las tendencias de la burguesía liberal al
movimiento obrero. Adaptar la lucha de la clase obrera al liberalismo: esta y no otra era
la esencia del menchevismo. Por el contrario, el bolchevismo planteaba como tarea de
los obreros socialdemócratas incorporar 106 campesinos democráticos a la lucha
revolucionaria, pese a las vacilaciones y traiciones del liberalismo. Y las masas obreras,
como lo reconocieron más de una vez los propios mencheviques, siguieron a los
bolcheviques, durante la revolución, en todas las acciones importantes.

La revolución de 1905 comprobó, robusteció, profundizó y templó la táctica


socialdemócrata intransigentemente revolucionaria en Rusia. La intervención abierta de
las clases y de los partidos puso de manifiesto, reiteradas veces, los nexos que unían el
oportunismo socialdemócrata (el "menchevismo") con el liberalismo.

El marxismo y el liquidacionismo (1908-1914)

La época contrarrevolucionaria puso otra vez a la orden del día, y en forma


absolutamente nueva, el problema de la táctica oportunista y la táctica revolucionaria de
la socialdemocracia. Del cauce principal del menchevismo salió, pese a las protestas de
sus mejores representantes, la corriente liquidacionista, es decir, la renuncia a la lucha
por una nueva revolución en Rusia, el abandono de la organización y de la actividad
ilegales, las burlas despectivas a propósito de la "clandestinidad", de la consigna de la
república, etc. El grupo de publicistas legales de la revista Nasha Zariá (señores
Potrésov, Cherevanin, etc.) constituyó un núcleo independiente del viejo partido
socialdemócrata, núcleo al que la burguesía liberal rusa, deseosa de apartar a los obreros
de la lucha revolucionaria, sostenía, ensalzaba y mimaba de mil maneras.

Este grupo de oportunistas fue expulsado del Partido por la Conferencia del P.O.S.D.R.
de Enero de 1912, que reconstruyó el partído pese a la feroz resistencia de toda una
serie de grupos y grupitos del extranjero. Durante más de dos años (desde comienzos de
1912 hasta mediados de 1914) se desarrolló una lucha tenaz entre los dos partidos
socialdemócratas: el Comité Central, elegido en enero de 1912, y el "Comité de
Organización", que no reconocía la Conferencia de Enero y qucría reconstruir el Partido
de otro modo, manteniendo la unidad con el grupo de Nasha Zariá. Una porfiada lucha
se entabló entre los dos diarios obreros (Pravda y Luch [10], y sus sucesores) y las dos
fracciones socialdemócratas en la IV Duma del Estado (la "fracción obrera
socialdemócrata de Rusia" de los pravdistas o marxistas, y la "fracción socialdemócrata"
de los liquidadores, con Chjeídze a la cabeza).

Defendiendo la fidelidad a los legados revolucionarios del Partido, apoyando el auge del
movimiento obrero que se iniciaba en esa época (sobre todo después de la primavera de
1912), combinando la organización legal y la ilegal, la prensa y la agitación, los
"pravdistas" unieron en torno suyo a la inmensa mayoria de la clase obrera conciente,
mientras que los liquidadores, que actuaban como fuerza politica sólo por medio del
grupo de Nasha Zariá, se apoyaban en el pródigo respaldo de los elementos liberales
burgueses.

64
Las aportaciones de fondos hechas abiertamente por los grupos obreros a los periódicos
de ambos partidos, que eran en aquella época la forma de cotización de los
socialdemócratas al Partido, tomando en cuenta las condiciones del país (la única forma
legal posible, y que todos podían controlar libremente), confirmaron con claridad que la
fuente de la fuerza y de la influencia de los "pravdistas" (marxistas) era proletaria,
mientras que la de los liquidadores (y de su "Comité de Organización") era liberal
burguesa. Veamos a continuación unos breves datos sobre estas aportaciones, de las que
informa en detalle el libro Marxismo y liquidacionismo [11], y, en forma abreviada, el
periódico socialdemócrata alemán Leipziger Volkszeitung [12] del 21 de julio de 1914.

Número y cantidades de las aportaciones a los diarios socialdemócratas de Petersburgo


-- marxistas (pravdistas) y liquidadores -- del 1 de enero al 13 de mayo de 1914:

PRAVDISTAS LIQUIDADORES

Total Total
Núm. de Núm. de
en en
aportaciones rublos aportaciones rublos

De grupos obreros   .   .
2.873 18.934 671 5.296
. . . .
       
De grupos no obreros .
  713  2.650 453 6.760
. . . . .

Así, pues, nuestto Partido agrupó en 1914 a las cuatro quintas partes de los obreros
concientes de Rusia en torno a la táctica socialdemócrata revolucionaria. Durante todo
el año 1913, el número de aportaciones hechas por los grupos obreros fue de 2.181 para
los pravdistas y de 661 para los liquidadores. Desde el primero de enero de 1913 al 13
de mayo de 1914 se obtuvieron los totales siguientes: 5.054 aportaciones de grupos
obreros para los "pravdistas" (es decir, para nuestro Partido) y 1.332, o sea, el 20,8%
para los liquidadores.

Marxismo y socialchovinismo (1914-1915)

La gran guerra europea de 1914-1915 ha permitido a todos los socialdemócratas


europeos, entre ellos los rusos, comprobar su táctica en función de una crisis de
proporciones mundiales. El carácter reaccionario, expoliador y esclavista de la guerra es
infinitamente más evidente del lado del zarismo que del lado de los demás gobiernos.
¡Y sin embargo, el grupo fundamental de los liquidadores (el único que, fuera de
nosotros y gracias a sus relaciones con los liberales, ejerce una influencia importante en
Rusia) ha virado hacia el socialchovinismo! Como poseía desde hace bastante tiempo el

65
monopolio de la legalidad, este grupo de Nasha Zariá predicó a las masas la "no
resistencia a la guerra", hizo votos por la victoria de la Triple (hoy Cuádruple) Entente y
acusó al imperialismo germano de cometer "pecados supernumerarios", etc. Plejánov,
que desde 1903 había dado múltiples pruebas de su extrema incoherencia política y de
su paso a las posiciones oportunistas, adoptó en forma aún más tajante esa misma
actitud, lo que le valió ser ensalzado por toda la prensa burguesa de Rusia. Plejánov
descendió hasta el punto de declarar que la guerra que libraba el zarismo era una guerra
justa, ¡¡y en los periódicos gubernamentales de Italia llegó a publicar una entrevista en
la que invitaba a este país a entrar en la guerra!!

La justeza de nuestra apreciación sobre la corriente liquidacionista y sobre la expulsión


del principal grupo de liquidadores de las filas de nuestro Partido, se ha visto, de este
modo, plenamente confirmada. El programa real de los liquidadores y el verdadero
significado de su orientación no consisten hoy simplemente en el oportunismo en
general, sino en la defensa de los privilegios y de las ventajas que la gran potencia
concede a los terratenientes y a la burguesía gran rusos. Es la orientación de la política
obrera nacional-liberal. Se trata de la alianza de una parte de los pequeños burgueses
radicales y de una ínfima fracción de obreros privilegiados con "su" burguesía nacional
y contra la masa del proletariado.

La situación actual en la socialdemocracia rusa

Como ya hemos dicho, ni los liquidadores, ni toda una serie de grupos del extranjero
(Plejánov, Alexinski, Trotski, etc.), ni los llamados socialdemócratas "nacionales" (es
decir, no gran rusos) reconocieron nuestra Conferencia de Enero de 1912. Entre las
innumerables injurias que nos prodigaron, la que repetían con más frecuencia era la que
nos acusaba de "usurpación" y de "escisionismo". Nuestra respuesta a ella era citar
cifras exactas y susceptibles de ser comprobadas objetivamente, que demostraban que
nuestro Partido agrupaba a las cuatro quintas partes de los obreros concientes de Rusia.
Y esto no era poco, tomando en cuenta las dificultades del trabajo ilegal en una época
de contrarrevolución.

Si la "unidad" era posible en Rusia sobre la base de la táctica socialdemócrata, sin


excluir al grupo de Nasha Zariá, ¿por qué no la realizaban nuestros numerosos
adversarios, al menos entre ellos? Desde enero de 1912 han pasado tres años y medio, y
durante este período nuestros adversarios no pudieron crear, pese a todos sus deseos, un
partido socialdemócrata dirigido contra nosotros. Este hecho es la mejor defensa de
nuestro Partido.

Toda la historia de los grupos socialdemócratas que luchan contra nuestro Partido es
una historia de desmoronamiento y disgregación. En marzo de 1912, todos sin
excepción se "unificaron" para colmarnos de injurias. Pero ya en agosto de ese mismo
año, en que se constituyó contra nosotros el llamado "bloque de agosto", comenzó la
disgregación entre ellos. Una parte de los grupos se separó, pero no pudieron crear un
partido ni un Comité Central. Formaron únicamente un Comité de Organización "para
restablecer la unidad". Pero en realidad este C.O. resultó un frágil biombo del grupo
liquidacionista en Rusia. Durante todo el período de inmenso auge del movimiento

66
obrero en Rusia y de las huelgas de masas de 1912-1914, el único grupo de todo el
bloque de agosto que trabajó entre las masas fue el grupo de Nasha Zariá, cuya fuerza
estribaba en sus relaciones con los liberales. Y a principios de 1914, del "bloque de
agosto" se retiraron formalmente los socialdemócratas letones (los socialdemócratas
polacos no formaban parte de él), mientras que Trotski, uno de los jefes del bloque, lo
abandonó, aunque no formalmente, y creó una vez más su grupo aparte. En julio de
1914, en la Conferencia de Bruselas, en la que participaron el Comité Ejecutivo del
Buró Socialista Internacional, Kautsky y Vandervelde, se creó contra nosotros el
llamado "bloque de Bruselas", en el que no entraron los letones y del que se separaron
de inmediato los socialdemócratas polacos, la oposición. Después de estallar la guerra,
este bloque se desintegró. Nasha Zariá, Plejánov, Alexinski y el jefe de los
socialdemócratas del Cáucaso, An[13], se han convertido en socialchovinistas
declarados, que hacen votos por que Alemania sea derrotada. El Comité de
Organización y el Bund han asumido la defensa de los socialchovinistas y de los
principios del socialchovinismo. La fracción de Chjeídze, aunque votó contra los
créditos de guerra (en Rusia, incluso los demócratas burgueses, los trudoviques, han
votado contra ellos), sigue siendo una fiel aliada de Nasha Zariá. Nuestros furiosos
socialchovinistas, Plejánov, Alexinski y Cía., están totalmente satisfechos con la
fracción de Chjeídze. En París se ha fundado el periódico Nashe Slovo (antes Golos ),
con el concurso, sobre todo, de Mártov y Trotski, que desean conjugar la defensa
platónica del internacionalismo con la reivindicación absoluta de la unidad con Nasha
Zariá, el Comité de Organización o la fracción de Chjeídze. Después de 250 números,
este periódico se ha visto obligado a reconocer su propia desintegración: una parte de su
Redacción se inclina hacia nuestro Partido; Mártov permanece fiel al Comité de
Organización, que censura públicamente a Nashe Slovo por su "anarquismo" (de la
misma manera que los oportunistas en Alemania, David y Cía., Internationale
Korrespondenz [14], Legien y Cía., acusan de anarquismo al camarada Liebknecht)
Trotski anuncia su ruptura con el Comité de Organización, pero desea marchar junto
con la fracción de Chjeídze. Veamos ahora el programa y la táctica de la fracción de
Chjeídze, expuestos por uno de sus jefes. En el número 5 de 1915 de Sovremienni Mir
[15], revista que sigue la orientación de Plejánov y de Alexinski, escribe Chjenkeli:
"Decir que la socialdemocracia alemana se hallaba en condiciones de impedir que su
país en trara en la guerra y que no lo ha hecho, significaría desear ocultamente que no
sólo ella, sino también su patria, lancen su último suspiro en las barricadas, o mirar los
objetos que nos rodean a través del telescopio anarquista ."***

En estas brevas líneas se expresa toda la esencia del socialchovinismo: la justificación


por principio de la idea de la "defensa de la patria" en la guerra actual y las burlas -- con
permiso de los censores militares -- a costa de la propaganda en favor de la revolución y
de su preparación. El problema no consiste en absoluto en saber si la socialdemocracia
alemana se hallaba en condiciones de impedir que su país entrara en la guerra, ni
tampoco en saber si los revolucionarios pueden garantizar, en general, el triunfo de la
revolución. El problema es saber si debemos proceder como socialistas o "agonizar"
efectivamente en los brazos de la burguesía imperialista. Las tareas de nuestro Partido

La socialdemocracia de Rusia surgió antes de la revolución democrático-burguesa


(1905) en nuestro país y se fortaleció en la época de la revolución y de la
contrarrevolución. El atraso de Rusia explica la extraordinaria abundancia de corrientes
y matices del oportunismo pequeñoburgués entre nosotros, en tanto que la influencia del
marxismo en Europa, así como la solidez de los partidos socialdemócratas legales antes
67
de la guerra, hicieron de nuestros ejemplares liberales casi admiradores de la teoría y de
la socialdemocracia "razonables" "europeas" (no revolucionarias), "marxistas"
"legales". La clase obrera en Rusia no podía constituir su partido más que en una lucha
resuelta, durante treinta años, contra todas las variedades del oportunismo. La
experiencia de la guerra mundial, que ha traído la vergonzosa bancarrota del
oportunismo europeo y reforzado la alianza de nuestros nacional-liberales con el
liquidacionismo socialchovinista, nos reafirma aún más en el convencimiento de que
nuestro Partido debe continuar en el futuro la misma vía consecuentemente
revolucionaria.

NOTAS

* Véase "La guerra y la socialdemocracia de Rusia", Obras Completas de V. I. Lenin, t.


XXI. (N. de la Red.)

**Véase "La Conferencia de las secciones del P.O.S.D.R. en el extranjero", Obras


Completas de V. I. Lenin, t. XXI. (N. de la Red.)

*** S. M., núm. 5, 1915, . Trotski ha declarado recientemente que considera su deber
realzar la autoridad de la fracción de Chjeídze en la Internacional. Es indudable que
Chjenkeli, por su parte, se dedicará con la misma energia a realzar, en la Internacional la
autoridad de Trotski. . .

[1] El folleto El socialismo y la guerra fue publicado, en alemán, en septiembre de 1915,


y distribuido a los delegsdos a la Conferencia de Zimmerwald de los socialistas; se editó
en francés en 1916.

[2] Véase Clausewitz, Sobre la guerra, t. I, art. I, cap. I, sec. XXIV.

[3] El "brentanismo" es una "doctrina liberal burguesa que admito una lucha de 'clase'
no revolucionaria del proletariado" (véase V. I. Lenin, La revolución proletaria y el
renegado Kautsky, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1972, ), que debe su
nombre a L. Brentano, economista burgués alemán, partidario del llamado "socialismo
de Estado", quien pretendía demostrar que se podía realizar la igualdad social dentro del
capitalismo mediante reformas y conciliaciones de intereses de los capitalistas y
obreros. Con un vocabulario marxista como rótulo, L. Brentano y sus seguidores
trataron de subordinar el movimiento obrero a los intereses de la burguesía. [pág. 24]

68
[4] Véase F. Engels, El socialismo en Alemania (C. Marx y F. Engels, Obras
Completas, t. XXII).

[5] Nóvosti, diario del partido socialrevolucionario, publicado en París de agosto de


1914 a mayo de 1915.

[6] Proletarski Golos (Voz Proletaria ), órgano ilegal del Comieé de Petersburgo del
P.O.S.D.R.; se publicó de febrero de 1915 a diciembre de 1916, en total cuatro números.
En su primer núnmero se insertó el Manifiesto del Comité Central del P.O.S.D.R. "La
guerra y la social democracia de Rusia".

[7] La Conferencia Socialista Internacional de la Juventud sobre la actitud ante la guerra


se celebró del 4 al 6 de abril de 1915 en Berna (Suiza). Asistieron representantes de las
organizaciones juveniles de o países: Rusia, Noruega, Holanda, Suiza, Bulgaria,
Alemania, Polonia, Italia, Dinamarca y Suecia. La Conferencia decidió celebrar cada
año el Día Internacional de la Juventud, eligió un Buró Internacional de la Juventud
Socialista, y organizó, de acuerdo con la resolución de la Conferencia, la revista Jugend-
Intetnationale (La Internacional de la Juventud ), en cuyo trabajo tomaron parte Lenin y
K. Liebknecht.

[8] El Partido Laborista Independiente (I.L.P. -- Independent Labour Party) fue fundado
en 1893. Lo encabezaban James Keir Hardie, R. MacDonald y otros. El Partido
Laborista Independiente era de hecho "independiente del socialismo, pero dependiente
del liberalismo" (véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. XVIII). Durante la Primera
Guerra Mundial, el Partido Laborista Independiente publicó al comienzo un manifiesto
contra la guerra (el 13 de agosto de 1914). Después, en febrero de 1915, en la
Conferencia de los Socialistas de los países de la Entente, celebrada en Londres, los
independentistas se adhirieron a la resolución socialchovinista aprobada en la
Conferencia. A partir de entonces, los lideres del Partido Laborista Independiente,
encubriéndose con frases pacifistas, mantuvieron una posición socialchovinista. En
1919, después de la fundación de la Internacional Comunista, los lideres del Partido
Laborista Independiente, bajo la presión de los miembros de la izquierda del Partido,
aprobaron una resolución para retirarse de la II Internacional. En 1921, los
independentistas se adhirieron a la llamada segunda y media internacional, y en 1923 se
reintegraron a la II Internacional.

[9] Los tribunistas eran miembros de la fracción izquierdista del Partido Obrero
Socialdemócrata Holandés, unidos en torno del periódico Tribuna. En 1909 fueron
expulsados del P.O.S.D.H. y formaron un partido independiente (el Partido
Socialdemócrata Holandés). Los tribunistas fueron el ala izquierda del movimiento
obrero holandes, pero no un partido revolucionario consecuente. En 1918 tomaron parte
en el trabajo de fundación del Partido Comunista de Holanda. Tribuna, periodico del ala
izquierda del P.O.S.D.H., fundado en 1907 en Amsterdam. Desde 1909 fue órgano del
P.O.S.D.H. y desde 1918, órgano del Partido Comunista de Holanda.

[10] Luch (El Rayo ), diario legal de los liquidadores mencheviques; se publico en
Petersburgo de septiembre de 1912 a julio de 1913 y su Sostenimiento "dependia del
dinero de amigos ricos burgueses" (Lenin).

69
[11] "Marxismo y liquidacionismo. Recopilación de articulos sobre los problemas
fundamentales del movimiento obrero contemporaneo. Parte II" publicada en julio de
1914 por la Editorial del Partido Pribói. Esta recopilación comprendia artículos de
Lenin contra el liquidacionismo de los cuales "La clase obrera y la prensa obrera" y
"Respuesta de los obreros a la formación de la fracción obrera socialdemocrata rusa en
la Duma del Estado" contaban con datos detallados acerca de las aportaciones. (Véase
V. I. Lenin, Obras Completas, t. XX)

[12] Leipziger Volkszeitung. (La Gaceta Popular de Leipzig ), organo de la izquierda


socialdemócrata alemana, publicado diariamente desde 1894 hasta 1933, en cuya
redacción participaron durante muchos años F. Mehring y R. Luxemburg. De 1917 a
1922, el periódico fue órgano de los "independientes" alemanes, y a partir de 1922,
órgano de la de recha socialdemócrata.

[13] An: N. N. Zhordania, jefe de los mencheviques del Caucaso.

[14] Internationale Korrespondenz, semanario socialchovinista alemán dedicado a los


problemas de la política internacional y del movimiento obrero, publicado en Berlín
desde 1914 hasta 1917.

[15] Sovremienni Mir (Mundo Contemporaneo ), revista mensual literaria, científica y


política; se publicó en Petersburgo desde 1906 hasta 1918. Tomaban parte directa en la
revista los mencheviques, incluido Plejanov. En el periodo del bloque con el grupo de
mencheviques defensores del Partido, encabezado por Plejánov, y a principios de 1914,
colaboraron en la revista los bolcheviques. En marzo de 1914 se publicó en
Sovremienni Mir el artículo de Lenin "Una nueva destrucción del socialismo". Durante
la Primera Guerra Mundial la revista pasó a ser una publicación de los socialchovinistas.

The First Step

Published: Sotsial-Demokrat No. 45–46, October 11, 1915. Published according to the
text in Sotsial-Demokrat.
Source: Lenin Collected Works, Progress Publishers, [197[4]], Moscow, Volume 21,
pages 383-388.
Translated:
Transcription\Markup: D. Walters and R. Cymbala
Public Domain: Lenin Internet Archive 2003 (2005). You may freely copy, distribute,
display and perform this work; as well as make derivative and commercial works.
Please credit “Marxists Internet Archive” as your source.

The development of the international socialist movement is slow during the tremendous
crisis created by the war. Yet it is moving towards a break with opportunism and social-
chauvinism, as was clearly shown by the International Socialist Conference held at
Zimmerwald, Switzerland, between September 5 and 8, 1915.

70
For a whole year, the socialists of the warring and the neutral countries vacillated and
temporised. Afraid to admit to themselves the gravity of the crisis, they did not wish to
look reality in the face, and kept deferring in a thousand ways the inevitable break with
the opportunism and Kautskyism prevalent in the official parties of Western Europe.

However, the analysis of events which we gave a year ago in the Manifesto of the
Central Committee (Sotsial Demokrat No. 33)[1] has proved correct; the events have
borne out its correctness. They took a course that resulted in the first International
Socialist Conference being attended by representatives of the protesting elements of the
minorities in Germany, France, Sweden, and Norway, who acted against the decisions
of the official parties, i.e., in fact acted schismatically.

The work of the Conference was summed up in a manifesto and a resolution expressing
sympathy with the arrested and the persecuted. Both documents appear in this issue of
Sotsial-Demokrat. By nineteen votes to twelve, the Conference refused to submit to a
committee the draft resolution proposed by us and other revolutionary Marxists;   our
draft manifesto was passed on to the committee together with two others, for a joint
manifesto to be drawn up. The reader will find elsewhere in this issue our two drafts; a
comparison of the latter with the manifesto adopted clearly shows that a number of
fundamental ideas of revolutionary Marxism were adopted.

In practice, the manifesto signifies a step towards an ideological and practical break
with opportunism and social-chauvinism. At the same time, the manifesto, as any
analysis will show, contains inconsistencies, and does not say everything that should be
said.

The manifesto calls the war imperialist and emphasises two features of imperialism: the
striving of the capitalists of every nation for profits and the exploitation of others, and
the striving of the Great Powers to partition the world and “enslave” weaker nations.
The manifesto repeats the most essential things that should be said of the imperialist
nature of the war, and were said in our resolution. In this respect, the manifesto merely
popularises our resolution. Popularisation is undoubtedly a useful thing. However, if we
want clear thinking in the working class and attach importance to systematic and
unflagging propaganda, we must accurately and fully define the principles to be
popularised. If that is not done, we risk repeating the error, the fault of the Second
International which led to its collapse, viz., we shall be leaving room for ambiguity and
misinterpretations. Is it, for instance, possible to deny the signal importance of the idea,
expressed in our resolution, that the objective conditions are mature for socialism? The
“popular” exposition of the manifesto omitted this idea; failure has attended the attempt
to combine, in one document, a clear and precise resolution based on principle, and an
appeal.

“The capitalists of all countries ... claim that the war serves to defend the fatherland....
They are lying...”, the manifesto continues. Here again, this forthright statement that the
fundamental idea of opportunism in the present war—the “defence-of-the-fatherland”
idea—is a lie, is a repetition of the kernel of the revolutionary Marxists’ resolution.
Again, the manifesto regrettably fails to say everything that should be said; it is half-
hearted, afraid to   speak the whole truth. After a year of war, who today is not aware of
the actual damage caused to socialism, not only by the capitalist press repeating and
endorsing the capitalists’ lies (it is its business as a capitalist press to repeat the
71
capitalists’ lies), but also by the greater part of the socialist press doing so? Who does
not know that European socialism’s greatest crisis has been brought about not by the
“capitalists’ lies”, but by the lies of Guesde, Hyndman, Vandervelde, Plekhanov and
Kautsky ? Who does not know that the lies spoken by such leaders suddenly revealed all
the strength of the opportunism that swept them away at the decisive moment?

Let us take a look at what has come about: To make the masses see things in a clearer
light, the manifesto says that in the present war the defence of the fatherland idea is a
capitalist lie. The European masses, however, are not illiterate, and almost all who have
read the manifesto have heard, and still hear that same lie from hundreds of socialist
papers, journals, and pamphlets, echoing them after Plekhanov, Hyndman, Kautsky and
Co. What will the readers of the manifesto think? What thoughts will arise in them after
this display of timidity by the authors of the manifesto? Disregard the capitalists’ lie
about the defence of the fatherland, the manifesto tells the workers. Well and good.
Practically all of them will say or think: the capitalists’ lie has long stopped bothering
us, but the lie of Kautsky and Co. ...

The manifesto goes on to repeat another important idea in our resolution, viz., that the
socialist parties and the workers’ organisations of the various countries “have flouted
obligations stemming from the decisions of the Stuttgart, Copenhagen and Basle
congresses”; that the International Socialist Bureau too has failed to do its duty ; that
this failure to do its duty consisted in voting for war credits, joining governments,
recognising “a class truce” (submission to which the manifesto calls slavish ; in other
words, it accuses Guesde, Plekhanov, Kautsky and Co. of substituting for propaganda of
socialism the propaganda of slavish ideas).

Is it consistent, we shall ask, to speak, in a “popular” manifesto, of the failure of a


number of parties to do their   duty (it is common knowledge that the reference is to the
strongest parties and the workers’ organisations in the most advanced countries: Britain,
France and Germany), without giving any explanation of this startling and
unprecedented fact? The greater part of the socialist parties and the International
Socialist Bureau itself have failed to do their duty! What is this—an accident and the
failure of individuals, or the turning-point of an entire epoch? If it is the former, and we
circulate that idea among the masses, it is tantamount to our renouncing the
fundamentals of socialist doctrine. If it is the latter, how can we fail to say so forthright?
We are facing a moment of historic significance—the collapse of the International as a
whole, a turning point of an entire epoch—and yet we are afraid to tell the masses that
the whole truth must be sought for and found, and that we must do our thinking to the
very end. It is preposterous and ridiculous to suppose that the International Socialist
Bureau and a number of parties could have collapsed, without linking up this event with
the long history of the origin, the growth, the maturing and over-maturity of the general
European opportunist movement, with its deep economic roots—deep, not in the sense
that it is intimately linked with the masses, but in the sense that it is connected with a
certain stratum of society.

Passing on to the “struggle for peace”, the manifesto states that: “This struggle is a
struggle for freedom, the brotherhood of peoples, and socialism”. It goes on to explain
that in wartime the workers make sacrifices “in the service of the ruling classes”,
whereas they must learn to make sacrifices “for their own cause” (doubly underscored
in the manifesto), “for the sacred aims of socialism”. The resolution which expresses
72
sympathy with arrested and persecuted fighters says that “the Conference solemnly
undertakes to honour the living and the dead by emulating their example” and that its
aim will be to “arouse the revolutionary spirit in the international proletariat”.

All these ideas are a reiteration of our resolution’s fundamental idea that a struggle for
peace without a revolutionary struggle is a hollow and false phrase, and that a
revolutionary struggle for socialism is the only way to put an end to the horror of war.
But here too we find inconsistency,   timidity, and a failure to say everything that ought
to be said: it calls upon the masses to emulate the example of the revolutionary fighters;
it declares that the five members of the Russian Social-Democratic Labour Duma group
who have been sentenced to exile in Siberia have carried on “the glorious revolutionary
tradition of Russia”; it proclaims the necessity of “arousing the revolutionary spirit”, but
it does not specify forthright and clearly the revolutionary methods of struggle.

Was our Central Committee right in signing this manifesto, with all its inconsistency
and timidity? We think it was. Our non-agreement, the non-agreement, not only of our
Central Committee but of the entire international Left-wing section of the Conference,
which stands by the principles of revolutionary Marxism, is openly expressed both in a
special resolution, a separate draft manifesto, and a separate declaration on the vote for
a compromise manifesto. We did not conceal a jot of our views, slogans, or tactics. A
German edition of our pamphlet, Socialism and War[2] was handed out at the
Conference. We have spread, are spreading, and shall continue to spread our views with
no less energy than the manifesto will. It is a fact that this manifesto is a step forward
towards a real struggle against opportunism, towards a rupture with it. It would be
sectarianism to refuse to take this step forward together with the minority of German,
French, Swedish, Norwegian, and Swiss socialists, when we retain full freedom and full
opportunity to criticise inconsistency and to work for greater things.[3] It would be poor
war tactics to refuse to adhere to the mounting international protest movement against
social-chauvinism just because this movement is slow, because it takes “only” a single
step forward and because it is ready and willing to take a step backward tomorrow   and
make peace with the old International Socialist Bureau. Its readiness to make peace with
the opportunists is so far merely wishful thinking. Will the opportunists agree to a
peace? Is peace objectively possible between trends that are dividing more and more
deeply—social-chauvinism and Kautskyism on the one hand, and on the other,
revolutionary internationalist Marxism? We consider it impossible, and we shall
continue our line, encouraged as we are by its success at the Conference of September
5-8.

The success of our line is beyond doubt. Compare the facts: In September 1914, our
Central Committee’s Manifesto seemed almost isolated. In March 1915, an international
women’s conference adopted a miserable pacifist resolution, which was blindly
followed by the Organising Committee. In September 1915, we rallied in a whole group
of the international Left wing. We came out with our own tactics, voiced a number of
our fundamental ideas in a joint manifesto, and took part in the formation of an I.S.C.
(International Socialist Committee), i.e., a practically new International Socialist
Bureau, against the wishes of the old one, and on the basis of a manifesto that openly
condemns the tactics of the latter.

The workers of Russia, whose overwhelming majority followed our Party and its
Central Committee even in the years 1912-14, will now, from the experience of the
73
international socialist movement, see that our tactics are being confirmed in a wider
area, and that our fundamental ideas are shared by an ever growing and finer part of the
proletarian International.

Several Theses

Proposed by the Editors

Published: Sotsial-Demokrat No. 47, October 13, 1915. Published according to the text
in Sotsial-Demokrat.
Source: Lenin Collected Works, Progress Publishers, [197[4]], Moscow, Volume 21,
pages 401-406.
Translated:
Transcription\Markup: D. Walters and R. Cymbala
Public Domain: Lenin Internet Archive 2003 (2005). You may freely copy, distribute,
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Please credit “Marxists Internet Archive” as your source.

The material published in this issue shows the tremendous scope of the work being done
by the St. Petersburg Committee of our Party. To Russia, and indeed to the entire
International, this is indeed a model of Social-Democratic work during a reactionary
war and in most difficult conditions. The workers of St. Petersburg and Russia will bend
every effort to give support to that work and will continue it along the same road ever
more energetically and extensively.

Complying with advice from comrades in Russia, we have drawn up several theses on
current problems of Social-Democratic work:

(1)The slogan of a “constituent assembly” is wrong as an independent slogan, because


the question now is: who will convene it? The liberals accepted that slogan in 1905
because it could have been interpreted as meaning that a “constituent assembly” would
be convened by the tsar and would be in agreement with him. The most correct slogans
are the “three pillars” (a democratic republic, confiscation of the landed estates and an
eight-hour working day), with the addition (cf. No. 9) of a call for the workers’
international solidarity in the struggle for socialism and the revolutionary overthrow of
the belligerent governments, and against the war.

(2)We are opposed to participation in the war industries committees,[1] which help
prosecute the imperialist and reactionary war. We are in favour of utilising the election
campaign; for instance, we are for participation   in the first stage of the elections for the
sole purpose of agitation and organisation. There can be no talk of boycotting the
Duma. Participation in the second ballot is essential. While we have no Duma deputies
from our Party, we must utilise everything that happens in the Duma so as to advance
the aims of revolutionary Social-Democracy.

74
(3)We consider that the consolidation and extension of Social-Democratic work among
the proletariat and its extension to the rural proletariat, the rural poor and the army are
the immediate and pressing tasks. It is revolutionary Social-Democracy’s most pressing
task to develop the incipient strike movement, and to conduct it under the slogan of the
“three pillars”. The demand for the immediate cessation of the war should be given due
attention. Among other demands, the workers must not lose sight of the demand for the
immediate reinstatement of the workers’ deputies, members of the R.S.D.L. Duma
group.

(4)Soviets of Workers’ Deputies and similar institutions must be regarded as organs of


insurrection, of revolutionary rule. It is only in connection with the development of a
mass political strike and with an insurrection, and in the measure of the latter’s
preparedness, development and success that such institutions can be of lasting value.

(5)Only a revolutionary-democratic dictatorship of the proletariat and the peasantry can


form the social content of the impending revolution in Russia. The revolution cannot be
victorious in Russia unless it overthrows the monarchy and the feudal-minded
landowners, and these cannot be overthrown unless the proletariat is supported by the
peasantry. The step forward made in the differentiation of the rural population into
wealthy “homestead farmers” and rural proletarians has not done away with the
oppression of the rural areas by the Markovs and Co.[2] We have urged and still urge the
absolute need, in all and any circumstances, for a separate organisation for rural
proletarians.

(6)The task confronting the proletariat of Russia is the consummation of the bourgeois-
democratic revolution in Russia in order to kindle the socialist revolution in Europe.
The latter task now stands very close to the former, yet it remains a special and second
task, for it is a question   of the different classes which are collaborating with the
proletariat of Russia. In the former task, it is the petty-bourgeois peasantry of Russia
who are collaborating; in the latter, it is the proletariat of other countries.

(7)As hitherto, we consider it admissible for Social-Democrats to join a provisional


revolutionary government together with the democratic petty bourgeoisie, but not with
the revolutionary chauvinists.

(8)By revolutionary chauvinists we mean those who want a victory over tsarism so as to
achieve victory over Germany, plunder other countries, consolidate Great-Russian rule
over the other peoples of Russia, etc. Revolutionary chauvinism is based on the class
position of the petty bourgeoisie. The latter always vacillates between the bourgeoisie
and the proletariat. At present it is vacillating between chauvinism (which prevents it
from being consistently revolutionary, even in the meaning of a democratic revolution),
and proletarian internationalism. At the moment the Trudoviks, the Socialist-
Revolutionaries, Nasha Zarya, Chkheidze’s Duma group, the Organising Committee,
Mr. Plekhanov and the like are political spokesmen for this petty bourgeoisie in Russia.

(9)If the revolutionary chauvinists won in Russia, we would be opposed to a defence of


their “fatherland” in the present war. Our slogan is: against the chauvinists, even if they
are revolutionary and republicanagainst them, and for an alliance of the international
proletariat for the socialist revolution.

75
(10)To the question of whether it is possible for the proletariat to assume the leadership
in the bourgeois Russian revolution, our answer is: yes, it is possible, if the petty
bourgeoisie swings to the left at the decisive moment; it is being pushed to the left, not
only by our propaganda, but by a number of objective factors, economic, financial (the
burden of war), military, political, and others.

(11)To the question of what the party of the proletariat would do if the revolution placed
power in its hands in the present war, our answer is as follows: we would propose peace
to all the belligerents on the condition that freedom is given to the colonies and all
peoples that are dependent,   oppressed and deprived of rights. Under the present
governments, neither Germany, nor Britain and France would accept this condition. In
that case, we would have to prepare for and wage a revolutionary war, i.e., not only
resolutely carry out the whole of our minimum programme,[3] but work systematically
to bring about an uprising among all peoples now oppressed by the Great Russians, all
colonies and dependent countries in Asia (India, China, Persia, etc.), and also, and first
and foremost, we would raise up the socialist proletariat of Europe for an insurrection
against their governments and despite the social-chauvinists. There is no doubt that a
victory of the proletariat in Russia would create extraordinarily favourable conditions
for the development of the revolution in both Asia and Europe. Even 1905 proved that.
The international solidarity of the revolutionary proletariat is a fact, despite the scum of
opportunism and social-chauvinism.

We now present these theses for discussion among the comrades, and shall develop our
views in the next issues of the Central Organ.

The Peace Programme

Published: Sotsial-Demokrat No. 52, March 25, 1916. Published according to the


Sotsial-Demokrat text.
Source: Lenin Collected Works, UNKNOWN, [19xx], Moscow, Volume 22, pages 161-
168.
Translated: UNKNOWN UNKNOWN
Transcription\Markup: D. Walters
Public Domain: Lenin Internet Archive 2000 (2005). You may freely copy, distribute,
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The question of the Social-Democratic “peace programme.” Is one of the most


important questions on the agenda of the Second International Conference of the
“Zimmerwaldists”.[1]In order to bring home to the reader the essentials of this question
we will quote a declaration made by Kautsky, the most authoritative representative of
the Second International and most authoritative champion of the social-chauvinists in all
countries.

“The International is not a fit instrument in time of war; it is, essentially, an instrument
of peace... The fight for peace, class struggle in peace time.” (Neue Zeit. November 27,
76
1914.) “All peace programmes formulated by the International;the programmes of the
Copenhagen, London and Vienna Congresses, all demand, and quite rightly, the
recognition of the independence of nations. This demand must also serve as our
compass in the present war.” (Ibid., May 21, 1915.)

These few words excellently express the “programme” of international social-chauvinist


unity and conciliation. Everybody knows that Sudekum’s friends and adherents met in
Vienna and acted entirely in his spirit, championing the cause of German imperialism
under the cloak of “defence of the fatherland.” The French, English and Russian
Sudekums met in London and championed the cause of “their” national imperialism
under the same cloak. The real policy of the London and Vienna heroes of social-
chauvinism is to justify participation in the imperialist war, to justify the killing of
German workers by French workers, and vice versa, for the sake of determining which
national bourgeoisie shall have preference in robbing other countries. And to conceal
their real policy, to deceive the workers, both the London and   the Vienna heroes resort
to the phrase: We “recognise” the “independence of nations,” or in other words,
recognise the self-determination of nations, repudiate annexations, etc., etc.

It is as clear as daylight that this “recognition” is a flagrant lie, despicable hypocrisy, for
it justifies participation in a war which both sides are waging, not to make nations
independent, but to enslave them. Instead of exposing, unmasking and condemning this
hypocrisy, Kautsky, the great authority, sanctifies it. The unanimous desire of the
chauvinist traitors to Socialism to deceive the workers is, in Kautsky’s eyes, proof of
the “unanimity” and virility of the International on the question of peace!!! Kautsky
converts nationalist, crude, obvious, flagrant hypocrisy, which is obvious to the
workers, into international, subtle, cloaked hypocrisy, calculated to throw dust in the
eyes of the workers. Kautsky’s policy is a hundred times more harmful and dangerous
to the labour movement than Sudekum’s policy; Kautsky’s hypocrisy is a hundred times
more repulsive.

This does not apply to Kautsky alone. Substantially the same policy is pursued by
Axelrod, Martov and Chkheidze in Russia; by Longuet and Pressemane in France,
Treves in Italy, etc. Objectively, this policy means fostering bourgeois lies among the
working class; it means inculcating bourgeois ideas into the minds of the proletariat.
That both Sudekum and Plekhanov merely repeat the bourgeois lies of the capitalists of
“their” respective nations is obvious; but it is not so obvious that Kautsky sanctifies
these lies and elevates them to the sphere of the “highest truth” of a “unanimous”
International. That the workers should regard the Sudekums and Plekhanovs as
authoritative and unanimous “Socialists” who have temporarily fallen out is exactly
what the bourgeoisie wants. The very thing the bourgeoisie wants is that the workers
should be diverted from the revolutionary struggle in wartime by means of hypocritical,
idle and non-committal phrases about peace; that they should be lulled and soothed by
hopes of peace without annexations, a democratic peace, etc., etc.

Huysmans has merely popularised Kautsky’s peace programme and has added: courts of
arbitration, democratisation of foreign politics, etc. But the first and fundamental   point
of a Socialist peace programme must be to unmask the hypocrisy of the Kautskyist
peace programme, which strengthens bourgeois influence over the proletariat.

77
Let us recall the fundamental postulates of Socialist doctrine, which the Kautskyists
have distorted. War is the continuation, by forcible means, of the politics pursued by the
ruling classes of the belligerent Powers long before the outbreak of war. Peace is a
continuation of the very same politics, with a registration of the changes brought about
in the relation of forces of the antagonists as a result of military operations. War does
not change the direction in which politics developed prior to the war; it only accelerates
that development.

The war of 1870–71 was a continuation of the progressive bourgeois policy (which was
pursued for decades) of liberating and uniting Germany. The debacle and overthrow of
Napoleon III hastened that liberation. The peace programme of the Socialists of that
epoch took this progressive bourgeois result into account and advocated support for the
democratic bourgeoisie, urging: no plunder of France; an honourable peace with the
republic.

How clownish is the attempt slavishly to repeat this example under the conditions
prevailing during the imperialist war of 1914-16! This war is the continuation of the
politics of an over-ripe reactionary bourgeoisie, which has plundered the world, which
has seized colonies, etc. Owing to the objective situation, the present war cannot, on the
basis of bourgeois relations, lead to any democratic “progress” whatever; no matter
what the outcome of the war may be, it can lead only to the intensification and
extension of oppression in general, and of national oppression in particular.

That war accelerated development in a democratic bourgeois-progressive direction: it


resulted in the overthrow of Napoleon III and in the unification of Germany. This war is
accelerating development only in the direction of the socialist revolution. Then the
programme of a democratic (bourgeois) peace had an objective historical basis. Now
there is no such basis, and all phrases about a democratic peace is a bourgeois lie, the
objective purpose of which is to divert the workers from the revolutionary struggle for
socialism! Then the Socialists, by their programme of a democratic peace, supported a
deep-going bourgeois-democratic movement of the masses (for the overthrow   of
Napoleon III and the unification of Germany), which had been manifesting itself for
decades. Now, with their programme of a democratic peace on the basis of bourgeois
relations the Socialists are helping the deception of the people by the bourgeoisie,
whose aim is to divert the proletariat from the socialist revolution.

Just as phrases about “defence of the fatherland” inculcate into the minds of the masses
the ideology of a national war of liberation by means of fraud, so phrases about a
democratic peace inculcate that very same bourgeois lie in a roundabout way.

“That means that you have no peace programme, that you are opposed to democratic
demands,” the Kautskyists argue, in the hope that inattentive people will not notice that
this objection substitutes non-existent bourgeois-democratic tasks for the existing
socialist tasks.

Oh no, gentlemen, we reply to the Kautskyists. We are in favour of democratic


demands, we alone fight for them sincerely, for the objective historical situation
prevents us from advancing them except in connection with the socialist revolution.

78
Take, for example, the “compass” which Kautsky and Co. employ for the bourgeois
deception of the workers.

Südekum and Plekhanov are “unanimous” in their “peace programme.” Down with
annexations! Support the independence of nations! And note this: the Südekums are
right when they say that Russia’s attitude towards Poland, Finland, etc., is an
annexationist attitude. And so is Plekhanov right when he says that Germany’s attitude
towards Alsace-Lorraine, Serbia, Belgium, etc, is also annexationist. Both are right, are
they not) And in this way Kautsky “reconciles” the German Südekum with the Russian
Südekums!!!

But every sensible worker will see immediately that Kautsky and both the Südekums
are hypocrites. This is obvious. The duty of a Socialist is not to make peace with
hypocritical democracy, but to unmask it. How can it be unmasked? Very simply.
“Recognition” of the independence of nations can be regarded as sincere only where the
representative of the oppressing nation has demanded, both before and during the war,
freedom of secession for the nation which is oppressed by his own “fatherland.”

This demand alone is in accord with Marxism. Marx advanced it in the interests of the
English proletariat when he demanded freedom for Ireland, although he admitted at the
same time the probability that federation would follow secession. In other words, he
demanded the right of secession, not for the purpose of splitting and isolating countries,
but for the purpose of creating more durable and democratic ties. In all cases where
there are oppressed and oppressing nations, where there are no special circumstances
which distinguish revolutionary-democratic nations from reactionary nations (as was the
case in the ’forties of the nineteenth century), Marx’s policy in relation to Ireland must
serve as a model for proletarian policy. But imperialism is precisely the epoch in which
the division of nations into oppressors and oppressed is the essential and typical
division, and it is utterly impossible to draw a distinction between reactionary and
revolutionary nations in Europe.

As early as 1913, our Party, in a resolution on the national question, made it the duty of
Social-Democrats to apply the term self-determination in the sense here indicated. And
the war of 1914-16 has fully shown that we were right.

Take Kautsky’s latest article in the Neue Zeit of March 3, 1916. He openly declares
himself to be in agreement with Austerlitz, the notorious, extreme German chauvinist in
Austria, the editor of the chauvinist Vienna Arbeirer-Zeitung,[2] when he says that “the
independence of a nation must not be confused with its sovereignty”. In other words,
national autonomy within a “nationality state” is good enough for the oppressed nations,
and it is not necessary to demand for them the equal right to political independence. In
this very article, however, Kautsky asserts that it is impossible to prove that “it is
essential for the Poles to adhere to the Russian state”!!!

What does this mean? It means that to please Hindenburg, Südekum, Austerlitz and Co,
Kautsky recognises Poland’s right to secede from Russia, although Russia is a
“nationality state,” but not a word does he say about freedom for the Poles to secede
from Germany!!! In this very article Kautsky declares that the French Socialists had
departed from internationalism by wanting to achieve the freedom of Alsace-Lorraine

79
by means of war. But he says nothing about the German Südekums and Co. deviating  
from internationalism when they refuse to demand freedom for Alsace-Lorraine to
secede from Germany!

Kautsky employs the phrase “a nationality state”—a phrase that can he applied to
England in relation to Ireland, and to Germany in relation to Poland, Alsace-Lorraine,
etc.—obviously for the purpose of defending social-chauvinism. He has converted the
slogan “fight against annexations” into a “programme of peace”... with the chauvinists,
into glaring hypocrisy. And in this very article, Kautsky repeats the honeyed little udas
speech: “The International has never ceased to demand the consent of the affected
populations when state frontiers are to be altered.” Is it not clear that Südekum and Co.
demand the “consent” of the Alsatians and Belgians to be annexed to Germany and that
Austerlitz and Co. demand the “consent” of the Poles and Serbs to be annexed to
Austria!

And what about the Russian Kautskyist Martov He wrote to the Gvozdevist journal
Nash Golos[3] (Samara) to prove the indisputable truth that self-determination of nations
does not necessarily imply defence of the fatherland in an imperialist war. But Martov
says nothing about the fact that a Russian Social-Democrat betrays the principle of self-
determination if he does not demand the right of secession for the nations oppressed by
the Great Russians; and in this way Martov stretches out the hand of peace to the
Alexinskys, the Gvozdevs, the Dotresovs, and the Plekhanovs! Martov is silent on this
point also in the underground press! He argues against the Dutchman Gorter, although
Gorter, while wrongly repudiating the principle of self-determination of nations,
correctly applies it by demanding political independence for the Dutch Indies and by
unmasking the betrayal of Socialism by the Dutch opportunists who disagree with this
demand. Martov, however, does not argue against his secretary, Semkovsky, who in
1912-15 was the only writer in the liquidationist press who repudiated the right of
secession and self-determination in general!

Is it not plain that Martov “advocates” self-determination just as hypocritically as


Kautsky does; that he, too, is covering up his desire to make peace with the chauvinists?

And what about Trotsky? He is body and soul for self-determination, but in his case,
too, it is an idle phrase, for he does not demand freedom of secession for nations
oppressed by the “fatherland” of the Socialist of the given nationality; he is silent about
the hypocrisy of Kautsky and the Kautskyists!

This kind of “struggle against annexations” serves to deceive the workers and not to
explain the programme of the Social-Democrats; it is an evasion of the problem and not
a concrete indication of the duty of internationalists; it is a concession to nationalist
prejudices and to the selfish interests of nationalism (“we” all, bourgeois and social-
chauvinists alike, derive “benefits” from “our” fatherland’s oppression of other
nations!) but not a struggle against nationalism.

The “peace programme” of Social-Democracy must, in the first place, unmask the
hypocrisy of the bourgeois, social-chauvinist and Kautskyist phrases about peace. This
is the first and fundamental thing. Unless we do that we shall be willingly or
unwillingly helping to deceive the masses. Our “peace programme” demands that the

80
principal democratic point on this question—the repudiation of annexations—should be
applied in practice and not in words, that it should serve to promote the propaganda of
internationalism, not of national hypocrisy. In order that this may do so, we must
explain to the masses that the repudiation of annexations, i.e., the recognition of self-
determination, is sincere only when the Socialists of every nation demand the right of
secession for the nations that are oppressed by their nations. As a positive slogan, one
capable of drawing the masses into the revolutionary struggle and explaining the
necessity for adopting revolutionary measures to attain a “democratic peace,” we must
advance the slogan: Repudiation of the National Debt.

Finally, our “peace programme” must explain that the imperialist Powers and the
imperialist bourgeoisie cannot grant a democratic peace. Such a peace must be sought
and fought for, not in the past, not in a reactionary utopia of a non-imperialist
capitalism, nor in a league of equal nations under capitalism, but in the future, in the
socialist revolution of the proletariat. Not a single fundamental democratic demand can
be achieved to any considerable   extent, or any degree of permanency, in the advanced
imperialist states, except by revolutionary battles under the banner of socialism.

Whoever promises the nations a “democratic” peace without at the same time preaching
the socialist revolution, or while repudiating the struggle for it—the struggle which
must be carried on now, during the war—is deceiving the proletariat.

Acerca de la naciente tendencia del "economismo imperialista"

Escrito: En agosto-septiembre de 1916.


Publicado por vez primera: En 1929, en el núm. 15 de la revista Bolshevik.
Digitalizado por: Por Aritz, para www.marxists.org, en junio de 2000.

El viejo "economismo", el de 1894 a 1902, razonaba así. Los populistas han sido
refutados. El capitalismo ha triunfado en Rusia. Por consiguiente, no hay que pensar en
revoluciones políticas. Deducción práctica: O "a los obreros, la lucha económica; a los
liberales, la lucha política". Es un escarceo a la derecha. O, en vez de la revolución
política, la huelga general para la revolución socialista. Es un escarceo a la izquierda,
representado por un folleto, hoy olvidado, de un "economista" ruso de fines de la década
del 90.

Ahora nace un nuevo "economismo", que razona con dos escarceos análogos. "A la
derecha": estamos en contra del "derecho a la autodeterminación" (es decir, en contra de
81
la liberación de los pueblos oprimidos, en contra de la lucha contra las anexiones: esto
no se ha pensado todavía hasta el fin o no se da dicho hasta el fin). "A la izquierda":
estamos en contra del programa mínimo (es decir, en contra de la lucha por las reformas
y por la democracia), pues esto "contradice" la revolución socialista.

Ha transcurrido más de un año desde que esta naciente tendencia se manifestó ante
algunos camaradas, a saber: en la Conferencia de Berna de la primavera de 1915.
Entonces, afortunadamente, sólo un camarada, que encontró la desaprobación general ,
insistió hasta el fin de le Conferencia en estas ideas del "economismo imperialista" y las
expuso por escrito en forma de "tesis" especiales. Nadie se adhirió a estas tesis*.

Después, a las tesis de ese mismo camarada contra la autodeterminación se sumaron


otros dos (sin comprender el nexo indisoluble de esta cuestión con la posición general
de las "tesis" que acabamos de citar). Pero la aparición del "programa holandés",
publicado en febrero de 1916 en el número 3 del Boletín de la Comisión Socialista
Internacional, puso al desnudo en el acto esta "incomprensión" y movió de nuevo al
autor de las "tesis" iniciales a resucitar todo su "Economismo imperialista", ya por
completo, y no aplicado a un solo punto supuestamente "parcial".

Es absolutamente necesario advertir una y otra vez a los camaradas correspondientes


que han caído en un pantano, que sus "ideas" no tienen nada en común ni con el
marxismo ni con la socialdemocracia revolucionaria. Es inadmisible seguir "ocultando"
por más tiempo la cuestión: eso significaría ayudar a la confusión ideológica y
orientarla en la peor dirección, en la de las reticencias, los conflictos "particulares", los
"roces" dolorosos, etc. Por el contrario, es deber nuestro insistir de la manera más
absoluta y categórica en la obligatoriedad de meditar y comprender definitivamente los
problemas planteados.

En las tesis sobre la autodeterminación (publicadas en alemán como separata del


número 2 de Vorbote), la Redacción de Sotsial-Demokrat planteó adrede la cuestión en
la prensa en forma impersonal, pero la más detallada posible, subrayando especialmente
la conexión del problema de la autodeterminación con el problema general de la lucha
por las reformas, por la democracia, la inadmisibilidad de dar de lado el aspecto
político, etc. En sus observaciones a las tesis de la Redacción sobre la
autodeterminación el autor de las tesis iniciales (del "economismo imperialista") se
solidariza con el programa holandés, mostrando así él mismo, con singular evidencia,
que el problema de la autodeterminación no es en modo alguno un problema "parcial",
en su planteamiento por los autores de la naciente tendencia, sino un problema general y
fundamental.

Los representantes de la izquierda de Zimmerwald recibieron el programa de los


holandeses entre el 5 y el 8 de febrero de 1916 en la reunión de Berna de la Comisión
Socialista Internacional. Ni un solo componente de esta izquierda, sin excluir a Radek,
se manifestó a favor de dicho programa, pues une desordenadamente puntos como "la
expropiación de los bancos" y "la abolición de las tarifas comerciales", "la supresión de
la primera cámara del Senado", etc. Todos los representantes de la izquierda de
Zimmerwald pasaron por alto con medias palabras -e incluso casi sin palabras, con un
simple encogimiento de hombros-, el programa holandés por ser evidentemente
desafortunado en su conjunto.

82
En cambio, este programa gustó tanto al autor de las tesis iniciales, escritas en la
primavera de 1915, que declaró: "En el fondo, yo no dije nada más" (en la primavera de
1915); "Los holandeses lo han pensado hasta el fin": "en su programa, el aspecto
económico es la expropiación de los bancos y de las grandes industrias" (empresas); "el
político, la República, etc. ¡Completamente justo!"

En realidad, los holandeses no "lo han pensado hsta el fin", sino que han presentado un
programa muy poco pensado. El triste destino de Rusia consiste en que, en nuestro país,
hay quienes se aferran precisamnete a lo poco pensado en las novedades más nuevas...

Al autor de las tesis de 1915 le parece que la Redacción de Sotsial-Demokrat ha caído


en una contradicción al propugnar "ella misma" la "expropiación de los bancos" e
incluso agregando la palabra "inmediatamente" (más las "medidas dictatoriales) en el
&8 ("Las tareas concretas"). "¡Y cómo me regañaron a mí en Berna por eso mismo!",
exclama indignado el autor de las tesis de 1915 al recordar las discusiones de Berna en
la primavera de 1915.

Este autor ha olvidado y pasado por alto una "fruslería": en el &8, la Redacción de
Sotsial-Demokrat analiza claramente dos casos. I: la revolución socialista ha empezado.
Entonces, se dice allí, "expropiación inmediata de los bancos", etc. II caso: la
revolución socialista no empieza, y entonces hay que esperar a hablar de esas buenas
cosas.

Como ahora no ha empezado aún, sin lugar a dudas, la revolución socialista en el


sentido señalado, el programa de los holandeses es descabellado. Pero el autor de las
tesis "ahonda" la cuestión, retornando ("cada vez en este mismo sitios"...) a su viejo
error: transformar las reivindicaciones políticas (¿como "la supresión de la primera
cámara"?) en "fórmula política de la revolución social".

Atascado todo un año en el mismo sitio, el autor ha llegado a su viejo error. En esto
reside la "clave" de sus tribulaciones: no puede comprender cómo relacionar el
imperialismo, ya existente, con la lucha por las reformas y con la lucha por la
democracia, de la mismo manera que el "economismo" de infausta memoria no sabía
relacionar en naciente capitalismo con la lucha por la democracia.

De ahí el embrollo más completo en el problema de la "irrealizabilidad" de las


reivindicaciones democráticas en el imperialismo.

De ahí que sea inadmisible para un marxista (y oprtuno únicamente en labios de un


"economista" de Rabóchaya Mysl) el menosprecio de la lucha política hoy, ahora,
inmediatamente, como siempre.

De ahí la obstinada propiedad de "desviarse" del reconocimiento del imperialismo a la


apología del imperialismo (como los "economistas" de infausta memoria se desviaban
del reconocimiento del capitalismo a la apología del capitalismo).

Y etcétera, etcétera.

83
No hay la menor posibiladad de analizar con todo detalle los errores que comete el autor
de las tesis de 1915 en sus observaciones a las tesis de la Redacción de Sotsial-
Demokrat acerca de la autodeterminación, pues ¡cada frase es errónea! Es imposible
escribir folletos o libros en respuesta a las "observaciones" cuando los iniciadores del
"economismo imperialista" permanecen atascados durante un año en el mismo sitio y se
niegan tozudamente a preocuparse de lo que tienen el deber directo de partido de
preocuparse si es que desean afrontar con seriedad los problemas políticos, a saber:
exponer de manera meditada e íntegra lo que ellos denominan "nuestras discrepencias".

Yo debo limitarme a unas breves indicaciones acerca de cómo aplica o "completa" el


autor su error principal.

Al autor le parece que me contradigo: en 1914 Prosveschenie decía que era absurdo
buscar la autodeterminación "en los programas de los socialistas de Europa Occidental",
y en 1916 declaro que la autodeterminación es especialmente urgente.

¡El autor no ha pensado (!!) que esos "programas" fueron escritos en 1875, 1880 y
1891!

Prosigamos por && (de las tesis de la Redacción de Sotsial-Demokrat sobre la


autodeterminación):

&1. La misma falta de deseo "economista" de ver y plantear los problemas políticos.
Como el socialismo creará la base económica para suprimir la opresión nacional en la
política, por eso, ¡nuestro autor no desea formular nuestras tareas políticas en este
terreno! ¡Es sencillamente curioso!

Como el proletariado triunfante no niega las guerras contra la burguesía de otros países,
por eso, ¡¡el autor no desea formular nuestras tareas políticas en el terreno de la opresión
nacional!! Todo ello son ejemplos de transgresiones continuas del marxismo y de la
lógica; o. si se quiere una manifestación de la lógica d elos errores fundamentales del
"economismo imperialista".

&2. Los adversarios de la autodeterminación se han embrollado impúdicamente con las


invocaciones de la "irrealizabilidad".

La Redacción de Sotsial-Demokrat les explica dos posibles sentidos de la


irrealizabilidad y su error en ambos casos.

En cambio, al autor de las tesis de 1915, sin intentar siquiera exponer su concepción de
la "irrealizabilidad", es decir, aceptando nuesta explicación de que se confunden dos
cosas distintas ¡¡continúa esa confusión!!

Vincula las crisis a la "política" "imperialista": ¡nuestro economista-político ha olvidado


que hubo crisis antes del imperialismo!...

Hablar de la irrealizabilidad ed la autodeterminación en el sentido económico significa


embrollar, explica la Redacción. El autor no contesta, no declara que considera
irrealizable la autodeterminación en el sentido económico; entrega una posición

84
disputable, saltando a la política ("a pesar de todo" es irrealizable), aunque se le ha
dicho con claridad insuperable que, en el sentido político, también la República es tan
"irrealizable" en el imperialismo como la autodeterminación.

Puesto en este caso entre la espada y la pared, el autor da un nuevo "salto": reconoce la
República y todo el programa mínimo ¡¡¡únicamente como "fórmula política de la
revolución social"!!!

El autor renuncia a defender la irrealizabildad "económica" de la autodeterminación


saltando a la política. Traslada la irrealizabilidad política a la cuestión de todo el
programa mínimo. Y de nuevo, ni un ápice de marxismo ni un ápice de lógica, a
excepción de la lógica del "economismo imperialista".

¡El autor quiere suprimir furtivamente (sin pensar él mismo y sin ofrecer nada acabado,
sin tomarse el trabajo de elaborar su propio programa) el programa mínimo del Partido
Socialdemócrata! ¡¡No es de extrañar que lleve un año atascado en el mismo sitio!!

La lucha contra el kautskismo, además, no es un problema parcial, sino un problema


general y fundamental de nuestro tiempo: el autor no ha comprendido esa lucha. De la
misma manera que los "economistas" transformaban la lucha contra los populistas en
una apología del capitalismo, el autor transforma la lucha contra el kautskismo en una
apología del imperialismo (esto atañe también al &3).

El error del kautskismo radica en que presenta de manera reformista unas


reivindicaciones, y en un momento que sólo pueden ser presentadas
revolucionariamente (y el autor se despista creyendo que el error del kautskismo
consiste en general en presentar esas reivindicaciones, de la misma manera que los
"economistas" "entendían" la lucha contra el populismo en el sentido de que "¡Abajo la
autocracia!" era populismo).

El error del kautskismo radica en que las justas reivindicaciones democráticas las
orienta hacia atrás, hacia el capitalismo pacífico, en vez de orientarlas hacia adelante,
hacia le revolución social (y el autor se despista, considerando que estas
reivindicaciones no son justas).

&3. Véase lo dicho más arriba. El autor de de lado también el problema de la


"federación". El mismo error fundamental del mismo "economismo": la incapacidad
para plantear los problemas políticos** .

&4. "De la autodeterminación se desprende la defensa de la patria", afirma


pertinazmente el autor. Su error radica, en este caso, en que quiere convertir la negación
de la defensa de la patria en un patrón, deducirla no de la peculiaridad histórica concreta
de cada guerra, sino "en general". Eso no es marxismo.

Se le ha dicho hace ya mucho al autor, y él no lo ha refutado: pruebe a idear una


fórmula de lucha contra la opresión o la desigualdad nacionales que no justifique (la
fórmula) la "defensa de la patria". No podrá hacerlo.

85
¿Significa eso que seamos adversarios de la lucha contra la opresión nacional si se
puede deducir de ella la defensa de la patria?

No. Porque nosotros no estamos "en general" contra la "defensa de la patria" (véanse las
resoluciones de nuestro partido), sino contra el embellecimiento de la actual guerra
imperialista con esa consigna falaz.

El autor quiere (pero no puede; también en este terreno, en todo un año no ha hecho más
que esfuerzos vanos...) plantear de una manera completamente equivocada, no histórica,
la cuestión de la "defensa de la patria".

Las palabras acerca del "dualismo" muestran que el autor no comprende qué es el
monismo y qué es el dualismo.

Si "uno" un cepillo de botas y un mamífero ¿será eso "monismo"?

Si digo que para llegar al punto a hay que ir desde el punto b a la izquierda y desde el
punto c a la derecha, ¿será eso "dualismo"?

¿Es igual, desde el punto de vista de la opresión nacional, la situación del proletariado
de las naciones opresoras y oprimidas? No, no es igual; no es igual ni en el aspecto
económico, ni en el político, ni en el ideológico, ni en el espiritual, etc.

¿Qué significa eso?

Significa que, desde distintos puntos de partida, unos irán de una manera, y otros, de
otra, al mismo fin (la fusión de las naciones). La negación de esto es el "monismo" que
une un cepillo de botas con un mamífero.

"Los proletarios de la nación oprimida no deben decir eso" (estamos por la


autodeterminación): así ha "comprendido" el autor las tesis de la Redacción.

¡Caso curioso! En las tesis no se dice nada parecido. O el autor no ha leído hasta el fin o
no ha pensado en absoluto.

&5. Véase lo dicho más arriba acerca del kautskismo.

&6. Al autor se le habla de tres tipos de países en el mundo entero. El autor "objeta",
dedicándose a cazar "casus". Eso es casuística pero no política.

¿Quiere usted conocer "casus"?: ¿"y Bélgica"?

Véase el folleto de Lenin y Zinóviev: allí se dice que estaríamos a favor de la defensa de
Bélgica (incluso mediante la guerra) si la guerra concreta tuviera otro cáracter.

¿No está de acuerdo con esto?

¡¡Dígalo!!

86
Usted no ha meditado bien la cuestión de por qué la socialdemocracia está en contra de
la "defensa de la patria".

No estamos en contra de ella por lo que a usted le parece, pues su planteamiento del
problema (esfuerzos vanos, pero no planteamiento) no es histórico. Esta es mi respuesta
al autor.

Calificar de "sofistería" el que nosotros, justificando la guerra por el derrocamiento de


la opresión nacional, no justifiquemos la presente guerra imperialista -que ambas partes
sostienen para intensificar la opresión nacional- significa emplear una palabra "fuerte",
pero no pensar un ápice.

<p<="" p="">

&7. El autor critica: "no se toca en absoluto la cuestión de las "condiciones de paz" en
general".

¡¡Menuda crítica: no se toca una cuestión que ni siquiera planteamos aquí!!

Pero aquí "se toca" y se plantea la cuestión de las anexiones, en la que se han hecho un
lio los "economistas imperialistas", esta vez junto con los holandeses y con Radek.

O niegan ustedes la consigna inmediata de contra las viejas y las nuevas anexiones -(no
menos "irrealizable" en el imperialismo que la autodeterminación; en Europa igual que
en las colonias)-, y entonces su apología del imperialismo deja de ser encubierta para
hacerse descarada; o reconocen ustedes esta consigna (como lo ha hecho Radek en la
prensa), ¡¡y entonces reconocen la autodeterminación de las naciones con otro nombre!!

&8. El autor proclama "el bolchevismo a escala de Europa Occidental" ("no es la


posición de usted", agrega).

Yo no concedo importancia al deseo de aferrarse a la palabra "bolchevismo", pues


conozco a algunos "viejos bolcheviques" que válgame Dios. Sólo puedo decir que "el
bolchevismo a escala de Europa Occidental" que proclama el autor no es, estoy
profundamente convencido de ello, ni bolchevismo ni marxismo, sino una pequeña
variante del mismo viejo "economismo".

A mi juicio, proclamar durante todo un año el nuevo bolchevismo y limitarse a eso es el


colmo de lo inadmisible, de la falta de seriedad, de la carencia de espíritu de partido.
¿No es hora ya de reflexionar y ofrecer a los camaradas algo que exponga de una
manera coherente y cabal ese "bolchevismo a escala de Europa Occidental"?

El autor no ha demostrado ni demostrará (aplicada a esta cuestión) la diferencia entre las


colonias y las naciones oprimidas en Europa.

La negación de la autodeterminación por los holandeses y por la PSD*** no es sólo, e


incluso no tanto un embrollo -pues Gorter lo ha reconocido de hecho, igual que la
declaración de Zimmerwald de los polacos- como un resultado de la situación especial

87
de sus naciones (naciones pequeñas con tradiciones seculares y pretensiones de gran
potencia).

Es el colmo de la irreflexión y de la inocencia adoptar y repetir mecánicamente y sin


crítica lo que ha cristalizado en otros durante decenios de lucha contra la burguesía
nacionalista, que engaña al pueblo. ¡La gente ha adoptado precisamente lo que no se
puede adoptar!

</p

El programa militar de la revolución proletaria

Escrito: En septiembre de 1916.


Primera publicación: Publicado por vez primera en septiembre y octubre de 1917, en
los numeros 9 y 10 de Jugend-Internationale. En ruso se publicó por vez primera en
1929, en las ediciones 2 y 3, tomo XIX, de las Obras Completas de V. I. Lenin.*
Versión digital: Biblioteca de Textos Marxistas.
Preparado para el MIA: Texto cotejado con el que aperece en V. I. Lenin, Tres
artículos de Lenin sobre la guerra y la paz, (Pekín: Ediciones en Lenguas Extranjeras)
1976 y ajustado al formato del MIA por Juan Fajardo, diciembre de 2000.

En Holanda, Escandinavia y Suiza, entre los socialdemócratas revolucionarios, que


luchan contra esa mentira socialchovinista de la "defensa de la patria" en la actual
guerra imperialista, suenan voces en favor de la sustitución del antiguo punto del
programa minimo socialdemócrata: "milicia" o "armamento del pueblo", por uno nuevo:
"desarme". Jugend-Internationale ha abierto una discusión sobre este problema, y en su
numero 3 ha publicado un editorial en favor del desarme. En las últimas tesis de R.
Grimm[1] encontramos también, por desgracia, concesiones a la idea del "desarme". Se
ha abierto una discusión en las revistas Neues Leben [2] y Vorbote [El Precursor].
Examinemos la posición de los defensores del desarme.

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I

Como argumento fundamental se aduce que la reivindicación del desarme es la


expresión más franca, decidida y consecuente de la lucha contra todo militarismo y
contra toda guerra.

Pero precisamente en este argumento fundamental reside la equivocación fundamental


de los partidarios del desarme.

Los socialistas, si no dejan de serlo, no pueden estar contra toda guerra.

En primer lugar, los socialistas nunca han sido ni podrán ser enemigos de las guerras
revolucionarias. La burguesía de las "grandes" potencias imperialistas es hoy
reaccionaria de pies a cabeza, y nosotros reconocemos que la guerra que ahora hace esa
burguesía es una guerra reaccionaria, esclavista y criminal. Pero, ¿qué podría decirse de
una guerra contra esa burguesía, de una guerra, por ejemplo, de los pueblos que esa
burguesía oprime y que de ella dependen, o de los pueblos coloniales, por su liberacion?
En el 5ƒ punto de las tesis del grupo "La internacional", leemos: "En la epoca de este
imperialismo desenfrenado ya no puede haber guerras nacionales de ninguna clase" --
esto es evidentemente erróneo.

La historia del siglo XX, siglo del "imperialismo desenfrenado", está llena de guerras
coloniales. Pero lo que nosotros, los europeos, opresores imperialistas de la mayoría de
los pueblos del mundo, con el repugnante chovinismo europeo que nos es peculiar,
llamamos "guerras coloniales", son a menudo guerras nacionales o insurrecciones
nacionales de esos pueblos oprimidos. Una de las caracteristicas esenciales del
imperialismo consiste, precisamente, en que acelera el desarrollo del capitalismo en los
países más atrasados, ampliando y recrudeciendo así la lucha contra la opresión
nacional. Esto es un hecho. Y de él se deduce inevitablemente que en muchos casos el
imperialismo tiene que engendrar guerras nacionales. Junius, que en un folleto suyo
defiende las "tesis" arriba mencionadas, dice que en la época imperialista toda guerra
nacional contra una de las grandes potencias imperialistas conduce a la intervencion de
otra gran potencia, también imperialista, que compite con la primera, y que, de este
modo, toda guerra nacional se conviate en guerra imperialista. Mas también este argu
mento es falso. Eso puede suceder, pero no siempre sucede así. Muchas guerras
coloniales, entre 1900 y 1914, no siguieron este camino. Y sería sencillamente ridiculo
decir que, por ejemplo, después de la guerra actual, si termina por un agotamiento
extremo de los países beligerantes, "no puede" haber "ninguna" guerra nacional,
progresiva, revolucionaria, por parte de China, pongamos por caso, en unión de la India,
Persia, Siam, etc., contra las grandes potencias.

Negar toda posibilidad de guerras nacionales bajo el imperialismo es teóricamente falso,


erróneo a todas luces desde el punto de vista histórico, y equivalente, en la práctica, al
chovinismo europeo. ¡Nosotros, que pertenecemos a naciones que oprimen a centenares
de millones de personas en Europa, en Africa, en Asia, etc., tenemos que decir a los
pueblos oprimidos que su guerra contra "nuestras" naciones es "imposible"!

En segundo lugar, las guerras civiles también son guerras. Quien admita la lucha de
clases no puede menos de admitir las guerras civiles, que en toda sociedad de clases

89
representan la continuación, el desarrollo y el recrudecimiento -- naturales y en
determinadas circunstancias inevitables -- de la lucha de clases. Todas las grandes
revoluciones lo confirman. Negar las guerras civiles u olvidarlas sería caer en un
oportunismo extremo y renegar de la revolución socialista.

En tercer lugar, el socialismo triunfante en un país no excluye en modo alguno, de


golpe, todas las guerras en general. Al contrario, las presupone. El desarrollo del
capitalismo sigue un curso extraordinariamente desigual en los diversos países. De otro
modo no puede ser bajo el regimen de producción de mercancías. De aquí la conclusión
indiscutible de que el socialismo no puede triunfar simultaneamente en todos los países.
Triunfará en uno o en varios países, mientras los demás seguirán siendo, durante algún
tiempo, países burgueses o preburgueses. Esto no sólo habra de provocar rozamientos,
sino incluso la tendencia directa de la burguesía de los demás países a aplastar al
proletariado triunfante del Estado socialista. En tales casos, la guerra sería, de nuestra
parte, una guerra legítima y justa. Sería una guerra por el socialismo, por liberar de la
burguesía a los otros pueblos. Engels tenía completa razón cuando, en su carta a
Kautsky del 12 de septiembre de 1882,[3] reconocía directamente la posibilidad de
"guerras defensivas" del socialismo ya triunfante. Se refería precisamente a la defensa
del proletariado triunfante contra la burguesía de los demás países.

Sólo cuando hayamos derribado, cuando hayamos vencido y expropiado


definitivamente a la burguesía en todo el mundo, y no sólo en un país, serán imposibles
las guerras. Y desde un punto de vista científico sería completamente erróneo y
antirrevolucionario pasar por alto o disimular lo que tiene precísamente más
importancia: el aplastamiento de la resistencia de la burguesía, que es lo más difícil, lo
que más lucha exige durante el paso al socialismo. Los popes "sociales" y los
oportunistas están siempre dispuestos a soñar con un futuro socialismo pacífico, pero se
distinguen de los socialdemócratas revolucionarios precisamente en que no quieren
pensar ni reflexionar en la encarnizada lucha de clases y en las guerras de clases para
alcanzar ese bello porvenir.

No debemos consentir que se nos engañe con palabras. Por ejemplo: a muchos les es
odiosa la idea de la "defensa de la patria", porque los oportunistas francos y los
kautskianos en cubren y velan con ella las mentiras de la burguesía en la actual guerra
de rapiña. Esto es un hecho. Pero de él no se deduce que debamos olvidar en el sentido
de las consignas políticas. Aceptar la "defensa de la patria" en la guerra actual
equivaldría a considerarla "justa", adecuada a los intereses del proletariado, y nada más,
absolutamente nada más, porque la invasión no está descartada en ninguna guerra. Sería
sencillamente una necedad negar la "defensa de la patria" por parte de los pueblos
oprimidos en su guerra contra las grandes potencias imperialistas o por parte del
proletariado victorioso en su guerra contra cualquier Galliffet de un Estado burgues.

Desde el punto de vista teórico sería totalmente erróneo olvidar que toda guerra no es
más que la continuación de la politica por otros medios. La actual guerra imperialista es
la continuación de la política imperialista de dos grupos de gran des potencias, y esa
política es originada y nutrida por el con junto de las relaciones de la época imperialista.
Pero esta misma época ha de originar y nutrir también, inevitablemente, la política de
lucha contra la opresión nacional y de lucha del proletariado contra la burguesía, y por
ello mismo, la posibilidad y la inevitabilidad, en primer lugar, de las insurrecciones y
guerras nacionales revolucionarias; en segundo lugar, de las guerras e insurrecciones del
90
proletariado contra la burguesía; en tercer lugar, de la fusión de los dos tipos de guerras
revolucionarias, etc.

II

A lo dicho hay que añadir la siguiente consideración general. Una clase oprimida que no
aspirase a aprender el manejo de las armas, a tener armas, esa clase oprimida sólo
merecería que se la tratara como a los esclavos. Nosotros, si no queremos convertirnos
en pacifistas burgueses o en oportunistas, no podemos olvidar que vivimos en una
sociedad de clases, de la que no hay ni puede haber otra salida que la lucha de clases. En
toda sociedad de clases -- ya se funde en la esclavitud, en la servidumbre, o, como
ahora, en el trabajo asalariado -- , la clase opresora está armada. No sólo el ejército
regular moderno, sino también la milicia actual -- incluso en las repúblicas burguesas
más democráticas, como, por ejemplo, en Suiza -- , representan el armamento de la
burguesía contra el proletariado. Esta es una verdad tan elemental, que apenas si hay
necesidad de detenerse especialmente en ella. Bastará recordar el empleo del ejército
contra los huelguistas en todos los países capitalistas.

El armamento de la burguesía contra el proletariado es uno de los hechos más


considerables, fundamentales e importantes de la actual sociedad capitalista. ¡Y ante
semejante hecho se propone a los socialdemócratas revolucionarios que planteen la
"reivindicación" del "desarme"! Esto equivale a renunciar por completo al punto de
vista de la lucha de clases, a renegar de toda idea de revolución. Nuestra consigna debe
ser: armar al proletariado para vencer, expropiar y desarmar a la burguesía. Esta es la
única táctica posible para una clase revolucionaria, táctica que se desprende de todo el
desarrollo objetivo del militarismo capitalista, y que es prescrita por este desarrollo.
Sólo después de haber desarmado a la burguesía podrá el proletariado, sin traicionar su
misión histórica universal, convertir en chatarra toda clase de armas en general, y así lo
hará indudablemente el proletariado, pero sólo entonces ; de ningún modo antes.

Si la guerra actual despierta entre los reaccionarios socialistas cristianos y entre los
jeremias pequeños burgueses sólo susto y horror, sólo repugnancia hacia todo empleo
de las armas, hacia la sangre, la muerte, etc., nosotros, en cambio, debemos decir: la
sociedad capitalista ha sido y es siempre un horror sin fin. Y si ahora la guerra actual, la
más reaccionaria de todas las guerras, prepara a esa sociedad un fin con horror, no
tenemos ningún motivo para entregarnos a la desesperación. Y en una época en que, a la
vista de todo el mundo, se esta preparando por la misma burguesía la única guerra
legítima y revolucionaria, a saber: la guerra civil contra la burguesía imperialista, la
"reivindicación" del desarme, o mejor dicho, la ilusión del desarme es única y
exclusivamente, por su significado objetivo, una prueba de desesperación.

Al que diga que esto es una teoría al margen de la vida, le recordaremos dos hechos de
carácter histórico universal: el papel de los trusts y del trabajo de las mujeres en las
fábricas, por un lado, y la Comuna de 1871 y la insurrección de diciembre de 1905 en
Rusia, por el otro.

91
El propósito de la burguesía es desarrollar trusts, empujar a niños y mujeres a las
fábricas, donde los tortura, los pervierte y los condena a la extrema miseria. Nosotros no
"exigimos" semejante desarrollo, no lo "apoyamos", luchamos contra él. Pero ¿como
luchamos? Sabemos que los trusts y el trabajo de las mujeres en las fábricas son
progresistas. No queremos volver atrás, a los oficios artesanos, al capitalismo
premonopolista, al trabajo doméstico de la mujer. ¡Adelante, a través de los trusts, etc.,
y más allá de ellos, hacia el socialismo!

Este razonamiento, con las correspondientes modificaciones, es también aplicable a la


actual militarización del pueblo. Hoy la burguesía imperialista no sólo militariza a todo
el pueblo, sino también a la juventud. Mañana tal vez empiece a militarizar a las
mujeres. Nosotros debemos decir ante esto: ¡tanto mejor! ¡Adelante, rapidamente!
Cuanto más rapidamente, tanto más cerca se estará de la insurrección armada contra el
capitalismo. ¿Cómo pueden los socialdemócratas dejarse intimidar por la militarización
de la juventud, etc., si no olvidan el ejemplo de la Comuna? Eso no es una "teoría al
margen de la vida", no es una ilusión, sino un hecho. Y sería en verdad gravisimo que
los socialdemócratas, pese a todos los hechos económicos y políticos, comenzaran a
dudar de que la época imperialista y las guerras imperialistas deben conducir
inevitablemente a la repetición de tales hechos.

Cierto observador burgués de la Comuna escribía en mayo de 1871 en un periódico


inglés: "¡Si la nación francesa estuviera formada sólo por mujeres, qué nación tan
horrible sería!" Mujeres y niños hasta de trece años lucharon en los días de la Comuna
al lado de los hombres. Y no podrá suceder de otro modo en las futuras batallas por el
derrocamiento de la burguesía. Las mujeres proletarias no contemplarán pasivamente
cómo la burguesía, bien armada, ametralla a los obreros, mal armados o inermes.
Tomarán las armas, como en 1871, y de las asustadas naciones de ahora, o mejor dicho,
del actual movimiento obrero, desorganizado más por los oportunistas que por los
gobiernos, surgirá indudablemente, tarde o temprano, pero de un modo absolutamente
indudable, la unión internacional de las "horribles naciones" del proletariado
revolucionario.

La militarización penetra ahora toda la vida social. El imperialismo es una lucha


encarnizada de las grandes potencias por el reparto y la redistribución del mundo, y por
ello tiene que conclucir inevitablemente a un reforzamiento de la militarización en todos
los países, incluso en los neutrales y pequeños. ¿¿Con qué harán frente a esto las
mujeres proletarias?? ¿Se limitarán a maldecir toda guerra y todo lo militar, se limitarán
a exigir el desarme? Nunca se conformarán con papel tan vergonzoso las mujeres de una
clase oprimida que sea verdaderamente revolucionaria. Les dirán a sus hijos: "Pronto
serás grande. Te darán un fusil. Tómalo y aprende bien a manejar las armas. Es una
ciencia imprescindible para los proletarios, y no para disparar contra tus hermanos, los
obreros de otros países, como sucede en la guerra actual, y como te aconsejan que lo
hagas los traidores al socialismo, sino para luchar contra la burguesía de tu propio país,
para poner fin a la explotación, a la miseria y a las guerras, no con buenos deseos, sino
venciendo a la burguesía y desarmándola".

De renunciar a esta propaganda, precisamente a esta ptopaganda, en relación con la


guerra actual, mejor es no decir más palabras solemnes sobre la socialdemocracia
revolucionaria internacional, sobre la revolución socialista, sobre la guerra contra la
guerra.
92
III

Los partidarios del desarme se pronuncian contra el punto del programa referente al
"armamento del pueblo", entre otras razones, porque, según dicen, esta reivindicación
conduce más fácilmente a las concesiones al oportunismo. Ya hemos examinado más
arriba lo más importante: la relación entre el desarme y la lucha de clases y la
revolución social. Examinaremos ahora qué relación guarda la reivindicación del
desarme con el oportunismo. Una de las razones más importantes de que esta
reivindicación sea inadmisible consiste precisamente en que ella, y las ilusiones a que
da origen, debilitan y enervan inevitablemente nuestra lucha contra el oportunismo.

No cabe duda de que esta lucha es el principal problema inmediato de la Internacional.


Una lucha contra el imperialismo que no esté indisolublemente ligada a la lucha contra
el oportunismo es una frase vacía o un engaño. Uno de los principales defectos de
Zimmerwald y de Kienthal,[4] una de las principales causas del posible fracaso de estos
germenes de la III Internacional, consiste precisamente en que ni siquiera se ha
planteado francamente el problema de la lucha contra el opor tunismo, sin hablar ya de
una solución de este problema que señale la necesidad de romper con los oportunistas.
El oportunismo triunfó, temporalmente, en el seno del movimiento obrero europeo. En
todos los países más importantes han aparecido dos matices fundamentales del
oportunismo: primero, el socialimperialismo franco, cínico, y por ello menos peligroso,
de los Plejánov, los Scheidemann, los Legien, los Albert Thomas y los Sembat, los
Vandervelde, los Hyndman, los Henderson, etc.; segundo, el encubierto, kautskiano:
Kautsky-Haase y el "Grupo Socialdemócrata del Trabajo"[5] en Alemania; Longuet,
Pressemane, Mayeras, etc., en Francia Ramsay McDonald y otros jefes del "Partido
Laborista Independiente", en Inglaterra; Mártov, Chjeídse, etc., en Rusia; Treves y otros
reformistas llamados de izquierda, en Italia.

El oportunismo franco esta directa y abiertamente contra la revolución y contra los


movimientos y explosiones revolucionarias que se están iniciando, y ha establecido una
alianza directa con los gobiernos, por muy diversas que sean las formas de esta alianza,
desde la participación en los ministerios hasta la participación en los comites de la
industria armamentista (en Rusia)[6]. Los oportunistas encubiertos, los kautskianos, son
mucho más nocivos y peligrosos para el movimiento obrero porque la defensa que
hacen de la alianza con los primeros la encubren con palabrejas "marxistas" y consignas
pacifistas que suenan plausiblemente. La lucha contra estas dos formas del oportunismo
dominante debe ser desarrollada en todos los terrenos de la política proletaria:
parlamento, sindicatos, huelgas, en la cuestión militar, etc. La particularidad principal
que distingue a estas dos formas del oportunismo dominante consiste en que el
problema concreto de la relación entre la guerra actual y la revolución y otros problemas
concretos de la revolución se silencian y se encubren, o se tratan con la mirada puesta
en las prohibiciones policíacas. Y eso a pesar de que antes de la guerra se había
señalado infinidad de veces, tanto en forma no oficial como con carácter oficial en el
Manifiesto de Basilea, la relación que guardaba precisamente esa guerra inminente con
la revolución proletaria. Mas el defecto prin cipal de la reivindicación del desarme
consiste precisamente en que se pasan por alto todos los problemas concretos de la

93
revolución. ¿O es que los partidarios del desarme están a favor de un tipo
completamente nuevo de revolución sin armas?

Prosigamos. En modo alguno estamos contra la lucha por las reformas. No queremos
desconocer la triste posibilidad de que la humanidad -- en el peor de los casos -- pase
todavía por una segunda guerra imperialista, si la revolución no surge de la guerra
actual, a pesar de las numerosas explosiones de efervescencia y descontento de las
masas y a pesar de nuestros esfuerzos. Nosotros somos partidarios de un programa de
reformas que también debe ser dirigido contra los oportunistas. Los oportunistas no
harían sino alegrarse en el caso de que les dejasemos por entero la lucha por las
reformas y nos eleváramos a las nubes de un vago "desarme", para huir de una realidad
lamentable. El "desarme" es precisamente la huida frente a una realidad detestable, y en
modo alguno la lucha contra ella.

En semejante programa nosotros diríamos aproximadamente: "La consigna y el


reconocimiento de la defensa de la patria en la guerra imperialista de 1914-1916 no
sirven más que para corromper el movimiento obrero con mentiras burguesas". Esa
respuesta concreta a cuestiones concretas sería teóricamente más justa, mucho más útil
para el proletariado y más insoportable para los oportunistas que la reivindicación del
desarme y la renuncia a "toda" defensa de la patria. Y podríamos añadir: "La burguesía
de todas las grandes potencias imperialistas, de Inglaterra, Francia, Alemania, Austria,
Rusia, Italia, el Japón y los Estados Unidos, es hoy hasta tal punto reaccionaria y está
tan penetrada de la tendencia a la dominación mundial, que toda guerra por parte de la
burguesía de estos países no puede ser más que reaccionaria. El proletariado no sólo
debe oponerse a toda guerra de este tipo, sino que debe desear la derrota de 'su' gobierno
en tales guerras y utilizar esa derrota para una insurrección revolucionaria, si fracasa la
insurrección destinada a impedir la guerra".

En lo que se refiere a la milicia, deberíamos decir: no somos partidarios de la milicia


burguesa, sino únicamente de una milicia proletaria. Por eso, "ni un céntimo, ni un
hombre", no sólo para el ejército regular, sino tampoco para la milicia burguesa, incluso
en países como los Estados Unidos o Suiza, Noruega, etc. Tanto más cuanto que en los
países republicanos más libres (por ejemplo, en Suiza) observamos una prusificación
cada vez mayor de la milicia, sobre todo en 1907 y 1911, y que se la prostituye,
movilizándola contra los huelguistas. Nosotros podemos exigir que los oficiales sean
elegidos por el pueblo, que sea abolida toda justicia militar, que los obreros extranjeros
tengan los mismos derechos que los obreros nacionales (punto de especial importancia
para los Estados imperialistas que, como Suiza, explotan cada vez en mayor número y
cada vez con mayor descaro a obreros extranjeros, sin otorgarles derechos). Y además,
que cada cien habitantes de un país, por ejemplo, tengan derecho a formar asociaciones
libres para aprender el manejo de las armas, eligiendo libremente instructores
retribuidos por el Estado, etc. Sólo en tales condiciones podría el proletariado aprender
el manejo de las armas efectivamente para sí, y no para sus esclavizadores, y los
intereses del proletariado exigen absolutamente ese aprendizaje. La revolución rusa ha
demostrado que todo éxito, incluso un éxito parcial, del movimiento revolucionario --
por ejemplo, la conquista de una ciudad, un poblado fabril, una parte del ejército --
obligará inevitablemente al proletariado vencedor a poner en práctica precisamente ese
programa.

94
Por último, contra el oportunismo no se puede luchar, naturalmente, sólo con
programas, sino vigilando sin descanso para que se los ponga en práctica de una manera
efectiva. El mayor error, el error fatal de la fracasada II Internacional, consistió en que
sus palabras no correspondian a sus hechos, en que se inculcaba la costumbre de recurrir
a la hipocresia y a una desvergonzada fraseologia revolucionaria (vease la actitud de
hoy de Kautsky y Cía. ante el Manifiesto de Basilea). El desarme como idea social -- es
decir, como idea engendrada por determinado ambiente social, como idea capaz de
actuar sobre determinado medio social, y no como simple extravagancia de un individuo
-- tiene su origen, evidentemente, en las condiciones particulares de vida, "tranquilas"
excepcionalmente, de algunos Estados pequeños, que durante un periodo bastante largo
han estado al margen del sangriento camino mundial de las guerras, y que confían poder
seguir apartados de él. Para convencerse de ello basta reflexionar, por ejemplo, en los
argu mentos de los partidarios del desarme en Noruega: "Somos un país pequeño,
nuestro ejército es pequeño, nada podemos hacer contra las grandes potencias" (y por
ello nada pueden hacer tampoco si se les impone por la fuerza una alianza imperialista
con uno u otro grupo de grandes potencias) . . . , "queremos seguir en paz en nuestro
apartado rinconcito y proseguir nuestra política pueblerina, exigir el desarme, tribunales
de arbitraje obligatorios, una neutralidad permanente, etc." (¿"permanente", como la de
Bélgica?).

La mezquina aspiración de los pequeños Estados a quedarse al margen, el deseo


pequeñoburgues de estar lo más lejos posible de las grandes batallas de la historia
mundial, de aprovechar su situación relativamente monopolista para seguir en una
pasividad acorchada, tal es la situación social objetiva que puede asegurar cierto éxito y
cierta difusión a la idea del desarme en algunos pequeños Estados. Claro que semejante
aspiración es reaccionaria y descansa toda ella en ilusiones, pues el imperialismo, de
uno u otro modo, arrastra a los pequeños Estados a la vorágine de la economía mundial
y de la política mundial.

En Suiza, por ejemplo, su situación imperialista prescribe objetivamente dos lineas del
movimiento obrero: los oportunistas, en alianza con la burguesía, aspiran a hacer de
Suiza una unión monopolista republicano-democrática, a fin de obtener ganancias con
los turistas de la burguesía imperialista y de aprovechar del modo más lucrativo y más
tranquilo posible esta "tranquila" situación monopolista.

Los verdaderos socialdemócratas de Suiza aspiran a utilizar la relativa libertad del país
y su situación "internacional" para ayudar a la estrecha alianza de los elementos
revolucionarios de los partidos obreros europeos a alcanzar la victoria. En Suiza no se
habla, gracias a Dios, un "idioma propio", sino tres idiomas universales, los tres,
precisamente, que se hablan en los países beligerantes que limitan con ella.

Si los 20.000 miembros del Partido suizo contribuyeran semanalmente con dos
céntimos como "impuesto extraordinario de guerra", obtendríamos al año 20.000
francos, cantidad más que suficiente para imprimir periódicamente y difundir en tres
idiomas, entre los obreros y soldados de los países beligerantes, a pesar de las
prohibiciones de los Estados Mayores Generales, todo cuanto diga la verdad sobre la
indignación que comienza a cundir entre los obreros, sobre su fraternización en las
trincheras, sobre sus esperanzas de utilizar revolucionariamente las armas contra la
burguesía imperialista de sus "pro pios" países, etc.

95
Nada de esto es nuevo. Precisamente es lo que hacen los mejores periódicos, como La
Sentinelle, Volksrecht y Berner Tagwacht,[7] pero, por desgracia, en medida
insuficiente. Sólo semejante actividad puede hacer de la magnífica resolución del
Congreso de Aarau algo mís que una mera resolución magnífica.

La cuestión que ahora nos interesa se plantea en la forma siguiente: ccorresponde la


reivindicación del desarme a la tendencia revolucionaria entre los socialdemócratas
suizos? Es evidente que no. El "desarme" es, objetivamente, el programa más nacional,
el más especificamente nacional de los pequeños Estados, pero en manera alguna el
programa internacional de la socialdemocracia revolucionaria internacional.

Firmado: N. Lenin

NOTAS

*El artículo "El programa militar de la revolución proletaria " fue escrito en alemán en
septiembre de 1916 para la prensa de los socialdemócratas escandinavos de izquierda,
que durante la Primera Guerra Mundial se manifestaron en contra del punto del
programa socialdemócrata relativo al "armamento del pueblo" y lanzaron la errónea
consigna del "desarme". En diciembre de 1916 el articulo, redactado de nuevo, fue
publicado en la Recopilación del Socialdemócrata, t. II, con el titulo de "La consigna del
'desarme'" (véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. XXIII). En abril de 1917, poco antes
de salir para Rusia, Lenin entregó el texto en alemán del artículo a la redacción de la
revista Jugend-Internationale ; el articulo fue publicado el mismo año en sus núms. 9 y
10. Jugend-Internationale órgano de la Liga Internacional de las Organizaciones
Socialistas de la Juventud, adherida a la izquierda de Zimmerwald, se publicó desde
septiembre de 1915 hasta mayo de 1918 en Zurich. Lenin emite su juicio acerca de esta
revista en la nota "La Internacional de la Juventud" (véase V. I. Lenin, Obras
Completas, t. XXIII).

[1] Se alude a las tesis sobre la cuestión militar escritas por R. Grimm (uno de los
lideres del Partido Socialdemócrata de Suiza) en el verano de 1916 con motivo de la
preparación del Congreso Extraordinario del mismo Partido. Este Congreso, cuya
celebración había sido señalada para febrero de 1917, tenía que resolver la cuestión de
la actitud de los socialistas suizos ante la guerra.

96
[2] Neues Leben (Vida Nueva ) órgano del Partido Socialdemócrata de Suiza; se
publicó en Berna desde enero de 1915 hasta diciembre de 1917. La revista difundia los
puntos de vista de los zimmerwaldianos de derecha; desde comienzos de 1917 adopto la
posición socialchovinista.

[3] Véase C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. XXXV.

[4] Se alude a las Conferencias Socialistas Internacionales celebradas por los


internacionalistas en Zimmerwald y Kienthal (Suiza).
La Primera Conferencia Socialista Internacional se celebró del 5 al 8 de septiembre de
1915 en Zimmerwald. En la Conferencia se enfrentaron los internacionalistar
revolucionarios, encabezador por Lenin, y la mayoría kautskiana. Lenin formó con los
internacionalistas de izquierda el grupo de izquierda de Zimmerwald, en el que sólo el
Partido Bolchevique mantuvo una posición acertada y consecuentemente
internacionalista contra la guerra.
La Conferencia aprobó un manifiesto en el que se calificaba de imperialista la guerra
mundial; asimismo condenó la conducta de los "socialistas" que votaron por los creditos
de guerra y tomaron parte en los gobiernos burgueses, y llamo a los obreros de Europa a
desarrollar la lucha contra la guerra y por la conclusion de un tratado de paz sin
anexiones ni contribuciones.
La Conferencia aprobó también una resolución de simpatía a las victimas de la guerra y
eligió una Comisión Socialista Internacional.
Acerca de la significación de la Conferencia de Zimmerwald, veanse los articulos de
Lenin "El primer paso" y "Los marxistas revolucionarios en la Conferencia Socialista
Internacional del 5 al 8 de septiembre de 1915" (V. I. Lenin, Obras Completas, t. XXI).
La Segunda Conferencia Socialista Internacional se celebró en Kienthal del 24 al 30 de
abril de 1916. En esta Conferencia el ala izquierda actuó más unida y fue más fuerte que
en la Conferencia de Zimmerwald. Gracias a los esfuerzos de Lenin, la Conferencia
aprobó una resolución que criticaba el socialpacifismo y la actividad oportunista del
Buró Ejecutivo Socialista Internacional. El manifiesto y las resoluciones aprobados en
Kienthal fueron un nuevo paso en el desarrollo del movimiento internacional contra la
guerra.
Las Conferencias de Zimmerwald y de Kienthal contribuyeron a destacar y agrupar a
los elementos internacionalistas, pero no formularon abiertamente el problema de la
lucha contra el oportunismo, no adoptaron una posición consecuentemente
internacionalista y no aceptaron las tesis fundamentales de la política de los
bolcheviques: transformación de la guerra imperialista en guerra civil, derrota del
gobierno propio en la guerra y organización de la III Internacional.

[5] Grupo Socialdemocrata del Trabajo (Arbeitsgemeinschaft: Comunidad del


Trabajo ): organización de los centristas alemanes, fundada en marzo de 1916 por los
diputados al Reichstag que se habían separado de la fracción socialdemócrata del
Reichstag. Este grupo fue el núcleo fundamental del Partido Socialdemócrata
Independiente de Alemania, organización centrista constituida en 1917 que justificaba a
los social chovinistas abiertos y propugnaba el mantenimiento de la unidad con ellos.

[6] Los comités de la industria armamentista fueron creados en 1915 en Rusia por la
gran burguesía imperialista. Tratando de someter a los obreros a su influencia y de
inculcarles ideas defensistas, la burguesía ideó la organización de "grupos obreros"
anejos a esos comités. A la burguesía le convenía que en esos grupos hubiese
97
representantes de los obreros, encargados de hacer propaganda entre las masas obreras
en favor de una mayor productividad del trabajo en las fábricas de materiales militares.
Los mencheviques partidparon activamente en esta empresa seudopatriótica de la
burguesía. Los bolcheviques declararon el boicot a los comités de la industria
armamentista y lo aplicaron eficazmente con el apoyo de la mayoría de los obreros.

[7] La Sentinelle, órgano de la organización socialdemócrata suiza del cantón de


Neuchatel (Suiza francesa), fundado en Chaux de Fonds en 1884. En los primeros años
de la Primera Guerra Mundial, el periódico mantuvo una posición internacionalista. El
13 de noviembre de 1914, en el núm. 265 del periódico fue publicado, en forma
abreviada, el Manifiesto del C.C. del P.O.S.D.R. "La guerra y la socialdemocracia de
Rusia" (véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. XXI).
Volksrecht (El Derecbo del Pueblo ), órgano del Partido Social demócrata de Suiza y de
la organización socialdemócrata del cantón de Zurich. Se publica en Zurich desde 1898.
Durante la Primera Guerra Mundial el periódico presentó artículos de los
Zimmerwaldianos de izquierda. En el aparecieron tambión artículos de Lenin, como por
ejemplo, "Doce breves tesis sobre la defensa hecha por G. Greulich de la defensa de la
patria", "Sobre las tareas del P.O.S.D.R. en la revolución rusa", "Las maniobras de los
chovinistas republicanos". Más tarde el periódico adoptó una posición anticomunista y
antidemocrática.
Berner Tagwacht (El Centinela de Berna ), órgano del Partido Socialdemócrata de
Suiza, publicado desde 1893 en Berna. Al comienzo de la Primera Guerra Mundial el
periódico insertó artículos de K. Liebknecht, de F. Mehring y de otros socialdemócratas
de izquierda. A partir de 1917 apoyó abiertamente a los socialchovinistas y más tarde
adoptó una posición anticomunista y antidemocrática.

El imperialismo y la escisión del socialismo

Escrito: En octubre de 1916.


Primera publicación: En diciembre de 1916, en Sbórnik Sotsial-Demokrata, núm. 2.
Fuente: Biblioteca de Textos Marxistas.
Preparado para el MIA: Por Juan Fajardo, diciembre de 2000.

98
¿Existe alguna relación entre el imperialismo y la monstruosa y repugnante victoria que
el oportunismo (en forma de socialchovinismo) ha obtenido sobre el movimiento obrero
en Europa?

Este es el problema fundamental del socialismo contemporáneo. Después de haber


dejado plenamente sentado en nuestra literatura de partido, en primer lugar, el carácter
imperialista de nuestra época y de la guerra actual, y, en segundo lugar, el nexo
histórico indisoluble que existe entre el socialchovinismo y el oportunismo, así como su
igualdad de contenido ideológico y político, podemos y debemos pasar a examinar este
problema fundamental.

Hay que empezar por definir, del modo más exacto completo y posible, qué es el
imperialismo. El imperialismo es una fase histórica especial del capitalismo. Su carácter
específico tiene tres peculiaridades: el imperialismo es 1) capitalismo monopolista; 2)
capitalismo parasitario o en descomposición; 3) capitalismo agonizante. La sustitución
de la libre competencia por el monopolio es el rasgo económico fundamental, la esencia
del imperialismo. El monopolismo se manifiesta en cinco formas principales: 1) cártels,
sindicatos y trusts; la concentración de la producción ha alcanzado el grado que da
origen a estas asociaciones monopolistas de los capitalistas; 2) situación monopolista de
los grandes Bancos: de tres a cinco Bancos gigantescos manejan toda la vida económica
de los EE.UU., de Francia y de Alemania; 3) apropiación de las fuentes de materias
primas por los trusts y la oligarquía financiera (el capital financiero es el capital
industrial monopolista fundido con el capital bancario); 4) se ha iniciado el reparto
(económico) del mundo entre los cártels internacionales. ¡Son ya más de cien los cártels
internacionales que dominan todo el mercado mundial y se lo reparten "ami
gablemente", hasta que la guerra lo redistribuya! La exportación del capital, como
fenómeno particularmente característico a diferencia de la exportación de mercancías
bajo el capitalismo no monopolista, guarda estrecha relación con el reparto económico y
político-territorial del mundo. 5) Ha terminado el reparto territorial del mundo (de las
colonias).

El imperialismo, como fase superior del capitalismo en Norteamérica y en Europa, y


después en Asia, se formó plenamente en el período 1898-1914. Las guerras hispano-
norteamericana (1898), anglo-bóer (1899-1902) y ruso-japonesa (1904-1905), y la crisis
económica de Europa en 1900, son los principales jalones históricos de esta nueva
época de la historia mundial.

Que el imperialismo es el capitalismo parasitario o en descomposición se manifiesta,


ante todo, en la tendencia a la descomposición que distingue a todo monopolio en el
régimen de la propiedad privada sobre los medios de producción. La diferencia entre la
burguesía imperialista democrático-republicana y la monárquico-reaccionaria se borra,
precisamente, porque una y otra se pudren vivas (lo que no elimina, en modo alguno, el
desarrollo asombrosamente rápido del capitalismo en ciertas ramas industriales, en
ciertos países, en ciertos períodos). En segundo lugar, la descomposición del
capitalismo se manifiesta en la formación de un enorme sector de rentistas, de
capitalistas que viven de "cortar cu pones". En los cuatro países imperialistas avanzados
-- Inglaterra, América del Norte, Francia y Alemania --, el capital en valores asciende,
en cada país, de cien a ciento cincuenta mil millones de francos, lo cual significa, por lo
menos, una renta anual de cinco mil a ocho mil millones de francos. En tercer lugar, la
exportación de capital es el parasitismo elevado al cuadrado. En cuarto lugar, "el capital
99
financiero tiende a la dominación, y no a la libertad". La reacción política en toda la
línea es rasgo característico del imperialismo. Venalidad, soborno en proporciones
gigantescas, un verdadero Panamá[1]. En quinto lugar, la explotación de las naciones
oprimidas, ligada indisolublemente a las anexiones, y, sobre todo, la explotación de las
colonias por un puñado de "grandes" potencias, convierte cada vez más el mundo
"civilizado" en un parásito que vive sobre el cuerpo de centenares de millones de
hombres de los pueblos no civilizados. El proletario romano vivía a expensas de la
sociedad. La sociedad actual vive a expensas del proletario moderno. Marx subrayaba
especialmente esta profunda observación de Sismondi[2]. El imperialismo modifica
algo la situación. Una capa privilegiada del proletariado de las potencias imperialistas
vive, en parte, a expensas de los centenares de millones de hombres de los pueblos no
civilizados.

Queda claro por qué el imperialismo es un capitalismo agonizante, en transición hacia el


socialismo: el monopolio, que nace del capitalismo, es ya capitalismo agonizante, el
comien~o de su tránsito al socialismo. La misma significación tiene la gigantesca
socialización del trabajo realizada por el imperialismo (lo que sus apologistas, los
economistas burgueses, llaman "entrelazamiento").

Al definir de este modo el imperialismo, nos colocamos en plena contradicción con C.


Kautsky, que se resiste a considerar el imperialismo como una "fase del capitalismo" y
lo define como política "preferida" del capital financiero, como tendencia de los países
"industriales" a anexionarse los países "agrarios"[*]. Desde el punto de vista teórico,
esta definición de Kautsky es completamente falsa. La peculiaridad del imperialismo no
es precisamente el dominio del capital industrial, sino el del capital financiero,
precisamente la tendencia a anexionarse no sólo países agrarios, sino toda clase de
países. Kautsky separa la política del imperialismo de su economía, separa el
monopolismo en política del monopolismo en economía, para desbrozar el camino a su
vulgar reformismo burgués tal como el "desarme", el "ultraimperialismo" y demás
necedades por el estilo. El propósito y el objeto de esta falsedad teórica se reducen
exclusivamente a disimular las contradicciones más profundas del imperialismo y a
justificar de este modo la teoría de la "unidad" con sus apologistas: con los oportunistas
y socialchovinistas descarados.

Ya hemos hablado bastante de esta ruptura de Kautsky con el marxismo, tanto en el


Sotsial-Demokrat como en el Kommunist [3]. Nuestros kautskianos rusos, los del CO
con Axelrod y Spectator[4] al frente, sin excluir a Mártov y, en grado considerable, a
Trotski, han preferido silenciar el kautskismo como tendencia. No se han atrevido a
defender lo que Kautsky ha escrito durante la guerra limitándose simplemente a elogiar
a Kautsky (Axelrod en su folleto alemán que el Comité de Organización[5] ha
prometido publicar en ruso) o aludir a cartas particulares de Kautsky (Spectator) en las
que afirma que pertenece a la oposición y trata de anular jesuíticamente sus
declaraciones chovinistas.

Observamos que, en su "interpretación" del imperialismo -- que equivale a embellecerlo


-- , Kautsky retrocede no sólo en relación a El capital financiero de Hilferding (¡por
muy empeñadamente que el mismo Hilferding defienda ahora a Kautsky y la "unidad"
con los socialchovinistas!), sino también en relación al social-liberal J. A. Hobson. Este
economista inglés, que ni por asomo pretende merecer el título de marxista, define de un
modo mucho más profundo el imperialismo y pone de manifiesto sus contradicciones en
100
su obra de 1902**. Veamos lo que dice este escritor (en cuyas obras podemos encontrar
casi todas las vulgaridades pacifistas y "conciliadoras" de Kautsky) sobre la cuestión,
que tiene singular importancia, del carácter parasitario del imperialismo:

Dos clases de circunstancias han debilitado, a juicio de Hobson, la potencia de los viejos
imperios: 1) el "parasitismo económico" y 2) la formación de ejércitos con hombres de
los pueblos dependientes. "La primera es la costumbre del parasitismo económico, en
virtud de la cual el Estado dominante utiliza sus provincias, sus colonias y los países
dependientes, con objeto de enriquecer a su clase dirigente y de sobornar a sus clases
inferiores para que se estén quietas". Refiriéndose a la segunda circunstancia Hobson
escribe:

"Uno de los síntomas más extraños de la ceguera del imperialismo" (en boca del social-
liberal Hobson esta cantinela sobre la "ceguera" de los imperialistas es más apropiada
que en el "marxista" Kautsky) "es la despreocupación con que la Gran Bretaña, Francia
y otras naciones imperialistas emprenden este camino. La Gran Bretaña ha ido más lejos
que ningún otro país. La mayor parte de las batallas por medio de las cuales
conquistamos nuestro imperio de la India, fueron sostenidas por nuestras tropas
indígenas. En la India, y últimamente en Egipto, grandes ejércitos permanentes están
mandados por ingleses; casi todas las guerras de conquista en Africa, a excepcion de la
del Sur, han sido llevadas a cabo, para nosotros, por los indígenas".

La perspectiva del reparto de China dio lugar a la siguiente apreciación económica de


Hobson: "La mayor parte de la Europa Occidental podría adquirir entonces el aspecto y
el carácter que tienen actualmente ciertos lugares de estos países: el sur de Inglaterra, la
Riviera, los sitios de Italia y de Suiza más frecuentados por los turistas y poblados por
los ricachos, es decir, pequeños grupos de aristócratas acaudalados, que reciben
dividendos y pensiones del Lejano Oriente, con un grupo algo más numeroso de
empleados y comerciantes y un número más considerable de criados y obreros del ramo
del transporte y de la industria dedicada al ultimo retoque de los artículos
manufacturados. En cambio, las ramas principales de la industria desaparecerían y los
productos alimenticios de gran consumo, los artículos semimanufacturados de uso
corriente afluirían, como un tributo, de Asia y de Africa". "He aquí qué posibilidades
abre ante nosotros una alianza más vasta de los Estados occidentales una federación
europea de las grandes potencias; dicha federación no sólo no haría avanzar la
civilización mundial, sino que podría implicar un peligro gigantesco de parasitismo
occidental: formar un grupo de las naciones industriales avanzadas, cuyas clases
superiores percibirían inmensos tributos de Asia y de Africa, por medio de los cuales
mantendrían a grandes masas domesticadas de empleados y servidores, ocupados no ya
en la producción agrícola e industrial de gran consumo, sino en prestar servicios
personales o realizar un trabajo industrial secundario, bajo el control de una nueva
aristocracia financiera. Que los que estén dispuestos a rechazar esta teoría" (debería
decirse: perspectiva), "como poco digna de atención, reflexionen sobre las condiciones
económicas y sociales de las regiones del sur de Inglaterra que se hallan ya en esta
situación. Que piensen en las enormes proporciones que podría adquirir dicho sistema si
China se viera sometida al control económico de tales grupos financieros, de
"inversionistas de capital" (rentistas), de sus funcionarios políticos y empleados
comerciales e industriales que extraerían beneficios del más grande depósito potencial
que jamás ha conocido el mundo, con objeto de consumir dichos beneficios en Europa.
Naturalmente, la situación es excesivamente compleja, el juego de las fuerzas mundiales
101
es demasiado difícil de calcular para que resulte muy verosimil esa u otra interpretación
unilateral del futuro. Pero las influencias que rigen el imperialismo de la Europa
Occidental en el presente se orientan hacia esa dirección, y, si no encuentran resistencia,
si no son desviadas hacia otra dirección, orientarán en ese sentido la consumación del
proceso".

El social-liberal Hobson no ve que esta "resistencia" sólo puede oponerla el proletariado


revolucionario, y sólo en forma de revolución social. ¡Por algo es social-liberal! Pero ya
en 1902 abordaba admirablemente tanto el problema de la significación de los "Estados
Unidos de Europa" (¡sépalo el kautskiano Trotski!) como todo lo que tratan de disimular
los kautskianos hipócritas de diversos países, a saber: que los oportunistas
(socialchovinistas) colaboran con la burguesía imperialista precisamente para formar
una Europa imperialista sobre los hombros de Asia y de Africa; que los oportunistas
son, objetivamente, una parte de la pequeña burguesía y de algunas capas de la clase
obrera, parte sobornada con las superganancias imperialistas, convertida en perros
guardianes del capitalismo, en elemento corruptor del movimiento obrero.

Más de una vez, y no sólo en artículos, sino en resoluciones de nuestro Partido, hemos
señalado esta relación económica, la más honda, precisamente entre la burguesía
imperialista y el oportunismo, que ahora (¿será por mucho tiempo?) ha vencido al
movimiento obrero. De ello deducíamos, entre otras cosas, que es inevitable la escisión
con el socialchovinismo. ¡Nuestros kautskianos han preferido eludir este problema!
Mártov, por ejemplo, ya en sus conferencias, recurría al sofisma que se ha expresado del
modo siguiente en el Boletín del Secretariado en el Extranjero del Comité de
Organización[6] (núm. 4, del 10 de abril de 1916):
-- ". . . Muy mala, incluso desesperada, sería la situación de la socialdemocracia
revolucionaria si los grupos de obreros, que por su desarrollo espiritual están más cerca
de los "intelectuales", y los más calificados, la abandonaran fatalmente para pasar al
oportunismo . . ."

¡Empleando la tonta palabreja "fatalmente" y con un poco de "trampa", se elude el


hecho de que ciertas capas obreras se han pasado al oportunismo y a la burguesía
imperialista! ¡Y este es el hecho que querían eludir los sofistas del Comité de
Organizaciónl Salen del paso con el "optimismo oficial" de que ahora hacen gala tanto
el kautskiano Hilferding como muchos otros, ¡diciendo que las condiciones objetivas
garantizan la unidad del proletariado y la victoria de la tendencia revolucionaria!,
¡diciendo que nosotros somos "optimistas" en lo que respecta al proletariado!

Y, en realidad, todos estos kautskianos, Hilferding, los partidarios del CO, Mártov y
Cía. son optimistas . . . en lo que respecta al oportunismo. ¡Este es el quid de la
cuestión!

El proletariado es fruto del capitalismo, pero del capitalismo mundial, y no sólo del
europeo, no sólo del imperialista. En escala mundial, cincuenta años antes o cincuenta
años después -- en tal escala esto es un problema secundario --, el "proletariado",
naturalmente, "llegará" a la unidad y en él triunfará "ineludiblemente" la
socialdemocracia revolucionaria. No se trata de esto, señores kautskianos, sino de que
ustedes, ahora, en los países imperialistas de Europa, se prosternan como lacayos ante
los oportunistas, que son extraños al proletariado como clase, que son servidores,
agentes y portadores de la influencia de la burguesía y, si no se desembaraza de ellos, el
102
movimiento obrero seguirá siendo un movimiento obrero burgués. Vuestra prédica de la
"unidad" con los oportunistas, con los Legien y los David, los Plejánov y los Chjenkeli,
los Potrésov, etc., es, objetivamente, la defensa de la esclavización de los obreros por la
burguesía imperialista a través de sus mejores agentes en el movimiento obrero. La
victoria de la socialdemocracia revolucionaria en escala mundial es absolutamente
ineludible, pero marcha y marchará, avanza y avanzará sólo contra ustedes, será una
victoria sobre ustedes.

Las dos tendencias, incluso los dos partidos del movimiento obrero contemporáneo, que
tan claramente se han escindido en todo el mundo en 1914-1916, fueron observadas por
Engels y Marx en Inglaterra durante varios decenios, aproximadamente entre 1858 y
1892.

Ni Marx ni Engels vivieron para ver la época imperialista del capitalismo mundial, que
sólo se inicia entre 1898 y 1900. Pero ya a mediados del siglo XIX, era característica de
Inglaterra la presencia, por lo menos, de dos principales rasgos distintivos del
imperialismo: 1) inmensas colonias y 2) ganancias monopolistas (a consecuencia de su
situación monopolista en el mercado mundial). En ambos sentidos, Inglaterra
representaba entonces una excepción entre los países capitalistas, y Engels y Marx,
analizando esta excepción, indicaban en forma completamente clara y definida que
estaba en relación con la victoria (temporal) del oportunismo en el movimiento obrero
inglés.

En una carta a Marx, del 7 de octubre de 1858, escribía Engels: "El proletariado inglés
se está aburguesando, de hecho, cada día más; así que esta nación, la más burguesa de
todas, aspira aparentemente a llegar a tener al lado de la burguesía, una aristocracia
burguesa y un proletariado burgués Naturalmente, por parte de una nación que explota
al mundo entero, esto es, hasta cierto punto, lógico". En una carta a Sorge, fechada el 2I
de septiembre de 1872, Engels comunica que Hales promovió en el Consejo Federal de
la Internacional un gran escándalo, logrando un voto de censura contra Marx por sus
palabras de que "los líderes obreros ingleses se habían vendido". Marx escribe a Sorge
el 4 de agosto de 1874: "En lo que respecta a los obreros urbanos de aquí (en
Inglaterra), es de lamentar que toda la banda de líderes no haya ido al Parlamento. Sería
el camino más seguro para librarse de esa canalla". En una carta a Marx, del 11 de
agosto de 1881, Engels habla de "las peores tradeuniones inglesas, que permiten que las
dirija gente vendida a la burguesía, o, cuando menos, pagada por ella". En una carta a
Kautsky, del 12 de septiembre de 1882, escribía Engels: "Me pregunta usted ¿qué
piensan los obreros ingleses acerca de la política colonial? Lo mismo que piensan de la
política en general. Aquí no hay un partido obrero, sólo hay conservadores y radicales
liberales, y los obreros se aprovechan con ellos, con la mayor tranquilidad, del
monopolio colonial de Inglaterra y de su monopolio en el mercado mundial".

El 7 de diciembre de 1889, escribía Engels a Sorge: ". . . Lo más repugnante aquí (en
Inglaterra) es la respectability (respetabilidad) burguesa que se ha hecho carne y sangre
de los obreros. . .; hasta el propio Tom Mann, a quien considero el mejor de todos ellos,
le gusta mencionar que habrá de comer con el lord mayor. Basta compararlos con los
franceses para convencerse de hasta qué punto en este aspecto influye saludablemente la
revolución". En otra carta, del 19 de abril de 1890: "El movimiento (de la clase obrera
en Inglaterra) avanza bajo la superficie, abarca sectores cada vez más amplios que, en la
mayoría de los casos, pertenecen a la masa más inferior (subrayado por Engels), inerte
103
hasta ahora; y no está ya lejano el día en que esta masa se encuentre a sí misma, en que
vea claro que es ella misma, precisamente, la colosal masa en movimiento"[7]. El 4 de
marzo de 189I: "el revés del fracasado sindicato de los obreros del puerto, las 'viejas'
tradeuniones conservadoras, ricas y por ello mismo cobardes, quedan solas en el campo
de batalla". . . El 14 de septiembre de 1891: en el Congreso de las tradeuniones,
celebrado en Newcastle, son derrotados los viejos tradeunionistas, enemigos de la
jornada de 8 horas, "y los periódicos burgueses reconocen la derrota del partido obrero
burgués " (subrayado en todas partes por Engels)[8]. . .

Que estas ideas, repetidas por Engels durante décadas enteras, también fueron
expresadas por él públicamente, en la prensa, lo prueba su prólogo a la segunda edición
de La situación de la clase obrera en Inglaterra (1892)[9]. Habla aquí de una
"aristocracia en el seno de la clase obrera", de la "minoría privilegiada de obreros"
frente a "la gran masa obrera". "Una pequeña minoría, privilegiada y protegida", de la
clase obrera es la única que obtuvo "prolongadas ventajas" de la situación privilegiada
de Inglaterra en 1848-1868, mientras que, "la gran masa, en el mejor de los casos, sólo
gozaba de breves mejoras". . . "Cuando quiebre el monopolio industrial de Inglaterra, la
clase obrera inglesa perderá su situación privilegiada". . . Los miembros de las "nuevas"
tradeuniones, los sindicatos de obreros no calificados, "tienen una enorme ventaja: su
mentalidad es todavía un terreno virgen, absolutamente exento de los 'respetables'
prejuicios burgueses heredados, que trastornan las cabezas de los 'viejos tradeunionistas'
mejor situados. . ." En Inglaterra se habla de "los llamados representantes obreros"
refiriéndose a gentes a las que "se perdona su pertenencia a la clase obrera porque ellos
mismos están dispuestos a ahogar esta cualidad suya en el océano de su liberalismo. . ."

Hemos citado deliberadamente las declaraciones directas de Marx y Engels en forma


bastante extensa, para que los lectores puedan estudiarlas en conjunto. Es
imprescindible estudiarlas y merece la pena de que se reflexione atentamente sobre
ellas. Porque son la clave de la táctica del movimiento obrero que prescriben las
condiciones objetivas de la época imperialista. También aquí Kautsky ha intentado ya
"enturbiar el agua" y sustituir el marxismo por una conciliación dulzona con los
oportunistas. Polemizando con los socialimperialistas francos y cándidos (como
Lensch), que justifican la guerra por parte de Alemania, como destrucción del
monopolio de Inglaterra, Kautsky "corrige " esta evidente falsedad con otra falsedad
igualmente palmaria. ¡En lugar de una falsedad cínica coloca una falsedad dulzona! El
monopolio industrial de Inglaterra, dice, está hace tiempo roto, destruido: ni se puede ni
hay por qué destruirlo.

¿Por qué es falso este argumento?

En primer lugar, porque pasa por alto el monopolio colonial de Inglaterra. ¡Y Engels,
como hemos visto, ya en 1882, hace 34 años, lo indicaba con toda claridad! Si está
deshecho el monopolio industrial de Inglaterra, su colonial no sólo se mantiene, sino
que se ha recrudecido extraordinariamente, porque ¡todo el mundo está ya repartido!
Con sus mentiras dulzonas, Kautsky hace pasar de contrabando la idea, pacifista-
burguesa y oportunista-pequeñoburguesa de que "no hay por qué hacer la guerra". Por el
contrario, los capitalistas no sólo tienen ahora por qué hacer la guerra, sino que no
pueden dejar de hacerla, si, quieren conservar el capitalismo, porque sin un nuevo
reparto de las colonias por la fuerza, los nuevos países imperialistas no podrán obtener
los privilegios de que disfrutan las potencias imperialistas más viejas (y menos fuertes ).
104
En segundo lugar, ¿por qué explica el monopolio de Inglaterra la victoria (temporal) del
oportunismo en este país? Porque el monopolio da superganancias, es decir, un exceso
de ganancias por encima de las ganancias normales, ordinarias del capitalismo en todo
el mundo. Los capitalistas pueden gastar una parte de estas superganancias (¡e incluso
una parte no pequeña!) para sobornar a sus obreros, creando algo así como una alianza
(recuérdense las famosas "alianzas" de las tradeuniones inglesas con sus amos descritas
por los Webb), alianza de los obreros de un pais dado, con sus capitalistas contra los
demás países. A fines del siglo XIX, el monopolio industrial de Inglaterra estaba ya
deshecho. Eso es indiscutible. Pero ¿cómo se produjo esa destrucción? ¿De modo que
hiciera desaparecer todo monopolio?

Si así fuera, la "teoría" de Kautsky de la conciliación (con el oportunismo) estaría hasta


cierto punto justificada. Pero precisamente se trata de que no es así. El imperialismo es
el capitalismo monopolista. Cada cártel, cada trust, cada sindicato, cada Banco
gigantesco es un monopolio. Las superganancias no han desaparecido, sino que
prosiguen. La explotación por un país privilegiado, financieramente rico, de todos los
demás, sigue y es aún más intensa. Un puñado de países ricos -- son en total cuatro, si se
tiene en cuenta una riqueza independiente y verdaderamente gigantesca, una riqueza
"contemporánea: Inglaterra, Francia, los Estados Unidos y Alemania -- ha extendido los
monopolios en proporciones inabarcables, obtiene centenares, si no miles de millones
de superganancias, "vive sobre las espaldas" de centenares y centenares de millones de
hombres de otros países, entre luchas intestinas por el reparto de un botín de lo más
suntuoso, de lo más pingue, de lo más fácil.

En esto consiste precisamente la esencia económica y política del imperialismo, cuyas


profundísimas contradicciones Kautsky oculta en vez de ponerlas al descubierto.

La burguesía de una "gran" potencia imperialista puede económicamente sobornar a las


capas superiores de "sus" obreros, dedicando a ello alguno que otro centenar de millo
nes de francos al año, ya que sus superganancias se elevan probablemente a cerca de mil
millones. Y la cuestión de cómo se reparte esa pequeña migaja entre los ministros
obreros, los "diputados obreros" (recordad el espléndido análisis que de este concepto
hace Engels), los obreros que forman parte de los comités de la industria
armamentista[10], los funcionarios obreros, los obreros organizados en sindicatos de
carácter estrechamente gremial, los empleados, etc., etc., es ya una cuestión secundaria.

Desde 1848 a 1868, y en parte después, Inglaterra era el único país monopolista; por
esto pudo vencer allí, para decenios, el oportunismo; no había más países ni con
riquísimas colonias ni con monopolio industrial.

El último tercio del siglo XIX es un periodo de transición a una nueva época, a la época
imperialista. Disfruta del monopolio no el capital financiero de una sola gran potencia,
sino el de unas cuantas, muy pocas. (En el Japón y en Rusia, el monopolio de la fuerza
militar, de un territorio inmenso o de facilidades especiales para despojar a los pueblos
alógenos, a China, etc., completa y en parte sustituye el monopolio del capital
financiero más moderno.) De esta diferencia se deduce que el monopolio de Inglaterra
pudo ser indiscutido durante decenios. En cambio, el monopolio del capital financiero
actual se discute furiosamente; ha comenzado la época de las guerras imperialistas.
Entonces se podía sobornar, corromper durante decenios a la clase obrera de un país.
Ahora esto es inverosimil, y quizá hasta imposible. Pero, en cambio, cada "gran"
105
potencia imperialista puede sobornar y soborna a capas más reducidas (que en Inglaterra
entre 1848 y 1868) de la "aristocracia obrera". Entonces, como dice con admirable
profundidad Engels, sólo en un país podia constituirse un "partido obrero burgués ",
porque sólo un país disponía del monopolio, pero, en cambio, por largo tiempo. Ahora,
el "partido obrero burgués" es inevitable y tipico en todos los países imperialistas, pero,
teniendo en cuenta la desesperada lucha de éstos por el reparto del botín, no es probable
que semejante partido triunfe por largo tiempo en una serie de países. Ya que los trusts,
la oligarquía financiera, la carestía, etc., permiten sobornar a un puñado de las capas
superiores y de esta manera oprimen, subyugan, arruinan y atormentan con creciente
intensidad a la masa de proletarios y semiproletarios.

Por una parte, está la tendencia de la burguesía y de los oportunistas a convertir el


puñado de naciones mas ricas, privilegiadas, en "eternos" parásitos sobre el cuerpo del
resto de la humanidad, a "dormir sobre los laureles" de la explotación de negros,
hindúes, etc., teniéndolos sujetos por medio del militarismo moderno, provisto de una
magnífica técnica de exterminio. Por otra parte, está la tendencia de las masas, que son
más oprimidas que antes, que soportan todas las calamidades de las guerras
imperialistas, tendencia a sacudirse cse yugo, a derribar a la burguesía. La historia del
movimiento obrero se desarrollará ahora, inevitablemente, en la lucha entre estas dos
tendencias, pues la primera tendencia no es casual, sino que tiene un "fundamento"
económico. La burguesía ha dado ya a luz, ha criado y se ha asegurado "partidos
obreros burgueses" de socialchovinistas en todos los países. Carecen de importancia las
diferencias entre un partido oficialmente formado, como el de Bissolati en Italia, por
ejemplo, partido totalmente socialimperialista, y, supongamos, el quasipartido, a medio
formar, de los Potrésov, Gvózdiev, Bulkin, Chjeídze, Skóbeliev y Cía. Lo importante es
que, desde el punto de vista económico, ha madurado y se ha consumado el paso de una
capa de aristocracia obrera a la burguesía, pues este hecho económico, este
desplazamiento en las relaciones entre las clases, encontrará sin gran "dificultad" una u
otra forma política.

Sobre la indicada base económica, las instituciones políticas del capitalismo moderno --
prensa, parlamento, sindicatos, congresos, etc. -- han creado privilegios y dádivas
políticos, correspondientes a los económicos, para los empleados y obreros respetuosos,
mansos, reformistas y patrioteros. La burguesía imperialista atrae y premia a los
representantes y partidarios de los "partidos obreros burgueses" con lucrativos y
tranquilos cargos en el gobierno o en el comité de industrias de guerra, en el parlamento
y en diversas comisiones, en las redacciones de periódicos legales "serios" o en la
dirección de sindicatos obreros no menos serios y "obedientes a la burguesía".

En este mismo sentido actúa el mecanismo de la democracia política. En nuestros días


no se puede pasar sin elecciones; ni nada se puede hacer sin las masas, pero en la época
de la imprenta y del parlamentarismo no es posible llevar tras de sí a las masas sin un
sistema ampliamente ramificado, metódicamente aplicado, sólidamente organizado de
adulación, de mentiras, de fraudes, de prestidigitación con palabrejas populares y de
moda, de promesas a diestro y siniestro de toda clase de reformas y beneficios para los
obreros, con tal de que renuncien a la lucha revolucionaria por derribar a la burguesía.
Yo llamaría a este sistema lloydgeorgismo, por el nombre de uno de sus representantes
más eminentes y hábiles de este sistema en el país clásico del "partido obrero burgués",
el ministro inglés Lloyd George. Negociante burgués de primera clase y político astuto,
orador popular, capaz de pronunciar toda clase de discursos, incluso r-r-revolucionarios,
106
ante un auditorio obrero; capaz de conseguir, para los obreros dóciles, dádivas
apreciables como son las reformas sociales (seguros, etc.), Lloyd George sirve
admirablemente a la burguesía[***] y la sirve precisamente entre los obreros,
extendiendo su influencia precisamente en el proletariado, donde le es más necesario y
más difícil someter moralmente a las masas.

¿Pero es tanta la diferencia entre Lloyd George y los Scheidemann, los Legien, los
Henderson, los Hyndman, los Plejánov, los Renaudel y Cía.? Se nos objetará que, de
estos últimos, algunos volverán al socialismo revolucionario de Marx. Es posible, pero
ésta es una diferencia insignificante en proporción, si se considera el problema en escala
política, es decir, en su aspecto de masas. Algunos de los actuales líderes
socialchovinistas pueden volver al proletariado. Pero la corriente socialchovinista o (lo
que es lo mismo) oportunista no puede desaparecer ni "volver" al proletariado
revolucionario. Donde el marxismo es popular entre los obreros, esta corriente política,
este "partido obrero burgués", invocará a Marx y jurará en su nombre. No se le puede
prohibir, como no se le puede prohibir a una empresa comercial que emplee cualquier
etiqueta, cualquier rótulo, cualquier anuncio. En la historia ha sucedido siempre que,
después de muertos los jefes revolucionarios cuyos nombres son populares en las clases
oprimidas, sus enemigos han intentado apropiárselos para engañar a estas clases.

El hecho de que en todos los países capitalistas avanzados se han constituido ya


"partidos obreros burgueses", como fenómeno político, y que sin una lucha enérgica y
despiadada, en toda la línea, contra esos partidos -- o, grupos, corrientes, etc., todo es lo
mismo -- no puede ni hablarse de lucha contra el imperialismo, ni de marxismo, ni de
movimiento obrero socialista. La fracción de Chjeídze[11], Nashe Dielo [12] y Golos
Trudá [13] en Rusia, y los partidarios del CO en el extranjero, no son sino una variante
de uno de estos partidos. No tenemos ni asomo de fundamento para pensar que estos
partidos pueden desaparecer antes de la revolución social. Por el contrario, cuanto más
cerca esté esa revolución, cuanto más poderosamente se encienda, cuanto más bruscos y
fuertes sean las transiciones y los saltos en el proceso de su desarrollo, tanto mayor será
el papel que desempeñe en el movimiento obrero la lucha de la corriente revolucionaria,
de masas, contra la corriente oportunista, pequeñoburguesa. El kautskismo no es
ninguna tendencia independiente, pues no tiene raíces ni en las masas ni en la capa
privilegiada que se ha pasado a la burguesía. Pero el peligro que entraña el kautskismo
consiste en que, utilizando la ideología del pasado, se esfuerza por conciliar al
proletariado con el "partido obrero burgués", por mantener su unidad con este último y
levantar de tal modo el prestigio de dicho partido. Las masas no siguen ya a los
socialchovinistas descarados: Lloyd George ha sido silbado en Inglaterra en asambleas
obreras, Hyndman ha abandonado el partido; a los Renaudel y los Scheidemann, a los
Potrésov y los Gvózdiev les protege la policía. Lo más peligroso es la defensa
encubierta que los kautskianos hacen de los socialchovinistas.

Uno de los sofismas más difundidos de los kautskistas es el remitirse a las "masas". ¡No
queremos, dicen, separarnos de ellas ni de sus organizaciones! Pero obsérvese cómo
plantea Engels esta cuestión. Las "organizaciones de masas" de las tradeuniones
inglesas estuvieron en el siglo XIX al lado del partido obrero burgués. Y no por eso se
conformaron Marx y Engels con este partido, sino que lo desenmascararon. No
olvidaban, en primer lugar, que las organizaciones de las tradeuniones abarcan, en
forma inmediata, una minoría del proletariado. Tanto entonces en Inglaterra como ahora
en Alemania está organizada no más de una quinta parte del proletariado. Bajo el
107
capitalismo no puede pensarse seriamente en la posibilidad de organizar a la mayoría de
los proletarios. En segundo lugar -- y esto es lo principal --, no se trata tanto del número
de miembros de una organización, como del sentido real, objetivo, de su política: de si
esa política representa a las masas, sirve a las masas, es decir, sirve para liberarlas del
capitalismo, o representa los intereses de una minoría, su conciliación con el
capitalismo. Precisamente esto último, que era justo en relación con Inglaterra en el
siglo XIX, es justo hoy día en relación con Alemania, etc.

Del "partido obrero burgués" de las viejas tradeuniones, de la minoría privilegiada,


distingue Engels la "masa inferior ", la verdadera mayoría' y apela a ella, que no está
contaminada de "respetabilidad burguesa". ¡Ese es el quid de la táctica marxista!

Ni nosotros ni nadie puede calcular exactamente qué parte del proletariado es la que
sigue y seguirá a los socialchovinistas y oportunistas. Sólo la lucha lo pondrá de
manifiesto, sólo la revolución socialista lo decidirá definitivamente. Pero lo que sí
sabemos con certeza es que los "defensores de ila patria" en la guerra imperialista sólo
representan una minoría. Y por esto, si queremos seguir siendo socialistas, nuestro
deber es ir más abajo y más a lo hondo, a las verdaderas masas: en ello está el sentido de
la lucha contra el oportunismo y todo el contenido de esta lucha. Poniendo al
descubierto que los oportunistas y los socialchovinistas traicionan y venden de hecho
los intereses de las masas, que defienden privilegios pasajeros de una minoría obrera,
que extienden ideas e influencias burguesas, que, en realidad, son aliados y agentes de
la burguesía, de este modo enseñamos a las masas a comprender cuáles son sus
verdaderos intereses políticos, a luchar por el socialismo y por la revolución, a través de
todas las largas y penosas peripecias de las guerras imperialistas y de los armisticios
imperialistas.

La única línea marxista en el movimiento obrero mundial consiste en explicar a las


masas que la escisión con el oportunismo es inevitable e imprescindible, en educarlas
para la revolución en una lucha despiadada contra él, en aprovechar la experiencia de la
guerra para desenmascarar todas las infamias de la política obrera liberal-nacionalista, y
no para encubrirlas.

En el artículo siguiente trataremos de resurnir los principales rasgos distintivos de esta


línea, en contraposición al kautskismo.

NOTAS

* "EI imperialismo es un producto del capitalismo industrial altamente desarrollado.


Consiste en la tendencia de toda nación capitalista industrial a someter y anexionarse
cada vez más regiones agrarias cualesquiera sean los pueblos que las habitan" (véase
Kautsky, Die Neue Zeit, II. IX. 1914).

108
** J. A. Hobson: Imperialismo, Londres, 1902.

*** Hace poco he leído en una revista inglesa un artículo de un tory, adversario político
de Lloyd George: Lloyd George desde el punto de vista de un tory. ¡La guerra ha
abierto los ojos a este adversario, haciéndole ver qué magnífico servidor de la burguesía
es Lloyd George! ¡Y los tories se han reconciliado con él!

[1] Panamá (francesa): gran fraude en una empresa capitalista surgido en 1892-1893 en
Francia, ligado a abusos y al soborno de activistas esta tales, funcionarios y periódicos.
Esta palabra adquirió tal significación por ser una compañía francesa la que inició las
obras de apertura del canal de Panamá y de los enormes abusos por ella cometidos.

[2] Véase C. Marx, El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.

[3] Kommunist: revista organizada por Lenin, que en 1915 editó en Ginebra la
Redacción de Sotsial-Demokrat. Apareció un número (doble) en el que se insertaban
tres artículos de Lenin; "La bancarrota de la II Internacional", "La voz honrada de un
socialista francés" e "Imperialismo y socialismo en Italia". En el seno de la redacción de
la revista, Lenin combatió contra el grupo de Bujarin-Piatakov, hostil al Partido,
denunciando sus concepciones antibolcheviques y sus intentos de utilizar la revista con
móviles fraccionalistas. Considerando la posición de este grupo, contraria al Partido,
Lenin propuso a la Redacción de Sotsial-Demokrat romper con él y cesar la publicación
conjunta de la revista. En octubre de 1916, la Redacción del periódico empezó a editar
su Sbórnik Sotsial-Demokrata.

[4] Spektator: economista ruso M. I. Nagimson.

[5] Comité de Organización (CO), (OK en ruso, sus miembros se denominaban okistas):
centro dirigente de los mencheviques; se formó en en la Conferencia de agosto de los
mencheviques liquidacionistas y de todos los grupos y tendencias contrarias al Partido;
cesó sus actividades después de la elección del CC del Partido menchevique en agosto
de 1917. Durante la Primera Guerra Mundial, el CO tomó una posición socialchovinista.

[6] Boletín del Secretariado en el Extranjero del Comité de Organización ("Izvestia


Zagraníchnogo Sekretariata O.K."): periódico meochevique publicado de febrero de
1915 a marzo de 1917 en Suiza; 10 números en total.

[7] Véase la carta de F. Engels a F. Sorge del 19 de abril de 1890.

[8] Ibid., del 4 de marzo y del 14 de septiembre de 1891.

[9] Véase C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. XXII.

[10] Los comités de la industria armamentista fueron creados en 1915 en Rusia por la
gran burguesía imperialista para ayudar al zarismo en la guerra. Tratando de someter a
los obreros a su influencia y de inculcarler ideas nacional-defensistas, la burguesía ideó
la organización de "grupos obreros" anejos a esos comités. A la burguesía le convenía

109
que en esos grupos hubiese representantes de los obreros, encargados de hacer
propaganda entre las masas obreras en favor de una mayor productividad del trabajo en
las fábricas de materiales militares. Los mencheviques participaron activamente en esta
empresa seudopatriótica de la burguesía. Los bolcheviques declararon el boicot a los
comités de la industria armamentista y lo aplicaron eficazmente con el apoyo de la
mayoría de los obreros.

[11] Fracción de Chjeídze: fracción menchevique en la IV Duma de Estado, dirigida por


N. Chjeídze, en la cual ocuparon siete asientos delegados-liquidacionistas de los
socialdemócratas.

[12] Nashe Dielo ("Nuestra Causa"): Revista menchevique del liquidacionismo, órgano
principal de los socialchovinistas en Rusia; apareció en 1915 en Petersburgo en lugar de
la revista Nasba Zariá, clausurada en octubre de 1914.

[13] Golos Truda ("La Voz del Trabajo"): períodico menchevique legal editado en 1916
en Samara después de la clausura del períodico Nash Golos ("Nuestra Voz").

Pacifismo burgués y pacifismo socialista

Escrito: En 1917.
Primera publicación: Publicado por primera vez en 1924, en la Recopilación de Lenin,
II.[1]
Fuente: V. I. Lenin, Tres artículos de Lenin sobre la guerra y la paz. Pekín: Ediciones
en Lenguas Extranjeras, 1976.
Esta edición: Marxists Internet Archive, 1 enero 2001.

INDICE
ARTICULO (O CAPITULO) I: VIRAJE EN LA
POLITICA MUNDIAL
 
ARTICULO (O CAPITULO) II: PACIFISMO
DE KAUTSKY Y DE TURATI
 
ARTICULO (O CAPITULO) III: PACIFISMO
DE LOS SOCIALISTAS Y SINDICALISTAS
FRANCESES
 

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ARTICUL0 (0 CAPITUL0) IV:
ZIMMERWALD EN LA ENCRUCIJADA
 
NOTAS

ARTICULO (O CAPITULO) I
VIRAJE EN LA POLITICA MUNDIAL

Hay indicios de que tal viraje se operó o se está operando; es decir, un viraje de la
guerra imperialista hacia la paz imperialista.

Un profundo e indudable agotamiento de ambas coaliciones imperialistas; la dificultad


de continuar la guerra; la dificultad que tienen los capitalistas en general y el capital
financiero, en particular, de arrancar a los pueblos algo más fuera de todo lo que le han
birlado en forma de escandalosas ganancias "de guerra"; la saciedad del capital
financiero de los países neutrales, Estados Unidos, Holanda, Suiza y otros, que se
acrecentó gigantescamente en la guerra y al cual no le es fácil proseguir en esa
"ventajosa" economía por la escasez de las materias primas y de las reservas
alimenticias; los intentos renovados de Alemania para separar uno u otro aliado de su
principal rival imperialista, Inglaterra; las declaraciones pacifistas del gobierno alemán
y, con él, las de una serie de gobiernos de los países neutrales; he ahí los indicios
principales.

¿Existen probabilidades de una pronta terminación de la guerra o no?

Es muy difícil contestar a esa pregunta con una aserción. Dos posibilidades se perfilan a
nuestro parecer con bastante nitidez:

La primera es que se concluya una paz por separado entre Alemania y Rusia, aunque no
sea en la forma corriente de un tratado formal escrito. La segunda es de que tal paz no
se concluya. Inglaterra y sus aliados todavía tienen fuerzas para sostenerse un año, dos,
etc. En el primer supuesto, la guerra cesaría ineluctablemente, de no ser ahora, en un
futuro próximo, y no se pueden esperar serias variantes en su curso. En el segundo,
podría continuar indefinidamente.

Detengámonos en el primer caso.

Que la paz por separado entre Alemania y Rusia se estuvo negociando recientemente;
que el mismo Nicolás II o la influyente camarilla cortesana es partidaria de una paz
semejante; que en la política mundial ya se delineó un viraje de alianza imperialista
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entre Rusia e Inglaterra contra Alemania, hacia una alianza, no menos imperialista,
entre Rusia y Alemania contra Inglaterra; todo esto está fuera de duda.

La sustitución de Sturmer por Trepov, la declaración pública del zarismo de que el


"derecho" de Rusia sobre Constantinopla está reconocido por todos los aliados, la
creación por Alemania de un Estado polaco separado, son indicios que parecieran
señalar el hecho de que las negociaciones sobre una paz por separado fracasaron.
¿Quizás el zarismo haya hecho negociaciones solamente para extorsionar a Inglaterra,
para obtener de ella un reconocimiento formal e inequívoco de los "derechos" de
Nicolás el Sangriento sobre Constantinopla y de tales o cuales garantías "serias" de ese
derecho?

Dado que el contenido principal, fundamental, de la guerra imperialista en cuestión es el


reparto del botín entre los tres principales rivales imperialistas, entre los tres bandidos,
Rusia, Alemania e Inglaterra, nada tiene de improbable tal suposición.

Por otra parte, cuanto más se perfila para el zarismo la imposibilidad práctica y militar
de recuperar Polonia, de conquistar Constantinopla, de quebrar el férreo frente alemán
que Alemania ajusta, acorta y fortifica magníficamente con sus últimas victorias en
Rumania, tanto más se ve obligado el zarismo a concluir una paz por separado con
Alemania, esto es, a pasar de su alianza imperialista con Inglaterra contra Alemania a
una alianza imperialista con Alemania contra Inglaterra. ¿Por qué no? ¿No estuvo Rusia
acaso a un paso de la guerra con Inglaterra por la competencia imperialista de ambas
potencias en el reparto del botín en Asia Central? ¿No se realizaron acaso negociaciones
entre Inglaterra y Alemania sobre una alianza contra Rusia, en 1898, habiéndose
comprometido secretamente, entonces, Inglaterra y Alemania a repartirse entre sí las
colonias de Portugal en "la eventualidad" de que ésta no cumpliera sus obligaciones
financieras?

La marcada tendencia de los círculos imperialistas dirigentes de Alemania hacia una


alianza con Rusia contra Inglaterra, se definió ya algunos meses atrás. La base de la
alianza será, evidentemente, el reparto de Galitzia (para el zarismo es de la mayor
importancia ahogar el centro de agitación y de libertad ucranianas), de Armenia ¡y quizá
de Rumania! ¡Se deslizó en un diario alemán la "insinuación" de que se podría dividir a
Rumania entre Austria, Bulgaria y Rusia! Alemania podría acordar algunas "menudas
concesiones" más al zarismo con tal de concertar una alianza con Rusia y también,
quizá, con Japón contra Inglaterra.

La paz por separado pudo haber sido concluida entre Nicolás II y Guillermo II en
secreto. En la historia de la diplomacia existen ejemplos de tratados secretos que nadie
conocía, ni siquiera los ministros, a excepción de dos o tres personas. En la historia de
la diplomacia existen ejemplos de cómo "las grandes potencias" concurrían a un
congreso "paneuropeo", habiendo negociado previamente lo principal, en secreto, entre
los grandes rivales (por ejemplo el acuerdo secreto entre Rusia e Inglaterra sobre el
saqueo de Turquía antes del Congreso de Berlín de 1878). ¡Nada habría de asombroso
en el hecho de que el zarismo rechazara una paz formal por separado entre gobiernos,
considerando, entre otras cosas, que en la situación actual de Rusia su gobierno podría
encontrarse en manos de Miliukov y Guchkov o de Miliukov y Kerenski, y que, al
mismo tiempo, concluyera un tratado secreto, no formal, pero no menos "firme", con

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Alemania en el que se establecicra que ambas "altas partes contratantes" mantendrían
juntas una determinada línea en el futuro congreso de la paz!

No se puede saber si esta conjetura es correcta o no. De todos modos está mil veces más
cerca de la verdad, es una descripción mucho mejor del real estado de cosas que las
piadosas frases sobre la paz que intercambian los gobiernos actuales o los gobiernos
burgueses en general, basadas en el rechazo de las anexiones, etc. Esas frases son, o
bien ingenuos anhelos, o bien hipocresía y mentira que sirven para ocultar la verdad. La
verdad de la situación actual, de la guerra actual, del momento actual en que se hacen
tentativas para concluir la paz consiste en el reparto del botín imperialista. Allí está lo
esencial, y comprender esa verdad, expresarla, "enunciar aquello que realmente es", tal
es la tarea fundamental de la política socialista, a diferencia de la burguesa, para la cual
lo principal está en ocultar, en esfumar esa verdad.

Ambas coaliciones imperialistas saquearon una detcrminada cantidad de botín, habiendo


sido precisamente Alemania e Inglaterra los dos buitres principales y más fuertes, los
que más saquearon. Inglaterra no perdió un palmo de su tierra ni de sus colonias,
"adquiriendo" las colonias alemanas y parte de Turquía (Mesopotamia). Alemania
perdió casi todas sus colonias, pero adquirió territorios inmensamente más valiosos en
Europa, al apoderarse de Bélgica, Servia, Rumania, parte de Francia, parte de Rusia, etc.
Se trata de dividir ese botín, debiendo el "cabecilla" de cada banda de asaltantes, es
decir, tanto Inglaterra como Alemania, recompensar en una u otra medida a sus aliados,
los cuales, a excepción de Bulgaria y en menor escala de Italia, sufrieron pérdidas muy
grandes. Los aliados más débiles son los que más perdieron: en la coalición inglesa
fueron aplastados Bélgica, Servia, Montenegro, Rumania; en la alemana, Turquía perdió
a Armenia y parte de Mesopotamia.

Hasta ahora el botín de Alemania es sin duda considerablemente mayor que el de


Inglaterra. Hasta ahora triunfó Alemania, quedando inmensamente más fuerte de lo que
nadie hubiera podido suponer antes de la guerra. Se entiende, por lo tanto, que sería
conveniente para Alemania concluir la paz cuanto antes, pues su rival aún podría, en la
oportunidad más ventajosa imaginable para él (si bien poco probable), poner en juego
una más numerosa reserva de reclutas, etc.

Tal es la situación objetiva. Tal es el momento actual de la lucha por el reparto del botín
imperialista. Es completamente natural que este momento haya engendrado
aspiraciones, de claraciones y manifestaciones pacifistas preferentemente entre la
burguesía y los gobiernos de la coalición alemana y luego de los países neutrales. Es
igualmente natural que la burguesía y sus gobiernos estén obligados a emplear todas sus
fuerzas para burlar a los pueblos, encubriendo la repugnante desnudez de la paz
imperialista, el reparto de lo saqueado, por medio de frases, frases enteramente falsas
acerca de una paz democratica, acerca de la libertad de los pueblos pequeños, acerca de
la reducción de los armamentos, etc.

Pero si es natural en la burguesía que trate de burlar a los pueblos, ¿de qué manera
cumplen su deber los socialistas? De esto se tratará en el artículo (o capítulo) siguiente.

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ARTICULO (O CAPITULO) II
EL PACIFISMO DE KAUTSKY Y DE TURATI

Kautsky es el teórico de mayor autoridad de la II Internacional, el jefe más destacado


del llamado "centro marxista" en Alemania, el representante de la oposición que ha
creado en el Reichstag una fracción aparte: el "Grupo Socialdemócrata del Trabajo"
(Haase, Ledebour y otros). En una serie de periódicos socialdemócratas de Alemania se
publican ahora artículos de Kautsky sobre las condiciones de paz, parafraseando la
declaración oficial del "Grupo Socialdemócrata del Trabajo" que éste presentó con
motivo de la conocida nota del gobierno alemán en la que se proponían negociaciones
sobre la paz. Al exigir que el gobierno proponga condiciones determinadas de paz, esa
declaración contiene entre otras cosas la siguiente frase característica:

. . . "Para que dicha nota (del gobierno alemán) conduzca hacia la paz es necesario que
en todos los países se rechace inequivocamente la idea de anexar zonas ajenas, de
someter política, económica o militarmente, cualquier pueblo que sea a otro Poder
estatal" . . .

Parafraseando y concretando esa proposición, Kautsky "de muestra"


circunstanciadamente en sus artículos que Constantinopla no le debe tocar a Rusia y que
Turquía no debe ser un Estado vasallo de nadie.

Examinemos más atentamente esas consignas y esos argumentos políticos de Kautsky y


de sus correligionarios.

Cuando se trata de Rusia, o sea del rival imperialista de Alemania, entonces Kautsky ya
no plantea una exigencia abstracta, "general", sino una completamente concreta, precisa
y determinada: Constantinopla no debe tocarle a Rusia. Con eso mismo él desenmascara
las verdaderas intenciones imperialistas. . . de Rusia. Cuando se trata de Alemania, es
decir, precisamente de aquel país a cuyo gobierno y a cuya burguesía, la mayoría del
partido que cuenta a Kautsky entre sus miembros (y que nombró a Kautsky redactor de
su órgano principal teórico, directivo, Neue Zeit) ayuda a hacer la guerra imperialista,
entonces Kautsky no desenmascara las intenciones imperialistas concretas de su propio
gobierno, sino que se limita a expresar un deseo o una proposición "general": ¡¡Turquía
no debe ser un Estado vasallo de nadie!!

¿En qué se distingue pues la política de Kautsky, por su contenido efectivo, de la


política de los combativos, por así decirlo, socialchovinistas (es decir, socialistas de
palabra y chovinistas de hecho), de Prancia e Inglaterra, que desenmascaran los actos
imperialistas concretos de Alemania, pero cuando se trata de países y de pueblos
conquistados por Inglaterra o por Rusia, se escabullen expresando deseos o
proposiciones "generales"? Gritan cuando se trata de la ocupación de Bélgica, de Servia,
pero callan sobre la ocupación de Galitzia, de Armenia y de las colonias en Africa.

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De hecho, la política de Kautsky y de Sembat-Henderson ayuda indistintamente a su
propio gobierno imperialista, atrayendo principalmente la atención sobre la malignidad
del rival y del enemigo y arrojando un velo de frases nebulosas, generales, y de
bondadosos deseos sobre los actos igualmente imperialistas de su "propia " burguesía. Y
nosotros dejaría mos de ser marxistas, dejaríamos en general de ser socialistas, si nos
contentáramos con la contemplación cristiana, por así decirlo, de la bondad de las
bondadosas frases generales, sin poner al descubierto su significado político real.
¿Acaso no vemos continuamente que la diplomacia de todas las potencias imperialistas
hace alarde de virtuosísimas frases "generales" y de sus declaraciones "democráticas"
encubriendo con ellas el saqueo, la violación y el estrangulamiento de los pueblos
pequeños?

"Turquía no debe ser un Estado vasallo de nadie" . . . Si digo solamente eso, puede
parecer que yo soy partidario de la plena libertad de Turquía. Pero en realidad no hago
más que repetir una frase pronunciada comúnmente por los diplomáticos alemanes que,
a todas luces, mienten y dan pruebas de hipocresía, encubriendo con dicha frase el
hecho de que Alemania haya transformado, ahora, a Turquía en su vasallo tanto en el
sentido financiero como en el militar. Y si yo soy un socialista alemán, mis frases
"generales" sólo resultan beneficiosas para la diplomacia alemana porque su significado
real reside en que sirven para adornar al imperialismo alemán.

. . . "En todos los países debe repudiarse la idea de las anexiones, . . . del sometimiento
económico de cualquier pueblo que sea.". . . ¡Qué alarde de virtud! Los imperialistas,
miles de veces, "repudian la idea" de las anexiones y del es trangulamiento financiero
de los pueblos débiles, pero ¿no convendría confrontar eso con los hechos que
demuestran que cualquier banco grande de Alemania, Inglaterra, Francia o Estados
Unidos tiene " sometidos " a los pueblos pequeños? ¿Puede acaso, en la práctica, un
gobierno burgués actual de un país rico rechazar las anexiones y la subordinación
económica de los pueblos extraños, cuando se han invertido miles y miles de millones
en los ferrocarriles y en otras empresas de los pueblos débiles?

¿Quién es el que lucha realmente contra las anexiones, etc.: aquel que lanza hermosas
frases cuyo valor objetivo equivale exactamente al del agua bendita cristiana con la cual
se rocía a los bandidos coronados y capitalistas, o aquel que explica a los obreros que,
sin derrocar la burguesía imperialista y sus gobiernos, es imposible poner fin a las
anexiones y al estrangulamiento financiero?

He aquí una ilustración italiana del pacifismo que predica Kautsky.

En el órgano central del Partido Socialista Italiano Avanti! del 25 de diciembre de 1916,
el conocido reformista Filippo Turati publicó un artículo titulado "Abracadabra". El 22
de noviembre de 1916 -- escribe él -- el grupo socialista parlamentario de Italia propuso
en el parlamento una moción sobre la paz. En esa moción "comprobó la concordancia
de los principios proclamados por los representantes de Inglaterra y de Alemania,
principios que deben cimentar una paz posible, e invitó al gobierno a iniciar las
negociaciones de paz con la mediación de los Estados Unidos y de otros países
neutrales". Así expone el contenido de la moción socialista el mismo Turati.

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El 6 de diciembre de 1916 la cámara "entierra" la moción socialista "postergando" su
discusión. El 12 de diciembre el canciller alemán propone en su propio nombre, en el
Reichstag, lo que querían los socialistas italianos. El 22 de diciembre interviene con su
Nota Wilson, "parafraseando y repitiendo -- según la expresión de F. Turati -- las ideas
y los argumentos de la moción socialista". El 23 de diciembre otros Estados neutrales
aparecen en escena parafraseando la Nota de Wilson.

Nos acusan de habernos vendido a Alemania, exclama Turati. ¿No se han vendido a
Alemania también Wilson y los Estados neutrales?

El 17 de diciembre Turati pronunció en el parlamento un discurso, uno de cuyos pasajes


provocó una extraordinaria y merecida sensación. He aquí ese pasaje, según la
información de Avanti! :

. . . "Supongamos que en una discusión del tipo que nos propone Alemania sea posible
resolver a grandes trazos cuestiones tales como la evacuación de Bélgica, Francia, la
reconstitución de Rumania, Servia y, si queréis, de Montenegro; os agrego la
rectificación de las fronteras italianas en lo que se refiere a lo indiscutiblemente italiano
y que responde a garantías de un carácter estratégico". . . En ese pasaje la cámara
chovinista y burguesa interrumpe a Turati; de todas partes se oyen exclamaciones:
"¡Magnífico! ¡Quiere decir que usted también quiere todo eso! ¡Viva Turati! ¡Viva
Turati!". . .

Turati, al darse cuenta, por lo visto, de que algo anda mal en ese entusiasmo burgués,
trata de "corregirse" o de "explicarse":

. . . "Señores -- dice él --, no estamos para bromas inoportunas. Una cosa es admitir la
conveniencia y el derecho de la unidad nacional, siempre reconocida por nosotros; otra
cosa es provocar o justificar la guerra por ese motivo".

Ni esa "explicación" de Turati, ni los artículos de Avanti! publicados en su defensa, ni


la carta de Turati del 21 de diciembre, ni el artículo de cierto "b b " aparecido en el
Volksrecht de Zurich "arreglan" en absoluto la situación, ¡ni suprimen el hecho de que
Turati se haya traicionado! . . . Más precisamente: no fue Turati el que se ha traicionado
sino todo el pacifismo socialista, representado por Kautsky y, como veremos más
adelante, por los "kautskianos" franceses. La prensa burguesa de Italia tuvo razón
cuando recogió ese pasaje en el discurso de Turati regocijándose al respecto.

El mencionado "b b " intenta defender a Turati diciendo que aquél sólo se refería al
"derecho de autodeterminación de las naciones".

¡Mala defensa! ¿Qué tiene que ver "el derecho de autodeterminación de las naciones"
que, como todos saben, está en el programa de los marxistas (y ha estado siempre en el
programa de la democracia internacional), con la defensa de los pueblos oprimidos?
¿Qué tiene que ver con la guerra imperialista, es decir, con la guerra por el reparto de
las colonias, por la opresión de los países extraños, con la guerra entre potencias
opresoras y de saqueo, por ver quién puede oprimir más pueblos extraños?

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Invocar la autodeterminación de las naciones para justificar una guerra imperialista, no
una guerra nacional, ¿en qué se distingue eso de los discursos de Alexinski, Hervé,
Hyndman, quienes invocan la república en Francia en contraposición a la monarquía en
Alemania, aunque todos saben que la guerra en cuestión no se debe en absoluto al
choque del sistema republicano con el principio monárquico, sino al reparto de las
colonias y demás, entre dos coaliciones imperialistas?

Turati se explicaba y se defendía diciendo que de ningún modo "justificaba" la guerra.

Creamos al reformista Turati, a Turati el partidario de Kautsky, que no fue su intención


justificar la guerra. ¿Pero quién ignora que en la política no se toman en cuenta las
intenciones sino los actos, no los buenos deseos sino los hechos, no lo imaginado sino lo
real?

Admitamos que Turati no haya querido justificar la guerra, que Kautsky no haya
querido justificar el que Alemania establezca relaciones de vasallaje de Turquía
respecto del imperialismo alemán. Pero en la práctica resultó que esos dos tiernos
pacifistas ¡justificaron precisamente la guerra! He aquí el fondo del asunto. Si Kautsky
hubiera pronunciado algo semejante a "Constantinopla no debe tocarle a Rusia, Turquía
no debe ser un Estado vasallo de nadie", no en una revista, tan aburrida que nadie lee,
sino desde la tribuna del parlamento, ante un público burgués vivo, impresionable, de
temperamento meridional, nada habría de asombroso en que los ingeniosos burgueses
exclamaran: "¡Magnífico! ¡Muy bien! ¡Viva Kautsky!"

Turati adoptaba de hecho -- independientemente de si lo quería o no, de si tenía


conciencia de ello -- el punto de vista de un intermediario burgués, que proponía un
arreglo amistoso entre los buitres imperialistas. "Liberar" las tierras italianas
pertenecientes a Austria sería encubrir en los hechos la recompensa que se otorga a la
burguesía italiana por su participación en la guerra imperialista de una coalición
imperialista gigantesca, sería un suplemento sin importancia al reparto de las colonias
en Africa, y de las esferas de influencia en Dalmacia y en Albania. Es natural, quizá,
que el reformista Turati adopte un punto de vista burgués, pero Kautsky de hecho no se
distingue absolutamente en nada de Turati.

Para no aderezar la guerra imperialista, para no ayudar a la burguesía a hacer pasar esa
guerra por nacional, por una guerra liberadora de los pueblos, para no encontrarse en la
posición de un reformismo burgués, hay que hablar, no como lo hacen Kautsky y Turati,
sino como lo hacía Karl Liebknecht; hay que decirle a la propia burguesía que es
hipócrita cuando habla de liberación nacional, que la paz democrática es imposible en
relación con la guerra actual, a no ser que el proletariado "vuelva las armas" contra sus
propios gobiernos.

Esa debería ser, y sólo esa, la posición de un verdadero marxista, de un verdadero


socialista y no de un reformista burgués. No trabaja realmente en beneficio de la paz
democrática el que repite los buenos y generales deseos del pacifismo, que nada dicen y
a nada obligan, sino el que desenmascara el carácter imperialista tanto de la guerra
actual como de la paz imperialista que ella está preparando; el que llama a los pueblos a
la revolución contra los gobiernos criminales.

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Algunos tratan a veces de defender a Kautsky y a Turati diciendo que legalmente no se
podía ir más allá de una "alusión" en contra del gobierno y tal "alusión" existe en los
pacifistas de esa clase. Pero a esto hay que contestar, primero, que el hecho de que sea
imposible decir legalmente la verdad es un argumento que no va en favor del
encubrimiento de la verdad sino a favor de la necesidad de establecer una organización
y una prensa ilegal, es decir, libre de la policía y de la censura; segundo, que existen
momentos históricos en que al socialista se le exige una ruptura con cualquier legalidad;
tercero que, aun en la Rusia feudal, Dobroliubov y Chernishevski sabían decir la verdad,
sea pasando en silencio el manifiesto del 19 de febrero de 1861, sea burlándose de los
liberales de entonces que decían discursos idénticos a los de Turati y de Kautsky, sea
ridiculizándolos.

En el artículo siguiente pasaremos al pacifismo francés que encontró su expresión en las


resoluciones de dos congresos de organizaciones obreras y socialistas de Francia,
recientemente celebrados.

ARTICULO (O CAPITULO) III


EL PACIFISMO DE LOS SOCIALISTAS Y SINDICALISTAS FRANCESES

Acaban de clausurarse los congresos de la C.G.T. francesa (Confédération Générale du


Travail)[2] y del Partido Socialista Francés[3]. Aquí se delineó con particular nitidez el
significado y el papel auténticos que desempeña en el momento actual el pacifismo
socialista.

He aquí la resolución del congreso sindical, adoptada unánimemente tanto por la


mayoría de los chovinistas furiosos, con el tristemente famoso Jouhaux a la cabeza,
como por el anarquista Broutechoux y . . . el "zimmerwaldista" Merrheim:

"La conferencia de las federaciones gremiales nacionales, de las uniones de los


sindicatos, de las bolsas de trabajo, habiéndose notificado de la Nota del Presidente de
los Estados Unidos que 'invita a todas las naciones que se encuentran actualmente en
guerra a exponer públicamente sus puntos de vista sobre las condiciones en las que se le
podría poner fin'; --

"solicita del gobierno francés, otorgue su conformidad a dicha propuesta;

"invita al gobierno a asumir la iniciativa de intervenir ante sus aliados para apresurar la
hora de la paz;

"declara que la federación de naciones, que es una de las garantías de la paz definitiva,
puede ser asegurada sólo a condición de que todas las naciones, tanto pequeñas como
grandes, sean independientes, territorialmente inviolables y política y económicamente
libres.

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"Las organizaciones representadas en la conferencia asumen la obligación de apoyar y
difundir esa idea entre las masas obreras para que cese la situación indefinida, ambigua,
que sólo beneficia a la diplomacia secreta contra la cual siempre se rebeló la clase
obrera".

He aquí un ejemplo de un pacifismo "puro" muy al estilo de Kautsky, de un pacifismo


aprobado por una organización oficial de obreros que nada tiene de común con el
marxismo y que está formada en su mayoría por chovinistas. Tenemos ante nosotros un
documento descollante y que merece la más seria atención, el documento de la
unificación política ds los chovinistas y de los kautskianos, basado en una huera
fraseología pacifista. Si en el artículo precedente hemos intentado mostrar en qué
consiste la base teórica de la unidad de opiniones de chovinistas y de pacifistas, de
burgueses y de reformistas socialistas, vemos ahora esa unidad realizada en la práctica
en otro país imperialista.

En la Conferencia de Zimmerwald, 5-8. IX. 1915, Merrheim declaró: "Le parti, les
Jouhaux, le gouvernement, ce ne sont que trois tetes sous un bonnet " ("El partido, los
señores Jouhaux, el gobierno, no son sino tres cabezas bajo un mismo bonete", es decir
son una misma cosa). En la Conferencia de la C.G.I. del 26 de diciembre de 1916
Merrheim vota, junto con Jouhaux, la resolución pacifista. El 23 de diciembre de 1916
uno de los órganos más francos y extremos de los socialimperialistas alemanes, el
periódico de Chemnitz Volksstimme, inserta el artículo editorial: "Descomposición de
los partidos burgueses y restablecimiento de la unidad socialdemócrata". En ese artículo
se alaba, naturalmente, el espíritu de paz de Sudekum, Legien, Scheidemann y Cía., de
toda la mayoría del Partido Socialdemócrata Alemán, como también del gobierno
alemán, y se proclama que "el primer congreso del Partido con vocado después de la
guerra debe restablecer su unidad, excepción hecha de los poco numerosos fanáticos
que rehusan pagar las cuotas del Partido" (¡es decir de los adictos a Karl Liebknecht!),
"-- restablecer la unidad del Partido sobre la base de la política de la dirección del
partido, de la fracción socialdemócrata del Reichstag y de los sindicatos".

Con una claridad meridiana se expresa aquí la idea y se proclama la política de la


"unidad" entre los socialchovinistas abiertos de Alemania con Kautsky y Cía., y el
"Grupo Socialdemócrata del Trabajo" -- unidad basada en frases pacifistas --, ¡"unidad"
como la realizada en Francia el 26 de diciembre de 1916 entre Jouhaux y Merrheim!

El órgano central del Partido Socialista Italiano Avanti! escribe en su nota editorial del
28 de diciembre de 1916:

"Si bien Bissolati y Sudekum, Bonomi y Scheidemann, Sembat y David, Jouhaux y


Legien pasaron al campo del nacionalismo burgués y traicionaron (hanno tradito ) la
unidad ideológica de los internacionalistas a la cual prometieron servir en cuerpo y
alma, nosotros nos quedaremos junto a nuestros camaradas alemanes tales como
Liebknecht, Ledebour, Hoffman, Meyer, a nuestros camaradas franceses tales como
Merrheim, Blanc, Brizon, Raffin-Dugens, quienes no cambiaron ni vacilaron".

Ved qué confusión se produce:

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Bissolati y Bonomi fueron expulsados por reformistas y chovinistas, del Partido
Socialista Italiano aún antes de la guerra. Avanti! los coloca en el mismo nivel que a
Sudekum y a Legien, y con toda razón por cierto; pero Sudekum, David y Legien están
a la cabeza del pretendido partido socialdemócrata de Alemania, socialchovinista de
hecho, y el mismo Avanti! se rebela contra su expulsión, contra la ruptura con ellos,
contra la formación de la III Internacional. Avanti! anuncia, y con justa razón, que
Legien y Jouhaux se han pasado al campo del nacionalismo burgués, oponiéndolos a
Liebknecht y a Ledebour, a Merrheim y a Brizon. Pero nosotros vemos que Merrheim
vota junto con Jouhaux y que Legien manifiesta, por boca de Volksstimme de
Chemnitz, su certidumbre en el restablecimiento de la unidad del Partido, con la única
excepción de los correligionarios de Liebknecht, esto es, ¡¡"unidad" junto con el "Grupo
Socialdemócrata del Trabajo" (Kautsky inclusive) al cual pertenece Ledebour!!

Esa confusión es originada por el hecho de que Avanti! confunde el pacifismo burgués
con el internacionalismo socialdemócrata revolucionario, mientras que politiqueros tan
experimentados como Legien y Jouhaux han comprendido magníficamente la identidad
del pacifismo socialista y la del pacifismo burgués.

¡Cómo no han de regocijarse el señor Jouhaux y su periódico chovinista La Bataille [4]


con motivo de la "unanimidad" de Jouhaux y de Merrheim, cuando, en la resolución
adoptada unánimemente y citada por nosotros íntegramente, no hay de hecho
absolutamente nada, salvo frases pacifistas burguesas, no hay ni sombra de conciencia
revolucionaria, ni una sola idea socialista!

¿No es ridiculo acaso hablar de "libertad económica de todas las naciones, tanto
pequeñas como grandes", pasando en silencio aquello de que mientras no se derroquen
los gobiernos burgueses y no se expropie a la burguesía, esa "libertad económica" es un
engaño del pueblo, del mismo modo que las frases referentes a la "libertad económica"
de los ciudadanos en general, de los pequeños campesinos y de los ricos, de los obreros
y de los capitalistas, en la sociedad contemporánea?

La resolución por la cual votaron unánimemente Jouhaux y Merrheim está totalmente


impregnada por las ideas del "nacionalismo burgués", que Avanti! destaca
acertadamente en Jouhaux, pero que Avanti! extrañamente no ve en Merrheim.

Los nacionalistas burgueses han hecho alarde, siempre y en todas partes, de frases
"generales" sobre una "federación de naciones" en general, sobre la "libertad económica
de todas las naciones grandes y pequeñas". Los socialistas, a diferencia de los
nacionalistas burgueses, decían y dicen: perorar acerca de la "libertad económica de las
naciones grandes y pequeñas" es una hipocresía repugnante, en tanto que unas naciones
(por ejemplo Inglaterra y Francia) coloquen en el extranjero, es decir, concedan
préstamos con intereses usurarios a las naciones pequeñas y atrasadas, miles y miles de
millones de francos de capital y las naciones pequeñas y débiles se encuentren bajo su
yugo.

Los socialistas no podrían dejar, sin una protesta decidida, una sola frase de aquella
resolución, por la cual votaron unánimemente Jouhaux y Merrheim. Los socialistas
hubieran declarado, en contraposición abierta a dicha resolución, que el discurso de
Wilson es una evidente mentira e hipocresia, pues Wilson es un representante de la

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burguesia que ha ganado miles de millones en la guerra, es el jefe de un gobierno que
llevó hasta la locura la acción armamentista de los Estados Unidos, con fines
manifiestos de una segunda gran guerra imperialista; que el gobierno burgués francés,
atado de pies y manos por el capital financiero, del cual es esclavo, y por los tratados
imperialistas secretos enteramente rapaccs y reaccionarios, con Inglaterra, Rusia, etc.,
no está en condiciones de decir ni de hacer otra cosa que lanzar las mismas mentiras
sobre la cuestión de una paz democrática y "justa"; que la lucha por una paz semejante
consiste, no en la repetición de frases pacifistas generales, estériles, insustanciales,
bondadosas y melifluas, que a nada obligan y que sólo embellecen en la práctica la
ruindad imperialista, sino en declarar a los pueblos la verdad, precisamente en
declarársela a los pueblos: para obtener una paz justa y democrática es preciso derrocar
a los gobiernos burgueses de todos los países beligerantes y aprovechar para ello el
hecho de que millones de obreros están armados, como también la exasperación general
de las masas de la población, provocada por la carestía de la vida y por los horrores de
la guerra imperialista.

Eso es lo que deberían haber dicho los socialistas en lugar de la resolución de Jouhaux y
de Merrheim.

¡¡El Partido Socialista Francés, en su congreso que se realizó en París simultáneamente


con el de la C.G.T., no sólo no dijo eso, sino que adoptó una resolución aún peor, por
2.838 votos contra 109 y 20 abstenciones, es decir, con el bloque de los
socialchovinistas (Renaudel y Cía., los así llamados majoritaires, los partidarios de la
mayoría) y de los longuetistas (partidarios de Longuet, kautskianos franceses)!! ¡¡AI
mismo tiempo votaron por esa resolución el zimmerwaldista Bourderon y el kienthalista
Raffin-Dugens!!

No citaremos el texto de esa resolución pues es excesivamente larga y carece en


absoluto de interés: en ella figuran a la par las frases bondadosas y melifluas acerca de
la paz y la declaración de estar dispuestos a seguir apoyando la así llamada "defensa de
la patria" en Francia, es decir, de seguir apoyando la guerra imperialista en la que
Francia está aliada con bandidos aún más fuertes y más grandes, tales como Inglaterra y
Rusia.

La unificación de los socialchovinistas con los pacifistas (o kautskianos) en Francia, y


con parte de los zimmerwaldistas, se convirtió, por consiguiente, en un hecho, no sólo
en la C.G.T. sino también en el Partido Socialista.

ARTICUL0 (0 CAPITUL0) IV
ZIMMERWALD EN LA ENCRUCIJADA

El 28 de diciembre llegaron a Berna los periódicos franceses con el informe referente al


Congreso de la C.G.T. y el 30 de diciembre apareció, en los periódicos socialistas de

121
Berna y de Zurich, un nuevo llamamiento de la I. S. K. de Berna ("Internationale
Sozialistische Kommission"), Comisión Socialista Internacional, órgano ejecutivo de la
unión zimmerwaldiana. En ese llamamiento, fechado a fines de diciembre de 1916, se
habla de la propuesta de paz por parte de Alemania como también de Wilson y de otros
países neutrales. A estas manifestaciones gubernamentales las llaman, y con justa razón,
"comedia de la paz", "juego para burlar a los propios pueblos", "gesticulaciones
pacifistas e hipocritas de los diplomáticos".

A esta comedia y a esta mentira se les contrapone, como "única fuerza" capaz de lograr
la paz, etc., la "firme voluntad" del proletariado internacional de "dirigir las armas no
contra sus hermanos, sino contra el enemigo que está en su propio país".

Las citas mencionadas nos muestran manifiestamente dos políticas diferentes en su raíz
que, hasta el presente, parecían lievarse de acuerdo dentro de la unión zimmerwaldiana
y que ahora se han separado definitivamente.

Por una parte, Turati dice definidamente, y con toda justicia, que la propuesta de
Alemania, de Wilson, etc., sólo es la "paráfrasis " del pacifismo "socialista" italiano. La
declaración de los socialchovinistas alemanes y la votación de los franceses demuestran
que tanto unos como otros han apreciado perfectamente la utilidad del encubrimiento
pacifista de su política.

Por otra parte, el llamamiento de la Comisión Socialista Internacional da el nombre de


comedia y de hipocresía al pacifismo de todos los gobiernos neutrales y beligerantes.

Por una parte, Jouhaux se une con Merrheim; Bourderon, Longuet y Raffin-Dugens, con
Renaudel, Sembat y Thomas; y los socialchovinistas alemanes Sudekum, David,
Scheidemann, proclaman el próximo "restablecimiento de la unidad socialdemócrata"
con Kautsky y con el "Grupo Socialdemócrata del Trabajo".

Por otra parte, el llamamiento de la Comisión Socialista Internacional invita a las


"minorías socialistas" a luchar enérgicamente contra "sus gobiernos" "y contra sus
socialpatriotas mercenarios" (Söldlinge ).

O esto o aquello.

¿Desenmascarar todo lo insustancial, lo absurdo, lo hipócrita del pacifismo burgués o


bien "parafrasear" su pacifismo "socialista"? ¿Luchar contra los Jouhaux y los
Renaudel, contra los Legien y los David como "mercenarios" de los gobiernos, o bien
unirse con ellos sobre la base de las declamaciones pacifistas y vacías de molde francés
o alemán?

Esta es la línea divisoria según la cual se produce la separación entre la derecha de


Zimmerwald, que se rebeló siempre y con todas sus fuerzas contra una escisión con los
socialchovinistas, y su izquierda, que ya en Zimmerwald mismo no en vano tuvo buen
cuidado de marcar abiertamente un límite con la derecha, de intervenir, en la
conferencia y después de ella, en la prensa, con una plataforma distinta. La proximidad
de la paz, o aunque sea la discusión intensiva del problema de la paz por algunos
elementos burgueses, originó, no por mera casualidad sino inevitablemente, una

122
separación particularmente manifiesta entre una política y la otra. Porque a los pacifistas
burgueses y a sus imitadores o remedadores "socialistas" la paz se les figuraba y figura
como algo en principio distinto en el sentido de que la idea: "la guerra es la
continuación de la política de paz, la paz es la continuación de la política de guerra",
nunca fue comprendida por los pacifistas de ambos matices. Que la guerra imperialista
de los años 1914-1917 es la continuación de la política imperialista de los años 1898-
1914, si no lo es también de un período anterior, no quisieron ni quieren verlo los
burgueses ni los socialchovinistas. Que la paz puede ser ahora, a no ser que se
derroquen revolucionariamente los gobiernos burgueses, sólo una paz imperialista que
prolongue la guerra imperialista, eso no lo ven los pacifistas, sean éstos burgueses o
socialistas.

Así como para emitir una apreciación de la guerra actual se han empleado frases
estrechas, vulgares y sin sentido sobre la agresión o la defensa en general, así también
respecto de la paz se emplean lugares comunes de filisteos, olvidando la situación
histórica concreta, la realidad concreta de la lucha entre las potencias imperialistas. Y
era natural que los socialchovinistas, esos agentes de los gobiernos y de la burguesía
dentro de los partidos obreros, aprovecharan la proximidad de la paz, incluso las
conversaciones sobre la paz, para esfumar la profundidad de su reformismo y de su
oportunismo, puesta de manifiesto por la guerra, para restablecer su quebrantada
influencia sobre las masas. De ahí que los socialchovinistas, como ya lo hemos visto,
tanto en Alemania como en Francia, traten con renovados esfuerzos de "unirse" con la
parte pacifista, vacilante y sin principios de la "oposición".

También dentro de la unión zimmerwaldiana se harán, probablemente, tentativas para


esfumar la división de dos líneas políticas irreconciliables. Se pueden prever dos tipos
de tentativas La conciliación "práctica" consistirá simplemente en mezclar
mecánicamente las sonoras frases revolucionarias (tales como por ejemplo las
contenidas en el llamamiento de la Comisión Socialista Internacional) con las prácticas
pacifista y oportunista. Así sucedió en la II Internacional. Las frases
archirrevolucionarias contenidas en los llamamientos de Huysmans y Vandervelde y en
algunas resoluciones de los congresos sólo encubrían la práctica archioportunista de la
mayoría de los partidos europeos, sin transformarla, sin socavarla, sin luchar contra ella.
Es dudoso que, dentro de la unión zimmerwaldiana, esa táctica pueda lograr un nuevo
éxito.

Los "conciliadores de principios" intentarán of recer una falsificación del marxismo


bajo la forma de una reflexión tal como, por ejemplo: que las reformas no excluyen la
revolución; que la paz imperialista, con determinadas "mejoras" de las fronteras entre
las nacionalidades, o del derecho internacional, o del presupuesto para los armamentos,
etc., es posible, a la par de un movimiento revolucionario, como "uno de los aspectos
del desarrollo" de este movimiento; y así sucesivamente, y etc.

Eso sería falsificación del marxismo. Por cierto, las reformas no excluyen la revolución.
Sin embargo no se trata ahora de eso, sino de que los revolucionarios no se excluyan a sí
mismos frente a los reformistas, es decir, de que los socialistas no sustituyan su labor
revolucionaria por la reformista. Europa pasa por una situación revolucionaria. La
guerra y la carestía la aguzan. La transición de la guerra a la paz no la suprime
necesariamente, porque de ningún lado deriva que los millones de obreros, que tienen
en su poder un armamento excelente, permitan indispensable e incondicionalmente que
123
la burguesía los "desarme en forma pacífica" en lugar de seguir el consejo de
Liebknecht, esto es, en lugar de dirigir las armas contra su propia burguesía.

La cuestión no es como la plantean los pacifistas, los kautskianos: o bien la campaña


política reformista o bien el rechazo de las reformas. Eso es una manera burguesa de
plantear el asunto. De hecho el problema está planteado así: o bien la lucha
revolucionaria cuyo producto colateral, en caso de un éxito incompleto, suelen ser las
reformas (eso lo demostró la historia de las revoluciones en todo el mundo), o bien nada
más que conversaciones acerca de las reformas y de las promesas de reformas.

El reformismo de Kautsky, de Turati, de Bourderon, que se presenta ahora en forma de


pacifismo, no sólo deja de lado la cuestión de la revolución (esto ya es traicionar al
socialismo), no sólo renuncia en la práctica a toda labor revolucionaria sistemática y
sostenida, sino que llega a declarar que las manifestaciones callejeras son una aventura
(Kautsky en Neue Zeit el 26 de noviembre de 1915), llega hasta el punto de defender y
realizar la unidad con los adversarios francos y decididos de la lucha revolucionaria, los
Sudekum, los Legien, los Renaudel, los Thomas, etc. y etc.

Ese reformismo es absolutamente incompatible con el marxismo revolucionario, que


está obligado a aprovechar, en todos sus aspectos, la presente situación revolucionaria
en Europa para hacer una prédica directa de la revolución, del derrocamiento de los
gobiernos burgueses, de la conquista del Poder por el proletariado armado, sin renunciar
ni negarse a utilizar las reformas, para el desarrollo de la lucha por la revolución y en el
curso de la misma.

Veremos en un futuro próximo cómo se desenvolverá en general el proceso de los


acontecimientos en Europa, la lucha del reformismo-pacifismo con el marxismo
revolucionario en particular, y dentro de ésta, la lucha entre los dos sectores de la unión
zimmerwaldiana.

Firmado: N. L.

León Trotsky

La Guerra y la Internacional

(1914)

124
Escrito: En 1914 durante la estadía de dos meses de Trotsky en Zurich, a la cual había
llegado apresuradamente de Viena, el 3 de agosto, día en el cual Alemania le declaró la
guerra a Francia.
Primera publicación: En ruso se publicó en forma de una serie de articulos el
periódico Golos publicado por Martov en París, a partir de noviembre de 1914. En
Alemania salió con el tílo Der Krieg und die Internationale y le ganó al autor una
condena in absentia.
Digitalización: Partido Obrero Socialista Internacionalista (POSI), 2002.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, enero de 2003. (Revisada y corregida, febrero
de 2014)

Prefacio del autor:


INTRODUCCION AL ESTUDIO DEL BOLCHEVISMO

Las fuerzas productivas que el capitalismo desarrolló han desbordado los límites del
estado.

El estado nacional, la forma política actual, es demasiado estrecha para la explotación


de esas fuerzas productivas. Y por esto, la tendencia natural de nuestro sistema
económico, busca romper los límites del estado. El globo entero, la tierra y el mar, la
superficie y también la plataforma submarina, se han convertido en un gran taller
económico, cuyas diversas partes están reunidas inseparablemente entre sí.

Este trabajo ha sido hecho por el capitalismo. Pero al hacerlo, los estados capitalistas
fueron arrastrados a la lucha por el predominio del mundo que emprendió el sistema
económico capitalista en provecho de los intereses de la burguesía de cada país. Lo que
la política imperialista ha demostrado, antes que nada, es que el viejo estado nacional
creado en las revoluciones y. guerras de 1785-1815, 1848-1859, 1864-1866 y 1870, ha
sobrevivido y es hoy un obstáculo intolerable para el desenvolvimiento económico.

La presente guerra es en el fondo una sublevación de las fuerzas productivas contra la


forma política de nación y estado. Y esto significa el derrumbe del estado nacional
como una unidad económica independiente.

La nación debe continuar existiendo como un hecho cultural ideológico y psicológico,


pero ha sido privada de sus bases económicas. Toda disquisición sobre el actual choque
sangriento en el sentido de que es una acción de defensa nacional, es o bien hipocresía o
bien ceguera. Por el contrario, el significado real y objetivo de la guerra es el
aniquilamiento de los actuales centros nacionales económicos y su sustitución por una
125
economía mundial. Pero el camino que los gobiernos proponen para resolver el
problema del imperialismo no es a través de la inteligente y organizada cooperación de
todos los. productores de la humanidad, sino su realización por medio de la explotación
del sistema económico mundial por la clase capitalista del país victorioso, la cual será
así transformada de gran poder nacional en poder mundial.

La guerra proclama la caída del estado nacional a la vez que la caída del sistema
capitalista de economía. Por medio del estado nacional el capitalismo ha revolucionado
completamente el sistema económico del mundo. Ha dividido toda la tierra entre las
oligarquías de los grandes poderes, alrededor de las cuales estaban agrupados los
estados satélites y las pequeñas naciones que vivían. al margen de las rivalidades de los
grandes. El desarrollo futuro de la economía mundial sobre la base capitalista significa
una lucha sin tregua por nuevos campos de explotación capitalista, los cuales deben ser
obtenidos de una misma fuente: la tierra. La rivalidad económica, bajo la bandera del
militarismo, es acompañada por el robo y la destrucción, los cuales violan los principios
más elementales de la economía humana. La producción mundial se subleva no
solamente contra la confusión producida por divisiones nacionales y de estado, sino
también contra la organización económica capitalista, convertida hoy en un gran caos de
desorganización.

La guerra de 1914 es la más colosal caída en la historia de un sistema económico


destruido por sus propias contradicciones internas.

Todas las fuerzas históricas cuya labor ha sido guiar a la sociedad burguesa, hablar en
su nombre y explotar, han declarado su bancarrota histórica en esta guerra. Esas fuerzas
defendían el sistema capitalista como un sistema de civilización humana, y la catástrofe
surgida de este sistema es principalmente su catástrofe. La primera oleada de
acontecimientos exaltó a los gobiernos nacionales y a los ejércitos a un nivel jamás
alcanzado. Por el momento las naciones se ubicaron alrededor de ellos. Pero lo terrible
será el aplastamiento de los gobiernos, cuando los pueblos, ensordecidos por el tronar
de los cañones, se den cuenta, en toda su verdad y horror, de los acontecimientos que
en. este momento se desarrollan.

La reacción revolucionaria de las masas será más poderosa cuanto más grande sea el
cataclismo que la Historia descargue sobre ellas.

El capitalismo ha creado las condiciones materiales. de un nuevo sistema económico


socialista. El imperialismo ha llevado a las naciones capitalistas a ese caos histórico. La
guerra de 1914 muestra el camino para salir de este caos, impulsando violentamente al
proletariado hacia el camino de la revolución.

Para los países de Europa económicamente atrasados la guerra trae aparejados, en


primer lugar, problemas primarios de origen histórico, problemas de democracia y
unidad nacional. Esto es lo que ocurre en gran medida en el caso del pueblo ruso,
Austria-Hungría y la península balcánica.

Pero estas tardías cuestiones históricas, las que fueron legadas a la época actual corno
una herencia del pasado, no alteran el carácter esencial de los acontecimientos. No son
las aspiraciones de los serbios, polacos, rumanos o finlandeses los que han movilizado a

126
25 millones de soldados y los han llevado a los campos de batalla, sino los intereses
imperialistas de la burguesía de las grandes potencias. Es el imperialismo quien ha
trastocado totalmente el statu quo europeo mantenido durante 45 años, y quien ha
levantado viejos problemas que la revolución burguesa demostró no poder resolver.

Aún en la época actual es totalmente imposible tratar estas cuestiones entre las
potencias.

Su naturaleza no tiene carácter independiente. La creación de relaciones normales de


vida nacional y desarrollo económico en la península balcánica es inadmisible si el
zarismo y Austria-Hungría siguen existiendo. El zarismo es ahora el indispensable
almacén militar para el imperialismo financiero de Francia y el poder colonial
conservador de Inglaterra. Austria-Hungría es el principal apoyo del imperialismo
alemán. La guerra, aunque originada por choques entre familias privadas, entre los
nacionalistas y terroristas serbios y la policía política de los Habsburgo, muy pronto
reveló su verdadero y fundamental carácter: una lucha de vida o muerte entre Alemania
e Inglaterra. Mientras los bobos e hipócritas hablan de defensa, de libertad nacional e
independencia, la guerra angloalemana es hecha verdaderamente en pro de la libertad de
explotación imperialista de los pueblos de la India y de Egipto por una parte, y de la
división imperialista de los pueblos de la tierra por la otra.

Alemania comienza su desarrollo capitalista sobre una base nacional y con la


destrucción de la hegemonía continental de Francia en el año 1870-1871. Ahora que el
desarrollo de la industria alemana sobre una base nacional la ha convertido en el primer
poder capitalista del mundo, se encuentra en colisión con la hegemonía de Inglaterra en
el curso de su desarrollo ulterior. La completa e ilimitada dominación del continente
europeo parece para Alemania el indispensable requisito del derrumbe de su enemiga
mundial. Por esto, lo primero que la Alemania imperialista inscribe en su programa a es
la creación de una liga de naciones de la Europa central; Alemania, Austria-Hungría, la
península balcánica y Turquía, Holanda, los países escandinavos, Suiza, Italia y, si fuese
posible, las debilitadas Francia, España y Portugal, servirán para constituir una unión
económica y militar, una gran Alemania bajo la hegemonía del actual estado alemán.

Este programa, que ha sido cuidadosamente elaborado por los economistas, políticos,
juristas y diplomáticos del imperialismo alemán y llevado a la realidad por sus
estrategas, es la prueba más clara y la más elocuente expresión del hecho de que el
capitalismo se ha extendido más allá de sus límites del estado nacional y se siente
limitado de manera intolerable dentro de sus fronteras. El gran poder nacional tiene que
acabar, y en su lugar debe surgir el poder mundial imperialista.

En estas circunstancias históricas, la clase trabajadora, el proletariado, no puede tener


interés en defender la supervivencia de la anticuada “patria” nacional., que se ha
convertido en el principal obstáculo para el desarrollo económico. La tarea del
proletariado es la de crear una patria mucho más poderosa, con mucha más fuerza de
resistencia: los Estados Unidos republicanos de Europa, como base de los Estados
Unidos del mundo.

127
El único camino por el cual el proletariado puede hacer frente al capitalismo
imperialista es oponiéndole como programa práctico del día la organización socialista
de la economía mundial.

La guerra es el método por el cual el capitalismo, en la cumbre de su desarrollo, busca


la solución de sus insalvables contradicciones. A este método, el proletariado debe
oponer su propio método: el de la revolución social.

La cuestión balcánica y la del derrumbe del zarismo, propuesto a nosotros por la Europa
de ayer, puede ser resuelto solamente por un camino revolucionario, en unión con el
problema de la Europa unida del mañana. La inmediata y urgente tarea de la social
democracia rusa, a la cual el autor pertenece, es la lucha contra el zarismo.

Lo que el zarismo busca ante todo en Austria-Hungría y los Balcanes es un mercado


para sus métodos políticos de saqueo, robo y actos de violencia. La burguesía rusa,
continuando el camino de sus radicales intelectuales, se ha desmoralizado totalmente
con el tremendo crecimiento de la industria en los últimos cinco años, y ha entrado en
un acuerdo sangriento con la dinastía, la cual tiene que asegurar a los impacientes
capitalistas rusos su parte en el botín mundial por nuevos robos terrestres. Mientras el
zarismo asaltaba y devastaba la Galitzia privándola hasta de los jirones y andrajos de
libertad que le habían garantizado los Habsburgo, mientras desmembraba a la
infortunada Persia, y desde el rincón del Bósforo trataba de echar la cuerda al cuello de
los pueblos balcánicos, dejaba al liberalismo, al que despreciaba, la tarea de ocultar sus
robos, a la vez que se entretenía en repugnantes declaraciones sobre la defensa de
Bélgica y Francia. El año 1914 señala la completa bancarrota del liberalismo ruso y
hace del proletariado ruso el único campeón de la guerra de liberación. Esto convierte
definitivamente a la revolución rusa en una parte integral de la revolución social del
proletariado europeo.

En nuestra guerra contra el zarismo, en la cual nunca hemos conocido una tregua
“nacional”, jamás buscamos la ayuda del militarismo de los Habsburgo ni de los
Hohenzollern, ni ahora tampoco lo buscamos. Conservamos una visión revolucionaria
lo suficientemente clara como para saber cómo la idea de la destrucción del zarismo
repugnaba al imperialismo alemán. El zarismo ha sido su mejor aliado en la frontera
oriental. Está unido a él por vínculos de estructura social y fines históricos. Aunque no
fuese así y se pudiese asegurar que por exigencias de las operaciones militares, el
imperialismo alemán dirigiera sus golpes contra el zarismo, perjudican¬do sus propios
intereses políticos, hasta en semejante caso, muy improbable, nos negaríamos a
considerar a los Hohenzollern como un aliado por simpatía o por identidad de fines
inmediatos. El destino de la revolución rusa está tan inseparable¬mente ligado con el
destino. del socialismo europeo y nosotros, socialistas rusos, estamos tan firme en el
terreno del internacionalismo, que no podemos, no debemos ni por un momento
acariciar La idea de comprar la dudosa libertad de Rusia por la segura libertad de
Bélgica y Francia y -lo quo es más importante aún- inocular al proletariado alemán y
austro-húngaro el virus del imperialismo.

Estamos unidos por muchos lazos a la democracia ale¬mana. Todos hemos pasado por
la escuela socialista alemana y aprendido lecciones, tanto de sus éxitos como de sus
equivocaciones. La social democracia alemana fue para nosotros no solo un partido de
la Internacional, fue el partido por excelencia. Siempre hemos conservado y fortalecido
128
el lazo fraternal quo nos une con la social democracia austro-húngara. Por otra parte,
siempre hemos sentido orgullo por el hecho de haber cooperado para ganar el derecho
político en Austria y despertar tendencias revolucionarias en la clase trabajadora
alemana. Esto costó más do una gota de sangre. hemos aceptado sin vacilar la ayuda
moral y material de nuestro viejo hermano, que se batió por los mismos fines que
nosotros del otro lado de nuestra frontera occidental.

Precisamente por este respeto, por el pasado y aún más por el futuro, el cual debe unir a
la clase trabajadora de Rusia con la clase trabajadora de Alemania y Austria, es por lo
que nosotros, indignados, rehusamos la ayuda “liberadora” que nos ofrecía el
imperialismo alemán en una caja do municiones de Krupp con el beneplácito -¡ay!-del
socialismo alemán. Y esperamos que la protesta indignada del socialismo ruso sea lo
bastante fuerte como para ser oída en Berlín y Viena.

El derrumbe de la Segunda Internacional es un hecho trágico, y sería .ceguera o


cobardía cerrar los ojos ante él. La posición adoptada por los franceses y por una gran
parte del socialismo inglés obedece en gran parte a esta caída, lo mismo que la posición
de la social democracia alemana y Austria. Si el presente trabajo se dirige
principalmente a la social democracia alemana, es solamente porque el partido alemán
era el más fuerte, de más influencia y, en principio, el miembro más básico del mundo
socialista. Su histórica capitulación revela claramente las causas de la caída de la
Segunda Internacional.

A primera vista, puede parecer que las probabilidades social-revolucionarias del futuro
son en general ilusorias. La insolvencia de los viejos partidos socialistas ha venido a ser
catastróficamente aparente. ¿Por qué debemos tener fe en la futura acción del
socialismo? El escepticismo, aunque es muy natural, conduce, sin embargo, a una
conclusión errónea, pues deja de lado la buena voluntad de la historia, así como otras
veces nos hemos inclinado a ignorar su mala voluntad, la cual se ha demostrado tan
cruelmente ahora con el destino que le ha cabido a la Internacional.

La guerra presente señala el derrumbe de los estados nacionales. Los partidos socialistas
de la época que ahora concluye fueron partidos nacionales. Ellos quedaron. apresados
en el engranaje de los estados nacionales con todas las diferentes partes de sus
organizaciones, con todas sus actividades y con su psicología. En oposición a las
solemnes declaraciones en sus congresos, se levantaron en defensa del estado
conservador cuando el imperialismo, crecido en el suelo nacional, comenzó a demoler
las anticuadas barreras nacionales. Y en su histórica caída, los estados nacionales
también arrastraron consigo a los partidos socialistas nacionales.

No es el socialismo el que ha ido abajo sino su temporalmente histórica forma externa.


La idea revolucionaria comienza a vivir nuevamente, arrojando su viejo y rígido
caparazón. Este caparazón está hecho de seres humanos, de toda una generación de
socialistas que se han petrificado en abnegación y en trabajos de agitación y
organización o durante un período de varias décadas de reacción política y han caído
dentro de los hábitos y opiniones del oportunismo nacional o posibilismo. Todos los
esfuerzos para salvar la Internacional sobre la vieja base., por medio de métodos
diplomáticos personales y concesiones mutuas, no ofrecen ninguna esperanza. El viejo
topo de la historia está ahora excavando sus pasadizos demasiado bien y nadie tiene el
poder de detenerle.
129
Así como los estados nacionales se han convertido en un obstáculo para el desarrollo de
las fuerzas productivas, también los viejos partidos socialistas se han convertido en el
principal impedimento para el movimiento revolucionario de la ciase trabajadora. Fue
preciso que demostraran hasta la saciedad su atraso extremo, que desacreditaran sus
métodos, completamente inadecuados y rígidos y trajesen la vergüenza y el horror del
desacuerdo nacional sobre el proletariado para que la clase trabajadora pudiese
emanciparse, a través de esas terribles desilusiones, de los prejuicios y hábitos de
esclavitud del periodo de preparación y finalmente se convirtiera en lo que la voz de la
historia está ahora proclamando: la clase revolucionaria batiéndose por el poder.

La segunda internacional no ha existido en vano. Cumplió un gran trabajo cultural.


Nunca hubo algo igual en la historia. educó y unificó a las clases oprimidas. El
proletariado no necesita ahora empezar por el principio. Entra en el nuevo camino, pero
no con las manos vacías. La época pasada le ha legado un rico arsenal de ideas. Le ha
legado las armas de la crítica. La nueva época le enseñará al proletariado a combinar las
viejas armas de la crítica con la nueva crítica de las armas.

Este libro fue escrito con gran prisa, en condiciones muy poco favorables para un
trabajo sistemático. Una gran parte está dedicado a la vieja Internacional que se ha
derrumbado. Pero todo el libro, desde la primera a la última página, ha sido escrito con
la idea de la nueva Internacional constantemente en el pensamiento: la nueva
Internacional que ha de levantarse del actual cataclismo mundial, la Internacional del
último conflicto y de la victoria final.

León Trotsky.

___________________________

I.

LACUESTIÓN BALCÁNICA

“La presente guerra, por estar hecha contra el zarismo ruso y sus vasallos, se encuentra
dominada por una idea histórica. El ímpetu de esta gran idea histórica consagra los
campos de batalla de Polonia y del Este de Rusia. El estampido del cañón, el martilleo
de las ametralladoras y el empuje de la caballería, todo contribuye al robustecimiento
del programa democrático para la liberación de las naciones. Si el zarismo, aliado con
los poderes capitalistas de Francia y con una nación de mercachifles sin escrúpulos, no
hubiese conseguido sofocar la revolución de 1905, la actual matanza entre las naciones
habría podido ser evitada.”

130
“Una Rusia democrática no habría consentido el llevar a cabo esta guerra fútil y sin
escrúpulos. Las grandes ideas de libertad y de justicia hablan ahora el persuasivo
lenguaje de las ametralladoras y de la espada, y todo corazón susceptible de simpatía
por las causas justas y humanas, sólo puede desear que el poder del zarismo sea
destruido de una vez para siempre, y que las oprimidas nacionalidades de Rusia puedan
aún tener el derecho a. disponer de sus destinos.”

La cita anterior es del Nepszawa del 31 de agosto do 1914, el organo oficial del Partido
Socialista Húngaro. Hungría es el país cuya vida interna se construyó sobre la base de la
opresión de una minoría nacional, sobre la esclavitud de las clases trabajadoras y sobre
el parasitismo oficial y la usura de la casta gobernante de los grandes terratenientes. Es
el país en el que hombres parecidos a Tisza, son dueños de la situación, envueltos en la
piel de cordero del agrarismo, pero que proceden como bandidos políticos. En una
palabra: Hungría es el país más parecido a la Rusia gobernada por el zarismo.

Esta afirmación, que es más ajustada que la hecha por el Nepszawa, el órgano socialista
de Hungría, ¿levantaría un clamor de entusiasmo ante la liberadora misión de los
ejércitos de Alemania y Austria-Hungría? ¿Quién que no fuera el conde Tisza, sentiría
el llamado en pro del “robustecimiento del programa democrático para la liberación de
las naciones”? ¿Quién podía aparecer para mantener muy altos los principios eternos de
la ley y la justicia en Europa, sino la turba de gobernantes de Budapest y los
desacreditados “panamistas”? ¿Acaso había de confiarse tal misión a la diplomacia sin
escrúpulos de la “pérfida Albión”, la nación de mercachifles?

La risa reemplaza a la indignación. La trágica inconsistencia de la política seguida por


la Internacional no sólo alcanzó su punto culminante en los artículos del pobre
Nepszawa; ellos nos desarman con su humorismo.

La serie actual de acontecimientos comienza con el ultimátum dirigido a Serbia por


Austria-Hungría. En este asunto no existía la más mínima razón para que la
socialdemocracia internacional tomase bajo su protección las intrigas de los serbios o
cualquiera de las insignificantes dinastías de la península balcánica. Todos ellos trataban
de ocultar sus aventuras políticas bajo el manto de las aspiraciones nacionales. Y mucho
menos motivo tenemos para dejarnos llevar por un arrebato de indignación moral, por el
hecho de que un joven fanático serbio respondiera a la política cobarde, criminal y vil
de las autoridades gubernativas de Viena y Budapest con un sangriento asesinato.[1]

No nos cabe la menor duda de una cosa; de que en la discusión entre la monarquía del
Danubio y el gobierno de Serbia, el derecho histórico, es decir, el derecho de
autodeterminación, estaba de parte de Serbia a semejanza de lo que pasaba con el
derecho de Italia en el año 1859. Detrás del duelo entre los canallas políticos imperiales
y los terroristas[2] de Belgrado, se oculta un sentido más profundo que las meras ansias
de los Karajorgevich o los crímenes de la diplomacia del zar. Por un lado, estaba la
exigencia imperialista de un estado nacional que ha perdido su vitalidad, y del otro, el
deseo de la nación serbia desmembrada de reintegrarse ella misma en una fusión
nacional y llegar a ser un estado con plenitud de derechos.

¿Y para esto nos hemos sentado tanto tiempo en la escuela del socialismo? ¿Para olvidar
las tres primeras letras del alfabeto democrático? Esta falta absoluta de memoria se pone

131
de manifiesto solamente después del 4 de agosto. Hasta esa fecha funesta,. los marxistas
alemanes demostraron que conocían muy bien lo que ocurría en el sureste de Europa.

El 3 de julio de 1914, después del asesinato de Sarajevo, escribía el Vorwärts:

“La revolución burguesa de los eslavos del sur se encuentra en su apogeo y el


pistoletazo do Sarajevo, a pesar de ser en sí mismo un acto salvaje, sin sentido, es como
un capítulo importante de esta revolución, tanto como las batallas mediante las cuales
los búlgaros, serbios y montenegrinos liberaban a la población de Macedonia del yugo
de la explotación feudal de los turcos. ¿Qué tiene de extraño quo los sureslavos de
Austria-Hungría pongan con vehemencia su mirada en sus hermanos de raza del reino
de Serbia? Los serbios han alcanzado en su país el punto culminante a que un pueblo
puede llegar en el presente orden social. Y todos los que llevaban el nombre de serbios
o croatas, en Viena o Budapest, eran tratados a puñetazos y patadas, se les aplicaba la
ley marcial y eran encarcelados... Hay allí siete millones y medio de sureslavos, los
cuales, a consecuencia de las victorias en los Balcanes, han aumentado más que nunca
en audacia, exigiendo sus derechos políticos. Y si el trono imperial de Austria continúa
resistiendo su impacto, se derrumbará, y todo el Imperio, con el cual nosotros hemos
enlazado nuestros destinos, se romperá en pedazos. La evolución histórica demuestra
que tales revoluciones nacionales marchan siempre derechas a la victoria.”

Si la socialdemocracia internacionalista, junto a su sector serbio, ofrecía una inflexible


resistencia a las reclamaciones nacionales de Serbia, no era ciertamente por los derechos
históricos de Austria-Hungría a oprimir y desintegrar las nacionalidades que viven
dentro de sus fronteras, ni mucho menos por la misión liberadora de los Habsburgo.

Hasta agosto de 1914, nadie, exceptuando los negros y amarillos, vendidos de la prensa,
se atrevía a murmurar una palabra sobre esto. Los socialistas eran influidos en su
conducta por diferentes motivos. Primero, el proletariado, a pesar de que no discutía el
derecho histórico de Serbia de esforzarse para conseguir su unión nacional, no podía
confiar la solución de este problema a los poderes que entonces regían los destinos del
reino serbio.

En segundo lugar (y esto para nosotros era un factor decisivo), la socialdemocracia


internacional no podía sacrificar la paz de Europa a la causa nacional de los serbios,
reconociendo, como lo hacían, que excepto mediante una revolución europea, el único
camino para que una unión semejante se realizara, era una guerra europea.

Pero desde el momento que Austria-Hungría llevaba el problema de su propio destino y


el do Serbia al campo de batalla, los socialistas no podían tener la menor duda de que el
progreso social y nacional sería herido más gravemente en el sudeste de Europa por una
victoria de los Habsburgo que por una victoria serbia.

En otras palabras, para nosotros, socialistas, no había la más pequeña razón para
identificar nuestra causa con la del ejército serbio.

Esta era la idea que animaba a los socialistas serbios Liapchevich y Katzlerovich,
cuando valerosamente decidieron votar contra los créditos de guerra.[3]

132
Pero seguramente nosotros tenemos aún menos razón para apoyar los derechos
puramente dinásticos de los Habsburgo y los intereses imperiales de las pandillas de
capitalistas feudales, contra la lucha nacional de los serbios. Sobre todo, la
socialdemocracia austro-húngara, la que invoca ahora las bendiciones sobre la espada de
los Habsburgo para la liberación de los polacos, ucranianos, fineses y rusos, debe antes
que nada. aclarar sus ideas sobre la cuestión serbia, la cual ha quedado tan enturbiada y
sin esperanza. El problema a resolver, sin embargo, no se limita solamente a! destino de
diez millones de serbios. El choque de las naciones europeas, nuevamente ha
reactualizado la cuestión balcánica.

La Paz de Bucarest, firmada en 1903, no resolvió ni los problemas nacionales, ni los


internacionales en el Cercano Este. Solamente intensificó, confundiéndolo más, el
resultado de las dos guerras balcánicas sin fin, que acabaron con el completo aunque
temporal agotamiento de las naciones que participaron en ellas.

Rumanía siguió en política el camino de Austria-Hungría, a pesar de las rumanescas


simpatías de su población, especialmente en las ciudades. Esto era debido, no tanto a
causas dinásticas, como por ejemplo al hecho de que un príncipe de Hohenzollern
ocupara el trono, sino más bien al peligro inminente de una invasión rusa. En 1879, el
zar de Rusia, en agradecimiento por la ayuda prestada por Rumanía durante la guerra
ruso-turca de “liberación”, seccionó del territorio rumano la provincia de Besarabia.

Este hecho tan elocuente robusteció suficientemente las simpatías de la dinastía de los
Hohenzollern de Bucarest. Pero las pandillas Magyar-Habsburgo lograron exasperar al
pueblo rumano contra ellos por su política de desnacionalización en Transilvania de una
población de tres millones de rumanos contra tres cuartos de millón en la provincia rusa
de Besarabia, y más tarde los enfrentaron a raíz de sus tratados comerciales, que eran
dictados por los intereses de una gran parte de los terratenientes austro-húngaros.

Esta es la razón de la entrada de Rumanía en la guerra :al lado del zar, a pesar de la
valerosa y activa agitación contra la participación en cualquiera de los beligerantes
llevada a cabo (por los socialistas) bajo la dirección de mis amigos Gherea y Rakovski,
participación de la que es culpable la clase gobernante de Austria-Hungría, que recoge
ahora la cosecha que sembró, tanto aquí como en otras partes.

Pero la cuestión no se resuelve con fijar la responsabilidad histórica. Mañana, en un


mes, en un año o más, la guerra traerá al primer término la resolución de los destinos de
los pueblos balcánicos y de Austria-Hungría, y el proletariado tendrá su contestación
para este problema.

La democracia europea del siglo XIX miraba con desconfianza la lucha por la
independencia que sostenían los Balcanes porque temían que el poder ruso fuera
fortalecido a expensas de Turquía. Sobre esto, Karl Marx escribía en 1853, en vísperas
de la guerra de Crimea:

“Se puede decir que cuanto más firmes se establezcan Serbia y su nacionalidad, más
relegada a un segundo plano quedará la influencia directa de Rusia sobre los eslavos
turcos; para mantener su posición como estado cristiano, Serbia tiene que importar sus
instituciones políticas y sus escuelas (...) de la Europa occidental.”[4]

133
Esta profecía ha sido brillantemente realizada con lo ocurrido actualmente en Bulgaria,
que fue creada por Rusia como una avanzada en los Balcanes. Tan pronto como
Bulgaria fue regularmente establecida como estado, se formó un fuerte partido antiruso,
bajo la dirección del antiguo discípulo ruso Stambulov, y este partido fue
suficientemente fuerte como para estampar su sello de hierro sobre la política extranjera
del joven estado.

Todo el mecanismo de los partidos políticos en Bulgaria está construido para permitirle
avanzar en medio de las dos combinaciones europeas sin estar obligada a entrar en.
ninguna de ellas, a menos que decida hacerlo de su. propio acuerdo. Rumanía se unió a
la alianza austro-alemana y Serbia desde 1903 se unió a Rusia, porque la una estaba
amenazada directamente por Rusia y la otra por Austria.

Cuanto más independientes estén los pueblos del Sureste de Europa de Austria-Hungría,
más efectivamente serán capaces de proteger su independencia contra el zarismo.

El equilibrio de poderes en los Balcanes, creado por el Congreso de Berlín en 1870,


estaba lleno de contradicciones. Limitados por las artificiales fronteras etnográficas,
colocados bajo el dominio de las dinastías importadas del semillero alemán, atados de
pies y manos por las intrigas de las grandes potencias, los pueblos balcánicos no podían
cesar en sus esfuerzos por lograr, poco a poco, su unidad nacional y su libertad.

La. política nacional de Bulgaria independiente fue naturalmente dirigida hacia


Macedonia, cuya población era bú1gara. El Congreso de Berlín la había dejado bajo la
dominación turca. Por otra parte, Serbia no tenía nada que desear en Turquía como no
fuera una pequeña banda de terreno, el saco de arena de Novi-Bazar. Sus intereses
nacionales estaban en el otro lado de la frontera austro-húngara, en Bosnia-
Herzegovina, Croacia, Eslavonia y Dalmacia. Rumanía no tenía intereses en el Sur,
donde estaba separada de la Turquía europea por Serbia y Bulgaria. La política de
expansión rumana fue dirigida hacia la Transilvania húngara y la Besarabia rusa.

Finalmente, la expansión nacional de Grecia, como la de Bulgaria, estaba en pugna con


Turquía.

La política austro-alemana, tendiente a la conservación artificial de la Turquía europea


se derrumbó; pero no fue a causa de las intrigas diplomáticas de Rusia, aunque estas no
faltaban. Se derrumbó por la inevitable marcha de su evolución. La península balcánica
había entrado en el camino del desarrollo capitalista, y este hecho fue el que planteó a la
historia presente el problema de la autodeterminación de la población balcánica como
estados nacionales. La guerra de los Balcanes dispuso de la Turquía europea, y esto creó
las condiciones necesarias para la solución de las cuestiones griega y búlgara. Pero
Serbia y Rumanía, cuya unidad nacional no podía ser realizada a expensas de Austria-
Hungría, encontraron resistencia en sus esfuerzos de expansión hacia el Sur, y fueron
compensadas a expensas de lo que etnográficamente pertenecía a Bulgaria: Serbia con
Macedonia y Rumania con la Dobrudja.

Este es el significado de la segunda guerra de los Balcanes y del Tratado de Paz de


Bucarest, por el cual se le puso término.

134
La mera existencia de Austria-Hungría, esa Turquía de la Europa central, obstruye el
camino al natural deseo de los pueblos del Sureste; les obliga a batirse constantemente
unos contra otros, y a buscar ayuda de afuera convirtiéndose así en instrumentos de las
dominaciones políticas de las grandes potencias. Solamente en medio de semejante caos
era posible para la diplomacia del zar tejer la trama cuyo último hilo era Constantinopla,
siendo una federación de los estados balcánicos económica y militar La única barrera
invencible para interponerse en la ambición del zarismo.

Ahora que la Turquía europea ha desaparecido, es Austria-Hungría la que estorba el


camino para una federación de los estados balcánicos; Rumanía, Bulgaria y Serbia
hubieran encontrado sus fronteras naturales, y se hubieran unido con Grecia y Turquía
sobre la base de intereses económicos comunes, formando una alianza defensiva.

Esto hubiera traído finalmente la paz en la península balcánica, ese volcán que
periódicamente amenazaba con sus erupciones a Europa y que la ha llevado a la
presente catástrofe.

Hasta hace un cierto tiempo, los socialistas tuvieron que resignarse a observar la manera
rutinaria con que la cuestión balcánica era tratada por los diplomáticos capitalistas,
quienes en sus conferencias y tratados secretos zurcían un agujero solamente para abrir
otro mayor.

Mientras este método dilatorio continuara retrasando la solución final, la Internacional


podía esperar que el arreglo de la sucesión de los Habsburgo sería motivo no para una.
guerra sino para una revolución europea.

Pero ahora que la guerra ha destruido el equilibrio de la Europa entera y que los poderes
rapaces tratan de modificar el mapa no sobre la base de los principios democráticos
nacionales sino sobre los de fuerza militar, la socialdemocracia debe llegar a la
inquietante conclusión: que uno de los principales obstáculos para la libertad, la paz y el
progreso, además del zarismo y el militarismo alemán, es la monarquía de los
Habsburgo como organización de estado.

El crimen del grupo socialista galiciano bajo la dirección de Daszijuski consiste, no solo
en colocar la causa polaca por encima del socialismo, sino también en unir el destino de
Polonia con la suerte del ejército austro-húngaro y el de la monarquía de los Habsburgo.

El proletariado socialista de Europa no podía aceptar semejante solución del problema.

Para nosotros, la unidad e independencia de Polonia es lo mismo que la unidad e


independencia de Serbia. No podemos ni queremos permitir que la cuestión polaca sea
resuelta por métodos que perpetúen el caos que ahora predomina en el sureste de Europa
y perturba el bienestar de toda Europa.

Para nosotros, socialistas, la independencia de Polonia significa su independencia en los


dos frentes, en el de los Romanov y en el de los Habsburgo. No solamente deseamos al
pueblo polaco la libertad de la opresión del zarismo sino que también deseamos que el
destino del pueblo serbio no dependa de la nobleza polaca de Galitzia.

135
Por ahora no necesitamos considerar qué tipo do relaciones tendría una Polonia
independiente con Bohemia, Hungría, La Federación Balcánica; pero es perfectamente
claro que un conjunto de pequeños estados en el Danubio y en la península. balcánica
constituiría una barrera más efectiva a los designios del zarismo en Europa que el débil
y caótico estado austro-húngaro, el cual prueba sus derechos a la existencia solamente
por sus continuos atentados a la paz de Europa.

En el artículo de 1853 citado anteriormente, Marx escribía lo siguiente sobre la cuestión


de Oriente: “Hemos visto que los hombres de estado europeos, en su obstinada
estupidez, petrificada rutina e indolencia intelectual hereditaria, retroceden ante toda
tentativa de responder a la pregunta: ¿Qué será de la Turquía europea? Contra La fuerza
impulsora que favorece el avance ruso hacia Constantinopla, se piensa emplear, corno
medio para alejarla de tal camino, la vacía teoría jamás llevada a cabo de mantener el
statu quo.

¿En qué consiste este statu quo? Para los cristianos súbditos de la Puerta, esto no
significa más que la perpetuación de su opresión por los turcos. Mientras ellos se
encuentren bajo el yugo del gobierno turco, han de mirar la iglesia griega, que gobierna
sesenta millones de cristianos cismáticos griegos, como su natural protectora y
libertadora”.

Lo que aquí se ha dicho de Turquía se puede aplicar, en un mayor grado, a Austria-


Hungría. La solución de la cuestión balcánica no se puede concebir sin la solución de la
cuestión austro-húngara, ya que ambas están comprendidas en la misma fórmula, tanto
la democrática federación del Danubio, como las naciones balcánicas.

“Los gobiernos, con sus viejos procedimientos diplomáticos —escribía Marx— nunca
resolverán La dificultad. Corno tantos otros problemas, la solución del problema turco
está reservado para la revolución europea”. Esta afirmación tiene tanta vigencia como
en los días en que fue escrita. Pero para que la revolución resuelva las dificultades que
se han acumulado en el transcurso de los siglos, necesita el proletariado su propio
programa para la resolución de la cuestión austro-húngara. Y este programa tiene que
oponerse enérgicamente, tanto al ansia de conquista del zarismo, como a los esfuerzos
conservadores y cobardes que mantienen el statu quo de Austria-Hungría.

II.

AUSTRIA - HUNGRIA

El zarismo ruso representa, indudablemente, una forma de organización estatal más


cruel y más bárbara que el débil absolutismo de Austria-Hungría, que ha ido
debilitándose por la decadencia propia de la vejez. Pero el zarismo ruso y el estado ruso
no son cosas idénticas. La destrucción del zarismo no significa la desintegración del

136
estado. Significa, por el contrario, su liberación y su fortalecimiento. Todas esas
afirmaciones relativas a que es necesario empujar a Rusia hacia el Asia, y que
encuentran eco hasta en ciertos órganos de la socialdemocracia, están basadas en un
mísero conocimiento de la geografía y de la etnografía. Cualquiera que sea la suerte que
puedan correr las diversas partes de la Rusia actual, Polonia rusa, Finlandia, Ucrania o
la Besarabia, la Rusia europea no dejará de existir como un territorio nacional ocupado
por una raza que se cuenta por muchos millones y que ha hecho notables conquistas en
su desenvolvimiento cultural durante el último cuarto de siglo.

Muy distinto es el caso de Austria-Hungría. Como organización del estado, se encuentra


identificado con la monarquía de los Habsburgo. Se mantiene o se derrumba con los
Habsburgo do la misma manera que la Turquía europea se encontraba ligada a la casta
feudal y militar otomana y cayó cuando esta casa fue destruida. Como un conglomerado
de fragmentos de razas animadas por una tendencia centrifuga, forzados a vivir juntos
por una dinastía, Austria-Hungría ofrece el cuadro más reaccionario que se puede
encontrar en el corazón de Europa. Su supervivencia después de la actual catástrofe
europea, no sólo retardaría el desenvolvimiento de los pueblos del Danubio y de los
Balcanes por muchos años, sino que provocaría la repetición de la guerra europea y
recrudecería la política zarista al apartarlos de la fuente de su alimentación espiritual.

Y si la socialdemocracia alemana se resigna ante la ruina de Francia considerándola


como un castigo por su alianza con el zarismo, entonces nosotros debemos aplicar el
mismo criterio a la alianza austroalemana. Y si la alianza de las dos democracias
occidentales con un zarismo despótico da un mentís a la prensa francesa e inglesa
cuando presenta la guerra como una liberación, entonces ¿no es igualmente arrogante, si
no lo es más, para la socialdemocracia alemana el hacer ondear la bandera de la libertad
sobre el ejército de los Hohenzollern, el ejército quo se está batiendo no sólo contra el
zarismo y sus aliados, sino también por la defensa de la monarquía de los Habsburgo?

Austria-Hungría es indispensable para Alemania, para la clase gobernante en Alemania,


tal como nosotros la conocemos. (Cuando la clase gobernante de los junker echó a
Francia en los brazos del zarismo a consecuencia de la anexión forzosa de la Alsacia-
Lorena y sistemáticamente enturbiaban sus relaciones con Inglaterra por el rápido
incremento de sus fuerzas navales; cuando rehusaban aprovechar todas las ocasiones
para establecer acuerdos con las democracias occidentales, porque esos recuerdos
implicaban la democratización de Alemania, se comprende que esta clase gobernante se
viese obligada a buscar ayuda en la monarquía austro-húngara, tomándola como una
fuente de reserva de fuerzas militares contra los enemigos en el este y en el oeste.

Conforme al punto de vista. alemán, la misión de la doble monarquía era emplear a


húngaros, polacos, rumanos, checos, rutenios, serbios e italianos como auxiliares al
servicio de la política militar alemana y de los junker. La clase gobernante en Alemania
se resignó fácilmente a la expatriación de diez o doce millones de alemanes, para que
estos doce millones formasen el eje en torno del cual los Habsburgo beneficiarían una
población no alemana de más de cuarenta millones. Una federación democrática de las
naciones independientes del Danubio habría convertido a estos pueblos en elementos
inútiles como aliados del militarismo alemán. Solo una monarquía en Austria-Hungría,
impuesta por el militarismo, podía convertir a estos países sin valor en lo contrario,
como aliados do los junker alemanes. La condición indispensable para esta alianza,
santificada por la unión de la dinastía de los Nibelungos, era la preparación militar de
137
Austria-Hungría, una condición que no podía cumplirse sino mediante la supresión
mecánica de las tendencias nacionales centrífugas.

Dado que Austria-Hungría está rodeada por todos lados por estados compuestos por las
mismas razas que tiene dentro de sus propias fronteras, su política exterior está
íntimamente unida a su política interna. Para tener siete millones de serbios y de
sureslavos dentro del marco do su propio estado militar, Austria-Hungría se ve forzada a
extinguir sus aspiraciones a un reino independiente de Serbia.

El ultimátum a Serbia era un paso decisivo en tal dirección. “Austria-Hungría dio este
paso bajo la presión de la necesidad”, escribía Eduard Bernstein en Die Sozialistische
Monatshefte (nº 16). así sería si los acontecimientos políticos fuesen considerados desde
el punto de vista de la necesidad dinástica.

Para defender la política de los Habsburgo en el terreno del bajo nivel moral de los
gobernantes de Belgrado, hay que cerrar los ojos al hecho de que los Habsburgo se
hacían los amigos de los serbios, pero sólo cuando Serbia se encontraba bajo el más
despreciable gobierno que ha conocido la historia de la infortunada península balcánica,
que fue en los días en que tuvo a su cabeza a un agente austríaco como el rey Milano. El
arreglo con Serbia llegó tan tarde, porque los esfuerzos hechos para la propia
preservación fueron demasiado débiles en el pobre organismo de la doble monarquía.
Pero después de la muerte del Archiduque, que era la ayuda y la esperanza del partido
militar austríaco y del de Berlín, el aliado de Austria influyó sobre este país para que
llevara a cabo una demostración de fuerza. No solamente el ultimátum de Austria a
Serbia era aprobado de antemano por los gobernantes de Alemania sino que, según
todas las informaciones, estaba inspirado por ellos. La evidencia está claramente
demostrada en el mismo Libro Blanco, el cual los diplomáticos, profesionales y
aficionados, ofrecían como documento del amor a la paz de los Hohenzollern.

Al analizar los anhelos de la propaganda de la Gran Serbia y las maquinaciones del


zarismo en los Balances, dice el Libro Blanco:

“Bajo tales condiciones, Austria se vio forzada a la realización de lo que no era


compatible con la dignidad y la propia conservación do la monarquía, a contemplar los
hechos a través de la frontera y continuar en actitud pasiva. El Gobierno Imperial nos
informaba de su punto de vista y preguntaba nuestra opinión. Nosotros podíamos
sinceramente decir a nuestra aliada que aprobábamos su punto de vista de la situación y
que le asegurábamos que cualquiera acción que creyere necesaria para poner término al
movimiento en Serbia contra la monarquía austríaca, podía contar con nuestra
aprobación. Al hacer esto nosotros sabíamos muy bien que las operaciones de una
guerra eventual por parte de Austria-Hungría, podía traer a Rusia al conflicto y podía,
conforme a los términos de nuestra alianza, envolvernos en la guerra.

“Pero en vista de los intereses vitales de Austria-Hungría que estaban en juego, nosotros
no podíamos aconsejar a nuestra aliada el empleo de una suavidad. incompatible con su
dignidad o negarle nuestra ayuda en un momento do semejante gravedad. Nosotros
éramos los menos indicados para hacer esto, porque nuestros intereses vitales estaban
amenazados por la persistente agitación en Serbia. Si a los serbios, ayudados por Rusia
y Francia, se les hubiera permitido poner en peligro la estabilidad de nuestra vecina

138
monarquía, se habría producido la gradual caída de Austria y la sujeción de todas las
razas eslavas al gobierno ruso. Y esto, a su vez, habría tornado precaria la situación de
la raza alemana en Europa Central. Una Austria moralmente debilitada, derrumbándose
ante el avance del paneslavismo ruso, no podía ser una aliada con la que nosotros
pudiésemos contar y de la que podíamos depender, como nos vemos obligados, ante el
hecho de la acentuación de la amenazadora actitud. de nuestros vecinos del este y del
oeste. Por estas razones dejábamos las manos libres a Austria en su acción contra
Serbia.

La relación de la clase gobernante en Alemania con el conflicto austro-serbio, aparece


aquí plena y claramente definida. Alemania no solamente fue informada por el gobierno
austro-húngaro de sus intenciones posteriores, sino que las aprobó. Alemania
consideraba a la agresión de Austria como algo inevitable, un acto de salvación para sí
misma y después hizo de esto una condición para la continuidad de la alianza. Son sus
palabras: “Austria no sería una aliada con la que nosotros pudiésemos contar”.

Los marxistas alemanes conocían estos asuntos muy bien y los peligros que en ellos se
ocultaban. El 29 de junio, un día después del asesinato del archiduque austríaco, escribía
el Vorwärts lo siguiente:

“El hecho de estar nuestra nación harto comprometida con Austria ha sido el resultado
de una enmarañada política exterior. Nuestros gobernantes han hecho de la alianza con
Austria la base de toda nuestra. política exterior.

Va resultando cada día más claro que esta alianza es una fuente más de debilidad que de
fortaleza. El problema de Austria resulta por momentos la amenaza para la paz de
Europa.”

Un mes más tarde, el 28 de julio, cuando la amenaza había alcanzado el punto


culminante para provocar la terrible guerra, el órgano principal de la socialdemocracia
alemana, escribía en los mismos y definitivos términos. “Cómo actuará el proletariado
alemán frente a un paroxismo tan sin sentido?”, se preguntaba; y él mismo contestaba:
“El proletariado alemán no está interesado en lo más mínimo en la conservación del
caos nacional de Austria.”.

Todo lo contrario. La Alemania democrática está más interesada en la destrucción que


en la conservación de Austria-Hungría. Una. disolución do Austria-Hungría significaría
para Alemania una ganancia de una población educada de doce millones y de una
capital de primer rango como Viena. Italia completaría su unidad nacional y dejaría de
jugar el papel de factor importante como siempre ha sido en la Triple Alianza. Una
Polonia, una Hungría, una Bohemia independientes y una federación balcánica,
incluyendo a Rumania, con diez millones de habitantes en La frontera rusa, sería un
poderoso baluarte contra el zarismo. Y lo más importante: una Alemania democrática
con una población do 75.000.000 de habitantes alemanes, podría fácilmente, sin los
Hohenzollern y los gobernantes junker, llegar a un acuerdo con Francia e Inglaterra,
podrían aislar al zarismo y condenar a una completa impotencia su política internacional
y nacional. Una política dirigida hacia este objetivo sería verdaderamente una política
de liberación para el pueblo ruso lo mismo quo para el de Austria-Hungría. Pero tal
política requiere una condición esencial y preliminar, es decir, que el pueblo alemán, en

139
vez de encargar a los Hohenzollern que liberen a otras naciones, tendrían que liberarse
ellos mismos de los Hohenzollern.

La actitud de la socialdemocracia alemana y austro-húngara en esta guerra, está en


flagrante contradicción con semejantes deseos. En el momento presente parece
convencida de la necesidad de conservar y fortalecer la Monarquía de los Habsburgo en
interés de Alemania o de la nación alemana. Y desde este antidemocrático punto de
vista (que llena de vergüenza a todo socialista internacional consciente), el Wiener
Arbeiter Zeitung definía el significado histórico de la presente guerra, cuando declaraba:
“Es principalmente una guerra (de los aliados) contra el espíritu germánico”.

“Si la diplomacia ha procedido bien, si esto tenía que ocurrir, solamente el tiempo puede
decirlo. Ahora está en juego el destino de la nación alemana! No se puede tener sobre
ello duda ni vacilación alguna! El pueblo alemán está unido en una férrea e inflexible
determinación para no dejarse subyugar y ni la muerte ni el demonio conseguirán
hacerles ceder”... y por este estilo todo lo demás (Wiener Arbeiter Zeitung, 5 de agosto).
No queremos ofender el gusto literario y artístico del lector continuando estas citas.
Nada se dice aquí de la misión emancipadora para otras naciones. Aquí, el objeto de la
guerra es conservar y asegurar la “humanidad alemana”.

La defensa de la cultura alemana, del suelo alemán, de la humanidad alemana, parece


ser la misión no solo del ejército alemán, sino del austro-húngaro también. El serbio
debe batirse contra el serbio, el polaco contra el polaco, el ucraniano contra el
ucraniano, en pro de la salvación de la humanidad alemana. Los cuarenta millones de
seres de nacionalidades no alemanas, son considerados simplemente como un abono
histórico para el campo de la cultura alemana. No es necesario decir que este no es el
punto de vista del. socialismo internacional. Esto no es ni siquiera democracia pura en
sus más elementales formas. El estado mayor austrohúngaro explica este
“humanitarismo” en su comunicado del 18 de setiembre: “Todos los pueblos de nuestra
reverenciada monarquía, como dice nuestro juramento militar, contra cualquier
enemigo, no importa quién sea, deben estar unidos como uno solo, rivalizando en valor
unos con otros”.

El Wiener Arbeiter Zeitung acepta totalmente el punto de vista de los Habsburgo-


Hohenzollern, de que el problema austrohúngaro es como una reserva militar de distinta
nacionalidad. Es la misma actitud que los militaristas de Francia tuvieron respecto de
los senegaleses y los marroquíes y que tienen los ingleses respecto de los hindúes. Y
cuando nosotros consideramos que tales opiniones no son una novedad entre los
socialistas alemanes y de Austria, encontramos la razón principal por la que la
socialdemocracia austríaca se rompió miserablemente en grupos nacionales y se redujo
al mínimo su importancia política.

La desintegración de la socialdemocracia austríaca en sectores nacionales que se batían


entre sí, era una expresión de lo inadecuado de Austria como organización del estado. Y
al mismo tiempo, la actitud de la socialdemocracia austroalemana probaba que ella
misma era una pobre víctima de esta inadecuada propiedad de Austria, ante la cual
espiritualmente capitulaba. Cuando se reconoció impotente para unir las diversas razas
del proletariado austrohúngaro bajo los principios del internacionalismo y finalmente
renunció a esa obra por entero, la socialdemocracia austroalemana lo subordinó todo a
Austria-Hungría y precisamente a su propia política, a la “idea” del nacionalismo del
140
junker prusiano. Esta total negación de principios se nos presenta de una manera sin
precedentes desde las páginas del Wiener Arbeiter Zeitung. Pero si nosotros escuchamos
con mayor atención los matices de este nacionalismo histórico, no podemos menos de
oír una voz más grave, la voz de la historia, que nos dice que el camino del progreso
político para la Europa Central y el sudeste, parte de las ruinas de la monarquía austro-
húngara.

III.

LA GUERRA CONTRA EL ZARISMO

Pero ¿qué hay respecto del zarismo? ¿No significa la victoria austroalemana la derrota
del zarismo? Los benéficos resultados de la derrota del zarismo, ¿no excederían
grandemente a los benéficos resultados de la desmembración de Austria-Hungría?

Los socialdemócratas alemanes y austríacos ponderan mucho esta cuestión al razonar


del modo en que lo hacen sobre la guerra. El aplastamiento de un pequeño país neutral,
la ruina de Francia... todo esto está justificado por la necesidad de combatir el zarismo.
Haase da como razón para votar los créditos de guerra, la necesidad de “defenderse
contra el peligro del despotismo ruso”. Bernstein retrocede hacia Marx y Engels y busca
viejos textos para su grito de guerra:

“ Ajustemos las cuentas con Rusia! “.

Südekum, poco satisfecho del resultado de su misión en Italia, dice que lo que los
italianos tienen de criticable, es no comprender el zarismo. Y cuando la
socialdemocracia de Viena y Budapest se alineó en las filas de los Habsburgo en su
“guerra santa” contra los serbios que se batían por su unidad nacional, sacrificaban,
según decían, su honor socialista a la necesidad de combatir al zarismo.

Y los social demócratas no están solos en esto. Toda la prensa burguesa alemana no
desea otra cosa, por el momento, que el aniquilamiento de la autocracia rusa, la cual
oprime a los pueblos de Rusia y amenaza la libertad de Europa.

El canciller imperial denuncia a Francia y a Inglaterra como vasallos del despotismo


ruso. También el general alemán von Morgen, seguramente fiel y probado “amigo de la
libertad y de la independencia”, invita a los polacos a rebelarse contra el despotismo del
zar.

Pero para nosotros, que hemos pasado a través de la escuela del materialismo histórico,
sería una desgracia si no nos diéramos cuenta de la actual relación de intereses, a pesar
de estas frases, mentiras, bravatas y estúpidas y vulgares locuras.

141
Nadie puede sinceramente creer quo los reaccionarios alemanes sienten tal odio contra
el zarismo y que contra él dirigen sus golpes. Al contrario, después de la guerra el
zarismo será para los gobernantes do Alemania lo mismo que era antes de la guerra: La
forma de gobierno más parecida a la suya. El zarismo es indispensable a- la Alemania
de los Hohenzollern, por dos razones. En primer lugar debilita a Rusia económica,
militar y culturalmente, y de esta manera se preserva del desenvolvimiento de un rival
imperialista. En segundo lugar, la existencia del zarismo robustece a la monarquía do
los Hohenzollern y a la oligarquía do los junker, de tal suerte que si no hubiese zarismo,
el absolutismo germánico seria para Europa la última muestra de la barbarie feudal.

El absolutismo germánico no ha ocultado nunca el interés de parentesco que tiene en el


mantenimiento del zarismo, el cual representa la misma forma social, aunque más
descarada. Intereses, tradición, simpatías, todo sitúa a los reaccionarios alemanes del
lado del zarismo. “Las desgracias de Rusia son desgracias para Alemania también”. Al
mismo tiempo, los Hohenzollern, a espaldas del zarismo, pueden hacer ver que son un
baluarte de la cultura “contra la barbarie”, y pueden hacer creer tal cosa a su pueblo,
aunque no consigan lo mismo con el resto de la Europa occidental.

“Con profunda tristeza veo rota la amistad que Alemania ha guardado siempre con
fidelidad”, decía Guillermo II, en su discurso sobre la declaración de guerra, no
refiriéndose a Francia e Inglaterra, sino a Rusia y en realidad a la dinastía rusa, de
acuerdo con la religión de los Hohenzollern rusos, como Marx habría dicho.

Se nos dice que el plan político de Alemania consiste en crear, por una parte, una base
de acercamiento a Francia e Inglaterra mediante una victoria sobre estos países, y por
otra parte, en utilizar una victoria estratégica sobre Francia para aplastar al despotismo
ruso.

Según la socialdemocracia alemana, o han inspirado este plan a Guillermo y a su


canciller, o bien se lo han achacado.

Como consecuencia de este hecho, los planes políticos de los reaccionarlos alemanes
son de carácter opuesto y necesariamente han de ser así.

Por el momento dejemos de lado la cuestión de si el golpe destructor descargado sobre


Francia se dio por consideraciones estratégicas, o si la “estrategia” sancionaba la táctica
defensiva en el frente occidental. pero lo cierto es que el no ver que la política de los
junker exigía la ruina de Francia es como reconocer que cualquiera tiene razón en
mantener sus ojos cerrados. Francia... Francia es el enemigo!

Eduardo Bernstein, que sinceramente trata de justificar la actitud tomada por la


socialdemocracia alemana, saca las siguientes conclusiones: Si Alemania se encontrase
regida por un gobierno democrático, no habría duda sobre la manera de arreglar las
cuentas con el zarismo. Una Alemania democrática habría hecho una guerra
revolucionaria en el este. habría dirigido un llamamiento a las naciones oprimidas por
Rusia para resistir a su tirano y les habría dado los medios para llevar a cabo una
poderosa lucha en defensa de su Libertad (¡Muy bien!). Sin embargo, Alemania no es
una democracia y por esto sería un sueño utópico (¡Ciertamente!) el tener que esperar
semejante política con todas sus consecuencias de manos de una Alemania tal como es

142
(Vorwärts del 28 de Agosto). ¡Muy bien entonces! Pero al llegar a este punto, Bernstein
rompe súbitamente su análisis de la actual política alemana, “con todas sus
consecuencias”. Después de poner de manifiesto la flagrante contradicción que entraña
la posición de La socialdemocracia alemana, termina con la inaudita esperanza de creer
que una Alemania reaccionaria podría llevar a cabo lo que una Alemania revolucionaria
no conseguiría. Credo quia absurdum.

Sin embargo, se puede decir en oposición a este criterio que mientras la clase
gobernante en Alemania no tiene interés en combatir al zarismo, aunque Rusia es ahora
la enemiga de Alemania independientemente de la voluntad de los Hohenzollern, la
victoria de Alemania sobre Rusia puede significar un gran debilitamiento del zarismo, o
su total derrota. ¡Viva Hindenburg, el grande e inconsciente instrumento de la
revolución rusa!, podemos gritar con la Volksstimme, de Chemnitz. ¡Viva el
Kronprinz!, también un instrumento inconsciente. ¡Viva el Sultán de Turquía!, que
también sirve a la causa de la revolución bombardeando las ciudades rusas de la orilla
del Mar Negro ¡Gloriosa revolución rusa! ¡Qué rápidamente aumentan los rangos de su
ejército!

Sin embargo, veamos si en todo esto hay algo de verdad que conviene aclarar sobre este
aspecto do la cuestión. ¿No es posible que la derrota del zarismo pudiera ayudar a la
causa de la revolución?

De tal posibilidad no se puede dudar. El Mikado y sus samurai no tenían el menor


interés en la emancipación rusa, y sin embargo la guerra ruso-japonesa dio un ímpetu
poderoso a los acontecimientos revolucionarios quo sucedieron después.

En consecuencia, un resultado similar puede esperarse de la guerra ruso-alemana.

Pero para ubicar correctamente esta estimación política sobre estas posibilidades
históricas, debemos tomar en consideración algunas circunstancias.

Aquellos que creen quo la guerra ruso-japonesa provocó la revolución, ni conocen ni


comprenden los acontecimientos políticos y sus relaciones. La guerra no hizo sino
precipitar simplemente el estallido de la revolución; pero por esta misma razón, también
la debilitó. Pues si la revolución se hubiese desarrollado como resultado del crecimiento
orgánico de fuerzas interiores se habría producido más tarde, pero habría sido mucho
más fuerte y más sistemática. Por esto, la revolución no tiene el menor interés en la
guerra. Esta es la primera consideración. La segunda es que mientras la guerra ruso-
japonesa debilitaba el zarismo, fortalecía el militarismo japonés. La misma
consideración s e aplica, en más alto grado aún, a la guerra ruso-alemana.

En el transcurso de 1912-1914 el enorme desarrollo industrial de Rusia arrancó al país


de una vez por todas del estado de postración antirrevolucionaria.

El auge del movimiento revolucionario basado en las condiciones económicas y


políticas de la masa trabajadora, el crecimiento de la oposición en amplios sectores de la
población, condujo a un nuevo periodo de agitación y de violencia. Pero en contraste
con los años 1902-1905, este movimiento se desarrollaba de manera más sistemática y
consciente, y lo que es más, estaba basado sobre un fundamento social más amplio. La

143
revolución necesitaba tiempo para madurar, pero no necesitaba las lanzas del samurai
prusiano. Por el contrario, el samurai prusiano daba al zar la oportunidad de representar
el papel de defensor de serbios, belgas y franceses.

Si razonamos a partir del supuesto de una catástrofe rusa, la guerra puede provocar un
pronto estallido de la revolución, pero a costa de su debilitamiento interno. Y si la
revolución llegase a triunfar en las alturas en semejantes circunstancias, entonces las
bayonetas de los ejércitos de los Hohenzollern se dirigirían contra la revolución. Tal
perspectiva apenas puede paralizar las fuerzas revolucionarias; es imposible negar el
hecho de quo el partido del proletariado alemán está detrás de las bayonetas de los
Hohenzollern. Pero esto es solamente un aspecto de la cuestión. La derrota de Rusia
necesariamente supone una victoria decisiva de Alemania. y Austria en otros campos de
batalla; lo que significa conservación forzosa del caos político nacional en la Europa
central y del sudeste y el ilimitado predominio del militarismo alemán en todo el
continente.

El desarme forzoso de Francia, los billones a que ascendería la indemnización, las


tarifas aduaneras creadas a manera de murallas en torno a las naciones conquistadas y
los tratados comerciales con Rusia hechos a la fuerza, todo esto haría al imperialismo
alemán dueño de la situación por muchas décadas.

La nueva Política alemana, que comienza con la capitulación del partido proletario ante
el militarismo nacionalista, sería fortalecida durante muchos años. La clase trabajadora
alemana tendría que mantenerse material y espiritualmente con las migajas caídas de la
mesa del imperialismo victorioso, mientras la causa de la revolución recibirla un golpe
mortal.

El hecho de que en semejantes circunstancias una revolución rusa, aunque tuviera buen
resultado temporalmente resultara un aborto histórico, no necesita más pruebas.

En consecuencia, las actuales batallas que libran las naciones bajo el yugo del
militarismo impuestas por las clases capitalistas poseen contrastes monstruosos, los
cuales ni la guerra misma, ni los gobiernos que la dirigen, pueden resolver conforme al
interés del futuro desarrollo histórico.

La socialdemocracia no podía, ni puede ahora, combinar sus deseos con ninguna de las
posibilidades históricas de esta guerra, esto es, ni con la victoria de la Triple Alianza, ni
con la victoria de la Entente.

La social democracia alemana conocía bien esta situación. El Vorwärts, en su edición


del 28 de Julio, discutiendo la cuestión de la guerra contra el zarismo, decía:

“¿Pero no resultaría posible localizar esta perturbación si Rusia entrase en batalla?”

“¿Cuál sería nuestra actitud entonces hacia el zarismo? Aquí está la dificultad grande de
la situación. ¿Ha llegado ya el momento de darle al zarismo un golpe de muerte? Si las
tropas alemanas pasan la frontera rusa, ¿no significará esto la victoria para la revolución
rusa?”

144
Y el Vorwärts llega a la siguiente conclusión:

“¿Estamos seguros de que esto significaría una victoria para la revolución rusa si las
tropas alemanas cruzan la frontera?”.

“Es posible que esto trajera la caída del zarismo; pero el ejército alemán, ¿no combatiría
a una Rusia revolucionaria con más energía, común deseo más intenso de victoria que la
que despliega contra una Rusia absolutista?”

Más aún. El 3 de agosto, la víspera de la histórica sesión del Reichstag, el Vorwärts


escribía en un artículo titulado “La guerra al zarismo”:

“Mientras la prensa conservadora acusa al partido más fuerte del imperio de alta
traición, con gran júbilo de otras naciones, hay otros elementos que tratan de probar a la
socialdemocracia que la inevitable guerra es verdaderamente un viejo deseo de la
socialdemocracia. La guerra contra Rusia, guerra contra el zarismo sangriento y sin fe
(esto último es una frase reciente de la prensa que otra vez besaba el látigo), ¿no es esto
lo que la socialdemocracia ha estado pidiendo desde el principio?...

“Estos son los argumentos que literalmente usa una parte do la prensa burguesa, de
hecho la parte más inteligente, y esto evidencia la importancia que se atribuye a la
opinión de aquella parte del pueblo alemán quo está detrás de la democracia social.”

“Ya no se oye más aquello de "Las desgracias de Rusia son las desgracias de
Alemania". Ahora solo se escucha:

"¡Abajo el zarismo!"

“Pero desde los días en que los jefes de la socialdemocracia mencionados Bebel,
Lassalle, Engels, Marx, pedían una guerra democrática contra Rusia, ésta ha dejado de
ser la simple salvaguardia de la reacción. Rusia es también el centro de la revolución. El
derrocamiento del zarismo es ahora la tarea de todo el pueblo ruso, especialmente del
proletariado, y precisamente las últimas semanas han demostrado lo vigorosamente que
esta clase laboriosa de Rusia trabaja en esta tarea que la historia le ha confiado... Y
todos los esfuerzos de los rusos verdaderos "para distraer el odio de las masas contra el
zarismo y promover un odio reaccionario contra las naciones extranjeras y
especialmente Alemania, se han estrellado". El proletariado ruso sabe muy bien que su
enemigo no está más allá de sus fronteras sino dentro de su propio territorio.

“Nada fue tan desagradable para estos agitadores nacionalistas, los rusos verdaderos y
los paneslavistas, como las noticias de la gran demostración por la paz de la social
democracia alemana. Y cómo se hubieran regocijado si el caso contrario se hubiera
producido, si les hubiera sido posible decir al proletariado ruso: ¡Veis allí cómo los
socialdemócratas alemanes van a la cabeza de aquellos que incitan a la guerra contra
Rusia !Y el padrecito en San Petersburgo hubiera respirado profundamente y con
desembarazo diciendo: "Esas son las noticias que yo necesito oír. Ahora el espinazo de
mi más peligroso enemigo, la revolución rusa, está partido. La solidaridad internacional
del proletariado está rota.. Ahora puedo desencadenar la bestia del nacionalismo. Estoy
salvado".”

145
Esto escribía el Vorwärts después que ya Alemania había declarado la guerra a Rusia.

Estas palabras caracterizan la valerosa y honrada actitud del proletariado contra un


beligerante patrioterismo. El Vorwärts comprendió claramente y estigmatizó
inteligentemente la sucia hipocresía de los partidarios del látigo, la clase gobernante de
Alemania, la cual de repente se dio cuenta de su misión de liberar a Rusia del zarismo.

El Vorwärts llamaba la atención de la clase trabajadora sobre la confusión política que


la prensa burguesa quería realizar en su conciencia revolucionaria.

“No creáis a estos amigos del látigo”, decía el Vorwärts al proletariado alemán. Están
hambrientos de vuestras almas, y ocultan sus designios imperiales detrás de unas frases
profundamente liberales. Ellos os engañan, a vosotros, carne de cañón con el alma que
ellos necesitan. Si consiguen ganar vuestras voluntades, ayudarán solamente al zarismo,
dando a la revolución rusa un terrible golpe moral. Y si a pesar de esto, la revolución
rusa levantara la cabeza, este mismo pueblo ayudaría al zarismo a aplastarla'.

Este es el sentido de lo que el Vorwärts predicaba a la clase trabajadora el 4 de agosto.


Y exactamente tres semanas más tarde el mismo Vorwärts escribía:

“Libertad del moscovitismo (?), libertad e independencia para Polonia y Finlandia, libre
desarrollo para el gran pueblo ruso, disolución de la contranatural alianza entre dos
naciones cultas y el zarismo bárbaro... estos eran los deseos que animaban al pueblo
alemán y los haría estar prontos para cualquier sacrificio”... e inspiraba también a la
socialdemocracia alemana y a su órgano principal.

¿Qué ocurrió en estas tres semanas para que el Vorwärts repudiara su primitivo punto de
vista?

¿ Qué ocurrió? Nada de gran importancia. El ejército alemán estranguló a Bélgica


neutral, incendió algunas poblaciones belgas, destruyó Lovaina, cuyos habitantes habían
tenido la criminal audacia de hacer fuego sobre los invasores, sin llevar cascos ni
uniformes.[5]

En estas tres semanas el ejército llevó la muerte y la destrucción dentro del territorio
francés, y las tropas de su aliada Austria-Hungría demostraron a golpes el amor de la
monarquía de los Habsburgo por los serbios en el Sabe y en el Drina.

Estos son los hechos que aparentemente convencieron al Vorwärts de que los
Hohenzollern hacían la guerra por la libertad. de las naciones.

La neutral Bélgica fue aplastada y los demócratas socialistas guardaron silencio. Y


Richard Fischer fue a Suiza como enviado especial del partido para explicar al pueblo
de un país neutral que la violación do la neutralidad belga y la ruina de una pequeña
nación era un fenómeno perfectamente natural. ¿Por qué tanta agitación? Cualquier otro
gobierno, en el lugar del de Alemania, hubiera hecho lo mismo. Y mientras la social
democracia no solo se resignó a considerar a la guerra como un trabajo de verdadera o
supuesta defensa nacional, sino que rodeó a los Hohenzollern-Habsburgo de una aureola
de luchadores por la libertad.

146
¡Qué caída sin precedentes para un partido que durante cincuenta años había enseñado a
la clase trabajadora alemana a considerar a su gobierno como el enemigo de la libertad y
de la democracia! Mientras tanto, cada día de guerra descubría el peligro para Europa
que los marxistas deberían haber visto en seguida. Los golpes principales del gobierno
alemán no estaban dirigidos al este, sino al oeste, a Bélgica, Francia e Inglaterra.

Aunque aceptáramos la improbable aserción de que nada salvo la necesidad estratégica


determinaba este plan de campaña, el resultado lógico político de estrategia con todas
sus consecuencias se hace evidente: es decir, la necesidad de una total y definitiva
derrota de los ejércitos terrestres de Bélgica, Francia e Inglaterra, de tal manera que se
pudiesen tener las manos libres para ocuparse de Rusia. ¿No es perfectamente claro que
lo que al principio representaba una medida de necesidad estratégica temporal, como
para suavizar la social democracia alemana vendría a desaparecer con ello mismo por la
fuerza de los acontecimientos? Cuanto más inquebrantable fuera la resistencia de
Francia, cuyo deber es actualmente defender su territorio y su independencia contra los
ataques alemanes, el ejército alemán estaría en mayor medida detenido en el frente
occidental; y cuanto más debilitada estuviese Alemania en el frente occidental, menos
fuerza le quedaría para su supuesta tarea principal, tarea definida por la social
democracia como un “ajuste de cuentas con Rusia”. La historia presenciará una
“honorable” paz entre los dos poderes más reaccionarios de Europa, entre Nicolás, cuyo
destino garantizan las fáciles victorias sobre la Monarquía de los Habsburgo podrida
hasta el corazón, y Guillermo, que tiene su “ajuste de cuentas” pero con Bélgica, no con
Rusia.

La alianza entre los Hohenzollern y los Romanov —después del agotamiento y


degradación de las naciones de Occidente— significaría un periodo de oscura reacción
en Europa y en todo el mundo.

La social democracia alemana con su política actual, facilita la concreción de este


horrible peligro. Y el peligro será un hecho, a menos que el proletariado europeo
intervenga como un factor revolucionario en los planes de las dinastías y de los
gobiernos capitalistas.

IV.

LA GUERRA CONTRA OCCIDENTE

Al regreso de su viaje diplomático a Italia, el Dr. Südekum escribía en el Vorwärts que


los camaradas italianos no comprendían suficientemente la naturaleza del zarismo.
Estamos de acuerdo con el doctor Südekum en que un alemán puede más fácilmente
comprender la naturaleza del zarismo porque la experimenta diariamente en la
naturaleza del absolutismo pruso-alemán. Estas dos “naturalezas” son análogas.

147
El absolutismo alemán representa una organización monárquica feudal apoyada en una
base capitalista poderosísima, sobre la cual se desarrolló en el último medio siglo.

La fuerza del ejército alemán, como lo hemos, comprobado nuevamente a través: de sus
actuales actos sangrientos, no consiste solamente en los recursos materiales y técnicos
de la nación y en la inteligencia y precisión de sus trabajadores-soldados, quienes han
sido enseñados en la escuela de la industria y en las organizaciones de su propia clase.
Tiene su fundamento también en los junker, la casta de oficiales, con las tradiciones
superiores de su clase, su opresión para con los que están debajo y su subordinación a
los de arriba.

El ejército alemán, es una organización monárquico-feudal, con inextinguibles recursos


capitalistas. Los malos escritores burgueses pueden decir cuánto quieran sobre la
supremacía de Alemania, que representa a los hombres del deber, sobre los franceses,
que son los hombres del placer. Pero la verdadera, diferencia está no en las cualidades
do raza, sino en las condiciones políticas y sociales. El ejército permanente, esa
corporación tan cerrada, que representa un estado dentro del estado, continua siendo, a
pesar del servicio militar universal, una organización de casta que para medrar necesita
distinciones artificiales de rango y una cúspide monárquica para coronar la jerarquía.

En su libro El nuevo ejército, Jaurés demostraba que el único ejército que Francia podía
tener, era de defensa, hecho sobre la base de armar a todos los ciudadanos; esto es, un
ejército democrático, una milicia.

La burguesa república francesa está ahora pagando las consecuencias de haber hecho de
su ejército el contrapeso de la organización democrática de su estado. Ella creaba, según
Jaurés, “un régimen bastardo, en el cual las anticuadas formas chocaban con las del
nuevo desarrollo y se neutralizaban unas a otras”. Esta incongruencia entre el ejército
permanente y el régimen republicano es el fundamento de la debilidad del sistema
militar francés.

En Alemania ocurre lo contrario. El sistema político, bárbaro y retrógrado, le da una


gran supremacía militar. La burguesía alemana puede estar descontenta, entonces y
ahora, cuando el espíritu de casta pretoriana del cuerpo de oficiales llevó a revueltas
como la de Saverne. Ellos pueden hacer gestos al Kronprinz y lanzar su grito guerrero:
“¡Dárselo a ellos! ¡Dárselo a ellos!”

La socialdemocracia alemana puede prorrumpir en invectivas contra los malos tratos


que se da al soldado alemán, lo cual ha causado proporcionalmente doble cantidad de
suicidios en los cuarteles alemanes que en cualesquiera otros cuarteles de otras
naciones.

Pero lo cierto es quo como la burguesía alemana carece en absoluto de carácter político
y el partido socialista alemán no ha llegado a inspirar el espíritu revolucionario al
proletariado, la clase gobernante ha quedado capacitada para erigir la gigantesca
estructura del militarismo y colocar al trabajador alemán, tan eficiente e inteligente, bajo
el mando de los héroes de Saverne y su grito guerrero de “¡Dárselo a ellos!”

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El profesor Hans Delbrück busca la razón de la fuerza militar de Alemania en el antiguo
modelo de los Teutoburgerwald, lo quo es perfectamente correcto.

“El viejo sistema alemán de hacer la guerra —escribe— estaba basado en el


acompañamiento do príncipes, un cuerpo especial de selectos guerreros y la masa de
combatientes que comprendía toda la nación. Este sistema existe hoy también.

¡ Qué diferencia tan grande hay entre los métodos de combate de ahora y los de nuestros
antepasados en el Teutoburgerwald! Ahora tenemos las maravillas técnicas de las
ametralladoras. Tenernos la maravillosa organización de la inmensa masa de tropas.

Y aún nuestro sistema militar abajo es lo mismo. El espíritu militar está exaltado a su
poder máximo, desarrollado a su extremo en un cuerpo, el cual era poco numeroso, pero
que ahora cuenta muchos miles; un cuerpo dando homenaje al Señor de La Guerra, y
por él como por los príncipes mirado como sus camaradas; y bajo su dirección el pueblo
entero educado y disciplinado por ellos. Aquí tenemos el secreto del carácter guerrero
de la nación alemana”.

El comandante francés Driant observa al Kaiser alemán en su uniforme blanco de


coracero, sin duda alguna el más imponente uniforme del mundo. Republicano
convencido como es, siente que su corazón se llena de celos. ¡ Y cómo emplea su
tiempo el Kaiser “en medio de su ejército, esa verdadera familia de los Hohenzollerns!”
El comandante está fascinado.

La casta feudal, cuya hora de decadencia política y moral sonó hace mucho tiempo,
encontró su unión con la nación una vez más en el suelo fértil del imperialismo. Y esta
unión con la nación se ha enraizado tan profundamente que las profecías del
comandante Driant, escritas hace ya algunos años, se han convertido en realidad.
Profecías que hasta ahora podían sólo parecer como una insinuación venenosa de un
secreto bonapartista o tonterías do un maniático.

“El Kaiser —escribía— es el Comandante en Jefe,... y detrás de él está toda la clase


trabajadora de Alemania como un solo hombre...; los socialdemócratas de Bebel están
en las filas, sus dedos en el gatillo, y ellos también piensan solo en el bienestar y
prosperidad de la patria.

Los diez billones de indemnización de guerra que Francia pagará serán una gran ayuda
para ellos, mayor que las quimeras socialistas con las cuales se alimentaban el día
antes.”

Si, y ahora ellos escriben de esta futura indemnización hasta en algunos de los
periódicos de la socialdemocracia abiertamente y con una rufianesca insolencia, una
indemnización no de diez sino de veinte o treinta billones.

La victoria alemana sobre Francia, una deplorable necesidad estratégica según la


socialdemocracia alemana, significaría no sólo la derrota del ejército permanente
francés sino ante todo la victoria del estado monárquico feudal sobre el estado
democrático republicano.

149
Para la antigua raza de los Hindenburg, Moltke y Kluck, herederos y especialistas en el
asesinato en masa, la victoria alemana es una condición tan indispensable como lo son
los cañones del 42, última palabra de la destreza técnica humana. Toda la prensa
capitalista ya está hablando de la firme estabilidad de La monarquía alemana,
fortalecida por la guerra. Y los profesores alemanes, los mismos que proclamaban a
Hindenburg doctor en todas las ciencias, están ya proclamando que la dependencia
política es la más alta forma de la vida social.

“Las repúblicas democráticas y las llamadas monarquías que están bajo la sujeción de
un régimen parlamentario, y todas las otras cosas tan bellas que fueron glorificadas,
¡qué poca capacidad han demostrado para resistir La tormenta!”

Estas son las cosas que los profesores alemanes escriben ahora.

Es bastante vergonzoso y humillante leer las expresiones de los socialistas franceses,


quienes han probado ser demasiado débiles para romper la alianza de Francia con Rusia
o para prevenir el establecimiento del servicio militar de tres años. Pero, sin embargo,
cuando comenzó la guerra abandonaban sus pantalones encarnados y se marchaban a la
Alemania libre. Pero nosotros nos sentimos sobrecogidos por un sentimiento de
indecible indignación al leer la prensa del partido socialista alemán, la cual, con un
lenguaje de esclavos exaltados, admira a la brava y heroica casta de opresores
tradicionales por sus hechos de armas en el territorio francés.

El 15 de agosto de 1870, cuando el victorioso ejército alemán se aproximaba a París,


Engels escribía una carta a Marx, después de describir las confusas condiciones de la
defensa francesa:

“Sin embargo, un gobierno revolucionario, si viene pronto, no debe desesperar. Pero


debe abandonar a París a su suerte y continuar la guerra llevándola al sur. Entonces sería
posible que semejante gobierno pudiera sostenerse hasta que pudieran comprarse armas
y municiones y crearse un nuevo ejército organizado, con el cual el enemigo pueda ser
gradualmente rechazado hasta la frontera. Esto sería un buen término de la guerra para
los dos países, demostrando, así, que no pueden ser conquistados.”

Y todavía hay pueblos que gritaban como idiotas embriagados: “¡A París!” Y al hacer
esto tenían la impudicia de evocar los nombres de Marx y de Engels. En cierto modo,
eran superiores a los despreciables liberales rusos que arrastraban sus barrigas ante su
Excelencia el Comandante militar quo introdujo el knut en la Galitzia oriental. Es una
cobarde arrogancia... esta manera de hablar del carácter puramente estratégico de La
guerra en el frente occidental. ¿Quién toma esto en cuenta? No serán ciertamente las
clases gobernantes de Alemania. Ellas hablan el lenguaje de la convicción y de la
fuerza; llaman a las cosas por su nombre verdadero; conocen lo que necesitan y saben
cómo batirse por ello.

La socialdemocracia nos dice que la guerra se hace por la causa de la independencia


nacional. “Eso no es verdad”, contesta Arturo Dix.

“Precisamente, así como la alta política del último siglo -escribe Dix- debía su carácter
especialmente marcado a la Idea Nacional, así los acontecimientos del mundo político

150
de este siglo están bajo el emblema de la Idea imperialista. La idea imperialista que está
destinada a dar el ímpetu, el objeto y el fin para alcanzar el más grande de los poderes”
(Der Weltwirtschaftskrise, 1914, p. 3).

“Es índice de una fina sagacidad -dice el mismo Arturo Dix- de parte de aquellos que
tienen a su cargo la preparación militar de la guerra, el hecho de que el avance de
nuestros ejércitos contra Francia y Rusia en la primera etapa de la campaña tuviese
lugar precisamente donde era más importante conservar la valiosa riqueza mineral
alemana y mantenerla libre de una invasión extranjera y ocupar aquellas porciones de
territorio enemigo que podrían ser un suplemento de nuestros propios recursos
mineros.” (Id., pág. 38).

Esa “estrategia”, de la cual se habla ahora entre murmullos de devoción, realmente


comienza a ponerse en práctica con el robo de la riqueza mineral.

Los socialdemócratas nos dicen que la guerra es una guerra de defensa. Pero Jorge
Irmer dice claramente:

“Nadie debe decir, como ocurre, que la nación alemana ha llegado demasiado tarde para
rivalizar en la economía mundial y en el dominio del mundo... que el mundo estaba ya
dividido. ¿No ha sido dividida la tierra muchas veces en todas las épocas de La
historia?” (Los vom englischen Weltjoch, 1914, p. 42).

Los socialistas tratan de confortarnos diciéndonos que Bélgica ha sido solo


temporalmente aplastada y que los alemanes evacuarán pronto sus cuarteles belgas. Pero
Arturo Dix, que sabe muy bien lo que dice, escribe que lo que Inglaterra teme más y así
lo expresa, es que Alemania quiere tener una salida al Océano Atlántico.

“Por esta razón —continúa— nosotros no debemos dejar a Bélgica fuera de nuestras
manos, ni permitir que la línea costera de Ostende al Soma caiga otra vez en las manos
de ningún estado que pueda llegar a ser vasallo político de Inglaterra. Debemos procurar
que de una u otra manera la influencia alemana sea establecida allí”.

En las ininterrumpidas batallas entre Ostende y Dunquerque, la sagrada “estrategia”


cumple la función do defender los intereses también de la Bolsa de Berlín.

Los socialistas nos dicen que la guerra entre Francia y Alemania es meramente un breve
preludio para una alianza entre estos países. Pero aquí también Arturo Dix pone las
cartas boca arriba. Según él, “en ello no hay más que una contestación: buscar la
destrucción del mundo comercial inglés y asestarle un golpe mortal a la economía
nacional inglesa”.

“La finalidad de la Política exterior del imperio alemán para las próximas décadas está
claramente indicada”, -anuncia el profesor Franz von Liszt-: “Protección contra
Inglaterra debe ser nuestra divisa (Em Mitteleuropäischer Staatenverband, 1914, p. 24).

"Debemos aplastar al más traidor y malvado de nuestros enemigos”, grita un tercero.


“Rompamos la tiranía que Inglaterra ejerce sobre el mar en su propio provecho, con
afrenta y desprecio de la justicia y del derecho”.

151
La guerra no está dirigida contra el zarismo, sino contra la presencia de Inglaterra en el
mar.

“Se puede decir -confiesa el profesor Schiemann- que ninguno de nuestros éxitos nos ha
producido tanto júbilo como la derrota de los ingleses en Maubeuge y San Quintín el 28
de agosto.

Los socialdemócratas alemanes nos dicen, que el principal objeto de la guerra es el


“ajuste de cuentas con Rusia”. Pero al mismo tiempo, sincera y rotundamente, Rudolf
Theuden quiere dar la Galitzia a Rusia y también el norte de Persia. De esta manera,
Rusia “estaría lo suficientemente satisfecha durante muchos años. así conseguiríamos
hacerla nuestra amiga”.

“¿Qué puede traernos la guerra?”, pregunta Theuden. Y se contesta a sí mismo:

“La recompensa principal debe dárnosla Francia debe darnos Belfort, esa parte de la
Lorena que limita con el Mosela, y en caso de encarnizada resistencia, la parte también
que limita con el Mosa. Si hacemos del Mosa y del Mosela fronteras alemanas, quizá
los franceses algún día abandonen la idea de hacer del Rin una frontera francesa”.

Los políticos burgueses y los profesores nos dicen que Francia es el principal enemigo,
que Bélgica y Francia son las puertas quo abren el camino del océano Atlántico, que la
esperanza de una indemnización rusa es un sueño utópico, que Francia tendría que pagar
en territorio y en oro las consecuencias de la guerra... y el Vorwärts exhorta a los
trabajadores alemanes a “sostenerse hasta que la victoria decisiva sea nuestra”.

Pues a pesar de todo esto, todavía el Vorwärts nos dice que la guerra se hace por la
independencia de la nación alemana y por la emancipación del pueblo ruso. ¿Qué quiere
decir esto? Naturalmente, nosotros no debemos considerar como lógica, ideas, verdad,
donde no hay nada de esto. Esto es, simplemente, una úlcera de sentimientos de
esclavitud que revienta y arroja su pus sobre las páginas de la prensa de los trabajadores.
Claramente se ve que la clase oprimida que procede demasiado lentamente, casi inerte
en el camino de la libertad, debe en la hora final abandonar todas sus esperanzas y
promesas en ese lodo y en esa sangre antes de que se levante en su alma la pura e
impecable voz del honor revolucionario.

V.

LA GUERRA DE DEFENSA

“La cuestión para nosotros estriba, por ahora, en prevenir este peligro (el despotismo
ruso) y asegurar la cultura y la independencia de nuestro país. Cumpliremos nuestra
palabra y llevaremos a cabo lo que hemos prometido siempre. En la hora del. peligro no

152
dejaremos a nuestra patria en el atolladero Guiados por estos principios, nosotros
votamos los créditos de guerra.”

Esa fue la declaración de la fracción socialdemócrata alemana leída por Haase en la


sesión del Reichstag del 4 de agosto.

Aquí solo se menciona la defensa de la patria. No se dice ni una palabra de la misión


“liberadora” de esta guerra en ayuda de los pueblos de Rusia, que más tarde, en todos
los tonos, fue cantada por la prensa socialdemócrata. La lógica de la prensa socialista,
sin embargo, no corría pareja con su patriotismo. Porque mientras hacía desesperados
esfuerzos para presentar la guerra como una pura defensa y para asegurar la
salvaguardia de las posesiones alemanas, al mismo tiempo la pintaba como una ofensiva
revolucionaria para la liberación de Rusia y de Europa del poder del zarismo.

Hemos demostrado con bastante claridad el por qué el pueblo ruso tenía toda la razón
para declinar, agradeciéndola, la ayuda que se le ofrecía en la punta de las bayonetas de
los Hohenzollern. ¿Pero qué hay sobre el carácter “defensivo” de la guerra?

Es mucho más sorprendente lo que deja por decirse que lo que se dice en la declaración
de la socialdemocracia. Después de que Holiveg anunció en el Reichstag la violación de
la neutralidad de Bélgica y de Luxemburgo como medios para atacar a Francia, Haase
no dice sobre este hecho ni una palabra. Este silencio es tan monstruoso que obliga a
leer la declaración dos y tres veces. Pero es en vano. La declaración está escrita como si
esos países, Bélgica, Francia e Inglaterra, no hubiesen existido jamás en el mapa
político de la socialdemocracia alemana.

Pero los hechos no dejan de ser tales solo porque los partidos políticos cierren sus ojos
ante ellos. Y cada miembro de la Internacional tiene el derecho de preguntar a Haase lo
siguiente: “¿Qué porción de los cinco billones votados por la fracción socialdemócrata
fue destinada a la destrucción de Bélgica?” Es muy posible que para proteger a la patria
alemana ante el ataque del despotismo ruso se creyera en la conveniencia de que
Bélgica fuese aplastada. Pero ¿por qué la fracción socialdemócrata guardó silencio
sobre este punto?

La razón es clara. El gobierno liberal inglés, en sus esfuerzos por hacer la guerra
popular entre las masas, basaba su argumento exclusivamente en la necesidad de
proteger la independencia de Bélgica y la integridad de Francia, pero callaba su alianza
con el zarismo ruso. De manera parecida y por los mismos motivos, la socialdemocracia
alemana hablaba a las masas solamente de la guerra contra el zarismo, pero no hacía
mención de Bélgica, Francia e Inglaterra. Todo esto, naturalmente, no es muy halagador
para la reputación internacional del zarismo. Es muy depresivo para la socialdemocracia
alemana que tenga que sacrificar su buen nombre en la llamada a las armas contra el
zarismo. Lassalle dice que todas las grandes acciones políticas deben comenzar por una
declaración de las cosas tal y como ellas son. Entonces, ¿por qué la defensa de la patria
comienza con un cuidadoso silencio sobre las cosas tal como ellas son? ¿O es que la
socialdemocracia alemana pensaba que esto no era una “gran acción política"?

De todos modos, la defensa de la patria es una concepción muy amplia y elástica. La


catástrofe mundial comienza con el ultimátum de Austria a Serbia. Naturalmente,

153
Austria estaba guiada por la necesidad de defender sus fronteras do las asechanzas de un
inquieto vecino.

El apoyo do Austria era Alemania. Y Alemania, a su vez, como ya sabemos, estaba


preparada por la necesidad de defender su propio estado. “Sería insensato creer —
escribe Ludwig Quessel sobre este punto— que un muro pueda ser derribado de una
estructura extremadamente compleja (Europa), sin poner en peligro la seguridad de todo
el edificio.”

Alemania abría su “guerra defensiva” con un ataque contra Bélgica. La violación de la


neutralidad belga se alega que era solo un medio para pasar a Francia a través de una
línea de poca resistencia. La derrota militar de Francia se hace aparecer como un
episodio estratégico en la defensa de la patria.

Para algunos patriotas alemanes, esta presentación de las cosas no es totalmente


aceptable, y ciertamente que tienen buenas razones para creerlo así. Sospechan que:
existe otro motivo que responde mejor a la realidad. Rusia, al entrar en una era de
preparación militar, habría sido una amenaza mayor para Alemania dentro de dos o tres
años que lo que lo era entonces. Y Francia, durante ese tiempo, habría completado la
reforma de sus tres años de servicio militar. Entonces, ¿no está claro que una defensa
inteligente exigía que Alemania no esperase el ataque de sus enemigos, sino que se
anticipase a ellos en dos años y tomara inmediatamente la ofensiva?¿Y no es evidente
también que semejante guerra ofensiva deliberadamente provocada por Alemania y
Austria es en realidad una guerra de defensa preventiva?

Con frecuencia estos dos puntos de vista son combinados en un solo argumento. Desde
luego hay quo reconocer que hay en ello una pequeña contradicción. Por una parte se
declara que Alemania no quería ahora la guerra y que fue obligada a entrar en ella por la
Triple Entente, mientras que el otro punto de vista implica que la guerra no era
ventajosa ahora para la Entente, y que por esta razón Alemania había tomado la
iniciativa para provocar la guerra inmediata. Ante esta contradicción, ¿qué sucede? Se
comenta ligera y fácilmente sobre ello, y se resignan al concepto salvador de la guerra
de defensa.

Pero los beligerantes del otro campo disputan la ventajosa posición defensiva que
Alemania pretendía asumir, y obtuvieron pleno éxito. Francia no podía permitir la
derrota de Rusia, fundándose en su propia defensa. Inglaterra daba como motivo de su
intervención el inmediato peligro que significaría para las islas británicas la existencia
de una fuerte posición de Alemania en la costa del Canal de la Mancha. Finalmente,
Rusia también hablaba de su propia defensa. Pero la verdad es que nadie amenazaba el
territorio ruso. Pero es preciso observar que las posesiones nacionales no consisten
meramente en territorios, sino en otros factores intangibles, como es, entre otros, la
influencia sobre los vecinos débiles. Serbia “pertenece” a la esfera de influencia rusa, y
sirve al propósito de mantener el llamado equilibrio de poderes en los Balcanes, y no
solo al equilibrio de los poderes entre los Balcanes, sino también entre la influencia rusa
y de Austria. Un ataque victorioso de Austria contra Serbia amenazaría con perturbar
este equilibrio de poderes en favor de Austria, y por esto significaría un ataque indirecto
contra Rusia. Sasonov encuentra sin duda su fuerte argumento en las palabras de
Quessel: “sería insensato creer que un muro puede ser derribado de su estructura

154
extremadamente compleja (Europa) sin poner en peligro la seguridad de todo el
edificio”.

Seria superfluo añadir que Serbia y Montonero, Bélgica y Luxemburgo, podían también
presentar pruebas del carácter defensivo de su política. Con tales razonamientos
resultaría que todos los países estarían a la defensiva y ninguno seria el agresor. Pero si
esto es así, entonces, ¿qué sentido existe en esas apelaciones de guerra defensiva u
ofensiva de cada uno? Las banderas que en tales casos se enarbolan son muy distintas y
por lo general conocidas.

Lo que tiene fundamental importancia para nosotros los socialistas es el papel histórico
de esta guerra. ¿ Se conceptúa la guerra corno promoción efectiva de las fuerzas
productivas y de las organizaciones de estado y como aceleración de la concentración
de las fuerzas de las clases trabajadoras? ¿O será verdad lo contrario, que actúa como un
impedimento? Esta concepción materialista de las guerras se encuentra por encima de
toda consideración formal o externa, y dada su naturaleza no guarda relación con las
cuestiones relativas a la defensa o a la agresión. Algunas veces estas expresiones
formales designan con mayor o menor precisión el actual significado de la guerra.
Cuando Engels decía que los alemanes estaban a la defensiva en 1870, en lo quo menos
pensaba era en las inmediatas circunstancias políticas y diplomáticas. El hecho
determinante para él era que Alemania se batía en esta guerra por su unidad nacional, la
cual era una condición necesaria para el desarrollo económico del país y la
consolidación socialista del proletariado. En el mismo sentido los pueblos cristianos de
los Balcanes hacían la guerra de defensa contra los turcos, luchando por su derecho a la
autodeterminación nacional y contra el dominio extranjero.

La cuestión de las condiciones políticas internacionales inmediatas que conducen a una


guerra es independiente del valor que la guerra tiene desde el punto de vista materialista
histórico. La guerra alemana contra la monarquía de Bonaparte era históricamente
inevitable. En esa guerra el derecho al desarrollo estaba del lado de Alemania. Y aún
estas tendencias históricas no determinan por sí mismas qué parte estaba interesada en
provocar la guerra precisamente en el año 1870. Conocemos ahora muy bien las
consideraciones militares y de política internacional que determinaron a Bismarck a
tomar la iniciativa en la guerra. Sin embargo habría podido ocurrir lo contrario. Con
gran previsión y energía, el gobierno de Napoleón III hubiese podido anticiparse a
Bismarck y comenzar la guerra unos años antes, y esto habría cambiado radical e
inmediatamente el aspecto político do los acontecimientos, pero no habría cambiado
nada la estimación política de la guerra.

En tercer lugar aparece el factor de la diplomacia. En esto la diplomacia tiene una doble
tarea a realizar. Primero, necesita desencadenar la guerra en el momento más favorable
para su país desde el punto de vista internacional y militar. Segundo, tiene que usar
métodos por los cuales responsabilice ante la opinión pública por el sangriento conflicto
al gobierno enemigo.

La exposición de las trampas, bribonadas y ardides de la diplomacia es una de las más


importantes funciones de la agitación socialista. Pero sin importar hasta qué punto
nuestro éxito sea decisivo en ese sentido, está claro que la realidad que ocultan las
intrigas diplomáticas en ellas mismas, no significa nada con relación al papel histórico
de la guerra o de sus verdaderos iniciadores. Las inteligentes maniobras de Bismarck
155
forzaron a Napoleón a declarar la guerra a Prusia, pese a que la iniciativa vino del lado
de Alemania.

Luego aparece el aspecto puramente militar. El plan estratégico de operaciones puede


ser calculado principalmente para la defensa o el ataque, sin fijarse quien haya sido el
que declaró la guerra y bajo qué condiciones. Finalmente, las primeras tácticas que
siguen a la ejecución del plan estratégico frecuentemente desempeñan un gran papel en
la estimación de la guerra como guerra de defensa o de agresión.

“Es una buena cosa —escribía Engels a Marx el 31 de julio de 1870— que los franceses
ataquen primero en territorio alemán. Si los alemanes rechazan la invasión y siguen
hasta invadir Francia, esto no producirá. la misma impresión que si los alemanes
hubieran entrado en Francia sin una invasión previa en su país. De esta manera la guerra
resulta por parte de los franceses más bonapartista.”

Vemos en este ejemplo clásico de la guerra franco-prusiana que el criterio para juzgar
cuándo una guerra es defensiva o agresiva es muy contradictorio cuando chocan dos
naciones.

Y cuando el choque es de varias naciones, entonces las contradicciones se multiplican.


Si procuramos deshacer pacientemente el embrollo comenzando desde el principio,
entonces conseguiremos descubrir la relación entre los elementos de ataque y defensa.
El primer movimiento táctico de los franceses —según la opinión de Engels—- dio la
sensación al pueblo de que la responsabilidad del ataque la tenla Francia, pese a que
todo el plan estratégico de los alemanes tenla un carácter absolutamente agresivo. Los
manejos diplomáticos de Bismarck forzaban a Bonaparte a declarar la guerra contra su
voluntad y esto aparecía como una perturbación de la paz de Europa, mientras que la
iniciativa político-militar en la guerra provenía del gobierno prusiano. Estas
circunstancias son muy importantes para la estimación histórica de la guerra, pero no la
comprenden por completo tampoco.

Tina de las causas de esta guerra fue la creciente ambición do los alemanes en pro de su
autonomía nacional, lo que chocaba con las pretensiones dinásticas de la monarquía
francesa. Pero esta “guerra de defensa” nacional llevaba a la anexión de la Alsacia-
Lorena, y por esto en su segunda etapa se convirtió en una guerra dinástica de
conquista.

La correspondencia entre Marx y Engels demuestra que se guiaban principalmente por


consideraciones históricas en su actitud ante la guerra de 1870. Para ellos, naturalmente,
no carecía de importancia lo relativo a quién guiaba la guerra y cómo se llevaba a cabo.
“¿Quién hubiera pensado —escribía Marx con amargura— que veintidós años después
de 1848 una guerra nacionalista en Alemania podría haber dado semejante expresión
teórica!” Lo que era de decisiva significación para Marx y Engels fueron las
consecuencias objetivas de la guerra. “Si triunfan los prusianos, su triunfo significará la
centralización del poder de estado, y esto será útil para la centralización de la clase
trabajadora alemana”.

Liebknecht y Bebel comienzan con la misma estimación histórica de la guerra y por eso
forzosamente debían adoptar una posición política respecto de la misma. Esto no estaba

156
en oposición a la manera de pensar de Marx y de Engels, sino por el contrario, en
perfecto acuerdo. Liebknecht y Bebel, se negaban en el Reichstag a aceptar ninguna
responsabilidad por esta guerra. En su declaración sostienen lo siguiente:

“Nosotros no podemos votar los créditos de guerra que pide el Reichstag, porque esto
sería dar un voto de confianza al gobierno prusiano. Como opositores por principio a
todas las guerras dinásticas, como republicanos socialistas que somos y miembros de la
Asociación Internacional de Trabajadores que sin distinción de nacionalidad combate a
todos los opresores y trata de unir a todos los oprimidos en una gran hermandad, no
podemos ni directa ni indirectamente estar a favor de la presente guerra.”

Schweitzer obraba de otra manera. Tomaba la consideración histórica de la guerra como


una guía directa para su táctica —una de las más peligrosas falacias— y al votar los
créditos de guerra, daba un voto de confianza a la política de Bismarck. Esto, a pesar del
hecho de que, si la centralización del poder del estado, resultado necesario de la guerra,
probó ser útil a la causa de la socialdemocracia; ello demuestra que la clase trabajadora
debió desde el principio oponerse a la centralización dinástica de los junker mediante la
centralización de su propia clase, plena de desconfianza revolucionaria respecto a sus
gobernantes.

La actitud política de Schweitzer tendía a neutralizar las consecuencias de la guerra, las


que lo habían inducido a dar un voto de confianza a los que hacían la guerra.

Cuarenta años más tarde, a! hacer el balance de su vida, escribía Bebel:

“La actitud que Liebknecht y yo adoptamos al principio y durante la continuación de la


guerra, ha sido por muchos años terna de discusión y do ataques violentos, en primer
término dentro de! mismo partido, pero solo por un corto tiempo. Después se reconoció
que nosotros habíamos obrado bien. Confieso que no nos arrepentimos do nuestra
actitud, y si al principio de la guerra hubiéramos conocido lo que aprendimos en los
años sucesivos de revelaciones oficiales y no oficiales, nuestra actitud desde el
comienzo habría sido más dura aún. No nos habríamos abstenido sólo de votar, como lo
hicimos, los primeros créditos de guerra, sino que habríamos votado contra ellos. (Aus
meinem Leben, Bd.II, p. 167).

Si comparamos la declaración de Liebknecht-Bebel de 1870 con la de Haase en 1914,


tendremos que sacar la conclusión de que Bebel se equivocó cuando dijo: “Después se
reconoció que nosotros habíamos obrado bien”. Porque el voto del 4 de agosto fue una
gran condenación a la política de Bebel cuarenta y cuatro años antes, puesto que, según
la fraseología de Haase, Bebel había dejado a la patria en la estacada a la hora del
peligro.

¿Qué causas políticas y qué consideraciones han llevado al partido proletario alemán a
abandonar sus gloriosas tradiciones? Hasta ahora no se ha dado ninguna razón de peso.
Todos los argumentos aducidos están llenos de contradicciones. Son como las notas
diplomáticas escritas para justificar un hecho que ya está realizado. El director del Die
Neue Zeit escribe (con la aprobación de Karl Kautsky) que la posición de Alemania
respecto del zarismo es la misma que tuvo frente al bonapartismo en 1870. Y hasta cita
un párrafo de una carta de Engels: “Todas las clases del pueblo alemán reconocen que

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fue ante todo, una cuestión de existencia nacional, y por eso formaron como soldados de
fila”. Por la misma razón se nos dice que la socialdemocracia alemana hace ahora lo
mismo. Es una cuestión de existencia nacional. “Sustitúyase el zarismo por el
bonapartismo y las palabras de Engels pueden aplicarse también hoy”. Pero también
está el hecho muy significativo, de que Bebel y Liebknecht claramente se abstuvieron
de votar dinero y confianza a! gobierno de 1870. ¿No sería también esto aplicable
sustituyendo “el zarismo por el bonapartismo?” Sobre esto no se ha dicho ni una
palabra.

Pero qué es lo que verdaderamente escribía Engels en su carta concerniente a la táctica


del partido obrero?

“Me parece imposible que, bajo semejantes circunstancias, un partido político alemán
pueda predicar la total obstrucción, y colocar todo género de consideraciones sin
importancia, por encima de la consecuencia más importante”. ¡Total obstrucción! Pero
es que hay una gran distancia entre total obstrucción y total capitulación de un partido
político.

Y esta distancia era la que dividía las posiciones entre Bebel y Schweitzer. Karl
Kautsky pudo haber informado a su principal redactor, Hermann Wendel, de este hecho.

Y no es sino una difamación hecha a los muertos por el Simplicissimus el conciliar las
sombras de Bebel y Bismarck en el paraíso. Si el Simplicissimus y Wendel tienen el
derecho de despertar a alguien de su sueño en la tumba para endosarles las presentes
tácticas de la socialdemocracia alemana, no es a Bebel sino a Schweitzer a quien es
menester despertar, pues es su sombra la que ahora oprime al partido político del
proletariado alemán.

Pero la gran analogía entre la guerra franco-prusiana y la presente guerra es superficial y


engañosa en extremo. Dejemos a un lado todas las relaciones internacionales.
Olvidemos que la guerra significa en primer lugar la destrucción de Bélgica y que las
principales fuerzas de Alemania fueron empujadas no contra el zarismo sino contra la
Francia republicana. Olvidemos también que el principio de la guerra fue el
aplastamiento de Serbia, y que uno de sus principales objetivos consistió en fortalecer y
consolidar a la archirreaccionaria Austria-Hungría.

No nos ocuparemos extensamente del hecho de si la socialdemocracia alemana asestó


un duro golpe a la revolución rusa, la cual en los dos años antes de la guerra había
llameado en medio de tan grande tormenta. Cerraremos nuestros ojos a todos estos
hechos como la socialdemocracia alemana hizo el 4 de agosto cuando no vio que había
una Bélgica en el mundo, una Francia, Inglaterra, Serbia o Austria-Hungría.

Nosotros reconoceremos sólo la existencia de Alemania.

En 1870 era muy fácil estimar el significado histórico de la guerra. “Si los prusianos
ganan la centralización del poder del estado, avanzará la centralización de la clase
obrera alemana.” ¿Y ahora? ¿ Cuál podrá ser el resultado para la clase obrera alemana
de una victoria prusiana? La única expansión territorial que puede desear la clase
trabajadora alemana, porque completaría la unión nacional, es la unión de la Austria

158
alemana con Alemania. Cualquiera otra expansión significaría otro paso hacia la
transformación de Alemania de un estado nacional a un estado de nacionalidades y la
consiguiente introducción de estas condiciones, lo que haría más difícil la lucha de
clases del proletariado.

Ludwig Franck esperaba —y expresaba esta esperanza en el lenguaje de un atrasado


partidario de Lassalle— que más tarde, luego de una guerra victoriosa, se dedicaría
enteramente él mismo al “levantamiento interno” del Estado. No hay ninguna duda de
que Alemania necesitará este “levantamiento interno” después de una victoria no menos
que antes de la guerra.

¿Hará la victoria este trabajo más fácil? No hay en las experiencias históricas de
Alemania nada que, a diferencia de otros países, justifique semejante esperanza.

“Nosotros miramos la conducta de los gobernantes de Alemania como cosa natural —


decía Bebel en su autobiografía.

“Fue una mera ilusión del partido ejecutivo creer que un espíritu más liberal
prevalecería en el nuevo orden de cosas. Y este régimen liberal tenía que ser concedido
por el mismo hombre que hasta entonces había demostrado ser el gran enemigo, no sólo
de un desarrollo democrático sino de toda tendencia liberal, el que ahora como vencedor
planta el tacón de su bota de coracero en el suelo del nuevo Imperio.” (Aus meinen
Leben, Bd. II, p. 188.)

No hay en absoluto ninguna razón para esperar ahora resultados diferentes de una
victoria de arriba. Al contrario. En 1870 el junquerismo prusiano tuvo primeramente
que adaptarse al nuevo orden imperial, y no se sintió muy seguro en su lugar
inmediatamente.

Transcurrieron ocho años después de la victoria sobre Francia, antes de que las leyes
antisocialistas fueran votadas. En estos cuarenta y cuatro años, el junquerismo prusiano
se ha convertido en junquerismo imperial, y si después de medio siglo de la más intensa
lucha de clases, el junquerismo debería aparecer a la cabeza de la nación victoriosa,
entonces no necesitaríamos poner en duda que los servicios de Ludwig Franck no serian
precisos para el levantamiento interno del estado, aunque hubiera vuelto sano y salvo de
los campos de las victorias alemanas

Pero más importante que el fortalecimiento de la posición de clase de los gobernantes es


la influencia que una victoria alemana tendría sobre el proletariado. La guerra nació de
antagonismos imperialistas entre estados capitalistas y la victoria de Alemania, como
decimos antes, puede producir sólo un resultado: adquisiciones territoriales a expensas
de Bélgica, Francia y Rusia, tratados comerciales forzosos y nuevas colonias.

La lucha de clase del proletariado serla colocada entonces sobre la base de una
hegemonía imperialista de Alemania, la clase obrera estaría interesada en el
mantenimiento y desarrollo de esta hegemonía, y el socialismo revolucionario estaría
por largo tiempo condenado a! papel de una secta propagandista. Marx presintió
acertadamente en 1870, como resultado de las victorias alemanas un rápido desarrollo

159
para el movimiento obrero alemán bajo la bandera del socialismo científico. Pero ahora
las condiciones internacionales apuntan hacia predicciones muy opuestas.

La victoria de Alemania significaría una interrupción del movimiento revolucionario, su


debilitamiento teórico y la extinción de las ideas marxistas.

VI.

¿QUÉ TIENEN QUE VER LOS SOCIALISTAS CON LAS GUERRAS


CAPITALISTAS?

Pero la socialdemocracia alemana, se nos dirá, no quiere victorias. Nuestra contestación


debe ser en primer lugar que esto no es verdad. Lo que la socialdemocracia alemana
quiere lo dice su prensa. Con dos o tres excepciones, los periódicos socialistas
diariamente repiten a los trabajadores alemanes que una victoria alemana es su victoria.
La captura de Maubeuge, el hundimiento de tres barcos de guerra ingleses, la caída de
Amberes, levantaban en la prensa socialdemócrata los mismos sentimientos que se
ponen de manifiesto al ganar una nueva elección de distrito o una victoria en una
disputa sobre salarios.

No perdamos de vista el hecho de que la prensa obrera alemana, la prensa del partido
también, así como los periódicos de la Unión de Trabajadores, son ahora un poderoso
mecanismo, que en vez de educar la voluntad del pueblo para la lucha de clases, han
sustituido esta educación por el ensalzamiento de las victorias militares. No tengo
presentes los repulsivos excesos chovinistas de órganos individuales, sino el sentimiento
que subyace en la mayor parte de los periódicos de la socialdemocracia. Esta actitud.
parece haber comenzado con el voto de la fracción el 4 de agosto. Pero la fracción no
pensó en una victoria alemana. Se condujo así sólo para prevenir el peligro que
amenazaba desde fuera a la patria. Eso fue todo.

Y aquí volvemos otra vez a la cuestión de las guerras de defensa y las guerras do
agresión. La prensa alemana, incluyendo los órganos socialdemócratas no deja de
repetir que es Alemania, entre todos los países, la que se encuentra a la defensiva en esta
guerra.

Ya hemos discutido la norma para determinar la diferencia entre una guerra de agresión
y una guerra de defensa. Estas normas son numerosas y contradictorias.

En el caso presente, testifican unánimemente que los actos militares de Alemania no


podían ser estimados como actos de una guerra de defensa. Pero esto no tiene en
absoluto ninguna influencia sobre las tácticas de la socialdemocracia.

160
Desde el punto de vista histórico, el nuevo imperialismo alemán es, como ya sabemos,
absolutamente agresivo. Impulsado paralelamente por el febril desarrollo de la industria
nacional, el imperialismo alemán perturba el viejo balance de poder entre los estados, y
desempeña el papel de voz cantante en la carrera a favor de los armamentos.

Y desde el punto de vista de la política mundial, el momento actual parece ser el más
favorable en Alemania para asestar a sus rivales un golpe aplastante, el cual, sin
embargo, no disminuye la culpa de los enemigos de Alemania en lo más mínimo.

La apreciación diplomática de los acontecimientos no deja dudas en lo que concierne al


papel predominante que Alemania desempeñó en la provocativa acción de Austria en
Serbia. El hecho de que la diplomacia zarista fue, como siempre, más desafortunada, no
altera el caso.[6]  Desde el punto de vista estratégico, toda. la campaña alemana estuvo
basada en una monstruosa ofensiva.

Y, finalmente, desde el punto de vista táctico, el primer movimiento del ejército fue la
violación de la neutralidad belga

Si todo esto es defensa, entonces ¿qué es ataque? Pero aun suponiendo que los
acontecimientos, como están descritos en el lenguaje diplomático, admitan otras
interpretaciones (a pesar de que las dos primeras páginas del Libro Blanco tienen un
significado muy claro), ¿no tiene el partido revolucionario de la clase obrera otra norma
que determine su política que los documentos presentados por un gobierno que
demuestra el más grande interés en engañarle? Bismarck engañó al mundo entero —
dice Bebel— y supo hacer creer al pueblo que fue Napoleón quien provocó la guerra,
mientras él, Bismarck, el que tanto amaba la paz, se encontró en la posición. de atacado.

“Los acontecimientos que precedieron a la guerra fueron tan engañosos que


sorprendieron a Francia sin ninguna preparación, hasta el extremo de que ella misma
declaraba que había un descuido general, mientras que en Alemania, que parecía ser la
agredida, la preparación para la guerra había sido completada hasta el extremo de que
no faltaba ni el más mínimo detalle y la movilización se llevaba a cabo con la precisión
de un reloj “. (Aus meinen Leben, Bd. H, pp. 167-168).

Después de tal precedente histórico bien se podía esperar más garantías críticas de la
socialdemocracia.

Es muy cierto que Bebel dijo más de una vez que en el caso de un ataque a Alemania, la
socialdemocracia defendería a su patria. En el Congreso de Essen, le contestaba
Kautsky:

“En mi opinión, nosotros no podemos prometer positivamente una participación en el


entusiasmo del gobierno por La guerra, cada vez que estemos convencidos de que el
país está amenazado por un ataque. Bebel cree que nosotros estamos más avanzados que
lo que estábamos en 1870 y que somos capaces de decidir en todo momento si la guerra
que nos amenaza es de agresión o no. Yo no quisiera tomar esta responsabilidad sobre
mí. Yo no quisiera aceptar la tarea de garantizar que sepamos en todo momento
distinguir si un gobierno nos engaña o si procede bien representando los intereses de la
nación contra una guerra de ataque Ayer fue el gobierno alemán el que tomó la

161
ofensiva; mañana será el gobierno francés y nosotros no podemos saber si más tarde
será el gobierno inglés. Los gobiernos se turnan constantemente. En caso de guerra, lo
quo a nosotros nos interesa saber no es la causa nacional sino la internacional. una
guerra entre grandes potencias resultaría una guerra mundial quo afectarla a toda
Europa, no solamente a dos países. Algún día, el gobierno alemán puede hacer creer al
proletariado alemán que nosotros hemos sido los atacados; el gobierno francés, puede
hacer lo mismo con sus súbditos y entonces tendríamos una guerra en la cual los
trabajadores franceses y alemanes seguirán a sus respectivos gobiernos con igual
entusiasmo y se asesinarían y degollarían entre sí. Tal contingencia debe ser evitada y lo
será si nosotros no adoptamos el criterio de querer distinguir entre guerra ofensiva y
defensiva; en vez de esto hay que guiarse conforme a los intereses del proletariado, los
cuales, al mismo tiempo, son intereses internacionales Afortunadamente, es un concepto
equivocado el creer que la socialdemocracia alemana, en caso de guerra, debería
juzgarla según consideraciones nacionales y no internacionales y sentirse primero que
nada alemana y después partido proletario.”

Con espléndida claridad revela Kautsky en su discurso los terribles peligros (mucho más
terribles lo son en La actualidad.) que están latentes cuando se trata de hacer depender a
la socialdemocracia do una indefinida, contradictoria y formal estimación de si la guerra
es de defensa o de agresión. Bebel, en su réplica, no dijo nada de importancia; su punto
de vista parece completamente inexplicable, especialmente después de sus experiencias
del año 1870.

Sin embargo, aún siendo la posición de Bebel inadecuadamente teórica, tenía su


significación política. Esas tendencias imperialistas que engendran el peligro de la
guerra, excluyen la posibilidad para la socialdemocracia de esperar su salvación de parte
del vencedor o de las otras partes beligerantes. Por esta poderosa razón toda su atención
se dirige a preservarse de La guerra y su principal tarea fue mantener a los gobiernos
preocupados sobre los resultados de la guerra.

“La socialdemocracia —dijo Bebel— se opondrá a cualquier gobierno que tome la


iniciativa en la guerra”. Esto tenía el sentido de una amenaza al gobierno de Guillermo
II. “No contéis con nosotros si algún día decidís utilizar vuestros cañones y vuestros
barcos de guerra”. Y volviéndose a San Petersburgo y a Londres, decía: “Tened cuidado
y no ataquéis a Alemania fiados en la falsa idea de que es interiormente débil por la
política de obstrucción de la poderosa socialdemocracia alemana”.

Sin llegar a ser una doctrina política, la concepción de Bebel era una amenaza política,
pero una amenaza directamente simultánea para dos frentes: para el interior y para el
exterior. Su obstinada contestación a todas las objeciones históricas y lógicas, fue la
siguiente: “Nosotros encontraremos la manera de poner en un aprieto a cualquier
gobierno que dé un sólo paso hacia la guerra”. Somos bastante inteligentes para saber
que esta amenazadora actitud no solo de la socialdemocracia alemana sino también de la
Internacional tuvo sus resultados.

Los distintos gobiernos hicieron verdaderos esfuerzos para aplazar el rompimiento de la


guerra. Pero esto no es todo. Los gobernantes y los diplomáticos se mantuvieron
doblemente atentos adaptando sus manejos a la psicología pacifista de las masas.
Murmuraban al oído de los jefes socialistas, olfateaban en las oficinas de la
Internacional, y así creaban un sentimiento que hizo posible el que Jaurés y Haase
162
declarasen en Bruselas algunos días antes de estallar la guerra, que sus respectivos
gobiernos no tenían otro objetivo que la preservación de la paz. Y cuando la tormenta se
desencadenó, la socialdemocracia de todos los piases buscó a los culpables... pero más
allá de sus fronteras. Las estridencias de Bebel, que desempeñaron un papel definitivo
como amenaza, perdieron todo su peso en el momento en que los primeros tiros sonaron
en las fronteras. Este terrible acontecimiento sobrevino tal como Kautsky había
profetizado.

Lo más sorprendente de todo esto fue a primera vista, que la socialdemocracia no sintió
realmente la necesidad de un criterio político. En la catástrofe ocurrida a la
Internacional, los argumentos fueron notables por su superficialidad. se contradicen
unos a otros, pierden terreno y sólo tienen importancia secundaria ya que lo
fundamental estriba en afirmar que la patria debe ser defendida. Aparte de las
consideraciones sobre el resultado histórico de la guerra, aparte de las consideraciones
sobre la democracia y la lucha de clases, la patria, tal como ha llegado hasta nosotros
históricamente, debe ser defendida. Y defendida, no porque nuestro gobierno estuviese
ansioso de paz y “fuese pérfidamente atacado”, como lo publicaba la Internacional, sino
porque aparte de las condiciones o de los medios con que fue atacado, aparte de quién
estaba en su derecho y quién no, la guerra, una vez comenzada, sujeta a cada beligerante
al peligro de la invasión o de la conquista. Consideraciones políticas, teóricas,
diplomáticas y militares se derrumbaron como en un terremoto, un incendio o una
inundación. El gobierno con su ejército es elevado a la posición de un poder que puede
proteger y salvar a su pueblo. Las amplias masas del pueblo retornan en la actualidad a
una condición prepolitica.

Este sentimiento de las masas, ese reflejo elemental de la catástrofe no debe ser
criticado, pues sólo es un sentimiento temporal. Pero completamente distinto es el caso
de la actitud de la socialdemocracia comparado con la responsabilidad de la
representación política de las masas. Las organizaciones políticas de las clases
burguesas y especialmente el mismo poder del gobierno, no sigue simplemente a la
corriente. Instantáneamente ponen manos a la obra, y por distintos caminos levantan sus
sentimientos impolíticos y unen a las masas en torno del ejército y del gobierno. La
socialdemocracia no solo no consigue igual actividad en la dirección opuesta, sino que
desde el primer momento se entrega a la política del gobierno y al sentimiento elemental
de las masas. Y en vez de armar a estas masas con las armas de la crítica y de la
desconfianza, merced a su benévola actitud encaminan al pueblo hacia sus condiciones
prepolíticas. Renuncian a sus tradiciones y promesas políticas de cincuenta años con
una facilidad no muy a propósito para inspirar respeto a los gobernantes. Bethmann-
Hollveg anunciaba que el gobierno estaba de completo acuerdo con el pueblo alemán, y
después de la declaración del Vorwärts, en vista de la posición tomada por la
socialdemocracia, tenía todo el derecho de manifestarlo así. Además, tenía también otro
derecho. Si las condiciones no le hubieran inducido a diferir polémicas para un
momento favorable, podía haber dicho en la sesión del Reichstag del 4 de agosto,
dirigiéndose a los representantes del proletariado socialista:

“Hoy estáis de acuerdo con nosotros reconociendo el peligro que amenaza a nuestra
patria y os unís a nosotros tratando do prevenir el peligro por las armas. Este peligro, sin
embargo, no es nuevo. Debíais previamente haber conocido la existencia y tendencias
del zarismo y sabíais que teníamos otros enemigos aparte de este. Así, ¿con qué derecho
les atacáis cuando levantamos nuestro ejército y nuestra marina? ¿Con qué derecho
163
rehusáis el voto para los créditos militares un año y otro año? ¿Esto pudo ocurrir por el
derecho a la traición o por el derecho de ceguera? Y si a pesar vuestro no hubiéramos
hecho nuestro ejército, estaríamos ahora imposibilitados frente a la amenaza rusa, que
os ha devuelto la razón. Ningún crédito concedido ahora nos capacitaría para rehacer lo
quo hubiéramos perdido. Estaríamos ahora sin armas, sin cañones, sin fortificaciones.
Vuestro voto hoy, en favor de los créditos de guerra do cinco billones, es admitir que el
rechazar anualmente el presupuesto fue solamente una demostración vacía y, peor que
eso: fue una demagogia política. Porque tan pronto como hacéis un serio examen
histórico, negáis enteramente vuestro pasado.”

Esto es lo que el canciller alemán podía haber dicho, y esta vez su discurso hubiera .
convencido.

¿Y qué es lo que Haase hubiera podido contestar?

“Jamás sostuvimos el desarme de Alemania ante peligros externos. Semejante paz no


estuvo nunca en nuestros pensamientos. En tanto que las contradicciones
internacionales crearan fuera de ellas mismas el peligro de la guerra, nosotros
queríamos que Alemania fuera salvada de la invasión extranjera y del servilismo. De lo
que tratamos es de tener una organización militar que no pueda (como puede una
organización entrenada artificialmente) ser hecha para servir a la explotación de clases
en el interior y para aventuras imperialistas en el extranjero, sino que sea invencible en
la defensa nacional Queremos una milicia. No tenemos confianza en vosotros para el
trabajo de la defensa nacional. Habéis hecho del ejército una escuela de entrenamiento
reaccionario. Habéis formado al cuerpo de oficiales en el odio de la más importante
clase de la sociedad moderna, el proletariado. Sois capaces de arriesgar millones do
vidas, no por los intereses reales del pueblo, sino por los intereses egoístas do una
minoría gobernante, que cubrís con los nombres de ideales nacionales y prestigio del
estado.

“No nos inspiráis ninguna confianza y esa es la razón por la que año tras año hemos
dicho: "¡Ni un hombre ni un céntimo para esta clase de gobierno !"“

“Pero, ¡y los cinco billones!” podían interrumpir voces. a derecha e izquierda.

“Desgraciadamente no podemos ahora escoger. No tenemos ejército, sino el creado por


los presentes dueños do Alemania, y el enemigo está a nuestras puertas. No podernos,
por el momento, reemplazar el ejército de Guillermo II por una milicia del pueblo, y una
vez que esto es así, no podemos rehusar comida., ropas y material de guerra al ejército
que nos defiende, sin quo importe cómo pueda estar constituido. Nosotros no
repudiamos nuestro pasado, ni renunciamos al porvenir. Estamos obligados a votar los
créditos de guerra.”

Esta hubiera sido la respuesta más conveniente que Haase podía haber dado.

Y a pesar de que semejantes consideraciones pueden dar una explicación de por qué los
trabajadores socialistas como ciudadanos no impedían la organización militar sino
simplemente cumplían el deber de ciudadanía impuesto a ellos por las circunstancias,
nosotros esperaremos en vano una contestación a la pregunta principal: ¿por qué la

164
socialdemocracia, como organización política de una clase a quien le ha sido negada
una participación en el gobierno, como implacable enemiga de la sociedad burguesa,
como partido republicano, como una rama de la Internacional, por qué asumió la
responsabilidad de actos emprendidos por una clase que es su irreconciliable enemiga?
Si es imposible para nosotros reemplazar inmediatamente el ejército de los
Hohenzollern por una milicia, no quiere esto decir que debamos asumir nosotros la
responsabilidad de los actos de este ejército. Y si en tiempo de paz, de normal arreglo
interior del estado, hacemos la guerra contra la monarquía, la burguesía y el militarismo
y tenemos la obligación de llevar a las masas a hacer esta guerra con todo el peso de
nuestra autoridad, entonces cometemos el crimen más grande contra nuestro porvenir
poniendo esta. autoridad al servicio de la monarquía, la burguesía y el militarismo, en el
preciso momento de esta explosión dentro de estos terribles, antisociales y bárbaros
métodos de guerra. Ni la nación ni el estado pueden escapar a la obligación de la
defensa. Pero cuando rehusábamos a los gobernantes nuestra confianza, no privábamos
al estado burgués ni de sus armas, ni de sus medios de defensa ni de ataque, porque esto
no puede ocurrir mientras no seamos lo suficientemente fuertes para arrancar el poder
de sus manos. En la guerra, como en la paz, somos un partido de oposición, no un
partido de poder. De esta manera, podemos con mayor seguridad llevar a cabo esa parte
de nuestro trabajo que la guerra marca tan distintivamente: el trabajo de independencia
nacional. La socialdemocracia no puede dejar que el destino de ninguna nación, la suya
u otra cualquiera, dependa de las victorias militares. Echando sobre el estado capitalista
la responsabilidad por los métodos con los cuales protege su independencia, esto es, la
violación de la independencia de otros estados, la socialdemocracia pone la piedra
angular de la verdadera independencia nacional en la conciencia de las masas do todas
las naciones. Preservando y desarrollando la solidaridad internacional de los
trabajadores, aseguramos la independencia de la nación, independiente así también del
calibre de los cañones.

Si el zarismo es un peligro para. la independencia de Alemania, hay un sólo camino


conducente a evitar el peligro y nosotros lo conocemos: la solidaridad de las masas
trabajadoras de Alemania y Rusia. Pero semejante solidaridad minaría la política que
Guillermo II explicaba diciendo que todo el pueblo alemán estaba con él. ¿Qué
podemos decir nosotros, socialistas rusos, a los trabajadores rusos frente al hecho de que
las balas que los trabajadores alemanes les envían llevan el sello moral y político de la
socialdemocracia alemana?

“Nosotros no podemos hacer nuestra política por Rusia, la hacemos por Alemania”, fue
la contestación que me dio uno de los más respetados. funcionarios del partido alemán
cuando yo le planteé el problema, y en ese momento sentí, con dolorosa claridad, el
tremendo golpe dado a la Internacional desde dentro.

Es evidente que la situación no mejorará si los partidos socialistas de los dos países en
guerra unen su destino al destino de sus gobiernos, como en Alemania y en Francia.
Ningún poder externo, ni confiscaciones, ni destrucción de la propiedad socialista, ni
detenciones, ni encarcelamientos, podían haber dado a la socialdemocracia semejante
golpe como el que ella misma con sus propias manos se ha dado, rindiéndose al Moloch
del estado, precisamente cuando comenzaba a hablar con palabras de sangre y hierro...

En su discurso, en el Congreso de Essen, Kautsky presentaba un cuadro terrible de un


hermano levantándose contra otro hermano en nombre de la “guerra de defensa”, pero
165
como argumento, no como una posibilidad. Ahora que este cuadro se ha convertido en
una realidad sangrienta, Kautsky trata de lograr que nos resignemos a ello. El no ve la
caída de la internacional.

“La diferencia entre los socialistas alemanes y franceses no se debe buscar en su


peculiar criterio, ni en sus puntos de vista fundamentales, sino meramente en su
interpretación de la situación actual la cual, a su vez, está condicionada por la diferencia
en su posición geográfica (!). Por eso, esta diferencia no puede ser vencida mientras la
guerra dure. Sin embargo, no es una diferencia de principio, sino una diferencia que
surge de una situación particular y no tiene por qué durar después de que esa situación
haya cesado de existir.” (Neue Zeit, 1915, Jg. 33, Bd., p. 73).

Cuando Guesde y Sembat aparecen como ayudantes de Poincaré, Delcassé y Briand y


como opositores a Bethmann-Hollweg; cuando los trabajadores franceses y alemanes se
degüellan unos a otros, y lo hacen no obligados por la república burguesa y la
monarquía de los Hohenzollern, sino como socialistas que cumplen con su deber bajo la
dirección espiritual de sus partidos, ¿no significa acaso el derrumbe de la Internacional?
La “bandera de juicio” es una y la misma tanto para los socialistas alemanes que
degüellan a los franceses, como para los socialistas franceses que degüellan a los
alemanes. Si Ludwig Franck toma su cañón, no es para proclamar la diferencia de
principio frente a los socialistas franceses, sino para matarlos en completo acuerdo do
principio; y si Ludwig Franck cayera él mismo por una bala francesa, enviada
probablemente por un camarada, esto no es en detrimento de la “bandera” que ellos
tienen en común. Es meramente una consecuencia de la diferencia en su posición
geográfica. Verdaderamente, es amargo leer semejantes líneas, pero doblemente amargo
cuando salen de la pluma de Kautsky. La Internacional siempre se opuso a la guerra.

“Y si a pesar de los esfuerzos de la socialdemocracia tuviéramos guerra —dice Kautsky


— entonces cada nación debe salvar su pellejo lo mejor que pueda. Esto quiere decir
que la socialdemocracia de cada país tiene el mismo derecho y el mismo deber de
participar en la defensa de su pueblo y ninguno de ellos puede hacer de esto un motivo
para dirigir reproches (!) a unos y otros”. (Neue Zeit, Jg. 33, p. 7).

Tal es el género de esta “bandera” común, de este propósito común de salvar el propio
pellejo, de romperse el cráneo los unos a los otros en propia defensa, sin “reprocharse”
unos a otros por hacerlo.

¿Pero va a ser la cuestión contestada por el acuerdo en la “bandera de juicio”? ¿No será
más bien contestada por la cualidad de esta “bandera de juicio” común? Entre
Bethmann-Hollweg, Sosonov, Grey y Doicassé, también se encuentra acuerdo en sus
banderas. Tampoco entre ellas hay ninguna diferencia de principio. Menos que nadie
tienen ellos derecho a dirigirse reproches entre sí.

Su conducta emana simplemente de una diferencia en su posición geográfica. Si


Bethmann-Hollweg hubiera sido un ministro inglés, hubiera obrado exactamente como
lo hizo Sir Edward Grey. Su bandera es tan igual para unos y otros como sus cañones,
que no se diferencian más que en el calibre. Pero la cuestión para nosotros es: ¿podemos
adoptar su bandera como nuestra?

166
“Afortunadamente, es una equivocación suponer que la socialdemocracia alemana, en
caso de guerra, debería actuar de acuerdo con consideraciones nacionales y no
internacionales, sintiéndose en primer término alemana y después partido del
proletariado.”

Así decía Kautsky en Essen. Y ahora, cuando el punto de vista nacional ha unido a
todos los partidos de los trabajadores de la Internacional, en lugar del punto de vista
internacional que ellos tenían en común, no solamente se resigna Kautsky a esta
“equivocación”, sino que trata de encontrar en ello acuerdo de banderas y una garantía
del renacimiento de la Internacional.

“En todos los estados nacionales, la clase trabajadora debe dirigir todas sus energías a
conservar intactas la independencia y la integridad del territorio nacional. Esto es
esencial en la democracia, base necesaria para la lucha y La victoria final del
proletariado”. (Neue Zeit, Jg. 33, p. 74).

Pero si éste es el caso, ¿qué pasa con la socialdemocracia austriaca? ¿Deben también
consagrar todas sus energías a la conservación de la no nacional y antinacional
monarquía austro-húngara? ¿Y la socialdemocracia alemana? Amalgamándose
políticamente con el ejército alemán, no solo ayuda a conservar el caos nacional austro-
húngaro sino que facilita la destrucción de la unidad nacional alemana. La unidad
nacional se pone en peligro no solo con la derrota sino también con la victoria.

Desde el punto de vista del proletariado europeo es igualmente perjudicial, ya sea que
un trozo del territorio francés sea absorbido por Alemania o que Francia absorba un
pedazo de territorio alemán. Por esto el mantenimiento del statu quo no significa nada
para nuestra plataforma. El mapa político de Europa ha sido hecho a punta de
bayonetas, pasando por todas las fronteras sobre los cuerpos vivos de las naciones. Y si
la socialdemocracia ayuda a su nacional (o antinacional) gobierno con todas sus
energías, es lo mismo que dejar que el poder y la inteligencia de las bayonetas corrijan
el mapa de Europa. Y rompiendo en pedazos la Internacional, la socialdemocracia
destruye el único poder capaz de crear un programa de independencia y democracia
nacional en oposición a la actividad de las bayonetas, y de cumplir este programa en un
grado más o menos grande, totalmente independiente de si las bayonetas nacionales son
coronadas con la victoria.

La vieja experiencia está confirmada una vez más. Si la socialdemocracia coloca sus
deberes nacionales por encima de sus deberes de clase, comete el crimen más grande, no
solamente contra el socialismo sino también contra los intereses de la nación en la más
amplia acepción de la palabra.

167
VII.

EL COLAPSO DE LA INTERNACIONAL

En su Congreso de Paris, dos semanas antes del comienzo de la catástrofe, los


socialistas franceses insistían en comprometer a todas las ramas de la Internacional en
una acción revolucionaria en caso de movilización. Pensaban principalmente en la
socialdemocracia alemana. El radicalismo de los socialistas franceses, en asuntos de
política extranjera, tenía sus raíces no tanto en intereses internacionales como en
intereses nacionales. Los acontecimientos de la guerra han confirmado ahora
definitivamente lo que estaba claro para muchos de ellos. lo que los socialistas franceses
deseaban de sus hermanos de partido en Alemania era una cierta garantía para la
inviolabilidad de Francia. Ellos creían que de esta manera, pactando con el proletariado
alemán, podían finalmente liberar sus manos en el caso de un decisivo conflicto con el
militarismo nacional.

La socialdemocracia alemana, por su parte, rehusaba sencillamente semejante


compromiso. Babel demostró que aunque los partidos socialistas firmaban la resolución
francesa, no podrían mantener su. promesa cuando el momento decisivo llegara. Ahora
no cabe duda de que Bebel estuvo bien. Como los acontecimientos han probado
repetidamente, un periodo de movilización mutila casi completamente al partido
socialista, o por lo menos impide la posibilidad. de movimientos decisivos. Una vez
declarada la movilización, la socialdemocracia se encuentra frente al poder concentrado
del gobierno, el cual está apoyado por un poderoso aparato militar dispuesto a destruir
todos los obstáculos en su camino con la incalificable cooperación de todos los partidos
e instituciones burguesas.

De no menos importancia es el hecho de que la movilización despierta y pone a sus pies


a aquellos elementos del pueblo que tienen una significación social muy pequeña y que
desempeñan un papel que no es político en tiempo de paz. Cientos de miles, hasta
millones de pobres obreros manuales, de proletarios vagabundos (la morralla de los
trabajadores), de pequeños labradores y trabajadores del campo, son arrastrados por la
disciplina del ejército y embutidos en un uniforme, en el que cada uno de ellos se
encuentra con un estado de conciencia parecido al que tienen como trabajadores. Ellos y
sus familias son arrancados a la fuerza de su triste e inconsciente indiferencia y se hace
todo lo posible para que tomen cierto interés en el destino de su País. La movilización y
el estado de guerra despiertan nuevas expectativas, nuevas perspectivas en estos
círculos, a los cuales no llega prácticamente nuestra agitación, y en los cuales, en
circunstancias normales, no se alistarían nunca. Confusas esperanzas de un cambio en
las presentes condiciones, de un cambio para mejorar, llenan los corazones de estas
masas arrancadas a la apatía de la miseria y del servilismo. Lo mismo ocurre al
comienzo de una revolución, pero con una diferencia muy importante. Una revolución
une a estos elementos recién despertados con la clase revolucionaria, pero la guerra los
une... ¡con el gobierno y con el ejército! En uno de los casos, todas las necesidades no
satisfechas, todos los sufrimientos acumulados, todas las esperanzas y deseos,
encuentran su expresión en el entusiasmo revolucionario; en el otro caso, estas mismas
emociones colectivas adoptan temporalmente la forma de una patriótica intoxicación.

168
Amplios círculos de las clases trabajadoras, hasta aquellos que están influidos por el
socialismo, son arrastrados por la misma corriente.

Las avanzadas de la socialdemocracia se sienten entonces en minoría; sus


organizaciones quedan rotas cuando se completa la organización del ejército. En
semejantes condiciones no puede darse ningún pensamiento en pro de movimientos
revolucionarios que proceda del partido. Y todo esto es completamente independiente
de la cuestión de si el pueblo acepta una guerra determinada o no. A pesar del carácter
colonial de la guerra ruso-japonesa y de su impopularidad en Rusia, en el primer medio
año de guerra casi dominó al movimiento revolucionario. En consecuencia, es evidente
que con las mejores intenciones del mundo, los partidos socialistas no pueden
comprometerse a desplegar una acción obstruccionista en el momento de la
movilización, que constituye precisamente también el momento del aislamiento político
del socialismo.

Y por esto no debe considerarse como cosa extraña y desalentadora el hecho de que el
partido de las ciases trabajadoras no opusiera a la movilización militar una propia
organización revolucionaria. Si los socialistas se hubiesen limitado a lanzar una
condenación contra la guerra europea, si hubiesen declinado toda responsabilidad ante
ella y hubiesen negado el voto de confianza a sus gobiernos y también el voto por los
créditos de guerra, habrían cumplido con su deber. Habrían adoptado una posición
expectante, cuyo carácter de oposición habría resaltado tan claramente para el gobierno
como para el pueblo. Una acción ulterior habría sido determinada por la marcha de los
acontecimientos y por aquellos cambios que los acontecimientos de la guerra deben
producir en la conciencia del pueblo. Los enlaces que unen a la Internacional habrían
sido conservados y la bandera del socialismo habría permanecido inmaculada. A pesar
de debilitarse momentáneamente la socialdemocracia, habría conservado libres sus
manos para el caso de una intervención decisiva en estas cuestiones, tan pronto como el
cambio se hubiese producido en los sentimientos de las masas. Y Se puede asegurar que
no importa la influencia que la socialdemocracia hubiese perdido por semejante actitud
al comienzo de la guerra, porque todo lo habría recobrado cuando se hubiera producido
el cambio inevitable en el sentimiento público.

Pero si esto no ocurrió, si la señal para la movilización fue también la señal para la caída
de la Internacional, si los partidos nacionales del trabajo formaron en las filas de sus
gobiernos y de sus ejércitos sin la menor protesta, es porque hubo profundas causas para
que esto ocurriera, pero causas comunes a. toda la Internacional. Seria fútil buscar estas
causas en las condiciones individuales y en la insuficiencia de los jefes y comités de
partido. Las causas hay que buscarlas en las condiciones de la época en las cuales la
Internacional socialista apareció primeramente y se desenvolvió. Esto no quiere decir
que la incapacidad de los jefes o la sorprendente incompetencia de los comités
ejecutivos pueda siempre justificarse. Nada de eso. Pero no son los factores
fundamentales. Tales factores habrá quo buscarlos en las condiciones históricas de toda
una época. Pero no es una cuestión (y debemos confesarlo entre nosotros mismos) que
se refiera a equivocaciones particulares, ni tampoco a conducta oportunista o a actitudes
de perplejidad en distintos parlamentos; no se refiere tampoco al voto de la
socialdemocracia a favor del presupuesto en el Gran Ducado de Baden, ni a la
individual experiencia ministerial en Francia, ni a la carrera que hubiese podido o no
hacer este o aquél socialista. Es nada menos que la total derrota de la Internacional en la

169
época histórica más responsable, para la cual todas las formaciones previas del
socialismo pueden ser consideradas como una mera preparación.

Una revista de los acontecimientos históricos revelarla un número de hechos y de


síntomas que despertarían inquietud sobre el fondo y la solidez del internacionalismo en
el movimiento obrero.

No nos referimos a la socialdemocracia austriaca. En vano los socialistas rusos y serbios


buscaron en los recortes de artículos sobre política mundial publicados en el Wiener
Arbeiter-Zeitung, algo que pudiera ser utilizable para los trabajadores rusos y serbios sin
que tuvieran que avergonzarse por la Internacional. Una de las más sorprendentes
tendencias de este periódico fue siempre la defensa del imperialismo austro alemán, no
solamente contra el enemigo de fuera sino también contra el enemigo interno... y el
Vorwärts fue uno de los enemigos internos. No hay ironía al decir que en la presente
crisis de la Internacional el Wiener Arbeiter-Zeitung fue fiel a su historia,

El socialismo francés revela dos cosas: por una parte, un ardiente patriotismo, no libre
de la enemistad de Alemania y, por la otra, el más violento antipatriotismo, al estilo de
Hervé, el cual, como la experiencia enseña, prontamente cae dentro. de su extremo
opuesto.

A semejanza de Inglaterra, en donde el matiz patriótico de los torys de Hyndman,


suplantó su radicalismo sectario, también ese patriotismo ha causado repetidas veces
dificultades políticas a la Internacional.

En menor grado los síntomas nacionalistas pudieron ser descubiertos en la


socialdemocracia alemana.

En otras palabras, el oportunismo de los alemanes del sur creció fuera del suelo del
particularismo, el cual fue nacionalismo de pacotilla.

Pero los alemanes del sur fueron considerados, y muy acertadamente, como una
retaguardia sin importancia del partido. La promesa. de Bebel de echarse al hombro su
fusil en caso de peligro no fue. recibida con entusiasmo. Y cuando Noske repitió la
expresión de Bebel, fue duramente atacado en la prensa del partido.

En suma, la socialdemocracia. alemana se adhiere más estrictamente al


internacionalismo que ningún otro de los viejos partidos socialistas. Por esta razón
rompió secamente con su pasado.

A. juzgar por los anuncios formales del partido y por los artículos de la prensa
socialista, no hay ningún enlace entre el socialismo alemán de ayer y el de hoy.

Pero está claro quo semejante catástrofe no hubiese ocurrido si las condiciones para ello
no hubieran sido preparadas previamente. El hecho de que dos partidos jóvenes, el ruso
y el serbio, fueron fieles a sus deberes internacionales, no es una confirmación de la.
filosofía, según la cual, la lealtad al principio es una expresión natural de poca madurez.
Este hecho nos lleva a buscar las causas del colapso de la Internacional en aquellas
condiciones de su desarrollo que menos influencia ejercieron en sus miembros jóvenes.

170
 

VIII.

OPORTUNISMO SOCIALISTA

El Manifiesto Comunista, escrito en 1847, termina con estas palabras: “¡ Proletarios de


todos los países, uníos !” Pero este grito de guerra apareció demasiado prematuramente
para poder ser de una viva actualidad enseguida. El orden del día de la historia por ese
entonces fue la revolución de la clase media de 1848. Y en esta revolución, la parte que
recayó sobre los autores del manifiesto no fue la de jefes de un proletariado
internacional sino la de luchadores en la extrema izquierda de la democracia nacional.

La revolución de 1848 no resolvió ni uno solo de los problemas nacionales: no hizo más
que revelarlos. La contrarrevolución, juntamente con el gran desarrollo industrial que
entonces tuvo lugar, rompió el hilo del movimiento revolucionario. Transcurrió otro
siglo de paz hasta que recientemente los antagonismos, que habían desaparecido con la
revolución, requirieron la intervención de la espada. Esta vez no fue la espada de la
revolución, caída de las manos de la clase media, la esgrimida, sino la espada militarista
de. la guerra, sacada de una vaina dinástica. Las guerras de 1859, 1864, 1866 y 1870
crearon una nueva Italia y una nueva Alemania. Las castas feudales tomaron a su
manera la herencia de la revolución de 1848. La bancarrota política de la clase media.,
la que se expresa en este histórico intercambio de roles, vino a ser un estimulo directo a
un movimiento independiente del proletariado, basado en el rápido desarrollo del
capitalismo.

En 1863, Lassalle fundó la primera unión política en Alemania. En 1864 la primera


Internacional fue creada en Londres bajo la guía de Karl Marx.

El santo y seña del Manifiesto fue tomado y usado en la primera circular publicada por
la Asociación Internacional de los Trabajadores. Es muy característico de las tendencias
del movimiento obrero, el hecho de que su primera organización tuviera un carácter
internacional.

Sin embargo, esta organización fue una anticipación de las futuras necesidades del
movimiento, más bien que un instrumento de gobierno en la lucha de clases. Allí
continuaba existiendo un ancho abismo entre el último término de la Internacional, la
revolución comunista y sus inmediatas actividades, las cuales tomaron principalmente la
forma de la cooperación de la Internacional en los caóticos movimientos huelguistas de
los trabajadores de varios países. Hasta los fundadores de la Internacional esperaban que
la marcha revolucionaria de los acontecimientos vencería muy pronto la contradicción
entre. la ideología y la práctica. Mientras el Consejo General fue dando .dinero para
ayudar a los grupos de huelguistas en Inglaterra y en el continente, hacia esfuerzos al
mismo tiempo para armonizar la conducta de los trabajadores de todos los países en el
campo de la política mundial.

171
Pero estos esfuerzos no tenían, corno no tienen aún, una suficiente base material. La
actividad de la primera Internacional coincide con el periodo de guerras que abrieron el
camino de su desarrollo en Europa y en Norteamérica. A pesar de su importancia
doctrinal y educativa, los esfuerzos de la Internacional para mezclarse en la política
mundial han debido hacer ver muy claramente a los trabajadores avanzados de todos los
países, su impotencia contra el estado nacional de clase. La Commune de Paris,
fulgurando fuera de la guerra, fue el punto culminante de la Primera Internacional. Así
como el Manifiesto comunista fue la anticipación teórica del movimiento moderno del
trabajo y la Primera Internacional fue la anticipación práctica de las asociaciones del
trabajo del mundo, así la Commune de Paris fue la anticipación revolucionaria de la
dictadura del proletariado.

Pero solamente una anticipación y nada más. Y por esta misma razón estaba claro que
es imposible para el proletariado echar abajo la máquina del estado y reconstruir la
sociedad mediante improvisaciones revolucionarias.

Los estados nacionales que surgen de las guerras crean una base real para este histórico
trabajo: la base nacional. Por esto el proletariado tiene que pasar por la escuela de su
propia educación.

La Primera Internacional llenó su misión de escuela para el partido nacional socialista.


Después de la guerra franco-prusiana y la Commune de Paris, la Internacional arrastró
una moribunda existencia durante algunos años más y en 1872 fue trasplantada a
América, y después de varios experimentos religiosos y sociales vivió errabunda, y allí
murió después.

Entonces empieza el periodo prodigioso de desarrollo capitalista sobre la base del


estado nacional. Para el movimiento obrero, éste fue el periodo de concentración
gradual de fuerza, de desarrollo, de organización y positivismo político u oportunismo.

En Inglaterra el periodo tempestuoso del cartismo, aquel despertar revolucionario del


proletariado inglés, se había consumido completamente diez años antes del nacimiento
de la Primera Internacional.

La anulación de las leyes de cereales (1846) y la consiguiente prosperidad industrial,


quo hizo de Inglaterra el taller del mundo, el establecimiento de las diez horas de trabajo
diarias (1847), el aumento de la emigración irlandesa a América y la emancipación de
los trabajadores en las circunscripciones (1867), todas estas circunstancias, las cuales
beneficiaban considerablemente a la mayor parte de la capa superior del proletariado,
llevó al movimiento de clases en Inglaterra dentro de las aguas pacificas del
“tradeunionismo” y de su política liberal supletoria.

El periodo de posibilismo, que es la concienzuda y sistemática adaptación a la forma de


estado económico y legal del capitalismo nacional, empieza para el proletariado inglés,
el más viejo de los hermanos, antes que el nacimiento de la Internacional y veinte años
antes que para el proletariado continental.

172
Si a pesar de todo las grandes ligas inglesas se unieron a la Internacional, al principio
fue solamente porque las protegía contra la importación de los promovedores de huelgas
en la lucha por el salario.

El movimiento obrero francés recobró, aunque muy lentamente, la pérdida de sangre


vertida en la Commune sobre el terreno de un crecimiento industrial retrasado y en
medio de una atmósfera nacionalista de la más nociva ansia de revancha. Fluctuando
entre una negación anarquista del estado y una vulgar capitulación democrática ante
ella, el movimiento del proletariado francés se desarrolló adaptándose al encuadre social
y político de la República burguesa.

Como Marx había ya previsto en 1870, el centro de gravedad del movimiento socialista
se desplazó a Alemania.

Después de la guerra franco-prusiana, la Alemania unida entró en una era similar a la


que Inglaterra había atravesado durante los anteriores veinte años; una era de
prosperidad capitalista, de franqueza democrática y de un alto tenor de vida para la capa
superior del proletariado.

Teóricamente el movimiento obrero marchaba bajo la bandera del marxismo. Aún en la


dependencia a las condiciones del periodo, el marxismo vino a ser para el proletariado
alemán no la fórmula algebraica de la revolución que fue al principio, sino el método
teórico por adaptación a un estado nacional capitalista coronado con un casco prusiano.
El capitalismo, que había alcanzado un equilibrio temporal, revolucionaba
continuamente la base económica de la vida nacional. Para conservar el poder que había
resultado de la guerra franco-prusiana, fue necesario aumentar el ejército permanente.
La clase media había cedido todas sus posiciones políticas a la monarquía feudal, pero
atrincherándose ella misma más enérgicamente en sus posiciones económicas, bajo la
protección de la política militarista del estado. L as principales corrientes del último
periodo, que comprenden cuarenta y cinco años, son: capitalismo victorioso,
militarismo erigido sobre una base capitalista, una reacción política resultado del
crecimiento interior de las bases feudales y capitalistas..., una revolución de la vida
económica, y un completo abandono de los métodos revolucionarios y tradiciones en la
vida. política. La entera actividad de la socialdemocracia alemana fue dirigida hacia el
despertar de los. obreros retrógrados, a través de una lucha sistemática por sus
necesidades más inmediatas...., unión de fuerzas, aumento de miembros, colmar el
tesoro, el desarrollo de la prensa, la conquista de todas las posiciones que se presenten
por sí mismas y su utilización y expansión. Este fue el gran trabajo histórico del
despertar y educación de la clase “antihistórica”.

La gran liga de trabajadores de Alemania centralizada se desarrolló dentro de la


dependencia directa del desenvolvimiento de la industria nacional, adaptándose ella
misma a sus éxitos en el interior y en los mercados extranjeros, y controlando los
precios de materias primas y productos manufacturados.

Localizados en distritos políticos, para adaptarse a las leyes electorales y extendiendo


sus tanteos a todas las ciudades y municipios rurales, la socialdemocracia levantó la
única estructura de la organización política del proletariado alemán con sus muchas
ramificaciones de jerarquía burocrática, su millón de miembros contribuyentes, sus

173
cuatro millones de votantes, noventa y un diarios y sesenta y cinco imprentas del
partido.

Esta actividad conjunta de una importancia histórica in conmensurable, se desarrolló a


través del espíritu de “posibilismo”.

En cuarenta y cinco años de historia no ofreció al proletariado alemán una simple


oportunidad de quitar un obstáculo por un ataque tempestuoso, o capturar una posición
hostil dentro de un avance revolucionario. Como resultado de la relación reciproca de
fuerzas sociales, fue obligado a evitar obstáculos o adaptarse a ellos. En esto, el
marxismo, en tanto teoría, resultó un valioso instrumento como guía política, pero no
podía cambiar el carácter oportunista del movimiento de clase que fue su rasgo esencial
en esta etapa tanto en Inglaterra, como en Francia y Alemania. A pesar de la
superioridad indiscutible de la organización alemana, las tácticas de las ligas fueron
muy iguales en Berlín y en Londres. Su principal trabajo fue el sistema de los tratados
de tarifas. En el campo político, la diferencia fue más grande y profunda. Mientras el
proletariado inglés marchaba bajo la bandera del liberalismo, los trabajadores alemanes
formaban un partido independiente con una plataforma socialista. Y aun esta diferencia
no va tan profundamente en política, como en formas ideológicas y en formas de
organización.

A través de la presión que los trabajadores ingleses ejercían en el partido liberal,


obtuvieron ciertas limitadas victorias: la extensión del sufragio, libertad de unión y la
legislación social. Lo mismo fue conservado o mejorado por el proletariado alemán por
su partido independiente, el cual se vio obligado a formarse debido a la rápida
capitulación del liberalismo alemán.

Y aun este partido, mientras en principio combatía por la conquista del poder político,
fue obligado en la práctica a adaptarse él mismo al poder gobernante, para proteger al
movimiento obrero contra los golpes de este poder y para realizar nuevas reformas. En
otras palabras: debido a la diferencia en tradiciones históricas y condiciones políticas, el
proletariado inglés se adaptaba al estado capitalista por medio del partido liberal.,
mientras el proletariado alemán fue obligado a formar un partido propio para llegar a los
mismos términos políticos. Y la lucha política del proletariado alemán, en todo este
periodo, tiene el mismo carácter oportunista, limitado por condiciones históricas, que el
proletariado inglés.

La semejanza de estos dos fenómenos tan diferentes en sus formas, se muestra más
claramente en el resultado final a la terminación del periodo. El proletariado inglés en
su lucha cotidiana fue forzado a formar un partido independiente propio, sin romper, no
obstante, sus tradiciones liberales; y el partido del proletariado alemán, cuando la guerra
le forzaba a una opción decisiva, daba una contestación dentro del espíritu nacional de
tradiciones liberales del partido laborista inglés.

El marxismo, naturalmente, no era solamente algo accidental e insignificante en el


movimiento obrero alemán. Aún allí no estaría la base para deducir el carácter
socialrevolucionario del partido, de su ideología oficial marxista. La ideología es muy
importante, pero no un factor decisivo en política. Su papel es el planear sobre la
política. Esta profunda contradicción, inherente al despertar de la clase revolucionaria,

174
sobre la razón de su relación con el estado reaccionario feudal, reclamaba una ideología
irreconciliable, la cual arrastraría a todo el movimiento bajo la bandera de los deseos de
la revolución social. Desde que las condiciones históricas forzaban las tácticas
oportunistas, la posición irreconciliable de la clase proletaria encontró expresión en las
formulas revolucionarias del marxismo. Teóricamente, el marxismo concilia con
perfecto éxito la contradicción entre reforma y revolución. Sin embargo el proceso del
desarrollo social es algo mucho más confuso que teórico en el dominio del puro
pensamiento. El hecho de que la clase eminentemente revolucionaria en sus tendencias
se viera obligada por varias décadas a adaptarse a la política del estado monárquico,
basado en el tremendo desarrollo capitalista del país, en el curso del cual se consiguió la
adaptación y organización de un millón de miembros y un trabajo burocrático el cual
dirigía todo el movimiento..., este hecho, repetimos, no deja de existir y no pierde su
peso significativo porque el marxismo anticipara el carácter revolucionario del
movimiento futuro. Solamente la más inocente ideología podía dar el mismo lugar a este
pronóstico que a las actualidades políticas del movimiento obrero alemán.

Los revisionistas alemanes fueron impresionados en su conducta por la contradicción


entre la reforma práctica del partido y sus teorías revolucionarias. Ellos no
comprendieron que esta contradicción estaba condicionada por circunstancias
temporales, aunque prolongadas, y que solo podían ser vencidos por un ulterior
desarrollo social. Para ellos era una contradicción lógica. La equivocación de los
revisionistas no fue que ellos confirmaran el carácter reformista de las tácticas del
partido en el pasado, sino que querían perpetuar el reformismo teórico y hacer de él el
único método do la lucha de la clase proletaria. A los revisionistas les faltó tener en
cuenta las tendencias objetivas del desarrollo político, el cual, profundizando las
distinciones de clase, debía llevar a la revolución social como un camino para la
emancipación del proletariado. El marxismo salía de esta disputa teórica como vencedor
en toda la línea. Pero el revisionismo a pesar de ser derrotado en el campo de la teoría,
siguió viviendo, extrayendo su razón de ser de la conducta y actual psicología del
movimiento entero. La impugnación crítica del revisionismo como una teoría, no
significa, en absoluto su derrota táctica y psicológica. Los parlamentaristas, los
sindicalistas, los camaradas, continuaron viviendo y trabajando en la atmósfera de
oportunismo general, de especialidades prácticas y de estrecheces nacionalistas. El
reformismo logró fijar su impronta hasta en la imaginación de August Bebel, el gran
representante de este periodo.

El espíritu oportunista adquirió una consistencia particular en la generación que entró a


formar parte del partido en el tiempo de las leyes antisocialistas de Bismarck y la
reacción opresora sobre toda Europa. falta del celo apostólico de la generación que
estuvo unida con la Primera Internacional, dificultada en sus primeros pasos por el
poder del imperialismo victorioso, obligada a adaptarse a las trampas y lazos de las
leyes antisocialistas, esta generación creció en el espíritu de moderación y desconfianza
constitucional de la revolución. Los que la constituyeron son ahora hombres viejos de
cincuenta a sesenta años y son los que están precisamente a la cabeza de las ligas y
organizaciones políticas. El reformismo no es solo su psicología. política, sino también
su doctrina. El crecimiento gradual dentro del socialismo (que es la base del
revisionismo), ha demostrado ser el más s pobre sueño utópico, ante el hecho del
desarrollo capitalista. Pero el crecimiento gradual político de la socialdemocracia dentro
del mecanismo del estado nacional, ha venido a ser una trágica actualidad... para la raza
entera.
175
La revolución rusa fue el primer gran acontecimiento que trajo una fresca bocanada de
aire dentro de la calma de Europa en los treinta y cinco años después de la Commune de
París. El rápido desarrollo de la clase obrera rusa y la fuerza inesperada de su
concentrada actividad revolucionaria, produjo una gran impresión en todo el mundo
civilizado y dio un impulso en todas partes, aguzando las diferencias políticas. En
Inglaterra, la revolución rusa precipitaba. la formación de un partido obrero
independiente. En Austria, gracias a circunstancias especiales, esto llevó al sufragio
universal masculino. En Francia., el eco de la revolución rusa tomó la forma de
sindicalismo, lo que daba expresión, bajo una inadecuada forma teórica y práctica, al
despertar de las tendencias revolucionarias del proletariado francés. Y en Alemania la
influencia de la revolución rusa se hizo sentir en el robustecimiento del ala de izquierda
del partido, en el acercamiento del centro director a ella y en el aislamiento del
revisionismo. La cuestión de la emancipación prusiana, esta llave de la posición política
del junquerismo, tomó una posición más aguda. Y el partido .adoptó en principio el
método revolucionario de la huelga general. Pero todas estas sacudidas exteriores fueron
inadecuadas para enseñar al partido el camino de la ofensiva política. De acuerdo con
las tradiciones del partido, la vuelta hacia el radicalismo encontró su expresión en
discusiones y en la adopción de resoluciones. No llegó más allá.

IX.

EL OCASO DEL ESPIRITU REVOLUCIONARIO

Hace seis o siete años un reflujo político siguió en todas partes a la marea alta
revolucionaria.

En Rusia triunfó la contrarrevolución y empezó un periodo de decadencia para el


proletariado ruso, tanto en política como en la fuerza de sus organizaciones. En Austria
todo comenzó con el debilitamiento de la clase trabajadora; la legislación sobre el
seguro social se pudría en las oficinas gubernamentales, los conflictos nacionalistas
empezaron otra vez, con nuevo vigor, en el t reno del sufragio universal, debilitando y
dividendo a la socialdemocracia. En Inglaterra, el partido laborista, después de separarse
del partido liberal, entró con él otra vez dentro de la más cerrada asociación. En Francia,
los sindicalistas pasaron a posiciones reformistas; Gustavo Hervé pasaba al lado opuesto
al suyo en el más corto espacio de tiempo. Y en la socialdemocracia alemana, los
revisionistas levantaron sus cabezas, envalentonados porque la historia les había dado
semejante revancha. Los alemanes del sur daban la nota votando a favor del
presupuesto. Los marxistas se vieron obligados a cambiar sus tácticas de ofensivas en
defensivas. Los esfuerzos del ala de izquierda para atraer al partido hacia una política
más activa, no tuvieron éxito. El Centro, que dominaba, se dirigía cada vez más hacia la
derecha, aislando a los radicales. Los conservadores, reponiéndose de los golpes
recibidos en 1905, triunfaron en toda la línea.

176
A. falta de una actividad revolucionaria, como también de la posibilidad para un trabajo
reformista, el partido gastó sus energías enteras en levantar la organización, en lograr
nuevos miembros para los sindicatos y para el partido, y en hacer nuevos periódicos y
conseguir nuevos suscriptores. Condenado por décadas a una política de oportunismo y
de quietismo, adoptó el culto de la organización como un término en sí mismo. Nunca
fue el espíritu de inercia, producido por el trabajo rutinario, tan fuerte en la
socialdemocracia alemana como en los años inmediatos que precedieron a la gran
catástrofe.

Y no puede caber la menor duda de que la cuestión de la conservación de la


organización do las finanzas, Casas del Pueblo e imprentas, desempeñó un papel
poderoso y una parte importante, en la posición tomada por la fracción en el Reichstag
al estallar la guerra. “Si otra cosa hubiéramos hecho, habríamos llevado a la ruina a
nuestra organización y a nuestra prensa”, fue el primer argumento que yo oí de un
destacado camarada alemán.

¡Y qué característica es la psicología oportunista influida por el mero trabajo de


organización! De noventa y nueve periódicos de la socialdemocracia, ninguno encontró
la posibilidad de protestar contra la violación de Bélgica. ¡Ni uno! Después de la
anulación de las leyes antisocialistas, el partido dudó largo tiempo antes de empezar a
hacer funcionar sus propias imprentas, por miedo a que éstas pudieran ser confiscadas
por el gobierno en caso de graves acontecimientos. Y ahora que tiene su propia prensa,
la jerarquía del partido teme todo paso decisivo, para no presentar una oportunidad para
la confiscación.

Lo más elocuente de todo es el incidente del Vorwärts, que mendiga el permiso para
continuar su tirada... sobre la base do un nuevo programa, suspendiendo
indefinidamente la lucha de clases. Todo amigo de la socialdemocracia alemana siente
una profunda pena cuando recibe el periódico, que es su órgano central, con la
humillante “Por orden del Estado Mayor del Ejército”. Si el Vorwärts hubiera
continuado bajo la suspensión, esto hubiera sido un hecho político importante del cual el
partido hubiera podido hablar con orgullo. De todos modos, esto hubiera sido más
honorable que el continuar su existencia con la marca de las botas de los generales en su
frente.

Pero a fin, más alta que todas las consideraciones de política y de dignidad del partido,
estuvo la consideración de los intereses de los miembros, imprentas y organización. Y
así el Vorwärts ha vivido con dos páginas, demostración de la brutalidad sin límites del
junquerismo en Berlín y en Lovaina, y el oportunismo sin límites do la
socialdemocracia.

El ala derecha se mantuvo más a favor de sus principios, los cuales resultaban de ciertas
consideraciones políticas. Wolfgang Heine formulaba burdamente estos principios del
reformismo alemán en una. absurda discusión sobre si los socialdemócratas debían dejar
la sala del Reichstag cuando los miembros se levantaran a aplaudir el nombre del
emperador o si solo debían continuar sentados. “La creación de una República en el
Imperio alemán está ahora y por mucho tiempo fuera de toda posibilidad; así que no es,
verdaderamente, algo importante para nuestra política presente”. Los resultados
prácticos, que aún no han sido logrados, pueden ser alcanzados, pero sólo con la
cooperación de la burguesía liberal.
177
“Por esta razón, no porque yo sea un porfiador recalcitrante, he llamado la atención
sobre el hecho de que la cooperación parlamentaria se hará difícil por las
demostraciones, que sin necesidad, hieren los sentimientos de la mayoría de la Casa”.

Pero si una simple infracción de etiqueta monárquica fue bastante para destruir la
esperanza de cooperación reformista con la clase media liberal, entonces, ciertamente, la
ruptura con la “nación” burguesa en el momento del “peligro” nacional hubiera
impedido por años, no solo todas las reformas deseadas, sino también todos los deseos
reformistas. Esta actitud que. fue dictada a los rutinarios del partido por su gran
ansiedad acerca de la conservación de la organización, fue complementada entre los
revisionistas por consideraciones políticas. Su punto de vista probó ser, desde cualquier
consideración, más comprensible. y destinado a imponerse por sobre los otros Toda la
prensa del partido está ahora aclamando afiebradamente lo que despreciaron en montón;
la patriótica actitud presente de la clase trabajadora, le hará ganar después de la guerra,
la buena voluntad de las clases poseedoras, para que lleven a cabo algunas reformas.

Por esto la socialdemocracia alemana no se sintió ella misma, bajo el peso do estos
grandes acontecimientos, un poder revolucionario, un poder que no se dejara arrastrar
por el torbellino nacionalista, sino que con mucha calma esperase el momento favorable
para unirse con las otras ramas de la Internacional, aprovechando el curso de los
acontecimientos. No, en vez de esto, la socialdemocracia alemana se sintió como una
especie de tren pesado amenazado por una caballería hostil. Por esta razón subordinaron
los socialistas todo el porvenir de la Internacional a la extraña cuestión de la defensa de
las fronteras del estado de clase... porque se sintieron primero y principalmente como un
estado conservador, dentro del estado.

“¡Mirad a Bélgica! grita el Vorwärts para alentar a los trabajadores soldados. Las Casas
del Pueblo han sido convertidas en hospitales de sangre, los periódicos suprimidos, toda
la vida del partido deshecha”.[7]  Y por esto debéis manteneros hasta el fin, “hasta que
la victoria decisiva sea nuestra” En otras palabras: “Continuad destrozando, dejad que el
trabajo de nuestras propias manos sea una lección terrible para vosotros. "Mirad a
Bélgica", y de este terror sacad la fuerza para renovar la destrucción”.

Todo lo dicho hasta aquí, se refiere no solamente a la socialdemocracia alemana, sino


también a todas las viejas ramas de la Internacional que han vivido a través de la
historia del último medio siglo.

X.

IMPERIALISMO DE LA CLASE TRABAJADORA

178
Hay un factor en el derrumbamiento do la Segunda Internacional que continúa sin ser
esclarecido. Está en el corazón de todos los acontecimientos por los que ha pasado el
partido.

La dependencia del movimiento de la clase proletaria, particularmente en sus conflictos


económicos, del alcance y éxitos de la política imperialista del estado es una cuestión,
que yo sepa, nunca planteada hasta ahora en la prensa socialista. No es que yo intente
resolverla en el corto espacio de este trabajo. Lo que yo diga acerca de este punto será
necesariamente lo propio de una breve reseña.

El proletariado está profundamente interesado en el desarrollo de las fuerzas


productivas. El estado nacional creado en Europa por las revoluciones y guerras de los
años 1787 a 1870, fue el tipo básico de la evolución económica del pasado periodo. El
proletariado contribuyó con su intensa política consciente al desarrollo de las fuerzas
productivas dentro de un marco nacional. El sostenía a la. burguesía en sus conflictos
con enemigos extranjeros para la conquista de una libertad nacional; también en sus
conflictos con la monarquía, con el feudalismo y la iglesia por la democracia política. Y
en la medida en que los burgueses volvían al “orden y a las leyes”, esto es, volvían a ser
reaccionarios, el proletariado se atribuía la tarea histórica que los burgueses habían
dejado incompleta. Defendiendo una política de paz, cultura y democracia, aún contra la
burguesía, contribuían al ensanchamiento del mercado nacional, dando así un impulse al
desarrollo de las fuerzas productivas.

El proletariado tiene un igual interés económico en la democratización y en el progreso


cultural de todos los otros países en su relación de compradores o vendedores con su
propio país. En esto consiste la garantía más importante para la solidaridad del
proletariado, tanto para su aspiración final como para su política diana.

La lucha contra los restos de la barbarie feudal, contra las exigencias ilimitadas del
militarismo, contra los derechos agrarios e impuestos indirectos, fue el principal motivo
de la política de la clase trabajadora y sirvió directa o indirectamente a ayudar al
desarrollo de las fuerzas productivas.

Esta es la verdadera razón del por qué la gran mayoría del trabajo organizado juntó las
fuerzas políticas con la social democracia. Todos los impedimentos para el desarrollo de
las fuerzas productivas, tocan a la unidad de los trabajadores muy de cerca.

Como el capitalismo pasaba desde un terreno nacional a un terreno imperialista


internacional, la producción nacional y con ella la lucha económica del proletariado,
desenvolvíase dentro de una directa dependencia con las condiciones del mercado
mundial, las cuales están aseguradas por acorazados y cañones. En otras palabras: en
contradicción con los intereses fundamentales del proletariado tomados en su gran
extensión histórica, los intereses inmediatos del comercio de varias capas del
proletariado probaron tener una dependencia directa de los éxitos o derrotas de la
política extranjera de los gobiernos.

Inglaterra, mucho antes que ningún otro país, colocaba su desarrollo capitalista sobre la
base del imperialismo rapaz, y comprometía a la capa superior del proletariado en su
dominio mundial. Defendiendo los intereses de su propia clase, el proletariado inglés se

179
limitaba él mismo a ejercer presión sobre los partidos burgueses, los que le garantizaban
una participación en la explotación capitalista de otros países. Esto no hizo empezar una
política independiente hasta que Inglaterra comenzó a perder su posición en el mercado
mundial, desplazada por su mayor rival: Alemania.

Pero con el crecimiento de Alemania en importancia en el mundo industrial, creció la


dependencia de la mayor parte de la capa superior del proletariado alemán al
imperialismo alemán, no solamente material, sino también idealmente.

El Vorwärts escribió el 11 de agosto que los trabajadores alemanes “contaban entre los
hombres más inteligentes políticamente a aquellos que desde hace años han proclamado
los peligros del imperialismo (a pesar de que ha. sido con mu y poco éxito, debemos
confesarlo) y atacan ahora la neutralidad italiana como los más exagerados
chauvinistas”. Pero . esto no impidió al Vorwärts el alimentar a los trabajadores
alemanes con argumentos “nacionales” y “democráticos”, en justificación del sangriento
trabajo del imperialismo. (Algunos escritores tienen la columna tan flexible como sus
plumas.) Sin embargo, todo esto no altera los hechos. Cuando llegó el momento
decisivo, no pareció haber una enemistad irreconciliable con la política imperial en la
conciencia de los trabajadores alemanes. Al contrario, parecían prestos a oír los
murmullos imperialistas envueltos en fraseología nacional y democrática. Esta no es la
primera vez que el socialismo imperial se revela en la socialdemocracia alemana.

Es suficiente recordar el hecho de que en el congreso internacional celebrado en


Stuttgart, la mayoría de los delegados alemanes, especialmente los sindicalistas, fueron
los que votaron contra la resolución marxista sobre la política colonial. Lo ocurrido
causó una gran sensación por el momento, pero su verdadero significado resplandece
claramente a la luz de los acontecimientos presentes. Precisamente ahora la prensa de
los sindicatos está uniendo la causa de la clase trabajadora alemana al trabajo del
ejército de los Hohenzollern, con más conocimiento de causa que el que manifiestan los
ó órganos políticos.

Mientras el capitalismo continúe manteniéndose sobre una base nacional, el proletariado


no puede cejar en su cooperación y democratización de las relaciones políticas y en el
desarrollo de sus fuerzas productivas a través de sus actividades parlamentarias y
municipales y de otra clase. Los atentados de los anarquistas para establecer una formal
agitación revolucionaria en oposición a las luchas políticas de la socialdemocracia, los
condenan al aislamiento y a una gradual extinción. Pero si los estados capitalistas
sobrepasaran su forma nacional para venir a ser poderes imperialistas mundiales, el
proletariado no podría oponerse a este nuevo imperialismo. Y la razón es el llamado
programa mínimo, el cual arregla su política sobre el marco del estado nacional. Cuando
su principal interés estriba en los tratados de tarifas y en la legislación social, el
proletariado es incapaz de emplear la misma energía en combatir al imperialismo que la
que desplegó al combatir el feudalismo. Por aplicar sus viejos métodos de la lucha de
clases —la constante adaptación a los movimientos del mercado— a las nuevas
condiciones producidas por el imperialismo, él mismo cae en la dependencia material e
ideológica del imperialismo.

El único camino que el proletariado puede seguir es el de la fuerza revolucionaria contra


el imperialismo bajo la. bandera del socialismo. La clase trabajadora no tendrá fuerzas
para luchar contra el imperialismo mientras sus grandes organizaciones continúen con
180
sus viejas tácticas oportunistas, y solo será poderosa contra el imperialismo cuando
tome el camino de la revolución social.

A los métodos de la oposición parlamentaria nacional no solo los falta producir


resultados prácticos, sino que no pueden constituir una apelación a las masas de
trabajadores, por- que éstos ven que a espaldas de los parlamentarios, el imperialismo,
con la fuerza armada, reduce los salarios y que el costo de vida de los trabajadores
aumenta constantemente en su dependencia del mercado mundial.

Era claro para todos los socialistas conscientes, que el único camino que podía
conducirles desde el oportunismo a la revolución, no era el de la agitación sino el de una
gran catástrofe en la historia. Pero ninguno predijo que ésta tendría el prefacio de este
inevitable cambio de tácticas en el colapso catastrófico de la Internacional. La historia
trabaja con implacable fuerza. ¿Qué es la catedral de Reims para la historia? ¿Qué son
para ella los cientos o miles de reputaciones políticas? ¿Qué la vida o la muerte do
cientos de miles o de millones?

El proletariado se ha quedado demasiado tiempo en la escuela preparatoria, mucho más


de lo que sus primeros luchadores pudieron pensar. La historia empujó su escoba y
barrió de la Internacional a los farsantes en todas direcciones y condujo a las
muchedumbres que s e movían lentamente al campo en donde sus últimas aspiraciones
han sido ahogadas en sangre. ¡Un terrible experimento! De sus resultados depende la
suerte de la civilización europea.

XI.

LA EPOCA REVOLUCIONARIA

Al final del último siglo, una acalorada controversia surgió en Alemania sobre la
siguiente cuestión: ¿Qué efecto produce la industrialización de un país sobre su poder
militar?

Los políticos y escritores reaccionarios agrarios como Schring, Karl Ballod, Georg
Hemsen y otros, argumentaban que el rápido aumento de población en las ciudades, en
detrimento de los distritos rurales, minaba positivamente el poder militar del imperio y
ellos, naturalmente, extraían de aquí sus consecuencias en el espíritu del proteccionismo
agrario. Desde otro costado Lujo Brentano y su escuela defendían un punto de vista
exactamente opuesto.

Ellos señalaban que el industrialismo económico no solamente abría nuevos recursos


financieros y técnicos, sine que también desarrollaba en el proletariado la fuerza vital
capaz de hacer uso efectivo de todos los nuevos medios de defensa y de ataque.
Recordaban opiniones autorizadas para demostrar, que hasta en tempranas experiencias

181
del 1870-71, “los regimientos del preponderante distrito industrial de Westphalia fueron
de los mejores”. Y explicaban este hecho por la gran capacidad del obrero industrial
para soportar las nuevas condiciones y ajustarse a ellas.

Ahora bien, ¿quién tiene razón? La presente guerra prueba que Alemania, que hizo los
más grandes progresos en la esfera del capitalismo, fue capaz de desarrollar el más alto
poder militar. Y asimismo los demás países arrastrados dentro de la guerra prueban la
colosal y competente energía que la clase trabajadora despliega en sus actividades
guerreras. Esto es el resultado del pasivo heroísmo do las hordas de labriegos, unidos
estrechamente por una sumisión fatalista o supersticiones religiosas; es el individual
espíritu de sacrificio de todos los obreros, nacido del impulso interno, que los junta bajo
la bandera del ideal.

Pero el ideal bajo cuya bandera el proletariado armado está ahora, es el ideal del
nacionalismo astuto de la guerra, enemigo mortal de los verdaderos intereses de los
trabajado res. La clase gobernante ha demostrado ser lo bastante fuerte para forzar su
ideal sobre el proletariado, y el proletariado, en plena conciencia de lo que hacía, puso
su inteligencia, su entusiasmo y sus fuerzas al servicio de la clase enemiga. En este
hecho está marcada la terrible derrota del socialismo. No cabe duda que una clase que es
capaz de desplegar semejante estabilidad y sacrificio en una guerra que considera come
“justa”, será más capaz de desarrollar estas cualidades cuando la marcha de los
acontecimientos les proporcione la tarea verdaderamente digna de la misión histórica de
su clase.

La época del despertar, del esclarecimiento y de la organización de la clase trabajadora,


revela que tiene recursos enormes de energía revolucionaria, que no encuentra empleo
adecuado en la lucha diana. La socialdemocracia emplazaba la capa superior del
proletariado dentro del campo, pero también reprimió su energía revolucionaria la
adopción de las tácticas que se vio obligada a adoptar, las tácticas de espera, la
estrategia de dejar al oponente que se consumiera por sí solo. El carácter de este periodo
fue tan sombrío y reaccionario, que no permitió a la socialdemocracia la oportunidad
para dar al proletariado tareas que hubieran ocupado su entero espíritu de sacrificio.

El imperialismo les da ahora semejantes trabajos. Y el imperialismo alcanza sus fines


empujando al proletariado dentro de una posición de “defensa nacional”, la cual para los
trabajadores significa la defensa de lo que sus manos han creado, no solo de la riqueza
inmensa de la nación, sino también la organización de la suya propia, sus finanzas, su
prensa; en una palabra, todo lo que infatigablemente, penosamente, han luchado por
obtener en varias décadas. El imperialismo echó a la sociedad fuera de su balanza
violentamente, des trozando la compuerta levantada por la socialdemocracia para
regular la corriente de energía revolucionaria del proletariado y- guiaba esta corriente
dentro de su propio cauce.

Pero este terrible experimento histórico, que de un golpe rompió la médula del
socialismo internacional, conlleva un peligro mortal para la misma sociedad burguesa.

El martillo es arrancado de las manos del obrero y en su lugar se ha colocado el fusil. Y


el obrero, que ha sido atado por el mecanismo del sistema capitalista, es repentinamente

182
arrancado de su tranquilidad y enseñado a colocar el objetivo de la sociedad por encima
de la felicidad de su hogar y de la vida misma.

Con el arma que él mismo ha fabricado bajo el brazo, el obrero es colocado en tal
posición que el mismo destino político del estado depende directamente de él. Aquellos
que le explotaban y escarnecían en tiempos normales, ahora le adulan servilmente. Al
mismo tiempo entra en contacto íntimo con el cañón, al que Lassalle llama uno de los
más importantes ingredientes de todas las constituciones. Él pasa las fronteras, toma
parte en requisiciones forzosas, y ayuda a transportar los centros de población de una
parte a otra. Se están operando ahora cambios que nunca ha visto la generación
presente.

A pesar que la vanguardia de la clase trabajadora conocía en teoría que el poder es el


padre del derecho, su pensamiento político fue completamente ganado por el espíritu de
oportunismo y de adaptación al legalismo burgués. Ahora ellos aprenden de la lección
de los hechos a despreciar este legalismo y anularle. Ahora las fuerzas dinámicas están
reemplazando las fuerzas estáticas en su psicología. Los grandes cañones están
martillando en su cabeza la idea de que si es imposible alcanzar en derredor un
obstáculo, es posible destrozarlo, así toda la población adulta está pasando por esta
escuela de guerra tan terrible en su realismo, una escuela que está formando un nuevo
tipo humano. Una necesidad do hierro sacude ahora con su puño a todos los gobernantes
do la sociedad burguesa, a sus leyes, a su moralidad, a su religión. “La necesidad no
reconoce leyes”, decía el canciller alemán el 4 de agosto. Los monarcas, en medio de las
plazas públicas, llámense unos a otros embusteros, en el lenguaje de las mujeres de
feria; los gobiernos rechazan sus obligaciones solemnemente reconocidas; y la iglesia
nacional ata su Dios al cañón nacional, como un criminal condenado a trabajos
forzados. No está aún claro que todas estas circunstancias deban traer un cambio
profundo en la actitud mental do la clase trabajadora, curándoles radicalmente de la
hipnosis de la legalidad durante la cual se paso por un periodo de estancamiento
político.

Las clases poseedoras tendrán pronto que reconocer este cambio, aun a pesar suyo. Una
clase trabajadora que ha pasado a través de la escuela de la guerra, sentirá la necesidad.
de usar el lenguaje de la fuerza tan pronto como un obstáculo serio se le presente dentro
de su propio país. “La necesidad no reconoce ley”, gritarán los trabajadores cuando se
intente contenerlos amparándose en las leyes burguesas. Y la pobreza, la terrible
miseria, que prevalece durante esta guerra y continuará después de su terminación, será
una especie de fuerza en las masas para violar muchas de las leyes burguesas. El
agotamiento económico en Europa afectará al proletariado más directa y severamente.
Los recursos materiales del estado serán agotados por la guerra, y las posibilidades de
satisfacer las demandas de las masas trabajadoras serán muy limitadas. Esto llevará a
profundos conflictos políticos, los cuales, siempre ensanchándose y profundizándose,
pueden tornar el carácter de una revolución social, cuyo progreso y resultado nadie
puede prever ahora.

Por otra parte, la guerra con sus ejércitos de millones de hombres y sus endemoniadas
armas de destrucción, puede consumir no solo los recursos de la sociedad sino las
fuerzas morales del proletariado. Si no encuentra resistencia interna, esta guerra puede
continuar algunos años más, variando de uno a otro lado la fortuna, hasta que los
principales beligerantes queden completamente agotados. Pero entonces, toda la energía
183
se concentrará en la lucha del proletariado internacional, traída a la superficie por la
sangrienta conspiración del imperialismo, hasta quedar completamente consumida en el
horrible trabajo del mutuo aniquilamiento. El resultado será el retroceso de nuestra
civilización por muchas décadas. Una paz que sea resultado, no de la despierta voluntad
del pueblo, sino del agotamiento mutuo de los beligerantes, será una paz como la que
puso fin a la guerra balcánica; será una paz de Bucarest extendida a la Europa entera.

Semejante paz buscaría remiendos nuevos para las contradicciones, antagonismos y


deficiencias, que nos han conducido a la guerra presente. Y con otras muchas cosas, el
trabajo socialista de dos generaciones se desvanecería en un mar de sangre, sin dejar
detrás la más leve huella.

¿Cuál de estas cosas es la más probable? Esto no puede ser determinado teóricamente a
priori. La solución depende enteramente de la actividad de las fuerzas vitales de la
sociedad... sobre todo de la socialdemocracia revolucionaria.

Inmediata cesación de la guerra es el santo y seña bajo el cual la socialdemocracia


puede reunir sus diseminadas filas de las dos partes, dentro de los partidos nacionales y
en toda la Internacional. El proletariado no puede hacer su voluntad en el problema de
paz dependiente de consideraciones estratégicas generales si acepta las de los estados.
Al contrario, debe oponer sus deseos de paz a estas consideraciones militares. Lo que
los gobiernos en guerra llaman una lucha por la propia conservación nacional, es en
realidad un mutuo aniquilamiento nacional. La real y propia defensa consiste ahora en la
lucha por la paz.

Semejante lucha por la paz significa para nosotros no solo una lucha para salvar el
material humane y los patrimonios culturales de ulteriores destrucciones insanas. Es una
lucha principalmente para conservar la energía revolucionaria del proletariado.

Para unir los rangos del proletariado en una lucha por la paz, es preciso orientar las
fuerzas del socialismo revolucionario contra el rabioso y demoledor imperialismo en
todo el frente.

Las condiciones sobre las cuales la paz debe ser hecha... la paz de los pueblos entre sí, y
no la reconciliación de los diplomáticos... deben ser las mismas para toda la
Internacional.

Nada de indemnizaciones.

Derecho para todas las naciones a la autodeterminación.

Los Estados Unidos de Europa... sin monarquías, sin ejércitos permanentes. Sin castas
feudales gobernantes. Sin diplomacia secreta.

La agitación por la paz que debe ser realizada simultáneamente con todos los medios a
disposición de la socialdemocracia, así como de aquellos otros medios que con buena
voluntad pueda adquirir, no sólo arrancará a los trabajadores de su hipnotismo
nacionalista; hará también el trabajo reparador de una purificación interna en el presente
partido oficial del proletariado. Los revisionistas nacionales y los socialistas patrioteros

184
que en la Segunda Internacional han estado explotando la influencia que el socialismo
adquirió sobre las masas trabajadoras con fines militaristas nacionales, deben ser
expulsados al campo de los enemigos de la clase trabajadora por una agitación
revolucionaria inflexible en defensa de la paz.

La socialdemocracia revolucionaria no debe temer que va ya a quedarse aislada, ahora


menos que nunca. La guerra está haciendo la agitación más terrible contra sí misma.
Cada día que la guerra dure traerá nuevas masas de gente a nuestra bandera, si es la
bandera honrada de paz y democracia. El camino más seguro por el cual la
socialdemocracia puede aislar la reacción militarista en Europa y obligarla a tomar la
ofensiva, es su grito por la paz.

Nosotros, revolucionarios marxistas, no tenemos razón para desesperar. La época en la


cual estamos ahora entrando, será nuestra época. El marxismo no está derrotado, Al
contrario, el estampido del cañón en cada parte de Europa proclama la victoria teórica
del marxismo. ¿Qué queda ahora de las esperanzas de un desarrollo “pacifico” por
medio de una mitigación de los contrastes de la clase capitalista, por un aumento regular
sistemático dentro del socialismo?

Los reformistas en principio, que esperaban resolver la cuestión social por el camino de
los acuerdos de precios, Ligas de consumidores y la cooperación parlamentaria de la
socialdemocracia con los partidos burgueses, están ahora poniendo sus esperanzas en la
victoria de las armas “nacionales”

Ellos esperan que las clases poseedoras hagan ver su muy buena voluntad para salir al
encuentro de las necesidades del proletariado, puesto que ha probado su patriotismo.

Esta espera sería positivamente una locura Si tras ella no hubiera oculta otra esperanza,
mucho menos “idealista”, que consiste en que una victoria militar cree para la burguesía
un campo imperialista más ancho para enriquecerse ella misma a expensas de la
burguesía de otras naciones, y la capacite para repartir algo del botín con su propio
proletariado a expensas del proletariado de otros países. El reformismo socialista se ha
convertido actualmente en socialismo imperialista.

Nosotros hemos presenciado con nuestros propios ojos la patética bancarrota de las
esperanzas de un pacífico y próspero crecimiento del proletariado. Los reformistas,
violentando su propia doctrina, fueron obligados a recurrir a la violencia para poder
encontrar su camino fuera del político cul-de-sac.., no a la violencia del pueblo contra
las clases gobernantes, sino a la violencia militar de las clases gobernantes contra otras
naciones. Desde 1848 la burguesía alemana ha renunciado a los métodos
revolucionarios para la resolución de sus problemas, dejando a la casta feudal la
resolución do sus propias cuestiones burguesas por el método de la guerra. El desarrollo
social enfrentó al proletariado con el problema de la revolución. Eludiendo la
revolución, los reformistas fueron obligados a usar el mismo procedimiento de
decadencia histórica que la burguesía liberal. Los reformistas también dejaron esto a sus
clases gobernantes, que es la misma casta feudal, para resolver el problema proletario
por el método de la guerra. Pero esto pone fin a la analogía.

185
La creación de estados nacionales, verdaderamente, resolvió el problema burgués por un
largo periodo, y las largas series de guerras coloniales, que vinieron después del 1871,
terminaron el periodo, ensanchando el terreno del desarrollo de las fuerzas capitalistas.
El periodo de las guerras coloniales llevadas a cabo por los estados nacionales, llevó a la
presente guerra a los estados nacionales... por las colonias. Después que todas las
atrasadas porciones de la tierra han sido divididas entre los estados capitalistas, no fue
dejado nada por estos estados, que han llegado a arrebatarse las colonias unos a otros.

“La gente no debía hablar —dice Georg Irmer—, corno si fuera una cosa probada la de
que la nación alemana ha llegado demasiado tarde para rivalizar en la economía
mundial y en el dominio del mundo pues el mundo ha sido ya dividido. ¿Es que la tierra
no ha sido dividida una y otra vez en todas las épocas do la historia?”

Pero un nuevo reparto de colonias entre los países capitalistas, no hace ensanchar la
base de un desarrollo capitalista. La ganancia de un país significa la pérdida de otro. De
acuerdo con esto, puede establecerse una mitigación temporal de los conflictos de clases
en Alemania, solamente con una intensificación extrema de la lucha de clases en
Francia y en Inglaterra y viceversa.

Un factor adicional de decisiva importancia, es el despertar capitalista en las mismas


colonias, a las cuales la guerra presente debe dar un poderoso ímpetu. Cualquiera que
sea el fin de esta guerra, las bases imperialistas para el capitalismo europeo no serán
ensanchadas, sino estrechadas. La guerra, por esto, no resuelve la cuestión del trabajo
sobre una base imperialista, sine, por el contrario, la intensifica, poniendo en esta
alternativa al mundo capitalista:  Guerra permanente o revolución

Si la guerra escapó del dominio de la Segunda Internacional, sus consecuencias


inmediatas escaparán del dominio de la burguesía del mundo entero. Nosotros,
revolucionarios socialistas, no queríamos la guerra. Pero no le tememos. Nosotros no
nos entregamos a la desesperación por el hecho de que la guerra deshizo la
Internacional. La historia ha dispuesto ya de la Internacional.

La época revolucionaria creará nuevas formas de organización fuera de los recursos


inextinguibles del socialismo proletario, nuevas formas que serán iguales a la grandeza
de las nuevas tareas. Para este trabajo, nosotros nos aprestaremos en seguida entre el
loco martilleo de las ametralladoras, el derrumbamiento de catedrales y el patriótico
aullido de los chacales capitalistas. Mantendremos claras nuestras imaginaciones entre
esta infernal música de muerte, mantendremos nuestra esclarecida visión.

Nosotros nos sentimos como la única fuerza creadora del futuro. Ya hay allá muchos de
nosotros, muchos más de los que puedan parecer. Mañana habrá más que hoy. Pasado
mañana, millones se levantarán bajo nuestra bandera, millones que hoy mismo, sesenta
y siete años después del Manifiesto comunista, no tienen que perder otra cosa que sus
cadenas.

186
El primer año de la guerra

Redactado: Por Leon Trotsky, en 1915.


Publicado por primera vez: El 4 de agosto de 1915 en Nashe Slovo (Nuestra Palabra),
periódico revolucionario ruso editado en Paris.
Traducción al castellano: Por Mateo David, Noviembre 2017, en base a la traduccion al
inglés del artículo publicada en la página web del Comité por una Internacional de los
Trabajadores.
Digitalización y HTML: Matteo David, 2017

El año pasado - 365 días y noches de exterminio mutuo continuo de los pueblos -
pasarán a nuestra historia como un testimonio sorprendente de cuán profundamente la
humanidad sigue encarcelada en la barbarie ciega vergonzosa por sus raíces sociales.

Para estigmatizar al Mauser aleman, que tienen un diámetro mayor que las armas
aliadas, y las bombas alemanas, que extendió su hedor sofocante aún más que los de la
Cuádruple Entente[1], la retórica Aliada creo un término especial, 'scientifique barbarie'
o barbarie científica . El término perfecto! Sólo es necesario extenderlo a toda la guerra
y de su contexto socio-histórico - independientemente de las fronteras estatales y
nacionales. Todas esas fuerzas técnicas que crearon el progreso humano se movilizaron
al negocio de la destrucción de los cimientos culturales de la sociedad y, sobre todo, de
la aniquilación de la humanidad: se trata de la "movilización de la industria ', que ahora
se habla en todas las lenguas de la civilización europea. La barbarie educada está
armada con todas las conquistas del ingenio humano - desde Arquímedes hasta Edison -
para borrar de la faz de la tierra todo lo creado por la humanidad en su conjunto, por
Arquímedes y Edison. Si los alemanes se destacan en esta competencia sangrienta y
demencial, es sólo porque están organizados de manera más amplia, sistemática y
eficiente que sus enemigos mortales.

Como para dar a la bancarrota de la humanidad el carácter más humillante, la guerra,


utilizando la última conquista tecnológica orgullosa de la aviación, ha impulsado al
hombre a las trincheras, a cuevas de barro sucias, a alcantarillas, donde los gobernantes
de la naturaleza, son carcomidos por parásitos, acostados en su propia suciedad, acechan
187
a otros trogloditas, cubiertas de piojos, y los periódicos y los políticos en varios idiomas
todos dicen que es precisamente esto lo que está sirviendo a la civilización.
Arrastrándose gateando desde el oscuro pantano primordial, la humanidad llevó su
mente organizada a la lucha contra la naturaleza. mediante los levantamientos
revolucionarios heroicos, trajo elementos de razón a las estructuras estatales,
desplazando a la inercia ciega, "por la Gracia de Dios", con la idea de la soberanía
popular y un régimen parlamentario, nada más que, en los mismos cimientos de la vida
social, en su organización económica, la humanidad sigue estando totalmente en las
garras de las fuerzas oscuras, más allá del control racional, que siempre amenazan con
explotar espontáneamente con contradicciones acumuladas y luego llevarlas a la cabeza
de la humanidad, en forma de catástrofes globales.

La guerra colosal y vergonzosa

La Europa, desgarrada por el desarrollo capitalista de provincialismo medieval y la


inercia económica, en una serie de revoluciones y guerras, creó estados "nacionales"
incompletos, tanto de potencias grandes y pequeñas, y los vinculó en un esquema
transitorio y siempre cambiante de antagonismos, alianzas y acuerdos. En ningún lugar
se habia logrado la unidad nacional, el desarrollo capitalista entró en conflicto con el
marco estatal que había creado, y durante el último medio siglo, buscó una salida en el
continuo saqueo colonial, lo que llevo, atípicamente a Europa, a una "paz armada". Este
sistema, en el que las clases altas dominantes se adaptaron económica, política y
psicológicamente al crecimiento monstruoso del militarismo, dio a luz a una guerra por
el dominio mundial, la guerra más colosal y vergonzosa que la historia haya conocido.

La guerra ya ha involucrado a siete de las ocho grandes potencias y amenaza con


involucrar a la octava [2]; con el fin de ampliar su base, atrae a los poderes menores uno
tras otro (todo el trabajo de la diplomacia consiste ahora en esto). Disuelve
automáticamente los objetivos subordinados individuales de la mecánica del desgaste
mutuo, el agotamiento y el exterminio. Con carácter general, la ausencia de forma y la
multiplicidad de sus objetivos, combinando y lanzando uno contra el otro todas las razas
y las nacionalidades, todos los sistemas estatales y todas las etapas del desarrollo
capitalista, esta guerra de usurpación quiere demostrar que está completamente libre de
cualquier origen racial o nacional, los principios religiosos o políticos - simplemente
expresa el mero hecho de la imposibilidad a una mayor coexistencia de los pueblos y
estados sobre la base del imperialismo capitalista.

El sistema de alianzas, tal como se desarrolló después de la guerra franco-prusiana, fue


generada por un deseo de crear una garantía de estabilidad de los estados a través de un
áspero equilibrio militar de fuerzas opuestas. Este equilibrio, demostrado por la actual
"guerre d'usure'(guerra de desgaste), excluye la posibilidad de una victoria rápida y
decisiva de una parte y hace depender el resultado de la guerra contra el agotamiento
gradual de los recursos materiales y morales aproximadamente iguales de los oponentes.

En el frente occidental, el décimo tercer mes de la guerra encuentra las trincheras en el


mismo lugar en el que se encontraban en el segundo mes. Aquí se han trasladado a
decenas de metros en cualquier dirección - a través de los cuerpos de miles y decenas de
miles de soldados. En la península de Gallipoli, así como en el nuevo frente austro-
italiano, las líneas de trincheras de inmediato significaron líneas de desesperanza

188
militar. En la frontera ruso-turca es la misma imagen a escala provincial. Sólo en el
frente oriental (Ruso), los ejércitos gigantes, después de una serie de movimientos en
ambas direcciones, ahora retroceden hacia el este sobre el cuerpo de la devastada
Polonia, que cada parte promete "liberar".

En esta imagen, generada por el automatismo ciego de las fuerzas capitalistas y la


vergüenza consciente de las clases dominantes, no hay absolutamente ningún punto de
referencia que, desde un punto de vista militar, permita, en modo alguno, ninguna
esperanza y planes para vincularse con una victoria decisiva para cada lado. Si sólo los
poderes gobernantes de Europa tuvieran tanta buena intención histórica como mala,
entonces todavia habrian sido impotentes por la fuerza de las armas para resolver los
problemas que causaron la guerra. La situación estratégica en Europa da una expresión
mecánica al callejón sin salida histórico, en el que el mundo capitalista se ha conducido.

El crimen sangriento de la [Segunda] Internacional

Incluso si los partidos socialistas eran impotentes para impedir la guerra en su primer
periodo, o hacer que los gobernantes rindan cuentas, si desde el principio se habían
negado a asumir la responsabilidad de la carnicería mundial, y los partidos habían
utilizado sus vínculos estrechos para advertir al pueblo contra los gobernantes y para
denunciarlos, jugó un juego de espera - en el sentido de la acción revolucionaria,
contando con el virage inevitable en el estado de ánimo de masas - cuán grande hubiera
sido ahora la autoridad del socialismo internacional para las masas. Engañados por el
militarismo, abrumados por el luto y el incremento de la miseria, ¡áun más podria las
masas haber vuelto sus ojos al verdadero pastor de los pueblos!

¡Mira! En una condición de desesperación, ambos grupos de potencias militares ahora


se apoderan de cada pequeño Estado: Rumania, Bulgaria o Grecia, por el l'etat du
Destin (país de destino), cuyo peso podría finalmente inclinar la balanza en un sentido u
otro. Lo que realmente sería un peso de "hacer o deshacer" en estas condiciones es la
Internacional, la gran potencia del socialismo internacional, ¡cuyas palabras
encontrarían cada vez más eco en las mentes de las masas! El programa de liberación,
que las distintas secciones de la resquebrajada Internacional arrastran a través de la
inmundicia sangrienta en la cola del tren de equipaje del Estado Mayor General, se
convertiría en una poderosa realidad en un llamamiento internacional del proletariado
socialista contra todas las fuerzas de la vieja sociedad.

Pero la historia, incluso en este momento, siguio siente madrastra de la clase oprimida.
Sus partidos nacionales incorporaron en sus organizaciones no sólo los éxitos iniciales
del proletariado, no sólo su deseo de liberación total, sino también toda la indecisión de
la clase oprimida, su falta de confianza en sí mismo, su instinto de sumisión al Estado.
Estos partidos han sido arrastrados pasivamente a la catástrofe mundial y, adoptando
una virtud cobarde de la necesidad, se han encargado de encubrir un crimen sangriento
sin principios con la mentira de la mitología de la liberación. A partir de medio siglo de
antagonismos mundiales la catástrofe militar fue un desastre transferido sobre la
construccion de cincuenta años de la Internacional. El aniversario de la guerra es
también el aniversario de la caída más terrible de los partidos más fuertes del
proletariado internacional.

189
La única salida

Y sin embargo, nos encontramos con el sangriento aniversario sin ningún declive
mental o escepticismo político. Los internacionalistas revolucionarios tuvieron la
inestimable ventaja que mantuvieron su posición frente a la mayor catástrofe del
mundo, con análisis, crítica y la previsión revolucionaria. Renunciamos señalando el
"nacionalismo" del Estado Mayor, no sólo aquellos con un precio bajo, sino incluso los
que tienen un recargo. Continuamos viendo las cosas como son, llamarlas por su
nombre y anticipar la lógica de su movimiento posterior. Hemos visto cómo, en un
caleidoscopio alocado delante de la humanidad ensangrentada, se adoptaban las viejas
ilusiones y se adaptaban apresuradamente nuevos programas, se aprobaban y, en la
vorágine de los acontecimientos, fallaban, dando lugar a nuevas ilusiones y más
programas nuevos que precipitó al mismo destino, exponiendo aún más la verdad. ¡Y la
verdad social es siempre revolucionaria!

El marxismo, el método de nuestra orientación al proceso histórico y el instrumento de


nuestra intervención en este proceso, es capaz de soportar los golpes de cañones de 75
mm, así como las Mausers 42cm. Se impuso cuando los partidos de pie, al parecer, bajo
su bandera fueron destrozadas. El marxismo no es una foto de la conciencia de la clase
obrera - proporciona las leyes del desarrollo histórico de la clase obrera. En su lucha por
la liberación la clase obrera puede ser infiel al marxismo - por pura fuerza de las
circunstancias, el análisis constituye el marxismo - pero al traicionar al marxismo, la
clase obrera se traiciona asi misma. A través de la bancarrota y la decepción, a través de
trágicos desastres, llegando a nuevas formas, y más elevadas de auto-conocimiento, la
clase obrera vuelve de nuevo al marxismo, consolidando y profundizando en su
conciencia sus últimas conclusiones revolucionarias.

Este es el proceso que hemos visto en el último año. La lógica de la situación de la clase
obrera con fuerza lo impulsa de todas partes el yugo del bloque nacional y, ¡un milagro
aún mayor! - borra de muchos cerebros socialistas el molde del posibilismo. A pesar de
su aparente éxito, cuań patéticos y despreciables parecen los esfuerzos apresurados de
los partidos oficiales para proclamar, una vez más en sus reuniones, el papel
revolucionario de los estados melinite[3] e inculcar, por repeticiones múltiples, la
ilusión servil de "la defensa de la patria", ¡sin abandonar el gran camino imperialista!

La situación militar sin esperanza, la codicia parasitaria de las camarillas capitalistas


dominantes se alimentan de esta desesperanza, el crecimiento generalizado de la
reacción armada, el empobrecimiento de las masas y, como resultado de esto, un
emedrentamiento lento pero constante de la clase obrera - es ¡una realidad genuina,
cuyo desarrollo ulterior no sera retenido de nuevo por ninguna fuerza en el mundo! En
las entrañas de todos los partidos de la [segunda] Internacional hay un proceso, hasta
ahora sólo una revuelta ideológica, contra el militarismo y la ideología chouvinista, un
proceso que no sólo salva el honor del socialismo, sino también indica a las naciones la
única salida de la guerra, con su lema 'hasta el final', esta formulación acabada se
enfrenta al callejón sin salida de la "barbarie científica".

Servir a este proceso es la tarea más importante que ahora existe en nuestro
ensangrentado y deshonrado planeta! ●

190
 

______________________________

Rosa Luxemburg

Rebuilding the International

(1915)

Written: 1915.
Source: Die Internationale, No. 1, 1915.
Transcription/Markup: Dario Romeo and Brian Baggins.
Online Version: Rosa Luxemburg Internet Archive (marxists.org) 2000.

On August 4th, 1914, German Social Democracy abdicated politically, and at the same
time the Socialist International collapsed. All attempts at denying or concealing this
fact, regardless of the motives on which they are based, tend objectively to perpetuate,
and to justify, the disastrous self-deception of the socialist parties, the inner malady of
the movement, that led to the collapse, and in the long run to make the Socialist
International a fiction, a hypocrisy.

To collapse itself is without precedent in the history of all times. Socialism or


Imperialism – this alternative summarizes completely the political orientation of the
labour parties in the past decade. For in Germany it was formulated in innumerable
program speeches, mass meetings, brochures and newspaper articles as the slogan of
Social Democracy, as the party’s interpretation of the tendencies of the present
historical epoch.

With the outbreak of the world war, word has become substance, the alternative has
grown from a historical tendency into the political situation. Faced with this alternative,
which it had been the first to recognize and bring to the masses’ consciousness, Social
Democracy backed down without a struggle and conceded victory to imperialism. Never
before in the history of class struggles, since there have been political parties, has there
been a party that, in this way, after fifty years of uninterrupted growth, after achieving a
first-rate position of power, after assembling millions around it, has so completely and
ignominiously abdicated as a political force within twenty-four hours, as Social
Democracy has done. Precisely because it was the best-organized and best-disciplined
vanguard of the International, the present-day collapse of socialism can be demonstrated
by Social Democracy’s example.

191
Kautsky, as the representative of the so-called ‘Marxist Centre’, or, in political term, as
the theoretician of the swamp, has for years degraded theory into the obliging hand-
maiden of the official practice of the party bureaucrats and thus made his own sincere
contribution to the present collapse of the party. Already he has thought out an
opportune new theory to justify and explain the collapse. According to this theory,
Social Democracy is an instrument for peace but not a means of combatting war. Or, as
Kautsky’s faithful pupils in the Austrian ‘struggle’, sighing profusely at the present
aberration of German Social Democracy, decree: the only policy befitting socialism
during the war is ‘silence’; only when the bells of peace peal out can socialism again
begin to function. [1] This theory of a voluntary assumed eunuch role, which says that
socialism’s virtue can be upheld only if, at the crucial moments, it is eliminated as a
factor in world history, suffer from the basic mistake of all account of political
impotence: it overlooks the most vital factor.

Faced with the alternative of coming out for or against the war, Social Democracy, from
the moment it abandoned its opposition, has been forced by the iron compulsion of
history to throw its full weight behind the war. The same Kautsky who in the
memorable meeting of the parliamentary party of August 3rd pleaded for its consent to
the war credits, the same ‘Austro-Marxists’ (as they call themselves) who now see as
self-evident the Social-Democratic parliamentary party’s consent to the war credits –
even they now occasionally shed a few tears at the nationalistic excesses of the Social-
Democratic party organs and at their inadequate theoretical training, particularly in the
razor-thin separation of the concept of ‘nationality’ and of other ‘concepts’ allegedly
guilty of those aberrations. But events have their own logic, even when human beings
do not. Once Social Democracy’s parliamentary representative had decided in favour of
supporting the war, everything else followed automatically with the inevitability of
historical destiny.

On August 4th, German Social Democracy, far from being ‘silent’, assumed an
extremely important historical function: the shield-bearer of imperialism in the present
war. Napoleon ones said that two factors decide the outcome of a battle: the ‘earthly’
factor, consisting of the terrain, quality of the weapons, weather, etc,, and the ‘divine’
factor, that is, the moral constitution of the army, its morale, its belief in its own cause.
The ‘earthly’ factor was taken care of on the German side largely by the Krupp firm of
Essen; the ‘divine’ factor can be charged above all to Social Democracy’s account. The
services since August 4th that it has rendered and it is rendering daily to the German
war leaders are immeasurable: the trade unions that on the outbreak of war shelved their
battle for higher wages and invested with the aura of ‘socialism’ all the military
authorities’ security measures aimed at preventing popular uprisings; the Social-
Democratic women who withdrew all their time and effort from Social-Democratic
agitation and, arm in arm with bourgeois patriots, used these to assist the needy
warriors’ families; the Social-Democratic press which, with a few exceptions, uses its
daily papers and weekly and monthly periodicals to propagate the war as a national
cause and the cause of the proletariat; that press which, depending on the turns the war
takes, depicts the Russian peril and the horror of the Tsarist government, or abandons a
perfidious Albion to the people’s hatred, or rejoices at the uprisings and revolutions in
foreign colonies; or which prophesies the re-strengthening of Turkey after this war,
which promises freedom to the Poles, the Ruthenians and all peoples, which imparts
martial bravery and heroism to the proletarian youth – in short, completely manipulates
public opinion and the masses for the ideology of war; the Social-Democratic
192
parliamentarians and party leaders, finally, who not only consent to funds for the
waging of war, but who attempt to suppress energetically any disquieting stirrings of
doubt and criticism in the masses, calling these ‘intrigues’, and who for their part
support the government with personal services of a discreet nature, such as brochures,
speeches and articles displaying the most genuine German-national patriotism – when in
world history was there a war in which anything like this happened?

Where and when has the suspension of all constitutional rights been accepted so
submissively as a matter of course? Where has such a hymn of praise to the most severe
press censorship been sung from the rank of the opposition as it has in the individual
newspapers of German Social Democracy? Never before has a war found such Pindars;
never has a military dictatorship found such obedience; never has a political party so
fervently sacrificed all that it stood for and possessed on the altar of a cause which it
had sworn a thousand times before the world to fight to the last drop of blood. Judged
against this metamorphosis, the National Liberals are real Roman Catos, rochers de
bronze [bronze rocks]. Precisely the powerful organization and the much-praised
discipline of German Social Democracy were confirmed when the body of four million
allowed a handful of parliamentarism to turn it around and harness it to a wagon
heading in the opposite direction to its aim in life. The fifty years of preparatory work
by Social Democracy have materialized in the present war. And the trade unions and
party leaders can claim that the impetus and victorious strength of this war on the
German side are in large measure the fruits of the ‘training’ of the masses in the
proletarian organizations. Marx and Engels, Lassalle and Liebknecht, Bebel and Singer
trained the German proletariat so that Hindenburg might lead it. And the more advanced
the training, the organization, the famous discipline, the consolidation of the trade
unions and the workers’ press in Germany, in comparison with France, the more
affective is the assistance rendered to war by German Social Democracy than that given
by the France Social-Democratic Party. The France socialists, together with their
ministers, seem to be the merest dabblers in the unfamiliar trade of nationalism and the
waging of war, when one compares their deeds with the services being rendered to the
patriotic imperialism by German Social Democracy and the German trade unions.
 

II

The official theory which misuses Marxism as it pleases for the current domestic
requirements of the party officials in order to justify their day-to-day dealings, and
whose organ is Die Neue Zeit, attempts to explain the minor discrepancy between the
present function of the workers’ party and its words of yesterday by saying that
international socialism was much concerned with the question of doing something
against the outbreak of war, but not with doing something after it had broken out. [2]
Like a girl who obliges all, this theory assures us that the most wonderful harmony
prevail between the present practice of socialism and its past, that none of the socialist
parties need reproach themselves with anything which would call into question their
membership in the International. At the same time, however, this conveniently elastic
theory also has an adequate explanation at hand for the contradiction between the
present position of international Social Democracy and its past, a contradiction that
strikes even the most short-sighted of people. The International is said to have aired
only the question of the prevention of war. Then, however, ‘the war was upon us’, as

193
the formula goes, and now it turns out that quite different standards of behaviour apply
to the socialists after the war had begun than before it. The moment the war was upon
us, the only question left for the proletariat of each country was: victory or defeat. Or, as
another ‘Austro-Marxist’, F. Adler, explained more in terms of natural science and
philosophy: the nation, like any organism, must above all ensure its survival. In good
German this means: for the proletariat there is not one vital rule, as scientific socialism
has hitherto proclaimed, but rather there are two such rules: one for peace and one for
war. In peace-time the class struggle applies within each country, and international
solidarity vis-à-vis other countries; in war-time it is class solidarity within and the
struggle between the workers of the various countries without. The global historical
appeal of the Communist Manifesto undergoes a fundamental revision and, as
amended by Kautsky, now reads: proletarians of all countries, unite in peace-time and
cut each other’s throats in war! Thus today: ‘Every shell a Russian in Hell – every
engagement a dead Frenchman’ (jeder Schuss ein Russ – jeder Stoss ein Franzos), and
tomorrow, after peace has been concluded: ‘We embrace the millions of the whole
world.’ For the International is ‘essentially an instrument for peace’ but not an ‘effective
implement in war’. [3]

This obliging theory does not merely open up charming perspectives for Social-
Democratic practice by elevating the fickleness of the parliamentary party, coupled with
the Jesuitism of the Centre Party, to virtually a fundamental dogma of the Socialist
International. It also inaugurates a completely new ‘revision’ of historical materialism
compared with which all Bernstein’s former attempts appear as innocent child’s play.
The proletarian tactics prior to and after the outbreak of the war are supposed to be
based on different, indeed opposite, guiding principles. This presupposes that the social
conditions, the foundations of our tactics, are also basically different in war than in
peace. According to historical materialism as founded by Marx, all hitherto written
history is the history of class struggles. According to Kautsky’s revised materialism, the
words, ‘except in time of war’, must be added. Accordingly, social development, since
for millennia it has been periodically interspersed with wars, take its course according to
the following scheme: a period of class struggle, then a pause in which there is a merger
of the classes and a national struggle, then again a period of class struggles, again a
pause and class merger, and so forth, in this charming pattern. Each time the
foundations of social life in peace-time are turned upside down by the outbreak of war
and those in periods of war are inverted the moment peace is concluded. This, as one
can see, is no longer a theory of social development ‘in catastrophes’, against which
Kautsky once had to defend himself, this is a theory of development – in somersaults.
According to this theory, society moves in somewhat the same manner as an iceberg
driven by spring waters, which, when in base has melted away all side in the tepid
stream, after a certain time does a nose dive, whereupon this cute gam periodically
repeats itself.

Now this revised historical materialism crudely affronts all the hitherto accepted facts of
history. This freshly constructed antithesis between war and class struggle neither
explains nor demonstrates that constant dialectical transition from war into class
struggle and from class struggle into war, which reveals their essential inner unity. So it
was in the wars within medieval cities, in the wars of the Reformation, in the Dutch war
of liberation, in the wars of the great French Revolution, in the American War of
Secession, in the uprising of the Paris Commune, in the great Russian Revolution of
1905. And this is not all; even in purely abstract-theoretical terms, Kautsky’s theory of
194
historical development completely wipes out the Marxist theory, as a moment’s
reflection would make clear. For if, as Marx assumes, both the class struggle and war do
not fall from the sky, but originate in deeply rooted economic and social causes, then
the two cannot disappear periodically unless their causes vanish into thin air. Now the
proletarian class struggle is only a necessary consequence of the economic exploitation
and of the political class rule of the bourgeoisie. But during the war, economic
exploitation does not diminish in the least; on the contrary, its impetus is increased
immensely by the speculative mania which flourishes in the exuberant atmosphere of
war and industry, and by the pressure of the political dictatorship on the worker. Neither
is the political class rule of the bourgeoisie diminished in war-time; on the contrary, it is
raised to a stark class dictatorship by the suspension of constitutional rights. Since the
economic and political sources of the class struggle in society inevitably increase
tenfold in war-time, how then can the class struggle cease to exist? Conversely, in the
present historical periods, wars originate in the competitive interests of groups of
capitalists and in capitalism’s need to expand. Both motives, however, are operative not
only while the canons are roaring, but also during peace-time, which means that they
prepare and make inevitable further outbreaks of war. War is indeed – as Kautsky is
wont to quote from Clausewitz – only ‘the continuations of politics by other means’.
And the imperialist phase of the rule of capitalism has indeed made peace illusory by
actually declaring the dictatorship of militarism – war – to be permanent.

For the exponents of the revised historical materialism, this results in the necessity of
choosing between two alternatives. Either the class struggle is the paramount law of
existence of the proletariat, and the party officials’ proclamation of class harmony in its
place during war-time is an outrage against the proletariat’s vital interests; or the class
struggle in both war and peace is an outrage against the ‘national interests’ and ‘the
security of the fatherland’. Both in war-time and in peace-time, either the class struggle
or class harmony is the fundamental factor of social life. In practice the alternative is
even clearer: either Social Democracy must say pater peccavi to the patriotic
bourgeoisie (as former young daredevils and present day old devotees in our ranks are
already proclaiming contritely) and thus have to revise fundamentally all its tactics and
principles, in peace-time as well as in war-time, in order to adapt to its present social-
imperialist position; or the party will have to say pater peccavi to the international
proletariat and adapt its behaviour during the war to its principles in peace-time. And
what applies to the German labour movement of course also applies to the French.

Either the International will remain a refuse heap after the war, or its resurrection will
begin on the basis of the class struggle from which alone it draws its vital forces. Not by
re-telling the same old story will it be revived after the war, not by returning fresh,
cheerful, marry and bold, as though noting had happened, not by playing the old
melodies that captivated the world until August 4th. Only by means of an
‘excruciantingly thorough denunciation of our own indecision and weakness’, of our
own moral fall since August 4th, can be rebuilding of the International begin. And the
first step in this direction is to take action for the rapid termination of the war and for
the preparation of a peace in accordance with the common interest of the international
proletariat.
 

195
III

Until now, only two positions on the question of peace have been visible within the
party. The first of these, advocated by a member of a Party Executive, Scheidemann,
and by several other Reichstag deputies and party newspapers, echoes the government
in its support of the slogan of ‘holding out’, and opposes the movement for peace as
inopportune and dangerous to the military interests of the fatherland. The proponents of
this trend advocate the continuation of the war and are thus objectively ensuring that the
war is continued according to the wishes of the ruling classes '‘until a victory is won
which accords with the sacrifices made’, until ‘a secure peace’ is guaranteed. In other
words, the supporters of the policy of ‘holding out’ are ensuring that the actual
development of the war approximates as closely as possible to the imperialist conquests
which the Post, which Rohrbach, Dix and others prophets of Germany’s global
dominance have openly declared to be the aim of the war. If all these wonderful dreams
do not become reality, if the trees of youthful imperialism do not grow into the sky, it
will not be through any fault of the Post people and their pacemakers in Social
Democracy. It is apparently not the solemn ‘declarations’ in parliament ‘against any
policy of conquest’ that are conclusive for the outcome of the war, but rather the
affirmation of the policy of ‘holding out’. The war, whose continuation is advocated by
Scheidemann and others, has its own logic. Its real sponsors are those capitalistic-
agrarian elements that are in the saddle in Germany today, not the modest figures of the
Social-Democratic parliamentarians and editors who merely hold the stirrup for them.
Among those propagating this trend, the social-imperialist attitude of the party is most
clearly manifest.

While in France, too, the party leaders – admittedly in a completely different military
situation – cling to the slogan, ‘hold out until victory’, a movement for the speediest
termination of the war is making itself gradually but increasingly felt in all countries.
The greatest single characteristic of all these thoughts and desires for peace is the most
cautious preparation of peace guarantees which are to be demanded before war is
finished. Not only the universal demand for no annexations, but also a whole series of
new demands are appearing: universal disarmament (or, more modestly, systematic
limitation of the arms race), abolition of secret diplomacy, free trade for all nations in
the colonies, and other such wonderful proposals. The admirable aspect of all these
clauses calling for the future happiness of humanity and for the prevention of future
wars is the irrepressible optimism with which, emerging intact from the terrible
catastrophe of the present war, new resolutions are to be planted at the grave of the old
aspirations. If the collapse of August 4th has proved anything, it is the lesson in world
history that neither pious hopes nor cleverly devised utopian formulas addressed to the
ruling class can provide effective guarantees of peace or build a wall against war.

The only real safeguard for peace depends on the resolution of the proletariat to remain
faithful to its class politics and its international solidarity through all the storm of
imperialism. There was no lack of demands and formulae on the part of the socialist
parties in the crucial countries, above all in Germany; the deficiency was in their ability
to back up these demands with a will and with deeds in the spirit of the class struggle
and internationalism. If today, after all that we experienced, we viewed the action for
peace as a process for of reasoning out the best formulae against war, this would be the

196
greatest danger to international socialism. For this would mean that, despite its cruel
lessons, it would have learnt nothing and forgotten nothing.

Here again we find the prime example of this in Germany. In a recent issue of Die Neue
Zeit, the Reichstag deputy, Hoch, laid down a peace programme which – as the party
organ attested – he warmly supported. Nothing was missing from this programme:
neither a list of enumerated demand which was supposed to prevent future was in the
most painless and reliable manner, nor a very convincing statement that an impending
peace was possible, necessary and desirable. There was only one thing missing: an
explanation of how one should work for this peace with act, not with ‘desires’! For the
author belongs to the compact majority in the parliamentary party that not only twice
voted for war credits, but also in each occasion called its action a political, patriotic,
socialist necessity. And excellently drilled in its new role, this group is prepared to grant
further credits for the continuation of the war as a matter of course. To support a
material means of continuing the war, and, in the same breath, to praise the desirability
of an early peace with all its blessings, ‘to press the sword into the government’s fist
with one hand and with the other to wave the soft palm branch over the International’ –
this is a classical chapter in practical politics of the swamp as propagated theoretically
in the same Neue Zeit. When the socialists of neutral countries, for example the
Copenhagen Conference participants, seriously consider the preparation of demands and
proposals for peace on paper as an action contributing to the speedy termination of the
war, then this is a relatively harmless error. An understanding of this salient point in the
present situation of the International and of the causes of its collapse can and must be
common property of all socialist parties. The redeeming deed for the restoration of
peace and of the International can only emanate from the socialist parties of the
belligerent countries. The first step towards peace and towards the International is the
rejection of social imperialism. And if the Social-Democratic parliamentarians continue
to approve funds for the waging of the war, then their desires and declarations for peace
and their solemn proclamation ‘against any policy of conquest’, are a hypocrisy and a
delusion. This is particularly true of Kautsky’s International and its members who
alternately embrace one another fraternally and cut each other’s throat, declare that they
‘have nothing with which to reproach themselves’. Here again events have their own
logic. When they grant war credits, people like Hoch surrender the controlling reins and
bring about the virtual opposite of peace, namely, a policy of ‘holding out’. When
people like Scheidemann support the policy of ‘holding out’, they in fact hand over the
reins to the Post people and thus accomplish the reverse of their solemn declarations
against ‘any policy of conquest’, i.e. the unleashing of the imperialist instincts – until
the country bleeds to death. Here again there is only one choice: either Bethmann-
Hollweg – or Liebknecht. Either imperialism or socialism as Marx understood it.

Just as in Marx himself the roles of acute historical analyst and bold revolutionary, the
man of ideas and the man of action were inseparably bond up, mutually supporting and
complementing each other, so for the first time in the history of the modern labour
movement the socialist teaching of Marxism united theoretical knowledge with
revolutionary energy, the one illuminating and stimulating the other. Both are in equal
measure part of the essence of Marxism; each, separated from the other, transforms
Marxism into a sad caricature of itself. In the course of half a century, the German
Social Democracy harvested the most abundant fruit from the theoretical knowledge of
Marxism and, nurtured on its milk, grew into a powerful body. Put to the greatest
historical test – a test which, moreover, it had foreseen theoretically with scientific
197
certainty and foretold in all its important features – Social Democracy was found
completely lacking in the second vital element of the labour movement: the energetic
will, not merely be to understand history, but to change it as well. With all its exemplary
theoretical knowledge and strength of organization, the party was caught in the vortex
of the historical current, turned around in a trice like a rudderless hulk, and exposed to
the winds of imperialism against which it was supposed to work its way forward to the
saving islands of socialism. Even without the mistakes of others, the defeat of the whole
International was sealed by this failure of its ‘vanguard’, its best trained and strongest
élite.

It was an epoch-making collapse of the first order which enmeshes man and delays his
liberation from capitalism. However if it comes down to it, Marxism itself is not
completely without blame. And all attempts to adapt Marxism to the present decrepitude
of socialist practice, to prostitute it to the level of the venal apologetics of social
imperialism, are more dangerous than even all the open and glaring excesses of
nationalistic errors in the ranks of the party; these attempts tend not only to conceal the
real causes of the great failure of the International, but also to drain sources of its future
rebuilding. If the International, like the peace, is to correspond to the interests of the
proletarian cause, it must be born of the self-criticism of the proletariat, of its reflection
upon its own power, the same power that broke like a reed in a storm, but that, grown to
its true size, is historically qualified to uproot thousand-years-old oaks of social
injustice and to move mountains. The road to this power – one that is not paved with
resolutions – is at the same time the road to peace and to the rebuilding of the
International.

Either Or

(April 1916)

First Published: April, 1916: Banned in Germany.


Source: Rosa Luxemburg: Selected political writings, edited and introduced by Robert
Looker.
Translated: (from the German) W.D. Graf.
Transcription/Markup: Ted Crawford/Brian Baggins with special thanks to Robert
Looker for help with permissions.
Copyright: Random House, 1972, ISBN/ISSN: 0224005960. Printed with the
permission of Random House. Luxemburg Internet Archive (marxists.org) 2004.

I know thy works, that thou art neither cold nor hot: I would thou wert cold or hot.
So then because thou art lukewarm, and neither cold nor hot, I will spue thee out of my
mouth.

Revelation, III 15:16

198
Comrades! You are all aware of the division that exists in the bosom of the intra-party
opposition. Many of you who are not in agreement with the present state of the official
party or with its policy of operating through official channels will at first be extremely
distressed at this division. ‘Quarrelling again already!’ many will cry indignantly. Is it
not then necessary that at least all those who are making a front against the
parliamentary majority stand together firmly and act in unison? Does it not weaken the
opposition and add grist to the mill of the majority’s policy when those who are
pursuing the same ends – i.e. to bring the party back to the path of a proletarian class
policy based on principle – quibble and quarrel with each other?’

Certainly, Comrades! If it were only a question of personal disputes, of trifling matters,


of some kind of minor disputatiousness, of an oversight or of so-called ‘speaking out of
turn’ on the part of a few individuals, then every serious person must call it an outrage,
indeed a crime, if such petty matters were to cause a split in the opposition.

But this is not so, Comrades! What has caused this division is fundamental questions of
policy, the whole conception of the ways and means that are supposed to lead us from
out of the party’s present desperate situation into more worthy circumstances.

Let us consider what is at stake! On August 4th, 1914, official German Social
Democracy, and with it the Inter-national, collapsed miserably. Everything that, during
the preceding fifty years, we had preached to the people, that we had declared to be our
sacred principles, that we had proclaimed countless times in speeches, in brochures, in
newspapers, in leaflets – all at once all that proved to be empty clap-trap. Suddenly, as
though by evil magic, the party of the proletarian international class struggle has
become a national liberal party. Our organizational strength, of which we were so
proud, has proved to be completely impotent, and where we were once respected and
feared mortal enemies of bourgeois society, we have now become the irresolute and
justly despised tools of our mortal enemy, the imperialist bourgeoisie. In other
countries, socialism has fallen more or less deeply and the proud old cry, ‘Proletarians
of all countries, unite! ‘ has been transformed on the battlefields into the command,
‘Proletarians of all countries, cut each other’s throats!’

Never in world history has a political party gone so miserably bankrupt, never has an
exalted ideal been so disgracefully betrayed and dragged through the mud!

Thousands and thousands of proletarians could cry bloody tears of shame and anger
because all that was so dear and holy to them has now become the object of the whole
world’s ridicule and scorn. Thousands upon thousands are burning with the desire to
wipe out the stains, to remove the disgrace of the party, so that they can again call
themselves Social Democrats with their heads held high and without shame.

But each comrade must keep one thing in mind: such a sharp reverse can be overcome
only by a determined, clear and ruthless policy, Half measures, vacillation, timid see-
saw policies can never help us. Now each of us must say to himself: either-or. Either we
are national liberal sheep in the coat of the socialist lion, in which case we avoid any
playing at opposition; or we are fighters of the proletarian International in the full
meaning of the term, in which case we must set ourselves to the work of opposition, in
which case the banner of the class struggle and inter-nationalism must be unfurled

199
openly and at all costs. Party Comrades, look at the so-called opposition until now as
represented by Ledebour, Haase, and their friends. Having obediently tolerated the
granting of war credits in the Reichstag on four consecutive occasions, thus sharing in
the guilt for the betrayal of socialism, they finally plucked up the courage to vote
against these credits in the plenary session of December 21st, 1915. At last! the workers
said to themselves. Finally a public renunciation of the policy of nationalistic humbug.
At last at least twenty men in parliament who cherish socialism! Their delusion,
however, was short-lived, and only those who regard events quite superficially, without
investigating matters more thoroughly, could express unqualified joy at this ‘act of
courage’. Accompanying their refusal of the credits, Geyer and his comrades in the
Reichstag offered an explanation which destroyed all the good they had done with their
negative vote. Why did they vote against the credits this time? According to their
explanation because, ‘Our frontiers are secure.’ What these worthy people hoped to
accomplish with these words, to whom they were addressing them, is their own affair.
To the outsider who is not initiated into that grand diplomacy of the backrooms, which
might have suggested an answer, the issue is simple: the twenty voted against the credits
ostensibly because the German frontiers were secure. That is to say, not because we
oppose militarism and the war in principle, not because this war is an imperialist crime
against all peoples, but because Hindenburg, Mackensen and Kluck have already wiped
out enough Russians, Frenchmen and Belgians and have gained a firm footing in their
countries – this is why a German Social Democrat can indulge in the luxury of voting
against war expenditures! In doing this, however, Geyer and his comrades are basically
in line with the majority policy. This means that they support the brazen humbug which
makes this war out to have been a defensive war from the outset, aimed at protecting
our frontiers, What distinguishes Geyer and comrades from the majority, then, is not
that they hold a different view, based on principle, of the whole position towards the
war, but merely that they assess the military situation differently. According to
Scheidemann, David and Heine, the German frontiers are not yet secure; according to
Haase, Ledebour and Geyer, they are already secure. However, every intelligent man
must admit that, if one goes into the precise assessment of the military situation, the
standpoint of the Scheidemann-David-Heine group is more consistent than that of
Ledebour and Haase. For who would guarantee that the fortunes of war shall continue to
smile upon German militarism? Which intelligent general would want to swear today
that the worm cannot turn, that, for example, the Russians could not march into East
Prussia again? And if this were to happen, what then? Then the Ledebour-Geyer-Haase
group, in consequence of its own explanation, must once again vote for war credits in
the Reichstag! These are not tactics based on principle, but a policy of speculation
tailored to the momentary situation in the theatre of war, the famous case-by-case
policy, the old opportunistic see-saw upon which the party performed magnificently on
August 4th, 1914.

Yet there is another, serious side to the matter. If today the German Social Democrats,
according to the Ledebour-Haase explanation, may vote against war credits because the
German frontiers are secure, what is the situation of the French, Belgian, Russian and
Serbian comrades in whose countries the enemy is standing? The simplest worker can
readily understand that the principle contained in their explanation presents the
comrades in the other countries with the most wonderful pretext for justifying their
nationalistic policies. Indeed, some French comrades have already taken it over from the
nationalist majority as the best reinforcement of their own attitude. So once again we
find that the International is divided, and the socialists of the various countries are
200
following not a common policy against the war and the ruling classes, but are fighting
against each other, just as the high command of imperialism has ordered. Here, then, we
are returning precisely to the basis of the majority policy that has destroyed us and the
International.

And now we ask, Comrades, if one regards events seriously and critically, was the vote
cast by Ledebour, Haase and comrades on December 21st a step forward? Was it the act
of deliverance which we were all awaiting with anguished hearts, for which the masses
were languishing? No and no again! That vote, given that explanation, was a step
forward and a step backward; it was another sweet delusion that things would turn out
for the better, but the disillusionment behind it was inevitably all the more bitter.

And disillusionment followed hard on the heels of the deception. It is obvious that the
vote against war credits, even if it were not botched completely by the pathetic
explanation, did not exhaust all the opposition’s policies. It could have been merely the
first step on a new road, a first perceptible signal which would have to be followed all
along the line by a vigorous and consistent action in the spirit of the class struggle.
What have we witnessed instead? Ledebour, Haase and comrades have since then rested
on the laurels of their refusal of credits – they are leading an unreal existence.

Let us take just a few examples. In the great ‘Baralong Affair’, the Social-Democratic
parliamentary party, as a result of Noske’s speech and his howls for bloody retaliatory
measures against the English, has piled such unprecedented humiliation upon itself that
even respectable bourgeois liberals – if such a human species still existed on German
soil – would have to be embarrassed at its actions. After August 4th, after all that
followed upon it, it seemed that our party had been dragged down as far as it could go.
But the social imperialists, so ready to ‘change their views’, continue to present us with
new surprises. Their political and moral corruption, it seems, cannot be measured
against conventional standards at all. When in the ‘Baralong Affair’ they stirred up the
people’s bestial warring instincts, they outdid even the conservatives and put them to
shame. And following this unprecedented event, what did a man of the opposition,
Comrade Ledebour, do? Instead of charging into the fray and denouncing Noske,
instead of refuting any association with Noske and his peers, Ledebour himself chimed
in with this howl, accepted in principle the retaliatory policy of Noske and comrades,
and was only able to bring himself to appeal for moderation in the application of this
beastly principle.

According to the stenographic report, Ledebour’s incredible words of January 15th read
as follows: ‘Gentlemen, my judgement of the Baralong Case, of the outrage committed
by English sailors against brave German soldiers on the high seas, is at one with that of
all the preceding speakers. I shall not attempt to add to their statements in any way.’

And those ‘preceding speakers’ were: Noske of the social imperialists, Spahn of the
Centre Party, Fischbeck of the radicals, Knutenoertel of the conservatives! Ledebour’s
judgement of the affair was ‘at one’ with theirs.

This again lends support in principle to the majority policy of the socialist turncoats and
is another lapse into a united inter-party truce with the bourgeois parties – and this three
weeks after the banner of the class struggle had ostensibly been raised.

201
Let us take another example. In the system of so-called ‘questions in the House’, the
Reichstag deputies have been handed an invaluable weapon which enables them to offer
constant resistance to the government and the bourgeois majority in this lamentable
assembly of yes-men and obedient Mamelukes of the military dictatorship, to harass the
imperialist phalanx, to arouse constantly the masses of the people. In the hands of
twenty resolute representatives of the people, the system of questions in the House
could become a real rhino-whip with which to flay unmercifully the backs of the
imperialist rabble. Instead of this, what do we see? It does not even occur to Ledehour,
Haase and comrades to avail themselves of this important method of struggle. Not once
have they attempted to apply it. They are happy to leave it to Karl Liebknecht to parry
and thrust alone in all directions against the yelping dog pack surrounding him; for their
own part, however, they are apparently afraid of sticking their necks out, for they
simply do not dare to kick against the pricks and to get out from under the thumb of the
parliamentary party majority.

And this is not all! When the imperialist Reichstag majority, including the majority of
the Social-Democratic parliamentary party, made a move to destroy the weapon of the
system of questions in the House by subjecting it to the arbitrary censorship of the
Reichstag President, Ledebour, Haase and comrades did not lift a finger. These alleged
leaders of the opposition supported a violent blow against a democratic right of the
people’s representatives, against an important method of arousing the masses. They had
a hand in this new betrayal by the parliamentary party majority.

And what was the situation on January 17th, when the Reichstag debated military
questions, when an excellent opportunity arose of criticizing mercilessly all the doings
of the dictatorship of the sabre and the bestialities of the war, of elucidating the overall
situation and of bringing up all the main problems of the global crisis? Again Ledebour,
Haase and comrades failed completely. A bare four weeks after their ostensible
declaration of battle and transfer of allegiance on December 21st, there followed a
miserable fiasco. A petty and circumloquacious discussion of inessential trifles – which
had been common in the bleak everyday practice of the parliamentary tread-mill in
peace-time – was all that these leaders of the opposition could bring themselves to do on
the military question.

This, Comrades, is the so-called opposition as understood by Ledebour, Haase and their
friends. Not a trace of consistency, of energy, of pluck, of keenness of principle; nothing
but indecision, weakness and illusion. But we have truly had enough of indecision,
weakness and illusion, and we know what effects they have had on us.

No one would call into question the good will of a Ledebour, a Haase, an Adolf
Hoffmann. The road to Hell, however, is paved with good intentions. What we need
now is the strength, consistency and keenness with which our enemies, the ruling
classes, are muzzling us and forcing us under the bloody yoke of imperialism. Real
men, undaunted and rugged fighters, are what we need, not see-saw politicians, not
weaklings, not timid stock-takers.

And that the so-called opposition does not meet these requirements is best demonstrated
by the leaflet that Comrades Ledebour and Adolf Hoffmann have just published.

202
This leaflet criticizes harshly and disparagingly the guiding principles which a number
of comrades from various places in Germany have accepted as the central principle of
their view and of their tasks at the present historical moment. We shall quote them in
their entirety at the conclusion of this article so that every comrade can judge them for
himself. These guiding principles are nothing less than an open, honest and candid
formulation of the facts and events that the world war created in the labour movement,
and they are, moreover, the consistent and resolute application of our old party
principles to the present situation and to the tasks facing us all if we finally decide to put
international socialism into practice.

And now Ledebour and Hoffmann are using their peremptory veto to stifle this very
tendency! It is impertinent, they say, to make the Socialist International the governing
centre of the whole labour movement; it is impertinent to restrict the national centres’
powers of free decision vis-à-vis the war; it is impertinent and impracticable to place the
International above the officials of German Social Democracy and of other socialist
parties. The International should remain only a loose federative association of national
labour parties completely free in their tactics both in war and in peace, just as it was
before the outbreak of the world war.

Comrades! Here is the virtual nodal point of the whole situation; it includes the vital
question of the labour movement. Our party failed on August 4th, in the same way that
the socialist parties of other countries failed, just because the International turned out to
be an empty phrase, because the resolutions of the International congresses proved to be
empty, powerless words. If we wish to do away with this disgraceful condition, if we
wish to prevent a future repetition of the bankruptcy of August 4th, 1914, then there is
only one road and one salvation for us: to change international solidarity from a
beautiful-sounding phrase into a real, deadly serious and sacred maxim, to fashion the
Socialist International from a lifeless dummy into an actual power, and to enlarge it into
an impregnable dam against which the heavy waves of capitalist imperialism will break
from now on. If we wish to work our way up out of the abyss of humiliation into which
we have fallen, then we must teach every German and French and other class-conscious
proletarian to believe that:

The fraternization of the workers of the world is for me the highest and most sacred
thing on earth; it is my guiding star, my ideal, my fatherland. I would rather forfeit my
life than be unfaithful to this ideal!

And now Comrades Ledebour and Hoffmann would hear nothing of all this. After the
war they would simply restore the old wretchedness. Then as now, each national party
will have a free hand to treat the resolutions of the International as abominably as they
please; again every few years we will witness splendid congresses, beautiful speeches,
flaming enthusiasm, resounding manifestos and bold resolutions, but when the time
comes to act, the International will again be completely impotent. Like a ghost in the
night confronted with bloody reality, it will fade away before the mendacious phrase,
‘defence of the fatherland’! Ledebour and comrades have thus learnt nothing from this
terrible war! Comrades, there is no worse indictment of a politician, of a fighter, than
that he does not know how to learn from the hard school of history. No one who has to
make decisions amidst the urgency and tumult of the historical world struggle is
immune from error. But not to understand the mistakes made, not to be able to learn
from them, to emerge again and again unenlightened from all humiliations – this is
203
bordering on the criminal. Comrades, if not even this ocean of blood through which we
are wading, if not even this terrible collapse of the International is able to lead us to a
better understanding and on to a firm path, then we can truly let them bury us. Then let
us have an end to the phrases about internationalism, to the same old lie, to the
deception of the masses who will justly rebuff us if, when this war is over, we, as the
old, incorrigible phrase-mongers, propagate the idea of the fraternization of peoples
without ever desiring to put it into practice.

Here again, Comrades, it is a question of either-or! Either we nakedly and shamelessly


betray the International as Heine, David, Scheidemann, et al. have done; or we take the
International in deadly seriousness and attempt to extend it into a firm stronghold, a
bulwark, of the international socialist proletariat and of world peace. Today there is no
longer room for any middle way, for vacillation and indecision.

And for this reason it would be impossible for real oppositional elements to act jointly
with people who share the standpoint of Comrades Ledebour and Hoffmann.

Comrades! Do not let yourselves be taken in by the old catch-phrase that in unity there
is strength. Now even Scheidemann and Ebert of the Party Executive are trying to
peddle that one. Yes indeed there is strength in unity, but in a unity of firm, inner
conviction, not of an external, mechanistic coupling of elements which are inwardly
gravitating away from each other. Strength lies not in numbers, but in the spirit, in the
clarity, in the energy that inspires us. How strong we fancied ourselves to be, how we
boasted of our four million supporters before the war, and how our strength, like a
house of cards, collapsed at the first test. Here too it is important to learn from our
disappointed hopes and not to lapse into the old mistakes! If we wish to make an
energetic front against the dominant course charted by the party officials, against the
parliamentary party majority, then a clear, consistent and energetic policy is necessary.
We must look neither to the left nor the right, but rally under a visible banner such as
the guiding principles which Ledebour and comrades have just rejected. Away with all
indecision and vacillation! Keep the goal firmly in sight and take up the class struggle
ruthlessly all along the line in the spirit of the International! This is our task. This is the
terrain upon which we will rally together. All who seriously and honestly desire a
resurrection of socialism will come with us, if not today, then tomorrow.

Rally everywhere, Comrades, behind the guiding principles that point out our road
onward, and use all your strength to transform your thoughts into deeds! Throughout
this country, in all countries, the mass of the proletariat, bled white and enslaved, is
waiting for a resolute proletarian policy which alone can bring it deliverance from the
Hell of existing conditions. Our task, our duty, is to hasten the hour of this deliverance
by exerting ourselves to the utmost in ruthlessly carrying on the class struggle!

Therefore, long live the class struggle! Long live the International!

A large number of comrades from all parts of Germany have adopted the following
guiding principles which represent an application of the Erfurt Programme to the
contemporary problems of international socialism.

204
1. The world war has decimated the results of forty years’ work of European
socialism by: devaluing the significance of the revolutionary working class as a
factor of political power, destroying the prestige of socialism, breaking up the
proletarian International, leading its sections into a fratricidal war against each
other and chaining the desires and hopes of the masses in the most important
capitalist countries to the course of imperialism.
2. By consenting to war credits and the proclaimed Burgfriede [domestic truce],
the official leaders of the socialist parties in Germany, France and England (with
the exception of the Independent Labour Party) have bolstered imperialism’s
power, leave induced the masses to bear patiently the misery and horrors of the
war and have thus contributed to the unbridled release of imperialistic frenzies,
to the prolongation of the slaughter and to the increase in the number of its
victims. They therefore share in the responsibility for the war and its
consequences.
3. These tactics employed by the official socialist party leaders of the belligerent
countries, above all of Germany, until then the leading country in the
International, signify a betrayal of the most elementary principles of
international socialism, of the vital interests of the working class, of all the
peoples’ democratic interests. Because of them, socialist policies in those
countries in which the party leaders remained faithful to their duties, namely,
Russia, Serbia, Italy and – with one exception – Bulgaria, are also condemned to
impotence.
4. When the official Social-Democratic parties of the leading countries abandoned
the class struggle during the war and deferred it until after the war, they granted
the ruling classes in all countries a respite which enabled them to strengthen
immensely their economic, political and moral positions at the expense of the
proletariat.
5. The world war serves neither the needs of national defence nor any of the
economic or political interests of the masses. It is solely the result of imperialist
rivalries between the capitalist classes of various countries for world domination
and for a monopoly to impoverish and oppress the territories not yet ruled by
capitalism. In this era of unfettered imperialism, there can no longer be national
wars. National interests serve only as a method of deceiving the working masses
in order to make them useful to their mortal enemy, imperialism.
6. For no oppressed nation can freedom and independence blossom forth from the
politics of the imperialist states and from the imperialist war. The small nations,
whose ruling classes are appendages and accessories of their class comrades in
the large nations, are only pawns in the imperialist game played by the great
powers. They too, like the working masses, are being misused as tools during
the war, and will be sacrificed to capitalist interests after the war.
7. Under these circumstances, every defeat and every victory in the present world
war signifies a defeat for socialism and democracy. However the war may end –
unless by the revolutionary intervention of the inter-national proletariat –
militarism, international divisions and global economic rivalries will be
strengthened. The war is increasing capitalist exploitation and political re-action
within each country, weakening the control of public opinion and debasing
parliament into an increasingly obedient instrument of militarism. In this way
205
the present world war is simultaneously developing all the pre-conditions for
new wars.
8. World peace cannot be secured by such utopian or basically reactionary plans as
international courts of arbitration composed of capitalist diplomats, diplomatic
agreements concerning ‘disarmament’, ‘freedom of the seas’, ‘repeal of the laws
of piracy’, ‘European federations’, ‘middle-European customs unions’, ‘national
buffer states’, and the like. Imperialism, militarism and wars will not be
abolished or damned so long as the rule of the capitalist classes continues
uncontested. The only method of successfully resisting them, the only guarantee
of world peace, is the international proletariat’s capacity for political action and
its revolutionary will to throw its power behind the struggle.
9. Imperialism, as the final phase and highest stage of development of the political
world domination of capitalism, is the common mortal enemy of the proletariat
of all countries. But imperialism shares with the earlier phases of capitalism the
fate of strengthening the power of its mortal enemy in proportion as it continues
to develop. Imperialism hastens the concentration of capital, the attrition of the
middle classes, the growth of the proletariat; it arouses the growing resistance of
the masses and thus leads to the intensification of class conflicts. In war, as in
peace, the front line of the proletarian class struggle must be concentrated
against imperialism. For the international proletariat the struggle against
imperialism is at the same time the struggle for political power in the State, the
decisive conflict between socialism and capitalism. The ultimate goal of
socialism will be realized by the international proletariat only if the latter,
summoning up all its strength and readiness for sacrifice, forms a front against
imperialism all along the line and raises the demand of ‘war on war!’ to the
guiding principle of its practical policies.
10. For this purpose, the main task of socialism today is aimed at combining the
proletariat of all countries into a living revolutionary power, forging it into the
decisive factor of political life – for which it is historically qualified – by means
of a strong international organization holding uniform tactics and having a
capacity for political action both in war and in peace.
11. The Second International was destroyed by the war. Its inadequacy was proved
by its inability to construct a real dam against the process of fragmentation into
national groups in the war or to execute joint tactics and actions by the
proletariat in all countries.
12. In view of the betrayal by the official representatives of the belligerent
countries’ socialist parties of the aims and interests of the working class, in view
of their rejection of the proletarian International in favour of the policies of
bourgeois imperialism, it is a vital necessity for socialism to create a new
workers’ International to take over the leadership and unification of the
revolutionary class struggle against imperialism in all countries.

The new International, if it is to fulfil its historical task, must rest upon the following
basic principles:

1. The class struggle within each bourgeois state against the ruling classes, and the
international solidarity of the proletariat of all countries shall be two inseparable
206
maxims of the working class in its universal historical struggle for liberation.
There can be no socialism outside the international solidarity of the proletariat
and there can be no socialism without the class struggle. The socialist proletariat
cannot renounce the class struggle and international solidarity, either in war or in
peace, without committing suicide.
2. The class action of the proletariat of all countries, both in war and in peace, must
be aimed at the main goal of combatting imperialism and preventing wars. The
parliamentary action, the trade-union action and all activities of the labour
movement must be subordinate to the end of setting the proletariat of each
country as strongly as possible against the national bourgeoisie, of emphasizing
at every step the conflict between the two, and at the sane time of bringing into
the foreground and affirming the international solidarity of the proletariat of all
countries.
3. The class organization of the proletariat shall be centred around the
International. In peace-time the inter-national shall decide on the tactics to be
employed by the national sections on questions of militarism, colonial policy,
trade policy, May Day celebrations and on the tactics to be adhered to in war-
time.
4. The duty to execute the resolutions of the International shall take precedence
over all other organizational duties. National sections that contravene its
resolutions shall forfeit their membership in the International.
5. In the struggles against imperialism and war, the decisive power can be
employed only by the compact masses of the proletariat of all countries. The
tactics of the national sections shall thus be directed primarily the broad masses’
capacity for political action and resolute initiative, securing the international co-
ordination of mass actions, and building the political and trade-union
organizations in such a way that their mediation at all times guarantees the
speedy and energetic co-operation of all sections and that the will of the
International is translated into actions by the broadest working masses.
6. The immediate task of socialism shall be the intellectual liberation of the
proletariat from the guardianship of the bourgeoisie as manifest in the influence
of nationalistic ideology. The national sections must gear their agitation in
parliament and in the press towards the denunciation of the second-hand
phraseology of nationalism as an instrument of bourgeois rule. The only defence
of all true national freedom is today the revolutionary class struggle against
imperialism. The fatherland of the proletariat, the defence of which must take
precedence over all else, is the socialist International.

V. I.   Lenin

The Draft Resolution of the Left Wing at Zimmerwald

Written: Written prior to August 20 (September 2) 1915


Published: First published in 1930 in Lenin Miscellany XIV. Published according to the
manuscript.
Source: Lenin Collected Works, Progress Publishers, [197[4]], Moscow, Volume 21,
207
pages 345-348.
Translated:
Transcription\Markup: D. Walters and R. Cymbala
Public Domain: Lenin Internet Archive 2003 (2005). You may freely copy, distribute,
display and perform this work; as well as make derivative and commercial works.
Please credit “Marxists Internet Archive” as your source.

The present war has been engendered by imperialism. Capitalism has already achieved
that highest stage. Society’s productive forces and the magnitudes of capital have
outgrown the narrow limits of the individual national states. Hence the striving on the
part of the Great Powers to enslave other nations and to seize colonies as sources of raw
material and spheres of investment of capital. The whole world is merging into a single
economic organism; it has been carved up among a handful of Great Powers. The
objective conditions for socialism have fully matured, and the present war is a war of
the capitalists for privileges and monopolies that might delay the downfall of capitalism.

The socialists, who seek to liberate labour from the yoke of capital and who defend the
world-wide solidarity of the workers, are struggling against any kind of oppression and
inequality of nations. When the bourgeoisie was a progressive class, and the overthrow
of feudalism, absolutism and oppression by other nations stood on the historical order of
the day, the socialists, as invariably the most consistent and most resolute of democrats,
recognised “defence of the fatherland” in the meaning implied by those aims, and in that
meaning alone. Today too, should a war of the oppressed nations against the oppressor
Great Powers break out in the east of Europe or in the colonies, the socialists’ sympathy
would be wholly with the oppressed.

The war of today, however, has been engendered by an entirely different historical
period, in which the bourgeoisie, from a progressive class, has turned reactionary. With
both groups of belligerents, this war is a war of slaveholders, and is designed to
preserve and extend slavery; it is a war for the repartitioning of colonies, for the “right”
to oppress other nations, for privileges and monopolies for Great-Power capital, and for
the perpetuation of wage slavery by splitting up the workers of the different countries
and crushing them through reaction. That is why, on the part of both warring groups, all
talk about “defence of the fatherland” is deception of the people by the bourgeoisie.
Neither the victory of any one group nor a return to the status quo can do anything
either to protect the freedom of most countries in the world from imperialist oppression
by a handful of Great Powers, or to ensure that the working class keep even its present
modest cultural gains. The period of a relatively peaceful capitalism has passed, never
to return. Imperialism has brought the working class unparalleled intensification of the
class struggle, want, and unemployment, a higher cost of living, and the strengthening
of oppression by the trusts, of militarism, and the political reactionaries, who are raising
their heads in all countries, even the freest.

In reality, the “defence of the fatherland” slogan in the present war is tantamount to a
defence of the “right” of one’s “own” national bourgeoisie to oppress other nations; it is
in fact a national liberal-labour policy, an alliance between a negligible section of the
workers and their “own” national bourgeoisie, against the mass of the proletarians and

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the exploited. Socialists who pursue such a policy are in fact chauvinists, social-
chauvinists. The policy of voting for war credits, of joining governments, of
Burgfrieden,[1] and the like, is a betrayal of socialism. Nurtured by the conditions of the
“peaceful”, period which has now come to an end, opportunism has now matured to a
degree that calls for a break with socialism; it has become an open enemy to the
proletariat’s movement for liberation. The working class cannot achieve its historic aims
without waging a most resolute struggle against both forthright opportunism and social-
chauvinism (the majorities in the Social-Democratic   parties of France, Germany and
Austria; Hyndman, the Fabians and the trade unionists in Britain; Rubanovich,
Plekhanov and Nasha Zarya in Russia, etc.) and the so-called Centre, which has
surrendered the Marxist stand to the chauvinists.

Unanimously adopted by socialists of the entire world in anticipation of that very kind
of war among the Great Powers which has now broken out, the Basle Manifesto of 1912
distinctly recognised the imperialist and reactionary nature of that war, declared it
criminal for workers of one country to shoot at workers of another country, and
proclaimed the approach of the proletarian revolution in connection with that very war.
Indeed, the war is creating a revolutionary situation, is engendering revolutionary
sentiments and unrest in the masses, is arousing in the finer part of the proletariat a
realisation of the perniciousness of opportunism, and is intensifying the struggle against
it. The masses’ growing desire for peace expresses their disappointment, the defeat of
the bourgeois lie regarding the defence of the fatherland, and the awakening of their
revolutionary consciousness. In utilising that temper for their revolutionary agitation,
and not shying away in that agitation from considerations of the defeat of their “own”
country, the socialists will not deceive the people with the hope that, without the
revolutionary overthrow of the present-day governments, a possibility exists of a speedy
democratic peace, which will be durable in some degree and will preclude any
oppression of nations, a possibility of disarmament, etc. Only the social revolution of
the proletariat opens the way towards peace and freedom for the nations.

The imperialist war is ushering in the era of the social revolution. All the objective
conditions of recent times have put the proletariat’s revolutionary mass struggle on the
order of the day. It is the duty of socialists, while making use of every means of the
working class’s legal struggle, to subordinate each and every of those means to this
immediate and most important task, develop the workers’ revolutionary consciousness,
rally them in the international revolutionary struggle, promote and encourage any
revolutionary action, and do everything possible to   turn the imperialist war between
the peoples into a civil war of the oppressed classes against their oppressors, a war for
the expropriation of the class of capitalists, for the conquest of political power by the
proletariat, and the realisation of socialism.

Notes

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210

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