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El Quijote y la autopoiesis

Howard Mancing
Purdue University

Autopoiesis es un vocablo nuevo para la mayoría de los humanistas. Se trata


de un concepto que introdujeron dos neurobiólogos chilenos hace unos cua-
renta años y que modifica de una manera importante la teoría de la evolución
de Charles Darwin y la «nueva síntesis» de esta teoría que fue desarrollada
en la primera mitad del siglo xx. Es un concepto que también tiene mucha
validez para el estudio de la literatura. Es un concepto que, como veremos, se
ilustra perfectamente en el Quijote de Cervantes. La autopoiesis también tiene
unas implicaciones importantes para la teoría literaria.
Humberto Maturana, profesor de biología en la Universidad de Santiago
de Chile a mediados del siglo xx, ya empezaba a concebir las ideas que iban
a conducir a la formulación de la autopoiesis cuando entró en colaboración
con su exestudiante Francisco Varela. Juntos publicaron su importante libro
De máquinas y seres vivos: Autopoiesis: La organización de lo vivo en 1973. Con-
tinuaron desarrollando sus ideas hasta publicar en 1984 la obra que, más que
cualquier otra, iba a definir la autopoiesis: El árbol del conocimiento: Las bases
biológicas del conocimiento humano.
La etimología griega de la palabra nos explica de lo que se trata: auto, ‘a sí
mismo’, y poiesis, ‘creación’. La idea se refiere a la manera de que un organismo
se genera a sí mismo dentro de su contexto: contexto físico, histórico, social,
lingüístico. La idea nació mientras Maturana y Varela estudiaban la manera en
que las células del cuerpo de todo ser vivo se generan, se rehacen, se forman
durante el proceso de vivir, y la manera en que esta autoformación depende
en gran parte del contexto, del medioambiente, dentro del cual existen. Ma-
turana (2004:17) ha explicado la manera en que se le ocurrió lo esencial de la
idea que iba a ser central a su obra:

Así, un día que yo visitaba a un amigo, José María Bulnes, filósofo, mien-
tras él me hablaba del dilema del caballero Quejana (después Quijote de la

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Mancha) en la duda de si seguir el camino de las armas, esto es el camino de


la praxis, o el camino de las letras, esto es el camino de la poiesis, me percaté
de que la palabra que necesitaba era autopoiesis si lo que quería era una ex-
presión que captase plenamente lo que yo connotaba cuando hablaba de la
organización circular de lo vivo.

Es de notar que así don Quijote estaba presente en el acto de descubrimiento


de este concepto clave; por eso me parece oportuno hablar de la autopoiesis
en el Quijote.
Pero antes de discutir el papel de la autopoiesis en la novela de Cervantes,
quiero comentar un poco más las implicaciones de la idea. Un ser vivo no es
una máquina. Una máquina es algo hecho por el hombre para usar de cierta
manera y si se rompe o si se estropea una parte la máquina puede dejar de
funcionar y alguien tiene que arreglarla o se queda inútil. Una máquina (o
cualquier otro producto material fabricado por el hombre) depende así de
la intervención de alguien o no es nada. Un ser vivo es radicalmente dife-
rente: se está rehaciendo constantemente. Todo ser vivo, según Maturana y
Varela, es un sistema autopoiético; es decir, un sistema que «se levanta por
sus propios límites, constituyéndose como distinto del medio circundante
por medio de su propia dinámica, de tal manera que ambas cosas son insepa-
rables» (1990:40). Todo ser vivo, todo sistema dinámico, está continuamente
creándose —produciéndose, inventándose, modificándose, renovándose—.
Sí que puede haber intervención médica en el caso del ser humano, pero no
me refiero a eso, sino al hecho de que un ser vivo vive, y no solo existe, como
una máquina. Me refiero a las continuas relaciones que existen entre mente,
cerebro, cuerpo y contexto, y a la manera en que creamos nuestro mundo
cognoscitivo, la manera en que hacemos nuestro conocimiento pragmático
en relación con la realidad externa —la realidad social tanto como física—.
Una máquina, por ejemplo un ordenador, es la misma cosa en las selvas
amazónicas y en las nieves canadienses, pero un ser vivo, un animal, no: el ani-
mal se adapta al contexto en que vive. Se adapta física, emocional, y socialmente,
a su contexto. Se adapta mientras vive, se adapta para continuar viviendo, se
adapta en todo lo que hace. Y he aquí otro aspecto importante de la obra de
Maturana y Varela: vivir es hacer. Para ellos, «todo hacer es conocer y todo cono-
cer es hacer» (1990:21): vivir es acción en la existencia como un ser vivo. Lo que
conocemos, y lo que hacemos, no es solo un aspecto de nuestro ser cognoscitivo,

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es igualmente parte de nuestro ser físico. Toda adaptación biológica o evolutiva es


parte de nuestro conocimiento del mundo. Lo que hacemos, lo que sabemos
hacer, es lo que somos: vivir es conocer; conocer es hacer.
El psicólogo británico Henry Plotkin también describe todo conocimiento
humano en términos de la adaptación evolutiva: «Saber algo quiere decir in-
corporar lo sabido dentro de nosotros» (1993:ix; traducción mía). Saber algo
es saber hacerlo; para hacer algo, tenemos que tener el cuerpo y el cerebro
que lo hacen posible. Todo lo que hacemos, lo hacemos como resultado de las
adaptaciones evolutivas de nuestra especie. La conclusión lógica y necesaria,
entonces, es que todo conocimiento es, a fin de cuentas, biológico. Pero al
mismo tiempo es un hecho fundamental que todo conocimiento solo es po-
sible dentro de contextos sociales. Así es que todo conocimiento es, al mismo
tiempo, tanto social como biológico. Conocer o saber algo consiste en una re-
lación entre el que sabe y lo sabido; es un acto que tiene lugar en un contexto.
El proceso de hacer algo —de funcionar, de vivir— dentro de, y con res-
pecto a, un contexto es lo que llaman Maturana y Varela (1990:65, 84) «aco-
plamiento estructural». Esta idea es central al proceso de la autopoiesis: todo
lo que se hace, se hace dentro de un contexto y en relación a este contexto. El
1 James J. Gibson, en sus importantes hacer depende del contexto al mismo tiempo que depende del ser vivo.1 (Y
estudios sobre la percepción (sobre todo 1979), aquí podemos recordar el «yo soy yo y mi circunstancia» de Ortega y Gasset.)
ha inventado el concepto de affordance. No es
un concepto objetivo ni subjetivo, sino de la Para Maturana y Varela (1990:149), «el hecho de vivir —de conservar ininte-
relación entre el ser vivo y su medioambiente rrumpidamente el acoplamiento estructural como ser vivo— es conocer en
(tanto físico como social). La semejanza
entre las teorías de Maturana y Varela y las el ámbito del existir. Aforísticamente: vivir es conocer (vivir es acción efectiva
de Gibson es obvia y subraya la necesidad de en el existir como ser vivo)». Por ejemplo, en el contexto de la España del si-
estudiar al ser vivo dentro de su contexto. glo xxi, uno puede vivir en las afueras, llegar a la ciudad por tren, trabajar en
una oficina de un rascacielos, votar en unas elecciones democráticas, mante-
ner contacto constante con los amigos por medios electrónicos, etc. El hom-
bre o la mujer que tal hace se ha acoplado estructuralmente con su medioam-
biente. Pero en el contexto de la España del siglo xvi tal acoplamiento no era
posible, y el caso de Alonso Quijano lo ilustra muy bien.
Nuestros comentarios hoy empiezan precisamente al principio de la no-
vela, con el pasaje que contemplaba José Bulnes, amigo de Humberto Ma-
turana: el momento en que el hidalgo de la Mancha está vacilando entre las
letras y las armas. Dice el narrador que el protagonista pensaba en cierto libro
de caballerías y que «muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin
al pie de la letra» (Quijote, p. 116). (Y sea dicho entre paréntesis que el libro

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de caballerías que pensaba continuar era el Belianís de Grecia, tal vez —des-
pués del mismo Amadís de Gaula— el de más fama y más influencia en el
siglo xvi.)2 Pero a fin de cuentas nuestro héroe rechaza la idea de hacerse es- 2 En unos comentarios a la edición

critor y decide tomar la senda de las armas, de hacerse a sí mismo un caballero de Belianís de Lidia de Orduña expliqué,
brevemente, por qué creo que este libro
andante. Así es que la novela comienza con un acto de autocreación, un acto de caballerías tiene tanta importancia
autopoiético, una literalización de la idea de hacerse dentro de su contexto. (Mancing 2001).
Una vez tomada esta decisión, el hidalgo empieza a crear su nueva vida:

s BAUTIZAASUCABALLOˆ2OCINANTEˆ
s ESCOGEUNNUEVONOMBREˆDON1UIJOTEDELA-ANCHAˆ
s SEVISTEPARAELPAPELˆPREPARANDOSUCELADAYLIMPIANDOLASARMASDE
sus bisabuelos—;
s SEINVENTAUNAHISTORIAˆESTARENAMORADODEUNAPRINCESASINPARˆ
e imagina su futuro —vencer en singular batalla al temido gigante
Caraculiambro, señor de la ínsula Malandrania—.

Todo esto puede entenderse como una serie de actos de acoplamiento es-
tructural con el mundo.
Y lo importante aquí es lo último: el acoplamiento estructural no se hace
con el mundo tal como es, sino tal como lo imagina él. Para que su papel de
caballero andante sea posible, tiene que haber un mundo en el que hay caba-
lleros, damas, gigantes, castillos y aventuras. Y, lo que sorprende, cuando sale
de casa por primera vez le parece que en efecto se encuentra en tal mundo ca-
balleresco. Cuando llega a la primera venta es recibido (le parece) exactamente
como debe recibirse un caballero andante que llega a un castillo. Hay un enano
que anuncia su llegada con una trompeta, el castellano y un par de doncellas le
ayudan a apearse, le quitan sus armas, y le dan una comida suntuosa de pescado.
Esta misma noche vela sus armas y (después de castigar un par de malandri-
nes que se atrevan a tocar las armas del novel caballero), el señor del castillo le
arma caballero, y las dos doncellas le ciñen la espada y la espuela. En fin, el
mundo, tal como lo percibe él, le ha recibido y le ha tratado como a un caba-
llero andante; es decir, se ha acoplado estructuralmente bien con su contexto;
su autocreación es un éxito.
En los pocos capítulos que quedan de su primera salida, este proceso de
acoplamiento continúa sin problema: invoca el amor de su incomparable dama
e imagina cómo un sabio encantador va a escribir su historia. Lo primero que

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pasa después de que sale del castillo es que salva a un niño inocente a quien está
castigando injustamente un mal caballero; y así deshace el primer agravio que
ve en el mundo. Luego se encuentra con unos caballeros que no quieren admitir
que su dama, Dulcinea del Toboso, sea la mujer más bella del mundo y los reta a
singular combate —exactamente como lo que ocurre en muchas escenas de los
libros de caballerías—. Cuando está a punto de ganar una importante victoria,
tropieza y cae de su caballo (un acto que de vez en cuando también ocurre en los
libros). Aunque el lector pudiera pensar en este momento que el acoplamiento
estructural deja de funcionar, la verdad es que no, porque don Quijote, tendido
mal herido en el suelo, «se tenía por dichoso, pareciéndole que aquella era pro-
pia desgracia de caballeros andantes» (Quijote, p. 143). Un hombre que pasa por
casualidad le ayuda a volver a su casa donde le reciben con honor, llevándole a
la cama y llamando a la sabia Urganda la Desconocida que cure y cate sus fe-
ridas. Es decir, todo lo que le pasa en su primera salida le parece a don Quijote
que está conforme con el mundo caballeresco con el que quiere acoplarse y que
todo lo ha hecho bien. Su acto autopoiético ha sido un gran éxito.
O, por lo menos, esto es lo que cree nuestro hidalgo manchego. Y lo cree
porque cree que otros también creen lo que cree él; lo cree porque interpreta
los actos y las palabras de los demás como si fueran de acuerdo con el mundo
con el que ha acoplado estructuralmente, como si participaran en su ambiente
cognoscitivo. Y aquí vemos otro concepto que proviene del mundo de las cien-
cias cognitivas y que es muy válido en el estudio de la literatura: la Teoría de la
3 Creo que la mejor introducción al Mente (o Teoría Mental): en inglés, Theory of Mind.3 Se trata del hecho de que
concepto de la Teoría de la Mente es la en todo lo que hacemos en la vida pensamos en lo que estamos pensando, y
de O’Connell (1997), pero también es
fundamental el libro de Baron-Cohen (1995). pensamos (o inferimos) lo que otros estarán pensando. Es uno de los atribu-
En cuanto a la importancia de la Teoría de tos cognoscitivos que separan el ser humano de todos los otros animales. Y al
la Mente en la literatura, véanse Zunshine
(2006) y Leverage y otros (2011). mismo tiempo es un proceso que podemos atribuir a los personajes literarios.
Un personaje literario no es un ser vivo; no tiene cuerpo, cerebro, ni mente; no
4 La idea de concebir a un personaje
existe en el mundo cotidiano. Pero tenemos que hablar de personajes de ficción
literario como si fuera un ser vivo es de
fundamental importancia en los nuevos como si fueran reales y como si tuvieran mentes que están constantemente pen-
estudios literarios basados en las ciencias sando en lo que estarán pensando otros personajes.4 Si no hablamos de don
cognitivas; véanse los estudios de Palmer
(2004), Zunshine (2006), Keen (2007), Quijote y Sancho Panza como si fueran seres humanos no podemos hablar de
Holland (2009), Vermeule (2010) y don Quijote y Sancho.
Mancing (2011). Don Quijote sabe que los demás le tratan (según piensa él) como si fuera
un caballero andante porque para él (es decir, según su Teoría de la Mente), lo
es. La confirmación más importante de su realidad es que el ama y la sobrina,

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juntas con sus amigos más íntimos, el cura y el barbero, parecen reconocer
que es, en efecto, un caballero andante. Y lo que es aún más importante: es-
tos familiares y amigos confirman que ha entrado en su vida otro elemento
crucial del mundo caballeresco: un maligno encantador. Este encantador es
absolutamente fundamental en la confirmación de que ha acoplado estructu-
ralmente con el mundo; de aquí en adelante (al menos, durante algún tiempo)
va a saber que es un gran caballero, héroe de una crónica que va a escribir un
sabio encantador sobre su vida.
No puedo en los estrechos límites de este ensayo trazar la manera en que don
Quijote viene a admitir que el mundo en que vive no es el mundo caballeresco
que ha imaginado. Le costó a Cervantes centenares de páginas para mostrar
que por medio de un proceso lento y sutil, don Quijote llega a reconocer este
hecho, y esto no se puede resumir aquí.5 Aceptemos, pues, que antes del final de 5 He tratado —con cierto éxito, creo— de

la novela don Quijote ha cambiado profundamente y viene a admitir que ya no trazar este proceso en mi primer libro (1982).
La gran mayoría de los críticos cervantinos
existe el mundo con el que había creído acoplar con tanto éxito. reconocen que tiene lugar este proceso
Pero, antes de terminar, quiero señalar brevemente dos otros procesos psicológico, pero ha habido, siempre, un
pequeño grupo que lo ha negado y que insiste
autopoiéticos importantes que tienen lugar en la novela de Cervantes. El pri- en que nunca cambian, nunca evolucionan,
mero es que el personaje que más éxito tiene en la obra es Sancho Panza. A los personajes de don Quijote y Sancho en el
diferencia de don Quijote, Sancho no entra en escena con una teoría ya com- curso de la novela. El más reciente —y el más
estridente— de estos ha sido José Manuel
pleta de lo que es el mundo. No tiene que tratar de hacer que el mundo co- Martín Morán, que niega en absoluto que
rresponda a sus conceptos, sino que entra con una actitud pragmática que le haya tal proceso (1992; 1999; recogidos ambos
estudios en 2009, libro en el que el autor
permite adaptarse (acoplarse estructuralmente) a las condiciones tales como vuelve repetidas veces al mismo tema).
son. Aprende lo que son ínsulas, damas sin par, encantadores y encantamien-
tos, aventuras caballerescas, palacios ducales, y mucho más (Mancing 2011).
Como su amo, Sancho se crea en el acto de vivir; a diferencia de su amo, San-
cho responde bien a los pensamientos de otros y aprende a vivir y funcionar
dentro del mundo tal como es.
Y si podemos considerar a don Quijote y Sancho prototipos de personajes
que se inventan en el acto de vivir, prototipos de la autopoiesis en la literatura,
tenemos que reconocer que todos los otros personajes de la novela también se
crean autopoiéticamente durante toda su vida. Y como todos los personajes
literarios, todos nosotros en nuestra vida estamos constantemente creándo-
nos. La autopoiesis es un proceso constante y universal en la vida real y en la
vida literaria.
Y una cosa más: podemos extender metafóricamente el concepto de la au-
topoiesis a la literatura misma, y otra vez podemos considerar que el Quijote

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es el prototipo de la novela que se inventa a sí misma (piénsese en la búsqueda


y hallazgo del manuscrito de Cide Hamete Benengeli; en la autoconciencia
de don Quijote y Sancho de que son personajes literarios; y mucho más).
Toda metaficción es por definición autopoiética, y el Quijote lo ilustra —lo
encarna— perfectamente.
Y ahora, para terminar, quiero dar un paso hacia atrás. No he pretendido
descubrir nada nuevo en este ensayo. No soy el primero, ni mucho menos, que
haya descubierto que don Quijote se hace: piénsese, por ejemplo, en algunos
de los escritos (por ejemplo, 1976) de mi maestro Juan Bautista Avalle-Arce
sobre el acto de autocreación de nuestro héroe. Todos los que leemos la novela
vemos que los personajes se forman, se portan y viven dentro del mundo que
perciben. Y esto es exactamente lo que hacemos todos los seres vivos. Vivir es
un acto autopoiético.
Lo único que he querido hacer ha sido recordar que una comprensión
cabal de una obra de literatura incluye un reconocimiento de la realidad bioló-
gica de la vida. El ser humano es un ser vivo, un animal. (Y, como he indicado
ya, todo personaje de ficción se percibe como si fuera un ser vivo.) Es decir, que
tenemos un cuerpo físico y una historia evolutiva y personal que nos hace lo que
somos. Negar la importancia de lo biológico del animal humano es equivalente
a negar la redondez de la tierra o la existencia de los astros.
Lo que quiero decir es que si prestamos debida atención a lo biológico, y en
este caso al proceso de la autopoiesis, ya no podemos decir una gran parte de lo
que venimos diciendo desde hace años dentro de las teorías literarias del pos-
modernismo. Ya no podemos decir, por ejemplo, que no hay nada fuera del texto
(o que somos seres textuales, que hasta nuestros cuerpos no son sino textos),
que el «sujeto» es una construcción lingüística, que somos totalmente determi-
nados por sistemas ideológicos o simbólicos, que es posible «desbiologizar» al
sujeto, etc. El concepto de la construcción social es una idea legítima y describe
un proceso importante en la vida. Pero cuando esta idea se lleva al extremo de
insistir en que es lo único que totalmente determina nuestra subjetividad, se ha
dicho algo que ya no merece respeto intelectual en el siglo xxi.
Cuando leemos el Quijote, o cualquier obra literaria, es importante recor-
dar que somos animales, seres vivos, sistemas dinámicos, y no simples sujetos
lingüísticos. Y recordar también que el acto de vivir es un acto autopoiético;
y que todos nos estamos creando en todo lo que hacemos; no importa si es
leer una novela o salir en busca de aventuras.

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