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Cuento “HYPERSENSOR”

¿Qué cara pondrías si un día una nave extreterrestre te transportara por los aires, te encerrara en
una gran jaula de cristal y te llevara a un planeta entre las estrellas? Pues seguro que harías el
"búho pellizcón", que es poner cara de búho, con los ojos y la boca abiertos hasta babear, y
darte pellizcos en el brazo para ver que no estás soñando. Al menos eso es lo que le pasó a Tom
durante buena parte de su viaje a la lejana galaxia de Atocinau.

Allí Tom se convirtió en un espectáculo para los atocinautas, unos seres redonditos sin ojos ni
orejas, que con una gran boca siempre sonriente y una ridícula lechuga en lo alto de sus cabezas,
se movían a la velocidad del rayo. A todos hacían mucha gracia los ojos del niño y sus orejas, pero
lo que más gracia les hacía era darle coscorrones en el cogote cuando miraba para otro lado. ¡Se
morían de la risa!

Y es que Tom comprobó enseguida que no había forma de pillar despistado a un atocinauta. Era
como si tuvieran ojos y orejas en la espalda, la cara y en todas direcciones, y por eso se reían
tanto cuando le tomaban el pelo. Un pequeño atocinauta terminó siendo buen amigo del niño, y un
día le contó su secreto: aquella tontísima lechuga sobre sus cabezas era un hypersensor, que les
permitía hacer mil cosas como ver y oír en todas direcciones, conocer la temperatura de las
cosas sin tocarlas, e incluso ¡saber si la comida iba a estar rica sin probarla! Ahora entendía Tom
por qué se podían mover tan rápido sin chocar nunca entre ellos....

Con el tiempo Tom llegó a salir de su jaula de cristal, pero le resultaba muy difícil moverse en
aquel mundo de velocidades de vértigo donde todos lo sabían todo antes siquiera de que él hubiera
podido ver u oir nada, y más de una vez se llegó a enfadar con algún atocinauta tonto que aún
seguía tomándole el pelo y ni siquiera se daba cuenta de que él no tenía un hypersensor
lechuguino...

Y un día, tal como se lo habían llevado, los atocinautas trajeron a Tom de vuelta a la Tierra,
y todo siguió como si nada hubiera pasado. Tom no se atrevió a contar nada de su viaje, y
nadie se dio cuenta de nada.
Nadie, excepto Clara, una compañera invidente de Tom que notó cómo el niño empezó a
tratarla con más delicadeza y atención, como si supiera exactamente cómo quería ser
tratada. Y cuando tuvo confianza para preguntarle por qué había cambiado, Tom respondió
misterioso y divertido: "porque tú no tienes una lechuga en la cabeza, y ya sé lo que es eso"
Cuento “EL MEJOR ROBOT”

XT-27 no era un robot cualquiera. Como bien decía su placa, "XT-27, el mejor y más moderno robot,
era el modelo de robot más moderno de su generación, un producto realmente difícil de mejorar, y
se sentía realmente orgulloso de ello. Tanto, que cuando se cruzaba con otros robots por la calle,
los miraba con cierto aire de superioridad, y sólo reaccionaba con alegría y entusiasmo cuando se
encontraba con otro XT-27. "Todos los robots tendrían que ser como los XT-27", pensaba para sus
adentros. Realmente, estaba convencido de que ningún nuevo robot podria superar los XT-27, y
que el mundo sería mucho mejor si todos los robots fueran como ese modelo perfecto.

Un día, caminaba por la ciudad biónica cuando de pronto apareció, justo a unos milímetros de sus
sensores ópticos piezoeléctricos, (que eran unos ojos normales, pero a XT-27 le gustaba usar
palabras muy raras para todo), una gran puerta amarilla. No sabía de dónde habría salido, pero por
suerte, era un XT-27,y su rapidez le permitió evitar el golpazo. Intrigado, decidió atravesar la puerta,
y fue a parar a una ciudad espectacular. ¡Todos sus habitantes eran XT-27, y todo lo que se veía
era alucinante! Entusiasmado por haber encontrado la ciudad perfecta para él, anduvo recorriendo
aquel lugar, presumiendo de ser un XT-27 y parándose a hablar con todos de lo genial que era ser
un robot tan avanzado, y finalmente se instaló en su burbuja hiperplástica recauchutada (una casa),
a las afueras de la ciudad.
Los días fueron pasando, pero enseguida se dio cuenta de que en aquella ciudad había algo que
no le gustaba. Como todos eran XT-27, realmente nadie tenía motivos para sentirse mejor ni más
moderno que nadie, y de hecho nadie lo hacía. Ninguno miraba con aires de superioridad, y en el
fondo, comprobó que con el paso del tiempo ni siquiera él mismo se sentía especial. Además, todo
resultaba tremendamente aburrido: todos hacía todas las cosas igual de bien, era imposible
destacar en nada; cuando se le ocurría algo que pensaba era brillante, a todos se les había ocurrido
lo mismo al mismo tiempo.

Así que XT-27 empezó a echar de menos a todos aquellos robotitos variados de su mundo, cada
uno con sus cosas buenas y malas, pero distintos y divertidos, y se dió cuenta de que hubiera
preferido mil veces encontrarse con un torpe pero divertido TP-4, y charlar un rato con él, que volver
a cruzarse con otro XT-27.
Así que comenzó a buscar la gran puerta amarilla. Tardó varios días, hasta que finalmente la
encontró como la primera vez, justo en medio de una calle cualquiera. Apoyó la mano en la puerta,
miró hacia atrás, como despidiéndose de aquel mundo que le había parecido perfecto, y con gran
alegría empujó la puerta...

Cuando despertó, XT-27 estaba en el suelo, y algunos le ayudaban a levantarse. No había ninguna
puerta, sólo un enorme y brillante robot amarillo con el que XT-27 había chocado tan fuerte, que se
le habían nublado los circuitos. XT-27, extrañado de no haber podido esquivar el golpe, miró
detenidamente a aquel formidable robot. Nunca había visto uno igual, parecía perfecto en todo, más
alto y más fuerte que ninguno, y en su placa se podía leer: XT-28, el mejor y más moderno robot.
Así que lo habían conseguido. Aunque parecía imposible, los XT-27 ya no eran los mejores robots.
Sin embargo, nuestro amigo no se entristeció lo más mínimo, porque segundos antes, mientras
soñaba con aquella ciudad perfecta, había aprendido que estaba encantado de ser diferente, y de
que hubiera cientos de robots diferentes, cada uno con sus cosas mejores y peores.
Cuento “ATRAPADOS”
Valdo se sentía atrapado. Él se veía como un niño normal, con un
montón de ganas de aprender cosas, jugar y divertirse. Pero nada
le salía como quería: a su alrededor todos parecían no entender
lo que decía, por muy alto que gritase o por muchos gestos o
aspavientos que intentase. Y para colmo, ni siquiPera su propio
cuerpo le obedecía: a veces trataba de hablar y sólo producía
ruidos, o quería coger algo y sus manos lo tiraban al suelo, o
incluso al abrazar a su madre terminaba dándole un empujón. A
veces, incluso, ni siquiera podía pensar con claridad.
Aquello le hacía sentir mucha rabia e impotencia, y muchos en su
entorno,pensando que era un chico peligroso y agresivo, le
dejaban de lado o le miraban con indiferencia. Y cuando esto
pasaba, y Valdo se sentía triste, pensaba para sí mismo: "habría
que verles a ellos en mi lugar...".
Pero un día, Valdo conoció a Alicia, una persona especial y
maravillosa. Parecía ser la única que entendía su sufrimiento, y
con muchísima paciencia dedicó horas y horas a enseñar a Valdo
a manejar sus descontroladas manos, a fabricar sus propias
palabras, e incluso a domar sus salvajes pensamientos. Y cuando,
tras mucho tiempo y cariño, Valdo estuvo preparado, Alicia le hizo
ver el gran misterio.
Sólo necesitó un par de fotografías, de sobra conocidas por el
propio Valdo; pero entonces, mucho mejor preparado para
entender, se dio cuenta: Valdo y Alicia eran un niño y una joven
como todos los demás, atrapados por las deficiencias de sus
cuerpos imperfectos.
Y ahora, gracias a ella, las puertas de la cárcel se estaban
abriendo.
“Tenemos que aprender a aceptar a quienes tienen deficiencias,
saber ponernos en su lugar para ayudarles y comprender que no las
tienen voluntariamente”

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